FONER, Eric. La Historia de La Libertad en EEUU Cap. 1 & 4

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ERle FONER La historia de Ia Iibertad en EE.UU. TRADUCCIÓN DE ALBINO SANTOS MOSQUERA 1 9 1'.1lCIONES P ~NÍNSULA IIAIlCHI.ONA

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ERle FONER

La historia de IaIibertad en EE.UU.

TRADUCCIÓN DE ALBINO SANTOS MOSQUERA

191'.1lCIONES P ~NÍNSULA

IIAIlCHI.ONA

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EL NACIMIENTODE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

La libertad estadounidense nació con una revolución. Durante Ialucha por Ia independencia se transformaron Ias ideas de libertadheredadas del pasado y surgieron también otras nuevas. Asimismo,se cuestionó y se amplió Ia definición de quiénes tenían derecho agozar de 10 que Ia Constitución llamó «los beneficios de Ia liber-tad». La revolución de Ia Independencia estadounidense brindó unlegado duradero, aunque contradictorio, a Ias generaciones futuras.Su ensalzainiento de Ia imagen de Ia nueva nación como refugio deIa libertad en un mundo dominado por Ia opresión encuentra aún ungran eco en Ia cultura política de hoy en día. Pero aquellos EstadosUnidos, una nación concebida en libertad, albergaban una pobla-ción esclava en rápido crecimiento, 10 que contradecía Ia confianzacon Ia que sus fundadores afirmaban que Ia libertad era un derechohumano inalienable y universal.

L INGLÉS NACIDO LIBRE

a «libertad», como es lógico, no se incorporó de repente ai voca-bulario norteamericano en 1776; de hecho, pocas palabras teníantanta presencia en el discurso político transatlántico dei sigla XVIII.

a Norteamérica colonial era heredera de múltiples formas de en-t nder Ia libertad: algunas tan antiguas como Ias ciudades-Estado deIa antigua Grecia; otras tan novedosas por aquel entonces como IaIIustración. Algunas establecieron los cimientos de Ias concepciones. ntcmporáneas de Ia libertad; otras nos resultan hoy totalmenteI s n cidas.

ún tina defini i n mún 11 Ia Norteamérica británica, Ialih 'rlfl I no .ra tan O UI1 '~t:1lUS pollti O 50 ia! orno una condición

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espiritual. En el mundo antiguo, Ia ausencia de autocontrol era en-tendida como una forma de esclavitud, como Ia antítesis de Ia vidalibre. «Mostradme un hombre que no sea un esclavo -escribióSéneca-. Uno es esclavo del sexo, el otro 10 es del dinero, y aúnotro 10 es de Ia ambición». Esta forma de entender Ia libertad comosometimiento a un código moral era de fundamental importanciaen Ia cosmología cristiana de Ia que estaba imbuida Ia visión quelos primeros colonos tenían del mundo. Allí donde floreció, el cris-tianismo consagró Ia idea de liberación, pero entendida como unacondición más espiritual que terrenal. Desde su Caída ante Dios, elhombre había sido proclive a sucumbir a sus apetitos y pasiones. Lalibertad significaba, pues, abandonar esa vida de pecado para adherir-se a Ias ensefianzas de Cristo. «Donde está el Espíritu del Sefior, allíhay libertad», proclama el Nuevo Testamento. Según esta defini-ción, servidumbre y libertad eran estados que, lejos de contradecir-se, se reforzaban mutuamente, pues quienes aceptaban Ia doctrinade Cristo pasaban, a un tiempo, a estar «libres de pecado» y a ser«siervos de Dios». I

Los nuevos pobladores puritanos del Massachusetts colonial,convencidos de que su colonia era Ia encarnación misma del cristia-nismo verdadero, plantaron esa definición espiritual de Ia libertaden suelo americano. En un discurso de 1645 ante el parlamento deMassachusetts en el que compendió Ia esencia 'de Ias concepcionespuritanas de Ia libertad,John Winthrop, a Ia saión gobernador de Iacolonia, diferenció nítidamente entre una «libertad natural», quesugería «una libertad para el mal», y una «libertad moral [...] unalibertad para hacer solam ente 10 que está bien», Esta definiciónde «libertad» como emanación de una abnegación y una elección mo-ral personales era perfectamente compatible con una serie de severasrestricciones a Ia libertad de expresión, de religión, de movimientosy de comportamiento personal. Los deseos individuales debían ce-der ante Ias necesidades de Ia comunidad, y Ia «libertad cristiana»significaba sumisión no sólo a Ia voluntad de Dios, sino también a Iaautoridad secular, a un conjunto bien entendido de responsabili-dades y deberes interconectados: una sumisión no menos total porel hecho de que fuera voluntaria, El delito civil más habitual en Iasjuzgados de Ia Nucva Inglaterra .olonial ira ,I d ' «d 'sa ato a Ia

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

autoridad». La del individuo sin restricciones y ejercitador de unosderechos naturales que generaciones posteriores tendrían por imagenrepresentativa de Ia libertad era para aquellos colonos puritanos Iaviva encarnación de Ia anarquía: Ia antítesis de Ia libertado «Cuandocada hombre tiene libertad para seguir su propia imaginación», de-claró en su momento el pastor puritano Thomas Hooker, el desastreresultaba inevitable porque «todos actúan en perjuicio del biencomún».'

La autoridad comunitaria fue siempre más débil en Ias coloniasmás laicas, Ias situadas al sur de Ia commonwealth puritana. Inclusolentro de Ia propia Nueva Inglaterra, como tan amargamente la-

mentaban diversas jeremiadas de comienzos del sigla XVIII, no tardón decaer Ia disposición a aceptar Ia reglamentación de Ia comuni-

dad en nombre de Ia libertado A mediados de ese mismo siglo, Ia ideade que Nueva Inglaterra ocupaba un lugar especial en los planes queDias tenía para Ia humanidad había quedado ya subsumida dentrode una exaltación más general del conjunto del mundo protestanteangloamericano como baluarte frente a Ia tiranía y el papismo. PeroIa interpretación cristiana de Ia libertad como salvación espiritualsobrevivió hasta tiempos de Ia Independencia e, incluso, hasta Ia ac-ualidad. Los episodios de resurgimiento religioso (revivals) dei pe-

dado final de Ia era colonial, conocidos por Ias historiadores como1 Gran Despertar, fortalecieron esa concepción de Ia libertado En

ví peras de Ia independencia, predicadores como Jonathan Bou-iher insistían enque «Ia verdadera libertad» significaba «ser librespara hacer todo 10 que está bien y estar some tidos a restricciones paran hacer nada que esté mal», y no «un derecho a hacer todo aquelloque nos plazca».'

Esta equiparación de Ia libertad con Ia acción moral prosperóI mbién de forma secularizada en el mundo atlántico del siglo XVIII.

1\8f, del mismo modo que Ia libertad religiosa suponía Ia obediencian Dios, Ia «libertad civil» descansaba sobre Ia obediencia a Ia ley. Ya'11 Ia Antigüedad, Aristóteles había advertido a los hombres de que

11 ) «vieran esclavitud en el hecho de vivir conforme al gobierno de11 'onstitución». La ley era Ia «salvación» de Ia libertad, no suulv srsaria. Los filósofos modernos de Ia libertad también estable-'j '1"011 una distin 'ión .ontrastn la ntre Ia «libertad ilimitada» y

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«una vida vivida bajo el imperio de Ia ley». La libertad, según escri-bió J ohn Locke, significaba no que cada persona fuese Iibre de hacer10 que deseara, sino «Ia posesión de una regIa de conducta vigente,común para todos Ios miembros de esa sociedad y cuya elaboraciónha corrido a cargo delpoder Iegislativo». Tal como sugiere Ia for-mulación de Locke, Ia libertad -en su forma civiI- dependía de Iaobediencia a Ia Iey, siempre y cuando Ios textos Iegales fuesen pro-mulgados por representantes electos y no fueran aplicados de formaarbitraria. Ahí estribaba Ia esencia misma de Ia idea británica de li-bertad, elemento central del pensarniento social y político a amboslados deI Atlántico. Hasta Ia década de 1770, Ia mayoría de Ios colo-nos estaban convencidos de formar parte del sistema político máslibre jamás conocido por Ia humanidad.s

En eI siglo XVIII, Ia «tradición inventada» del inglés nacido librehabía pasado ya a constituir un elemento central de Ia cultura políti-ca angloamericana y un pilar fundamental en Ia conciencia nacionalque por entonces se estaba consolidando en Gran Bretafía. Por de-finición, Ia nación británica era una comunidad de individuos libresy su pasado consistia en una «história de libertad». La creencia deque Ia libertad era Ia herencia común de todos Ios británicos y que .su imperio era su único depositario mundial había contribuido a le-gitimar Ia colonización de América del Norte. Posteriormente sir-

, 'vió también para caracterizar Ias guerras imperiales contra Ias cató-licas Francia y Espana como Iuchas entre Ia libertad y Ia tiranía, unadefinición muy difundida tanto en Ias colonias como en Ia madrepatria. La libertad británica exaltaba el imperio de Ia Iey, eI derechoa vivir conforme a Ia Iegislación a Ia que Ia propia comunidad delindividuo había dado su consentimiento, Ias restricciones al ejerci-cio arbitrario de Ia autoridad política, y ciertos derechos, como eI delos juicios con jurado, consagrados en el derecho consuetudinario.Guardaba una identificación estrecha con Ia religión protestante yse Ia invocaba con particular estridencia cuando se pretendía acen-tuar el contraste entre Ios británicos y Ios súbditos «serviles» de lospaíses católicos.'

Ni que decir tiene que Ia idea de Iibertad como condición natu-ral de Ia humanidad no era para nada e1esconocida en una naci6n quehabía producido obras s ricas 0111 Iasd john Milton y john L Ice.

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

Pero Ia libertad británica distaba mucho de ser universal. Desde suóptica nacionalista (y, a menudo, xenófoba), casi todas Ias e1emásna-ciones de Ia Tierra eran pueblos «esclavizados» (por el papismo, Iatiranía o Ia barbarie). «Libertad [...] en ningún otro lugar florecerá-escribió el poetaJohn Dryden-. Libertad, prerrogativa privativadel súbdito inglés». Los británicos no encontraban contradicciónalguna en autoproclamarse ciudadanos de un país de libertad pre-cisamente cuando los navíos británicos transportaban millones deafricanos hacia Ia esclavituel en el Nuevo Mundo. «Los britânicosnunca, nunca, nunca serán esclavos», rezaba Ia popular canción «Rule,Britannia». Lo que en ella no se decía era que Ios britânicos no pudie-ran poseer esclavos, pues durante Ia mayor parte deI siglo XVIII, casinaelie creía que Ios africanos estuvieran facultados para gozar de losderechos de Ios ingleses varones.?

La libertad británica tampoco era incompatible con una extensaarnplitud de grados de libertad personaI en Ia propia metrópoli: una

ciedad jerárquica y aristocrática con una «nación política» res-Tingida (Ia formada por quienes tenían derecho a votar y a ser ele-idos para cargos públicos). Las protecciones e1eIderecho consuetu-linario regían para todos, pero Ios requisitos de propiedad y otras. ndiciones para el ejercicio del sufragio limitaban el electoradodieciochesco a menos del 5 por 100 de Ia población masculina adul-ta. (EI «derecho ele magistratura», según escribió ]oseph Priestleyn su Essay on the First Principies of Government [1768], no era im-

I r scindible para Ia libertad británica. Los hombres «pueden gozarI libertad civil, pero no política».) EI derecho británico tampoco. ncebía a Ias trabajadores dependi entes como sujetos plenamentelibres. Las Ieyes contra vagos y maleantes castigaban a quienes nolispusieran de medios visibles ele autosostenimiento, Ias leyes de

fiores y siervos» exigían aIos empleados una obediencia estrictasus empleadores y Ios incumpliInientos de Ias contratos Iaborales

irnn considerados delitos penales y castigados como tales. La mis-m: armada cuyo dominio de Ios mares protegía Ia Iibertad de Ia11::l i n frente aI dominio extranjero estaba formada por marinos11)1" sad p r destacamentos de enganche en Ias calles de Londres yI.iv 'rp< 01. En esc S .ntid ,Ia libertad britânica era descendi ente di-I" 'tn I, unu int .rpr 'to 'i li) d . la lib .rtad derivada de Ia Edad Media,

lI)

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cuando por «libertades» se entendían una serie de privilegios for-males, como el autogobierno o Ia exención fiscal concedidos a gru-pos particulares por contrato, estatuto o decreto real. Sólo quienesgozaban de Ia «libertad de Ia ciudad», por ejemplo, podían dedi-carse a ciertas actividades económicas. Esta concepción medievalde Ia libertad presuponía Ia presencia de un mundo jerárquico enel que apenas existian los derechos individuales tal como los enten-demos en el sentido moderno, y en el que unas clases sociales disfru-taban de privilegios políticos y económicos negados a otras. Algunosecos de esa vieja noción restringida de libertad sobrevivían aún enaquella Norteamérica temprana (por ejemplo, en Ia norma de Ia ciu-dad de Nueva York que limitaba el derecho a trabajar en determina-dos oficios a aquellos que estuvieran en posesión dei estatus legal de«hombre libre»). 7

Cualesquiera que fueran sus limitaciones y exclusiones, sería im-posible, tal como escribe el historiador Gordon Wood, «exagerar elgrado en que los ingleses dei siglo XVIII se deleitaban en su reputa-ción mundial de libertad», un comentario tan aplicable a Ias coloniasnorteamericanas como a Ia madre patria. Era posible incluso (si asíse deseaba) subdividir Ia libertad británica en Ias partes de Ias que secomponía, algo a 10 que numerosos autores de Ia época se mostraronproclives. Así, Ia libertad política significaba el derecho a participar,en los asuntos públicos; Ia libertad civil, Ia protección de Ia personay Ia propiedad propias frente a Ia invasión dei gobierno; Ia libertadpersonal, conciencia y movimiento emancipados; Ia libertad religio-sa, el derecho de los protestantes a ejercer su culto como mejor lespareciera. Pero el todo sobrepasaba a Ia suma de esas partes. La li-bertad británica era, a un tiempo, un conjunto de derechos concre-tos, una característica nacional y un estado de ánimo. Tan ubicuo yproteico era aquel concepto que sus elementos constituyentes (que,en épocas posteriores, se nos antojarían incongruentes entre sí) 10-graban coexistir entonces sin mayores problemas."

La libertad británica, por ejemplo, incorporaba diversas actitu-des contradictorias ante el poder político. Por una parte, el desarro-110 histórico de Ia idea resultaba inseparable dei auge dei Estado-nación y alcanzó su apoteosis precisamente cuando Gran Bretafiaemergió como I~ pot n ia irnp rial más d sta .ada d I mundo. AJ

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mismo tiempo, Ias limitaciones ai ejercicio de Ia autoridad políticaeran un rasgo central de Ia libertad británica. Existia Ia creencia ge-neralizada de que el poder y Ia libertad eran mutuos antagonistasnaturales, y, con su equilibrada constitución y con el principio deque ningún hombre (ni siquiera el rey) estaba por encima de Ia ley,Ias británicos aseguraban haber disefiado los mejores medios posi-bles con los que impedir el absolutismo político. Estas ideas echa-ron profundas raíces no sólo en Ia nación política, sino también deforma mucho más generalizada, en Ia sociedad británica en su con-junto. Los trabajadores dependientes, los marineros y los artes anosutilizaban tan insistentemente ellenguaje de Ia libertad británica yde los derechos emanados dei derecho consuetudinario anglosajónorno los panfletistas y los parlamentarios. En el siglo XVIII, Ia cate-oría de Ia persona libre había dejado de ser un simple estatus legal

(como fue en tiempos medievales) para convertirse en un poderosolemento de Ia ideologia popular. A ambas orillas dei Atlántico, Ia

libertad se erigió en el «grito de guerra de los insurrectos». Las fre-uentes acciones multitudinarias de protesta contra Ias violaciones

de derechos tradicionales dieron expresión concreta a Ia definición de«libertad» como resistencia frente a Ia tiranía. «Somos hombres li-I r s -súbditos británicos- no esclavos de nacimiento», rezabauno de los lemas movilizadores de los llamados «reguladores», queprotestaban contra Ia infrarrepresentación de los asentamientos oc-.identales en Ia asamblea legislativa de Carolina dei Sur durante Ia

li cada de 1760.9Esta tensión entre Ia libertad como poder para participar en los

1. untos públicos y Ia libertad como conjunto de derechos individua-I s que precisaban de protección frente a Ia interferencia gubema-m ntal nos ayuda a definir Ia diferencia entre dos lenguajes políticosdistintos que florecieron en el mundo angloamericano. Uno de11s, que los académicos han bautizado con el nombre de «republi-mnismo» (aunque pocos eran los que en Ia Inglaterra del siglo XVIII

usaban esa palabra, pues evocaba recuerdos de Ia época en Ia que•. rio T fue decapitado), elogiaba Ia participación activa en Ia vida pú-

hli 0, levada a Ia cate oría d n ia de Ia libertad. Heredero de unli! nj i qu e remoi mhn n 11\ ), lor .n ia rena ntista e incluso a Ia·

111i~ü xlnd lási 'U, ·11' -puhlicn: iS1l10 sos: .nía ql1 ,r r su naturale-

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za como ser social, el hombre lograba alcanzar su máximo grado derealización cuando dejaba a un lado su interés particular para procu-rar el bien común. La libertad republicana podía ser expansiva ydemocrática, como ocurría cuando hacía referencia a los derechoscompartidos por el conjunto de Ia comunidad. Pero también evi-denciaba una dimensión excluyente, basada en Ia clase social, cuan-do daba por sentado que sólo los ciudadanos que eran duefios depropiedades poseían aquella cualidad conocida como «virtud», en-tendida en el siglo XVIII no sólo como una característica personal ymoral, sino también como una disposición a supeditar Ias pasionesy los deseos privados aI bien público. «Sólo un pueblo virtuoso escapaz de ser libre», escribió Benjamin Franklin."

Si Ia libertad republicana era una cualidad cívica y social, sólo alalcance de los ciudadanos de un «Estado libre» (regido conforme alconsentimiento de los gobernados), Ia libertad exaltada por ellibe-ralismo del siglo XVIII era esencialmente individual y privada. SegúnJohn Locke, padre fundador del liberalismo moderno, el gobiernose instaura para asegurar «Ia vida, Ias libertades y Ias propiedades»,que constituyen los derechos naturales de todos los hombres, y debelimitarse fundamentalmente a tal tarea. Para Lecke y sus discípulosdel siglo XVIII, Ia libertad no significaba participación cívica, sinoautonomía personal: «no estar sometido a lavoluntad inconstante,incierta, desconocida y arbitraria de otro hombre». La protecciónde Ia libertad exigía el blindaje de un determinado espacio de vidaprivada e intereses personales (que contenía, entre otros elementos,Ias relaciones familiares, Ias preferencias religiosas y Ia actividadeconómica) frente a Ia intervención del Estado. El bien público noera tanto un ideal que el gobierno tuviera que procurar consciente-mente como el resultado del empeno de los individuos libres pormaterializar sus múltiples ambiciones privadas. Il

Elliberalismo, como bien dice el historiador Pierre Manent, es-cindió al «ciudadano» del «hornbre», y separó el terreno político deIa vida del social. Sus críticos 10 calificaron de mera excusa para elegoísmo y Ia ausencia de mentalidad cívica. «La libertad [...] que mefascina -proclamó Edmund Burke- no es Ia Libertad solitaria,desconectada, individual y eg ísta, orno si t d l Iornbre tuvieraque regular el onjunto d r su iondu .ta cn fun 'i)1 de su propia v -

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

luntad. La Libertad a Ia que me refiero es Ia libertad social». Pero esfácil comprender el atractivo del liberalismo en el jerárquico mundoatlántico del siglo XVIII: llamaba a cuestionar todos los privilegioslegales y Ias disposiciones gubernamentales que dificultaban el pro-greso individual, desde Ias prerrogativas económicas de Ias grandesompafiías concesionarias a Ia intolerancia religiosa legalizada. Yesde su punto mismo de partida (el de que Ias personas poseían

derechos naturales que ningún gobierno podía vulnerar), ellibera-li mo abría Ia puerta a quienes se hallaban privados de derechos, aI~ mujeres e, incluso, a los esclavos para que pusieran en entredi-ho Ias limitaciones que pesaban sobre su propia libertad."

AI final, elliberalismo y el republicanismo acabarían siendo vis-t s como concepciones alternativas y contradictorias de Ia libertadoI ro en el siglo XVIII, sus respectivos lenguajes se solapaban y, a11 cnudo, se reforzaban mutuamente. Muchos líderes de Ia Indepen-I ncia estadounidense se nos antojan, a nuestro parecer contempo-rnneo, simultáneamente republicanos (por su interés por el bienpúblico y por Ias obligaciones de los ciudadanos para con el sistemaI gobierno) y liberales (por su preocupación por los derechos indi-viduales). Ambas ideologías políticas podían inspirar un compromi-

con el gobierno constitucional, con Ia libertad de expresión y deI iligión, y con Ia limitación deI poder arbitrario. Ambas ponían es-p ial énfasis en Ia seguridad de Ia propiedad como fundamento deI. libertado Además, Ia influencia omnipresente de Ia moral protes-tnn atenuaba 10 que, posteriormente, se conocería como el amora-llsrno del liberalismo.

Lo cierto es que, en Ia era colonial, Ia «libertad» servía de punto11, ncuentro entre Ias interpretaciones liberal y republicana del go-I j .rno y Ia sociedad. No parecía existir necesariamente ningunaI' intradicción entre Ia libertad personal elemental para elliberalis-1110 y Ia libertad pública de Ia tradición republicana. Por otra parte,

t " , pronunciaran desde una perspectiva liberal, republicana o unarnmbinación de ambas, Ia mayoría de 10s comentaristas de entoncesI 1111 Ian que sólo había unos determinados tipos de personas que111 run pl nam ntc capaccs de gozar de los beneficios de Ia libertad

d 'j r r sus d rcch S. A ambos lacl s del Atlántico era todo unI omn cI ,I P msn111i 'lHO polít] 'O afirmar qu Ias p rsonas depen-

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dientes carecían de voluntad propia y, por Ia tanto, eran incapacesde participar en Ias asuntos públicos. La libertad, escribió el influ-yente teórico político Richard Price, descansaba sobre «una ideageneral [...] Ia idea de Ia autodirección o el autogobierno». Quienes nocontrolaban su propia vida no debían contar con voz ni con voto enel gobierno del Estado. La libertad política exigía independenciaeconómica. '3

La propiedad, por 10 tanto, estaba «entretejida» con Ias concep-ciones dieciochescas de libertad, como el editor neoyorquino JohnPeter Zenger afirmó en 1735. La independencia que se derivaba deIa propiedad era una base indispensable de ia libertado EI diccionariodel doctor Samuel Johnson definía el vocablo «independencia»como «libertad», yThomasJefferson insistia en que Ia dependencia«engendra sumisión y venalidad, ahoga el germen de Ia virtud, yprepara instrumentos adecuados a Ias designios de Ia ambición». Deahí Ia ubicuidad del requisito de unos niveles mínimos de propiedadpara acceder al voto en Gran Bretafia y Ias colonias. La «verdaderarazón» de tales condiciones previas, según explicó sir WilliamBlackstone en sus Commentaries on the Laws ofEngland (1765-1769),era que Ias hombres sin propiedades caerían inevitablemente «bajoel dominio inmediato de otros». Desprovistos de voluntad propia,sus votos pondrían en peligro Ia «libertad general». No sólo Ia de-pendencia personal (como en el caso de un sirviente doméstico),sino también el trabajo asalariado eran situaciones de dudosa repu-tación según el cri teria de una amplia mayoría de comentaristas. EnIa Inglaterra de Ias siglas XVII y XVIII, era habitual relacionar Ia manode obra asalariada con el servilismo y Ia pérdida de libertad; sóloquienes controlaban su propia fuerza de trabajo podían ser conside-rados plenamente libres. Las baladas y Ias cuentos populares britá-nicos de Ia época idealizaban Ias figuras de los vagabundos, Ias gita-nos, Ias salteadores de caminos e incluso Ias mendigos, que erantenidos por personas más Iibres que quienes trabajaban a cambio deun sueldo. Aún tendrían que pasar muchos afias antes de que Ia ideade que el trabajo asalariado era perfectamente compatible con Ia li-bertad auténtica obtuviese una amplia aceptación popular. '4

Los planes de colonización de Ia Nortearnérica britânica pre-veían reproducir allí Ia estru tura j .rárqui '3 d 'I pnís d . ori r '11. E ro

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

desde Ias primeros días de Ia era colonial, fueron muchos Ias emi-grantes que partieron hacia allí desde Gran Bretafia y el Conti-nente atraídos por Ia promesa de que el Nuevo Mundo significaríauna liberación con respecto a Ias desigualdades económicas y Ia de-pendencia que tan extendidas estaban en el Viejo Mundo. Apenaslesembarcar en Jamestown en 1607, John Smith sefialó que, en

América, «todo hombre puede ser amo y sefior de su propio trabajoy de su propia tierra». Durante toda Ia era colonial, Ia mayoría deI s inmigrantes libres vivieron con Ia expectativa de adquirir unanutonomía económica, una previsión favorecida por una literaturapromocional que atraía a Ias colonos publicitando una imagen delNuevo Mundo como lugar de excepcionales oportunidades para Iaidquisición de propiedades. Las ilusiones de libertad que los emi-rrantes llevaban consigo a Ia América colonial siempre incluían Iapromesa de Ia independencia económica y Ia posibilidad de transmi-tir algunos bienes raíces aios descendientes. '5

Definir Ia libertad en términos de independencia económica'i nificaba establecer una marca da línea de separación entre Ias ela-

s capaces de gozar plenamente de sus beneficias y Ias que no 10.ran. En el siglo XVIII, Ia autonomía económica estaba fuera deiII ance de Ia mayoría de Ias británicos. Atendiendo a ese mismo-riterío, ni siquiera en Ia Norteamérica colonial había una mayoríaI Ia población que fuese realmente libre. En ausencia de una aris-

rocracia hereditaria como Ia presente en Inglaterra, Ias colonos se11 rgullecían de no tener «rango alguno por encima del de hombre

libre». Pero eran muchos los niveles existentes por debajo de esteúltimo. EI media millón de esclavos que trabajaban en Ias colonias'ontinentales en vísperas de Ia independencia se mantenían obvia-

111 nte al margen del círculo de Ias personas libres. Las mujeres li-1)1' 'S, cuya identidad cívica quedaba subsumida dentro de Ia de suspadres y esposos, y que no tenían derecho legal alguno a su propiot rnbajo, apenas contaban con oportunidades de autonomía econó-IlIi .a. Adernás, Ias hombres consideraban a Ias mujeres deficitariasn .uanto a racionalidad, valentia y capacidael ele autoeletermina-

d n '11 cneral: cualidad 'S ncccsarias en toelo ciueladano animadofiO I' ,I .spfritu I, 10 púhli 'o. I':n 'I íond , cl ideal de Ia independencia

tuhn d .Iinido '11 ]>111'\ ' por ,I '11 .ro: ya fu '1':1 .n Jo C nómico o

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en 10 político, Ia autonomía era un rasgo masculino, y Ia dependen-cia, el estado natural de Ias mujeres."

Pero a veces se olvida que, incluso entre Ia población masculinablanca de Ia Norteamérica colonial, convivían múltiples variedadesde libertad parcial, entre Ias que se incluían Ias de Ias siervos porcontrato, Ias aprendices, los empleados domésticos, los reos depor-tados y Ias marineros reclutados contra su voluntad para servir en IaArmada Real británica. La libertad en Ia Norteamérica colonial sepresentaba como un continuo que iba desde el esclavo -despojadode todo derecho- hasta el propietario independiente, y era muyposible que, a 10 largo de su vida, un solo individuo ocupara más deuna posición en ese espectro. Los contratos de trabajo con los que elempleado aceptaba una especie de servidumbre por contrato bilate-ral (renunciando voluntariamente a su libertad durante un períododeterminado) para pagar una deuda previamente contraída supusie-ron el grueso de Ia mano de obra no esclava a 10 largo de Ia era co-lonial. Incluso en fechas tan tardías como Ia década de 1770, casi Iamitad de los inmigrantes que llegaban a Norteamérica procedentesde Inglaterra y Escocia suscribían contratos laborales que los liga-ban durante un período preestablecido a cambio de que su emplea-dor les sufragase Ia travesía transatlántica. Estos siervos por contratobilateral solían trabajar en los campos de cultivo junto aIos esclavos.AI igual que estos últimos, los siervos podían ser comprados yvendi-dos, y estaban sometidos a castigos corporales, además, su obligaciónde cumplir con los deberes adquiridos (su «desempeno específico»,según Ia terminología legal) estaba respaldada por los tribunales dejusticia. «Muchos negros son usados de mejor modo», se quejabauna sierva de ese tipo en 1756. Según su testimonio, a ella Ia obli-gaban a trabajar «día y noche [...] y luego [Ia] ataban y azotaban».Pero, lógicamente, a diferencia de los esclavos, los siervos por con-trato podían mirar hacia el futuro con Ia esperanza de verse libres desu servidumbre después de un tiempo. Si sobrevivían a ese períodode duros trabajos (cosa que muchos no lograron en los primerostiempos), los siervos eran liberados de toda dependencia y recibían«derechos de libertad». Los siervos por contrato, como bien co-mentó un juez de Pensilvania en 1793, o upaban «una atcgoría in-termedia entre los sclav s y I S hornhr S lihr 'S '7

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

La presencia predominante de tantos trabajadores que no alcan-zaban a ser realmente libres servía para sustentar Ia también exten-dida realidad de Ia independencia (y, en consecuencia, Ia libertad)económica de los hombres que eran propietarios y cabezas de fami-lia. El caso más evidente era el de los hacendados duefios de escla-vos, que ya desde un primer momento equipararon Ia libertad consu propia condición de amos, pero también se podía decir 10 mismode los innumerables artes anos afincados en Ias ciudades del Norteque eran propietarios de uno o dos esclavos y que tenían también asu servi cio a varios siervos y aprendices. (En Ia ciudad de NuevaYork y en Filadelfia, los artesanos y los comerciantes, habituados avanagloriarse de su propia independencia, constituían el grupo do-minante entre los propietarios de esclavos.) Y Ia tan celebrada inde-pendencia deI pequeno propietario rural dependía en considerablemedida del trabajo de Ias mujeres dependientes. Ese dicho popularque recuerda que «el trabajo de Ias mujeres no termina nunca» eraliteralmente cierto: cocinar, limpiar, coser y ayudar en Ias tareasagrícolas eran labores que realizaban Ias esposas y Ias hijas de losgranjeros y que solían marcar Ia diferencia entre Ia autosuficiencia yIa dependencia económica. En Ia econornía de base doméstica de IaNorteamérica colonial, Ia autonornía se fundamentaba en el controlobre otras personas. «Libertad y dependencia -escribió el jurista

de PensilvaniaJames Wilson en 1774- [eran] términos opuestos eirreconciliables». Pero Wilson olvidó sefialar que, puesto que elhombre libre era (por definición) amo de una casa familiar, libertady dependencia también estaban inextricablemente ligadas. 18

EI siglo XVIII fue un momento de acentuación de Ia estratifica-i6n social en Ia N orteamérica colonial y de ascenso de una alta

I urguesía adinerada que ejercía un dominio creciente sobre Ias ins-ituciones civiles, religiosas y económicas, y que exigía un trato de-

r r nte de sus inferiores sociales. Pese a ello, en tiempos de Ia lnde-p ndencia, la mayoría de Ia población masculina no esclava estabar irrnada por agricultores que eran propietarios de sus propias tie-rras. Dado que Ias explotaciones de carácter familiar constituían to-dnvía cl centro de Ia pr ducción económica, los no propietarios su-pon an una pr porción uún mas rcducida de Ia población que en

:1':111 Br 'ta ['I, y 'ltnll)lljo nsulnrindo .ra mu ho meno prevalente.

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Entre Ia población libre, Ia propiedad estaba repartida de forma másamplia que en ningún país europeo. En Ia Norteamérica colonial,según ha escrito una reputada historiadora, vivían «miles y miles delos individuos más libres que el mundo occidental jamás haya cono-cido».'?

Así pues, Ia aversión a Ia dependencia personal y Ia equiparaciónde Ia libertad con Ia autonomía adquirieron una profunda raigambreen Ia Norteamérica británica no sólo como parte de una herenciaideológica, sino también porque esas ideas concordaban con unarealidad social: el amplio reparto de Ia propiedad productiva quehacía que un gran número de colonos experimentaran, cuando me-nos, un pequeno nivel de independencia económica. Lo que el ensa-yista francés Hector St. John Crêvecoeur identificó en 1782 comosello distintivo de Ia sociedad norte americana -su «agradable pai-saje uniforme de competencia honrada»- conformaría Ia base ma-terial para Ia posterior definición de Estados Unidos como «repú-blica de productores», así como para el corolario de ésta: que Iaamplia extensión de Ia condición de propietario -era Ia precondiciónsocial de Ia libertad."

DEMOCRATIZACIÓN DE LA LIBERTAD

Caracterizada por un extenso reparto de Ia propiedad (y, por 10 tan-to, por una vida política ampliamente participativa), por Ia debilidaddel poder aristocrático y por unas iglesias oficiales mucho menospoderosas que Ias británicas, Ia N orteamérica colonial era una socie-dad dotada de un considerable potencial democrático. Pero fue ne-cesaria Ia lucha independentista para transformar esta sociedad noya en un sistema político republicano sin monarca, sino en una na-ción que consagrase Ia igualdad y Ias oportunidades como sus razo-nes de ser, y que se enorgulleciera de proclamarse asilo de Ia libertadpara toda Ia humanidad. La revolución de Ia Independencia estado-unidense desató una serie de debates públicos y de luchas políticas ysociales que democratizaron el concepto de libertado

El bando estadounidense libró Ia guerra de Indcpendencia ennombre de ta lib rtad. En 'S' iarnino ha ia hl s 'para 'ió" políti ':I, no

H

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

hubo otra palabra que se invocara con mayor frecuencia, aunquerara vez fuera objeto de una definición precisa. Había árboles de Ialibertad, mástiles de Ia libertad, Hijos e Rijas de Ia Libertad, y undesfile sin fin de panfletos con títulos como «Un carro de libertad»o «Alocución sobre Ias hermosas bondades de Ia Libertad» (este úl-timo, un sermón pronunciado por Joseph Allen en Boston en 1772,se convertiría en el discurso público más popular de los anos pre-vios a Ia independencia). Medidas británicas como Ia aprobación deIa Ley del Timbre en I765 fueron acogidas a 10 largo y ancho de Iageografia colonial con Ia escenificación de funerales por Ia libertadcuidadosamente coreografiados en los que un ataúd era portado ahombros hasta un cementerio, pero del que finalmente acababa sur-giendo su ocupante, milagrosamente resucitado en el último mo-mento (10 que Ia multitud allí congregada cele braba retirándose acontinuación a una taberna cercana). La libertad era algo más queuna idea para quienes se resistían a Ia autoridad británica: era unapasión. Algunos hombres bien conocidos por su sobriedad hablabanen tono de vehemente deseo de los «dulces placeres de Ia libertad».La idea misma de libertad pasó a encarnar toda clase de esperanzasy expectativas. Según comentó un emigrante británico al arribar atas costas de Maryland a comienzos de I 775, «están todos enio que-idos de libertad»."

Los norteamericanos de Ia época de Ia Independencia no se ha-ían propuesto inicialmente transformar los derechos de los inglesesn los derechos del hombre. La primera carta colonial -Ia de Vir-inia, de I606- había concedido a los colonos Ias mismas «liberta-1 ,licencias e inmunidades» que aquellas con Ias que habrían con-tado si hubieran residido «en nuestro reino de Inglaterra». Y siglo ym dio después, los colonos americanos eran partícipes de Ia intensi-fi ación del nacionalismo británico que entonces se vivía, y habíanr 'afirmado su lealtad al rey y a Ia Constitución. La resistencia a IasIn .didas recaudatorias británicas de Ia década de I760 empezó conI1l1a invocación de 10s «derechos» de los norte americanos «comoúhditos britânicos» que eran dentro del marco establecido por Ia;( I1SlilUi n de ran Bretafía, «Ia mejor que jamás haya existidonu' , los homhr 'S >. AI prin .ipi ,Ia oposición a Ias políticas impe-

1111 s np ,I) ;1 prin .ipio hrit: ni ' )s cl ' larga tradi i n (como el de Ia

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no imposición de tributos sin previa representación o el de los jui-cios con jurado) y empleó modalidades de resistencia bien conocidasdesde hacía tiempo en Ia madre patria: desde Ias peticiones y lospanfletos hasta Ias actividades multitudinarias. Las medidas británi-cas de aquella década (como Ia Ley dei Timbre, Ia Ley de Acuarte-lamiento y los llamados Impuestos Townshend) fueron atacadas enocasiones aludiendo a Ia existencia previa de unos derechos natura-les, pero con mucha mayor frecuencia fueron critica das en nombrede los «derechos y privilegios de losingleses nacidos libres», entrelos que se citaban, sobre todo, Ia libertad frente a Ia arbitrariedadgubernamental, Ia seguridad de Ia propiedad, y el derecho a vivir enuna comunidad política cuyas leyes contaran con eI consentimientodel pueblo, manifestado a través de los representantes de éste. Aúnen 1774, Ias invocaciones a Ia ley natural solían combinarse con unamezcolanza de otras formas de reivindicación de Ia libertad, comoocurría con los «Derechos antiguos, constitucionales y concedidospor Carta Real» que invocaron los habitantes de Virginia. Ese mis-mo afio, el primer Congreso Continental defendió sus acciones ape-lando aios «princípios de Ia constitución inglesa» y a Ias «libertades[...] de unos súbditos libres y naturales del territorio soberano delreino de Inglaterra»."

Sin embargo, a medida que eI conflicto se ,fue profundizando,los líderes coloniales pasaron a interpretar Ias políticas de Ia metró-poli como parte de una inmensa conspiración dirigida a destruir Ialibertad de Norteamérica y empezaron a entender su propia resis-tencia como algo más que una simpie revuelta con motivo de unalegislación determinada: su lucha se había convertido en un episodiode un conflicto global entre libertad y despotismo. Las llamadas Le-yes Intolerables de 1774, que ordenaban Ia suspensión del parla-mento de Massachusetts y el cierre del puerto de Boston, represen-taban el estadio final de ese plan británico de «esclavización de Iascolonias». A partir de ese momento, el derecho a resistir frente a Iaautoridad arbitraria y Ia identificación de Ia libertad con Ia causa deDios -tan hondamente arraigados gracias a Ias luchas imperialesdel siglo XVIlI- fueron invocados ontra Ia pr pia ran Bretafía."

La llegada de Ia ind p n I 11 ia volvi irr ,I vant '11 Nort amé-rica Ia noción d los cI 'I"' 'hos d - los ing'1 'S li 1111+dos '., lib irtncl. En

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marzo de 1775, todavía se podía oír a Edmund Burke asegurar en elparlamento británico que los colonos estaban dedicados no a Ia «li-bertad en abstracto», sino a una «Iibertad conforme a Ias ideas y alos principios ingleses». Pero Ia profundización de Ia crisis impulsóinevitablemente a los americanos a fundar sus reivindicaciones so-bre eI vocabulario (más abstracto) de los derechos naturales y Ia li-bertad universal. Fusionando Ia fe evangélica en el Nuevo Mundocomo futura sede de Ia «libertad perfecta» con Ia imagen secular deun Viejo Mundo sumido en Ia disipación y eI autoritarismo arbitra-rio, Ia idea de Ia libertad británica fue transformada en un conjuntode derechos universales y Estados Unidos, en un santuario de liber-ad para toda Ia humanidad. No deja de resultar irónico que fuera un

emigrante de clase baja inglesa, que acababa de llegar a América en774, quien captara de lleno esa imponente visión dei significado

de Ia independencia. Fue Thomas Paine quien proclamó en enero de776 en El sentido común (eI panfleto más leído de Ia época) 10 si-iente:

h, vosotros que amáis a Ia humanidad [...] dad un paso al frente! TodosI 5 rincones dei viejo mundo están invadidos por Ia opresión. La libertad haido perseguida en todo el globo. Asia y África Ia expulsaron de su seno hace

mucho tiempo. Para Europa no es más que una extrafia e Inglaterra le hadado ya aviso para que se vaya. [Acoged, oh, a Ia fugitiva y preparadle ati mpo un asilo para toda Ia humanidadl+

I' rito, como explicó más tarde el propio Paine, para ayudar aiosh mbres «a ser libres», El sentido común anunciaba una profecía de Ia11 I surgiría Ia idea decimonónica de Estados Unidos como «impe-t i de libertad». Libre de Ias cargas institucionales -monarquía,Il'j ocracia, privilegios heredados- que oprimían a los puebIos dei1 j Mundo, América (y sólo América) era eIlugar en eI que podía'h:11' raíces eI principio de Ia libertad universal. Seis meses después,

111 I laración de Independencia legitimaría Ia rebeIión estadouni-dt·ns n s610 invocando los esfuerzos británicos por instaurar unaIirnnía ab lutista» obre Ias colonias, sino haciendo también refe-

I ti 'io o Ios dcre hos naturalcs inalienables de Ia humanidad, entre10 (]U' 10 lil irtnd S )10 .rn sup "'fl Ia cn rango por Ia vida misma. En

)1

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A ambos lados del Atlántico, el gorro de Ia libertad simbolizaba el derechoal autogobierno y, en general, a Ia libertad individual. En un .grab~do dePaul Revere (arriba), publicado en I770 en Ia Boston Gazette, Britannia apa-rece sentada con el gorro y el escudo nacional, denotando Ia identificaciónque por entonces se hacía de Ia libertad con Ia tradición deI ~<inglésn~cidolibre». Cinco anos más tarde, en Ia portada de Ia Pennsyluania Magazme, Ialibertad se había americanizado. EI escudo rnuestra el blasón de Ia coloniay Ia figura femenina está rodeada ele armas eI h1 lu hn parrióti n, inc1,uicloun saco de cartuchos colgado d un :lrbol y marcado '011 Ia pnl:1hra «hbcr-tad». (Socicdnd r fislÓl'i ':1 d ' Chi 'n~(); So ,i 'dnd ÂII!Í '1I1I1'i1lÂIl1 'l'i(,:1I1:1.)

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

Ia Declaración, eran «Ias leyes de Ia naturaleza y el Dios de esa na-turaleza», y no Ia constitución británica ni Ia herencia deI inglésnacido libre, los que justificaban Ia independencia. La idea de liber-tad como derecho natural se convirtió en un lema de llamamientoa Ia revolución, un criterio con el que juzgar Ias instituciones exis-tentes y una justificación para su derrocamiento. La libertad habíadejado de ser un conjunto de derechos concretos o un privilegioreservado a un cuerpo colectivo de personas en unas circunstanciasociales específicas, para convertirse en un derecho universal y abier-

to. Y Ia contradicción entre el ideal de libertad universal y Ia realidadde una sociedad acuciada por Ias desigualdades afectaría a Ia vidapública estadounidense durante Ia Independencia y mucho tiempodespués."

Así pues, de igual modo que Ias raíces de Ia libertad estadouni-dense residen en Ias tradiciones de Ia libertad cristiana y del inglésnacido libre, su transformación en una ideología nueva y distintasurgió de Ia lucha por Ia independencia y de Ia creación de un Esta-d nacional que se definió a sí mismo, en palabras de] ames Madi-s n, como el «taller de Ia libertad para el Mundo Civilizado». En

a «república de Ia mente», por tomar prestada una expresión deusseau, tanto una nueva historia nacional recién inventada como

,I upuesto destino atribuido a esa nación giraron en torno a Ia ideati i Iibertad. «Nuestros antepasados -escribió ]efferson en I775-li jaron su tierra natal para buscar en estas costas un hogar para Ialib rtad civil y religiosa», una manera inspiradora (aunque un tantolimitada) de explicar los numerosos motivos que llevaron a los colo-1l0S hasta América. En cuanto al futuro, el conmovedor comentario11 aine en El sentido común (<<disponemos del poder de recomenzar1·1 rnundo») era representativo de un modo de entender Ia Indepen-11 ncia estadounidense como un acontecimiento de trascendental1111\ rtancia histórica, una idea reiterada en innumerables sermo-11 s, tratados políticos y artículos periodísticos de Ia época. Desde eljll in ipio, Ia devoción por Ia libertad constituyó Ia esencia del nacio-11 ilism nortearnericano."

Adcmás de constituir un contundente rechazo de Ia autoridadIUI\> irial, Ia rcvolución in I .pcn lcntista tarnbién hizo que se cuestio-11\1':111 istru ruras d . pod 'I' h 'I' xladas ')) Ia propia N rtearnérica. La

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revolución real, según escribió Paine, fue intelectual: «Vemos conotros ojos, oímos con otros oídos y pensamos ideas distintas de como10 hacíamos anteriormente». En su repudio de Ia corona y del prin-cipio de Ia aristocracia hereditaria, muchos norte americanos mos-traban igualmente su repulsa ante Ia idea misma de Ia desigualdadhumana y Ia sociedad de los privilegios, Ias influencias y el estatusinamovible que aquellas venerables tradiciones encarnaban. La na-turalidad aparente con Ia que J efferson afirmó en Ia Declaración«que todos los hombres son creados iguales» anunciaba un princi-pio verdaderamente radical cuyas implicaciones nadie fue capaz deprever en su totalidad. En Ia América deI Norte británica, se creíaque el buen orden de una sociedad dependía de Ia obediencia a Iaautoridad, es decir, deI poder de los gobernantes sobre sus súbditos,de los esposos sobre sus esposas, de los padres sobre sus hijos, de losamos sobre sus siervos y sus aprendices, y de los duefios de esclavossobre estos últimos. La desigualdad había sido un elemento funda-mental del orden social colonial; Ia Independencia 10 ilegitimó enmuchos sentidos. A partir de entonces, Ia libertad estadounidensepasaría a estar inextricablemente unida a Ia idea de igualdad (al me-nos, para quienes pertenecían al círculo de los ciudadanos libres):igualdad ante Ia ley, igualdad de derechos políticos, igualdad deoportunidades económicas y, en opinión de algunos incluso, igual-dad de situación. «Cuando empleo Ias palabras libertad o derechos-explicaba Paine- quiero que se me entienda que me refiero a unaigualdad perfecta de ambas cosas. [...] El suelo de Ia Libertad estan igualado como Ia superfície del agua». '7

En el ambiente igualitario de Ia Norteamérica de Ia Indepen-dencia, fueron varias Ias relaciones de dependencia y Ias formas defalta de libertad de antigua raigambre que, de Ia noche a Ia mafiana,pasaron a parecer ilegítimas. El ruego de Abigail Adams a su mari-do para que tuviera «presentes a Ias damas», su recordatorio en elsentido de que Ias mujeres, en no menor medida que los hombres,no debían estar «vinculadas por ley alguna en Ia que no hayan tenidovoz ni representación», es bien recordado en Ia actualidad. Menosconocida es Ia respuesta que le dio el propi John Ac1amsy que ilus-tra Ia sensación d desmoronami nto d t da .lnsc 1, id as h reda-das el c1efer'n 'ia qu ' se vivi) por mton ' 'S:

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

Nos ~an dicho que nuestra lucha ha aflojado Ias ataduras del gobierno pdoquier: que 10s hijos y 10s aprendices se han vuelto desobedientes querescu~las y Ias ~niversidades son hoy más turbulentas, que los índios ha~desairado a qU1eneslos custodian y que los negros son ahora más insolentecon sus amos. s

~a,raJo~ Aelams, aquel vendaval igualitario (incluida Ia reivindica-10n de hbertad política formulada por su esposa) suponía una afren-

ta contra el orden natural de Ias cosas."AI final, Ia Independencia no pus o fin a Ia obediencia que 10

v~~ones cabezas de farnilia estaban facultados a exigir de sus esposass

IUJo~,e~pleados y esclavos. Pero para los hombres 1ibres, Ia demo~IratlZaCl~n de Ia libertad fue espectacular, y en ningún otro ámbito

~e. ma: ,que en 10s ataques contra Ia limitación tradicional deIaI articipacion política al ámbito de Ios propietarios. «Todos, desdeeI'1.< p~tero hasta eI senador, somos ahora políticos», proclamaba unr mitente bostoniano en una carta de 1774. En todas Ias coloniI s campafías electorales se convirtieron en audaces debates sob~~I fu.~damentos del gobierno, en Ios que no sólo Ia élite culta, sino1 nmbién Ios artesanos, 10s granjeros y los trabajadores asalariadol~e ~mer~í~n co~ conciencia propia como un nuevo elemento de~

I 1 aJe P?htlc?), discutían sobre temas como Ias elecciones anuales,('I su.fr.a,glOuniversal ~asculino, Ia tolerancia religiosa o, incluso, Ia1\, lición de Ia esclavitud. La milicia, compuesta en su mayoría por

I1 I rnbros .de los «órdenes inferiores», que incluían a los siervosyI:), ap~end1ces, se.c~nvirtió en una «escuela de democracia política.

\I miembros eXlglan el derecho a elegir a todos sus oficiales e insis-1 1~11n Ia concesión deI derecho al voto para todos los soldados, CUl11-I It se~ o no con Ias condiciones de edad o de niveles de propiedadIoqueridas. Con ello instauraron una tradición de larga duracióupor Ia que el cumplimiento deI servicio militar permitiría a diverso

t up s .excluidos reclamar su derecho a Ia plena ciudadanía. S

U1e~~sdurante Ia Independencia pedían elecciones anualesy11 '.pan~lOn e1el~erecho aI voto no se planteaban simplemente IaI ti li J 11ele] vínculo entre propiedad y sufragio sino tarnbi

I fi' , ,leu

111\ r 'C "\1111611dei concepto mi m de «propiedad». AI términoI I, 'I"n r .volu .ionnria, ,I '00' .pro de pr picda I se había ampliado

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hasta incluir derechos y libertades además de posesiones físicas. «Unhombre -declaró Madison en Ia Convención Constitucional de1787- es propietario de sus opiniones y de Ia libertad de transmi-tirlas, es propietario de [...] Ia seguridad y Ia libertad de su persona».Afias más tarde, él mismo se referiría a Ia obligación que tiene elgobiemo de proteger tanto el derecho a poseer propiedad como Ia«propiedad» del ciudadano sobre sus derechos. La propiedad dejabaasí de ser un requisito previa para Ia libertad: esta última podía con-cebirse como una forma más de propiedad;"

La concepción de Ia propiedad como idea que incluía Ia propie-dad sobre la propia persona ayudó a democratizar Ia nación política.Si todas Ias personas eran propietarias de sus derechos, no habíamotivo lógico para que no participaran sin excepción en el gobiemodel país. Antes de Ia independencia, el derecho al voto había estadosujeto a complejas restricciones que variaban según Ia colonia. Entodas ellas, sin embargo, Ias requisitos de propiedad, aun resultan-do menos excluyentes que en Inglaterra debido a Ia extendida dis-tribución de Ia propiedad en sí, bloqueaban el acceso al sufragio aquienes eran considerados incapaces de tener un juicio indepen-diente (oficiales sin taller propio, siervos, aprendices y personas po-bres). En general, Ias mujeres estaban excluidas del voto (aun cuan-do ocasionalmente había habido muj eres propietarias -viudas, en" ,su gran mayoría- que habían podido acudir a Ias umas) y muchascolonias imponían también requisitos religiosos de uno u otro tipo.La lucha por Ia independencia galvanizó Ia participación de cientosde miles de personas situadas hasta entonces fuera de Ia nación po-lítica. «Todo hombre pobre -escribió alguien desde Maryland-tiene una vida, una libertad personal y derecho a disponer de susingresos», por 10 que el voto era un derecho universal y no un privi-legio: el «derecho inherente ai sufragio libre» era «el más grandederecho de un hombre libre». «El sufragio -proclamaba una peti-ción formulada desde Carolina del Norte por un grupo de personasprivadas dei derecho ai voto- [era] un derecho esencial para (e in-separable de) Ia libertads-i'"

Los patriotas conservadores se batieron con coraje por reafirmarIa lógica en Ia que se basaban Ias viejas rcstriccion .s, La propicdad,y nada más que Ia propi xlad, insistía john Aclam», flip1ifi -:lha inde-

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

pendencia; quienes carecían de ella no tenían «juicio propio. Hablany votan siguiendo Ia dirección marcada por algún hombre que sí espropietario». Adams temía que Ia supresión de Ias requisitos de pro-piedad llegara a «confundir y destruir todas Ias distinciones, hastareducir todos Ias rangos a un único nivel cornún». Pero ésa era pre-cisamente Ia meta de Ias demócratas radicales de Ia época. Aun así,pese a adentrarse bastante por Ia senda de Ia concepción del votocomo un derecho y no como un privilegio, no solían Ilegar al puntode propugnar el sufragio universal, ni siquiera para todos Ias hom-bres libres. Las constituciones más democráticas de Ias nuevos esta-dos, como Ia de Pensilvania, suprimieron Ias requisitos electoralesrelacionados con Ia propiedad, pero Ias sustituyeron por Ia obliga-ción de pagar un impuesto electoral, 10 que permitió acceder ai su-fragio a Ia práctica totalidad de Ia población masculina libre dei es-tado, pero siguió excluyendo del derecho al voto a un reducidonúmero de varones (básicamente, Ias indigentes y Ias sirvientes do-mésticos). El propio Paine, que consideraba que el derecho a Ia par-ticipación política era «inseparable dei hombre como tal hombre»,creía que quienes elegían trabajar sirviendo en otras casas (y, por 10tanto, cedían voluntariamente su autonomía) podían perderlo tem-poralmente. Paine seguía asumiendo, pues, que «Ia dependenciadestruye Ia libertad». Pese a todo, y dado que el pago de impuestosno implicaba que un hombre fuese económicamente independiente,se requisito electoral modificado representó un cambio extraordi-

nario con respecto a Ia práctica habitual en tiempos coloniales. Ele-vó Ia «libertad personal», en palabras de un ensayista de Maryland,a una posición más importante que Ia posesión de propiedad a Iahora de definir Ias fronteras de Ia nación política."

En líneas generales, Ia Independencia fue un momento de granxpansión del derecho al voto gracias a: Ia sustitución de Ias requisi-

t s de propiedad por el pago de impuestos específicos en algunos.stados, Ia reducción sustancial en otros de Ias niveles mínimos depr piedad de bienes raíces establecidos y Ia concesión generalizadacI I derecho de sufragio a Ias soldados. Evidentemente, el debates brc cl sufragio se prolongaría durante muchas décadas. Para losvnroncs blancos, cI proceso d ' dcmocratización no aIcanzó su fin detrnyccro hasta Ia ira d 'Ja{'!<l!ol1j pura Ias mujeres y Ia población no

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blanca, aún quedaba mucho más por recorrer. Pero incluso en tiem-pOSde Ia Independencia, e! proceso tuvo una profunda repercusiónen Ias definiciones de libertad predominantes. En ellenguaje popu-lar de Ia política, cuando no en e! propio derecho, libertad y sufragiose habían vuelto términos intercambiables. «~Cómo puede decirseque un hombre es libre e independiente -se preguntaron los veci-nos de Lenox, Massachusetts, en 1778- cuando no se le permitetener voz» en Ias eIecciones? A partir de aquel momento, Ia libertadpolítica (e! derecho ai autogobierno) pasaría a significar no sólo,como en e! pasado, el derecho de un pueblo a ser gobernado por susrepresentantes electos, sino también el de un individuo a Ia partici-pación política."

En materia tanto económica como política, Ia Independenciarevisó Ias líneas fronterizas entre quienes eran libres y quienes no.En Ia Norteamérica colonial, Ia esclavitud era uno más de los múlti-pies sistemas «no libres» de trabajo. En Ia generación que siguió almomento mismo de Ia independencia, con Ia rápida disminución delos siervos por contrato bilateral y de los aprendices, y con Ia trans-formación de! servicio doméstico remunerado en una ocupación re-servada a trabajadores negros y a mujeres blancas, desaparecieronlos estados intermedios entre Ia esclavitud y Ia libertad (ai menospara los varones blancos). El declive de estas modalidades laborales(muy anterior al momento en e! que dejaron de estar extendidas enGran Bretafia) tuvo numerosas causas, entre Ias que se pueden citarIa disponibilidad creciente de trabajadores asalariados y Ias medidastomadas por un número considerable de siervos y aprendices queaprovecharon Ia agitación propia de Ia revolución independentistapara huir del control de sus sefiores. Pero Ia democratización de Ialibertad desempefió un papel importante. La «libertad parcial» eraun contrasentido y Ia servidumbre pasó a ser vista cada vez máscomo una condición incompatible con Ia ciudadanía republicana.En 1784, un grupo de neoyorquinos «respetables» liberó a todo unpasaje de siervos por contrato que acababa de atracar en eI puerto deIa ciudad alegando que e! estatus de éstos era «contrario a [...] Ia ideade libertad que tan felizmente ha instaurad cs c país».

En 1800, Ia servidumbre por ontrato I ilat .ral había d sapar -cido prácticam .ntc d . Fstados nid s y ·1 npr 'ndiznj' '01110 insti-

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

tución laboral estaba en franca decadencia. Ambos cambios hicieronmás acusada aún Ia dicotomía entre libertad y esclavitud, y entre unaconomía nortefia basada en 10 que acabaría conociéndose como

«mano de obra libre» y un Sur cada vez más fuertemente ligado aitrabajo de Ios esclavos. En e! transcurso de ese proceso, incluso set ransformó el significado mismo de términos como master (<<amo»o

efior») y servant (<<siervo»o «sirviente»). En e! Norte, donde erannsiderados una ofensa contra Ia libertad personal, cayeron en de-

suso. Los trabajadores dependientes pasaron a referirse a su emplea-I r como «jefe» en vez de «amo», y los sirvientes domésticos pasa-" n a ser llamados «asistentes», En el Sur, «amo» significaba duefioti esclavos y «sirviente» se convirtió en un eufemismo de esclavo.v

Zarandeados por acontecimientos inesperados, los norteameri-anos de Ia era de Ia Independencia sondearon no sólo el significado

ri Ia libertad, sino también los medios necesarios para preservaria.111 teresados por Ias condiciones sociales de Ia libertad, les preocupa-lia saber si una república podía sobrevivir con una numerosa clased pendiente de ciudadanos. La influyente Declaración de Derechos11' Virginia de junio de 1776, redactada por el hacendado y líderp lítico George Mason, describía aios ciudadanos como «igual-1I nte libres e independientes», 10 que sugería una conexión entreI s ualidades de Ia libertad, Ia independencia y Ia igualdad. «EI re-p. r o general y tolerablemente equitativo de Ia propiedad de bienes, ,r es -proclamó Noah Webster- es Ia única base de Ia libertad11'1 ional. La igualdad -afiadió- [era] el alma misma de una repú-"li a», muysuperior en importancia a Ia libertad de prensa, aiosJ ri ios con jurado y a otras «salvaguardias de Ia libertad». Hasta un(onservador como John Adams, que desconfiaba de Ias pretensionesti '1)1 cráticas de Ia época, no dejaba de creer que «Ia igualdad dellh rtad» hacía preciso permitir que «todos los miembros de Ia so-l' lad» adquirieran tierras «para que Ia multitud pudiera ser duefiati p .quefias haciendas». EI objetivo no era tanto Ia igualdad mate-, 11 ' m Ia independencia generalizada de Ias unidades domésticas

I supr sión de trastornos sociales como el de Ia pobreza extendi-dll, .onsid rada in mpatiblc 011 Ia autonomía.>

.unnd J F~rson SlISI it \Iy t::1 «propiedad» por «Ia búsqueda de1I Ieli .idnd in ln collocidn trfn 111to 'I"Hnl1 on la qu se abría Ia

I)

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Declaración de lndependencia, unió el signo de Ia nueva nación conun proceso democrático y abierto en el que los individuos desarro-llen su propio potencial y traten de hacer realidad sus propios obje-tivos vitales. La autorrealización individual, libre de trabas guberna-mentales, se convertiría así en un elemento central de Ia libertadestadounidense. Si se toma seriamente como objetivo, Ia igualdad deoportunidades puede tener consecuencias casi tan perturbadoras delorden de Ias instituciones y Ias jerarquías tradicionales como Iasreivindicaciones de igualdad material. No hay duda de que muchoslíderes revolucionarios de Ia era de Ia lndependencia dieron porsentado que, en Ia nueva república, Ia igualdad de oportunidadesdesembocaría en un estado bastante aproximado al de Ia igualdadmaterial. Abolidos los privilegios hereditarios y los monopoliosmercantilistas, y abierto así el acceso a Ia riqueza a todos 10s hom-bres de talento, Ia «libertad perfecta» de comercio y Ia libertad de10s trabajadores para buscar el empleo que consideraran más desea-ble permitirían que todos los ciudadanos industriosos adquirieranpropiedades. Dadas, además, Ias circunstancias excepcionales deINuevo Mundo, con sus extensas áreas de tierras disponibles y suabundante población de granjeros y artesanos independientes, noparecía que existiera contradicción alguna entre una economía delaissez faire liberal y una autonomía económica generalizada. Elimi-nados los favoritismos gubernamentales, el funcionamiento naturalde Ia sociedad acabaría por generar justicia, libertad e igualdad. je-fferson argumentó que, en vista del rápido aumento de Ia demandainternacional de cereales estadounidenses, Ia libertad de comerciobeneficiaría aIos norte americanos corri entes y crearía Ias condi cio-nes materiales propicias para una ciudadanía propietaria y empren-dedora. Un gobierno con poderes limitados permitiría que los ciu-dadanos adquirieran tanto una auténtica independencia económicacomo un carácter virtuoso, 10 que conciliaría el orden con Ia liber-tad, y Ia igualdad con Ia libertad."

La equiparación reforzada de Ia autonomía con Ia libertad nopodía menos que traer a colación Ia cuestión de Ias precondicionessociales de Ia libertado Si Ia dependencia econórni a rcaba servilis-mo político, ~no se dcbcría gnrantizar aios .iudadnnos d ' una r pú-blica cI a eso a Ia propi '(\:1(\ produ ,tiV:1? Ln vin '1111 'i )11 de Ia pro-

7

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pi dad con Ia libertad, que anteriormente se había empleado para11 finir Ias fronteras de Ia nación política de tal manera que quedasen• cluidas de ésta Ias personas que no fueran propietarias, podía sertransformada así en un derecho político por quienes querían ser pro-pi tarios de tierras. A partir de los diversos conflictos por el acceso a10 territorios occidentales sostenidos no sólo con Gran Bretaíía, sinornrnbién con acreedores, terratenientes e indios, por ejemplo, los1'( lonos de Ia frontera fueron forjando su propio lenguaje diferen-i. do de libertado Cuando un grupo de ciudadanos de Ohio pidió al

(: ngreso en 1785 que éste arremetiera contra los terratenientes y IosI peculadores que estaban acaparando Ia superficie de terreno dis-11 inible, su lema fue «concédannos libertad». Las reclamaciones de\(' ieso preferente a Ia tierra formuladas por los colonos se funda-

ItI mtaban en Ia idea de que Ia posesión de propiedad, por emplearlI. palabras de un congresista por Carolina deI Norte, era «una si-t 1111 ión conducente a Ia libertad y deseada por todos».

Otros buscaron por diferentes vías que el gobierno procuraraurc nomía (y, por consiguiente, libertad) económica para quienes

110 Ia poseían aún. La reivindicación de igualdad indujo también a Iamguardia más radical de los revolucionarios independentistas a re-

I lurnar del gobierno que garantizara que todos los norteamericanosnzaran por igual de «Ias bondades y los beneficios» derivados de Ia

111(1 pendencia nacional. La democratización del sistema político de111 tados tras Ia independencia desató una avalancha de promulga-I run S de normas destinadas a fortalecer Ia autonomía económica:ti i de deudas, política fiscal más equitativa y concesiones directasIII li rras a quienes no Ias poseían. En nombre de Ia libertad, seI" S intaron peticiones incluso a propósito de limitar Ia cantidad de1" opi dad acumulable por un solo individuo. Con independenciaII1 I sensatez de cada una de aquellas medidas (y no olvidemos que,I 1I 'li njunto, alarmaron de tal forma a quienes propugnaban una1'111 ti a fiscal y económica prudente que acabaron por inspirar eluruvimiento de defensa de un gobierno nacional más fuerte que cul-111 I1 '11Ia redacción de Ia Constitución de Estados Unidos), el de-I1 II n si su ría que Ia Independencia había traído a un primer,,11110 cl • Ia P Hti a Ia cuestión de Ias condiciones económicas de IaI 11 1·llId.l~

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Como otros muchos norteamericanos de su generación, Tho-mas J efferson creía que carecer de recursos económicos era carecerde libertado J efferson estaba a favor de un Estado limitado, pero, almismo tiempo, creía que el gobierno podía ayudar a crear el marcoinstitucional de Ia libertado Entre los logros de los que más se enor-gu11ecíaestaban Ias leyes de Virginia que abolieron el mayorazgo (lalimitación de Ia herencia a un linaje específico de herederos paramantener Ia propiedad de una hacienda dentro de una misma fami-lia) y Ia primogenitura (Ia ley que requería que Ias tierras de una fa-milia fueran legadas íntegramente ai hijo varón de mayor edad) a finde impedir el ascenso de una «aristocracia futura» y de establecerlos cimientos de «un gobierno verdaderamente republicano». Conesa misma intención, J efferson propuso conceder cincuenta acres deterreno a «toda persona mayor de edad» que no los poseyera toda-vía, una medida más mediante Ia que el gobierno podía potenciar Ialibertad de sus súbditos." .

J ames Madison, colega y amigo de toda Ia vida de J efferson, coin-cidía con éste en que el granjero y pequeno propietario rural inde-pendiente constituía «Ia mejor base posible de Ia libertad pública».Según escribió el propio Madison, Ia legislación de una repúblicadebía ir dirigida a «reducir Ia riqueza extrema a un estado de me-dianía, y elevar Ia indigencia extrema a un estado de holgura».Pero Madison no estaba contagiado del optimismo congénito deJefferson y le obsesionaba el miedo a que Ias condiciones de igualdadeconómica relativa resultaran ser únicamente temporales. EI desa-rro11o económico -advirtió a Ia Convención Constitucional- aca-baría inevitablemente por producir una sociedad con una mayoríadesprovista de propiedades y con un marcado conflicto de clase en-tre ricos y pobres. ~Cómo podría sobrevivir un gobierno basado enIa voluntad popular cuando los formantes de una mayoría democrá-tica, hartos de no ser propietarios, tratasen de expoliar a los ricos?Para Madison, Ia respuesta pasaba por estructurar el sistema de go-bierno de tal forma que impidiera que ningún grupo de interés eco-nómico particular alcanzara el poder por sí solo. Con su elaboradosistema de controles y contrapesos y su división d Ia s beranía, IaConstitución fue liscfiada, '11 parte, '011 ,I obj '1'0 I posibilitar queel sistema polf: ico r .puhli ':l110 sohr 'vivi '1':1 nl num 'IlIO de ln de-

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EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

i ualdad económica (y de que Ias concentraciones desiguales depr piedad fueran inmunes a Ia interferencia gubernamental). PeroM, dison y Jefferson también estaban convencidos de que Ias cir-runstancias singulares de Ia nueva nación podrían retrasar duranteIIlU ho tiempo el surgimiento de desigualdades económicas de unaI 'ala similar a Ia de Ias de Gran Bretafia y Europa. La expansión1111 'ia el oeste, una opción que, como es obvio, no estaba ai alcancedl'l Viejo Mundo, sostendría el «régimen de libertad» dei Nuevo.IC.11 I fondo, ahí radicaba un poderoso y duradero suefio americano:I I ti una sociedad de individuos libres igualados por Ia prodigalidaddI I, naturaleza.f .

cEl gobierno activo y enérgico era una amenaza a Ia libertad o,11 manos de una ciucladanía virtuosa, constituía la.encarnación rnis-

111' I Ia libertad política? Para Paine, el Estado era un mal necesa-1111, una «sefial de Ia pérdida de Ia inocencia». Para Samuel Adams,I ún escribió en 1785, Ia autoridad política difícilmente podía serI ta como un peligro para Ia libertad, pues «nuestro gobierno ac-

11'" tiene en Ia libertad su propio objeto»;'? Pero el repunte iguali-1,1 I is a propiciado por Ia revolución independentista despertó rece-ICI mtre dirigentes influyentes de numerosos estados, temerosos de11 11' 1experimento de Ia independencia terminara por irse a pique si1111 hallaba Ia forma de aislar al gobierno de Ias pasiones popula-IC , .reando una estructura gubernamental con Ia que pretendían,I fll I" tras cosas, garantizar «los beneficios de Ia libertad», los auto-I I de Ia Constitución instituyeron nuevas formas de entender Ia li-111I tn Ipolítica y civil que, con el tiempo, afectarían profundamented '\11'5 futuro de Ia historia estadounidense.

1 urante Ia lucha por Ia independencia, alguien que escribía des-clc M ssachusetts comentó que, mientras se debatia Ia Constitución,

I \ insia públicas estaban dei lado de Ia Iibertad». Entre los artífi-II d I ixto, sin embargo, Ia libertad había perdido parte de su an-te I 01' lustre. En 1775, John Adams había insistido en recordar queI I 11 spotisrn democrático es un contrasentido». Pero los nacio-

11di 11S '0111 Madison acabaron convenciéndose durante Ia décadaclc '7H de que cl autogobierno popular, Ia esencia de Ia libertad1'111 ti' r, ','\1 unn 11m .nnza para 1:1s 'guric1a I de Ia propiedad y, porI" 1111110, d 'h II r 'slf'inp;il's ' 11111'11 qu ' 1:1Jib .rrad flor icsc, «TInto

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pueden poner en peligro Ia libertad -escribió Madison en EI fede-,ralista-los abusos de ésta como los abusos del poder». Por decidode otro modo, Ia libertad pública podría poner en peligro Ia liber-tad privada, como Ia libertad política podría hacer peligrar Ia libertadpersonal, a partir del momento en que se pone el poder en manosdel pueblo. Madison tenía muy presentes Ia tempestuosa cotidianei-dad democrática en el seno de los estados durante Ia década de 1780y los ataques colectivos contra el orden público del estilo de Ia Re-belión de Shays de 1786-1787, en Ia que unos granjeros acuciadospor Ias deudas (muchos de ellos ex soldados de Ia guerra de Indepen-dencia) clausuraron los juzgados del Massachusetts occidental paraimpedir Ia pérdida de sus propiedades a manos de los acreedores.Que emplearan árboles y mástiles de Ia libertad, los emblemas de Ialucha por Ia independencia, como símbolos de su propia causa nosirvió para se granjearan el aprecio de los defensores de Ia ley y elorden.f

Lo que los artífices de Ia Constitución pretendían en última ins-tancia era conciliar el sistema republicano de gobierno con Ia estabi-lidad social mediante Ia difusión del poder político, Ia prohibición alos estados de cualquier contracción de los derechos de propiedad yel equilibrio entre Ias aspiraciones interesadas de diversos grupossociales en conflicto. Madison no abandonó Ia idea de que «Ia virtuddel pueblo» era el sostén esencial de Ia libertado Pero en un mundoen el que Ia virtud cívica parecía quedar aplastada bajo el interéspropio, Ia preservación de Ia libertad tendría que depender de Ia pro-pia maquinaria gubernamental y no del carácter del pueblo: un pasomuy importante en Ia transición de Ias premisas republicanas a Iasliberales entre Ia élite política. Aun así, Ia idea republicana de queIas decisiones políticas y Ias relaciones económicas debían reflejarun interés por el bien común más que por Ia ganancia privada sobre-viviría mucho tiempo a Ia era revolucionaria.

Madison, Alexander Hamilton y los demás arquitectos de IaConstitución fueron constructores nacionales. Hamilton fue quizáel más firme proponente de un gobierno «enérgico» que capacita-ra a Ia nueva nación para tener una presencia comercial y diplomáticapoderosa en los asuntos intcrnacionales. •1poder y Ia libcrtad, in-sistía él, ran ornpl '111 .ntnrios, no antit ti 'os, Y' <lu' 1,1 segunda

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EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

I· I rb rada alegoría, extraída de un almanaquepublicado en Boston en 1781,I li ln que se representaba Ia independencia estadounidense como un triunfodi 10 libertad. La claveque Ia acompafiaba explicael simbolismo: «r. Amé-I ('I) sentada en ese sector del globo con Ia bandera de Estados Unidos on-d! indo sobre su cabeza,y sosteniendo, en una mano, el ramo de olivo conI I rue invitaa Iosnavíosde todas Iasnaciones a ser participe de su comercio,\', ('11 Ia otra, e! paIo sobre el que cuelga el gorro de Ia libertado2. La fama,1111) 13mando Iasgozosasnuevas a todo e!mundo. 3.Britannia, llorando por1.1 p relidade! comercio americano y asistidapor un genio maligno [el dia-"10 I, 4· La bandera británica partida sobre su poderosa fortaleza. 5. Losli me e, los espaíioles y los holandesesnavegando por los puertos de Amé-I (11, 6. Una vista de Nueva Yorken Ia que se exhibe al Traidor [Benedicr]

urold que, afligido por el remordimiento tras haber vendido a su país, se11I '01 ado como un judas». (SociedadAnticuaria Americana.)

Ili 'isa ba de «un grado apropiado de autoridad para hacer y ejecutar1I I, s con vigor». Aunque Madison no concebía el gobierno fede-," 'OJn un poder tan firme y enérgico como el que propugnaba1I milt n, él también tenía el propósito de potenciar Ia autoridadIII 'ionnl. •I may r peligro para Ia libertad, según creía Madison,I ull 'nba '11 I pod r in .ontrolado de Ias mayorías a nivel de Ias es-j Hln, , AIII1QU ,1:1 :01 v '11 ,i in 1" .hnz ) Ia propu sta ele Maelison de

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facultar al Congreso para derogar leyes estatales, Ia Constituciónfinalmente aprobada por aquélla creó un gobierno central muchomás poderoso que Ia débil autoridad instaurada por los Artículos deIa Confederación, el marco precedente dei sistema de gobierno es-tadounidense."

Así pues, los creadores de Ia Constitución entendían que Ia li-bertad era tanto Ia base fundacional de Ia autoridad gubernamentalcomo una amenaza a Ia gobernabilidad que debía mantenerse bajocontroI. En este sentido, el texto constitucional representó un re-pliegue con respecto al efervescente auge democrático que habíaacompafiado a Ia lucha por Ia independencia. «El mismo entusiasmoque nos luzo actuar a favor de Ia libertad en los anos 1774 y 1775-comentó Benjamin Rush, uno de los líderes de Ia lucha indepen-dentista en Pensilvania->- se deja sentir hoy en todas Ias clases, peroa favor del gobierno». Es dudoso, sin embargo, que «todas Ias clases»coincidieran realmente en esa opinión, pues el proceso de ratifica-ción constitucional desató un debate de alcance nacional a propósitode cuáles serían los medi os más adecuados para preservar Ia libertadpolítica. Los antifederalistas, como se llamaba a quienes se oponíana Ia ratificación, insistían en que Ia Constitución desplazaba excesi-vamente el centro de gravedad entre Ia libertad y Ia autoridad haciaesta última. La libertad, según creían, estaba más segura en manosde comunidades más pequenas guiadas por el objetivo dei bien co-mún que en Ias de un poder federal distante y protector de interesesprivados. El «gobierno consolidado» previsto en Ia Constitución, selamentaba Patrick Henry, podía dar lugar a «un gran y poderosoimperio», pero a costa de Ia libertado «~Qué es Ia libertad? -se pre-guntabaJames Lincoln, de Carolina dei Sur-. El poder para gober-narnos a nosotros mismos. Si adoptamos esta Constitución, 2dis-pondremos de tal poder? No».4'

AI final, como es bien sabido, se logró Ia ratificación a cambio,en parte, de que se afiadiera Ia Carta de Derechos. El redactadoconstitucional original, según aducían los antifederalistas, dejabadesprotegidos frente a Ia intervención gubernamental «aquellos de-rechos personales e inalienables de los hombres» sin los que «nopuede haber libertad». Madis n estaba tan c nven ido d que losequilibrios y contrap sos d . la ,ol1sti li .ión prot 'g 'r nn ln lib rtad

EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

que consideraba «redundante o inútil» Ia inclusión de una Carta deI rechos. Las enmiendas dirigidas a restringir eI poder federal,( " \Ía él, no tendrían efecto alguno sobre el peligro que para Ia liber-I ItI planteaban Ias mayorías descontrola das dentro de los estados, y11 inguna lista de derechos sería capaz de prever jamás Ia multitud de111 neras de proceder mediante Ias que podrían funcionar los parla-111 intos estatales en el futuro. «Las barreras de pergamino» acaba-I nn demostrándose menos eficaces frente a los abusos de autoridadi unndo más se Ias necesitase (una apreciación ampliamente confir-III:ldapor momentos de histeria popular como los acaecidos duranteI I ligro Rojo que siguió a Ia Primera Guerra Mundial o durante Ia'Il' McCarthy de los anos cincuenta del siglo xx, cuando todos los

PC) 1ires dei Estado participaron de un atropello continuado e impu-111 de Ia libertad de expresiónj.u

lloy en día, cuando se pide a los estadounidenses que definan IaI h rtad, éstos recurren instintivamente a Ia Carta de Derechos y, enI pc ial, a Ia Primera Enmienda, que contiene garantías sobre Ia li-111 rtad de expresión, de prensa y de religión. Pero Ia Carta de Dere-1110, despertó escaso entusiasmo en el momento de Ia ratificación y111 asi ignorada durante décadas. No sería hasta el siglo xx cuandoI 11l!, zaría a ser venerada comO Ia expresión por antonomasia de IaI I rtad estadounidense. Aun así, Ia Carta de Derechos incidió sutil-IIIlI en eIlenguaje sobre Ia libertado AI ser aplicada inicialmente

I11 ) o) gobierno federal (y no a los estados), reforzó Ia idea de que elIHHIr nacional concentrado suponía Ia mayor amenaza posible a Ia111«-rtad. Y puso en marcha un largo proceso durante el que Ia libertadI' I ) a ser analizada y debatida con el vocabulario de los derechos:11111 h rencia de Ia vieja definición de «Iibertad» entendida como1111 [unto de poderes y privilegios legalizados específicos que habíanIII 1 I a aplicarse a todo «el pueblo» que formaba Ia nación política\ 110 n rupos o localidades particulares. Lo que en el siglo xx se111111 tría Ia «jerga de los derechos» encarnaba una tensión persisten-II " la vida estadounidense entre libertad y democracia. Y es queI,I ti "" hos s n, a nn tiempo, democráticos y nega dores de Ia de-1111' I', 'in: democráticos en el sentido de que pueden ser reclamadosli" odos los iu Ia lanos; antid rnocrático por cuanto han de ser1"111 id( s rI' intc n los nhusos d .pod 'r, in .luido el poder dei propio

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pueblo. Las libertades de expresión y de prensa, por ejemplo, fuerondefendidas como protecciones frente a Ia intrusión gubernamentalen Ia expresión individual e, igualmente, como elementos esencia-les en Ia gobernanza democrática, pues sin un libre fIujo de ideas einformación, ni votantes ni legisladores pueden tomar decisiones deforma inteligente.r'

Pese a todo, el concepto de libertad de expresión entendida comoun derecho individual, personal, estimulado por Ia Primera Enmien-da, suponía ciertamente un cambio radical. El término «libertad deexpresión» se había originado en Gran Bretafia con el fin de prote-ger el debate sin restricciones en el Parlamento; inicialmente, hacíareferencia a Ia inrnunidad penal de los legisladores por Ias opinionesexpresadas durante tales debates, no al derecho de los ciudadanos acriticar aI gobierno. A 10 largo de Ia era colonial, fueron varios losindividuos y editores procesados por pronunciar comentarios «sedi-ciosos» sobre miembros de Ias asambleas legislativas o sobre algunaacción de éstos. La prensa colonial rebosaba de polêmicas sobrecuestiones políticas, y Ia absolución de John Peter Zenger por suscríticas contra el gobernador real de Nueva York había consolidadotiempo atrás Ia validez de Ia verdad como defensa frente a Ias impu-taciones por difamación sediciosa. Pero incluso Jefferson, un fer-viente convencido de que «Ia libertad en general depende de Ia li-bertad de prensa», hizo también hincapié en que quienes llevaban aIpúblico a engano publicando «hechos falsos» debían estar sujetos acastigo. De todos modos, y aun cuando Ia implementación legal deesos derechos estuviera aún pendi ente de desarrollo, Ia Carta de De-rechos hizo mucho por instaurar Ias libertades de expresión y deprensa como piedras angulares de Ia manera popular de entender Ialibertad en Estados Unidos."

Más extraordinario aún fue el reconocimiento constitucional deIa libertad religiosa. En Gran Bretafia, hacía tiempo que los llama-dos disidentes o inconformistas religiosos invocaban ellenguaje deIa libertad para pedir Ia revocación de Ias leyes penales conocidascomo Ias Test and Corporation Acts, que imponían diversos tiposde inhabilitación para 10s no anglicanos. (Pocos de ellos, no obs-tante, incluían aios católic s n sus son ros llarnarnicntos a Ia liber-tad religi sa.) Dada 1:1pr 'S ')1 'ia '/1 .llas d I1l1m 'I'OS:1S .onf siones

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EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

religiosas distintas (cuáqueros, anglicanos, menonitas, moravos, lu-teranos, presbiterianos, baptistas, católicos y judíos), Ias coloniasgozaban de un grado más elevado de libertad religiosa que Ia madrepatria. Pero, aunque colonias como Rhode Island y Pensilvania prac-ticaban desde hacía tiempo Ia tolerancia, Ia libertad religiosa previaa Ia revolución independentista surgió más de Ia realidad del plura-lismo religioso que de una teoría de Ia tolerancia religiosa. La se-paración completa entre iglesia y Estado no existia en ningún lugarde Ia Norteamérica británica. Ni siquiera en Pensilvania, que en1682 otorgó Ia «libertad cristiana» a todos aquellos que reconocie-ran a «un Dios Todopoderoso», estaban exentos los cargos públicosde prestar un juramento afirmando su fe en Jesucristo. Antes de IaTndependencia, Ia mayoría de Ias colonias sostenían instituciones re-ligiosas con fondos públicos y discriminaban a católicos, judíos e,incluso, protestantes disidentes en Ias elecciones y en el acceso a.argos oficiales. En vísperas de Ia independencia, en Massachusettsontinuaba enviándose a prisión a Ios baptistas que se negaban a

pagar impuestos para sostener a los pastores congregacionalistas 10-ales. (<<Nuestro país aboga por Ia libertad ante Ias más altas instan-ias -se quejaban Ias víctimas-, pero Iuego se Ia niega a sus pro-

pios vecinossjt"Como en otros ámbitos, Ia Independencia cataIizó un movi-

miemo que transformó el significado de Ia libertad religiosa. EI im-, ulso dirigido a separar Ia iglesia del Estado reunió a deístas como

.J fferson, que esperaba levantar un «muro de separación» que libe-rara del control teológico tanto a Ia política como allibre ejerciciointelectual, ya miembros de Ias sectas evangélicas, que pretendíanpr teger Ia religión del abrazo corruptor del gobierno y que veían'11 Ia tolerancia un camino que haría posibIe que hombres y mujeres

11.varan vidas verdaderamente cristianas. Por toda Ia nueva nación, abolió Ia oficialidad de Ias que hasta entonces habían sido igIesias, tatales (o, 10 que es 10 mismo, se Ias privó de Ia financiación públi-. y de los privilegios legales especiales de los que habían disfrutadoli sta entonces). Dentro de los estados, Ia religión y Ia autoridadpúbli a continuaron reforzándose mutuamente mediante Ia imposi-i I d c ndicioncs legal s qu impedían el acceso a cargos públi-'os parti los no .ristianos y -, pro .csarniento judicial continuado de

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LA HISTORIA DE LA LIBERTAD EN EE.UU.

delitos como Ia blasfemia y Ia transgresión del descanso domini-cal. Aun así, Ia Constitución -que no contiene referencia alguna aDios- es un documento puramente secular. AI prohibir Ias pruebasde religiosidad para el acceso a los cargos oficiales federales y, en IaPrimera Enrnienda, impedir que el gobierno federal pueda legislarsobre mate ria religiosa, se alejó radicalmente de Ia práctica habitualhasta entonces tanto en Gran Bretaíia como en Ias colonias. Confor-me a Ia Constitución, era y continúa siendo posible -como un crí-tico de aquel entonces denunció- que «un papista, un mahometa-no, un deísta o, incluso, un ateo» llegue a ser presidente de EstadosUnidos.47

Como Ia libertad de expresión y de prensa, Ia libertad religiosavenía a reflejar Ia convicción de que, tal como dijo Madison, Ia con-ciencia era el más «sagrado» de todos los derechos y ninguna auto-ridad política debía influir en su libre ejercicio ni castigarIo. La li-bertad religiosa se convirtió (más aún que otras libertades) en elparadigma de «derecho» entendido como cuestión privada que debeser protegida frente a Ia intervención gubernamental (conforme a Ianueva interpretación de los derechos que surgió con Ia generaciónde Ia época de Ia Independencia). La libertad religiosa ofrecía unanueva lógica justificadora de Ia idea de Estados Unidos como faro yguía de Ia libertado Madison se opuso con éxito a un impuesto deVirginia destinado al sostén general de Ias iglesias cristianas. En suargumentación, puso especial énfasis en que uno de los motivos paraIa separación completa entre iglesia y Estado era el de fortalecer elsignificado de Ia Independencia como algo que «brindaba un re-fugio a los perseguidos y los oprimidos de toda nación y de todareligión». Y Ia libertad religiosa constituía un modelo para el con-junto del sistema de preservación de Ia libertad ideado por el propioMadison. En una sociedad libre, según escribió éste, «Ia fuente de Iaseguridad de 10s derechos civiles debe ser Ia misma que Ia de losderechos religiosos. En el primer caso, reside en Ia multiplicidad deintereses, y, en el segundo, en Ia multiplicidad de sectas». Un libremercado de religiones impediría así que ningún grupo concreto uti-lizara el poder político para imponer sus opiniones a I demás. Enuna nación de abrumadora mayoría ristiana (aunqu n nec aria-mente practicante), Ia separa 'i n mire igl 'sin y l~s1l\do S .rvía para

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EL NACIMIENTO DE LA LIBERTAD ESTADOUNIDENSE

trazar una clara línea divisoria entre Ia autoridad pública y un terre-no definido como «privado», 10 que reforzaba Ia idea de los dere-hos entendidos como restricciones al poder del gobierno."

Así pues, Ia revolución de Ia Independencia democratizó no sólo'1 cristianismo norteamericano, sino también Ia idea misma de Ialibertad religiosa. No deja de ser irónico que, al mismo tiempo que1:1 separación entre iglesia y Estado creaba el espacio social y políticoque permitió el florecimiento de una gran multitud de institucionesI' .ligiosas, Ia cultura de los derechos individuales de Ia que aquellas .paración formó parte amenazara con socavar Ia autoridad de Iasi rlesias. Un revelador ejemplo 10 constituía Ia experiencia de losI Iermanos Moravos, que habían emigrado a Carolina del Norteli .sde AIemania en vísperas de Ia Independencia. Según los mayores11, Ia Hermandad, los miembros más jóvenes de Ia comunidad (comotnntos otros norte americanos de Ia generación revolucionaria) esta-IIr111 empenados en afirmar «su pretendida libertad y sus presuntoscI rechos humanos». Para los mayores, «Ia libertad americana» erapoco más que «una oportunidad para Ia tentación», una amenazapnra el espíritu de abnegación y lealtad comunitaria imprescindi-hle para Ia libertad cristiana. Pero pese a aquellos temores, Ia abo-Ii .ión del carácter oficial de Ias iglesias no puso fin a Ia influencia de1\ religión en Ia sociedad estadounidense, sino todo 10 contrario.( ;racias a Ia libertad religiosa, Ia época posindependentista sería es-I' mario de una asombrosa proliferación de confesiones religiosas.11n Ia actualidad, mientras prosiguen los debates sobre cuál debe ser1\ relación más apropiada entre los asuntos espirituales y los políti-\'0', n Estados Unidos se practican más de r. 300 religiones.s?

«Ríndanse a esta poderosa corriente de libertad americana».Il, imploraba un miernbro del parlamento de Carolina del Sur a

\111 legas en 1777.50 Y Ia corriente de libertad barrió no sólo con IaIllt ridad británica, sino también con el principio del gobierno he-I litario, con Ias iglesias oficiales, con muchos hábitos tradicionalesd , .rvilismo y jerarquía, y con los viejos límites de Ia nación políti-t .1. I r n un área crucial, Ia ola de libertad topó con un obstáculo111' n .cdi a li fuerza torrencial: Ia antítesis de Ia libertad (Ia es-ti, itud) salió de Ia Ind 'P .ndcncia más firmemente afianzada que11111 '\1 '11 10 vida .studounid 'IlS "

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La Libertad mostrando Ias artes y Ias ciencias (1792). Este cuadro de SamueIJennings, encargado por Ia Library Company de Filadelfia, es una de Iaspocas imágenes visuales de Ios primeros tiempos de Ia república en Ias quese vincula explícitamente Ia esclavitud con Ia tiranía y Ia libertad con Iaabolición de aquélla. La figura femenina de Ia Libertad ofrece libras a unosesclavos recién liberados; bajo su pie izquierdo aparecen unas cadenas rotas.(Museo Winterthur.) .

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Los abolicionistas adoptaron Ia campana de Ia Antigua Casa dei Estado, enFiladelfia, como emblema de su causa y Ia llamaron Campana de Ia Liber-tad. Ésta acabaría convirtiéndose en uno de los más venerados símbolos delibertad dei país. (Feria Antiesclavista de Massachusetts, The Liberty Bell,Boston, 1839.)

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LAS FRONTERAS DE LA LIBERTADEN LAJOVEN REPÚBLICA

I.A COMUNIDAD IMAGINADA

Ilacia Ia década de 1830, en plena presidencia de Andrew J ackson, elixioma del gobierno «del pueblo» se había convertido ya en un tó-pi o del discurso político estadounidense. Pero el vigor mismo de Iati mocracia norteamericana y el papel central de dicha democraciaI n la definición tanto de Ia libertad como de Ia nacionalidad misma"i ieron especialmente imperiosa Ia necesidad de definir Ia naciónJl lítica. A medida que se abandonaban viejas exclusiones (en parti-rular, los requisitos de religión o de propiedad para el acceso al()' ), se afiadían otras de nuevo cufio y se iban manteniendo algu-

1118 más. La pujante vida pública de los Estados Unidos de Ia erap,. 'bélica era, a un tiempo, expansiva y excluyente, y sus límites re-\lI aban tan esenciales para su naturaleza como 10 era Ia amplitud de11 alcance. La democracia en América fue capaz de absorber aios

hnmbres blancos pobres del propio país y a Ias oleadas de inmigran-1I procedentes del exterior, pero levantó barreras impenetrables a1.1 I < rticipación de Ias mujeres y los varones no blancos. Estas rnis-IIIOS colectivos quedaron igualmente excluidos de una participación"I no en Ia revolución mercantil. I

, i, por un lado, Ia retórica de Ia libertad ocultó Ia considerable1I1 p indencia económica que Ia nueva república tenía de Ia mano de11111'1 selava, esa presencia misma de Ia esclavitud dio nuevos y con-I1 I li torios significados a ideas tan nucleares de los norteamerica-1111 d 'I siglo XIX como Ias de nacionalidad, clase y libertado La escla-IllId ti t a Ia libertad estadounidense de una importante dimensión

1I1 • .lusividad y fortaleció Ia adopción de un punto de vista «racia-II1 I I) ant el resto del mundo. Su presencia sirvió para sostener Ia11 illdnd de un n pid r' .irni nt material y una expansión de Ias

I li)

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LA HISTORIA DE LA LIBERTAD EN EE.UU.

oportunidades económicas para muchos norteamericanos blancos,al tiempo que limitaba seriamente 10s derechos de los que gozabanlos negros libres. Pero, simultáneamente, el contraste entre Ia liber-tad y Ia escIavitud proporcionó una retórica con Ia que quienes sehallaban fuera de Ias fronteras de Ia libertad estadounidense pudie-ron desafiar su excIusión y, con ello, transformar el significado de Ialibertad misma.

.Córno podia compaginarse Ia fe en Ia libertad como derechohumano universal con Ia excIusión que padecían 10s negros (exclui-dos de Ia libertad -en el Sur- y de muchos de los derechos de loshombres libres -en el Norte-) y Ias mujeres (excluidas de Ia parti-cipación política y de Ias oportunidades del trabajo libre)? Con eltriunfo de Ia democracia, Ias bases intelectuales en Ias que se ampa-raban dichas exclusiones se desplazaron de Ia dependencia económi-ca a Ia incapacidad natural: si Ia frontera venía trazada por Ia natura-leza misma, ya no podía constituir realmente una forma de exclusión.Pero, comoJohn StuartMill se preguntó en una ocasión, acaso «~huboalguna vez una dominación que no pareciera natural a quienes Iaejercían?». Daba 10mismo: incluso el argumento a favor de Ia liber-tad universal queMill expuso en su gran obra Sobre Ia libertad (1859)era aplicable, según el autor, «solamente a seres humanos que sehallaran en Ia madurez de sus facultades». Entre los inrnaduros con-taba él no sólo a los nifios, sino también a «razas» enteras de pueblosque no estaban aún plenamente «civilizados» y que eran deficitariosen cuanto a Ias cualidades requeridas de un ciudadano democrático.También en Estados Unidos existía Ia idea generalizada de que Iasdiferencias raciales y de género formaban parte de una jerarquíaúnica y natural de dones innatos. «~Cómo llegó Ia mujer a estar so-metida aI hombre como 10está hoy en todo el mundo? -se pregun-taba el New York Herald en 1852-. Por su naturaleza, su sexo, delmismo modo que el negro es y siempre será, hasta el fin de los tiem-pos, inferior a Ia raza blanca y, por consiguiente, está y siempre es-tará condenado al sometimiento». Paradójicamente, pues, mientrasque Ia libertad para los hombres blancos suponía un proceso abiertode transformación personal, de desarrollo ai máxim dei potencialinherente existente dentro ti ada ser humano, J debate sobre laciu ladanla, 1:1 r;w,a y ,I Ksn .ro d 's iansnbn sobr ' 111 pr nnisa scn 'Ia-

, I

LAS FRONTERAS DE LA LIBERTAD EN LA ]OVEN REPÚBLICA

1i ta de que el carácter y Ias capacidades de Ias personas no blancas yde Ias mujeres venían fijados por Ia naruraleza.'

Así pues, aquella caracterización común de Ia democracia norte-rnericana como sistema basado en eI «sufragio universal masculino

para los blancos» no parecía contradictoria en sí misma a quieneszaban de Ia libertad estadounidense. Por todas partes, con Ia única

quijotesca excepción de NuevaJersey entre 1776 y 1807, se Ies ne-aba eI sufragio a Ias mujeres, ya fueran éstas casadas o solteras, pro-

pi tarias o dependientes. EI Creador, en palabras de un delegadonsistente a Ia convención constitucional de Virginia de 1829, habíah ho a Ia mujer «débil y tímida en comparación con el hombre, y,p r 10tanto, Ia había confiado al control de éste y bajo su protección».I ado que el derecho de sufragio «implicaba necesariamente libre ca-/wcidad de acción e inteligencia», Ia naturaleza misma había decretado Ia

in apacidad» de Ias mujeres «para el ejercicio deI poder político».'De manera sutil, Ia ideología de Ia «maternidad republicana»,

, tracterística de los primeros tiempos de Ia república y que asignaba, Ias mujeres un cierto papel público como madres de los futuros.iudadanos, fue evolucionando hacia el «culto a Ia domesticidad» deIII diados del siglo XIX. Si, por un lado, esto otorgaba a Ias mujeresrn mayor poder dentro de Ia familia al afirmar su papel como líderes

111 rales de ésta, también minimizaba, por otro, su participación (si-qui ra indirecta) en los asuntos públicos. Para ambos sexos, Ia liber-t [1(1 ignificaba materializar sus cualidades innatas respectivas. Los11 »nbres eran racionales, agresivos y dominantes; Ias mujeres, fami-Ih r s, desinteresadas, dominadas por Ias emociones y, por 10 tanto,111 in s aptas para Ia vida pública. EI mismo sometimiento a Ia volun-(nd d otra persona que se antojaba cada vez más inadmisible en unhornbre libre era considerado una condición natural (y un compor-t uni nto esperado) de Ias mujeres. EI ámbito de Ia política y deiII 'I' ado competitivo era privativo de Ios hombres, mientras que eIhn TO", aparentemente aislado de Ia vida pública.y con una importan-

111' nómica en declive, se mantenía como dominio femenino. Losliumbrcs se movían libremente de una «esfera» a Ia otra; Ias mujeres11 '1'111011 ían enclaustradas en el terreno privado de Ia família.'

La d Ias esferas separadas ra una ideología de Ia que Ia propialIidncl s If,l div rgir. lia .in 1:1 I mdn de r8 o, y gracias a su parti-

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cipación en movimientos como el antialcohol, el abolicionista yotros de tipo reformista, miles de mujeres habían afianzado ya unacierta presencia pública. Pese a todo, el mundo político del sigla XIX,

terreno crucial para el ejercicio de Ia libertad estadounidense, habíasido construido, en parte, por contraposición a Ia esfera femeninadel hogar. Ya en 1776, Jefferson había aba gado por Ia «extensión ~elderecho de sufragio (o, dicho de otro modo, de Ias derechos propiosde un ciudadano)>> a todos los norteamericanos que tuvieran un in-terés permanente en juego en Ia sociedad. Como prueba de tal inte-rés, según él, se aceptaba el «tener una familia». Y si Ia consolida-ción de Ia democracia supuso que Ia posesión de propiedad dejase de'ser necesaria para Ia existencia de una identidad política, el «teneruna familia» continuó siendo un elemento central para el orden po-lítico. El hombre libre continuó siendo definido, en parte, por sucondición de cabeza de familia. La institución del matrimonio si-guió conformando el estatus cívico de hombres y rnujeres: a los pri-meros, les concedió mayores poderes; a Ias segundas, Ias desposeyóde ellos. Incluso quienes optaban por permanecer solteras se veíanafectadas por ella. La idea de que Iasmujeres estaban representadaspor los hombres en el mundo político sobrevivió hasta mucho riem-po después de que Ia noción análoga de que los trabajadores podíanser representados por sus empleadores hubiera quedado ya enterra-

da y olvidada. .La ideología de Ias esferas separadas tuvo hondas repercuslOnes

en Ia idea de Ia libertad estadounidense, ya que limitó considerable-mente el alcance de los ideales igualitarios y democráticos de Ia na-ción. La libertad en el âmbito público no implicaba en absoluto quese gozara igualmente de libertad en el privado. Era probable que el«radical más furibundo», como comentó Ralph Waldo Emerson ensu diarioen 1841, fuese conservador «en relación con Ia teoría delmatrimonio». Más allá del derecho a recibir un «trato digno» de susmaridos y a gozar de aquellas propiedades que la ley les permitieracontrolar, Ias mujeres, según declaró el New York Herald, «carecíande derechos [...] de un mínimo interés público».5

La domesticidad excluía asimismo a Ias mujercs de Ias oportuni-dades del trabajo libre. En una cc nornía d ' m r .ado m Ia que Iamano de obra signif 'nbo 'odo v ',/,1l16s un trahnjo qu . produ ·ra un

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valor monetario, había dificultades crecientes para imaginar que esamano de obra libre englobase a otras personas que no fueran hom-bres. ~as mujeres no podían competir libremente por el empleo,p~es solo teruan unos pocos trabajos mal remunerados a su disposi-cion, Tampoco podían ser consideradas como trabajadoras asalaria-das que ejercían su libertad de contrato: según el derecho consuetu-dinario, Ias mujeres casadas no estaban autorizadas a firmar acuerdoscontractuales .independientes ni a presentar demandas judiciales ennombre proplO, y no fue hasta después de Ia guerra de Secesióncuando los diversos estados les fueron reconociendo el control sobrel~s sueldos que percibían. Y aún entonces, el marido siguió rete-niendo un derecho de reclamación como propietario sobre el traba-jo doméstico de su esposa."

Las idea~ preponderantes por aquella época en materia de géne-ro, que consideraban Ia existencia de Ia mujer como externa al ám-b~to del mercado laboral, guardaban escasa relación con Ia experien-era de tantas y tantas mujeres que, en algún momento de su vidatrabajaba~ o habían trabajado a cambio de un salario. Además, en laclase media, el cu~to a Ia domesticidad ocultaba el hecho de que elhogar era, en realidad, un lugar de trabajo más. Lydia Maria Childcuyo popular libro The Frugal Houseioife, publicado en 1829, preten~día preparar a Ias mujeres para el mundo real de Ia revolución mer-cantil (uno de sus capítulos llevaba el título de «Cómo soportar Iapobreza»), sostenía a su familia con su actividad como escritorapero s~ diario revela que, en un solo afio, también cosió 36 prenda~de ~estlr y,pre~ar~ más de setecientas comidas. El trabajo asalariadose introdujo asmusmo en los hogares a través del personal domésti-co (Ia categoría ocupacional femenina más numerosa durante el si-g~o XIX y un símbolo por antonomasia de estatus para Ia clase me-dia), aunque Ias rel~ciones con el servicio eran entendidas, por 10general, como cuesnones de moralidad y disciplina antes que comoun problema de índole Iaboral.?. En el ámbito de los artes anos urbanos y Ias trabajadores asala-

nados, q~e Ias ~ujeres trabajaran o no solía ser un factor que mar-caba Ia diferencia entre Ia independencia y Ia dependencia (cuandon.o Ia pll~~lsupervive~cia). Los hogares de esos sectores de Ia pobla-

1611 bijaban tarnbién un rrnbajo f menino remunerado: principal-

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mente, el de Ias explotadas trabajadoras externas que recibían suel-dos de hambre a cambio de agotadoras jornadas laborales. En Boston,hacia 1850, Ias costureras superaban en número al conjunto de Iamano de obra masculina de Ia ciudad. En Ias pequenas explotacionesagrícolas, tanto deI Norte como del Sur, el trabajo femenino (queincluía Ias labores del campo, criar aIos hijos, limpiar, cocinar, lavary producir prendas de vestir y otros artículos, tanto para su uso en elhogar como para su venta aI exterior) era constante. La tempranaindustrialización ayudó a resaltar Ia importancia del trabajo de Iasmujeres en el Norte, sobre todo, a medida que Ia difusión de Ia sub-contratación externa de encargos (conocida como sistema de taller)en industrias, como Ia textil, Ia del calzado y Ia de fabricación desombreros, permitió que Ias mujeres que trabajaban en casa aporta-ran su parte aIos ingresos familiares sin ceder responsabilidades encuanto a Ias tareas domésticas. AI mismo tiempo, Ias primeras facto-rías del sistema de fábrica ofrecieron nuevas oportunidades de em-ple o a Ias hijas adolescentes de Ias familias agrícolas. En cualquiercaso, Ia tan pregonada independencia del pequeno productor de-pendía en grado sumo del trabajo de Ias mujeres, ya fuera el no re-munerado dentro del propio hogar o el asalariado (en casa o fuera deella). Así pues, Ia mano de obra libre representaba una contradicciónoculta tras Ia comparación retórica entre Ias sociedades «libres» y«esclavas»: Ia independencia de algunas personas se fundamentabasobre el trabajo dependiente de otras."

Asociar ellugar de trabajo con el mundo exterior al hogar tuvocomo efecto Ia práctica invisibilización deI trabajo real de Ias muje-res. Las amas de casa, Ias sirvientas domésticas y el ejército de traba-jadoras que participaban desde sus hogares en el sistema de taller noaparecían mencionadas más que ocasionalmente en Ias debates so-bre Ia mano de obra libre, salvo como indicador de 10 mucho que Iadifusión del capitalismo estaba degradando a los hombres. La ideade que el cabeza de familia varón debía obtener un «sueldo (igual-mente) de familia» que le permitiera sostener a su esposa e hijos seconvirtió en un modo popular de definir Ia justicia social. Arraigócon fuerza entre los norteamericanos de clase media, para quienes iacapacidad de mantener un hogar en el que Ias mujcrcs se dcdicaranexclusivamente a Ia família adquirió Ia ',11 '!-{orín ti' ,I '11) 'n o d .fini-

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torio del estatus burgués, incluso entre los hombres de clase obrera.El capitalismo, según el W01'kingman's Advocate, arrancaba a ias rnu-jeres de su papel de «duefias felices e independientes» de ia esferadoméstica y Ias forzaba a introducirse en el mercado de trabajo, 10que, en consecuencia, socavaba el orden natural deI hogar y Ia auto-ridad deI varón que 10encabezaba. La Iucha por un sueldo de familiamovilizó a generaciones sucesivas de organizaciones sindicales. EneI fondo, Ia comparación entre un «salario de família» o «de hom-bres» (un creciente distintivo de honor) y un «salario de mujeres»(un término de oprobio) contribuyó a legitimar Ia idea de que eltrabajo asalariado, siempre que estuviera equitativamente retribui-do, también constituía un estatus apropiado para los hombres esta-dounidenses.?

Pero si Ia exclusión de Ias mujeres del terreno de Ia libertad po-lítica y económica no hizo más que dar continuidad a una prácticade larga tradición previa, Ia creciente identificación entre democra-cia y raza introdujo un cierto elemento de cambio. Incluso en unmomento en el que Ia retórica de 10snorteamericanos adquiría tin-tes cada vez más igualitaristas, el pensamiento un tanto vacilante deIa era de Ia Independencia acabó dando pie a una ideología racistaplenamente desarrollada, apuntalada por elementos «científicos».La «raza» pasó a ser una explicación ampliamente aceptada de Iasfronteras de Ia nacionalidad. Los negros, tal como dijo un delegadopresente en Ia convención constitucional de Oregón de 1857, ha-bían «nacido para el servilismo», una opinión extensamente difun-dida en los periódicos, Ias litografías y Ias representaciones teatralespopulares (como los espectáculos de trova) de Ia época. En tiemposde Ia Independencia, sólo Virginia, Carolina deI Sur y Georgia limi-taban explícitamente el derecho aI voto a Ias blancos, aunque enotras partes, Ia costumbre dificultaba a menu do a Ios negros libresI ejercicio del sufragio. En 1800, ningún estado nortefio Iimitaba el

sufragio por razón de raza. Pero todos los estados que se incorpora-r n a Ia U nión a partir de aquel ano, con Ia sola excepción de Maine,restringieron el derecho aI voto circunscribiéndolo a los varonesblancos. Yeu stados como Nueva Yorky Pensilvania, eI derecho deI( s negros librcs a jerccr cl voto fue limitado o suprimido por com-pl .to. En 1821, 1<1lI1iSII1ô1 :onv .n .ión C nstitucionaI de Nueva York

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que eliminó los requisitos de propiedad para los electores blancoslos incrementó para los negros hasta 250 dólares, una suma que es-taba fuera del alcance de casi todos los habitantes negros del estado.Dieciséis anos más tarde, Pensilvania, que acogía a una comunidadnegra bien organizada y económicamente pujante en Filadelfia, eli-minó totalmente el derecho al voto de los negros. En 1860, éstossólo podían votar en pie de igualdad con los blancos en cinco esta-dos de Nueva Inglaterra. 10

A pesar de Ias desigualdades raciales, muchos blancos de Ia ge-neración de Ia Independencia habían considerado a los afroamerica-nos como una especie de «yanquis negros» que debían gozar, comomínimo, de algunos de los derechos de los ciudadanos y los miem-bros potenciales de Ia comunidad política. Pero en el siglo XIX, amedida que los estados surefios fueron endureciendo sus leyes hastahacer casi inviable Ia manumisión, y que los negros del Norte sevieron sometidos a una progresiva pérdida de derechos políticos, aIa segregación social y a una grave discriminación econômica, Iasfronteras raciales de Ia nación política se volvieron cada vez másimpermeables. En 1837, un delegado de Ia Convención Constitu-cional de Pensilvania no tuvo ya problema alguno en describir losEstados Unidos como «una comunidad política de personas blan-cas». Los negros eranextranjeros, no estadounidenses: «unos intru-sos», según declaró un dirigente político de Minnesota. A medidaque Ia controversia por Ia esclavitud cobró nueva intensidad, ellen-guaje político se impregnó de Ia retórica de Ia exclusión racial, unaretórica que, en plenas vísperas de Ia guerra de Secesión, llegó a seradoptada incluso por el Tribunal Supremo. En Ia antigua Roma, Iamanumisión suponía Ia adquisición de Ia ciudadanía, además de Ia li-bertad. En Estados Unidos, según opinión de Roger B. Taney, elentonces presidente del Supremo, expresada en Ia sentencia del caso«Dred Scott» en 1857, los negros no podían ser ciudadanos, pues«no contaban con derechos que el hombre blanco estuviera obliga-do a respetar». El pueblo americano, según argumentó Taney, cons-tituía una «familia política» reservada a los blancos. Era una familiade Ia que los negros -descendi entes de unos antepasados distintosy desprovistos de una historia previa de libertad- nun a podrfanformar parte. En Ia prá tica, Ia raza había r' .rnplazado a h, lasc

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como frontera que delimitaba qué hombres estadounidenses estabanautorizados a disfrutar de libertad política y cuáles no. II

Tampoco incluía a los afroamericanos del Norte Ia exaltaciónque se hacía de Ia mano de obra libre como característica más desta-cada de Ia sociedad de esa región. En su misma base, Ia idea de Iamano de obra libre se fundamentaba sobre una serie de supuestosuniversalistas. La propia naturaleza humana, que respondía más fa-vorablemente a los incentivos que a Ia coerción, explicaba por qué eltrabajo libre aventajaba al esclavo en progreso económico. Pero,como en el caso de Ia democracia política, Ia mano de obra librevenía definida, en parte, por unas líneas de exclusión que se creíanemanadas del orden natural de Ias cosas. El propio Lincoln insinuóIa existencia de tales fronteras cuando comentó que sólo quienestenían una «naturaleza dependi ente» desaprovechaban Ia oportuni-dad de escapar del estatus de asalariados y acceder ala independen-cia de los propietarios."

c:Quiénes eran esas personas «dependientes» por naturaleza yque, por 10 tanto, se encontraban fuera de 10 que se entendía comomano de obra libre? Como en el caso de Ia democracia política, Iarespuesta estaba en Ia experiencia histórica de Ia propia sociedadestadounidense. En 1860, cerca de cuatro millones de afroamerica-nos eran trabajadores esclavos; a esto había que sumar que ni Iasnegros libres ni los miembros de otras minorías raciales podían serasimilados sin matices a una de Ias dos categorías rígidas en Ias quese compartimentaban habitualmente los sistemas de trabajo (<<libre»y «esclavo»), Entre esos colectivos raciales, los aprendices y los sier-vos por contrato bilateral (los estadios intermedios propios del tra-bajo semilibre, que habían desaparecido para los blancos ya a co-mienzos del siglo XIX) continuaron siendo figuras habituales durantemucho tiernpo."

La promesa de autonomía económica que ofrecía el Oeste tam-poco tenía validez universal. Imaginado (y, a menudo, vivido en per-S na) por los blancos como una tierra de independencia econórnica,·1 este acogió simultáneamente a sirvientes indios, braceros mexi-. no-americanos e inmigrantes chinos ligados por contratos de tra-hnjo blindados a largo plazo. Tales sistemas laborales pervivieronhasta bi n ntrada Ia segunda mitad deI sigla; de hecho, fueron revi-

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talizados por Ia expansión de Ias empresas mineras y manufacture-ras, y por Ia agricultura comercial, negocios todos ellos muy orien-tados al mercado e intensivos en mano de obra. En 1850, Californiacolocó a diez mil indios bajo contratos de «aprendizaje» en ranchospropiedad de mexicanos y de blancos inmigrados a aquel estado.Pero 10 más sorprendente de todo fue que Ia expansión territorialc~nllevó una expansión paralela de Ia esclavitud. Jefferson habíacreído en su momento que Ia demanda europea de cereal norteame-ricano fortalecería el crecimiento económico de Ia nación y Ia auto-nomía del pequeno granjero. Pero Ia demanda de productos textilesproducidos en mas a resultó ser más fuerte incluso que el mercado delos alimentos producidos en Estados Unidos. En concreto, fue elalgodón, un cultivo producido en plantaciones mantenidas por es-clavos, y no el cereal cultivado por el robusto y tenaz agricultor in-dependi ente, el que se convirtió en eje de Ia economia surefia a medi-da que ésta se fue expandiendo hacia el oeste y en principal exportaciónde todo el imperio de Ia libertado '4

Si algún grupo había en Ia sociedad norte americana a cuyosmiembros pudiera llamarse propiamente esclavos salariales o asala-riados, éste era el de los negros libres del Norte prebélico. Ellosfueron los últimos en padecer Ia servidumbre por contrato, ya que Iaemancipación obligaba en general aios hijos de madres esclavas atrabajar durante un tiempo para sus duefios antes de ser libertados(28 anos en Pensilvania, muchos más que los que habían sido cos-tumbre para los siervos blancos). Hasta que no dio comienzo Ia in-migración a gran escala a partir de 1830, los afroamericanos consti-tuyeron un porcentaje significativo del proletariado asalariado de Iaregión. Pese a Ia exaltación de Ia ascensión social típica de Ia ideolo-gía de Ia mano de obra libre, Ia experiencia real de los negros consis-tia más bien en una movilidad descendente. En tiempos de Ia aboli-ción de Ia esclavitud, y debido a 10 extendida que estaba Ia propiedadde esclavos entre los artes anos del siglo XVIII, un considerable nú-mero de negros nortefios eran practicantes cualificados de su oficio.Pero, aunque muchos artesanos blancos criticaban Ia esclavitud su-rena, pocos veían en el negro Jibre otra cosa que no fuera un com-petidor de salario baj ,por 10 que Ia mayoría prctcndían cx luirlode los pu stos iuulif 'ndw;, Son!fel rcs d . la 'éHlSa I . la i rualdad d

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derechos para sí mismos», escribió un editor negro a propósito de losartesanos radicales de Ia ciudad de Nueva York en Ia década de 1830.Sin embargo, Ia hostilidad de los artesanos blancos era sólo uno másde los múltiples obstáculos que mantenían a los negros confinadosen Ias categorías más bajas del mercado laboral. Los empresariosblancos se negaban a contratarIos para otra cosa que no fueranpuestos de baja cualificación y los clientes blancos no querían seratendidos por ellos. El resultado fue un rápido declive en su estatuseconómico hasta que, hacia mediados de siglo, Ia inmensa mayoríade los negros del Norte eran ya trabajadores asalariados que ocupa-ban empleos no cualificados o estaban empleados en el servi cio do-méstico. Los negros libres tampoco pudieron aprovechar Ias opor-tunidades brindadas por el Oeste (componente fundamental de Ialibertad estadounidense) para mejorar su estatus económico. La Ie-gislación federal los excluía dei acceso a tierras de titularidad públi-ca y cuatro estados (Indiana, Illinois, Iowa y Oregón) les teníancompletamente prohibida Ia entrada en su territorio. EI objetivo deIa independencia económica ejercía tanta atracción sobre los negroslibres como sobre los estadounidenses blancos. Pero para los pri-meros resultaba casi inconcebiblemente remoto: Ia inmensa mayo-ría sólo podían aspirar a toda una vida de irrernisible sumisión eco-nómica."

En un país cuyo crecimiento económico y cuya expansión terri-torial exigían apropiarse de Ias tierras de un grupo no blanco (losnativos americanos), explotar Ia mano de obra de otro (los esclavos)y anexionarse buena parte de una nación definida también como noblanca (México), era inevitable que Ia nacionalidad y Ia libertad ad-quirieran fuertes dimensiones raciales. Durante Ia década de 1840,al tiempo que el país adquiría nuevos e inmensos territorios de Mé-xico y que Ia ideología del Destino Manifiesto alcanzaba el cénit desu influencia, Ia expansión territorial pasó a ser considerada comouna prueba de Ia superioridad innata de Ia «raza anglosajona» (una- nstrucción mítica definida en buena medida en función de susipuestos: 10snegros, Ias indios, los hispanos, los católicos). La «raza»,pro larnaba el Democratic Reuieiu en vísperas de Ia guerra entreM xico y stados Unidos, era Ia «clave» de Ia «história de Ias na-'i n 'S» y dei aug y Ia 'aídn I' 105 imperioso A mediados del siglo XIX,

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Ia de «raza» era una noción amorfa que incluía otras como el color,Ia cultura, el origen nacional y Ia religión. Pero Ia idea de que Ia li-bertad estadounidense estuviese vinculada en exclusiva a Ias cualida-des innatas de amor por Ia libertad de los protestantes anglosajonesse hallaba ampliamente difundida en Ia prensa y Ias revistas popula-res, así como en los tratados políticos y los escritos de los filósofos ylos historiadores de Ia época. Siempre había habido una reducidapoblación católica en Ias colonias y en los primeros anos de Ia jovenrepública, pero no fue hasta Ia década de 1840, a raíz de Ia hambrunairlandesa de Ia patata y de Ia guerra mexicano-estadounidense, cuan-do los católicos se incorporaron en gran número a Ia población delpaís. El resultado fue Ia reactivación de Ia ya tradicional hostilidadprotestante contra el «papismo» y el refuerzo adicional de Ia identi-ficación de Ia libertad con Ia supuesta herencia anglosajona de Ianación. En conferencias como Ia conocida «Genio de Ia raza anglo-sajona» de Ralph Waldo Emerson, diversos oradores públicos amal-gamaron a partir de Ia superioridad racial anglosajonà, de una defi-nición de Ia nacionalidad sobre Ia base de Ia raza, y del DestinoManifiesto, una versión unificada de Ia misión de Ia nación."

Proporcionando un fundamento intelectual para Ia nueva repú-blica, académicos de clase alta como Walter H. Prescott, FrancisParkman y George Bancroft, construyeron una narrativa históricapatriótica en Ia que no tenían cabida Ias tribus indias, l~s afroameri-canos ni Ias culturas de origen espafiol y francés del Oeste situado alotro lado del Misisipí. Según su gran relato de Ia libertad estadouni-dense, Ia simiente de Ia libertad -plantada en Ia Nueva Inglaterrapuritana- había alcanzado su inevitable florecimiento durante IaIndependencia y, posteriormente, durante Ia expansión hacia el oes-te. La anexión de Texas en 1845 y Ia conquista de buena parte deMéxico poco tiempo después pasaron a ser triunfos de Ia civiliza-ción, el progreso y Ia libertad sobre Ia tiranía de Ia Iglesia Católica yIa incapacidad innata de Ias «razas mestizas». Puesto que Ia expan-sión territorial significaba «extender el área de Ia libertad», quienesse interponían en su camino (Ias potencias europeas, los nativosamericanos, los mexicanos) eran, por definición, obstáculos en elprogreso de Ia libertado (La retórica gub rnarncntal stad unidenseha continuado .stnndo impr .gnada hasta Ia fi nualidad de 'sa d ble

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identificación de los intereses nacionales del país con Ia liberaciónde Ia humanidad, y de los antagonistas de Estados Unidos con Iaanimadversión hacia Ia libertad, en muchos casos, para desconciertoo, incluso, enojo de otras naciones.):?

Durante todo el siglo XIX, Ia expansión hacia el Oeste hizo quese planteara inevitablemente Ia cuestión de si los habitantes de losrecién adquiridos territorios podrían ser absorbidos en el puebloamericano y si serían capaces de gozar de los beneficios de Ia liber-tad estadounidense. En líneas generales, los habitantes de ascenden-cia europea (franceses, espafioles, rusos) fueron aceptados como ciu-dadanos estadounidenses. ]efferson y otros muchos de su mismageneración albergaban Ia esperanza de que, abandonando sus cos-tumbres tradicionales y aprendiendo los beneficios de Ia agriculturasedentaria y el cristianismo, los indios pudieran ser asimilados a Iapoblación estadounidense. Aunque ésa fue una idea que nunca llegóa extinguirse del todo, Ia experiencia de Ia nación cheroqui, que sehabía convertido en todo aquello que se suponía que los ciudadanosrepublicanos debían ser (adoptaron una constitución escrita, se con-virtieron en agricultores, eran propietarios de esclavos y, siguiendoIa más estadounidense de Ias. tradiciones, acudían aios tribunalescuando se vulneraban sus derechos), vino a sugerir claramente queIa exclusión sería el destino final de los indios. Pese a su heroica re-sistencia, los cheroquis y otras «tribus civilizadas» fueron expulsa-dos deI Sureste en Ia década de r830. El intento dei estado de Geor-gia de extender su jurisdicción aIos cheroquis y apropiarse de buenaparte de sus tierras motivó que el presidente dei Tribunal Supremo,]ohn Marshall, tratara de definir el estatus singular de los indiosestadounidenses. Lo máximo que pudo hacer fue caracterizarIoscomo «tutelados» del gobierno federal, merecedores de considera-ción y protección paternales. Legalmente, no obstante, no teníanreconocida Ia condición de ciudadanos que habría facultado al altotribunal federal para proteger y hacer cumplir sus derechos natura-l s o derivados de los tratados firmados con el gobierno. En Ia prác-tica, Ia sentencia dei caso de «La nación cheroqui contra Georgia»,de r831, vino a ser una aceptación dei carácter «contingente» de Ialibcrtad en Estados Unidos, donde esa libertad dependía dei grupo:11 qu se perteneciera."

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Irónicamente, sin embargo, el estatus de 105 no blancos en elOeste estaba en función -hasta cierto punto- de los derechos queuna potencia extranjera les hubiera reconocido en un momento an-terior y de 10 mucho o poco que ésta insistiera para que EstadosUnidos continuara reconociéndoselos. El tratado que transfirióLuisiana a Estados Unidos en 1803 estipulaba que todos los habi-tantes libres del territorio gozarían de los mismos «derechos, ven-tajas e inmunidades que los ciudadanos». Aunque el dominio esta-dounidense sobre Ia zona provocó una constante disminución delestatus de los negros libres de Luisiana, éstos siguieron disfrutandode privilegios desconocid~s para sus homónimos de otras partes delpaís, como el derecho a formar unidades de milicia (un legado delos anteriores dominios espano 1y francés). El Tratado de Guadalu-pe Hidalgo de 1848 autorizaba a los mexicanos residentes en losterritorios anexionados por Estados Unidos a gozar de «todos losderechos» que ya poseían los ciudadanos estadounidenses, una es-tipulación dirigi da a proteger Ias propiedades de leis grandes terra-tenientes de California. El caso de los mexicano-americanos ilustrahasta qué punto podían resultar indeterminadas, en ocasiones, Iaslíneas de delimitación racial, y 10 mucho que podían verse afectadaspor circunstancias locales. Cuando California se incorporó a IaUnión en 1850, excluyó a Ia población no blanca del derecho alvoto. Pero, a diferencia de los negros, los indios y los asiáticos, losmexicanos residentes en California, muchos de los cuales invoca-ban su ascendencia espafiola o habían contraído matrimonios mix-tos con anglosajones o con inmigrantes irlandeses, fueron conside-rados blancos. La población de Nuevo México, sin embargo, fuejuzgada como «demasiado mexicana» (es decir, demasiado india)para el autogobierno democrático, 10 que retrasó su reconocimien-to como estado de Ia Unión hasta 1912, mucho después de quehubiera sobrepasado el número mínimo de habitantes exigido para·tal fin.'?

Pero al tiempo que esta especial atención a Ia raza servía paratrazar líneas más estrictas de exclusión de Ia comunidad imaginadaestadounidense, también contribuía a consolidar una conciencia deidentidad nacional entre los diversos grupos de origcn britânico yeuropeo que componlan 1ft p blaci n librc. ,,011 ant .rioridad a I 30,

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Ias inmigrantes procedentes del extranjero habían contribui do sólomarginalmente al crecimiento demográfico en los Estados Unidosindependientes. Pero entre ese ano y 186o, cerca de cinco millonesde personas (más que el total de Ia población del país en 1790) en-traron en Estados Unidos, procedentes en su inmensa mayoría deInglaterra e Irlanda. Aunque los inmigrantes ingleses fueron absor-bidos con facilidad, los irlandeses tuvieron que hacer frente a unaconsiderable hostilidad. Los llamados nativistas sostenían que Iasirlandeses, poco familiarizados al parecer con Ias concepciones es-tadounidenses de Ia libertad y sometidos servilmente a Ia Iglesia Ca-tólica Romana, suponían una amenaza para Ias instituciones demo-cráticas. Pronto se divulgaron estereotipos similares a los que seaplicaban a Ia población negra, pero dirigidos, en este caso, a Iasirlandeses: infantiles, indolentes y esclavizados por sus propias pa-siones, eran incompatibles con Ia libertad republicana. Pero, pese aIa grave discriminación real que padecían los irlandeses en eI em-pleo, Iavivienda y Ia educación, no deja de sorprender 10 poco quese insistió entonces en que los inrnigrantes fueran exclui dos de Ianación política. La inmensa mayoría de ellos tuvieron Ia fortuna dellegar al país después de que se hubiera normalizado el sufragio uni-versal masculino para Ia población blanca y, por 10 tanto, les fueconcedida automáticamente esa misma libertad política. En reali-dad, y aun cuando los estados de Nueva Inglaterra sondearon for-mas diversas de reducir el poder electoral de los inmigrantes (Ia másextrema de ellas, el período de espera de dos afios entre naturaliza-ción y derecho al voto exigido por Massachusetts en 1859), los esta-dos del Oeste, desesperados por obtener nueva mano de obra, ofre-cían a los inmigrantes blancos el derecho de sufragio mucho antesde que se convirtieran en ciudadanos norteamericanos. En un paísen el que el derecho a votar se había convertido en componente in-trínseco de Ias concepciones de libertad, dificilmente podía exage-rarse Ia relevancia de que Ios inmigrantes varones bIancos pudieranv tal' casi desde el momento mismo en que desembarcaban en Esta-d Unidos, mientras que los negros, muchos de cuyos antepasadoshabían vivido en el país desde hacía siglos (y los indios, que llevabanollí aún má tiernpo), no pudieran hacerlo."

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BATALLAS FRONTERIZAS

Dada Ia omnipresencia dellenguaje de Ia libertad en Estados Uni-dos, apenas sorprende que quienes se sienten excluidos de los bene-ficios de Ia misma 10 adopten para sus propios fines. Nos sentimosfácilmente tentados a considerar que quienes pedían que Ias perso-nas no blancas y Ias mujeres fueran admitidas en el seno de quienesejercían Ia participación democrática, disfrutaban de oportunidadesde autorrealización personal y contaban con 105 derechos laboralespropios de Ia mano de obra libre, no hacían más que ampliar el te-rritario comprendido dentro de Ias fronteras de Ia libertad sin alte-rar Ia definición de ésta. Pero, dado que Ia raza y el sexo eran ele-mentos constitutivos cruciales de Ia manera de entender y vivir Ialibertad, cualquier nuevo trazado de Ias fronteras de ésta obligabainevitablemente a replantearse su contenido. Si, por un lado, el len-guaje de los movimientos abolicionista y de defensa de los derechosde Ias mujeres era plenamente estadounidense, por otro lado no esmenos cierto que se utilizó con Ia intención de transformar el signi-ficado mismo de Ia libertad en Estados Unidos.

No era necesario pertenecer a Ias asociaciones de defensa de losderechos de Ias mujeres para creer que el género no debía delimitarIa libertad económica. Pero el hecho mismo de que hubiera mujerestrabajando fuera de casa suponía un desafio implícito a Ias conven-ciones de género imperantes. Las mujeres trabajadoras de Ia erajacksoniana adoptaron para sí ellenguaje de Ia igualdad de libertadque tan destacadamente figuraba en el discurso de Ios sindicalistasvarones. «La igualdad de derechos debería hacerse extensiva a todosya todas -declaró en una ocasión un grupo de ribeteadoras de cal-zado en huelga-: tanto al sexo débil como al fuerte». Algunas tra-bajadoras (sobre todo, Ias que no estaban casadas) cuestionaron Iaidea del sueldo de familia para el varón haciendo hincapié en que Iasmujeres tenían el mismo derecho a gozar de «un sustento desahoga-do» con su trabajo."

Aunque no cabe duda de que Ia mayoría de Ias mujercs norte-americanas de esa generación aceptaron Ia P" rnisa I qu 5U rcs-ponsabilidad primera ra pura 11 sus farnilins, no todos .smbnn deacucrdo 011 Ia opini )11 d ' que nnarsc IIn SUIlI -nro 1'" irn ti ·1hogaf

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fuera en contra de Ia dignidad de una mujer. DeI mismo modo quelos negros consideraban el trabajo asalariado como una mejora in-dudable con respecto a Ia esclavitud, muchas mujeres del siglo XIX

hallaron en el hecho de trabajar de forma remunerada una vía deescape de los vínculos paternalistas y Ia dependencia personal delhogar familiar. Harriet Hanson Robinson recordaba, afios despuésde sus días de empleada en Ia industria textil de Lowell, cómo el he-cho de trabajar fuera de casa daba autonomía a Ias mujeres: por vezprimera, «podían ganar dinero y gastárselo como quisieran. [...] Porvez primera en este país, Ia mano de obra de una mujer tenía un va-lor monetario». La igualdad de oportunidades a Ia hora de incorpo-rarse al mercado de trabajo fue una reiterada reivindicación de losprimeros tiempos del movimiento por los derechos de Ia mujer, querechazaba la exaltación del ama de casa «sin empleo» que se hacíadesde Ia ideología de 10 doméstico. Recluidas en el hogar y aisladas deIa oportunidad de ganar un salario, Ias mujeres económicamentedependientes, según argumentaron destacadas feministas del sigla XIX

(desde Susan B. Anthony hasta Charlotte Perkins Gilman) , no po-dían realizar contribución significativa alguna a Ia sociedad. Las rnu-jeres, escribió Pauline Davis en 1853, «deben ir a trabajar» paraemanciparse a sí mismas de su «esclavitud»."

Tanto si estaban casadas como si no, recalcaban Ias primeras fe-ministas, Ias mujeres merecían disfrutar de Ia autonomía y Ia ampli-tud de opciones individuales (de Ia posibilidad de autorrealización,n definitiva) que constituían Ia esencia de Ia libertado «Bajo Ias alasxtendidas de Ia libertad», proclamó Frances Wright, quien, a fina-

I de Ia década de 1820, se convirtió en Ia primera mujer en pro-nunciar conferencias públicas sobre temas políticos, Ias mujeres se-rían capaces de desarrollar sus talentos de forma tan plena como losh rnbres. Las mujeres, según escribió Margaret Fuller dos décadasITI, S tarde, tenían el mismo derecho que los hombres a «crecer [...]pura vivir libres y sin trabas». En Ias postrimerías de su larga vida,IWzabcth Cady Stanton sostenía que Ia mujer (al igual que el hom-hre) ra «árbitro último de su propio destino» y debía confiar en susp"opi s re ursos interiores para su propia realización y para el «ple-tiO ti isnrrollo de sus fa ultade ». En un discurso pronunciado enIH()l Yli t ulndo l.a sol xlad d ' Ifl P .rsona», tanton (que había dado

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a luz a siete hijos e hijas) dibujó su ideal de sociedad: un panorama-ciertamente glacial- poblado por individuos soberanos, cual «ro-binsones [...] en una isla solitaria», en el que Ias funciones de «ma-dre, esposa, hermana, hija» responderían únicamente a coinciden-cias puntuales derivadas de Ias «relaciones fortuitas de Ia vida». Eldiscurso reclamaba para Ias mujeres Ia inclusión plena en el indivi-dualismo norte americano y predecía el futuro ascenso de un femi-nismo de Ia realizacióri personal, como el que florecería posterior-mente durante el siglo xx.

Bacia Ia década de 1840, Ias defensoras de los derechos de Iamujer habían llegado ya a Ia conclusión de que, en una sociedaddemocrática, no había posibilidad de libertad sin acceso al sufragio.La reivindicación de Ia «soberanía de los ciudadanos libres» pasó aocupar un lugar central en el movimiento feminista. El argumentoera simple e irrefutable: como bien dijo Lydia Maria Child, «o bienIa teoría de nuestro sistema de gobierno es [alsa, o bien Ias mujerestienen derecho a votar». Las mujeres no habían dado jamás su con-sentimiento al estatus legal inferior en el que se hallaban relegadas:se les había impuesto una ciudadanía de segunda clase. Como dijoStanton ante Ia Convención de Seneca Falls de 1848 (Ia primerareunión pública convocada con el objeto de reivindicar Ia igualdadde derechos políticos para Ias rnujeres), sólo el voto haría que Iamujer fuese «libre como 10 es el hombre»."

Así pues, el feminismo supuso una prolongación de los princi-pios mercantiles, individualistas y democráticos del siglo XIX: Ia pe-tición de que Ias mujeres, por emplear Ias palabras de Francis D.Gage, gozaran de «los derechos y Ias libertades que todo "ciudadanovarón blanco libre" asume para sí como otorgados por Dios». Perofue también mucho más que eso. En todos los ámbitos de Ia vida, sinolvidar el de Ia familia, declaró Stanton, no podía haber «felicidadsin libertad». Y 10 mismo que trató de aplicar al caso de Ias mujeresIas nociones imperantes sobre Ia libertad, el movimiento feministaplanteó paralelamente una crítica fundamental a algunas de Ias pre-misas centrales de dichas nociones, como que Ia capacidad de inde-pendencia y racionalidad ran ualidadcs n as ulinas, que Imundoestaba dividido en dos sr ras autônomas que '1'1111 10 púhli a y 11'1

privada, y que Ins r '1IlCj0l1 'S int 'mos d ' 111 r:lIllilil1 IlO '1'1111 SIIS' 'IHi-

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bles de ser analizadas conforme a criterios de justicia y libertado«Los derechos de Ias mujeres», según se proclamó en una reuniónen Boston, en 1859, no suponían Ia eliminación de Ia «divina» insti-tución de Ia familia: sólo exigían que «ellas gozaran de Iibertad y deIos mismos derechos en el seno familiar». Pero esta misma exigenciaauguraba una redefinición fundamental de Ia libertad misma.t+

La dicotomía entre libertad y esclavitud tuvo una fuerte influen-cia en el lenguaje político de Ias primeras feministas. Del mismomodo que el concepto de «esclavitud salarial» permitió a los traba-jadores asalariados del Norte desenmascarar Ias desigualdades inhe-rentes a Ia libertad del mercado, el de «esclavitud de sexo» dio alasaI movimiento feminista para desarrollar una crítica global de Ia au-toridad masculina y de Ia subordinación de su sexo. Pese a Ia preva-lencia en aquel entonces de Ia idea de que Ia esfera pública estabareservada a los hombres, fueron muchas Ias rnujeres nortefias queactuaron como soldados rasos del abolicionismo. Decenas de milespromovieron Ia causa recogiendo peticiones y recaudando fondos,entre otras vías. Este activismo llevó inevitablemente a que algunasde ellas se replantearan de un modo distinto Ias restricciones quepesaban sobre sus propias vidas. «En nuestra lucha por romper Iascadenas [dei esclavo] -escribió Ia oradora abolicionista Abby Ke-lley-, acabamos convenciéndonos de que nosotras mismas estába-mos también esposadas». La inclusión de Ias esclavas en Ia categoríageneral de Ias mujeres permitió a Ias feministas redefinir Ia diferen-cia social en términos de desigualdad sexual. La analogía con Ia es-clavitud sugería en sí misma el remedio: Ia emancipación, entendidano sólo como Ia consecución deI sufragio político, sino tambiénorno eI acceso a todas Ias oportunidades educativas y económicas

de los hombres, Ia liberalización de Ia legislación sobre eI divorcio yIa introducción de cambios en Ia institución dei matrimonio. «Nohay vida privada -escribió George Eliot en Felix Holt, the Radi-cal (1866)- que no esté determinada por una vida pública más am-plia». Las feministas de Ia era prebélica sefialaban que Ia legislaciónmatrimonial en vigor se contradecía con quienes afirmaban que Iaf"nl11iliaera una institución «privada» independiente de Ia autoridadpúbli a. uando ucy St 11 y Ienry Blaclcwell contrajeron matri-111 mi ,s' sint: 'I" n oblignclos fI r nun .iar a Ias Ieyes deI estado de

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Nueva York que revestían ai esposo «de poderes legales que [...] nin-gún hombre debería poseer»."

Las abolicionistas feministas no fueron Ias que inventaron Iaanalogía entre matrimonio y esclavitud. Mary Wollstonecraft Ia ha-bía invocado ya en Ia década de 1790 Y ésta había figurado de unmodo destacado en Ias escritos y Ias discursos de Frances Wright.Pero Ia analogía entre Ias mujeres libres y Ias esclavos adquirió rele-vancia cuando fue incorporada al cada vez más acelerado debate so-bre Ia esclavitud. Incluso Sarah J. Hale, editora del Godey's Lady'sBook y firme detractora del movimiento por Ias derechos de Ias mu-jeres, se refirió en una ocasión a cuánto había hecho el derecho con-suetudinario por reducir a «Ia mujer a Ia condición de esclava». «Lamujer es una esclava desde que nace hasta que muere -afirmó tam-bién Ernestine Rose-. Padre, tutor, marido: amo en cualquier caso.Cada uno de ellos Ia va transmitiendo ai otro, como si de una pro-piedad se tratara». Las ideologías surefias emplearon más o menosel mismo argumento para el muy distinto fin de defender Ia esclavi-tudo Tanto ésta como el matrimonio, escribió George Fitzhugh,eran sistemas de subordinación basados en Ias diferencias naturalesde capacidad para Ia libertado «El matrimonio -proclamó- es de-masiado parecido a Ia esclavitud como para que no corra una suertesimilar»."

Lo cierto es que había paralelismos reales e inquietantes entre Iaesclavitud y el matrimonio. Este último era «voluntario», pero el de-recho consuetudinario reducía a Ia mujer a Ia categoría de apéndicede su marido. La esposa no disfrutaba de Ias frutos de su propio tra-bajo ni de Ia propiedad que supuestamente tenía sobre su propia per-sana (elementos centrales de Ia libertad ambos). Jefferson creía queIa esclavitud inculcaba adiaria el espíritu de Ia dominación; JohnStuart Mill calificó Ia família de «escuela de despotismo». Los pri-meros socialistas llevaron sus críticas más alIá incluso e insistieronen que sólo si se abolía Ia propiedad privada, podrían transformarseIas relaciones entre los sexos. Robert Owen prometió, por ejemplo,que, en New Harmony, Ias mujeres ya no estarían «esc1avizadas»por sus maridos y que se abandonarfan p r fin t das Ias «no inesfalsas» sobre Ias supu stas dif r n ias innntas 'nu" los S x )8. L scxp 'rim .ntos .omunnle: de ln .po 'fi (<I '/'1(\'Ios 1Il1ll'imonios '0111-

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plejos» de Oneida hasta Ia poligamia mormona, pasando por el celi-bato de los shakers y el «amor libre» de Ia colonia Modern Times)fueron prueba viva de Ias numerosas iniciativas que se dirigieron aresponder a Ias tensiones internas de Ia estructura familiar tradicio-nal mediante Ia creación de formas de organización alternativas queemanciparan a Ias mujeres. (Las condiciones reales de Ias mujeres endichas comunidades, sin embargo, tendieron a distar mucho de serutópicas. Por 10 general, los hombres monopolizaron los puestos depoder y, pese a tanta noble profesión de fe igualitaria, Ias laboresdomésticas -cocinar, cuidar de los hijos- siguieron siendo respon-sabilidades ferneninas.)'?

«La libertad personal», según declaraba un influyente tratadode Ia década de 1820, era Ia esencia de Ia libertad en general: «Nadapuede considerarse propiedad nuestra con más rigor que nuestraspropias personas». Los defensores y Ias defensoras de los derechosde Ia mujer dieron un giro completamente nuevo a esa manera po-pular de entender Ia libertad como propiedad sobre uno mismo osobre una misma. Entre los objetivos más importantes de Ia Socie-dad Antiesclavista Estadounidense estaba el de reintegrar al esclavo«el derecho inalienable a su propio cuerpo». El énfasis dado en Ialiteratura abolicionista a Ia profanación física del cuerpo de Ia mujerselava contribuyó a dotar Ia idea de propiedad sobre Ia propia per-ona de una realidad concreta, una literalidad que estimuló su apli-

cación a Ias mujeres libres también. La legislación sobre relacionesdomésticas presuponía ai marido Ia posesión del derecho al accesosexual a su esposa, y los tribunales eran siempre reacios a intervenirn casos de castigo físico siempre que éste no fuera «extremo» o

«intolerable». Pensar que Ias mujeres debían disfrutar del derecho ar gular su propia actividad sexual y procreadora, y que debían serpr tegidas por el Estado frente a Ia violencia que les pudieran infli-ir sos maridos, significaba un ataque fundamental contra quienes

I r pugnaban que Ias reivindicaciones de justicia, libertad y dere-.hos individuales no debían traspasar Ia puerta de entrada al hogar.I.a mujcr bligada a someterse a su marido, escribió Henry C.Wrigh ., un abolicionista, feminista y partidario de 10 que, en el si-lo , S' '011 .crla 111 planificación familiar, no gozaba de liber-

111 I: irn 1:1 u nyor I, Ias 'S .lnvnsvivos». I lay que reconocer que eran

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pocos los estadounidenses, hombres O mujeres, que estuvieran dis-puestos a plantear tales cuestiones en público. Pero el espectaculardescenso de Ia tasa de natalidad observado a 10 largo del siglo XIX

(de 278 a 130 nacimientos por mil mujeres blancas en edad fértil) daa entender que muchas mujeres ejercían Ia «libertad personal» ensus relaciones más íntimas."

Como ya sucedía con Ia metáfora de Ia esclavitud salarial, Ia ca-racterización de Ia situación de Ias mujeres libres como una vida de«esclavitud legalizada» arrojaba luz sobre ciertas realidades socialesy, al mismo tiempo, contribuía a ocultar otras. DeI mismo modo queIa mayoría de los abolicionistas rechazaban Ia metáfora de Ia esclavi-tud salarial, algunas mujeres negras, como Sarah Parker Redmond,se oponían a Ia analogia entre matrimonio y esclavitud porque en-tendían que Ia vida familiar estable tenía un significado especial paraquienes aún eran esclavos y esclavas. Las mujeres libres merecían,sin duda, más derechos, según Redmond, pero Ias esclavas, por sucondición de «peores víctimas» de Ia esclavitud, necesitaban deses-peradamente «Ia protección [...] de Ia que ya gozaban Ias blancas»,De hecho, muchos abolicionistas, hombres y mujeres, sostenían que,entre los más graves abusos de Ia esclavitud, se encontraba el deque destruía Ia autoridad masculina y, con ello, hacía imposible queIas mujeres desempefiaran supapel como madres y esposas."

Muchas feministas consideraban que el intenso individualismode Elizabeth Cady Stanton o de Lucy Stone distaba mucho de Iaexperiencia real de Ia vida familiar que tenían Ia mayoría de Ias mu-jeres, y que Ias teorías de aquéllas no tenían en cuenta Ias dependen-cias emocionales que el matrimonio y Ia paternidad inevitablementeimplicaban. Incluso aquellas que comprendieron el importante ma-tiz de que los intereses de los hombres y Ias mujeres dentro de unafamília no tenían por qué ser necesariamente los mismos ansiaban yesperaban disfrutar de una relación armoniosa con su cónyuge. Mu-chas de aquellas feministas fueron fuertemente influidas por el Se-gundo Gran Despertar de Ias décadas de 1820 y 1830, que no sóloinspiró Ia esperanza de una salvación individual, sino que tarnbiénenalteció el «rnatrirnonio d compaficros» mo r laci n id ai de Iafamilia cristiana y .xnlt ) 1:1 sup irioriclnd rnoral y los instintos I at r-11.1 '5 d '10 muj 'r. !\(III~'"l\s mu] '1" 'S v 'íi11l 1If1':llllill() hn .in Ia nutocl '-

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terminación sexual en Ia abstinencia, pero no en el control de Ianatalidad ni en el divorcio fácil, los cuales, temían ellas, darían aúnmás manga ancha a Ia lujuria masculina. El igualitarismo y Ia creen-cia en Ias diferencias naturales entre sexos convivieron en el pensa-miento feminista de Ia era prebélica como aún conviven incluso enIa actualidad.>

Lucy Stone, que opinaba que una mujer debe tener un «derechoabsoluto» a su «cuerpo y los usos de éste», admitia también que elmovimiento feminista no estaba listo todavía para abordar esa cues-tión, ya que «no hay dos de nosotras que piensen por un igual alrespecro». La mayoría de feministas consideraban tan explosivo eltema de Ia libertad privada de Ias mujeres que apenas 10 plantearonen público con anterioridad a Ia guerra de Secesión. Cuando, en IaConvención Nacional sobre Derechos de Ias Mujeres de 1860, seprodujo un acalorado debate a propósito de si se debían reformar Iasleyes sobre el matrimonio, Wendell Phillips (que no se caracterizabaprecisamente por su timidez en este tipo de cuestiones) propus o quetoda aquella discusión fuese omitida en Ias actas finalmente publica-das. Donde sí surgían esas cuestiones con mayor frecuencia, sin em-bargo, era en Ia correspondencia privada de Ias líderes feministas,«La libertad social-sefialó Susan B. Anthony en una carta enviadaa Stone- [...] está en el fondo de todo, y hasta que Ia mujer entien-da eso, estará obligada a seguir siendo Ia esclava del hombre en todo10 dernás». No sería hasta el siglo xx cuando Ia reivindicación de queIa libertad se hiciera extensiva también a los aspectos íntimos de Iavida inspiraría un movimiento de masas. Pero los cirnientos fueroncolocados en Ia Norteamérica anterior a Ia guerra civil."

Como el movimiento por los derechos de Ia mujer, Ia cruzadacontra Ia esclavitud también cuestionó elementos fundamentales deIa libertad tal como ésta era concebida y vivida en los Estados Uni-dos de Ia era prebélica. La contribución del antiesclavismo a Ia rede-finición del significado de Ia libertad fue profunda y compleja. Comoya se ha explicado, los abolicionistas se negaban a equiparar Ia situa-

ión de Ia mano de obra en el Norte con Ia esclavitud del Sur, tantosi quienes proponían tal equivalencia eran los propios esclavistas su-l' fi s como si ésta venía de Ias filas dei movimiento sindical de los'SUI I )s lihres. ,011 su I' afirma ión nla cx epcionaliclad de Ia es-

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clavitud, los abolicionistas ayudaron a popularizar una acusada dico-tomía entre Ias coerciones ilegítimas que padecían los esclavos y Iasituación de Ia mano de obra en el Norte, como también contribu-yeron a Ia popu1arización de ese otro concepto, relacionado con elanterior y fortalecido por Ia revolución mercantil, según el cua1 Iaautonomía no se derivaba de Ia posesión de propiedad productiva,sino de Ia propiedad sobre sí misma que cada persona tenía y de Iacapacidad para disfrutar de 10sfrutos de su propio trabajo. Só10 Ia es-clavitud, escribió el poetaJohn GreenleafWhittier, «ahoga el dere-cho de Ia propiedad sobre Ia persona: el derecho fundamental cuyasupresión aniquila aI hombre».

Los abolicionistas de Ia corri ente de Garrison, que.se absteníande votar al amparo de una constitución esclavista, ampliaron Ia defi-nición de Ia libertad entendida como autodirección personal hastaconvertirIa en una crítica contra todas Ias instituciones coercitivas,incluídos el Estado, Ia iglesia y, en algunos .casos, Ia familia. Ütros,sobre todo aquellos que encaminaron el movimiento antiesclavistahacia Ia contienda política en Ia década de 1840, rechazaban Ia cos-tumbre de «confundir» Ia esclavitud «con otras relaciones e institu-ciones de Ias que aquélla es distinta tanto en Ia práctica como en Iaesencia». La causa de Ia libertad significaba emancipar aIos escla-vos, no transformar Ia sociedad nortefia. Para estos últimos, habríasido contraproducente identificar a los abolicionistas como enemi-gos de instituciones ~~queel grueso de los miembros de este mo-vimiento aprecian como objetos deI mayor respeto: Ia autoridad fa-miliar y nuestro gobierno republicano». Despojando Ia esclavitud demuchos de sus usos metafóricos, estos abolicionistas políticos con-tribuyeron a centrar el debate sobre Ia libertad en Ia esclavitud real-mente existente."

La larga contienda en torno a Ia esclavitud dio un nuevo signifi-cado a Ia libertad personal, Ia comunidad política y los derechos ads-critos a Ia ciudadanía estadounidense. Inicialmente, Ia nación reac-cionó a Ia cruzada contra Ia esclavitud tratando de reprimiria. EnWashington, Ia Cámara de Representantes adoptó en 1836la triste-mente famosa «regia mordaza», que prohibía la adrnisión a trárnitede peticiones de signo ab lici nista, y el dire ,( I' g in '1'111 d orrcosde Andrew jackson, Amos I indall, dio p .rmiso cxpr ..o pnrn qu . las

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autoridades locales del Sur eliminaran de Ia correspondencia bajojurisdicción federal todo material considerado crítico con Ia esclavi-tudo Durante toda Ia década de 1830, se repitieron episodios en elNorte (más de un centenar, según un recuento) en los que grupos deasaltantes reventaron reuniones o destruyeron imprentas de los abo-licionistas. En 1838, el Pennsylvania HaU, una costosa obra sufraga-da por el movimiento antiesclavista de Filadelfia, fue incendiado ycalcinado por completo, aunque no sin que antes los asaltantes saca-ran de allí y pusieran a salvo un retrato de George Washington. «Lalucha en torno a 10que se incluye o no en Ia agenda pública -ha es-crito Ia profesora Seyla Benhabib- es en sí una lucha por [...] Ia li-bertad». Durante muchos afios, Ia esfera pública estadounidense ex-duyó el debate sobre Ia esclavitud. La lucha por el derecho adebatirIa abiertamente y sin represalias indujo a los abolicionistasa elevar Ia «libertad de opinión» (Ia libertad de expresión y de pren-sa, y el derecho de petición) a un lugar central en 10 que Garrisonbautizó como el «evangelio de Ia libertad». La 1ucha por Ia libertadde expresión dio también alas a quienes sostenían que Ia esclavitudera una amenaza tanto para Ias libertades de los estadounidensesb1ancos como para Ias de 10snegros. La libertad de expresión, insis-tían los abolicionistas, debía ser una norma nacional no sujeta a limi-raciones por parte de quienes detentaban el poder en Ias comunida-des Iocales, E1movimiento abolicionista dio rejuvenecidos bríos a Iaadopción de Ia Carta de Derechos como definición fundamental deIas libertades estadounidenses e intentó idear diversas formas -me-diante elaboradas teorias de Ia ley natural o «superior--c- de hacerIavinculante tanto para Ias autoridades estatales como para Ias federa-l . En su defensa de Ia Carta, de Ia que Ia esclavitud infringía todasy cada una de sus disposiciones, el movimiento antiesdavista se ha-bía erigido -según proclamación propia- en guardián de los «de-r hos de todo hombre libre».!'

'1 movimiento antiesclavista trató asimismo de revitalizar Ia11 cpción de Ia libertad como derecho verdaderamente universal.

Los ab licionistas mantenían que, con independencia de Ia raza,IOdo ser humano era un «agente morallibre». Partiendo de Ias tra-di 'j ncs dicciochescas de los derechos naturales, de Ia Dedaracióndt h d 'P .nd '11 ia y dei r' 10 p .rfc i nista dei protestantismo evan-

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gélico, hicieron especial hincapié en Ia prioridad que el derecho in-herente, natural y absoluto a Ia libertad personal tenía sobre otrasformas de libertad, tales como el derecho de los ciudadanos a acu-mular y poseer propiedad, o el autogobierno de Ias comunidadespolíticas locales. El poder del propietario de esclavos sobre cual-quiera de éstos representaba un retroceso hacia Ia jerarquía y Ia de-sigualdad, tradiciones que ya no eran de recibo en Ia Norteaméricadei siglo XIX.34

Pero si Ia esclavitud engendró una definición «racializada» de Ialibertad estadounidense, Ia lucha por Ia abolición de aquélla dio ori-gen a su contrario: una interpretación puramente cívica de Ia nacio-nalidad. Los orígenes de Ia idea de un pueblo estadounidense sinfronteras raciales no se remontan a los padres fundadores (quienes,en líneas generales, estaban reconciliados con Ia esclavitud), sino alos abolicionistas. La cruzada antiesclavista insistió en Ia «america-nidad» de los esclavos y los negros libres, una postura condensadaen el título deI popular tratado de Lydia Maria Child, de 1833, titu-lado An Appeal in Favor ofThat Class of Americans Called Africans. EItexto de Child ponía especial énfasis en que los negros eran compa-triotas, no extranjeros; no eran más africanos que ingleses podían serlos estadounidenses blancos. En una época en Ia que Ia autoridadpara definir los derechos de los ciudadanos corresp<;mdía casi porentero a los estados, los abolicionistas propugnaban que debía ser el«lugar de nacimiento» el que determinara quién era estadounidensey quién no 10 era. Esta idea de Ia ciudadanía por lugar de nacirnien-to, que sería consagrada más tarde en Ia Decimocuarta Enmienda,constituyó un cambio ciertamente radical con respecto a Ias tradi-ciones de Ia vida norteamericana. «No admitimos -proclamaba elNew England Magazine aún en 1832- que Estados Unidos sea tanpaís de los negros (esclavos o libres) como 10 es nuestro»."

La cruzada contra Ia esclavitud, escribió Angelina Grimké, hijade un propietario de esclavos de Carolina del Sur que se convertidaen una destacada abolicionista y feminista, era Ia más destacada «es-cuela» nacional «en Ia que se investiga[ba]n los derechos humanos»,Mientras proseguía e) debate abi rto sobr Ia rela i n ntr Ia ns-titución y Ia esclavitud (Williarn Lloyd :rarris n qu '111 UI1 'j mplnrcI I do um 'l1to trns 111 'llIll'lo de pn 'to .on ·1dinhlo: FI' '<I 'ri ,I I ou

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glass llegó a Ia conclusión de que el texto constitucional no brindabaa Ia esclavitud ningún tipo de protección nacional), los abolicionis-tas desarrollaron un constitucionalismo alternativo, orientado aiosderechos y fundado sobre una concepción universalista de Ia libertadoEn un esfuerzo por definir los derechos básicos que debían amparara todos los estadounidenses (o, 10 que es 10 mismo, por concreta r entérminos legales el significado de Ia libertad), los abolicionistas in-ventaron el concepto de igualdad ante Ia ley con independencia deIa raza, prácticamente desconocido en Ia jurisprudencia estadouni-dense con anterioridad a Ia guerra de Secesión. Los abolicionistascuestionaron tanto Ia esclavitud surefia como Ia proscripción racialque condenaba a los negros libres a Ia categoría de ciudadanos desegunda clase en toda Ia nación. Antes de Ia guerra civil, el movi-miento se mantuvo completamente distanciado de una serie de ad-ministraciones presidenciales que parecían hallarse firmemente con-troladas por el Poder Esclavo (denominación que los nortefiosantiesclavistas empleaban para referirse a Ia clase de los hacendadosduefios de plantaciones). Tomando prestada Ia idea de sus adversa-rios surefios, los abolicionistas recurrieron al concepto de soberanía

tatal con Ia intención de invalidar Ia Ley de Esclavos Fugitivos deT 850, uno de los ejemplos más contundentes de ejercicio de Ia auto-ridad federal de todo el período prebélico. Pero sobre Ias ideas rnis-mas de ciudadanía nacional y de igualdad de derechos para todos los

5 adounidenses, los abolicionistas desarrollaron un «vocabulario delibertad» que acabaría floreciendo durante Ia guerra de Secesión yuna vez concluida ésta. Ellos supieron entrever Ia posibilidad de queI ~stado nacional se erigiera en garante de Ia libertad y no en ene-

11 i de ésta."Los más categóricos a Ia hora de defender que Ia lucha contra

11 sclavitud exigía una redefinición tanto de Ia libertad como de Iaun ricanidad fueron los miembros negros de Ia cruzada abolicionis-111.« ui n ha soportado Ias crueles penas de Ia esclavitud -escribióFI' id rick Douglass en r847- es quien mejor puede abogar por IaI h 'rca I», asf que Ias abolicionistas negros desarrollaron un modod 'I l n 1 I' IfI libertad queiba mucho más alIá del uso que sus coetá-1\ () hlnn .os daban ai t '!'mino. Quienes habían vivido realmente IaI '1Ilvituds' xmtahnn 'l1tl"los 'I'íti os más perspicaces de los argu-

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mentos esclavistas (<<unadisparatada estupidez», Ias llamó Douglass,que Ias hombres «se avergonzarían de recordar» en cuanto.se hu-biera abolido Ia esclavitud). Igualmente absurdas se les antoJaban aIas abolicionistas negros Ias pretensiones de que Estados Unidosfuera una tierra de libertad, que rechazaban a Ia más mínima opor-tunidad. De hecho, Ias negros libres invirtieron espectacularmenteel signo de Ia habitual asociación que se hacía entre .Estados ~nidosy el progreso de Ia libertado Adaptando un calendano alternatIvo de«fiestas de Ia libertad» centrado en tomo al I de enero (la fecha enque, en 1808, se ilegalizó el comercio de esclavos) y el I de ag?s~o(aniversario de Ia emancipación en Ias Antillas), en vez deI 4 de julio(de cuyas festividades habían sido excluidos por Ia fuerza en nume-rosas localidades), Ias comunidades negras deI Norte mostraron supunzante negativa a admitir el pretendido carácter de tierra de l~ber-tad que, según los estadounidenses blancos, tenía Estados Umdos;Con su aprobación de Ia emancipación en la.década de 1830, declaroun grupo de abolicionistas negros en Filadelfia, Gran Bretafía, de Iaque Estados Unidos había «arrancado [su] libertad», se había co~-vertido en un modelo de libertad y justicia, mientras que Norteame-rica continuaba siendo un país de tiranía. Los abolicionistas negrostambién atacaron Ia identificación de Ia libertad estadounidense conel supuesto genio de Ia «raza» anglosajona. (Muchos,anglosajonesantiguos, apuntó Douglass sardónic~mente, fueron ~sclavos.)J7 .

Aunque apenas exentos de Ias ideas preconcebIdas en matenaracial que tanto predominaban en su sociedad, los abolicionistasblancos subrayaban que Ia auténtica libertad presuponía Ia igualdadcívica. «Mientras Ia palabra "blanco" figure en el código legal deMassachusetts -declaró Edmund Quincy, un colaborador activode William Lloyd Garrison-, éste será un estado esclavo». Pese aIas abrumadoras probabilidades en su contra, Ias abolicionistas em-prendieron batallas judiciales y políticas contra Ia discrim~naciónracial en el Norte, en Ias que consiguieron victorias ocasionales,como el final de Ia segregación en Ias escuelas de Massachusetts en

1855. Los abolicionistas negros articuIaron, con mayor persistenciaaún que sus colegas blancos, los ideales de un constitucjona1is~oigualitarista y de una .iu ladanía inelepenelient elel I r ele Ia piei.«EI v rdad '1"0 ';1tnpO ti' bnlóllln .ntr ,Ia lih '1'lad y 10 'S laviuid - s-

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cribió Samuel Cornish- es eI prejuicio con respecto al color».(Cornish había fundado en 1827 el primer periódico negro del paísen Ia ciudad de Nueva York, para el que escogió el expresivo títulode Freedom's Journal.) Los abolicionistas negros (también más quelos blancos) atribuyeron Ia generalizada pobreza de Ia población ne-gra libre a Ia esclavitud previa y recalcaron que Ia libertad poseíaigualmente una dimensión económica. En Ia «gran obra» de Ia cru-zada antiesclavista, insistió Charles L. Reason, debía estar contem-plada «Ia abolición no sólo de Ia esclavitud comercial propiamentedicha, sino también de esa otra clase de esclavitud que, generacióntras generación, condena a un pueblo oprimido a una situación dedependencia e indigencia-.t"

Los afroamericanos comprendieron que Ia marcada dicotomíaentre libertad y esclavitud no engIobaba Ia experiencia real de Iasnegros libres, que, en el Sur, vivían, trabajaban y rezaban junto alos esclavos, y estaban sujetos a muchas de Ias prohibiciones de des-plazamiento geográfico, oportunidades económicas y acceso a Iastribunales que pesaban sobre éstos, y que, en el Norte, vivían rele-gados a una situación de cuasi libertad y de desigualdad. Acompafia-do dei nombre «negro», el adjetivo «libre» adquiría un sentido to-talmente nuevo. Los blancos definían su libertad, en parte, a travésde Ia distancia que Ias separaba de Ia esclavitud. Entre los negros, sinembargo, según Douglass, «Ia distinción entre el esclavo y el libreno [era] grande». La verdadera libertad, según sugería Ia experienciamisma de los negros libres, era algo más que un estatus jurídico.«Ninguna persona puede ser libre -escribió el abolicionista negroMartin Delany- si no forma parte esencial del elemento que gobiernael país en el que vive». Delany creía que Ias negros no alcanzaríanjamás Ia igualdad en Estados Unidos; él no fue el primer estadouni-dense negro (ni el último) que se fijó en el exterior en busca de liber-tad. En el momento de su partida hacia Liberia, un emigrante escri-bió que, tras haber experimentado «Ia esclavitud legal dei Sur y Iaesclavitud social dei Norte», estaba convencido de que no podría «serjarnás un hombre libre en este país»."

La emigración se convirtió en un movimiento de mas as tras Iantrada en vig r ele Ia L y de Esclavos Fugitivos de 1850, cuando

millar I n gros 11 rt -fio, huyer 11 a anadá. La ley facultaba por

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vez primera al gobierno federal para apresar fugitivos y ofrecía muyescasa protección contra su hipotética esclavización a numerososnegros nortefios que habían nacido libres. El espectáculo de unoshombres y unas mujeres naturales de Estados Unidos solicitandoasilo en otro país para conservar su libertad hizo sonar una notadiscordante en Ia hasta entonces familiar tonada de Ia libertad esta-dounidense. De hecho, los abolicionistas desarrollaron una versiónalternativa, un antirrelato, de la evolución nacional, concebida comoIa crónica de un declive y no de un progreso. Estados Unidos, decla-ró Douglass, era «indigno de Ia calificación de grande o de libre».En el que tal vez fuera su más célebre discurso, Douglass procl~móque Ias celebraciones del 4 de julio revelaban a los negros la «hipo-cresía» de una nación que se declaraba creyente en Ia libertad, peroque realizaba a diario «prácticas más espantosas y sangrientas» queningún otro país de Ia tierra. «Este 4 de julio -dijo Douglass- es

vuestro, no mio»,AI mismo tiempo, sin embargo, Douglass también se reclamaba

heredero del legado de los padres fundadores. La revolución inde-pendentista había dejado una «rica herencia de justicia, libertad,prosperidad e independencia», de Ia que Ias generaciones posterio-res se habían apartado trágicamente. Sólo aboliendo Ia esclavitud yliberando Ias «grandes doctrinas» de Ia Declaración de los «límitesestrechos de Ias razas o Ias naciones» podría recuperar Estados Uni-dos su misión original. De hecho, en su relato autobiográfico MyBondage and My Freedom (1855), Douglass creó un nuevo panteónde héroes históricos para Ia libertad estadounidense y se vinculóexplícitamente a sí mismo tanto con los padres fundadores comocon esclavos rebeldes como Gabriel, Denmark Vesey y Nat Turner.Douglass llegó incluso a sostener que, por su deseo de libertad, losesclavos eran más fieles a los principios subyacentes de Ia naciónque los estadounidenses blancos que celebraban anualmente e14 de

julio."Douglass no fue el único abolicionista que se identificó con Ia

herencia revolucionaria de los tiempos de Ia Independencia. La De-claración no había sido tan fundamental en la ratoria pública de losprimeros tiempos ti> Ia r pública como )0 s da d ' '::\Ias más tarde.Fu r 111o~aboliejollislllli qui '11'1i H' apod .rnron de ,1111inr "'PI' 'lán-

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dola como una condena contra Ia esclavitud. La Campana de Ia Li-bertad, que sería posteriormente uno de los símbolos de libertadmás venerados de Ia nación, no alcanzó tal estatus hasta que los abo-licionistas Ia adoptaron como distintivo y le dieron ese nombre Cconel que Ia conocemos en Ia actualidad) como parte de su empeno poridentificar sus principios con los de los padres fundadores. (Conanterioridad a r830, había sido simplemente Ia campana de Ia Anti-gua Casa del Estado y había sido utilizada en diversas ocasionespara anunciar el fallecimiento de destacados ciudadanos, para llamara clase a los alumnos de Ia Universidad de Pensilvania y para cele-brar fiestas patrióticas.) Por supuesto, ellegado de Ia Independenciaera reivindicado por norte americanos de todas Ias regiones y detodas Ias creencias políticas. Los grupos de exaltados que reventa-ban Ias reuniones abolicionistas invocaban el espíritu del '76, y tam-bién 10 hacían los defensores surefios de Ia esclavitud. Pero a medi-da que se intensificó Ia controversia esclavista, se fue extendiendotambién más allá de los círculos abolicionistas Ia convicción de quela esclavitud estaba en contradicción con Ia herencia nacional delibertad."

En Ia década de 1850, Ia antitesis entre «sociedad libre» y «so-iedad esclava» había desembocado ya en una cosmovisión que exal-aba al Norte como hogar de progreso, oportunidades y libertado

Nadie expresó esa visión con mayor elocuencia que Abraham Lin-oln. Lincoln no era partidario de Ia abolición inmediata. Pero en

S\.lS discursos contra Ia expansión de Ia esdavitud, recalcó una y otravez que Ia' esclavitud era incompatible con los ideales de los padresfundadores y con una misión nacional de trascendencia históricamundial, La esclavitud vulneraba Ias premisas esenciaIes de Ia liber-t id estadounidense: Ia libertad personal, Ia democracia política y Ia( portunidad de mejorar Ia condición propia en Ia vida. El esclavo,

1'\ resumidas cuentas, era un individuo a quien se privaba ilegítima-11 nte de Ia libertad y de los frutos de su trabajo, y a quien se nega-I!111 Ias oportunidades sociales que debían ser un derecho de todos101 nort americanos.

1,11 Ia década de 1850, ia reIación entre Ia esclavitud y Ia libertadt ulounid mses levino en el pivete central sobre el que giró el de-

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Esta parte superior de un grabado publicado por la Sociedad AntiesclavistaEstadounidense en 1836 ilustra hasta qué punto trataron los abolicionistasde identificar su causa con las tradiciones norteamericanas sin dejar de bur-larse del pretendido carácter de «país de los libres» que muchos atribuían ala nación americana. (Biblioteca del Congreso.)

gonista de Lincoln y Ia más destacada figura política de Ia década,insistia en que Ia esencia de Ia libertad radicaba en Ia autodetermina-ción local. De ahí que, a su juicio, el derecho a poseer esclavos fueseesencial para Ia libertad e tadounidense; e1pueblo ai que se le nega-ba tal derecho, d .laró in una casié n uno de Ias aliados de Dou-glas, qucdaha d isde 'S' mismo 1110111'lHO v 'ndido '01110 'S .lav ».

Para Linco1n, por e1 contrario, Ia democracia no era concebib1e sinlibertado «DeI mismo modo que no quisiera ser un esclavo, tampocoquiero ser un amo»: ésta, según reflexionaba Linco1n en 1858, era su«idea de Ia democracia». Pero 10s surefios, apuntaba él, afirmabanque Ia 1ibertad significaba «libertad para esclavizar a otras perso-nas». Si se aceptara tal definición, se agotaría el «amor por Ia 1iber-tad» y, con é1, e1«genio» de Ia nación."

AI igual que 10sabolicionistas, Linco1n verbalizó una versión deIa historia estadounidense que, en Ia práctica, estigmatizaba Ias ideassur fias tachándolas de ajenas a Ias tradiciones del país. «Nosotros»,Ias stad unidenscs, habíamos T .ad mediante Ia Declaración de

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Independencia una nación dedicada a Ia libertad universal y «noso-tros» nos vimos obligados a lograr un compromiso con Ia esclavitudpara «conseguir nuestra Constitución». Pero Ias padres fundadores,que habían elaborado y presentado «una máxima clásica para Iashombres libres», estaban convencidos de que Ia esclavitud acabaríapor extinguirse. Ligando cada vez más estrechamente el futuro de Ianación a Ia noción del «suel o libre» -tierras sin coste para Ias colo-nos y sin esclavitud-, Ias republicanos como Linco1n invocaroncon fuerza una imagen de Estados Unidos como imperio de libertady Ia idea de que el acceso a tierras en el Oeste garantizaba Ia autono-mía económica y, por consiguiente, Ia libertado Revita1izando Ia es-clavitud y reclamando Ia expansión de ésta hacia el Oeste, Ias sure-fios y sus aliados en el Norte renegaban del objetivo central de Ianación y auxi1iaban y cobijaban a Ias «enemigos de Ias institucioneslibres» de todo el mundo."

Linco1n no era un igualitarista racial: aceptaba sin discrepar deel1as muchas de Ias proscripciones imperantes en su sociedad. Seopuso al sufragio para Ias negros hasta casi el final de su vida y, ena1guna ocasión, mencionó Ia posibi1idad de enviar a Ia poblaciónnegra a colonizar territorios situados fuera del país. No obstante, yal igual que Ias abolicionistas, insistia en que el credo profesado porEstados Unidos era suficientemente amplio como para abarcar atoda Ia humanidad. Lincoln rechazaba Ia definición de «libertad»basada en Ia raza que propugnaba Stephen A. Douglas. «Creo queeste sistema de gobierno -dijo Douglas- fue creado [...] por hom-bres blancos para el disfrute de Ias hombres blancos y de su descen-dencia perpetua, y estoy a favor de confinar Ia ciudadanía al ámbitode Ias hombres blancos [...] en vez de otorgársela a negros, indios yotras razas inferiores». Linco1n respondió diciendo que Ias derechosmencionados en Ia Declaración eran ap1icab1es a «todos Ias hom-bres, de todos Ias países, en cua1quier lugar», y no sólo a Ias euro-peos y a sus descendientes. Cuando Lincoln persistió en afirmar queel derecho a los frutos del propio trabajo era un derecho natural, noconfinado a un conjunto particular de personas, ilustró su argumen-to con el ejemplo de una mujer negra: «En algunos sentidos, es evi-dente que no es rni igual, pcr en su d recho natural a c mcr cl panque se ana .on ·1 SlI<!()I" de su rI' .nrc ]... 1 '1' i ,ual a rnf • igual f) todas

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El ~isefío original de Ia «Estátua de Ia Libertad» de Thomas CrawforddestJ.n~da a coronar Ia cima de Ia cúpula del Capitolio preveía una figurafememna tocada con un gorro de Ia libertado Por insistencia del secretariode Guerra, ] effe,rson Davis (de Misisipí), el gorro -originado en Ia épocaromana ~o~o símbolo de los esclavos libertados- fue sustituido por uncasco. (BIblIoteca deI Congreso; Arquitecto del Capitolio.)

Ias de~ás personas»: En cuanto a Ias inmigrantes europeos, su per-tenencia a Ia comumdad estadounidense no se derivaba de su «san-gre» .ni de su vinculación ancestral con Ias tiempos de Ia Indepen-de~lCJa. Lo que Ias convertia en parte de un Estados Unidosunificado era eI «sentimiento moral» expresaclo en Ia Declaraciónde fnclepenclcl1cia: el ideal I Ia libcrtad universal+'

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En 1855, cuando Ia controversia entre facciones se aproximabaa su momento crítico final, eI escultor Thomas Crawford recibió eIencargo de disefiar una estatua con Ia que adornar Ia cúpula deI Ca-pitolio. Su propu esta fue una «Estatua de Ia Libertad», una figurafemenina tocada con un gorro de Ia libertado EI secretario de Gue-rra, Jefferson Davis, uno de los mayores propietarios de esclavosdeI Sur, se opuso ai proyecto, Símbolo familiar en Ia Norteaméricacolonial y en tiempos de Ia joven república, eI gorro de Ia Iibertadestaba por entonces considerado como un signo estrechamentevinculado con Ia Revolución Francesa y, como tal, había sido ya ile-galizado en Gran Bretafia. La objeción de Davis, sin embargo, sebasaba en otro tipo de razones. En época romana, eI gorro de Ia li-bertad era un obsequio que se concedía a los esclavos emancipadosy; por consiguiente, según sefialó Davis, había que entenderlo como«Ia insignia del esclavo libertado». Semejante símbolo resultaría su-mamente inapropiado, opinaba él, pues.sugeriría Ia existencia deuna analogía entre Ias ansias de libertad de Ios esclavos y Ia libertadde Ios norteamericanos nacidos libres. En atención a Ias sensibilida-des de Davis, Crawford reemplazó el gorro de Ia Iibertad por uncasco emplumado."

Aquella colos ai Estatua de Ia Libertad, fundida por piezas separa-das en Roma, fue transportada a Estados Unidos en 1859 y montadaen una fundición de Maryland bajo Ia dirección de Philip Reed, unartesano esclavo. No sería instalada sobre el Capitolio hasta 1863.Por entonces, Davis era el presidente de los Estados Confederadosde América, Lincoln había proclamado Ia emancipación de los escla-vos y una «libertad renacida» se extendía desbocada por el imperiode ésta.