Flor de caballerias

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FLOR DE CABALLERÍAS LOS LIBROS DE ROCINANTE 2 Flor de caballerías Edición de JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS CENTRO DE ESTUDIOS CERVANTINOS 1997 A mis padres Cubierta: Grabado de la edición prínceps: Belianís de Grecia, Burgos, Martín Muñoz, 1547 Diseño de la colección: Emilio Tomé Este libro ha sido posible gracias a una Ayuda Postdoctoral de la Fundación Caja Madrid Edita: Centro de Estudios Cervantinos. Paseo de la Estación, 10. 28807 Alcalá de Henares © de la introducción y edición: José Manuel Lucía Megías © Centro de Estudios Cervantinos. Seminario de Filología Medieval y Renacentista I.S.B.N.: 84-88333-19-6. Depósito Legal: M-45781-1997 Imprime: Nuevo Siglo, S.L. INTRODUCCIÓN

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FLOR

DE CABALLERÍAS

LOS LIBROS DE ROCINANTE

2

Flor de caballerías

Edición deJOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS

CENTRO DE ESTUDIOS CERVANTINOS1997

A mis padres

Cubierta: Grabado de la edición prínceps: Belianís de Grecia, Burgos, Martín Muñoz, 1547Diseño de la colección: Emilio Tomé

Este libro ha sido posible gracias a una Ayuda Postdoctoral de la Fundación Caja MadridEdita: Centro de Estudios Cervantinos. Paseo de la Estación, 10. 28807 Alcalá de Henares

© de la introducción y edición: José Manuel Lucía Megías© Centro de Estudios Cervantinos. Seminario de Filología Medieval y Renacentista

I.S.B.N.: 84-88333-19-6. Depósito Legal: M-45781-1997Imprime: Nuevo Siglo, S.L.

INTRODUCCIÓN

Un manuscrito entre tantos manuscritos

SEGÚN una anotación que aparece al final del libro primero, hemos de situar

Flor de caballerías en la ciudad de Granada en 1599. Últimos decenios del siglo

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XVI, que han sido considerados como los de la decadencia del género caballeresco en España; y así sucede en la transmisión impresa si tenemos en cuenta que los dos últimos textos originales que se imprimen lo hacen en 1587 (Tercera parte de Espejo de príncipes y caballeros de Marcos Martínez, Alcalá de Henares, Juan Íñiguez de Lequerica) y en 1602 (Policisne de Boecia de Juan de Silva y Toledo, Valladolid, herederos de Juan Íñiguez de Lequerica). Sin embargo, decadencia editorial con matices si tomamos en consideración las reediciones caballerescas que desde la década de los ochenta van a ver la luz en las prensas hispánicas: los cuatro primeros libros de Amadís de Gaula (Sevilla, Fernando Díaz, a costa de Alonso de Mata, 1580), las Sergas de Esplandián (Burgos, Simón Aguayo, 1587; Zaragoza, Simón de Portonaris, a costa de Pedro de Hibarra y Antonio Hernández, 1587; Alcalá de Henares, Juan Gracián, 1588), Lisuarte de Grecia de Feliciano de Silva (Zaragoza, Pedro Puig y Juan Escarilla, a costa de Antonio Hernández, 1587; Lisboa, Alfonso Lopez, 1587), Amadís de Grecia (Lisboa, Simon Lopez, 1596), Florisel de Niquea (Zaragoza, Domingo de Portonaris, 1584), Palmerín de Olivia (Toledo, Pedro López de Haro, 1580), Primaleón (Lisboa, Simon Lopez, 1598), Belianís de Grecia (Burgos, Alonso y Estevan Rodríguez, 1587), Cristalián de España (Alcalá de Henares, Juan Íñiguez de Lequerica, a costa de Diego de Xaramillo, 1587), Espejo de caballerías (Medina del Campo, Francisco del Canto, 1586), dos primeras partes de Espejo de príncipes y caballeros (Valladolid, Diego Fernández de Córdoba, 1586; Zaragoza, Juan de Lanaja y Quartenet y Pedro Cobarte, a costa de Juan de Bonilla, 1617), tercera parte de Espejo de príncipes y caballeros (Alcalá de Henares, Juan Íñiguez de Lequerica, 1588; Zaragoza, Pedro Cobarte, 1623) y Renaldos de Montalbán (Perpiñán, Sansón Arbús, 1585).

El género editorial caballeresco (como la industria editorial hispánica en general) vive en los últimos decenios del siglo XVI una situación agónica. El formato en folio y la enorme inversión económica necesaria para imprimir estos voluminosos libros propiciaron su paulatina desaparición de las prensas hispánicas, así como su transformación externa, en especial, la estrategia de convertir los «toneles» caballerescos en fascículos reutilizando la división interna en libros o partes gracias a la incorporación de portadas interiores. En cualquier caso, en las postrimerías del siglo XVI y en los primeros años del XVII se consumarán unos cambios editoriales que propiciarán el formato cuarto para las obras de ficción, como el ejemplo del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán supo aprovechar, y de ahí el avispado librero Francisco de Robles lo retomará para el Quijote cervantino.

Sin embargo, el diagnóstico de la salud del género caballeresco castellano no debe limitarse a este síntoma editorial, que más bien tiene que relacionarse con la situación económica (o mejor, la quiebra de la economía castellana) que vive España cuando sufre la decadencia de un imperio levantado sobre sueños y quimeras, sobre descubrimientos imprevistos. Las diversas documentaciones de fiestas y saraos, entradas triunfales y espectáculos cortesanos en donde los torneos al molde caballeresco se imponen, los ejemplos de lecturas públicas de libros de caballerías, incluso de recitaciones de memoria (en donde el recuerdo de Román Ramírez tiene la trascendencia de no ser único), así como la proliferación de libros de caballerías manuscritos, que se escriben y difunden al margen de la industria editorial, se presentan como síntomas de

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una salud que, si no envidiable, sí puede considerarse aceptable, mucho más si tenemos en cuenta que estamos hablando de un género con casi cien años de historia, de vida repleta de todo tipo de agitaciones que, como el propio don Juan, puede vanagloriarse de haber estado entre las manos de los personajes más ilustres de la época (el propio emperador Carlos V) y escondido en los baúles de las ventas más perdidas de La Mancha. Otro aspecto a tener en cuenta puede ser la pobreza temática y argumental que el género caballeresco –después de un siglo de transitar los mismos pasos y florestas– viene a consumar en estos momentos. Pero tampoco nos dejemos engañar por gustos literarios y análisis narratológicos (como tantas falsas doncellas que aparecen en los libros de caballerías) que con los ropajes del hoy intentan vestir (y disfrazar) los cuerpos del ayer.

El caso del Policisne de Boecia de 1602, que su autor Juan de Silva y Toledo consigue llegar al buen puerto de la imprenta (a su propia costa, no se olvide) con la finalidad de conseguir una serie de beneficios sociales, ha sido utilizado para mostrar cómo la veta de las historias caballerescas iba tropezando, por utilizar el símil cervantino con el que finaliza el Quijote, al principio de la centuria. En otras palabras, este argumento le ha servido a la crítica para dar la razón a Cervantes en su análisis del género caballeresco, cuando en realidad el escritor alcalaíno sólo hace alusión a las «fingidas y disparatas historias de los libros de caballerías» que, siguiendo una lectura parcial e intencionada del último capítulo de la segunda parte, bien puede sobrentenderse que hace alusión al «fingido» y «disparatado» Quijote de Avellaneda. Los libros de caballerías manuscritos que hoy conservamos –pálido reflejo de los que debieron escribirse y difundirse en la época– vienen a dibujar una situación completamente diferente.

El corpus de los libros de caballerías manuscritos va aumentando a medida que conocemos con mayor exactitud los fondos de nuestras bibliotecas. Frente a los dos títulos caballerescos originales que vieron la luz en letras de molde en los últimos decenios del siglo XVI, la lista de libros de caballerías originales manuscritos muestra la enorme vitalidad que el género mantiene en estos decenios, e incluso en los primeros del siglo XVII, como se aprecia en el siguiente listado:

[1] Quinta parte de don Belianís de Grecia y de su hijo Velflorán con sus grandes echos (BNacional de Madrid: Ms. 13.138; y Biblioteca Nacional de Viena: Cod. 5.863).

[2] Historia del invencible y clarísimo príncipe Bencimarte de Lusitania (Biblioteca del Palacio Real: II.547 y II.1708)

[4] Libro tercero del ínclito Cavallero de la Luna [también incluye el cuarto] (BNacional de Madrid: Ms. 8.370 y Ms. 10.247).

[4] Historia caballeresca de don Claridoro de España (BNacional de Madrid: Ms. 22.070).

[5] Clarís de Trapisonda (dos folios conservados en Biblioteca del Palacio Real: II.2504)

[6] Jerónimo de Urrea, Don Clarisel de las Flores y de Austrasia (tres partes). La primera parte se conserva en dos copias (Biblioteca Apostolica Vaticana [Barberini. lat. 3610] e Hispanic Society de Nueva York [HC 397/715]) y la segunda y tercera en la Biblioteca Universitaria de Zaragoza (Mss. 162 y 163). Se conservan además algunos

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fragmentos de la tercera parte en la Biblioteca particular de Ángel Conellas en Zaragoza.

[7] Quinta parte de Espejo de príncipes y caballeros (BNacional de Madrid: Ms. 13.137)

[8] Francisco Barahona, Libro primero de la primera parte de Flor de Caballerías (Biblioteca del Palacio Real: II-3060)

[9] Aventuras de Filorante (Biblioteca Zubalburu de Madrid: Ms. 73-240)[10] Historia del inbencible caballero Leon Flos de Tracia (BNacional de

Madrid: Ms. 9206).[11] Damasio de Frías, Primera parte del cerco de Constantinopla, do se

cuentan los altos y soberanos echos del valeroso e invencible príncipe Lidamarte de Armenia (Universidad de California: Ms. 118)

[12] Miguel Daza, Crónica de Don Mexiano de la Esperanza, Caballero de la Fe (BNacional de Madrid: Ms. 6.602).

[13] Jerónimo de Contreras, Historia y libro primero del inbencible y esforçado caballero don Polismán, hijo de don Floriseo Rey de Nápoles (BNacional de Madrid: Ms. 7839)

[14] Antonio Brito da Fonseca Lusitano, Selva de Cavalerías (Biblioteca Nacional de Lisboa: COD/11255 y COD/615)

A esta relación, habría que sumar dos textos caballerescos que pueden fecharse en los primeros decenios del siglo XVI ([1] Crónica del príncipe Adramón [BNationale de France: Esp. 191] y [2] Libro del virtuoso y esforçado cavallero Marsindo [Real Academia de la Historia de Madrid: Ms. 9/804]), así como un libro de caballerías manuscrito que lo es por no haber sido impreso, aunque se conserva el contrato de impresión, y que debe datarse a mediados de la centuria: Francisco de Enciso Zárate, Tercera parte de la historia del imbencible caballero don Florambel de Lucea, Emperador de Alemania (Biblioteca del Palacio Real: II.3285).

La mayoría de estos textos aparecen sin ninguna indicación cronológica, aunque también se documentan algunas precisiones temporales, como el Polismán de Jerónimo de Contreras (12 de mayo de 1573) o Corónica del Caballero Mexiano de la Esperanza (11 de diciembre de 1583), así como nuestro Flor de caballerías (1599). Especial atención merece la Quinta parte de Espejo de príncipes y caballeros que, aunque se presenta sin ninguna indicación cronológica, puede datarse con posterioridad a 1623, año en que Pedro Cobarte imprime en Zaragoza la Cuarta parte del libro, que es inventada por el editor con una evidente estrategia editorial en comparación con las dos primeras partes que en 1617 el editor Juan de Bonilla ha mandado imprimir en varios talleres tipográficos zaragozanos. ¿El último libro de caballerías original? Quizás sí, o quizás podamos situar alguno de los restantes en años posteriores. En cualquier caso, queden estos datos como el viento que acabe barriendo tantos comentarios sobre la decadencia y desaparición del género editorial caballeresco en los últimos decenios del siglo XVI.

Un nuevo tópico que debe ser desterrado. La transmisión manuscrita de libros de caballerías –de textos extensos en prosa, en general– sufre en la primera mitad del siglo XVI la agresiva competencia de la transmisión impresa. La industria editorial hispánica, como se ha puesto de manifiesto en variadas ocasiones, marginada del floreciente comercio del «libro internacional», tiene

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en estos libros en castellano (en donde los libros de caballerías han de ser considerados uno de sus más importantes pilares), el medio de su supervivencia. Pero cuando esta industria, como antes hemos indicado, no es capaz de asumir la difusión de nuevos textos (aunque sí se sigan reeditando aquellos que tienen un cierto éxito garantizado, como los diferentes textos del ciclo de Amadís de Gaula), la transmisión manuscrita (habitual –y casi única– para la difusión de la poesía o de los textos breves) vuelve a ser un medio utilizado para difundir los libros de caballerías. En otras palabras, el listado anterior de libros de caballerías manuscritos no refleja una lista de obras que, preparadas para ser impresas, quedaron fuera de las letras de molde; al contrario, son obras copiadas para ser difundidas como manuscritos; son manuscritos que se difundieron de este modo y se copiaron y modificaron. El ejemplo del Filorante es en este sentido paradigmático: reelabora el libro primero de Clarisel de las Flores de Jerónimo de Urrea, uno de los libros de caballerías más hermosos e interesantes de todo el siglo XVI. De este modo, que este texto quedara manuscrito no debe entenderse que permaneciera inédito, que sea posible identificar ambos conceptos, tal y como sucede en la actualidad; su difusión, como lo muestran los distintos códices que hemos conservado de la obra, se llevó a cabo por un cauce diferente al habitual para los libros de caballerías en la primera mitad del siglo. Un simple cambio de perspectiva.

Por último, Flor de caballerías aparece no como un libro manuscrito habitual, sino que ha sido copiado imitando un libro impreso, todas las características esenciales del género editorial: tanto en la portada, donde se ha pegado el grabado (no por casualidad) que Alonso y Estevan Rodríguez utilizaron en Burgos para imprimir la primera y segunda parte de Belianís de Grecia (1547 y 1587), tachando el Belianís que aparecía en una divisa en la esquina superior izquierda y escribiendo a la derecha: «BELIN | FLOR | DE | GRECIA»; como también se ha imitado un título siguiendo el modelo tipográfico habitual en los libros de caballerías impresos: primera línea en mayúscula y el resto en composición en base de lámpara. De la misma manera se actúa en el interior, que sigue en su forma externa la de los impresos que conforman el género editorial caballeresco, tanto en el íncipit: cuerpo de letra mayor, primera línea en mayúsculas y segunda línea en una mayúscula más menuda; en los epígrafes, en donde la primera línea también se escribe en un cuerpo de letra mayor; y, sobre todo, en las capitales, que se dibujan con todo tipo de detalle mediante motivos geométricos y vegetales, alternando varias formas y tamaños, tal y como los libros de caballerías impresos a finales de la centuria alternaban letras de varios alfabetos.

Flor de caballerías, terminado de «imprimir» en 1599, cierra el círculo de nuestra argumentación: libro de caballerías manuscrito a finales del siglo XVI que se difunde con el ropaje externo de un libro de caballerías impreso, siguiendo el modelo de un género editorial que a lo largo de toda la centuria ha sabido mantener y consolidar una serie de características que lo convierten en paradigma de los que se ha denominado el «estilo español» del libro antiguo, frente a lo productos que se imprimen en los talleres franceses o italianos.

Apuntes sobre un autor desconocido

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El autor de Flor de caballerías es Francisco Barahona. Así se le nombra en los últimos versos de un soneto laudatorio que se sitúa al inicio del libro segundo (f. 118v):

Edificios altivos, traços hechosCon elegancia de un Apolo dignaNos canta don Francisco Barahona.

Identidad que viene reforzada por una carta autógrafa del mismo que se ha encuadernado entre los primeros folios del códice, en donde, al tiempo que se disculpa por no haber podido acudir a una cita mediante un soneto, se informa a un amigo –quizás el destinatario de esta tan peculiar «impresión manuscrita» y tal vez el autor del poema laudatorio– de otras empresas literarias con las que el autor intenta matar sus horas de ocio. Dice así la carta:

[2r] Aquesta primavera tan lluviosa,aquese alvergue tuyo travajosoy aqueste luto mío ya enfadoso,aquesta mi «Arsilea» tan gustosa,

aquesta inquietud que no reposapues que no puede hallar ningún reposo,y aqueste imaginar tan congoxosoen poesía tanta y enfadosa,

aquesas calles sucias y con lodo,con aquesta humedad continua y fríaque en el verano me parece a muerte,

me estorvan aora del posible mododel poderme alargar de casa un día,y así perdonarás el no ir a verte.

Ay os digo las causas por que no subiré. Perdonadme, pues aunque no vaya acá entiendo en cosas de vuestro gusto. A Juan de Mena se llevó Morillo el Viejo para leerlo; él tendrá cuidado de traello y yo de llevallo. Este libro os enbío; yo quisiera fuera la cosa más limada del mundo y cernida por el harnero de la expiriencia para que fuera mejor, pero en vuestro poder lo será y así con un poco de travajo que toméis de escrevir en estas hojas blancas lo que se os antojare tendréis un libro, mas tanbién serán vuestros los cartapacios grandes, pero será en acabándoles un par de conpañero[s]. Veinte y cinco pliegos tengo escritos de la «Arsilea»; acabaréla para san Bernabel y hasta entonces no me mandéis otra cosa. Vale. Don Francisco Barahona.

Morillo el Viejo, el amigo que debe recibir estas obras, el Juan de Mena que se presta... van conformando un cierto ambiente rural en donde hidalgos consiguen descubrir un sentido a sus vidas no en sus oficios –pocos o ninguno–

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sino en esas lecturas y en esas escrituras que –¡siempre de un modo inevitable!– evocan el primer capítulo de El Quijote: un hidalgo como ese Alonso Quijana, que se pasa las «noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio», y que, sin «otros mayores y continuos pensamientos» que le estorben, dedica las horas de su soledad («aqueste luto mío ya enfadoso») a escribir libros de caballerías, a escribir novelas pastoriles, porque como tal creemos posible identificar esos veinticinco pliegos de la Arsilea.

Las «hojas en blanco» que se indican en la carta, además de para escribir el soneto laudatorio antes indicado (con sus pruebas correspondientes), ha sido utilizado para diversas anotaciones –alejadas algunas de ellas del libro– pero que nos sitúan en el espacio geográfico de Granada. Así en el f. 118r se lee: «Los que tubieren y vieren temido don Pedro Rufino de Belinfol, vezino de la ciudad de Granada. Libro segundo. Capitán de siete. Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de las Sentauras, capitán del egército don Antonio Fernández». Y aún podemos concretar más el espacio con las anotaciones, algunos inicios de documentos o pruebas de composiciones líricas, que aparecen en los tres folios en blanco que se han situado en el códice actual en la primera laguna del texto: «Digo que estando en esta villa de Órxiba en veinticinco días del mes de agosto ante mí don Fernando de Paderes del estado de Órxiba ante mí...». Nos encontramos, por tanto, en Órjiva, ciudad granadina de las Alpujarras.

El texto es parco en alusiones biográficas –como es habitual en el género–, pero dos detalles van a permitir perfilar un retrato. Por un lado, se documentan curiosos casos de una posible pronunciación ceceante (116v farçantes ó 213v dispuçiçion); y por otro, en las descripciones de florestas y jardines se prima la enumeración de variedad de árboles y pájaros, en donde el autor parece dejarse llevar por sus conocimientos, por su propia experiencia y placer personal (vid. cap. XXIII de la segunda parte, fol. 172v). Del mismo modo, cuando Belinflor llega al reino de Tracia en el capítulo XXVIII de la primera parte, pasa las horas disfrutando de las «grandes perfecciones de la naturaleça» que a sus ojos se ofrecen: los variados árboles, el cielo estrellado que incita al príncipe a «dar gracias al creador d’ello», la hermosura de la luna... todo ello para terminar en un vituperio contra la corte, en donde la lujuria y la murmuración se han convertido en modelos de conducta, así como en el folio 28r se lleva a cabo una defensa de las letras sobre las armas. Es cierto que todo esto puede reducirse a tópicos recogidos, utilizados y consolidados por la retórica barroca, pero ¿hemos de negar la posibilidad de ampliar su sentido más allá de los tópicos?

¿Está Francisco Barahona emparentado con los Barahona de Sevilla? ¿Puede identificarse con ese canónigo granadino autor del Memorial por el sacro Monte y sus reliquias y libros del que habla Nicolás Antonio en su Bibliotheca Hispana Nova? ¿Cuál fue su biografía concreta, cuáles sus posesiones, quién fue su mujer por cuya muerte se lamenta, cuál la posición de la que gozaba en Órjiva, si deseamos concretar de este modo su geografía biográfica? ¿Se ha de considerar esa «indicación de mi poca edad» (fol. 116v) con el que acaba el primer libro como algo más que un tópico retórico que se encuentra la final de tantos libros de caballerías? Preguntas que quedan sin contestación, porque –y de nuevo Cervantes–, podemos imaginar al autor de Flor de caballerías como uno de esos hidalgos de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor; uno de esos hidalgos que

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intentan vivir, revivir, sobrevivir en los libros de caballerías que leen o que escriben esa biografía heroica que la vida les negó. Algunos tienen la fortuna de convertirse en protagonistas de un libro de caballerías (don Quijote de La Mancha); otros deben conformarse con ser un nombre, un nombre y un apellido en un libro de caballerías, como Francisco Barahona.

Nuestro autor se decidió –lo que no hizo el hidalgo Quejada o Quijana– a escribir un libro de caballerías. Y como demuestra a lo largo de su texto, es posible considerarle un experto en la materia. ¿Había también en su casa granadina almacenado una biblioteca caballeresca del mismo esplendor que la que se reunió en La Mancha de la mano del ilustre Miguel de Cervantes? Que Francisco Barahona poseyera una gran número de libros de caballerías castellanos no puede afirmarse si no es dejándose llevar por el embrujo de don Quijote, pero que los había leído casi todos sí que puede defenderse con cierta seguridad, porque el propio Flor de caballerías no es más que un homenaje a todos ellos, a un grupo selecto de ellos, a los que quizás hace alusión al describir el maravilloso Arco en que será armado caballero Belinflor: «estavan pintados todos los hechos de armas que en este tienpo se pueden leer» (fol. 25v).

En los capítulos quinto y sexto de la segunda parte de Flor de caballerías se va a narrar uno de los episodios más curiosos del libro; no tanto por la formulación del mismo, como por tratarse de una verdadero escrutinio caballeresco: las aventuras de los Arco de Martes, Palas Atenea y Venus, gracias a las cuales Belinflor, por una parte, y Rubimante, por otra, se alzan como el más valiente caballero y la más bizarra y hermosa dama, respectivamente. ¿Sus contrincantes? Los protagonistas de los libros de caballerías castellanos, que van a justar y enfrentarse a los protagonistas de nuestro texto siguiendo una estudiada coreografía en donde se evidencia la opinión que Francisco Barahona tiene de cada uno de ellos. Un escrutinio mucho más benévolo con los libros que el protagonizado por el cura y el barbero en el Quijote. Aquí, como mucho, veremos en el suelo a algunos de nuestros héroes. Pero sin sangre, sin mala sangre.

Al entrar Belinflor en el Castillo de Marte, le sale a su encuentro Esplandián, «príncipe de la Gran Bretaña», quien le indica las reglas de la aventura: debe correr tres lanzas con cada caballero; y en el caso de que permanezca en la silla, deberá entablar batalla (es decir, enfrentamiento con espada) hasta vencerlo o ser vencido. La aventura se desarrolla siguiendo el siguiente esquema que ahora nos interesa como «escrutinio caballeresco»: a la primera lanza, caen al suelo [1] el emperador Esplandián, [2] el emperador Lepolemo de Alemania, [3] el príncipe Primaleón, [4] el emperador Lisuarte de Trapisonda, [5] el príncipe Cupideo y [6] su padre, Leandro el Bel; a la segunda lanza, le sucederá lo mismo al [7] príncipe Agesilao, «hijo de don Falanges de Astra», [8] a Palmerín de Oliva, [9] al príncipe Florambel de Lucea, y [10] al príncipe Olivante de Laura; a la tercera lanza caen al suelo [11] Cristalián de España, «hijo de Lindedel», y [12] Amadís de Grecia, «el Caballero de la Ardiente Espada»; son derrotados en el enfrentamiento con espada después de mantenerse en el caballo las tres lanzas [13] Rogel de Grecia, «el disfrazado Arquileo», [14] Florisel de Niquea, «robador de Helena», «ofensor de don Lucidor», [15] Rosabel, «hijo del ínclito Rosicler», [16] y Claridiano de la Esphera, «armado de unas armas moradas». En este momento, se acercan tres caballeros, la culminación de la caballería, que no

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llegan a justar con Belinflor: [17] Caballero del Febo, «grande Alfevo», [18] Belianís de Grecia y [19] el príncipe Belflorán. Por último, acompañado por el rey Lisuarte de la Gran Bretaña y Arquisil de Roma, aparece [20] Amadís de Gaula «emperador de la caballería», «algo enojado porque todos los de su linaje habían sido afrentados».

Como ponen de manifiesto las diversas fórmulas que el autor utiliza para nombrar a cada uno de los caballeros, así como algunos detalles de su vestimenta, Francisco Barahona demuestra un conocimiento directo de todos estos libros. En el caso de Amadís de Gaula, se hace alusión tanto a «su famosa espada que llamándose Beltenebros disfraçado con Oriana avía ganado» (II, 57), como a tres personajes a los que Amadís vence a lo largo de su vida: Abiés, rey de Irlanda (I, 9), Angriote de Estravaús (I, 18), y don Cuadragante (II, 55). Del mismo modo, con anterioridad al enfrentamiento entre Amadís de Gaula y el Cavallero del Arco, el Caballero del Febo, Belianís y Rosicler junto a Belinflor habían disputado sobre las aventuras más famosas protagonizadas por cada uno de ellos: la del templo de Amón acabado por Belianís, la victoria del Caballero del Febo sobre Meridián «defendiendo el partido de la infanta Lindabrides», la de la Tabla Redonda, finalizada por don Belianís de Inglaterra. Pero todas estas aventuras terminan por ser consideradas inferiores a la que está consiguiendo culminar Belinflor en el Castillo de Marte.

Este curioso «escrutinio caballeresco» tiene su paralelo femenino en las dos Palmas que consigue Rubimante: una, la de Palas, por ser la más valiente de todas las damas bizarras que aparecen en los libros de caballerías; y otra, la de Venus, por ser la más hermosa. La primera aventura está organizada de manera similar a la que ha superado Belinflor en el Castillo de Marte: correr tres lanzas y, en el caso de quedar en el caballo, comenzar una batalla. A la primera lanza, caen las siguiente damas bizarras: [1] la reina Calafia, [2] la reina Semíramis, [3] la reina Camila, [4] la reina Traifata, [5] la infanta Favarda, «muger del rey Salión de Lira», [6] Amazona reina Pantasilea, [7] Pintiquinestra, «muger del infante Perión»; a la segunda lanza, les sucede lo mismo a [8] Bradamante «hermana de Rolandos», [9] a la infanta Minerva, y [10] a la reina Zahara del Cáucaso; continúa la aventura con el enfrentamiento contra dos jayanas, [11] la reina Frosina, y [12] la reina Xarandria; a la tercera lanza, caen al suelo [13] la reina Zenobia «enamorada de Belflorán», [14] la reina Clariana, «la del Febo Troyano» y [15] Sarmacia, «la querida de Orístedes»; con la espada, después de superar sin caerse las tres lanzas, se enfrenta a [16] la infanta Alastraxera, «la de don Falanges», [17] a la reina Marfisa, [18] a Floralisa «enamorada de Poliphebo de Tinacria», «amada de don Clarisel», [19] a la reina Arquisilora de Lira, [20] a la infanta Rosavandi de Calidonia, «la de don Heleno», «hermana de Astorildo»; para concluir con las dos damas bizarras, la culminación de la caballería, con las que no llega a justar: [21] la princesa Hermiliana de Francia, «muger del valeroso príncipe don Clarineo de España», y [22] la princesa Claridiana, «muger de Alphebo».

En el caso de la Palma de Venus, las damas están situadas en un trono de siete gradas, de la siguiente manera: en el primer escalón, [23] la emperatriz Andriana, [24] la princesa Cupidea, [25] la princesa Heliodora, y [26] la princesa Gridonia; en el segundo, [27] la emperatriz Polinarda, [28] Leonorima, [29] Abra y [30] Onoloria; en el tercero, [31] la princesa Diana, [32] Lucendra y [33] Gradamisa; en el cuarto, [34] la infanta Helena, [35] la

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princesa Nique, [36] la emperatriz Arquisidea, [37] la princesa Penamundi y [38] la princesa Bella Estela; en el quinto, [39] la infanta Lindabrides, [40] la princesa Lucela de Egipto y [41] la infanta Belianisa de Inglaterra; y en el sexto, [42] la reina Oriana, [43] la princesa Floribella y [44] la infanta Olivia.

Sesenta y cuatro personajes de libros de caballerías castellanos han desfilado delante de Belinflor y Rubimante en estos capítulos. Personajes que luchan y aman en las aventuras que se narran en todos los libros del ciclo canónico amadisiano (a excepción, por tanto, del Florisando de Páez de Ribera [libro VI] y del Lisuarte de Grecia de Juan Díaz [libro VIII]): por supuesto del Amadís de Gaula, de las Sergas de Esplandián, del Lisuarte de Grecia que comienza el ciclo caballeresco de Feliciano de Silva, continuado por el Amadís de Grecia (Onoloria), el Florisel de Niquea (la reina Zahara de Cáucaso y la infanta Alastraxera), así como las partes tercera y cuarta del Rogel de Grecia (la emperatriz Arquisidea), para terminar con el Silves de la Selva de Pedro de Luján (la princesa Diana); en los dos primeros libros del ciclo palmerisiano: Palmerín de Olivia y el Primaleón, así como en las tres partes de Espejo de príncipes y caballeros (Rosabel, Claridiano de la Esphera, Belflorán, Bradamante, la reina Zenobia, Sarmacia, Floralisa, la reina Arquisolora de Lira, la infanta Rosavandi de Calidonia, la princesa Claridiana, la infanta Lindabrides), así como en otros libros diversos, como Febo el Troyano de Esteban Corbera (la reina Clariana), Lepolemo y su continuación (traducción del italiano) Leandro el Bel (el príncipe Cupideo o la princesa Cupidea), Florambel de Lucea, Olivante de Laura (impreso anónimo aunque su autor sea Antonio de Torquemada), Cristalián de España de Beatriz Bernal (las princesas Panamundi y Bella Estela), Belianís de Grecia (la princesa Hermiliana, la infanta Floribella), o la primera parte del libro primero de Clarián de Landanís de Gabriel Velázquez del Castillo (Gradamisa)... y en otros quizás porque la falta de materiales de apoyo (diccionarios y relaciones de antropónimos y de topónimos) de los libros de caballerías castellanos imposibilitan la identificación de todos ellos. Más adelante saldrá en escena, ahora contra el príncipe Rorsildarán, «el espejo de la caballería», don Roldán, y así mismo, Renaldos de Montalbán junto a Oliveros y a los otros doce pares de Francia (fols. 172r-v).

En cualquier caso, la coreografía que estos personajes consuman alrededor de los dos bailarines estrellas: Belinflor y Rubimante, los más valientes y hermosos, viene a mostrar no sólo una lectura amplia y pormenorizada de la mayoría de los libros de caballerías castellanos que aún a finales del siglo XVI sobrevivían en el gusto de un amante al género1, sino –y es lo que ahora queremos resaltar– estos personajes son nombrados siguiendo una gradación. En esta gradación, en este escrutinio caballeresco, a la cabeza se coloca Amadís de Gaula, pero más como tributo al «emperador de la caballería» que como verdadero modelo narrativo y caballeresco: no olvidemos que Amadís de Gaula batalla con Belinflor, aunque este no quería llevar a cabo el citado «descomedimiento», y que si no es vencido es gracias a la intervención del rey Lisuarte y del emperador Arquisil; y que Oriana comparte el último peldaño de la hermosura con las amadas de Belianís y de Palmerín. Los modelos narrativos y caballerescos de Flor de caballerías hay que buscarlos en el Belianís de Grecia de Jerónimo Fernández y, sobre todo, de las tres partes del Espejo de príncipes y caballeros2. Influencia y modelos que pueden rastrearse

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igualmente en la toponimia y en la denominación de los protagonistas de Flor de caballerías3.

En el contexto de la influencia del Espejo de príncipes y caballeros de Diego Ortúñez de Calahorra y de sus dos continuaciones (las de Pedro de la Sierra Infanzón y de Marcos Martínez), hemos de comprender las continuas referencias al mundo clásico, especialmente los personajes y acciones de la odisea troyana, que se documentan a lo largo de toda la composición, como Eisenberg (1975: LII) ya señalara como causa de la popularidad de la primera entrega de las aventuras del Caballero del Febo. El príncipe Belinflor se entretiene en el Deleitoso Bosque leyendo la Historia de Troya, lo que le lleva a desear, después de admirar las proezas de Héctor, a combatirse con él para «ver si sus fuerças alcançavan a lo que d’él escriven y después de satisfecho tenerlo por amigo» (fols. 24r-v). Así mismo, cuando entran en combate en la mar Rorsidarán y Belinflor, el narrador acota: «Si tan brava batalla en que Marte apriende, ¿para qué decir en que d’ella no se avía de entregar a mí sino el celebérrimo Homero, al sonoro Virgilio o al fecundo Taso?» (cap. XI del segundo libro, fols. 143v-144r). Homero, Virgilio y el italiano Tasso se convierten –con esta afirmación– en modelos, en ideales de la narración de las aventuras y hazañas que en el libro se narran ahora (al margen de que se trate de un tópico, lo que en este momento interesa son los nombres, los autores y las obras concretas que se utilizan para formularlo, lo que conlleva un cierto juicio literario). De esta manera, si Belinflor demuestra en la segunda parte cómo es el más valiente de todos los caballeros de los libros de caballerías castellanos, del mismo modo las proezas por él culminadas, así como por Miraphevo, ponen en evidencia la superioridad del griego frente a sus antepasados. Precisamente en el capítulo X de la primera parte, Francisco Barahona vincula directamente al príncipe Miraphevo con la estirpe de Héctor, el héroe troyano, y de la reina amazona Pentasilea (fol. 18v): Frostendo, quien se casa con al reina del Caúcaso, la hermosa Salora, después de haber estado encantado en Ilión durante mil años. De nuevo, las Crónicas troyanas aparecen como el referente clásico de los Espejos de príncipes y caballeros y de sus continuaciones4. El libro, Flor de caballerías, –como es habitual en las distintas continuaciones del Espejo de príncipes–, aparece como culminación de todos los textos anteriores, así como su protagonista, Belinflor, se presenta como mejor caballero que todos los héroes clásicos, tal y como afirma el sabio Menodoro: «tiniendo a Belinflor en nuestra conpañía, aunque lo defendiera el ventajoso Hércules y el afamado Jasón y el sin par Héctor y, aunque ayudare con sus discretas cautelas el perseverante Ulixes, lo tuviera yo por poco» (fol. 111r). Por otro lado, la vinculación de ambos mundos, el mitológico greco-latino y el caballeresco, se aprecia en la relación que Francisco Barahona hace cuando describe –siguiendo otro de los motivos más frecuentes en el ciclo de las aventuras del Caballero del Febo– la encantada Torre de Medea (cap. XV de la primera parte, fol. 28r). En las paredes de mármol, «con infinitas piedras preciosas, entallada con mucho oro y colores», están dibujadas diversas historias; historias de «castas mugeres» como Clonia, Hipo, Alcestis, Fulbia, Camila, Tucia y Dido, presididas por la diosa Diana; historias de amantes como Paris y Helena, Píramo y Tisbe, don Florisel y la segunda Elena, Leandro y Hero, el Febo y Lindabrides, bajo la protección de Cupido; y por último, bajo la imagen de la Muerte, «muchos

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excelentes varones» como Alexandro Magno, Julio César, Aníbal, Pompeyo, Héctor, Príamo, Artús, Cayo, Mario, Augusto y Octaviano.

Al margen del tópico del amanecer mitológico, que viene a seguir una tradición caballeresca propia no sólo de los libros de Feliciano de Silva sino de tantos otros, como el propio Belianís de Grecia –parodiados en el segundo capítulo del Quijote cervantino–, de dos modos el mundo clásico, o mejor, las alusiones tópicas a una serie de personajes y de topónimos propios de la mitología clásica conocidos por cualquier persona con una cierta (y no excesiva) cultura en la época, van a ir desgranándose en nuestro texto: [1] referencia a héroes y dioses clásicos que presencian las batallas de los protagonistas del libro y [2] la reutilización de personajes clásicos dentro de la historia5.

Las batallas son los lugares propicios elegidos por Francisco Barahona para hacer aparecer a Marte y a otros dioses clásicos que se quedan admirados –e incluso se afirma que aprenden– del arte de la guerra de estos nuevos caballeros. Así sucede por ejemplo en el capítulo XXIV de la segunda parte. El encuentro entre Rugerindo y Belinflor, sin saberlo hermanos, es contemplado por «el dios Pan con su pastoril y satírico vando; el délfico con sus armónicos y sonorosos ministros; el dios de las selvas con su conpañía de sátiros y faunos; la casta caçadora con sus montesinas ninfas; Apolo con Calíope, Clío, cómica Talía, Euterpe, Polimnia, Erato, Urania, Terpsícore y Melpómene; Venus, Saturno, Mercurio, Júpiter, Neptuno con su tridente, Vulcano con sus cíclopes, Plutón con Proserpina y sus furias, y finalmente Marte con su furibunda conpañía, vinieron todos a ver y celebrar la furia de los desconocidos hermanos que se avía de mostrar por la potencia de sus golpes» (fol. 175v).

Por otro lado, el personaje de Medea va a convertirse en un referente esencial de todo el trasfondo mágico de la obra. La aventura del Castillo de Medea y en especial la del Infierno de Jasón (cap. XXXIV de la segunda parte, fols. 201r-v), van a permitir al autor hacer comparecer toda una serie de personajes mitológicos, bañados así mismo de toda esa iconografía propia del infierno procedente de las transformaciones (e incorporaciones) consumadas en la Edad Media; una recreación del descensus ad inferos, de esos espacios infernales tan habituales en los libros de caballerías (Cacho Blecua, 1995)6: al inicio del «hondo valle», no canta ni Filomena (la golondrina), ni Procne (el ruiseñor), ni la cuidadosa Alcítoe (el murciélago), sino la cruel Escila (el martinete) acompañada del desdichado Niso (el águila marina), del determinado Ceix (el somormujo), y de la «parlera secretaria de Palas» (la lechuza). De este modo, llega Belinflor a un camino en donde ve aparecer al «desobediente mancebo de Cibeles» (Atis), «el agradable y malancólico amado de Febo» (Cipariso), así como las mujeres tracias que terminaron con la vida de Orfeo. En un segundo valle, más hondo que el anterior, el héroe reconoce a las Danaides, quien por obediencia a su padre, Danao, –excepto Hipermestra–, asesinaron a sus maridos la noche de bodas; y posteriormente a Tántalo y Sísifo; de ahí llega a una negra puerta, detrás de la que distingue a Plutón y a sus «temerosos ministros», con los que Belinflor tiene que luchar, llegando entonces al temeroso valle, donde el miedo y el pavor que allí recibe no le impide dejar de reconocer al «atrevido» Ixión, con su rueda inmortal, a las insaciables Harpías, a Ayax, hijo del codicioso Telamón, a la cruel Anaxáreta, a Teseo y Minos, sufriendo las torturas de Cupido por su actitud contra el amor,

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a las tres Erinias, las Furias romanas (Alecto, Tisífone y Megera), «peinando con peines de encendido hierro bívoras y culebras que por cavellos tenían»; de aquí pasa el Cavallero del Arco a un prado en donde la simbología cristiana viene a compartir el espacio infernal del episodio: siete sepulcros en donde se representa a los pecados capitales, en el siguiente orden: lujuria, envidia, gula, avaricia, pereza, acidia e ira. Vuelve el mundo greco-latino con Caronte y su barca en la laguna Estigia, «cuya popa era una caveça de disforme dragón; la proa, de cola de sierpe; la silla, sus alas; el vaso, el medio cuerpo de Behemot; los remos eran de gruesos cuerpos de silvestres lagartos»... y por no detenernos más en este espacio infernal, llega Belinflor al palacio donde encuentra a Plutón con su amada Proserpina, después de haber vencido al can Cerbero y a una serie de demonios en la fragua de Vulcano, y de aquí pasa a una habitación donde se topa con las Parcas, y de ahí al verdadero infierno de Jasón, en donde el marido de Medea sufre la más terrible de las torturas por su traición: cuatro leones, grifos, tigres y osos muerden sus brazos y piernas produciéndole «con sus dientes crueles y penetrantes heridas de cuya sangre él y el suelo estava teñido»; al tiempo que cuatro demonios le abrasan las entrañas y un avestruz le come el coraçón «y acabado un demonio le ponía una plancha de hierro quemado, con lo cual le sanava la herida y el avestruz bolvía de nuevo a picalle». Belinflor consigue liberar a Jasón de su tormento, y al hacerlo culmina la aventura, con su muerte y la de Medea, consumándose en este momento un nuevo prodigio: ambos aparecen encerrados en un sepulcro de alabastro en donde en letras rojas se narra su vida y muerte, así como las múltiples penas que el príncipe había padecido por su traición. A este sepulcro se acerca Belinflor «con más piadosos pasos» que con los que el cansado Anquises se acercara a su hijo Eneas en el canto VI de la Eneida de Virgilio.

Y un último ejemplo, entre tantos que documenta el texto, para mostrar cómo se incorporan personajes clásicos a la trama del mismo. En dos ocasiones aparecerá Anteo, el hijo de Gea, en el libro: en la encantada Torre de Medea (cap. XV de la primera parte, fol. 29v), en donde «el gran Anteo», después de enfrentarse por primera vez con Belinflor, pide ayuda a los dioses porque sus golpes son más fuertes que los del victorioso Hércules: «¡Ó, dioses, si á resucitado con nuevas fuerças el poderoso Hércules para venir a enfrentarme en esta remotísima morada, ó, valedme que estas dobladas fuerças son que las primeras!»; y en el Castillo de Medusa (cap. XXXII de la segunda parte, fol. 233r), que es la última guarda del encantamiento ideado por el sabio Eulogio, a quien Belinflor vence con dos puñaladas que le propina estando abrazado con él.

En conclusión, el gran número de alusiones mitológicas greco-latinas que aparecen en Flor de caballerías, frente a lo que sucede en otros libros de caballerías manuscritos como el Clarisel de las Flores de Jerónimo de Urrea o el Lidamarte de Armenia de Damasio de Frías, ha de relacionarse antes con el modelo narrativo impuesto por el ciclo del Espejo de príncipes y caballeros que como prueba de una cultura clásica en nuestro autor.

Del mismo modo, en el estilo Francisco Barahona tampoco se alejará de sus fuentes caballerescas. Sólo dos notas a modo de ejemplo. El autor tiene una especial predisposición para escribir en un estilo ornamental y amplificador, con la proliferación de una variada tipología de equivalencias. Son habituales las documentaciones del políptoton (102v Cumpliendo la victoria la muerte de

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Xaremo, cumplió la alegría de los presentes, con la cual cumplieron lo que a ella devían), de derivaciones (159r aunque con más deseo Rugerindo dava priesa que apresurasen los forçados, poniendo toda la fuerça de sus forçosos braços e los gruesos remos, para que con vigorosa fuerça forçada más apriesa caminase), de anáforas (183v Los jayanes, ambos diestros, ambos agudos, ambos prestos a herir, ambos ligeros en rebatir, ambos valentísimos y ambos de veras enojados) y, en especial, de figuras etimológicas, en donde se acompaña al sustantivo de un adjetivo formado de su misma base léxica (15v ordenada desorden, 37v denodado denuedo, 40v esforçado esfuerzo, 41r humilde humildad, 41r impetuoso ímpetu...), así como equivalencias morfológicas con una evidente función intensificadora, como la epizeuxis (66r haciendo muchos muchos males). También son habituales ciertas licencias y equivalencias sintácticas, como la enumeración (por ejemplo, al indicar los peligros que Belinflor encuentra en la Encantada Montaña de la Fada, fols. 37v-38r), la acumulación (especialmente fol. 172v), el hipérbaton (12r Y con esto llegaron donde la batalla se hacía y enristrando sus lanças se entraron por los cavalleros de los jayanes y el emperador Rugeriano y el príncipe Brasildoro endereçando a los jayanes) y la proliferación no sólo de adjetivos sino también de epítetos pleonásticos, abundantes en esos pasajes de trasfondo greco-latino a los que nos hemos referido con anterioridad (92v diligente Zintia, 143r iracundo Marte, 159r rubicundo Apolo) o al aludir a los protagonistas de la obra (33v esforçado y encubierto griego, 53r ínclito Rugerindo, 54r fuerte Tirisidón, 55v valiente Deifevo, 59v honesta Gralasinda, 62v oriental príncipe Furiabel...). El estilo de Francisco Barahona, con ejemplos como «oyó un temeroso ruido y asomándose a la puerta de la torre vio que toda era hueca y muy honda y escura y enfrente de la puerta avía una temerosa boca de una lóbrega cueva, por la cual salía un inpetuoso y caudaloso río, el cual con sonoroso y temeroso ruido en la honda sima de la hueca y escura torre se precipitaba, que, otro que el invicto coraçón del encubierto griego lo mirara, de temor desfalleciera» (fol. 27r), deben ser considerados bajo el prisma de las palabras de López Pinciano (Philosophía antigua poética, 1596) al hablar de la necesidad de la afectación en la lengua poética: «Dicho está ya otras veces cómo la oración poética quiere un poco de afectación y, por esta razón, admite más frecuencia de epítetos, mas de manera que no sean molestos y enojosos, como lo sería el poeta que a cada sustantivo echase dos o tres adjetivos y epítetos. Es menester, digo, una medianía, y, si son buenos y bien traídos, se puede echar a cada sustantivo uno y, alguna vez, un par; mas el que ordinariamente echase dos o tres, haría una oración, no ornada, sino hogosa y fea» (II, 150-151). La mesura o moderación no son en absoluto características de la prosa de Francisco Barahona, por más que Aristóteles así lo recomendara en su Retórica para el uso general de los elementos del ornato (III, 2.4), como se aprecia en la descripción que hace el autor de la floresta en la que el emperador de Alemania llega en el segundo folio conservado del libro: «Era este unbroso valle faldado de un áspero monte donde entre coronadas cumbres de infructuosos enebros y entricados lentiscos buscavan su cóncava morada el javalí cerdoso, la retocadora garduña, el oso bramador, el temeroso gamo, el pávido conejo, el flechador espino, el rapante león, el gruñidor texón, la cabra velocísima y todo el ganado montesino que se puede imaginar» (fol. 2r).

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Por otro lado, como es también habitual en la prosa barroca, en varias ocasiones se hace uso de una figura de pensamiento: la écfrasis o descripción, en sus más variadas formulaciones, como la prosopografía (de animales fantásticos como el diabólico Eponamón [fol. 35r] o el Trigaleón [fol. 39r], de un jayán [fol. 56v] o de una mujer [fol. 228r]), la etopeya (fols. 24r y 103v), la topografía (de palacios [fol. 16r], de un río [fol. 90r], de un prado [fol. 17v]), de topotesia (de un castillo encantado [fol. 199v]) o de pragmatografía (de una fiesta [fol. 44v], de una tormenta [fols. 40r-40v]). En cualquiera de estas descripciones encontraremos todas las peculiaridades del estilo antes indicadas, así como uno de las características de este modelo caballeresco: la recurrencia en las descripciones de los vestidos de damas y caballeros en donde sobresale un mundo que vive en la riqueza y el lujo, en la fantasía de la hipérbole, como muestra la descripción que se hace de una doncella que llega a la corte en busca del Cavallero del Arco7:

estando todos muy alegres en la real sala, en ella entró una doncella, la más estraña que se vio: era muy pequeña, tanto que a una mediana muger no pasara de la cintura; era hermosa y venía vestida de terciopelo negro con inumerables zafires y carbuclos, que hacían una triste hermosura de riqueça; traía un tocado tan alto que con él igualaba a cualquier alto cavallero; era armado de unas delgadas vergas de oro y sobr’ellas los largos y rubios cavellos hacían entricadas laçadas, rebueltas y bien conpuestas con rosas, hechas de delgada gasa negra; rematávase en tres puntas de delgada hoja de oro, con color parda matiçados. Traía tras sí una doncella vestida de negro y dos enanos, en cuyos honbros traía la estraña doncella las manos. (fols. 104r-v).

Líneas maestras para un libro no maestro

Flor de caballerías es el título del libro de caballerías escrito por Francisco Barahona. Así aparece en las cabeceras y así se indica en los títulos de los dos libros de esta primera parte. Precisamente estas letras junto a una hermosa flor serán la señal dibujada en el pecho de Belinflor de Grecia cuando nace (fol. 16v), que permitirá su anagnóresis, que, en cualquier caso, no llega a culminarse en esta primera parte de la obra. En cualquier caso, no debemos olvidar que se trata de un título, de una denominación inusual dentro del género caballeresco, que a lo largo del siglo XVI había visto aparecer en las portadas diversas variaciones, pero siempre alrededor de tres denominaciones genéricas: libro, historia y crónica. Sergas («Las sergas del virtuoso cauallero esplandian hijo de amadis de gaula»), espejo (Espejo de caballerías o Espejo de príncipes y caballeros) o dechado y remate («Primera parte del Dechado y Remate de grandes Hazañas, donde se cuentan los inmortales hechos del cauallero del Febo el Troyano»), han de ser considerados del mismo modo excepcionales, como excepcionales son los adjetivos de los que se vale el autor para calificar al emperador Arboliano al enfrentarse al duque Bamasar: «pues qu’el espejo de la cavallería, padre de la cunbre y remate d’ella, hacía tan altas y maravillosas cosas que apenas se pueden creer» (fol. 165r).

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1. Los folios perdidos

Flor de caballerías, tal y como se conserva en la Biblioteca del Palacio Real, ha llegado a nosotros mútilo de varios folios iniciales (de tal modo que se ha perdido parte de los primeros cinco capítulos iniciales), y un fragmento del último (que impide la lectura del final del texto). Sin cabeza y sin pies hemos de adentrarnos a las aventuras narradas por Francisco Barahona. Debía comenzar Flor de caballerías con la genealogía de los héroes, y así en el primer folio conservado se narra cómo el príncipe Alivanto se casa con la emperatriz de Alemania, Orisbella, después de haberla salvado junto a su hermana Elivia de dos jayanes que previamente habían dado muerte a su padre, el emperador Valeriano, y a su hermano, el príncipe Hastiano. De esta unión nace el príncipe Arboliano, padre de Belinflor de Grecia, quien, desde pequeño, sobresale por su hermosura. Estando el emperador Alivanto en una floresta esperando aventuras, le llega una «blanca pintada alfana», quien le lleva a un barco encantado, en el que arriba a una «deleitosa y fresca ribera», a la que salta el caballero, quedando sus aventuras truncadas por la pérdida de los folios. Cuando se vuelve a retomar la narración, en el folio 11r, al final del capítulo quinto, nos encontramos en un ambiente bien distinto: el final de la batalla naval entre el emperador Arboliano y el rey Anares, a quien termina por vencer, rescatar a su mujer, la emperatriz Floriana, y volver todos a Grecia, «donde los dexaremos por contar cosas que hacen al caso para la prosecución de la historia» (fol. 11v). El capítulo sexto comienza con una acción, que debió narrarse en los precedentes: «Después de enbarcados, el emperador Rugeriano y el rey de Antioquía y los príncipes Brasildoro, Zarante y Zalipón en la nave quisieran seguir al encantado batel...», así como sucede con el séptimo (fol. 13v), en donde se retoma al rey Vepón de Tesalia, que había partido de la plaza de Clarencia en un carro con dragones. Poco más podemos saber, a excepción de cuatro alusiones posteriores en el texto, que hacen referencia a aventuras narradas en los folios perdidos, así como a esa larga prisión que el emperador Valeriano debió sufrir según indica la emperatriz Floriana (fol. 11r):

¡Ó, savia Sarga!, que la otra vez tan señalado servicio me hiciste en enviarme aquel vatel, acuérdate ahora de mí que aún mayor pena tengo agora que entonces (cap. XII, fol. 21r)

Acabado esto sonó dentro del castillo una recia tronpeta, al son de la cual salió el gigante Bruslando, aquel que cuando el enperador Arboliano y su conpañía libró al príncipe Brasildoro en aquella ínsula era el que se metió en el castillo (cap. XXII, fol. 47r)

al gran Mandrogedeón, cuya caveça con la de su padre traemos para que vuestra grandeça sepa que del enojo que le hicieron cuando a la princesa Floriana en la Torre encerraron (cap. XXIII, fol. 50r)

La historia á contado que en las justas que por el casamiento del emperador Arboliano en Clarencia se hicieron, el esforçado rey Vepón mató un día al Cavallero de los Leones, llamado Baburlán, qu’era rey de

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la Ínsula Gigantea y después vino Horteraldo co[n] el gigante Manbocarón y los demás que sucedió lo que oistes aora (cap. XXIV, fol. 50v)

Por otro lado, tampoco nos es posible conocer las palabras finales de esta narración abierta, en cuyos últimos párrafos se anunciarían las nuevas aventuras, el desarrollo de ciertas líneas narrativas que tendrían en las continuaciones su culminación. Flor de caballerías, a imagen y semejanza de Espejo de príncipes y caballeros y otros tantos libros de caballerías, aparece desde su portada como una obra abierta: primer y segundo libro de la primera parte, cuya continuación parece ya programada por Francisco Barahona. Al final del capítulo XLIII del libro primero, se narran las bodas entre Rorsildarán de Tracia y la princesa Risalea, de cuya unión nació Rodamor, quien «fue señalado y valentísimo cavallero, al cual Menodoro se muestra aficionado como el tercer libro d’esta primera parte lo mostrará» (fol. 94v). Nuevos personajes que protagonizarán las aventuras narradas en las continuaciones, como el propio hijo de Belinflor que «en el largo proceso de la historia» se casará con una hija del príncipe Miraphebo de Troya, tal y como se anuncia al final del capítulo octavo (fol. 19v); pero también a lo largo del texto se indican líneas argumentales, maravillas y aventuras que quedan ahora en suspenso, pero cuyo final se narrará en los siguientes libros y partes, cuando aparezcan esos héroes a las que están destinadas, como la llegada de Rugerindo a la corte española del rey Claristeo, el desencantamiento del príncipe Rorsildarán y la reina de Francia, Belrosarda, que no se cumplirá «hasta que nazca lo que el savio Eulogio desea» (fol. 194v), las hazañas que deberá culminar el Doncel de la Hermosa Flor a quien Belinflor conoce en la Casa de Medea o el final de la Aventura de la Ínsula de la Cruel Desdicha, según el padrón que lee el príncipe Rugerindo:

Hasta que el postrer engendrado del invincible y coronado león en la encubierta leona salga a luz, publicando con sus terribles uñas la fiereça heredada en conpañía de la mansa cordera despedaçadora del primer león, aquí llegaren no se acabará el famoso encantamento de la Ínsula de la Cruel Dedicha, porque en sí tiene encerrado más precioso tesoro y mayor causa para ponerse en peligro que la que el aventurero pensava y porque el sepultado anillo es para mayores cosas no vino a sus manos ni vendrá a los de nadie sino a las de la [di]cha cordera (fol. 162r).

2. Falsa narración, falsa traducción, falsos autores

Los dos libros en que está dividida la primera parte de Flor de caballerías consuman la estructura narrativa de la obra: en la primera, los protagonistas demuestran su calidad de caballeros, y en la segunda, se narrarán «las maravillosas aventuras por donde descubrieron a sus señoras y los amores que con ellas tuvieron» (fol. 118r).

La trama argumental no puede ser más sencilla. En la corte de Constantinopla se reúnen los emperadores y reyes de mayor linaje de la cristiandad, cuyas aventuras se han narrado en los primeros capítulos de la obra: el emperador Arboliano de Grecia con las emperatrices Brenia y

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Floriana reciben en el puerto al emperador Rugeriano, al rey de Antioquía, a los príncipes Brasildoro, Zarante y Zelipón, a don Sacriván junto a su esposa, la linda Sicrestia, al rey Vepón y a su querida Amaltea, al príncipe Bransiano de Antioquía con Delia, reina de Negroponte, y a Jeruçán de la Gavía con Direna, infanta de Boecia (fol. 15v). En la corte del imperio griego van a nacer los jóvenes caballeros protagonistas de las diversas aventuras narradas en el libro: en primer lugar, Belinflor, hijo de los emperadores griegos, Arboliano y Floriana, quien es raptado por el sabio Menodoro subido en un carro de fuego; después Deifevo de Tesalia, hijo del rey Vepón y de Amaltea; a los dos días, don Fermosel de Antioquía, hijo del rey don Bransiano; Direna da a luz a Briçartes, «un niño tan grande como hijo de jayán», y al cabo de unos meses parió Sicrestia un hermoso niño a quien se le llamó don Gradarte de Laura. El conjunto de príncipes griegos, de compañeros inseparables se completa con Tirisidón de Numacia, quien nace unos meses después de la unión entre el príncipe Brasildoro y la infanta Florelia de Macedonia, y con el príncipe Rugerindo, el segundogénito del emperador Arboliano. La corte de Constantinopla se convierte, por tanto, en el primer espacio de reunión de los protagonistas de la obra. Junto a él, Francisco Barahona va a configurar otros dos, que marcan la trama del argumento: el Deleitoso Bosque, creado por la sabia Medea, donde aprende su ciencia el sabio Menodoro, lugar en que se van a reunir Orisbeldo de Babilonia, sobrino del sabio, Miraphebo de Troya, descendiente de Frostendo, hijo de Héctor y de la amazona Pantasilea (cap. X) y el propio Belinflor de Grecia; y por otro lado, el Temeroso Valle, residencia del sabio Eulogio, enemigo del linaje griego, quien cría allí al príncipe Furiabel, hijo del emperador Eleaçar de Oriente, y a Rorsirdarán, hijo igualmente del emperador Arboliano, quien, por las mentiras que le cuenta el sabio Eulogio, consigue que odie tanto a su padre –el Caballero de la Fortuna– como a su propio hermano, el Caballero del Arco. De este modo, la gran mayoría de las aventuras narradas en el libro tienen su origen en el odio de Eulogio a toda la estirpe griega, de ahí el carácter mágico de casi todas ellas y la ausencia de una finalidad práctica: los caballeros y damas de Flor de caballerías, ayudados por los sabios Menodoro y Belacrio y las sabias Medea y Serga, van a intentar –y conseguir– acabar con los encantamintos y maldades que el sabio Eulogio va perfeccionando a lo largo de la obra, situándose su punto culminante en la Aventura del Castillo de Medusa. La acumulación de estas aventuras fantásticas son las que van a ir conformando el modelo caballeresco de Flor de caballerías, el modelo de literatura de evasión al que los libros de caballerías se han ido encauzando, después de un nacimiento renacentista muy vinculado con la realidad histórica y el espíritu de cruzada de los primeros decenios del siglo XVI (Marín Pina, 1996).

Cuando los donceles llegan a la juventud, son armados caballeros y parten en busca de aventuras, creándose diversas situaciones en donde llegan a conocerse y a hacerse amigos, aunque desconociendo los vínculos familiares que les unen. Las aventuras de los caballeros, en especial las de los hijos del emperador Arboliano, se van a ir desarrollando siguiendo la técnica del entrelazamiento, como es habitual en este tipo de narraciones. Belinflor es armado caballero por su propio padre, el emperador Arboliano, previamente encantado, y recibe, después de superar diversas aventuras, sus armas encantadas de cristal, su espada mágica –capaz de destruir cualquier encantamiento– y a Bucífero, el mejor caballo del mundo. Por su parte, los

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príncipes en la corte de Constantinopla son igualmente armados caballeros por los emperadores y reyes que allí se encuentran, y parten de la corte –sin que nadie lo sepa– culminando diversas aventuras que ponían en peligro la estabilidad del imperio griego, en este caso, contra sus enemigos moros: los jayanes Mondrogedeón, Bustaraque y Bretonimar, y el emperador Abacundo en la ciudad de Clarencia. Los cincuenta y cuatro capítulos de la primera parte se dedican a narrar diversas aventuras –a cual más fantástica y peligrosa– en donde los noveles caballeros muestran su valor, y en donde los más poderosos reyes y emperadores del mundo (el emperador Arboliano de Grecia o el soldán Vepilodor de Babilonia) deben su libertad a las aventuras culminadas por Belinflor. En la segunda parte, como ya se ha indicado, los protagonistas tendrán que vérselas con otro modelo de aventuras: las amorosas. Hacen su aparición las «bizarras damas»: en primer lugar, Rubimante, quien es desencantada por Belinflor, y luego el resto de enamoradas, como Belrosarda de Francia (de Rorsildarán de Tracia), Alphenisa (de Miraphebo de Troya), Sifesniba de Tremisa (de Orisbeldo de Babilonia), Beldanisa (de Furiabel), las ninfas Florisa y Midea (de los príncipes Floraldo y Grilaldo, respectivamente), Clariseda de Austria (de Fermosel de Antioquía)... En cualquier caso, las damas, que se comportan como los caballeros, van a protagonizar aventuras tanto en florestas como en cuevas o en alta mar siguiendo el modelo de aquellas que los personajes masculinos consumaron en la primera parte. El protagonismo de las «damas bizarras» en Flor de caballerías puede ser considerado tanto un influjo más de las continuaciones del Espejo de príncipes y caballeros, como una de las líneas argumentales preferidas por los autores de los libros de caballerías, vinculada quizás a concretas y determinadas expectativas de recepción entre un público femenino (Marín Pina, 1989 y Lucía Megías, 1996).

Termina la obra con una nueva corte: la de Rosia, que gracias al emperador Arboliano ha pasado a ser cristiana. Allí llega un extraño caballero, el Caballero de las Flores, con una demanda: durante ocho día correrá lanzas con los caballeros de la corte para demostrar que su dama es la más hermosa del mundo. Este caballero, que no es otro que Belinflor, correrá lanzas con todos los protagonistas de Flor de caballerías, que van a ir acudiendo a la corte del imperio de Rosia en el plazo convenido: don Gradarte de Laura, los príncipes Florando y Grilando, el rey Disteo de Asia, Deifevo de Tesalia, el rey Brasildoro, la reina amazona Florazara, Fermosel de Antioquía, Furiabel de Oriente, la infanta Beldasina y la bizarra Rubimante. Terminada la demanda, llega el sabio Menodoro, acompañado de los príncipes Miraphebo y Orisbeldo. La alegría de la corte culmina cuando el sabio Menodoro descubre la verdadera identidad de la infanta Rubimante: hija de los emperadores de Rosia. La identidad de Belinflor, aunque imaginada por sus padres, deberá esperar para hipotéticas continuaciones de la obra. El círculo narrativo se ha cerrado de este modo en torno al espacio de la corte: si al inicio de la obra, la corte de Constantinopla aparece como un espacio de partida de los protagonistas, la corte de Rosia al final del segundo libro se convierte en espacio de reunión; espacio que debería convertirse de partida al inicio del tercer libro.

Sobre dos tópicos habituales en los libros de caballerías castellanos se va a organizar la narración: el tópico de la falsa traducción y el de los falsos autores. Flor de caballerías se presenta como una traducción de un original

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griego (fol. 46r), escrito por dos sabios: Menodoro y Belacrio, que, como sucede con el Espejo de príncipes y caballeros con Artemidoro y Lingardeo, comparten su faceta de historiadores y cronistas con la de personajes que toman partido a favor de los protagonistas de la obra. En cualquier caso, el traductor no sólo va a ocuparse de dar a conocer en castellano lo escrito por los sabios griegos sino que también intentará mejorar el original encontrado, añadiendo «por conjeturas lo que faltava» (fol. 46r), llegando en ocasiones a criticar el modo de expresarse de alguno de ellos: «el savio Menodoro en gran manera exagera el travajo de Belinflor», cuando está enfrentándose al diabólico vestiglio (fol. 33v) o «aquí con supervas hipérboles el savio Menodoro exagera y encarece el esfuerço d’este sin par cavallero» (fol. 35r), al terminar de describir al también diabólico Eponamón. En cualquier caso, predominan los comentarios sobre la veracidad de lo narrado por los sabios cronistas («tanto hondo estava el suelo qu’el príncipe entendió no tenerlo, por que el savio Menodoro, persona muy fidedigna, afirma qu’el príncipe en este peligroso buelo tardó tres horas» [fol. 34r]). Así mismo, y como es también habitual en las continuaciones del Espejo de príncipes y caballeros, son frecuentes los comentarios marginales del traductor al hilo de la historia narrada, esos que Diego Ortúñez de Calahorra denomina como «fontezicas de philosophía» (I, p. 20), sobre, por ejemplo, el castigo que todo traidor recibe en su vida, sobre la venganza y la honra mal entendida, sobre las virtudes de la castidad o sobre la variable Fortuna. De este modo, a lo largo de la obra, irán apareciendo diversas estrategias narrativas, tópicas y típicas de la prosa renacentista, y en especial, de la de los libros de caballerías. Por un lado, el narrador no se hace responsable de ciertas omisiones del relato, como indica en el capítulo cuarenta y dos de la primera parte:

Sinraçón sería si en historia donde de tantos cavalleros se hace particular mención olvidásemos aquel lucero de la cavallería que entre los más estimados tiene el cuarto lugar: el señor de Tracia, que bastava ser hijo del emperador Arboliano cuanto, y más, hermano de Belinflor para que este primer libro estuviese lleno de sus inmortales hechos, de cuya falta no tengo yo la culpa sino el savio Belacrio –y sus aficionados riñánselo–, el cual en particular no trata hasta aora que dice: «Partido el soberano y desconocido griego... (fol. 90r).

Por otro, frente al tópico de la brevitas («donde pasaron muchas cosas que por no me detener más –dice el cronista Menodoro– no las particulariço» [fol. 15r], «en la cual vido cosas prodigiosísimas que por no alargarse el savio no las cuenta» [fol. 34v]...), en ocasiones se decide incluir ciertos pasajes que pueden resultar demasiado prolijos, tal y como los cronistas de la obra llevan a cabo, como en la descripción de la corte de Constantinopla en el capítulo octavo, ya que «los savios Menodoro y Belacrio, coronistas d’esta gran historia en este capítulo y en aquesta coyuntura anbos concuerdan en poner la discrepción de los grandes y reales palacios, me pareció ponerla aquí aunque algo prolixo sea» (fol. 16r).

Así mismo, aparece el tópico de la imposibilidad de la escritura: edificios maravillosos, lances increíbles o aventuras fantásticas que no pueden ser descritas ni escritas, como el fresco prado al que arriba Belinflor en la primera parte, «cuya grandeça y hermosura lengua ni entendimiento humano

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bastara a explicar, ni pluma guiada por caduca mano aunque más subida que la de Apeles fuera bastara a descrevir, ni memoria bastara a debuxarla aunque la de Pirgotiles fuera ni contar sus particularidades y bellas y hermosas labores; tanto al príncipe Belinflor admiró su estrañísima belleça que como fuese pagano por serlo el savio Menodoro que lo avía criado entendió ser una de las moradas de sus dioses» (fol. 27v), o la alegría que reciben en Clarencia cuando vuelve el emperador Arboliano: «el alegría, goço, regucijo, comedimientos que allí pasaron querer con mi rudo ingenio explicar más atrevimiento que a historiador fuer reputado, por lo cual todo lo que esta noche pasó lo dejo a la consideración de los discretos leyentes» (fol. 73v). Tantas dificultades, tantas amarguras, tantos sinsabores, tantas y tan diversas aventuras de tantos caballeros se han de relatar y traducir que en ocasiones teme el narrador que no podrá llevar a buen puerto el esfuerzo de su trabajo, por lo que la angustia del fracaso le hace incluir otro de los tópicos narrativos más frecuentes en los libros de caballerías, ese tópico que aparecerá en tantos prólogos caballerescos con una evidente intención de captatio benevolentiae:

El que á de cunplir con tantos y tales cavalleros como en esta historia se hace mención, tratar d’ellos cónmodamente y más con tan rudo ingenio como el mío, es muy dificultoso y inposible que algunos dexen de recebir agravio. Considerando esto y otros inconvenientes, junto con que me ponía a sufrir diversos pareceres de diversos gustos y los denuestos de los detractores, pago injusto de mi justo travajo, estuve determinado a lo dexar; mas después bolví en mí y consideré el merecimiento de Belinflor y que no sin causa el epílogo de sus grandes y memorables haçañas –recopilado por los savios Menodoro y Belacrio– avía venido a mis manos –aunque indigno de tratar tan altas cosas. Vide lo mal –y aún por expiriencia– que en ociosidad se gasta el tiempo. Ponderé el gran gusto que la diversidad de entretenimientos acorre y el grande que daría a los aficionados a tan discretos pasatiempos y del todo concluso en su traslación hasta aquí lo é puesto por obra y aora prosigiendo digo... (fol. 98r).

3. Perspectivismo e historias intercaladas

Dos características sobresalen de la técnica narrativa de Francisco Barahona. Por un lado, la capacidad de desarrollar su relato así como la descripción del mundo caballeresco a partir de la mirada de los personajes, con el consiguiente perspectivismo; y, por otro, cierta destreza en insertar historias dentro de la trama del libro; todas ellas, eso sí, necesarias para conocer el origen de las aventuras que los protagonistas de Flor de caballerías han de consumar; aunque contemporáneas, muy lejos estamos de las historias intercaladas en la primera parte de El Quijote.

Después de ser armado caballero por su padre, el emperador Arboliano, Belinflor llega a la Torre de Medea, donde tendrá que superar las más increíbles pruebas que le convertirán en el mejor caballero de su tiempo, «el más temido del mundo», según se indica en el padrón colocado a la puerta de la misma (cap. XV del libro primero). Toda la aventura se muestra a nuestros ojos a través de los ojos del novel caballero. Después de leer el padrón, «oyó

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un temeroso ruido y asomándose a la puerta de la torre vio que era todo hueca»; dentro de la misma, durante una hora camina hasta llegar a una cueva, en donde, al momento de entrar el Caballero del Arco, el río que la surca crece tanto que le llega el agua al cuello, por lo que «veíase en peligro de ser ahogado y con travajo se levanta y todo estava tan escuro que no veía cosa alguna»; al momento se encuentra en un barco y luchando contra la fuerza del río consigue llegar a una puerta donde «vido una pequeña puerta por la cual entrava el caudaloso río junto con alguna claridad». Después de mucho esfuerzo, consigue salir por ella, y al encontrarse en un prado «miró ni vio el río ni señal d’él». En el prado, después de haberse bajado del barco, «vido algo lexos una cosa cuya grandeça y hermosura lengua ni entendimiento humano bastar a explicar», que no es más ni menos que la Torre de Medea, que será descrita a medida que los ojos de Belinflor se van posando en ella: primero las pirámides en donde están dibujadas las figuras de algunos de los enamorados y castas mujeres de la antigüedad; después la pirámide de la Muerte, y «con esto pasó más adelante y vido a [e]sotro y postrero lado la Sapiencia». Tras quedarse admirado con tales figuras, «dio otra buelta a la hermosa y rica casa y vido en la delantera d’ella una gran puerta», por la que se dispone a entrar, aunque se lo impide un cortejo de doncellas que vienen cantando y danzando para recibirle con todos los honores que se merece. Con la sabia Medea descansa aquel día, y al siguiente se enfrenta con el gran Anteo, el hijo de la diosa Gea, a quien vence, y con un caballero con las armas de cristal, a quien termina venciendo después de introducirlo completamente en la tierra. Terminada la batalla, «vido que po[r] do él avía venido baxavan seis jayanes», los mismos que estaban en la Torre de Medea. Arman una tienda, le curan sus heridas y allí permanece Belinflor con la sabia, sus doncellas y los jayanes hasta que sana, pasados más de veinte días. Entonces, Belinflor y la sabia Medea suben a una alta montaña, que tardaron en hacerlo cuarenta días, «y llegando a lo alto fue el príncipe maravillado porque mirando hacia abaxo estavan altos que nadie divisavan».

El perspectivismo en Flor de caballerías no sólo sirve para crear tensión y misterio (los personajes, con la misma visión que los lectores, no son capaces de identificar, de comprender, de conocer objetos o personajes que vienen en la distancia), o para ofrecer descripciones de entradas triunfales o de fiestas (como el cortejo en el Hondo Valle que presencian los príncipes Orisbeldo y Miraphebo), sino que se convierte en el libro en un verdadero modelo narrativo. La historia, no lo olvidemos está contada por dos cronistas griegos (Menodoro y Belacrio), pero en pocas ocasiones estos cronistas muestran una visión omnisciente del relato; como historiadores, como novelista Francisco Barahona prefiere el punto de vista particular de los personajes a la hora de desarrollar su relato; perspectivismo que le permite a un tiempo involucrar al lector en estas aventuras y espacios sobrenaturales y fantásticos, y convertirlos del mismo modo en acciones y hechos verosímiles. Sorprendentes, maravillosos, inusitados, pero verosímiles dentro de la lógica que ofrece el relato.

En Flor de caballerías encontramos además diversos «episodios intercalados», que vienen todos ellos a narrar el origen de las aventuras que determinados caballeros deben terminar. Normalmente se trata de relatos orales, de verdaderos cuentos que cierto personaje narra a un caballero con la intención de darle a conocer los detalles necesarios de la aventura para que le

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ayude en su demanda, como el de la reina de Tracia al emperador Arboliano (fol. 23r), en donde le narra tanto los trágicos amores del príncipe Flosalir y la reina Marsilia, como el origen de la Fuente del Olvido, creada por el sabio Ganidemo, cuyas aguas tienen tal virtud que «cualquiera que la tocare o veviere perderá la memoria de lo que ama y fuerça amar lo presente», en donde quedará encantado el emperador Arboliano, hasta que su hijo Belinflor lo desencante en los capítulos sucesivos; o el relato de una doncella a Belinflor que le informa sobre la Aventura del Castillo del Terror (fol. 32r), creado por una Fada para vengar la falta de amor que muestra la duquesa Isilmera a su sobrino, el «sobervio y muy mostruoso» jayán Faxorán; o la historia incestuosa que los caballeros de las Isla de Tinacria cuentan a los príncipes Belinflor, Miraphebo y Orisbeldo (fols. 59r-v), y que tiene en el rey Garatón y su hija Graselinda sus protagonistas; o los amores adúlteros de Armelia y Blahir que el rey de Neto narra a Rugerindo (fols. 75r-77r). En otras ocasiones, el episodio busca otros medios para intercalarse en la historia, como esos pergaminos que Rorsirdarán de Tracia encuentra en una extraña nave (fols. 96r-v): en uno, «el fuerte Amán Moro de Tría» cuenta la historia de su desdicha, el «mayor agravio que se á visto», en sus propias palabras; y en el otro, el mago Episma explica el origen de la extraña nave a donde el príncipe ha llegado así como el medio más rápido para arrivar a la ciudad de Gebra, en que se hace un tuerto a los enamorados amantes Amán Moro de Tría y la bella Xarcira: «toma uno de esos remos que en el ara están y ponlo dentro de tu nave y con eso pierde cuidado de tu camino». Nada más hacerlo, la nave empieza «velocísimamente a caminar».

4. Hacia un modelo caballeresco de literatura de evasión

Todas las características de Flor de caballerías que hemos ido desgranando en las páginas precedentes –esbozos que encuadran las líneas maestras de nuestro texto– van dibujando un modelo de libro de caballerías que, siguiendo la veta comenzada por Jerónimo Fernández y su Belianís de Grecia y Diego Ortúñez de Calahorra y su Espejo de príncipes y caballeros (con las continuaciones de Pedro de la Sierra Infanzón y Marcos Martínez), puede caracterizarse como el prototipo de literatura de evasión, «para entretenimiento y no para dar malos y deshonestos exenplos se conpone», como indica el propio autor (fol. 40v). Se ha suprimido todo conflicto (en especial, el religioso, que aparece como fondo de algunas aventuras, y que tiene en la conversión al cristianismo del imperio de Rosia su presencia más relevante, pero no olvidemos que Belinflor –como los sabios Menodoro y Belacrio– son paganos, y como paganos terminan el segundo libro de la primera parte, aunque ya al inicio se anuncia que se volverá cristiano [fol. 40v]); únicamente hay espacio para las aventuras, para la fantasía desbordante en las aventuras, que nacen a partir de dos núcleos narrativos: el enfrentamiento entre griegos y troyanos (que se potencia por la presencia del sabio Eulogio, quien al mismo tiempo odia a los griegos como desea ayudar a los soldanes oientales); y los encantamientos, las pruebas que los mejores caballeros del mundo han de superar a lo largo de su vida, la verdadera finalidad de la misma (frente a los enfrentamientos cristianos y la propaganda política de los primeros libros de caballerías), tal y como la sabia Medea

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parece indicarle a Belinflor antes de ser armado caballero, cuando le dice que debe servir a Dios ya que «todos los encantamentos que [Medea] avía dexado hechos en la tierra avían de ser acavados por su mano» (fol. 25v). De este modo, no puede extrañarnos que los espacios más habituales en la obra sean las islas fantásticas (de la Peña Fuerte, de Laura, de Tinacria, de Arbalia, de Gebra, Despoblada, de la Gran Montaña, de la Cruel Desdicha...), los valles como espacios en donde habitan ya los encantadores enemigos (el Hondo Valle o el Valle de las Cinco Cuevas), ya animales como la gran serpiente del Temeroso Valle, o los espacios fantásticos creados por los sabios: el Castillo del Temor, la Encantada Montaña de la Fada, la Torre de la Puente, la Torre marina del mago Episma, el Castillo Encubierto, el Castillo de Medusa, o los Castillos de Marte, de Palas, de Venus, de Medea o el Infierno de Jasón; que sean habituales las armaduras y espadas encantadas, así como las medicinas mágicas; que los caballeros deban combatirse no sólo con los caballeros más valientes de su tiempo –ayudados de las armas más encantadas– sino también con toda clase de animales: leones, toros, lobos, osos, serpientes, cocodrilos, elefantes, caballos, leopardos, rinocerontes, salamandras, así como con animales fantásticos como el unicornio o con monstruos de todo tipo, desde los más clásicos (la hidra, el centauro o los grifos) a los híbridos, como Trigaleón, Dragasmonte, el vestiglio o el dragón; sin olvidar ese espantoso monstruo que nace de la sangre de la serpiente de la Fuente del Olvido, o esos caballeros que guardan la Torre de la Puente y que se multiplican cuando reciben heridas de sangre, así como la multitud de demonios que irán apareciendo en cada uno de los encantamientos que se narran en la obra, y que vienen a mostrar esa dualidad de fuerzas que los sabios Menodoro y Eulogio encarnan, como el diabólico Eponamón, dios de los paganos, que Menodoro describe en la Aventura del Castillo del Temor (fol. 35r). Especial mención merecen los cuatro caballeros contra los que lucha Belinflor en el Valle de las Cinco Cuevas, residencia del encantador Ardaxán, que son en realidad sólo armaduras, sólo fantasías: «yéndose para uno le quitó el yelmo, mas no vido nada más que las armas huecas, de lo que fue maravillado y acabó de entender ser demonios» (fol. 67v). En el episodio de Ardaxán el Encantador (caps. XXXI y XXXII del libro primero) se abre la puerta a otro de los temas más recurrentes en este modelo de libros de caballerías: el humor, siendo Ardaxán un personaje habitual en otros libros de caballerías, como Fraudador de los Ardides (Feliciano de Silva, Rogel de Grecia), el Caballero Metabólico (Bernardo de Vargas, Cirongilio de Tracia) o Gradior, el Caballero Encubierto (Enciso, Platir).

Los enfrentamientos armados, las lides singulares se convierten en el eje sobre el que se conforman las aventuras, un enfrentamiento que en Flor de caballerías se basará en la enemistad entre griegos y troyanos (potenciada por el sabio Eulogio) y que el sabio Menodoro conseguirá convertir en amistad al raptar y criar juntos en el Deleitoso Bosque a los más valientes caballeros: Belinflor de Grecia y Miraphebo de Troya (fol. 18v). La peligrosidad de los enfrentamientos armados se marcará por tres elementos: el número (con la consiguiente gradación) de los enemigos que han de ser vencidos; las características extraordinarias de los mismos, y la cantidad de sangre derramada. A lo largo de toda la obra sobresale el gusto por ciertas descripciones escatológicas que –en parte y sólo en parte– recuerdan algunos de los pasajes más apreciados por el público del momento en la novela

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picaresca. Una buena armadura ayudará al caballero a soportar la dureza de los combates, tal y como la sabia Medea le indica a Belinflor en los primeros capítulos del libro, en donde se lleva a cabo una curiosa mezcla de elementos verosímiles (las heridas que los caballeros se hacen en los enfrentamientos) con otros hiperbólicos (quinientos caballeros que viene a enfrentarse en un despoblado con el protagonista):

Mal se echa de ver el valor de un cavallero no trayendo armas encantadas que, si da un golpe en el yelmo y lo pasa y hace herida a su contrario y da con él en tierra, es fuera de propósito y mal puede mantenerse un día entero en batalla tiniendo heridas, pues se le va d’ellas sangre y al fin á de ir enflaqueciendo y, si cae desmayado de falta de sangre, claro es que no podrá bolver en sí sino es añadiendo mentiras y, si acaso en un despoblado le cogen quinientos cavalleros, claro es que á de tardar en vencellos y mientras más tardare más enflaquecerá y menos podrá si va perdiendo sangre y, puesto que los desvarate, si está en despoblado, ¿quién lo á de curar?; y si tarda en curarse ¿de a dónde le á de salir tanta sangre sino es que lo hacen fuente?; y si acaso sale de algún hecho herido y se le ofrece otro, ¿cómo podrá tener esfuerço para acaballo? ¿A quién pintan que de una hora de batalla cae desmayado por la falta de sangre y puesto que traiga sienpre el maestro al lado si, cuando está herido, se le ofrece caso forçoso o depriesa como a los buenos cavalleros acontece o á de dexarlo o curarse? Y así es dañosa la tardança del socorro (fol. 28v).

En los más fieros combates del libro encontraremos caballeros con sangre que le sale por los oídos, bocas y narices (fol. 13r ó 110v), con enfrentamientos tan duros que les hará sudar sangre a los combatientes (fol. 38r), o con caballeros bañados en sangre cuando el monstruo contra el que luchan les escupe poco antes de morir, como ese cocodrilo al que se enfrenta Belinflor en el Valle de las Cinco Cuevas (fol. 68v). Pero, la mismo tiempo, la fantasía se disfraza de verosimilitud en esas escenas –tan comunes en algunos libros de caballerías y tan parodiadas en el Quijote– de caballeros que sanan sus heridas en la cama, ayudados de mágicos ungüentos (como con el que los seis jayanes de Medea curan a Belinflor [fol. 31r]), de caballeros que encuentran las mesas esplendidamente preparados en castillos encantados o que sacian su hambre con lo que llevan las doncellas (fol. 32r), o con lo que los sabios le hacen llegar de un modo fantástico, como ese buitre con pan y agua que Menodoro envía a Belinflor en la Aventura de la Encantada Montaña de la Fada (fol. 38v), o en la aparición del dinero, para pagar el alquiler de los barcos que los caballeros necesitan para culminar sus aventuras o los gastos que deben hacerse en las fiestas triunfales.

Sabios enfrentados por su amor a los griegos y troyanos, caballeros andantes y damas bizarras que combaten tanto en florestas, islas desiertas, barcos, como en fuentes y valles encantados, en conjunto, todo un despliegue de fantasía con el que –siguiendo el modelo narrativo y caballeresco de Espejo de príncipes y caballeros– Francisco Barahona desea componer un libro de caballerías entretenido, ameno, en donde la valentía de los caballeros llene de espanto a los oyentes, a quienes en oírlos les entra tanto deseo de imitarlos que estarían oyéndolos noches y días, como afirma el cervantino Palomeque el

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Zurdo. «Para entretenimiento y no para dar malos y deshonestos exenplos» (fol. 40v), como había dicho el autor. ¿Cuál fue el juicio del amigo de Francisco Barahona a quien envía el libro? ¿Idéntica a la del ventero al escuchar las aventuras de Cirongilio de Tracia o de Felixmarte de Hircania, que se vuelve loco de placer en recordar la aventura cuando Cirongilio se enfrenta con una serpiente que le lleva hasta el fondo de un río (I, XXXII)? Nada sabemos de este lector, de la opinión que en Órjiva, o en Granada gozaba Flor de caballerías. Lo único que nos ha quedado es la sentencia condenatoria escrita por un lector del siglo XVII, que –mas bien– no parece estar muy de acuerdo con el modelo narrativo de libro de entretenimiento que ha escrito Francisco Barahona:

Desde que ay libros de burlas, no se á visto ninguno que sea tan malo, sin raçón, camino ni fundamento; desapacible, desagradable y sin género de cosa que pueda dar gusto; todo batallas de disparates y lo que dice en una dice en todas; los nonbres malos, ásperos, desagradables. En efecto, es malo en todo y por todo (f. 1r).

Lo cierto es que Francisco Barahona nunca fue tan despiadado con ninguno de los libros de caballerías que había leído. Ni tampoco Flor de caballerías merece un juicio tan desolador. Difícilmente podemos compartir estas últimas palabras. Queden, en cualquier caso, como testimonio de épocas oscuras, de silencio, de muros y sombras que los lectores modernos de El Quijote han ido derribando sobre los libros de caballerías castellanos; como testimonio de la barbarie literaria de una época que se consideró a sí misma como iluminada.

El códice

1. Posee la signatura II.3060 en una etiqueta moderna pegada en el lomo. Ex libris de la época de Fernando VII en el folio de guarda de la tapa con dos antiguas signaturas: «IV.C.2» (impresa) y «2.M.10» (manuscrita).

2. El papel es de color crudo. Los primeros y últimos folios se encuentran parcialmente deteriorados en los laterales, aunque no impiden la lectura del texto. Ésta se dificulta por la acción abrasiva de la tinta, en especial cuando se dibujan letras capitales, llegando incluso a imposibilitar la lectura del texto de la otra parte del folio, especialmente en ff. 18, 24, 31, 41, 49, 60, 66, 71, 74... En algunos casos se ha pegado un papel en el vuelto de la letra capital y se ha vuelto a copiar el texto, así en ff. 32, 42, 54 ó 79. En otras ocasiones, el papel se ha desprendido perdiéndose parte del texto, como en ff. 24, 46, 50 ó 77. También se pegan papeles para corregir parte del texto, como en el f. 26r/b. Sin filigranas. El estado de conservación del papel es muy bueno, a pesar de su mala calidad, a excepción del último folio, mútilo de la parte superior, que se corresponde con el final de la segunda parte. Se ha pegado un folio en blanco en el vuelto del último original conservado, volviendo imposible su lectura.

3. Los folios miden 293 x 195 mm. Se han perdido varios folios del cuerpo original: un número difícil de precisar al inicio del libro, y nueve después

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de los tres primeros numerados. Se conservan 117 ff. de la parte I y 123 ff. de la segunda. Numeración arábiga en la esquina superior derecha independiente en cada uno de los libros. En la parte I se han producido los siguientes errores en la numeración: 15 [14], 80 [90] 90 [100], 91 [1001], 94 [1004], 107 [1017], 117 [1027]; en la parte II: 101 [117], 114 [130], 115 [1011], 118 [1014]. El recorte para la encuadernación ha mutilado la numeración de los últimos folios, así como entre los ff. 105 al 116 de la parte I.4. La nueva encuadernación imposibilita distinguir los cuadernos originales. También ha modificado seguramente el orden de los folios del primer cuaderno, mútilo de algunos, ya que a la portada le antecede un folio con el título y otro con un soneto y una carta autógrafa del autor. Al final de cada folio aparece un reclamo horizontal. En algunas ocasiones no se trata de verdaderos reclamos sino de parte del texto que no ha sido escrito en la columna correspondiente, como en f. 12.

5. El códice está escrito a dos columnas. La caja de escritura mide 265 x 170 mm aproximadamente. Según el tamaño de las letras el número de líneas por folio oscila entre 30 (f. 26), 40 (f. 42) y 43 (f. 100).

6. Cabeceras escritas en la parte superior de los folios. En el vuelto se lee: «Flor de las», «Flor de», y en el recto: «Cauallerias». A partir del f. 124r se suprimen las cabeceras, así como en toda la parte II. En los ff. 43r, 78r, 87r, 96r, 101 {1017}, 116 {1012}, 117 {1013} de la parte II una mano posterior ha escrito «Cauallerias». Las cabeceras entre los ff. 118v y 124r de la parte I se han escrito en un tipo de letra similar, aunque se ha utilizado otra tinta.

7. Escrito en letra humanista de finales del siglo XVI. Una única mano, aunque el cambio en el color de la tinta y el diferente tamaño o el espacio entre líneas, muestran diversos momentos de la copia. En f. 19v de la parte II no se ha escrito la rúbrica, aunque se trate de inicio de capítulo.

8. Solo se utiliza la tinta negra.9. El códice carece de toda decoración a excepción de las capitales. El

tamaño oscila entre 28 x 28 mm a los 70 x 55 mm (f. 74r) o 75 x 65 mm (f. 71v). Incluso se llega a incluir texto dentro de la capital, como sucede en 74r/a o f. 108r [85 x 65 mm.]: «Quis dubitat o inuicte prinçeps qui palmam ferres ex omnibus historiis uel fabulis in dictiset factis». Las capitales de la parte II no se decoran con tantos trazos ni dibujos, por lo que no ha repercutido tan negativamente en el papel como las de la parte I.

10. En la portada aparece el grabado que Alonso y Estevan Rodríguez utilizaron en Burgos para editar la primera y segunda parte de Belianís de Grecia (1547 y 1587). Las medias son de 165 x 165 mm.

11. Encuadernación de la Biblioteca de Palacio del siglo XIX. Pasta española sobre cartón. Las tapas miden: 305 x 205; y el lomo: 30 mm. Tejuelo con rótulo dorado: «EL CABLLE [sic] | BELINFLO | DE GRECIA | M.S.».

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Criterios de edición

En la presentación del texto crítico de Flor de caballerías hemos llevado a cabo las siguientes intervenciones:

1. Gráficas. Se regulariza el uso de u e i (valor vocálico), frente a v e j (valor consonántico). La grafía y sólo se mantiene en el caso de la conjunción copulativa, transformándose en i en los demás casos con la finalidad de indicar su valor vocálico (traydo, cayda, ynstrumento...). Se respeta el consonantismo del manuscrito, incluso en sus alternancias, como en el empleo de nasal –m– o –n– ante bilabial –p–, –b– (enperador / emperador), así como la ausencia o presencia de h. Sólo se han consumado los siguientes cambios: normalización del uso del digrama qu (así se mantiene que, pero no quando); reducción de vibrante múltiple tras consonante (onrra pasa a onra), mientras que en algunas ocasiones se ha sustituido la vibrante simple por la múltiple por no considerlas ejemplos de variación fonética, dado que normalmente en el texto se mantiene la forma ahora adoptada (tiera pasa a tierra); se concreta el uso de ç sólo ante vocales anteriores, sustituyéndola por la sibilante c en el caso de anteceder a e/i; la letra ch se reserva para su valor palatal, por lo que en contextos velares se ha preferido sustituir por el digrama qu (como en Balachia, que pasa a Balaquia, o Antiochía a Antioquía). Por el contrario, por considerar que no supone una ruptura con el lector actual, se ha preferido el mantenimiento del grupo culto ph para indicar la fricativa f, en ejemplos como Phevo.

2. Se desarrollan las escasas abreviaturas del texto sin ninguna indicación. Sólo se documentan algunas linetas en lugares muy contextualizados como la conjunción q o aquella que suple nasal.

3. La unión y separación de palabras así como el empleo de mayúsculas y minúsculas se ha llevado a cabo según los criterios actuales del español. Se emplea el apóstrofe en el caso de vocales elididas, en especial en el grupo d’ellos. En contra de los señalado por la Real Academia (1973, § 1.8.4), las palabras que expresan poder público, dignidad o cargo importante (emperador, rey, conde, caballero...) se escriben con minúsculas; no así caballero cuando se convierte en el sobrenombre de uno de los personajes: Caballero de la Selvajina Dama, Caballero del Arco...

4. La acentuación se entiende como medio para la presentación de una propuesta crítica del texto. Se acentúa siguiendo las normas vigentes, teniendo en cuenta el valor diacrítico que adquiere en las parejas á (verbo) / a (preposición), é (verbo) / e (conjunción)... En el primer caso, en varios momentos encontramos documentada en el manuscrito la acentuación de á con el valor verbal antes indicado. Por su parte, se distingue entre vos/ vós y nos / nós en el caso de que tenga función de complemento o de sujeto, respectivamente. Dada la dificultad de discriminar las diferencias de aun y aún en el texto, se prefiere la forma aún ‘todavía’, por ser la más habitual.

5. Mención especial merece la puntuación (Lucía Megías, en prensa.a). Se mantiene, en la medida de los posible, la puntuación del manuscrito, que

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se presenta extremadamente homogénea, basándose en los siguientes signos de puntuación: punto final [.], punto y medio [;], la coma [,] y los paréntesis [( )]. Algunos de los [;] del manuscrito han sido transformados en [.] en el texto crítico, por indicar pausas mayores. A estos signos de puntuación, habría que sumar el valor demarcativo del uso de mayúsculas así como de algunas expresiones, como Con esto..., que aparece comúnmente al terminar un diálogo, o El príncipe... (o cualquier sujeto), que viene a indicar el inicio de una nueva cláusula. De este modo, se ha primado el discurso progresivo frente a la sintaxis actual, con la conseguiente dificultad –aceptada de antemano– de la lectura del mismo, en especial en el caso de descripciones de lugares o de narraciones de combates.

6. Numerosos son los nombres de personajes de la mitología clásica que aparecen en nuestro texto; dada la variedad de sus documentaciones, y con el fin de facilitar al lector la consulta de obras de referencia especializadas, se ha regularizado su forma en los casos siguientes (entre paréntesis la documentación del manuscrito):

Alcestis (por 28r Alcestes)Anaxárate (por 202v Anaxares)Anchises (por 206r Anchises)Anteo (por 29v Anteon)Aquelao (por 204v Achelao)Átropo (por 108v Afropos)Caronte (por 203r Aqueronte)Ceix (por 201v Ceys)Clonia (por 28r Clolia)Dione (por 201v Diones)Eestes (por 206r Oete)Escila (por 201v Scilla)Estróngeli (por 199r Strongile)Helicón (por 93r Helicona)

7. Se han introducido, sin marcarlo de ninguna manera, las diversas y continuas correcciones que se documentan en el manuscrito (debidas con toda probabilidad al propio autor). Entre paréntesis cuadrados ([ ]) indicamos las enmiendas que hemos llevado a cabo, y entre ángulos (< >) las letras que deben ser suplidas para una mayor inteligibilidad del mismo.

8. Se complementa el texto con una «tabla de capítulos» confeccionada a partir de las rúbricas que se conservan en el códice.

José Manuel Lucía Megías Universidad de Alcalá

Bibliografía

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CACHO BLECUA, Juan Manuel, «La cueva en los libros de caballerías: la experiencia de los límites», en Pedro M. Piñero Ramírez (ed.), Descensus ad Inferos. La aventura de ultratumba de los héroes (de Homero a Goethe), Sevilla, Universidad, 1995, pp. 99-128.

EISENBERG, Daniel, (ed.), Diego Ortúñez de Calahorra, Espejo de Príncipes y Cavalleros [El cavallero del Febo], 6 vols, Madrid, Espasa-Calpe, 1975.

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––, Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, Newark, Delaware, Juan de la Cuesta, 1982.

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MARÍN PINA, Mª Carmen, «Aproximación al tema de la virgo bellatrix en los libros de caballerías españoles», Criticón, 45 (1989), pp. 81-94.

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1 No es casual que los libros cuyos personajes no aparecen sean aquellos que no hayan pasado de una única edición, como Platir (Valladolid, 1533), Arderique, (Valencia, 1517), Claribalte de Gonzalo Fernández de Oviedo (Valencia, 1519), Floriseo (Valencia, 1516), Lidamor de Escocia (Salamanca, 1534), Polindo (Toledo, 1526) el Felixmagno sevillano impreso por Sebastián Trugillo (1534 y 1549), Florando de Inglaterra (Lisboa, 1545), Valerián de Hungría de Dionís Clemente (Valencia, 1540) o Cirongilio de Tracia (Sevilla, 1545). En cualquier caso, una edición, una única edición, puede permitir su conocimiento y lectura, aunque haya pasado más de medio siglo desde su impresión, como la alusión cervantina al Platir parece poner de manifiesto, así como los inventarios de bibliotecas nobiliarias de finales del siglo XVI y del siglo XVII demuestran.

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2 Eisenberg (1975: XXXIV) ya había indicado la gran semejanza entre ambos textos: «Si hay un libro con el que tiene muchas semejanzas, es Belianís de Grecia. En las dos obras predominan los episodios

bélicos, y contienen conflictos a gran escala. Estas obras, y algunas otras de la misma clase, podemos calificarlas de tradicionalistas, porque reflejan a la vez el ideal castellano del caballero y el desprecio de la vida cortesana. Hay otro grupo, iniciado por Silva, cuyos intereses son distintos. En éstos los amores y, hasta cierto punto, la vida ociosa de la corte adquieren un nuevo valor. Se nota indirectamente el influjo italiano en este grupo de obras, que no guardan con el Espejo de príncipes de Ortúñez sino muy superficiales semejanzas».

3 Frostendo, el hijo de Héctor y Pentasilea, al llegar al reino de Caúcaso desencantado por el sabio Eulogio toma el nombre de el Caballero del Sol o del Febo enamorándose de la reina Salora, en cuyo «servicio hiço grandes y señaladas cosas» (cap. X de la primera parte, fol. 19r).4 No hemos de olvidar que el emperador Trebacio, inaugurador del ciclo de Espejo de príncipes y caballeros, es descendiente por derecha línea «de aquella ilustres y generosa sangre de Moloso, hijo segundo de aquel fuerte Pirro, unigénito del grande Achiles, que fue muerto en la expedición de Troya» (Eisenberg, 1975: I, 26), así como el caballero Oristedes procede «del antiguo tronco de Pireo y su padre Héctor» (Eisenberg, 1975: IV, 201).5 La reutilización de personajes de la materia greco-troyana es uno de los tópicos más habituales de los libros de caballerías castellanos; lo encontramos en Cristalián de España de Beatriz Bernal (Troilo, el hijo de Príamo, y las Armas del Castillo Velador) y en el Belianís de Grecia de Jerónimo Fernández (la infanta Policena, Héctor y el propio Aquiles, además de Paris, Troilo y Pirro). Por otro lado, en Flor de caballerías, uno de los protagonistas, el príncipe Deifevo, va a crearse a imagen y semejanza de uno de los héroes troyanos, Deífebo, hijo de Príamo y Hécuba, el hermano predilecto de Héctor.6 Y habituales también en los espectáculos festivos de la época, como la «boca del infierno» que se simuló en las celebraciones de Trento realizadas en honor a Felipe II, recordado por Fernando Checa Cremades en Carlos V y la imagen del héroe en el Renacimiento, Madrid, Taurus, 1987, p. 223.7 Otros ejemplos de vestuario femenino pueden consultarse en la descripción de los vestidos de las dos ninfas que acompañan a Rubimante (fol. 123v), de la infanta Alphenisa (fol. 141v); para los hombres, encontramos ejemplos en fols. 208r-208v, en donde se describen con todo lujo de detalles los vestidos de Belinflor y del Doncel de la Hermosa Flor.

Hero (por 28r Ero)Hipemestra (por 28r Hipermesta)Hipo (por 28r Hippo)Láquesis (por 205v Lachesis)Megera (por 162r Meguera)Melpómene (por 175v Melpemone)Néfele (por 206r Neifile)Pelias (por 206r Pelia)Pílades (por 64r Pilade)Polimnia (por 175v Polihimnia)Procne (por 201v Progne)Terpsícore (por 175v Tersifore)Tisífone (por 162r Tesifon o 202v Tesefone)

PRIMERA PARTE.

LIBRO PRIMERO DEL MUY VALIENTE E INVENCIBLE CAVALLERO

BELINFLOR DE GRECIA, DONDE SE CUENTAN LOS MEMORABLES YHAZAÑOSOS HECHOS D’ÉL Y DE SUS HERMANOS RUGERINDO Y

RORABEL

Y RORSILDARÁN DE TRACIA, HIJOS DEL EMPERADOR ARBOLIANO, Y DE

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LOS VALEROSOS PRÍNCIPES ROSIDIÁN DE ESPAÑA Y MIRAPHEBO DE

TROYA Y DE OTROS VALIENTES Y NONBRADOS CAVALLEROS.

LIBRO PRIMERO DE LA PRIMERA PARTE. Conpuesto

por.

BELINFLOR, GALA DE LIBROS. Quis dubitad.

1r [...] [dis]creta y comedidamente el príncipe Alivanto lo preguntó y la más hermosa dama respondió:

– Por lo que os devemos, cavalleros, os lo quiero decir. Saved que yo soy Orisbella, princesa d’este Imperio de Alemania, y esta es mi hermana Elivia que estando con nuestro padre el emperador Valeriano en una casa de placer, cuatro gigantes nos saltearon estando descuidados y los dos nos pusieron en estos palafrenes y por aquí nos traía[n] presas no sé dónde. Y aviéndolo visto aquel Cavallero de las Armas Blancas, que es nuestro hermano, se armó y subiendo en su cavallo y siguiéndonos vino a alcançar aquí su muerte. Y si, cavalleros, queréis enplear vuestra fuerça, ruégoos que vais a la casa de placer que esotros dos jayanes avrán hecho gran daño y seguidnos que nosotras os guiaremos.

Con esto començaron a caminar goçando los cavalleros de las vistas de sus amadas. Orisbella de que la mirase tanto Alivanto dentro de sí iva muy alegre, aunque en estremo mostrava tristeça por la muerte de su hermano. Dándose priesa, llegaron a ver algo lexos la casa que entre los ríos estava y d’ella vieron salir gran número de cavalleros con alborotada priesa corriendo y llegando cerca de las princesas y cavalleros el delantero dando un suspiro dixo:

– ¡Ó, gran Dios! y ¡qué remedio avéis enbiado para tan gran tribulación!Y llegándose a la princesa Orisbella dixo: – Mi señora, ¿quién os libró?, que si está cerca bastará a remediar o por mejor

decir vengar un gran mal. – Señor tío, –respondió la princesa–, por nuestra libertad murió el príncipe

Hastiano y acabado de matar estos valientes cavalleros mataron a su matador y aora nos traen con nuestro padre.

Disimuló el discreto cavallero y así con gran comedimiento preguntó a los cavalleros quiénes eran. Ellos lo dixeron y el viejo con gran contento dixo en alta voz:

– ¡Alegraos, cavalleros alemanes, que Dios os á socorrido! Con esto se fueron a la casa de placer donde con mucho pesar enbalsamaron el

cuerpo del enperador, que los jayanes lo avían muerto y enbiando por el de Hastiano los enterraron en la cidad de Augusta. Y este cavallero, que se llamava Reimicio y era hermano del enperador Valeriano, juntó a Cortes en Habspurg y en ellas dixo cómo era bueno casar al príncipe Alivanto con la emperatriz Orisbella y al rey Arlandro con la infanta Elivia. Todos vinieron en ello y así se hicieron las bodas muy solenes y jurando al griego por emperador le hicieron jurar que en estando Orisbella preñada avía de dar la muerte a los jayanes que mataron al emperador Valeriano. Así lo prometió y cunplió y después, cuando bolvió de executar la vengança, halló a su muger parida de1v un muy hermoso infante, al cual llamaron Arboliano. Celebraron los alemanes su nacimiento con muchas fiestas y regucijos.

Siendo el soberano príncipe Arboliano de año y medio, tan bello y hermoso que parecía un ángel, la emperatriz Orisbella parió una niña, a la cual nonbraron Ariomana, la cual de consentimiento de sus padres se determinó que fuese emperatriz

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de Alemania. La infanta Elivia, muger del rey Arlandro, parió un bello infante que lo llamaron Bransiano. En todo este tienpo no cesava de aver en la cidad de Augusta grandes fiestas y regocijos que duraron hasta que la emperatriz Orisbella se bolvió a hacer preñada. Deseando el magnánimo emperador Alivanto algún exercicio de cavalleros y entre señores usado exercitar para el día de sant Laurencio memorable fiesta, ordenó una montería con su ermano Arlandro y tío de su muger Reimicio, con el duque Alberto de Saxonia y con Juan príncipe de Praga y con Procopio y Paleogolo sus hermanos y también con Leandro de Ubitenberga, uno de los electores, y otros muchos ilustres alemanes; por lo que a todos adereçaron lo necesario para el señalado día que todos con mucho contento los esperavan. Y venido arreados riquísimamente vinieron a cavallo al palacio después de aver oído solenne misa. Y <a> la emperatriz Orisbella y infanta Elivia con otras muchas damas estavan en un carro muy bien labrado de marfil y oro; con ellas estava el príncipe Bransiano y la muy hermosa Ariomena que eran muy pequeños. Luego salieron el emperador Alivanto y su hermano y en medio venía sobre un pequeño cuartago rodado el estremado donzel Arboliano que de cinco años sería, con tan agraciado donaire que todos por vello se olvidaron del comedimiento que al emperador devían. Teníanse por dichosos sobre todas las otras naciones en conocer tal príncipe y por su vida rogavan. A cabo de un rato advirtiendo su descuido todos se llegaron al emperador y el príncipe Juan dixo sonriéndose:

– No se espante, 2r vuestra magestad, si no acudimos con el comedimiento devido, que la vista de aquel ángel nos suspendió de suerte que de todos los humanos nos olvidamos.

Y saliendo todos de palacio començaron a caminar y tres oras antes de la noche llegaron al ya señalado lugar donde aquella noche descansaron. Y otro día se començó a executar el efeto de su venida. No por entretenerse en dulces pláticas con las discretas damas y con sabrosos besos con su querido hijo, el monarca de Alemania dexó de escoger una parada para seguir lo que le saliera al encuentro. Era este unbroso valle faldado de un áspero monte donde entre coronadas cumbres de infructuosos enebros y entricados lentiscos buscavan su cóncava morada el javalí cerdoso, la retocadora garduña, el oso bramador, el temeroso gamo, el pávido conejo, el flechador espino, el rapante león, el gruñidor texón, la cabra velocísima y todo el ganado montesino que se puede imaginar. Puesto pues el emperador Alivanto en su parada, no salió a él ninguna fiera de caça, mas una blanca pintada alfana, la cual mansa y sin defensión se dexó coger del emperador, el cual suviendo en ella lo llevó por la selva a la orilla del mar, donde vido un barco y en él le pareció estar su tío Reimicio con todos los nonbrados alemanes y llamándole le suplicavan quisiese entrar para pasearse un rato. No se hiço de rogar el enperador que luego sin ningún recelo dio un salto al barco. No tocó con sus plantas el suelo del barco cuando todos los que avía visto desaparecieron y el barco començó a mover ligerísimamente, que el monarca Alivanto fue muy turbado y con la novedad del maravilloso caso en más de una ora no se pudo mover. Y ya cuando miró por sí, vido que avía aportado a una deleitosa y fresca ribera, en la cual con gran determinación saltó y metiéndose en una florida floresta, anduvo tanto que a ora de vísperas salió d’ella a un gran prado donde vido situada una ciudad tan rica y hermosa de ilustres edificios cual otra que uviese visto; y a un lado vido un castillo muy fuerte y galano. Si quedó d’esto maravillado el enperador de Alemania, no ay para qué dezir lo que fu[e], tanto que en una hora no movió los pies de un lugar, aunque los ojos avían [...]

11r [...] un golpe al fuerte Anares en el izquierdo braço que, como estubiesen sentidas por allí las armas de otros golpes, el braço con el escudo le derrivó en tierra y con esta buelve a los que contra él venían, que presto les hiço perder parte del orgullo que traían, que de dos golpes hiço dos feridas a dos cavalleros que no ubieron menester maestro. El fuerte Anares que sin braço se vido con diábolica furia fue al

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emperador y de toda su fuerça le dio un golpe que las manos y rodillas le hiço poner en el suelo. No paró en esto que viendo tratar tan mal sus cavalleros se puso en el borde de la nave y con endemoniada determinación se echó en la mar donde con el peso de las armas se hundió yendo su ánima a ser atormentada en los infiernos y su cuerpo a ser manjar de peces. Como eso fue visto de los cavalleros que quedavan, de rodillas ante el emperador le pidieron merced de sus vidas. Él que tan virtuoso como esforçado era las otorgó y entrando en la nave que vinieron fueron al Ponto a dar las tristes nuevas del mal aventurado rey Anares. Esto acavado, quitándose el yelmo se fue a ver a su querida Floriana, la cual halló abraçada con su madre llorando de placer. El enperador se abraçó su muger diciendo:

– ¡Ó, mi señora, como aquel traidor me quería privar de tanta gloria, bien parece que no era merecedor de teneros en su conpañía, pues por tal atrevimiento le ubo de costar la vida!

– ¡Ó, mi señor!, –decía la hermosa emperatriz–, y ¡cuán travajosos días estos an sido para mí, que no los é sentido menos que aquel emperador Valeriano sintió su larga prisión, y este dolor á causado vuestra ausencia!

Tanbién la emperatriz Brenia recivió con mucho amor al emperador, el cual fue a sacar de prisión a la gente de servicio y dando gracias a Dios besaron las manos al enperador y desenbaraçaron la nave de los muertos y adereçándose partieron para Grecia. Y al cavo de ocho días, llegaron donde hallaron toda la flota junta, donde los 11v

dexaremos por contar cosas que hacen al caso para la prosecución de la historia.

Cap VI. Que trata de lo que avino al emperador Rugeriano y a sus conpañeros en la Isla de Laura.

Después de enbarcados, el emperador Rugeriano y el rey de Antioquía y los

príncipes Brasildoro, Zarante y Zalipón en la nave quisieran seguir al encantado batel, mas levantóse un travieso ventecillo que dando de través en lleno henchía las fanfarronas velas haciendo ir la nave por otro camino del que llevava, con tanta velocidad que los marineros espantados decían nunca aver visto cosa semejante, que les parecía que el viento no era tan recio para que tan poderosamente sobrepujase la resistencia que ellos le hacían. Viendo esto, aunque <les> pesóles, convino dexar el camino que llevavan y tomar el que la Fortuna llevar les hacía. Con la presteça ya dicha, caminaron dos días y al tercero por la mañana arrivaron en una isla y de los marineros supieron ser de Laura. No quisieran aquellos señores detenerse allí, mas fueles forçoso porque no pudieron mover la nave. Viendo esto, pidieron sus cavallos y enpeçaron a caminar por la Isla. No uvieron andado mucho cuando vieron gran polvareda y oyeron ruido como de canpal batalla y dándose priesa a caminar vieron hacia ellos venir a todo correr de su cavallo un cavallero armado, el cual llegándose a ellos les saludó cortésmente diciendo:

– ¡Bien sean venidos los livertadores de la Ínsula de Laura! Señores cavalleros, por lo que a la orden de cavallería devéis, os suplico me otorguéis un don que no será en perjuicio de buestras honras.

El emperador Rugeriano algo espantado de las primeras palabras del cavallero dixo:

– Con esa promesa que nos hacéis que el don no será en perjuicio de nuestras honras, os lo otorgamos.

El cavallero dixo: 12r

– Estaréis con deseo de saver por qué os llamé libertadores d’esta Ínsula; pues sabed que quien acá me enbía es la sabia Sarga y me dixo que, si los primeros cinco

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cavalleros que encontrara me otorgaran un don, en ellos estava todo el remedio y libertad d’esta Ínsula. Yo, como señores os viese de tan gentil dispusición, tube por cierto que vuestra mesura no discrepará d’ella y así, como quien tenía ya otorgado el don, os llamé libertadores. Lo que me avéis prometido<s> es que seáis en ayuda de don Sacriván, rey d’esta Ínsula, que gran tuerto le hace el gigante Tarsalor. Y porque no se haga tarde, veníos comigo acia la cidad de Fraquida y en el camino os contaré la gran traición d’este jayán Tarsalor y de su hijo Basaronte.

Con esto enpeçaron a caminar por un ancho y trillado camino y el cavallero dixo:– Sabréis, señores, que es rey d’esta Ínsula un noble y fuerte cavallero llamado don

Sacriván de Laura, el cual fue a desposarse con la linda Sicrestia, hija del rey Breo, y llevó consigo a los jayanes Tarsalor y Basaronte por hacerles honra que sus amigos eran; donde llegado a tierra del rey Breo fue honradamente recebido y con solenidad las bodas hechas. El jayán Basaronte, como vido a la linda Sicrestia, fue preso de su amor y tanto le aquexó que se lo dixo a Tarsalor, su padre, el cual consolándolo dixo que no tuviese pena. Después que algunos días con mucho contento don Sacriván estuvo con su suegro, el rey Breo, quísose bolver a esta su ínsula; dispidióse del rey Breo y con dos naves se vino con sus amigos los jayanes, los cuales como en la mar fueron a media noche se levantan y arman de todas sus armas y van a la galera de don Sacriván y, como descuidado estuviese de tal traición, con facilidad lo prendieron y así mismo a todos los de la nave y a los demás d’esotra nave y amenaçando los remeros para que prosiguiesen su oficio pasan adelante con su camino. Luego quisiera Basaronte cunplir su bestial deseo con la linda Sicrestia, mas su padre lo detuvo que no allegase a ella hasta que ganando la Ínsula de Laura quedase por señor d’ella y esposo de la linda Sicrestia. Con esto caminaron hasta llegar a esta Ínsula 12v do los más principales d’ella los salieran a recevir, entendiendo que su señor don Sacriván fuese, mas la savia Sarga, que tía es del rey don Sacriván, dixo que no saliesen, antes se aperciviesen a la guerra; entonces, como por su saber lo alcançase, les declaró el caso cómo avía pasado. Ellos muy tristes començaron a llamar gente y a reparar la cidad. Los gigantes Tarsalor y Basaronte se desenbarcaron y se fueron a dos castillos que una milla de aquí están y de allí enbiaron a su Ínsula por gente y binieron dos mil cavalleros, con los cuales an cercado la cidad de Franquida y los ciudadanos no an salido a dar la batalla hasta oy, que la savia Sarga les dixo que saliesen y que no desmayasen, y ansí lo an hecho y an peleado muy bien hasta ora que por la fortaleça de los jayanes Tarsalor y Basaronte van perdiendo el canpo. Lo que me avéis otorgado, señores, es que seáis en nuestra ayuda, pues tan de nuestra parte está la justicia.

Con esto calló el cavallero y el emperador Rugeriano dixo:– Por cierto, señor cavallero, que yo me é holgado en estremo por aportar en esta

isla donde podamos hacer algo por la justicia.Y con esto llegaron donde la batalla se hacía y enristrando sus lanças se entran por

los cavalleros de los jayanes y el emperador Rugeriano y el príncipe Brasildoro endereçando a los jayanes. Ellos que los vieron venir tomaron sendas lanças y se encontraron de suerte que el príncipe Brasildoro y Basaronte pasaron el uno por el otro y el emperador Rugeriano y Tarsalor anbos las sillas entre piernas vinieron al suelo y levantándose comiençan una rigurosa batalla, y el príncipe Brasildoro y Basaronte así mismo se travan en reñida batalla. En este tienpo el rey de Antioquía y los príncipes Zarante y Zelipón no estavan de espacio, que más de cuatro cavalleros derrivó cada uno antes que las lanças quebrasen y metiendo mano a las espadas entran haciendo tal estrago que viéndolo los isleños toman tanto ánimo que a poca pieça hacen perder el canpo a sus contrarios, lo cual bisto por Basaronte con mortal furia da un golpe al numantino príncipe que le hiço saltar la sangre por la 13r boca y oídos y narices. Dale la respuesta el señor de Numancia que quebrándole los correones del yelmo le saltó de la caveça y asegurándole otro se la apartó del cuerpo al tienpo que su padre Tarsalor en la muerte le tuvo conpañía y subiendo el

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emperador en su cavallo se mete por la batalla. El cavallero que a los cavalleros pidió el don saliéndose de la batalla juntó hasta trecientos cavalleros que no peleavan y entró con ellos con tanta furia contra los cavalleros de los jayanes que con la ayuda de los cinco esforçados cavalleros y, como no tuviesen capitanes que los amparasen, antes que anocheciese no quedó enemigo en el canpo, que los que no fueron muertos huyeron a rienda suelta.

Tomen pues exenplo los malos en estos perversos jayanes Tarsalor y Basaronte para que, si an hecho mal, no estén seguros aunque estén en el cavo del mundo y, aunque en prosperidad se vean, sepan que sienpre está amençándoles el castigo como a aquel conbidado del romano emperador que estando con tal honra de se ver en mesa de enperador la homicida espada le estava amenaçando. Y más claramente se puede ver en estos jayanes que viéndose ya casi señores de Laura con tal prosperidad, con tal exército y casi victoriosos les vino sin pensar el castigo que merecían.

Concluida con tan no pensada victoria la expidición de Laura, los principales isleños a dar las devidas gracias fueron a los esforçados cinco cavalleros entre los que les pasaron palabras de mucho comedimiento. Y con esto se fueron a la cidad de Franquida donde de la savia Sarga fueron con mucho contento recebidos, y aquella noche [lo] fueron por don Sacriván y linda Sicrestia, y así fueron dobladas las alegrías que por la cidad se hicieron. La gente común fue al canpo y tomando los cuerpos de los jayanes Tarsalor y Basaronte <y> los arrastraron por el canpo y cidad y les hicieron otras muchas injurias y al cavo les cortaron las caveças y las pusieron en sendos palos y los cuerpos los quemaron y aún más que esto merecen los traidores, que vivos y muertos cualquier género de castigo o injuria que se les haga no les hacen agravio porque más merece su pecado.

Al cabo de dos días que regalados y queridos estuvieron, los cinco cavalleros se quisieron partir para Constantinopla, lo cual 13v todos sintieron mucho, pero al fin se despidieron de todos y por mucho que porfiaron no pudieron hacer a don Sacriván que dexase de ir con ellos, llevando consigo a la linda Sicrestia, su esposa, y enbarcados con buen tienpo se partieron, donde los dexaremos por contar del rey Vepón de Tesalina.

Capítulo VII. Que cuenta lo que sucedió al esforçado rey Vepón en la Ínsula de Bistraya.

Partido en el carro de los dragones el segundo rey Vepón de Tesalia de la plaça de

la cidad de Clarencia, otro día por la maña[na] a ora que el radiante Phebo salía en su triunphante carro a señorear sus súbditos, creciendo y aumentándose los verdes vegetales con su hermosa y nutridora vista, y el carro asentó en una hermosa floresta donde el rey baxó d’él, y los dragones se fueron a su acostunbrada e infernal morada, la doncella dixo al rey que aquella era la Ínsula de Bistraya y con mucho contento el rey subió en su cavallo y la doncella en su palafrén y fuese a la cidad y el rey salió de la floresta a un gran llano donde vido seis cavalleros que uno, atadas las manos atrás, llevavan y en sus ropas pareció ser de estado. El rey Vepón bien entendió ser aquel el Señor de Bistraya y dando voces a los cavalleros con denodado denuedo se va acia ellos, los cuales todos van contra y quebraron sus lanças en el rey, mas él encontró a uno que no uvo menester maestro y sacando su espada presto de todos se libró y yéndose al rey Sidón –que él era el preso– y desatándole las manos dixo:

– Sabio y onrado Rey de Bistraya, mirá si ay otra cosa que en vuestro servicio pueda hacer, que presto estoy a lo cunplir.

El rey Sidón le dixo:

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– No ay tienpo, valeroso cavallero, para regraciar tan alta merced, mas, si la queréis doblar y ponerme en más obligación, socorré a mi hija Amaltea que el príncipe Audefax la lleva acia la mar y, si el socorro tarda, no avrá remedio después para cobrarla.

El rey Vepón sin hablar palabra toma el camino que el rey le dixo y a todo correr de su cavallo anduvo cuanto una milla, al cavo de la cual vido al bravo Audefax que la princesa Amaltea de rienda llevava acia la mar; y el rey muy contento dio voces al príncipe que aguardase, el cual, como solo lo vido venir, dixo:

– ¡Tente, cavallero, vienes loco! ¿Sabes con quién as 14r tomado contienda?– Y aún porque lo sé, –dixo el rey–, vengo a demandarte que deshagas el tuerto que

haces en llevar presa esa hermosa princesa o si no conviene te aver comigo batalla. Audefax dixo:– Bien dixe que venías loco, pues me quieres persuadir que por tan poco dexe lo

que tanto é deseado. Con esto dio buelta a su cavallo y el rey así mismo y, como estubier[a]n algo

apartados, parten el uno para el otro y en medio de la carrera se encuentran, de suerte que quebradas las lanças pasan el uno por el otro muy apuestos cavalleros y, cada cual espantado de la fuerça de su contrario, buelven las espadas en las manos a se recebir con duros y pesados golpes, en la cual batalla andubieron una hora, al ruido de la cual vino allí el savio rey Sidón y, muy espantado de la fortaleça de los fuertes guerreros, dava gracias a Dios porque tal saver le avía [...], que con él pudiese remediar aquel travajo que le avía venido. En este tienpo andava la batalla más reñida que, creciéndoles la furia a entranbos, más fuertemente se golpeavan; a caso el rey Vepón miró a su señora Amaltea –que desde que en la torre la vido le dio el coraçón en canbio de la vista– y vídola que muchas veces mudava su rubicundo color y algo triste ahincadamente la mirava; con esto le creció el ardimiento de manera que dio bien en qué entender a su contrario, el cual muy enojado decía entre sí:

– ¡Ó, con cuánta raçón todos los del mundo escarnecerán de ti, pues hiciste burla de quien aora le tiene en tanto aprieto!

Pero como su sobervia condición no le dexase conocer el estado en que estava, luego se desdixo diciendo:

– ¿Que digo yo aprieto?, que esto no es ál sino, como no lo é vencido tan presto, á tomado alguna osadía, mas yo le haré conocer quién es Audefax

Esto diciendo, dio al rey tal golpe sobre su encantado yelmo que la caveça hasta el cuello del cavallo le hiço baxar, desanparando la sangre el rubicundo rostro de la hermosa Amaltea, baxando a socorrer el coraçón como quien avía recibido el golpe, pues en él estava esculpido el rey Vepón. Enderéçase el rey, aunque algo turbado del gran golpe, y con la propia fuerça que lo recibió le dio uno a su contrario que sin acuerdo lo derrivó sobre las ancas del cavallo, el cual gran pieça lo apartó de allí; y no curó más de seguirle y, viendo al rey Sidón 14v y a la hermosa Amaltea juntos, fue a hablarles, mas inpidióselo el bravo Audefax que, bolviendo en su acuerdo, venía como un león, la espada alta por herir al rey, mas salióle al encuentro y a una se dan tales golpes que el rey Vepón sin sentido cayó sobre el cuello del cavallo, los braços colgando que verdaderamente muerto parecía estar. El príncipe Audefax cayó del cavallo abaxo muerto. Como el rey Sidón vido en aquel estado al valeroso rey Vepón, entendiendo que fuese muerto, dixo con gran pesar:

– ¡Ó, quán caro nos costará, amada hija, nuestra libertad si este cavallero es muerto!

Y con esto se llegó a él y quitándole el yelmo le vido su hermoso rostro lleno de sangre e hinchado y linpiándoselo sacó una redoma de agua del pecho y echándosela en el rostro bolvió en sí y preguntando por su contrario mucho le pesó cuando lo vido muerto, que lo tenía por muy buen cavallero y lo era y a la saçón en toda la paganía no avía quien en bondad le pasase, sino eran los supervos paganos el fuerte Anares, rey de Ponto, y el gran Mandrogedeón y otro que, como adelante diremos, fue el más

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poderoso pagano que jamás fue visto. Como el valeroso rey Vepón junto a sí vido a la hermosa Amaltea, quisiera hablarle, mas estava delante el rey Sidón y así calló, el cual dixo:

– Valeroso rey Vepón de Tesalia, no es menester que estéis más encubierto en tierra donde en estremo os desean servir y así bueno es que nos va[ya]mos a la cidad, donde seréis tratado como vuestra persona merece; y en lo de dar las gracias y procurar servir la alta merced que me avéis hecho en librarme a mí y a mi hija yo no hablo en ello, porque cuanto puedo decir y cuanto poseo bien sé que no puede reconpensar la más mínima parte d’ella; sólo os ofrezco la voluntad con que yo y mi hija os serviremos, que por ser grande se puede estimar en algo.

– Harto pago sé es, soverano rey Sidón, –dixo el rey de Tesalia–, quedarse con el renonbre del servicio y con la gloria que de hacerlo a tan alta y sabia persona resulta, y así no es mucho que este pequeño servicio haga a vós y a esta hermosa princesa pues con hacerle, pago en algo la deuda en que todos los nacidos son de servirla.

El rey Sidón regració las corteses palabras del rey de Tesalia, el cual no cesava de mirar a la hermosa Amaltea con ahincada y amorosa vista; la princesa con no menos voluntad le pagava en la propia moneda. Esto entendido del rey Sidón, por darles algún lugar para que el uno al otro se manifestasen lo mucho que, por lo poco que los ojos davan a entender, se 15r declarava que en el coraçón avía y llegándose al rey Vepón le dixo:

– En guarda os dexo a Amaltea, mi hija, para que en vuestra conpañía vaya más segura, en tanto que yo me llego a la cidad a cosas necesarias.

El rey Vepón aunque en lo secreto se holgó mucho disimulando dixo:– No me atrevo a aceptar lo que vuestra grandeça tan liberalmente me concede por

no ser merecedor d’ello, si no es que vais en mi conpaña para que vuestro mucho merecimiento ayude al poco mío para merecer tan alta conpañía.

El rey Sidón sonriendo se dixo:– Bien está, señor rey, que ya vemos que merecéis más que esto. Con esto se apartó y tomó el camino de la cidad. El rey Vepón, que solo se vido con

la hermosa Amaltea, llegándose a ella le dixo:– Soberana señora, reciba la vuestra grandeça este pequeño servicio de aquel que

desea la vida muchos años para solo serviros y, no mirando mi poco merecimiento, me déis licencia para nonbrarme vuestro.

La muy hermosa Amaltea respondió: – Bueno está eso, esforçado rey, que de captiva me hacéis señora, porque estando

mi persona debaxo de vuestro poderoso braço, tiniendo tanbién mi boluntad me pidáis licencia para llamaros mío, siendo yo vuestra para que hagáis de mí lo que quisiéredes, como no sea cosa que a mi deshonra cause.

– Basta tan soberana merced, mi señora, –dixo el rey–, para que toda mi vida quede obligado y con ella me ternéis atado para que no haga cosa contra vuestra voluntad.

En estas y otras amorosas y elegantes pláticas ivan el camino de la cidad siguiendo, cuando al rey Sidón y todos los ilustres isleños de Bistraya encontraron que muy goçosos a recibirlo salían, donde pasaron muchas cosas que por no me detener, más –dice el cronista Menodoro– no las particulariço, mas que todos fueron a la cidad y con mucha solenidad de fiestas y contento de regucijos pasaron aquella noche. A la mañana el rey Vepón pidió por muger a la hermosa Amaltea y con mucha voluntad le fue concedida y alegremente las bodas hechas, donde estuvo el rey Vepón cinco meses goçando de la hermosa Amaltea y estando preñada se quiso bolver a Constantinopla, para lo cual fue adereçado un hermoso y gran galeón, en el cual entraron y navegando con buen tienpo aportaron a Grecia una mañana, cuando estava junta toda la flota. 15v

Capítulo VIII. Cómo los emperadores entraron en Constantinopla y del nacimiento del príncipe Belinflor y lo que más sucedió.

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En tiempo que la deseada primavera, bordadora de la inculta tierra, cubridora de

los desnudos árbores, matiçadora de los agrestes campos y espesas florestas, con sus apacibles ministros Zéfiro y Favonio, mitigadores de la calidísima furia del Sol, entrava; a ora que el radiante Fevo, aviéndose levantado del húmido lecho de su amada esposa, tiniendo uncidos sus igníferos cavallos al inmortable piértego, a su bolador y ligero carro, mostrava la rubicunda corona de su dorada y esparcida greña por la oriental ventana, bordando con barios y diversos colores, haciendo un agradable y vistoso matiz en las orientales nubes, la inpresión de su sonada salida anunciada por su cierto y alegre mensagero, el cual despertando las chirriadoras aves con su apacible serenidad y tenplança las incita a que con harpadas lenguas pronuncien con ordenada desorden su suave y no aprendido canto, dando la norabuena al sol porque con su venida despertándolos a tales de la espesa sombra de la muerte nueva y alegre vida les acarrea. A este tienpo, estando la inperial flota junta en el constantinopolitano puerto, los principales señores d’ella a la imperial galera, donde el soberano emperador Arboliano con las emperatrices Brenia y Floriana venía, los primeros fueron el emperador Rugeriano y el rey de Antioquía, los cuales fueron tan bien recebidos del enperador y enperatrices como pensar se puede; luego llegaron los príncipes Brasildoro, Zarante y Zelipón a besar las manos al emperador; así mismo vino don Sacriván de Laura y la linda Sicrestia que del emperador Arboliano fue muy bien recebido; luego llegó la nave del esforçado rey Vepón que con la linda Amaltea venía y fue muy bien recibido; luego vino el príncipe Bransiano de Antioquía con la hermosa Delia, reina de Negroponte, con él venía don Jeruçán de la Gavía con Direna, infanta de Boecia.

Mientras esto pasava, no estavan d’espacio los ciudadanos y principales cavalleros griegos que con número de juegos, fiestas, placeres y regocijos, cada uno con galana diversa y vistosa invención, por aquellos estendidos y hermoseados llanos discurriendo con muestras de cunplida alegría, andava traçando nuevas maneras de gustosos entretenimientos. En esto llegó a la ribera el dichoso galeón que sostenía la flor de la cristiandad y saliendo todos aquellos señores por su orden començaron a caminar acia la gran cidad de 16r Constantinopla y todos los griegos basallos besaron las manos a sus señores. Al tienpo que el rutilante Phevo llegava al medio de su inmortal cotidiana carrera, los caminantes príncipes llegaron a la puerta de la gran cidad, donde hallaron a la hermosa emperatriz de Alemania, Ariomena, hermana del emperador Arboliano, donde se recibieron con aquel comedimiento que a tan altas personas se devía, y de allí fueron a los grandes y reales palacios cuya forma y riqueça a los estraños admiró. Y porque los savios Menodoro y Belacrio, choronistas d’esta gran historia en este capítulo y en aquesta coyuntura anbos concuerdan en poner la discrepción de los grandes y reales palacios, me pareció ponerla aquí aunque algo prolixo sea.

Eran los suntuosos y reales palacios de la insigne, preclara y nobilísima cidad de Constantinopla, caveça del inperio griego, cuadrados; tenían alrededor de largo una milla, todos los edificios de piedra negra, esculpidos, gravados y entallados de hermosas lavores de jaspe blanco; a cada lado avía una hermosa puerta de arco, así mismo avía cuatro plaças: una para justas, otra grande para torneos y otra para el servicio de la cidad y en otra avía hecho un canpo para desafíos. Tenían un grande y hermoso patio en el cual avía cuatro hermosas y galanas escaleras; los mármores que los bien labrados corredores sostenían eran de jaspe de diversas colores; los corredores, solados de piedras blancas y coloradas a cuarteles; las barandillas, de jaspe; las paredes, labradas de oro y diversas colores; la real sala era muy grande. A la mano derecha de la puerta estava la inperial silla y al diestro lado estava un trono

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de tres gradas en alto; en ancho braça y media cabían bien en él cien personas; este era el estrado de las emperatrices. La pared de enfrente de la puerta estava labrada con mucho oro y plata de varias y gustosas historias, en la cual avía tres puertas y salían a un ancho y canpeador balcón, que sobre el canpo de los desafíos caía. Así mismo alrededor del palacio avía grandes y bien ordenadas finiestras; en las cuatro esquinas de los hermosos palacios avía sendas, altas y descolladas torres que gran tierra desde ellas se devisava. En ellos entraron todos aquellos señores donde comieron como pensar se puede y por venir cansados y fatigados de la mar se fueron a reposar y otro día por la mañana los griegos cavalleros hicieron justas, torneos y mil géneros de entretenimientos y así pasavan lo más del tienpo 16v aquellos señores y otras muchas veces a las selvas de Grecia a caça con mucho contento, hasta que, venido el tienpo por la naturaleça concedido a la real emperatriz Floriana para que saliese a luz aquel tan estremado fruto que encerrado en sus entrañas estava, una noche parió una criatura, la más bella y hermosa que en el mundo se uviese jamás visto; d’ello quedaron todos los presentes tan admirados como si alguna cosa sobrenatural uviesen visto. Tenía en el pecho una gran flor muy hermosa y unas letras que decían: FLOR DE LA CAVALLERÍA. Vista tan gran maravilla por aquellos señores, no cesavan de dar gracias a Dios porque tan bello infante avía criado y todos parecían estar locos del placer que con él avían, principalmente la real emperatriz Floriana que, en vello tan estremado, gran parte del travajo pasado le aliviava. Mas la Fortuna, que por costunbre tiene de no dexar las cosas en un ser sino mudar los placeres en pesares y otras veces la tristeça en alegría, al revés d’esto usó aquí con estos señores. Pues fue así que, estando todos contentísimos, vieron entrar por la puerta de la gran sala un carro de fuego. Las señoras que presentes estavan recivieron gran pavor y todos los cavalleros que en la sala estavan quisieran estorvar la entrada al ignífero carro, mas no se pudieron menear y así entró libremente y en medio de la sala asentó y d’él salió un fiero tigre y tomando al bellísimo infante de los braços de la emperatriz Ariomena con él se metió en el carro y luego salió un savio de mediana edad y onrada presencia, el cual llegándose al emperador Arboliano besó una carta y se la puso en la mano y luego se metió en su carro y salió con mucha ligereça. Todos cuantos en la sala estavan querían rebentar de pena en ver así llevar el infante sin poderlo estorvar. Cuando el carro fue ido, en la sala se començó por aquellas señoras a hacer su acostunbrada muestra de dolor y tristeça. El emperador Arboliano, aunque tanbién lo avía él menester, consoló a la emperatriz Floriana –que ver las cosas que decía gran lástima era de lo ver– con alegre rostro, aunque muy diferente estava su coraçón, y con las mejores palabras que podía la aplacava hasta que abrió la carta y vio que decía así:

Carta

A los soveranos emperadores de Clarencia y Grecia, Menodoro, savio en las mágicas artes, saluda. Para que con ella sublimados, esclarecidos señores, veáis el alegre y dichoso fin de la presente aventura que con tan amargo y desgustado principio 17r avéis enpeçado a provar, sosiéguense vuestros reales ánimos y no tengáis pena por el perdido infante porque va a parte donde no con menos cuidado, amor y respeto será criado, tenido y respectado que si en vuestro real palacio estuviera. Perded cuidado, excelentes señores, porque en tienpo de más peligro y confusión con un glorioso socorro, con doblada alegría lo cobraréis; en tanto procurá tenerla porque lo llevo donde –sin yo llevallo no pudiera– os hará grandes y seña[la]dos servicios, con que acabo besando buestras reales manos, teniéndome por uno de los que más vuestro servicio desean.

Leída por [el] emperador la carta, mucho fue asegurado, y algo consolado dixo a la emperatriz:

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– Consolaos, mi señora, y conformaos con la voluntad del todo poderoso Dios que, si Él no fuera servido d’esto, no lo permitiera y así podréis estar segura que, pues tan gran savio lo llevó en otra parte, más que aquí era menester.

Con esto quedó algo consolada la emperatriz. A la mañana fue más, porque la linda Amaltea parió un hijo muy hermoso, con el cual el rey Vepón su padre holgó mucho y el emperador Arboliano, tomándolo en los braços, lo besava muchas veces y lo llevó a la enperatriz Floriana; a cabo de dos días parió la muger del príncipe Bransiano de Antioquía un hermoso infante. Direna, infanta de Boecia, muger de don Jeruçán de la Gavía, parió un niño tan grande como hijo de jayán. Venido el tienpo del baptismo, a todos los baptiçaron en la real iglesia de san Lorenço y pusieron nonbre al hijo del rey Vepón Deifevo de Tesalia; al del príncipe Bransiano, don Fermosel de Antioquía; al de don Jeruçán pusieron Briçartes. Al cavo de algunos meses parió la linda Sicrestia un hijo que se llamó don Gradarte de Laura. Todos se criavan en la corte del emperador Arboliano con mucho contento de sus padres. En este tienpo el príncipe Brasildoro se casó con la infanta Florelia de Macedonia, en la cual tuvo un hijo llamado el fuerte Tirisidón de Numancia, con que concluimos este capítulo.

Capítulo IX. Qu[e] trata quién fue el savio Menodoro y por qué causa hurtó el hermoso doncel.

Uvo en el gran inperio de Babilonia un soldán llamado Pigmenio, el cual tuvo tres

hijos. El mayor, llamado Desponte, después de muerto su padre, el soldán Pigmenio, heredó el inperio y, antes que dexase sucesor, murió. El segundo fue llamado Menodoro, fue muy aficionado a la 17v sciencia de las mágicas artes y en ellas salió tan estremado que antes ni después d’él no uvo quien le pasase y, para poder más libre y quietamente en sus estudios emplearse, se fue al Deleitoso Vosque, que este nonbre tenía porque de caças de diversos géneros de animales abundava y de grandes y espesas florestas estava lleno; así mismo tenía odoríferos y tendidos prados; a cada paso avía agradables y deleitosas fuentes de delgadas y cristalinas aguas; avía número de grandes, diversos y fructíferos árboles; el suelo de verde y hojosa yerva estava bordado de varias, hermosas y fragrantes flores esculpido; con hermosos jazmines y mosquetes los secos troncos de los altos y robustos árbores hermoseados estavan; aquí en conjugal y concorde vida estavan los inútiles olmos con la verde y enredada yedra, allí los incultos y frondosos álamos con la fertilidad de la tierra davan dulce y sabroso fruto, estando abraçados de fructífera y amorosas vides, allí la multitud de los hojosos y espesos árbores vedava en su ignífera furia al fastidioso sol la entrada de sus calurosos rayos, que en la enfadosa siesta su ausencia gran dulçura causava y ayudava a ella los alentadores vientos Zéfiro y Favonio que meneando las delicadas y mobibles hojas de los verdes árbores, haciendo un sonoroso ruido los oídos de los presentes deleitava, junto con el orrísono mormollo que los claros y murmurantes arroyos que, quebrando sus cristalinas aguas en las lúcidas y jaspeadas chinas, hacían deleitando los presentes ánimos. A este bosque se fue el savio Menodoro como lugar más apartado de humana conversación; en él avía una hermosa casa que no menos digna era de notar que el bosque; en el patio de la cual avía una gran fuente y era un gran encantamento todo hecho por el saver de la gran Medea. Estando un día en ella el savio Menodoro, los fieles basallos del babilónico inperio por la muerte de Desponte su hermano de buena voluntad vinieron a elegirle por señor, mas él rehusándolo renunció el inperio en su menor hermano, llamado Vepilodor, el cual después de jurado por señor de Babilonia se casó con una infanta llamada Ariena. A cabo de pocos días se le ofreció una guerra y dexando por governador de su inper[i]o un primo suyo

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de grandísimas fuerças llamado Coriandro y no dexó en este cargo a la emperatriz Ariena porque quedava preñada y no podría acudir a todo. Dio pues el soldán Vepilodor la batalla a su contrario y quedó su exército vencedor 18r y él perdido. Su gente concluida la victoria por el campo lo buscaron y no lo pudieron hallar muerto ni vivo ni preso, de lo cual fueron maravillados, y tristes se bolvieron a Babilonia y lo dixeron al governador Coriandro, el cual muy alegre con ambición de reinar echó a la emperatriz Ariena en prisión y tenía concertado de darle con que muriese ella y lo que en las entrañas tenía por quedarse con el inperio. Estando pues el savio Menodoro en la casa del Deleitoso Bosque muy congoxado, entróse en su estudio y haciendo sus acostunbrados signos y conjuros, supo todo lo que le avía avenido a su hermano en la guerra y lo que Coriandro avía hecho en Babilonia y muy triste por tal acaecimiento llamó un su familiar y en él en un punto se puso en Babilonia y entró sin que fuese visto en la torre donde la emperatriz Ariena estava presa y llamando otros familiares puso en ellos a la emperatriz y a otras tres dueñas preñadas y al momento se bolvió a la casa del Deleitoso Bosque, donde estuvieron algún tienpo. Quiriendo el traidor Coriandro poner en execución su dañado intento de matar a la emperatriz Ariena, fue a la torre donde solía estar y, como no la hallase, se fue muy espantado y, para cunplir lo que en deseo tenía, mató una doncella y fingió ser la emperatriz Ariena, que del dolor de la pérdida del soldán Vepilodor avía muerto y así la enterró en la bóbeda de los soldanes y luego fue él jurado por señor.

Al cabo de dos meses que la emperatriz Ariena estuvo con el sabio Menodoro, parió un hermoso niño y el savio quiriéndole dar conpañía por sus artes alcançó que aquella noche avía de parir la real emperatriz Floriana de Constantinopla un estremado doncel, que avía de ser flor de la cavallería del mundo, y propuso de tomarlo para que se criase con su sobrino y, cuando fuese cavallero, le restituyese su tiraniçado inperio; y como esto pensase, púsolo por obra de la suerte que ya oistes. Tanbién supo que aquella noche avía de nacer un maravilloso infante y, que si él lo traía a criar con los que tenía, se avían de apaciguar grandes y muy antiguas enemistades; y las dos enemicísimas generaciones, por el amor que a sus conpañeros avía de tener, se avían de juntar en uno y así propuso de hurtarlo y, como lo tuvo, 18v púsoles nonbres: al hijo del emperador Arboliano, lo llamó Belinflor de Grecia –cuyos inmortales hechos el savio Menodoro en esta gran historia escrive–; a su sobrino llamó Orisbeldo de Babilo-nia, y al encubierto doncel llamó Miraphebo, cuyo maravilloso origen merece nuevo capítulo.

Capítulo X. Que trata de la maravillosa y preclara origen del príncipe Miraphebo de Troya.

En tiempo que más reñida e indecisa estava la expedición de Troya, estando los

frigios canpos cubiertos de los griegos y tesalónicos exércitos, la muy sabia doncella Casandra, hija del rey Príamo y hermana del sin par príncipe Héctor, como por su gran saber alcançase en qué avían de parar aquellos grandes hechos, con dolor porque allí no pereciese del todo tan ilustre y preclara progenie como era la troyana, ordenó que la Amaçona reina Pantasilea s’enamorase del valeroso Héctor para que a Troya viniese. Y así fue que venida goçó del primogénito de Príamo y quedó preñada y antes que pariese murió el príncipe Héctor y, como la savia Casandra tuviese particular cuidado de las reliquias de su hermano que en las entrañas de Pantasilea avían quedado, la muerte de Héctor le tuvo con su saver encubierta hasta que parió un estremado hijo, el cual tomó la savia Casandra y con él se fue a un castillo y en él hiço tales encantamentos que de nadie podía ser visto. La reina Pantasilea estando ya

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buena del parto echó menos a su querido Héctor y vino a saber su muerte y tanto fue su pesar que, como desesperada, tomó sus armas y subió en su cavallo y salió al canpo y metióse por el griego exército matando y derrivando cuantos delante se le paravan, al cabo fue muerta por mano del príncipe Aquiles. La savia Casandra puso nonbre al hermoso niño Frostendo y criólo consigo hasta que fue de edad de veinte años; estonces lo llevó al reino de Fenicia para que el rey –que su pariente era– lo armase cavallero, y luego se bolvió con él al encubierto castillo y en el camino hiço en armas tales cosas que bien mereció ser llamado hijo de tales padres. Llegados a Frigia, la savia Casandra reedificó el supervo alcaçar Ilión, que entre las reliquias de la destruida cidad arruinado estava, y dentro d’él encantó al troyano Frostendo de 19r

suerte que, aunque estuviese mil años en aquel encantamento, cuando d’él saliese fuese de la propia edad que era cuando lo encantó. Esto hecho la savia Casandra se encantó porque, si en algún tienpo al troyano Frostendo de aquel encantamento lo libravan, ella fuese viva para cunplir en todo su voluntad y hacer lo que menester uviese. Encantados estuvieron hasta el tienpo del emperador Arboliano de Grecia, en el cual avía en las orientales regiones un gran sabio que pocos avía en el mundo que ventaja le hiciesen y llamávase Eulogio, su padre d’este avía rescibido del predecesor que imperava muy grandes mercedes; y el sabio Eulogio, quiriendo reconpensar algo de lo recebido, entróse en su estudio y allí, haciendo lo que acostunbran, supo que el emperador Eleaçar –que así avía nonbre el de Oriente– avía de tener un hijo, el cual avía de ser gran enemigo de los griegos príncipes y, como supiese que los griegos avían de ser la flor del mundo, vido que tendría mucho que hacer su príncipe en sustentar tal amistad y así quiso darle un buen conpañero que le ayudase. Y como días avía que supiese el encantamento del troyano Frostendo, parecióle bien desencatallo para que tubiese hijos que con su príncipe contra los griegos fuesen. Con este pensamiento partió de su tierra el savio Eulogio y llegando a las reliquias de Troya sacó del encantamento al troyano Frostendo y dándole armas y cavallo lo guió hacia el reino de Caúcaso, de donde la hermosa Salora era reina, de la cual el troyano Frostendo en gran manera se enamoró y en su servicio hiço grandes y señaladas cosas, llamándose el Cavallero del Sol o del Fevo, tanto que la reina Salora fue muy contenta de tomarlo por marido, y así fueron las bodas celebradas con mucha solenidad y la reina quedó preñada, y a su tienpo parió un hermoso infante, el cual es aquel que el savio Menodoro rovó y puso nonbre Miraphevo. Y hurtólo por atajar las enemistades para que el savio Eulogio lo procuraba, el cual como supiese que el savio Menodoro avía tomado al hijo del troyano Frostendo quisiérase dexar morir de pesar y de allí juró de hacer todo el mal que pudiese a los príncipes griegos y al savio Menodoro por la amistad que les tenía. Y luego bolvió a encantar al troyano Frostendo para que, cuando viniese a pelear con los príncipes 19v griegos, sus fuerças no estuvieren menoscabadas. Todo esto é querido escrevir –dice el savio Menodoro– porque inporta mucho para la claridad de la historia y porque el príncipe Miraphevo meresce mucho por ser uno de los más señalados cavalleros del mundo, que bien merecen ponerse sus grandes hechos en conpañía de los de tan alto príncipe como Belinflor, y en esta historia se ha de hacer mucha cuenta d’él porque como en el largo proceso d’ella se verá –siendo restaurada Troya– un hijo del príncipe Belinflor se casó con una hija del príncipe Miraphevo, los cuales en conpañía de Orisbeldo en la casa del Deleitoso Bosque se criavan, donde los dexaremos por contar otras cosas que sucedieron en Constantinopla de Grecia.

Capítulo XI. Cómo estando la emperatriz Floriana en las selvas de Grecia fue robada y lo que más sucedió.

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Al cabo de tres meses que la emperatriz Floriana estuvo buena, se sintió preñada

con muy gran contento suyo y del emperador su esposo y para más mostrarlo se fueron a holgar a las selvas de Grecia. En las cuales con mucho contento estuvieron tres días, al cavo d’ellos yéndose todos aquellos señores a holgarse cada uno por su parte, las emperatrices Brenia y Floriana y Ariomena con la reina Amaltea y las demas señoras se quedaron solas junto a una hermosa y fresca fuente y, acertando a pasar por allí un jayán con cuatro cavalleros, traían un carro porque sienp[r]e acostunbravan a robar doncellas y era ya tan conocido por todo aquel inperio que con gran sobresalto caminavan todos; llamávase Brandafurión, el cual, como vido tan hermosa junta, muy alegre mandó a sus cavalleros que en el carro la subiesen y, como resistencia no hallasen, presto cunplieron su mandado, y luego comiençan a caminar hacia su castillo y las doncellas a dar voces, a las cuales acudió el emperador Arboliano –aunque tarde– y, como viese las tiendas vacías, fue mucho maravillado y, como algo lexos oyese todavía los gritos, armándose de sus armas, subió en su cavallo y enpeçó a seguir el camino que le pareció mas, como las selvas fuesen tan espesas y pobladas de árboles, no podía correr mucho ni llevar camino derecho; así anduvo cerca de tres oras hasta que llegó a la orilla de la mar y vido una galera que se acavava de partir y entendiendo que allí fuese lo que deseava 20r mucho se acuitó porque no tenía en qué seguirle, mas presto se le paró delante un batel, con el cual mucho se holgó porque otra vez por él avía librado a la emperatriz y luego se metió en él y començó a mover con mucha ligereça, aunque no llevava la vía que la galera, donde lo dexaremos hasta su tienpo, que no poca cuenta en esta historia se hace del fruto que d’este viaje del emperador se sacó. El rey Vepón y el príncipe Brasildoro al tienpo que aquellos señores por las selvas a espaciarse se repartieron, ellos como moços y amigos de hallar aventuras, se partieron armados y cada uno por su parte anduvieron hasta que anbos por diferentes caminos salieron a un gran llano en el cual avía un grande y fortísimo castillo, el cual luego conocieron ser de Brandafurión –porque el gigante y el castillo eran muy conocidos–; como de lexos los dos valerosos hermanos se conocieron, muy contentos vinieron a hablarse y concertaron de aver batalla con Brandafurión y sus cavalleros para quitarle del mundo porque cesasen tantos tuertos como hacía. Con esta determinación se fueron hacia el castillo y, antes que llegasen, <lo> vieron venir por la floresta un carro con la flor de la hermosura del mundo, traíanlo un gran jayán y cuatro cavalleros y venían hacia el castillo. Los valerosos cavalleros entendieron ser aquel Brandafurión y, yéndose para él que muy adelante del carro venía, le dixeron:

– Jayán desmesurado, ya es venido el tienpo en que por la providencia divina te á de ser dado el castigo que tus perversas obras merecen, por tanto ven a la batalla que yo confío en Dios de ser el executor d’Él.

Como esto dixo, el rey Vepón se apartó con su cavallo; el jayán hiço lo propio diciendo:

– No me detengo en palabras porque no se detenga el castigo que este loco cavallero merece.

Con esto estando algo apartados se vinieron a encontrar, de suerte que las gruesas lanças, hechas menudas astillas, se toparon de los cuerpos de los cavallos, escudos y yelmos con tanta fuerça que anbos vinieron a tierra y levantándose comiençan una brava batalla. En esto llegó el carro en que las emperatrices venían muy tristes que, como cerca llegasen, las conoció el príncipe Brasildoro y muy espantado de verlas así presas se fue contra los cavalleros, los cuales como vieron la batalla de su señor y vieron venir aquel cavallero contra ellos salen a encontrarlo y en él quebraron sus lanças, mas él echó a uno en 20v suelo y sacando la espada se enbuelve con los otros en batalla. Las señoras del carro estavan muy alegres en ver que aquellos cavalleros

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bolviesen por su derecho y rogavan a Dios que les ayudase, pues tan justamente tomavan a cargo aquella batalla. En este tienpo el príncipe Brasildoro avía derrocado otro cavallero muerto y el rey traía algo cansado y herido al jayán Brandafurión y al cabo de una pieça lo tendió en el suelo donde le quitó la vida, a tienpo que el príncipe Brasildoro avía con victoria fenecido su batalla. El rey Vepón subió en su cavallo y yéndose al carro, como conoció a las señoras que en él venían, fue mucho maravillado y alegre por aver hecho aquel socorro, quitándose el yelmo él y su hermano, se llegaron al carro y, conocidos de aquellas señoras, fueron recevidos con grandísima alegría y con ella toman la vía que avían traído y llegando a las tiendas fue muy crecido el contento del emperador Rugeriano y de los demás, porque aviendo venido allí a comer no avían hallado a nadie, de lo cual fueron muy turbados y quiriéndose partir a buscar aquellas señoras las vieron venir y, después que se uvieron recibido como si en largo tienpo no se uviesen visto, todo su contento se les bolvió en pesar porque, echando menos al emperador Arboliano, y nadie supiese d’él ni lo uviese visto, fue doblada la congoxa de todos, especialmente de la real emperatriz Floriana. Luego el emperador Rugeriano enbió a los príncipes Zarante y Zelipón y otros muchos cavalleros a que por todas partes lo buscasen. En buscallo tardaron ocho días, al cabo de los cuales se bolvieron y ninguno muerto ni bivo supo del emperador nueva alguna y con mucha tristeça lo dixeron al emperador Rugeriano, el cual no sin ella se bolvió con todos aquellos señores y señoras a Constantinopla y de allí bolvió a enbiar muchos cavalleros que por mar o por tierra lo buscasen; y él por consentimiento de los del inperio quedó por governador. Al cavo de ocho meses de la pérdida del emperador Arboliano, parió la emperatriz Floriana un hijo, muy hermosa criatura, al cual llamaron Rugerindo y con él se alivió algo de la gran tristeça que por la ausencia de su esposo sentía, porque aún no avían sabido nueva alguna d’él, por lo cual en todo el inperio griego se hacía gran sentimiento como si hermano de cada cual fuera, porque era el más querido y amado príncipe que en el mundo avía por su nobilísima condición que en ella a todos los de su tienpo sobrepujo, y así sobrepujo a todos el amor que sus vasallos le tenían. 21r

Capítulo XII. Cómo el emperador Arboliano aportó en el reino de Tracia y de la hermosa aventura que allí le sucedió.

Muy gran congoxa llevava por la mar en su encantado batel el soverano

emperador Arboliano por dos cosas: la una, por la pérdida de su muy amada esposa Floriana; la otra, por ver que el batel en que iva no guiava derecho a la nave, de lo cual le dio tanta pena que jamás otra tanta recibió en su vida y poniendo los pies en el borde, porque no avía remos, procurava con su fuerça guiallo a donde quería mas, po[r] mucho que porfiava y por mucha fuerça que ponía, un punto no lo podía hacer desviar del camino que llevava; de lo cual tanto la ira le creció que enpeçó a maldecir los encantamentos y quien los avía inventado y quien los usava y decía:

– ¡Ó, savio Menodoro!, pues tan gran pesar me diste cuando a mi querido hijo tomaste, dame agora este placer de guiar este batel a aquella galera donde va mi señora, que bien sé que me oyes y que sabes en la pena en que estoy porque tu gran saver todo lo alcança; pues remédialo presto, no quieras que mi querida esposa vaya en poder de quien no la conoce y se le haga algún desacato a su real persona. ¡Ó, savia Sarga!, que la otra vez tan señalado servicio me hiciste en enviarme aquel vatel, acuérdate aora de mí que aún mayor pena tengo agora que entonces. ¡Ó, Fortuna, enemiga de todo sosiego y quietud, conmovedora y turbadora del descanso y alegría! ¿qué te merecí yo para que por tan pequeño placer me dieses dos tan grandes pesares

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como fue quitarme a mi querido y primogénito hijo y aora privarme de la vista de mi querida esposa? ¿y aún no te contestaste con esto sino ponerla en tanto estremo que no tenga remedio humano? ¡Ó, alto Dios, poderoso ordenador de todas las cosas, suplícote por tu divina clemencia que no mirando las ofensas a ti por mí hechas quieras remediar mi gran congoxa y quieras socorrer a aquella que fuiste servido de darme por esposa para que, salidos d’esta gran tribulación en tu servicio, toda la vida enpleemos! ¡Ó, mi señora Floriana! ¡con cuánta raçón tendréis a vuestro esposo por descuidado pues en el travajo en que vais no os á socorrido! o ¡cómo me tendréis por desamorado pues por libraros a nado no m’é echado en este profundo piélago para llegar a donde va aprisionada vuestra real persona! o ¡cómo me tendréis por covarde pues no é aventurado la vida por vuestra livertad! Perdonadme, mi señora, que de voluntad lo uviera hecho si el temor de perder el alma no me la ubiera estorvado. 21v

Con semejantes quexas y exclamaciones caminó todo aquel día a vista de la galera y, ya que el rutilante Phevo iva a vañar su rubicunda corona en las profundas aguas de los hispánicos mares dexando bordadas en las occidentales nubes sus gloriosas y alegres reliquias, el soverano emperador Arboliano perdió la galera de vista con tan gran pesar suyo que apenas se puede decir. Y cuando más congoxado estava, se le paró delante el savio Menodoro diciéndole:

– Esclarecido señor, no tenga la vuestra grandeça pena por mi señora la emperatriz, que ya está libre, aunque con mucho pesar por vuestra ausencia y vós vais a parte donde con un yerro se producirá cosa que deshaga muchos.

Con esto desapareció y el emperador quedó muy consolado, aunque no entendió las postreras palabras. Con la velocidad ya dicha, caminó el encantado batel guiado por el saver del savio Eulogio ocho días, al cavo de los cuales en una hermosa, fresca y enarbolada rivera paró y el emperador, pareciéndole que era la voluntad de quien lo guiava que saliese allí, sacando un cavallo que en el batel avía, subió en él y metióse por la floresta a ora que el clarísimo Fevo aviendo apacentado sus cavallos en los elíseos e inmortales prados venía con alegre y risueña cara siguiendo las pisadas de su amada esposa, la cual con su rubicundo manto, con ligero y dorado pie, corriendo abreviava las nocturnas deesas, y esparciendo con liveral y franca mano Flora de sus dotes la tierra iva dotando. Por aquella hermosa floresta anduvo el emperador hasta casi medio día y a aquella hora oyó algo lexos de allí una muy suave y acordada música y guiando el cavallo hacia allí no uvo andado mucho cuando vio baxo una fresca y olorosa vóveda, armada sobre ricas y doradas vergas, cubierta de verde y hojoso jazmín que con su blanca y odorífera flor hacía en sus verdes hojas un agradable matiz, una conpañía de muy hermosas doncellas, las cuales estavan sentadas alrededor de una clara y cristalina fuente tan honda que el suelo no se devisava. Tenían en sus hermosas manos laudes y harpas y otros músicos instrumentos, los cuales muy suavemente tañían aconpañando el son con una dulce y melodiosa voz, lo cual tan ángelicamente resonava en los oídos del griego emperador que en la otra vida le pareció ser transportado. Al un cavo del deleitoso lugar estava tendido un dosel de brocado, en él estava sentada una doncella, la hermosura de la cual pareció al griego señor ser igual a la de la emperatriz Floriana y trayéndole a la memoria la ausencia d’ella la presencia de aquella hermosa doncella, con 22r gran dolor que sintió de se ver ausente y tan apartado d’ella dio un grande y profundo suspiro, al cual las doncellas volvieron la caveça y la más hermosa que señora de todas parecía viéndole tan gentil y apuesto le dixo:

– El parecernos que sois estraño y vuestra gentil disposición, agraciado cavallero, nos convida a rogaros que os quedéis aquí esta siesta, porque si adelante pasáis no [a]y lugar donde más commodamente podáis estar que este.

El emperador Arboliano por venir cansado y fatigado del calor parecióle bien hacer lo que aquella hermosa doncella le decía y así dixo:

– Harta descortesía sería, hermosa señora, traspasar un punto vuestro mandado y, aunque yo no iva dispuesto para recebir tal merced, haré lo que todos son obligados.

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Y como esto dixo, apeándose de su cavallo, lo arredró a un árbol y levantando la visera del yelmo se sentó junto a la fuente. Y como la hermosa doncella viese la hermosura del enperador –que a esta saçón no pasava de veinte y ocho años– mucho fue maravillada y preguntándole cómo se llamava y de qué tierra era, el emperador dixo:

– Yo, señora, me llamo el Cavallero de la Fortuna, por la que en el escudo traigo, y hasta que acabe cierta aventura en que ando no puedo decir mi verdadero nonbre. Por tanto, señora, perdonad mi descortesía en no decirlo, que cierto no es en mi mano descubrirme; y en otras cosas me podéi[s] mandar, veréis con las veras que os sirvo como merece tan alta merced como sin yo merecerla me avéis hecho; en lo que me preguntáis de qué tierra soy, sabed que soy del Inperio de Grecia.

Como el emperador nonbró a Grecia a la hermosa doncella se le turbó su rubicundo color y dando un suspiro dixo:

– Bien creo, cavallero, que el encubrir vuestro nonbre no á sido en vuestra mano y no por descortesía, que en cavallero de tan dichosa tierra como Grecia bien sé que no puede caber. Yo é holgado mucho con buestra venida por saver particularmente las cosas de aquel inperio y corte y a donde queda el enperador Arboliano.

El cual, como entendiese la causa de las preguntas de la hermosa señora, a toda su voluntad la satisfiço y al cavo le preguntó quién era. Ella le dixo:

– No es raçón, gentil y comedido cavallero, que no haga cosa tan fácil por vós, aviéndome vós dicho lo que os he preguntado y así sabed que esta tierra es el reino de Tracia y yo soy Elimina, reina d’él, que siendo sujeta y pagando parias al que, si todos los emperadores del mundo se las pagasen, no sería afrenta suya ni menoscavo de sus honras, que muy congoxada me salí a esta floresta a holgar y víneme a esta fuente a ver algunas aventuras que aquí suceden por ser encantada y de 22v maravillosa virtud y leed las letras de aquel padrón [y] veréis la virtud que tiene y luego os contaremos a qué causa fue hecha.

El enperador maravillado de lo que la reina Elimina le decía se levantó y fue al padrón que a la entrada de la fresca y olorosa bóveda estava y vio que las letras decían así:

Ésta es la Fuente del Olvido, de lo pasado causadora del amor, a lo presente hecha por el savio Ganidemo para remedio del príncipe Flosalir de Tracia. Durará su encantamento hasta que el invencible Tigre, padre del encubierto León, engendre al deseado por sus enemigos; pero la virtud del agua durará hasta que el bastardo León con ella sea remediado.

Maravillado quedó el emperador y bolviéndose a sentar suplicó a la hermosa reina fuese servida de contarle aquella aventura. La reina Elimina le dixo:

– Sabréis, cavallero, que en este reino de Tracia, muchos años á, uvo un príncipe llamado Flosalir, el cual siendo cavallero andante y muy valiente se enamoró de una reina llamada Marsilia y en su servicio hiço muchas cosas; mas ella sienpre lo desdeñó y con tan claras muestras lo desfavorecía que el príncipe Flosalir fue puesto en muy gran cuita y, como los disfavores de la reina Marsila creciesen y en el príncipe el amor y desconfiança, tan grande fue su pena que enfermó y muy malo lo truxeron a este su reino y vínolo a ver Ganidemo, el cual a la saçón en sciencia de nigromancia a todos los del mundo sobrepujava; y este consoló al príncipe Flosalir y híçole ciertos remedios con que muy presto sanó y luego hiço esta fuente que el agua d’ella tiene tal virtud que cualquiera que la tocare o veviere perderá la memoria de lo que ama y fuerça a amar a lo presente. Hecha esta fuente por el savio Ganidemo, díxolo al príncipe Flosalir y que fuese al reino de la hermosa Marsilia, el cual muy alegre fue –porque así lo ordenó el savio– y halló a la reina Marsilia sola en una floresta y apeándose el príncipe la tomó en los braços y subiéndola en su cavallo se vino para esta fuente y apeándola el príncipe se quitó el yelmo que, como la reina Marsilia lo

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conoció, recibió tan gran pesar que se cayó amortecida. El príncipe Flosalir tomó agua en las manos y echándosela por el rostro volvió en sí y tanta operación hiço esta virtuosa y encantada agua en la reina Marsilia que de cruel bívora –para el príncipe– la bolvió en mansa y amorosa oveja; porque echando los braços al cuello al príncipe que cabe ella estava le dixo: «¡Ó, mi Flosalir! y ¡qué gran ventura á sido esta mía que me vea en este lugar para que cunpla lo que 23r tú tan merecido tienes». El príncipe, que vido esto, no fue pereçoso en cunplir lo que él tan deseado tenía y la reina le prometía; y así en este lugar quedó la reina Marsilia dueña. Y el príncipe casándose con ella hiço las mercedes devidas por tan gran servicio al savio Ganidemo. Y desde entonces se llama esta fuente de los Amores.

Muy maravillado quedó el emperador Arboliano de tal aventura y, quiriendo dar las gracias a la reina porque se la avía contado, vio que las aguas de la encantada fuente a gran priesa se removían y enturbiavan, de lo cual las doncellas espantadas se levantaron; luego salió una grande y espantosa sierpe, las doncellas de miedo echaron a huir cada una por su parte, sólo quedaron la reina y el emperador, el cual calando la visera del yelmo se levantó y poniéndose delante la reina Elimina sacó su espada y con ella dio tal golpe a la fiera sierpe que partida la caveça por medio cayó muerta en la fuente.

– De Dios ayáis el galardón, esforçado cavallero, que así me avéis librado de la muerte, –dixo la reina Elimina.

El emperador le dixo:– No ay qué agradecerme, hermosa reina, porque eso y más se deve a vuestra

grandeça.Con esto se sentó junto a la reina y mirando a la fuente vido una gran maravilla y

era que la sangre de la sierpe derramada en el agua de la fuente estava hirviendo como si mucha lunbre estuviera debaxo y alçava muy gran espuma y a poco rato vido que se iva quaxando y juntándose. D’ello fue así el emperador como la reina muy maravillados y dixeron que era grande la fuerça del encantamento y el emperador afirmó que el que aquel saver enpleava en bien era mucho de estimar. En esto toda la sangre estava junta en medio de la alverca y levantándose súpitamente un gran fuego les deslunbró la vista y, pasado que fue, vieron hecho de la sangre un grande y espantable mostruo, el cual abraçándose con la reina Elimina se metió con ella en la fuente no quedando fuera más que sus hermosas y marfírias manos meneando en agua como quien pedía socorro. El emperador Arboliano con g[r]andísima lástima de ver en aquel estado a la reina se puso de pies a la orilla de la fuente y cargando el cuerpo sobre el agua alargó el braço y asió a la reina por una mano, mas con tanta fuerça tiraron d’él que vino a caer en la fuente. Y al cabo de una pieça se halló en un fresco y oloroso vergel, a su lado estava la muy hermosa reina Elimina, a la cual –encendido en su amor y olvidado de todo lo que el pasado avía– dixo:

– ¿Cuándo, 23v hermosísima reina, mereció el buestro emperador de Grecia venir a tan dichoso punto que libre y quietamente pudiese goçar de buestra agradable y discreta conversación? ¡Ó, Fortuna! ¿cuándo te podré pagar tanto bien como me as hecho en traerme a tal coyuntura que me vea a solas con mi señora Elimina? ¿Cuándo merecieron mis hados que fuese subido a tanta alteça que pudiese goçar de tan soberana gloria como de buestra hermosa vista resulta?

Diciendo esto, el emperador le echó sus fuertes braços al cuello con un amoroso nudo enlaçados y besándola muchas veces no la dexó responder. Tan de veras anduvo allí el juego que la reina Elimina quedó dueña y, cuando uvieron estado una pieça a todo su placer, se levantaron y enpeçaron a andar por aquel vergel que, aunque no estuvieran sus ánimos tan contentos, bastara su hermosura y fragancia a deportarlos. Venida la noche, se fueron a una alta y bien labrada torre que en aquel fresco jardín estava, donde hallaron todo lo necesario muy cunplidamente para su sustento, y luego se echaron en un muy rico lecho donde holgaron a su placer. En esta sabrosa y holgaçana vida estuvieron algunos días, al cavo de los cuales la reina Elimina se sintió

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preñada y a su tienpo parió –no faltando quien la sirviese– un hijo y una hija de estraña y maravillosa hermosura; al hijo pusieron nonbre Rorsildarán de Tracia y a la hija Roselva. Mucho holgó con ellos el encantado enperador, donde lo dexaremos hasta su tienpo.

Las doncellas de la reina Elimina que huyendo de la sierpe avían ido, cuando entendieron que ya estaría muerta, fueron a la fuente y vieron que ante la bóbeda avía un grande y suntuoso arco, debaxo d’él estava un padrón; dentro de la olorosa bóveda vieron encima del agua de la fuente dos sillas: en la una, estava la reina Elimina que parecía dormir; en la otra estava el Cavallero de la Fortuna. Las doncellas muy maravilladas de tal aventura quisieron entrar dentro, mas fueles inpedido. Como las doncellas vieron ser escusada su porfía, se fueron a la cidad de Tracia y a los principales d’ella dixeron lo que pasava y muy maravillados fueron a la floresta y leyeron las letras del padrón que debaxo del arco estava, las cuales decían así:

Estará encubierto el Cavallero de la Fortuna hasta que lo descubran terribles bramidos y esto no será tan presto.

Como esto vieron los principales tracianos y conocieron a su señora, quisieran entrar para librarla, mas no pudieron y estavan confusos no saviendo quién 24r fuese aquel Cavallero de la Fortuna. Mas al fin eligieron por governador a un tío de la reina, llamado Cirantino, para que rigiese el reino de Tracia hasta que la reina Elimina saliese de aquel encantamento.

Capítulo XIII. De una aventura que el príncipe Belinflor acavó en el patio de la casa del Deleitoso Bosque.

En todo este tienpo el savio Menodoro no habla del príncipe Belinflor, mas aora

enpieça a tratar d’él con tan alto y maravilloso principio cual jamás se uviese visto; tanto que el savio dudava ponerlo temien[do] no fuese creido. Mas al fin lo pone diciendo que en tan sobrenatural y esclarecido doncel más que esto cabe y aquí en sus hados le tienen prometido, mas que esto no era mucho que la Aventura de la savia Medea acabase. Dice pues el savio que siendo aquellos príncipes de edad de doce años y tan grandes que de muy mayor parecían, era tanta su belleça y hermosura que parecían cosa celestial, principalmente de Belinflor que, mientras era pagano, decía que los dioses no tuvieron más que dalle y aún se espanta cómo le pudieron dar tanto porque su hermosura, su gracia, su discreción, su llaneça, su gravedad, su afabilidad, aquel señorío que representava en su hermosísimo y perfecto rostro y aquella alegría que a todos convidava a amarle y el amor tan grande que a sus amigos tenía, por tener, dice el savio, estas gracias y virtudes tan perfectas y acabadas más de persona celestial que humana parecían. Siendo pues d’esta edad, ya sabían muchas y diferentes lenguas que el savio como buen maestro les avía enseñado; savían diestra-mente esgremir y subir a cavallo, luchar, correr, saltar y tirar, que todo para recebir la orden de cavallería es menester; entreteníanse lo más del tienpo en caças por el Deleitoso Bosque y en correr con los cavallos y hace[r] en ellos muchas gentileças, y algunos días se estavan en el patio de la hermosa y rica casa tirando con arcos y flechas, otras veces leyendo varias y gustosas historias y hechos y proeças de armas, las cuales en gran manera incitavan a los príncipes aparecer a los actores d’ellas y gran deseo tenían de se ver cavalleros. El príncipe Belinflor leyendo la Historia de Troya y viendo las proeças de Héctor dixo:

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– ¡Ó, si estuviera vivo este príncipe, avía de ver si sus fuerças alcançavan a lo que d’él escriven 24v y después de satisfecho tenerlo por amigo!

El príncipe Miraphevo como aquel que la naturaleça le inclinava dixo:– Por cierto, mi verdadero amigo, que tengo creido que aún más de lo que está

escrito d’ese príncipe sus fuerças alcançavan y que, si él fuera vivo, yo procurara servirle y no enojarle.

Estrañamente fue el savio Menodoro de lo que el troyano Miraphebo decía y dixo que la naturaleça hacía conocer lo que ellos propios no conocían. Estando pues un día en aquel patio los príncipes Belinflor, Miraphebo y Orisbeldo, todos con arcos flechando, de la encantada fuente de la savia Medea salió un jayán con una maça en las manos y dando un golpe con ella en la fuente y desapareció; el jayán se quedó donde era la fuen[te] y dando un terrible baladro dio un golpe con la maça en el suelo donde se hiço un agujero por el cual se metió; y luego asomó por él una espantable sierpe, la boca traía abierta y llameante una espada, la más rica que jamás se vio, que la cuchilla relunbrava así como si fuese un riel de fuego, el pomo dava tanta claridad como si fuese una hacha, la enpuñadura y guarnición era toda de riquísimas piedras, la vaina y correas era de oro de martillo gravada estrañamente. Como de los donceles fuese vista tan rica pieça, quiriéndola cada uno para sí, fueron sin temor de la sierpe hacia ella y el primero que llegó fue Orisbeldo de Babilonia y quiriendo tomarla una mano lo asió por sus hermosos cavellos y alçándolo del suelo lo desvió gran pieça de allí; el príncipe Miraphebo, no atemoriçado por lo que a su conpañero le avía sucedido, se llegó a la boca de la sierpe y asióla por el puño, mas por mucho que tiró no la pudo sacar; en esto con sosegado y grave paso se llegó aquel para quien estavan guardadas todas las venturas del mundo, aquel primogénito de Arboliano cuyas haçañas todo el mundo avían de henchir como lo llena el sol con sus claríficos rayos, aquel que avía de ser lucero de la cavallería y heredero del griego imperio, [por] cuyos hechos los antiguos en historias o en fábulas se an de poner, [a]quel soberano príncipe Belinflor, el cual llegando a la [es]pada la asió por el puño y [cla]ramente la sacó y tiniéndola en la mano salió por el agujero una espantable sier[pe] y abraçándose con el príncipe pugnava por se meter con él por do avía salido, mas el príncipe aprovechándose de su nueva arma dos veces se la metió por la barriga con lo cual la sierpe cayó muerta. Y luego se bolvió a hacer la fuente que antes estava. El príncipe Belinflor quedó tan contento con espada que no lo sav[r]ía explicar; la emperatriz Ariena tanvién estava muy goçosa de ver fuera de aquel peligro a Belinflor, que no menos lo amava que a su hijo. Así como Belinflor se vido con su espada y que avía enpeçado a provar aventuras, tuvo grandísimo deseo de se ver cavallero y 25r sobre ello inportunava mucho al savio mas él lo entretenía lo mejor que podía hasta que llegó a quince años, que le sucedió lo que en el siguiente capítulo se os dirá.

Capítulo XIIII. Cómo el príncipe Belinflor fue armado cavallero por una estraña y maravillosa aventura.

Cuando el soberano príncipe Belinflor tuvo cunplidos quince años, como tan

grande y bien hecho se viese, crecióle el deseo de se ver armado cavallero y como el savio entendiese ya su pensamiento le dixo:

– Esta tarde, hijo, podéis ir a caça y, si perdiéredes la espada, procurá cobrarla que en cobrándola buestro deseo será conplido.

El príncipe muy alegre dio las gracias y poniendo por obra lo que el savio le avía dicho se fue con los príncipes por el Deleitoso Bosque y a cabo de una pieça se

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repartieron y el príncipe Belinflor acertó a entrar en un hermoso callejón, las paredes del cual en canpo verde estavan bordadas de purpúreas rosas y de blancos y odoríferos jazmines, los cuales meneados de un fresco y delicado Zéfiro davan de sí tal fragracia que bastara a deportar los tristes y fatigados ánimos, junto con el sonoroso ruido que jugando con las delicadas hojas hacía ayudada de las dulces y agradables cantinelas de las parleras y cantoras aves, envevecido por él caminava el príncipe contenplando su hermosura, cuando un jayán se le puso delante y asiéndole del pomo de la espada se la sacó de la vaina y con ella enpeçó a correr el callejón adelante. El príncipe muy enojado al todo correr de su cavallo lo enpeçó a seguir hasta salir a un gran llano y el gigante se metió por una espesa niebla. El príncipe lo siguió y metiéndose por la espesa niebla se halló en un grande y bien guarnido –de flores y yervas– prado y ante sí vido una dueña con onradas y largas tocas y teniendo la rica espada en la mano dixo al príncipe:

– Soberano doncel, si algún enojo os pude dar por quitároos la espada, suplícoos me perdonéis y, si queréis ser satisfecho a vuestra voluntad, veníos comigo que no os pesará d’ello.

– Yo entendí, onrada señora, –dixo el principe–, que el jayán avía hecho aquello por descortesía y sobervia –como acostumbran sienpre los de su linaje–, mas si fue por vuestro mandado no ay yerro; y en lo demás, yo iré donde mandáredes, que mandado de tan onrada dueña no se puede pasar.

Con esto se apeó de su cavallo y tomando la espada la metió en vaina y enpeçó a andar con la dueña por aquel hermoso y florido prado hablando en muchas cosas y la savia Medea –que ella era la dueña– le dixo que, mientras aquella vida en que estava 25v el summo y poderoso Dios le otorgava, que avía de servirle en cuanto pudiese, porque todos los encantamentos que avía dexado hechos en la tierra avían de ser acavados por su mano. El príncipe se lo agradeció y andando un poco más oyó algo lexos una suavísima música y bolviendo a la dueña para preguntarle lo que era no la vido, de lo que fue mucho maravillado y guiando acia donde oyó la música cada vez le parecía más dulce y melodiosa; a cabo de una pieça, vido en aquel hermoso prado un alto y dorado castillo que hiriendo en él los rayos del sol con ta[n]ta fuerça –y haciendo tantos vislunbres– los reflexava que deslunbrava la vista; en él no avía puerta ni ventana ni torre y d’él parecía salir la música y, como el príncipe llegó más cerca, la música aumentando su dulçura y melodía a poco rato cesó luego. Vinieron por detrás del castillo dos dispuestos y hermosos gigantes vestidos de tela de oro, adornados de preciosas y orientales perlas con ricas entalladuras; venía cada uno por su parte y llegando delante el castillo hicieron sendos acatamientos al príncipe Belinflor y él se les humilló y luego asen de sendas y gruesas aldavas –que de oro y finas piedras eran– que en el dorado castillo estavan, luego començó la suave música y a poco rato cesó; luego los gentiles gigantes tiran de las aldavas y abren el castillo por medio, haciendo un no menos sonoroso y deleitable ruido. El castillo quedó abierto todo a manera de un gran tabernáculo: todo por de dentro adornado de riquísimos paños de oro, en ellos divuxadas todas las proeças del magno monarca Alexandre macedónico; en medio de aquel hermoso castillo estava un grande y maravilloso arco de tan estraña riqueça que en gran manera al príncipe admiró; era todo de fino y maciço oro de Arabia entretallado y gravado con tan ricas y hermosas piedras y perlas que valían un reino, haciendo tan agradables y estrañas labores matiçadas con tan finos y diversos colores que cosa era de espantar; en lo alto d’este arco estavan pintados todos los hechos de armas que en este tienpo se pueden leer; y un cavallero armado de unas armas que parecían de cristal y en un escudo pintado en él aquel arco con la espada en la mano los estava amenaçando; encima del arco avía un dosel de brocado tendido con dos ricas almohadas; delante de aquel estrado avía una rica silla de alabastro con muchas piedras preciosas, en ella estava sentado un cavallero de mediana edad, de gentil presencia y con ricos paños adornado, tenía en su caveça una muy preciada corona de monarca, a sus lados tenía cuatro 26r cavalleros

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con coronas de reyes, a la mano derecha de la silla avía una mesa con cubierta de brocado, en ella estavan unas armas; a cada lado del arco avía seis hermosísimas ninfas vestidas de un subtil belillo de plata, tan claro y trasparente que no se encubrían por él sus delicadas y blancas carnes; tenían sus hermosos cavellos tendidos por las espaldas, senbrados de fina argentería y cuando se meneavan tantos vislunbres los plateados tenblantes en los dorados cavellos hacían que cosa gustosa era de ver; tenían en sus caveças altas y bien hechas girnaldas de blancas flores como jazmines, açucenas y mosquetes, que la belleça de sus hermosos y angélicos rostros acrecentavan; tenían las ebúrneas colunnas de sus blancas y proporcionadas gargantas adornadas de muchos y muy preciados collares de piedras de muchos colores que hacían un agradable matiz –que así esto como lo demás en contenplarlo todo humano entendimiento elevava–, en sus bien hechas y marfírias manos tenían sendas y doradas tronpas. El príncipe muy maravillado, con deseo de ver el fin de aquella hermosa aventura, entró en el abierto y adornado castillo y las ninfas tocaron sus doradas tronpas y luego salieron de una rica cuadra cuatro doncellas con coronas de reinas y eran las cuatro virtudes cardinales: la Justicia, la Prudencia, la Tenperança, la Fortaleça y subiendo por una escalera al arco se sentaron; luego de la propia cuadra salieron dos doncellas muy estrañas: la una con corona de enperatriz y en ella un rétulo que decía: Honra, enperatriz de virtudes; la otra doncella tenía unas alas de plumas y una diadema de oro y en ella un rétulo que decía: Fama, verdadero pago de los buenos hechos. Estas dos tan principales señoras asieron de los braços al príncipe y él y ellas començaron a subir por la escalera y llegando a lo alto cesó la música y el emperador que en la silla estava dixo:

– Bien sea venido el tan por nosotros deseado doncel que días á que lo esperamos para darle la orden de cavallería con toda la honra que él merece.

El príncipe Belinflor se le humilló. Luego aquellos cavalleros reyes lo armaron y hincándose de rodillas en las almohadas el monarca le dio paz en el rostro y luego llegó la Justicia y calçándole la manopla derecha le dixo:

– Cavallero, jamás con pasar la justicia a la izquierda mano la pongáis en olvido mientras con vuestra diestra mandáredes.

Luego llegó la Prudencia y calándole la visera del yelmo dixo: – La Prudencia, cavallero, sienpre en vuestras sentencias, en vuestro rostro la

tened. Luego llegó la Honra y ech[án]dole un escudo al cuello le dixo:– En vuestr[os] hechos sienpre me tened delante, vent[ur]oso cavallero.Luego llegó la Fama y cal[án]dole la espuela dixo:– La Fama, cavall[ero], os sea espuela para enprender grandes in[presas]. 26v

Luego llegó la Tenperança y dándole un pequeño golpe en el onbro con la espada le dixo:

– Cavallero, en buestras enpresas os encargo esta virtud de Tenperança. Luego juró en manos de aquel emperador todo lo que se requiere para recevir la

orden de cavallería; acabado el juramento, llegó la Fortaleça y ciñiéndole la espada dixo:

– No os encargo nada cavallero porque tenéis esta virtud muy cunplida. Acabado esto dixo el emperador:– Cavallero sois. Diciendo esto las ninfas tocaron sus doradas tronpas haciendo un dulcísimo son; en

esto llegaron allí los dos hermosos gigantes y tomando al príncipe por los braços lo baxaron del arco y sacaron del castillo y luego fue cerrado como de antes, y el uno d’ellos se fue y a poco rato truxo un cavallo, el más lindo y hermoso que avía en todo el mundo; él era grande de cuerpo y muy bien hecho, de doblados y fornidos mienbros, era blanco y negro, y en las manchas negras tenía otras vayas y castañas, y en las blancas tenía otras doradas de tan fina color que no parecía sino puro oro. Era este cavallo ligerísimo y tan fuerte que, aunque corriera todo un día, no se cansara;

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tenía el pellejo encantado de suerte que ninguna arma lo podía pasar; demás d’esto era tan entendido que no le faltava por tener uso de raçón sino la habla; llamávase Bucífero. El príncipe de ver tan hermosa bestia fue muy maravillado y más alegre cuando se la presentaron; traía una rica silla de cristal con [tan]tas piedras y perlas que ningún príncipe ni señor del mundo tan rica la alcançava. El príncipe subiendo en él anduvo un rato por el canpo y muy contento d’él se despidió de los comedidos jayanes y enpeçó a caminar por aquel llano tan contento y alegre de se ver armado cavallero que no cabía en sí de goço; cuando vino la noche, se alvergó en un castillo donde fue bien regalado y a la mañana bolvió a caminar y fue muy maravillado en no encontrar gente, mas bien podía estar descuidado porque aquella tierra era despoblada y no avía ninguna gente que le pudiera socorrer con mantenimiento ni árbores de don[de] lo poder coger; y así el savio Monodoro le tenía –como tanto lo amare– adereçado lo que menester avía en aquellos que le parecían castillos. Así anduvo por aquellos despoblados llanos tres días, al cabo de los cuales entró en un fresco y frondoso bosque y en él anduvo otros tres días y luego salió a un prado todo de alta y tajada peña cercado y entre dos peñas avía una pequeña quebrada que apenas un cavallero por ella cavía. El príncipe propuso de entrar por allí y apeándose de su cavallo entró y enpeçó a subir una alta y angosta cuesta y ya que anochecía llegó a la puerta de una 27r alta torre y viendo que ya era noche acordó de reposar allí hasta la mañana y quitándose el yelmo recosta la caveça sobre él y reposó como aquel que ningún cuidado le aquexava.

Capítulo XV. Cómo el príncipe Belinflor entró en la encantada Torre de Medea y lo que en ella le sucedió.

Al tienpo que la hermosa esposa del dorado e inmortal Titán venía con su

serenísima belleça bordando las celestiales regiones con rubicundo color, haciendo perder de su decoro a las relunbrantes estrellas, quitándolas de su tiraniçado trono, enriqueciendo las verdes yervas y hermosas flores de la tierra con preñados y aljofaradas gotas de delicado y vislunbroso rocío, un aura delicada produciendo los estantes ánimos deportando venía, el príncipe despertó y levántandose enlaçó el yelmo y fuese para la puerta de la torre y en ella vido un padrón con unas letras que decían así:

El travajo que tomares, cavallero, no será en balde, que con el tropheo d’él serás temido en el mundo.

Cuando uvo leído las letras, oyó un temeroso ruido y asomándose a la puerta de la torre vio que toda era hueca y muy honda y escura y enfrente de la puerta avía una temerosa boca de una lóbrega cueva, por la cual salía un inpetuoso y caudaloso río, el cual con sonoroso y temeroso ruido en la honda sima de la hueca y escura torre se precipitaba, que, otro que el invicto coraçón del encubierto griego lo mirara, de temor desfalleciera. Desde la puerta donde el príncipe Belinflor estava hasta la boca de la cueva avía una angosta senda. Considerando estava el príncipe la estraña y temerosa torre y mirando el peligroso paso cuando oyó una voz que le dixo:

– Cavallero novel, ¿osarás pasar acá?– Osaré, –dixo él. – Pues, ponlo por obra, –dixo la voz–, y llevarás el pago de tu locura.El príncipe diciendo: «¡No me curo de amenaças!», enpeçó a entrar por la senda, la

cual començó a tenblar reciamente. El esforçado y encubierto griego algún temor

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recibió –que de los honbres es tenerlo– en verse en peligro de caer allá baxo, mas no tanto que con sobrado ánimo dexase de caminar; el tenblor creció tanto que le convino asentarse y aun así lo levantava un codo en alto y así anduvo un poco, mas vídose en tanto peligro que le convino bolver atrás y ponerse a la puerta de la torre y luego cesó el tenblor y la voz le dixo:

– ¡Ah, cavallero!, ¿dónde está el esfuerço que para traer las armas es menester? Mejor estuviérades con las doncellas que ser cavallero para 27v faltar en la primera aventura en que os prováis.

Tanta vergüença recibió d’esto el príncipe que quisiera no aver venido allí y con gran coraje entró corriendo por la senda y a poco rato tenbló tanto que lo hiço caer y, si no se abraçara con un braço del caminillo, cayera porque todo el cuerpo quedó colgando; no se turbó nada d’esto el príncipe, mas con grandísimo ánimo buelve a subir y poniendo las rodillas en el suelo y las manos començó a andar con mucho travajo aunque con menos peligro y al cabo de una hora que en el camino tardó llegó a lo postrero y allí cesó el tenblar y, como esto vido, púsose en pie. La voz le dixo:

– Entra por la cueba y no temas. El príncipe lo puso por obra y entrando por la cueva el río con doblada furia e

ínpetu creció tanto que el agua le dava a la garganta y algunas olas tan furiosas venían que lo hacían caer de espaldas y veíase en peligro de ser ahogado y con travajo se levanta y todo estava tan escuro que no veía cosa alguna; buen rato anduvo de aquella manera y ya, cuando estava muy cansado, se halló en un barco y tomando los remos comen[çó] a navegar con muy grande afán por y contra la furia del inpetuoso río. Y a cabo de una pieça, vido una pequeña puerta por la cual entrava el caudaloso río junto con alguna claridad. El príncipe guió su pequeño barco hacia allá y ya que cerca llegava vino una sobervia ola que mal que le pesó al príncipe le hiço con su barco bolver el río abaxo más de un tiro de piedra; de lo cual muy enojado buelve a remar y, cuando llegó cerca de la puerta, puso tanta fuerça que le rebentó la sangre por los oídos, mas tanta era la del río que estuvo allí parado el barco buen rato que ni la fuerça del príncipe bastava a pasar adelante ni la del río a hacer bolver atrás, mas al fin tanto porfió el novel cavallero que pasó por la puerta y se halló en un fresco prado metido en su barco, y miró ni vio el río ni señal d’él. Luego salió del barco y enpeçando a caminar por aquel prado vido algo lexos una cosa cuya grandeça y hermosura lengua ni entendimiento humano bastara a explicar, ni pluma guiada por caduca mano –aunque más subida que la de Apeles fuera– bastara a descrevir, ni memoria bastara a debuxarla –aunque la de Pirgotiles fuera– ni contar sus particularidades y bellas y hermosas labores; tanto al príncipe Belinflor admiró su estrañísima belleça que –como fuese pagano por serlo el savio Menodoro que lo avía criado– entendió ser una de las moradas de sus dioses. Era toda esta casa de mármol blanco con infinitas piedras preciosas, entallada con mucho oro y colores, muchas historias divujadas toda alrededor, poblada de almenas que eran de fino cristal y en cada almena avía una 28r una alta pirámide de oro y en tela de en medio estava Diana con insignias de caçadora y en las demás pirámides estavan las castas mugeres como Clonia, Hipo, Alcestis, Fulbia, Camila, Tucia, Dido y las demás; a esotra parte de la casa en la pirámide de en medio estava Cupido y en las demás muchos honbres y damas como Paris y Helena, Píramo y Tisbe, don Florisel y la segunda Elena, Leandro y Hero, el Febo y Lindabrides, Linceo y Hipermestra y otros muchos; a esotro lado estava la Muerte y muchos excelentes varones como Alexandro Magno, Julio César, Aníbal, Pompeyo, Héctor, Príamo, Artús, Cayo, Mario, Augusto, Octaviano y otros muchos. Y como esto viese Belinflor dixo:

– Verdaderamente, ¡ó, muerte!, te puedes alabar que sobre todos tu triunpho es glorioso y rico, ¿quién jamás pudo vencer tantos y tan preclaros varones sino tu poderosa diestra que sobre todo lo del mundo tiene mando? Consolaos pues, ilustres cavalleros, con que venció la muerte a vuestros cuerpos, no venció las obras ni el tienpo vencerá ni escurecerá la fama d’ellas.

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Con esto pasó más delante y vido a [e]sotro y postrero lado la Sapiencia con todos los honbres savios y díxoles:

– ¡Ó, cuán dignos de honra sois, claros varones, y más que ningunos otros porque, si aquellos con la grandeça de su coraçón enprendieron arduas y dificultosas empresas, ayudávales el poder de sus estados y ellos con la fuerça de sus braços hacían lo que naturalmente con ellas alcançavan, mas vosotros avéis travajado con el entendimiento –que es doblado afán– y con él avéis alcançado no solamente lo natural mas lo sobrenatural.

Con esto dio otra buelta a la hermosa y rica casa y vido en la delantera d’ella una gran puerta, por la cual iva a entrar cuando salieron seis hermosas doncellas ricamente guarnidas tañiendo con músicos instrumentos, haciendo un dulce son, al cual venían dançando seis grandísimos gigantes y seis muy pequeños enanos; hacían todos una bien concertada dança, que cosa muy gustosa era de lo ver y haciendo todos un acatamiento estuvieron allí un rato; y luego salieron cuatro doncellas y en medio traían una honrada dueña, la cual el príncipe Belinflor luego conoció que era la savia Medea y llegándose ella le dixo:

– ¡Bien sea venido el esforçado cavallero!Con esto lo metió en un hermoso çaguán y de allí a un gran patio donde

descansaron en sendas sillas y la savia Medea dixo al príncipe:– La causa, esforçado cavallero, para que fuistes traído aquí a esta mi tan remota

morada es para que ganéis unas armas tan ricas como vós merecéis y tan fuertes como son necesarias para vuestra soberana 28v bondad porque, pareciéndome fuera despropósito que un cavallero que en tantos y tan continuos travajos se á de ver no traiga armas encantadas, os traje aquí para que las ganásedes, que esas con que os armó cavallero el gran Arboliano, emperador de Grecia, sabed que no tienen virtud, porque mal se echa de ver el valor de un cavallero no trayendo armas encantadas que, si da un golpe en el yelmo y lo pasa y hace herida a su contrario y da con él en tierra, es fuera de propósito y mal puede mantenerse un día entero en batalla tiniendo heridas, pues se le va d’ellas sangre y al fin á de ir enflaqueciendo y, si cae desmayado de falta de sangre, claro es que no podrá bolver en sí sino es añadiendo mentiras y, si acaso en un despoblado le cogen quinientos cavalleros, claro es que á de tardar en vencellos y mientras más tardare más enflaquecerá y menos podrá si va perdiendo sangre y, puesto que los desvarate, si está en despoblado, ¿quién lo á de curar?; y si tarda en curarse, ¿de a dónde le á de salir tanta sangre sino es que lo hacen fuente?; y si acaso sale de algún hecho herido y se le ofrece otro, ¿cómo podrá tener esfuerço para acaballo? ¿A quién pintan que de una hora de batalla cae desmayado por la falta de sangre y puesto que traiga sienpre el maestro al lado si, cuando está herido, se le ofrece caso forçoso o depriesa como a los buenos cavalleros acontece o á de dexarlo o curarse? Y así es dañosa la tardança del socorro. Mirá si no le valiera más y más acrecentara sus hechos si truxera armas con que se escusara de heridas y más otro inconveniente; que lo más del tienpo se avían de estar en la cama porque, si eran valientes y esforçados cavalleros, grandes y reñidas aventuras les avían de suceder y así serían mayores y peligrosas las heridas y así tardarían más en curarse. Y dexado esto aparte, noble cavallero, que esto y lo demás que se puede decir esta harto claro, os suplico queráis reposar aquí hasta mañana en que provaréi[s] vuestra ventura, que creo la tendréis sienpre muy grande.

El príncipe respondió: – Por cierto, señora, que en aquello que dixistes de las armas tenéis raçón y así no

ay que replicar en ello; en lo de quedarme en vuestra morada, háceseme tanta merced que, aunque no lo diga, está claro consentir en ello, y suplicoos me digáis cómo el emperador Arboliano de Grecia estava allí cuando me armó cavallero.

La savia Medea le dixo:– Sabed que el Deleitoso Bosque donde os criastes lo hice yo y así mismo la casa y

biví en ella lo más de mi vida y no tenía en qué entretenerme sino en mi estudio y en

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29r saver cosas por venir, y supe que en la posesión de aquella casa me avía de suceder el savio Menodoro y que avía de criar en ella unos donceles. Yo saviendo quién avían de ser, ordené aquella aventura de la fuente para que el más estremado ganase aquella espada, la cual es la más rica que á avido en el mundo y de tal virtud que ningún encantamento puede enpecer al que la truxere; y ordené aquel arco para que el que ganase la espada fuese armado cavallero; y saber que ninguna cosa de las que viste era hecha por arte, que el arco con humanas manos se hiço aunque yo lo traçava; las ninfas eran estas mis doncellas; los hermosos gigantes os hicieron aquel servicio porque por vuestra mano an de alcançar lo que pretenden y entonces sabréis quién son; el emperador que en la silla estava era Arboliano de Grecia porque, estando esto de antes adereçado y viniendo el tienpo en que se avía de cunplir, eché los ojos por todo el mundo y no hallé otro como el emperador Arboliano para que os diese la orden de cavallería y a la saçón era único en armas que, estando enajenado en la encantada Fuente del Olvido, desencantélo para aquel efeto y cunplido lo bolví a dó estava. Y una cosa os encargo, cavallero, que mientras viviéredes procuréis servirlo así como lo merece, por ser el más alto y onrado señor del mundo como por otras causas a vós encubiertas.

Con esto la savia Medea acavó su habla y luego mandó a los jayanes que pusiesen una mesa y a las doncellas que la abasteciesen, las cuales cunpliendo el mandado de su señora la hincheron de ricas, diversas y sabrosas viandas y siendo desarmado el príncipe por mano de los jayanes comió y luego se fueron a un deleitoso jardín, en el cual con mucho vicio pasaron lo que del día quedava. Y a la noche se fueron a unos muy grandes y ricos palacios donde, después que magníficamente cenaron, al príncipe fue dado un aposento muy bien adereçado, donde reposó a todo su contento aquella noche, muy admirado de la honra que la savia Medea le hacía. Venida la mañana, sirvieron al príncipe al vestir los jayanes y acabado la savia Medea lo tomó de la mano y saliendo de la real y hermosa casa por aquel hermoso prado començaron a caminar y a cabo de una pieça llegaron a una pequeña isleta cercada de un ancho arroyo; en medio d’ella avía un padrón con escudo y ante él un dispuesto jayán en calças y en jubón. La savia Medea dixo al príncipe:

– Cavallero, con aquel jayán avéis de luchar para ganar aquel escudo y catá no os 29v descuidéis, que sabed que es el grande Anteo y yo no tengo más que hacer aquí.

Y con esto se fue. Y el príncipe dio un salto y entró en la isleta y el hijo de la Tierra se fue para él y anbos se abraçan y [u]na peligrosa lucha comiençan; y presto al hijo de la Tierra le fuera mal porque con quien luchava antes ni después d’él no uvo quien mayores fuerças tuviese y así, si el gran Anteo no tuviese aquel socorro de su madre la Tierra, ya fuera vencido, mas cada vez que en travajo se veía con hincar la rodilla en tierra nuevas fuerças alcançava; y el príncipe maravillado decía fuera inposible vencerle. El grande Anteo decía:

– ¡Ó, dioses, si á resucitado con nuevas fuerças el poderoso Hércules para venir a enfrentarme en esta remotísima morada, ó, valedme que estas dobladas fuerças son que las primeras!

Y cuando estava tan cansado que muy a menudo pedía su acostunbrado socorro, el príncipe estava mucho afrentado por ver que el primer hecho que enprendía tan dificultoso se le hacía de acabar, mas, ya que avía rato que la travajosa lucha era començada, el gran Anteo se sintió muy fatigado y a menudo usava de su acostun-brado uso, cuando el príncipe Belinflor lo apretó tanto que sumiéndole las costillas lo dexó muerto y luego fue a tomar el escudo, el cual era muy rico, que en canpo de plata estaba estrañamente dibuxado el arco en que fue armado cavallero, todo cubierto de perlas y preciosas piedras. Luego que lo tomó donde estava el padrón, se abrió una pequeña boca por la cual se veía una escalera. El príncipe no curó d’ella antes se quiso salir de la isleta, mas el pequeño arroyo creció tanto que presto se hiço un alto y grueso muro de agua, de lo cual maravillado entendió qu’era necesario baxar por aquella escalera y así lo puso por obra y estuvo buen rato en acabar de baxar y al

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cavo salió a un prado todo de peña tajada cercado; y luego conoció que era donde avía apeado para subir por la cuesta; en él estava un cavallero armado de unas armas de cristal todas de fina pedrería senbradas, que hacían muchos vislumbres, tan ricas y estrañas eran que mucho fue maravillado y podíalo estar con raçón porque en el mundo no avía otras tales, así en riqueça, hechura y materia. Como de hermosísimo y galano parecer estava cavallero en el cavallo del príncipe, tenía una espada en la cinta y una lança en la mano a guisa de justar y, como Belinflor entró en el prado, el cavallero su lança baxa vino a encontrarlo; el príncipe se desvió y el cavallero herró el encuentro. Como esto viese el encubierto griego, enbraça su rico escudo y enpuña su famosa espada y con un denuedo 30r como si estuviera de todo punto armado, aguarda al cavallero que otra vez contra él venía y haciendo muestra de aguardarle cuando iva a executar el encuentro, el príncipe se desvió y al pasar le dio tal golpe en la cintura que todo el cuerpo le hiço caer sobre el arçón delantero y por la mucha ligereça que el cavallero llevava no le pudo dar otro; y el cavallero, como él uvo pasado adelante, se endereçó y volvió contra el príncipe y antes que executase el encuentro le cortó la lança, y el cavallero echó mano a la espada y dio un golpe, el cual recivió en el escudo, y el príncipe tomó un cabo de la lança y con ella le dio uno sobre el yelmo, que le hiço baxar la caveça hasta los pechos y asegundándole otro con tanta fuerça que le hiço perder el escudo; luego bolvió en sí el cavallero y apartándose de allí corrió contra el príncipe por atropellarlo, mas hurtóle el cuerpo y al pasar le asió del braço izquierdo con tanta fuerça que lo sacó de la silla y dio con él en tierra; luego se levantó el cavallero y tomando la espada dio tal golpe al griego sobre su encantado escudo que resbalando la espada sobre el onbro, como no tuviese armas, le hiço una grande herida; el príncipe le dio la respuesta y así comiençan una brava batalla y [el] nieto de Silvacio tenía algunas heridas de que le salía mucha sangre, y el cavallero encantado andava tan ligero como al principio y las fuerças parecían que le crecían porque no hacía caso de los fuertes golpes que el novel cavallero le dava, por lo cual y por verse herido mucho dudava la victoria de la batalla; y de aquella desconfiança le nacía ira y así redoblava sus golpes; pero él con cualquier golpe que recevía tenía una herida más y ya andava todo tinto en sangre y el suelo d’ella estava matiçado; y considerando el príncipe el poco daño que al cavallero hacía y el mucho que él recevía y, si tardava aquella batalla, le iría a él mal porque iva perdiendo mucha sangre, propuso de aguardar coyuntura para darle un golpe a su contento y sucedióle como deseava, porque tomando el encantado cavallero el espada a dos manos fue al príncipe para darle con ella de toda su fuerça. El príncipe hiço muestra de aguardarle y cuando fue a descargar hurtó el cuerpo y la espada dio en el suelo y se metió hasta la mitad y el cavallero tardó en sacarla; y el príncipe Belinflor antes que se endereçase le dio un golpe sobre el yelmo que lo turvó algún tanto y asegundándole otro el cavallero lo sintió tanto que por no caer se endereçó dexando el espada hincada en tierra. El griego le dio otra punta que lo desvió de allí buen 30v rato y tomando con la mano izquierda la espada del cavallero la sacó de el suelo y con ella dio un golpe al cavallero en el muslo que así como el espada tocó en las armas del cavallero, luego toda aquella pieça de las armas del muslo cayeron en el suelo. Como esto vido el príncipe, soltó su espada en el suelo y con esotra comiença a golpear al cavallero, el cual, como se vido sin espada y la del príncipe en el suelo, con mucha ligereça la tomó y comiençan una vistosa batalla porque el cavallero, aunque dava al príncipe pesados golpes, no lo podía herir ni sacar gota de sangre que esta virtud tenía esta espada, y por ella y por otras muchas que tenía era la mejor del mundo que, aunque estuviese en manos del más fuerte cavallero del mundo y diese con ella a su dueño pesados golpes, no lo podía herir y a los demás sí; y a donde quiera que la espada tenía el príncipe tocava al cavallero, toda aquella pieça d’ellas caía en el suelo y así poco a poco quedó desarmado el encantado cavallero sólo con el yelmo; y tanpoco el príncipe podía hacer herida con aquella espada al cavallero y así andava igual la batalla, aunque el príncipe Belinflor se le iva mucha sangre y gran dolor de las heridas sentía

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y enojado que aquella batalla tanto durase. Una vez que uvo ocasión se abraçó con él y el cavallero hiço lo mismo y así anduvieron un rato luchando; y tanto el príncipe cargó sobre el cavallero que le hiço poner las rodillas en el suelo y luego se abrió la tierra y tragó al cavallero hasta las rodillas. Belinflor quedó muy admirado y más fuerça puso por sumirlo acia dentro hasta que a cabo de rato estuvo metido hasta los braços y el príncipe, porque no se metiera con el yelmo, se desvió ya cuanto y diole un golpe sobre él y luego le saltó de la caveça y el cavallero dexando la espada del príncipe en el prado se acabó de sumir, quedando el príncipe muy cansado y algo desmayado de la sangre que avía perdido, aunque muy alegre por aver ganado tan ricas y vistosas armas. A cabo de un rato que así estuvo, saviendo lo que avía de hacer, vido que po[r] do él avía venido baxavan seis jayanes, los cuales él conoció, que sabed qu’eran los de la savia Medea; y haciéndole un acatamiento armaron presto una rica tienda y en ella pusieron un rico lecho y desnudando al príncipe Belinflor lo metieron en él y sacando unas buxetas lo untaron con suaves y conortosos ungüentos y saliéndose fuera de la tienda lo dexaron reposar. Luego vino allí la savia Medea con sus doncellas y en despertando el príncipe le entró a hablar y él le agradeció mucho lo que por él hacía sin averle servido en nada. La savia dixo que aquello 31r y más se devía a su alta bondad. Luego las doncellas truxeron ricas y sabrosas conservas, de las cuales el príncipe comió, y por alegrarlo tomaro[n] sus instrumentos y tocándolos dulcemente cantaron con mucha suavidad y los jayanes dançaron, que gran contento dio al príncipe semejante entretenimiento. Venida la noche los jayanes bolvieron a curar al príncipe y tanto provecho sintió d’ello que con tal cura vino a sanar en quince días y convaleciendo se estuvo otros ocho; al cabo de los cuales armándose de sus ricas y preciadas armas subió en su encantado cavallo Bucífero y la savia Medea en un palafrén y ambos solos començaron a subir a una alta montaña y en el camino tardaron cuarenta días y llegando a lo alto fue el príncipe maravillado porque mirando hacia abaxo estavan altos que nadie divisavan; y allí estuvieron cuatro días, al cavo la savia Medea enseñando al príncipe una senda por do baxasse se despidió d’él y se bolvió a su morada. Y el príncipe començó a baxar por la senda acia una floresta y en el camino tardó.

Capítulo XVI. Que trata de lo que sucedió al príncipe Belinflor en la floresta.

A cabo de quinze días que por la senda de la alta montaña decendía el príncipe

Belinflor caminó, entra en la hermosa y espesa floresta y po[r] ella anduvo cuanto media legua y luego oyó un ruido de batalla y fue allá y vido hasta veinte cavalleros que hacían batalla con dos, los cuales estavan armados de unas armas blancas orladas de fina y rica pedrería en poderosos cavallos; tenían muertos más de diez cavalleros y el uno de los dos que más gentil parecía mató dos de dos golpes. El príncipe Belinflor no quiso ir a ayudalles porque anbos lo hacían muy bien y estava admirado de su alta bondad, que a este tienpo tenían otros seis derrivados y, a cavo de una hora que el príncipe los estava mirando, no les quedavan de todos veinte más que seis cavalleros y ya estavan algo cansados, mas no tanto que presto de todos se librarían si a esta hora no viniera un jayán con otros seis cavalleros, los cuales enpieçan a golpear a los dos valerosos cavalleros; los cuales aunque mostravan grande ánimo no escaparían por estar ya cansados si a esta hora la flor de la cavallería que viendo en tanto aprieto a los valerosos cavalleros poniendo piernas 31v a su Bucífero y enristrando la lança va contra el jayán y de suerte lo encontró por las espaldas que por las orejas del cavallo lo echó en el suelo; los cavalleros fueron muy maravillados de tan poderoso encuentro

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y bolviendo la caveça vieron que el que lo avía hecho, echando mano a la espada, presto derrivó cuatro de los recién benidos cavalleros; los dos de las armas blancas tomaron tanta osadía de la no pensada ayuda que bien dieron a entender que aunque eran nobeles en las armas no lo eran en la grandeça de sus coraçones, porque en un cuarto de ora no quedó ningún enemigo y llegándose ambos al príncipe Belinflor le dixeron:

– Valeroso cavallero, dexando aparte la merced que de vuestra mano emos recebido, por mesura os suplicamos nos déis la orden de cavallería, que sabed que no la tenemos aunque nos vistes hacer batalla porque aquellos cavalleros quiriéndonos prender por mandado de aquel jayán no pudimos hacer más que defendernos.

El príncipe Belinflor muy maravillado dixo:– Por cierto, valerosos cavalleros –que ya así os puedo llamar– yo holgara en

estremo que esta honra que hacéis se la hiciérades a otro mejor que yo la mereciera, para que d’él recibiérades la orden de cavallería conforme vuestra alta bondad y gentil dispusición merece.

– Harta honra nos es, gentil cavallero, recibirla de tan valeroso y comedido como vós sois, –dixo el uno de los noveles.

Y el príncipe Belinflor dixo:– Muchas mercedes, señores, por vuestras corteses palabras y pues gustáis d’ello

yo cunpliré lo que me mandáis.Y luego sin alçarse las viseras los armó cavalleros y quiriendo preguntarles quiénes

eran vieron venir una doncella al todo correr del palafrén y al todo llorar de sus ojos que, como los viese tan apuestos y ricamente armados y todos los cavalleros que tenían muertos, dixo:

– ¡Por Dios, señores cavalleros, que socorráis los que llevan el jayán Bravosón y su hermano al Hondo Valle a hacer d’ellos la mayor crueldad que se á oído! –dixo la doncella.

Luego vino otra así mesmo llorando y dixo:– ¡Por Dios, señores, que socorráis a una mi hermana que está a punto de ser

forçada!Como esto vieron los cavalleros, convínoles partirse y así los cavalleros noveles se

fueron con la primera doncella al Hondo Valle y el príncipe Belinflor con gran pesar que sintió en apartarse d’ellos se fue con la postrera, el cual con la doncella anduvo un rato y luego vio seis cavalleros que villanamente querían forçar la doncella. El príncipe se apeó y dio a uno con el puño armado en el yelmo, que los cascos le sumió hacia adentro; los otros viendo esto hecharon mano a las espadas y enpieçan a golpear al príncipe, mas él dio a otro tal puntapié que quitándole el aliento dio con él muerto 32r en el suelo y tomando a otro del braço lo tiró a otro cavallero, de suerte que anbos muy quebrantados cayeron en tierra y, diciendo que en gente tan villana no se avía de enplear espada de cavallero, fue a otro y tan gran puñada en la visera del yelmo que sumiéndosela en el rostro todo se lo deshiço; el que quedava viendo esto quiso huir, mas como el príncipe fuese más ligero antes que anduviese mucho lo mató como a los demás, porque con gente tan ruin y perjudicial no tenía misericordia. Las doncellas de ver cosa semejante estavan admiradas y como de tan alta bondad lo vieron después de averle dado muchas gracias le pidieron un don; el que más que todos está comedido, lo otorgó. La una doncella dixo:

– Lo que nos avéis otorgado, valiente cavallero, es que os váis con nosotras a provar en la nonbrada Aventura de el Castillo del Temor.

El príncipe muy alegre por ofrecérsele cosa en que se poder ocupar dixo que de muy buena gana, pero que le contasen qué aventura era aquella. La una doncella dixo:

– Comencemos a andar que no está más de dos jornadas de aquí y en el camino os la contaré. Luego lo pusieron por obra, la doncella dixo:

– Sabréis, señor cavallero, que aquí cerca ay una gran montaña, en la cual mora una hada, gran savia, y todo su saber lo enplea en hacer todo el mal que puede. Esta

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tiene un sobrino, jayán de grandísimas fuerças, sobervio y muy monstruoso, llamado Faxorán; este se enamoró de la duquesa Isilmera, señora de los cinco castillos, muy apuesta y hermosa dama y, aunque Faxorán le servía muy de veras, ella no hacía caso d’él, de lo cual muy sentido Faxorán lo dixo a su tía la hada, la cual con deseo de vengarse encantó a la duquesa Isilmera y a su madre y en gran congoxa las puso en un castillo de los cinco y a la puerta puso a su sobrino Faxorán porque no pudiese nadie provar el Aventura del Castillo del Temor. Y tiene este nonbre porque sienp[r]e se oye en él un temeroso ruido y sabed que no puede la duquesa Isilmera [ser] desencantada hasta que Faxorán y la hada sean muertos y la hada, porque no sea libre la duquesa y ella muerta, á encantado toda la montaña en que vive.

Muy admirado quedó el príncipe de semejante aventura y hablando en otras cosas andubieron dos días, comiendo de lo que las doncellas llevavan; al cabo de los cuales llegaron a los cinco castillos y el de en medio era del Temor y luego oyeron un espantoso ruido y llegándose más el príncipe Belinflor luego salió el gigante que en una tienda estava y subiendo sobre un gran cavallo y al todo correr d’él se fue para el príncipe, el cual haciendo lo mismo en medio de la carrera se encontraron, de suerte que el príncipe sin se mover pasó adelante, mas el gigante Faxorán fue con su cavallo a tierra y levantándose con su gran cuchillo 32v espera la batalla. El príncipe se apeó y echando mano va contra Faxorán y a una se dan grandes golpes y asegundándolos hincaron la rodillas en tierra y luego comiençan una golpeada batalla, en la cual sin conocerse mejoría anduvieron un cuarto de hora, mas como a este tienpo creciese al príncipe la fuerça antes de una hora lo tendió muerto.

Capítulo XVII. Cómo el príncipe Belinflor entró en el Castillo del Temor y de las espantables y temerosas cosas que allí le sucedieron.

Como el príncipe Belinflor uvo acabado la batalla, luego se fue acia el Castillo del

Temor y ante él vio un padrón con unas letras que decían:

Este es el Castillo del Temor, donde con sus temerosos y espantables pasos a cualquier cavallero defenderá el fin de la aventura, la cual no lo tendrá sino fuere con el de la ordenadora d’ella.

Como uvo leído las letras, dexando su cavallo a las doncellas, se fue a la puerta del temeroso castillo y poniendo en ella las manos luego con pavoroso ruido fue abierta, y entrando dentro el príncipe Belinflor luego se bolvió a cerrar quedando tan escuro que no sabía dónde estava y quiriéndose aprovechar de la claridad de la espada no pudo descubrirla y enpeçó a andar a tiento y la tierra enpeçó a moverse y andando un poco más cayó por un hondo agujero y a cabo de rato con tanta fuerça dio en tierra que se sumió en ella hasta la cintura y tan escuro estava que de se ver así el príncipe recivió muy g[r]an congoxa y con toda su fuerça procurava por salir, mas no podía. Estando en esto oyó un ruido de tropel de cavallos y a poco rato con tanta fuerça e ínpetu vinieron sobre él que gran pena le davan y así estuvo más de una hora con gran dolor de los golpes de los cavallos le causavan y él alargava el braço por ver si los podía asir, mas no topava nada, antes sobre él crecían el correr y las pisadas. A cabo de un rato, cuando muy quebrantado estava, cesó y luego vido por una parte una gran llama de fuego que toda la escura bóveda venía ocupando y creciendo al príncipe Belinflor se iva acercando, el cual como esto vido gran pena le dio y creyó ser aquel el fin de sus días y, como no se podía mover, del coraçón rogava a sus falsos dioses de

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tan conocido peligro lo librasen; y estava cerca el fuego y Belinflor más cerca tenía la muerte, ya començava a fastidiar el calor de la ignífera vecindad al príncipe, junto con las angustias de la cercana y homicida tisera; de la vida humana ya con gran dolor se avía despedido, del savio Menodoro y 33r de los que por hermanos tenía; ya el fuego se iva acercando junto con la desconfiança de la vida; ya tenía la muerte tragada cuando se sintió asir de los pies y con gran fuerça lo tiraron y lo metieron dentro. Luego se halló en un prado y dando gracias a sus dioses porque de tal peligro lo avían librado se fue a una pequeña casa que en el prado avía y entrando dentro la puerta se volvió a cerrar y en aquella cuadra no avía más que dos ventanas, por las cuales el príncipe vio entrar dos caudalosos ríos, que toda la cuadra vañavan y poco a poco se iva hinchendo; y el príncipe en tan gran travajo como el pasado se vido, ya a poco rato el agua le dava a la cintura. Viendo esto, el encubierto griego a gran priesa se començó a desarmar; ya el agua le dava a los pechos cuando por librarse del presente peligro començó a nadar y fue a salir por una de las ventanas, mas el furioso río lo echó adentro. Otra vez buelve el orgulloso mancebo y llegando cerca con tanta fuerça se ase del borde de la ventana que, aunque el río con toda su furia le dava en los pechos, no lo podía desviar, mas ya estava algo cansado cuando vino una ola con doblada furia que lo apartó de allí y visto por Belinflor mucho desconfió el salir de aquel peligro porque ya de cansado no se podía menear. Mas cobrando ánimo se fue a esotra ventana y, aunque alguna resistencia se le hiço, todavía entró en una cuadra toda colgada de luto y en él pintadas tantas y tan espantables figuras que el príncipe de vellas fue muy admirado; cada una le parecía estar amenaçando con tiçón, haciendo enormes y feos visajes. Belinflor entendió ser aquella la infernal morada y viendo allí sus vestidos y armas se las puso y començó a andar por aquella espantosa cuadra y era tan larga que no veía el fin y de tal hechura que cada vez que ponía el pie en el suelo tan gran ruido hacía como si uvieran dado con una maça, según el temeroso resonar del cóncavo eco durava. Así anduvo un rato que no veía a cada parte más que aquellos pavorosos ministros del infernal Plutón, al cavo del cual oyó unos aullidos que del profundo parecían salir. El príncipe guió acia allá y bien tardó media hora en llegar de adonde salían y era un sepulcro alto de piedra negra; a las esquinas estavan arrimados cuatro fieros personajes de la boca, ojos, narices y oídos, de los cuales parecía salir fuego, junto con un humo negro y de mal olor que gran fastidio 33v al príncipe causava y, como lo vieron las monstruosas guardas del sepulcro, alçan sendas maças y con fiero senblante se van para Belinflor y descargan sus golpes junto a él en el suelo, de adonde se levantó una gran llama que mucho hiço turbar al príncipe por cogello en medio. Mas después de que pasó se fue al sepulcro de donde salían los enpantosos aullidos –porque los cuatro mostruos ya avían con el fuego desaparecido– y puso mucha fuerça por alçar la cubierta d’él; los aullidos con pavoroso aumento crecieron y más pesada se hiço la tunba, mas tiniendo deseo el esforçado y encubierto griego de ver lo que allí avía puso toda su fuerça y tanto porfió que bolcó la cubierta y en un hondo sepulcro vido tendido un espantoso vestiglio, cuya forma y figura el savio Menodoro no se atreve a escrevir, mas dice que cualquier cavallero por esforçado que fuera del pavor de vello muriera, salvo aquella radiante flor de la cavallería que aunque lo vido levantar y salir del sepulcro no recibió temor, antes lo aguarda que para él se venía, los feos y espantosos braços abiertos y en descomunal y pavorosa lucha se travan, en la cual anduvieron un rato, cual perdiendo y cual ganando, aunque el griego lo pasava algo mal a causa del gran fastidio que el infernal olor del desemejado y espantable vestiglio le causava, el cual en este tienpo viendo la pujança del príncipe dando un temeroso aullido que bastara a atemoriçar los esforçados del mundo le salieron por su enorme vientre, sepoltura de demonios, sendos y fuertes braços, con los cuales rodeó la cintura del valeroso príncipe; luego en la sala por los infernales ministros que en ella parecían estar pintados començó una desagradable y malencólica música tanto que sólo ella bastara a hacer ahuyentar toda la sangre de los humanos coraçones, dexándolos faltos de vigor para poder sufrir a oír

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tan pavoroso estruendo, los cuales aumentándolo con las infernales armas de sus humeadores tiçones hacia el príncipe vinieron y cada cual mayor golpe le procurava dar. El príncipe aprovechándose de su fuerça para contra el vestiglio y de su esfuerço para contra los golpes y voces de aquellos enfadosos peones –porque en todo era sin par– se mantuvo bien dos horas, en las cuales el savio Menodoro en gran manera exagera el travajo de Belinflor y dice fue el mayor que en aquellos primeros ocho años tuvo, porque fueron 34r muy grandes; al cabo de las cuales, como las fuerças del griego fuesen humanas, algo se cansaron de tan reñida y continua lucha que con el endemoniado vestiglio tenía, porque se puede decir ser contra él todo el infierno junto y así poco a poco lo ivan llevando acia el sepulcro y en llegando cerca, como el príncipe entendiese su designio y no estuviese tan cansado que con el mejor cavallero del mundo no se afrontase si menester fuese, hiço allí cuanto pudo y puso toda su fuerça tanto que al infernal vestiglio y a sus espantosos contrarios por buen rato detuvo, mas al fin cayó en el sepulcro y todos sus contrarios tras él; tanto hondo estava el suelo qu’el príncipe entendió no tenerlo –por que el savio Menodoro persona muy fidedigna afirma qu’el príncipe en este peligroso buelo tardó tres horas–, al cabo de las cuales dio en un tan profundo suelo como pensar se puede –según el trecho de alto tenía– y de la gran caída quedó tan desacordado y molido que en media ora no bolvió en sí, la cual pasada recordó como si de algún sueño fuera y viéndose en aquel estado y en aquel lugar levantóse y, aunque era tan escuro que no veía cosa, començó a andar. Luego oyó un sordo y orisonante ruído que según el lugar donde estava el príncipe a otro que él fuera tanto el temor le acrecentara que para quitarle la vida fuera bastante, mas aquel que lo oía tenía tal el coraçón que para mayores afrentas y peligros –aunque este fue uno de los mayores que en su vida pasó– le bastara y junto con esto le davan tantos golpes tan espesos y tales como de dados de los demonios pensarse puede que fuesen y, fuera del temeroso ruido que sienpre con pavoroso eco en sus oídos resonava, oía grandes, continuas y diversas voces que de personas forçadas parecían. Belinflor algunas veces guiava a donde las oía y cuando le parecía llegar cerca le decían:

– Tomá, porque no seáis tan agudo en socorrer y provar aventuras.Y le davan un gran golpe en las espaldas que le hacían caer y allí sobre él crecían

los duros y espesos golpes, mas presto se levantava y con el espada hacía lo que podía. Algunas semejantes burlas le hicieron y algunas pasava con risa y otras veces tan grande coraje le dava que si viera claridad, aunque contra todo el mundo fuese, pensava vengarse; otras vezes lo llamavan por su nonbre diciendo:

– Socorré al savio Menodoro.Y iva y le hacían caer de suerte que mucho se maltratava y así anduvo cuatro oras y

entonces algo lexos vio un pequeño rayo de claridad y muy 34v alegre fue acia allá y anduvo buen rato y parecíale que se mojava y cuando advirtió se halló hasta los muslos metido en una laguna de agua muy negra y espesa. El príncipe se quedó admirado y tanta gana tenía de salir a luz que propuso de pasar adelante y así anduvo por la laguna hasta llegar donde veía la claridad y era una pequeña ventana que junto a una escalera estava y contentísimo por hallar tal comodidad para salir de aquella escura morada enpeçó a subir por ella que largísima era y al cabo vino a salir a un alto corredor que salía a un gran patio y, sentándose por descansar, Belinflor en él vido que el patio se sumió acia dentro quedando muy honda aquella sima, en la cual vido cosas prodigiosísimas que por no alargarse el savio no las cuenta, mas cuanto un rato uvo descansado se levantó y començó a andar por aquel corredor hasta llegar una puerta, en la cual avía hasta doze gradas que acia abaxo ivan, por las cuales abaxó Belinflor hasta una gran sala y bolviendo la caveça no vido las gradas por do avía baxado y muy maravillado se fue a una pequeña cuadra y en la puerta avía unas letras que decían:

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Es necesario, cavallero, para ayudar al fin d’esta temerosa aventura aver batalla con el Jayán de la Peligrosa Cuadra dentro d’ella.

Como uvo leído las letras, asomóse a la cuadra y vido que el suelo d’ella era de estraña y peligrosa hechura, que tenía grandes, muchas y hondas bocas de escuros poços y entre poço y poço de tierra firme no avía sino cuatro dedos; al un cabo d’ella estava el jayán con un cuchillo en las manos. Al príncipe le pareció cosa desvariada hacer en semejante cuadra batalla y así llamó al jayán a ella para que fuese en la sala, mas no se meneó; el príncipe, echando mano [a la espada], entró y puso un pie adelante y otro atrás y quedó sobre un poço; el jayán estúvose quedo aunque alça el cuchillo y visto de Belinflor fue movido a gran saña y pasó más adelante a otro poço, mas el jayán no se meneó. El príncipe pasó otros dos y se puso como la primera vez porque aún no avía canpo para poner los dos pies juntos; a esto el jayán no se avía meneado. El príncipe no mirando el peligro en que se ponía si adelante pasava, anduvo tanto hasta que entre él y el jayan no avía más que un poco y con gran ira que llevava dio al jayán tal golpe sobre el yelmo que las rodillas le hiço poner en el suelo. El jayán le respondió con otro en la misma parte que algo el príncipe fue turbado, y asegundándole otro le sacó de sentido y dándole una punta 35r le hiço quitar el delantero pie de adonde lo tenía y como quedase en bago y estuviese desacordado cayó por el poço y cuando bolvió en sí se halló en un aposento, en el cual avía una ara negra, alta y alrededor colgada de negro en ella avía un prodigioso portento y infernal mostruo, de fiera y extraordinaria forma, de espantabílisima y pavorosa vista y porque es cosa jamás oída pone el savio Menodoro su figura d’esta suerte: era este vestiglio, hechura de todos los demonios, de altura de once pies; era no muy negro; tenía la caveça mayor que para su estatura era necesaria y en ella seis cuernos y los remates d’ellos eran colas de culebras y en el nacimiento de cada uno parecía tener una ascua; tenía su disforme frente muy salida y en ella pintadas enormes figuras; tenía cada ojo tan grande como una gema, tan espantosos y vivos que meneándolos apriesa parecían los vislunbres que los relánpagos hacer suelen; en sus mexillas tenía dibuxadas dos caras de demonios tan feos como ellos son; por las ventanas de las narices le salían dos bíboras de color amarilla, junto con un espeso humo en la boca; tenía seis lenguas, de las cuales le baxan sendos rieles de fuego; tenía seis braços, los más altos levantados y en las palmas de las manos tenía dos ojos, de un palmo d’ellos le salían espesas y menudas centellas; en los braços más baxos tenía sendas bocas de fuego; en la una mano tenía un tridente de fuego y en la otra un cuchillo; en los pechos tenía una boca que parecía del infierno según el fuego, humo y centellas que d’ella le salían; de su enorme vientre le nacían sendas y gruesas sierpes, que todos los muslos le venían rodeando y las caveças asentavan sobre las rodillas y de sus bocas salían unas delgadas llamas que todas las piernas le rodeavan hasta los pies; los dedos de los cuale[s] eran caveças de culebras. Muy admirado y casi espantado –no de temor mas de la estrañísima y espantable forma y figura del infernal monstruo– estava mirando. Aquí con supervas hipérboles el savio Menodoro exagera y encarece el esfuerço d’este sin par cavallero, que no siento –dice– que persona humana tuviera vigor ni ánimo para solo verle pintado, cuánto más vivo, que sola su espantable presencia bastara a desbaratar un exército. Mas no me espanto –prosigue– que tenga ánimo para miralle tanto y aún acometelle aquel que lo tuvo después para vencer –¡ó, dioses!–, tan espantoso y fiero animal como el endemoniado Lisagro. Mirándolo estava el príncipe cuando vio venir por una parte un jayán; traía de braço una hermosa doncella llorando, y hincando 35v las rodillas el jayán dixo:

– Sagrado Eponamón, a ti vengo como a dios de los gentiles a que me hagas justicia. Sabrás que yo soy Faxorán, sobrino de la Fada, tu servidora y aficionada, que enamorándome d’esta ingrata y hermosa duquesa hice muchos hechos por su amor y ella jamás correspondió en nada a mi voluntad; tanto creció su ingratitud que me forçó a desamarla y diciéndolo a la Fada ella por vengarse y satisfacerme la puso en

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este castillo defendiendo su livertad con tan espantables cosas como se an visto y se verán y para más seguridad hiço este encantamento, de suerte que no puede la duquesa ser libre sino con la muerte de la Fada y, según el talle lleva este cavallero, creo que tiene esfuerço para acavar esta aventura y la de la Montaña donde la Fada está bi[e]n guardada, porque sin su muerte esta aventura sea perdurable; y entendiendo esto, porque la Fada esté segura y haga mayores cosas en tu servicio, traigo a que te sacrifiques esta duquesa para que con su muerte quede el fin d’esta aventura en blanco y no aya ocasión de buscar la Encantada Montaña de la Fada.

Con esto el gigante Faxorán calló y el infernal Eponamón alçó su cuchillo y con él iva a herir a la duquesa Isilmera, mas aquel que para deshacer semejantes fuerças el todopoderoso Dios con su infinito poder tan extremado entre todos crió, con su espada en la mano acometió al Eponamón como si un particular cavallero fuera y sin más que, si contra doncella llegó y con la gana que llevava descargó el golpe antes de tienpo, de suerte que dio en el ara. Y como todo aquello fuese encantamento y la espada tuviese tal virtud, todo el suelo de la cuadra començó a tenblar y a poco rato se hundió tanto que el príncipe pensó ser aquel el profundo según la poca luz que la gran ventana parecía tener; esta ventana era la puerta por donde avía entrado a la peligrosa cuadra. Viendo Belinflor que por entonces era escusado procurar salir de allí, asentóse esperando lo que la ventura quesiese hacer d’él y estuvo allí bien dos horas hasta que la poca luz que avía se escureció y, cuando más sosegado en aquella sorda quietud estava, oyó por baxo d’el suelo multitud de pavorosas voces, las cuales cada momento crecían y se acercavan. En esto se abrió una boca, por la cual salió una llama de fuego y a su luz vido levantarse en el suelo muchos y pequeños montones de tierra; a poca pieça vio que se abrieron y creciendo las pavorosas voces vio salir por ellos unas desemejadas caveças tan grandes como de jayanes, tan flacas y amarillas que más parecían calaveras; estas eran las que las temerosas voces davan y continuándolas sacavan más los cuellos 36r y poco a poco ivan descubriendo sus macilentos pechos y sus flacos y espantosos cuerpos y en descubrirlos hasta la cintura con la malencólica solenidad de sus vozes tardaron buen rato; tan espantísimo espectáculo el príncipe Belinflor estubo mirando, admirado de las prodigiosas y espantables cosas que en aquel castillo avía visto y en más tribulación la presente le ponía porque dice el savio no es menester explicar este temeroso paso, porque imaginándolo cada uno podrá bien entender lo que era. Con tan desagradable vecindad estuvo el príncipe más de hora muy confuso no podiendo determinar qué haría y viendo con cuánto dolor y sobrada tristeça aquellos desemejados se quexavan haciendo tan pavorosamente resonar su tristísimo eco propuso preguntar qué fuese la causa y haciéndolo así uno de aquellos con presteça acabó de salir de tierra y con ella se lançó en el hoyo por do salía el fuego, cesando esotros por un rato su triste lamento; más confuso quedó el príncipe y bolviendo a preguntarlo otro hiço lo propio y muy admirado estuvo un rato suspenso y, procidiendo en quexarse, el príncipe por tercera vez lo preguntó y otro hiço lo mesmo que los primeros y los que quedavan con sus monstruosos braços señalavan acia el fuego y el príncipe se estava quedo no entendiéndolo y los desemejados viéndolo estar quedo bolvían a sus más acostunbradas y pavorosas quexas; hasta que pasada otra hora aumentáronlas en pavorosos y espantables baladros, cuyo rumor con foribundo estrépitu todo aquello hacía tenblar. El príncipe vido que poco a poco se ivan metiendo dentro y como si alguna fuerça recibiesen ivan dando temerosos y aquexados gritos; cuando todos fueron dentro, uno que quedó salió, que con su desemejado cuerpo bastara a muchos, se fue hacia el hoyo de donde salía el fuego y mirando al príncipe y señalando el fuego con una mano dio tres grandes y atemoriçadores gritos y abaxando el cuerpo se entró por el fuego. El príncipe quedó admirado y casi entendió lo que el desemejado le decía y así se llegó a la boca y poco más o menos entendió avía de entrar por allí, mas hacíasele dificultoso y pensando un rato vio que no avía por donde salir y, tiniendo deseo de saver qué fuese lo de aquellos desemejados honbres, oyó un gran grito y con

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deliverado y esento de pavor el ánimo se echó por el fuego y vino a caer a una sala y con clariad que avía viola tinta en sangre y algunos grandes espumajos, los cuales a gran priesa bullían y davan algunos dolorosos gemidos de que se maravilló mucho Belinflor y yendo a una cuadra vio en el suelo 36v d’ella degollados los desemejados cuerpos y de su sangre toda la sala se vañava y vido un jayán con un cuchillo sangriento en las manos. El príncipe entendiendo ser aquel el homicida fue a él y diole un golpe sobre el yelmo y luego como fue da[do] todo el jayán se deshiço como si fuera humo; después <pues> de deshecho, los degollados cuerpos se levantan tomando espantosas figuras y con maças en las manos se van a golpear al príncipe; él viendo esto dio un golpe a uno que, como ya se á dicho la espada tenía tal virtud que en tocando a cosa de encantamento luego se deshacía y como esto lo fuese, como tocó a uno de aquellos que lo golpeavan se tornó un cavallero armado, el cual desacordado cayó en tierra; luego dio a otro y se bolvió una doncella; y así fue dando hasta que no quedó ninguno, que todos se tornaron cavalleros y doncellas y todos estavan desacordados. El príncipe maravillado de semejante aventura se fue a una pequeña puerta y entrando en un callejón anduvo por él buen rato hasta salir a un gran patio muy bien labrado y en él avía una escalera y subiendo por ella llegó a unos bien labrados corredores, en ellos avía muchos y grandes aposentos, bien adereçados con mueble de casa que luego entendió Belinflor ser aquel el castillo en que la duquesa Isilmera vivir solía y andando todo el castillo vino a entrar en una gran sala ricamente colgada; en ella avía muchas ventanas, las unas caían sobre un verde y deleitoso jardín; las de la otra parte caían sobre la puerta del castillo y asomándose a ellas Belinflor vido las doncellas que allí lo avían traído muy tristes y pensando que fuese muerto se querían ir, mas el príncipe les dio vozes y alçando las caveças lo conocieron y como sandías de goço se van a la puerta del castillo mas no pudieron abrir. Belinflor les dixo que esperasen y quitándose de la ventana se fue a unas alcovas; la puerta de la cual vio tapiada de una pared de cristal y alçando el espada con el pomo d’ella dio tal golpe en la trasparente y cristalina pared que toda la hiço pedaços y por allí salió un espeso humo y tanto turbó al príncipe que le convino arrimarse a una pared y, pasado aquel sulfúreo torvellino, vio a la puer[ta] del alcoba unas letras en una tabla entalladas que así decían:

Cavallero, que por tu sin par esfuerço aquí as llegado, sabe que no podrá aver fin la pena de las dos señoras sino fuere con el de la Fada, la cual está tan guardada en su Encantada Montaña que es inposible que su fin se vea.

– Aunque más guardada estéis, –dixo el príncipe–, yo haré que con vuestro fin el de la pena de la duquesa se vea.

Con esto entró en el alcoba y vido en un estrado sentada una dueña con largas tocas y ante 37r ella estava una hermosa doncella en grave tormento puesta, que las piernas tenía dentro de las bocas de dos disformes leones y los braços dentro de los picos de sendos y espantables grifos; toda estava cubierta de sangre y dava roncos y delicados gemidos. Gran lástima el griego príncipe del dolor de la duquesa Isilmera y gran ira de la crueldad que con ella se usava recibió y con semejantes afectos fue hacia las crueles bestias y enpeçó a golpearlas, mas no le haciendo daño las conmovía a que reciamente apretasen los delicados mienbros de la duquesa que, causándole mayor dolor, aumentava sus dolorosos gemidos y la honrada dueña sus lágrimas. Visto por el príncipe que procurarle algún remedio era escusado, se salió de allí con propósito de se partir a la Encantada Montaña y así baxó al patio y abriendo la puerta a las doncellas con gran amor las abraçó y ellas metiendo el cavallo Bucífero y sus palafrenes dieron de comer al príncipe, que bien lo avía menester que dos días avía que de aquel ministerio usava.

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Capítulo XVIII. Cómo el príncipe Belinflor se partió a la Encantada Montaña de la Fada y lo que en ella le sucedió.

Luego que el príncipe acavó de comer, reposó un poco y después a ruego de las

doncellas contó todo lo que en el castillo le avía sucedido y las doncellas en oíllo muchas veces perdían su color. Cuando uvo acabado, como mucha pena la de la duquesa le diese, no quiso aguardar más, antes subió en su cavallo y dixo a las doncellas que se quedasen en aquel castillo y por cosas que el príncipe dixo no uvo remedio, tan grande era el miedo que tenían y él riendo d’ello con ellas tomó la vía de la Encantada Montaña y con mucha gana que llevava de acabar aquella aventura a cabo de dos días llegó –porque las doncellas que de las de la duquesa eran muy bien savían [ir] allá– y vido que toda parecía de fuego y tan alto estava el remate que al cielo parecía llegar y por ser tarde determinó esperar allí hasta la mañana y cenando se acostó a una parte y hasta que la diligente Zintia, ministra de la dorada Aurora, venía con su ligerísimo buelo rodeando las celestiales regiones y con su rubicundo riel dexándolas tan estrañamente bordadas que bien merecieron el rico matiz que después de la esposa de Titán recibieron; al cual tienpo despertando Belinflor y encomendando el cavallo a las doncellas se fue a la ignífera montaña y enbraçando su escudo y echando mano a la espada 37v con denodado denuedo y deliberado ánimo entró por el fuego y por él anduvo sin pesadunbre un rato y, como lo uvo pasado, se halló al pie de una alta y espesa montaña, por la cual començó a subir con mucho travajo y a cabo de dos oras salió de la espesura y sucedióle una cosa harto travajosa y fue que de lo alto de la montaña, caían tantas y tan gruesas piedras que dando al valeroso cavallero en el yelmo, pechos y piernas tan fuertes golpes lo hacían retirar buen trecho y aún otras rodar y, procurando dexar aquel camino, fue por otro lado y lo propio le sucedió; tanta y tan continua era la pesada lluvia de piedras y tan grande era el rumoroso ruido que rodando venían haciendo que no solamente la montaña más el mundo parecía hundirse. Tan grande como considerarse puede el travajo del encubierto príncipe, porque no tenía defensa ni podía aver ofensa, mas como su esforçado ánimo fuese sin par con el ya dicho peligroso travajo subió tres horas; unas vezes por los inpertuosos encuentros de las grandes piedras caía; otras se afirmava con las manos en el suelo por no rodar ligeramente, lo que con tanto afán avía subido, al cavo de las cuales llegó a la cunbre, la cual era muy llana y grande y en entrando por ella se le pusieron delante fieros monstruos, mas aquel que con su sobrado esfuerço los temerosos pasos del Encantado Castillo avía cobrado no le dio pena lo que tenía delante, antes esento de pavor se metió por medio d’ellos aunque fuertemente lo començaron a golpear, mas él con su espada les respondía no muy blandamente; buen rato tardó el príncipe en conquistar la entrada del llano, al cabo se desenbaraçó aviendo enviado con su espada a la infernal morada los fieros monstruos. Un rato estuvo descansando Belinflor, mas no mucho que luego vio venir contra sí un exército de fieras vestias dando espantables baladros, gemidos, silvas, bramidos, aullidos y cercándolo comiençan la batalla. Cierto, dice el savio Menodoro, que si otro allí se viera no fuera mucho que de desconfiança rebentara viéndose allí cerca donde tan monstruosa conpañía, porque allí al príncipe aquexavan los recios encuentros de los toros, los golpes de las serpientes, los dientes de los leones y lobos, las uñas de los tigres, las coces de los silvestres cavallos y de los hircanos animales Uries, los continuos porraços de los elefantes, los cuernos de las havadas y unicornios, las picadas de los grifos, los apretados y enfadosos abraços de las culebras, las ponçoñosas mordeduras de las bívoras y áspides, las luchas de los faunos, el continuo y mal olor, dientes y uñas de los desemejados dragones, las maças de los selváticos sátiros, las peligrosas y dañosas armas de las ligeras onças, los continuos 38r y regañados mugidos de los

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crueles y encarniçados osos, el agudo colmillo del montés javalí, las penetradoras púas del espino, las agudas flechas de los sagitarios, el cruel conbate de los leopardos, las puñadas de los montesinos semicapros, los agudos cuchillos de los centauros, los gruesos y ñadosos bastones de los vellosos salvajes, hasta los flacos encuentros de los humildes corderos eran contra él. Y lo que allí más de maravillar era que para hacer tanto daño a Belinflor fieras estrañas, crueles y bravas de tanta diversidad de géneros y maneras unas a otras no se estorvavan. El príncipe con su famosa espada hacía maravillosas cosas, que partía, rajava, hundía, quebrava, asolava los cuerpos, armas, sesos, cascos de cuantos animales topava. Lo que más pena le dava era tantas y falagas culebras como el cuerpo le tenían ceñido, porque aún casi no le dexavan resollar, mas lo que después d’esto más le ofendía eran los encuentros de los toros, picadas de los grifos y luchas de los faunos; y así procuró librarse primero d’ellos y con esto dava tantos y tan espesos golpes que, aunque ocupadísimo estava con tantos contrarios, presto se desocupó de los faunos como más cerca estubiesen, luego de los toros y así fue poco a poco disminuyéndolos, aunque no tan a su salvo que no sudase sangre por los oídos, boca y narices de golpes y de fuerça que ponía. Aquí fue el travajo, aquí el afán, aquí el peligro, aquí el sudor, aquí la falta del anhélito, aquí el cansancio cuando dando un golpe a un sagitario los otros se juntan y hacen un monte, en el cual los salvajes sátiros y centauros subiéronse y enpieçan a tirar piedras, peñas, barrancos y aún hasta los árbores sobre el príncipe y así, como su furioso golpe execu-tavan, las piedras tomavan figura de sagitarios o centauros. Visto por Belinflor algo desconfió la victoria, pero no tanto que por algún pavor dexase de esperar salir de allí el travajo que los montesinos contrarios –como estava cerca– le davan, no podía rehusar porque tan cercado estava de los canpesinos que no podía menear más que los braços y aún esos tenía rodeados de culebras. Mas como no le pudiesen hacer herida y él de cada golpe tuviese uno menos, tanto hiço con su esforçado braço que abrió un poco de camino por donde algo se apartó del fictivo monte y con esto tovo menos los contrarios que del monte en especie de piedras caían y mucho más resuello y descanso, y así con nuevo ánimo començó a tirar tajos, reveses, estocadas, puntas hacia adelante, atrás, a todos lados y en el aire a los grifos de suerte que en poco espacio mucho los amengüó y, como se fuesen disminuyendo los golpes, se iva aumentando su esfuerço y, cuando uvo bien travajado en aquella descomunal batalla tres horas, quedó desocupado, salvo de los grifos y de las culebras que abraçado lo tenían; los grifos que tres eran baxavan a picalle 38v y cuando veían la espada acia ellos se bolvían. El príncipe usó de maña y así hincándose de rodillas baxaron mucho a picarle y tiniendo la [es]pada de punta tan recio y presto se levantó que hasta la cruz la metió a uno y usando esto mató a esotros dos; luego soltó la espada y escudo y con la mano se iva quitando las culebras y tan apretadas estavan que primero las matava que se las quitava y como del todo vido acabada tan porfiada y peligrosa contienda cansadísimo se asentó en el suelo y quitándose el yelmo estubo por un rato tomando aliento. En esto vido venir por el aire un gran bueitre, el cual parando junto al príncipe soltó un pan que en la boca traía y aguardó a que Belinflor le tomase una redoma de agua que al cuello traía colgada y, como se uviese descargado, luego se levantó y bolando se fue. El príncipe fue muy admirado y luego entendió que por orden del savio Menodoro avía aquello sido hecho y, muy alegre porque en tal tiempo se avía acordado d’él, comió y bevió y levantándose con sus armas, començó a andar y vido algo lexos un maravilloso monte qu’era todo de cristal muy transparente y llegan[do] más cerca vio dentro una gran casa con salas, patio y jardín. Este monte no tenía puerta ni abertura ni señal alguna d’ella ni aún una pequeña mota; era todo liso y alto y ívase ensangostándose y en lo más alto avía una boca, por la cual salía mucho fuego y según era de dificultosa la subida bien guardada estava allí la Fada y, aunque subieran, según era de espantable y temerosa la entrada tanvién lo estava. Ante este cristalino monte estava un roble, en el cual vio unas letras que declaravan que para el fin de la aventura era necesario entrar en la casa que dentro del monte estava. El

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príncipe le pareció deficultosísima la subida y con todo esto provó y puniendo el pie o la mano, fuera de resvalar, tanto se quemava que sobre fuego parecía ponerlo. Viendo esto, con el espada dava grandes golpes y no solamente hacía mella alguna mas salía fuego que demasiado calentava al príncipe; en gran congoxa fue puesto en ver cuán dificultoso era el remedio para la duquesa y con la semejante muchas veces provava a subir, mas ya está dicho que como estubiese armado y el monte de cristal fuese muy liso luego resbalava y, como no tuviese en qué asirse, érale más fácil y siéndole escusado el porfiar a subir de aquella suerte se apartó para cortar algunos árboles y arrimallos al monte y subir por ellos y con este pensamiento se fue a un alto, encunbrado y grueso roble y dándole un golpe con el espada por maravillosa manera salió d’él un gigante armado y a guisa de pelear, el cual se fue hacia Belinflor que muy 39r maravillado estava esperando; y juntándose comiençan una brava batalla y al cavo de buen rato, como el gigante tuviese un contrario que en bondad no tenía par, andava llagado y algo cansado y como así se viese soltando el cuchillo se abraçó con el príncipe, al cual le convino hacer lo propio y así un rato andubieron luchando, mas aquel que la lucha del dudado Anteón non le avía durado arriva de hora y media tanto dio en qué entender al jayán que le forçó a gran priesa a retraer acia el grueso robre de do avía salido y llegando cerca el robre se abrió y en su hueco seno recibió a los luchadores. El príncipe de muy envevecido en la lucha no avía bien advertido lo que avía pasad[o], mas luego que se vio suelto vido que estava en una cuadra grande y ante él en una mesa estava un pergamino encogido y tomándolo lo abrió y vio que en él estava escrito lo siguiente:

Cavallero, bien se á echado de ver la gana que tienes de acabar la presente aventura, pues con tanto ánimo aquí as llegado. Sabe que te será inposible el fin d’ella si primero no vences la espantosa guarda que el remedio para subir al cristalino monte defiende y yo la Fada ordenadora de todo esto no hice el tal remedio por que no é gana de que la presente aventura se acabe, mas ya que por otra más antigua y sabia el remedio junto con el encantamento del robre fue hecho y no pudiendo estorvar lo constituido, porque no viniese a manos de alguno, puse la espantosa guarda del Tigrileón.

Como el príncipe Belinflor uvo leído lo que en el pergamino estava escrito, se fue a una pequeña puerta y por ella entró a un callejón y d’él salido entró en un prado donde vido al fiero Tigrileón, cuya contrahecha forma mucho al príncipe admiró: era un león del cuerpo, de un gran toro tenía la coda y el pescueço de tigre; en la caveça tenía un pequeño cuerno que poco daño con él hacer podía, de las rodillas le nacían dos pares de braços: los unos de león, y los otros de tigre; con unas uñas agudas y largas que, así como vido a Belinflor, dando espantables bramidos, eriçando sus espesos y ásperos pelos con horrible braveça y <y> aireó la velocidad, levantado en dos pies, parte contra el valeroso y encubierto griego, el cual enbraçando su escudo y enpuñando su espada sin punto de pavor lo espera. El Tigrileón venía muy furioso por cogello entre sus desemejados braços, mas el príncipe que de ligereça era dotado, apartándose acia un lado, [de] suerte que el Tigrileón no pudo executar su encuentro y al pasar Belinflor le dio tal golpe en los lomos que le hiço asentar en tierra 39v los delanteros pies. No por esto un punto perdió su fiereça el contrahecho animal, antes redoblándola buelve. El príncipe con el espada de punta lo aguarda; con tanta velocidad y ravia el Trigileón venía que no advirtiéndose lançó la espada hasta la cruz y juntándose con Belinflor los braços de león le rodeó a la cintura y con los de tigre le apretó los honbros, de suerte que por el abraço más baxo perdía casi el resuello y por el alto perdía el poder para menearse. Y así estubo un rato hasta que el Tigrileón un poco perdió su fuerça y aprovechándose de la ocasión tiró el espada y sacándosela de la barriga junto con los bruta<l>les intestinos le sacó la vida, quedando muy cansado de la inportuna y peligrosa pelea. Y como desease ver el fin de la pena de la duquesa,

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se fue acia una arca que sobre una peña estava y abriéndola en ella vido una redoma de agua clara y con un rótulo que decía: «Esta agua tiene tal virtud que para cualquier fin de alguna aventura que dificultoso parezca vale, porque echándola sobre cualquier encantamento luego mostrará su provecho». Muy contento fue el príncipe por hallar sin pensarlo tan buen remedio y con él se bolvió a la cuadra donde avía leído el pergamino y subiendo por unas angostas escaleras vino a salir por el robre, que abierto estaba, y yéndose al cristalino monte quebró sobre él la redoma y luego enpeçó a sudar un espeso y glutinoso vapor y poniendo el príncipe el pie se pegava tanto que bien podía afirmarse sin desasirse. No dudó ni se detuvo en subir el encubierto príncipe de Grecia, antes con su mucha ligereça subió muy presto asta llegar a la espantosa boca por do salía el infernal fuego y considerando que no avía otra entrada, con deliberado ánimo se entró por él y dentro le dieron tal golpe en las espaldas que mal que le pesó le hicieron rodar por una escalera y tan quebrantado iva que no veía si era claro o escuro; y al fin cayó en un patio y quedándose así un rato luego se levantó y vido que estava en la casa de la Fada y muy alegre subió por una escalera y en ella le tomó un grandísimo ruido y tenblor que buen rato duró y pasado se halló junto a aquella multitud de fieras que a la entrada del llano de la montaña mató, junto a ellas vido una dueña de mediana edad vestida de paños negros, tenía por los pechos metido un cuchillo y en él tenía la mano puesta. Y el príncipe muy alegre por ver muerta la Fada dixo:

– Yo te lo agradezco, Fada, porque me sacaste de la mayor afrenta que é recebido; porque la presente aventura no la podía acabar sin ir contra la orden de cavallería. 40r

Y con esto, creyendo que ya fuese acabada la aventura, enpeçó a abaxar de la montaña y a cabo de media hora llegó al pie y luego se fue a las doncellas, las cuales con su venida fueron muy alegres, y reposando lo que del día quedava otro a ora que el dorado príncipe de la luz, ahuyentador de las nocturnas deesas, venía alegrando las marchitas flores que en su ausencia tristes y macilentas avían estado, a la cual levantándose el príncipe Belinflor y las doncellas toman el camino del Castillo del Temor, en el cual con mucho deseo que tenían dándose priesa tardaron día y medio y a ora de comer llegaron al castillo y la duquesa Isilmera y su madre estavan a las ventanas y, como vieron las doncellas y el cavallero, estuvieron esperando a saber quién las avía librado. En esto sus libertadores entrando en el castillo se apearon y subieron a lo alto y las doncellas besando las manos a sus señoras les dixeron que diesen las gracias a aquel valeroso a quien devían la libertad. Ellas que esto entendieron fueron al cavallero y con to[do] acatamiento le digeron:

– Perdonadnos, esforçado cavallero, si antes no os emos hablado.Y la dueña, madre de la duquesa, con grandísimo amor lo abraçó y la señora

Isilmera hiço lo propio. En esto llegaron todos aquellos cavalleros y doncellas que desacordadas avían quedado y todos como mejor podrían le hablavan. La duquesa Isilmera rogó mucho al príncipe se desarmase. Él por conplacerla lo hiço y como quitándose el yelmo viesen su poca edad junto con su perfectísima hermosura aconpañada de aquella señoril alegría, todos fueron maravillados y entendieron ser algún ángel que para su remedio Dios avía enbiado y preguntándole quién era y cómo se llamava, él les dixo lo que savía. Entonces por estenso las doncellas contaron lo que avían del príncipe oído que le sucediera en aquel castillo y en la montaña de la Fada y muy admirados de tan espantosas y temerarias aventuras estuvieron muy atentos escuchando cosas tan estra<a>ñas como le avían sucedido. Y la duquesa mandó a sus cavalleros que fuesen a la Montaña de la Fada y truxesen todos los pellejos de aquellos animales y el de Tigrileón, los cuales cunpliendo el mando de su señora fueron y truxeron dos faunos y dos sagitarios y otros tantos de todos los géneros de animales grandes, y de los pequeños truxeron más y, cuando fueron y hallaron al Tigrileón, muchos d’él fueron espantados, al cabo lo truxeron todo. Y el príncipe estuvo en el castillo de la duquesa algunos días a su ruego porque desde que lo vido mucho lo amava y Belinflor como muy entendido lo entendió, aunque no se le dio 40v

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nada porque era tan honesto que aunque le declarara la duquesa su pensamiento tenía propósito de jamás cunplirle porque, como en el estremo de las virtudes reinase cuando cristiano fue, decía que Dios avía criado los honbres sólo para su servicio y como no fuesen para más como en su verdadero y principal oficio se avían de enplear y no en ofenderle; y crió las mugeres para que con los honbres multiplicasen y para esto que bastava el honbre la natural y legítima; y procurar a todas las que bien le parecieran a fin de goçar aquel breve deleite era de bestias y, si no se podían contener para eso, les dio uso de raçón para diferenciarse de los animales y para que venciendo sus apetitos d’ellos se diferencien que, si los honbres tras ellos se ivan como los animales, todos serán unos si no fuere en la habla y traje; y no por esto dexan de tener brío y valor y no como algunos macarrónicos que viendo esta condición en los cavalleros dicen que son covardes y para poco; mas quédense ellos en su bestial y selvágico gusto y nosotros procedamos la historia que para entretenimiento y no para dar malos y deshonestos exenplos se conpone y digo que regalado y servido con toda afición y acatamiento estubo cerca de un mes el príncipe Belinflor, al cabo del cual, como su esforçado coraçón sufriese estar tanto tienpo ocioso, le forçó a despedirse de la duquesa y su madre, las cuales con mucho pesar porque tan presto se quería ir y con mucho amor le ofrecieron todo lo posible y que se sirviese d’ellas toda su vida. El príncipe muy cortésmente se lo agradeció y despidiéndose d’ellas y de las doncellas y de los demás subió en su famoso Bucífero y saliendo del castillo tomó el camino que mejor le pareció, dejando a todos admirados de su graciosa y grave discreción y de su apacible y tratable gravedad y de su alegre hermosura y más de su esforçado esfuerço y sin par valentía.

Cuanto el príncipe uvo andando un rato, se entró en una floresta donde anduvo ocho días deshaciendo agravios y enmendando tuertos, al cabo de los cuales llegó a la orilla de la mar ya que anochecía y apeándose soltó el cavallo y teniendo gana de pasar el mar estuvo allí un rato y levantándose un travieso y furioso viento enpeçó a turbarse [la] serena región de el aire y matiçar su turquesado canpo con gruesas y negras nubes amenaçadoras de gran tenpestad. En esto la mobible agua del tranquilo mar enpeçó a corresponder a las perturbaciones de su preedominante Diana y queriendo pagar su tributo levantava con sobervia presunción sus locas y hin[cha]das olas hasta la esfera de la luna, haciendo un altísimo y cristalino monte; mas luego conociendo su vana pretensión con 41r humilde humildad así corrida de lo hecho con inpetuoso ínpetu asta los abismos los baxava, forçando a sus acuarios moradores que con forçosos gemidos a los suyos y terribles ayuden para que con más bravo e orisonante ruido, haciendo un sonoroso y espantable eco, en los oídos temeroso retunbase. Con semejantes acciones y efectos la tormenta duró toda la noche y a la mañana a ora que el rubicundo Titán en su triunfante carro venía esparciendo sus claríficos y dorados rayos, crueles y agudas espuelas, para que la casta Diana con su lóbrego y negro manto más su camino apresurase; el cual poniendo freno a las sobervias olas poco a poco iva refrenando su desenfrenada locura para que quietas recibiesen sus benignas operaciones. A esta ora vio el príncipe venir una nave cuyas velas, popa, silla, castillo y xarcia estava cubierto de un tosco y negro paño; los oficiales d’ella que con tormenta pasada alborotados venían, vio que tanvién en sus vestidos mostravan la señal de tristeça que la nave, la cual algo rota y desconpuesta tomó puerto y echando un batel saltaron cuatro ancianos cavalleros vestidos de luto y tomando tierra armaron una tienda negra; luego salieron cuatro doncellas de la propia librea y dentro de la enlutada tienda un escuro y triste estrado adereçaron y saliendo muchos peones sacaron media docena de sillas de évano y cubiertas de xerga negra; luego salieron dos escuderos y de las manos traían una doncella muy hermosa vestida de luto y derramando gruesas y aljofaradas lágrimas. Con el dolor que traía estava el rubicundo color de su hermoso rostro aumentado y con soverano desdén tocada que todo su divina hermosura acrecentava; tras ella venían cuatro doncellas que con lastimoso enfado la larga y negra falda le traían. Salida a tierra se sentó en su

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acomodado estrado y los cavalleros en las negras sillas, y estando todo quieto tan triste y doloroso espectáculo representava que con gran deseo movió el príncipe a saver la causa de tan pública tristeça y llegándose a la tienda dixo:

– Es tan grande el pesar que el buestro, hermosa señora, me á dado que me á movido a atreverme a preguntar la causa para que savida en vuestro servicio con el propio deseo que lo pregunto mi persona ofrezca.

La hermosa y congoxada dama dixo:– Estoy comedida, cavallero, en tal punto que no podré pagar buestro cortés

ofrecimiento con otra cosa sino con hacer lo que mandáis, aunque la causa de mi dolor es tal que parece inposible el remedio y aunque a la inconstante Fortuna tengo por contraria en la verdadera justicia y en la gran valentía que buestro gentil parecer promete, confío de averlo y así no solamente <no> os contaré lo que me preguntastes, mas tomaré el ofrecimiento que me hicistes y, porque parecerá locura 41v poner tan grande hecho en manos de un cavallero que no conozco, no por eso dexaré de hacer lo que la raçón nos enseña y es que de dos grandes daños tomar el menor. Yo á once meses que ando buscando un cavallero para una batalla; no lo é hallado y, si lo é, no se atreven. No me queda más que un mes de término que, para bolver de a dó salí, me parece poco y, si dentro del término no voy, después no ay remedio. Y mi hecho pongo en buestras manos pues la ventura ante mí o por mejor decir a mí ante vós nos puso. Y asentaos y os contaré la causa de mi pena.

Capítulo XIX. Cómo la llorosa señora contó al príncipe Belinflor la causa de su llanto y cómo se partió a la Ínsula de la Peña Fuerte.

Después que el príncipe Belinflor se uvo sentado en una de las negras sillas, la

hermosa señora començó a contar el triste y lamentable proceso de su historia de la manera siguiente:

– Sabréis, cavallero, que en el Euxino ay una ínsula, la cual llaman de la Peña Fuerte; en ella uvo un rey llamado Flordesino, este tuvo dos hijas: la mayor era Beldaflora y la menor Florespida. Vivía muy cerca de allí un gigante muy fiero llamado Griliponte, el cual en estremo se enamoró de Beldaflora, hija mayor y sucesora del rey Flordesino y, como las personas fuesen tan desiguales, en su amor no se pudieron avenir, y el gigante Griliponte por traición se vengó d’ella, de suerte que un año fuera de su acuerdo por arte de encantamento la goçó y en este tienpo parió un hijo que según la ley de raçón y naturaleça nos enseña inposible fue salir tan feroz y bravo que, aunque su padre lo era por estremo, no solamente sacó <co> algo de la natu-raleça de la madre antes fue más desemejado y fiero que Griliponte, tanto que tiene renonbre de espantoso. Y así digo que según naturaleça es inposible sino es que en su concepción algún maligno planeta reinó o que Griliponte en espantosas y fieras cosas pensó; llámase esta bestia el espantoso Dragrasmonte. En el tienpo que Griliponte tuvo en su poder a Beldaflora, el rey Flordesino su padre viendo su pérdida y que no podía saver nuevas d’ella, casó a Florespida mi madre con un cavallero de real sangre, que avía días que la servía y a mí, que me llamo Flordespina, me dexó por su universal heredera, mas con condición que si Beldaflora parecía y tubiese hijos ligítimos que entre mí y ellos partiésemos el estado. A cabo de pocos meses que con todos los pareceres del reino esto avía ordenado murió, quedando Flordespida mi madre por reina. Al cabo del año que Beldaflora estuvo usurpada con el gigante Griliponte, bolviéndola en sí, la truxo a la Ínsula de la Peña 42r Fuerte y, como por algunas cosas mi tía Beldaflora sospechase lo que con el gigante avía pasado, tanta pena recibió que

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vino a enfermar y estando cercana a la muerte dixo a mi madre lo que le avía sucedido y a pocos días de la pena de lo pasado murió, bolviendo el placer que mi madre y todos con su venida avían recebido en dolor y sopesar por su tenprana muerte. Deziocho años acía que mi madre y mi padre muy contentos conmigo reinavan cuando el espantoso Dragosmonte con título de derecho sucesor como hijo de Beldaflora vino y desafiando a mi padre del primer encuentro lo mató y así por fuerça se apoderó del reino y enbió por su padre Griliponte y por u[n] sobrino de su padre llamado el fuerte Ansión. Los principales del reino viendo que aquello no tenía remedio ubiéronse de sufrir y induciéronme que pidiese un don a Dragasmonte que, pues me deseava por muger, me lo otorgaría. Yo pedíselo y de muy buena voluntad me lo otorgó y lo que le pedí fue que me dexase por un año buscar un cavallero y que si él lo vencía que de buena voluntad me casaría con él y si no que dexase mi reino; y es tal su valor, cavallero, que tiniendo el casamiento por seguro me lo otorgó y con el triste aparato que veis me partí; ya el tienpo que os dixe que lo ando a buscar y tengo determinado que, si mi cavallero fuere vencido, [é] de me matar antes que casarme con el espantoso Dragasmonte. Ved aora si no tengo raçón de llorar, que veo mi padre muerto, mi madre y reino en poder ageno y yo a punto de morir.

Con esto enpeçó tiernamente a llorar ayudándole todos los presentes. El príncipe la consoló lo mejor que pudo y de nuebo le ofreció su persona diciendo que su justicia supliría lo que en él de bondad faltava. Y la hermosa Flordespina con alguna esperança se consoló y el príncipe envió por su cavallo y cuando lo vieron mucho de su hermosura fueron admirados y vista la riqueça de sus ornamentos junto con la de las cristalinas armas del príncipe bien pensaron que era cavallero de alta bondad y estima, y alegres y <alegres> con más confiança esperaron a que la mar del todo se asosegase; y con mucho regalo estuvo allí el príncipe tres días, al cabo d’ellos estando la mar sosegada se enbarcaron en la enlutada nave y con buen tienpo parten la vía de la Ínsula de la Peña Fuerte y a cabo de tres días vieron uno venir contra ellos una gran galera, así mismo enlutada y con divisa de la muerte y tanta velocidad traía que presto se juntaron y asomándose al borde un gigante de fornidos y proporcionados mienbros y con baxa voz dixo:

– ¿Quién va en esa triste galera?El príncipe Belinflor dixo:– Va gente de paz y de lueñas tierras.El gigante dixo:– Conviene que me digáis si sois de Grecia o amigos del enperador Arboliano.Belinflor 42v replicó:– Dinos la causa porque lo quieres saber y luego te responderemos.– Si no viniera, cavallero, –dixo el gigante–, en tal dispusición, yo te dixera lo que

saver deseas, mas pues no as querido decirme lo que te pregunto, abráslo de decir por fuerça.

Con esto sacó un ancho y pesado cuchillo y con él dio tal golpe al príncipe que lo hiço baxar la caveça hasta el cuello. El príncipe muy enojado saca su rica y preciada espada y con ella dio tal golpe al fuerte gigante que le hiço poner anbas rodillas en el suelo; levantóse el fiero y giganteo mancebo y enpi[e]ça fuertemente a golpear a Belinflor, el cual con su espada governada <da> por el más valeroso braço del mundo portentísimos golpes le dava. En semejante batalla estuvieron un rato admirados cada cual de la fortaleça de su bravo contrario. Al cabo, cuando ya se conocía alguna mejoría en el encubierto griego, vino un recísimo viento que, como las galeras no estubiesen aferradas, las apartó y con tanto ínpetu las conbatió que con ligera presteça, con inpetuosa furia forçadas las llevó hasta que, contra la voluntad de los dueños que remediar no lo pudieron, perdieron de vista, siendo esto hecho por el savio Eulogio porque aquel valeroso gigante allí no muriese. El príncipe en ver despartida la batalla por tal aventura quisiera rebentar de enojo, mas al fin la hermosa Flordespina lo aplacó y con buen tienpo caminaron quince días, donde lo

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dexaremos hasta su tienpo porque hechos de otros valerosos y nonbrados cavalleros a gran priesa me están llamando.

Capítulo XX. Que trata quiénes eran los donceles que el príncipe Belinflor armó cavalleros en la floresta y de lo que les sucedió en el Hondo Valle con el jayán Bravosón y su hermano.

La historia á contado que, siendo Belinflor de edad de quince años y estando con

el savio Menodoro en casa del Deleitoso Bosque con los príncipes Miraphebo y Orisbeldo, que tenía muy gran deseo de ser cavallero y, cuando el savio le dixo aquello de la espada y cómo fue armado cavallero, el savio esperó a que Miraphebo y Orisbeldo viniesen y otro día por la mañana les dixo cómo su hermano Belinflor era cavallero y que convenía que ellos y todo lo fuesen. El contento que de oír esto recibieron no se puede creer y con él los llevó a un aposento y descolgando unas armas blancas con muy ricas piedras orladas y vistiéndoselas les dio unos grandes y hermosos cavallos, en los cuales despidiéndose del savio con tiernos abraços y lagrimosos suspiros subieron, y el savio les dixo que recibiesen la orden de cavallería del cavallero que del primer peligro los librara. Y con esto se salieron del Deleitoso Bosque. La emperatriz Aricena no sabía nada d’esto hasta que el savio Menodoro se lo dixo y, aunque lo sintió en estremo, todavía lo llevó 43r a bien como cosa que por fuerça se avía de cunplir. Los donceles tomando el camino que les pareció por él anduvieron cerca de un mes, al cabo entraron en una floresta donde quiriéndolos prender aquellos cavalleros se defendieron hasta que el príncipe Belinflor los libró de aquel peligro y recibiendo la orden de cavallería d’él y quiriendo darse a conocer llegaron las doncellas [para que] socorriesen a los cavalleros que el jayán Bravosón llevava preso al Hondo Valle y sin detenerse con ellas se partieron. Aora dice la estoria que, cuando se uvieron apartado, Miraphebo de Troya preguntó a una de las doncellas quién era el gigante Bravosón y para qué prendía a los cavalleros y qué crueldad usava con ellos. La doncella dixo:

– A lo que me preguntáis, cavallero, responderé de buena voluntad, que en el propio peligro me vi yo y fui libre por un cavallero, mi amigo, que de los del jayán es y, si con ellos tomáis contienda, por vuestra vida que no lo matéis y para que lo conozcáis sabé que en el escudo tiene un Cupido.

– Sea como vós mandáis, señora, –dixo Miraphebo.– Dios os dé victoria, señor cavallero, por vuestra buena voluntad y sabréis que,

como Cupido iva señoreando los moradores del mundo y su gran poder ya casi todos los d’él an conocido y como a nadie perdone que con él no los sugete, abrá medio año que usó de sus mañas con el gigante Bravosón siendo la red con que lo prendió, la ocasión y la flecha con que lo hirió la hermosura de la infanta Sifesniba, la cual por todas las maneras posibles procuró ganar la voluntad, mas poco aprovechó y, como en el gigante otro más fuerte que él reinase, tanto les apretó el laço que le forçó a prender a la infanta Sifesniba, mas aunque está en su poder no á hecho cosas contra su honra, aunque muchas contra su voluntad. El jayán Bravosón tanto a la hermosa Sifesniba adora que a otra no conoce por dios y pensando aplacarla le ofrece sacrificio de humanas vidas y, según es ella de piadosa, más se enoja y enfada de semejante crueldad; y esto hace con mucha solenidad en fin de cada mes y así todo él se enplea en prender cavalleros y doncellas y ayúdale a semejante maleficio un hermano suyo, más bravo y fiero que él, llamado Brusradión, y ya se acerca el tienpo en que el bestial Bravosón hace en el Hondo Valle de a donde es señor sus inhumanos sacrificios.

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Con esto calló la doncella y los príncipes Miraphebo y Orisbeldo admirados de tan necia crueldad y diéronse priesa para que no se hiciese el sacrificio antes que llegasen, y con ella después de dos días estubieron en el Hondo Valle, el cual era todo cercado de alta y tajada peña, no avía otra parte por donde baxar sino era una cuesta no más ancha que cuanto pudiese caber un carro; al principio d’ella avía una alta torre con una pequeña puerta. El lugar era tal que para aquellos tienpos era inexpugnable; después que los encubiertos príncipes por 43v un rato el sitio y hermosura del Hondo Valle ubieron mirado, se fueron a la torre y llamando a la puerta dixeron que abrieran. Un peón que les avía respondido dixo que esperasen. Luego se asomó a una ventana el fiero Brusradión y confiando en su sobervia dixo que en abriendo entrasen, que para ellos no se avía de ocupar en salir. En esto abrieron la puerta y los príncipes con las doncellas entraron y pasando por un portal salieron a la cuesta por donde al Hondo Valle baxavan y allí esperaron a Brusradión, el cual a poco rato baxó y subiendo en un poderoso cavallo tomó una lança. El valeroso troyano sin decir nada al babilónico príncipe se puso en contra Brusradión, de lo cual algo su conpañero se sintió, mas era tanta la hermanable amistad que entre ellos avía que disimuló. Brusradión con soberviosa voz dixo:

– ¿Cómo no viene tu conpañero contigo?– Otro, –dixo Miraphebo–, tengo a mi lado que es más poderoso, governado por la

divina mano que, todos los nacidos que adestrando mi braço, solo sin conpañía bastare a quitar la vida a ti y a todos los de tus mañas.

– Por tu vida, –dixo Brusradión–, me digas quién es este tan fuerte y poderoso. Miraphebo replicó:– Este que con raçón tanto alabo sabe que es la verdadera justicia, la cual

governada por el divino poderío tiene poder para quitarlo a los poderosos del mundo.El jayán riéndose dixo: – Aora digo que, cuanto en ella tienes y d’ella as dicho, todo no es nada y a ti en

menos te tengo, pues donde an de obrar armas hablas vana y parlera filosophía, pensando acabar con la lengua lo que con los braços y espada no podrás.

Con esto dio buelta a su poderoso cavallo. El descendiente de Príamo hiço lo propio diciendo:

– ¡Obras darán experiencia de su poder que, para con bestias, palabras no an lugar!Cuando estubieron algo apartados, parten el uno para el otro y en medio de la

carrera se dan recios encuentros y anbos pasaron sin menearse y muy enojados bolvieron las espadas en las manos a darse grandes y pesados golpes y continuándolos hacían una reñida batalla. Dio a este tienpo el valeroso nieto de Héctor al supervo jayán un golpe que la caveça hasta el cuello del cavallo le hiço baxar; enderéçase Brusradión y dio al asirio cavallero un golpe con su acostunbrada fuerça que sin sentido lo derrivó sobre el arçón delantero y el cavallo lo llevó buen rato la cuesta abaxo, mas luego el hijo de Frostendo se endereçó y con furibunda saña buelve contra su bravo contrario, el cual con su pesado cuchillo lo sale a recebir y a una se dan tan pesados golpes que el príncipe por no caer se abraçó al cuello del cavallo, mas el valiente pagano cayó en el suelo desacordado. Los peones que en la torre estavan viendo así a su señor tomaron sus acostunbradas armas y con tirado paso y avillanada voz vinieron contra los cavalleros, no tanto por matarlos cuanto por cunplir lo que eran obligados y así forçados los cercan y con buena voluntad los golpean. Orisbeldo <y> apeándose de su cavallo con la espada en la mano comiença a derramar aquella vil sangre y, aunque algunos 44r pesados golpes recebía, él los dava tales que con ayuda de Miraphebo que ya se avía apeado no quedó ni aún uno. En esto el valiente Brusradión levantándose y diciendo con enojo mil injurias a sí y a los dioses se fue a los cavalleros y llegando cerca dio a Orisbeldo un golpe que le hiço hincar una rodilla en tierra y buelve otro a Miraphebo [que] le hiço abaxar hasta el cuello la caveça. Los orgullosos mancebos anbos se endereçan y cada uno por vengar su golpe sin advertir lo que el otro hacía dan tales golpes a Brusradión que como anbos fuesen de

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grandísimas fuerças y de los doce mejores del mundo –como adelante veremos– lo tendieron en el suelo y, si las armas no fueran por arte, lo mataran. Después que uvo caído, corridos de lo hecho se apartaron y a que el supervo gigante se levantase aguardaron; no estuvo mucho Brusradión en aquel peligroso estado, antes con doblada furia se levanta y viendo cuán malo y dañoso le era tomar contienda con anbos, haciendo cuerdamente se fue a Miraphebo, el cual lo recibió como a lo que venía. En esta segunda y más brava batalla estuvieron una ora sin descansar, de lo cual admiradas, atentas y alegres las doncellas miravan; al cabo de la cual soltando el valeroso troyano el escudo, con el espada a dos manos, dio un golpe sobre el yelmo del jayán Brusradión que, aunque no cayó del todo, le sacó de sentido y asegundándole con una punta haciéndolo caer todo por la cuesta un buen rato y al ruido que hiço el propio bolvió en sí y levantándose subió lo que forçadamente baxó y soltando el cuchillo se abraçó con Miraphebo, el cual hiço lo propio y así estubieron un rato luchando. El encubierto troyano no olvidándose de su daga tiniendo fuertemente con el izquierdo braço abraçado al jayán con el derecho la sacó y por debaxo de la loriga dos o tres veces al jayán por la barriga la escondió saliéndole mucha sangre y al cabo el alma por las heridas, quedando el victorioso mancebo muy cansado, y asentándose sobre el cuerpo del jayán comió de lo que las doncellas traían y descansando un rato. Después él y su conpañero subiendo en sus cavallos començaron a baxar al Hondo Balle y otro día por la mañana llegaron y enpeçaron a caminar por él, que era muy fresco y poblado de árbores, casas, torres y castillos y no parecía nadie. La una doncella dixo que el no parecer gente era señal que avían ido a ver el sacrificio y que se fuesen tras ella que los llevaría a donde hacerse solía. Con esto caminaron y a cabo de un rato llegaron a un llano; todo estava cubierto de una frondosa parra que fresca y apacible sonbra hacía, en él avía un trono de veinte gradas en alto y en el remate avía cuatro columnas de jaspe, que un hermoso y galano chapitel sostenían; debaxo avía una ara de medio estado en alto, cubierta de brocado. Mirando esto oyeron un ruido de diversos y boceadores instrumentos y saliendo del llano se pusieron 44v tras de un rosal, donde vieron número de gente común, honbres y mugeres, que con ordenada desorden venían haciendo número de danças, bailes y juegos, y otros con villanos instrumentos haciendo un desconcertado son venían tañendo y con roncas voces ocupando el aire; luego venían ocho doncellas y traían cada [una] sendos candeleros grandes de plata; luego venían doce peones y en onbros lleva<ua>van un gran brasero todo dorado y lleno de lunbre; tras estos otros tantos peones y entre ellos ivan doce cavalleros descalços y atadas las manos con ropas de seda morada y otras tantas doncellas de la propia suerte; luego venía el jayán Bravosón armado de todas armas y sobre ellas una ropa morada con muchas perlas y piedras preciosas, traía un ancho cuchillo desnudo sobre el onbro; luego venían ocho cavalleros con sendas hachas ardiendo; luego venía un triunphante carro que cuatro cavallos tiravan y así ellos como el carro venían con una triste bordadura cubiertos de seda morada y negra; dentro del carro venían unas andas de cristal y en ellas la hermosa Sifenisba llorando muy tiernamente y dando unos dolorosos y delicados gemidos que a gran conpasión movía a quien la mirava; alrededor del carro avía número de cavalleros armados con semejante orden. Llegó la dicha procesión al trono donde las doncellas subieron y alrededor del ara pusieron los candeleros y subiendo los que el brasero traían le asentaron delante; luego cuatro cavalleros subieron al carro y tomando las cristalinas andas en onbros las llevaron al trono y sobre la conpuesta ara las pusieron. Los cavalleros de las hachas esto hecho las asentaron en sus candeleros y los peones que a los cavalleros y doncellas presos tenían a cargo los hicieron subir al trono y hincar de rodillas. Acabado esto el jayán Bravosón subió y amolando el cuchillo se hincó de rodillas. Visto por los valerosos mancebos el punto en que el negocio estava no quisieron aguardar más, antes dando de las espuelas a sus briosos cavallos haciendo un gran ruido salen afuera interrunpiendo con él la prática que el gigante Bravosón enpeçava a hacer, el cual al ruido bolvió la caveça y

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desconociéndolos en las ricas armas fue muy maravillado en ver cómo su hermano los avía dexado pasar. En esto los valerosos cavalleros metiendo mano a las espadas matavan de aquellos bárbaros cuantos se les ponían delante. El babilónico príncipe Orisbeldo acordándose de la burla que Miraphebo le avía hecho a la entrada del Hondo Valle quiso vengarse y, como lo vido tan codicioso en matar cavalleros, en un punto se apeó y subió al trono donde Bravosón que ya quería baxar estava, y allí con sus rigurosos golpes lo detuvo. Ya avía buen rato que aquella batalla era començada cuando al valeroso troyano de diez y ocho cavalleros no le quedavan más que tres; y a esta ora andava Bravosón muy cansado y el príncipe Orisbeldo tan ligero como al principio. Ya 45r todos los villanos con sus hachas y capellinas contra los esforçados cavalleros avían ido cuando el valeroso Orisbeldo dio con Bravosón muerto en el suelo del trono al pie de los presos, que por él la muerte esperavan, mas con la del jayán su vida aseguraron y mandando a un peón que los desatase se baxó abaxo y ayudando a acabar los pocos contrarios que le quedavan mandó que las andas de la infanta baxasen. Y cuando los cavalleros llegaron a le hablar, fueron admirados de su hermosura, mas a quien mejor le pareció fue a Orisbeldo que en gran manera se enamoró de ella y no menos pagada Sifenisba estava d’él y así en aquellos comedimientos que pasaron por los ojos manifestaron algo de lo que los coraçones sentían. Cuando ubieron hablado lo que obligados eran, la infanta Sifenisba con todas las doncellas subió en el carro y con él enpieçan a caminar acia el castillo de Bravosón y todas ivan tan alegres que quien los vido venir juraran ser otros. Cuando llegaron al castillo, hallaron en él al Cavallero de Cupido, amigo de una de las doncellas que allí los avían traído y gustando la infanta Sifenisba d’ello los príncipes Miraphebo y Orisbeldo los desposaron y hicieron señores del Hondo Valle, la cual merced en tres días que estubieron allí en cuanto pudieron mostraron agradecérselo, al cabo de los cuales se quisieron partir.

Capítulo XXI. Cómo los príncipes Miraphebo de Troya y Orisbeldo de Babilonia se partieron del Hondo Valle y cómo se enbarcaron. Y de cómo el príncipe Rugerindo y los demás donceles de Constantinopla fueron armados cavalleros y lo que más sucedió.

Grande y muy crecido fue el pesar que el babilónico príncipe y nuebo amante

Orisbeldo recibió en apartarse tan presto de su amada infanta Sifenisba y no menor fue el que ella tuvo y más pensando si no lo bolvería a ver y, para escusar esta sospecha, dixo que se quería quedar un año en el Hondo Valle para holgarse y que pasado viniesen por allí para llevarla al reino de su padre. Con esto muy alegre, Orisbeldo en conpañía de Miraphebo se despidieron y saliendo del Hondo Valle tomaron el camino que avían traído con propósito de buscar al Cavallero del Arco, que por el hermoso que en el escudo traía pintado así lo llamaron, que era Belinflor el que les avía armado cavalleros; donde les sucedieron algunas aventuras y al cabo se enbarcaron y tres días estubieron en la mar y corriéndoles tormenta arrivaron a una ínsula y en la rivera avía una nave enlutada de donde se oían dolorosos gritos de doncellas, y mandando a los marineros 45v que su nave acia aquella triste guiasen los dexaremos.

Gran tienpo á que emos pasado en silencio a la nobilísima e inperial corte de Constantinopla y a los donceles que en ella se criavan, pero tengo tal escusa que nadie me culpará y con esta certidunbre digo que pasavan con el mayor dolor y tristeça que jamás se vido por la pérdida del emperador Arboliano y cada día se iva acrecentando porque la esperança de hallar nuevas d’él se iva disminuyendo hasta

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que el emperador Rugeriano recibió una carta del savio Menodoro en que consolava a él y a la enperatriz Floriana dándole ciertas esperanças de que verían al emperador Arboliano vivo, con la cual holgaron mucho principamente la real emperatriz, como aquella a quien más dolía. Siendo el príncipe Rugerindo y Deifevo y los demás de edad de siete años sucedió a la emperatriz Floriana una cosa ordenada por un gran savio por donde vino a tener otro hijo, el cual perdió. En este lugar el savio Menodoro no declara más esto y prosigue diciendo que, cuando aquellos príncipes tubieron cunplidos dieziséis años, estavan tan perfectos que cosa era de maravillar y tan consumados en todo género de militares exercicio y tan entendidos en todo género de sciencias y tan savios en cualquier género de lenguas estrañas que cosa sobrenatural parecía y viéndose en tal dispusición ya deseavan la orden de cavallería y tan en estremo que se la vinieron a pedir al enperador Rugeriano, el cual luego entendió que en dándosela se avían de partir de la corte y, como no tuviesen las emperatrizes Brenia y Floriana otro consuelo, no quiso quitárselo y así les negó lo que pedían que, visto por el príncipe Rugerindo, fue muy triste y yéndose al rey Vepón pidió le otorgase un don. El rey lo otorgó y el príncipe dixo que era que los armase cavalleros. El rey se halló confuso por cuanto sabía que el emperador Rugeriano no gustava d’ello y con indeciso ánimo se fue al emperador y díxole:

– Soverano señor, yo estoy muy indeterminado en una cosa, que sabed qu’el príncipe Rugerindo me á pedido un don, yo se lo otorgé y sabido era que lo armase cavallero y, porque vós ni esas señoras no gustaréis d’ello, estoy muy confuso pensando cómo saldré d’este hecho sin daros disgusto y sin falta de mi palabra.

El emperador algo fue triste y dixo:– Señor rey, es tanto lo que las emperatrices sienten la pérdida del emperador

Arboliano que no se puede decir, pero alívianse algo con la continua vista de los donceles y, si estos faltasen, en ninguna manera lo podrían llevar y la causa por que la orden de cavallería no les é querido dar es esta, que si a mi gusto mirara ya fueran cavalleros 46r y en siéndolo se irán de la corte y dexarnos an con doblada tristeça, mas, ya que con tan fuerte promesa lo avéis prometido, porque no falte, conviénenos hacer lo que piden y porque no se vayan –aunque no dice con la ocasión en que estamos– ordenemos un torneo.

Con esto cesaron y el rey Vepón subió en su cavallo y fue a buscar a los príncipes que por la cidad andavan paseándose y hallólos muy alegres aunque vestidos de negro en un barrio donde avía muchas y muy biçarras damas que desde las ventanas con ellos en dulces, cortesanas y discretas pláticas se entretenían. Y el rey holgó hallarlos en aquel estado por verlos tan discretos y entremetidos y llegando dixo a Rugerindo lo que con el enperador avía ordenado y que fuesen a palacio a velar las armas. Contentísimos todos oyeron esto y despidiéndose de las damas fueron al palacio y entrando todos con el enperador Rugerino dentro de la real capilla hallaron al pie del altar muchas y muy ricas armas, de lo que fueron maravillados y vistiéndoselas aquella noche velaron y otro día por la mañana el rey Vepón los armó cavalleros y Rugerindo, Deifevo de Tesalia recibieron las espadas de la emperatriz Brenia, y el fuerte Tirisidón de Numancia y don Fermosel de Antioquía de la emperatriz Floriana, y don Gradarte de Laura y el gentil gigante Briçartes, de la reina Amaltea; y esto hecho con la solenidad que a ser quien eran y a estar donde estavan se requería, y acabado fueron a la sala donde solenemente comieron; y ya estava la gente para el torneo a punto cuando los noveles baxaron a la plaça y el príncipe Rugerindo salió en su cavallo con sus armas blancas con innumerable pedrería orladas; en el escudo en canpo de oro tenía pintada una dama, la más vella y hermosa que jamás se vio; tanto a todos admiró su tan estraña belleça que pensaron ser caída del cielo y estava vestida de suerte que lo que a otros estrañamente afeara a ella más hermosa la hacía, toda estava cubierta de cueros de animales. Como adelante diremos, no bastó al príncipe Rugerindo pensar que era de tal estado para que en estremo dexase de enamorarse de aquella montesina señora, el cual capitaneando la una haz del torneo y de esotra

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parte Deifevo se travó muy reñido; y querer por estenso contar las maravillas de los noveles sería nunca acabar y, cuando hallé esta historia en griego y la comencé a trasladar y añadir por conjeturas lo que faltava, las cavallerías que estos príncipes en este torneo hicieron no las hallé; o fue porque el savio Menodoro las pasó en silencio por contar cosas más necesarias, o porque con su antigüedad aquesta plana faltase. Sea lo que fuere, la historia prosigue diciendo que estos torneos duraron tres días, estando el emperador Rugeriano y el rey Vepón y el príncipe Brasildoro muy admirados de la bondad de los noveles y decía[n] ser bien enpleada en ellos la orden de cavallería y disputavan si abría cavallero en el mundo que tantos, tales y espesos golpes como Rugerindo diese. Al 46v postrer día vinieron al emperador Rugeriano dos malas nuevas: y la una era que el temido Abancundo, rey de la Gigantea, ajuntava un gran exército para pasar al inperio de Clarencia, y la otra que el gigante Bastaraque con el gran Mandrogedeón su hijo tiniendo junto un gran exército procurava pasar en Grecia. Muy congoxado fue el emperador Rugeriano no de temor mas porque en tal coyuntura el emperador Arboliano no se hallava en la corte y quiriendo con aquellos altos cavalleros ordenar lo que avían de hacer mandó llamar a los príncipes y no los hallaron y con alguna turbación los mandó buscar por fuera y dentro de la cidad, mas tanpoco los hallaron y más turbado y confuso los quería enbiar a buscar cuando entró en la sala una doncella muy estrañamente vestida y poniendo una carta en mano del emperador sin decir nada se bolvió a salir y nunca más la vieron y abriendo la carta vieron que decía así:

Carta

Belacrio savio que Dios para solo su servicio y el vuestro, clarísimo emperador de Clarencia, á criado, vuestras reales manos y las de todos esos señores con gran voluntad mil veces vesa y con ella sabiendo la turbación en que estáis por los no hallados príncipes, os enbía a suplicar no la tengáis junto con perder el cuidado que del levantamiento de Mandrogedeón podéis tener y, si en algo mi buena y grande voluntad queréis pagar, sea en dar crédito y poner por obra lo que en esta letra os suplico.

Leída que fue la carta del emperador Rugeriano que gran noticia de aquel savio tenía le dio crédito y enpeçó a juntar gente para el socorro de Clarencia, donde los dexaremos.

Como los valerosos noveles supieron las nuevas que a la corte avían venido, con gran deseo de enprender grandes hechos, se juntaron todos seis y propusieron de partirse a la Ínsula de Mandrogedeón y poniéndolo por obra desde la plaça sin que nadie advirtiese en ello y sin decir nada se fueron a la orilla de la mar, que muy cerca estava, y en ella hallaron una nave y dándose a conocer al patrón, que griego era, él muy alegre los recibió en su nave y tomando el gusto de los príncipes tomaron el camino de lo que deseavan y con buen tienpo caminaron ocho días.

Capítulo XXII. Cómo los cavalleros noveles aportaron a la Ínsula de Mandrogedeón y lo que en ella les sucedió.

Otros ocho días con favorable tienpo caminaron los valerosos cavalleros muy

contentos por lo que en la Ínsula de Mandrogedeón avían de hacer, a cabo de los cuales a ora de tercia llegaron y siendo reconocida de los marineros sacaron los cavallos y subiendo en ellos entraron todos seis por la Ínsula y, cuando uvieron

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andando un rato, vieron dos torres y más adelante un gran castillo; luego de las torres somaron sendos cuernos y a poco rato salieron los dos gigantes, primos de Mandrogedeón, que por la mar andar solían, llamados Argamante y Brasalfor, en sus cavallos 47r a tomar la jura que solían a los cavalleros, mas pusiéronsele delante a guisa de justar el gentil gigante Briçartes y don Gradarte de Laura. Los gigantes hicieron lo propio y corren su carrera y en medio d’ella se encontraron Brasalfor y Briçartes, de suerte que pasaron el uno por el otro, y Argamante encontró a don Gradarte que le hiço caer sobre las ancas del cavallo y él pasó adelante; luego bolvieron los cuatro valerosos cavalleros y con las espadas y cuchillos en las manos empieçan una brava batalla y, a cabo de rato, aunque don Gradarte traía herido a Argamante, lo pasava mal porque, como estava a cavallo, no podía aprovecharse de su ligereça. En esto el gentil Briçartes dio a Brasalfor muerto en el suelo y don Gradarte muy corrido golpeava a menudo a Argamante y, si con cada golpe no le hiciera una herida, no saliera vivo de la batalla, mas como tenía heridas y el jayán con la fuerça que ponía para cada golpe más sangre perdiese y la batalla durase mucho, desfalleciese; a cabo de dos horas cayó Argamante en el suelo y como no tuviese fuerça para levantarse perdió allí la vida. Acabado esto sonó dentro del castillo una recia tronpeta, al son de la cual salió el gigante Bruslando, aquel que cuando el enperador Arboliano y su conpañía libró al príncipe Brasildoro en aquella Ínsula era el que se metió en el castillo, contra el cual salió el valiente príncipe don Fermosel de Antioquía y dándose recios encuentros pasaron el uno por el otro; y luego con ligereça buelven las espadas en las manos y juntándose se dieron sendos golpes que las cabeças inclinaron y asegundándolos se ladearon en las sillas y redoblándolos comiençan una brava batalla; a cabo de media ora dio Bruslando a don Fermosel un golpe que baxó la caveça hasta el arçón delantero; enderéçase el antíoco príncipe y da tal respuesta a Bruslando que para acabar la batalla no fue menester más golpe y bolviéndose a sus conpañeros con ellos se fue a una floresta para reposar por amor de don Gradarte, que muy quebrantado estava de la batalla porque Argamante era el más valiente de aquellos tres gigantes. En la floresta estubieron hasta ora de nona, a la cual començaron a caminar y aviendo andado una milla, después de aver pasado el castillo, vieron de lexos salir de una cidad un gigante grande y muy fornido, armado de todas armas, cavallero en un elefante; al lado derecho traía otro gigante y al izquierdo, un cavallero poco menor que él, de doblados mienbros y en su apostura parecía tener gran valor. Luego salieron hasta treinta mil cavalleros y en aquellos llanos hacen un vistoso alarde porque todos eran muy lucidos y bien armados. En esto el gran gigante enbió dos cavalleros acia el castillo; deseando 47v los príncipes de saver a qué ivan, el gentil gigante Briçartes se les puso delante y dixo:

– Conviene, cavalleros, que me digáis dónde váis y quién os enbía.El un cavallero dando un tierno suspiro dixo:– Pluguiera a Dios, gigante, que yo fuera muerto y no ir a lo que voy, que gran

tuerto hago en ello. Sabréis que aquel jayán que me enbía es el fiero Mandrogedeón y voy por su mandado a avisar a Argamante y a sus conpañeros que desde mañana enpieçen a juntar galeras para enbarcar todo aquel exército para pasar a Grecia.

– Dime, cavallero, –dixo Briçartes–, ¿quién eres y por qué haces tuerto en cunplir el mandado de Mandrogedeón?

El cavallero dixo:– Yo soy Friseleo, hijo del duque de Atenas, vasallo del magnánimo emperador

Arboliano, que viniendo a buscar aventuras hallé mi desventura, porque andando por la mar el gigante Brasalfor me prendió y no quiriendo jurar lo que quisieron me an tenido preso hasta ayer que Mandrogedeón pensando acabar comigo por bien lo que no pudieron por mal me mandó sacar y aunque es fuera de su condición me á hecho mucha honra, pero no por eso é prometido nada. Yo tengo propósito de pasar con todos a Grecia y en estando en el canpo pasarme a los griegos y morir en su ayuda y servicio del emperador. Y con esto cunplo con mi señor y mi honra.

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Con esto el buen cavallero Friseleo calló y el gentil Briçartes con mucha alegría lo abraçó diciendo:

– Consolaos, buen cavallero, que saved que es aquí el príncipe Rugerindo y sus primos Deifevo y Tirisidón y don Fermosel de Antioquía y don Gradarte e yo, y ya los gigantes Argamante y Brasalfor y Bruslando son muertos y con la ayuda de Dios Mandrogedeón no acabará de poner en execución su mal intento.

Muy alegre fue Friseleo y diciendo «Dios lo guíe como más a su servicio convenga» se fue a los príncipes que, como vieron a Briçartes abraçar al cavallero, por ver quién era ya venían y juntos Briçartes dio a conocer a Friseleo a los príncipes, los cuales con él mucho holgaron y preguntándole quién era el jayán del elefante y esotro y aquel gran cavallero él respondió que el primero era Mandrogedeón y esotro Bastaraque y el cavallero se llamava Bretonimar, hijo bastardo de Bastaraque y tan valiente como él. Allí ordenaron de ir contra todos, apellidar «¡Libertad!» que, como los más fuesen forçados, luego se levantarían contra Mandrogedeón. Con este propósito dando todos siete de espuelas a sus cavallos con furibundo strépitu interrunpen la orden del concertado alarde y apellidando «¡Livertad!» y «¡Viva Grecia!» entraron derrivando a cuantos no decían «¡Grecia!». El príncipe Rugerindo y sus primos Deifevo y Tirisidón tomando gruesas lanças se van contra los poderosos paganos, padre y hijos, los cuales admirados de lo que veían y ahogándose en enojo toman lanças y van contra los cavalleros y se encontraron Rugerindo y Mandrogedeón, Deifevo y Bastaraque, Tirisidón y Bretonimar 48r y todos pasaron sin hacer ningún revés en la silla y acabando la carrera dieron buelta en el aire a los ligeros cavallos y los unos con sus espadas y los otros con sus cuchillos en las manos en llegando con fuertes golpes enpieçan una reñida batalla, soleniçada con el largo y sonoroso eco que el ruido de los poderosos golpes en el aire imprimía, en la cual estuvieron un rato y en él no estuvieron de espacio Briçartes, don Gradarte, don Fermosel y Friseleo, antes con los que se ivan pasando de su parte los de la contraria se ivan apocando. A este tienpo el valeroso griego Rugerindo dio al poderoso Mandrogedeón un golpe sobre un onbro que por no caer se abraçó al cuello del elefante; luego se endereçó el bravo jayán y dando sobre el yelmo la respuesta al griego le hiço baxar la caveça asta el arçón delantero y dándole otro le bolvió a abaxar, que ya se levantava Rugerindo pidiendo a Dios favor para contra aquel poderoso enemigo de su ley. Con esto le creció la ira y con ella dio un golpe al supervo moro que le hiço salir la sangre por la visera del yelmo y asegudándole otro sin sentido lo derrivó sobre el cuello del elefante, el cual lo apartó algo de allí. En este tienpo no era menos digna de mirar la batalla de Deifevo y Bastaraque, que viendo a su hijo de qué suerte lo tratavan encendido en ira golpeava al tesalónico príncipe, el cual, como pocos en dar fuertes golpes le hiciesen ventaja, de tal suerte usava su oficio que muchas veces sacava de sentido al jayán y no lo hacía muy a su salvo, que muy furiosos golpes recibía. Pues ver la reñida contienda que el fuerte Tirisidón con Bretonimar tenía no era menor que la de Deifevo porque anbos eran muy valientes cavalleros, y Bretonimar con su sobervia dava desmesurados golpes y el numantino príncipe quería que nadie le sobrepujase y sí con más fuerça le respondía. A esta hora que de dos pasa que la descumunal batalla era començada, ya no avía cavallero contra Grecia, de lo cual con doblada furia da el gran Mandrogedeón al nieto de Alivanto un golpe sobre su encantado yelmo que sin sentido echando sangre por las narices estuvo un rato, otro le rebuelve el supervo pagano que, si en derecho le acertara, no fuera mucho derrivallo por estar desacordado, mas resbalando el cuchillo cayó sobre el honbro y con el ruido el príncipe Rugerindo bolvió en sí y con furibunda saña apretando los dientes con el espada a dos manos amenaça un golpe al bravo idólatra que, aunque era de gran coraçón, no dexó de temer el temerario golpe que esperava y no tiniendo para más lugar alçó el escudo por favorecerse y en él dio el 48v gran golpe del poderoso griego con tanta fuerça que partiendo por medio el escudo baxó al arçón y, aunque de fino acero era, tanvién con el cuello y caveça del elefante lo hendió, de suerte que Mandrogedeón no pudiendo tenerse cayó y el

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príncipe Rugerindo apeándose lo ayudó a levantar y luego comiençan una brava batalla, en la cual tardaron otra ora. Ya estava cansado Mandrogedeón pero no tanto que dexase de dar poderosos golpes, mas el que tenía delante, que no avía más que uno que en bondad le pasase, tan fuertes golpes le dava que ya dudava mucho la batalla. A esta hora dando Deifevo un gran golpe a Bastaraque lo sacó de sentido y dándole una punta por las ancas del cavallo lo echó en el suelo que, visto por Mandrogedeón, aumentándosele la cólera dio un golpe a Rugerindo [que] le hiço poner las rodillas en tierra y llegándose a Deifevo le dio otro que por no caer le convino abraçarse al cuello del cavallo. El príncipe Rugerindo fue a él y con gran enojo le dio un golpe por la cintura que cortándole la loriga le hiço una herida, de que mucha sangre se le iva. El isleño gigante dio al hijo de Arboliano la respuesta, que manos y rodillas hincó en tierra. Levantóse el hercúleo griego y con fuertes golpes entretiene a su contrario. En esto aviéndose apeado Deifevo dava terribles golpes a Bastaraque; el fuerte Tirisidón traía a Bretonimar muy mal parado y viendo que de aquella suerte duraría más la batalla soltando las espadas se asen a braços y en aquella lucha estuvieron un rato y tanta fuerça pusieron que los cavallos de cansados arodillaron y viendo esto soltándose salen d’ellos y a pie buelven a su reñida batalla, en la cual todos seis estubieron otra ora y a ella los jayanes estavan más cansados y ya en los tres príncipes se conocía alguna mejoría, de lo cual enojado el gran Mandro-gedeón bufava, mugía y bramava como si bestia fiera fuese. El príncipe Rugerindo estava corrido porque tanto aquella batalla le durava y tiniendo deseo de acavalla dio un golpe al bravo pagano que una grande herida le hiço en un muslo. El soberbio jayán diole la respuesta que, aunque no quiso, le hiço andar dos o tres mal concertados pasos, mas asegurándose dio un golpe a su contrario que lo sacó de sentido y llegándose a él le alçó la falda de la loriga y por el vientre le metió el espada quitando la vida a uno de lo más poderosos paganos que jamás se vio. Tras esto dio Bretonimar un golpe a 49r Tirisidón que le forçó a poner una mano en el suelo, mas con quitalle la <la> caveça de un revés se pagó del agravio. El jayán Bastaraque vien[do] a sus hijos muertos no se puede conparar su ira con la de persona humana y con ella acrecentava la fuerça que en sus golpes ponía, mas el valiente Deifevo corrido porque tanto a él la batalla le durava dio con toda su fuerça un golpe a Bastaraque que anbas rodillas con el poder d’él hincó en el suelo y asegundándole otro el yelmo y la caveça hasta los ojos le partió. Acabado tan gran hecho con tan gloriosa victoria y a su salvo, con el contento que pensar se puede, subieron en sus cavallos y el príncipe Rugerindo dio livertad a todos aquellos cavalleros para que fuesen do voluntad les diese, los cuales humillando las caveças se enpeçaron a desagüarse cada uno por do le pareció. Los siete cavalleros se fueron derechos a la cidad y llegados al palacio de Mandrogedeón mandaron soltar todos los presos y allí reposaron lo poco que del día quedava y otro, y al tercero tiniendo voluntad de pasar a Clarencia se armaron y subiendo en sus cavallos llegaron donde avían dexado la nave y mand[aron] buscar otra, enbiaron por las caveças de Mandrogedeón y Bastaraque y dándolas el príncipe Rugerindo al gentil Briçartes mandó que en conpañía de don Gradarte y Friseleo se metiesen en aquella nave y que fuesen a Grecia y dixesen al emperador Rugeriano cómo ivan a Clarencia y lo más presto que pudiese enbiase alguna gente. Con esto y otras cosas que dixo, se despidieron y enbarcándose los unos toman la vía de Grecia y otros la de Clarencia, donde a cabo de nueve días llegaron y desenbarcándose enpeçaron a caminar a la cidad de Clarencia, y antes que llegasen vieron que llegava un buen exército en que avía mas de veinte mil cavalleros y cuarenta jayanes y luego entendieron ser el del temido Abacundo, donde los dexaremos.

Capítulo XXIII. De lo que sucedió al gentil Briçartes y a don Gradarte de Laura y a Friseleo de Atenas en la mar llevando la caveça de

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Mandrogedeón a la corte y cómo llegados allá dieron el recaudo y lo que más se hiço.

Aún no avía ocho días que el camino de Grecia el gentil Briçartes, don Gradarte y

Friseleo seguían cuando vieron venir derecha a su nave otra toda por de fuera y dentro cubierta de luto y en el borde venía un gigante armado de armas negras y en el escudo traía pintada la muerte. Con tanta velocidad caminava que con la que la de Briçartes iva muy presto se juntaron, y el Jayán de la Muerte preguntó si eran de Grecia o amigos del emperador Arboliano; don Gradarte respondió:

– No somos naturales de Grecia, mas perderemos la vida en 49v servicio del emperador <perderemos la uida>.

– No deseo saver más, –dixo el gigante.Y sacando un gran cuchillo dio un golpe a don Gradarte que le hiço hinca[r] anbas

rodillas en el suelo y luego bolvió otro a Friseleo que lo asentó y dando una punta a Briçartes lo desvió buen rato de adonde estava, mas luego buelben los tres cavalleros y a una le dan tales golpes que una rodilla le hicieron hincar en tierra. Levantóse el furioso gigante y dando un golpe a Friseleo en la cintura d’esotro lado lo hiço caer y bolviendo otro a don Gradarte en el honbro izquierdo tanto aquellos huesos le molió que no pudo tener el escudo y otro dio a Briçartes que las rodillas puso en el suelo. Luego los tres cavalleros enpieçan a golpear al valeroso gigante, mas él los parava tales que quisieran no aver començado aquélla. A esta ora vieron venir una galera y llegando cerca se pusieron al borde dos cavalleros de grande y extremada dispusición que atentos miravan la rigurosa batalla y a cabo de rato vieron que se adereçavan para batalla y mirando contra quién vieron venir otra galera y en ella dos cavalleros grandes y bien hechos: el uno traía en el escudo pintada la Fortuna y esotro venía armado de unas armas muy ricas y estrañas, eran todas de <de> diáphano y reluciente cristal, orladas de rica y inumerable pedrería que los colorados rubíes con las verdes esmeraldas y los açules çafiros con los morados balaxes y en estrellas de carmesí exmalte los blancos diamantes y en hojas de amarillas perlas labradas los leonados topacios hacían un tan agradable, vistoso y rico matiz que gran contento a quien lo mirava dava; en el escudo con el propio género de piedras y matiz traía pintado un rico arco; así mismo venían estos guisados de pelea y juntándose con los primeros comiençan una brava batalla, que los tres cavalleros y el Jayán de la Muerte cesaron la suya por miralla, mas poco les duró este ocio porque la[s] dos galeras se apartaron una buena pieça y, como no la pudieron ver, buelven a la suya y el gentil Briçartes estava corrido porque todos tres contra aquel poderoso gigante no se podían valer, el cual andava tan bravo y cudicioso y tan fuertes golpes dava que estonce parecía començar la batalla y en ella tardaron más de una hora, que encendiéndose los tres cavalleros en ira golpeavan terriblemente al jayán y muchas veces le hacían ahinojar, mas él dio a esta ora al gentil Briçartes un golpe que anbas rodillas y manos puso en el suelo. Levantóse el gentil gigante y [con] furibunda saña da un golpe al poderoso moro sobre el yelmo que casi lo sacó de sentido y dándole otros, cada sendos golpes, don Gradarte y Friseleo del todo lo privaron y estuvo por caer, mas presto bolvió en sí y tirando un golpe a Friseleo lo tendió sin acuerdo en el suelo de la nave; otro rebuelve el indomado gigante a don Gradarte que le hiço hincar de rodillas y dándole otro lo privó del sentido y dando una 50r punta a Briçartes le hiço andar acia atrás hasta que cayó y acabado manda que desvíen la galera y con ligereça van navegando. A cabo de un rato que el gentil Briçartes se levantó y no vido la galera de su bravo contrario gran pesar recibió y si no fuera por estorvarse mandara seguirla, mas tuvo paciencia y yendo a don Gradarte por quitarle el yelmo vio que se levantava y, visto lo que avía pasado, aunque le pesa, sufrióse y de corrido no habló palabra,

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mas fuese a Friseleo y quitándole el yelmo bolvió en sí. Y viendo lo que les avía sucedido, muy tristes prosiguen el camino que llevavan. Y a cavo de diez días llegaron y sacando sus cavallos llevando la caveça de Bastaraque, Friseleo de Atenas y la de Mandrogedeón don Gradarte y con la priesa que se dieron llegaron antes de dos oras a Constantinopla y entrando en el palacio se apearon y con mucha gente que los seguía subieron a la sala donde estava el enperador Rugeriano con el rey Vepón y el rey de Antioquía y los príncipes Brasildoro, Bransiano, Zarante y Zelipón y otros grandes señores y señalados cavalleros. Y entrando el gentil Briçartes se hincó de rodillas ante el emperador, mas él lo levantó muy alegre y él enpeçó a decir su recaudo d’esta suerte:

– Nobilísimo emperador, yo é queb[r]antado el mandado de aquel bien afortunado cavallero, príncipe y señor mío, vuestro nieto Rugerindo, porque me mandó que en su persona ante vós de rodillas entuviese y no me levantase hasta que alcançase perdón del pasado yerro que él y todos contra vuestra grandeça y mis señoras las emperatrizes cometimos en no pediros licencia y avisaros para nuestra ida, mas pues por vós lo é quebrantado será gran tuerto si vós no lo enmendáis y confiando en esto digo que en alguna reconpensa del enojo pasado recibáis este pequeño servicio que saved que, partidos de aquí, llegamos a la Ínsula de Mandrogedeón y allí príncipalmente con el ayuda de Dios y luego la del príncipe Rugerindo desbaratamos un exército de treinta mil cavalleros que contra vós se apañava y el príncipe don Gradarte que presente está y don Fermosel y yo ma<n>tamos a los jayanes Argamante, Bruslando y Brasalfor y el príncipe Deifevo al jayán Bastaraque y el fuerte Tirisidón a Bretonimar, su hijo bastardo, y mi señor Rugerindo al gran Mandrogedeón, cuya caveça con la de su padre traemos para que vuestra grandeça sepa que del enojo que le hicieron cuando a la princesa Floriana en la torre encerraron. El príncipe Rugerindo va derecho con sus conpañeros al inperio de Clarencia contra el temido Abacundo y por mí os suplica que lo más presto que pudiéredes le enbiéis alguna gente principalmente a estos esforçados señores.

Con esto el gentil Briçartes calló y el enperador maravillado de tan altas cosas y muy alegre por tener tal nieto dixo:

– Es tal el fruto, gentil cavallero, que del pasado yerro se á sacado que el propio tiene la enmienda y así, como cosa satisfecha, la perdono aunque no sé si gustarán d’ello estas señoras que, como 50v les cupo más parte del enojo, avrán menester más enmienda. Lo que Rugerindo dice, muy presto se hará.

Como uvo acabado el enperador, todos aquellos señores recibieron a los cavalleros; luego las enperatrices los enbiaron a llamar y mucho holgaron cuando supieron nuevas de sus queridos príncipes. Dentro de tres días se juntaron diez mil cavalleros y siendo capitán el rey Vepón con todos aquellos ilustres cavalleros se partieron a Clarencia y llegaron un día a ora de nona y ante la cidad vieron una batalla y los clarentinos se ivan retrayendo.

Capítulo XXIIII. Cómo el temido Abacundo rey de la Gigante[a] avino con gran exército sobre Clarencia y la guerra que travó con los clarentinos.

La historia á contado que en las justas que por el casamiento del emperador Arbo-

liano en Clarencia se hicieron, el esforçado rey Vepón mató un día al Cavallero de los Leones, llamado Baburlán, qu’era rey de la Ínsula Gigantea y después vino Horteraldo co[n] el gigante Manbocarón y los demás, que sucedió lo que oistes; aora prosigue que como en la Gigantea se supo la muerte de Horteraldo alçaron por rey a un gigante hijo de Manbocarón llamado Arlabán. Éste tuvo en una jayana llamada Armoganta un hijo

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y acaeció que le hiço traición y cuando lo supo Arlabán fue por matalla, mas Armoganta puso a su amigo tras de una puerta y cuando Arlabán muy seguro acabó de entrar el amigo le dio por detrás un golpe que le cortó la caveça. Como su muerte fue sabida, van por su hijo que Abacundo avía nonbre y, aunque no tenía más que diez años, lo alçaron por rey y, cuando fue cavallero, como supo todo lo que avía pasado juró la entera vengança y luego enpeçó a juntar gente y naves y acabó a aquella saçón y estando todo a punto enbarcó veinte mil cavalleros y cuarenta gigantes y con buen tienpo llegaron a Clarencia y pusieron cerco a la cidad, al tienpo que los príncipes Rugerindo, Deifevo, Tirisidón y don Fermosel llegavan, los cuales quisieran entrar en la cidad, mas avían de pasar por el exército y quiriendo franquear el paso todos cuatro con las espadas en las manos dando espuelas a sus cavallos entran por el exército que, como no estuviesen del todo sosegados y poco apercevidos, asuelan, atropellan, hunden, matan cuantos delante se les ponen y más se esfuerçan como tan poca resistencia hallan. Tanto el ruido, vocería y desconcierto creció que lo oyó el temido Abacundo y para ver lo que era se puso con muchos gigantes a la puerta de la tienda y mucho preció los cuatro cavalleros, mas nadie tomó armas contra ellos pensando que, aunque más hiciesen, no saldrían vivos, mas al cabo de una ora cuando los vio de esotra parte del real vivos y que avían hecho de costa más de trecientas vidas fue tanto el enojo que recibió que estuvo por matarse y más cuando vio entrar los cavalleros 51r en la cidad, donde lo[s] dexaremos. Como los cavalleros se vieron libres luego se fueron a las puertas de la cidad de Clarencia y los de dentro, como uviesen visto lo que avía pasado, las tenían aviertas, y entrando los cavalleros el príncipe Rugerindo habló al rey de Gorgia que allí estava y dándoseles a conocer fue doblada su alegría y yéndose al palacio fueron desarmados y con el regalo posible hasta otro día tenidos, en el cual acabando de comer entró en la sala un enano y preguntando por uno de los cuatro cavalleros que ayer avían venido le mostraron al príncipe Rugerindo y sin hacerle acatamiento se llegó a él y poniéndole una carta en la mano dixo:

– La respuesta, cavallero, mandaréis llevar a mi señor.A esto se salió y abriendo el príncipe la carta vio que decía d’esta manera:

Carta

El temido Abacundo, rey de la Gigantea Ínsula, al Cavallero de la Selvajina Dama, salud no más depara que sano, vista ésta, pueda tomar en el canpo de ti vengança, si te atreves. Lo cual mando a los dioses te lo concedan que d’ello resultará la gloria de mi vengança y la que después de muerto te pueden dar por aver parecido ante el temido de la Gigantea y porque esta no es para más, aunque harto para sí por ella haces lo que está escrito, acabo aguardando la respuesta en el canpo con tu espada.

Leída la carta por Rugerindo, con gran deseo de abaxar la sobervia del temido rey, pidió sus armas y en un punto se armó y subiendo en su cavallo salió al canpo y, como no vido a Abacundo, tocó un cuerno que llevava, al son del cual salió un gigante y con lerdo paso se llegó a él y asiéndolo por la rienda dixo:

– Mi señor Abacundo, afentrado y arrepentido de lo hecho por la vergüença que le será entrar en batalla con un cavallero solo, me envía a que lo quite de travajo con llevarte preso o que, si quieres aver con él batalla, que llames tus conpañeros para que juntos seáis contra él.

Con esto le travó de la rienda y quiriendo tirar del cavallo el príncipe Rugerindo muy enojado le dio un puntapié en el pecho que sumiéndole las armas en el estómago le quitó el aliento junto con la vida, lo cual tanto espantó con ello a todo el real que mirándolo tenblavan todos los d’él. Luego vino otro jayán y con ronca voz dixo:

– No te ensorvevezcas, cavallero, que sabé que no te averná commigo lo que con Braulión.

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Con esto se llegó más cerca y el valeroso Rugerindo alçando la lança con el cuento de ella dio tal encuentro al jayán que por las ancas del cavallo lo echó en el suelo. Esto hecho con temeroso ruido bolvió a sonar el cuerno que a los más del real de pavor se les alçaron los cabellos. Luego vinieron otros dos gigantes y llegándose al valeroso griego sin 51v hablarle lo comiençan a golpear, mas aquel que los poderosos golpes del gran Mandrogedeón avía sufrido no hiço caso de aquellos y así con más presteça se desenbaraçó d’ellos y, cuando uvo acabado la batalla, ya que el radiante Phevo con deseo de ver a su amada esposa avía apresurado su camino y ya escondía sus claríficos rayos dexando en las delicadas nuves inpresa la señal de la alegría que llevava, a esta ora tocando Rugerindo el cuerno se bolvió a la cidad donde fue muy bien recebido. El temido Abacundo quedó con tanto enojo que quería rebentar y con él propuso de dar otro día conbate a la cidad de Clarencia. Gran deseo tenían los príncipes Deifevo, Tirisidón y don Fermosel de provar las fuerças de los gigantes de su contrario exército y con él lo dixeron a su primo Rugerindo y contento d’ello enpeçó a escrevir una carta de desafío y quiriendo poner de cuatro llegaron dos valientes cavalleros, nietos del rey de Gorgia y hijos de los príncipes Zarante y Zelipón, llamados Floraldo y Grilando, los cuales rogaron a Rugerindo que tanvién los nonbrase a ellos y, acabada de escrevir, la dieron a un escudero para que en llegando al real la pusiese en manos del temido Abacundo y que cobrase la respuesta, y cunpliendo el escudero su mandado el temido rey la leyó que d’esta suerte decía:

El Cavallero de la Selvajina Dama y sus conpañeros con los príncipes de Gorgia, Floraldo y Grilando, al temido Abacundo. Por esta letra le avisan que tiniendo deseo de conocer la fortaleça de sus cavalleros como ya conocen su sobervia enbían a que, si quiere, ponga mañana en el canpo seis de los más valientes que en su exército son y para hacer nuestra batalla nos dé el seguro acostunbrado.

El rey muy enojado dixo al escudero:– Di a tu señor que lo que pide se hará y que tales serán los cavalleros que bien

abaxarán el orgullo que á tomado, y lo del seguro no quiero concedérselo, mas no será menester según lo poco que durarán en la batalla.

Con esta tan seca y soberbia respuesta [se fue] el escudero y explicándola al príncipe Rugerindo, aunque poco caso hiço, mandó por si algo ofreciese prevenir toda la cavallería y guardando aquella noche la cidad, otro día todos seis se armaron y subiendo en sus cavallos salieron al canpo donde a poco rato vieron venir seis poderosos gigantes sobre sus cavallos, entre los cuales avía uno que una cuarta sobre los otros era alto; al lado d’este venía otro cavallero que, aunque no era jayán, era más alto que ningún cavallero, de doblados mienbros y muy poderoso en su parecer; éste era el supervo Bravorán, hijo de Hiomedón, el mayor de todos aquellos gigantes. Y como un trecho se vieron, los unos de los otros parten con sonoroso estrépitu, que toda la tierra hacían tenblar y en medio de la carrera se encontraron Rugerindo y Bravorán, Deifevo y Hiomedón, 52r Tirisidón y Glayarte, don Fermosel y Zonorán, Floraldo y Grilando con los gigantes Larfagor y Crión, y pasando todos muy apuestos buelven las espadas en las manos a executar el enojo que llevavan. Dio el supervo Bravorán al griego príncipe Rugerindo un golpe sobre su encantado yelmo que la sangre le saltó por la boca y narices, lo cual acrecentó la furia del visnieto de Silvacio y alçándose sobre los estri[vos] le dio la respuesta, que sin acuerdo lo derrivó sobre el arçón postrero. Tanta pena recibió d’esto el gigante Hiomedón su padre que a pocos golpes que al valiente Deifevo dio de gran pesar se le cayó el cuchillo, y el valeroso tesalónico a esta saçón le dio un golpe de través del yelmo que ya cuanto se dobló acia un lado, y por el que descubierto quedava le dio una punta que la espada asta la cruz le metió, entran[do] junto la muerte. Y a cabo de media hora los valientes príncipes Tirisidón y don Fermosel dieron con los jayanes Glayarte y Zonorán muertos en tierra, a ora que el valiente Rugerindo avía sacado de acuerdo otra vez al supervo Bravorán,

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lo cual visto por el temido Abacundo con gran despecho mandó ir todo el exército contra los cavalleros, que para semejante traición tenía ya concertado. Como los cuatro esforçados príncipes y primos esto vieron, dan las espuelas a los cavallos, sin punto de pavor parten contra todo el exército y el príncipe Rugerindo que gran deseo tenía de se p[ro]var con el temido rey miró por él y vio que venía en la delantera rodeado de cuatro gigantes y conociólo en las ricas armas y en la grandeça del cuerpo y muy alegre endereçó contra él, el cual hiço lo mismo y partiendo todos a una se encontraron don Fermosel y un gigante primo del rey Abacundo y anbos pasaron adelante, y Deifevo de Tesalia y el fuerte Tirisidón encontraron a dos gigantes que los pusieron en el suelo; el príncipe Rugerindo y el temido Abacundo executaron sus encuentros tan recio en sus finos escudos que la lança del rey con ser muy gruesa se quebró en menudas astillas y la del príncipe qu’era la del gigante Hiomedón no se pudo quebrar. Cuando uvieron pasado, otro descomedido jayán llamado Crantino se fue al príncipe que aún no estava asegurado en la silla y tan fuertemente lo encontró que le hiço perder los estribos, mas no se fue alabando de su desmesura que antes que el griego los cobrase, cuando pasó por junto a él soltando la lança le dio con el puño cerrado tal golpe en la visera del yelmo que sacándolo de sentido dio con él en el suelo. Hecho esto asegurándose bien sacó la espada y con furibunda saña dava tan pesados golpes en los cavalleros del bárbaro exército que montones de muertos por rastro dexava. 52v El rey de Gorgia, que por mandado del príncipe Rugerindo todos los cavalleros, que catorce mil eran, tenía a punto por si el temido rey –como no quiso dar el seguro– algún desaguisado hiciese y, como ya lo viese cunplido, saliendo fuera de la cidad los puso en orden y la una haz de siete mil cavalleros dio a un buen cavallero llamado Leorindo y a éste mandó que luego partiese y aciéndolo así perdieron del encuentro más de dos mil las sillas. A este tienpo con el ruido bolvió en sí el supervo Bravorán y, como la travada batalla vio, fue mucho maravillado y bien pensó que avía mucho tienpo que estava sin acuerdo, de lo cual se le sigó grandísimo enojo y tomando una lança a un gigante que cabe él estava se dexó ir a Leorindo, porque lo vio derrivar dos cavalleros y tal encuentro le dio en los pechos que por las ancas del cavallo lo echó en el suelo y de allí derrivó más de treinta cavalleros y fuese al príncipe Floraldo que conbatía con Larfajor y lo encontró por un lado, que por esotro cayó en el suelo y lo propio hiço de Grilando que con Crión estava enbuelto; de allí fue a don Fermosel que estava en batalla con el temido Abacundo y, encontrándolo por las espaldas, por las orejas del cavallo vino al suelo y quebrando la lança echó mano a la espada, enpieça a derrivar de los cristianos cavalleros. El temido Abacundo tomando una lança fue contra el fuerte Tirisidón que acababa de matar un gigante y encontrólo de suerte [que] lo derrivó y luego partió contra Deifevo que entre sus cavalleros hacía mortal estrago y le dio tal golpe por un lado que lo trastornó en el suelo; y de allí contra Rugerindo, que de dos golpes avía derrivado dos de aquellos giganteos cavalleros y encontrólo por las espaldas, que todo el cuerpo cargó sobre el arçón delantero y no parando en esto entró entre los clarentinos cavalleros que más de veinte mató antes que la lança quebrase y después de quebrada echando mano a su ancho cuchillo comiença a dar tan desmesurados golpes que mesura hacía tener a los cavalleros quitándoles las caveças, porque no podían quitar gorras. El valeroso príncipe Rugerindo este día tan maravillosas cosas hiço que apenas en particular se pueden contar, pues los esforçados cavalleros que a este tienpo estavan a pie tanto en armas abían hecho que estavan cercados de montones de muertos y muy gran travajo pasavan por los golpes de los gigantes, principalmente Deifevo y Tirisidón porque eran contra ellos demás de la multitud Abacundo y Bravo. Ya los clarentinos así por ser menos que sus contrarios como por la gran furia de los gigantes y tener sus principales cavalleros desposeídos de las sillas de sus cavallos, a gran priesa començaron a perder el canpo y, visto por el rey de Gorgia, con los siete mil cavalleros que quedavan parten en orden y con tanta furia entraron por sus contrarios que no sólo no bolvieron a ganar el canpo que avían perdido más hicieron retraer algo

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a sus contrarios, mas po[co] les duró esto, que con increíble furia el bravo y supervo 53r rey Abacundo juntando consigo doce gigantes entra por el cristiano exército haciendo tan gran estrago que vez no descargavan sus cuchillos que no quitasen la vida a trece o catorce cavalleros y a veces no matavan ninguno, [pero] d’ellos huían como de su total destruición. No podían ya los clarentinos sufrir la pujança de sus contrarios y así poco a poco ivan perdiendo el canpo, lo cual visto del griego Rugerindo <e> y calentándose de la furia, por entre los bárbaros cavalleros entra derrivando cuantos con su espada alcançava, cual suele la furia de un caudaloso río que por muchos días avía que estava detenido, que con doblado ínpetu –suelta la presa– llena su raudal corriente esconbando cuanto delante se le pone. Así invicto Rugerindo discurre que haciendo ancha plaça llegó a donde don Fermosel, cercado de enemigos y de ninguno d’ellos de su parte defendido, estava muy cansado y tenía más de cuarenta muertos a sus pies y estorvavan a que no lo atropellasen. Como Rugerindo lo vido con increíble esfuerço ase de una mano a un jayán y con tanta furia que lo sacó de la silla y tomando el cavallo por la rienda lo puso ante don Fermosel y con sus duros y mortales golpes entretuvo a los que cercado lo tenían, tanto que el nieto de Arlandro tuvo lugar a subir en el cavallo y cobrando nuebo ánimo en conpañía de Rugerindo se fueron a una rueda de cavalleros donde vieron cercado al valiente Deifevo y por un rato estuvieron parados mirando los altos y estraños hechos que con la espada hacía, que bien mereció ser primo de aquel sin par cavallero que a esta saçón a la Ínsula Fuerte caminava y a cabo de una pieça el valeroso Rugerindo y don Fermosel tanto en su ayuda hicieron que a pesar de sus enemigos subió a caballo. Luego todos tres discurren haciendo tales cosas especial Rugerindo que apenas se pueden creer, y a más priesa perdían el canpo los de Clarencia, ya no bastava el esfuerço que los hechos de los tres cavalleros les podían poner porque el miedo de la furia del temido Abacundo y su compaña reinava más en ellos. Tanto lugar a los tres primos por el temor de sus furiosos golpes los bárbaros cavalleros hicieron que llegaron donde tres poderosos gigantes y más de trecientos cavalleros tenían al fuerte príncipe Tirisidón de Numancia cercado, que con soberano esfuerço se defendía y al tienpo que sus valedores llegavan derrivó un gigante y más de sesenta contrarios que derrivados tenía. Como fue visto, el tesalónico Deifevo con ligera presteça se ape[a] y poniendo a su lado y ayudándole como devía estuvo un rato hasta que el ínclito Rugerindo con su gran bondad uvo ganado un cavallo y dándolo a su primo con mucha ligereça subió en él y todos tres guardaron a que Deifevo que la subida le estorvavan cavalgase y, cuando todos cuatro estuvieron 53v sobre sus cavallos, dándoles de las espuelas fueron contra un escuadrón de cavalleros que se ivan apartando y, cuando llegaron, vieron tres cavalleros tendidos, a los cuales luego en las armas conocieron que eran los príncipes Floraldo y Grilando y el buen cavallero Leorindo. Grandísimo fue el pesar que recibieron en verlos en el suelo entendiendo que fuesen muertos, del cual pesar se les siguió una ira que a más de trecientos costó la vida. Ya la triunphante señora de la tierra en la asusencia del sol venía a copar el desocupado trono desplegando por la aérea región su estrellada cortina, y ya se ivan las nocturnas deesas ocupando de la haz de la tierra, la cual se cubría de negro luto por la ausencia de su letificador, cuando no aviendo podido los de Clarencia resistir la furia de los paganos se avían retraído a la cidad y los príncipes Rugerindo, Deifevo, Tirisidón y don Fermosel a uno se hartavan de la disminución de sus contrarios y, aunque los vieron recoger, no por eso se recogieron, antes matando y derrivando entre ellos fueron enbueltos y al ruido que avía a donde ellos estavan acudieron el temido Aba-cundo y el supervo Bravorán y deseando vengar su agravio dan sendos golpes a los príncipes Rugerindo y Deifevo, los cuales no estavan para burlas y así con mortal corage se alçan sobre los estrivos y el griego dio a Abacundo con sus vigorosos braços un golpe que sin ningún sentido lo derrivó sobre las ancas del cavallo, y lo propio hiço el tesalónico de Bravorán y viendo que ni era cordura ni esfuerço esperar más a sus enemigos y, como estuviesen algo cansados del grande y continuo travajo del pasado

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día, sin esperar la respuesta de los golpes, dando espuelas a sus cavallos, y a pesar de la paganía que estorvar lo procurava, llegaron a la puerta de la cidad, mas no quisieron entrar, antes viendo que los que los venían siguiendo se bolvían, fueron a buscar a los cavalleros que en el suelo vieron y con la poca lunbre que las estrellas davan junto con la buena diligencia, los hallaron y subiéndolos en sus cavallos los llevaron a la cidad donde fueron recebidos con gran pesar que, juntándose el de la muerte de los tres cavalleros con el que tenían de lo mal que les avía ido aquel día, era muy grande. Y llegando a palacio, pusieron los cavalleros en la sala sobre un tapete y quitándoles las armas para amortajallos con muchas lágrimas de todos, como el mal que tenían era sino de cansados y falta de acuerdo por los golpes que avían recebido, luego en quitándoles los yelmos bolvieron en sí con grande alegría de todos, especial del rey de Gorgia, su abuelo, como aquel que más lo avía sentido.

Capítulo XXV. Que trata el fin de la guerra de Clarencia y de las altas cavallerías que en la postrera batalla hiço un cavallero 54r estraño.

Veinte días estubieron los de una parte y otra sin hacer cosa señalada, salvo

algunos recuentros y escaramuças, en las cuales no se hallaron los señalados cavalleros; al cabo un día estándose pasendo el esforçado Rugerindo, el valiente Deifevo, el fuerte Tirisidón y don Fermosel de Antioquía por encima del muro de Clarencia acusando la tardança que el emperador Rugeriano avía tenido, vieron venir de lexos tres cavalleros y un jayán que llegando junto el exército enristrando sus lanças contra la multitud de los bárbaros entre ellos se enbuelven y tanto a todos con sus golpes escarmentaron que ancho camino por do quiera que pasavan les hacían y, al cabo de una hora que con su fortaleça franquearon el paso, tuvieron de esotra parte del real y con aguda presteça corrieron asta la puerta de Clarencia, la cual por mandado de Rugerindo estava abierta y entrando dentro los recién venidos se quitaron los yelmos y el contento que todos recibieron cuando fueron conocidos no se puede explicar que co[mo] sandíos de goço los tres cavalleros y el jayán abraçaron a los príncipes Rugerindo y sus conpañeros, donde pasaron muchas palabras de amor y regalo. Y sabed que eran el príncipe Brasildoro y el gentil gigante Briçartes y don Gradarte de Laura y Friseleo de Atenas, los cuales fueron con los de la cidad al palacio que bien avían menester descansar y llegados allá les fueron quitadas las armas y estando sentados en sendas sillas el príncipe Rugerindo con el deseo que el amor le hacía tener preguntó al gentil Briçartes lo que después que se partieron les avía sucedido. Él lo contó y aunque de mal se le hacía por mucha vergüença que tenía contar lo que con el valeroso Gigante de la Muerte les avía acontecido, todavía por inportunaciones lo dixo y mucho fueron admirados de su gran valerosidad y disputavan si sería más poderoso que Abacundo, mas no tenían que lidiar sobre esto que conocida estava la ventaja que, aunque el temido rey era de poderosas fuerças, el de la Muerte las tenía mayores, junto con una manera de comedimiento que las hacía más ilustres; al cabo de muchas pláticas, el príncipe Brasildoro dixo que ya el rey Vepón venía con diez mil cavalleros muy cerca, que de allí a dos días llegaría y traía consigo al valiente rey don Sacriván de Laura y a los príncipes Bransiano, Zarante y Zelipón y a don Jeruçán de la Gavia. Y las enperatrices Brenia 54v y Floriana estavan buenas y tristísimas porque el pesar que por la pérdida del emperador Arboliano tenían con la no pensada de la emperatriz Ariomena se les á doblado, porque fue así que estando todas juntas en el gran palacio vino un gran terremoto que a todos los sacó de sentido y cuando en sí bolvieron echaron menos a la hermosa emperatriz de Alemania, lo cual de todos fue sentido en estremo y mientras más van más falta le

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hace su discreta y agradable conversación y mandándola buscar no an podido hallar rastro d’ella, mas que unos cavalleros avían visto en las selvas de Grecia una baxa torre de cristal que a cada lado tiene una puerta y por de dentro aparece que están cuatro salvajes, cada uno a su puerta con sendas llaves en las manos. Mucho pesar [recibió] el príncipe Rugerindo y los demás de semejantes nuevas, y más por el pesar que su madre tendría y si[n] aquella guerra entre las manos de buena gana se partiera a buscar al enperador Arboliano, su padre, que desde que se armó cavallero en gran deseo lo tenía. En estas y otras pláticas pasaron aquel día hasta otro que el príncipe Rugerindo mandó adereçar armas y prevenirlas, curar cavallos y concertar los cavalleros porque tenía propósito de el venidero día dar la batalla y quiçá en él vendría el rey Vepón con su exército. En el real del temido Abacundo con el propio propósito que el príncipe tenía estavan muy contentos adereçando las cosas necesarias para la batalla del venidero día y, como fuesen de bestial entendimiento, pensavan que por la vengança que avían de hacer lo estavan más; sus coraçones más leales les dava aquella alegría por el proverbio que en ellos se avía de verificar y con mucho deseo los unos y los otros lo esperavan. Y venida la noche para hallarse el siguiente día con mas esfuerço, después de aver cenado, se fueron a reposar y al tienpo que la dorada Aurora con su rubicundo manto venía como destrísima maestra con soberana gracia esparciendo el subtilísimo rocío, soleniçando las aves con su gracioso canto la fiesta de tan sobenatural hecho, al cual ruido todos con el cuidado que se echaron de su sueño bolvieron y no estubieron vestidos cuando de las armas se adornaron y no ubieron acabado cuando con gran ligereça las sillas ocupan y estando <to> todos a punto salieron fuera de la cidad. Y el príncipe Rugerindo los puso en orden y no los hiço dos haces porque no eran más que diez mil y en la delantera se pusieron los famosos Rugerindo, Deifevo, Tirisidón, Fermosel, don Gradarte, Brasildoro, Briçarte, Floraldo, Grilando, Friseleo y el buen cavallero Leorindo, y no iva allí el rey de Gorgia porque no le dexaron salir. Con tanta gracia y apostura estavan los ya nonbrados 55r que doblado esfuerço en todos ponían. Ya el rutilante Phebo mostrava su dorada greña esparciendo sus luminosos rayos para hacer mas fructífera la haz de la tierra, cuando estando a punto el cristiano y bárbaro exército y los más nonbrados cavalleros de anbas partes en la faz d’ellos, adelantándose parten los unos para los otros y en medio de la carrera se encuentran el príncipe Rugerindo y el temido Abacundo, y Deifevo y Bravorán, y todos cuatro pasaron adelante, y el fuerte Tirisidón y el prín[ci]pe Brasildoro echaron dos jayanes en el suelo, y don Fermosel, el gentil Briçartes y don Gradarte con sendos jayanes, y todos pasaron los unos por los otros; y cuatro poderosos gigantes descendientes de Palante encontraron a Floraldo, Grilando, Friseleo y Leorindo, que dieron con ellos en el suelo. Acabado este encuentro parten las haces con tanto estrépitu que la tierra parecía hundirse y con tanta furia executan sus encuentros que más de seis mil perdieron las sillas y el que caía no podía tener esperança de vida porque, aunque no tuviese herida, de los pies de los cavallos recevía tantas pisadas que le quitavan el anhélitu junto con la vida. Luego se travó la pelea de tal suerte que muchos de anbas partes caían; andava el temido rey de la Gigantea con el supervo Bravorán con tal furia discurriendo de unas partes en otras haciendo tal estrago con su gran cuchillo que lástima era ver derramar tan sin raçón la cristiana sangre.

¡Ó, vengança, cruel homicida de los inocentes, porfiada carcoma de los coraçones sentidos, cruel e insaciable vestia, desasosegadora de la tranquila quietud, conmovedora de iras y rancores, sepultura de sangre humana, perseguidora del olvido! ¿Cuántos y cuán sanguinolantes odios as por tu maldita introducción levantado? ¿Cuántas vidas á costado tu porfiado interés? ¿A cuántos as querido vengar y cuán pocos vengas? ¡Cuán sin raçón levantas tumultos y belicosos aparatos, sólo para hartar tu cruel e insaciable apetito de sangre! ¿Contra cuántas tu determinada voluntad ha echo cosas enormes y feas? ¿Cuántas discordias so color de lo que se deve a la honra as incitado? ¿Cuántas por la tuya falsa justicia as

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permutado? Por cierto todo no se podría explicar, mas decir que tienes tantos y tales estremos cuales jamás se an visto. ¡Ó, honbres!, que uso de raçón tenéis y consideráis las faltas y excesos d’este determinado apetito de la vengança, ¿por qué no la guardáis en no admitirle en vuestro coraçón ni aún dar lugar a que por vuestro pensamiento pase?, que cuantas fealdades se pueden imaginar, se os pueden poner, pues permutáis la cordura en desatino en exagerar –para poder vengaros– lo que sin perjuicio de vuestras honras podéis disimular y, lo que peor es, que para levantar tan grandes alborotos no consideráis el fin de las cosas, como este Abacundo que adelante veréis en 55v lo que paró por no saver disimular.

El cual andava hasta el codo tinto en inocente sangre; por otra parte ivan el valeroso griego Rugerindo con aquella noble y esforçada conpaña puniendo tal temor a todos con sus espantosos golpes que ancha carrera por do quiera les hacían, y así anduvieron todos juntos hasta llegar donde estava[n] los cuatro cavalleros Floraldo, Grilando, Friseleo y Leorindo a pie, a punto de muerte y cercados de muchos bárbaros, mas con la ayuda de los que llegavan subieron a cavallo. Tres horas después de mediodía eran pasadas y no se conocía ninguna ventaja en ningunas de las partes porque, aunque las de la gigantea eran más, más eran esforçados los clarentinos, los cuales lo pasavan mal por donde ivan el temido Abacundo y su conpaña, lo cual visto del valeroso Rugerindo dando de espuelas a su cavallo va contra los giganteos cavalleros y entre ellos con mortal furia se rebuelve y matava cuantos delante se le ponían y tan a menudo derriva d’ellos que cosa era de maravillar y cada uno que caía hacía tanta falta que parecía aver sido torre la que en su lugar estava. Tanto con su espada hiço que llegó donde estava el temido Abacundo y en brava y rigurosa batalla con él se trava. En esto llegó a la batalla un cavallero de estremada dispusición y, como tan travada la vido, echó los ojos por todas partes para ver dónde avía más necesidad de su socorro y vio que a una parte andava el supervo Bravorán con media docena de jayanes haciendo tal mortandad que los clarentinos, aún antes que a ellos llegasen, d’ellos huían; visto por el estraño cavallero, enristrando su lança fue contra los gigantes y encontró a uno que con él dio muerto en el suelo y echando mano a la espada dio otro un golpe que el braço derecho le cortó, a otro buelve, otro por el yelmo que la caveça hendida dio con él en el suelo y a otro jayán dio por la cintura que hasta las entrañas le abrió, los otros dos que quedavan y el supervo Bravorán espantados de tan poderosos golpes lo enpeçaron a cargar de duros y muy pesados, mas el estraño y antiguo Marte con la fuerça de sus vigorosos braços dio un golpe a Bravorán que le hiço baxar la caveça asta el delantero arçón; luego bolvió otro a un gigante que lo sacó de sentido y luego se rebuelve entre los bárbaros cavalleros que ya lo avían cercado, que en poco espacio hiço menos más de cuarenta y no parando en esto su esforçado ánimo se levanta sobre los estribos y con toda su fuerça dio un golpe a Bravorán que lo sacó de sentido y, si las armas no fueran encantadas, no fuere menester más golpe para acabar la batalla. Más adelante pasó su furia que de dos golpes derrivó los dos jayanes y no parando cortadora espada entre los paganos se rebolvía haciendo tal estrago, que ya d’él huían y por aquella parte lo 56r començavan a perder el canpo, así por la furia del estraño cavallero como por faltarles la ayuda de los gigantes; tanvién no lo ganavan por donde andavan el valiente Deifevo, el fuerte Tirisidón y el príncipe Brasildoro y los demás. Pues no les iva mejor por donde el esforçado Rugerindo estava enbuelto en batalla con el temido Abacundo, a la cual llegaron cuatro jayanes y, como bieron los grandes y continuos golpes que su rey recebía, considerando que si se continuaban lo pasaría muy mal con la descortesía por los de su linage comunmente usada alçan sus cuchillos y comiençan a golpear al valeroso visnieto de Silvacio, el cual no desmayando su invicto coraçón con esfuerço de pocos igualado alça su espada y con tal furia hiere a uno d’ellos que lo derrivó en el suelo y de allí buelve a otro, que el braço con el escudo cayó en tierra y contra Abacundo levanta su furiosa espada y muy amenudo lo golpea y no se quedava sin respuesta, que muchas veces inclinava la caveza y se abraçava al cuello del cavallo.

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Pues viendo los clarentinos, aunque pocos, las altas cosas de los caudillos de su parte, tanto esfuerço tomaron que poco a poco los paganos perdían el canpo. A esta ora vinieron a todo correr de sus cavallos a la batalla tres cavalleros y un jayán y en ayuda de los clarentinos hicieron tantas cosas que los paganos, así por esto y por faltarles la ayuda y anparo del temido Abacundo, como por aver muerto el cavallero estraño al supervo Bravorán y hacer en ellos tal matança que apenas se puede decir, como gente sin caudillo ni honra al todo correr de sus cavallos enpeçaron a huir, mas escaparon de Sirtes y dieron en Caribdes, porque no un cuarto de [hora] llega el esforçado rey Vepón con su exército y como tan desconcertadamente los viese huir y por la divisa que traían conoció ser paganos, deseando vengar la tardança que avía tenido, de tal suerte él y los suyos acometieron que, aunque eran más de nueve mil, en poco espacio no quedó uno a vida, porque tanto el miedo sus villanos coraçones avía ocupado que antes que los griegos a ellos llegasen se dexavan caer de los cavallos. Y acabado el encuentro que avían hecho con gran priesa, marchan al canpo donde avía sido la batalla, donde en ella todavía estavan el esforçado Rugerindo y el temido Abacundo.

Capítulo XXVI. Cómo el príncipe Belinflor con la infanta Flordespina llegó a la Ínsula de la Peña Fuerte y la brava batalla que por ella tuvo con el espantoso Dragasmonte.

Mucho tienpo –y sin raçón– que emos olvidado al soberano y sin par príncipe

Belinflor; mas como 56v el que en semejantes cosas que esta se á puesto, está como el encunbrado pino en alto monte manifiesto a las ventosas tenpestades para ser contrariado de diversos sustos y acatándolos emos de cunplir con todos igualmente y así no á podido ser menos lo que al principio dixe. Ocho días después de la batalla que con el Gigante de la Muerte tuvo, caminó el príncipe Belinflor con la infanta Flordespina en la enlutada nave acia la Ínsula de la Peña Fuerte, al cabo de los cuales llegaron al deseado puerto antes que amaneciese y mandando el príncipe sacar su cavallo salió afuera con la infanta, y las doncellas sacaron de lo que en la nave avía y allí en la ribera comieron y aguardando a que saliese el sol estuvieron goçando de la fresca y delicada aura, producida de la naturaleça en todo gran maestra. Ya las agudas y doradas puntas de los hermosos cavellos del rubicundo titán esparcían las reliquias de la pasada noche y de las cunbres de los montes y pinpollos de los árbores largas y delgadas sonbras hacían, dando lugar a las aves que con la alegría de ver las rosadas vislunbres pronuncien sus suaves cantos, porque después, cuando con su calor las inflame, lo den al sordo de la chicharra; a este tienpo subiendo Belinflor en su cavallo con un cavallero anciano de los de infanta, despidiéndose d’ella se entró por la tierra, la cual era muy fresca y deleitosa, hasta llegar a una alta montaña toda alrededor tajada que halda ni suvida no tenía, salvo una cuesta que no podía caber más que un carro. Encima de la peña avía un castillo que por su altura parecía pequeño y por estar en tal puesto era inexpugnable. El cavallero viejo dixo a Belinflor que subiese por la cuesta, que en aquel castillo solía estar lo más del tienpo el espantoso Dragamonte. El príncipe començó a subir y a media hora llegó a un gran llano cercado de un petril de la propia peña y en medio avía un gran castillo, a la puerta del cual llamara y al ruido de la aldava se puso una ventana un villano y preguntando qué quería, dixo que quería hablar a Dragasmonte. El villano se quitó y a poco rato se asomó a la ventana un gran jayán muy moreno, tenía la frente muy salida y las sienes sumidas, los ojos tan grandes como una palma de la mano, las orejas muy grandes, las narices muy anchas y gordas y en la canal vellosas, la boca grande a maravilla, los lavios gruesos, los dientes anchos, largos y amarillos, y de la boca le

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salían dos colmillos y las pocas barvas que tenía eran muy negras y ásperas; y con ronca y enpantosa voz preguntó qué quería. El príncipe muy maravillado fue de tan disforme bestia, pero no por eso se turbó y con libre voz dixo:

– Quiero, Dragasmonte, quedándome seguro salvo de tu persona, salgas armado aquí, que vengo a responder por la infanta 57r Flordespina y espero en los dioses se executará en ti por mí la justicia que a los tales está guardada.

No se puede conparar la furia que d’esto recebió el espantoso gigante que dando un terrible baladro asió por los braços al villa[no] y con tanta fuerça tiró d’él que lo hiço dos partes y lo tiró por la ventana –de lo que el príncipe recibió grande enojo– y, como furioso estava, que quería hablar y no podía; y a los bufidos que dava acudió Griliponte, su padre, y su primo el fuerte Ansión y viéndole tan furioso, sin hablarle le traxeron las armas y en un momento se las vistieron y ya le tenían adereçado un cavallo y baxando al patio saltó en él y abriendo las puertas del castillo salió con una gruesa lança; se puso contra Belinflor, el cual ya estava a guisa de justar, y sin detenerse en palabras parten el uno para el otro, y en medio de la carrera con tanta fuerça executan por las lanças la ira de sus coraçones que, aunque gruesas, en menudas astillas las quebraron y, antes que acabasen la carrera, dando buelta en el aire a sus cavallos, las espadas en las manos, de llegada se dan sendos golpes, que las caveças hasta los pechos inclinaron; otros asegunda que Belinflor fue algún rato turbado, mas Dragasmonte baxó el cuerpo asta el arçón delantero. Después de asegurados con mortal coraje, se enpieçan a golpear y al ruido que hacían se puso en las almenas del gran castillo una noble dueña con largas tocas y estuvo mirando un rato la batalla y muy admirados de su braveça la miravan Griliponte y el fuerte Ansión. El bravo y espantoso gigante, no enseñado a sufrir tan fuertes golpes, con furibunda cólera dio al sin par príncipe un golpe sobre su rico escudo que con el gran ruido que hiço el cavallo Bucífero algo asonbrado se apartó ya cuanto, mas no le dio su valeroso señor tanta licencia que con gran presteça lo rodeó y llegando a su contrario le dio la respuesta del golpe. Sin conocerse mejoría en su reñida y golpeada batalla estuvieron una hora todos de su gran fortaleça admirados y no avía nadie que no rogara por la victoria del Cavallero del Arco, salvo Griliponte y Ansión, que para si fuese menester usar de su usada villanía estavan armados. A este tienpo dio Dragasmonte a Belinflor un golpe encima de su encantado y cristalino yelmo que, por no caer con la fuerça d’él, se abraçó al cuello del cavallo; enderéçase el ínclito y encubierto griego y excalentándosele la ira le creció la fuerça y con ella dio al espantoso pagano tal golpe sobre el yelmo que lo sacó de sentido y dándole de través un tajo por esotro lado lo derrivara si con presteça no acudiera con un revés que lo bolvió a endereçar y el cavallo con la fuerça de tres tan bravos golpes atormentado se apartó; lo cual visto de Griliponte y Ansión enristrando sus lanças van contra Belinflor que d’ellos no se guardava y de suerte por las espaldas lo encontraron que, si no se abraçara al 57v cuello del cavallo, cayera; no aguardó más el cavallero viejo que con él avía venido para que, dando de las espuelas al cavallo, como un rayo baxó llorando la cuesta abaxo y llegando donde la infanta Flordespina estava con lagrimosos solloços dixo lo que pasa; de la pena de lo cual cayó desmayada y buelta en su acuerdo començó con lágrimas a publicar lo que lo secreto de su coraçón sentía y a ello todas le ayudaron y, por si algo sucediese, se metieron en la nave. Como el príncipe Belinflor vio los contrarios que se avían multiplicado, endereçándose con doblado esfuerço alçó la espada y con su sin par fuerça dio un golpe a Griliponte que le hiço inclinar hasta el arçón delantero y asegunda otro a Ansión sobre el honbro izquierdo que con el dolor d’él no pudo más menear aquel braço y dando de espuelas al Bucífero se fue para Dragasmonte que, buelto en su acuerdo, para él bolvía y a una asientan sendos golpes sobre sus yelmos que el pagano otra vez cayó sobre la cerviz del cavallo sin acuerdo y Belinflor baxó la caveça hasta el propio lugar y, antes que se endereçase, Griliponte le dio otro que ya cuanto le turbó el sentido y al ruido d’él bolvió Dragasmonte y, como vio a Belinflor en aquel estado, aprovechándose de la

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ocasión para su villanía, con poderoso poder le dio un golpe que del todo lo sacó de sentido y llevándolo el cavallo por el canpo los tres <tres> paganos fueron tras él y como hanbrientos leones lo comiençan a golpear. El peligro en que el príncipe iva más presto lo sacó del peligroso trance porque al ruido de los golpes bolvió en sí y viéndose en aquel estado apretando los dientes y la espada dio un golpe a Ansión que lo derrivó sobre las ancas y otro le buelve a Griliponte que lo sacó de sentido y más comodamente se trava con Dragasmonte, el cual lo golpeava fortísimamente; no duró mucho en esta comunal batalla que bolviendo en sí Griliponte y Ansión buelven a travarla descomunal, y en ella estuvieron más de una hora, en la cual el savio Menodoro por estenso no cuenta las maravillosas cosas, bravos golpes y el grande esfuerço que éste sin par cavallero contra tres tan poderosos paganos, que sólo Ansión diera por buen rato, en que entenderá cualquiera buen cavallero cuán, y más con Griliponte que era más fuerte que él y ayudávales el espantoso Dragasmonte, aquel que a cuatro como ellos destruyera, el cual dio un golpe a Belinflor que quebrándole las ataduras del escudo lo echó en el suelo; no pesó d’ello al príncipe porque tomando el espada a dos manos golpeava a sus contrarios terriblemente y algunas veces recebía tales golpes que a mediodía veía estrellas. Dio el nieto de Alivanto al fuerte Ansión un golpe que sin sentido lo dexó; otro buelve a Griliponte que hiço el propio efeto y otro a Dragasmonte que les tuvo conpañía y el sin par griego estuvo un rato parado y, como no vio al viejo 58r que con él avía venido, miró a la cuesta y por ella vio venir dos cavalleros de muy ricas armas armados y parecióle querer conoscerlos en ellas, los cuales, como entraron en el gran llano y vieron los tres paganos cada uno por su parte fuera de sentido y al cavallero parado –al cual en las armas conoscieron–, fueron admirados de ver tan estraña cosa que entendían hallarlo a punto de muerte y casi atónitos estuvieron quedos asta que bolviendo en sí Dragasmonte se fue contra Belinflor, el cual con un golpe que lo hiço abraçar al cuello del cavallo lo recibió. Luego bolvieron Griliponte y Ansión y quiriendo ir contra Belinflor estorvaron su intento los cavalleros que avían venido, los cuales executando sus encuentros, las espadas en las manos, con duros y mortales golpes los detuvieron que, visto de Belinflor, con nuevo ánimo golpea a Dragasmonte, el cual, como ya avía cuatro horas que la batalla era començada y él fuese muy pesado, estava ya algo desfallecido de falta de aliento y esto puso nuevas fuerças a Belinflor y con ellas le dio un golpe que lo turbó y asegundándole otro le saltó el yelmo de la caveça y al tercero ella propia cayó; y linpiando su espada la metió en la vaina y paró a mirar la batalla de Griliponte y Ansión con los príncipes Miraphebo de Troya y Orisbeldo de Babilonia, porque la historia á contado que, partidos del Hondo Valle, se enbarcaron y con tormenta llegaron âquel puerto cerca de la encantada nave de Flordespina, donde deseando saver la causa del llanto llegaron cerca y supieron que era el peligro en que el Cavallero del Arco estava y con propósito de ayudalle sacaron sus cavallos y enpeçando a caminar llegaron al tienpo que oistes. El príncipe holgava en ver cuán vien lo hacían en la batalla, en la cual no tardaron mucho porque el valeroso troyano dando una estocada a Griliponte le metió la espada por la barriga hasta la cruz y luego cayó muerto; ya andava el fuerte Ansión muy can[sa]do de los golpes del babilónico príncipe y haciéndosele vergüença de que él t<r>ardase más que todos en vencer dio al fuerte Ansión un golpe en el yelmo que, como de los fuertes de Belinflor estuviese sentido, con poca fuerça que puso le hendió la caveça hasta los ojos. Acabada la vata-lla, los príncipes Miraphebo y Orisbeldo se abraçaron con grandísimo amor y anbos se fueron a Belinflor y el troyano le habló d’esta suerte:

– Más preciamos, valeroso cavallero, el averos ahorrado el travajo –aunque según vuestra valerosidad el vencerlos no os costara mucho– junto con el averos hallad[o] para obligarnos a serviros que, cuanto los poderosos nos pueden ofrecer y para pagar esta voluntad, os suplicamos que en vuestra conpañía nos queráis recibir.

El príncipe Belinflor que por tales palabras estava cierto de la sospecha que tenía respondió:

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– Más me 58v avéis obligado, esforçados cavalleros, con buestras corteses palabras que con la ayuda que me hicistéis y por lo primero cunpliré vuestro mandado y por lo segundo en gran manera os agradezco el tal socorro y presupuesto.

– Os suplico os quitéis el yelmo para mostrar en algo, –dixo el troyano–, el deseo que de serviros tenemos.

– Haré vuestro mandado.Con esto él y Orisbeldo que, como Belinflor los conoció, de la gran alegría

desfallecido, por poco no cayera del cavallo y estuvo un rato que no pudo hablar ni menearse, tanto que todos conocieron su turvación; a cavo de un rato llegándose junto a ellos hechó los braços al cuello de Miraphebo sin hablar palabra, de lo cual Orisbeldo maravillado se llegó a él y quítole el yelmo y, como lo conoció, el pro[p]io efeto que en el príncipe griego hiço la súbi[t]a alegría en él causó. En esto llegó la reina Florespida con los altos honbres de la ínsula y para hablarle les convino no hablarse más; después que fueron bien recebidos, se fueron al castillo, de donde enbiaron por la infanta Flordespina, mas los que fueron no hallaron la nave, de lo cual fueron maravillados, y tristes se bolvieron al castillo y lo dixeron a la reina Florespida y el pesar que d’ello recibió no se puede decir; mas el príncipe Belinflor la consoló lo más que pudo y, pasado aquel día, otro con sus conpañeros se partió con mucho pesar de todos en busca de la infanta Flordespina y baxando de la alta montaña llegaron al puerto y despidiéndose de los principales isleños que, como la muerte de Dragas-monte supieron, muy alegres por verse libres se vinieron a sujetar a la reina Florespida y ella en su servicio los recibió, los cuales bueltos al castillo, los tres príncipes se enbarcaron en la nave en que los dos avían venido y con buen tienpo enpeçaron a caminar por el ancho y tendido mar Euxino.

Capítulo XXVII. De lo que sucedió en la mar a los príncipes Belinflor, Miraphebo y Oribeldo yendo en busca de la infanta Flordespina.

Un día los tres grandes amigos ivan en el borde de su nao con el afecto a que el

amor les movía, preguntando lo que les avía acaecido y con voluntad satisfaciéndose, cuando vieron venir una galera suya y cuando más cerca estubieron miraron que al borde d’ella venían más de cinquenta cavalleros, las espadas en las manos, dando grandes boces y alaridos, de lo cual los tres príncipes no seguros poniéndose los yelmos y sacando las espadas aguardaron que las galeras se juntasen, que con presteça que caminavan muy presto lo hicieron. Los cavalleros de la 59r la contraria nave dixeron a los tres valerosos amigos que se rindiesen, mas ellos sin responderles responden con las espadas, que tres hicieron sin vida y de allí asegundan otros sin hacer caso de los que los que les davan y en poca pieça mataron más de la mitad, por lo cual los de la nave algo tímidos por los grandes golpes algún tanto afloxaron su orgullo, con lo cual dieron lugar a que los príncipes Miraphebo y Orisbeldo con gran prestança saltasen dentro y Belinflor no los pudo seguir, porque en batalla estava detenido con un valiente cavallero; así como los príncipes de Troya y Babilonia entraron en la nave, un gigante que en ella venía y parecía estar malo dixo:

– ¡Ea, cavalleros, apartá la nave que más fácil nos será vencer estos solos que juntos con aquel diablo que en batalla está con mi sobrino!

Y antes que acabase de decir esto, de un golpe que Belinflor le dio cayó muerto. Los de la nave no aguardaron más para desviarla y el viento les fue tan faborable que en breve de tienpo estuvieron gran pieça de allí y, aunque Belinflor mandó a los de la suya que la siguiesen, estuvieron tanto en bolver la proa que en tanto la perdieron de vista; pero con todo eso siguieron el camino que avía levado, donde lo dexaremos.

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Ningún pavor ni desconfiança tuvieron Miraphebo y Orisbeldo en se ver metidos en la nave de sus contrarios y verse de tantos d’ellos cercados; mas grande fue su dolor en apartarse de su querido Belinflor. Caminando ivan en la galera y abriendo camino a que ánimas fuesen a los infiernos dexando los bárvaros y desangrados cuerpos por el suelo de la nave mal conpuestos, tendidos haciendo un feo y horrible espectáculo y, al cavo de buen rato, aunque inpedidos del cansancio, se despidieron de sus contrarios –salvo de dos otros que merced les pidieron– y del jayán que por la muerte de sus cavalleros con ravioso despecho se avía echado en la mar, lo cual concluido mandaron que desenbaraçasen la nave de los muertos, que deseando los d’ella agradalles muy presto lo cunplieron y el troyano príncipe [preguntó] a uno de los cavalleros que quiénes eran y por qué los avían acometido. El cavallero respondió diciendo:

– Sabréis, señores, que nosotros somos de la nonbrada ínsula de Tinacria y en ella ay un gigante llamado Garatón, el cual de ligítimo matrimonio tiene una hija en estremo hermosa y á nonbre Gralasinda, por la cual Garatón, su padre, permitió que su coraçón consintiese una cosa tan fea y enorme que solamente el pensalla, cuanto mas decilla y quererla poner por obra, en gran manera los coraçones humanos ofende y es –lo que no es digno de oír– que 59v con vacío y deshonesto amor vino a amalla, de suerte que no lo pudo disimular y con un desvergonçado atrevimiento un día descubrió –lo que en memoria de brutos cuanto más de honbres jamás avía de tener lugar– la pasión que por ella sentía. La honesta Gralasinda de cosa tan fea y jamás oída fue tan turbada que, porque estava en pie, le convino asentarse, mas no le respondió que tal pregunta y plática no era para respuesta de palabra sino escarmentar al que atal se atreve con la obra. Del poco caso y menos gusto que de tal cosa Gralasinda hiço, fue tan airado Garatón que le tiró una silla que par de él estava, con la cual la maltrató; mas el amor tan injusto que le tenía en un momento le consumió aquella ira y, prosiguiendo en su malvado intento, otro día con más amorosas palabras tan enorme y diabólico intento le bolvió a replicar, mas la hermosa y honesta dama usando de discreción para hacer lo que pensado tenía respondió neutrales e indecisas palabras, de las cuales Garatón tomó alguna esperança y con ella se sufrió. Aquella noche la honesta Gralasinda escrivió una carta al rey Daliseo de Tinacria –muy justo y buen cavallero– diciendo que juntase toda la gente de su reino y fortificase la cidad porque le avisava de lo que con su padre Garatón avía pasado y el firme y mal propósito que tenía, y para escusarse de tal afrenta tenía determinado de irse a su cidad para que la defendiese de tal maldad y que saviendo su ida Garatón procuraría averla por fuerça y movería guerra contra él y, para que no lo cogiese desapercebido, le avisava de aquello y que en estando todo a punto le avisase que ella lo pornía por obra y que confiava en su bondad y justicia que lo cunpliría; por lo que la carta decía, el rey Daliseo se enpeçó –para cunplir de justicia a Gralasinda– con mucha voluntad a juntar gente y a hacer los pertrechos que para la venidera guerra se requieren, lo cual acabado avisó d’ello a Gralasinda y la hermosa giganta con gran contento una noche, cuando Garatón muy codicioso estava jugando con dos doncellas, se fue a la cidad donde del rey Daliseo fue muy bien recebida. Otro día Garatón, como acostunbrava, fue a ver a Gralasinda y, como no la hallase, fue mucho turbado y de una dueña supo cómo se avía ido a la cidad y con un coraje que no pudo hablar, armándose de sus armas y subiendo en su cavallo, se fue a la cidad y las puertas halló cerradas y acrecentándosele la ira tocó un cuerno y enpeçó a decir mil denuestos 60r y injurias al rey Daliseo, mas nadie le respondió y sin quitarse de allí envió por una tienda donde comió y luego se le juntaron todos sus cavalleros y a nosotros envíonos en esta nave por aquel gigante que en la mar se echó, que su primo era, para que en tan injusta guerra le ayudase.

Con esto el cavallero acabó su plática quedando los príncipes Miraphebo y Orisbeldo maravillados y, con propósito de ayudar al rey Daliseo de Tinacria, mandaron acia allá guiar la nave, donde les dexaremos.

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Capítulo XXVIII. Cómo el príncipe Belinflor aportó en el reino de Tracia y lo que allí le avino.

Cuatro días con la suya caminó Belinflor tras la galera, al cabo d’ellos con

contraria Fortuna llegó a un puerto, que de los marineros supo que era el reino de Tracia y siguiendo lo que se le ofrecía sacó el encantado cavallo Bucífero y subiendo en él se metió por una apacible floresta, por la cual anduvo todo aquel día y a la noche, quiriendo cunplir con las faltas de que naturaleça nos dotó, se apeó de su cavallo y quitándole el freno para que con la verde y crecida yerva matase a quien le aquexava y él, tiniendo el duro yelmo por cavecera, estuvo mientras venía el reposo de los cansados cuerpos considerando las grandes perfecciones de la naturaleça; veía tantas y tan deferentes maneras de árbores: unos pequeños, otros medianos, otros gruesos y altos; los unos para sustento del honbre, los otros para su servicio y abrigo, otros para su recreación y alivio, otros para hermosura y delectación de la vista; por la divina providencia criados y por la tierra producidos, por las aguas, aires y influencias de los planetas alimentados. Considerava la aérea región y su apacible serenidad tan trasparente que bien se devisavan los celestes cuerpos de los planetas, cuyos puntuales movimientos sirvían al honbre a manera de relox para lo horden de su vida; contenplava la hermosura de la luna, que a esta saçón venía con su plateada corona esparciendo sus claros y canos rayos, produciendo un fresco céfiro que las delicadas hojas de los árbores movía; la hermosura y orden de lo cual al príncipe incitava a dar gracias al criador d’ello; y la soledad en que estava le truxo a la memoria el travajo que se avía determinado a pasar, el desasosiego, hanbre, frío, priesa, poco reposo y calor a que se avía obligado, mas luego se consolava con que estava 60v mejor que en la continua conversación de la corte, cuya ociosidad incitava a ilícitas murmuraciones y la memoria como desocupada estava más apta a juzgar por vana y dañosa curiosidad la vida, trage y manera del vecino, deciendo mal de las más recojidas doncellas y aún a veces de los honbres, cuyas maneras serán mejores que las suyas; y como esto pensava, decía que mejor enpleado en aquellos travajos. En estas y otras imaginaciones estuvo hasta que los esforçados mienbros del príncipe fue venciendo un lento y suave sueño, en el cual entretenido estuvo hasta la mañana, la cual venida, se levantó y anduvo por la floresta hasta ora de nona, que oyó un ruido de gente y por ello guió su cavallo a un verde y florido prado, cubierto de agradable y fresca sonbra y en él avía muchas silla[s] donde muchos cavalleros estavan sentados, y por allí avía unos armados, los cuales se llegavan a una bóbeda toda hecha de jazmines y rosas y en ella avía <y> [u]na clara fuente y por gran maravilla sobre el agua estavan dos sillas: en la una estava sentado un cavallero, de la más linda dispusición cual jamás avía visto; tanto le agradó su gracia que desde allí le tuvo grandísimo amor, tenía vestidas unas riquísimas armas y en el escudo en canpo amarillo pintada la Fortuna; en esotra estava una muy hermosa doncella. A la entrada de la bóveda avía un arco y debaxo d’él una pequeña columna; luego vio que algunos de los armados cavalleros provaron la Aventura del Arco, mas no pudieron entrar dentro de la bóveda; luego vino un cavallero y con gran ánimo puso tanta fuerça que entró dentro, y el Cavallero de la Fortuna se levantó y dando un salto salió de la fuente y con el cavallero començó una brava batalla, mas no duró mucho que el Cavallero de la Fortuna tendió a su contrario de un golpe y, así como cayó, lo echaron fuera y el Cavallero de la Fortuna se bolvió a su silla. Todos los que sentados estavan fueron maravillados porque hasta entonces ningún cavallero avía entrado dentro de la bóveda; dos los que armados estavan provaron aquel día la Aventura del Arco de la Bóveda y algunos no entravan y otros eran vencidos del Cavallero de la Fortuna, que gran savor recibió el príncipe de

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verlos y con propósito de provar la aventura estuvo hasta la noche, que todos los cavalleros se fueron a la cibdad y venida la mañana vinieron al puesto donde el día antes avían 61r estado y luego el príncipe –que aún no avía sido visto– entró con el cavallo en el prado.

Capítulo XXIX. Cómo el príncipe Belinflor acabó la Aventura del Arco de la Bóveda.

Tanto contento la admirable gracia y dispusición del príncipe Belinflor en todos

puso, que con gran afición pusieron en él los ojos, el cual apeándose de su cava[llo] y haciendo un acatamiento a los presentes se fue hacia el arco y todos se levantaron a él y, como lo vieron tan rica y estrañamente armado y en tan lindo cavallo y tan cortés, pensaron ser de alta part[e] y así lo aconpañaron asta el arco y sin ningún inpedimento entró y el Cavallero de la Fortuna se fue a él, al cual Belinflor dixo:

– Mucho, preciado cavallero, estimara el acabar sin deserviros esta aventura, por tanto, si d’ello gustáis, podéis sin aver conmigo batalla salir fuera con esa fermosa doncella.

La respuesta que a tan comedidas palabras el cavallero dio fue un gran golpe que las rodillas le hiço hincar; mucho fue Belinflor espantado así de la descortesía como de la gran fuerça del Cavallero de la Fortuna y con gran ira se levanta y sacando la espada le dio la respuesta, y así comiençan una brava batalla, en la cual tardaron una hora, y mucho estavan todos admirados de la gran bondad del valeroso Cavallero del Arco y con la destreça que golpeava y ligereça que acudía y rebatía, al cavo el encantado Cavallero de la Fortuna dio al del Arco un golpe que buen rato estuvo sin sentido, rebuelve el sin par Belinflor un revés que acertándole con la fuerça posible a su vigoroso braço en la gola le apartó la caveça del cuerpo y desangrado cayó en el suelo, de lo cual los presentes recibieron gran dolor y más el valeroso del Arco. En esto salió de la fuente una doncella de hasta quince años, de la más estremada hermosura que jamás ninguno avía visto, tanto su divina y repentina presencia que por un rato estuvieron suspensos. La hermosísima dama viendo muerto al Cavallero de la Fortuna con tiernos y llorosos gemidos se echó sobre él y enpeçó a hacer un doloroso duelo que a gran conpasión movía; luego salió de la fuente un cavallero alto y bien hecho, de ricas armas armado y con la espada en la mano, se fue a Belinflor y por llegada le dio tan poderoso golpe que las rodillas y las manos puso en el suelo; de allí le asegunda otro que la caveça hasta el suelo le hiço baxar; grandemente fue el sin par Cavallero del Arco admirado de la singular fuerça de tan poderoso contrario y no por ello desconfiado se levanta, mas, 61v antes que se acabase de levantar, el bravo Cavallero de la Fuente le dio otro golpe que bolvió a poner las rodillas en el suelo; gran ira recibió Belinflor en se ver tratar de aquella suerte y no gustando que nadie le sobrepujase con presteça se levanta y soltando el escudo, la espada a dos manos, se va para su contrario con tan fiero denuedo que a los más esforçados hiciera temer; le da un golpe sobre el yelmo que si acertara por el crestón lo tendiera, mas fue en un lado con tanta fuerça que a un rosal de que la bóveda estava tapiçada lo arrimó y sin sentido estuvo un rato, mas no mucho que, como un león buelve, y apretando la espada en la mano le dio un poderoso golpe, al cual Belinflor dio la respuesta, por lo cual con nueva ira comiençan a golpearse. Sin conocerse mejoría en la bravísima batalla tardaron tres horas, espan[ta]dos d’ellos los presentes con grande atención, olvidados de sí mismos, la miravan y sus fieros golpes con deseo notavan, ya tenían los oídos sordos del continuo y sonoroso eco que el largo retunbar de sus pesados golpes en el opaco aire inprimía. Y pasado el ya dicho tienpo, consumiendo la ira y braveça

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que tenían, el cansancio que del asiduo travajo sintieran, con nuevo furor alentados sus duros y pesados golpes redoblavan. Otras dos horas conosciendo por estenso cada uno el singular valor del otro por sus golpes manifestado estuvieron, al cavo de las cuales alguna mejoría se mostrava de parte del valeroso del Arco, mas no tanto que muchas veces no se hiciese dudar. Otra media hora con dudoso parecer estuvieron mirando la rigurosa batalla, al cabo d’ella aquel, que Dios para mostrar en algo su gran poder de la mayor fuerça que honbre de su tienpo tuvo avía dotado, aumentando su fuerça redoblava sus golpes y llevava mejoría del bravo Cavallero de la Fuente. Cuando estavan todos suspensos para ver el deseado fin de la prolixa y rigurosa batalla, vieron venir por el aire un carro y asentado en el llano salieron d’él dos gigantes, los cuales se fueron a la bóbeda y asiendo el uno al valeroso contrario de Belinflor y el otro la hermosísima y llorosa dama, con ellos se fueron al carro y en entrando se levantó del suelo y caminando por el aire a poco rato lo perdieron de vista. Como esto vio la hermosa doncella que en la silla sobre la fuente estava, con grandísimo dolor se metió un cuchillo por el pecho y de la herida le salió mucha sangre y muerta cayó en la fuente y, así como se sumió, se tragó la tierra el descabeçado cuerpo del Cavallero de la Fortuna. Acabada semejante aventura salieron de la fuente el Cavallero de la Fortuna de la propia edad que entró y la hermosa reina 62r Elimina, la cual, como de su tío el governador Crantino y los demás fue vista, con increíble goço le fueron a besar las manos y d’ella fueron bien recebidos y así mismo hablaron al Cavallero de la Fortuna y él con mansa benignidad les habló, mas lo que anbos dixeron al Cavallero del Arco no ay para qué esplicallo, mas el savio Menodoro no se alarga más en este lugar, salvo dice que con el contento que pensar se puede fueron a la cidad de Tracia, aunque nadie savía el hecho de la reina Elimina así por qué fue encantada mas que ellos dos, por lo cual con una honesta vergüença estavan, que ni el uno ni el otro alçava los ojos a mirarse. Con gran contento como el deseo requería fueron por los tracianos recebidos y servidos aquel día honoríficamente; otro el emperador Arboliano dándole pena la larga ausencia de su corte y de su amada Floriana se quiso partir; mucho lo sintió la reina Elimina, mas por disimular lo que avía pasado disimuló su pena y así con grave y vergonçoso senblante se despidieron y, con el Cavallero del Arco aconpañado de Crantino y los demás nobles, llegaron al puerto donde avía Belinflor venido con su nave y despidiéndose el Cavallero de la Fortuna d’ellos –los dexó con gran deseo de saver quién era– y con el del Arco se enbarcó, donde anduvieron algunos días sin acaecerles cosa, mas uno vieron de lexos dos galeras: la una estava enlutada y en ella un jayán con la muerte pintada en el escudo; y en la otra avía dos dos cavalleros y un gigante que con el de la muerte estavan en batalla. Y después que ubieron notado su fortaleça contra ellos, vieron venir una gran nave y en ella dos cavalleros de estremada apostura, especial el uno, y a guisa de pelear; y juntándose anbas naves comiençan todos cuatro una rigurosa batalla, mas luego se levantó un viento que las apartó de las primeras batalladoras.

Capítulo XXX. Cómo el savio Eulogio llevó a su morada al príncipe Rosildarán de Tracia y a la hermosa Roselva y las palabras que a ellos y al príncipe Furiabel dixo y la batalla que en la mar tuvieron con el Cavallero del Arco y el Cavallero de la Fortuna y lo que más sucedió.

Avéis de saver que el maligno savio Eulogio, con el ardiente deseo que en él de

vengança avía reinado y el odio que contra los griegos tenía, sienpre andava desvelado en cómo hacerles y buscarles el mal posible. Ya el príncipe Furiabel, hijo

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del emperador Eleaçar de Oriente, era armado cavallero, cuando el príncipe Belinflor llegó al reino de Tracia y, como supiese que avía de desencantar al enperador Arbo-liano y a la reina 62v Elimina en aquel carro de do salieron los gigantes, se partió a coger el fruto para que aquel encantamento avía ordenado y llegó al punto que Belinflor andava con Rosildarán en su reñida batalla. Cuenta aora la historia que el savio Eulogio, así como en el carro tuvo a Rorsildarán y Roselva, con la presteça ya dicha, se fue hasta donde morava –que era el Temeroso Valle– y llegados allá el príncipe Furiabel recibió muy bien a Rorsildarán y, así como vido la hermosura de Roselva, fue preso de su amor y aún a la hermosa princesa la apostura y gracia del oriental príncipe Furiabel no le pareció mal; entrados todos con el savio Eulogio en un castillo que en el Temeroso Valle avía y sentados en sendas sillas junto a una fuente en un jardín, endereçando su habla a Rorsildarán dixo d’esta suerte:

– La obligación que a los buenos se deve, alto y preciado cavallero, es tanta que los que d’ellos algún contento an de recebir junto con la dicha en ninguna manera se les puede pagar, pero muy cortas serían si en algo no lo procurasen mostrar y esto é hecho con vós. Y por esto os é traído aquí. Saved que vós sois hijo del Cavallero de la Fortuna, a quien con grande aleve mató el Cavallero del Arco y sus armas las trae agora el emperador Arboliano porque en la muerte de vuestro padre consintió. Y es tanto lo que os devo y tendré que dever que deseando vengança de tan gran agravio como se os á hecho os truxe aquí, para que andéis en conpañía d’este esforçado cavallero y más a buestro gusto os venguéis.

Con esto el savio Eulogio dio fin a sus falsas raçones senbrando con ellas un injusto rencor en el coraçón de Rorsildarán, el cual el falso deseo que de su servicio el savio mostrava con corteses palabras le agradeció y de nuebo bolvió a abraçar y ofrecerse a Furiabel. Aquel día pasaron con mucho contento salvo de Roselva que gran pena la ausencia de sus padres le dava; asta otro que el savio Eulogio con los príncipes Furiabel y Rosildarán en el carro que avían venido se fueron a una ribera donde estava adereçada una nave con gente de servicio y todo lo necesario, en la cual despidiéndose del savio los príncipes entraron y con buen tienpo començaron a caminar y por alta mar anduvieron algunos días, al cavo d’ellos vieron de lexos una nave, en la cual venían el Cavallero de la Fortuna y el del Arco que, como Rorsildarán los vio, conociéndolos él y su conpañero para batalla se adereçaron. Luego se juntaron las naves y Rorsildarán se travó en batalla con el Cavallero de la Fortuna y Furiabel con el del Arco, la cual por un espacio tan reñida que el Gigante de la Muerte y el gentil Briçartes, don Gradarte y Friseleo que ya os acordaréis 63r que ya la historia l’á apuntado cesaron de la suya por miralla, mas presto se levantó el viento bóreas que gran pieça las apartó de allí, pero no por eso cesaron su rigurosa batalla. Dio el Cavallero de la Fortuna a Rorsildarán un golpe que por la fuerça d’él hincó una rodilla en el suelo; el traciano príncipe dio la respuesta a su engendrador con una punta que le desvió del borde de la nao y con gran ligereça saltó dentro y de nuevo comiença a golpear a su contrario, el cual, como no de menor coraçón que él fuese, le dava la respuesta. A este tienpo el valeroso Cavallero del Arco dio a Furiabel un golpe que lo sacó de sentido y por ello tuvo lugar a saltar en la galera, mas el oriental cavallero al entrar le dio un golpe que una rodilla hincó en el suelo; levántase el ínclito griego, con un sin par esfuerço comiença a golpear a su contrario, mas tal lo paravan a él que fue muy admirado y ninguna batalla en tanto estrecho si no fuera la de Rorsildarán. El savio Menodoro que en procurar todo servicio a los griegos se desvelava supo esta brava batalla que estos cuatro valerosísimos cavalleros tenían, pareciéndole que, si la de Rorsildarán y el Cavallero de la Fortuna llegava al cabo, sería muy dañoso e injusto el sufrillo, levantó una gran tenpestad que en gran peligro anbas naves se vieron, mas [los] corajosos cavalleros no hicieron caso d’ella ni cesaron de su batalla. Tanto creció que ya los marineros con mucha turbación començaro[n] a descargar la nave de la ropa y inpedimentos; con tal travajo aún no avían dexado la batalla antes con más furor dio Belinflor a Furiabel un terrible golpe que lo sacó de sentido y, como la nave

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con peligrosa priesa a una parte y a otra ayudándole las olas, ladeándose el oriental príncipe no se pudo tener y así cayó. Entonces el valeroso griego advirtió el peligro de la furiosa tormenta y que no era tienpo de se detener en la batalla y vio el peligro en que estava, si en la nave –por ser gruesa y pesada– quedava, por lo cual asió un batel y echándolo en el agua saltó en él y con tanta velocidad sin enbargo de la tormenta enpeçó a caminar que el príncipe fue maravillado. Aún en este tienpo el valeroso Cavallero de la Fortuna y Rorsildarán no avían cesado, mas ya, cuando algo cansados estavan, al ruido y voces de la tribulada gente de la nao advirtieron y miraron cómo la nave se partía por medio y no tiniendo lugar de otra cosa, cada cual se puso a la parte de la nave que más segura le pareció, la cual se abrió y cada media fue por su parte y sucedió una maravilla y es que, como los cavalleros cada uno con su media nave se apartó, cesó la tormenta y començaron a caminar sin ayuda de marineros con tan segura velocidad que, tanto de la súbita alegría en verse libres de tan peligroso y conocido travajo cuanto por ver 63v cosa tan estraña, por un rato no pudieron hablar. Muchos días algunos d’ellos caminaron, al cavo d’ellos cada uno aportó a su parte como adelante diremos.

Capítulo XXXI. Cómo el príncipe Belinflor llegó al reino de Albania y lo que allí le sucedió y cómo después con el príncipe don Tridante se partió a la Selva de la Muerte.

Muchos días caminó Belinflor en su encantado batel por el saver de Menodoro

de lo necesario proveído y uno, cuando la hermosa y rubicunda mensagera del dorado titán, ahuyentandora de las nocturnas deesas, venía con su alegría alegrando los mortales, el encantado batel llegó a una ribera, en la cual saltó el príncipe y a pie començó a caminar y, cuanto ubo andando una legua, vido de lexos un castillo y muy alegre se fue para él y vido ante un petril que la entrada tenía muy angosta y sin advertir Belinflor entró por él y allegó al castillo y oyó gritos y voces de regucijo, que gente en las ventanas y almenas dava, diciéndole: «¡Alegría del reino de Albania!». Muy maravillado Belinflor estuvo esperando que le abriesen la puerta y no tardó mucho en hacerse y por ella salieron muchos cavalleros y entre ellos uno que parecía aver estado malo y no por eso se dexava de parecer su buena gracia; todos al Cavallero del Arco se humillaron y él hiço lo propio y el cavallero que señor era se apeó de su cavallo y poniéndose al lado de Belinflor con gran cortesía le dixo que entrase en el castillo. Y después de dentro, en el patio se sentaron en dos sillas y el cavallero dixo:

– Estaréis maravillado, sin par cavallero, de lo que avéis visto y, para que entendáis que mayor honra se os deve, saved que yo soy don Tridante, príncipe d’este reino de Albania, que de enterísimo y verdadero amor amo a la hermosa infanta Clelia y ella con no menor al mío correspondía y, para señal d’esta tan verdadera fee que nos teníamos, avemos acabado muchas aventuras de leales amadores, con lo cual el uno del otro vivíamos contentos y satisfechos, goçando cada momento de mil favores, discretas y agradables niñerías que el vero amor entre nós movía; pues la Fortuna inquieta tuvo por bien para hacerme mal que Ardaxán el Encantador, que más valiera que naturaleça no lo uviera criado según es maligno y dañoso, de cuyos perversos males todo este reino está lleno, quiso sólo por hacer mal, porque en esto se exercita y según esta mala costunbre acostunbra y usa, la tiene y apermutada en naturaleça, encantó a la hermosa infanta Clelia en la Selva de la Muerte, con cuya ausencia en mí muy cruel la á executado y por tal arte esta allí que no puede ser libre sino por mano del 64r mejor cavallero del mundo y para que yo lo conociese hiço este petril que no puede entrar por él ni á podido sino el mejor cavallero que ay y, pues vós, señor, avéis

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entrado, vós sois el que la Aventura de la Selva de la Muerte avéis de acabar, la cual, si la vista de la infanta Clelia tarda, muy presto verná sobre mí.

El príncipe Belinflor quedó admirado de tal aventura y dixo:– Consolaos, príncipe don Tridante, que, aunque la condición de la aventura para

mí, como no sea tal cual buestra bondad publica, sea dificultos[a], por buestro servicio y el de la infanta Clelia haré todo lo posible.

El cual don Tridante dixo:– No creáis, señor, que, si no fuésedes tal, vós [no] pudiésedes entrar por el petril

y, como aquel que por él me á de venir toda alegría, quiero enpeçar a serviros, lo cual toda mi vida proseguiré.

El príncipe se lo agradeció y aquel día estuvo allí con mucho contento; el otro el príncipe don Tridante y Belinflor desarmados se salieron del castillo a pasear sobre sus cavallos y hablando en lo que más placer les dava llegaron a una floresta, por la cual anduvieron un rato y oyeron ruido de batalla y gritos de doncellas y, cuando los cavallos llegaron a un llano donde dos cavalleros armados de ricas armas se estavan peleando y una doncella llorando procurava estorvar su batalla, mas no por eso le hablavan ni dexavan de golpearse, de lo cual mucho la doncella se acuitava y aviendo los prín[cipes] duelo d’ella, se llegaron y preguntándole la causa de la batalla de los cavalleros ella respondió:

– Sabréis, señores, que estos dos cavalleros son los mayores amigos que en gran parte del mundo se pueden hallar y llámanse Orestes y Pílades, que así como Dios los quiso semejar en los nonbres a aquellos antiguos y nonbrados, así los semejó en el amor; y la causa por donde tanto amor se tienen que un día el padre de Orestes libró a la madre de Pílades de dos cavalleros que la querían forçar y estava preñada y dixo que no la llevase a su castillo porque a traición lo avían unos ladrones cavalleros salteado, y por esto la truxo al suyo; por ser muger de su amigo la regaló y tanto amor tomó la madre de Orestes a la de Pílades que no consintió que de su castillo saliese y así allí parieron anbas a aquellos dos cavalleros y con el amor se criaron juntos y con el que de sus padres heredaron á sido tanto el suyo que un día entero en su vida no an pasado ni an podido pasar sin verse. [Os he] querido decir todo esto para que veáis la fuerça del encantamento y la maldad de quien mal lo usa; pues sucedió abrá ocho días que se apartó Pílades, en el cual camino me libró de tres cavalleros que me querían forçar y traíame al castillo de su amigo Orestes porque soy su prima, el cual con deseo de ver a Pílades avía salido d’él y oy a ora de sexta nos encontramos aquí y el contento que de verse recibieron lo dexo a la discreta 64v consideración de los oyentes, mas que estando aquí no hartándose de hablar pasó Ardaxán el Encantador, que Dios por particular plaga por nuestros pecados a este reino á querido enbiar, y agradándole yo pidióme para dormir conmigo, lo cual de los amigos le fue negado y él sacó un papel del pecho, derramó unos polvos sobre ellos diciendo: «¡Para que os acordéis de Ardaxán!», y luego los cavalleros se levantaron y echando mano a las espadas comiençan una rigurosa batalla, en la cual a más de una hora que están y no an bastado ruegos míos para que la dexen.

Con esto calló y gran ira fue la que Belinflor recibió de la gran maldad de Ardaxán el Encantador y aviendo mancilla de los cavalleros se llegó a ellos y sacando la espada, como conociese la virtud d’ella, la puso sobre los cavalleros y luego bolvieron en sí y cesaron su batalla y por amor de la doncella dieron las gracias a Belinflor, y él y don Tridante prosiguieron su camino y al pie de un árbol hallaron un cavallero que se quexava y preguntándole la causa dixo que estando allí asentado avía pasado Ardaxán el Encantador y que le dixo: «¡Por Dios, que para ser cavallero andante tenéis mucho reposo y, pues tan amigo sois d’él, yo haré que lo tengáis más de lo que quisiéredes!», y que le tocó con el espada que llevava y que más no se pudo levantar y avía quince días que estava allí. D’esto Belinflor por una parte le dio gana de reír y por otra tomó grande enojo y tocando con su espada al cavallero luego se levantó, y ellos pasaron adelante y en un gran llano vieron un cavallero en su cavallo parado y

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que le daría de las espuelas al cavallo y no lo podía menear; viendo esto don Tridante dixo: «¡Dios no me ayude si aquel no es otro enbuste de Ardaxán!», y riendo d’ello se fueron al cavallero y Belinflor le dixo que por qué en tal tienpo y con la furia del sol estava allí parado, pudiendo estar en la floresta a la sonbra. Como esto oyó el cavallero, dixo con gran risa:

– Sabréis, señor, que estávamos en la floresta yo y otro mi conpañero y dos doncellas, y yo apartéme un poco y ellos diéronse a bailar y pasó Ardaxán y no sé qué enbuste hiço y, como lo vi, vine tras él y alcancélo aquí y pedíle batalla y él dixo qu’enorabuena, pero que me costaría caro el ser tan agudo y diome un golpe que no me é podido menear desde esta mañana.

Belinflor con una risa que no podía alçar la espada le dio con ella y luego el cavallero se meneó y todos tres se fueron a la floresta donde junto a una fuente vieron a gran priesa bailar dos doncellas y un cavallero y la una, como él estava armado y no podía andar tan ligero como ellas, le decía: «¡Ó, Jesús!, y ¡qué floxo diablo es que topamos, que otro fuera que nos diera 65r era ánimo para bailar más apriesa!». La otra le decía de lerdo y maníaco y que se quitara las armas, mas el cavallero quería parar y no podía. Tanto contento recivieron Belinflor y don Tridante que más de una hora estuvieron mirando el baile, al cabo Belinflor los tocó con su espada y cesaron. De allí siendo ya tarde se bolvieron al castillo donde aquella noche estubieron con gran contento pensando lo que les avía acaecido aquel día; y otro venido el griego se armó de sus ricas y hermosas armas y con don Tridante de Albania y algunos cavalleros se partió a la Selva de la Muerte.

Capítulo XXXII. Cómo el príncipe Belinflor entró en la Selva de la Muerte por librar a la infanta Clelia y lo que más hiço.

Llegados Belinflor y don Tridante y los demás a la Selva de la Muerte, cuya

entrada era una puerta grande y muy negra y en ella pintadas muchas muertes, y apeándose el encubierto griego se fue a la puerta y tanta fuerça puso que la abrió y enpeçó a andar por un ancho callejón todo de peña taxado y por él vio venir un gigante tan alto que apenas se le devisava la caveça. Mucho fue admirado Belinflor de ver cosa tan desemejada y con el espada en la mano se fue para él y comiençan una brava batalla. Y Belinflor aunque a este tienpo tenía siete pies y medio de alto no le llegava a la cintura y así no le podía herir sino junto a las rodillas. Descomunal batalla tenía el valeroso griego con el espantoso gigante, el cual con una maça tan grande como a su grandeça requería lo hería y dice el savio Menodoro que, como el gigante fuese tan alto, no podía baxarse tanto para herir al príncipe, por lo cual con gran ira soltó la maça y sacó una guadaña, el cavo d’ella tan grande y grueso como un pino y con ella a su contento dava al príncipe, el cual deseando dar fin a la batalla, con el espada a dos manos, dio tal golpe al desemejado gigante en un muslo que todo lo cortó a cercén y el gran jayán dio en el suelo, y tan gran ruido al caer hiço que mayor no lo hiciera un monte, y Belinflor pasó adelante y el callejón vino a parar al pie de una pequeña montaña, en la cual el Cavallero del Arco subió y vido que a esotra parte caía a una selva y que era toda tajada y otra entrada no avía sino era saltando, mas estava tan alto que era gran desatino saltar. Toda la montaña anduvo el griego, mas no halló por dónde baxar y bolviéndose al callejón vido que no avía otra salida, de lo cual muy congoxado bolvió a subir y poniéndose al canto de la peña consideró que no avía otra entrada y le convenía acabar aquella aventura por estar en posesión del mejor cavallero y la gran deshonra que le sería bolver atrás, y esta postrera imaginación le puso tales espuelas que, aún no lo avía acabado de concebir, cuando se

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dexó caer y a cabo 65v de buen rato cayó de pies en el suelo y miró la peña y tan alta estava que del cielo al profundo le pareció aver saltado y levantándose començó a andar por la selva, la cual era muy espesa y poblada de árboles, cuyas hojas eran pardas y los troncos negros y la yerva del suelo era amarilla y parda, senbrado de calaveras y huesos, que desagradable cosa de ver. A cada parte que Belinflor bolvía los ojos veía negros y altos sepulcros, encima de los cuales estava la figura de la Muerte; así mismo veía muchos gigantes feos y desemejados, vestidos de amarillo y otros de negro, con crueles cuchillos degollando muchas doncellas; oíase en la triste selva un sordo ruido que más temor de su deseperada vista y estancia acrecentava. Veía el griego –con la poca luz que el alegre cielo con el poco dominio que en aquel triste lugar tenía dava– bolverse las degolladas doncellas en feos y disformes cadáveres. Por tan espantoso lugar Belinflor caminó aconpañado de una soledad que más despacible aquel lugar hacía, mas luego se vido en gran travajo porque començó a correr un viento tan enfadoso y ahilado que el spíritu del príncipe anihilava y, mientras más andava, más le fallecía; ya pensava que no tenía una hora de vida cuando llegó a un trono de cinco gradas en alto; sobre él estava la hermosa infanta Clelia y par d’ella una desemejada Muerte que una flecha le tenía travesada el pecho y tal figura la linda Clelia tenía que verdaderamente entendió Belinflor que estava muerta. Por las gradas del trono avía muchas muertes que, como llegó cerca, todas enpeçaron a tirarle flechas, mas él no hiço caso d’ellas y así començó a subir las gradas del trono y llegando a lo alto asió la flecha que en el pecho de Clelia estava hincada y luego bolvió en sí y muy espantada de verse así, y allí preguntó a Belinflor que dónde estava y quién la avía apartado de don Tridante; el griego le dixo todo lo que avía sabido, por lo cual la hermosa infanta Clelia le dio las gracias de averla desencantado y con esto baxaron del trono y començaron a caminar por la selva y mucho la dama fue espantada de la estrañeça de los árboles y gran pavor avía de estar allí y por eso se dava más priesa a andar, hasta que llegaron a la peña de do el príncipe avía saltado y mucho se acuitó la infanta por ver que no avía salidas, mas acordándose Belinflor de la virtud de su espada la sacó y con ella tocó la peña y luego fue abierta y entrando por ella, cuanto ubieron andado un rato, oyeron un gran ruido y advirtiendo vieron que la peña se bolvía a cerrar con tanto ínpeto que Belinflor no tuvo lugar para hacer más que abrir los braços y como otro Hércules tenerla y estar parado.

– ¡O, grande –dice el savio Menodoro– e increíble fuerça de cavallero! ¡Ó, cómo en ti resplandece el divino poder, pues lo tuvo para darlo al que resistió el del infierno! ¡Ó, cuán digno griego eres más que todos de alabança, pues con tu ínclito coraçón y 66r

sobrada fuerça tuviste la peña que con ayuda de todo el infierno con inpetuosa furia se bolvía a juntar!

En tanto la infanta Clelia pasó al callejón y, como el príncipe la vido fuera de <de> peligro, echó mano a su espada, pero uviérale costado la vida porque en tanto que quitó las manos para sacarla la peña se cerró y le apretó tanto que le molió los huesos, mas sacando su rica espada puso a lo largo por el pecho y, como tocase el pomo de la espa[da] una parte de la peña y la punta a la otra, no se pudo cerrar y así fácilmente salió cerrándose la peña. Y con la infanta Clelia anduvo por el callejón hasta salir por la negra puerta y llegar donde avía dexado a don Tridante, mas no halló a él, mas que a su gente muy triste y preguntando Belinflor por su señor respondieron llorando que Ardaxán el Encantador lo avía llevado a su morada. Con un desmayo que la infanta Clelia tuvo, conocieron lo que la pérdida de don Tridante avía sentido, mas Belinflor –buelta en sí– la consoló y con mucho enojo que de Ardaxán llevava tomaron la vía del castillo y en un camino vieron dos doncellas que de risa no se podían tener en los palafrenes y llegándose a ellas les preguntaron la causa; la una dixo:

– ¿No véis aquellos tres cavallleros correr?– Sí, –dixo Belinflor.La doncella dixo:

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– Pues, saved que avemos tanto sabor de vellos que desde esta mañana los estamos mirando. Mirá con la afición que corren, con la priesa que dan d’espuelas, con el descuido que los unos de los otros van, y tanto es que dos veces los emos visto chocar; ya no pueden resollar los cavallos y con la ligereça que les dan buelta que parece que todo su descanso y fin es el correr. ¡Por Dios, que no sé de quién an aprendido a ser tan agudos!

Mucho Belinflor y su conpaña <fueron admirados> quedaron admirados de semejante cosa y poniendo el griego las espuelas, imaginando lo que podría ser, sacando la espada corrió tras uno tanto que lo alcançó y dándole con el espada luego cayó en el suelo y apeándose le quitó el yelmo y el cavallero estava tan cansado que apenas podía echar el resuello y, cuanto uvo descansado, Belinflor le preguntó que por qué se dava tanto a correr. El cavallero dixo:

– ¡Ay, señor, que no era en mi mano!, mas sabréis que yo y aquellos cavalleros que corriendo están éramos criados de Ardaxán el Encantador y lo avíamos servido muy vien y ayer por la mañana no sé que nos mandó y, aunque lo hecimos, no fue tan presto como él quería y así díxonos que para servir éramos floxos y que él nos haría agudos para ensayarnos a cuando nos mandasen, y nos hiço suvir en aquestos cavallos y desde ayer no emos podido hacer más que correr y no teníamos pensamiento de parar.

Mucho sintió Belinflor las maldades de Ardaxán y, con propósito de buscarlo para quitarle la vida, preguntó al cavallero dónde vivía; él dixo:

– Vive en el Valle de las Cinco Cuevas, donde tiene grandes males hechos, mas no lo hallaréis jamás en él, mas anda por todo aquel reino de Albania haciendo muchos muchos males.

El cavallero se levantó y Belinflor subió en su cavallo 66v y fue a esotros cavalleros que todavía estavan corriendo y tocándolos con su espada luego cesaron y él se fue a la infanta Clelia y dixo la causa de aquella aventura y después de reída se fueron al castillo y en la puerta hallaron una doncella muy tiernamente llorando y preguntándole la causa de su llanto ella dixo ser el mayor dolor y maldad del mundo; como esto oyó Belinflor dixo a la infanta:

– Señora, vuestra merced se quede en este castillo que ya no puedo sufrir a Ardaxán y no se acuite que yo haré todo lo posible hasta <hasta> perder la vida por hallar a don Tridante.

– Dios vaya con vós, –dixo la infanta Clelia–, y os dé gracia para acabar lo que dexistes y yo deseo.

Con esto se entró en el castillo y Belinflor con la llorosa doncella se fue a una floresta donde debaxo un árbol vido un cavallero de buena gracia que parecía estar muerto y una honrada biuda sobre él hacía gran duelo y, como vido a Belinflor, dixo:

– ¡Por Dios, cavallero, que seáis en vengar tan gran maldad! Saved que yo soy una desdichada dueña llamada Altida y éste que aquí yace es mi hijo y llámase Melián el Querido y dícenle Querido porque a cuantos conoce y su noble condición tratan obliga a amarle y yo lo quiero tanto que no lo sabré encarecer, porque, cuando su padre murió, que era duque, quedó de tres años y con él mi triste biudez é pasado. Y abrá un mes que salió de su estado para andar todo este reino y yo con su ausencia é estado muy triste y para solaçarme salí a esta floresta donde lo encontré y el contento que con él recebí no se puede decir, mas que estando en el mayor de mi vida pasó por aquí un cavallero de unas armas amarillas y preguntando a esta mi doncella quién éramos se lo dixo, a lo cual el malvado cavallero respondió: «Porque no tengáis ese placer cunplido, yo os lo mataré», y echóle un papel encima y quedó de la forma que véis.

Y como esto dixo, enpeçó a llorar sobre Melián. El príncipe uvo muy gran lástima y sacando la espada con ella tocó a Melián el Querido y luego bolvió en sí. Con grandísima alegría la dueña Artida y su hijo les dieron las gracias y Melián dixo a Belinflor cómo Ardaxan tenía en el Valle de las Cinco Cuevas a un hermano suyo, llamado Clovindo, y que aún esto no lo savía su madre Artida, porque él le avía dicho

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sienpre que andava por el mu[n]do y que, como era muy valiente, lo tenía creído. No aguardó más Belinflor que despidiéndose de Artida y Melián que a sus ruegos no quiso descansarse entró por la floresta.

Capítulo XXXII. Cómo el príncipe Belinflor por amor de Melián el Querido fue en busca de Ardaxán y lo que le sucedió y cómo después lo halló y lo que con él le avino.

Partido Belinflor de Melián y Artida, tanto andó por la floresta que llegó a un río,

sobre el cual avía una puente 67r y a los petriles d’ella avía muchas sillas y en ellas muchos cavalleros degollados y al cabo estava una tienda y en ella muchas doncellas muertas y una mesa puesta y a ella sentados un cavallero y una dama y de los platos salían unas culebras que por todo el cuerpo de los señores se estendían y enroscavan, de lo cual davan dolorosos gritos. Belinflor se llegó a la mesa y cogió un papel que en ella avía y abriéndolo vio que decía así:

Yo Ardaxán el Encantador, viniendo por esta floresta, cansado de remediar males y aquexado de hanbre, sed y calor llegué aquí y como a los cavalleros de la puente vi en tanto sosiego por mi arte a buena ley los degollé y llegándome a la tienda los señores d’ella no fueron para conbidarme, por lo cual los puse en el tal travajo el cual tendrá el remedio muy dificultoso, que es la entrada en el Valle de las Cinco Cuevas.

Grandemente fue enojado el griego de la maldad y desvergüença de Ardaxán y sin detenerse en nada subió en su cavallo y pasando la puente, con deseo que de hallar a Ardaxán tenía, anduvo cuatro leguas y al cavo se halló al pie de un castillo, en el cual oyó voces y ruido de armas y entrando por la puerta vio en el patio más de veinte cavalleros que con gran gana golpeavan a cuatro que los maltratavan. Belinflor preguntó a un escudero la causa de la batalla y muy turbado le respondió:

– Ayuda a los treinta cavalleros y después sabréis lo que preguntáis.Con esto Belinflor enristrando su lança fue contra uno de los cuatro y tal golpe le

dio que lo echó en el suelo; esotros tres con sendas maças vinieron contra él, le mataron el cavallo, mas luego el valeroso griego salió d’él y con el espada los enpieça a golpear, mas tales golpes con las maças recebía que muchas veces ahinojava, mas con esfuerço les dava mucho en qué entender y, aunque demonios eran y asentían sus golpes, por lo cual davan tantos y tan espantosos aullidos que gran pavor ponían, mas no espantándose Belinflor dio a otro un golpe que lo tendió en el suelo y por ello esotros dos esalando por las viseras su ignífero resuello con nueva furia lo golpean. Los cavalleros del castillo no lo ayudavan tanto por estar cansados como por miedo que hasta entonces no entendieron sino que eran cavalleros. Gran pena dava el fuego al príncipe con los terribles golpes de los infernales cavalleros, mas tiniendo gana de descansar tanta priesa les dio que anbos tuvieron a los primeros conpañía y yéndose para uno le quitó el yelmo, mas no vido nada más que las armas huecas, de lo que fue maravillado y acabó de entender ser demonios; luego vinieron los cavalleros y dándole las gracias del socorro le dixeron subiera a descansar. Él, que en todo aquel día no avía comido, subió y después de sentado preguntó que qué avía sido aquello y uno dixo:

– Señor, sabréis que nosotros somos vasallos del duque Melián el Querido y estamos muy tristes por su ausencia y esta mañana vino aquí Ardaxán el 67v

Encantador y díxonos que le diésemos este castillo para encantar a don Tridante de Albania y a Clovindo, hermano del duque Melián; nosotros pensando en ello acer

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traición no quisimos, por lo cual truxo aquellos cuatro diablos para que nos quitaran la vida.

Aquel día quedó Belinflor en el castillo y otro por la mañana después de aver comido se armó de sus armas y despidiéndose de los del castillo salió d’él y començó a andar; y a ora de tercia algo lexos en un camino vido dos cavalleros, el uno con unas armas amarillas, y un rato estuvieron juntos, que Belinflor por ser lexos no determinó lo que hacían, mas vido qu’el cavallero amarillo se fue el camino abaxo y esotro quedó tendido. Luego el griego dio de espuelas a su cavallo y fue tras él, mas primero anduvo más de dos leguas que lo alcançase, mas, cuando estuvo cerca, le dio voces, a las cuales el cavallero bolvió y Belinflor lo encontró tan recio que lo echó en el suelo y apeándose de su cavallo fue sobre él y quitándole el yelmo sacó la espada para cortarle la caveça, mas el cavallero le dixo:

– ¡Ay, por Dios, aved merced de mí y decidme por qué me matáis!Belinflor dixo:– Si eres tú el malvado Ardaxán, ¿por qué me preguntas eso?El cavallero cobrando ánimo dixo:– Alegraos, cavallero, que creo que me avéis de dar gracias. Sabed que yo soy

Clovindo, que por cierta ventura me libré del traidor Ardaxán y, como la mayor fuerça que poseé por arte, sin armas lo maté y lo dexé allí adelante en un camino; y yo me voy con los suyos por tropheo a mi hermano Melián, para que sea alegre.

El príncipe lo creyó y le dixo:– Pues así es, a los dioses merced, que avéis quitado tan mal vestia del mundo. Y

levantaos y decidme dónde está don Tridante.El cavallero se levantó y anbos subieron en sus cavallos y el fingido Clovindo sacó

una manopla y poniéndola en el caveçal del cavallo dixo:– ¡Ó, cómo os costará más travajo del que pensáis la muerte de Ardaxán!Y con esto dio de las espuelas y con tanta velocidad corrió que antes que Belinflor

anduviese cuatro pasos lo perdió de vista, pero con todo eso lo siguió.

Capítulo XXXIIII. Cómo corriendo Belinflor tras de Ardaxán el Encantador llegó al Valle de las Cinco Cuevas, donde libró a don Tridante de Albania y a Clovindo.

Corriendo Belinflor tras Ardaxán, que por las postreras palabras lo conoció, muy

corrido por se ver burlado, andudo todo aquel día y, ya que el sol se quería poner, lo vido en un pequeño montecillo<s>, mas antes que a él llegase lo vio baxar por esotro lado. Mucha falta este día hiço al príncipe su famoso Bucífero y aún el que le avía dado don Tridante que, como oistes, los infernales cavalleros en el castillo le mata[ra]n, mas, aunque el que traía estava muy cansado, con todo le dio tanta priesa que subió al monte y en lo alto se tendió en el suelo, de lo cual fue el príncipe 68r muy triste y saliendo d’él a pie bolbió a baxar por el monte, en lo cual gastó lo que del día quedava y parte de la noche, con la luz de la clarísima Diana que más conpuesta y hermosa salía que cuando fue a ver a su querido Endimión, mas sintiéndose a esta hora muy cansado, cogiendo algunas silvestres frutas, las comió, que con el savor d’ellas a tal saçón comidas no echó menos los ricos y sabrosos manjares que en el Deleitoso Bosque comía. No tardó mucho en dormirse y no despertó hasta que la centinela de las aves, diciendo ser hora, a sus cantos las movía y levantándose el príncipe baxó a pie lo que del monte quedava y a la entrada de un valle vio un jayán que, cavallero en su cavallo, la lança en la mano, para él se venía. Nada se le dio a Belinflor, antes de un golpe le cortó la lança y de otro la caveça del cavallo, por lo cual

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el jayán enpeçó a pie una batalla, en la cual tardaron un rato, ma[s] a cabo el griego le dio un golpe que muerto lo echó en el suelo y en la parte que cayó se abrió una boca de una cueva y imaginando Belinflor que aquel sería el valle de Ardaxán, por lo cual sin detenerse entró y a cabo de una pieça salió a un llano, en el cual vido una gran vestia que era un cocodrilo más largo que una lança y tenía ocho pies de ancho y los cuatros suyos eran muy grandes y gruesos, la boca sería tal que bien cabría en ella un cavallero y estava armado de duras y muy gruesas conchas de color verdes y pardas, la cola sería de dos braças y muy gruesa tenía las uñas de un codo y así mismo los dientes, el cual con estraña fuerça que no siento que tal cosa coraçón humano aver pudiese sufrir, mas aquel que entre todos estremado era sufría las horribles e insufribles cosas. El fiero cocodrilo se vino para él; Belinflor le dio un golpe con su acostunbrada fuerça que le hiço baxar la caveça hasta el suelo, mas no le hiço herida. El animal se tendió en el suelo y alçando su desemejada y grande cola, con la cual tiró un golpe al príncipe, el cual se apartó un poco y dio en el suelo tan recio que en un rato no cesó el tenblor que hiço. El príncipe se fue para él y le dio otro golpe con su espada, mas las duras conchas no pudo pasar. Otra vez buelve la fiera bestia a alçar la cola. Belinflor estava tan cerca que no pudo desviarse, mas alçó el escudo por recebir el golpe, el cual fue tan recio que juntándole al yelmo lo privó de sentido y estuvo por caer. Con gran liger[ez]a el cocodrilo bolvió a alçarla y con ella dio al Cavallero del Arco por la cintura que, como del pasado no estava aún buelto en sí, lo derrivó en el suelo, mas luego el encubierto griego se levantó y con el espada començó a golpear al animal y con presteça no vista hurtava el cuerpo a sus temerarios golpes. Bien –como el cavallero no podía herirlo– tardaron en la batalla ora y media, por lo cual ya el animal estava cansado y viendo el poco efeto que de aquella suerte podía hacer se levantó en dos pies y fuese para su valeroso contrario que, como lo vido, con el espada de punta lo aguardó. Venía tan 68v furioso el cocodrilo que no advirtiendo se lançó el espada hasta la cruz por su desemejada y grande boca pero, como la tenía muy larga y la espada no fuese tanto, no le hiço herida. Mas, como la sintió en su boca, començóla a mascar que cierto, si otra fuera, la hiciera pedaços y, como no la podía quebrar, rebolvíala a una parte y a otra y algunas veces se hería, con lo cual aumentava su iracunda furia. Gran pena tuvo Belinflor por su rica espada pensando que la quebraría y no quiso aguardar a verlo puesto por la obra y así se abraçó con el cocodrilo, el cual le echó sus bellosos braços por el cuerpo y poniendo cada uno toda su fuerça en una peligrosa lucha entuvieron buen rato. El griego haciéndosele tarde para pasar adelante con tanta fuerça apretó al bestial cocodrilo por la garganta que poco a poco le iva quitando el resuello, por lo cual abrió la boca y le salió el pomo de la espada y asiéndola Belinflor lo bolvió a meter por la boca del animal y el braço hasta el cobdo que llegó a la garganta, donde le hiço una mortal herida, mas la fiera guarda del castillo de Ardaxán con la ravia de la muerte tanto apretó los dientes que el braço del príncipe mucho lastimó y, si las armas no fueran tales, se lo cortara; y tanta fuerça puso que le salió por la boca un golpe de sangre que todas las cristalinas armas de Belinflor vañó y, aunque se vio en tal estado, no dexó de apretar con sus braços al príncipe, el cual sacó la espada que toda de la brutal sangre estava be[r]meja y se la metió por un ojo y por entre las conchas salió por el colodrillo, con lo cual perdió toda su fuerça y cayó en el suelo, donde dando espantables bramidos acabó la vida y el príncipe quedó algo cansado y principalmente le aquexava el dolor del braço, pero con todo eso anduvo por aquel llano hasta que llegó a otra cueva, en la cual entró Belinflor y enpeçó a baxar por una escura cuesta hasta salir a otro llano, donde vido un pavoroso animal y era una salamandria poco menor que el cocodrilo y por su gran boca echava muy espesas llamas de fuego, con cuyo enfadoso calor todas las yervas del prado estavan agostadas y el aire en ignífero vapor convertido. Gran pena dio a Belinflor el averse de conbatir con tan desemejado animal, sólo por el fastidio que el fuego le causaría, mas pensando que en pensar esto avía hecho una gran flaqueça enbraça<n> con enojo de sí mismo el escudo y enpuñando su espada con apresurados

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pasos y más apresurado coraçón a la salamandria se dexa ir, la cual con fiero aspecto y lerdos pasos se mueve y abriendo su boca tal fuego por ella exala que gran pena causó al príncipe su calor, mas llegándose cerca le tiró una cuadrilla que una oreja le echó en el suelo y no la 69r á dado, cuando medroso del fuego se apartó, mas con estraña ligereça lo siguió la salamandria y juntándose con él le echó sus braços por los honbros. El griego príncipe viéndose tan vecino al fuego pensó ser ahogado por estar cara con cara con el animal, por lo cual se hincó de rodillas y por estar más baxo no le dava tanto fuego y allí se abraçó por la barriga del ignífero animal y tanta fuerça puso que lo derrivó y, como junto a él se vido, para defenderse del fuego no tuvo otro remedio sino taparse la boca con el escudo y allí lo acabara de matar si no fuera por la gran fuerça con que lo tenía abraçado, que no lo dexava menear y así no se podía aprovechar de la espada; pero por no estar ocioso muy amenudo dava con su puño armado grandes golpes en el pescueço. Gran pena dava a la salamandria el ver tapada su boca y que no podía resollar y que, si mucho estava de aquella suerte, rebentaría por ello; quitó los braços con que asido tenía al Cavallero del Arco y con ellos asió el escudo con tanta fuerça que quebrando las enlaçaduras de la mano de Belinflor lo sacó, el cual, como suelto se vido, se levantó y enpuñando su espada quiso herir a la salamandria, mas ella, así como en pie vido a Belinflor, soltando el escudo se levantó y, como guiada de persona infernal, se bolvió a abraçar con el valeroso cavallero, el cual sacando el braço derecho lo sacó y con el espada de punta lo entró con tanta fuerça por la barriga de su brutal contrario; y esto hiço dos o tres veces hasta que perdiendo su furor junto con la vida cayó en el suelo quedando el griego mas caloroso que cansado, por lo cual a gran priesa se començó a desarmar y sentándose un rato estuvo hasta que descansó y las armas se enfriaron y bolviéndose a armar anduvo por el prado hasta entrar por la tercera cueva, por donde baxó un rato y luego salió a otro prado donde vido otra guarda no menos fiera, espantosa y brava. Era del grandor de un elefante, armada de duras conchas, los pies tenía tan gruesos como unas colunnas y una boca muy grande con agudos y crecidos dientes y en las narices tenía un largo cuerno y sendos en la caveça, la cola tenía a manera de sierpe. Este animal lo llaman rinocero, el cual, así como vido a Belinflor, con estraña ligereça corriendo vino contra él y tanta era que no tuvo lugar de guardarse y así lo encontró tan recio con su cuerno en el escudo que de espaldas lo echó en el suelo y, antes que se levantase, buelve sobre él y le enpeçó a dar muchas coces y golpes con la cola y manos. En gran travajo se vido el Cavallero del Arco y tomando el escudo lo tiró con tanta fuerça al rinocero que acertándole en la frente algún tanto lo desatinó, por lo cual tuvo lugar de levantarse y enpuñando la espada lo començó a golpear, mas todos los golpes no le acertava porque se desviava para encontrarlo y él las más veces huía el cuerpo, porque savía cuán mal le iría con sus golpes. 69v No pudo el griego y encubierto príncipe guardarse tanto que otra vez con su agudo cuerno no lo encontrase y fue tan recio que le hiço dar tres o cuatro bueltas alrededor, mas después de sosegado tal golpe con su cortadora espada le dio que todas las duras conchas de una quixada le echó en el suelo y, aunque la herida no era peligrosa, le salía mucha sangre, por lo cual se acrecentó su diabólica furia e irracional furor y abriendo la boca se llegó al valeroso Cavallero del Arco y sin poderlo resistir abraçándose con él tomó entre sus agudos dientes el izquierdo braço y enpeçó a executar su cólera mascándole. Como Belinflor se vido tan cerca y en tanto peligro su braço, alçando el espada con el pomo d’ella començó a darle en las quixadas y frente muy pesados golpes, tanto que algunas veces le desatinava y quebrava las conchas, por lo cual el rinocero más apretava el braço y sintiéndose d’ello el Cavallero del Arco le dio un terrible golpe en el colodrillo que algún tanto abrió la boca y él sacó el braço quedándole gran dolor y arrimándolo al pecho alçó el <es> espada y con los filos d’ella començó a golpear a su contrario, el cual dando espantosos bramidos se apartó y buelve a usar su ofensiva arma del cuerno. Belinflor se apartó y al pasar le dio tal golpe que con los hocicos besó el suelo, mas con mucha ligereça buelve para encontrarlo, mas él hiço lo propio y, tan en tanto

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que el rinocero acabava su carrera, lo mejor que pudo se abaxó por el escudo y con el izquierdo braço lo juntó. Él tiniendo propósito de firme espera el encuentro del rinocero y tiniendo la espada de punta echó el pie derecho atrás y el izquierdo lo afirmó en tierra y aguardó al animal, que corriendo como un rayo y haciendo tanto ruido como un trueno contra él venía, y con grande furia executó su encuentro, mas tan firme el soberano griego estava que no sólo no lo meneó, mas, como si una peña encontrara, con la fuerça que levava bolvió dos o tres pasos atrás y fuera muerto si el espada el príncipe la tuviera más alta, pero, como estava baxa, no le hiço sino una pequeña herida entre las piernas. Otra vez con doblada furia bolvía cuando alçando Belinflor el espada con toda su fuerça le tiró un revés y acertó por la quixada que estava sin conchas y, como no halló mucha defensa, tan dulcemente cortó que todos anbos hocicos echó en el suelo. Con el dolor del golpe y herida dio un terrible y mal pronunciado bramido. Belinflor le dio otro con semejante fuerça por entre las orejas que, como estuviesen ya las duras conchas sentidas, hasta los ojos hendió la caveça, cayendo muerto uno de los bravos animales que jamás se vieron; y no quedó el soberano griego poco cansado, por lo cual se quitó el yelmo y sentado estuvo mirando al rinocero pareciéndole muy estraña bestia y por la victoria estava tan alegre 70r que casi no sentía el dolor del braço; y no descansó mucho porque su coraçón aviendo enpeçado algún hecho no sufría la ociosidad y así se levantó y enlaçándose el yelmo començó a andar por el prado y sintiéndose mejor del braço se dio tanta priesa que llegó a la cuarta cueva y por la cuesta –que todas eran abaxo– baxó hasta salir a otro prado, en el cual vido un sagitario. Tenía seis braças de alto y muy corpulento, armado el medio y giganteo cuerpo de dobladas ojas de acero, y el otro medio y brutal de duras conchas; tenía un gran cuchillo ceñido y en las manos un arco y tres flechas que, como vido a Belinflor, con gran presteça lo arma y apuntándole dispara una flecha. El griego se desvió y la flecha dio en el suelo con tanta furia que toda se escondió. No uvo executado el golpe cuando otra con doblada furia y más tiento tirada vino sobre Belinflor y acertándole en la visera se hiço pedaços, pero algún tanto con el gran golpe fue turbado y tras esta vino otra, que le acertó en el propio lugar y del todo lo sacó de sentido, y viéndolo así el sagitario echando mano al cuchillo vino para el príncipe, que muy turbado estava, y tal golpe le dio en el yelmo que le hiço poner anbas rodillas y manos en el suelo y, antes que se levantase, le dio otro en las espaldas, de que mucho se sintió el príncipe, el cual con vergüença de se ver así tratar, muy presto se levantó y, como aquel que no quería para sí lo peor, arranca su victoriosa espada y con ella comiença a golpear al sagitario, lo cual muy fieramente lo propio hacía. Dio el sagitario un golpe al encubierto visnieto de Silvacio en el yelmo que quebrándole los correones le saltó de la caveça. Grande fue la alegría del sagitario pensando estar ya de su parte la victoria y alçando el cuchillo descarga otro golpe, mas Belinflor, que no por el peligro se turbó, alçó el escudo para recibirlo y fue con tanta fuerça que, como el braço de la batalla pasada estuviese lastimado, lo atormentó mucho pero no por eso el ínclito griego desfalleció, que alçando la espada le dio por un lado tal golpe que pasando los dulces filos de su cortadora espada las dobladas hojas le hiço una gran llaga. Con gran recato –por el peligro en que estava– andava el Cavallero del Arco hurtando el cuerpo a los golpes del sagitario y con tanta fuerça los suyos dava que cada vez hacía una herida, por lo cual el sagitario no poco andava furioso y bravo. Ya avía una hora que la descomunal batalla era començada, cuando el sagitario con el cuchillo a dos manos dio tal golpe a Belinflor sobre el escudo que juntándoselo con la caveça le hiço en ella una mala herida y, tanto fue turbado, que puso una mano en el suelo. Grande enojo recibió Belinflor en se ver herido y levantando, haciendo una temeraria valentía a que la ira le incitava, soltó el escudo y con el espada a dos manos aguarda un golpe que el sagitario le tirava y hurtando el cuerpo dio en bago y tirando 70v él un revés le acertó por la cintura con tan puxante fuerça que el bestial cuerpo abierto hasta las entrañas cayó muerto. Y el príncipe dando gracias a sus dioses por la victoria sacó un lençuelo con que se apretó

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la herida y poniéndose el yelmo y tomando su escudo pasó adelante, hasta llegar a la puerta de la quinta cueva, en la cual vido un cavallero de buen parecer, armado de todas armas que con la espada en la mano le defendió la entrada. El príncipe enpuñando su espada començó una golpeada contienda. Muy amenudo dava el Cavallero de la Cueva pesados golpes y con gran ligereça hurtava el cuerpo a los del príncipe, por lo cual dava muestra de ser buen cavallero y Belinflor preciara mucho acabarla sin peligro de su contrario y así en sus golpes se moderava mucho, lo cual conocido del cavallero, soltando la espada, dixo:

– Valeroso cavallero, hacé todo vuestro poder contra mí y no me afrentéis d’esa suerte, que catad que no querré hacer batalla.

– Eso es lo que yo pretendo, –dixo Belinflor–, el no aver con vós batalla; por tanto, dadme libre la entrada.

– Eso no puedo hacer, –dixo el Cavallero de la Cueva–, porque el que aquí me puso no fue más de para guardar esta cueva y gran tuerto haría si con daros entrada mi palaba falsease y, si contra vuestra mesura yerro, perdonadme y prosigamos nuestra batalla.

Mucho pesó a Belinflor el no poder escusarse y tiniendo deseo de conocello por no maltratallo con la espada de llano y viendo que ya se cansava el cavallero le dio un golpe que sin sentido lo echó en el suelo y quitándole el yelmo, como le dio el aire, luego bolvió en sí y como asonbrado mirava al príncipe, el cual le preguntó quién era y el cavallero dixo:

– Yo soy Clovindo, hermano del duque Melián el Querido y ruégoos, cavallero, me digáis dónde estoy y quién me apartó d’él.

Belinflor lo levantó y le dixo lo que preguntado le avía y él le dio las gracias por lo que havía hecho por su madre Artida y quedándose en el prado el príncipe entró por la cueva hasta salir a un gran llano todo cercado de altísima y taxada peña, cuyas cunbres estavan pobladas de árbores, en medio d’ella avía un grande y bien labrado castillo, ante cuya puerta estava un espantoso dragón, el cual batiendo sus alas, haciendo con ellas un sonoroso estrépitu, se vino para Belinflor po[r] cogerlo entre sus desemejados braços, mas él le hurtó el cuerpo y al pasar le dio tal cuchillada en una ala que cuanto alcançó echó en el suelo. No por eso dexó de bolver bolando y con tanta furia que no acertó a coger al príncipe, mas con el pecho le dio tal golpe por detrás del yelmo que, como la caveça tubiese muy sentida de la llaga que tenía, tanto dolor le causó y tanto lo turbó que de [hin]ojos caía en el suelo, donde estuvo un rato, mas luego se levantó con el espada, dio tal golpe en esotra ala al dragón que a cercén se la cortó, el cual viéndose tan 71r malherido se llegó a su malhechor y cogiéndolo con sus uñas por los honbro[s] lo apretó tanto que dio un grito por el dolor del braço izquierdo; con sus agudos dientes cogió la caveça del príncipe y començó a apretarla, de lo cual recebía increíble dolor porque cada vez que meneava los dientes tanto lo sentía, como estava herido, que le parecía caer un monte sobre él y pensando que, si mucho durava, perdería la vida, tirando afuera el braço derecho con el espada de punta lo levantó y la metió por debaxo de la barva con tanta fuerça que la punta salió por las narices y abriendo la boca –que la lengua atravesada tenía– para echar la espada, el griego tuvo lugar de sacar la caveça y sacando la espada la bolvió a meter por debaxo un braço, con lo cual afloxó un poco y el príncipe se desasió y tirándole un revés le cortó la caveça. Luego salió del castillo un cavallero muy ricamente armado, el cual yéndose contra Belinflor dixo:

– ¡Ó, cavallero!, y ¿cómo as sido tan atrevido que no acatando mi vengança as muerto la guarda de mi castillo?

Con esto sin aguardar repuesta le dio un golpe sobre el yelmo que la caveça baxó hasta el pecho y asegundándole otro le hiço poner una rodilla en el suelo. Muy enojado se levantó el ínclito cavallero y con su estremada fuerça comiença a golpear a su contrario, el cual de muy fuertes golpes amenudo lo cargava y con mucha ligereça hurtava y, si anbos sin conocerse mejoría mantuvieron buen rato el canpo y

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haciéndosele ya tarde, el Cavallero del Castillo dio un golpe a Belinflor que anbas rodillas hincó en el suelo, mas luego llevó tal respuesta que sin sentido cayó en el suelo y yendo el príncipe le quitó el yelmo y conoció que era don Tridante de Albania, de lo cual en gran manera pesó a Belinflor, así por la batalla que con él avía avido como por el estado en que estava; mas, así como le dio el aire, bolvió en sí y, como en las cristalinas armas conoció al cavallero, con gran alegría se levantó y echándole los braços al cuello le dixo:

– ¡Ó, sin par cavallero, sí avéis salido de la Selva de la Muerte donde está la infanta Clelia, mi señora! Más creo que el veros es sueño, ¿cómo estoy armado y la espada en la mano? Decidme, por Dios, ¿dónde estoy?

El príncipe le dixo:– Señor don Tridante, sosegaos y saved que yo entré en la Selva de la Muerte y

libré a la infanta Clelia y bolviéndome con ella a donde os avía dexado no os hallé y me dixeron vuestros cavalleros que Ardaxán os avía llevado; no savían dónde, por lo cual me partí en buestra busca y dexé a la infanta Clelia en buestro castillo con mucha tristeça por buestra ausencia. Y vós estáis aora en el Valle de las Cinco Cuevas en poder de Ardaxán y por sus encantamentos avéis avido conmigo batalla, de lo cual me pesa mucho y suplícoos me perdonéis.

Don Tridante muy maravillado dixo:– ¡Ó, cuánto os devo, valeroso cavallero! ¿Con qué podré yo pagar tanto como por

mí avéis hecho? Mas dexado esto aparte, que es materia muy difícil de satisfacer, os ruego vamos a ver a la infanta Clelia.

– Todo, –respondió Belinflor– se hará como 71v deseáis, mas vamos primero al castillo.

Con esto se fueron a él y en medio del patio vieron una alta colunna y al pie d’ella un cavallero con armas amarillas que yéndose para Belinflor, la espada en la mano, dixo:

– ¡Ó, cómo te será más caro Ardaxán que cuantas vestias as vencido!Con esto le dio un tan gran golpe, mas Belinflor le respondió muy ásperamente y

así comiençan una batalla, pero no tardaron mucho porque el griego dio al cavallero tal golpe que dio con él en el suelo y quitándole el yelmo dixo:

– Aquí acabarás, traidor, tus maldades y traiciones, y cesarán tus engaños y enbustes.

Y diciendo esto le cortó la caveça y oyó una gran risa y mirando por los corredores no vieron nada y otra vez bolvieron a oírla y alçando los ojos vieron sobre la colunna a Ardaxán el Encantador, que era él quien se avía reído, de lo cual don Tridante lo aconpañó en la risa, mas Belinflor fue tanto enojado que ciego de cólera se fue a la columna y tal golpe le dio que la partió y la media quedó en pie y la otra media con Ardaxán cayó en el suelo y del golpe se quebró una pierna, que no lo pudo valer quien lo avía subido; y del dolor dava muy grandes gritos y llegándose Belinflor aviendo duelo d’él no lo quiso matar, mas híçole que jurase de no hacer más mal y jurándolo fue llevado por sus cavalleros a un lecho, donde fue curado y quitándose Belinflor el yelmo subió a lo alto del castillo, donde se echó en un rico lecho, donde fue curado de la herida de la caveça y del dolor del braço y de allí a un rato vino Clovindo y besando las manos a don Tridante estuvo allí hasta que el Cavallero del Arco, que así lo llamavan, estuvo sano, donde le dexaremos.

Capítulo XXXV. Cómo el Cavallero de la Fortuna en su media galera aportó en tierra y lo qué les sucedió y como se partía al inperio de Clarencia y lo que allí hiço.

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Tres días en su media galera por maravillosa arte guiada, caminó el soberano

emperador Arboliano y al cuarto con la velocidad que llevava aportó en tierra que no conoció y sacando un cavallo subió en él y començó a caminar hasta que llegó a un río, sobre el cual avía una bien labrada puente y en ella muchos cavalleros que estavan mirando a uno que justava, armado de armas leonadas, con unos leones amarillos que estavan despedaçando unos coraçones y hacíalo tan bien que el enperador ubo savor de vello, que en poco espacio derrivó mas de diez cavalleros y ya no tenía con quién justar, por lo cual el Cavallero de la Fortuna se llegó más y, como todos 72r lo vieron tan apuesto y gentil, en él pusieron los ojos y estando parado vino a él una doncella y saludándolo cortésmente dixo:

– El duque Artarax de Ubitenberga os manda que con él justéis, so pena de covarde y que, si os coxe, os arrastrará a la cola de un rocín. Perdonadme, señor cavallero, que así me mandaron que lo dixera.

– Señora doncella, –dixo el emperador–, vós avéis hecho bien en cunplir el mandado, pero quien os lo mandó ha hecho como ruín y villano en decir las descomedidas palabras y que no quiero cumplir mandado de tan descortés cavallero.

Como esto dixo, picó al cavallo y fuese paso a paso por donde avía venido, y la doncella dio la respuesta a Antarax, de lo cual fue mucho enoj[ad]o y viendo que el cavallero se iva le enbió un escudero, el cual dixo al Cavallero de la Fortuna:

– El duque de Ubitenberga por mí os manda decir que sepáis que no son galgos para venir tras vós, pues os queréis escapar como liebre, que váis y que justéis con él, que mejor bolando de la silla os estará ser páxaro. Esto es, señor, lo que el descomedido Artarax me mandó decir y yo os digo que, si en vós ay tanto comedimiento y valentía como apostura, que hagáis todo vuestro poder en quitarle la vida, que en ello desharéis un gran tuerto que después lo sabréis.

Como esto oyó el emperador, sin hablar palabra buelve su cavallo y vase derecho a la puente y puesto en el un cabo d’ella, a guisa de justar, estubo esperando a que el descomedido Artarax se adereçase y, cuando estuvo a punto, parten el uno contra el otro con tanta furia que toda la puente hacían tenblar y en medio d’ella se encontraron, de suer[te] que, las lanças en menudas pieças quebradas, se juntaron de los cuerpos de los cavallos, escudos y yelmos que el emperador fue algún tanto turbado, mas presto sin desdén acabó su carrera y el duque de Ubitenberga se halló en el suelo. Y muy corrido, la espada en la mano, pidió batalla; el emperador –por lo que el escudero le avía dicho– se apeó y echando mano a su espada se fue para el duque que buen cavallero era y comiençan una golpeada rencilla, en la cual estuvieron media hora y todos estavan admirados de la gran bondad del Cavallero de la Fortuna y muy tristes porque ya veían que el duque Artarax llevava lo peor, por lo cual las doncellas de una tienda que a una parte estavan eran muy alegres. A esta ora ya Artarax no dava golpe ni procurava ofender sino defenderse de los poderosos del griego y antiguo Marte, que deseando acabar la batalla dio al duque tal golpe por la garganta que la caveça le echó en el suelo, tiniéndole conpañía el descabeçado y muerto cuerpo. Luego en la puente se levantó un gran alboroto, los cavalleros tomando armas y los escuderos y doncellas de gran alegría. Antes que el valeroso emperador pudiese subir en su cavallo lo cercaron más de treinta cavalleros y enpeçaron a cargar de duros golpes, mas que el que las guardas de la princesa Floriana pavor no le avían puesto el semejante peligro no se 72v lo puso, antes con mucho esfuerço se rebuelve entre ellos, que en poco espacio se hiço temer porque meneando con presteça su cortadora espada en media hora hiço quince cavalleros menos, por lo cual los otros con más temor y recato se llegavan a él. En esto un cavallero subió en un cavallo y al todo correr d’él salió de la puente e imaginando el enperador lo que podría ser se dio tanta priesa en matar y herir que no le quedaron

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más que dos y esos le pidieron merced. En esto llegó a él una conpaña de doncellas y una entre ellas muy hermosa y bien vestida, la cual le dixo:

– Esforçado cavallero, la brevedad del tiempo nos fuerça a dexar de hacer la obligación que de daros las gracias tenemos, mas vamos a lugar seguro que aqueste no lo es y allí hos diré toda mi hacienda.

El emperador dixo que él avía venido en una media galera y que se fuesen a ella porque allí estarían muy seguras. No aguardaron más que cada una como más podía andar se fue a la marina y éntranse sin temor por el agua has[ta] llegar a la galera. El enperador venía tras ellas y ya, cuando llegava cerca de la mar, vio [ve]nir un escuadrón de más de cincuenta cavalleros y esperó y ya, cuando uno que delante venía llegava cerca, le tiró una lança que avía tomado con tanta fuerça que acertándole en el pecho lo derrivó en el suelo y picando al cavallo se entró en la media galera, la cual con la propia velocidad que avía venido partió del puerto quedando en él los cavalleros con grande enojo. El enperador se apeó de su cavallo, el cual la gente de servicio tomó y fuese para aquella hermosa doncella, la cual con mucha alegría lo recibió y sentándose en sendas sillas, muy maravillada la señora de la hermosura del emperador que, en su grave rostro, parecía ser de veinte y ocho años dixo:

– Valiente y comedido cavallero, saved que yo soy Clarisela, duquesa de Austria, y el duque Artarax de Ubitenberga se enamoró de mí y fue tanto que á tres años que me anda persiguiendo y yo xamás é consentido en dalle un pequeño favor, por lo cual á pasado muy grandes angustias y acaeció abrá un mes me libró de un peligro, con lo cual me obligó algún tanto, mas no para inclinarme a cosa de casarme con él, mas pedíle un don y él otorgómelo, y fue que guardase aquella puente cuatro meses sin perder la silla y que en perdiéndola perdería mi gracia. Hice esto a fin de, con buen título, evadirme de sus inportunaciones, pensando que en todo este tienpo no faltaría cavallero que lo derrivase y á sido Nuestro Señor servido de aportaros en esta tierra donde me avéis sacado de una gran tribulación y pues ya me veo fuera del peligro en que la gente del duque me pondría, mucho quisiera ir al inperio de Grecia con la emperatriz Ariomena.

El emperador dixo que se haría como ella deseava. Con buen tienpo caminaron veinte y dos días y al postrero la media 73r galera aportó en tierra y el emperador conoció que era el inperio de Clarencia y oyendo el ruido de la canpal batalla que avía, dexando a la duquesa Crarisela en la nave, en su cavallo salió a tierra y llegó a la hora que ya oístes, donde hiço tantas cosas como dignas de su valerosa persona y, como vido a sus enemigos huidos, metiendo la espada en su vaina se fue a mirar la batalla del valeroso príncipe Rugerindo y del temido Abacundo, la cual anda muy reñida y golpeada y no podía pensar que en tan valeroso cavallero que tanta la furia de aquel gran gigante podía resistir y veníale mientes a la imaginación si era el rey Vepón o el príncipe Brasildoro, mas parecíale tener aquel cavallero mejor gracia y apostura que ellos. En este tienpo, creciéndole la furia a Abacundo con el enojo de ver desvaratado su exército, dio al príncipe Rugerindo un golpe que la caveça inclinó hasta la cerviz del cavallo y pareciéndole desatino esperar que contra él todos los cavalleros se juntasen da de espuela y enpieça a correr y, cuando Rugeriendo se endereçó y lo vido cor[r]er, tanto enojo tomó que, aunque era noche cerrada, dando de espuelas a su cavallo lo siguió, que ninguno lo pudo detener y el emperador se fue acia la cidad donde ya los principales cavalleros estavan juntos y el rey Vepón acababa de llegar con su exército y todos con el contento posible se entraron en la cidad, donde la gente común enpeçó a hacer las acostunbradas alegrías y los reyes Vepón y don Sacriván y el de Gorgia con todos aquellos príncipes y preciados cavalleros se fueron a palacio y el valeroso de la Fortuna, disimulado tras ellos, iva con gran alegría de ver a sus hermanos y parientes y admirado no saviendo quién los cavalleros noveles eran, que tanta honra les hacían, y muy contento de su buena gracia y hermosura, cuando se levantó entre ellos un alboroto y fue que echaron menos al príncipe Rugerindo, por lo cual fueron muy tristes y al momento se partieron a buscarlo los príncipes Zarante y

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Zelipón y sus hijos Floraldo y Grilando, Friseleo de Atenas y Leorindo y los demás se fueron a palacio, donde desarmados començaron a tratar cosas acaecidas el pasado día. Y el rey de Gorgia dixo las altas cosas que vio hacer al Cavallero de la Fortuna y no podían pensar quién pudiese ser tan valeroso cavallero y el rey Vepón enbió muchos cavalleros a buscarle, mas él, que todo lo oía, paso a paso entró en la sala y puesto en medio haciendo un acatamiento dixo:

– Dios conserve y guarde tan alta y preciada conpañía.Y levantándose dixo:– Así haga a vós, noble y comendido cavallero, y sed servido de llegaros y

reposaréis un poco en este mi asiento.– Mucho reposo, –dixo el Cavallero de la Fortuna–, pudiera tener sólo en vuestra

presencia, mas estáme aguardando un mi conpañero que no la tendrá sin mí, [ni] yo sin él y, porque todo a vuestro merecimiento se deve, os quiero dar unas buenas nuevas: saved que el emperador de Grecia está en el puerto.

De oír 73v semejante cosa quedaron todos con grande admiración y mayor alegría y con la turbación d’ella unos no acabaron de entender lo que era y otros no lo creyeron. El rey Vepón como sandío fue a abraçarlo diciendo:

– ¿Es posible, buen cavallero, que lo que me decís es verdad? ¡Certifícame, por Dios, que en mi coraçón como indigno no cabe tanta alegría, y vamos a verlo!

El emperador, no pudiéndole el coraçón sufrir el estar más encubierto, dixo:– Porque veáis, señor rey, si la persona que lo dice es fidedigna, mirá si me

conocéis.Con esto se quitó el yelmo y, como no estuviese nada mudado, luego lo conocieron

y con el súbito placer que tomaron estubieron un rato sin se menear, ya que, pasada fue tan alegre elevación, todos acudieron a besarle las manos, salvo los noveles. El alegría, goço, regucijo, comedimientos que allí pasaron querer con mi rudo ingenio explicar más atrevimiento que a historiador fuer reputado, por lo cual todo lo que esta noche pasó lo dexo a la consideracion de los discretos leyentes.

Venida la mañana, los que en busca del príncipe Rugerindo avían ido bolvieron sin hallar nuevas d’él, por lo cual todos fueron muy tristes y preguntando el emperador Arboliano quién era aquel príncipe, le fue dicho que su hijo y mucho le pesó por no averlo conocido, aunque se holgó en verlo tan valiente como el día de antes lo vido. Entonces le fue dicho quiénes los cavalleros noveles, que con la turbación de la gran alegría –aunque todos le avían besado las manos– no avía caído en ellos, por lo cual los bolvió a abraçar y mucho holgó con Deifevo e Tirisidón, los cuales con los demás pidieron licencia para ir a buscar al príncipe Rugerindo, y el emperador Arboliano se la concedió y con mucho contento se despidieron de todos y cada uno se fue por su parte, donde los dexaremos. El savio Menodoro en este capítulo no dice más que aquellos señores –quedando el rey de Gorgia por governador– se partieron a Constantinopla, donde fue increíble el alegría que todos recibieron y los gastos inumerables que para hacer las acostunbradas fiestas dispensaron y, ¡claro está!, aunque no se diga, que mayor la recibió la real emperatriz Floriana, pues era la que más lo avía sentido, donde aquella noche se dieron cunplida cuenta de lo pasado y el emperador dixo el gran cargo en que era al Cavallero del Arco y su gran bondad. Las fiestas que en la inperial cidad se hicieron duraron por muchos días, al cabo de los cuales viendo todos aquellos señores su deseo cunplido que era ver al emperador Arboliano, cada uno se fue a su reino; y el primero fue don Sacriván con la linda Sicrestia, luego se partió don Jeraçán con la infanta Direna, y los príncipes Zarante y Zelipón con sus mugeres, que eran dos damas griegas muy hermosas; después d’esto vino a la corte 74r una nueva de la muerte de la reina Serea, madre de Brasildoro, la cual de todos fue muy sentida, a cuya causa el príncipe Brasildoro con la infanta Florelia su muger se partió de la corte, y después se fue el rey Vepón con la reina Amaltea, lo cual sintió mucho la emperatriz Flordiana; y a la entrada del i[n]bierno se

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fue el emperador Rugeriano y la emperatriz Brenia, y por ello quedaron con mucha soledad y tristeça el emperador Arboliano y la real emperatriz Floriana su muger.

Capítulo XXXVI. Cómo el valeroso príncipe Rugerindo mató al malvado Abacundo y lo que más le sucedió.

Gran rato el esforçado Rugerindo corrió tras el temido Abacundo y en su

seguimiento en una espesa floresta le cogió la falda de los claríficos rayos de Diana, quedando la tierra más obscura y triste con su ausencia, por lo cual el griego no quiso seguirlo más hasta otro día, por no perder el rastro, y así se apeó del cavallo y con poco reposo por la dura e inusitada cama pasó lo que de la noche quedava hasta que el dorado titán venía con nueva alegría fecundando la haz de la tierra. Y el príncipe que aquella hora en estremo deseava muy alegre enfrenando el cavallo subió en él y a gran priesa començó a andar hasta que llegó a un grande y torreado castillo, al cual un ancho río cercava, sobre el cual avía una gran puente de mármol negro labrada y el suelo d’ella estava cubierto de paño negro; avía un alto altar así mismo cubierto de bayeta; sobre él estava tendida una hermosa doncella, cuyo cuello estava debaxo del pie de un honbre de mediana edad, el cual tenía por los cabellos una muger de buen parecer, vestida de raso carmesí con un cuchillo en las manos, que parecía querer degollar al honbre; a sus pies d’esta doncella avía una vestidura amarilla y leonada y en ella un rétulo que decía: «Detestabilis in vanis»; y en la carmesí que vestida tenía avía otro que decía: «Pulchrior in justis»; y en el cuchillo tenía unas letras que decían: «Vengança». Ante este altar avía un padrón con unas letras que decían:

¡Ó, CAVALLERO QUE EL SEMEJANTE ESPECTÁCULO AS VISTO!, PROMETE VENGANZA DE LA INJURIA QUE A ESA ULTRAJADA DONZELLA VES HAZER, QUE POR LA ORDEN DE CAVALLERÍA TE JURAMOS SER JUSTA Y CUNPLIDO PASARÁS ADELANTE 74v Y SABRÁS LA CAUSA DE SU TORMENTO, MI DOLOR Y TU OBLIGACIÓN.

Acabadas de leer las letras, Rugerindo poniendo la mano sobre una cruz que en el padrón estava dixo:

– Por esta santa señal que, si la causa del tuerto que a esta doncella se hace es <in>justa, juro y prometo la vengança y, si es [in]justa, con justa raçón del tal juramento me eximo.

Co[mo] esto dixo, pasó por la puente hasta llegar al castillo donde oyó ruido de batalla y entrando dentro vio en el patio veinte cavalleros armados, a los cuales un gran gigante con un ancho cuchillo maltra[ta]va. El príncipe Rugerindo conoció al jayán en las armas ser el temido Abacundo, por lo cual muy alegre apeándose de su cavallo y echando mano a la espada se puso ante él diciendo:

– Conmigo, rey Abacundo, començaste la batalla y conmigo te conviene acabarla.El rey fue muy enojado y conociéndolo con gran ira con su cuchillo lo començó a

golpear, lo cual el príncipe como buen maestro muy a menudo hacía y muy ligero y alegre andava y los del castillo estavan admirados de su alta bondad. Dio el temido rey de la Gigantea un golpe a Rugerindo que la caveça le hizo inclinar hasta el pecho; con gran fuerça le dio la respuesta el bravo griego, con la cual la furia del supervo pagano se aumentó y, como si nada ubiera hecho, con nueva ira redoblan sus golpes y en muy reñida batalla estuvieron media hora. La gran sobervia del bravo pagano no le dexava conocer la inbencible fortaleça del valeroso contrario, por lo cual sus pesados y descomunales golpes aumentava, disminuyéndose con él su aliento y fuerça. Muy tarde se le hacía al valeroso Rugerindo para acabar la batalla y le pareció en la

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tardança perder honra, con lo cual tanto su ínclito coraçón se animó y tales golpes dava que a todos parecía avérsele aumentado la fuerça el orgullo de sus coraçones, en tanto que pensando acabar más presto la batalla con lucha, soltando las espadas, los enemigos braços abiertos van el uno para el otro y con iracunda boluntad y sobrada fuerça se abraçan y una peligrosa lucha comiençan. E era el temido Abicundo uno de los bravos paganos que jamás se vieron y de grandísimo ánimo y coraçón, por lo que el príncipe Rugerindo no se podía quexar que presto lo vencía que, aunque las fuerças del gran Mandrogedeón avía sobrepujado, avíale costado mucho travajo y cansancio y esta batalla avía poco, según el poder de su contrario, que la avía enpeçado. Un cuarto de hora estubieron en la lucha y viendo que no se podían derrivar desasiéndose bolvieron tomar armas 75r y de nuevo comiençan a golpearse. Dio –y el postrero– un golpe el temido rey de la Gigantea a Rugerindo sobre su encantado y rico yelmo que anbas rodillas con la fuerça puso en el suelo. Levantóse el ínclito griego y soltando el escudo, con la espada a dos manos, dio tal golpe al rey Abacundo por la cintura que, casi hecho dos, muerto cayó y con cansado desdén, que más su gracia acrecentó, linpiando la espada la metió en la vaina y quitándose el yelmo se sentó a descansar, donde vino a él un cavallero viejo y abraçándolo le agradeció el socorro y le suplicó subiese a lo alto del castillo y haciéndolo así, después de sentados en sendas sillas, el anciano cavallero siendo preguntado de Rugerindo començó a decir d’esta suerte:

– Valeroso cavallero, sabréis que yo soy Ardino, rey de Neto, y sujeto al emperador Rugeriano de Clarencia, que por mis grandes pecados fue Dios servido de darme un hijo y una hija llamados Valero y Ardina, que para nacer en tan desdichado sino mejor estuvieran por engendrar. Aviendo pues edad el príncipe Valero, quiriendo cunplir con la obligación a que la alta sangre le obligava, recibiendo la orden de cavallería se partió por el mundo a ganar honra, en lo cual la Fortuna algo le fue favorable, tanto que ya ganava fama, a cuya causa una doncella muy hermosa llamada Armelia, hija de un savio y señora de tierra, a la cual tanto las secretas fuerças de Cupido apretaron que fue forçada por cartas a descubrir su amor al príncipe Valero, el cual entre otros dones recibió su retrato y, como por él fuese vista su hermosura, como moço inconsiderado, tanto a su amor se entregó que todo el día y noche no andava imaginando sino traças para poder aver a Armelia. El amor que anbos se tenían y la buena Fortuna –para después averla mala– les acomodó un punto en el cual Valero rodó de una güerta a Armelia y después que estuvieron en un castillo que mi hijo Valero avía ganado por la espada, dándose anbos firme palabra de casamiento, cunplieron en uno lo que anbos tanto deseavan, con lo cual muy goçosos y con gran vicio regalados estuvieron muchos días, lo cual el savio padre de Armelia tenía por bien y para más aliarnos me enbió a pedir a mi hija Ardina para casarla con un su hijo llamado Crisalo y, aunque a mí no me plugo mucho, saviendo cómo Valero estava casado con Armelia, lo otorgué, mas que no se efectuase asta que anbas bodas se hiciesen juntas, y el savio lo tuvo por bien. Avéis pues de saver, esforçado cavallero, lo que toda mi vida, aunque me vengue, dexaré de plañir y es que estando el príncipe Valero, mi hijo, con su querida Armelia, que según la promesa ya por muger tenía, y todos los del castillo muy alegres vino a él una doncella llorando y aviendo Valero duelo d’ella le preguntó la causa y ella dixo ser dexar en un peligro a un buen cavallero que cinco a traición le avían acome[ti]do 75v allí cerca en una floresta y que venía a demandar ayuda para él, que, como Valero lo oyó, como de su condición fuese noble y amigo de bondad, su coraçón no sufrió a ir a ayudar a aquel cavallero y así pidió sus armas y mandó ensillar su cavallo y estando a punto salió del castillo y llegó donde vido al cavallero conbatiéndose con los cuatro, porque ya el otro lo avía muerto, y tan buena ayuda le hiço que presto de todos se deliberó y allí supo Valero del cavallero que avía nonbre Blahir y era príncipe de Bato, sujeto al emperador Rugeriano de Clarencia, por lo cual muy alegre mi hijo le dixo que era Valero, príncipe de Neto, y que, pues eran tan vecinos y sus padres amigos, fuese servido de irse a holgar a su castillo donde sería servido como merecía, lo cual Blahir le agradeció y

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anbos començaron a caminar y en fuerte punto para mí llegaron al castillo, donde desarmados se fueron a un jardín donde la Fortuna tenía ordenada la mayor maldad que jamás se vio y es que la apostura y gracia de Blahir algún tanto obligó a todos a mirarle principalmente a Armelia, mas no tanto que en él afincadamente parase. Allí con mucho contento estuvo Blahir algunos días, cuya discreta conversación y contina vista engendró un amor en la fementida Armelia, el cual en su boluntad entró, la cual con la usada mutabilidad e inconstancia de las mugeres, tenía abierta y tanto con el contino cebo este fuego creció en Armelia que un punto sin la presencia de Blahir [no] podía estar; el cual entendiéndola con los afincados ojos que lo mirava, no acordándosele de lo que a su amigo devía en su amor consintió y muy orgulloso buscava traças cómo averla y ella no pudiendo sufrir la continua congoxa que pasa con enorme intento buscava lo propio y, viendo que no podía cunplir nada sin tercero, se descubrió a la doncella que avía venido a pedir socorro para Blahir, que avía nonbre Malsina –que bien conformava con sus tratos–, la cual deseando conplacer a Blahir y a Armelia tal maña le infundió el demonio que sin saverlo nadie los juntó en una bodega donde no deteniéndose en palabras cunplieron su malvado intento y, tiniendo de proseguir una perversa vida, cuando más quietamente se querían goçar, decía Blahir a Valero tener necesidad de partirse por dos días a ciertas cosas y despedidos la doncella Malsina secretamente lo llevava a la bodega, cuya llave tenía Armelia, la cual disimulando ir por cosas necesarias, allí hacia sus maculadas juntas y nadie advertía ni aún tal cosa por el pensamiento le pasava. El fin por no detenerme, quiriendo Dios que tal cosa no fuese secreta permitió que estando Armelia con el sin ventura una doncella que tenía un 76r amigo para esconderlo allí en una parte que bien savía vino a pedir la llave en achaque de sacar vino y por mandado de Valero se la dio, la cual tuvo algunos días y uno Malsina ordenó lo que solía de meter a Blahir y fue a tienpo que la doncella y su amigo estavan en sus holganças en una parte bien secreta, por lo cual la puerta estava abierta y Malsina venía una siesta con Blahir tan orgullosa por meterlo de presto que no advirtió que la puerta estava abierta; y entrando Blahir se fue a la parte por ellos feamente conocida, en la cual avía una pequeña ventana y a cabo de rato vino la falsa Armelia y juntándose con Blahir en tan gran desasosiego se sosegaron y deseando el amigo de la doncella saver la causa del sordo bollicio que sonava se fue a aquella parte donde los dos incestuosos y adulterinos enamorados estavan tan codiciosos, que, aunque poco ruido fue, no sintieron el que el cavallero hiço, el cual con la poca luz que avía los vido y deseando saver quiénes eran se llegó más cerca y como la señora Armelia estava boca arriva y su rostro manifiesto la conoció, pero no al cavallero. Y pensando que avía visto harto, muy que d’esto admirado, de la maldad de Armelia y con dolor de la deshonra de Valero se fue y lo dixo a su amiga, la cual no lo creyó y por certificarse quitóse las chinelas y muy paso fue y satisfíçose y, como más codiciosa, paró hasta que conoció a Blahir y muy pesante por su señor Valero se bolvió, donde estuvo hasta que Armelia salió y aguardaron hasta la noche que salió Blahir y tras él salió la doncella y el cavallero y anbos se fueron a Valero y apartándolo a una secreta parte con lágrimas se la dieron de lo que avían visto, de lo cual fue muy confuso, mas como era cuerdo bolvió sobre sí y no lo creyó, de lo cual afrentados le dixeron que si lo quería ver que mandase a Armelia, cuando le pidiese la llave de la bodega, que se la dexase. Valero lo consintió más por satisfacerla que porque entendise ser verdad, mas luego reparó mientes y imaginó que podría ser verdad, mas hacíasele difícil de creer y con todo propuso de hacer lo que la doncella le dixo para saver a que fin fuese. Con esto pasó algunos días y uno olvidado de lo pasado vino a él la doncella y díxole que con dos cavalleros para que fuesen testigos se fuese con ella a la bodega que por sotil manera avía sabido que aquella noche se avían de juntar, aviéndolo oído a Malsina. Valero algo turbado llamó dos cavalleros muy preciados, llamados Nereo y Arquileo, y diciendo a los del castillo que iva fuera d’él, con la doncella secretamente fue a la bodega donde los dexó do ella solía estar y saliéndose fuera cerró la puerta y la llave la dio a Armelia. Muy

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congoxado y triste estava Valero con los cavalleros allí metido, los cuales le inportunaron dixese la causa de aquel hecho, tanto que se lo vino a decir y 76v ellos muy admirados lo consolaron y estuvieron allí hasta que oyeron abrir la puerta y, aunque no podían ser vistos, vieron a la lunbre de una hacha entrar a Blahir y a Armelia, la cual tomando la hacha la doncella Malsina bolvió a cerrar la puerta y ellos arrimando la hacha a una pipa se pusieron a la orden y estando a medio de su placer salieron Valerio y los dos cavalleros, a los cuales dixo si eran testigos de aquello y ellos dixeron que sí y tomando una lança no tiniendo flema para más como otro Phineo la tiró y con ella atravesó el pecho del malaventurado Blahir, que se iva a levantar, y el malvado de Armelia que de turbada no se avía meneado. Esto hecho sosegando Valero algo su pecho estuvo quedo junto a la puerta de la bodega hasta que Malsina vino a abrir, lo cual no avía acabado de hacer cuando Nereo la asió del braço y la tuvo y ella de turbada no pudo hablar y Arquileo por mandado de Valero fue a llamar a todos los cavalleros y dueñas del castillo, los cuales todos juntos fueron en la bodega donde vieron los muertos adulterinos y Malsina descubrió ante todos aquel hecho, por lo cual fue guardada para los que vinieran a pedir las muertes; y no tardó mucho que esto hiço el savio padre de Armelia, enbiando a su hijo Crisalo a que ubiese batalla con Valero y juntándose entre ellos fue muy reñida, mas al cabo Valero lo mató, con lo cual la ira del savio fue doblada y quiriendo más a su savor vengarle escrivió al rey de Bato que me hiciese guerra y vengase la muerte de Blahir, que lo mató Valero a traición; y no fue menester persuadirle mucho que presto, con mucho número de cavalleros y con un poderoso gigante llamado Grandión, me cogió desapercibido y así en poco espacio ganó todo el reino de Neto, que d’él no poseo más que este castillo y para ayudarme en esta guerra enbié por Valero y los del castillo vinieron a mí llorando y me dixeron que una noche avía avido gran ruido en el castillo y que de miedo no se avían osado levantar y que a la mañana avían hallado a Valero en su cama muerto y, no supe esto, cuando me vinieron nuevas que el rey de Bato y Grandión avían ganado la principal cidad de Neto. Y yo tan triste como se puede pensar vine a este castillo donde estava mi hija Ardina y no la hallé y díxome un honbre que el savio Ennón, que así á nonbre, la avía llevado a la Torre de la Puente para executar en ella muchos castigos para satisfacerse, por lo cual recibí tanta tristeça que pensé morir y mejor fuera. Todo esto escreví al emperador Rugeriano, el cual me respondió que, por estar ocupado en 77r govierno de Grecia que no podía venir y que perdiese cuidado que lo tendría de averiguar este pleito. Con esto é pasado hasta agora y mandé poner aquel espectáculo para ver si avría algún cavallero que de mí se doliese y esta mañana entendiendo que ya se avían acabado mis desdichas, porque aquel gigante jurada vengança, mas saviendo la causa y que avía de ser contra Ennón y Grandión fue contra nosotros y contra lo que avía jurado y acabáranos de destruir si buestra soberana bondad aquí no llegara. Esta es la causa, cavallero, de mi dolor y el tormento de la doncella y de la obligación que por el juramento tenéis a vengarla. Y mirá si es justa la causa por do en su ayuda os jurastes.

Con esto el rey Ardino de Neto acabó sus raçones dando principio a dolorosos gemidos. El príncipe Rugerindo lo consoló y le prometió de vengarlo y restituirlo en su entera alegría. Con esto dando alguna alegría con su hermoso rostro y discretas palabras al triste rey Ardino estuvo allí dos días descansando, al cabo d’ellos, como su coraçón no se hallase sin cansancio en el descanso, con el rey Ardino y algunos cava-lleros se partieron a la Torre de la Puente y, llegados allá, se adereçó para entrar y un cavallero le dixo que hacía gran desatino en no llevar conpañía porque el savio Ennón para estar más seguro avía puesto terribles e invencibles guardas. El príncipe Rugerindo sonriéndose dixo que si quería ir en su conpañía, a lo cual el cavallero respondió:

– No, por cierto, que por todo el inperio de Clarencia no pasaré de aquí.El príncipe Rugerindo replicó:

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– Pues, si no queréis ir conmigo por fuerça, abré de ir solo y me parece tenéis la condición del perro del ortelano, que no queréis provar buestra ventura y ponéis miedo para que otros no la prueven.

Con esto dio de espuelas a su cavallo y se acercó y vido el grande y caudaloso río, sobre el cual estava una ancha puente, tan gruesa como estado y medio; sobre ella avía cuatro columnas que una alta y esquinado torre sostenían, y no avía escalera por donde <do> subir ni puerta por do entrar.

Capítulo XXXVII. Cómo el esforçado príncipe Rugerindo entró en la Torre de la Puente y las dudosas batallas que venció por librar de tormento a la infanta Ardina y cómo mató al savio Ennón.

Muy maravillado fue el griego Rugerindo de la estraña manera de la torre y

catava que no avía por donde entrar, mas con todo eso se llegó a un padrón que debaxo de la torre estava y leyó unas letra[s] que decían:

Excusada a todos es la entrada de la torre, morada de la satisfación de Ennón, si no fuere a aquel que con su fuerça arrancare este padrón.

Esto leído, el soverano príncipe se apea y con anbos braços rodea el padrón, al cual 77v con su sobrada fuerça presto arrancó, quedando en su lugar una escalera, por la cual baxó a lo hueco de la puente y por ventanas que davan luz vio venir contra él diez cavalleros armados y llegando junto, sacando la espada, comiençan una brava batalla. El príncipe Rugerindo no tiniendo gana de detenerse dio a uno tal golpe por la cintura que, hecho dos, cayó en el suelo muerto; mas luego vio que se levantavan dos cavalleros. Grandemente fue espantado el esforçado Rugerindo de ver tal cosa y cobrando nuevo ánimo, para acabar de presto, dio a otro otro golpe por cima del yelmo que la caveça hecha dos cayó en el suelo, mas luego se levantó con dos caveças y començó a golpear más recio al príncipe, el cual no por aquello desmayava, antes más ánimo tenía y con él dio un golpe a otro en el braço de la espada, que se lo echó con ella en el suelo; luego le nacieron dos braços con dos espadas, de lo cual más el griego se admirava y no curando de herirles dio a uno tal golpe sobre el yelmo con la espada llana que sin sentido lo echó en el suelo y viendo que no se bolvía monstruo como los demás, enpeçólos a herir de llano y de cada uno que en el yelmo acertava tendía un cavallero, pero no muy presto se libró d’ellos, que algunas veces los hería y se multiplicavan y así tardó [más] de una hora; y el postrero que cayó tanto tenblor causó que el príncipe se sentó no pudiendo tenerse y, antes que se levantara, los cavalleros bueltos vellosos salvajes con sendos aferrados bastones dan tales golpes a Rugerindo que lo sacaron de sentido; mas no estuvo mucho que luego se levantó y apretando la espada comiença con los salvajes una brava batalla, en la cual dava y recebía temerarios golpes. Muchas veces ponía las rodillas y aún las manos en el suelo el bravo Rugerindo, pero no se ivan alabando; cuando estos golpes recebía que, tanto se airava, que una vida de sus contrarios pagava el enojo. Así anduvieron un buen rato hasta que Rugerindo, agraviado de la tardança, dio a uno un golpe que muerto le derrivó de allí, se rebuelve entre los que quedavan que en poco espacio no le quedó ninguno vivo. Y desocupado ocupó la vaina de la espada y començó a andar por la hueca puente hasta llegar a una escalera por donde subió a la torre y en una cuadra vido dos centauros con dos cuchillos y tiniendo allí por escusada la escusa sacó su espada y con ellos se trava en una brava y descomunal batalla. Los centauros de su natural eran bravísimos y más aquellos por [estar] ayudados de personas de esotro

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mundo, por lo cual fortísimamente golpeava[n] a Rugerindo y él andava más vivo y fuerte. Muchas veces con los pesados golpes de los centauros ponía manos y rodillas en el suelo y en gran peligro se veía y por ello 78r procura avivar y así viendo que le convenía, sus duros golpes redoblaba; bien duró la batalla más de una hora y Rugerindo la ubiera vencido si a sus contrarios, furias infernales, no ayudaran, que aumentándoles la fuerça dieron sendos golpes al griego que de todo lo sacaron de sentido; mas luego bolvió en sí y dio a uno un gran golpe, mas no lo pudo herir y al otro dio otro, mas no hiço mella su rigurosa espada, por lo cual enojado arrojó su espada y abraçóse en lucha con anbos y poniendo toda su fuerça derrivó al uno, el cual en tierra feneció, y quedando con esotro tanto porfió que lo echó con su conpañero muerto; y luego vio salir d’ellos dos cavalleros armados de armas negras y con unas espadas sin cruces y fortísimamente enpeçaron a golpear a Rugerindo, mas no se le dio nada por ello, que con su espada les dava muy áspera respuesta. Muy brava y reñida fue esta batalla, mas no duró mucho que aquel a quien mayores hechos estavan guardados se dio tanta priesa que, aunque sus contrarios era inmortales, tanto los amedrentó que los hiço ahuyentar y, desenbaraçado d’ellos, pasó adelante y en una cuadra vido un manto de escarlata y dos estoques y luego salió un cavallero en calças y jubón con dos estoques en la mano y dixo a Rugerindo:

– Cavallero, toda tu fuerça está en las armas encantadas por que sin miedo de las heridas te metes a herir y, si algo haces, es con fuerça falsa. Por tanto, para que se eche de ver tu bondad, escoge para hacer nuestra batalla sin armas si quieres con manto y espada o con dos estoques.

Rugerindo sin hablar palabra se enpeçó a desarmar y poniendo todas las armas a una parte tomó los dos estoques de encima de la mesa y como destrísimo con su contrapás metiendo el pie derecho enpeçó a esgremir con tanta destreça, hurtava el cuerpo y hería que era maravilla de lo ver y ya el cavallero estava herido en dos o tres partes y Rugerindo sano y ligero, el cual tiniendo un estoque de su contrario con el izquierdo suyo le dio un golpe por cima de la caveça que una gran herida le hiço, por lo cual el cavallero dio un grito, al cual salieron cuatro gigantes, armados de todas armas, con sendas y gruesas maças y, como Rugerindo los vido, porque no lo cogieran en medio se arrimó a una pared y con gran ánimo esperó y, antes que le hiriesen, hirió a uno por la cintura con el un estoque, que hasta las entrañas abierto vino al suelo; y un gigante alçó la pesada maça por herirlo, mas él alçó el estoque en que recebir el golpe, el cual, como lo tenía con singular fuerça y fuese de dulce cortar, sin menearse cortó la maça por medio y lo cortado cayó sobre un honbro de Rugerindo con tanta fuerça que se le 78v cayó el estoque de la mano, por lo cual se vido en doblado peligro. En esto el cavallero que avía esgremido se apartó a donde estavan las armas del príncipe y a gran priesa se començó a armar, lo cual visto de Rugerindo dando una punta a un gigante le hiço apartar de allí dos o tres pasos y saltando ligeramente se llegó al cavallero y diole tan gran golpe en la garganta que la cabeça le quitó del cuerpo y, antes que los gigantes viniesen a él, se abaxó por el escudo y enbraçándolo esperó a sus contrarios, los cuales a una descargan sendos golpes en el escudo con tanta fuerça que juntándoselo con la caveça le hiço una mala herida. Nada se turbó el príncipe Rugerindo en ver su sangre, antes le creció más la ira y llevando el escudo desviado del pecho y la espada de punta dio un salto endereçando sus armas contra dos gigantes y tan bien acertó que al uno con la espada lo pasó de parte a parte y al otro encontrándolo con el escudo lo derrivó, pero el otro gigante le acertó con la maça e[n] las espaldas que de rostro lo hiço caer, y el gigante que estava tendido se abraçó con él. El príncipe soltando el escudo hiço lo propio y, aunque estava entretenido en esta lucha, no quitava los ojos del jayán que estava en pie porque no le diese otro golpe y, como está con este cuidado, vio que alçava su pesada maça y el príncipe hiço muestra de que no lo vía y al tienpo que abaxava, como quiera que estuviese encima del gigante, desvióse y con tanta fuerça baxava la descomunal arma que no tuvo tienpo de detenerla y así dio en un braço del jayán que en tierra estava, que todo lo

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hiço pedaços y con el gran dolor soltó al príncipe y començó a dar grandes gritos. Rugerindo se levantó y tomando el escudo recibió en él un golpe y dan[do] él con su estoque otro sobre el yelmo del gigante le hiço poner una rodilla en el suelo y acudiendo con una punta lo tendió de espaldas y allí le dio tantos golpes hasta que lo mató y con gran presteça se fue a armar, mas antes que se pusiese dos pieças de las armas vio salir contra él un oso muy fiero y bravo con tanta ligereça que al príncipe le convino dexar de armarse y acudir a las armas y, antes que enbraçase el escudo, el fiero animal se abraçó con él y enpeçólo a menear para echarlo en el suelo, mas sintiendo el esforçado Rugerindo en sus delicadas carnes las agudas uñas del oso, con gran ravia cerrando el puño, le dio tal golpe en la caveça que los sesos le esparció por la cuadra y, no ubo caído en el suelo, cuando vio venir con estraña ligereça u[n] toro, que no tuvo tienpo de guardarse d’él y diole la vida el tener los cuernos anchos porque lo encontró por la frente con tanta fuerça que lo derrivó en tierra. Y el toro pasó adelante y Rugerindo se levantó y con el espada tiró una cuchillada al toro, que otra vez bolvía 79r a encontrarlo, en los cuernos que anbos por junto a la caveça los cortó y el començó a dar espantosos bramidos. El príncipe le acudió con otra por el pescueço que la cabeça cayó a un cabo y el cuerpo a otro. Acabado esto estuvo esperando un rato a ver si saldría otro contrario, pero no salió y así se fue a armar y con el recelo que tenía acabó muy presto y, luego sin detenerse, aunque estava herido, se fue a la cuadra de donde avían salido los contrarios que avía muerto y entrando por ella vio que era muy hermosa y bien labrada y tenía muchas y buenas ventanas, y andando entró en una alcoba de a donde oyó gritos y asomándose a una pequeña ventana vio en un corredor atada a un mármol una hermosa doncella y un onbre, sentado en una silla, mandava a seis peones y seis cavalleros que la açotasen con nervios de buey y en cansándose unos venían otros, por lo cual la lastimada señora dava grandes gritos, que la conpasión que recibió Rugerindo lo encendió en ira y no tiniendo flema para más dio un gran golpe en la <la> pared con el pie, tan recio que la derrivó y entrando en el corredor dixo:

– Don villano, [no] mandaréis otra vez atormentar doncellas si este golpe executo.Con esto se lo dio tal al savio Ennón, que el de la silla era, que lo hiço dos y luego

dio otro a un villano por cima de la caveça que lo hendió hasta la cinta y dando once golpes d’este tenor no dexó contrario vivo y yendo a la doncella la desató y ella le dio muchas gracias y no quiriendo detenerse allí salieron por la derrivada pared y andando por la hermosa sala y pasando por la cuadra donde avía Rugerindo peleado y de allí baxaron por la escalera hasta lo hueco de la puente donde estavan los salvajes y subiendo por la pequeña escalera salieron a la puente donde el rey Ardino y su gente [estavan] esperando, que así, como vido a Rugerindo y a su hija Ardina, como sandío fue a abraçarla, donde con ella pasó muchas palabras de amor y alegría y con Rugerindo muchas de cortesía y agradecimiento. Y a cabo de un rato cavalgaron y se fueron al castillo y en el camino contó Ardina los gigantes, salvajes, cavalleros y bestias que Rugerindo avía muerto y todos muy admirados de su alta bondad llegaron al castillo donde con mucho contento fueron recebidos y, cuando fue el príncipe Rugerindo desarmado, fueron vistas sus heridas y con una turbación diligente fue adereçado un rico lecho donde se echó y fue curado con mucha puntualiad y regalo hasta que a cinco días sanó y otros tantos tardo en convalecer, a lo cual le ayudó la discreta gracia de la infanta Ardina. Al cabo de los cuales dixo al rey de Neto que quería ir al reino de Bato a desafiar al rey Diano y el gigante Grandión y travajar hasta bolverle el reino. El viejo Ardino se lo agradeció mucho, pero temió 79v que fuese solo por la gran fuerça de Grandión y porque el rey Diano haría algún desaguisado, de suerte que se viese en peligro y porque tenía un hijo muy valiente, llamado como el primero Blahir, y que, si Gradión se vía en peligro y le ayudava el príncipe Blahir, le sería muy dificultoso el vencellos.

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Capítulo XXXVIII. Cómo el príncipe Rugerindo se partió al reino de Bato a desafiar al rey Diano y al gigante Grandión, y lo que con ellos y con el príncipe Blahir pasó y cómo bolvió el reino de Neto al rey Ardino.

Otros muchos inconvenientes [dixo] el rey Ardino de Neto al príncipe Rugerindo

para que no fuese al reino de Bato, mas poco aprovechó para que su bravo coraçón jamás temiese; y así se despidió de ellos y encomendándolo a Dios con un escudero tomó la vía de Bato y en el camino algunas cosas le sucedieron, las cuales Menodoro calla y dice que, al cabo de dos días, llegó muy cerca de la cidad de Bato donde con tan soberana gracia començó a andar por las calles que los ojos de los atendientes llevava tras sí, lo cual celebravan con sumos loores declarados con el afición aneja a la gente del vulgo y por lengua. Muy presto se puso en los palacios y apeándose subió a lo alto y muchos cavalleros con él, que bien imaginavan lo que quería. Llegado a la sala, fue tienpo que el rey Diano con los principales del reino y Grandión estavan tratando sobre lo del reino de Neto y decía el rey:

– No sé cómo haremos para que, quedándonos con el reino de Neto, no enojemos al emperador Rugeriano, que cierto sé que hará lo posible por restituirlo al rey Ardino.

El gigante Grandión sonriéndose se levantó y dixo:– No sé yo, preciado rey Diano, estando Grandión en vuestro servicio qué teméis ni

dudáis; vós en ninguna manera avéis de bolver el reino al aleve Ardino y esto os ayudaré a sustentar. Si el emperador se agravia, no se os dé nada; vós negá la obediença y podrá ser que se trave una guerra –y del suceso d’ella por mi fuerça está seguro– que será ocasión por donde vengáis a ser emperador de Clarencia, para lo cual yo y dos potentísimos hermanos que tengo hasta la muerte os ayudaremos.

Con esto Grandión acabó sus vanas y arrogantes palabras. El rey Diano era algo sobervio, por lo cual era muy amigo de seguir su vano parecer y muy presto se persuadía a cualquiera cosa –detestable vicio o falta en reyes– y ansí, no avía acabado de decir Grandión su loco parecer, cuando –siguiéndole– ya se tenía por emperador y con aquel contento que el desatinado y nuevo contento le dava dixo:

– Por cierto, señor Grandión, no sé con qué os pague lo que me avéis ofrecido si no es 80r con ofrecerme; y vós <aveys> avéis dado un consejo anejo a vuestra discreción y digno de vuestra fortaleça.

No dexó pasar adelante la cólera con que un cavallero anciano –muy discreto según lo que dixo– se levantó y con más atrevimiento que su edad le concedía dixo:

– Lo que los vasallos, soberano rey Diano, deven a sus reyes en ninguna manera –si no son traidores– se les puede negar. Esto me á hecho levantarme a decir mi parecer, –sano–, aunque a los dañados parezca menoscabo de tu honra y es que con la injusticia que sabes que tienes no quieras travar guerra, cuyo fin a la voluntad de Dios sólo está determinado y, claro está que siendo tan injusta y el Justísimo no te ayudará; y menos en tu poder te puedes fiar, aunque el de Grandión te ayude, que harto mayor lo tiene nuestro señor el emperador Rugeriano y más si le ayudan los griegos, que tienen tanto valor y esfuerço que muy poco se les pueden igualar, según son de belicosos; y ayudarles el singular poder de nuestro príncipe Rugerindo y de los demás noveles que poco á supimos las altas cosas que hicieron en la Ínsula de Man-drogedeón. Yo te suplico, rey, como el que desea tu hono[r], que en él no hagas tal falta por donde no te<n> den desleal y traidor, sino que siguiendo lo que deves al pundonor de tu estado te conciertes –antes que el emperador lo venga a saver– con el rey Ardino; pues te será honra el bolverle su reino; pues la muerte del príncipe Blahir fue justa y la deslealtad que hiço no la merecía Valero –aunque ya pagó con la vida– y te deves de contentar con lo pasado y dar tu hijo a la infanta Ardina, que el emperador

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se holgará y no pesará al príncipe Blahir, el cual –según su nobleça–, aunque tú seas contra el emperador, él no lo será. Con esto cunplo a lo que devo por ser consejero; quiçá otro –si yo no lo é hecho– te agradará con su parecer y, si con el mío yo te é enojado, presto estoy.

Con esto el discreto viejo calló. No se puede cifrar la ira que Grandión recibió, sino que no pudo hablar y mugiendo como toro se fue al acertado consejero y con tanta furia le dio una puñada en la caveça que lo tendió a sus pies. Todo lo avía oído el griego Marte Rugerindo y viendo el descomedimiento de Grandión tanto se airó que no lo pudiendo sufrir con airados pasos se fue hasta que llegó junto a Grandión y tal golpe le dio con las manos en los pechos que lo hiço caer de espaldas. Luego se puso ante el rey Diano y con alterada voz dixo:

– No se espante, vuestra magestad, que aya hecho este descomedimiento, que más merecía quien abrió camino para descomedirnos y en canpo le haré 80v conocer que á hecho como villano y, si está enojado y quiere tornar la vengança, váyase a armar y no se detenga en soberviosas palabras y sea luego que en el canpo lo espero.

Y bolviéndose a Grandión, por más enojarle, le dixo:– ¡Acaba, bestia, no te detengas en mostrar tu enojo con palabras, sino con tu

cuchillo en la plaça podrás executar tu ira!Con esto se salió de la sala y en un punto se puso en la plaça a cavallo.

Grandemente el rey Diano y todos quedaron admirados y no savían qué se decir y bien lo mandara prender sino confiara en la fuerça de Grandión que lo mataría, el cual ya estava armado y baxando al patio halló un poderoso cavallo ensillado y subiendo en él entró en la plaça y poniéndose contra el griego, sin esperar jueces ni señal, partieron el uno para el otro, y en medio de la carrera se encontraron con tal fuerça que las menudas hastillas de las gruesas lanças rugiendo por el aire llegaron a la esfera de Marte –como juez en tales casos– a dar testimonio de la fortaleça de los poderosos guerreros, los cuales se toparon de los cuerpos de los cavallos, escudos y yelmos, de suerte que Rugerindo perdió los estrivos mas, antes que anduviese mucho, los cobró y acabando la carrera se apeó y con la espada en la mano se fue para Grandión que del recio encuentro avía perdido la silla del cavallo, y hecho un león venía con su pesado cuchillo a herir al valeroso nieto de Silvacio, el cual con su generoso coraçón bastante a mayores afrentas lo espera y de boleo le tiró un revés. No aya resistencia a la fuerça de su vigoroso braço que todo el crestón con las plumas le llevó y, como diestro, con mucha ligereça antes que acabase de salir le tiró otro golpe al muslo que todo el escarcelón tinto en sangre echó en el suelo. Tanto con la crecida furia el supervo Grandión se desatinó que primero el constantino príncipe salió que le pudiese herir. Grande fue el espanto que todos recibieron de ver la valentía y destreça del Cavallero de la Selvajina Dama, el cual puniendo la punta del espada cerca de la visera hiço muestras de herirle, por lo cual el jayán acudió a repararse con el escudo, dexando el cuerpo descubierto. Rugerindo que aquello deseava rodeando la espada por encima del yelmo le dio un revés por la cintura que cortando la loriga entró la espada por la tosca carne hasta las entrañas, cayendo muerto a sus pies y, antes que todos en ello advirtiesen, ya de un ligero salto avía cobrado la silla con tanta admiración que, como cosa nunca vista, elevados sin poder hablar se quedaron hasta que con turvada atención escucharon 81r lo que el cavallero diría, el cual llegando a los miradores alçó la visera para que pudiese ser oído y con alta voz dixo:

– Sabrás, rey Diano, que yo soy un cavallero que por el mundo ando a buscar las aventuras y para deshacer agravios y, como supe el que tú hacías al desposeído rey Ardino, retiniendo tan injustamente el reino de Neto, confiado en su mucha justicia me partí a tu corte donde desafío a ti o a cuatro cavalleros y les haré conocer en el canpo tu injusticia, con condición que, si ellos vencieren, te quedes con buen título con el reino de Neto; y si yo fuere vencedor, me des recados con que sin costa pueda restituir el reino a su natural señor. Si no, sabé que me quejaré al emperador Rugeriano, el cual castigará tu rebeldía.

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Maravillados quedaron todos los que la atrevida demanda del Cavallero de la Selvajina Dama y ya le avían cobrado tanto miedo que los más tenían por cierto que saldría con ella. Sólo el rey Diano recibió tan corajosa pena que no pudo habrar, mas que [de]cir que aceptava el desafío de allí a ocho días, y dando Rugerindo palabra de bolver se salió con su escudero Arliso y por las florestas cercanas a la cidad anduvo hasta que se cunplió el plaço, que una mañana bolvió a la cidad de Bato y entrando en la plaça estuvo hasta que el rey Diano fue avisado y luego los hermanos de Grandión y dos primos –que el rey Diano avía enbiado por ellos–, llamados Tanao y Cleofaso, y sus primos Doliano y Galterio muy valientes cavalleros, los cuales armados de ricas y encantadass armas salieron a la plaça en alindados cavallos con estraña apostura que no sé a quien no causaran temor, salvo a aquel valeroso griego que nació para ser temido. En estando a punto el rey Diano mandó armar quinientos cavalleros –con el propósito que adelante se dirá– y puso por juezes dos honrados cavalleros, los cuales mandaron tocar la señal y a los dexos d’ella los cinco valerosos guerreros partieron haciendo con los pies de los cavallos tanto estrépitu que toda la plaça hacían tenblar. Ninguno erró su encuentro y fueron de suerte que el príncipe Rugerindo perdió los estribos y riendas de la mano y por no caer se abraçó al cuello del cavallo; pero él encontro a Doliano que lo tendió en el suelo, mas presto se levantó y, antes que con los turbados pasos el valeroso griego acabase su carrera, llegó por detrás y de una cuchillada cortó las piernas al cavallo. En peligro –y grande– se vido Rugerindo por el gigante Tanao y su hermano [que] llegavan, por lo cual sacando los pies de los estrivos saltó en el suelo y fue por mal de Doliano porque le dio una cuchillada que le hiço bolar la caveça, cayendo el troncado cuerpo a los pies del cavallo de su primo Cleophaso, el cual 81v con su hermano Tanao se apartó y anbos dieron de espuelas y fueron por atropellarle; mas el diestro griego hiço muestra de esperarles y, cuando llegó junto, hurtó el cuerpo al un encuentro, mas del otro no se pudo librar y así encontrándole con los pechos del cavallo lo tendieron en el suelo y en pasando se iva a levantar, mas fuele la Fortuna contraria que, antes que se asegurase, vino como una saeta Galterio y no pudiéndolo rehusar otra vez cayó en el suelo, que fue parte para llegar la cólera del bravo griego en su punto. Como esto vido el rey Diano, muy alegre dixo:

– Aora pagará el Cavallero de la Selvajina Dama su grande atrevimiento, aunque con su muerte dé poco discuento del enojo que me á dado.

A lo cual el anciano cavallero –a quien Grandión avía afrentado– respondió:– Mal juzga, vuestra magestad, que, si sólo el valor del Cavallero de la Selvajina

Dama fuera de su parte, yo confieso que el glorioso fin con que deseo saliera fuera muy dificultoso; mas ayúdanle dos poderes que los del mundo no pueden resistirles y así en ellos confío que alcançará lo que desea.

Bien entendió el rey Diano lo que el cavallero decía y mucho se enojó, mas disimuló por entonces y miró la batalla y vido que aviéndose el esforçado Rugerindo levantado, el escudo ante el pecho y la espada de punta, esperava a los cavalleros para hacer una cosa que el Marte dudara pensarla y era que haciendo piernas estuvo parado –con tal postura que Héctor le recelara– hasta que el gigante Tanao y su hermano Cleofaso encima de sus poderosos cavallos –al más correr de ellos– bolvían por atropellarle, tan furiosos que no advirtiendo Cleofaso se lançó su cavallo por el espada hasta que con tanta fuerça topó con la guarnición que le hiço doblar el braço. Los pechos del cavallo de Tanao encontraron en el [es]cudo del príncipe, el cual se lo juntó al pecho, mas no lo pudo mover –por estar afirmado–, antes el cavallo con la resistencia que halló puso las ancas en el suelo y, como Tanao era tan pesado, no se pudo tener y así cayó de espaldas. Sin duda, alguno de los gigantes peligrara según la valentía y esfuerço con que el esforçado Rugerindo sienpre acometía y, por estar ellos enbaraçados con la caída, si Galterio furioso en su cavallo no bolviese a atropellarle y cogiólo descuidado y encontrándolo en un lado le hiço dar dos o tres bueltas a la redonda y pasando adelante tropeçó en el cavallo muerto de Cleophaso, de suerte que dio una mala caída,

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y el griego no fue pereçoso en aprovecharse de la ocasión y así como un águila 82r de un salto se puso junto de Galterio y con su acostunbrada fuerça le tiró una punta que dando en la falda de la loriga se la pasó junto con el cuerpo. Aún no avía sacado la espada cua[n]do aviéndose levantado el gigante Tanao venía contra él. No se pudo Rugerindo guardar del golpe y así lo recibió tal en el yelmo que hincó anbas rodillas. La necesidad y aprieto en que el esforçado griego se vido aumentaron su esfuerço y así sacando la espada del difunto cuerpo de Galterio rebolvió un revés a Tanao por la visera del yelmo que dentro d’él le hiço ver el estrellado cielo y, como indigno de tal vista, se retraxo más apriesa de lo que quisiera tan turbado que por poco estuvo de caer. Ya el gigante Cleofaso, hecho una ponçoñosa sierpe, se avía levantado y con el pesado cuchillo en la mano juntándose con Tanao se ivan para el príncipe.

Aora, memorable y discretísima Clio, era el tienpo que avías de mostrar tu alto y delicado ingenio en descrevir tan rigurosa batalla tomando mi tarda y tosca pluma y con dulce y amoroso estilo guiada hicieses célebres los desmesurados golpes que dava y recebía el digno hermano de Belinflor, el cual con su heredada fortaleça traía a sus contrarios tales que en ellos se podría ver quién era el Cavallero de la Selvajina Dama.

En peligrosa y reñida batalla estuvieron más de una hora; no cansándose los presentes de mirarla ni menos los guerreros de maltratarse; dio el gigante Tanao un golpe al valeroso gr[i]ego sobre su rico y encantado yelmo que algún tanto lo sacó de sentido y asegundando Cleofaso puso ambas rodillas y manos en el suelo. Grande fue el enojo que el príncipe Rugerindo recibió en se ver así tratar delante de sus enemigos y no agradándole la dilación, echándose el escudo a las espaldas, con el espada a dos manos tiró un revés a las piernas de Cleofaso que cortándole la una en la otra le hiço una gran llaga a cuya causa lo tendió en el suelo donde a poco rato rindió el alma, y todos los presentes, el esfuerço y la sangre, por lo cual quedaron con una temerosa elevación admirados; ya no quisieran los cavalleros que el rey Diano avía mandado armar enprender lo que esperavan. Cuanto enflaqueció los coraçones de los estantes el temerario golpe que el Cavallero de la Selvajina Dama avía dado, tanto aumentó la corajosa furia del fiero gigante Tanao y con ravioso despecho, apretando los dientes, el cuchillo alto, con tal postura que el Marte le temiera, se fue para Rugerindo, el cual viendo descendir el cuchillo executando con 82v temeroso ruido su furia en el invisible aire, pareciéndole –como lo era– cosa temeraria esperarle, se metió tan dentro con el gigante que no le pudo alcançar sobre el yelmo sino con los puños y fue de tanto efecto que le hiço hacer una desabrida música con los dientes. Como el príncipe vio tan junto de sí al gigante y que no avía lugar de herirle, le echó sus fuertes braços encima y con gran furia le apretó tanto que necesitó a Tanao que soltando el cuchillo hiciese lo propio y asidos con discordes voluntades y concorde ánimo –de quitarse la vida– cada uno, aprovechándose de sus fuerças, mostravan su poder para vencerse y con porfiado tesón procuravan derrivarse. Mas aviendo gastado en ello un buen rato, viendo que de aquella suerte era alargar la victoria, se soltaron y a una bolvieron a tomar las rigurosas armas y con igual propósito se reciben con golpes anexos a su valor. En esta segunda batalla estuvieron una larga ora, al cabo d’ella como la fuerça que le creció a Tanao no fuese sino del súbito pesar de la muerte de Cleofaso, aviéndosele gastado el coraje, de suerte enflaqueció que en el Cavallero de la Selvajina Dama todos conocían mejoría, lo cual visto por el descomedido rey Diano, mandó a los quinientos cavalleros que le acometisen. Bien sintió el soberano griego el ruido y imaginando lo que podría ser dio una punta a Tanao en los pechos que lo hiço asentar y de un ligero salto cobró la silla del cavallo de Galterio que par de él estava y con airoso desdén començó a blandir la espada. En altas voces inusitados loores al cavallero la vulgar gente –con su apasionado efecto publicado <dos>– retribuyó no saviendo el modo que tendrían para encarecer los virtuosos extremos que en el príncipe veían y admirados advirtieron el gentil continente con que a sus enemigos aguardava. Porque, por no estar muerto Tanao, no se atrevió a salir del canpo porque no fuese sentenciado por vencido; que éste fue ardid de el rey para que se pudiese

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escapar. Con alardosas voces –aunque algunas forçadas– entraron en la estacada los quinientos cavalleros y con ayudado orgullo al singular príncipe de Grecia cercaron, en el cual no hallaron menos ánimo con que los recibió porque de tres golpes echó tres en el suelo y dando de espuelas al cavallo discurría matando y derrivando tantos que los más escarmentados <le> le hicieron camino y fue hasta llegar a los miradores donde estava el rey Diano y en alta voz dixo:

– No es anexo a reyes, 83r señor de Bato, usar con los cavalleros que a demandar justicia vienen lo que comigo as usada, y en ello no as hecho como rey ni aún como cavallero y, pues é vencido la batalla, dame licencia para que tome la posesión de el reino de Neto –que tan injustamente posees– que asaz é hecho para mostrar la justicia de mi demanda.

Inconparable fue el enojo que el rey Diano recibió y tanto d’él se cegó que dixo: – Descomedido cavallero, tú no as vencido la batalla que aún queda vivo Tanao y, lo

que hice, lo pude hacer pues no te di seguro y el grande enojo que me as dado no <su> sufre menor castigo; por tanto, defiéndete.

No se puede decir la ira que el príncipe Rugerindo recibió tanto que estuvo determinado –si mal contado no le fuera– subir al cadahalso y quitarle la vida, mas refrenóse y quiriendo mostrar su cólera dio de espuelas al cavallo y llegando junto de el gigante Tanao le dio un golpe encima de el yelmo que él y la caveça hasta los pechos le hendió, dando con el muerto en tierra. Un frío temeroso sudor en los presentes el desaforado golpe causó y bien dexaran de proseguir su intento si el mandado de el rey y verse tantos y no les animara y cercándolo comiençan a descargar en él sus golpes hasta que oyeron voces.

Capítulo XXXIX. Cómo el príncipe Blahir de Bato libró de el peligro en que estava al príncipe Rugerindo y cómo fue alçado por rey y se casó con la infanta Ardina.

Mientras lo ya racontado pasava en la corte de el rey Diano, el noble príncipe

Blahir estava fuera d’ella en un castillo no muy lexos, donde le fueron nuevas de la muerte de Grandión y el desafío que el cavallero avía hecho y, aunque quisiera ver la batalla, no fue porque el rey Diano, su padre, no le mandase hacer alguna descortesía, lo cual era muy anexo a su condición. Mas con to[do] eso, para ver lo que sucedía se partió y llegó a hora que el príncipe Rugerindo avía muerto a Tanao y con los cavalleros estava en peligrosa y descomunal batalla enbuelto. El príncipe Blahir se certificó de lo que pasava de Arliso –escudero del griego– y muy enojado dio de espuelas y entró y quitándose el yelmo dixo:

– ¡Afuera, descomedidos cavalleros!Algunos a la voz y conocimiento de su príncipe pararon y los demás a su exenplo

hicieron lo propio, imitándoles el griego príncipe, al cual el de Bato –llegándose– dixo:– Si alguna descortesía, esforçado cavallero, indigna de vuestro valor en esta corte

se os ha hecho, yo de ella en nonbre de todos pido perdón, porque el causador d’ella mas por pasión que por natural á sido guiado. En lo que toca a lo de vuestra justa demanda 83v perded cuidado, que haré lo posible porque se buelva el reino al rey Ardino y aún más porque no quede quexoso. Y porque sé que mi padre estará muy enojado por esto que é echo; no le hablemos, no sea causa de algún desconcierto; antes os suplico os váis comigo a un castillo en tanto que se aplaca.

Muy agradado quedó el griego príncipe Rugerindo de las palabras del cavallero –que sospechó ser el príncipe Blahir– y así le respondió:

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– Por cierto, señor cavallero, que, aunque mayor agravio aquí se me huviera hecho, con tan corteses palabras vuestras tuviera muy cunplido desquite. Yo más quisiera que este negocio se acabara en paz como lo supliqué, paréceme que el rey Diano lo á querido llevar por camino axeno a la justicia y, por lo que á comen<en>çado, me parece dificultoso de acabar. Y vamos a donde mandáredes, que desde allí pienso tomar otra vía que le esté peor.

– No consentiré, señor cavallero, –dixo el príncipe Blahir–, que toméis otro medio para acabar este negocio, que sería dar ocasión a decir que en la corte de Bato no se guarda justicia, la cual, mientras viviere, se ha de hacer muy cunplida y, porque no ay tienpo de más hablar, vámonos.

Con esto picaron a sus cavallos y salieron de la plaça y de la cidad y no pararon hasta llegar al castillo del príncipe Blahir, donde Rugerindo descansó, que bien lo avía menester y saviendo que el cavallero era el príncipe Blahir, muy alegre trató de casarlo con la infanta Ardina y el de Bato dixo que para apaziguar aquellas enemistades que tenía pensado lo propio o quizá viéndolo su padre casado quitaría su antigua pasión. Viendo el soberano griego tan buen aliño enbió a decir con su escudero Arliso al rey de Neto lo que pasava y que se partiese solo con su hija para acabar lo començado. El escudero llegó donde estava el viejo rey Ardino que, como lo vido solo, fue mucho turbado pensando que alguna desgracia a su amo uviese acontecido; mas en ver cuán alegre le pedía las manos, perdió la sospecha y levantándole contó todo lo sucedido y lo que mandavan que se hiciese y era tanta la alegría con que lo acabando de entender lo bolvió a preguntar. Al cabo, por no [me] detener, con su hija tomó el camino del castillo donde los esperavan y llegándose pusieron de hinojos ante Rugerindo pidiéndole las manos pero, como fuese el más noble del mundo, [no] lo consintió. Allí llegó Blahir y besando las manos al rey Ardino le pidió perdón. No era aquel tienpo 84r de pleitos y así los perdonó y por mano de Rugerindo fue desposado y por alegrarles más dixo quién era y todos se levantaron a besarle las manos; él de nuevo los abraçó y, aunque la boda no fue soleniçada con las fiestas anexas a sus estados, fue la más cunplida de alegría que se vio y con ella estuvieron ocho días y al postrero el príncipe Blahir por consejo de el rey Ardino y de el príncipe Rugerindo escrivió –todo lo que avía hecho– al rey Diano y dando a un escudero la carta mandó que luego se partiere a Bato; el cual partido llegó a la corte a tienpo que el rey Diano estava tratando de enviar por su hijo y metello en prisión hasta que le diese al Cavallero de la Selvajina Dama; y estava enfermo en la cama del gran pesar que tomó cuando lo vio ir libre. Savido esto por el escudero entró y haciendo su acatamiento dio la carta y abierta por un cavallero la leyó en alto, que decía así:

Carta

Al preciado rey Diano de Bato, el príncipe Blahir, su hijo, salud, como para él desea. Si –como rey– quieres seguir lo que deves a la real progenie, claro verás con la injusticia que el reino de Neto posees; y si consideras la nota de infamia que te pueden poner si adelante pasas con tu intento, creo te moverá a hacer lo que con honra puedes agora, que, si hasta aquí en alguna quiebra d’ella as caído, color tienes para soldarla decir que el dolor de la muerte de tu hijo a ello te forçava. Y porque con los daños hechos a mi señor, el rey Ardino, –en su vengança–, creo te contentarás, sobre cosa que los reyes a sí mismos deven, no te quiero más inportunar; sólo te quiero avisar que lo que Dios para remedio de tu honra y conservación tenía determinado está cunplido y es, para que cesen tan travadas pasiones, el casamiento mío y de la infanta Ardina de Neto. Cosa es que Dios, por ser conforme, á permitido y tú no deves ir contra ella si escarmientas en los castigos dados a los trangresores de su permisión. Alégrate, pues la Fortuna te á abierto camino por donde tus hechos se acaben con tanta honra, no perdiendo la reputación que tenías. Por lo cual te suplico –

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que puesto en olvido lo pasado– nos des licencia para irte a besar las manos y a que conozcas tan digna nuera. Lo cual de su parte mucho ruega el Cavallero de la Selvajina Dama, que es nuestro esforçado príncipe Rugerindo, que lo que en favor 84v

de la infanta Ardina promete –si tú lo niegas– no lo pondré aquí porque n[o] emos de dudarlo, que tan claro tu bondad promete y concede, con que acabo deseando te ver en el estado que deseo.

Acabada de leer la carta, ninguno ovo en la sala que de lo hecho le pesase, salvo el obstinado rey que, como estava enfermo, en oír cosa tan contra su voluntad, de tal suerte se le cubrió el coraçón que quedó sin sentido y así estuvo un rato y presto con remedios bolvió en sí y considerando que su hijo estava casado con la hija de su mayor enemigo y que avía de bolver el reino de Neto y sobre todo que aquel cavallero que tan mal avía tratado era el príncipe Rugerindo, su señor, y que, si lo hacía saver al emperador Rugeriano, su abuelo, la cruda vengança que d’él tomaría. Todo esto consi-derava el rey Diano con tanta pasión que efectuando su triste efeto, recreciendo su pesar obró tanto en él que sin poder hablar quedó muerto, con tanta admiración de los presentes que por un rato no pudieron hablar, mas cunpliendo con la alteración que las nuevas cosas causan cunplieron con lo que a su rey devían. No dice el savio Menodoro si uvo lágrimas porque la sobervia del rey tenía algún tanto en su obligación indecisos los vasallos y así fue enterrado conforme a su estado, reinando en ellos la neutral opinión.

Acabadas las obsequias, los principales de Bato cubiertos de luto fueron por el príncipe Blahir –el cual mucho sintió la muerte de su padre– y lo traxeron a la real cidad donde fue jurado por rey y hechas muchas alegrías, en las cuales Rugerindo –servido y acatado como señor– estuvo entretenido un mes, al cabo del cual le pareció partirse, cuyo parecer contra el de todos causó mucho pesar; mas al fin no lo pudiendo estorvar besándole las manos se despidieron d’él que tomando el camino que le pareció con su escudero Arliso, que muy discreto era y sobrino del rey de Neto, el cual en la corte de Bato, en conpañía de su hija Ardina y yerno Blahir, muy alegre vivió hasta que conoció dos nietos: el mayor se llama Diardino, príncipe de Neto, y el segundo Blaherindo, príncipe de Bato; anbos fueron muy valientes cavalleros, donde los dexaremos a todos muy alegres y al príncipe Rugerindo camino de España, que la fama de los buenos cavalleros lo llevava. 85r

Capítulo XXXX. De la brava batalla que el valiente Deifevo, príncipe de Tesalia, tuvo en una floresta con el oriental príncipe Furiabel.

Cuenta el savio Menodoro que, aviéndose dado el ínclito emperador Arboliano a

conocer en la corte de la cidad de Clarencia, aquella noche enbió por la duquesa Clarisela de Austria que en la orilla de la mar avía dexado y, como no la hallasen, enbió en su busca muchos cavalleros; y viendo los príncipes Deifevo de Tesalia, Tirisidón de Numancia y Fermosel de Antioquía, don Gradarte de Laura y el gentil gigante Braçartes tan buena ocasión como aquella, y la pérdida del príncipe Rugerindo, para partirse de la corte en su busca, pidieron al emperador licencia, la cual con suma alegría de ellos le fue otorgada y no quiriendo detener se armaron de sus armas; saliendo de Clarencia, se despidieron unos de otros con tanto pesar que no se puede decir, pero alegres por verse a su voluntad, cada uno tomó el camino que le pareció. El príncipe Deifevo anduvo dos días por una floresta divertido en diversos pensamientos hasta que una noche, aviéndose recostado un poco, oyó una voz de un cavallero que se quexava y levantándose por ver lo que decía escuchó que, dando un pequeño suspiro, dixo:

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– ¡Ó, savio Eulogio!, ¡cómo por procurar tu vengança de más la as dado a mis enemigos!, pues ¿qué más pretenderán ellos que verme vivir muriendo tan desapiadada muerte sin esperança de remedio, causada por la dulce enemiga de mi alma? ¡Ó, mi señora Roselva!, ¡no merecía la fee con que alma, vida y coraçón os entregué, cuando vuestra angélica hermosura vide, tan áspera respuesta! ¿Mirárades las veras con que os rendí mi voluntad, sin más esperar pareciéndome injusto el tienpo que tardara en pagar el tributo devido a vuestra divina belleça? ¡No sé en qué os ofendí, pues partiéndome a procurar vuestra vengança tan manifiesto disfavor –pidiendo os yo lo contrario– me diésedes! Si vuestro gusto estriva y vuestra ira se aplaca, hermosa señora, con la muerte del Cavallero del Arco y la del emperador Arboliano, que con gran sinraçón las armas del Cavallero de la Fortuna, vuestro padre, trae, no me tengáis por Furiabel, príncipe de Oriente, si no la procurare.

No dexó pasar adelante al lastimado príncipe el ruido que el de 85v Tesalia hiço, poniéndosele delante, diciendo:

– Mal parece, cavallero, a los tales como vós enprender –sólo por dar gusto a damas, que por su boluntad y no por raçón, las más veces se rigen– cosas que no les están bien ni pueden salir al cabo con honra ni pretensión.

Era el de Oriente sufrido pero enamorado y así le hacía ser muy presto a cualquiera cosa y así dixo:

– Peor está, cavallero, a los tales como vós ser más hablador consejero –que cuerdo ni acertado–; por tanto os podéis ir, pues no os llamavan y de mi empresa perded cuidado que, quien supo hablar, sabrá obrar.

Sufrido era el príncipe de Tesalia –y en las fuerças gr[i]ego–, mas no tanto que sufriese aquella respuesta y así con colérica y alterada voz dixo:

– No entendí, atrevido cavallero, que mi comedida demanda os diera alas para vuestra sobervia mostrar y, porque no entendáis que me faltan manos como tengo lengua, por quitar de recelo a mi señor el emperador Arboliano, sois conmigo en la batalla.

No tenía tan poco ánimo el oriental nieto de Júpiter que recelase ningún hecho, así con la ligereça de un sacre, enpuñando su espada, se fue contra el tesalónico príncipe y de llegada le dio [un] golpe con su sobrada fuerça que anbas rodillas puso en el suelo, mas levantándose recibió la repuesta de mano de no menos que del hijo de Vepón –que en fuerças conpetía con el mas estirado–; al ruido del golpe no quedó sátiro ni fauno en todas aquellas selvas que no viniese aconpañándolos las driadas que, salidas de sus secretas moradas, venían a ver tan vistosa batalla, corriendo tras las ninfas de la selva. No faltaron allí las memorables moradoras del Parnaso, vecinas de la castálida fuente, deseosas de emplear sus delicados ingenios en tan digna de memoria batalla. Porque los guerreros en las fuerças eran cuasi iguales y, si el uno al otro <al otro> algo sobrepujava, era muy poco; y así la batalla más de dos horas turó sin conocerse mejoría, de lo cual enojado el hijo de Eleazar dio un golpe al de Tesalia sobre el yelmo que del todo lo sacó de sentido. El más comedido pagano que conoció el mundo era el criado de Eulogio; 86r así aguardó que su contrario bolviese, que no tardó en hacerlo ni aún en darle la respuesta, la cual encendió la ira al amador de Roselva, de suerte que dava bien en qué entender al tesalónico príncipe, el cual, admirado de la gran bondad de su contrario, no estava de espacio, que con golpes anexos a su valor ásperamente lo entretenía. Acordávase de los golpes de Bastaraque y de los que avía provado del temido Abacundo y parecíale con gran parte no igualar a aquellos que recebía. Ponderava el poder de su enemigo y por ello lo estimava y, si pudiera eximirse de la batalla sin que fuera notado de covardía, lo hiciera, mas acordávase que era enemigo de su tío y así le hacía más avivar y dava más importantes golpes, de suerte que en algunos se conocía la pequeña ventaja que le tenía. El savio Menodoro dice que, fuera de el ínclito emperador Arboliano y de sus valerosos hijos, ninguno al esforçado Furiabel hacía conocida ventaja: solos cuatro se la hacían fuera de los griegos, pero era tan poca que se podría contar por nada. Dio el

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tesalónico nieto de Alivanto un golpe al gallardo moro que la una rodilla le hiço hincar en el suelo; levántase el gentil enamorado y da la repuesta al hijo de Amaltea, que dentro del escuro yelmo le hiço ver las estrellas, que aquella serena noche la bordada y celestial cortina mostrava. Casi dos horas estuvieron en reñida batalla y viendo el poco fruto de sus golpes, soltando las espadas, se asen abraços y con mañosa fuerça cada uno procurava derrivar a su contrario; con el porfiado tesón, la sangre les avía rebentado por los oídos; y media hora en porfiada lucha gastaron y viendo que sus mañas ni fuerças no eran válidas contra los del otro, de consentimiento se soltaron y asiendo las espadas –que de las cadenillas colgavan– bolvieron a golpearse. Ya el gracioso Timbreo viendo el poco efeto que en la dureça de la bella Alcestes al apacentar las vacas de Admeto hacía, dexado el robusto oficio al inperial y antiguo suyo, buelto mostrava los rubicundos matices que en su salida inprime, cuando al ruido que los dos cavalleros en su porfiada batalla hacían, vino uno armado de unas armas blancas con infinita pedrería, unas flechas por ellas pintadas y en el escudo en canpo açul pintada una hermosísima dama vestida de negro 86v y al un lado pintado un castillo y la dama lo señalava con la una mano y buelto el rostro a un cavallero le decía esta letra:

Y muestra tu valor aquí,que librarme de prisiónserá paga de afición.

Era de tan estremada apostura que los valerosos guerreros quedaron admirados y el valiente Deifevo lo quería conocer en las armas, mas por el escudo lo desconocía. El cavallero bien conoció al de Tesalia, que sabed que era el fuerte Tirisidón de Numancia que, salido de Clarencia y despedido de sus amigos, anduvo por un camino, en el cual el savio Menodoro le avía hablado y dado aquel escudo y por él no lo conocía el valiente de Tesalia. Viendo el numantino señor la reñida batalla de su primo y de aquel tan estremado cavallero, deseando saver la causa dixo, apeándose afuera:

– Señores cavalleros, no me sería bien contado si viéndoos pelear no supiese la causa para ver si se á de estorvar o si es justo proseguirla.

No avía menester mas persuasión [que] el comedimiento de los cavalleros, y certificado Deifevo –por la habla– que aquel era su primo apartándose afuera dixo:

– En lo que avéis dicho, señor cavallero, tenéis raçón, mas savida la causa no nos estorvaréis, que no va menos que el sosiego de mi señor el emperador Arboliano. Sabréis que este cavallero procura su muerte y la del Cavallero del Arco –a quien tanto por él devemos. Yo con buenas raçones procuré estorvar su intento; él no quiso, antes con desdeñosas palabras me respondió, por lo cual lo desafié.

– Todo cuanto este cavallero á dicho, es verdad, –dixo Furiabel–, y no es tan pequeña causa porque dexemos la batalla, y así os suplico nos dexéis.

– No consentiré tal, –dixo el fuerte Tirisidon–, que por aora harto avéis hecho y no faltará tienpo para acabarla.

– Con esa condición yo la alço –dixo el valiente Deifevo–, si este cavallero qui[e]re. – Sí querrá, –dixo el de Numancia–, que donde ay tanto valor no faltará

comedimiento. – No puedo ir, –dixo el moro amante–, contra los que tan valientes cavalleros dicen

y con la condición ya dicha yo la dexo por aora. – Yo os lo agradezco, señor cavallero, –dixo Tirisidón–, y, si sois servido de

quedaros con nosotros, de buena voluntad nuestra conpañía os ofrecemos. – Yo fuera, –dixo 87r Furiabel–, el que ganara con tal conpañía, pero es tan corta mi

ventura que no la merezco y así, por no aceptarla, me perdonad. Con esto subió en su famoso cavallo, que muy pocos avía que en bondad le pasavan

y despidiéndose de los primos se partió dexando qué contar de su valentía y comedimiento, no llevando él menos admiración. Los dos primos, después de averse

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hablado, comieron de lo que los escuderos Medel y Arento traían y, después de aver reposado, subieron a sus cavallos y enpeçaron a caminar hasta que oyeron dolorosos gritos de doncellas y guiando hacia allá vieron un gran cavallero armado de unas armas de fino y relunbrante acero que quería matar a una hermosa doncella, por lo cual dava los gritos que los príncipes oyeron que, vista por ellos la villanía del cavallero, enristrando el numantino príncipe la lança fue contra el cavallero y le dixo:

– No está bien, cavallero, a los que orden de cavallería tienen usar de semejante villanía con las doncellas, por tanto idvos vuestro camino y dexadla.

– ¿Qué savéis vós, –dixo el cavallero–, si tengo raçón para hacer lo que hago? Por tanto, idvos vuestro camino y dexadme y no os metáis donde no os llaman, que no está bien a los cavalleros andantes saber las cosas que entre algunos pasan.

– Y aún para eso, –dixo Tirisidon–, recebimos la orden de cavallería, para saver sucesos y los sucesos que d’ellos suceden y para emmendarlos si son injustos y, si justos, ayudarlos.

– Aora digo, –dixo Felermo, que así avía nonbre el cavallero–, que vós valéis más para predicar que para pelear y como a hablador no quiero curar más de él.

Con esto subió en su cavallo y cogió a la hermosa doncella en el arçón y començó a andar. Viéndose así llevar, la dama dio voces diciendo:

– ¡Ay, cavalleros, socorredme, que me lleva a matar y no creáis sus palabras! No era menester mucho para incitar a los cavalleros a usar de virtud y así dando el

fuerte Tirisidón de espuelas a su cavallo alcançó a Felermo, el cual soltando a la hermosa Rondelia, enristrando su lança se vino contra el fuerte de Numancia y executando sus encuentros en el hijo de Brasildoro hiço de efeto el hacerle perder los estrivos, mas Felermo se halló en el suelo muerto. Rondelia dio una voz de 87v alegría diciendo:

– ¡Ó, poderoso Dios y qué fuerça de cavallero! Hecho tan venturoso encuentro por el fuerte numantino con su primo Deifevo, se

llegó a Rondelia y le preguntaron la causa de el peligro en que avía estado. Ella dando un suspiro dixo:

– Sabréis, señores, que yo me llamo Rondelia y soy hija de el noble cavallero Darmón y de su muger Breida; y abrá un año que mi padre Darmón murió, dexándome un castillo para cuando me casase y aquel cavallero que allí yace, que á nonbre Felermo, con codicia de el castillo se casó por fuerça con mi madre Breida, la cual con deseo de quitarme de la sujeción de padrastro me enbió a casa de unas tías mías, donde é estado hasta aora, que me concertaron de casar con un noble cavallero llamado Orfindo. Y casado conmigo, con algunos cavalleros vino a tomar posesión de el castillo donde mi madre y Felermo viven, el cual, como supo la venida de Orfindo, con dos fuertes gigantes sus primos –con propósito de matarnos– vino a esta floresta para acometernos –descuidados– a su gusto, y así lo hiço. Y yo viendo el estrago que los gigantes hacían, me vine huyendo, siguiéndome Felermo para darme la muerte y hallóla él. Y así, señores cavalleros, ayáis buena ventura, os suplico váis a socorrer a mi esposo Orfindo que estará en mucho peligro y venid que yo os guiaré.

Con esto enpeçó a andar y los fuertes primos a seguirla y, a cabo de un rato, oyeron el ruido y apresurando su camino vieron que dos gigantes acabavan de derrivar un cavallero de buena dispusición, por lo cual Rondelina dio una voz diciendo:

– ¡Ay, mi Orfindo! Los príncipes con gran lástima, pensando que fuese muerto, fueron contra los

jayanes y el valiente Deifevo executó su encuentro en el gigante que lo tendió en el suelo muerto. Tirisidón no tenía lança que, cuando encontró a Felermo la quebró, mas hiço un golpe con la espada harto vistoso que dándole sobre el yelmo le hendió la caveça hasta los pechos, cayendo muerto. Hecho esto, ambos se fueron. Rondelia, que ya avía quitado el yelmo a su esposo Orfindo, estava muy triste entendiendo fuese muerto, mas como traía fuertes armas, no le hicieron herida y así su mal era desacuerdo, del cual buelto en sí sabiendo lo sucedido por Rondelia dio las gracias a

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los cavalleros, los cuales despidiéndose de ellos se fueron su camino, donde no pocas aventuras les sucedieron. Mas el savio Menodoro no las pone todas y cierto en ello les hace 88r agravio porque fuera de los príncipes de Grecia no avía otros más valerosos cavalleros, donde las dexaremos y a Orfindo y Rondelia que con mucho pesar de la muerte de sus cavalleros se fueron al castillo de Breida, donde fueron recebidos y estuvieron con mucha alegría, porque a nadie pesó de la muerte de Felermo, donde quedarán por aora, que no sé si me culparán los que me aguardan.

Capítulo XXXXI. Cómo los valerosos príncipes Miraphebo de Troya y Orisbeldo de Babilonia llegaron a la Ínsula de Tinacria. De lo que hicieron en defensa de la gentil y hermosa giganta Gralasinda.

Razonando en la Aventura de la Ínsula de Tinacria y en el feo intento de Garatón

y en el discreto y casto de la hermosa Gralasinda, –caminando por la mar–, dexó la historia a los esclarecidos príncipes Miraphebo y Orisbeldo, junto con tratar el vano intento de Briamón el Gigante que se echó en la mar porque el cavallero dixo que «como venían caminando y su nave de lexos avían divisado, el gigante Briamón los avía mandado armar y, como vistos como érades de tan buena dispusición y con tan ricas armas, pensando que érades de valor, nos mandó acometeros para que rindiendo os llevár[am]os en su ayuda, mas, ¡a Dios gracias!, que permitió que pretendiendo su aumento hallase su disminuición y muerte». En estas y otras cosas ivan raçonando, las cuales no eran parte para aliviar la pena que Orisbeldo sentía en se ver apartado de su amada infanta Sifenisba, no siendo parte los consuelos del troyano su amigo que asta allí con la conpañía de Belinflor algún tanto se avía aliviado. Siete días con favorable tienpo caminaron y al otavo, a ora que el hermoso Apolo venía a la media redondez a partir con ella de la gracia, de gracia dada que con él el Criador avía repartido, la nave abordó en el puerto de Tinacria, donde con gran contento mandaron sacar sus alindados cavallos y subiendo en ellos haciendo mil contornos y arremetidas començaron a caminar; y muy presto vieron la antigua y hermosa cidad de Tinacria, alrededor de ella avía un exército de más de diez mil cavalleros y cinco mil peones que todos estavan adereçándose para batalla y hacían las haces dos poderosos gigantes y, después de concertadas, vieron que salían de la cidad catorze mil 88v cavalleros y seis mil peones, los cuales fueron ordenados en dos haces por un cavallero de estremada dispusición, armado de unas armas moradas con estrellas blancas y en el escudo en canpo morado una estrella que dava mucho resplandor y allí una refulgente espada con esta letra:

Tan preclara es la justiciacomo la luz de la estrella y así confío yo en ella.

Tenía sobre el yelmo una rica corona de rey, por lo cual entendieron ser Daliseo de Tinacria, el cual, después de estar los cavalleros sosegados, tocó a arremeter; lo propio hiço el gigante Garatón y, con su primo Mardón, se adelantó; al encuentro les salió el valeroso rey Daliseo y anbos encuentros recibió y tan mal lo pararon que por no caer se abraçó al cuello del cavallo y su encuentro no hiço efecto; luego –con tanto estrépitu que la tierra parecía hundirse– se juntaron las dos haces y con tanta fuerça que más de cuatro mil perdieron las sillas y casi todos las vidas. Entran con sendas maças por los tinacrios los dos poderosos jayanes haciendo tal estrago, en unos executando sus golpes y en otros los encuentros de temor que de ver sus braveças

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recebían y así hacía en ellos más efecto su temerosa vista que la justicia que a su lado tenían. Por otra parte, iva el animoso rey de Tinacria –que pocos cavalleros avía que le igualavan– matando tantos –por su injusticia– bárbaros cavalleros que los amigos príncipes que mirando lo estavan avían sabor d’ello y no quisieron ir a ayudarlo hasta que en alguna parte se conociese mejoría. No tardó mucho porque el gigante Mardón cogiendo una lança, viendo los que matava el tinacrio rey se fue a él y de suerte lo encontró por un lado que lo derrivó, derrivando el esfuerço que los suyos en ver sus cosas recebían. Faltó a los tinacrios el ayuda de su buen rey Daliseo; aumentóseles el esfuerço que de la falta del rey sus contrarios recibieron. No tenían caudillo que los governase ni valor para resistir al de los gigantes, por lo cual començaron a perder el campo. No aguardó más el descendiente de Tros que dando de espuelas, siguiéndolo el desposeído señor de los edificios de Semiramís, se entraron por entre los cavalleros ofensores de la honra de Gralasinda y por socorrer a los defensores d’ella enpeçaron a matar y derrivar con tal presteça y ánimo que, antes que recibiesen golpe, con la fuerça de los suyos avían desposeído de las sillas a cincuenta contrarios y con el poco que hicieron tuvieron lugar para llegar donde estava a pie el rey Daliseo, cercado de contrarios, 89r vivos y muertos, muy cansado y, visto del nieto de Laomedón, saltando del cavallo hace que dexen los suyos más de veinte, con lo cual dio lugar a que el tinacrio cavalgase y cobrando él tanbién la silla cobró nuevo esfuerço, con el cual hacía maravillosas cosas. Discurriendo por la batalla, se juntaron los hijos de Salora y Ariena y tendiendo los ojos por ella vieron el gran daño que los gigantes Garatón y su primo por donde ivan hacían y cuidando de lanças fueron para allá y en llegando da el descendiente de Nino a Mardón un golpe sobre su grueso yelmo que le hiço inclinar la caveça; da la respuesta el jayán al babilónico ofensor sobre el escudo que, juntándolo con el yelmo, lo turbó algún tanto. No se descuidó el hijo de Vepilodor en dar la paga; el uno por vengarse de los recebidos y el otro por dar más se golpeavan tan amenudo y fuertemente que si fueran yunques ya se ubieran desecho; andava por las armas del uno el saver del gran Menodoro y por las del otro el fortísimo natural del doblado y diamantino acero; y así no se podían herir aunque mucha pesadumbre de sus fuertes golpes recibían. En este tiempo el troyano príncipe Miraphebo que juntándose con abominable Garatón le dio una punta en sus anchos pechos que le hiço doblar sobre las ancas del cavallo y arremetiendo el suyo lo encontró, de suerte que lo echó en el suelo. No faltaron cavalleros a la caça que antes que se menease no le quitaron la vida y sus feos intentos. En tanto que esto pasó, los tinacrios viendo los jayanes entretenidos cobraron ánimo para ganar lo perdido del canpo; y sobre ello ganaran más por ser más; mas avía tan valientes cavalleros en el contrario exército que los entretenían con honra suya. No tardó mucho en sonarse la muerte de Garatón y el aprieto de su primo, lo cual oído de los suyos –como gente que a nadie acatava sino su provecho– començaron a desmayar, tanto cuanto los tinacrios a animar; y ayudando lo uno a lo otro y el esfuerço del nieto de Héctor, la muerte de Mardón y la nueva ayuda de Orisbeldo, començaron a gran priesa perder el canpo. En esto el tinacrio rey Daliseo, junto de los cavalleros que esparcidos andavan sin pelear hasta quinientos, con tanta fuerça acometió por un lado que no sólo les hiço perder el canpo, mas huir a rienda suelta los pocos que quedavan. No fueron pereçosos los ayudadores de Gralasinda en seguir la victoria. El afecto con que lo hicieron hiço de efeto que no escapasen ciento vivos ni aún cosa de las que al real truxeron de sus victoriosas manos. 89v Bien avía visto el animoso rey Daliseo que la victoria devían a los cavalleros de las ricas armas y quiriendo cumplir lo que a cavallero devía yéndose hacia ellos dixo:

– Fortísimos cavalleros, no sería raçón si no hiciésedes lo que os quiero suplicar y es que, junto con iros conmigo a palacio, me digáis quién sois para que sepa Tinacria a quien deve su antigua y sustentada honra; y para que quede yo más vuestro –aunque harto por lo hecho quedo–, os suplico os quedéis commigo para que sirviéndoos toda la corte seáis pagados como vuestro valor merece.

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– Recibiendo nosotros, soberano rey, –dixo el troyano–, tanta honra –sin merecerla– con vuestra conpañía, indiscretos seríamos si –siendo nuestro provecho– no la ganásemos con serviros; y de buena voluntad cunpliremos lo que nos mandáis. E[n] lo otro –no sé si quedaréis quexoso– porque cunplirlo del todo no podemos; mas sabed que un savio nos crió y a mi conpañero puso nombre Orisbeldo y a mí Miraphebo y para deciros más no lo sabemos.

– Con eso, –dixo el rey Daliseo–, me avéis puesto en obligación y, porque es hora de recoxer, será bueno de tocar la señal.

A la cual todos en un confuso montón se recogieron y entrados en la cidad con las alegrías acostunbradas fueron recebidos. Los principales de Tinacria con los dos cavalleros y el rey Daliseo se fueron a palacio, donde hallaron a la hermosa y discreta Gralasinda, vestida una saya de brocado carmesí, con infinitas piedras guarnida y encima una ropa de un tosco y negro paño y muy llorosa, aconpañada de doncellas que, como el rey la vido, haciendo un acatamiento le dixo:

– Estoy, hermosa señora, tan dudoso –después que os é visto mostrando tales extremos– en qué manera tome lo hecho no saviendo lo [que] tengo de hacer, que me obliga a preguntaros cómo nós avemos de aver en esta victoria: si alegres porque os hemos librado de peligro, o si tristes por la muerte de vuestro padre y tío.

La gentil giganta humillándose respondió: – En mi soberano reino ay que respetar para regiros y, no haciendo caso de lo que

mi ropa y ojos muestran, os suplico que cunpláis lo que devéis; al vencimiento yo estoy alegre por ver lo más estimado que ay en mí fuera del peligro, que en peligroso trance se vido; estoy alegre por me ver vengada de la grande ofensa que a mi castidad se hiço con tan feas palabras; estoy alegre por la victoria y honra de el rey Daliseo y en verme en su gracia; el natural me constriñe a estar triste: considero que mi padre era honbre con coraçón y por ello con pasión e ira miró que podría ser reinar en él más la pasión que la raçón y, después más interese que deseo, imaginó que el tienpo lo podría curar. Veo que me engendró 90r y estoy triste, mas remedióme ponderando la maldad del caso y en –que solamente– pensallo ofendía gravemente el uso de raçón y, aunque se desviase d’él y viviese muchos años con diferente intento, no podría dorar lo que con una palabra –en aquel caso dicha– desdorase y determinando el intento con que la guerra proseguía me alegro con su muerte.

– En ello tenéis raçón, señora Gralasinda, –dixo el rey–, porque considerados lo deseos y obras de Garatón hallaréis que no sólo merecía nonbre de padre mas de tirano y, dexado esto aparte, dad las gracias a estos cavalleros, que a ellos devemos la victoria.

La gentil giganta habló a los príncipes muy comedidamente y ellos así mismo y siendo desarmados fueron muy bien servidos y con mucho regalo estuvieron allí quince días, al cabo de los cuales se partieron, dexando a un hijo del rey Daliseo armado cavallero.

Capítulo XXXXII. Cómo el valentísimo príncipe Rorsildarán de Tracia aportó en su media galera a tierra y de lo que le sucedió en la Torre de los Justadores.

Sinraçón sería si en historia donde de tantos cavalleros se hace particular

mención olvidásemos aquel lucero de la cavallería que entre los más estimados tiene el cuarto lugar: el señor de Tracia, que bastava ser hijo del emperador Arboliano cuanto, y más, hermano de Belinflor, para que este primer libro estuviese lleno de sus

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inmortales hechos, de cuya falta no tengo yo la culpa sino el savio Belacrio –y sus aficionados riñánselo–, el cual en particular no trata hasta aora que dice:

Partido el soberano y desconocido griego por la tormenta de la mar de la batalla que con el ínclito emperador Arboliano tenía ocho días sin peligro –aunque al parecer la media galera iva peligrosa– caminó por el mar, al cavo de los cuales llegó a una fresca ínsula, en la cual sacó un famoso cavallo que el savio Eulogio le avía dado, todo bayo con havas negras, ancho de ancas y pechos, corto de pescueço y cara, era fuerte y ligero; avía nonbre Boquero. En él subió el famoso trácico y con solo un escudero llamado Libernio començó a caminar y, no uvo andado mucho, cuando vido un ancho y caudaloso río poblado en su húmeda estancia de diversos pescados y su deleitosa ribera de altos y fructíferos árboles y el florífero suelo dava de sí tal fragancia que grandemente deportava; sobre el río avía una gran puente y, al cabo de ella, una alta y hermosa torre por donde entravan a un torreado 90v castillo; después de bien mirado todo por el hijo de Elimina, mandó a su escudero Libernio que llamase a la puerta de la torre, el cual haciéndolo así se asomó a una ventana un cavallero que dixo:

– ¡Norabuena vengáis, señor, porque sé que me avéis de librar del travajo que paso!

Admirado quedó Rorsildarán de lo que el cavallero decía, el cual bolvió a decir: – ¡Esperá, señor cavallero, a quien devo mucho!, ¡baxaré y os contaré lo que en

esta torre se hace! Con esto se quitó y a poco rato abrió la puerta y saliendo se arrimó a un petril de la

puente y escuchándolo el traciano señor dixo: – Sabréis, señor, que ésta es la Isla de Arbalia, donde aportó un bravo cavallero

llamado Argamón, tan pobre como fuerte, el cual, así como entró por esta tierra, libró de un peligro al duque don Garcón, señor de ella; el cual en señal de agradecimiento le dio este castillo, torre y puente, en el cual vivió algún tiempo y confiando en sus fuerças para hacerse rico ordenó una costumbre y es que todos cuantos cavalleros aquí aportasen trayendo damas avían de hacer con él batalla y, si él vencía, avían de quedar a servirle hasta que viniese otros que quedando del servicio los librase y, si él era vencido, avía de dexar la torre. Con este exercicio el bravo Argamón ganó tanta honra y cobró tanta fama que vino a oídos de la hermosa Argacia, hija del conde don Garcón, por lo cual se enamoró de él con tanto afinco que se lo descubrió. No pesó a Argamón que la hija de el duque lo amase, antes por ello muy loçano acrecentó tanto sus hechos que aumentó el temor que le tenían y avivó su fama, tanto que quiriendo el duque casar su hija no halló con quien más cómodamente que con el temido y fuerte Argamón. Todos los de la Ínsula de Arbalia vinieron en el propósito de don Garcón y no aviendo contradición las bodas fueron celebradas con mucha alegría y mucho tienpo vivieron; y el duque don Garcón en su muerte dexó por herederos al fuerte Argamón y a su hija, en la cual tuvo un hijo llamado Armedo, aún más fuerte que él y, al tienpo que sus padres murieron, le dexaron esta Ínsula de Arbalia y le mandaron mantuviese la costunbre de la Torre de los Justadores. Él lo hiço tan bien que no ganó menos honra que su padre y contrayendo matrimonio con una hermosa doncella tuvo un hijo llamado Argamón, el cual mantuvo la propia costunbre, y tuvo un hijo más fuerte que sus antepasados, el cual se llama el bravo Roxano que, aunque mancebo, á cuatro años que su 91r heredada costunbre guarda; ya á ganado tanta honra que en gran manera es temido y, ¡por mi mal!, tanto que an venido muchos cavalleros y por miedo se an buelto y en mí ayo la desgracia que á dos años que yo y mi muger servimos. Y ¡así Dios os ayude!, señor cavallero, no os bolváis de miedo; quiça la Fortuna doliéndose de mí os ayudará a perder la silla y porque sin dama no podéis hacer batalla os ruego la vayáis a buscar que, si la halláreis y os consoláis de mí, y venid presto.

Con esto se despidió de el príncipe, el cual quedó muy alegre y con su escudero Libernio se partió y anduvo todo aquel día y otro por aquella tierra y parando una noche en una floresta, ya que avía reposado algo, oyó cerca de sí hablar y

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levantándose muy paso se llegó donde le pareció oír y poniéndose detrás de un árbol vido una muy hermosa doncella, vestida de brocado blanco, y par de ella dos que parecían ser sus criadas y la una le decía:

– Sí fuera tan dichosa Arnila, hermosa Risalea, que para cunplir el deseo de la condesa de Tina mañana hallase cavallero que con ella fuese a la Torre de los Justadores a ver al gallardo Roxano.

– Es tanto, según é oído decir, lo que lo temen, –dixo esotra doncella–, que dudo que lo halles.

– ¡Mira qué conpañía que me hiço Dios merced de darme!, –dixo Arnila–, pues tú Ornea, que nos avías a poner ánimo y facilitar el negocio, pones tanta duda.

– No lo dificulto yo, –dixo Ornea–, sino, como estamos en tiempo que apenas se puede hallar un bueno –en nada–, dudo que lo halles tal que con Roxano se afronte.

– ¡Oxalá lo hallasémos!, –dixo Arnila–, y fuese el mayor lebrón que aya, porque no pusiese en peligro al gallardo moro y nosotras con buen título y color quedásemos en su casa a servirlo, pues es lo que pretendemos y después la Fortuna ordenará para que vuestro hecho, mi señora, se efetúe.

Entonces la muy hermosa Risalea dando un suspiro dixo: – Es tan poca mi ventura, querida Arnila, que creo que no se nos a desconcertar

nada bien. – No merece hermosa condesa de Tina, –dixo Arnila–, la fee con que salistes de

vuestra tierra mal pago; por tanto, confiá que, pues Roxano no está enamorado, viendo buestra hermosura –que a mí, con ser muger, me tiene rendida– hará amor sátiro, que no gusta de estar ocioso ni de que nadie lo esté y, porque estaréis cansada, será bueno dexar la plática.

La cual contentísimo avía oído el ínclito príncipe de Tracia y con propósito de, cuando se partiese Arnila, salirle al encuentro se fue a reposar, lo cual hiço con mucho contento.

Ya el alegre mensagero de la cierta venida del pastor amante començava a mostrar lo que en ello se esmeró en hacer el que todo lo hiço, paramos en algo su gran poder, cuando el señor de Tracia levantándose 91v enlaçó el yelmo y estando por Libernio adereçado el brioso Boquero subió en él y fuese donde avía oído la noche pasada hablar, mas no vido a nadie, por lo cual començó a andar por la floresta y a cabo de rato oyó unas voces y guiando hacia allá, cuando llegó, vido a la doncella Arnila en el suelo riéndose y dando boces y par de ella estava el palafrén caído y desensillado y entendiendo Rorsildarán lo que avía sido mandó a Libernio que la levantase y le ensillase el palafrén, el cual así lo hiço y la doncella muy alegre dixo:

– ¡A Dios merced!, señor cavallero, que me avéis librado y aún con vuestra presencia socorrido de una necesidad en que estava y por ella me avía puesto en camino.

– No sé, señora doncella, –dixo el príncipe–, quién se ponía en tanto peligro de caminar no saviendo librarse de los peligros que le acaecerían, no saviendo llevar la rienda.

– ¡A Dios gracias!, –dixo Arnila–, que ya que crió cavalleros que quiten el ánimo a los caminantes, crió escuderos que animándolos les ayuden. Y merced se me haría si me dixésedes como venistis aquí.

– La Fortuna, señora, –dixo Rorsildarán–, me á sido muy contraria siempre y aviendo aora duelo de mí me á ofrecido tal suerte y tan buena que no la merecía y es averos encontrado, pues no buscava otra cosa.

La doncella riéndose dixo: – Bueno está, señor cavallero, no paséis más adelante, que, para decir lo que

deseáis, asaz avéis dicho, que claro se muestra que hallándome en el estado en que estava vuestras palabras son por hacer escarnio.

– Mejor me ayude Dios, –dixo el de Tracia–, que eso sea; antes con lo dicho declaro que de cualquier suerte que estéis merecéis mucho.

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– Apeaos, señor cavallero, –dixo Arnila–, y no me subáis tan alta que el aire no podrá sufrir tal peso y me dexará caer avergoçándoos, y me diréis para qué queríades la doncella.

– La repuesta en la mano está, –dixo el príncipe–, claro se ve que los cavalleros non valen sin las doncellas y para hacer una batalla vengo a demandar su ayuda.

– Si esas palabras, –dixo Arnila–, a mí sola fueran endereçadas, de mejor voluntad las oyera, pero con harta é oído en la estimación que son tenidas las damas y, si ellas conocen y estiman su valor, de mí voto que no harán cosa por cavalleros sino son suplicadas y mucho.

– Para ablandar tanta dureça como mostrái[s] me quiero apear y suplicároslo mucho.

Con esto se apeó de su Buquero y dixo: – No quisiera, señora doncella, que vuestro parecer se publicara, porque muchos

cavalleros no perdieran lo que con sus damas á[n] grangeado y, dexado esto aparte, os suplico queráis ir conmigo a la Torre de los Justadores que quiero aver batalla con el bravo Roxano.

La graciosa Arnila haciendo 92r un donairoso desdén dixo: – No creo, cavallero, que hallaréis en mí tan buen recaudo como pensáis que, si

avéis de aver batalla con Roxano, temo que perderéis la silla y quedaré yo obligada servir a un moro; en verdad, ¡que no quiero dar ese contento a los criados del Señor de la Torre!

– En eso, señora doncella, –dixo Rorsildarán–, avéis mostrado lo poco que pueden los favores de las damas, pues recibiéndolos los cavalleros no sólo –confiando en ellos– se atreverán a derrivar a Roxano, mas a un otro más fuerte que él.

– E[n] verdad que tenéis raçón, señor, –dixo Arnila–, y si tanto en el favor confiáis, yo os llevaré donde os lo den –que si ellos hacen efeto– de mano de quien por sí hará estimarse. Y porque es ya tiempo y á travajado la lengua, no sería malo dar en qué entender a los dientes, pues es cosa que no se puede escusar.

Con esto y mucho contento comieron y subiendo el griego en su Boquero y la doncella Arnila en su palafrén, travando gustosas pláticas començaron a caminar y algo tarde llegaron a la orilla del deleitoso río Ogar, donde la muy hermosa condesa Risalea de Tina con su doncella Ornea estava; y llegando y haciendo su acatamiento le habló con la cortesía de que era dotado y con no menos fue satisfecho y, después de averse sentado, la doncella Arnila dixo contra Risalea:

– Confía tanto, mi señora, este apuesto cavallero en el favor de las damas que se atreve a tener batalla con el gallardo Roxano y no quisiera, si por el moro corre la ventura, que perdiendo en la silla el favor pierda su reputación.

– ¿Todavía, señora, –dixo Rorsildarám–, tenéis tan mala opinión de el favor?, pues ¿no véis que basta ser de damas para tener fuerça sobre aquel a quien le falta, acrecentando la del favorecido contra cual la Fortuna no la tiene?

– Mucho deven las damas a tan buen abogado, –dixo Risalea–, y sinraçón sería no alegar ellas a su parte, lo cual haciendo os doy un pequeño favor y es que en mi nonbre hagáis la batalla y, si os ayudare contra Roxano, ruégoos le pidáis un don y será cual yo os diré después.

– Sea, mi señora, como mandáredes, –dixo Rorsildarán.Y bien entendió su intento y con el propósito que adelante oiréis, estuvo

entretenido en discretas pláticas con Arnila y Ornea hasta otro día.

Capítulo XXXXIII. Cómo el príncipe Rorsildarán de Tracia con la hermosa condesa Risalea de Tina bolvió a la Torre de los Justadores y la brava batalla que tuvo con el bravo Roxano.

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Un día, cuando el rojo Apolo viendo el firme propósito de Alcestes y lo poco que

sus demostraciones valían, subido en su 92v cuarta esphera, sentado en el carro –causa de la muerte del incauto Faetón– mostrava esparcida su dorada greña por el principio de su real y cotidiano camino, estando el famoso príncipe de Tracia y su conpañía adereçada para caminar, tomaron una senda orilla del río Ogar, por la cual caminaron todo aquel día y otro a ora que la diligente Zintia, deseosa de mostrar su hermosura, del regalado lecho de Titán avía ayudado a levantar la aurora, la cual venía efectuando sus conortosos efectos, el hijo de Elimina y Risalea con sus doncellas llegaron a la antigua Torre de los Justadores y llamando Libernio a la puerta avisa al cavallero que lo dixese a Roxano. No fue pereçoso el sirviente que diciéndoselo a su amo le truxo sus fuertes y encantadas armas, de las cuales en un punto se armó y subiendo en un poderoso cavallo salió a la puente con tan gentil continente y apostura que el trácico señor uvo sabor de vello y llegándose a él le dixo:

– No pongo yo duda, valeroso cavallero, en lo que tanto vuestro valor asegura, mas, como algunas veces los sucesos de las batallas estén designados a la Fortuna y ella sea variable, en ésta que avemos de tener podrá ser inclinar lo más a una parte que a otra y, como vós estéis tan sujeto al vencimiento, como yo quiero que, si es de vós, lo que podrá ser de mí, que otorguéis un don.

Muy contento quedó el gallardo moro, así de su estremada dispusición como de sus comedidas palabras, y así con la cortesía de que era dotado respondió:

– No niego, gentil cavallero, lo que avéis dicho ser verdadera raçón y siguiéndola digo –aunque parezca áspero– que me holgara ser vencido por daros gusto y, aunque sea lo contrario, me prefiero a serviros que a todo obliga vuestros virtuosos extremos.

– Bien se echa de ver, –dixo el de Tracia–, que en todo sois extremado, pues de vuestros extremos hacéis gracia al que no los tiene para extremaros mas en ellos, y del servicio que me ofrecéis yo lo acepto por merced, mas no lo consiento por no merecerlo y, si sois servido que en este negocio demos algún medio para que no aya entre nós batalla, de aquí me pongo a cumplirlo.

– Yo me holgara en estremo de ello, –dixo el gentil Roxano–, mas no puedo hacer otra cosa, mas en otra cosa mostraré mi voluntad.

Con esto dieron anbos buelta a sus cavallos y apartándose una buena carrera, dando de espuelas, bolvieron el uno para el otro y en medio de la carrera el príncipe de Tracia alçó la lança por no herirlo, mas él recibió tal encuentro que puso la caveça sobre las ancas de su Buquero, el cual con tardos pasos acabó 93r la carrera. Enojóse el fuerte y gallardo pagano y enpuñando su espada bolvió para su contrario y, cuando estuvo cerca, le dixo:

– Cavallero, el tienpo en que estamos no es descortesías. Mirá si queréis hacer batalla cómo se á de hacer o, si no, entraréme en mi torre.

No respondió el desconocido griego, antes sacando la espada y enbraçando su escudo se puso a guisa de ofender y defenderse. No aguardó más el nieto de Argamón para darle un golpe que la caveça le hiço baxar hasta los pechos. No tardó en reponderle el señor de Tracia.

No avía mejor tiempo para emplear el travajo que, en ir a la celebrada Helicón tomara para ganar algunas sobras que allí ay de discreción, y con ellas adornar mi rudo ingenio para más dignamente tomar la pluma y descrevir la batalla de los bravos cavalleros que apoderándose la enojosa ira de sus coraçones se davan golpes que los circunvecinos edificios y cercanas selvas dieran con el largo y temeroso eco claro testimonio de su fortaleça y más claro lo diera el rostro de la hermosa Risalea, pues más triste efecto en él hacían. Por no cansar a los lectores, no notificaré cada golpe en particular y, porque el hacerlo a otro más claro ingenio que el mío está reservado,

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algunos pondré aquí –pues ya lo é tomado a mi cargo–, que por ser notables no pueden dexar de notarse.

Dio el fuerte moro a Rorsildarán un golpe sobre su encantado yelmo que la caveça le hiço inclinar hasta el delantero arçón. Levántase el ínclito príncipe y echando el escudo a las espaldas y apretando con corajosa furia un diente con otro y la espada con la mano, afirmando los pies en los estrivos y alto de la silla un palmo se pone con tal postura que los apuestos del mundo lo recelaran y así lo hiço Roxano, que levantó el escudo para defenderse. En él dio el airado golpe con tanta fuerça que juntándoselo con el yelmo del todo lo sacó de sentido y echando sangre por la boca lo derrivó sobre la cerviz del cavallo, el cual atormentado hincó las rodillas. Con tanta fuerça en la hermosa Risalea recudió el poderoso golpe que desmayada la derrivó del palafrén. Bien entendió la causa del efeto el príncipe Rorsildarán y mucho d’ello le pesó, mas rebolvió en sí y vido que el gallardo Roxano avía buelto en sí y biéndose en aquel estado picó al cavallo, que lo hiço levantar y soltando el escudo con mortal coraje alçó la espada y con ella dio sobre el yelmo al soberano trácico tal golpe que sacándolo de acuerdo el cavallo Boquero 93v lo desvió de allí. No tardó mucho en bolver en sí el nieto de Alivanto y deseando acabar la batalla dio al bravo Roxano un golpe sobre el honbro izquierdo que con el dolor causado de la fuerça d’él no lo mandó por un rato. Si la ninfa Eco no se cansava de responder a las enamoradas preguntas del engañado Narciso, habitando en la orilla del río Ogar estava enfadada de –a tanta tan continuas y desabridas como los fuertes golpes de los guerreros hacían– responderle. Era el bravo Roxano uno de los más valientes cavalleros del mundo, de grandísimo ánimo y presteça –no sé si Menodoro habla con pasión–, mas él lo pinta tal que muy pocos o ninguno pagano en bondad le hacía clara ventaja. Dava tan fuertes y espesos golpes a su contrario que lo hacía admirar; mas el que los golpes del ínclito y sin par encubierto griego no avía en Tracia temido no le turbaban estos. Dos horas turó la reñida batalla sin conocerse mejoría, admirados los presentes de la gran fortaleça de los cavalleros. No se pueden decir las vislunbres que causavan los golpes en el rostro de Risalea; veía en peligro al gallardo pagano, su querido, por cuyo amor avía salido de su tierra; pesávanle por aver tomado aquel medio para su negocio. No bastavan los consuelos de Arnila y Ornea para que con aljofaradas lágrimas dexase de mostrar su dolor. Tan codiciosos andavan los cavalleros en su batalla y los de la torre en mirarla que no advertían en lo que ellas estavan. Enojado andava el príncipe Rorsildarán en durarle tanto la batalla, por lo cual redoblaba sus golpes. No menos furioso andava el bravo Roxano que aviéndosele quitado el dolor del braço, echando el escudo a las espaldas, con el espada a dos manos, dava tan ásperas repuestas al señor de Tracia que algunas veces le hacía dudar la victoria. Ya los presentes estavan cansados de mirar –y ellos no de golpearse– y sordos los oídos de la contina pesadunbre que de oír el resonar de los yelmos recebían, dio el señor de Arbalia al de Tracia un golpe sobre el encantado yelmo que sin sentido lo derrivó sobre las ancas de Boquero, el cual algún tanto lo apartó de allí. Presto el gentil príncipe bolvió en sí y picando el cavallo, la espada alta, se fue para Roxano.

«¡Guarte, gallardo moro! ¡No lo esperes!», mas no sufre tu valor tal quien avisarte pudiera, que con este golpe avías de ser vencido, –mas serlo de tal cavallero no es sino honra–; y allega, alça el escudo –por amor de Risalea– ¡no hagas tal gentileça!, 94r

pues, no aprovecha ni quieres, recíbelo en el yelmo, tal cual verán que acertándole en un lado lo sacó de sentido y por el otro de la silla del cavallo dando con él en el suelo donde estuvo sin sentido. El pesar que d’este golpe la hermosa Risalea recibió no se puede decir y tanto la acongoxó que dando un suspiro quedó como muerta. Viendo esto el señor de Tracia se apeó de su cavallo y fue a do el bravo Roxano estava y quitándole el yelmo tomó la caveça en las rodillas y mandó traer un jarro de agua y una toalla y lavándole el rostro –que lleno de sangre tenía– bolvió en sí y viéndose en aquel estado quisiera morir de pesar, mas conformándose con la voluntad de la Fortuna dixo con alegre rostro:

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– Pues que está cunplido, valiente cavallero, lo anexo a vuestro valor, presto estoy a cunplir el don que me pedistes.

– No quiero, esforçado cavallero, –dixo Rorsildarán–, que lo que yo os pedí lo cunpláis con ese título, pues no se á de atribuir a falta de valor; lo que hace la Fortuna no consiento que se os llaméis vencido, pues avéis hecho tanto que a mí cerca de ese punto me pusistes. El don quiero que lo cunpláis por lo que a vuestra virtud devéis, mas no de otra suerte.

– Eso y más que me pidiéredes, señor cavallero, –dixo Rosano–, lo cunpliré de la suerte que lo mandáredes y decid qué es para que con la presteça de cunplirlo muestre mi presta voluntad.

– No se esperava menos de vuestra virtud, –dixo el de Tracia–, y lo que os suplico es recibáis por muger a la hermosa condesa Risalea de Tina, que sólo a veros salió de su tierra y es la que allí está.

No llegó jamás alegría en su punto sino fue la de Roxano que levantándose quiso vesar las manos al príncipe, mas no vino a efeto semejante demostración.

– No me pesa ya, – dixo el gallardo moro–, de ser vencido de tal cavallero, pues aún no todos lo merecen ser de su mano.

– Paréceme señor que con dos victorias me avéis sobrado, pues lo que yo os avía de suplicar tan liberalmente me dáis y, aunque no llegara el merecimiento de la condesa Risalea a tanto que yo no la merezco, bastara mandármelo vós para hacerlo de muy buena voluntad.

– Basta, señor Roxano, –dixo Rorsildarán–, que para obligarme más no es menester más palabras y vamos donde está la condesa, que no le pesará d’ello.

Con esto se levantaron y fueron a hablar a la hermosa Risalea, la cual los recibió con mucho contento y nuevamente quedó rendida viendo el hermoso rostro de Roxano, el cual muy alegre considerava su hermosura; después de pasados los comedimientos anexos a tal tiempo, se fueron a la torre donde con mucho contento comieron y con el moro amado enbió un cavallero a la cidad de Arbalia 94v a avisar a los grandes de la Ínsula –que en ella estavan– como se quería casar y que hiciesen las fiestas convinientes para celebrar las bodas. Los fieles –cual deven ser– vasallos los cunplieron muy a gusto de su señor, el cual por su bondad era muy amado. Las bodas fueron hechas con mucha alegría –voy huyendo prolixidad, de la cual no quisiera ser notado–, y los desposados durmieron en uno y la condesa Risalea quedó preñada y, por ruegos de Roxano, Rorsildarán de Tracia no se fue hasta que parió un bello infante, al cual pusieron Rodamor; fue señalado y valentísimo cavallero, al cual Menodoro se muestra aficionado como el tercer libro d’esta primera parte lo mostrará. Con el deseo que el señor de Tracia tenía de –andando por el mundo– hallar aventuras, no quiso reposar más y así, despedido de Roxano y la condesa, y de Arnila y Ornea, y de los principales cavalleros de la Ínsula de Arbalia que en el castillo de la Torre de los Justadores estavan, se enbarcó y con buen tiempo començó a caminar, lo cual hiço mucho tienpo.

Capítulo XXXXIIII. De la estraña y maravillosa aventura que el valeroso príncipe Rosildarán de Tracia halló en la mar caminando y lo que ende hiço.

Siguiendo el orden que los savios Menodoro y Belacrio, choronistas d’esta grande

historia llevan, digo y que el príncipe de Tracia iva en su nave caminando por la mar y una noche, que no avía savor de dormirse, sentó en el borde y tendió los ojos por el movible mar, que en calma estava y hacía un apacible llano que a manera de cristal no dexava mirarse, la causa d’ello era que la clarífica Diana se mostrava más hermosa

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que cuando fue a ver a su querido Endimión, tendiendo por el ancho mar sus plateados rayos y con tanta fuerça reververavan que el agua cristal hacían; el sordo silencio que avía que, aún hasta los profundos acuarios moradores en aquel tienpo lo guardavan, truxo al ocioso pensamiento del trácico príncipe el deseo de ir a su reino a ver a su madre y de saver de su hermana Roselva y de su nuevo amigo Furiabel. Estos pensamientos le criaron un nuevo deseo de inquirir quién el Cavallero de la Fortuna fuese, pues lo tenía por padre, aunque a su opinión, muerto. Veníale tras este deseo la desconfiança por averlo visto muerto y tras ella una vengativa ira contra el Cavallero del Arco y el emperador de Grecia. En semejantes pensamientos –criados por la malicia de Eulogio– el ínclito príncipe estuvo hasta la mañana que algo lexos sobre la mar 95r descubrió un alto edificio y maravillado se armó y mandó a los marineros que guiasen la nave y, cuando fueron cerca, vieron una alta torre por abaxo cuadrada y muy ancha y por lo alto se iva ensangostando, a manera de pirámide. Era labrada de piedra negra con algunas labores de pardo y oro, que dando en ellos los rayos del ya salido sol hacía muchos vislunbres. Tenía esta torre una puerta alta que no podían subir sino por escala y encima de ella avía alçada una puente levadiça. En la pared de la torre avía unas letras y llegando la nave vio par de ellas una vocina colgada y las letras leyó y vio que así decían:

EL QUE SABER QUISIERE POR QUÉ CAUSA SE HIÇO LA MARAVILLOSA TORRE, TOQUE LA BOCINA, MAS AVÍSOLE QVE SE Á DE VER EN PELIGRO, POR QUE ARREPINTIÉNDOSE NO NOS CULPE

El príncipe acabó de leer las letras diciendo: «Ni me arrepentiré ni os culparé»; con esto tocó la bocina y luego fue echada la puente por la cual Rorsildarán subió hasta la puerta, por la cual entró a una gran cuadra. No se detuvo en miralla porque se le puso delante un gran jayán y con una pesada maça le dio un golpe sobre el yelmo que rodillas y manos puso en el suelo. Con estraña presteça le asegunda otro en las espaldas que gran dolor causó al invicto joven, el cual con la ligereça del pensamiento se levantó y con su fuerça, ayudada del enojo, dio al jayán un golpe en el grueso yelmo que le hiço hincar una rodilla y dándole en el ancho pecho una recia punta le hiço doblar el cuerpo acia tras tanto que, si no se afirmara con la una mano, en el suelo cayera. Levantóse el encantado gigante y con su <a> ayudada fuerça tiró un golpe al señor de Tracia, el cual, escarmentado de los primeros, hurtó el cuerpo, de suerte que dando en el suelo hiço por un buen rato temblar el mágico edificio. Tan furioso de aver hecho el golpe en vano el gigante bolvió a alçar la maça que no se puede decir dexóla caer rugiendo por el aire. El hijo del griego señor no tubo tiempo para desviarse, salvo meterse tan dentro con el jayán que no le alcançó sino con los puños y turbólo tanto que por poco cayera. Tanto dolor sintió el encantado gigante en las manos que no pudo tener la maça y así la soltó y yendo a 95v echar mano se halló abraçado del príncipe. No era tienpo de descuidarse y así rodeándole sus fuertes y bellosos braços començaron una reñida lucha. Aprovechando poco sus mañas y menos sus fuerças para derrivarse, se soltaron y enpuñando el de Tracia su espada y el de la Torre sacando un cuchillo enpieçan a golpearse. Dio el jayán al príncipe un golpe, el cual recibió en su escudo y fue tal que puso una rodilla en el suelo. Levantóse el furioso joven y enojado de la tardança dio al encantado contrario un golpe en el muslo que pasándole las armas le hiço una herida. No uvo la bruta sangre matiçado el losado suelo cuando el trácico oyó unos terribles bramidos que en la cóncava torre temerosamente resonavan. No tardó mucho cuando vio venir contra sí un desemejado león de estraña grandeça, ca era poco menor que un elefante. Tenía las uñas de dos palmos y no traía ningún bello, salvo armado de duras y fuertes conchas. Así como vido el estraño cavallero con nunca vista ligereça vino contra él. No se pudo guardar por el estar ocupado con el jayán, y así con tal fuerça lo encontró con su gran frente que lo tendió en el suelo. Vídose en peligro porque antes que se menease vino sobre él

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y con sus fuertes braços lo asió con tal poder que no lo dexó menear y acudió el jayán con sus pesados golpe[s]. Acongoxóse el hijo de Elimina, mas turbándose no desmayó y así como pudo soltó el escudo y con el izquierdo puño dio tal golpe al bravo león que le hiço saltar la sangre por las narices. No se uvo mostrado fuera la bárvara sangre del animal cuando vino un cavallero armado de todas armas, la espada en la mano y con ella començó a golpear el tendido príncipe, el cual mucho dudó la batalla viendo que si hería tenía más contrarios. Abraçóse fuertemente al cuello del bravo animal y tanto lo apretó que poco a poco le iva quitando el resuello. Aquexávanle los golpes del cavallero y jayán y él enpeçó a quexar más fuertemente al león, de suerte que con la fuerça que el propio ponía, apretando al príncipe, junto con la que era apretado de tal suerte se cansó que del todo se ahogó. Gran contento con su muerte recibió el príncipe de Tracia y animándose con él se levantó y acordándose que, si sacava sangre, tendría más que vencer, no curando de herir, se abraçó con 96r el jayán; con su fuerça de pocos igualada lo alçó del suelo y se llegó a la puerta de la torre, donde lo dexó caer y fuero[n] dando hasta la mar, donde con el peso de las armas se ahogó, celebrando la gente de su nave la victoria con innumerables voces de alegría. No se fue alabando que el Cavallero de la Torre fue tras él y, así como soltó el gigante, por detrás le dio tal golpe en el yelmo que algún tanto lo turbó; asegundó una punta en las espaldas que las manos le hizo poner en la puente y las rodillas en el paso de la puerta. No tardó en levantarse el trácico joven, todo fue por mal del cavallero porque hallándolo junto a sí le echó sus braços al cuerpo y haciendo lo propio el de la Torre començaron una peligrosa lucha. Procurava el príncipe sacarlo fuera y el cavallero estorvarlo, pero al fin de buen rato el cavallero halló en la puente sin sentido, donde el victorioso mancebo dexó y bolviendo a la cuadra vido en ella una pequeña puerta, por la cual entró a una cámara y a la luz que un gran carbunclo dava vio una ara cubierta de brocado negro, sobre lo cual avía una estatua de la Justicia; en cada mano tenía sendos pergaminos arrollados y tomando el de la mano derecha lo abrió y viendo que estava escrito lo leyó, que así decía:

El fuerte Amán Moro de Tría al cavallero que por su valor esto allegare a leer, salud, para que con ella sea en deshacer el mayor agravio que se á visto. Sabrá que en la grande y nonbrada Ínsula de Gebra uvo un rey muy recto y justo llamado Galebo, el cual tuvo una hija estremada en hermosura por nonbre Xarcira. Ay en esta Ínsula un castillo muy fuerte con ocho torres; es la mejor posesión que en Gebra tiene ningún cavallero, y los señores d’él por excelencia se llaman Moros de Tría; tienen en corte del rey Galebo el más principal lugar y los primeros en consejo. Sucedió que sucediendo el desdichado Amán de tan noble casta siendo doncel fue llevado –para su venturosa desdicha– a la corte del rey de Gebra a recebir la orden de cavallería, la cual le fue dada con la honra posible, recibiendo la espada de mano de la hermosa Xarcina; recibiendo ella el alma del novel cavallero que, desde el punto que la vido, quedó preso de su amor y lo mismo quedó la infanta de Gebra. El fuerte Amán fue tan loçano con el dulce y nuevo dolor que 96v la hermosura de Xarcira en su coraçon avía hecho que enpeçó en hechos a mostrar la gran fuerça que los dioses con él avían repartieron. Tanta fama el Moro de Tría en este exercicio ganó que de los paganos de Gebra en gran manera era temido; ayudóle la Fortuna en que la disipadora fama llevó nuevas de su fortaleça a la Ínsula Bayana, de donde es rey el fuerte y poderoso jayán Caramante, el cual tiene un hermano mancebo, llamado Zarmón, el cual deseoso de honra vino a la Ínsula de Gebra con propósito de aver batalla con el fuerte Amán Moro de Tría para que venciéndolo a él toda la honra ganada por el amante de Xarcina le fuese retribuida. Fuele la Fortuna avara porque, así como vido la hermosura de la hija de Galebo, quedó de ella enamorado, y así con más orgullo pidió la batalla. La cual otorgó el de Gebra y por su mano fue vencido el gigante Zarmón y por ello afrentado se bolvió a la Ínsula Bayana, donde pensó una gran maldad. La victoria del fuerte Amán acrecentó el amor que la hermosa infanta Xarcina le tenía. Y una noche en su

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aposento imaginó que ella era señora de un tan gran reino y que para vivir honrada y quietamente no avía menester más, salvo un cavallero de valor y discreción que lo governase y que no avía otro mejor que Amán de Tría, pues era noble y valeroso y ponderó las veras con que la<s> servía y amava. Hiço las partes del pagano con la infanta el poderoso Cupido con tantas veras que la dexó obligada a amarle y descubrirse, lo cual hiço con una doncella su privada. Ya consideraréis el contento [que] Amán recibiría y con él fue a hablar por una huerta a la hermosa infanta y allí fueron desposados, aunque no cunplieron su deseo. Sabréis que el gigante Zarmón, como el amor de Xarcira le aquexase con amoroso celo, enbió a un primo suyo llamado Malcor a la Ínsula de Greba para que todas las noches rondase la huerta de la infanta y una acaso salió de la huerta el venturoso –hasta entonces– Amán y, como Malcor lo vido, echó mano con sus conpañeros diciendo: «No se usa, don traidor, hacer esto con los reyes, que yo os acusaré»; de lo cual temiendo el pagano de Tría echó mano a la espada y con soberano esfuerço dio un golpe a 97r Malcor por la garganta que la caveça de por sí echó en el suelo; en algunas partes fue herido el valeroso pagano de Tría por los conpañeros de Malcor, mas no desmayó, antes con mucha ligereça se rebolvió entre ellos y dexando muertos seis s[e] salió y se fue a su morada, donde disimulado se estuvo. Con la muerte de Malcor y sus cavalleros se levantó en la cidad grande alboroto, hicieron inquisición, mas no se supo, por lo cual el rey Galebo estava muy confuso. No faltó quien lo sucedido escrivió al poderoso rey Caramante y a su hermano Zarmón, los cuales, so color de vengar la muerte de Malcor, vinieron a hacer lo que deseavan y es que, llegados a Gebra, acusaron –delante de toda la corte– de traidor y desleal vasallo al fuerte Amán Moro de Tría y de falsa a la infanta Xarcina. Ya veréis la turbación que la demanda puso en la corte. No aguardó más [el] colérico rey Galebo, porque mandó prender al venturoso Moro de Tría y meterlo en una escura prisi[ó]n; lo propio hiço de Xarcira, sin ablandarle las tiernas lamentaciones ni amorosas persuasiones. Viendo esto, el rey Caramonte dixo que lo que avían él y su hermano dicho lo sustentarían tres años a cualesquier cavalleros que se lo demandasen y, si pasados faltavan, que pusiesen en su poder los presos y el rey Galebo vino en ello. Pasaron los tres años y uvieron el rey Caramonte y Zarmón los presos en su poder, a pesar de toda la corte. Al fuerte Amán encerró en el grande y famoso castillo de Tría, donde por darle muerte deseseperada lo tiene encerrado con muchas guardas sin esperança de salir. El gigante Zarmón ya oístes que estava enamorado de la hermosa Xarcira, pues como la vido en su poder con increíble alegría se quiso casar con ella, mas su hermano Caramonte con astuto intento dixo que no lo hiciese, porque el rey Galebo se enojaría y la desheredaría de la Ínsula de Gebra, sino que aguardase que el rey muriese. Zarmón fue d’ello contento y así, porque estuviese más segura, la encerró en otro castillo donde pasa tan triste vida que no puede creer; y si no la consolase el mago Episma, ya fuera muerta de pena. El rey Caramante y su hermano Zarmón como hecho que ya lo tenían de su parte muy contentos bolvieron a la corte de Gebra y dixeron que, porque no fuesen tenidos por sospechosos, que todavía 97v sustentarían batalla a cualesquier cavalleros por el tienpo que durare la vida del rey Galebo. Ya veréis, cavallero, el pesar con que <que> quedara el fuerte Amán, preso en el castillo de Tría, sin esperança de ver a su señora; y considerando la pena de Xarcina os suplico prometáis el remedio, pues con vuestro valor lo podéis dar. Con que acabo deseando el acrecentamiento de vuestra honra y fama con mi remedio.

El fuerte Amán Moro de Tría

Muy admirado quedó el ínclito de Tracia de semejante aventura y aviendo duelo del fuerte Amán propuso de ayudarle y poniendo el pergamino donde estava tomó el de la mano izquierda y vio que sus letras así decían:

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Yo, el mago Episma, viendo la sinraçón que al fuerte Amán se hace, indigna de su virtud y valor, pareciéndome injusticia sino le ayudava con lo que los dioses fueron servidos de partir conmigo, lo hice para poner ánimo a los cavalleros a hacer lo propio viendo que el que no tiene obligación –sino la de la raçón, que harta es– con todo su saver lo á procurado. Ellos que con juramento lo an prometido con todo su poder les ayuden y así digo que deseando que se deshaga el tuerto que en Gebra se hace por los señores de Bayana hice esta maravillosa torre para que los caminantes cavalleros supiesen la causa de su obra; púsela en la mar porque está más a noticia de todos, y en ella las guardas para que el que no fuese de valor no se pusiese en travajo, pues sería escusado. ¡Ó, tú, cavallero que esto leyeres!, si la obligación te constriñe, procura remedio para los afligidos amantes y porque no travajes en ir a Gebra, toma uno de esos remos que en el ara están y ponlo dentro de tu nave y con eso pierde cuidado de tu camino. Con que acabo deseándote salud para que lo pongas por obra.

El mago Episma

Muy contento acabó de leer el pergamino el príncipe de Tracia Rorsildarán y tomando un remo se bolvió a salir y baxando por la puente entró en su nave y mirando como la levadiça se bolvía a dar puso el encantado remo. La nave començó velocísimamente a caminar, de lo cual ivan todos 98r admirados; preguntaron la causa y el noble tracio la dixo, donde los dexaremos caminando por la mar que no en poco peligro se vido con un cavallero.

Capítulo XXXXV. Cómo el soverano y sin par príncipe Belinflor se partió del Valle de las Cinco Cuevas con don Tridante y lo que más hiço.

El que á de cunplir con tantos y tales cavalleros como en esta historia se hace

mención, tratar d’ellos cónmodamente, y más con tan rudo ingenio como el mío, es muy dificultoso y inposible que algunos dexen de recebir agravio. Considerando esto y otros inconvenientes, junto con que me ponía a sufrir diversos pareceres de diversos gustos y los denuestos de los detractores, pago injusto de mi justo travajo, estuve determinado a lo dexar; mas después bolví en mí y consideré el merecimiento de Belinflor y que no sin causa el epílogo de sus grandes y memorables haçañas –recopilado por los savios Menodoro y Belacrio– avía venido a mis manos –aunque indigno de tratar tan altas cosas; vide lo mal –y aún por expiriencia– que en ociosidad se gasta el tiempo; ponderé el gran gusto que la diversidad de entretenimientos acorre y el grande que daría a los aficionados a tan discretos pasatiempos y del todo concluso en su traslación hasta aquí lo é puesto por obra y aora prosiguiendo digo: era tanto el amor y respecto –que a donde quiera que estava– el soberano príncipe Belinflor era servido y tratado que no se puede encarecer por queja, mas fue emperador –vista su grandeça– tan estimado ni con tan amoroso temor tenido como este soverano príncipe, visto su hermosísimo y severo rostro, junto con su apacible llaneça, tanto que entre los pagano[s] fue tenido por Júpiter, presupuesto esto –que claro está que no avía de tener falta pues está su ser en el querer del actor– digo que con sunma diligencia en el castillo de Ardaxán fue curado y servido de don Tridante y Clovindo que en estremo lo amavan. Treinta días tardó en curarse, al cabo de los cuales se levantó y fue a ver a Ardaxán que 98v todavía estava en la cama, donde le bolvió a tomar juramento que no haría más mal; jurólo y cunpliólo. Con dese[o] don Tridante de ver a su amada Clelia, viendo bueno a Belinflor dio priesa para partirse. No fue negado por los cavalleros su intento y así armándose de sus armas y subiendo

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en sus cavallos salieron del castillo y tomaron el camino de la primera cueva y salieron al prado donde estava el Sagitario y admirados fueron de la braveça que aún muerto mostrava y de allí fueron saliendo por todas las cuevas y ivan espantados de las fieras bestias que veían muertas.

– ¡A fe, –dixo don Tridante–, que estava bien guardado Ardaxán con tales porteros si le valieran!

– Aý veréis vós, señor don Tridante, –dixo Belinflor–, lo que puede la justicia, pues para poner en execución su justo fin no ay cosa que le estorve y por eso da alas para acometer dudosas inpresas que, si no fuera por su ayuda, no viéramos cada día la fama de los buenos cavalleros aumentarse ni los desastrados fines de los injustos executarse.

Tratando en muchas cosas salieron del valle y por sus jornadas llegaron al castillo donde la hermosa infanta Clelia estava muy triste por la tardança del Cavallero del Arco y más por la ausencia de don Tridante, mas, cuando supo que venían, no puede conpararse el gran contento que recibió que, como sandío, baxó a la puerta del castillo donde estuvo hasta que llegaron las palabras que en tal recebimiento se dirían; por ser anexas a aquel tienpo y agenas a mi discreción las dexo de contar; salvo digo que estuvo con mucho contento el Cavallero del Arco en el castillo un mes, al cabo de lo cual le pareció mal estar tanto tienpo ocioso, por lo cual se partió con mucho pesar de don Tridante y de la infanta Clelia y de el duque Melián el Querido que por amarlo mucho le dio un su hijo para que lo sirviese de escudero; fuelo muy leal y discreto y se llamava Filiberto; y con él Belinflor muy alegre fue hasta la mar aconpañado de el príncipe de Albania y otros muchos cavalleros y allí se enbarcó y començó a navegar y con buen tienpo anduvieron ocho días y al cabo d’ellos llegaron a una ribera donde Belinflor mandó a Filiberto que sacase un buen cavallo que don Tridante le avía dado y subiendo en él començó andar y no tardó mucho cuando 99r

vido dos grandes tiendas cubiertas de luto y los sirvientes que en ellas entravan y salían estavan vestidos de negro. Con deseo de saver quién en ellas estava, guió el cavallo y asomándose a la puerta de una, por estar las alas alçadas, vido un dispuesto y bien tallado gigante vestido de luto, sentado en una silla, armado de unas armas de acero negro, quitado el yelmo y las manoplas, el cual, como vido a Belinflor dando una gran voz dixo –conociéndolo en las armas:

– ¡Ó, poderosos dioses! y ¿es posible que tal bien me avéis hecho en tierra do no pensava tener alguno?, ¿con qué os podré pagar el averme traído a aquel valeroso Cavallero del Arco?

Con esto se levantó y se fue al Belinflor y le dixo: – Estimo tanto, valeroso cavallero, vuestro valor que en estremo estimara se me

pegara algo con vuestra espada. – Luego ¿conmigo queréis aver batalla, señor gigante?, –dixo el griego. – Entendido me avéis, –respondio el jayán. – Pues mucho deseara saver la causa, –dixo el del Arco. – A vuestro valor, –replicó el gigante–, nada se puede negar y así sabréis que soy yo

Beligeronte, príncipe del Ponto, hijo del fuerte e infeliz rey Anares, a quien dio la muerte el griego emperador y deseando satisfacer lo que devo me partí a hacer los enojos posibles al emperador Arboliano. Yo caminando por la mar os encontré donde uvimos batalla y por aquella aventura nos partimos y abrá pocos días encontré a la infanta Flordespina que buscava un cavallero para una batalla, entendiendo que vós fuésedes muerto, y ofrecímele y con contrario viento llegamos aquí.

Las gracias dio el desconocido griego al comedido gigante, el cual luego se enlaçó el yelmo y se puso las manoplas y subiendo en un poderoso cavallo dixo:

– ¡Ea, cavallero, no aprovecha aquí tardança! Al Marte no negara batalla el Cavallero del Arco y así dando buelta a su cavallo,

algo apartado, se puso contra el del Ponto y de consentimiento dan anbos de espuelas y con la ligereça del viento parten a encontrarse. Aunque hiciera agravio –con

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detenerme– a la ligera con que el griego Marte partía a encontrarse, de buena gana desde aquí fuera en busca de la discretísima Clio –primera en el lugar de la castálida– para entregarle mi tarda pluma y con más alto y delicado estilo esta memorable batalla recontase. Mas veo que es escusado y así me aprovecharé del ánimo que el griego me 99v porná, el cual iva con tanto y con él dio tal encuentro al poderoso Beligeronte que le hiço perder un estrivo; él aunque no hiço ningún revés, fue muy turbado, pero no tardó en bolver la espada en la mano y hallando apercebido al rey del Ponto le dio un golpe por el escudo que todo lo tajó –aunque era de cuatro dedos de grueso– y baxando la rigurosa espada al yelmo le forçó a inclinar la caveça hasta los pechos. Tenbló el potente jayán de ver tan poderoso golpe y no se descuidó en dar tal respuesta al griego que la caveça le hiço baxar asta el arçón. Al ruido de la batalla avía salido la muy hermosa Flordespina y, como conoció al Cavallero del Arco en las cristalinas armas, fue muy espantada y no podía pensar qué ubiese sido el suceso de la batalla de Dragasmonte, mas avía tanto que ver en la de los cavalleros que por mirarla dexó lo que pensava. A esta ora aviéndose levantado el potentísimo griego dio a Beligeronte un golpe sobre un honbro que le hiço torcer el cuerpo hacia delante; endereçóse el poderoso jayán y con su sobrada fuerça començó a dar golpes anexos a su valor. No se descuidava su sin par contrario y así hacían la más brava y vistosa batalla que se vio; tanta era la fortaleça del rey del Ponto que por una hora valerosamente se mantuvo contra la sin par del griego. Por lo cual enojados de sí mismos, soltando las espadas de las cadenillas, se asieron a braços; la tierra en que estavan no dava lugar a aprovecharse de sus mañas y así todo el punto de la lucha pusieron en la fuerça, la cual tanto aumentaron que se sacaron de las sillas y una gran caída en el suelo dieron y viéndose así no se olvidaron de las dagas. Fue venturoso el del Ponto en tirar el golpe, porque hiço una herida al griego acertando por la juntura del escarcelón en un muslo. Él no la pudo hacer, no por eso dexaron andar por el suelo, cual arriva, cual debaxo, matiçando la sangre del príncipe las yervas del canpo, sus cristalinas armas y las negras del hijo de Anares. Anbos viendo el poco fruto se desasieron y tomando las espadas se levantaron; vio el Cavallero del Arco su sangre que, como codicioso no lo avía sentido; no se puede decir la cólera que recibió y soltando el escudo dio un golpe al fuerte Beligeronte que una rodilla hincó en el suelo. Recibió la respuesta tal que, aunque no hiço desdén, fue mucho turbado. No tardó en darle el <el> 100r griego otro que las manos y rodillas el del Ponto puso en el suelo; asegundólo y del todo lo sacó de sentido quedando así por un buen rato. El deseo que la hermosa infanta Flordespina tenía de saver el suceso de la batalla no se dexó aguardar más y así se fue al Cavallero del Arco que parado estava y con un acatamiento le dixo:

– Por lo que a la orden de cavallería devéis, señor cavallero, que dexéis esta batalla en el punto que está para otro tienpo, que no faltará para acaballa.

– Por cierto, señora, –dixo Belinflor–, que bastava mandarmelo vós sin que me perjurárades para que la dexe para otro tienpo; si este cavallero gusta, yo la alço.

Muy alegre la infanta se llegó a Beligeronte que ya se levantava y rogóle lo propio. Era comedido el belicoso gigante y así lo otorgó y con mucho contento se fueron a la tienda de Flordespina donde el soberano griego fue desarmado y, aunque la herida tenía necesidad de cama por ser en el muslo, no quiso echarse y, así después de curado, dixo:

– Estaréis, hermosa infanta, con cuidado de saver el suceso de la batalla; él fue como a vuestra justicia se devía y bien parece que ella me ayudó, pues contra tres tan poderosos amigos me sustenté tanto, al cabo con el ayuda de los dos cavalleros de las ricas armas fueron vencidos y muertos, vuestra madre quedó por reina como lo era y con mucho cuidado por vuestra partida.

No se puede decir el contento que la dama recibió, que no pudiendo hablar se levantó y dio un abraço al Cavallero del Arco, el cual mucho rió y Beligeronte dixo:

– Con eso, esforçado cavallero, aún más que lo que avéis hecho queda pagado.

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– Ya yo lo veo, –dixo Belinflor–, y con eso me quiere más obligar haciéndome tal merced.

– No es tan poco, señor Beligeronte, –replicó la dama–, lo que este cavallero á hecho por mí, que no le deva mi padre la satisfación de su muerte, mi madre su sosiego y yo mi estado, honra y vida, con lo cual se le deven mayores mercedes.

– Propio es de nobles y virtuosos, –dixo el griego–, no conocer lo mucho que valen y así vós, señora infanta, siguiendo vuestra nobleça y virtud no conocéis la gran merced me avéis hecho y aún con vuestro magnánimo coraçón os parece que avéis hecho poco, no advirtiendo el mucho merecimiento que á de tener el que llegare a merecer tan alto favor como me avéis hecho.

– Si por oy lo echáis, señor cavallero, –dixo Beligeronte–, yo fío que merecéis muy bien tal merced.

– Será, soberano rey, –respondió el príncipe–, porque en merecerle ayudaréis vós con vuestro 100v mucho merecimiento.

– Por no quedar de todo vencido, preciado cavallero, –dixo el del Ponto–, no quiero más replicar, sino que será bueno que reposéis y, aunque esa herida sea pequeña, no la estiméis en poco, porque con mayor daño no recrezca.

Con esto se apartaron y el Cavallero del Arco reposó a su voluntad y con la que fue curado de Flordespina en cinco días sanó, al cabo d’ellos se quiso partir y, por aver el poderoso Beligeronte ofrecido a la infanta Flordespina su conpañía para llevarla a la Ínsula de la Peña Fuerte, el Cavallero del Arco no la ofreció y así despidiéndose d’ellos se enbarcó y anduvo por la mar hasta que llegó a tierra y le sucedió lo que en el siguiente capítulo se os dirá.

Capítulo XXXXVI. Cómo el príncipe Belinflor llegó al reino de Balaquia y lo que allí le sucedió.

La discreta llaneça del soberano príncipe y su afable condición le movía a ir en su

nave familiarmente tratando con el discreto Filiberto, su escudero –no siendo menoscabo de gravedad– en cosas que más gusto le davan, ayudó a tenello mayor el favorable tienpo que hacía, con el cual caminó ocho días y al noveno vieron tierra y, como Belinflor no caminase sino por llegar a do la ventura quería, mandó llegar la nave y luego que llegaron los marineros conocieron ser el reino de Balaquia y sacando Filiberto los cavalleros subieron en ellos y començaron a caminar y sin acaecerles cosa que de contar sea anduvieron todo aquel día, y otro a ora que el pastor de Admeto mudando las vacas en árboles y vegetales venía a darles abundoso pasto para su aumento y criança, el griego Marte descubrió la gran ciudad de Balaquia y vio que acia ella caminava mucha gente y cavalleros y a uno preguntó que a qué ivan y fuele respondido que aguardase donde estava y lo vería; a otro lo preguntó Filiberto y le fue respondido lo mesmo y el príncipe deseoso de saver lo que era se puso cerca de la cidad y no tardó mucho cuando vido salir innumerables cavalleros y a la postre cinco poderosos gigantes armados de todas armas mostravan tan fiera apostura que a un exército 101r atemoriçara, principalmente el de en medio, que un palmo era más alto y mucho mas furnido, venía cavallero sobre una estraña vestia. Junto estos gigantes venían dos, los más dispuestos y bien hechos que jamás se vieron, armados de unas armas de fino y relunbrante acero, todas negras con gravaduras pardas en los escudos; traían pintada la Justicia con esta letra

La verdadera justicia es la que á de ayudar

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al que menos puede obrar.

Así como todos llegaron a un gran llano, se pusieron los cavalleros en ordenada rueda y los dos hermosos Gigantes de la Justicia se llegaron al mayor de los cinco y d’él recibieron la orden de cavallería y siendo servidos de gruesas lanças se apartaron y luego dos de los cuatro se pusieron contra ellos y dando de espuelas a los poderosos cavallos se vinieron a encontrar y de tal suerte que pasando muy apuestos los Jayanes de la Justicia sus contrarios, con la fuerça de los encuentros, por poco cayeron, mas por no hacerlo se abraçaron a los cuellos de los cavallos y, antes que acabasen la carrera, que se endereçasen. No tardaron mucho en bolver todos, los cuchillos en las manos, y se dieron tales golpes que todos aquellos valles resona<na>ron; dio uno de los Gigantes de la Justicia a su contrario tal golpe sobre el yelmo que fuera de sentido lo derrivó sobre el arçón delantero, mas luego bolvió en sí y començó a golpear a su contrario. Por no me detener, duró la batalla tres horas, en la cual los Jayanes de la Justicia traían tales a sus contrarios que claro se vería su valor y su cercana muerte si el poderoso rey de Balaquia no enbiara esotros dos, lo cual causó entre los presentes una alterada y triste alteración. Bien fuera el poderoso griego a ayudar a los valientes de la Justicia si no viera que el que más gentil parecía dio un golpe a su cansado contrario que la caveça le echó en el suelo y, con el más soverano denuedo que jamás se vio, haciendo de la espada lança rodeó el cavallo contra el que nuevo venía y dándole de espuelas lo encontró con la espada que de parte a parte lo pasó. La victoria los estantes celebraron con innumerables voces de alegría. El otro valeroso gigante dexó sin sentido a su contrario y bolviendo al que de nuevo venía le dio un golpe que le cortó la lança y asegudándole otro le hiço baxar la caveça hasta el pecho. No se puede de decir la ira que el poderoso rey de Balaquia recibió que dando 101v de espuelas a su gran bestia corrió contra el jayán que de dos golpes avía muerto a sus contrarios y estava entretenido con el gigante que su hermano avía dexado; peligrara si el valeroso griego dando de espuelas al cavallo, ronpiendo por medio de la gente llegó al opaco do se hacía la batalla, mas no antes que el de la Justicia recibiese el golpe del rey de Balaquia, que fue tal que sobre las ancas del cavallo cayó sin sentido; otro le iva a segundar si con el suyo el ínclito Cavallero del Arco no lo estorvase. A ninguno de los presentes pesó del ayuda nuevamente venida a los Jayanes de la Justicia. No se puede decir la ira que el pavoroso Xaremo –que así avía nonbre el gran gigante y era rey de Balaquia– recibió viendo el atrevimiento del cavallero que soltando el escudo, con el pesado cuchillo a dos manos, le dio un golpe sobre el yelmo que le hiço baxar la caveça asta la cerviz del cavallo; enderéçase el valeroso del Arco y con su acostunbrada fuerça dio la respuesta al pavoroso rey de Balaquia, que todo el crestón con las plumas le llevó. Buelto el valeroso Gigante de la Justicia en su acuerdo, quiso pagarse del enojo recibido del pavoroso rey, mas como lo vido entretenido con tan gentil cavallero, no curó d’él, antes se fue al cansado contrario que de su hermano avía sido, que sacando fuerças de flaqueça el cuchillo alto para él bolvía y a una se dieron sendos golpes en los yelmos que como canpanas los hicieron reteñir y no parando allí començaron a golpearse. No menos travados –en golpearse– estavan esotros dos gigantes porque el contrario del de la Justicia era el más bravo de los cuatro, y así dio un golpe a su conpetidor en el yelmo que le hiço ver las estrellas que tiene el cielo; recibió tal la respuesta que le turvó el sentido. No se vio más vistosa contienda porque los seis eran detrísimos y muy fuertes y así en el rebatir, agudeça de asegundar, presteça en acometer avía bien que enplear la vista. No duró igual el peligroso torneo mucho tienpo porque el más valiente de los de la Justicia, fuera de su gran fuerça, tenía el contrario cansado y así recibiendo un golpe d’él en el escudo le dio uno encima del yelmo que, como estava sentido, él y la caveça hasta los pechos le hendió aviendo en menos de cuatro horas quitado la vida a tres poderosos gigantes con el mayor contento de lo que lo veían que jamás se vio. Acrecentávaselo ver el esfuerço con que el famoso Cavallero del Arco se conbatía con quien no

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pensavan 102r aver otro en el mundo y ver el grande ánimo con que esotro novel gigante se conbatía. Dio el pavoroso Xaremo al potente griego un golpe sobre un honbro que le causó mucho dolor, el cual aumentó la cólera del Cavallero del Arco y con ella le dio un golpe que sin sentido lo derrivó sobre las ancas de la gran bestia, la cual lo apartó algo de allí. No tardó mucho en bolver el tirano rey de Balaquia y no se puede decir la ira que recibió que dando de espuelas a su portadora apretando los dientes se fue para Belinflor:

¡Ó, pagano, que te pierdes! ¿No crees que tienes delante la flor de la cavallería? ¿No ves que tus soverviosas y vanas demostraciones an de acrecentar la causa de tu muerte?

Ya llegava cerca cuando descargó el pesado golpe tanto que le hiço dar con la caveça en la cerviz del cavallo; endereçóse el Cavallero del Arco y con furiosa ravia dio un golpe al pavoroso Xaremo, injusto rey de Balaquia, que lo turbó algun tanto y asegundando un punta en los pechos lo puso sobre las ancas y, si la bestia no fuera tan fuerte, lo derrivara porque lo encontró con el cavallo. Admirado estava el noble Gigante de la Justicia –y los demás– del Cavallero del Arco que bien le conocía y bolviendo a ver lo que hacía su hermano vio que le dio un golpe su contrario que le hiço inclinar la caveça; bolvió la repuesta el de la Justicia por el honbro derecho que el tajante cuchillo no paró hasta las entrañas, por do salió la vida y entró la muerte. Con grande alegría celebraron todos la victoria y sin tener respeto al pavoroso Xaremo los más principales de los presentes vinieron a besarle las manos y ellos los recibieron muy bien. Los demás enpeçaron a dar voces diciendo:

– ¡Libertad, libertad! ¡Vivan nuestros señores, hijos de Bradasalán! ¡Mueran los traidores!

Admirado Belinflor vio la grandísima cólera que el pavoroso Xaremo recibió que echando humo por la visera del yelmo con su pesado cuchillo dio a uno de los victoriosos Gigantes de la Justicia, que par d’él descuidado estava, un golpe sobre el yelmo que lo sacó de sentido y rebolviendo otro a un cavallero lo partió hasta la cinta y picando a su bestia entró por medio de los demás matando y derrivando, y derrivando a los que delante se le ponían; con tanta ligereça iva que el valeroso Cavallero del Arco por un buen rato no lo pudo alcançar, mas cuando llegó cerca, fue recebido con un golpe que lo sacaron de sentido y, mientra en sí bolvía, el rey de Balaquia 102v avía muerto otros cuatro cavalleros. No tardó en recebir el pago del Cavallero del Arco que buelto en su acuerdo, dando de espuelas al cavallo, llegó al pavoroso Xaremo y tal revés le dio por la cintura que cortándole la falda de la lori[g]a y todo el cuerpo, con él medio destroncado, dio en el suelo. Cumpliendo la victoria la muerte de Xaremo, cunplió la alegría de los presentes, con la cual cunplieron lo que a ella devían. Los valerosos Gigantes de la Justicia viendo lo que la savia Medea les avía cunplido fueron al Cavallero del Arco y el que avía muerto tres gigantes y más bien hecho parecía le dixo:

– Jamás, valerosísimo Cavallero del Arco, servicio tan pequeño fue tan cunplidamente pagado y con la sobra de la paga de nuevo nos obligamos y, porque estaréis con deseo de saver quién seamos y por qué aventura estamos aquí, porque es largo, será bueno irnos a palacio donde seréis satisfechos.

Con gran alegría lo otorgó el cavallero griego y así con los principales se fueron a la ciudad y llegados a palacio fueron desarmados y sentándose el que primero avía hablado dixo:

– Bien os acordaréi[s], señor Belinflor, cuando el Deleitoso Bosque fuistes en el Arco del Dorado Castillo armado cavallero; pues saved que los dispuestos gigantes que allí vistes somos nosotros, que por mandado de la savia Medea –a quien devemos la vida y estado– aquello hecimos. Este mi hermano á nonbre Braçandel del Monte y yo, que menor soy, llamado Britanor del Valle, hijos del poderoso gigante Bradasalón, rey d’este reino de Balaquia, el cual era muy estremado en virtudes que, según raras veces en los de su linaje se hallan, en ellos se pueden llamar estremo. En ellos y su

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gran fortaleça fueron los dioses servidos que le pareciésemos, por lo cual les damos gracias. Andando pues mi padre Bradasalón por este reino, encontró al gran Pharsalión, señor de los castillos de Cindobana, que quería forçar a una doncella; matólo sobre ello el rey de Balaquia, por lo cual el pavoroso Xaremo, su hijo, juntó más de cuarenta gigantes y con ellos vino disimulado a esta cidad y una noche muy oscura, causa de su secreto, se metieron en una huerta y estuvieron allí hasta que el radiante Fevo llegava al medio de la carrera alunbrando a los antípodas, en la cual hora el pavoroso Xaremo y su traidora conpañía entraron en este palacio y mataron a cuantos en él hallaron; y a nuestro padre Bradasalón, 103r que en la cama descuidado estava, hicieron que en villana y injusta muerte a los demás igualase. Ya veréis la turbación que en los de la corte el hecho de la pasada noche causaría, mas viendo que en la hecho no avía remedio se conformaron con la Fortuna, confiando en su mutabilidad, que bolviendo su rueda traería tienpo en que se viesen en livertad, porque ser favorecidos de tal rey como el pavoroso Xaremo lo tenían por triste captiverio, el cual con fingida voluntad juraron de tenerlo con condición que les dexasen honradamente –como lo merecía– sepultar el cuerpo de su amado rey Bradasalón, lo cual hicieron con muchas lágrimas y quiriendo saver de nosotros que, a la saçón éramos niños, no alcançaron a saver nada, lo cual dobló su tristeça porque tenían esperança que siendo grandes los livertaríamos, mas viendo esta esperança falsa –por entender que éramos muertos– para ordenar alguna cosa y librarse de su tirano señor se juntaron en casa del duque de Media –que presente está– donde la savia Medea por su gran saver vino y les habló que perdiesen cuidado de nosotros, que ella nos tenía y criaría y nos berían buenos y señores de Balaquia y avisóles que contra el pavoroso Xaremo no hiciesen ninguna novedad porque, fuera del poco fruto que d’ella sacarían, correría[n] peligro sus vidas. Y con esto quedaron algo consolados. La manera en que nosotros fuimos libres de la muerte fue milagrosa porque la noche que el estrago por el pavoroso jayán y su compaña se hiço, en este palacio causó un alborotado ruido, del cual medrosa nuestra ama se encerró con nosotros en una torre, cuya puerta por ser secreta no hallaron y allí estuvo dos días, donde la savia Medea nos llevó a su morada y en ella nos á criado hasta agora, que pocos días á nos dixo quiénes éramos y que nos viniésemos a este reino donde avíamos de pedir batalla al pavoroso Xaremo y ella haría de suerte que viniese el Cavallero del Arco, a quien avían dado el famoso cavallo Bucífero y que con su ayuda lo vencerían y quedarían sin contradición por señores de Balaquia.

Con esto el gentil y hermoso gigante Britanor del Valle acabó su plática. Con una admirada y alegre atención avía el príncipe Belinflor escuchado el suceso de los príncipes de Balaquia y muy alegre por aver venido a tienpo que aquel socorro pudiese aver hecho dixo:

– Está tan manifiesto el executivo castigo que a los malos 103v amenaça que no ay poner duda en él, porque sería agravio que a la Justicia se hace el decir que a mí devéis lo principal, valerosos príncipes, de vuestra victoria, fuera de qu’es por hacerme merced, no advertís que más devéis a la propia maldad cometida por Xaremo, pues ella fue la principal causa para mover la justicia y ordenar el castigo.

– No niego, señor cavallero, –dixo Britanor–, que lo que avéis dicho sea verdad, mas cada día vemos que execuciones de justas muertes por injustos hechos no pasarían su efeto sino uviese executor, no aprovechando sentencias de jueces.

– No niego, señor Britanor, –replicó el griego,– que lo que avéis dicho sea verdad, mas claro se ve que los efectos d’esas muertes no se efetuarían, aunque uviese executor, sino interviniesen sentencias de jueces.

– No estamos aora en acuerdo, señores cavalleros, –dixo Braçandel–, para replicar más sobre eso, sino ocupemos con cónmodo entretenimiento el alegre tienpo en que estamos.

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Cunplieron tan cunplidamente lo que Brançadel dixo que con gran sabor estuvo allí el griego príncipe algunos días, de los cuales tomava unos para discretas conversaciones y saraos, otros para ir a caça.

Capítulo XXXXVII. Cómo a la corte de Balaquia vino una estraña doncella y del don que pidió al Cavallero del Arco y cómo se partió con ella.

No entendían los principales de Balaquia con sus señores Brançandel del Monte

y Britanor del Valle en otra cosa salvo en el cómo de dar contento y gusto al soverano Cavallero del Arco; y así pasava en la corte con el mayor regucijo y alegría que pensar se puede. Paseava algunos la cidad en un poderoso cavallo vestido ricamente, repartiendo con dejarse ver lo que el criador con él avía repartido, quedando de ver sus extremos sumamente admirados, por que mostrava tal presencia que persona divina parecía. Era este soberano príncipe de casi ocho pies que no le faltarían tres dedos, tan bien hecho y proporcionado que en él no avía falta; tenía el rostro más largo que ancho y muy abultado, en estremo blanco y unas rosadas colores que altamente lo matiçavan; tenía la frente un poco ancha y salida, sin ninguna ruga; las sienes llenas 104r y los ojos un poco salidos, grandes y pintados; las pestañas negras y las cejas rubias; la nariz muy afilada y algo corta; la boca pequeña y los labios más gruesos que delgados –de suerte que consistían en el medio que es la perfecta hermosura–, adornados de un rubicundo color que la aljofarada blancura de sus dientes estrañamente adornava; tenía la barva un poco larga, los cabellos tirantes a una parda y platea color y los estremos parecían del oro que en la ribera del Tanigio las ninfas de Acaya con sus preciadas manos hilavan, y las barbas –aunque a la saçón no las tenía– del propio color. Mostrando tan soberana hermosura dexava d’ella envidiosas a las damas de Balaquia. Otros días este soberano príncipe con los hermosos gigantes iva a caça, donde enpleavan el tiempo en gustosos pasatienpos. Acaeció pues que corriendo Belinflor tras un gamo con alegre codicia de alcançallo oyó en la espesura una voz que le dixo:

– Muy alegre va el encubierto griego, mas yo haré que presto pierda la alegría con la vida y no lo librará Menodoro.

Admiróse el Cavallero del Arco de oír tal cosa, mas no se turbó ni dexó su camino y alcançando lo que deseava se bolvió por el camino que avía venido algo confuso de lo que avía oído y en el propio lugar que la pasada oyó otra voz que le dixo:

– No dudes, Cavallero del Arco, de lo que as oído, que tu comedimiento te trairá a la muerte y tu sin par valentía será executora causa d’ello.

Más admirado quedó Belinflor y alçando la caveça no vio a nadie, mas dixo: – Quien que amenaçándome tanto miedo piensas ponerme, ¿no saves, pues saves lo

que de á de venir, que no se me da nada de amenaças? – No lo hago yo porque temas, –dixo la voz–, sino porque sepas lo que te á de venir

y no me preguntes más. Así lo hiço el príncipe y dando priesa a su cavallo llegó donde estavan las tiendas y

en ellas halló a Britanor del Valle que mucho lo amava y llegó luego Braçandel algo herido de un león, por lo cual el siguiente día se partieron a la cidad, donde fue curado y, después de sano, estando todos muy alegres en la real sala, en ella entró una doncella, la más estraña que se vio: era muy pequeña, tanto que a una mediana muger no pasara de la cintura; era hermosa y venía vestida de terciopelo negro con inumerables zafires y carbuclos, que hacían una triste hermosura de riqueça; traía 104v

un tocado tan alto que con él igualaba a cualquier alto cavallero; era armado de unas delgadas vergas de oro y sobr’ellas los largos y rubios cavellos hacían entricadas

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laçadas, rebueltas y bien conpuestas con rosas, hechas de delgada gasa negra; rematávase en tres puntas de delgada hoja de oro, con color parda matiçados. Traía tras sí una doncella vestida de negro y dos enanos, en cuyos honbros traía la estraña doncella las manos. Gran admiración causó la estrañeça de la doncella a cuantos en la sala estavan, la cual poniéndose en medio d’ella dixo:

– ¿Quién es aquí entre tantos cavalleros el afamado del Arco, de cuyos hechos el mundo está lleno?

Adelante se hiço el encubierto príncipe y dixo: – ¿Qué mandáis, señora, que yo haga por vuestro servicio? Que yo soy el Cavallero

del Arco. La doncella replicó: – Bien conforman buestros hechos con vuestro parecer gentil, cavallero, y creyendo

que conformara vuestro comedimiento con lo que dicho, os suplico me otorguéis un don.

– Yo lo otorgo y decidme lo que es para que lo cunpla. La doncella dixo: – Lo que me avéis otorgado, señor, es que luego sin deteneros y sin conpañía váis

conmigo hacia la mar y entréis en un batel. Muy contento mandó Belinflor a su escudero Filiberto que le truxese las armas, de

las cuales con gran priesa se armó y subiendo en un poderoso cavallo aconpañado de Brançadel del Monte y de Britanor del Valle y todos los principales llegó a la mar, donde hallaron un gran batel, en el cual despedido Belinflor de todos, donde no faltaron lágrimas –salvo d’él– principalmente de Filiberto, entró y antes de un credo lo perdieron de vista y con gran dolor se bolvieron a Balaquia. El batel en que el príncipe iva caminó con tanta ligereça que en una hora llegó a la ribera de una ínsula. Belinflor admirado preguntó a la estraña doncella que a qué lo avía traido. Ella le dixo que saliese a tierra y que no curase de más. Él dando un salto se puso en la ínsula y la doncella le dixo:

– Oy pagarás, Cavallero del Arco, el enojo que de ti tiene el savio Eulogio. Con esto ella y el batel desaparecieron, quedando el griego muy congoxado.

Capítulo XXXXVIII. De la fiera y peligrosa batalla que el príncipe Belinflor tuvo con la espantable bestia Hidra en la Ínsula Despoblada. 105r

La soledad en que Belinflor se vio le forçó, aunque temiendo peligro, a començar

a caminar a pie por la ínsula, la cual le pareció despoblada porque no veía árbol, ave ni animal ni aún yerva en la tierra, de lo cual admirado se dio más priesa y algo lexos vido una espesa niebla, por la cual entrando se halló en un nevado llano con más de una braça de nieve y admirado vido que no cesava de caer grandes y espesos copos y, como el ánimo del invicto griego las cosas más esquisitas sienpre saver desease, para ver el fin de aquella aventura entró por una angosta senda. No uvo andado mucho cuando sintió muy gran pena porque, como un delicado y frío cierço corriese, dava la nieve sobre las armas y, como ellas tuviesen frigidísimas piedras, ayudar a avivar el delicado frío que hasta dentro lo sentía. Grande era la pena que el sin par príncipe recibía y estubo determinado a se bolver, mas consideró la grande afrenta que a sí mismo hacía y así con deliberado denuedo se dio más priesa a caminar, mas no veía cosa alguna por la espesura de la nieve. Con increíble pena anduvo una hora, al cabo de la cual puso el pie en una cuesta y, como la nieve estava elada, resbaló hasta dar a un hondo valle cubierto del cuajado elemento y caminando por él vio una alta y resplandeciente llama de fuego y, en frente d’ella, un cristalino monte de nieve, el

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cual con calor del vecino fuego un caudaloso río poblado de marinas bestias. En él avía un pequeño barco, en el cual Belinflor y llegando al ignífero muro, se abrió. No receló la flor de los cavalleros en entrar por él.

¡Ó, griego!, ¡quién te avisara que avías de quedar enagenado de sentido, inapto para cualquiera cosa, causándolo tu valor!

Pasó adelante el Cavallero del Arco y vídose en un gran llano cercado de aquella alta llama de mágico fuego tan eficaz que en caloroso vapor el puro aire convertía, haciendo la nevada ínsula encendida e ignífera esphera y en mayor peligro se vido Belinflor porque no avía por donde salir, aunque algo lo tenplava la virtud de las armas. Vio en este cercado, 105v de lo que se admiró, una fiera y estrañísima bestia semejante a aquella que mató el ventajoso Hércules. No se detuvo mucho en considerar su fiereça porque batiendo sus fuertes y aceradas alas, sacando fuego de sus conchosos costados, se vino volando contra el brabo griego, el cual enbraçando el escudo y echando mano con singular ánimo la esperó con la espada de punta; en ella topó el pecho de la Hidra, mas no se hirió, antes venía con tanta fuerça que le hiço doblar el braço hacia atrás y encontrándolo en el yelmo tanto lo turbó que lo hiço caer en el suelo. No tardó en levantarse el encubierto príncipe ni la fiera en bolver, que fue tan presto que otra vez lo encontró con una de sus fuertes alas que tendidas traía, que lo bolvió a tender y, antes que se levantase, vino sobre él y baxando al suelo lo cogió entre sus fuertes uñas y con tal poder lo asió que no lo dexava menear. No le turbó tanto el peligro en que estava que se olvidase de la rica daga y así con ella dio por entre concha y concha que se la metió hasta el puño. Sucedió una maravilla, que de la sangre que en el suelo cayó se hiço otra sierpe de estraña grandeça. Muy admirado quedó Belinflor y temeroso de tal acrecentamiento sacó nuevas fuerças de do las avía sin iguales y con porfiado tesón anduvo un buen rato procurando levantarse y al fin lo hiço con gran contento. Anbas bestias con desordenada fiereça buelven contra él; a anbas recibe con tanto denuedo como si dos particulares cavalleros fueran, y a las dos da espesos golpes. No sucedió cosa más digna de memoria en aquellos tienpos porque ver la soberana presteça con que el encubierto griego ofendía y se defendía no se puede decir sino que el Marte hallara allí qué aprender. Dio el hijo de Floriana a la bestia Hidra un revés en el pescueço de una caveça que la echó en el suelo; mas ¿qué aprovecha si luego le nacieron dos? No con tan corajosa furia el infernal can Cervero acosado del laço del potente Alcides procurava hacer daño como la espantable bestia, viéndose herida que, con su propia y crecida ira, de tal suerte se turbó que para abraçarse con el príncipe se sentó en el suelo. Temióle Belinflor viéndola 106r tan brava y así procuró guardarse d’ella, con lo cual dio lugar a la producida que por las espaldas se abraçase con él. Vídose en peligro porque abrió camino para que la Hidra hiciese lo propio. Ya veréis el gran peligro en que estaría el griego pues no se turbó, antes restrivando hacia atrás puso tanta fuerça junto con la que la Hidra le enpujava que cayó de espaldas sobre la otra sierpe, donde estuvo un buen rato, al cabo con su peso y la fuerça que ella ponía para levantarse rebentó dando lugar a que mejor el príncipe se defendiese de la Hidra. Dos horas –levantado Belinflor– turó la descomunal batalla aumentándose cada punto la braveça de la sierpe y la ira del griego Marte, el cual lo pasava con grandísimo travajo a causa del calor del vecino fuego, mas avivándole más el pundonor se desvió algo afuera y poniendo la espada de punta aguardó a su irracional contrario, el cual para él venía con endemoniada furia. Y al punto de llegarse a él, alçó por miedo de la espada y poniéndose sobre Belinflor se dexó caer cogiéndolo debaxo, cargándole tanto que apenas podía echar por el resuello. Un buen rato estuvo Belinflor en semejante travajo, mas esforçándose forçó para levantarse dando con la sierpe en el suelo y echando mano a la daga fue sobre ella y en una garganta le dio tres o cuatro puñaladas y el dolor de ellas forçó a la Hidra a que con mortal coraje con el ínclito griego se abraçase, procurando hincar sus agudas y ebúrneas uñas en el cuerpo del príncipe, mas las cristalinas armas d’ese peligro lo aseguravan, aunque no del travajo que padecía con lo mucho que la sierpe

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le apretava, que casi no lo dexava menear y con todo eso no cesava de dar muy a menudo grandes puñaladas. No aprovechavan los golpes para quebrantar la ira de la sierpe; ya se abraçó a uno de sus cuellos con tanta fuerça que del todo le quitó el resuello, dexándola aturdida y casi muerta y levantándose con la espada le quitó todas las caveças, dexándola muerta, acabando la más dudosa batalla que cavallero de su tienpo enprendió, quitando la vida al más fiero animal que en aquellos tienpos 106v fue vista. No curando de más, Belinflor miró a ver si avía por do salir y vido que la muralla de fuego se iva a gran priesa acercando, dándole más pena su calor y no tardó mucho que lo cogió en medio abrasándolo vivo, donde quedó encantado.

Capítulo XXXXIX. Cómo el savio Menodoro y las savias Medea y Sarga libraron del encantamento de la Ínsula Despoblada al encubierto griego.

Como sienpre el gran Menodoro en procurar el bien y provecho de sus amigos se

desvelase, no se olvidó un día de preguntar por sus queridos príncipes. Preguntólo a la persona que nada se le encubría y así supo que Miraphebo y Orisbeldo, partidos de Tinacria, caminavan por la mar y que Belinflor estava encantando en la Ínsula Despoblada. Muy admirado quedó Menodoro de semejante cosa y preguntando cómo avía sido aquello le fue respondido:

– Sabrás que el amistad que el savio Eulogio tiene a Furiabel le forçó a hacer en la Ínsula Despoblada un encantamento y en él puso la espantable Hidra, donde llevó al Cavallero del Arco, tu criado, y por su valor quedó encantado, porque era de arte que, mientras la bestia viviese pudía salir d’ella, mas muerta no; y hiço esto porque savía que Belinflor no dexaría de matar a la sierpe y no puede ser libre por ningún cavallero porque la Ínsula no puede ser halla<lla>da y en ella está con el mayor tormento que jamás cavallero padeció y, si tú y la savia Medea no lo libráis, no saldrá de allí.

Oído esto por Menodoro, se entró en su estudio y en él halló a las savias Medea y Sarga –tía de don Sacriván–, las cuales le recibieron muy bien y haciendo allí lo anexo a su profesión tomaron a la emperatriz Ariena en un carro y subiendo todos en él con la ligereça del pensamiento se pusieron en la Ínsula Despoblada, donde con sus fuertes conjuros lo hecho por Eulogio deshicieron. Viéndose Belinflor libre de tal travajo, muy alegre començó a caminar por la Ínsula donde tendiendo los ojos vido una tienda de inestimable valor y con la alegría que pensarse 107r puede fue allá y, como quiera que las alas estubiesen alçadas, vido al savio Menodoro y a la emperatriz Ariena y a Medea. Atónito de placer no creía lo que veía. No le hiço dudar mucho el savio que levántandose fue a él y abraçándolo le dixo:

– ¡Ó, mi hijo y señor!, ¿qué mayor pago puede tener la criança que en vós hice que veros aora con tales gracias dotado?

No podía el príncipe hablar de contento ni la emperatriz aguardar y así levantándose lo abraçó. No me alargo en contar cosas que callando las publican ser señaladas; y así digo que con grandísimo contento, después de aver descansado, se fueron a la mar donde estava una gran nao apercebida y entrando en ella la gran Medea la guió donde la de Miraphebo y Orisbeldo andavan, y aquel día se juntaron donde fueron doblados los alegres recebimientos y estando todos sosegados el savio Menodoro habló así:

– No serían, queridos hijos, obras de amor si os negase vuestra hacienda y teneros encubiertos y con dudosa gana de saver quién seáis, por lo cual os digo que la que por mi muger tenéis es emperatriz de Babilonia y yo soy su cuñado, hermano del soldán Vepilodor, padre de Orisbeldo que, por cierta aventura, en una guerra se perdió, por lo cual el traidor Coriandro –que por governador dexó– se alçó con el inperio dexando

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desposeída a la señora Ariena, que preñada estava. Yo deseando que en algún tienpo este tuerto se deshiciese la truxe a mi morada, donde nació Orisbeldo y para su conpañía truxe a los que no poca parte tienen Grecia y Caúcaso. Y pues los dioses aquí nos an juntado, quiero que vamos a Babilonia donde vengemos a la emperatriz Ariena.

Admirados quedaron los príncipes de lo que el savio dixo y todos muy alegres ofrecieron su voluntad para lo que el savio ordenase. En cosas de grandísimo contento ivan tratando las savias y Ariena con los príncipes y la galera con grandísima velocidad caminando, cuando vieron de lexos un edificio en la mar y, deseosos de saver qué era, mandaron llegar la nave. No se dexavan mandar 107v de todos los que la guiavan y así no lo vieron de cerca, mas el savio Menodoro les dixo lo que era: el edificio del mago Episma y les contó la aventura y que la avía provado quien bastava a dalle fin. Quince días caminaron sin acaecerles cosa que de contar sea, al cabo de los cuales llegaron a un puerto de Babilonia y muy alegres el savio Menodoro dio a Belinflor el famoso cavallo Bucífero que en la batalla de la mar tuvo él y el emperador Arboliano con Rorsildarán y Furiabel, como se dispartieron por la tormenta, lo perdió, y el savio lo avía tomado y entonces lo dio al griego príncipe, con el cual holgó en estremo y subiendo en él en conpañía del savio y Miraphebo y Orisbeldo, dexando a las savias con la emperatriz en la mar, ellos caminaron.

Capítulo. L. De la aventura que los príncipes Belinflor, Miraphebo y Orisbeldo hallaron camino de Babilonia.

En diversas y gustosas pláticas entretenidos caminavan los únicos en amistad

cuando sobre el nonbrado Eufrates vieron una puente, solo vado para vadearse aquel caudaloso río; al cabo d’ella avía una torre, de la cual salió un gentil cavallero armado de armas negras y llegando a los príncipes les dixo:

– Por mí, apuestos cavalleros, es defendido este paso a los que no juraren justa vengança de un injusto hecho. Mirá lo que sobre ello queréis hacer.

– Jurar la vengança, –dixo Miraphebo–, si la hace justa la injusta causa. – Eso, –dixo el Cavallero Negro–, yo lo aseguro y veníos conmigo a la torre y lo

sabréis. Con esto començaron a caminar por la puente y llegando a la puerta de la torre los

salió a recebir un anciano cavallero, el cual les rogó se apeasen y haciéndolo así truxeron sillas en que se sentaron y el anciano cavallero començó a <a> decir 108r

d’esta suerte: – Sabréis, señores, que abrá diez y ocho años que aquí inperó un soldán llamado

Vepilodor, dotado de virtudes y fortaleça, con lo cual obligava a sus vasallos a perder la vida por su señor y esto lo mostraron en una batalla que con tanta gana pelearon que siendo los enemigos inumerables los vencieron, aunque su desdicha los hiço vencidos porque en ella perdieron a su querido soldán, que ni muerto ni vivo no lo hallaron asta aora, mas entiéndese que en una floresta está encantado. Con la pérdida del soldán Vepilodor, Coriandro que por governador avía dexado –por estar la emperatriz Ariena preñada– la echó presa y se alçó con el inperio, con el mayor pesar de los babilónicos que pensarse puede. Los homicidios, las injusticias, tiranías, agravios, desasosiegos que á causado no se pueden decir, sino que son y an sido tantos que a los desdichados vasallos á sepultado en lo íntimo de la miseria y todos de buena gana se dexarían morir porque más no lo mandase ni sus hijos tan triste sujeción heredasen. Mil veces an procurado hablar al savio Menodoro, su natural señor, para intentar tomarlo por señor y dar la muerte a Coriandro; el cual lo viene a saver por orden de un savio su amigo y con quitar las caveças a dos o tres

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escarmienta a los demás. Entre innumerables maldades que á hecho, á sido una que á escandalizado a Babilonia y es que el desdichado señor de Monfeler y rey de Lucea, el mas príncipal de toda Babilonia, tenía por muger a la hermosa duquesa Clarfora de Sidena, la cual con su hermosura y virtuosa condición traía atónitos a todos viendo en ella dos tales extremos de hermosura y honestidad. Para que más se echase de ver el estremo de la maldad de Coriandro, permitió la Fortuna que se enamorase la reina Clarfora que, como tan principal señora, lo más del tiempo estava en palacio. Su dañado proceder fue proceder para encender el fuego de su deshonesto deseo. Escusávale el descubrirse la honestidad de Clarfora y el entender claro que no avía de ser admitido, por lo cual se descubrió al savio Lorteo, su amigo que, como hecho a sus mañas estuviese presto, condecendió y usando de sus armas que son los encantamentos hiço por donde Coriandro uviese en su poder a la de Sidenia. Cunplió allí 108v su voluntad y al despedirse, que fue contra la de anbos, Coriandro dio a Clarfora un preciado anillo, el cual ató a un cabo del pañuelo –y como enagenada– dio en pago un rico joyel. Salida de allí, Clarfora no se acordó de lo pasado –que fue en un huerto de su propia casa– y yéndose a su recámara echó –sin advertir lo que en él avía– el lençuelo en un cofre. Algunos días pasaron y pensando Coriandro que ya tenía recabado para sienpre lo que la primera vez falsamente avía alcançado, entendiendo que Clarfora en ello avía consentido para ver de qué suerte estava fue a su casa; fue en ella recebido como emperador –aunque falso– y como en casa de rey. Pasadas las primeras palabras de obligación y otras muchas, el rey de Lucea –seguro de su daño– con otros principales cavalleros se apartó a pasearse por la gran casa, dexándolos solos. Viendo Coriandro tan buena ocasión sacó el joyel y dixo a Clarfora que cuándo era servida de cunplir lo que con aquel joyel avía prometido. Turbóse tanto la honesta –aunque violada– reina que no acertó a menear la lengua sino para dar gritos, a los cuales yo, que su marido era, y este cavalle[ro] nuestro hijo acudimos. Él como más moço no tuvo respeto a su señor y echando mano a la espada se fue para él. Temió el tirano señor y fuese a esconder debaxo de una mesa, donde se libró del golpe de Filiseno. Allí lo hallaron todos los de la corte, de lo cual admirados lo llevaron a palacio. Tanta fue la vergüença que recibió de pensar la manera en que lo hallaron que estuvo por irse, mas consolóse con un vengativo odio que contra Clarfora concibió criándole un pensamiento de darle la muerte. A los principios de sus hechos, algunas veces a los malos su[ele] serles favorable la Fortuna en ofrecerles ocasión para executar sus malvados intentos; diola y tal a Coriandro que a su gusto contra el de muchos se vengó: que un día saliendo a caça llevava un arco armado –no sé si fue malicia– y pasando por la calle donde es nuestro palacio vido a la hermosa Clarfora a la ventana; no se descuidó de dañar a la descuidada dama que al tiempo que le acía un acatamiento disparó el arco. La cruel executora Átropo guió la flecha de suerte que dando en el casto y nevado pecho abrió camino 109r a que el alma junto con un sanguine arroyo saliesen, cayendo el difunto cuerpo sobre la ventana. Tanto se sintió por los presentes la muerte de la reina que haciendo lo que devían echaron mano a las espadas y en confuso montón rebueltos se fueron al homicida; Coriandro muriera según la furia de los sentidos si el maligno Lorteo con sus artes no lo librara y á dos años que está en un castillo y de mes a mes viene a hacer cortes y para su guarda trae cuatro feroces gigantes y dos fieros centauros; esto por miedo de alborotos que después que el insano hecho hiço se removían procurando su muerte. Yo, el más sentido y agraviado, la procuro por todos los modos posibles, no tanto por la vengança cuanto por librar a los vasallos del temor de sus vecinos daños si más <si mas> su tirano mando prosige. Está en un fortísimo castillo que no aprovecha poder para rendirlo y así me é puesto para ver si algunos se dan maña a entrar y hacer de modo que pueda abrir una pequeña puerta –a la cual llegan por una cueva– y entraríamos muchos, mas, como no ay otra entrada, nadie puede hacerlo.

Con esto el rey de Lucea acabó su plática y el savio Menodoro dixo:

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– Consolaos, rey Gridonio, que aquí es venido el remedio de Babilonia. Saved que aquel cavallero de las armas de cristal es la flor del mundo y esotros dos son tan valientes que bastan a acabar mayores hechos y yo soy el savio Menodoro y este cavallero, Orisbeldo, hijo del soldán Velipodor, mi hermano; y saved que, aunque aquí es tenida la emperatriz Ariena por muerta, es biva porque, sabido por mí lo que pasava, me partí por ella y la llevé al Deleitoso Bosque donde á estado hasta aora que nos partimos con estos tres cavalleros a restaurar el tiraniçado inperio.

– Eso será fácil, –dixo el rey Gridonio–, después de la muerte de Coriandro, porque ni a un solo cavallero no tiene de su parte.

– No me espantaría yo de más, –dixo el príncipe Filiseno–, porque el que de su parte fuese no se podía llamar cavallero.

Con gran contento del rey Gridonio reposaron todos allí dos días, al cabo d’ellos todos se partieron y tomaron el real camino de Babilonia. 109v

Capítulo LI. De la aventura que los príncipes Belinflor, Miraphebo, Orisbeldo y Filiseno hallaron en el camino de Babilonia.

Caminando en diversas y gustosas pláticas entretenidos, andubieron todo un día

y otro vieron en un camino una tienda de damasco carmesí y alrededor d’ella avía otras muchas, y sirvientes y escuderos andavan pensando cavallos y muchos cavalleros avía rebueltos que parecían andar de partida, por que algunos peones quitavan ya las tiendas. En esto vieron subir a cavallo más de treinta cavalleros, todos bien armados y apuestos, y dos gigantes, los cuales sacaron de diestro un gran cavallo y en él subió un cavallero grande de cuerpo y bien hecho y en su apostura parecía ser de bondad, armado de unas armas jaldes con lirios verdes y extremos de oro. Todos començaron a caminar dexando deseo a la ínclita conpañía de saver quiénes eran y con él los cuatro príncipes picaron a sus cavallos y, como eran buenos, presto lo alcançaron y puniéndoseles delante dixo Filiseno:

– Mucho quisiéramos, señores cavalleros, saver quién seáis si no perdéis nada en ello y a dónde es vuestro camino.

A lo cual un cavallero respondió: – Vuestra cortesía, señor cavallero, nos obliga a decíroslo. Saved que aquel

cavallero de las armas jaldes es el fuerte don Cristapal, príncipe de Babilonia, hijo del soldán Coriandro, que hasta agora no lo conoce y aviendo deseo de conocer a su padre se partió y propuso no hablarle hasta que uviese ganado honra. Y desde la tierra que partimos en todos los caminos reales hemos parado quince días para justar con todos los cavalleros andantes.

– D’esa suerte, –dixo el furioso babilónico, que lo estava oyendo a esotro nonbrado príncipe–, con nosotros no se escusa la justa y a todo riesgo la quiero con don Cristapal.

A todo avía estado presente y lo avía oído; era valentísimo, confiado de sí, el cual con alguna sobervia respondió:

– Alto cavallero, no nos detengamos que, aunque el infierno fuera en tu ayuda, no dexarás de llevar el pago de tu loca confiança.

No era Orisbeldo 110r en semejantes trances pereçoso y así con el denuedo del Marte dio buelta su cavallo; lo propio hiço don Cristapal y estando algo apartados se vinieron a encontrar con tanta fuerça que las gruesas lanças hechas menudas pieças se perdieron por el aire y ellos pasaron sin hacer ningún revés y, antes de acabar la carrera, dieron buelta en el aire y bolvieron las espadas en las manos y a una se dan tales golpes que de su fortaleça el largo eco diera testimonio. En esto los dos

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gigantes, conpañeros de don Cristapal, se llegaron a los príncipes Belinflor y Miraphebo y les dixeron:

– ¡Ea, cavalleros, no estéis parados! Vení contra; seréis parejos en el castigo con vuestro conpañero.

Bien parece que no savían con quién hablavan porque, aún no lo avían acabado de decir, cuando ambos dieron buelta a sus briosos cavallos y con tan furibundo denuedo qu’el Marte les recelara buelven a encontrarse con los gigantes. Con tal fuerça aquellos pasaron muy apuestos y los gigantes cayeron en el suelo, lo cual causó un rebuelto alboroto entre los cavalleros que echando mano a las espadas se vinieron para los príncipes. Al encuentro les salió el valiente Filiseno y encontró a uno que lo derrivó muerto y, antes que la lança quebrase, hiço menos cuatro y echando mano a la espada enpeçó a derrivar cuantos delante se le ponían. Ya se avían levantado los gigantes y tomado sus cavallos y echando mano a sus cuchillos se fueron para el Cavallero del Arco, porque vieron que de tres golpes avía muerto cinco cavalleros. Anbos le dieron tales golpes en el cristalino yelmo que le forçaron inclinar la caveça hasta el arçón. Enderéçase el potente griego y echando el escudo a las espaldas, con el espada a dos manos, dio un golpe por la cintura a un gigante que el medio cuerpo echó en el suelo y el otro medio quedó en la silla. Otro rebuelve a su conpañero sobre el yelmo que hasta la cintura lo partió. Bien vido el fuerte don Cristapal tan poderosos golpes y en lugar de abaxar su sobervia le creció, de suerte que dando a Orisbeldo un golpe que lo dexó sin sentido se fue a Belinflor y tal lo segundó sobre el yelmo que la caveça baxó hasta el pecho. No dexó de dar el griego la repuesta con su acostunbrada fuerça que lo dexó sin sentido. En esto llegó Orisbeldo y viendo así a don Cristapal aguardó que bolviese en sí. No estavan de espacio 110v en este tienpo el valentísimo príncipe Miraphebo de Troya y Filiseno de Lucea, que entre los cavalleros andavan como leones, principalmente el hijo de Frostendo que en su valor bien se echara de ver ser nieto de Héctor. Pues aquella fragrante flor de la cavallería, señor de Grecia, cierto más agravio se le haría en contar –y yo– sus cosas que no escrivirlas, salvo –digo– que el savio Menodoro y el rey Gridonio estavan espantados. Y el rey dixo al savio:

– Por cierto, mi señor, si esto me contaran d’este cavallero, yo no lo creyera: matar dos tan grandes gigantes de dos golpes y derrivar tantos cavalleros de tan fieros golpes, y aún no lo pondero tanto como con la presteça que los redobla y cada uno parece más bravo que el primero, porque me semeja que se le aumenta la fuerça.

– Eso teneldo por cierto, –dixo el savio Menodoro–, y no tenéis que espantaros d’esto que aún mayores cosas á hecho, y sin conparación más grandes las hará y advertí que lo que hace nuestro príncipe no es menos de mirar.

Tenía raçón porque don Cristapal era valiente y con sus fuertes golpes hacía que los suyos el de Babilonia aumentase, el cual recibió uno del hijo de Coriandro sobre el yelmo que la sangre le rebentó por los oídos. No se fue alabando, porque levantándose el hijo de Velipodor sobre los estrivos, con el espada a dos manos, dio a don Cristapal un golpe que sin sentido lo derrivó sobre las ancas del cavallo y, antes que bolviese en sí, mató dos cavalleros. Tanto el belicoso Cavallero del Arco, con el ayuda del troyano y de Filiseno, hiço que de los treinta cavalleros en poco rato no quedó sino uno, que se rindió al tiempo que don Cristapal bolvió en sí. No se paró mucho a considerar la mortandad y ruina de los suyos porque vio venir tan furioso a Orisbeldo que le temió y de buena gana le hurtara el cuerpo sino que llegó tan presto que no lo pudo hacer. Recibió el golpe que el yelmo y la caveça le partió quitando la vida a uno de los bravos cavalleros que uvo en Babilonia. Acabado esto los tres amigos con hermanable amor metiendo las espadas en las vainas se fueron a abraçar y luego fueron a hablar al savio Menodoro, el cual les dixo:

– ¿Pensáis, mis hijos, que lo que avéis hecho á inportado poco para el fin de lo que deseamos? Tened por cierto que, si don Cristapal entrava con su padre, 111r fuera muy dificultoso de alcançar, mas tiniendo a Belinflor en nuestra conpañía, aunque lo

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defendiera el ventajoso Hércules y el afamado Jasón y el sin par Héctor y, aunque ayudase con sus discretas cautelas el perseverante Ulixes, lo tuviera yo por poco.

– Con eso concedo, mi señor, –dixo el griego príncipe–, que claro se ve que siguiendo vós el camino de la nobleça y conociendo la condición de los nobles, que es afrentarse de sus loas, porque no lo hagan mis hermanos, me dáis lo a ellos devido, hablando con ellos como por tercera persona.

– No concedo yo con eso, señor cavallero, –dixo riéndose el de Troya–, y no penséis que con doradas palabras se dexan de vencer los hermanos de Belinflor porque, aunque no tubieran más que lo que de sus sobras an participado, tuviera harto el mundo que vencer en ellos.

– Los vencidos, –respondió el griego–, forçosamente an de condeceder con lo que los victoriosos dixeren y así yo, aunque no me falta ánimo para responder lo contrario, por fuerça concedo.

– Eso me parece bien, –dixo Miraphebo–, que contra los válidos y victoriosos peor es la tema, que no suele parar jamás en bien.

– No entendí, –dixo el savio Menodoro–, que con lo que dixe, señores cavalleros, diera ocasión para que rencillásedes, por lo cual mis palabras yo las alço, que al que se deve la honra no porque yo lo diga se á de aumentar.

Con esto començaron a andar por aquel real camino hablando en muchas cosas hasta que el radiante Febo con deseo de ver a su amada esposa, aviendo apresurado su camino, vañava su dorada greña en las profundas aguas de los hispánicos mares para que con doblada hermosura el siguiente día más eficacia su alegre rostro mostrando hiciese, que andando por el camino vieron a la izquierda mano una hermosa floresta de frondosos y verdes árbores, ocupada deleitoso sitio a los travajados y ociosos caminantes y con deseo de reposar allí guiaron los cavallos.

Capítulo LII. De la estraña aventura que los cuatro príncipes acabaron en la floresta camino de Babilonia. 111v

Muy grande fue el contento que los valerosos príncipes y su noble conpañía

recibieron en ver tan deleitoso sitio para cónmodamente y con gusto [estar] y así apeándose de los cavallos sobre la verde yerva comieron de lo que los sirvientes traían y, después de administrado este ministerio, quedando el savio Menodoro y el rey Gridonio hablando en diversas cosas, los príncipes Belinflor, Miraphebo, Orisbeldo y Filiseno tomando las espadas y enlaçando los yelmos se dieron a pasear por la entretexida floresta, mirando los frondosos olmos con los encunbrados pinos y medidos cipreses mezclados con los robustos robles y tiesas hayas, cercados de la enredada yedra matiçada de holorosos mosquetes, pisando el florido suelo con gran contento como la edad lo requería. Ivan hablando cuando algo lexos por [l]os pequeños espacios que los entricados árbores hacían devisaron un edificio y guiando sus pasos aci’allá lo vieron ser de piedra muy bien labrada y en él avía una puerta ante ella estava un padrón con unas letras, las cuales Orisbeldo leyó y así decían:

Cuando el coronado León, enperador de la fortaleça, en conpañía del furioso Tigre, señor de antiguas ruinas, y del señor de Lucea con el bravo Oso codicioso de su perdido estado por esta floresta vinieren, sin duda será libre el bien y consuelo de Babilonia, hermano de la penetrante Águila, en saviduría desposeyendo al cauteloso y dañado Lobo. Hecho lo presente por la silvestre Garça, dando primero disgusto a sus amados para después con doblado gusto reconpensallo.

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Nada entendieron los valerosos príncipes del escuro rótulo, antes no cuidando d’él se fueron acia la puerta. Belinflor, como muy codicioso de semejantes presas <presas>, llegó primero y así en el entrar fue el primero, siguiéndole los demas. Salieron a un gran llano, que todo lo ocupava una laguna, y en medio de ella avía una no muy <al> alta 112r torre y en ella avía a cada lado una puerta y desde la orilla de la laguna hasta cada una d’ellas avía una senda y ante de la delantera estava un mármol con unas letras que decían:

Ninguno confiado de sí ose entrar por esta senda sino escoja otra porque le será muy dificultoso de alcançar glorioso fin.

– Sólo por ver lo que aquí ay é de entrar, –dixo Belinflor. – Ganado me avéis por la mano, señor cavallero, –dixo Miraphebo–, pero, pues es

vuestra, tomalda y allá os avení y mirá que os ayudéis del valor de Belinflor. No confiéis sólo en el del Arco, que no sé si os irá bien.

– ¿Cómo lo savéis vós, señor cavallero?, –dixo el griego. – Se lo dixo el troyano, porque las cosas hechas por Belinflor son más firmes que

las hechas por el Cavallero del Arco, porque mañana mudará el trage y mudará el serlo.

– El que á de provar aventuras, –dixo Orisbeldo–, no se á de prevenir con tantas pláticas; por tanto, señor Miraphebo, vamos a provar nuestra ventura, pues este cavallero ya la tiene.

Con esto se fueron y cada uno entró por su senda. Entrado el soverano griego por la senda, vio salir contra él de la torre un gigante con una maça de hierro. Alargó el paso por llegar a la torre y no hacer batalla en la senda, mas fue en vano y, porque vido al jayán alçar la maça, enbraçó su escudo. Tan temeroso era el ruido que por el aire la ferrada arma hacía que el nieto de Alivanto tubo por seguro no aguardarle y así se retiró dos pasos atrás. El golpe dio en la senda tan recio que por un rato la hiço tenblar; antes que se levantase el invicto joven le tiró un golpe que en el braço izquierdo le hiço una gran herida. Más furioso que un tigre, se levantó el encantado gigante y alçando la maça –era el lugar angosto y no pudo desviarse– y así recibió el pesado golpe en el escudo que juntándolo con el yelmo anbas rodillas puso en el suelo, donde otro recibió sin reparo, que la caveça baxó hasta la senda. No rebuelve tan feroz el acosado toro contra los molestos y porfiados peones como se levantó el bravo 112v Cavallero del Arco porque soltando el escudo en el suelo, con el espada a dos manos, le tiró un revés que acertándole en un codo, braço y cuerpo hasta esotro braço le partió, cayendo los troncos del bár<ba>varo cuerpo en la laguna y tomando el escudo pasó adelante.

Llegado Miraphebo a la otra senda vio salir contra él un desemejado centauro armado de fuertes conchas, con un grande y acerado cuchillo en la mano. Por hacer más seguro la batalla, el valiente príncipe se salió de la senda y allí aguardó al centauro, el cual con fiero aspecto se vino para el de Troya y en el escudo le dio un golpe que juntándolo con el yelmo le hiço saltar la sangre por los oídos y boca acrecentando la ira y ella la fuerça del nieto de Tros, y con ella le tiró un golpe sobre el conchoso escudo que no resistiendo su fortaleça al poder con que iva tirado lo partió por medio, llegando la punta del espada a la bestial caveça, haciéndole una herida. Fue soleniçado tan cruel golpe con un terrible baladro del centauro, el cual más furioso que si tuviera delante a Hércules, con el cuchillo en la mano començó a golpear al valeroso de Troya; avíalo con quien avía muy pocos como él y así no lo pasava mexor. Bien duró una hora la cruel batalla, en la cual la ligereça de Miraphebo le hacía llevar ventaja y, para acavar más presto, recibió un golpe del centauro sobre el yelmo que sin sentido hincó anbas rodillas y manos en el suelo, donde el bruto asegundó otro que por otro espacio le prolongó el bolver en sí y, si no estuviera cansado, no parara hasta matarlo. Mientras Miraphebo bolvía en sí, descansó su

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contrario y por su mal, porque levantándose el valeroso troyano de toda su fuerça le tiró un revés a la cintura, no pudo pasar las duras conchas mas le hiço andar acia un lado dos o tres pasos, desconcertados por la propia parte; antes que se asegurase, le tiro otró que lo acabó de derrivar. No fue pereçoso en sacar la daga y ir sobre él y por el pecho dos veces la escondió sacándola tinta en bruta sangre y a la tercera aconpañada de la irracional alma y levantándose enbraçó el escudo y 113r enpuñando la victoriosa espada començó a andar por la senda.

Como el príncipe Orisbeldo de Babilonia llegó a la tercera senda de la mano izquierda vio por la puerta de la torre venir contra él un fornido salvaje, armado de áspero y espeso bello que según su dureça asaz para armas bastava; traía en sus manos un grueso bastón de ñudoso frexno tan grande que tubiera harto un cavallero que alçar en él, mas el salvaje lo alçó con tanta ligereça co[mo] si fuera una espada y con airados pasos salió de la senda y derecho se fue para el amador de Sifenisba, el cual con no menos ánimo que sus conpañeros lo aguardó y en el escudo recibió un golpe que lo sacó de sentido, mas buelto en sí dio la respuesta al salvaje encima de la caveça que una rodilla hincó en el suelo; levántase y con su descomunal arma començó a golpear a su enemigo; valíale al de Babilonia su ligereça que con ella hacía perder muchos de sus golpes que, si todos le acertara en lleno, ya estubiera molido. Una hora dura la batalla y deseando Orisbeldo acabar la batalla al tienpo que el salvaje tirava un golpe se metió con él tanto que no le acertó sino con los puños sobre el yelmo, que hincó una rodilla en el suelo y viéndose tan junto d’él lo abraçó con el braço izquierdo y con el derecho sacó la daga y con ella con gloriosa victoria acabó la batalla entrando por la senda.

No uvo llegado a la cuarta senda el valiente señor de Monfeler, Filiseno príncipe de Lucea, cuando vio venir contra él un cavallero grande de cuerpo armado de todas armas con el espada en la mano y con el hijo de Gridonio se trava en batalla, la cual fue muy reñida, mas al cabo de una hora el cavallero dio un golpe a Filiseno sobre el encantado y negro yelmo que anbas rodillas puso en el suelo; levántase el príncipe y por la propia parte da la respuesta al cavallero que lo sacó de sentido y tirando una punta, como estava cerca del lago, lo echó de espaldas en él, donde fue ahogado. Aún no avía vien visto ahogar al cavallero cuando salió otro de mayor cuerpo y llegándose al príncipe lo començó fuertemente a golpear. No se descuidava Filiseno en responderle; casi otra hora duró esta segunda batalla no cesando de golpearse fuertemente, 113v al cabo d’ella tanto aquexó Filiseno al cavallero que lo tendió en el suelo y yendo sobre él le cortó la caveça y, aún no se avía lebantado, cua[n]do sobre él vinieron seis villanos con hachas y capellinas y le començaron a dar fuertes golpes; esforçóse para levantarse y púdolo hacer por su grande ánimo, con el cual enpuñó su espada y començó a tirar golpes, de suerte que en un cuarto de ora no le quedó sino uno, el cual començó a correr por la senda y Filiseno tras él.

Aún no avía el ínclito Cavallero del Arco acabado de ver caer en dos partes hecho el giganteo cuerpo en la laguna, cuando apercibiéndose començó a andar por la senda y sin ningún recelo, llegado a la puerta de la torre, entró por ella. No uvo dado un paso cua[n]do se sintió preso de anbos lados por las tiesas y agudas uñas de dos disformes grifos; tanto se apoderaron del descuidado griego que no tenía poder para guardarse de los recios encuentros que un poderoso toro con sus acerados cuernos enpeçó a darle. Vídose en gran peligro el sin par cavallero y no la confusión d’él le turbava su entendimiento para pensar qué maña usaría, pues no aprovechava allí fuera, ofreciósele y tal que le valió la vida y fue que propuso cargar el cuerpo a la izquierda mano para que el grifo que por allí lo tenía asido algo afloxase y después tirar al contrario y desasirse. Púsolo por obra y sucedióle como deseava, viéndose pues suelto del un grifo para hace[r] otro tanto del otro, esperó al toro y, cuando llegó cerca, le asió con la mano del cuerno; viéndose asido el animal tiró tanto por soltarse que a Belinflor y al grifo llevó detrás sí. Visto por el ínclito Cavallero del Arco, hiço tal fuerça que, como las aceradas uñas del grifo no podían pasar las armas, se resbaló de

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suerte que lo soltó y, como le faltó el contrapeso que con tirar el animal hacía, llevado de la taurina fuerça cayó. No tardó el encubierto griego en levantarse y tomando la espada tiró un golpe a una de las fieras y contrahechas aves en un ala, que la mayor parte d’ella le echó en el suelo. No se pudo librar del encuentro del bravo toro que fue tal que medio rodando lo arrimó a una pared de la torre y allí uno de los grifos le dio una picada sobre el yelmo que le turbó el sentido. Buelve en sí el invicto joven y, con el 114r espada a dos manos, dio tal revés al contrario que con el pico le avía ofendido en el pescueço que, aunque fuertemente armado con la dura pluma, todo lo cortó dando con él muerto en el suelo. Luego vido venir con mortal coraje a su conpañero, no tuvo otro remedio si no poner la espada de punta; acabara la vida del grifo con victoria del griego si el fervoroso toro no lo encontrara en un lado, que de esotro lo derrivó en el suelo quitando la venturosa postura en que estava, pasando el bolador animal sin recibir ni hacer daño. Levántase el sin par griego y no haciendo caso de su daño se abraçó con el toro rodeando con sus vigorosos braços al robusto, en ello apretándole tan recio que lo traía a una parte y a otra, no pasándolo él mexor porque con su aguda arma el grifo muy amenudo le ofendía. Bien tardó media hora el príncipe de los cavalleros en derrivar el fornido toro, el cual como cayó en el suelo rebentó y desasiendo se lebantó y con mucha alegría dio al inoportuno ofensor una punta por el pecho que hasta la cruz le metió la espada, dando con él muerto; y viéndose libre y desenbaraçado tendió los ojos por la torre y vido todas las paredes estrañamente labradas y en medio de ella avía como un aposento de cristal, dentro d’él parecía estar sentado un cavallero de edad de treinta años, de buena dispusición y lindo parecer, y vido a esta ora entrar por esotras tres puertas a los tres príncipes sus conpañeros y todos cuatro se llegaron a leer unas letras que en una pared del cristalino aposento estavan y así decían:

Quebrando los aventureros las cristalinas paredes se acaba la aventura y consuelo de los babilónicos comiença.

No se hablaron los cavalleros palabra, sino cogiendo las espadas con los pomos d’ellas dieron tales golpes que el aposento, quebraron haciendo tan horrísono estruendo que los sacó de sentido y, cuando en sí bolvieron, se hallaron en la floresta y con ellos aquel cavallero que encantado estava, el cual haciendo a Belinflor un acatamiento dixo:

– Sepa yo, valerosísimo cavallero, de quien é recebido la libertad para que desde aora enpiece a servirla.

No dexó responder al griego la venida del savio Menodoro y del rey Gridonio que al gran ruido venían a 114v saver qué era y, como anbos vieron al desencantado cavallero, como atónitos dieron una voz diciendo:

– ¡Ó, dioses!, y ¿es posible? No pudieron hablar más sino que el uno corrió a abraçarlo y el otro a besarle las

manos. El soldán Vepilodor, como vido a su hermano el savio, ya veréis el contento que recibiría, aunque muy admirado de se ver así, preguntó al rey Gridonio qué era de su exército. El rey dando un suspiro dixo:

– ¡Ay, soberano señor! y ¡qué grandes calamidades á pasado Babilonia después que de vuestro exército os partistes!

El soldán dixo: – ¿Cómo así?, pues ¿no fue ayer la batalla? El savio Menodoro lo desengañó y le dixo todo lo que avía sucedido y lo que avía

hecho Coriandro y díxole cómo la enperatriz Ariena estava en el puer[to] y que Orisbeldo su hijo con aquellos dos cavalleros venían a cobrar a Babilonia y matar a Coriandro y contóle la desgracia del rey de Lucea, de lo cual pesó mucho al noble soldán, y lo consoló y prometió casar su hijo con una prima suya. El rey le besó las manos y así mismo Filiseno. Decir la alegría con que recibió Orisbeldo más fuera

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agraviar tal punto que soleniçallo. A cabo de un rato llegó Belinflor a besarle las manos y, como el soldán lo conocía, rehusólo aunque le cobró un amoroso respeto así como vido la gravedosa alegría y hermosura de su perfecto rostro. El príncipe griego porfiava por besárselas y el savio Menodoro se llegó al soldán y le dixo muy paso:

– No se las dé vuestra merced, porque en linaje, estado y fortaleça es sin par, aunque él no lo save.

El propio comedimiento hiço el noble Miraphebo y con gran gusto estuvieron aquella noche y el soldán con deseo de verse ya en su estado quiso por la mañana partirse.

Capítulo LIII. Cómo el soldán Vepilodor y el savio Menodoro y el rey Gridonio con los soberanos príncipes llegaron al castillo de Coriandro y de lo que hicieron.

Aunque el tienpo no lo requería, no dexava de llevar mucho pesar el muy noble

soldán Vepilodor: lo uno por los agravios que sus vasallos avría[n] recebido que, como buen señor, él propio los sentía; 115r y lo otro por la pena en su ausencia avría tenido la emperatriz Ariena, mas algo este congoxoso pensamiento la venidera alegría junto con la presente de ver a Orisbeldo le aliviava. Ocho días con mucho contento <to> caminaron y al noveno llegaron al castillo de Coriandro y todos pararon en una floresta donde acordaron el orden que avían de tener y fue que todos ellos entrarían en la cueva y que el savio Menodoro fuese por cima del muro y abriese la puerta y luego entrarían. Con esto se acercaron y sobre el muro vieron una gran llama y en ella se parecían feas y enormes figuras y, como el savio lo vido, mucho se rió y dixo:

– Tanvién tengo yo qué conquistar, que me parece que el savio Lorteo con todo el poder de la saviduría que tiene procura estorvar mi subida, mas no saldrá a efeto su intención.

Con esto hiço sus conjuros y luego pareció un carro de fuego y subiendo en él se levantó en el aire y llegó al muro donde los oficiales de Plutón, unos con otros constreñidos del poder de los mágicos mandados, començaron una batalla admirando a los príncipes la rigurosidad que en ella parecía aver. No recebía conparación en aquel tienpo el saver de Menodoro y así poco duró la contienda con muerte del savio Lorteo. Acabada la batalla, el gran Menodoro baxó y, como aquel que bien lo savía, fue a la puerta donde ya estava el soldán y todos los cavalleros y, abriéndola, entraron dentro del patio donde hallaron a más de cuarenta cavalleros y a los cuatro gigantes y dos centauros armados, que al ruido de la batalla de los mágicos guerreros se avían armado y con ellos estava el soldán Coriandro que, visto de Vepilodor, se fue para él siguiéndolo los príncipes y el rey Gridonio. Los cavalleros del soldán Coriandro, como los vieron a guisa de pelear, sacaron sus espadas y se vinieron para ellos; fueles mal a los delanteros porque toparon con Belinflor y Miraphebo que de un golpe cada uno derrivó dos. El soldán Vepilodor y los príncipes Orisbeldo y Filiseno derrivaron tres. En esto llegaron los gigantes y uno dio un golpe a Belinflor que una rodilla puso en el suelo; levantóse el furibundo Marte y tirando un revés al gigante le acertó en el braço derecho por lo alto que, como si fuera de cera, lo cortó dexándolo inpotente para herir. De allí buelve 115v otro a Coriandro, que cerca estava, que anbas rodillas y manos le hiço hincar. No paró allí que como un león buelve otro a un cavallero que por medio lo partió y la espada topó en otro que le hiço tal herida que presto murió. Y soltando el escudo se fue a un centauro y dándole un golpe en los muslos anbos cortados vino al suelo y de allí enpieça a executar semejantes golpes que a él –como a los demás– no osavan cercarle. Como los cavalleros d’él huían, algunas veces no hallava a quién

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herir y estando parado vido al soldán Vepilodor estar en batalla con Coriandro y a los príncipes Miraphebo, Orisbeldo y Filiseno con los tres gigantes, aunque lo pasavan muy mal porque estavan cercados de cavalleros. A donde estava el de Lucea, fue Belinflor y dando catorce golpes mató catorce cavalleros y tomando ánimo el señor de Monfeler dio una punta al contrario que lo tendió muerto y por estar muy cansado se sentó. El ínclito y valeroso nieto de Héctor hacía tales cosas que no son raçón olvidallas, porque matando cavalleros se encontró con un gigante, del cual recibió tal golpe que anbas rodillas puso en el suelo. Aumentada la cólera el troyano se <se> levantó y con tal respuesta se pagó que lo tendió en el suelo; matáralo sino se le pusiera delante el otro centauro y, como con él se entretuvo, dio lugar al jayán para levantarse, lo cual hiço muy presto y yéndose a Miraphebo lo començó a cargar de fuertes golpes; luego lo cercaron diez cavalleros. Bien se sustentava el valeroso troyano cuando el sin par Belinflor llegó y dando un golpe al gigante sobre el yelmo lo partió hasta los pechos. Agravióse el de Troya, mas sufriólo por ver el punto en que estavan y deseando imitar al caudillo de los valientes dio al centauro un golpe en la cintura que hasta las entrañas lo abrió. No paró allí su valeroso esfuerço porque con mortales heridas començó a derrivar cavalleros. No estava despacio el preciado Orisbeldo porque aviendo muerto a un gigante avía hecho lo propio de seis cavalleros y con lo mucho que el príncipe Belinflor avía hecho, ya estavan todos parados, sino era el soldán Vepilodor que en reñida batalla estava con el traidor Coriandro. Ya que Vepilodor no fuera más valiente que Coriandro, ayudávale la Justicia que no puede en su derecho discrepar y así antes de una hora dio 116r con él muerto en el suelo, donde con el alegría que tal caso requería descansó.

Capítulo LIIII. Cómo el savio Menodoro escrivió a los principales del Inperio lo sucedido y de los alegres recebimientos que al soldán Vepilodor y a la emperatriz Ariena y a su noble conpañía se hicieron.

Para soleniçar tan alegre estado con cunplida alegría, el sapientísimo Menodoro

en el carro de fuego se partió por la emperatriz Ariena que en la mar con las savias Medea y Sarga avía quedado. Con gran contento contó el savio el desencantamento del soldán Vepilodor y no con menor fue oído de su mujer. La savia Medea, como aquella que no le era concedido parecer ante muchos, se despidió de Ariena, Menodoro y Sarga y se fue a su morada, y los tres ya dichos subieron en el carro y dentro de media hora estuvieron en el castillo donde los sirvientes d’él ya lo avían linpiado de la sangre y cuerpos, y a los príncipes desarmados. El contento con que fue recebida la emperatriz Ariena el savio no lo cuenta porque es cosa que callando más soleniça. Otro día el savio Menodoro escrivió una carta y dándola al rey Gridonio mandó la llevase a Babilonia. El rey de Lucea con solo un escudero se salió del castillo y llegado junto a Babilonia enbió al escudero a avisar a los señores d’ella cómo estava allí. Híçolo el escudero y con alguna admiración todos salieron a él. Él les contó todo lo sucedido. Decir el alegría que recibieron no se puede hacer, mas que todos fueron a la gran B[ab]ilonia y mandaron a algunos peones que en altas voces el dichosísimo fin de sus travajos por las calles de la populosa ciudad recontasen. No quedó pequeño ni grande que no recibiese gran goço y, como gente común con sus acostunbradas demostraciones, començaron con goçoso alboroto a alegremente perturbar la ciudad y los cavalleros d’ella se adereçaron riquísimamente y con el rey Gridonio tomaron el camino del castillo y en él vieron cómo el soldán Vepilodor y el savio con todos los príncipes venían. Ya los babilónicos corrieron por vesarle las manos, mas el soldán por

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primera vez no lo consintió; allí hablaron a la emperatriz 116v y conocieron a su príncipe Orisbeldo y por mandado del soldán querían besar las manos a Belinflor, mas él no lo consintió. Por llegar aquella noche a la cidad no se detuvieron mucho, antes a toda priesa caminaron y, a ora que la tierra con la ausencia del sol estava triste, llegaron a Babilonia donde con la claridad de las hachas y luminarias no se echava menos la de Febo. Toda aquella noche duró una vistosa máscara y otro día uvo justas y torneos, y otro jeculares, entretenimientos que en la plaça farçantes representavan. Los cinco meses del hibierno duraron las fiestas, cada día de diversas maneras que el grandísimo contento inventava y dava materia para ellas. Venido el tiempo en que la naturaleça restaura con nuevo y visto orden el verde y hojoso vestido a los desnudos árbores, el soldán Vepilodor, que en hacer todo placer al príncipe Belinflor se enpleava, por darlo mayor un día fue a caça. Cada uno por su parte siguió lo que se le puso delante y haciendo el griego lo propio fue hasta la mar donde a la orilla halló un batel y d’él salió el savio Menodoro que le dixo que para más gloria suya era tienpo que perdiese lo mejor que tenía. Con esto lo entró dentro y lo armó de sus cristalinas armas y dexando recaudo para él y para Bucífero se fue, y el batel començó ligerísimamente a caminar, donde lo dexaremos. Juntos venidos de la caça todos los cavalleros, fue echado menos el principal. Todos recibieron muy gran pesar principalmente el soldán y los príncipes Miraphebo, Orisbeldo y Filiseno, tanto fue que una noche se partieron secretamente en su busca, de lo cual se dobló el pesar a todos, mas el savio Menodoro los consoló. Con que acabo este primer libro pidiendo perdón de los yerros que en él irán cansados por la indiscreción de mi poca edad y, aunque la obra sea muy inperfecta, suplico se reciba mi voluntad que su mucha perfectión suplirá la que faltare, y no sé si peco de atrevido en enpeçar el segundo libro, porque tratar las maravillosas aventuras por donde los príncipes descubrieron a sus señoras aún el ingenio de Clio no era merecedor, cuando y más el rudo 117r mío. Mas descansada mi cansada pluma, prometo ayudándome el favor de los benignos començallo para servirlos.

FIN DEL PRIMER LIBRO.

LAUS DEO ET SOLI HONOR ET GLORIA.PALMAM FERRES IN FACTIS ET COROMAN IN DICTIS.ACCEPTUM EST DEO, UT (EXTRA SERVICIUM SUUM)

TEMPUS SE CONSUMAT IN HONESTIS IECULARIS.ANNO 1599.

INTER OMNIBUS ERES MELIOR IN OMNI RE.IN FABULIS NEMO UT TU.

CONFITESOR TUAM EXCELLENTIAM.EVASIS EX LIBERIS.

LIBRO SEGUNDO

118r

LIBRO SEGUNDO DE LA PRIMERA PARTE DE FLOR DE CAVALLERÍAS, DONDE SE CUENTAN LOS IMMORTALES HECHOS DE LOS VALEROSOS HIJOS DEL ÍNCLITO EMPERADOR ARBOLIANO Y LAS MARAVILLOSAS

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AVENTURAS POR DONDE DESCUBRIERON A SUS SEÑORAS, Y LOS AMORES QUE CON ELLAS TUBIERON

118v

Soneto

Abenturas estrañas y gloriosas,Golpes invictos, braços y braveças,Dulces amores, castos y terneças

De esclarecidas damas y hermosas.

Raçonamientos savios, dulces prosasDe magnánimos pechos las proeças,Hidalgos tratos, célebres nobleças,

Mil campales batallas y famosas.

Difíciles enpresas, altos hechosy de triunfantes reinos la ruina;De Belinflor el lauro y la corona.

Edificios altivos, traços hechosCon elegancia de un Apolo dignaNos canta don Francisco Barahona.

119r

LIBRO SEGUNDO DE LA PRIMERA PARTE DE FLOR DE CAVALLERÍAS, DONDE SE CUENTAN LOS ALTOS Y MARAVILLOSOS HECHOS DEL PRÍNCIPE BELINFLOR Y SUS HERMANOS, HIJOS DEL ÍNCLITO EMPERADOR ARBOLIANO DE GRECIA. CON LAS ALTAS CAVALLERÍAS Y ESTRAÑOS AMORES DE LA GALLARDA RUBIMANTE,

SEÑORA DE LA HERMOSURA.

Capítulo I. Cómo el soberano príncipe Belinflor aportó en la Ínsula de la Gran Montaña y la maravillosa aventura que allí le avino.

Cuando el sin par príncipe Belinflor vido con tanta priesa caminar el batel y verse

armado y puesto en camino, recibió muy gran contento por verse salido del regalado ocio con que en la corte del soldán estava y por otra parte tenía muy gran pena en verse apartado de los que más que a sí quería, mas viéndose en camino donde se le ofrecerían cosas en qué entretenerse se aliviava. Con semejantes efetos que el

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pensamiento causava en su coraçón caminó ocho días y al noveno, a hora qu’el pastor de Admeto con su hermosa vista quería enriquecer la media redondez de los Antípodos, el encantado batel aportó a una deleitosa ribera. Tend[i]ó los ojos el encubierto griego por ella y no vido si no una gran montaña que toda la ínsula con su tendida falda ocupava. Muy admirado quedó Belinflor y deseando saver lo que en aquella montaña avía salió a tierra y a pie començó a caminar y, a poco rato que por la montaña subió, le cogió la noche y por no perder el camino se recostó. No podía reposar como el coraçón adevinava el poco reposo que para mayor suyo d’esta aventura avía de sacar y 119v entretenido en diversos pensamientos estuvo hasta la media noche que oyó un temeroso ruido, del cual recelándose se levantó y sacando la espada advirtió acia qué parte fuese. No estuvo mucho dudando porque tanto el horrísono estrépitu haciendo un orrísono y temeroso eco creció que tod[o] el mundo parecía hundirse. Dos horas tiniendo confuso al príncipe el tremeroso rumor turó y aunmentándose la gran montaña començó reciamente a tenblar, por lo cual el soberano griego baxó d’ella y se puso en un pequeño espacio que de tierra llana se hacía. Con deseo de ver el fin de tal aventura estuvo el Cavallero del Arco viendo el recio tenblor, aconpañado del sonoroso ruido hasta que la hermosísima Flora con su alegre, subtil y húmedo manto alegrando los coraçones de las aves –las cuales para reflexar en sus delicadas gargantas sus suavísimos cantos y con sus harpadas lenguas pronunciarlos este punto en estremo deseavan– venía con su galano y dorado cuerno, dado por la mano de la autora Phenisa enriqueciendo el camino por do su señora la rubicunda Aurora en su triunphante carro pasease; que con el resplandor que las ya ocultas estrellas dexavan juntó con el que los dorados matices que el pastor amante ya imprimía, vido el príncipe Belinflor que la gran montaña se abría. Como el caso requería, quedó admirado y más cuando vido que hecha dos partes en el gran espacio que entre ellas avía se mostrava un gran castillo, cuya hermosura y riqueça a otro que a mí estava reservado el contarla. Eran los altos y almenados muros d’él a cuarteles labrados unos de una piedra tan clara y trasparente como el diáphano y lúcido cristal, pintados el cuadrado espacio con innumerables rubíes, exmeraldas, jacintos y balaxes, diversidad de memorables hechos de castas matronas donde no faltó el de inmortal memoria con casto intento executado, el de la biuda de Siqueo y fundadora de Cartago, Dido; y en otra parte el que menor lugar que el ya dicho tiene, aunque es tan célebre, de la muger de Colatino romana, Lucrecia; no faltava en otra parte pintada la honesta escusa que Sophronia dio; y en las demás los demás de Porcia, Virginia y Tucia. Otros cuarteles avía de fino 120r oro y en ellos con muchos diamantes y topacios al vivo divuxadas las haçañas del gran Alexandro, con la porfía del arrogante Darío, y las del belicoso Julio César con el desastrado fin del magno Pompeyo, indigno de su preclara vida; vido las del encubierto rey Artús con las de los de la Tabla Redonda; vido las del magnánimo duque Gudofre con las del memorable emperador de Francia con otras muchas. Otros cuarteles eran de fina y luciente plata y con oro pintados los grandes hechos del ateniense Teseo, del famoso lusitano Viriato, del ventajoso Hércules y del valentísimo mesenio Aristémenes, tantas vece[s] restaurador de su arminada patria. En otros que avía pardos estavan pintados con muchos carbunclos y çafires los inmensos travajos del afamado Jasón, del cauteloso Ulixes, del espejo de los de su tiempo el troyano Héctor, del medio de los venturosos Aquiles, del porfiado Agamenón, del codicioso Telamonio y del cruel Ayax. Con gran contento el griego príncipe estuvo hasta que salió el sol mirando lo anexo a su balor dibuxado en el hermoso castillo, mas aquexándole el deseo de saver lo que en tan hermosa morada avía fue acia allá y ante la puerta vido un pequeño tabernáculo de no menos rica y hermosa materia labrado que el castillo, y tenía la entrada cerrada, mas así como llegó cerca se abrió. El príncipe Belinflor muy contento entró dentro donde vido una bien compuesta ara y sobre ella una imagen de dama de tan estremada hermosura que sólo vella lo sacó de [sentido, de suerte] que para poder tenerse se arrimó que no tenía poder para más de mirarla –aunque para hacerlo harto era menester–, que no se

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acordava de cosa no bastando su sobrado esfuerço para dexar de rendirse al encuentro de la repentina vista. Ya sujeta de voluntad su libre coraçón y a sí ante el poder del potente niño ya se ve herido de muerte y lo da por bien enpleado, conociendo el merecimiento del dueño de su alma; ya lo reconoce causándole gloria su sujeción; ya da por mal enpleado el tienpo que sin amor á vivido y con la gloriosa y nueva congoxa que siente començó a decir:

– ¡Ó, savio Menodoro!, ¿en qué te herré que tal fin para mi jornada tenías guardado? Pues é recebido más que muerte sin esperança de remedio de mano de quien no conozco, que no sé si es humana o diosa el natural d’este retrato. 120v Mas, ¿qué digo yo, desconocido cavallero?, que recebir muerte de vista de tan angélica figura no es muerte sino gloriosa vida. ¡Ó, savio!, ¿con qué te podré pagar el bien que me as hecho en traerme donde tal mereciese como verme rendido a la hermosura d’esta figura y por ella al natural? Perdonadme, diosa de la hermosura, si soy atrevido en llamarme vuestro rendido, que no es maravilla contarme en el número de los mundanos, pues todos son obligados a rendírseos, si no es que el averme enpleado tan bien me hace más noble que los demás.

Con semejantes palabras tomando ánimo se llegó al altar y bolviendo a contenplar la perfectísima –sobre todas– hermosura tanto su entendimiento elevó que cayó de pechos sobre el altar. Luego bolvió en sí y vido junto a sí un pergamino, el cual descogió y vio que estava escrito en griego, que él muy bien savía y leyéndolo decía así:

Si a mi hermosura, cavallero, te muestras rendido, no te muestres menos esforçado. Mira que el que llegare a merecer ser mi escogido á de ser tan cunplido de dones que merezca la más dotada del mundo. Presa estoy en el Castillo Encubierto –que es el presente– donde ay temerosas guardas que defienden mi salida. Si te atreves a poner la vida por mí, te prometo mi gracia.

– ¡Para tan gran promesa poco es aventurar la vida!Con esto determinado se salió –que más espacio no le dava el deseo de servir a su

señora– y se fue a la puerta del castillo.

Capítulo II. Cómo el príncipe Belinflor entró en el Castillo Encubierto y las temerosas guardas que venció por libertar a la gallarda dama.

En llegando el príncipe a las puertas del hermoso y Encubierto Castillo vido unas

letras que decían:

Nadie ufano con el amor de la bella dama procure entrar en el Encubierto Castillo que le costará la vida no valiéndole la faborable promesa, porque la oriental cometa en saviduría con todo el poder de su sciencia procurará estorvarlo.

No mudaron las amenaças el propósito del determinado príncipe, antes enpuxando 121r las puertas las abrió y por ellas vido salir dos salvajes tan altos como gigantes, cavalleros en sendos toros poco menores que elefantes; los cuales con la ligereça del pensamiento vinieron para el príncipe. No tuvo otro remedio si no arrimarse a un petril, con lo cual hur[tó] el cuerpo al un toro, mas el otro lo encontró en el braço que casi se lo torció. No tardó en sacar la espada el furioso mancebo y a un toro que ya venía guiado por su señor a encontrarlo le tiró un revés por lo alto de la frente que todo el casco con los cuernos echó en el suelo, de lo cual recibió tanto dolor que

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enpinándose derrivó al salvaje, dexándolo quebrantado de la caída y con el gran coraje fue a encontrar al príncipe. Él se descuidó y, como el animal iva medio ciego con la sangre que le corría de la herida y le dava en los ojos, encontró con un petril que le acabó de quebrar la caveça cayendo muerto. Vido Belinflor a esotro salvaje que a todo correr del toro bolvía, hiço muestras de aguardarle y al tienpo que llegava desvióse a un lado, de suerte que el salvaje no lo encontró y, cuando pasó junto él, lo asió de un braço tan fuertemente que lo hiço venir al suelo. Ya esotro salvaje, aunque con travajo, se abía levantado y con un ñudoso bastón en la mano a herir al príncipe venía, el cual recibió en el escudo que juntándoselo al yelmo hincó anbas rodillas. Levántase el enamorado mancebo y con su famosa espada dio una punta en los pechos al salvaje. Para la fuerça de otro, harta resistencia avía en el grueso bello, mas para la del Cavallero del Arco de peña que fuera no avía harta y así lo pasó de parte a parte. Aún no avía sacado la espada cuando por las espaldas recibió un encuentro del toro tan recio que de [hin]ojos lo tendió en el suelo. Acertó a caer junto esotro salvaje que ya se levantava y, como estava el príncipe descuidado, se pudo abraçar con él, forçándole a soltar la espada y escudo y hacer lo propio. En esto salió del castillo un gran gigante, armado de hoja de fino acero, cavallero en un elefante con una lança de ñudoso fresno y, como vido a los dos luchadores, pensando matar al príncipe la tiró. Fue venturoso el de Grecia que, como andavan luchando y cual encima y cual debaxo, al tienpo que la lança llegó llevava lo mejor el salvaje y así le dio en la cintura que lo pasó y después de muerto soltó al príncipe, por lo cual se levantó y enpuñando su espada y enbraçando su escudo se fue para el gigante, el cual para él venía. 121v Vido por otra parte venir al toro; no tuvo remedio sino de un salto pasarse d’esotra parte del elefante, en el cual el toro executó su encuentro con tanta fuerça que anbos cuernos le metió por la barriga. Antes que anduviera un paso, cayó muerto cogiendo al toro debaxo, donde lo ahogó. Tuvo lugar el jayán para levantarse y cogiendo una maça del arçón se fue para el valentísimo Cavallero del Arco, el cual, antes que el gigante llegara, acaso alçó los ojos y en una ventana encima de la puerta vido el natural del retrato causa de su gloriosa pena, con tan aventajados quilates de hermosura más que la imagen, que en verla recibió tanto goço que en esotra vida le pareció estar transportado; tanto se descuidó con el gran cuidado que tenía que, antes que se defendiese, recibió dos golpes del gigante que anbas rodillas y manos puso en el suelo. En extremo lo sintió la más que todas hermosa dama que, ya viendo la valentía y gentileça del príncipe, algún tanto se le avía aficionado y, viendo el efeto que su vista causó en él, d’él todo rendido. No sintió tanto el enamorado joven los golpes del gigante cuanto averle por ellos privado de la gloria en que estava y así por vengarse d’este maleficio se levantó y con nueva fuerça causada del nuevo amor dio al gigante un golpe por la cintura que hecho dos lo echó en el suelo. Muy grande fue el contento que recibió la dama en ver tan señalado hecho; no le duró mucho porque la confusión peligrosa en que su cavallero se vido le causó gran pena. Muerto el gigante aún no avía alçado los ojos el príncipe para acudir con el tributo que el amor le obligava a pagar, cuando salió del castillo un altísimo centauro y traía una desemejada y brava sierpe y de la otra parte venía un fiero y horrible dragón. Cogió con mucha presteça el escudo y confiado en sí por mostrar su valor hiço una cosa que, si otro fuera, no saliera bien d’ella y ayudóle la loçanía que la presencia de su dama le causava. Y así con el denuedo de Marte –que allá en su quinta esphera quedó admirado del propósito del gallardo amante– pasó por entre el dragón y sierpe que corajosos para él venían, no estimando los terribles golpes de la conchosa cola ni las aceradas uñas del animal; llegó hasta el centauro y de su gran cuchillo recibió un golpe sobre el yelmo que algún tanto le turbó el sentido. No era tienpo de descuidarse y bolviendo en sí le dio un golpe 122r sobre la caveça que hasta la cinta lo hendió. En hacer esto tardó algún tienpo, que dio lugar a que el bravo dragón por detrás con sus fuertes uñas lo cogiese y, como no se podía menear, no se escusava de los terribles golpes que con la cola la sierpe le dava. Animóse y viendo que mientras vivía el

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dragón no se podía defender de la sierpe soltó el espada de la cadenilla y bolvió el braço acia atrás y abraçó al animal por el cuello tan recio que lo puso delante, donde le echó esotro braço y así lo tuvo hasta que entre ellos lo ahogó y bolviendo a coger la espada recivió un golpe de la sierpe por la cintura que, si las armas no fueran tales, lo partiera; mas lo hiço ir medio rodando hasta dar en un petril, al cual la sierpe se llegó y tendiéndose en el suelo bolvió a alçar su acerada cola. Escarmentó el Cavallero del Arco y así hurtó el cuerpo. El golpe dio en el suelo con tanta fuerça que casi hiço tenblar el edificio del castillo. Otra vez bolvió a hacer lo propio el fiero animal y Belinflor tomó la espada con anbas manos y al tienpo que baxava la larga cola le tiró un rebés que no obstando la dureça de las conchas la partió por medio con g[r]an alegría de la bellísima dama. No se quiso detener el valeroso joven y así por lo que acaecerle pudiese tomó la lança y fue al castillo, del cual salieron seis gigantes con sendas hachas de armas. No aguardó más el cavallero para tirar a uno la lança con tanto poder que acertándole en el ancho pecho lo pasó de parte a parte. Acabado de caer, sus conpañeros lo cercaron y començaron a darle fuertes golpes con sus aceradas hachas tan a menudo que muchas veces hincava las rodillas y manos en el suelo. No le faltava a él por eso ánimo para golpearlos fuertemente y algo enojado soltó el escudo y con el espada a dos manos dio a un jayán un golpe por las rodillas que dexarretado vino a tierra. No paró allí que ya llegava a su punto la cólera que otro asegunda, que a [o]tro quitó anbos braços y entendiendo que su señora pensaría que llevava lo peor, hurtando el cuerpo a un golpe, dio un rebés a otro que la caveça le apartó de los honbros. Con los dos que quedavan estava casi una hora de batalla porque a sus desmesurados golpes hurtavan el cuerpo, por lo cual con mucho enojo soltó la espada y fue a él y sus invencibles braços le rodeó a la cintura y con su vigorosa 122v fuerça afirmando los pies en tierra de un boleo lo derrivó. Halló juntó a sí su conpa[ñ]ero que por herirle venía y abraçándose con él sacó la daga y con ella le quitó la vida y antes que cayese le cogió la hacha y con ella dio al tendido jayán un golpe en los pechos que toda la cuchilla en ellos se escondió. No soltó la hacha porque vido salir un disforme sagitario y de traílla traía dos disformes leones, los cuales se fueron para el príncipe. Por estar algo lexos Belinflor, se pudo poner a punto y tomó la hacha con la una mano y el escudo en la otra y, cuando los animales cerca llegavan, descargó los golpes: al uno con la hacha le hendió caveça y pescueço, al otro con el escudo le quebró los cascos y derramó los sesos. Y como si no ubiera hecho nada, esperó al sagitario que con increíble fiereça para él se venía y algo cerca le tiró una flecha, la cual le dio en los pechos que dos o tres pasos le hiço retirar y, cuando ponía otra, el griego se llegó y con su acerada hacha le tiró un revés a una de sus brutas piernas que toda se la cortó, al tienpo que una flecha recibió en el yelmo que sacándolo de sentido lo hi[ç]o saltar. Hi[n]có en el suelo dando espantosos baladros anbas rodillas el contrahecho gigante y viendo al príncipe inposibilitado para defenderse se cogió con sus giganteos braços una hacha y con ella le [dio] tal golpe sobre el cristalino yelmo que lo acabó de tender en el suelo, donde a su gusto le dio muchos y espesos golpes. No se puede decir el pesar de la muy hermosa dama sino que tiernamente –como quien de coraçón amava– començó a llorar y, si pudiera ella socorrerlo, lo hiciera. No tardó mucho el ínclito cavallero en levantarse, aunque con algún travajo, y recibiendo más enojo de la mala opinión que abría cobrado que del pasado peligro, cogió la hacha y a dos manos dio tal golpe al sagitario por la cintura que hasta las entrañas lo abrió, quitándole la vida y acabando la más gloriosa haçaña que jamás cavallero hiço, dando fin a la más dudosa [a]ventura que jamás se vio.

Capítulo tercero. De cómo el ínclito y valeroso Cavallero del Arco entró en el Castillo Encubierto y la gran batalla 123r que tuvo con un cavallero y lo que más hiço.

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Vencidas con la facilidad que su balor requería tan tan fieras y dudosas guardas,

con más alegría por ser el servicio a quien era que por su deseada victoria, començó a andar acia la puerta del famoso relicario de su bida, no quitando los ojos de la ventana donde estava la causa de su preciada subjeción y al tienpo que se iva a humillar, la bella señora se quitó y él entró a un gran portal y de allí a un patio, el más hermoso que en su vida vio y por una galana escalera subió fasta unos corredores. Mucho le admiró en no ver gente y pensando verla en una sala se fue acia ella, de la cual salió un cavallero, alto de cuerpo, de linda dispusición, armado de unas armas moradas con muchas flores de rubíes gravadas con plata; traía la espada desnuda, la cual era muy rica y enbraçado un escudo muy grande, todo era de una transparen[te] esmeralda y dentro d’él se parecía una sortija y, dentro del redondo espacio pintado, el Olvido. El príncipe Belinflor <a> iva a entrar en la sala, mas el cavallero le dio una punta que lo hiço bolver atrás. Mucho se enojó el príncipe griego y aguardó para <para> pagarse que el cavallero abaxase al corredor, donde le dio tan fuerte golpe que anbas rodillas le hiço poner en el suelo. Levantóse el Cavallero del Castillo y començó a golpear fuertemente al príncipe, tanto que le hacía espantar porque no se acordava aver recebido tales golpes sino los de su hermano Rorsildarán. Dio el Cavallero del Castillo al del Arco un golpe que anbas rodillas hincó en el suelo. Levantóse el gallardo amante y a dos manos dio al cavallero sobre el yelmo tal golpe que no pudiendo hacer presa con la fuerça quebró los correones d’él, quitándolo de la caveça de la disfraçada dama, descubriéndose su hermosísimo rostro, más perfecto que Apolo lo suele mostrar las mañanas de mayo. Tan grande fue el pesar que el griego recibió de aver ofendido a su señora que 123v cubriéndosele el coraçón cayó desmayado. No fue menor el pesar de la valerosa dama en verlo caer, entendiendo la causa d’ello e hincándose de rodillas, le tomó la caveça y le quitó el yelmo y viendo la perfectísima hermosura que aún perdida la rubicunda color mostrava y la poca edad que tenía que aún no le mostravan las barvas y el estremado valor que en él avía visto, acrecentó de suerte el amor que le tenía que le forçó a derramar algunas aljofaradas lágrimas, cayendo en el rostro del príncipe; si lo sintiera, bastara a hacerlo alegre; las cuales ayudaron a bolverlo en sí al cuitado cavallero que viéndole la biçarra dama, su pesar y demostración disimuló. El príncipe Belinflor, como así se vido, cobrando ánimo dixo:

– Si algún yerro, valerosa dama, contra vuestro soberano merecimiento é cometido, suplícoos que miréis la ignorancia con que lo obré, que será causa de darme algún perdón, si no es que con raçón lo ponderáis.

Con alguna gravedad respondió la señora diciendo:– Ningún yerro, valeroso cavallero, de vuestra parte á avido porque, aunque me

conociérades por fuerça de armas érades obligado a quitarme el yelmo para que el encantamento ubiera fin, por lo cual no ay causa por que merezcái[s] perdón; antes por lo hecho en mi libertad merecéis cualquiera cosa que por vós se haga y salgamos d’este castillo que estoy harta d’él.

En esto salieron de la sala dos hermosas ninfas, vestidas de gasa de plata forrado en raso encarnado; éstas servían a la sobre todas hermosa dama y llámanse Florisa y Midea, las cuales traían un lío en que estavan vestidos y armas para su señora; y todos juntos se salieron del castillo y de la ínsula y entrando en el batel del príncipe la montaña se bolvió a cerrar. En el batel estava Filiberto que Menodoro lo avía traído, el cual con mucha alegría fue recebido de Belinflor. Por ser el encantado batel muy grande a manera de nao, las ninfas Florisa y Midea escogieron un aposento apartado para su señora, la cual se asentó al borde y enpeçó a mirar la mar y con gran contento recibió en verla como aquella vez avía sido la primera. Biéndola Belinflor con aquella ocupación 124r desocupada, con propósito de decirle su voluntad, se sentó par della y mirándola al rostro fue tanto lo que lo turbó que olvidándose de su propósito se quedó

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como fuera de sí mirándola. Bien sintió la hermosa dama la causa del efeto del cava-llero y no le pesó nada, mas no lo mostró, antes baxando sus ojos con serenísima gravedad a una parte y a otra los bolvía no parando mucho en el cuidadoso descuido de su amante y, para quitallo de aquella aficionada vista, le preguntó cómo se llamava y cúyo hijo era. Él respondió:

– Si no entendiera, hermosa dama, enojaros, yo dixera mi verdadero nonbre, mas soy de tan poco merecimiento que no me atrevo y por cunplir vuestro mandado digo que me llamo Belinflor y no sé más de mi hacienda ni cuyo hijo sea, mas que un savio me crió.

Algo dudó la dama en proseguir con su amor pensando que no fuese de alto linaje; no duró mucho esto en su pensamiento porque el verdadero amor le truxo a la memoria que cavallero tan valiente, hermoso y dotado de todas gracias no le faltaría estado, con lo cual se alegró en su coraçón y dixo:

– Los dioses, gentil cavallero, en esa ignorancia nos quisieron igualar porque no conozco padre ni madre, que me parece que desde que nací estoy en aquel castillo, por lo cual no é visto otra persona sino estas mis doncellas, ni menos sé por qué causa allí me encerraron.

Otras pláticas la discreta dama entremetió por no dar ocasión al cavallero para decir lo que sentía. Con mucha velocidad caminava el encantado batel, de lo cual mucho se admira la dama y preguntó la causa d’ello y tanbién cómo avía aportado donde la avía librado. El príncipe suspirando lo dixo todo, de lo cual la dama sacó una sospecha que más su amor acrecentó. Goçando de la continua vista, fuego avivador para más abrasar en amo[r] casto sus coraçones, los dos amantes encubriendo cada cual lo que padecía, caminaron ocho días, en los cuales el griego amante, aunque sienpr’estavan juntos, no conoció en su dama ninguna amorosa afición, tanta era su gravedad. 124v

Capítulo IIII. Cómo los bizarros amantes aportaron en la Ínsula de las Palmas y la aventura que allí hallaron.

Mezclada la alegría que de la presencia de su señora recebía con una dudosa

congoxa, viendo la gravedad de su señora y el poco caso que de sus afectuosos efectos hacía, que muy grande era la pena que pasava, de noche la publicava con mil penosas exclamaciones, y de día con mil ahogados suspiros tanto que la bella dama lo entendió. No le pesó que por ella padeciese tal cavallero, mas tanpoco cuidó de remediarlo, que no menos congoxa sentía ella. Un día Belinflor pensó decir su pena a Florisa y llegándose a ella fue tanto lo que se turbó que no acertó a dar fin a su propósito. La ninfa le preguntó que qué quería. Él dixo que cómo se lla[ma]va su señora. Fuele respondido que Rubimante. No advirtió tanto en ello el cavallero cuanto tomó ocasión de decirle lo que deseava y, cuando la primera palabra iva a pronunciar, la gallarda Rubimante supo de Midea que Florisa estava con Belinflor y, como discretísima, poco más o menos entendió lo que le diría y por no dar lugar a tal cosa, la llamó al tienpo que el congoxado amante le començava a decir sus penas. Mucho sintió Belinflor que a tal tienpo se fuese –pero más lo sintiera s[i] supiera la causa–, mas consolóse en que el tienpo daría otra ocasión, la cual la bella dama no consintió, que sienpre estavan con ella Florisa y Midea, que mucho acrecentó la pena del famoso griego. Ocho días caminaron en su encantado batel acrecentándose cada momento el amor de los príncipes de fortaleça y hermosura; al cabo de los cuales el batel llegó a una ínsula muy llana aunque d’ella no devisaron nada, y tiniendo la bizarra Rubimante deseo de salir, su amador 125r haciéndole un acatamiento, le dixo:

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– Merezca yo, por vuestro gran merecimiento, soberana señora, que os queráis servir, pues no lo tenéis, de mi cavallo Bucífero, que en bós estará mejor enpleado porque es el mejor que ay en el mundo.

A lo cual la dama sonriéndose dixo:– Porque no entendáis, cavallero, que no os precio el don, yo lo acepto solamente

para este día, mas creo que, si queréis salir, avéis a ir a pie.–D’eso no os dé pena, –dixo Belinflor–, que aún en tal conpañía como la vuestra no

merezco ser escudero, de lo cual serviré yo.–Está tan bien enpleada, –replicó Rubimante–, en vós el oficio de cavallero que no

sería raçón que otro usase d’él, y a trueque de no hacer tal mal al mundo en quitároslo, no quiero salir.

Responder quería el griego cuando se puso delante el savio Menodoro, el cual hincándose de rodillas delante de la dama le pidió las manos; ella no las otorgó, antes lo levantó y le preguntó quién era; él le dixo:

–Soberana señora, yo soy el savio Menodoro, que crié a este valeroso cavallero y vengo a que desde agora me conozcáis por vuestro para sienpre y a traeros un cavallo para que salgáis a esta ínsula donde provéis una aventura, y con el fin de la cual avéis de quitar la duda que abrá de vuestra hermosura y fortaleça, con la de las otras damas que en las historias se hacen mención, y avéis de ganar una Palma de Palas, en señal de la más fuerte, y otra Palma de Venus, en señal de la más hermosa. Y vós, valeroso cavallero, avéis de entrar en otro castillo donde os avéis de conbatir con todos los nonbrados príncipes y, porque los más d’ellos en sus hechos no traían armas encantadas, el que allí los puso se las dio saviendo que vós las teníades. Y procurá mostrar vuestro valor por que ganéis la Palma de Marte.

Admirados quedaron de tal aventura y con deseo de provarla salieron a tierra donde estava un famoso cavallo, en el cual subió la sobre todas hermosa Rubimante, y Belinflor en su Bucífero y las ninfa[s] Florisa y Midea y el buen Filiberto en sendos palafrenes y el savio Menodoro en otro, y todos seis començaron a caminar y a ora de tercia llegaron a dos castillos y Menodoro dixo al príncipe que entrase en él de la mano derecha y a Rubimante en esotro y que él quedava allí aguardándolos. 125v

Capítulo V. Cómo el príncipe Belinflor entró en el Castillo de Marte y las rigurosas batallas que allí tuvo.

Llegado el soberano griego a las puertas del Castillo de Marte fueron abiertas y

entrando por un portal llegó a un gran patio, y de una sala vio salir un cavallero sobre un cavallo armado de unas armas blancas con unas coronas por ellas, por lo cual Belinflor conoció que era el emperador Esplandián, príncipe de la Gran Bretaña; el cual llegándose al amador de Rubimante le dixo:

– Valeroso cavallero, la costunbre d’este castillo es que avéis de correr con cada cavallero tres lanças y, si os quedare en la silla, avéis de aver batalla con él hasta vencer o ser vencido.

– Sea muy en ora buena, –dixo Belinflor.Con esto dieron buelta a sus cavallos y estando algo apartados parten el uno para

el otro y en medio de la carrera se encontraron, de suerte que el nuestro príncipe pasó sin hacer ningún revés y Esplandián por las ancas del cavallo vino al suelo; y muy corrido se levantó y se entró por do avía salido. Belinflor tomó una lança y se puso a punto porque vio salir un cavallero y en el escudo traía pintada una cruz colorada, y luego lo conoció que era el emperador Lepolemo de Alemania. Luego dan de espuelas a los cavallos y en medio de la carrera executaron sus encuentros; el

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príncipe Belinflor pasó muy apuesto, mas Lepolemo fue fuera de la silla. Luego salió el príncipe Primaleón, y sin hacer ningún revés nuestro cavallero lo derrivó. Y por no me detener a las primeras lanças, derrivó al emperador Lisuarte de Trapisonda, al príncipe Cupideo y a su padre Leandro el Bel. Derrivados los ya dichos, salió el príncipe Agesilao, hijo de don Falanges de Astra. La primera vez que lo encontró Belinflor fue tan recio que, si no se abraçara al cuello del cavallo, cayera y, aunque muy espacio, acabó su carrera; buelven a tomar otras lanças y con enojo de sí mismos se encontraron, de suerte que el príncipe sin hacer revés pasó adelante, mas la encubierta Daraida por las ancas del cavallo fue al suelo. Luego salió Palmerín de Oliva, y a dos lanças fue al suelo; 126r luego salió el príncipe don Floranbel de Lucea y a dos lanças dexó la silla; tras él vino Olivante de Laura, príncipe de Macedonia, y a dos lanças tuvo conpañía a los demás. Contra el griego se puso el esforçado don Cristalián de España y partiendo el uno para el otro en medio de la carrera se dieron tales encuentros que las lanças fueron quedradas, y don Cristalián perdió anbos estrivos; otras lanças tomaron y encontrándose, Belinflor pasó muy apuesto y el hijo de Lindedel perdió las riendas y estrivos y se abraçó al cuello del cavallo; gran enojo recibió el nieto de Alivanto en ver lo que aquel cavallero le durava y cogiendo una lança fue a encontrarlo y fue con tanta fuerça que la silla entre piernas vino al suelo. Luego salió aquel Cavallero de la Ardiente Espada y tomando una lança se fue para el Cavallero del Arco, que ya contra él venía, encontráronse fuertemente, mas ninguno se meneó de la silla; otra vez buelven los guerreros y con más fuerça se encontraron, Belinflor pasó derecho, mas Amadís de Grecia perdió las riendas; y tomando otras lanças se bolvieron a encontrar; quebradas las lanças, se toparon de los cuerpos de los cavallos, escudos y yelmos que algún tanto el Cavallero del Arco fue turbado, mas muy bien acabó su carrera; la encubierta Nereida fue tan sin sentido que vino al suelo. Un rato estuvo descansando el hijo de Floriana, mas no mucho que el orgullo con que salió don Rogel de Grecia le hiço poner a punto. Tres lanças corrió con él y, aunque le forçó a perder los estrivos y riendas y abraçarse al cuello del cavallo, no lo derrivó, por lo cual muy enojado sacó su espada y se fue para el disfraçado Arquileo, que aguardándolo estava, y a una se dieron sendos golpes que Belinflor cayó sobre la cerviz del cavallo, mas don Rogel cayó d’él. Muy enojado salió su padre, don Florisel de Niquea, y cogiendo una lança se fue para Belinflor que ya estava a punto; las tres lanças corrieron y no pudiéndose derrivar, sacaron las espadas y juntándose comiençan una peligrosa batalla; dio el robador de Helena al amante griego un golpe que la cabeça baxó hasta los pechos; da la respuesta el Cavallero del Arco que le hiço inclinar hasta los arçones. Mucho se sintió d’este golpe el ofensor de don 126v Lucidor, y con furibunda saña alça la espada contra nuestro griego y tal golpe le dio que lo derrivó sobre las ancas del cavallo. ¡Ó caliginosa ira! ¡cuán de veras te apoderaste del amante griego! Mostrólo que endereçándose, la espada a dos manos, se fue a don Florisel y tan poderoso golpe le dio en la cintura que, si estubiera las armas con que conbatió con Anaxartes, lo partiera, mas no haciendo mella de tanta fuerça que por un lado de la silla lo derrivó. No estuvo mucho descansando porque vio salir al valeroso Rosabel hijo del ínclito Rosicler y tomando una lança se fue para Belinflor; recios encuentros se dieron mas no se menearon; lo propio fue a las segundas; mas enojado nuestro gallardo amante la tercera vez encontró de suerte al amador de Liriana que le hiço perder las riendas y estrivos. Acabando la carrera los valentísimos griegos buelven las espadas en las manos; dio el nieto de Trebacio al de Alivanto un golpe que lo sacó de sentido; buelve en sí y da la repuesta al hijo de Olivia, que hiço el propio efeto. Media hora sin conocer mejoría duró la batalla, al cabo d’ella enojándose el Cavallero del Arco, dio a Rosabel una punta que lo puso sob[r]e las ancas del cavallo y asegundándole otra lo echó en el suelo. Luego salió un cavallero de estremada apostura, armado de unas armas moradas; luego lo conoció que era el príncipe Claridiano de la Esphera; corrieron dos lanças y a la tercera el hijo de Alphebo perdió los estrivos y riendas y fue algún tanto turvado, por lo cual se paró el cavallo; y, como

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Belinflor no hiço mudança, iva seguro y topó de escudos y yelmos con el descuidado Claridiano con tanta fuerça que lo derrivó. Tras él vino el valentísimo sobre todos Cavallero del Febo que aviendo oído Belinflor sus haçañas, siéndole aficionado, llegándose a él le dixo:

–Temiendo, valeroso cavallero, vuestra batalla é temido provar esta aventura y veo que lo que vuestra cortesí[a] hiciera la obligación de la costunbre os á de forçar a no hacerlo.

– No se os dé nada, fortísimo príncipe, –dixo el Febo–, que por vuestro comedimiento haré lo que me suplicáis, mas por no evadirme del todo, que sería descortesía de la costunbre d’este castillo, emos de correr una lança y, si los que aquí me pusieron se agraviaren, no se me da nada, que ¿quién podrá forçar al grande Alfevo?

Con esto dieron buelta a sus 127r famosos cavallos Bucífero y Cornerino y estando algo apartados partieron el uno para el otro con tanto estrépitu que la tierra hacían tenblar. Encontró el Cavallero del Febo a Belinflor en medio de su escudo, mas no lo meneó. Él fue encontrado junto la garganta con tanta fuerça que algún tanto inclinó el cuerpo acia tras; apartóse afuera algo enojado y salió el valentísimo y sobre todos discreto cavallero don Belianís. Mucho preciara Belinflor no aver batalla con tan aventajado –en todo– príncipe, y llegándose a él con una amorosa cortesía dixo:

– Está, valiente y avisado príncipe, el mundo tan lleno de vuestras gloriosas haçañas y soberanas virtudes y tenéis tan rendidos a vuestra voluntad los preciados d’él que mostrándome yo el principal d’ellos preciara más que –la honra que variando la Fortuna me pudiera dar–, el no aver contienda con vós, sino serviros en lo que pudiere.

El discretísimo Cavallero de los Basiliscos respondió:– Son tan maravillosas y grandes, preciado cavallero, las cavallerías contra tantos

hechas y por mí vistas que me an tenido dudoso de cunplir lo que avía de hacer, y con la propia duda é salido a suplicaros lo que aora me mandáis. Yo dexaré la batalla, mas la justa de las tres lanças no se puede escusar.

– Sea como mandares, mi señor, –dixo el hijo de Arboliano.Y dando buelta a sus cavallos, estando algo lexos, partieron a encontrarse; con el

poder del Marte hicieron las lanças menudas rajas y como sendas torres pasaron muy apuestos; lo propio hicieron la segunda vez; mas a la tercera Belinflor pasó derecho, mas don Belianís perdió un estrivo; cobrólo tan presto que le miraron a los pies casi no lo vieran. Apartóse afuera muy contento de la valentía del cavallero. Tras él vino el príncipe Belflorán, y lo propio que a su padre le acaeció y apartándose afuera Belinflor se fue a ellos por descansar algún tanto; y todos cuatro començaron a loar las aventuras que el otro avía acabado, donde el Febo dixo:

– El contar, cavalleros, aventuras buenas se le hace agravio a la que tenemos en la memoria que el príncipe don Belianís acabó en el tenplo de Amón.

– Más agravio se le hace, –dixo el hijo de Belanio–, a la que el Cavallero del Febo halló camino de Grecia quando defendiendo el partido de la infanta Lindabrides venció a Meridián.

– Por soleniçar unas no emos de olvidar otras, –dixo Belinflor–, que no dexa de tener uno de los mejores lugares la Aventura de la Tabla Redonda acabada por don Belianís 127v de Ingalaterra.

– A todas sacará de puja, –dixo Belflorán–, si se suena la que en el Castillo de Marte á acabado el Cavallero del Arco.

No les dexó proceder en su plática ver salir al excelentísimo rey Amadís de Gaula, emperador de la cavallería. Venía a su mano derecha y traíale el yelmo el discretísimo y sobre todos acertado cuerdo y recto rey Lisuarte de la Gran Bretaña; traíale el escudo el comedido y valiente emperador Arquisil de Roma; venía algo enojado porque todos los de su linaje avían sido afrentados; viéndolo Belinflor, don Belianís, el Cavallero del Febo y Belflorán, todos cuatro se llegaron a él y le hicieron el

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acatamiento que a tener el lugar de cavalleros que tiene se le devía. Él con gravedosa alegría, como paterna fuente de todos, se les humilló y Belinflor le dixo:

– Excelentísimo rey Amadís, si venís con propósito de justar conmigo, sabé que antes me tornaré que haga tal descomedimiento; y por no enojaros me pondré a sufrir los denuestos que podrán decir si no acabo la aventura que é provado; que los cuerdos mayores tendrán raçón de decírmelo si fuese tal mi locura que contra el principal entre nosotros tomase armas. Yo desisto de la aventura a trueque de lo que é dicho.

Con señoril magestad oyó lo dicho el soberano rey Amadís y para disimular su enojo y colorar su vengança dixo:

– A mí, valeroso cavallero, como al más principal de todos cuando aquí me truxeron me perjuraron que, si todos los cavalleros no bastavan a venceros, yo hasta el fin lo procurare, por lo cual no puedo hacer lo que mandáis, pero menos consiento que dexando de proseguir el aventura tan perfecto cavallero como vós se sujete a dichos de malignos que ofuscados con su perversa intención no juzgarán que por come-dimiento la dexastes de proseguir y, si yo fuese el que abriese la puerta a semejantes dichos, mucho desdoraría mi fama si diese ocasión que tal cavallero como vós anduvieses en opinión. Por lo cual de anbas maneras estáis obligado a aver conmigo batalla.

– En extremo me pesa d’eso, –dixo Belinflor–, y testigos hago estos cavalleros que si con vós é batalla, no es por mi orgullo sino forçado de vuestro dicho.

Con esto tomó una lança y se vino para el rey, y quebrando las lanças pasaron el uno por el otro; lo propio les acaeció la segunda y tercera vez; y sacando Amadís su famosa verde espada que llamándose Beltenebros 128r disfraçado con Oriana avía ganado, se vino para el Cavallero del Arco y tal golpe le dio en el escudo que juntándoselo con el yelmo lo sacó de sentido y, asegundándole otro, le hiço baxar la caveça hasta el arçón. Bolvió en sí el bravo amante y con mucho enojo en se ver así tratar, alçó la espada y pagóse de lo recebido tan bien que lo sacó de sentido. Tornó en sí el Doncel del Mar y con su soberano esfuerço dio un golpe sobre el escudo a Belinflor que quebrándole las enlaçaduras lo echó en el suelo. Admirados estavan los presentes de tan rigurosa batalla porque enojado el Cavallero del Arco dava extraños golpes. El rey Amadís como tales los recebía y no le hacían herida, tomava nuevo ánimo y así duró en peso sin conocerse mejoría dos horas la bata[lla]. No avía en su vida Belinflor recebido tales golpes, por lo cual más se enojava y se afrentava que delante de tales cavalleros así lo parasen. Como Amadís de Gaula no estava enseñado a recebir tales golpes, al princip[i]o entendió serían cómo los de Abiés, Angriote o don Cuadragante, mas viendo que eran tan diferentes, esforçávase y así hacía mucho dudar al encubierto griego, el cual dio al Cavallero de la Verde Espada dos puntas, una tras otra, que le hiço dar con la caveça en las ancas del cavallo; endereçóse el cavallero griego y dio al del Arco un golpe en el cristalino yelmo que sin sentido cayó sobre la cerviz del cavallo. Rigurosísimas batallas avían visto los presentes, mas de ninguna ésta recebía conparación. Si alguna ventaja por algún golpe alguno d’ellos llevava, enojávase tanto el agraviado que con doblada furia parecía avivar su fuerça, tiniendo a los presentes confusos. Dio Beltenebros al Cavallero del Arco tres golpes, uno tras otro, que sin ningún acuerdo lo derrivó sobre las ancas de Bucífero, y así estuvo un rato; luego bolvió y aumentándosele la fuerça començó a golpear al buen Amadís de Gaula. Otras dos horas sin conocerse ventaja duró la cruel y reñida batalla, al cabo d’ella, como nuestro príncipe fuese más moço, avivó de suerte que al excelentísimo rey forçava algunas vezes a no ofender sino defenderse, de suerte que algunas vezes se descuidava de alçar la espada, mas otras vezes 128v hería con ella, de suerte que quien no advirtiera atentamente la viveça de Belinflor, pensara que lo que el rey hacía era verdadero descuido. Visto esto por el famoso rey Lisuarte y por el emperador Arquisil, se llegaron al Cavallero del Arco y le rogaron dexase la batalla. Él dixo:

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– Esclarecidos señores, de buena gana aunque llevara lo mejor la alçara, porque forçado la comencé; y si este excelente rey gusta, des’agora cunplo lo que me mandáis.

Ellos se lo agradecieron y diciéndolo al rey Amadís y tanbién lo alcançaron, aunque no fácilmente, porque aún tenía ánimo de vencer a su contrario. Y apeándose y cogiendo el rey Lisuarte y el emperador Arquisil al rey Amadís, y don Belianís y el Febo a Belinflor, se fueron a la sala de do todos los cavalleros avían salido, la cual era muy rica; y al un cabo d’ella avía un trono cubierto de carmesí y en lo alto avía una rica silla en la cual estava Marte, armado de armas coloradas y en la mano derecha tenía una Palma. Y subiendo todos al trono, el cavallero del Febo tomó la Palma de las manos de Marte y la puso en las de Belinflor; él, haciendo un acatamiento, dixo:

– Agravio se hace estando delante el excelente príncipe don Belianís entregarme a mí esta Palma.

Con esto, humillándose, se la puso en las manos del querido de Florisbella, y tomándola dixo:

– Entendiendo, valeroso cavallero que <con> este don me viene con mandado de vuestra parte que lo acepte, por no ser descomedido lo hago y, como indigno de tal posesión, la paso al poder del rey Amadís, de gloriosa memoria.

Con esto se la dio, y el de Gaula la tomó y dándola a Belinflor dixo:– Dar las cosas a quien son devidas no se hace agravio a nadie; por tanto, vós,

cavallero, tomalda que d’ello gustan estos príncipes.– Por participar algún bien, –dixo el del Arco, tomando la Palma–, en ser escudero

de tales señores la recivo, llevándola por suya.Con esto se baxaron del trono y llegándose a la puerta de la sala, todos se

despidieron de Belinflor quedando él aficionado a los cuatro dichos y saliendo al patio subió en Bucífero y llevando la Palma de Marte salió del castillo a ora que Febo iva a bañar la rubicunda corona en los hispánicos 129r mares. Llegó donde el savio Menodoro estava y a poco rato vino la gallarda Rubimante con dos Palmas y algo herida, y lo que le acaeció en el castillo de Palas y Venus no es digno de olvido.

Capítulo VI. De lo que sucedió a la biçarra y valerosa Rubimante en el castillo de Palas y Venus.

Era el coraçón de la gallarda dama Rubimante tan varonil y esforçado que gustava

más de traer vestido el arnés que los oros y brocados, por lo cual era tan aficionada a hechos de armas y tan dada a provar aventuras que, así como se vido a las puertas del gran castillo de las Palmas, entró por ellas que abiertas estavan a un portal y de allí a un cuadrado y grande patio. En él vido grandes historias divuxadas. No se paró a mirarlas porque de una sala vido salir un cavallero que llegándose a ella le dixo:

– Valerosa dama, saved que las celebradas en historias guardan en este castillo la Palma de Palas y mantienen costunbre de correr tres lanças y, si queda en la silla, avéis de aver con ella batalla y saved que yo soy la reina Calafia.

Con esto dieron buelta a sus cavallos y estando algo apartadas partieron la una para la otra. La reina Calafia encontró a la bella dama en medio del escudo, de suerte que hiço la lança pieças, mas no la meneó poco ni mucho. Ella fue encontrada tan recio que de espaldas cayó en el suelo. Salió luego la reina Semíramis y tanbién fue a tierra a la primera lança. Por no me detener digo que a las primeras carreras derrivó sin hacer ella ningún revés a la reina Camila, a la reina Traifata y a la infanta Favarda, muger del rey Salión de Lira y a la amaçona reina Pantasilea y a la muger del infante Perión Pintiquinestra. Luego vino la valiente Bradamante y corriendo la primera

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lança, la hermana de Reinaldos se abraçó al cuello del cavallo, mas a la segunda fue al suelo; tras ella se puso contra Rubimante la infanta Minerva y a dos lanças fue a tierra; luego le tuvo conpañía la reina Zahara del Cáucaso. Derrivadas todas aquellas damas, salió de la sala una giganta a pie armada de todas armas y en las manos una maça con muchos dimantinas 129v puntas, por la cual conoció que era la reina Frosina y entendiendo que a pie avía de ser la batalla se apeó de su cavallo y sacando su espada se fue para ella. Diole la reina un golpe con su descomunal arma sobre el escudo que anbas rodillas puso en el suelo. Levántase la amada de Belinflor y con su ventajosa fuerça dio un golpe a la reina sobre el yelmo que la sacó de sentido y asegundándole una punta la tendió en el suelo. Aún no avía metido la espada en la vaina cuando vio salir una jayana de estraña grandeça; tan alta era que la princesa de la hermosura se maravilló y según lo que avía oído la conoció ser la reina Xarandria, la cual sacando un cuchillo dio un golpe a Rubimante que le hiço baxar la caveça hasta los pechos. Ella dio la repuesta a la reina en la cintura que dos o tres mal concertados pasos a un lado le hiço andar; asegúrase la reina y con su pesado cuchillo començó a golpear f[u]ertemente a la valerosa dama. ¡Ó, Belinflor! ¡quién te avisara que la dueña de tu alma estava en travajo y que con mortal furia la herían y su delicadas carnes maltra-tavan! No dexava ella de con soberana bondad defenderse, mas, como la reina era tan alta, no podía herirle arriva de la cintura y así tardó en vencella un cuarto de ora, que le dio un golpe en las rodillas que le causó tanto dolor que las hincó en el suelo y, como estava más baxa, la colérica dama alçó el espada y con ella le dio sobre el yelmo un golpe con tanta fuerça que le tendió en el suelo. Y a cabo de poca pieça vio salir a caballo a la reina Zenobia, por lo cual de un salto con tanta gracia que al Apolo enamorara cobró la silla y cogiendo una lança de muchas que en el patio avía se puso contra la reina y a una dieron de espuelas y en med[i]o de la carrera se encontraron, las lanças hicieron menudas pieças, mas no se menearon; la segunda corrieron y la bella Rubimante pasó sin hacer revés, mas la reina Zenobia perdió las riendas y estrivos y se abraçó al cuello del cavallo; a la tercera vez executaron con tanto enojo sus encuentros que Rubimante fue algún tanto turbada, mas sin desdén acabó la carrera. 130r La enamorada de Belflorán, Zenobia, perdió la silla, y tras ella, Clariana, la del Febo Troyano. Vino luego la querida de Orístedes, Sarmacia, y a la primera lança se tuvo firme y a la segunda perdió los estrivos y a la tercera la silla. La más orgullosa de todas salió, la gentil infanta Alastraxerea y tomando una gruesa lança se fue para la señora de Belinflor y con tanta fuerça se encontraron que hicieron las lanças pieças, mas ambas pasaron firmes, lo propio les acaeció la segunda vez, mas a la tercera Rubimante pasó sin hacer revés y Alastraxerea perdió los estrivos; pero al fin acabó la carrera y dando buelta a sus cavallos bolvieron las espadas en las manos y con enojo anejo a coraçones de mugeres airados se dieron tales golpes en los yelmos que por fuerça hicieron el acatamiento, con que forçado se avían de recebir asegundándolos, de suerte que inclinaron las caveças hasta los arçones y de allí comiençan a golpearse. Eran mugeres y enojáronse presto y así se davan tan fuertes golpes que con el sonoroso eco todo el castillo hacían resonar. Dio la de don Falanges un golpe a la sobre todas hermosa que la caveça baxó hasta la cerviz del cavallo. Recibe Alastraxerea tal repuesta que sin sentido cayó sobre las ancas del cavallo. Así estuvo un rato, mas bolviendo en sí como una leona, con el espada a dos manos, hirió a la bella dama, de suerte que le derrivó el escudo y sacó de sentido. No entró más cunplida ira en coraçón humano ni más perfecta por ser de muger que la que recibió la gallarda Rubimante que cogiendo la espada a dos manos dio con ella un golpe a Alastraxerea en la cintura con tanta fuerça en el lado derecho que por el izquierdo la echó en el suelo. No estuvo mucho descansado porque vio salir a la valerosa reina Marfisa y metiendo Rubimante la espada en la vaina tomó una lança y corriendo contra la reina se encontraron muy recio, mas no se menearon. Lo propio acaeció a la segunda, y a la tercera se encontraron de cuerpos, de cavallos, escudos y yelmos de tal poder que la gallarda amada estuvo un rato turbada, mas después dando de

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espuelas a su cavallo pasó adelante. La reina Marfisa con su cavallo muerto vino al suelo. Al cabo de un rato salió la bella Floralisa, con la cual la bizarra dama corrió 130v

tres lanças y no pudiéndose derrivar echaron mano a las espadas y de buena gana comiençan a golpearse. Dio la enamorada de Poliphebo de Tinacria a la de Belinflor un golpe que le hiço saltar la sangre por los oídos y narices. No se turbó la bella princesa d’este golpe, antes con doblada furia dio a Floralisa la repuesta que le hiço hinclinar la caveça hasta el arçón. No paró aquí la enojosa ira de las coléricas damas que media hora se estuvieron golpeando; al cabo d’ella Floralisa tiró una punta a Rubimante. Ella desvió el cuerpo y, como fue en vano y iva con tanta fuerça, cargó el cuerpo tan adelante que nuestra dama pudo llegar y asilla de un braço. Estava la amada de don Clarisel descuidada y no fue mucho que la del griego príncipe la sacase de la silla. Muy corrida de lo acaecido se levantó la hija de Floralinda y con algún enojo subió en su cavallo y disimulándolo se puso a un lado. No tardó mucho en salir la famosa y preciada reina Arquisilora de Lira y cogiendo una lança se fue acia Rubimante y en medio de la carrera se encontraron, mas como sendas torres pasaron firmes; lo propio su[ce]dió a las segundas y cogiendo las terceras con ellas se dieron tales golpes que echas menudas rajas se perdieron por el aire y topándose de los cuerpos los cavallos, escudos y yelmos se sacaron de sentido. La hermosa Rubimante cayó sobre el arçón delantero y el cavallo fue tan atormentado que no se pudo menear por un rato. El cavallo de la reina Arquisilora ubo una espalda quebrada y se tendió con la reina fuera de sentido. Luego salió la valerosa infanta Rosavandi de Calidonia y viendo a Rubimante sin sentido se llegó a ella y la estremeció tanto que bolvió en sí y muy turbada tomó una lança y se puso a punto; lo propio hiço la de don Heleno y picando a sus cavallos corrieron con tanta ligereça que muy presto se juntaron. La gallarda dama herró el encuentro y estava tan turbada que del de Rosamundi perdió un estrivo. Tanto se enojó de lo sucedido la biçarra amante que avivó más de lo que quisiera la infanta de Calidonia porque la encontró la segunda lança con tanta fuerça que le hiço perder los estrivos, a la tercera fueron iguales. En acabando la carrera sacó Rubimante su espada que pocas 131r avía en el mundo mejo[r] y Rosamundi la suya, que fue de la babilónica Semíramis, y juntándose dio la de don Heleno un golpe a la querida de Belinflor sobre el escudo; no lo pasó porque era tan famoso como la espada, mas juntándoselo con el yelmo abaxó la caveça hasta el pecho. Rescibió Rosamundi la repuesta tal que le hiço saltar la sangre por la boca. Tan airada d’esto como de que no cortava su espada, dio con ella a Rubimante un golpe sobre un honbro que pasándole las armas los antiguos filos le hiço una herida de que començó a correr alguna sangre, con la cual matiçava sus riquísimas armas. ¡Ó, Apolo, pues el ofendido –con tal herida– príncipe Belinflor está en el castillo de Marte ocupado, pon tu recado que no se pierda materia tan estimada, pondera la hermosura de su rubicundo color, considera el soberano merecimiento de su dueño, imagina el grato beneficio que al encubierto señor de Grecia en ello harás y te tendrás por dichoso en hacerlo! Vista la sangre por su dueño, tal coraje recibió que soltando el escudo, con la espada a dos manos, dio sobre el rico yelmo de Rosamundi tal golpe a la infanta de Calidonia que a la querida de Heleno derrivó sobre la cerviz del cavallo sin sentido. No se sintiera por pagada la airada dama si por la juntura de la visera no viera salir la sangre de la hermana de Astorildo. Bolvió en sí la descendiente de Oneyo y con grande enojo dio otro golpe a Rubimante que otra herida le hiço en el braço. No ay ya paciencia ni sufrimiento, ya llega a su punto el colérico enojo, ya está de veras airada la valerosa señora y para mostrarlo se alçó de la silla un palmo y afirmando los pies en los estrivos y las manos en la espada y unos dientes con otros –en efeto muger y enojada– con todo su poder descargó el golpe tal que sobre las ancas del cavallo la derrivó, el cual atormentado hincó las rodillas y aremetiendo el suyo la victoriosa dama con tanta fuerça la encontró que a anbos echó en el suelo y apartándose estuvo un rato descansando; al cabo del cual vio salir de la sala un cavallero armado de riquísimas armas y en el escudo en canpo blanco traía pintado un dragón. Era de tan linda

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dispusición que con deseo de saver quién era se llegó a él y haciendo un acatamiento 131v dixo:

– Vuestra gentil dispusición, señor cavallero, me á movido, si d’ello gustáis, a saver quién sois por ver si me conviene aver con vós batalla.

El Cavallero del Dragón dixo:– Es tan cunplida, valerosa dama, vuestra fortaleça que me obliga a hacer lo que

vós pretendéis y vuestro comedimiento a responder a lo que me preguntáis, y así saved que soy la princesa Hermiliana de Francia, muger del valeroso príncipe don Clarineo de España, que por vuestros extremos mucho os desea servir.

– Esa voluntad de hacerme merced, –replicó Rubimante–, la avéis de mostra[r], señora princesa, en ser servida de no aver batalla ni justa conmigo.

– Haré, –dixo Hermiliana–, lo que me mandáis, mas por cunplir con la obligación del castillo no puedo dexar de correr una lança.

Con esto la tomó y lo propio hiço la bella dama y apartándose algo dieron a una de espuelas a sus cavallos y en medio de la carrera se hirieron de suerte que el cavallo de Rubimante puso las ancas en el suelo y por poco cayera del todo, mas era fuerte y la dama diestra, aunque aquel era el primer día que se veía en tales trances y así s’endereçó y acabó su carrera. La princesa Hermi<mi>liana perdió los estrivos y se abraçó al cuello del cavallo y con algún pequeño enojo se apartó afuera. Rubimante cogió una lança porque vio salir a la sin par princesa Claridiana, la cual llegándose a la biçarra dama [dixo]:

– Son tales, preciada señora, las maravillas que os é visto hacer que me an obligado a interrunpir la costunbre d’este castillo, salvo que corramos una lança.

– Hacéisme, valerosísima princesa, en eso tan tan grande y conocida merced que no sería cuerda si no lo aceptase y, aún eso que emos de aver, me pesa porque me pesaría errar contra vós, mas pues no puede ser otra cosa cunplámosla, forçada.

Con esto se apartó una carrera de cavallo y contra la sin par Claridiana corrió y al tienpo del encontrarse anbas alçaron las lanças y acabando la carrera bolvieron muy alegres y juntándose con ellas Hermiliana dixo contra la de Trapisonda:

– Vamos, soberana señora, a entregar esta valerosa dama lo que con tanta honra á ganado.

– Sin raçón sería, –respondió Claridiana–, no hacerlo. Con esto todas tres se fueron a la sala y llegando al trono de Palas se apearon y

subiendo a lo alto la 132r señora de Francia dio a Rubimante la Palma y ella la tomó y quiso darla a Claridiana, mas ella lo rehusó y baxando del trono la llevaron a otra puerta que en la sala avía y en ella la muger de Alphebo dixo a la bella dama:

– Porque no duden, señora, los que os conocieren que hacéis ventaja en hermosura a las damas principales es necesario que entréis por esta puerta que a nosotras no nos es concedido aconpañaros.

Y despidiéndose, ella entró a una sala muy rica y a la mano derecha vido un trono de siete gradas en alto, las cuales estavan pobladas de doncellas hermosísimas y ricamente adereçadas: en la primera grada avía cuatro, cuya hermosura a la de las otras no igualava y eran la emperatriz Andriana, las princesas Cupidea y Heliodora con Gridonia. En la de más arriva estavan la emperatriz Polinarda con Leonorina, Abra y Onoloria. En la de más arriva estavan la princesa Diana y Lucendra y Gradamisa. En la cuarta estavan la infanta Helena, la princesa Nique y la emperatriz Arquisidea, la princesa Penamundi y Bella Estela. En la quinta estavan la infanta Lindabrides con la princesa Lucela de Egipto y en medio tenían a la hermosísima infanta Belianisa de Ingalaterra. En la sexta estavan los tres luceros en hermosura reina Oriana, princesa Floribella, infanta Olivia. En el último estava la diosa Venus con una palma, la cual llamó a Rubimante. Ella que admirada estava de la hermosura de las tres más altas fue; todas las damas se levantaron y como iva subiendo se le humillavan y ella hacía lo propio hasta que llegó donde Venus estava, la cual le dixo:

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– Está tan conocida, hermosísima dama, la ventaja que en hermosura hacéis que estará mejor en vós la Palma, por tanto prová a quitármela.

– Está, esclarecida diosa, tan defendida esta aventura con la aventajada hermosura d’estas tres damas que la temo provar, porque entiendo no salir con honra.

– Según el parecer de la señora Venus, gallarda dama, –dixo Olivia–, claro se ve que con esas palabras dichas con la sobra de vuestra virtud queréis dotarnos de lo que nos falta y a vós os sobra.

– Es tan de veras lo que 132v é dicho, preciada infanta, –dixo la de Belinflor–, que determinada estoy de bolverme porque por vuestra virtud no os despojéis, de la que justamente poseéis.

Con esto hiço muestras de baxarse, mas la reina Oriana la detuvo diciendo:– Gran desdoro sería para la fama de Oriana si presumiendo de su hermosura

permitiese que fuese despojada de la Palma d’ella quien tan bien la merece. Ya la princesa Florisbella avía tomado la Palma de mano de Venus y llegándose a

Rubimante dixo:– No queráis, hermosa señora, que nosotras quedemos con cosa axena pues,

aunque poseamos la Palma de la hermosura, es tan conocida la aventajada vuestra que todos juzgarán a do quiera que la vieren ser se os devida y que no la poseemos con legítima causa.

– Por la propia raçón que avéis dicho, gallarda princesa, –replicó la aventurera–, yo la acepto, pues conociendo vuestra hermosura, aunque la Palma d’ella vean en mi poder, claro verán ser se os devida y que vuestra virtud á causado su transgresión.

Con esto la tomó, lo cual soleniçó un melodioso y deleitable son que en la sala de varios y gustosos instrumentos en los oídos dulcemente resonava. Adornáronlo las concertadas y airosas danças de las demás hermosas damas, las cuales aconpañavan con angélicas voces cantando:

Gloria, gloria, gloria, gloria,goço, goço sin igualque la Palma de Victoriase á entregado a la sin par.

Cosa era la que la reina Oriana, princesas Rubimante y Florisbella, con la infanta Olivia veían y oían para darles grandísimo gusto, tanto que el dolor de las heridas mucho aliviava a la amada del griego. Cuasi una hora estuvieron goçando de la gustosa dança, al cabo de la cual cesó y Rubimante aconpañada de las señoras fue hasta la puerta por do avía entrado y despidiéndose d’ellas salió a la sala primera, mas no vido ninguna de las damas y muy admirada salió al patio donde vido su cavallo y subiendo en él muy contenta, aunque con dolor, salió del castillo y a ora que 133r

anochecía llegó donde el savio Menodoro con las ninfas Florisa y Midea y el buen Filiberto avían quedado y vio que ya estava allí su querido Belinflor, con cuya vista recibía muy gran contento.

Capítulo VII. Cómo los valerosos y gallardos amantes se enbarcaron y de lo que les sucedió en la mar.

Fue tan bien recebida del savio Menodoro y de Belinflor y sus ninfas la bella Rubi-

mante como su persona merecía y, antes que se apease, le dio el savio un bote de agua que beviese, con el cual fue sana de sus heridas, por lo cual con mucho contento fue desarmada y después de aver descansado un rato cenaron todos. Mas Belinflor no

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cuidava tanto de mantener su cuerpo cuanto de sustentar su coraçón, cevándolo con la ahincada vista que con que la angélica hermosura de su dama contenplava. Tanto se descuidó en su penoso cuidado que todos echaron de ver en ello y más Rubimante que, forçada del amor por disimularlo, con señoril gravedad de en cuando en cuando lo mirava y visto su amoroso tesón porque no entendiese que consentía mas, no porque le pesava, con el bolver de sus orientales soles mostró un enfadoso desdén que viéndose con él desdeñado el ínclito griego cayó en su descuido y en la raçón que tenía su señora y disimulando lo pasado tuvo hasta que se acavó la cena. Y armando el savio una tienda que con su saver todo le era posible, porque menester lo avían, se entraron a reposar. No lo hiço Belinflor, antes con desasosegadas congoxas pasó la mayor parte de la noche. No menos reposava la señora de su coraçón que con la afición que el amor le hacía tener consideró la hermosura, gracia, discreción y valentía de Belinflor y viéndolo 133v tan perfecto en todo y más en el amor que le mostrava, propuso de no recebir otro por dueño de su coraçón que él, si le guardava lealtad. Con esto reposó algún tanto y venida la mañana se vistió y armó. Lo propio hiço Belinflor y saliendo fuera de la tienda hallaron al savio Menodoro que les dixo:

– Mis señores, bueno será que os enbarquéis porque ay necesidad de vuestras personas.

No fue menester decilles más, que subiendo en sus cavallos y Filiberto y las ninfas en sus palafrenes se despidieron del savio y tomaron el camino de la mar y en él Belinflor, como vido tan buena ocasión, tomando osadía quería decir la causa de su mal a la causa de su dolor, mas cuando iva a pronunciar la primera palabra, se turbó tanto que no pudo decir más que «¡Mi señora!», lo cual oído de Rubimante y conocido su intento por estorvárselo dixo:

– Valeroso cavallero, mucho gustaría, si no recebís pena, que me contásedes lo que en el castillo de Marte os sucedió para saber las proeças y publicar las del que me libró de triste prisión.

– El recebir pena, soberana señora, –dixo Belinflor–, por daros gusto no se puede llamar pena sino cunplida gloria, por lo cual, aunque yo la recibiera, a trueque de goçar su conversión, cunpliera vuestro mandado, cuanto más no desgustando yo d’ello.

Con esto le contó todo lo sucedido y recontando y con mucho contento lo oyó su señora en ver las altas cavallerías de su amado. Acabándose la plática se acabó el camino porque llegaron a la ribera donde estava el encantado batel y entrando todos en él començó a caminar con mucha ligereça. No se desarmaron porque no lexos vieron venir una gran nave. Con la ligereça que camina su batel presto se juntó con la nave, al borde de la cual se puso una doncella armada de armas blancas con muchas perlas y piedras preciosas orladas, toda estava armada, salvo el yelmo, y vieron que era de la más estremada hermosura que jamás se vio. Si nuestro príncipe no uviera visto y a ella se[r] rendido la 134r muy mayor de Rubimante, juzgara que en el mu[n]do no avía otra. La bellísima dama viendo el batel parado dixo:

– Sabed, señores, que yo soy Florazara, reina de las Amaçonas, que siendo aficionada a traer las armas me partí de mi tierra a recebir la orden de cavallería de manos de algún valiente cavallero, el cual después me á de otorgar un don y, para que yo vea su valor y si es tal que el don puede cunplir, primero á de luchar conmigo. Aora os é dicho lo que ando buscando; si gustáis de cunplir mi ruego, me lo decid.

Belinflor, como oyó lo que la reina decía, por dexar aquel hecho a su señora dixo:– Por no merecer, soberana reina, la merced que Apolo no merece me eximo d’este

hecho para que mi conpañero lo acabe.La bella Rubimante fue muy contenta de las palabras de su querido y sin hablar

ninguna saltó en la galera de la reina Florazara y, como iva armada, para hacer la lucha se avía desarmar, para lo cual llamó a Florisa y Midea. No ubieron pasado del batel a la galera cuando un biento enbiado por Eulogio apartó el batel de la galera con tanta ligereça que antes de un cuarto de hora se perdieron de vista. El pesar que

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nuestro príncipe recibió a ninguno se puede conparar que, como se vido apartar de la causa de su vida, lo sintió tanto que no tuvo poder para hablar y, cuando la galera perdió de vista, cayó desmayado y buelto en sí començó a mostrar con voces su crecido dolor. Como Filiberto fuese discreto y entendido, entendió la causa de su pena y como mejor podía començó a consolarlo. Su grave pena no admitía consuelo y así acrecentándosele començó a decir:

– ¡Ó, savio Menodoro!, pues tu saver todo lo alcança, ¿por qué consientes que tu querido padezca tan cruel muerte en verse apartado de su vida? ¡Ó, mi señora!, ¡cómo me tendréis por covarde pues a nado no buelvo a cobrar lo que é perdido! ¡Juzgaréisme por desamorado y tendréisme por indigno de vuestra conpañía pues no aventuro la vida por cobrarla! ¡Ó, buen Filiberto!, ¡no procures consolarme pues mi grave dolor no admite consuelo; antes doblarás mi pena! ¡Ó, hados aleves, traidores que a traición quitáis el bien y contento! ¡Ó, inconstante Fortuna!, ¡cuán caramente é provado la mutabilidad de tu rueda! 134v

Otras muchas exclamaciones hacía, con las cuales aumentava el dolor de su soledad, el cual le turó hasta que bolvió a ver a su dama.

Entradas las ninfas en la galera de la reina Florazara, començó ella así mismo a caminar velocísimamente. La pena que Rubimante sintió en verse apartada de su querido no fue menor que la d’él y, como no era tienpo de publicarla, disimulava, lo cual la hacía mayor y más insufrible, donde nos conviene dexarlos.

Capítulo VIII. De lo que sucedió en la sublimada corte de la nobilísima y antigua cidad de Constantinopla.

Salido el ínclito emperador Arboliano del encantamento de la Fuente del Olvido,

llegó a Clarencia donde hiço lo ya contando; luego se partió a Constantinopla donde fue recebido con la alegría ya dicha y después de algunos días se partieron todos aquellos señores. Cuenta ahora la historia que <que> quedaron él y la emperatriz Floriana con mucha soledad, aunque alegres por sentirse ella preñada. No quiso la Fortuna que goçasen el fruto porque, así como parió un muy hermoso niño, se perdió. Doblóseles el pesar porque de tres hijos que Dios les avía dado de ninguno goçavan, lo cual savido por el esforçado rey Vepón, por dar algún contento a su hermano, aunque él se lo quitava, le envió una hija que tenía, de la más grande hermosura que en Grecia se vio. Avía nonbre Alphenisa; era de lindo cuerpo y airoso donaire, lo cual acrecentava su belleça y por ello andava en opinión –después cuando Grecia estava de hermosura y fortaleça cunplida– si las más bellas del mundo le hacían ventaja. En estremo los tristes emperador y emperatriz holgaron con la muy hermosa infanta Alphenisa y tanto amor le cobraron que la tenían en lugar de hija y por tal todos la amavan. Sucedió que la Fortuna aún no les quiso dexar goçar este pequeño placer sin mixtura de dolor, porque vino 135r nueva de Clarencia que el enperador Rugeriano y la emperatriz Brenia eran perdidos. Sintióse mucho tan triste nueva y con dolor estuvieron hasta que la infanta Alphenisa fue de catorce años, al cual tienpo el rey Vepón su padre aviendo deseo de verla y al emperador su hermano se partió a Constantinopla no como señor del gran reino de Tesalia sino como esforçado y valentísimo cavallero. Con el propio propósito, el rey Brasildoro de la nueva Numancia se partió a Grecia sólo con sus armas y cavallo y un escudero. Ya la historia á contado que avía en Grecia un temido gigante llamado Brandafurión, el cual robó a la emperatriz Floriana, que fue causa de la pérdida del emperador Arboliano, al cual el esforçado rey Vepón quitó la vida junto a su castillo. Pues avéis de saver que aquel Brandafurión dexó cuatro hijos bastardos en sendas jayanas, señoras de castillos, los

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cuales se llamavan Gardano, Furando, Brestón y Panfero que, como fueron grandes, de sus heredadas costunbres usaron haciendo rovos, fuerças, crueldades y maleficios. Salieron valentísimos, con lo cual quisieron vengar la muerte de su padre y juntando cien valientes cavalleros con ellos se fueron a Constantinopla y antes de entrar en una floresta dexaron los cien cavalleros salvo dos y les avisaron que se estuviesen a recogidos hasta que los avisase, y todos cuatro con los dos cavalleros se llegaron a Constantinopla y con uno d’ellos enbiaron a pedir seguro, el cual por el emperador Arboliano fue otorgado, con lo cual muy alegres entraron en la cidad y se fueron a palacio y apeándose subieron a la sala y entrando en ella hicieron un gran acatamiento al emperador y el gigante Panfero dixo:

– Alto y preciado emperador de Grecia, cuya nobleça y virtud nos á movido a hacer lo que en otras cortes no hiciéramos. Sabrás que nosotros somos unos cavalleros que mucho te desean servir y éramos señores de una ínsula y siendo niños fuimos por un tirano d’ella desposeídos y nosotros fuéramos muertos si no nos librara un savio que 135v hasta agora nos á criado y aviendo duelo de nós en vernos desposeídos nos dixo que viniéramos aquí a pediros un don, con el cual seríamos restituidos en nuestro estado porque por fuerça es inposible serlo. Mirá soberano señor, si nos lo otorgáis, quedaremos aquí algunos días mantiniendo justa por serviros y, si no, nos partiremos a otra parte.

Con esto el cauteloso Panfero acabó sus fingidas palabras dichas con forçada cortesía. Y el emperador vista la justa demanda de los gigantes forçado de su virtud dixo:

– Por cierto, comedidos gigantes, que si vuestra buena andança estriva en que yo os otorgue el don, que mal contado me sería si no lo hiciese; por tanto yo os lo otorgo y haced lo que quisiéredes que yo gustaré d’ello.

– No menos, –replicó Panfero–, se esperava de vuestra virtud.Con esto le quisieron besar las manos, mas él no lo consintió y muy contentos se

baxaron a la plaça donde se solían hacer las justas y allí mandaron armar una tienda. No faltaron cavalleros que justasen aquel día, mas todos fueron por los cuatro gigantes derrivados. Otro día lo fueron el duque don Jeruçán de la Gavía, que lo derrivó Gardano, y los príncipes Zarante y Zelipón con sus hijos Floraldo y Grilando. Otro día fueron derrivados Leorindo y Friseleo de Atenas. Otro día se pusieron en la tela donde Gradarte de Laura y el gentil Briçartes y pusiéronse contra ellos Brestón y Panfero; cada uno corrió tres lanças, a la cuarta don Gradarte y Brestón se encontraron de los cuerpos de los cavallos, escudos y yelmos, de suerte que el príncipe de Laura perdió las rienda[s] y estrivos, mas el gigante vino al suelo. Panfero encontró a Briçartes que le forçó a abraçarse al cuello del cavallo, mas él fue encontrado por baxo del escudo que por las ancas del cavallo vino a tierra. Muy enojados tomaron lanças Gardano y Furando y al todo correr de sus cavallos se vinieron para los griegos. Seis lanças corrieron y muy corajosos tomaron otras y Gardano encontró a don Gradarte de suerte que la silla entre piernas vino al suelo. Furando encontró a Briçartes con tanta fuerça que lo derrivó. Mucho pesó al emperador 136r y más a los derrivados. Quince días mantuvieron justas los cuatro gigantes mostrándose para más aficionar a los cortesanos muy comedidos, en los cuales derrivaron todos los griegos cavalleros y, aunque el ínclito emperador Arboliano avía sabor de vellos, todavía le pesava porque no tenía cavalleros que se pudiesen valer contra los gigantes. Al cavo de los cuales, llegó a Constantinopla el valiente don Fermosel de Antioquía que, salido de Clarencia con los demás noveles, se apartó por un camino donde libró de poder de doce cavalleros a la duquesa Clarisela de Austria que, mientras el empeador estava en la batalla, como la hallaron sola la robaron con intento de forçarla, mas don Fermosel la quitó de ese peligro y se enamoró d’ella y siendo él tanbién amado le mandaron que fuese a Constantinopla y él se puso en camino con su amada duquesa y llegó al tienpo que os decimos y entrando en la plaça se puso en la tela y contra el gigante Brestón; y estando a punto, partieron

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el uno para el otro y en medio de la carrera se encontraron con tanta fuerça que las lanças hicieron pieças. Don Fermosel pasó sin hacer ningún revés, mas el jayán Brestón fue al suelo. Tras él se puso Panfero y a la primera lança fue a tierra. Muy enojado salió Furando y el príncipe de Antioquía corrió tres lanças y a la cuarta don Fermosel fue encontrado de suerte que perdió las riendas y estrivos, mas el hijo de Brandafurión la silla entre piernas vino al suelo. Antes que don Fermosel cobrase los estrivos ni riendas fue encontrado de Gardano que, por estar de la suerte que estava, no fue mucho derrivallo. Levantóse el hijo de Bransiano y la espada en la mano pidió batalla. Los jueces dixeron que era escusado, por lo cual con mucho enojo se fue con la duquesa Clarisela a besar las manos al emperador, que los recibió con mucha alegría. Otros cinco días estuvieron en sus justas entretenidos los gigantes y al sexto enbiaron un cavallero de los dos a avisar a los ciento que se llegasen a la cidad y ellos armándose de todas armas subieron al palacio y estuvieron aguardando 136v que el emperador saliese de misa, la cual estava oyendo, y acabada salió a la sala y sentándose en su silla los cuatro gigantes se pusieron ante él y humillándose Gardano dixo:

– Soberano señor, a nosotros no es lícito más detenernos aquí, por tanto, si lo que nos avéis prometido queréis cunplir, afirmaos en lo dicho.

– Basta que yo lo aya dicho para cunplillo. Yo me buelvo a afirmar que lo prometo y lo cunpliré.

– Con esa confiança, –replicó Gardano–, digo que lo que me avéis prometido es que mandáis a todos los de esta cidad y inperio que en cuatro días no se armen ni vayan tras nosotros.

Así lo mandó pregonar el enperador, aunque algo receloso no estuvo en su sospecha dudando porque presto la vio cierta, que a cabo de rato los gigantes Gardano y Furando echaron mano a los cuchillo[s], toda la sala se alborotó y todos echaron mano a las espadas, lo cual visto del magnánimo enperador con alguna turbación mandó que los suyos se sosegasen, si no que perderían las caveças; y venciendo el esfuerço de su coraçón y la gravedad de su rostro el semejante peligro vio, que los gigantes Brestón y Panfero se llegaron al estrado y el uno cogió con el un braço a la emperatriz Floriana y el otro a la muy hermosa infanta Alphenisa y con ellas se salían de la sala. Allí fueron las voces de cavalleros, gritos de doncellas, turbación de escuderos, en efeto peligrosa confisión de todo el palacio. No se puede [de]cir ni ponderar la gravedad del dolor del ínclito enperador Arboliano, considerando que su poder no le aprovechava para librar de aquella afrenta a su amada muger y querida infanta, considerava que él avía sido la causa de su travajo y confiando en el poder de Dios sin menearse de la silla començó a decir entre sí:

– ¡Ó, Sunmo y Poderoso Dios, Criador de todas las cosas y Ordenador d’ellas, por tu infinita misericordia, te suplico que no permitas pasar tal cosa tan injusta! ¡Bien veo, Señor, que este es castigo enbiado por ti en vengança de las ofensas por mí recebidas!

Crecióle con esto tan el pesar que quedó como sin sentido 137r sobre la silla, que no advirtió lo que pasava y era que los cavalleros presentes viendo llevar a sus señoras, no acatando lo que el emperador avía mandado rebolvieron los mantos a los braços y sacaron las espadas y se pusieron a la puerta del palacio; la sobra de enojo que tenían suplía la falta de armas. Los cuatro traidores llegaron a salir y el gigante don Jeruçán tiró un golpe a Gardano que le hiço hincar anbas rodillas. Levantóse y alçó el cuchillo, como el duque estava sin armas, temióse y así hurtando el cuerpo se libró de la muerte; otro dio el de la Gavía a Furando que la caveça le hiço inclinar has[ta] el pecho. Alçó Furando el cuchillo; como avía tal rebuelta no pudo don Jeruçán guardarse y así le acertó en la caveça con tanta fuerça que hasta los pechos fue hendido cayendo muerto. El príncipe Zarante fue muy mal herido, su hermano Zelipón hirió en un muslo a Gardano, de lo cual fue tan enojado que con toda su fuerça tiró un revés a Zelipón que acertándole en la cintura lo hiço dos; y en esto advirtió el emperador y con mucho pesar porque sus cavalleros avían quebrantado su palabra y

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con enojo se levantó y echó su ceptro, con lo cual sus cavalleros se apartaron afuera y los gigantes baxaron y antes que saliesen de palacio murieron el príncipe Zarante y el duque de Atenas, padre de Friseleo. No advirtió en ello el emperador porque en la plaça avía muy gran ruido y asomándose a una ventana vio que al que en el palacio se avía hecho muchos peones con lanças y flechas y algunos cavalleros defendían la salida a los gigantes Gardano y Furiando que estavan los delanteros, porque Brestón y Panfero, como tenían a la emperatriz e infanta en los arçones por temor de las flechas, no osavan salir. Matavan tantos sin recebir ellos daño que movido el emperador a piedad mandó que todos se apartasen y los dexasen, lo cual hicieron de mala voluntad, que más gustarían de morir que consentir tal. Ya los gigantes querían a su salvo salir 137v con la presa, cuando vino el remedio guiado por la misericordia de Dios.

Capítulo IX. [...]

Aunque el Sunmo y Poderoso Dios algunas veces permita que los suyos en seme-

jantes tribulaciones se vean, como infinito en misericordia no todas veces quiere que lleguen al fin. De semejante gracia usó con el cristianísimo príncipe de Grecia que, cuando más de remedio humano desconfiava, con uno divinamente enviado se remedió la congoxa suya y de toda la cidad y la mayor de las robadas damas, que sin sentido las llevavan los cuatro gigantes; los cuales muy alegres acabavan de salir de palacio, cuando entró en la plaça un cavallero de la más linda dispusición que en aquella plaça se avía visto, armado de unas armas blancas aunque muy poco d’ellas se echava de ver, tan cuajadas estavan de finas piedras de diversas colores; en el escudo en canpo verde traía pintada una garça. Pareció tan bien al emperador que en la ventana estava y a los demás que no quitaron los ojos d’él. Y más les agradó cua[n]do enristrando la lança se puso contra los gigantes, lo cual visto de Brestón, el más moço d’ellos, con sobrado orgullo dio la emperatriz a su cavallero y enristrando una gruesa lança que, cuando cavalgaron d’ellas los sirvieron, se puso contra el recién benido. Con buena gana que tenían, dieron presto de las espuelas y en medio de la carrera Brestón encontró al cavallero y hiço la lança rajas, mas no lo meneó. Él fue encontrado por baxo del escudo que no resistiendo la fortaleça del acerado arnés ni la fina loriga a la pujante fuerça de su contrario la media tinta en sangre le echó a la espaldas dando con él muerto en el suelo. Corriendo iva su brioso cavallo y el animoso señor d’él echando mano a la espada y con grande enojo que llevava, cuando pasó junto de Furando, le dio un golpe que la caveça hasta el cuello le hiço baxar. Tan furioso iva el cavallero que no lo pudo tener hasta que llegó 138r junto al palacio y alçando la caveça, como vido al emperador aunque no lo conocía, pero conociólo por ser conocido entre todos, se le humilló y no tardó en bolver y, aunque vido venir a los gigantes Gardano y su hermano, no pudo consigo esperarlos y así picando un poco a su cavallo llegó y al mayor d’ellos dio un golpe sobre el yelmo que le hiço baxar hasta el arçón. Él recibió un golpe de Furando que algún tanto fue turbado. Echa el valentísimo cavallero el escudo a las espaldas y con el espada a dos manos començó a golpear a los jayanes terriblemente; no dexava de recebir él muy pesados golpes, mas el esfuerço de su coraçón le forçava a no hacer caso d’ellos. Diole Gardano un golpe sobre el riquísimo yelmo, un golpe a dos manos que la caveça hasta el arçón le hiço inclinar, asegúndalo Furando tal que lo sacó de sentido. Sacan fuerças de flaqueça viendo la ocasión y con doblado coraje lo comiençan a golpear. Bien parece que no los podía herir. Tanto lo cargaron que echando sangre por la visera del yelmo que de la boca le salía y colgando los braços lo dexaron por un rato. Tanto pesó d’ello al

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emperador Arboliano como si conociera que era su hijo y estava muerto. Mientras que descansavan, el valentísimo Cavallero de la Garça bolvió en sí. No se puede conparar la ira que recibió biéndose en aquel estado que alçando la espada da de espuelas a su cavallo y con una postura que el Marte lo recelara se fue para Gardano. Llega a su punto el colérico enojo, aumenta en su mayor pujança la fuerça del cavallero y con ella dio sobre el yelmo al gigante un furibundo golpe. No ay resistencia en tres dedos de grueso que el yelmo tiene que él y la caveça hasta los pechos hendió, cayendo Gardano muerto; lo cual visto de Panfero que a la hermosísima infanta Alphenisa tenía, la soltó en el suelo y sacando un gran cuchillo se fue para el cavallero. Como el emperador vido a la infanta en el suelo, mandó al duque de Trevento que 138v fuese por ella, el cual lo hiço así y la subió a palacio y, como la emperatriz estava en poder del cavallero de los gigantes, no llegaron a ella. La muy hermosa Alphenisa, como se vido fuera de aquel peligro, tornó en sí y esforçándose se puso a una ventana de donde vido el soberano esfuerço del Cavallero de la Garça y con curiosidad començó a notar atentamente lo que hacía. Si el poderoso Marte con furibundo enojo en la plaça de Constantinopla procurava mostrar el iracundo poder de su airado bando, no menos el poderoso niño de Cupido procurava ocasión para mostrar a algún descuidado el gran poder de sus regalados tratos; andava con diligente codicia buscándola, por lo cual la halló y tal que no quedó quexoso de Fortuna. Estava libre y esento el coraçón de la bella Alphenisa, tiróle el ciego hijo de Venus una dorada flecha, con ella abrió puerta para que el Cavallero de la Garça tomase la posesión d’él; avivó el pensamiento de la infanta de Tesalia para que con amoroso afecto juzgase la apostura, viveça, valor y gallardía del batallador cavallero; inprimiéronse en su memoria las perfecciones de las dichas gracias y con gloriosa pena cada momento las recorría. Valerosamente el de la Garça se conbatía con Furando y Panfero, cuando por una parte entraron los cien cavalleros de los jayanes; aún no avían determinado lo que harían cuando por otra parte entraron al todo correr de los cavallos dos cavalleros de linda dispusición: el uno armado de unas armas negras con flores de oro, y el otro con unas armas plateadas con trenas verdes y rosadas y en el escudo avía pintada una rica espada, por lo cual conoció el emperador qu’eran sus hermanos los reyes Brasildoro y Vepón, los cuales con sus lanças enristradas se metieron entre los cavalleros y antes que las quebrasen derrivó cada uno más de diez muertos y mal heridos, y echando mano a las espadas començaron a hacer maravillosas cosas. Todos ciento los cercaron y 139r començaron a cargarlos de fuertes golpes. No osavan los griegos favorecerlos por amor de el emperador Arboliano, que temían se enojase. No respetaron a esto don Fermosel, Floraldo, Grilando, Friseleo y Leorindo con el gentil Briçartes que con el pesar de la muerte de su padre quería[n] reventar todos. Se armaron y salieron a la plaça en sus cavallos y fueron contra los cavalleros. Allí se echó de ver el enojo de don Fermosel, la ravia de los de Gorgia y del de Atenas, la vengança de don Gradarte, el furor del gigante Briçartes, con lo cual aumentaron sus hechos, de suerte que muy mal lo pasavan los cavalleros. No por mirar esta batalla el emperador Arboliano dexava de mirar la del Cavallero de la Garça y los dos gigantes que entre cuantas á avido era digna d’ello. Andava el de la Garça vivísimo en acometer tanto que se conocía mejoría. Como el cavallero que tenía la emperatriz vido que de palacio avían salido todos aquellos valientes cavalleros que tan mal paravan a los de su conpaña, con grande enojo en voz alta dixo:

– ¡Ó, falso emperado[r]!, ¿es ésta la palabra que nos diste? Si entendiéramos que no la avías de cunplir, no usáramos contigo de cortesía, sino ya te ubiéramos pasado a cuchillo a ti y a los tuyos.

El enojo que d’esto recibió el Cavallero de la Garça no se puede decir. Dio una punta a Panfero que sobre las ancas de su cavallo lo puso y alargando el cuerpo acia el cavallero le tiró un revés que por junto la visera del yelmo lo cortó y la caveça por los ojos hasta el colodrillo llevando el pago de su descomedimiento. No faltó un

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cavallero del emperador que tomó a la emperatriz Floriana y la subió al palacio donde el emperador la recibió muy bien y la puso a la ventana y le dixo:

– ¡Mirá, señora, aquel valeroso cavallero, que a él devéis vuestra libertad y toda Grecia su gloria!

Andavan los gigantes tan furiosos viendo lo acaecido que davan terribles golpes, que muchas 139v veces hacían dudar la ventaja. Dio el cavallero un golpe a Panfero que sin sentido lo derrivó sobre las ancas del cavallo y asegundando otro a Furando hiço lo propio y viéndolos de aquella suerte fue a esotra batalla y començó a dar golpes a una parte y a otra, de suerte que en poco espacio mató más de diez. En esto los jayanes bolvieron en sí y viendo menos a su contrario con doblada furia fueron a la batalla; encontraron de los griegos a los primeros a Aristo, hijo del duque de Trebento, al cual dio Furando un golpe que lo partió por medio y a Pinerdo, hermano de Friseleo, al cual hirió Panfero, que lo derrivó muerto. Y pasando más adelante anbos descargan sendos golpes al buen cavallero Leorindo, de suerte que le quitaron la vida. Bien avía visto todo esto el Cavallero de la Garça y con mortal coraje se llegó a Panfero y por la cintura le dio un revés que abierto hasta las entrañas lo echó en el suelo muerto. Aunque Furando estava algo cansado, el súbito pesar le acrecentó la fuerça, de suerte que de un golpe sacó de sentido al de la Garça. No tardó en bolver en sí –que imaginava lo que le pesaría a Alphenisa– y, como halló más fuerte al jayán, detúvose algo en vencello. Son tantas y tales las maravillas que el segundo rey Vepón de Tesalia hacía que no eran dignas de olvido. Hería, matava, destruía, asolava, partía, rajava cuanto se le ponía delante. Afirma el sapientísimo Belacrio –que esto escrivió– que él solo este día mató más de cincuenta cavalleros. Para destruir y matar los restantes, ayudava el soberano esfuerço del rey Brasildoro, el sobrado enojo del gentil gigante Briçartes, que hacía cosas increíbles, y tanbién la gran valentía del príncipe don Fermosel de Antioquía. Como el aumento de la fuerça de Furando era del enojo, aplacóse un [poco] y así enflaqueció; quiriendo el valiente cavallero acabar el hecho, se alçó de la silla un palmo y, con el espada a dos manos, hirió a Furando en un honbro que las armas y la carne 140r hasta lo hueco del cuerpo le hendió, cayendo muerto y a los demás cavalleros avían dado fin a los de los gigantes; por lo cual el emperador muy alegre se quitó de la ventana para ir a <a> recevirles. Turbósela en gran manera porque al salir de la sala vio a los príncipes Zarante y Zelipón y al duque don Jeruçán y al de Atenas muertos. Con mucho pesar preguntó quién los avía muerto; fuele dicho que los gigantes. Con la pena que recibió estuvo parado hasta que los reyes Vepón y Brasildoro con el Cavallero de la Garça y los demás subían. Como el emperador los vido, disimuló su pena por no recebirles con ella.

Capítulo X. Cómo los príncipes Zarante y Zelipón y los duques don Jeruçán de la Gavía y el de Atenas con Pinerdo, Aristo y Leorindo fueron con mucha honra enterrados y de quién era el Cavallero de la Garça y cómo se enamoró de la hermosísima infanta Alphesina de Tesalia.

Llegada la noble, esforçada y vitoriosa conpañía, al emperador sus hermanos con

el amor que le tenían lo abraçaron. Él no detuvo mucho con ellos saviendo lo que devía al Cavallero de la Garça, el cual quitado el yelmo se puso de hinojos ante él. Mucho fue maravillado de su poca edad y hermosura, la cual tenía muy grande. Levantólo el emperador y preguntóle quién era. El cavallero dixo:

– Por dar gusto a quien tanto se deve, soberano señor, haré lo que me mandáis, aunque en todo no lo puedo cunplir, porque saved que no conozco padre ni madre sino un savio que me crió y me puso nonbre Miraphebo. La manera con que vine aquí es

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muy estraña, que saved que anoche estava con un mi conpañero en el inperio de Babilonia y allí fue mi padre el savio y me truxo aquí y me dixo que pugnase vencer los cuatro gigantes que en ello os haría gran servicio y que yo lo procurase en 140v todo, por lo cual, si sois servido, me pongo por cavallero de vuestro servicio.

– Por cavallero de mi conpañía y amistad os quiero yo, señor Miraphebo, –dixo el emperador.

Con esto lo abraçó y entrando en la sala mandó enbalsamar los cuerpos de los príncipes y duques. En toda la corte se sintió su muerte porque eran muy amados, por lo cual no estuvieron aquel día con mucho contento, y otro poniéndolos en caxas las cubrieron de brocado negro y con mucha honra aconpañados de monjes y con mucha cera, yendo detrás el enperado[r] con sus hermanos y príncipes, los llevaron al tenplo real de santa Sophía y poniendo los cuerpos delante el altar mayor con inumerables hachas los monjes dixeron una misa solenne y acabada los enterraron en una rica bóbeda en la capilla de san Lorenço, donde se entierran los reyes sujetos al inperio griego. Con mucho pesar de todos se bolvieron a palacio quedando el príncipe Miraphebo muy contento de la costunbre de los cristianos y algo inclinado a su ley. Aquel día ni otro no salió la emperatriz ni la muy hermosa infanta Alphenisa a la sala, de lo cual le pesava mucho porque no podía goçar de la vista de su cavallero y para ver si tenía tan buen parecer de rostro como de valor, porque no lo avía visto desarmado. En esto estava muy triste sola en su aposento llorando y acaso se avía dexado la puerta abierta por donde vido entrar un enano que tenía y lo quería mucho porque era muy cuerdo, llamávase Brunerdo; venía muy alegre y hincándose ante ella de rodillas dixo:

– ¡Ó, mi señora, si viésedes un cavallero que ay en esta corte, diérades mil gracias a Dios, que saved que es el más hermoso y discreto que se á visto! Este el que os libró de poder de los gigantes. Dotólo Dios de mil gracias, sobre todas una que es el más querido de todos que ay. Ámalo tanto el emperador que lo tiene en lugar de hijo.

– Por vida tuya, Brunerdo, –dixo la infanta–, ¿qué te á movido para venir aora con esas nuevas?

– Para que sepáis, –dixo el enano–, las gracias d’este cavallero. – ¿Qué provecho, –dixo la infanta–, me viene a mí 141r de saver eso?– ¿Qué provecho?, –replicó Brunerdo–, que déis gracias a Dios que cavallero tan

estremado tengáis en servicio de vuestro tío, y alábolo tanto que merece ser vuestro marido.

Con esto se salió muy enojado y la infanta quedó algo alegre. En esto entraron sus doncellas y le dixeron que la emperatriz la estava esperando, que avía de salir al palacio. Ella fue muy alegre y levantándose se fue a la emperatriz y anbas salieron a la sala. Aunque la muy hermosa Alphenisa no iva adereçada, sino vestida de terciopelo negro porque por su libertad avían muerto los príncipes, con el alegría que llevava de ver a su enamorado iva tan hermosa que a todos admirava. Llegadas a la sala, el príncipe Miraphebo fue a recebillas que, aunque los reyes Vepón y Brasildoro avían entrado a verlas, no las avía visto el de Troya <no las avía visto> y, como vido a la emperatriz Floriana muy maravillado de su hermosura, se hincó ante ella de hinojos y le pidió las manos. Ella, como ya le avían dicho quién era, lo levantó y abraçó. Mientras esto pasava, la infanta Alphesina estava tan contenta de ver la estraña hermosura del Cavallero de la Garça que como elevada lo mirava con amoroso ahinco. Allí estava Brunerdo que lo notó muy bien. Como el príncipe Miraphebo vio tan hermosa doncella al lado de la emperatriz, entendió que era su hija e hincando de rodillas le pidió las manos. La infanta de Tesalia lo levantó con una amorosa gravedad diciendo:

– A quien las tiene tan buenas como vós, valeroso cavallero, no tiene necesidad de otras.

– Si las tengo, –dixo el troyano–, tan buenas como vós decís, hermosa señora, de ningunas de las del mundo tengo necesidad sino son de las vuestras.

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– Sobrándoos la bondad en ellas, –dixo la hija de Vepón–, menos las tendréis de las mías.

En otras pláticas hablando fueron hasta el estrado y allí las dexaron. Todo aquel día estuvieron con mucho contento los preciados amantes <pasaron aquel dia>. Porque Miraphebo desde el punto que vido a Alphenisa se enamoró d’ella, tanto que en su [v]ida [no] la olvidó. Goçavan cada 141v momento de la vista del otro cada uno de ellos, aunque la infanta como grave no parava tanto en él. Venida la noche después de cenar, se fue la emperatriz llevando en su conpañía la alma del troyano. Aquella noche pasaron cada uno d’ellos declarando la gloria de su pena con mil exclamaciones, haciéndoseles las horas del ligero tienpo prolongados siglos hasta bolver a goçar la gloria de la presencia, lo cual hicieron venida la deseada mañana, y con la continua vista más acrecentaron su amor. Un mes estuvo Miraphebo en la corte del emperador tan tenido y amado de todos como si su natura[l] príncipe fuera, principalmente del enperador Arboliano que en lugar de hijo lo tenía y mucho se holgó cuando supo que era conpañero del Cavallero del Arco a quien tanto devía y a quien avía dado la orden de cavallería, que muy bien se acordava. Al cabo del cual, por estar algo olvidada la muerte de los príncipes y por aver tanto tienpo que no se holgavan, mandó el enperador Arboliano prevenir lo necesario para ir a caça. Otro día estando todos a punto fueron, salvo Floraldo y Grilando, Friseleo y Briçartes que, como traían luto, no quisieron ir. Al salir de palacio, Miraphebo cogió de rienda a la hermosa infanta Alphenisa; iva el[la] vestida una aljuba de brocado blanco cuchillado sobre raso verde, llevava una montera de terciopelo verde ceñida por lo baxo con una toquilla rebuelta de dos ramales gruesos, uno de gasa de plata y otro de raso encarnado; caían tan bien los matices sobre los dorados cavellos que mucho su gran hermosura acrecentava; era de muy lindo cuerpo y parecía tan bien de aquella suerte que no sé qué coraçón de dama por duro que fuera no se forçara a amarlo, cuanto más la muy hermosa hija de Amaltea que muy de veras lo hacía. Ella iva vestida de raso leonado forrado en verde, todo el canpo bordado de gruesos torcales de oro y plata, cuyos extremos eran finas perlas. Don Fermosel 142r de Antioquía cogió a su lado a su amada duquesa Clarisela, cuya hermosura era muy grande que, fuera de la enperatriz Floriana y de la infanta Alphenisa, ninguna en la corte avía que le hiciese ventaja. El emperador iva junto a su muger y a sus lados lo[s] reyes Vepón y Brasildoro. Y con mucha alegría salieron de la cidad y tomaron el camino de las selvas de Grecia. Como ivan todos hablando en diversas cosas y no los podían oír, Miraphebo atreviéndose propuso de decir su pena a la causa d’ella y aprovechando de todo su esfuerço dixo:

– Mi señora, si el acongoxado enfermo peca en pedir remedio, aunque no lo merezca, por ser difícil de alcançar y comunicado por soberano merecimiento a pocos, me los decid: ¿por qué conforme a vuestro parecer me riga?

– Si saca gloria de la pena de su enfermedad, señor Miraphebo, –dixo la infanta–, y por ser preciado el achaque que pocos merezcan padecer, a mí me parece que, si aunque no mucho, mas si en pedir remedio no quiere errar, es menester que aya padecido mucho para merecerlo y para que dado, lo estime.

– Si el remedio es tan preciado, –replicó el de Troya–, que un bárbaro incógnito de merecimiento y estima por sí solo lo estime, no fuera sinraçón comunicarlo.

– Mientras la cosa preciada, –respondió Alphenisa–, en la gravedad de su estima se tiene estimada, perdería de su decoro si se manifestase porque al uso de usalla, tiniéndola como continua, pierde de su valor.

– Para eso crió Dios lo bueno, –dixo el enano Brunerdo, que cerca iva–, para que goçasen d’ello que, si sienpre estuviese guardado, ¿qué provecho vendría d’ello al mundo?

– Es tan raçonable y bastante la raçón de Brunerdo, hermosa señora, que a ella me remito para que por ella os obliguéis certificándoos que el que tenéis delante, según el padecer, tiene bien merecida cualquiera favorable cosa.

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– Creyendo eso, preciado cavallero, –dixo la infanta–, porque no os quexéis de mí, recibo por mío al de la Garça.

No recibió 142v el nieto de Héctor mayor placer en su vida. No pudo disimulallo que abaxando el cuerpo tomó las manos de la infanta y muchas veces las besó no pesando d’ello a la hermosa Alphenisa. Viendo esto Brunerdo, se llegó a la infanta y le dixo:

– ¿De qué servían, mi señora, aquellos melindres, desvíos y disimulaciones? Pues con el vuestro Brunerdo avíades de hacer aquello pues, ¡gracias a Dios!, que me á querido vengar en traeros a tal miseria que ayáis necesidad de una cosa tan pequeña y ruín como yo.

– No tienes raçón, –dixo la infanta, riéndose–, que tú no eres ruín y, aunque eres pequeño, vales mucho.

– Pues así os haré más falta, –dixo Brunerdo, haciéndose del enojado–, que a señora que con su fiel criado usó aquello, no tengo más de servir y desde aquí soy ya del Cavallero de la Garça.

– Yo me huelgo de eso, –dixo Alphenisa.– Pues no tenéis qué holgaros, –replicó el enano–, que él es cavallero andante y

mañana se irá y yo con él, y me huelgo porque soy tal que me escusará el travajo de veniros a ver.

Mucho holgavan los amantes de lo que Brunerdo decía y con mayor goço de verse caminavan, hasta que llegaron a las selvas de Grecia donde estuvieron ocho días; al cabo de los cuales les sucedió lo que adelante se os dirá.

Capítulo XI. De la cruel y reñida batalla que el príncipe Belinflor tuvo con el príncipe Rorsildarán en la mar.

Estava el maligno Eulogio tan obstinado en su perverso y malvado intento de

hacer el mal posible a los griego[s], forçado de su malicia que no no de ninguna raçón; mostrávalo en cuanto podía y en lo que más echó el resto de sus mañas fue llevar por la manera que diximos al emperador Arboliano al reino de Tracia para que tuviese por hijo a 143r Rorsildarán, que como savía avía de ser uno de los mejores del mundo; después d’esto hiço aquel enbuste de decirle que el Cavallero de la Fortuna era su padre y que lo avía muerto el Cavallero del Arco y que el emperador Arboliano traía sus armas. Otras muchas cosas hiço, como procurar que el troyano Frostendo tuviese hijos, aunque le costase la vida; hurtó así mismo a la sobre todas hermosa Rubimante y encerróla en el Castillo Encubierto para que Belinflor no la hallase o, ya que allí viniese, puso tan fieras guardas que el sacalla le costase la vida; así mismo por no dexallo goçar el bien que con su vista goçava lo apartó d’ella y hiço que caminase ligero su batel y aora por ponello en peligro de muerte lo juntó con la galera de Rorsildarán que a Gebra caminava; juntáronse tanto que parecían estar aferradas. Iva el de Tracia armado de todas armas sentado al borde y, como conoció al del Arco en las ar[mas], y muy orgulloso se levantó y sacando la espada dixo:

– Aora, cavallero, estamos en tienpo que acabaremos lo que tantas veces emos començado.

Aunque Belinflor estava más para llorar su pena que para hablar, agradándole la dispusición del cavallero dixo:

– Valeroso cavallero, pues que emos de tener batalla mucho gustar[í]a saver la causa, porque, si no es justa, muy de mala gana la haré.

– No es tan pequeña, –dixo Rorsildarán–, que dexe de ser justa y no nos detengamos en palabras.

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Con esto enbraçó su escudo. Belinflor hiço lo propio; diéronse sendos golpes que con el acatamiento a hermanos devido se hicieron recebir. Con doblada furia los asegundan de suerte que hincaron las rodillas. Al sonoroso estrépito quedando las tenpladas espadas en los cóncavos yelmos en el aire inprimían, no quedó en su húmeda morada ningún oculto morador que no saliese a ver la más que brava batalla. El retunbante Eco llevó las nuevas d’ella al iracundo Marte que, como juez en tales casos 143v descendió de su quinta sphera en su supervo trono a juzgar, vido la sin par fortaleça del uno, el gran valor del otro en dar y rebatir; violos iguales, no avía falta en ellos; no halló qué juzgar porque como recto no podía aficionarse más a uno que a otro que, hiço por no estar de balde, miró atentamente la batalla; consideró la agudeça, vivez, valor de que en ella los dos guerreros mostravan y començó a aprender de nuevo. Casi imaginando los desconocidos hermanos que el potente Marte los mirava<n>, aumentavan de suerte sus fuerças y redoblavan sus golpes, tanto que el uno del otro estava admirado. Considerando el uno la pujança del otro, no por ello desmayava antes con doblada fuerça rebolvía sobre él. Dio el de Tracia al de Grecia un golpe sobre el honbro siniestro que con el dolor d’él no pudo mandar el escudo, lo cual conocido de Rorsildarán redobló sus golpes con tanto ánimo que en aquel rato, mientras le dolía el braço, le llevava mucha ventaja.

Hermosa y discreta ninfa, si en celebrar memorables hechos con alto y delicado estilo, el tienpo engañaste dan[do] oficio a otros para ocuparse, tómalo tú en cantar con melodiosa voz, en dulce y armónica lira, esta celebrada batalla. Bien ves –pues que la miras, deseosa de ver cosas muy altas– que merece ser puesta en el primer lugar de tu glorioso tratado. Mira la bravosidad del trácico joven en herir a su encubierto hermano, viéndole casi inpotente para ofender. Mira como aviéndosele quitado el dolor al bravo griego, soltando el escudo, con la espada a dos manos, gana con ventaja lo perdido. Pues tan ocupada estás en mirallo no te quiero perturbar. ¡Ó, cuán contento estarás, potente Marte, en aver baxado de tu quinta estancia<s>, pues vienes a lugar donde aprenderás nuevos en tu arte usados; donde verás inusitada fortaleça, nunca visto esfuerço y sin par destreça! ¡Si tan brava batalla en que Marte apriende, para decir en que d’ella no se avía de entregar a mí sino el 144r celebérrimo Homero, al sonoro Virgilio o al facundo Taso!

Andava el señor de Tracia muy admirado viendo que, al ya casi tenía vencido, avérsele aumentado tanto la fuerça; por lo cual estava de sí propio muy enojado, con el cual dio un golpe al gallardo amante que una rodilla hin[c]ó en el suelo, asegúndale otro que a esotra rodilla hiço tener conpañía la siniestra. Levantóse el furibundo griego y, con el espada a dos manos, dio a Rorsildarán un golpe sobre el yelmo que la caveça le hiço baxar hasta el borde de la galera, asegúndale otro que del todo lo sacó de sentido, quedando así por un rato. No estuvo mucho el hijo de Elimina de aquella suerte que con doblada furia se endereçó y dio un golpe a Belinflor que lo turbó tanto que por poco cayera. Él tornó en sí y da a Rorsildarán la repuesta, que las manos le hiço poner en el suelo de la galera. Echa el de Tracia el escudo en las espaldas y, con la espada a dos manos, començó a golpear al de Grecia. Al ruido de cada golpe las moradoras del Tanigio por verlos avían tomado por morada los profundos mares y así sacavan las doradas cabeças hasta los ebúrneos y cristalinos pechos quedando sobre el agua los preciosos manojos de fino oro que sobre diáfano cristal parecían vistoso matiz. Removíase el agua del mobible mar con el sonoroso eco que al rumor retunbaba la ribera, de suerte que más espantosos hacía los golpes y más señalada la batalla. La cual turó tres largas hora[s] que al Marte se le hicieron ratos, según lo que gustava d’ella. Al cabo de las cuales, estando ya muy enojados y en su punto coléricos, alçó el de Tracia [el espada] y sobre el cristalino yelmo descargóla con tanta fuerça que le hiço inclinar hasta el borde, echando sangre por los oídos y boca. No tardó en levantarse el furioso Marte de Grecia y alçando el espada con un aspecto que no dexó Rorsildarán de temelle se puso contra él. El felice Menodoro, fuera de la obligación

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que a Grecia, forçóle su virtud y el amor de Rorsildarán a apartar a aquel tienpo a los guerreros antes que 144v Belinflor descargase el golpe.

Apartados començaron a caminar el batel y la galera con la ligereça que al principio. A anbos pesó en estremo, tanto estavan enojados; mas viendo que era inposible juntarse por estonces sufriéronse. Caminando dexaremos al ínclito amante y hablaremos del de Tracia.

Capítulo XII. Cómo el príncipe Rorsildarán de Tracia llegó a Gebra y cómo libró al fuerte Amán Moro de Tría y a la infanta Xarcina.

Con la velocidad que el encantado remo la hacía mover, caminó la galera de

Rorsildarán ocho días, al cabo d’ellos llegó a Gebra donde mandó a Libernio que sacase sus cavallos y saltando él en tierra subió en su Boquero y començó a caminar y un poco después de prima en una floresta a la mano derecha oyó boces y entrando por ella vido dos doncellas que muy agramente estavan llorando y cuatro cavalleros y un jayán las querían llevar. Visto esto de Rorsildarán, enristrando su lança encontró a un cavallero que muerto lo echó en el suelo y sacando la espada dio a otro con ella; acertó de llano y así sacándolo de sentido lo derrivó. Viendo esto el jayán, sacando un gran cuchillo hirió con él al príncipe tan recio que hasta la cerviz inclinó la caveça. Echó el escudo a las espaldas y, con la espada a dos manos, dio al jayán la repuesta por medio del cuerpo, que echo dos lo dexó; de otros dos golpes mató los dos cavalleros. Las doncellas dieron gracias al príncipe, el cual para saver dónde era el castillo de Tría mandó a su escudero que levantase algún cavallero; aquel que estava fuera de sí se levantó y echó mano a la espada mas, como vido al jayán 145r y sus conpañeros muertos pidió él merced de la vida. El príncipe la otorgó y le preguntó dónde era el castillo de Tría.

– Yo lo diré eso de buena gana, –dixo el cavallero, que Brian se llamava–, porque yo soy de allá; mas aunque os lo diga, no podéis entrar.

– ¿Cómo así?, –dixo el príncipe. – Saved, –dixo Brian–, que el rey Caramante tiene en él preso al fuerte Amán y para

su guarda puso allí seis muy fuertes gigantes y más de cuarenta cavalleros; esto[s], aunque les pidan batalla, no quieren abrir y así menos abrirán a vós. Mas lo que podemos hacer, si queréis entrar allá, es que ma[n]déis cavallo y armas puniéndoos unas de estos cavalleros y que llevemos estas doncellas en son de forçadas y digamos que el jayán queda con esotros cavalleros y que luego vendrá.

– Muy bien me parece eso, –dixo Rorsildarán.Con esto se desarmó y apeó de su cavallo y poniéndose las armas de Brian, por ser

más grandes, subió en otro cavallo y Brian se puso otras armas y subió en su cavallo y tomando las doncellas de rienda quedando Libernio en la floresta se fueron al castillo y a ora de tercia llegaron. El príncipe se maravilló mucho de su hermosura y fortaleça porque tenía tres millas de largo; alrededor tenía ocho esquinas y en ellas sendas torres de picada cantería; tenía la puerta pequeña y ante ella una puente no muy ancha, pero larga a causa de ser ancha una honda cava que lo cercava. Avía alrededor d’él otros muchos castillos, torres y casas. Llegándose a la puerta Brian dixo al príncipe:

– Señor, hacé mis veces pues que tenéis mis armas.Con esto llamaron y entre las almenas se asomó un peón y, como los conoció, baxó

muy presto y abriendo la puerta entraron dentro. Brian cogió las llaves al portero y

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dándole con ellas en la caveça lo mató y bolviendo a cerrar la puerta el príncipe dixo a Brian:

– Cavallero, pues lo más dificultoso está hecho, ya no aprovechan mañas sino fuerça, por eso vós y estas doncellas os poné en cobro que yo, con el ayuda de Dios, pienso acavar este hecho. 145v

– Los dioses os ayuden, –dixo Brian.Con esto se encerró él y las doncellas en una bóbeda. Rorsildarán pensando la

gravedad del caso que avía començado y la dificultad que avría en dalle fin, encomendóse muy de veras a Dios, todo poderoso, y a la Virgen Santa María y suplicóles tuviesen por bien de ayudalle, pues lo que hacía no era sino en favor de la justicia y que, si avía de morir, uviesen piedad de su ánima. Con esto le creció el coraçón y saliendo del portal entró en un gran patio todo cercado de corredores; en el uno d’ellos vio que estava un gigante que, como vido al príncipe, desconociéndolo en las armas pensando que era de los suyos le dixo:

– Brian, ¿no traes esas doncellas? Acaba ya de subillas.Demudando Rorsildarán la voz dixo:– Señor, no quieren. Ven tú a persuadillas, que dicen se an de matar. Como esto oyó el jayán, se quitó de los corredores y por una gran escalera començó

a abaxa[r]. El príncipe se bolvió al portal y pensó que acometerlos todos juntos no era esfuerço sino locura y así propuso no usar de cortesía en esto. Llegó el jayán el portal y el príncipe, como lo vido, dixo:

– Jayán, ya es llegado el tienpo en que as de pagar tus maldades y las de tu señor.Con esto abiertos los braços se fue para él, que no quiso herillo porque no tenía

armas. Muy admirado el gigante alçó el puño y con él dio a Rorsildarán un golpe sobre el yelmo que le hiço hincar anbas rodillas. Levantóse el príncipe y abraçándolo con la mano izquierda con la derecha le dio una puñada en la frente que se la sumió acia dentro, forçando al jayán a dar un temeroso grito que con él acabó la vida, al cual vinieron hasta doce cavalleros desarmados y, como vieron a su señor muerto y al cavallero Brian, dixeron:

– Pues Brian, ¿cómo as hecho esto?Él sacó la espada y sin hablar palabra cogió la puerta del patio porque ninguno

escapase y diose tan buena maña que en poco rato los mató. Y muy contento salió 146r

al patio y subió por la escalera a los corredores y no vido a nadie sino a gente de servicio que pensando que era Brian no se recelavan. De los corredores entró en una sala, la cual estava muy bien adereçada y saliendo por otra puerta vino a dar a otros corredores que un no menor patio que el primero cercavan y yéndose para una sala la vido sola y entrando en una alcoba vido unas escaleras que acia baxo baxavan, por la cuales descendió. El príncipe vino a salir a una gran cuadra no muy clara y de una puerta vido salir un jayán armado de fuertes armas con dos cavalleros tanbién armados que, como lo vieron, le dixeron:

– ¿Qué ay, Brian? ¿á hecho tu señor alguna presa?– Basta que la aya yo echo, –dixo el príncipe.– ¿Qué tal á sido?, –replicó el jayán–, ¿qué as caçado?– A todos vosotros, para quitaros las vidas, –respondió el de Tracia.Y echando mano de la espada y con ella hirió a un cavallero que no uvo menester

maestro. Alborotados esotros, echaron mano a las [espadas] y lo cercaron. No se le dio nada al príncipe que con su gran fuerça se rebolvió, de suerte que a más de ocho quitó las vidas. Como las armas que traía no eran finas, fue herido en tres o cuatro partes, de donde se le iva mucha sangre. Lo que a otros disminuyera el ánimo y esfuerço, al príncipe de Tracia lo aumentó, de suerte con el espada dio un golpe al jayán que ya lo hería en un muslo, que la carne hasta el hueso le cortó y no detiniéndose de pocos golpes mató los cavalleros que quedavan. En esto el jayán le dio un golpe sobre el yelmo que pasándolo le hiço una pequeña herida. Él recibió tal respuesta que para acabar la batalla no uvo necesidad de más golpe. Muy alegre

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Rorsildarán, aunque con dolor de las heridas, entró por do avían salido sus contrarios a una sala muy grande y alta, y junto el techo avía unas pequeñas lunbre[s] con gruesas rejas; al un cabo de la sala oyó quexarse y yendo hacia allá vido en 146v un rincón una cama y junto a ella una silla, en que vido sentado un cavallero que, aunque estava flaco y amarillo, no dexava de parecerse su buena<s> dispusición y hermosura; sería de hasta veinte y cinco años; tenía los ojos cerrados y se estava tiernamente quexando, que a gran conpasión movió al hijo del griego Marte y llegándose al fuerte Amán, que él era y bien lo conoció, le dixo:

– Valeroso cavallero, dad gracias a Dios porque os aya librado de prisión y os á enbiado remedio para todo.

– De la bondad de Brian, –dixo el Moro de Tría–, no se esperavan peores nuevas. Yo las creo porque las dice con la voluntad, mas para ponerlas por obra les falta mucho.

– No desconfiéis del poder de Dios, –dixo el príncipe–, alegraos y esforçad a salir aquí afuera y veréis en los cavalleros muertos ser verdad lo que digo; y saved que no soy Brian sino un cavallero que deseando libraros para entrar en este castillo me puse sus armas, porque lo vencí en una floresta.

Con esto lo tomó de la mano y lo ayudó a levantar. El fuerte Amán, que de flaqueça y pesar antes no se podía levantar, aora con la nueva alegría estava más inpotente para hacerlo, mas con ayuda del príncipe se levantó y salió de la sala que muy grande era y por eso avía oído el ruido de la batalla y llegando a la en que se avía hecho, como vido el jayán y los cavalleros muertos, no se pudo tener de alegría ni aún hablar, sino echar los braços al cuello de su libertado[r]. Las palabras de agradecimiento que dixo y las gracias que dio más vale callarlas. Salvo que subiendo a los corredores viendo el fuerte Amán herido al causador de su goço tomó unos lienços y con ellos le apretó las heridas y armándose el amante de Xarcina de unas armas tomó una lança de un aposento y un arco con su aljava y con el príncipe por unos aposentos salió a otros corredores y en un gran patio vio al jayán que más cruel avía sido con él; estava sentado en una silla 147r desarmado y con algunos cavalleros. Según la causa que para enojarse tenía el señor de Tría no fue mucho tirar la lança, con la cual mató al gigante y disparando el arco con dos flechas mató dos cavalleros; los otros por un arco que avía a otro patio era entrada escaparon huyendo y dando voces: «¡Armas, armas!». Mucho pesó al príncipe de lo que Amán hiço, mas considerando la raçón que tenía para mostrar aquella ira no dixo nada y baxando al patio vieron en él los dos gigantes que quedavan y los demás cavalleros que a las boces de los que huyeron se avían armado. No estava Amán según su flaqueça para pelear y así apartándose afuera començó a disparar flechas con tanta priesa que en un momento mató seis cavalleros. El príncipe echando mano a la espada se fue para los jayanes que par[a] él venían como unos leones y no podían creer que aquel era Brian. Alçan anbos sus cuchillos. Temióse Rorsildarán por no tener armas seguras y así alçó el escudo. El un ja[yá]n dio en él; el golpe no pudo prender y resbalando le dio en un honbro, que le hiço una herida; esotro cuchillo acertó en un canto del escudo con los filos, de suerte que con lo gordo dio en el yelmo que un buen pedaço le abolló y le hiço hincar una rodilla en el suelo. No se descuidó el invicto joven que levantándos[e] tiró un revés a un gigante que acertándole en la muñeca siniestra con el escudo le derrivó la mano, a su conpañero hirió sobre el yelmo que pasándoselo le hiço una herida en la caveça, no de tanto peligro como provecho para el príncipe, el cual, como no tenía armas seguras, no osava aguardar todos los golpes y así con su ligereça hurtava el cuerpo, que más airados traía a los jayanes. El esforçado Amán de Tría con sus flechas avía muerto los cavalleros y admirado de la bondad del cavallero estava mirando la vistosa batalla; andava el príncipe algo herido y viendo que si durava el vencerlos 147v lo avía de pasar muy mal, a causa que se le iva mucha sangre, esforçándose cuanto pudo, tiró un revés al gigante de la mano cortada que acertándole en la gola dio por una parte con la caveça y por otra con el cuerpo en el suelo. Su conpañero le dio un golpe en un muslo que toda el escarcelón le echó en el suelo, haciéndole una pequeña herida.

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Rorsildarán le tiró una punta al pecho que hasta la cruz le metió la espada y dando gracias a Dios la metió en la vaina y se fue al Moro de Tría y le dixo:

– Lo que aora resta, señor Amán, es que nos quedemos en este castillo hasta que seamos sanos y podémoslo hacer seguros y quietos, pues no á escapado ninguno que lo haga público.

Con esto fueron al portal primero y muy contento iva el de Tracia en aver acabado aquel hecho y en ver la grandeça del castillo de Tría y dixo que era el mejor condado que en gran parte avía, porque, fuera de los cuatro patios principales, avía dos dentro del muro en que avía casas y podían vivir más de mil vecinos. Si Rorsildarán iva alegre, mucho más lo iva Amán por tener ya libertad para ver a su señora Xarcina y no savía cómo agradecérselo al príncipe. Llegados al primer portal llamaron a Brian, el cual salió y, como conoció al príncipe en sus armas, le dixo:

– ¿Qué ay, mi señor? ¿cómo os á ido?– Bien, –dixo Rosildarán–, pues é muerto mis contrarios y librado al fuerte Amán. Muy admirado y alegre Brian besó las manos al príncipe y al Moro de Tría y por

mandado de él fue a llamar a Libernio, el cual vino trayendo las armas y cavallos de su señor. La gente del servicio estava alborotada, mas Brian la sosegó y mandó adereçar ricas camas, en las cuales se acostaron los dos cavalleros. Allí contó el de Tracia al de Tría la manera en que avía venido y le dixo lo mucho que tenía que agradecer al mago Episma. Ocho días estuvieron en la cama, 148r al cabo d’ello se levantaron. La esperan-ça de ver a su señora Xarcina y el contento de verse libre bolvió en su fuerças tan presto al Moro de Tría y viéndose en ellas no quiso detenerse un punto, y así mandó buscar unas armas, mas el mago Episma vino a esta hora al castillo y truxo dos pares de armas: las unas dio a Rorsildarán que adelante diremos cómo eran; y otras, al Moro Amán. Eran todas verdes orladas de oro y en el escudo pintada la rueda de la Fortuna. Muy contentos d’ellas se armaron y subiendo el de Tracia en su Boquero y el de Tría en otro muy bueno, dexando a Brian en el castillo, salieron d’él y tomaron el camino de donde estava Xarcira. Otro día por la mañana llegaron a él y la puerta estava cerrada y viéndolo Amán dixo:

– A mí parece, señor, que por aquí no podemos entrar aunque llamemos, porque no nos abrirán. Rodeemos el castillo; quiçá abrá alguna muralla baxa y podremos subir.

Así lo hicieron y la hallaron a las espaldas del castillo y arrimando las lanças se desarmaron y con ayuda el uno del otro subieron y estando en lo alto dixeron a Libernio que les echase las armas. No avía con qué subillas mas puniendo los yelmos en los cuentos de las lanças las alçó. Por ser largas alcançaron bien a tomarlas los cavalleros; tras esto puso los escudos y en acabándolos de tomar dio un cavallero voces como los avía visto. No se turbaron nada, antes cogiendo las lanças enbraçaron sus escudos. A las voces del cavallero se avían armado veinte y venían muy orgullosos. Aquel muro salía a un gran corral y desde él los cavalleros començaron a poner escalas para subir. Ellos tomando las lanças por los cuentos erían a los cavalleros sin soltarlas y a los primeros ivan derrivando. Con esto creció la grita tanto que lo oyeron cuatro gigantes que Zarmón por guarda de Xarcira avía puesto y saviendo lo que era se armaron y vinieron al corral. Mientras que se armavan, Amán de Tría avía defendido la subida 148v a los cavalleros y así Rorsildarán avía tenido lugar de armarse y muy contento con la lança hería a los del castillo muy apriesa, tanto que ya no se osavan llegar y ponían escalas para subir por otra parte. Mas antes que subiesen doce, se avía armado Amán. En esto entraron los gigantes y subiendo en el muro se fueron para los cavalleros. Ellos arrojaron las lanças y echando mano a las espadas començaron a herir a los gigantes. Era el muro angosto y así lo pasaran bien –porque no los podían herir sino dos gigantes– si esotros dos con los cavalleros no subieran por otra parte para cogellos por las espaldas. Visto d’ellos el peligro, avivaron de suerte que Rorsildarán dio un revés a un gigante que casi partido lo dexó. El fuerte Amán tiró una punta a esotro que de parte a parte lo pasó y bolviendo a los que venían Rorsildarán dixo a su conpañero que le guardase las espaldas y que él entretendría a

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los jayanes. Con esto, con dos golpes detuvo a los gigantes y Amán a los cavalleros, que no hiriesen al príncipe, el cual andava algo fatigado porque no podía hurtar el cuerpo a los golpes de los jayanes, mas él los hería muy bravamente. Media hora en porfiada batalla estuvieron, al cabo d’ella haciéndosele vergüença al ínclito trácico asió de un braço a un gigante y tirando d’él le dio un golpe en las espaldas que lo hiço caer del muro abaxo, que todos los huesos se le quebraron. En esto su conpañero hirió al príncipe que anbas rodillas hincó en el suelo. Ya el fuerte Amán Moro de Tría avía concluido con los cavalleros y estava mirando la batalla del príncipe muy admirado de su fortaleça y dava gracias a sus dioses que tal cavallero avían criado y enbiado para su libertad. En esto el hijo de Arboliano dio una cuchillada al gigante que todos los pechos le abrió hasta el coraçón. Muy alegres baxaron del muro y andando por el corral vinieron a ellos toda la gente de servicio 149r y les pidieron merced de las vidas. Ellos las otorgaron y recibieron las llaves de todo el castillo y lo primero que hicieron fue abrir la puerta y llamar a Libernio y entrado la bolvieron a cerrar y se fueron a lo alto, quitados los yelmos, y en una sala vieron a Xarcira muy triste. El contento de Amán no ay para qué explicallo, ni menos el de la infanta de Gebra cuando lo conoció, ni las alegrías del uno ni las gracias dadas al príncipe, porque más sería gastar papel que historiar. Aquel día estuvieron con el contento que pensarse puede y a la noche la hermosa Xarcira y Amán durmieron juntos con mucho gusto de anbos y por aquella ocasión el de Tría no quiso ir a la corte a hacer la batalla en ocho días, hasta que el de Tracia le dixo que, si era servido de quedarse, que él solo iría. Algo corrido Amán pidió sus armas y armándose y subiendo en su cavallo en conpañía del príncipe, quedando Libernio en el castillo, se partieron a la corte del rey Galebo y dándose priesa llegaron otro día y hicieron lo que en [el] siguiente capítulo se os contará.

Capítulo XIII. De la batalla que el príncipe Rorsildarán de Tracia y el fuerte Amán Moro de Tría tuvieron con los jayanes Caramante y Zarmón, reyes de la Ínsula Bayana.

Deseando los valerosos cavalleros acabar aquel hecho, se dieron tanta priesa que

otro día a ora que el rubicundo Titán venía hermoseando la tierra con sus dorados rayos, soleniçando su venida las diversas y agradables cantinelas de las parleras aves, haciendo con sus harpadas lenguas tan melodiosa armonía que nuevo deporte era a los afligidos, goçando por las florestas de semejante música, llegaron a la cidad y entrando sin detenerse fueron a palacio y apeándose dexaron los cavallos a un honbre que avían traído y subiendo a los corredores entraron 149v en la sala y vieron que el rey Galebo estava sentado en su silla y todos los grandes con él; a su lado estavan el poderoso rey Caramante y su hermano Zarmón. Como entraron en la sala, todos pusieron en ellos los ojos como los vieron de tan buena dispusición y pasando adelante se pusieron ante el rey y Rorsildarán dixo:

– Sabrás, rey Galebo, que nosotros somos cavalleros andantes que para deshacer agravios andamos por el mundo. Y abrá algunos días que llegó a nuestra noticia uno muy grande que en esta corte se hace por los reyes de Bayona a la infanta Xarcira y al conde de Tría, por lo cual venimos a hacer batalla con los acusadores y salgan afuera si están aquí y váyanse a armar que en el canpo les haré decir lo contrario.

De enojados los gigantes no pudieron hablar sino levantándose pidieron sus armas. Como lo vieron los cavalleros se baxaron y subiendo en sus cavallos entraron en la plaça y el rey Galebo y los altos honbres se pusieron a las ventanas y como los veían tan gentiles y bien armados se holgava en estremo pensando que en ellos no faltaría bondad y rogava a sus dioses que les ayudase contra los gigantes, porque mucho le

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pesava de que su hija y el conde de Tría estuviesen presos. No tardó mucho que no vinieron los jayanes cavalleros en poderos[os] cavallos. Ellos se traían las armas y en entrando en la plaça los jueces les partieron el sol y a cabo de poco tocaron las horrísonas tronpas, al dexo d’ellas prosiguieron el rumoroso extrépitu los pies de los ligeros cavallos; en medio de la carrera se encontraron Rorsildarán y Caramante en los escudos con tanta fuerça que las lanças hicieron pieças y el rey de Bayana perdió los estrivos. El Moro de Tría y Zarmón pasaron sin hacer ningún revés. En acabando las carreras, las espadas en las manos, bolvieron a se herir. Dio el rey Caramante a Rorsildarán un golpe que le hiço inclinar la [cabeça], asegúndole otro en un muslo que resbalando el cuchillo hasta la juntura del escarcelón le hiço allí una herida pequeña. Dale el trácico griego la respuesta que cortándole las enbraçaduras del escudo lo echó 150r en el suelo. No pesó d’ello el señor de Bayana que cogiendo el cuchillo a dos manos dio un golpe a Rorsildarán en un honbro que muy gran dolor le causó. Él recibió otro que casi lo sacó de sentido. Como el conde Amán conociendo que por el que tenía delante le avía venido todo su mal, cuando se juntaron, le dio un golpe que lo sacó de sentido, asegundándole otro le forçó a abraçarse al cuello del cavallo. Endereçóse Zarmón y <y> le dio la repuesta al Moro de Tría, que le hiço saltar la sangre por la boca y narices. Acrecentóse con esto la furia del amante de Xarcira y con ella començó a golpear a su conpetidor. Todos estavan muy admirados de la bondad de los cavalleros y no avía nadie que por su victoria no rogase. Andava tan furioso Caramante que ponía espanto por verse así tratar de un solo cavallero y dava tales golpes que se hacía temer. No menos bravo andava Zarmón, pero tenía delante a quien se sabía vengar de sus agravios. Así igualmente se sustentaron una hora, estando todos atónitos de ver que bastasen cuerpos humanos a sufrir tantos y tan fuertes golpes. Cuando en más travajo le ponían cavalleros, Rorsildarán se enojava tanto que aumentava su fuerça, y dava más fuertes golpes cuando al parecer avía de estar cansado. Así lo hiço aquí que pasada la hora redobló sus golpes tanto que traía cansado a Caramante. Lo propio tenía ya Amán de Tría a Zarmón. A nadie pesava d’ello sino a algunos cavalleros vasallos del rey de Bayana, el cual dio un golpe al príncipe que fue tan turbado que perdió los estrivos. Bolvió en sí el encubierto griego y con furibunda saña cobra los estrivos, alça la espada y vase para el rey de Bayana y sobre el honbro siniestro descargó el golpe tal que hasta el coraçón le abrió, cayendo aquel cuarto en el suelo, a ora que Zarmón caía abierta la caveça. No ag<u>uardó más el rey Galebo que baxando a la plaça dixo:

– ¡Ó, valerosos cavalleros, en cuánto cargo os es toda Gebra! Pues la avéis librado de la mayor plaga que imaginarse puede. Suplícoos vengáis a palacio. Os pagará en algo el rey Galebo lo mucho que os deve, pues avéis 150v libertado a su hija y al más principal cavallero de su corte.

Ya los amigos se avían apeado y el de Tría quitándose el yelmo se hincó de rodillas y le pidió las manos. Como el rey lo conoció, con grande goço lo abraçó diciendo:

– ¡Ó, Amán!, ¿quién te libró, que a mí tal bien me hiço?El moro respondió:– Dé, vuestra magestad, las gracias a este cavallero que a él se deven. Él me libró y

mató las guardas del castillo de Tría y luego nos partimos y matamos las que defendían la libertad de mi señora y vuestra hija.

– ¡Ó, dioses!, –dixo el rey–, ¿y es posible que Xarcira es libre? ¡Ó, valeroso cavallero! y ¿con qué os podré pagar lo que os devo?

Con esto abraçó a Rorsildarán y con increíble alegría se fueron a palacio donde fue curada la llaga del de Tracia. El rey Galebo mandó enterrar a los jayanes y mandar hacer muchas alegrías y otro día fueron por la infanta Xarcira y la truxeron a la cidad con mucha honra. En efeto, por no me detener, digo que el rey Galebo la casó con el fuerte Amán, que todos gustaron d’ello y más los amantes. Hiciéronse fiestas como a tal acto se requerían; al cabo de un mes Rorsildarán se partió con mucho pesar de todos, quedando Amán obligado hasta la muerte.

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Capítulo XIIII. Cómo el príncipe Orisbeldo de Babilonia bolvió al Hondo Valle y cómo llevó a la hermosa infanta Sifenisba al reino de Tremisa.

No por las ocupaciones que el valeroso príncipe Orisbeldo de Babilonia avía

tenido se avía olvidado del verdadero y perfecto amor que a la muy hermosa infanta Sifesniba tenía y promesa que le avía hecho de bolver dentro de un año y, aunque era ya pasado y aún otro, se partió muy congoxado aquella noche cuando Miraphebo fue llevado por el savio, y en conpañía de Filiseno començó a caminar. Y una noche muy triste, porque no avía podido ir al tienpo señalado, 151r començó a quexarse tan recio que el príncipe Filiseno y Arento lo oyeron y yendo a él lo consolaron, mas no cesava de quexarse hasta que se durmió y soñó que le abrían el pecho y le sacavan el coraçón y que se tornava una paloma, la cual un grifo quería despedaçar y d’ello sentía tanto dolor que despertó y mandó a Arento que ensillase su cavallo y dixo a Filiseno que se levantase y puestos a punto començaron a caminar tres días. Los cavallos andavan tanto que ellos se maravillavan, al cabo d’ellos llegaron al Hondo Valle y a la puerta de la torre que al principio de la cuesta estava avía un gigante con el cuchillo en la mano todo sangriento, de lo cual muy alterado Orisbeldo se llegó a él y le dixo:

– Jayán, ¿qué haces aquí? ¡Déxanos entrar!– ¡Ó, vil cosa!, y ¿al gran Sardonio te atreves a decir tal?Con esto alçó el cuchillo y con él le dio un golpe que la caveça hasta la cerviz del

cavallo se inclinó. Estava el jayán a pie, por lo cual el furioso babilonio se apeó y sacando la spada dio a Sardonio un golpe que una rodilla le hiço poner en el suelo. Más furioso que un tigre se levantó el gigante y alçando el cuchillo hirió con él al hijo de Ariena de tal poder que manos y rodillas puso en el suelo. Con furibundo enojo se levanta el descendiente de Nino y echando el escudo en las espaldas dio al jayán un revés en la cintura que dando tres pies lo arrimó a una pared de la torre. Cobra el sitio el enojado gigante y con el cuchillo tiró una punta al babilónico amante que lo desvió de sí tres pasos. Buelve a su lugar el ofendido príncipe y da la repuesta a Sardonio, que la caveça hasta el pecho inclinó, asegúndale otro en un honbro que hincó una rodilla. Levantóse el airado jayán y con la potencia de Marte tira un revés al galán de Sifenisba a la cintura que por un lado le hiço poner la mano en el suelo, quedando con gran dolor. Endereçóse el babilónico príncipe y con el espada a dos manos començó a golpear al furibundo jayán. Estava admirado Filiseno de la braveça de la batalla, precíavase de tener tal príncipe y aconpañallo viendo su gran valor. En esto dio Sardonio <dio> 151v uno de sus acostunbrados golpes al hijo de Vepilodor que echando sangre por la boca puso las manos en el suelo. Allí le asegundó otro el jayán que el levantarse le prolongó por un rato. Mas no mucho, que levantándose hecho una viva ponçoña, con el espada a dos manos, hirió sobre el yelmo a Sardonio con tanta fuerça que lo derrivó en el suelo, echando sangre por la visera del yelmo. Estava tan turbado Orisbeldo pensando que dentro avía algún peligro que, así como vido al jayán en el suelo, no curó más d’él sino cogiendo la silla de un salto entró en la torre y en el portal vido algunos cavalleros muertos y haciendo cierta su sospecha dio de espuelas a su cavallo y como un rayo començó a abaxar por la cuesta. Tanta velocidad llevava el brioso cavallo que, aunque el de la cuesta era camino de día y medio, lo acabó en cuatro horas, al cabo de las cuales entró por el Deleitoso Valle y de un castillo vido salir un gigante con cuatro cavalleros y traían una hermosísima doncella. Estava tan de veras y al vivo retratada en su coraçón la muy hermosa figura de Sifenisba que luego conoció que era la que el jayán llevava. Iva muy triste, lo cual acrecentó la ira de Orisbeldo y sacando su espada dio a un cavallero un golpe que lo tendió en el

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suelo. Visto del jayán, sacó un cuchillo y con él hirió al amante, que lo hiço abraçar al cuello del cavallo. Enderéçase y soltando el escudo a dos manos dio la repuesta al gigante que le partió la caveça. No se puede decir el contento de la infanta de Tremisa conociendo en las armas a su cavallero que tanto amava y estava muy goçosa en que uviese venido a tal tienpo. En esto ya Orisbeldo avía muerto los cavalleros salvo uno y llegándose a su señora le pidió las manos diciendo:

– No mirando, mi señora, el hierro que é cometido, os suplico me perdonéis y me déis las manos para vesarlas.

– Si tan largo fuérades, señor Orisbeldo, en cunplir lo que prometéis como en pedir favores, vuestra querida infanta no uviera padecido tantos travajos, mas pues me avéis librado del presente yo os perdono con condición que me con<ten>téis 152r lo que os á sucedido.

– Si con tan poco discuento se perdona tan gran falta, mayor sería si no lo diese.Le contó lo que le avía acaescido y cómo era príncipe de Babilonia. Muy contenta lo

oyó Sifesniba y lo recibió por su cavallero, y deseando saver quié[n] era aquel gigante, Arento que ya con Filiseno avía llegado mandó que levantase uno de aquellos cavalleros y haciéndolo ansí le preguntaron quién era aquel jayán y a qué venía allí. Él respondió:

– Sabréis, señor, que estos gigantes son del reino de Numidia, circunvecino al de Tremisa. Es rey d’él un poderoso y fortísimo cavallero llamado Gorgiano. Éste se enamoró de la infanta Sifenisba, hija del rey Tarselo, y enbiósela a pedir, y dijo que tenía entendido que el jayán Bravosón la avía robado y la tenía en este Hondo Valle, que, si él la librava, se la daría por muger. Él fue muy contento pensando venir a librarla, mas fuele contraria la Fortuna que el rey Sardonio, gigante muy fiero que en la torre quedó señor de una ínsula, le levantó guerra, en la cual á estado entretenido hasta aora, que él por sus manos peleó con Sardonio. Estuvieron anbos dos horas en batalla y no pudiendo vencerse de cansados se apartaron y, mientras descansavan, agradado cada uno de la fortaleça del otro hicieron paces y confirmaron amistad y para mostrarla Sardonio se ofreció venir por la infanta, y con este su primo llegó esta mañana y él se quedó a guardar la puerta. Entrados nosotros acá, mató nuestro amo a todos los cavalleros y tomó a esta bella infanta y con ella se quería ir a entregalla al rey Gorgiano de Numidia y me parece que su intento salió en vano, pues vós se lo estorvastes.

Admirado quedó Orisbeldo y muy contento por aver venido a tan buen tienpo, començó a caminar al castillo donde hallaron a Delia muy triste porque el Cavallero de Cupido, su marido, estava muy mal herido y porque llevavan a la infanta Sifenisba, mas, cuando la vido, mucho fue alegre y desarmándose Orisbeldo estuvo con mucho contento goçando de continuos favores hasta que el Cavallero de Cupido estuvo bueno, que tardó algún tienpo. Deseando la 152v hermosísima infanta verse con su padre dixo a Orisbeldo que la llevase. Él fue muy contento y adereçando lo necesario él y Filiseno y el Cavallero de Cupido y su muger Delia con algunos escuderos se partieron y otro día por la mañana se les pusieron delante un cavallero alto de cuerpo y bien hecho con dos gigantes y seis cavalleros que le dixeron:

– Dexa la infanta, si no quieres dexar la vida. – Primero haré lo postrero que lo primero, –dixo Orisbeldo.Echando mano a la espada, hirió a dos cavalleros que lo[s] derrocó muertos. El

gran cavallero desenbainó su espada y con ella hirió al Cavallero de Cupido que lo derrocó sin sentido sobre las ancas del cavallo y dando otro a Filiseno le hiço inclinar la caveça hasta el arçón. Aunque recebía el babilónico amante terribles golpes de los gigantes, se quiso desenbaraçar primero de los cavalleros y así los mató, qu[e] visto de<l> un jayán dio un silvo, al cual salieron veinte cavalleros muy dispuestos y bien armados, los cuales cercaron a Orisbeldo y su conpaña. Viéronse en grandísimo peligro porque Filiseno y el de Cupido no podía[n] resistir al gran cavallero, cuanto más a tantos que avían venido y el de Babilonia no<s> podía ayudar porque se estava

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conbatiendo con los gigantes. Viendo en tan gran peligro a sus cavalleros, la infanta y Delia y sus doncellas començaron reciamente a llorar y no en balde, pues les vino a costar las vidas.

Capítulo XV. Cómo la bizarra y sobre todas hermosa Rubimante luchó con la amaçona reina Florazana y lo que más les sucedió.

Como el lugar donde estava la bellísima Rubimante era público, no pudo declarar

su pena, lo cual la hiço más acerva. Con mostrar la gravedad que avía mostrado, era tanto lo que amava a Belinflor que con ser la doncella que más amó en el mundo, aunque en 153r sus amores mucho tienpo vivieron, un punto no se le acrecentó; tan perfecto y entero era el que entonces tenía. Viendo pues apartar el batel de su querido quisiera mandar seguirlo si no diera nota; disimuló y la pena que avían de recebir sus ojos y lengua mostrándola con señales se pasó al coraçón, con lo cual fue doblada. Luego mandó a sus ninfas que la desarmasen y lo propio hiço la reina. Desarmadas las bizarras damas, las bellísimas columnas de fino cristal abiertas se vinieron la una para la otra y rodeándolas a sus hermosos cuerpos començaron a mostrar sus mañas y fuerças. Visto de Apolo tan estremado trance, deseoso de ganar algún favor, baxó de su cuarta sphera, anduvo buscando ocasión para ponerse entre ellas. Andavan tan juntas que, como indignos todos, no dexavan lugar, por lo cual juzgando la raçón d’ellas estuvo contentándose con mirallas, hasta que la que con raçón ganó la Palma de Palas, a cabo de aver travajado una hora, cayó con la reina, en la cual caída ganó alguna pequeña ventaja y contentándose ambas con lo hecho se levantaron y la princesa dio la orden de cavallería a la reina y armándose anbas por lo que acaecer pudiese se sentaron al borde y muy maravillada la reina de vella muger que, hasta entonces no avía advertido, por tener sus dorados cavellos cojidos en una red de oro y admirándose de su perfecta y sin par hermosura le preguntó quién era, a lo cual respondió lo que savía, que era más que el nonbre. Con la ligera velocidad que la galera caminava, a hora de sexta llegaron a un puerto donde la reina mandó sacar dos cavallos y saliendo a tierra con las ninfas Florisa y Midea començaron a caminar y Rubimante preguntó a la reina qué era el don que le avía otorgado. La amaçona dixo:

– Sabréis, valerosa dama, que estando yo en la cidad de Sonterra me vino a ver el sapiente Eulogio y me dixo que me partiese a buscar cavallero que me diese la orden de cavallería y que aquel le pidiese un do[n]. Vós me lo avéis otorgado y es que os váis conmigo a Sonterra y estéis allí y provéis 153v la primera aventura que a la plaça viniere.

– De muy buena voluntad, –dixo Rubimante.Y hablando en diversas cosas, aunque su memoria en una perseveró, que era en su

querido cavallero y tan suspensa la llevava esta amorosa imaginación que lo más de lo que la reina hablava no entendía. A cabo de poca pieça llegaron a un camino ancho pero muy deleitoso porque a las orillas avía muy frondosas arboledas; en el principio d’él avía una pequeña columna con unas letras, las cuales Rubimante leyó y así decían:

CUANDO LA FURIOSA LEONA, APARTADA DEL CORONADO LEÓN, CON LA BRABA ONZA A ESTE CAMINO LLEGAREN, SER LIBRE EL PERDIDO TIGRE ABRIENDO CAMINO A MÁS TRAVADOS RENCORES.

No entendieron el obscuro rótulo, antes picando a los cavallos querían entrar en el deleitoso camino, mas vino un aire tan recio que detuvo a ellos y los cavallos. Con más

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deseo les picaron más recio, mas no podían pasar adelante y muy enojadas se apearon y provaron a entrar y, aunque les fue muy defendido, con mugeril tesón vencieron la dificultad y entrando por el camino començaron a andar con mucho contento por la frescura del sitio, suavidad del aire, melodía del canto de las aves, hermosura de varias yervas, fragancia de diversas flores. En efeto por la perfecta delectación no anduvieron mucho seguras porque vieron venir contra sí dos poderosos salvajes. Una porfiada batalla tuvieron con las damas, al cabo de rato quedaron muertos y las victoriosas señoras pasaron adelante y no muy lexos vieron una gran casa de cristal; ante ella avía una fuente que con el armonía que el sonoroso ruido cayendo una agua sobre otra hacía. Estavan gustando d’ella una hermosa dama, en su regaço estava echado un cavallero de lindo parecer, de grave y hermoso rostro, de edad de treinta años; cabe ella estava una doncella de grandísima hermosura; tanta era que mirada 154r de repente era un traslado de Rubimante. Como los tres señores vieron las damas, se levantaron y se metieron en la casa de cristal y a cabo de rato salieron dos cavalleros armados de linda dispusición y sacando las espadas se fueron para las damas. Ellas enbraçaron sus escudos y juntándose todos se dieron tan pesados golpes que las rodillas hincaron; otros asegundan que casi se sacaron de sentido. No sucedió en el mundo más hermosa batalla porque los guerreros eran estremo de hermosura. Dio la reina Florazara un golpe a su contrario sobre el honbro siniestro que con dolor no pudo tener el escudo, mas ella recibió tal repuesta que Apolo la tomara por favor, que manos y rodillas puso en el suelo. Luego se levantó y començó fuertemente a golpear a su contrario. La bella Rubimante andava muy espantada de los golpes que recebía de su contrario y por ello acrecentava los suyos en esto. La amaçona reina se travó a braços con su contrario; eran iguales así en hermosura como fortaleça y andando luchando cayeron anbos y dando en el suelo saltó el yelmo de la encantada dama, quedando su rostro más hermoso que el de Apolo cuando las mañanas de primavera echa el resto de su gallardía. No se uvo mostrado cuando vino un recio viento que a la reina Florazara y a Rubimante y su contrario echaron fuera del camino, pareciendo ante él un cristalino muro que defendía la entrada. Las letras del padrón estavan mudadas. Viéndose fuera del encantamento el contrario de Rubimante, dando un suspiro dixo:

– Valeros[os] cavalleros, para agradecer y pagar el beneficio que me avéis hecho, os suplico me queráis decir quién sois y, porque estéis seguros de mí, saved que soy el emperador Rosendo de Rosia.

– Siento [que] por mi parte, esclarecido señor, no cunpliré lo que me preguntáis, suplícoos me perdonéis. Saved que yo soy una vuestra servidora, que no conozco padre ni madre salvo que me crié encerrada en el Castillo Encubierto, donde el valentísimo Cavallero del Arco hiço maravillosas cavallerías por librarme y andando por la mar encontramos esta preciada reina de las amaçonas 154v y caminando llegamos a esta ínsula donde nos á acaecido lo que avéis visto.

El emperador les dio las gracias de la cuenta que les avía dado y dixo más:– Si ay recaudo, valerosas damas, para que podamos salir d’esta ínsula, hagámoslo

y vamos a Rosia donde tendréis aquel inperio por vuestro.Las damas se lo agradecieron; y por no tener cavallo el emperador, las bizarras

damas no cavalgaron y así todos tres a pie començaron a caminar y llegando a la nave se enbarcaron. Y como las damas no vieron partir la galera con la ligereça que avía venido, mandaron a los marineros que endereçasen a Rosia y con mucho contento ivan todos, hasta que les sucedió lo que se os dirá.

Capítulo XVI. De lo que sucedió en la mar al emperador Rosendo y a las bizarras damas, por lo cual se partieron a Grecia.

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Usando de su inconstancia la varia Fortuna dio tal buelta a su voluble rueda que

pensando el emperador Rosendo que en Rosia será tan bien recebido como avría sido deseado, quería ir allá mas, si fuera, le costara la vida como aora oiréis. Otro día caminando la galera yendo el emperador admirado de la estraña y maravillosa hermosura de la gallarda Rubimante, no hartándose de mirarla, con lo cual le iva cobrando un amor perfecto, estando todos tres armados, vieron venir contra ellos una galera, al borde de la cual venían tres gigantes armados de hojas de acero y algunos cavalleros. Como llegaron cerca, los señores se pusieron los yelmos y los jayanes mandaron aferrar las naves y uno con ronca voz dixo:

– Rendíos, cavalleros, si no queréis esperar la muerte.La respuesta que le dieron fue sacar las espadas y herillos terriblemente. Como

acosados toros, sacaron sus cuchillos los gigantes y dieron sendos golpes a los cavalleros que la sangre por la boca les hicieron saltar. Acrecentóles la furia y así redoblaron sus golpes. No llevavan mejoría a los gigantes porque eran 155r muy valientes y usados en las armas, por lo cual se sustentaron media hora, al cabo d’ella los cargavan las damas y el emperador de tan fuertes golpes que los traían muy mal parados. Con todo eso se defendían muy bien hasta que, enojada la princesa de la hermosura de tanto detenerse, alçó la espada y con ella hirió al jayán sobre el yelmo, que anbas rodillas le hiço poner en el suelo y tirándole un revés le apartó la caveça de los honbros. En su lugar se pusieron hasta diez cavalleros y la començaron a golpear, mas la dama de Belinflor rebolvió entre ellos de suerte su victoriosa espada que a los seis tenía quitado las vidas, cuando el emperador Rosendo de un golpe quitó la vida al otro jayán. La reina Florazara algo corrida porque ella era la postrera y así con enojo hirió al jayán en un costado, que abrió camino para que saliese la bárvara ánima, aconpañada de un cruento liquor. Muy contentos acabaron de matar los cavalleros que quedavan y saltando en la nave la gente de servicio les pidieron merced de las vidas. Ellos las otorgaron y preguntaron quiénes eran aquellos jayanes. Fueles respondido que cosarios que andavan prendiendo cuantos hallavan y que allí tenían presos a muchos cavalleros. El emperador mandó que los truxesen ante él; y cuando vinieron, el enperador, conoció al delantero, que era de buen parecer, y díxole:

– Conde de Tiburcia, ¿quién os traxo a tal punto?Admirado el conde de que lo conociesen dixo:– Mi señor, decidme ¿quién sois que no os conozco sino para serviros?– Yo soy el emperador Rosendo.Con esto se quitó el yelmo y lo abraçó. El conde le besó las manos y le dixo

llorando:– Mi ventura, esclarecido señor, me truxo a tal punto que no puedo juzgar si es

buena por averos encontrado, que tanto avéis sido deseado, o si es mala, por salir de vuestra tierra y mía por la causa que salí. A vós, mi señor, no os cunple ir a Rosia porque no es vuestra.

– ¿Qué decís, conde? ¡Declaraos, no me tengáis suspenso!– Más valía estarlo, –dixo el de Tiburcia–, 155v que ser cierto de tan gran desdicha.

Saved que vuestro enemigo, el [duque] Bamasar, poco después que fuistes perdido, hiço gente, lo cual savido del rey de Sasia, vuestro fiel vasallo, juntó los más fuertes cavalleros del inperio y gran copia de bastimentos y se encerró en la fortísima cidad de Rusiana. Allí lo cercó el duque Bamasar y estuvo tres años; al cabo d’ellos el rey de Sasia, como valiente cavallero, lo venció y desbarató y él escapó huyendo y á tardado gran tienpo en juntar otro poderoso exército y abrá año y medio que con él bolvió a cercar a Rusiana y, como el rey en aquel tienpo se avía rehecho, se á mantenido muy bien hasta aora; abrá un mes que en ayuda del duque Bamasar vino el poderoso gigante Macandro que, como savéis, toda la Asia le teme. Trae consigo cuatro primos

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suyo[s] tanbién valentísimos, con la cual ayuda el duque Bamasar á hecho grandísimo daño tanto que, si el rey de Sasia no es socorrido, morira él y su gente. Y viendo yo esto me partí de Rusiana para venir a Grecia a demandar favor al emperador Arboliano que, según todo el mundo save de su virtud y nobleça, no lo negará, que como allá savíamos la perfección y potencia d’este príncipe nos movió a pedir a él antes que a otro favor; y esta mañana estos jayanes me prendieron, de lo cual me pesó en estremo entendiendo que avía de ser estorvo de mi jornada, mas pues tan glorioso fin tan travajosa prisión avía de tener, yo lo doy por bien enpleada.

Aunque tales nuevas dixo el conde de Tiburcia, el emperador Rosendo no mudó su grave senblante ni habló palabra de la guerra ni de Bamasar; sólo preguntó por la enperatriz Clarelia, su muger, y por todos sus vasallos, que de las damas fue reputado a sunmo merecedor de inperio. Y haciendo merced de aquella galera a un cavallero se pasó a la suya y mandó que tomasen la vía de Grecia y con buen tienpo llegaron al puerto de Constantinopla y mandó sacar el emperador cavallos que de la galera 156r de los jayanes los tomaron y subiendo con ellos el emperador y las damas y el conde de Tiburcia y las ninfas Florisa y Midea y algunos escuderos, y de un cavallero que andava por el canpo supieron que el emperador Arboliano estava en las selvas de Grecia y yendo allá caminaron dos días y al cabo d’ellos llegaron al encantamento de la emperatriz Ariomena y junto a él vieron sentadas muy hermosas damas principalmente dos, que la una parecía señora de estado; la otra, que más parecía y lo era hermosa, era la infanta Alphenisa, que cabo ella estava el hermoso Miraphebo que, como vido a los cavalleros, levantándose fue a ellos y les dixo:

– Sepamos, apuestos cavalleros, lo que mandáis para que se cunpla.La sobre todas hermosa Rubimante cuando de lexos vido al troyano entendió que

era Belinflor y viéndolo cabe aquella hermosa doncella començó a ser celosa, mas desengañada cuando llegó más cerca se admiró de la apostura del cavallero y mucho se holgava en vello y entendía que era hermano de su querido, y pareciéndole que lo tenía delante no quitava los ojos d’él. A lo que Miraphebo dixo, respondió el emperador Rosendo:

– Lo que nos mandáis, señor cavallero, cunpliremos delante del emperador Arboliano, por tanto decídnos dónde está.

– Muy presto vendrá, –dixo el de Troya–, y si sois servido de apearos, recibiremos gran merced que allí está mi señora la emperatriz Floriana.

– De muy buena gana, que no podemos dexar de besarle las manos, –dixo Rubimante, apeándose del cavallo y tras ella Florazara, la cual quitándose el yelmo, dexando caer sus hermosos cavellos a las espaldas se fue para la emperatriz y le pidió las manos.

Ella maravillada de verla muger y con armas se levantó; lo propio hiço Alphenisa y anbas la abraçaron. En esto llegó Rubimante y quitóse el yelmo mostrando la hermosura de su rostro que así escureció las demás como el sol a las estrellas. Atónitas la emperatriz y las demás damas la miravan. Ella pidió las ma[no]s a la emperatriz. Ella muy alegre le dixo:

– Venciendo a todas, 156v hermosísima dama, con vuestro rostro tanbién venceréis con vuestras manos y tiniéndolas victoriosas no avéis menester ningunas.

– Los victoriosos, –dixo la dama–, tienen mayor necesidad de ayuda porque están más aptos para caer por tener lugar más alto; y para ayudarme pido vuestras manos, pues vuestro merecimiento es firme.

La enperatriz la abraçó y así mismo la recibió con mucha alegría la infanta Alphenisa y le cobró muy grande amor. En esto se apeó el emperador; y Rubimante dixo a la emperatriz:

– Hable, vuestra magestad, a este cavallero que es emperador de Rosia.La hermosa Floriana lo recibió con la cortesía que era obligada y después todos se

sentaron para aguardar al emperador. El amor que la griega señora tomó a

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Rubimante no se puede decir, sino que fue tanto como el que tenía a Alphenisa, que era de verdadera hija.

Capítulo XVII. De lo que sucedió al Cavallero del Arco junto al reino de Numidia.

Apartado el príncipe Belinflor de su encubierto hermano Rorsildarán, iva con

grande enojo por no aver acabado la batalla, mas luego se le quitó acrecentándosele la pena de la ausencia de su dama, que no bastavan los consuelos del buen Filiberto para dexar reciamente de su ventura y del savio que no quería guiar el batel; no bolverlo pues podía. Con muy gran pena caminó tres días, al cabo d’ellos abordó el batel a un puerto donde Filiberto sacó a Bucífero y a su cavallo y subiendo en ellos el batel se hundió y ellos començaron a caminar y sin sucederles cosa que de contarse á, anduvieron dos días y al tercero andando por una floresta oyeron ruido de batalla saliendo al camino vio un gran cavallero y dos jayanes y veinte cavalleros [que] tenían cercados a tres; a una parte 157r vido muchas doncellas llorando y la hermosura de una le admiró y trayéndole a la memoria la de su señora porque le parecía. De los tres cavalleros, conoció Belinflor el uno ser su grande amigo Orisbeldo y viéndolo en tal peligro, enristrando la lança fue a un jayán y de suerte lo encontró que lo mató y echando mano a la espada enpeçó a dar fuertes golpes tanto que d’él huían, ya porque en poco espacio mató más de diez. Viendo esto Orisbeldo y conociendo a su amigo, tomó tanto ánimo que de dos golpes mató al gigante y meneando la espada priesa comen[ç]ó a derrivar. Viendo esto el gran cavallero a dos manos dio un golpe al Cavallero de Cupido que lo derrocó del cavallo y de otros dos golpes derrivó a Filiseno y dando otro a Orisbeldo le hiço abraçar al cuello del cavallo y yendo a Belinflor le dio otro que inclinó la caveça hasta la cerviz y dando de espuelas al cavallo como un torvellino se metió en la floresta. Cuando el furibundo griego se levantó para vengarse del golpe y no halló al cavallero fue muy enojado y no curó de seguirlo, mas en los pocos cavalleros que quedavan vengó su enojo. Hecho esto los dos amigos se abraçaron con mucho contento y yéndose para la infanta Sifesniba, Belinflor le habló muy cortésmente y quiriendo saver quién era el cavallero y gigantes lo preguntaron a uno, el cual dixo:

– Saved, señores, que aquel gran cavallero de las armas ricas es el rey Gorgiano de Numidia, el cual estando muy alegre aguardando el rey Sardenio que avía ido por la infanta Sifesniba vino muy triste y le dixo: «¡Ay, señor, perdidos somos! Savé que estando yo guardando la puerta del Hondo Valle vino un cavallero que me venció y lo propio avrá hecho de [mi] primo y éste creo que [á] de llevar a la infanta Sifesniba al reino de Tremisa, y se casará con ella. Por eso cogé veinte cavalleros de los mejores de tu cidad y estos gigantes, y sálele al camino y quítasela que yo me quedo aquí haciendo gente para lo que 157v menester fuere». El rey Gorgiano cunplió lo que Sardonio le dixo y así vino aquí; y esta mañana os salimos al encuentro y me parece que fuimos desdichados en que este cavallero aquí viniese.

Con esto calló y la infanta Sifenisba dio priesa a caminar por no verse en otro tal peligro. Por conplacerla lo hicieron los dos amigos y dentro de cinco días llegaron al reino de Tremisa y lo hicieron saver al rey Tarselo con el Cavallero de Cupido, el cual yendo a la cidad de Tremisa entró en palacio y besando las manos al rey le dixo:

– Poderoso rey de Tremisa, sabrás que, cuando tu hija fue robada por el gigante Bravosón, fue llevada al Hondo Valle y allí, aunque la servía en todo, en una cosa no le dava ningún contento y era que le sacrificava honbres y mugeres y así pasava tristísima vida en ver aquella crueldad. Acaeció que una doncella llamó dos cavalleros,

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los cuales mataron a Brusradión y a su hermano. Luego se partieron y el uno prometió a la infanta bolver dentro de un año por ella. No pudo cunplillo porque era príncipe de Babilonia y estuvo cobrando su inperio, que lo tenía perdido, y vino a tienpo que el gigante Sardonio y un primo suyo la querían llevar forçada para casarla con el rey Gorgiano y libróla d’este peligro y aora la trae a vuestro reino. Mirá si gustáis que entre.

– De que no entre me pesaría mucho y a vós, cavallero, por tan buenas nuevas os mando una cidad.

Y con grandísimo contento mandó a todos los suyos que saliesen a recebirlos, lo cual hicieron con mucho contento y llegando a la plaça el rey Tarselo lo primero que hiço fue dar las gracias a Orisbeldo y después hablar a su hija con palabras anejas a tal tienpo. Ella le dixo:

– Mi señor, a quien mas devéis es a este valentísimo cavallero porque más se siente el pesar cuando se á enpeçado a goçar de contento que viniendo sobre dolor. Vós avíades de saver que yo venía alegre, libre de tales peligros a vuestros reinos y os goçárades y si después os dixeran que forçada iva a reino estraño, 158r decidme qué sintiérades.

– Doblado pesar, –dixo el rey. – Pues d’ese, –dixo la infanta–, no solo<s> os á librado este valentísimo cavallero,

pero aún acrecentando la alegría por otra pena de por sí que recibiríades s[i] supiésedes la muerte de la causa de mi bien. Mirá lo que le devéis.

– Por cierto, mucho, –dixo el rey.Con esto habló a Belinflor y todos se fueron al palacio y aquel día hicieron alegrías

comunes y a otro enpeçaron unas justas y fueron los mantenedores Belinflor y Orisbeldo; de cuantos justaron con ellos ninguno los quedó en la silla a las primeras lanças.

Avéis de saver que metido el rey Gorgiano en la floresta no paró hasta la cidad de Numidia, que avía dos días de camino, llegado allá dixo a Sardonio lo que le avía acaecido y que, si no avía a Sifenisba en su poder, que no podría vivir. Sardonio muy enojado con quinientos cavalleros que tenía juntos y con el rey se fueron a un castillo que era el postrero del reino y confiava con Tremisa; allí se recogieron y para buscar ocasión para robar a la infanta enbiaron un cavallero a la corte del rey Tarselo para que les avisase de lo que pasava. En este tiempo viendo el rey de Tremisa la valentía de Orisbeldo y lo que le devía y ser tan gran príncipe y tan discreto quiso pagarle con darle a la hermosísima infanta Sifenisba por muger. Y consultando este parecer con los suyos, a todos les pareció bien y mejor a Orisbeldo cuando lo supo, que besando las manos por la merced que le hacía le pidió licencia para escrevirlo a su padre y regirse por su parecer. El rey fue muy contento y él lo escrivió al soldán Vepilodor y a la emperatriz Ariena y dando la carta a su escudero Arento mandó que la llevase a Babilonia y que volviese muy presto. El contento que la infanta Sifenisba recibió no se puede explicar y para mostrarlo mandó hacer exquisitas galas. Así mismo el rey Tarselo mandó hacer fuera de la cidad una gran plaça para justas, toda cercada de miradores muy bien adereçados y grandes. A cabo de los meses vinieron de Babilonia el rey Gridonio con muchos grandes y traían el consentimiento del soldán y grandes 158v y preciados dones de la enperatriz para la desposada. Fueron recebidos con mucha honra y otro día mandaron pregonar justas reales dando seguro a todo y para un día señalado concertaron los desposorios.

Capítulo XVIII. De la aventura que el esforçado príncipe Rugerindo sucedió en la mar caminando a la famosa España.

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Con deseo de ir a la ilustre España dexamos al esforçado Rugerindo partido de la

corte del rey Blahir y caminó ocho días; al noveno llegó a la orilla de la mar y se enbarcó en una galera con su escudero Arliso y porque el patrón lo llevase a España le dio gran cantidad de oro, con lo cual començaron su camino y con mucho contento por tener esperança de verse en tal tierra y entre tan buenos cavalleros y más le aficionava la fama de la virtud y nobleça del rey de Claristeo y de la alta cavallería que tenía en su corte. Un día caminando, a hora que el pastor de Admeto llevava a apacentar sus igníferos cavallos a los elíseos canpos, mientras él reposava en el húmedo lecho de su amada esposa, el príncipe vido de lexos una galera que parecía estar cubierta de luto y, aunque no estava cerca, con todo eso oyó que dentro davan dolorosos gritos y deseando seguirla para ver lo que dentro avía, porque el patrón lo hiciese de buena gana, le dio un rico anillo, que es cosa con que más se obliga a la gente de no alta condición. Con esto mudaron proa, bolvieron velas y hinchándolas en lleno el viento començaron a caminar hacia la enlutada nave. En su seguimiento fueron sienpre oyendo dolorosos gemidos hasta que otra vez la hermosa esposa de Tita bolvía a hermosear la tierra. Aunque la galera del príncipe caminava con mucha velocidad 159r era tanta la de la triste galera que no la podían alcançar, aunque ivan algo juntas. Ya el rubicundo Apolo, coronado de dorada corona esparcida, la mostrava por la oriental ventana esparciendo los claríficos rayos, adornando de hermoseado matiz la escamosa espalda del cerúleo Neptuno, trasvinando sus cristalinas aguas hasta el profundo suelo y allí con más fuerça reververando en la lúcida nácar criava las preciadas perlas, que mirando Rugerindo la galera que seguía oyó un horrísono estruendo de bastos y mal tenplados instrumentos. Su triste y rumoroso eco tanto el temor de la espantosa vista de la galera acrecentó que ninguno tuvo ánimo de mirarla; aunque con más deseo Rugerindo dava priesa que apresurasen los forçados, poniendo toda la fuerça de sus forçosos braços en los gruesos remos, para que con vigorosa fuerça forçada más apriesa caminase. A cabo de rato que el triste son en los anchos mares temerosamente resonava, aviendo forçado con la fuerça de su temor a los temerosos pesces a meterse debaxo de las marinas peñas sepultándose en la verde ova, el príncipe vido andar algunos peones solícitos haciendo en lisas piedras con forjado acero otro lastimoso son, el cual acrecentó el temor a los que gemían. Gran pena lleva el ínclito griego en ver que no podía llegar a la galera, aunque estava muy cerca, y entendiendo que la causa d’ello era lo poco que su nave caminava echó un batel en el agua y cogiendo dos remos saltó en él. El deseo que lleva de llegar a la temerosa nave en aquel inusitado oficio le hiço diestro porque lo hiço caminar tan velozmente que al viento excedía. Cuando más cerca le parecía estar tanto más se alexava la encantada galera porque era inposible llegar a ella. Pero no la perdía de vista. Cesó el horrísono estruendo, començaron con nuevo dolor los tiernos gemidos y advirtiendo vio por la bonba salir un arroyo de sanguinolento liquor, que las quietas aguas del mobible mar casi en rojo crudor las convertia, cercando la galera de crecida espuma 159v y matiçando sus negras tablas de no muy blancas anpollas. Más admirado quedó el nieto de Alivanto y entendiendo que dentro se hacía alguna fuerça más se acongoxó por llegar. Hiço cierta su sospecha ver que al borde se ponían unos peones tan feos y enormes como para tal ministerio se requería, los cuales con alborotada priesa sacaron seis degollados cuerpos, tres de doncellas y tres de cavalleros, los cuales ataron de los braços al borde dexándolos caer sobre el húmedo suelo de la mar, quedando a la vista un lastimoso y horrendo espectáculo. La corajosa ravia que ha esta hora entró en el coraçón del Cavallero de la Selvajina Dama no se puede creer. Estuvo determinado si más cerca estuviera de saltar. Él propio se deshacía pensando que por su mala diligencia aquella crueldad se avía hecho y con esto puso doblada fuerça en los remos, tanto que su galera lo perdió de vista. No mucho tienpo después

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se pusieron al borde dos gigantes armados de triste divisa, los cuales sacaron las caveças de los degollados cuerpos y al mástil las de las doncellas ataron por los dorados cavellos y las de los honbres por barvas, lo cual acrecentó la ira del perseverante griego. Caminando iva velocísimamente la desdichada galera y el hijo de Floriana no se cansava de seguirla y a ora de tercia vio que se cubría de una llama de fuego que el ancho mar con sus tendidos rieles ocupava; de sí echava temerosos relánpagos que con su ignífera claridad más temor ponían, aconpañávalos grandes y continuos truenos que el opaco aire con rumoroso ruido aconpañava el que hacían unas hinchadas olas que alrededor de la nave se levantaron. Lançava de sí espesos rayos que muchos en el batel del príncipe caían y algunos le davan, mas no le hacían mal sino ponelle temor del peligro; del cual [no] se amedrentó ni por él dexó de seguirla. Hasta hora de sexta turó 160r el ignífero cerco de la triste galera, a la cual despareció el fuego.

Capítulo XIX. Cómo siguiendo el esforçado Cavallero de la Selvajina Dama la Espantosa Galera llegó a la Ínsula de la Cruel Desdicha y cómo entró en el Castillo de la Dulçura Amarga.

Desaparecida la espantosa llama, la galera quedó como de antes; no mucho

después entró por un hondo río que de la mar salía. El príncipe la seguía algo apartado y entrando por el río vio que pasando la Encantada Galera por debaxo de un negro arco desaparecía. Él se llegó al arco y en un lado estavan unas letras que decían:

Ésta es la Ínsula de la Cruel Desdicha y se defenderá su entrada a quien la procurare; y si entra, le costará la vida, que el savio y gigante Abdón así lo dexó ordenado.

Leídas las letras, procuró entrar, mas por debaxo del arco se alçó una llama de fuego, en la cual parecieron tan feos y enormes figuras que a todos los del mundo defendería con espanto la entrada, sino aquel esforçado griego que avía tal coraçón que muy pocos le igualavan. Puso toda su fuerça por entrar por la llama y, aunque parecía dificultoso, a él no se le hiço, que al fin pasando se alló a la orilla de una ínsula, en la cual saltó y començó a andar. Vídola poblada de sepulcros, los árbores de calaveras, todo el canpo de huesos, los más árbores que se parecían eran tristes mirtos y fúnebres cipreses; debaxo de uno vido una doncella llorando y yéndose para ella le preguntó la causa; ella respondió:

– Es tan grande la causa que antes me faltara qué llorar que ocasión para hacerlo. Y sentaos aquí, os contaré la más desdichada aventura que se á visto, para que si podéis la remediéis.

Con esto Rugerindo se sentó y la doncella dixo:– Saved, cavallero, que esta ínsula se solía llamar la Deleitosa. Fue señor d’ella un

noble cavallero; éste tuvo un hijo, llamado Lauriano; éste se enamoró de una bizarra dama y gran señora llamada Sabina, enamorándose ella d’él fueron muy contentos anbos y concertaron de hablarse una noche 160v y en un huerto se juntaron y la dama dixo a Lauriano que si quería alcançar algo de ella que le otorgase un don; él lo otorgó y que le dixese lo que era para cunplirlo. Ella le dixo que lo que le avía prometido era la caveça de Armeedeo, su amo. Mucho le pesó a Lauriano lo que avía prometido por ser cosa tan fea como era quitar la caveça a su amo, que lo avía criado, pero amava tanto a la dama que d’ella se partió del todo concluso de ponello por obra. Tres días anduvo imaginando la forma cómo pondría por obra lo prometido, al cavo d’ellos

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mandó a un villano que en yendo a su eredad Armeedeo que le cortase la caveça; diole muchos dones con que lo redució a su voluntad y así lo puso por obra. Era Armeedeo cavallero muy principal y como tal avía criado a Lauriano desde pequeño; sintióse en toda esta ínsula su ausencia <su ausencia>, publicóse en duda su muerte y d’ella pesó a todos principalmente a Lauriano, el cual presentó la caveça a su dama y le preguntó que por qué le avía mandado aquello. Ella respondió que por ver si la quería. La Fortuna les quiso dar el pago de tan injusto hecho y se tuvo por bien pagada y fue que el savio Abdón los encantó en un castillo que aora se llama de la Dulçura Amarga porque en verse juntos la reciben y amarga como están en gran travajo. Hecho esto mandó a dos hijos suyos que tomasen a Euteria, hermana de Sabina, y a Rodupho el villano y les mandó que los tuviesen en gran tormento en el Castillo de la Dulçura Amarga y que de mes a mes los sacase por la mar y que les degollasen gente d’esta ínsula y para esto hiço una galera, en la cual andan seguros porque nadie puede llegar a ella. A más de un año que sucedió esto y, como todos están esparando la muerte, porque los gigantes hasta que no quede honbre ni muger an de proseguir su intento, y después matarán a Lauriano y a Savina y a Euteria y Rodupho. Por tan grande mal, como cada uno espera, se llama esta ínsula de la Cruel Desdicha, la cual á venido oy a por mí, pues an degollado una hermana mía. Mirá, señor, si tengo raçón 161r de llorar por mi mal y por el de tantos.

– Consolaos, señora, –dixo Rugerindo–, que con el ayuda de Dios se acavará oy esta desdicha, y decidme dónde es este Castillo de la Dulçura Amarga que quiero ir allá.

– Aunque váis, no podréis acabar la aventura porque no pueden ser desencantados sino con un anillo que los gigantes tienen y es inposible vencellos.

– No cuidéis vós d’eso, –dixo Rugerindo–, sino decidme dónde es el castillo.– Yo os llevaré, sólo por ver si os miente vuestra confiança.Con esto se levantó y con el griego començó a caminar y saliendo de aquella

floresta lo vieron en un llano; todas la almenas estavan pobladas de caveças, así de honbres como de mugeres, y llegando a la puerta la vio avierta y entrando con su conpañía fue a una sala que antes de entrar en el patio estava y dentro d’ella vio un cercado de gruesas rejas de hierro. No avía puerta y estavan tan espesas que no cavía un braço; dentro avía tendido un paño negro y sobre él echada Savina, abierto el costado y se le parecía el coraçón, del cual salían llamas de fuego. Con ella estava Lauriano llorando por ver a su querida de aquella [manera] y porque se estava quexando; y decía:

– ¡Ó, mi Lauriano! si no quieres acrecentar mi pena, no la recibas, pues este travajo lo tengo bien merecido que por hacer prueva de tu amor mandé cosa tan injusta.

– ¿Cómo, mi Savina, quieres que el tu Lauriano, pues saves lo que te ama, no reciba pena de la grande que padeces? Antes gustará aconpañarte en ella o por mejor decir padecella yo, porque tu fueses libre.

– Porque tú lo estés, me huelga de padecella, mi Lauriano, pues se me alivia en verte sin ella.

– No creas, mi querida, –dixo el galán–, que yo estoy sin ella pues la padezco mayor en verte así.

– Doblada me la dieras a mí, –dixo la lastimada dama–, si la padecieras y, pues me amas, no recibas pena que el tenella tú me la acrecentara a mí y no serían obras de amor.

Con esto se quexavan ambos tanto que al aventurero cavallero movía a conpasión y ella al deseo de quitallos de semejante pena. A otro lado de la sala estava una silla de fuego y en ella sentado el villano Rodupho quexándose reciamente y a otra parte estava Euteria en un estrado tendida atada de pies y manos y tanvién quexándose. De la sala salió el príncipe griego y entrando en el patio vio la galera que avía seguido con las caveças y 161v subiendo por una escalera a los corredores entró en una sala donde vido a los gigantes que le preguntaron lo que quería; él dixo que el anillo para desencantar al príncipe Lauriano y a la hermosa Sabina. Los jayanes le dixeron que

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antes moriría que se [lo] diesen. Con esto pidieron sus armas y en un punto se armaron y sacando sendos cuchillos se fueron para Rugerindo; él sacando la espada los esperó. Diéronle sendos golpes que las rodillas hincó en el suelo. No tardó en levantarse el furibundo griego y dando un golpe a un jayán lo matiçó las negras armas con roja sangre; asegunda otro a su hermano que una rodilla puso en el suelo. No se descuidavan los bravos jayanes de golpearlo y él de respondellos. Eran tan pesados los golpes que Rugerindo recebía que propuso no aguardallos mientras pudiese; con este propósito hurtava el cuerpo y los acerados cuchillos dando en el suelo de la sala todo el castillo hacían tenblar. Media hora duró la batalla sin conocerse mejoría y, como el duro acero de las armas no resistían los dulces filos de la espada por bravo e invencible braço regida, andavan los gigantes algo heridos, pero no tan cansados que mil veces no pusiesen en duda la batalla. Esforçóse Rugerindo tanto que con mucho enojo echó el escudo a las espaldas y, con el espada a dos manos, hirió al un jayán por debaxo la tetilla de revés que to[do] el cuerpo por allí le cortó. Enojóse tanto el que quedava que soltando el grande y acerado escudo, con el cuchillo a dos manos, hirió al griego en un honbro que aquella mano le hiço poner en el suelo. No se fue alavando el del castillo que el Cavallero de la Selvajina Dama le dio un revés que medio rodando lo arrimó a una pared de la sala. Cobra el perdido sitio con iracundo enojo el bárvaro jayán y, como si entonces enpeçara la batalla, así de nuevo golpe[a] al nieto de Alivanto. Esta batalla duró media hora porque el jayán era el más valiente y estava enojado con la muerte de su hermano y su fuerça aumentada. Con todo esto andava algo cansado pero cobrando ánimo, quiriendo poner el suceso de la batalla en un solo golpe, alçó los pies del su[e]lo y afirmándose 162r en las puntas alçó el cuchillo. Los presentes cavalleros temieron, hasta los más remotos sirvientes no se tuvieron por seguros; a todos se le mudó el color y estremeció el coraçón, sino a aquel que lo esperava; costóle caro que cayendo el cuchillo sobre el yelmo echando sangre por la boca y narices puso las manos y rodillas en el suelo y así estuvo un rato, tanto que dio lugar al jayán que reforçándose otro golpe le asegundase en las espaldas que el cuerpo le hiço juntar con el suelo.

¡Ó, caliginosa furia!, la que aora recibió nuestro griego que ni Alecto, Megera y Tisífone no se les podían igualar porque aún ellas en su Estigia laguna tremieron, levántase y, con el espada a dos manos, hirió al jayán. Si no estuviera tan furioso, lo matara porque ciego de cólera no miró a donde lo tirava que, si advirtiera y alçara la espada, muriera su contrario. Y como tan deseoso de vengarse, no vido la hora de executar su furia que fue con la espada más abaxo de las rodillas que anbas se las cortó, cayendo el jayán en el suelo. Como así se vido el gigante, furioso porque aquel encantamento no se acabase, quitó de presto la manopla y sacando el anillo se lo metió en la boca y lo tragó. No lo uvo hecho cuando sonó un trueno que todo el castillo hiço tenblar y tanto creció que los sacó de sentido y bolviendo en sí el griego Rugerindo se halló en su batel en el río, delante del negro arco, el cual por puertas tenía una espantosa llama de fuego. Ante ella avía un padrón con unas letras que decían:

Hasta que el postrer engendrado del invincible y coronado león en la encubierta leona salga a luz, publicando con sus terribles uñas la fiereça heredada, en conpañía de la mansa cordera despedaçadora del primer león aquí llegaren no se acabará el famoso encantamento de la Ínsula de la Cruel Dedicha, porque en sí tiene encerrado más precioso tesoro y mayor causa para ponerse en peligro que la que el aventurero pensava y porque el sepultado anillo es para mayores cosas no vino a sus manos ni vendrá a los de nadie sino a las de la [di]cha cordera.

Poco entendió del rótulo el Cavallero de la Selvajina Dama, mas muy claro vio que no se podía acabar aquel encantamento por entonces, por lo cual bolvió a remar 162v

hasta que salió del río y vido su galera ir algo lexos; él dio voces, a las cuales muy

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alegres todos la bolvieron y estando cerca el esforçado cavallero saltó dentro y mandó proseguir el camino a la ilustre España, mas no llegó allá tan presto como quisiera.

Capítulo XX. Cómo el emperador Arboliano de Grecia con grande exército pasó con el emperador Rosendo a socorrer al rey de Sasia en la cidad de Rusiana.

Hablando en diversas pláticas la emperatriz Floriana y la bella Alphenisa con las

gallardas damas Rubimante y Floraçara, y Miraphebo con el emperador Rosendo, los dexamos en las selvas de Grecia junto el encantamento de la emperatriz Ariomena de Alemania. Cuenta aora el sapientísimo Belacrio que a cabo de poco rato llegó el ínclito Arboliano de Grecia con los valerosos reyes Vepón y Brasildoro; como de lexos los vido, el famoso príncipe de Troya se levantó y por avisarles fue a ellos. Como el emperador lo vido, cuando llegó cerca lo abraçó que lo quería como hijo. Miraphebo dixo:

– Mi señor, saved que tenéis muy principales huéspedes, que están allí y son la reina Florazara de las Amaçonas y una dama de la más estremada hermosura que ay en el mundo, –no nos quiso decir quién es, sino que se llama Rubimante–, y el emperador Rosendo de Rosia y el conde de Tiburcia.

– ¿Cuándo vinieron?, –dixo el emperador. – Esta mañana.Y muy alegre se apeó y se fue acia la junta. El emperador Rosendo se levantó y le

hiço un acatamiento y el de Grecia dixo:– Sepa yo, esclarecido señor, a quién te[n]go que agradecer la merced que se me á

comunicado con vuestra presencia. – Soberano príncipe, en venir yo a vuestra corte recibo merced y esta la devo

primero agradecer a la obligación que con vuestra virtud tenéis vós puesta a todos, y luego a mi mala dicha aunque buena la puedo llamar, pues á sido ocasión que yo conociese vuestra real 163r persona. Saved que abrá quince años que me encantaron y aora pocos días estas valerosas damas me libraron y caminando por la mar para Rosia encontramos este conde que nos dixo que el rey de Sasia estava en la cidad de Rusiana cercado de un poderoso enemigo, que á muchos días que lo es y aunque es duque en toda Asia no ay rey que en poder le haga ventaja y que él venía a pediros socorro, que confiando en vuestra virtud avía salido. Yo me vine con él para conoceros y serviros.

– Poderoso señor, –dixo el de Grecia–, del pesar que ese duque os á dado me pesa y me huelgo que se aya ofrecido ocasión en que poder serviros y, porque el caso no requiere tardança, bueno será irnos a Constantinopla.

En esto llegó la bellísima Rubimante y habló con muy graciosa gravedad al emperador, el cual admirado de su estraña hermosura, la recibió y así mismo la reina Florazara. Presto se adereçaron cavallos y palafrenes y subiendo en ellos començaron a caminar. La bella Rubimante tomó de rienda a la hermosa infanta Alphenisa y le dixo:

– Mi señora, aunque este vuestro cavallero no merezca la merced que así se le comunica, suplícaos que miréis que sólo por ser vuestro amante merece este lugar.

– Preciado cavallero, –dixo riéndose la infanta de Tesalia–, mira cómo escogéis que, aunque merezcáis mucho, por decir vós que sois mío no avéis tan determinadamente de escoger lugar, porque no <no> savéis cómo baxaréis d’él.

– Antes, mi señora, lo escogo, –dixo Rubimante–, porque tiniéndoos al lado estoy seguro de caer.

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– ¡Jesús!, –replicó la infanta–, tan confiado estáis de mi firmeça, pues mira que estáis a punto de caer, porque lo estoy de pasarme a otro lado.

– No merece mi fee tal disfavor, –dixo la bella dama–, por tanto mi amor no os mueva a eso que desdoraréis vuestra fama y abrá pocos que os sirvan pues cobráis nonbre de cruel.

– De que me sirvan pocos, estoy segura, –respondió Alphenisa–, pues a pocos se dexa de comunicar la potencia de amor.

En estas y otras pláticas ivan hablando con mucho contento, aunque dentro de sí poco tenía Rubimante por estar ausente su amado; algo su voluntad se satisfacía con la presencia de 163v Miraphebo, pero su verdadero amor no se contentava. Ella preguntó a Alphenisa quién era. Ella le respondió que no lo avía querido decir o que no lo savía, y díxole que era conpañero del más famoso cavallero del mundo, la fama de cuyos hechos por toda Grecia andava muy pública y que era el del Arco. Mayormente gustava de vello Rubimante después que supo esto.

Llegando a Constantinopla entraron en el palacio, de cuya riqueça y hermosura todos los estrangeros se admiraron; aquel día reposaron con mucho contento y el emperador Arboliano tomó tanto amor a Rubimante como si conociera que era su hija y con mucho comedimiento le ofreció su corte para el tienpo que fuese servida. La bella dama aceptó la merced con mucha alegría. Otro día el griego señor mandó al rey Brasildoro que juntase treinta mil cavalleros, todos muy bien armados de lucidas armas y en buenos y holgados cavallos. Como eran tan belicosos los griegos, que no estavan sosegados sino cuando oían el rumor de las tronpas bélicas y el sonoro estrépitu de los retunbantes pífanos y caxas, cuando oían las martilladas y el ruido que forjando armas se hacía y lo estavan deseando, como otros desean solaces y placeres, no uvieron oído el mandado del emperador cuando antes de veinte días ante la famosa cidad se pusieron más de cincuenta mil cavalleros y escogiendo el número que el emperador avía <auia> mandado, los otros se bolvieron no contentos por ir a goçar de descanso y quietud, sino corridos por no ir. Ya estava a punto una flota tan bien adereçada que en ello y en la presteça de hacerse se echó de ver el gran poder del famoso e ilustre Arboliano. No quisieron detenerse un punto y así se enbarcaron los emperadores de Grecia y Rosia y los reyes de Tesalia, Numancia y Antioquía en un<a> gran galeón, tan rico que merecía tener en sí tales príncipes. Las bizarras Rubimante y Florazara con Florisa y Midea y otras muchas doncellas entraron en otra galera junto la principal, 164r y en otra que les tenía conpañía entraron Miraphebo de Troya y don Fermosel de Antioquía, Floraldo y Grilando, Friseleo y el gentil Briçartes, con otros preciados cavalleros. Estando todos dentro alçan áncoras, tienden velas y toman los remos y con inumerables instrumentos que en el ancho mar resonavan se entregaron a la Fortuna, quedando la enperatriz Floriana e infanta Alphenisa muy tristes y rogavan a Dios les diese victoria y los truxesen con bien. Ocho días con favorable tienpo caminaron y al noveno se le levantó un recio viento. Todos entendieron que les estorvaría el camino, mas fue al contrario porque les ayudó tanto que al décimo tomaron puerto. Y sin hacer ruido sacaron sus cavallos y començaron el emperador Arboliano y el rey Arlandro a concertar las haces; hicieron tres y la primera dieron al emperador Rosendo y con él ivan las viçarras damas; la segunda dieron al rey Vepón y a Brasildoro de Numancia; la tercera tomaron para ellos en conpañía del valentísimo Miraphebo y don Fermosel y los demás ya dichos. Con mucho concierto caminaron dos días, al tercero llegaron cerca de Rusiana y vieron venir contra ellos un formado exército y puniéndose a punto los unos y los otros partieron a encontrarse. Este exército era del duque Bamasar que, como fue certificado de corredores que venía aquel exército y en las vanderas conocieron ser de Grecia, bien vido que no venía en su favor y quísoles salir al encuentro y de cuarenta mil conbatientes hiço cuatro haces: la primera dio al gigante Macandro, y las otras dos a Bureneo y Sargono, primos de Macandro; la cuarta tomó para sí con otros dos gigantes. Viéndose pues juntos, el gigante Macandro movió su haz contra la del

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emperador Rosendo, adelantáronse a encontrar el jayán y dos fuertes cavalleros con el de Rosia y las biçarras damas. Hicieron las lanças pieças; el gigante pasó sin hacer ningún revés y el emperador se abraçó al cuello del cavallo. Rubimante y Florazana encontraron los cavalleros que muertos 164v los derrivaron. Con tanta fuerça los demás se juntaron que más [de] cuatro mil perdieron las sillas y casi dos las vidas. Entran las valerosas señoras, las espadas en las manos haciendo tal estrago que presto se hicieron temer, tanto escarmentavan de sus bravos golpes que d’ellas huían. Si uviera dos docenas de cavalleros en aquella haz como ellas, presto vencieran a sus enemigos, pero ¿qué aprovecha que lo que ellas hacen perder por una parte recupera el gran Macandro por otra? Mata, derriva, asuela, despedaça, raja, parte y hunde todos los que se le ponen delante con un acerado cuchillo, que otro no lo podría alçar. Tanto lo temieron y con raçón que ya d’él huían. Discurriendo por la batalla vido al emperador Rosendo con la espada y el braço tinto en sangre de los muchos que matava y con grande enojo cogió una lança y de tal poder lo encontró que por las orejas del cavallo lo echó en el suelo y encontrando a la reina Florazana tanvién la derrivó; al momento los cercaron multitud de cavalleros y los pusieron en gran peligro; murieran si la valerosa Rubimante no los socorriera tan bien que les hiço cobrar las sillas, de suerte que se puede decir que después de Dios ella les dio la vida. Toda ella le duró al enperador este reconocimiento. Mientras el emperador y reina estavan a pie, los griegos perdieron el canpo, lo cual visto de los reyes Vepón y Brasildoro movieron con su haz. No ayudaron nada porque Bureneo movió con la suya y así se entretuvieron. El esforçado rey de Tesalia mató al gigante Bureneo, por lo cual su haz enpeçó a enflaquecer y visto de Sargono con sus cavalleros entró en batalla. Poco estuvo en ella porque el numantino señor le quitó la vida. Aunque eran más pocos los griegos, eran más esforçados y valientes y así se mantuvieron una hora contra sus contrarios. Herían de tan buena gana los principales reyes y las damas con el emperador que a los del duque ponía espanto, 165r a lo cual ayudó la poca ayuda que de buenos cavalleros tenían y el desconc[i]erto con que andavan, como no tenían caudillos, y lo que más hiço para que perdiesen el canpo era ser gente común y que no temían ni devían. Como Macandro vido enflaquecer tanto los suyos, dávales voces que se detuviesen y él hacía cosas increíbles. No aprovechava que el temor de ofender a su rey no reinava en ellos sino el de la muerte, y así començaron a retirarse. No aguardó más el duque Bamasar que echando el bastón dio de espuelas a su cavallo, se metió por medio de los griegos. No tardó en mover el ínclito emperador Arboliano con su ilustre conpañía y llegando a la batalla entraron como leones, tanto que del primer encuentro derrivaron más de seis mil. Entra el descendiente de Tros con su espada en la mano matando tantos que por do pasava dexava montones, pues qu’el espejo de la cavallería, padre de la cunbre y remate d’ella, hacía tan altas y maravillosas cosas que apenas se pueden creer. Viéndolo Bamasar con sus dos gigantes cogieron sendas lanças y lo vinieron a encontrar; dos le acertaron, mas no lo movieron; sacan los gigantes sus cuchillos y diéronle sendos golpes que abaxó su indomada cerviz hasta la del cavallo. Terció Bamasar con tanta fuerça que lo hiço abraçar al cuello de su portador. Enderéçase el ínclito Arboliano y, con la espada a dos manos, hirió a un gigante sobre el yelmo que hasta el pecho lo hendió y dando otro a su conpañero lo derrivó del cavallo medio muerto; terció otro a Bamasar que lo sacó de sentido y no se detiniendo allí como un rayo abre camino con su rigurosa espada para ir donde gustava. Buelto Bamasar en sí, con el espada a dos manos, se fue para el emperador Rosendo porque lo vio matar muchos cavalleros y con el enojo que llevava lo hirió, que la sangre le hiço saltar por la boca y narices. Da el de Rosia la respuesta a Bamasar en un honbro que pasándole las armas le hiço una espantosa herida y lo derrivó en el suelo, donde 165v miserablemente acabó la vida. Andando por la batalla el digno nieto de Héctor, mostrando con su valor la alta sangre de do venía se encontró con el furioso Macandro que aviendo duelo de los que matava alçó la espada y con ella le hirió, que le hiço inclinar la caveça. Diole el jayán la repuesta tal que le hiço saltar la

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sangre por la visera del yel[mo]; más furioso bolbió el amante de Alphenisa y con brava furia dio un golpe a Macandro que en el muslo le hiço una herida; no se quedó sin repuesta. Un cuarto de hora se estuvieron golpeando muy fieramente tanto que algunos no peleavan por mirallos, al cabo d’él enojándose el valeroso troyano hirió a Macandro en un honbro, que el cuarto delantero le derrivó en tierra. Faltó a los bárbaros el ayuda de sus dos principales caudillos: duque Bamasar y gigante Macandro. Aumentóseles contra ellos el esfuerço de los belicosos griegos; apoderóse d’ellos el temor de la cercana muerte; púsoseles delante el travajo que se les ofrecía si a prisión se davan; dioles alas el ver que no avían de dar cuenta a nadie; representóseles el alegría de verse libres de [a]quel peligro; sirvió de espuelas el deseo y para cunplirlo las pusieron a sus cavallos y començaron a huir. Es tan perseverante la Fortuna en su mutabilidad que cuando enpieça a perseguir no sabe acabar. Usó d’esta injusticia con los amedrentados cavalleros y tomó por ministro al rey de Sasia, el cual, como vido alçar el real al duque Bamasar, enbió un cavallero que fuese tras ellos a ver dónde ivan; así lo hiço y les siguió hasta que començaron la batalla con los griegos. Como esto vido, se bolvió al rey y se lo dixo. Él esforçándose y animando los suyos juntó cuatro mil muy bien armados y con ellos salió de Rusiana con propósito de herir a sus enemigos por las espaldas y llegó a tienpo que ya huían y dando de nuevo con ellos no escapó ninguno. Acabada la batalla el 166r enperador Rosendo [...] al de Grecia y hiço muestras de besarle las manos diciendo:

– ¿Con qué, valeroso señor, podré yo pagar tal bien como este?, aunque toda mi vida os reconociese por señor, no bastaría, pues a vós como a más principal devo el ser emperador.

– Dexadas aparte las palabras con que esas se an de agradecer, esclarecido señor, –dixo el de Grecia–, a quien devéis la victoria y el ser emperador es al Sunmo y Poderoso Dios que usando de misericordia á querido ayudarnos, sin cuya voluntad no se hiciera nada porque reina sobre todos los mundanos poderes.

– Mucho deseo tengo, –dixo el de Rosia–, de servir a tan gran señor, por tanto abríme camino para ello.

– El tienpo que avéis dexado de hacer, –lo dixo el griego–, avéis andado errado y, aunque no fuera sino por reduciros a su servicio, el travajo de rodear el mundo diera por muy bien enpleado, porque es señor que servicio de todos los humanos merece.

Con esto se juntaron con la[s] viçarras damas y los demás cavalleros y se fueron a Rusiana. El alegría con que fueron recebidos no se puede decir porque el alegría de tan deseada victoria sobre tan prolixo peligro y el de la venida de su señor sobre tan larga esperança y tristeça de su ausencia más es para considerarla que para decirla.

Capítulo XXI. Cómo el príncipe Rugerindo llegó al reino de Numidia y lo que allí le sucedió.

Ocho días caminó Rugerindo en su nave acia la belicosa España y al noveno

corrió un viento, con el cual la mar començó a enbravecerse y visto de los marineros cuando suvían a recoger las velas vieron algo lexos tierra y muy alegre[s] guiaron la nave y con mucho travajo llegaron y echan áncoras. Saltó Arliso en un batel y sacó los cavallos y saliendo a tierra los adereçó y después de aver salido Rugerindo subió en el suyo y començó a caminar, lo cual 166v hiço todo aquel día sin acaecerle cosa que de contar sea, no más de que supo que aquella tierra eran los fines del reino de Numidia y de Tremisa. Aquella noche se metió en una seca floresta que lo estava por ser hivierno y quiriendo reposar no pudo porque hacía mucho frío y por calentarse algo se levantó y començó a pasearse y no muy lexos oyó hablar y, para ver quién era, se llegó

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algo cerca y vido un cavallero que tiernamente se quejava y par d’él estava un jayán que le decía:

– Señor Gorgiano, no os congoxéis que, mientras yo viviere, no dexaréis de llevar a la hermosa Sifenisba, que mal enpleada estará en otro y agravio se os hace en no entregárosla, pues la pedistéis al rey Tarselo. Mas saved que no pasará adelante tal agravio.

– Bien entiendo yo, –dixo Gorgiano–, rey Sardonio que con vuestra maña y fuerça todo se acabará si no estuviese de por medio aquel valentísimo Cavallero del Arco, que me parece que tiene valor para defender a mi amada Sifenisba de todo el mundo y, si uviera quien lo resistiese y entretuviese en batalla, saldríamos con el hecho, porque en tanto que está ocupado podremos nosotros llevarla, porque todos los demás no son cavalleros de cuenta.

– Yo ni vós no podemos aver batalla con él porque no saben nuestros cavalleros lo que an de hacer.

– Por esto me quexo, pues casi me parece inposible si él no se quita de por medio. – Pues, rey Sardonio, si no saco a Sifenisba y la tengo en mi poder, ¿cómo tengo de

vivir?Oído esto por Rugerindo, movido a conpasión del rey Gorgiano, propuso de

ayudalle y aver batalla con aquel afamado Cavallero del Arco. Se puso delante del rey diciendo:

– Todo lo que avéis dicho, preciado rey, é oído y por vuestras palabras entendido que se os hace alguna fuerça en quitaros alguna dama y que tenéis propósito de cobrarla y os es grande inpedimento el Cavallero del Arco; pues no tengáis pena pues Dios os l’á remediado en ese particular que con su ayuda en vuestro favor pienso resistillo y, aunque tenga tan alta bondad como avéis dicho y en mí no la aya tanta, como tengo 167r de mi parte la justicia, haré contra él cuanto pudiere.

No recibió el rey Gorgiano mayor contento en su vida porque, aunque de la fortaleça del cavallero no estava certificado, la comedida habla, ricas armas y gentil dispusición y, sobre todo, el ánimo que mostrava le hiço creer que era valiente; y le dixo:

– Pagar tal ofrecimiento, comedido cavallero, como cosa inposible lo dexo aparte y, si queréis conbatiros con el del Arco, yo os certifico que tenéis justicia porque amo entrañablemente a la dama y ella no gusta poco. Aora el rey su padre la quiere casar, por lo cual con el sentimiento que podéis pensar me partí con el rey Sardonio y quinientos cavalleros a procurarla por todas las vías posibles.

– En todo os ayudaré y serviré, –dixo Rugerindo–, y sepamos cuándo á de ser ello y de qué parte la emos de sacar.

El rey Gorgiano le respondió:– Saved que su padre, el rey Tarselo, la casa con un cavallero que es de Babilonia y

para celebrar el desposorio á mandado pregonar justas reales, dando seguro a todos y, porque quepan muchos cavalleros en la plaça, á mandado hacer una fuera de la cidad, cercado de muchos miradores y en ellos á de estar la infanta Sifesniba. La manera que emos de tener será que cien cavalleros, los mejores, entren de [dos] en dos a justar y algunos solos y, como vayan los mantenedores derrivando, se pongan a una parte y luego entréis vós y pidáis batalla al Cavallero del Arco, que es uno de los mantenedores y, cuando estéis en ella, os irá a ayudar un mi primo, si menester fuere; y en tanto entraremos el rey Sardonio y yo en la plaça y luego se juntarán nuestros cavalleros y allí haremos lo posible que, antes que los del rey se armen, avremos salido de la plaça donde nos estarán esperando los cuatrocientos.

– Bien me parece, –dixo Rugerindo–, pero sepamos a qué venís solos a tal tienpo para aquí.

A lo cual Sardonio dixo:– Para llegarnos a Tremisa y desde allí avisar cuando sea tienpo a nuestros

cavalleros y vamos solos por no seamos sentidos.

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Con esto quedaron hablando en diversas cosas el tienpo que de la noche quedava y lo pasaron muy mal a causa del mucho fresco que hacía; y venida la mañana se levantaron y començaron a andar 167v.

Capítulo XXII. Cómo los desposorios del príncipe Orisbeldo de Babilonia y de la hermosísima infanta Sifenisba de Tremisa se celebraron y las justas se hicieron y lo que en ellas sucedió.

Ya el roxo Apolo avía acabado de andar por la línea más remota a nuestra esphé-

ride y se iva acercando al punto de su jornada, cuando más la tenperie celestial se muestra un día, cuando mostrava su hermoso rostro, amaneció en la cidad de Tremisa con el mayor contento y regucijo que se vio. Andavan toda la gente común que saltava de goço y a él les movía el sonoro estruendo que los clarines y dulçainas hacían, andando por las calles más secretas, que parecía hundirse la cidad. Andavan las solícitas damas puniéndose y adereçándose vistosas galas y preciados joyeles para acrecentar su hermosura, con lo cual avía en sus casas otro alborotado ruido. Andavan los cuidadosos cavalleros adereçando sus armas, herrando sus cavallos y forjando escudos, que era el más sonoro y para los esforçados deleitoso ruido que avía. En palacio era el contento más crecido; salió Orisbeldo vestido de encarnado cuchillado sobre gasa de plata, todo el vestido cuajado de asientos de oro, perlas y piedras. Salió la muy hermosa Sifenisba vestida de tela de oro cuaxado de unas gruesas piñas de rico aljófar. A la usança gentiliça fueron desposados y después de comer fueron a los miradores y en uno se sentaron la infanta y todas las damas que parecía entre ellas como la luna entre las estrellas; en otro se pusieron el rey Tarselo y el rey Gridonio y el príncipe Orisbeldo y todos los grandes. En esto entraron en el palenque los mantenedores, que era el príncipe Belinflor y el príncipe Filiseno y el valiente Atilano, conde de Midrea, sobrino del rey Tarselo, primo hermano de Sifenisba y tenía una hermana con ella, llamada Cleophenia. Entrados en la tela, Belinflor enpeçó a justar con muchos cavalleros de la corte, 168r pero ¿qué ay qué decir d’él, que más de cuarenta derrivó a las primeras lanças, sin hacer ningún desdén? Cavalleros avía en la plaça, aventureros y cortesanos, mas ninguno se puso contra él porque estavan amedrentados, por lo cual se apartó afuera y se pusieron Filiseno y Atilano; a todos cuantos se les pusieron delante derrivaron. En esto enpeçaron a entrar los cavalleros del rey Gorgiano, mas los dos mantenedores los derrivaron y estando todos admirados de la bondad de los dos vieron entrar un cavallero de la más linda dispusición que allí avía, armado de unas armas blancas con infinitas piedras de muchas colores orladas y en el escudo pintada una dama en trage de salvaje, de la más bella hermosura que se vio. A todos tanto suspendió la vista d’ella que como si cosa del otro mundo uvieran visto. Tomando pues una lança, entró en la tela y contra él se puso el valiente Atilano y dando de las espuelas en medio de la carrera se encontraron, que las lanças hicieron pieças. El Cavallero de la Selvajina Dama pasó tieso, mas Atilano por las ancas del cavallo vino al suelo. Grande fue la bocería que se levantó con la caída de Atilano. Luego se puso Filiseno de Lucea y encontró al aventurero, mas no lo meneó. Él fue encontrado de suerte que la silla entre piernas vino al suelo. Muy admirado Belinflor se puso contra el cavallero y dando de espuelas a sus cavallos se partieron a encontrar.

Ahora, hermosa Ninfa, era cuando me avíades de dar un favor, con el cual tomando ánimo –que el vuestro para más basta– dignamente pintase tan famoso encuentro.

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Ivan los cavallos de los dos luzeros de la cavallería con tanta velocidad que atrás dexavan el pensamiento. Hacían tal estrépitu con sus pies en el canpo que parecía aquel que los vientos encontrándose en la aérea región; no pudiendo forçarse, buelven acia tras, forçando a tremer los afligidos coraçones. En medio de la carrera executaron sus encuentros que las lanças hechas menudas rajas por diversas partes se perdieron para más entender el valor de los guerreros, los cuales pasaron el uno por el otro sin menearse. Admirado cada [uno] de la fuerça de su contrario, bolvió a tomar lanças y otra vez se encontraron; pero ninguno se meneó, 168v lo cual, visto de Rugerindo, se llegó a Belinflor y le dixo:

– Valeroso cavallero, salgamos de la tela porque si sucediere algo que hagamos nuestro gusto.

Bien lo entendió Belinflor y no le pesó de tener con él batalla aunque por su valentía mucho se le avía aficionado y tomando una lança salió de la tela. Lo propio hiço Rugerindo y puniéndose el uno contra el otro partieron a encontrarse. Atentamente lo miravan todos, que no osavan pestañear pensando que en aquel pequeño espacio perderían de ver el [en]cuentro. Estavan los desconocidos hermanos muy enojados; pusieron toda la fuerça y maña en los encuentros, que fueron tales que Bucífero puso las ancas en el suelo y, si él y su amo no fueran los mejores del mundo, anbos cayeran. El cavallo de Rugerindo se enarmonó y se quebraron las cinchas, por lo cual la silla resbaló por las espaldas y cayó llevando las riendas. Muy enojado se levantó y viendo que para su hecho era menester cavallo lo pidió a un cavallero del rey Gorgiano, el cual se lo dio y subiendo en él, desenbainando su espada y enbraçando su rico escudo, se fue para Belinflor que ya estava apercebido. A una se dan tales golpes que con el retunbar de los yelmos hicieron estremecer los coraçones de los más esforçados.

¡Ó, cuán atento estarás, potente Marte, mirando los dos principales capitanes de tu airado bando! Cierto, la batalla era digna de mirar: era el uno la flor de la cavallería y el otro su hermano, ¿pues qué tal sería? Dio Rugerindo un golpe a Belinflor que la caveça hasta el arçón otro le asegunda, que lo sacó de sentido apartándolo Bucífero de allí. Atónito quedó el desposado Orisbeldo de la fortaleça del Cavallero de la Selvajina Dama y de furioso, no advirtiendo lo que decía, pidió sus armas. Estava fuera de sí, pensando que su amigo fuese muerto viéndolo que no bolvía y así no bastaron las palabras del rey Tarselo ni del rey Gridonio para que se dexase de armar y saltando del cadahalso subió en un cavallo. Ya Belinflor avía buelto en sí y, con la espada a dos manos, hirió a Rugerindo que le hiço abaxar 169r la caveça hasta el arçón; tírale un tajo por un lado del yelmo que de esotro lo derrivara, sino que con la cólera terció con tanta presteça un revés que, como ya iva cayendo, lo bolvió a endereçar. En esto entraron e[n] la plaça el rey Gorgiano y el gigante Sardonio y, como los cavalleros los vieron, poco a poco se ivan llegando a ellos y al mirador de Sifenisba. Hacíanlo tan despacio y con tanto descuido que nadie advirtió en ello, así por lo dicho como por ver la batalla. En esto el príncipe Orisbeldo estava [mirando] con mucho gusto a su señora y vio que todas las doncellas enpeçaron a dar gritos y era que, llegado el rey Gorgiano a los miradores, se apeó y subió por la escalera y el rey Sardonio se puso al pie y todos los cavalleros le cercaron con sus espadas en las manos. Visto de Orisbeldo echando mano a su espada se fue para los cavalleros y enpeçó a matar tantos que llegó al pie de la escalera y quería subir, mas halló delante el bravo Sardonio que lo detuvo, tanto que el rey Gorgiano tuvo lugar de tomar a la hermosa infanta Sifenisba y con ella baxar del mirador y subir en su cavallo. Allí fueron los gritos de las doncellas, el alboroto de los cavalleros y turbación de los reyes. El príncipe Filiseno y el valiente Atilano echando mano a las espadas se metieron entre los cavalleros matando cuantos topavan. Estava Orisbeldo entretenido con Sardenio y así no pudo detener al rey Gorgiano. Algunos cavalleros de los que avía en la plaça fueron a socorrer a la infanta y a cabo de rato otros muchos que el rey mandó armar. Deshaciéndose estava Belinflor en ver que no podía i[r] a socorrer y,

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como Rugerindo conocía su intento, lo detenía con fuertes golpes. Como Orisbeldo y Sardonio estavan ocupados, envió el rey Gorgiano, viendo como avía tantos cavalleros contra ellos, uno para que avisase a los cuatrocientos que los viniesen a ayudar. Cunplióse su mando y, como venían aquellos descansados, aunque cada momento se acrecentavan los de la corte, hicieron tanto que dieron lugar para 169v que su rey llevando a Sifenisba pusiese espuelas a su cavallo y saliese del palenque. Bien lo vido Belinflor y con mortal coraje alça la espada. Las focas y tritones en sus cavernosas e obscuras moradas de la furia del cavallero tenblaron; Marte en su quinto trono no se tuvo por seguro; el aire con el temeroso rugir mostró la potente furia con que la espada iva guiada, la cual dio sobre el yelmo de Rugerindo que sin sentido los braços colgando echando sangre por la boca y narices lo dexó sobre la cerviz del cavallo, entendiendo todos que quedava muerto. No se detuvo el furioso griego que dando de espuelas a su Bucífero salió del palenque y mirando por el canpo vido entrar al rey Gorgiano por una floresta y muy contento apresuró su cavallo tanto que, como fuese el mejor del mundo, antes bolase que corriese, que antes de un cuarto de hora lo alcançó y puniéndosele delante dixo:

– Traidor, ¡soltá la doncella!, ¡mirá que me haréis ser descomedido!Admirado el rey Gorgiano de vello allí entendiendo que el Cavallero de la Selvajina

Dama fuese muerto, con grande enojo soltó en el suelo a la hermosa infanta Sifesniba y sacando un cuchillo hirió muy recio a Belinflor, tanto que lo hiço abraçar al cuello del cavallo. Cuando así se vio tratar el príncipe, no tenía paciencia para tener escudo y así soltándolo, con la espada a dos manos, hir[i]ó a Gorgiano que lo derrivó sobre las ancas del cavallo. Luego se levantó el rey de Numidia y començó a golpear fieramente a Belinflor. Visto por los numidianos cómo su rey se avía salido, tiniendo por locura aguardar a la potencia del rey Tarselo, dando de espuelas a sus cavallos, poco a poco se fueron todos saliendo, sino los que quedaron muertos. Filiseno y Atilano y otros valientes cavalleros los siguieron. En esto el esforçado Rugerindo bolvió en sí y viendo su contrario menos y así mesmo la plaça vacía con el mayor enojo que recibió en su bida dio de espuelas a su cavallo y salió del cercado y, como vido todos sus 170r

cavalleros esparcidos por el canpo y algunos pelear con los de Tremisa, no supo a qué parte irse, mas advirtiendo un rato oyó el ruido de la batalla que en la floresta se hacía y guiando su cavallo llegó. Y cuando quería decir al rey Gorgiano que lo dexase con el del Arco, se le puso delante un cavallero de buena dispusición y con la espada en la mano le dixo:

– ¡Afuera, cavallero!, ¡mal parece querer acometer al del Arco estando ocupado con otro!

Con esto le dio tal golpe que le hiço inclinar la caveça hasta el arçón. Levantóse el Cavallero de la Selvajina Dama y da la respuesta al cavallero, que lo hiço ver más estrellas que tiene el matiçado firmamento. Este cavallero era aquel valentísimo pagano, príncipe de la Ínsula de Arbolia, señor de la Torre de los Justadores, el bravo Roxano, que aviendo deseo de andar por el mundo a buscar las aventuras, avía aportado allí y avía estado mirando la batalla del Cavallero del Arco y del rey Gorgiano, y se le avía aficionado viendo su valor y, como vido al de la Selvajina Dama llegarse a Gorgiano, entendió que le quería ayudar y así pasó adelante para estorvarlo. Andavan todos cuatro tan furiosos y davan tan grandes golpes que parecía cosa increíble. Todos andavan iguales si no era Belinflor que llevava una poca de ventaja a Gorgiano. Como el furioso babilónico vido llevar su dama, quisiera ir tras su robador, mas el fuerte Sardonio lo detenía y así estuvo en batalla con él buen rato hasta que vido salir todos los cavalleros que recibiendo grande enojo y aquexándole amoroso cuidado dio un golpe a Sardonio que le turbó el sentido y tirándole una punta lo puso sobre las ancas del cavallo y picando al suyo salió del palenque y oyendo el ruido de la batalla fue a la floresta y vido la de los cuatro cavalleros y conociendo a Gorgiano, con la furia que llevava no fue mucho hacer lo que hiço, que fue dalle un golpe que le turbó mucho. Por ventura andando a buscarlas llegó allí el príncipe 170v

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Tirisidón de Numancia, el cual, como vido lo hecho por Orisbeldo, entendiendo que de descortés, muy enojado se llegó a él y le dio un golpe que le hiço saltar la sangre por la visera. Quiso el babilónico pagarse y echando el escudo a las espaldas lo hiço tan bien que dexó admirado al fuerte numantino. No quedó sin respuesta y asegundando sus fieros golpes en una brava batalla se entretenían. El rey Sardonio, como vido ir a su contrario cobrando la silla, al todo correr de su cavallo lo siguió y llegó la floresta donde la más que brava batalla se hacía y viéndolos a todos tan codiciosos y a Sifenisba sola en el suelo, aprovechándose de la ocasión la alçó del suelo, por lo cual començó a dar recios gritos, a los cuales y al ruido de la batalla vino allí el poderoso Beligeronte, rey del Ponto, el cual aviendo dexado a la infanta Flordespina en la Ínsula de la Peña Fuerte se avía partido y a caso avía aportado allí y avía cinco días que andava por aquella floresta; y entonces oyendo el ruido de la batalla se venía acercando y llegó a tienpo que el rey Sardonio quería llevar a la hermosa infanta y, como la vido dar gritos, entendió que iva forçada, por lo cual obligándole su virtud se llegó a él y le dixo:

– Gigante, ¡dexá la doncella si no quieres dexar la vida!Como Sardonio lo vido jayán entendió que tendría su condición y así le dixo:– Pues, tú que me avías de ayudar ¿me amenaças?– No ayudo yo, –dixo el noble Beligeronte–, a maldades, por tanto suéltala. No era muy humilde y pacífico Sardonio y así soltándola arrancó un gran cuchillo y

con él hirió al del Ponto. No se quedó sin respuesta y tal que se admiró de la fortaleça de su contrario. Anbos eran jayanes y muy furiosos, por lo cual se enbravecieron de presto y así hacían una no menos brava que las demás batallas. Ya todos los numidianos eran muertos porque, como andavan por el canpo, cargaron tantos171r

cavalleros del rey Tarselo que les mataron. Dexarlos nos conviene a Belinflor con Gorgiano, a Orisbeldo con Tirisidón, a Rugerindo con el bravo Roxano, y al rey Sardonio con el poderoso Beligeronte del Ponto.

Capítulo XXIII. Cómo Rorsildarán, príncipe de Tracia, aportó en la Ínsula del Lago y la straña y maravillosa aventura que allí le sucedió.

Partido el príncipe Rorsildarán de la corte del rey Galebo y despedido del fuerte

Amán Moro de Tría y de la infanta Xarcira, con su escudero Libernio se enbarcó y caminó mucho tienpo sin acaecerle cosa que de contar sea. Ívase acordando del gran valor del Arco y ívase aficionando en muy gran manera; pero no de suerte que dexase de tener propósito de vengarse. Aquí se verá dónde llega la malicia de uno, pues él sólo vasta a rebolver un mundo como aquí hiço Eulogio, que sin ninguna justa causa tomó enemistad con los griegos. ¡Ó, coraçón humano, y lo que en ti cabe! Este savio que sin propósito hiciese a Furiabel enemigo de los más esclarecidos príncipes del mundo para que lo afrentasen y él moviese guerra y le costase la vida. Digo pues que caminando el príncipe de Tracia por la mar sus marineros vieron lexos tierra y él mandó que allá guiasen. Antes que llegasen cerca se levantó un viento muy recio, la mar començó a bramar y a levantar sus olas, los tímidos peces a esconderse turbados, las rocas a estremecerse con la fuerça de las forçosas olas, que en ellas se quebravan. No estorvó el viento su camino, antes con más presteça lo hiço llegar y sacando Libernio los cavallos subieron en ellos. Los marineros ivan a echar áncoras, pero creciendo diversos vientos vino uno que la apartó del puerto con mucho pesar del príncipe, que en poco rato la perdió de vista. Y como la tormenta no cesó, entendiendo que se anegaría con harta pena començó a caminar, mas no uvo 171v tendido los ojos por la ínsula cuando vio un gran lago y en medio d’él le pareció aver un castillo y

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llegando más a la orilla vido que era una gran nao, la más hermosa que en su vida vio, porque era tan grande como un castillo, tenía torres y ventanas y por unas partes se parecían colmos de aves. Muy admirado Rorsildarán cercó todo el lago y no hallando por donde entrar para saver lo que allí avía y por encontrar a alguno començó a andar por la ínsula, mas vídola despoblada y aquexándole la hanbre se bolvió al lago y començó a dar voces él y Libernio para ver si respondía alguien, mas fue en vano porque nadie pareció. Muy enojado se afirmó en los estrivos y tiró la lança. Bien se echó de ver su enojo según iva la lança rugiendo por el aire y su fuerça, que dando en la nave la hiço toda tenblar, al cual tenblor aconpañaron terribles aullidos y baladros. No tardó mucho que vieron echar un batel en el agua y en él saltar cuatro ferocísimos salvajes de horrible figura, los cuales tomando sendos remos guiaron el batel a la orilla. El príncipe dixo a su escudero, como quería entrar, que lo aguardase. Lo que sintió Libernio no se puede decir, que llorando le rogó que no se pusiese en tal peligro, pues no savía a donde iva. No aprovechó nada para que dexase el príncipe de apearse y entrar en el barco. Viéndolo dentro, los salvajes començaron a remar y en un momento lo pusieron junto la hermosa nao; al borde d’ella se puso un gigante armado y un cuchillo en las manos y con espantosa voz dixo:

– ¿Dónde vas, captivo cavallero?, ¿qué pretende?, que lo que ay en esta galera no lo me [...]

Con esto le dio un golpe que le hiço inclinar la caveça. ¡Ó, corajosa furia!, la que a esta hora recibió nuestro griego que alçando su victoriosa espada le dio un golpe que la caveça del cuerpo le apartó y dando un salto entró en la gran galera y del castillo vido salir dos feroces centauros con unos grandes cuchillos en las manos, los cuales se vinieron para él y le dieron sendos golpes que 172r le forçaron a hinojarse y levantándose començó a golpearlos. Era tanto el ruido que en su batalla hacían que con el sonoro eco del rumor toda la nave retunbaba. No podía herir el príncipe a los centauros por tener las armas encantadas, por lo cual se enojava más y andava más furioso. En peso turó la batalla una hora; no podía vencerlos el de Tracia y enojóse tanto d’ello que hiço una cosa que a no ser Rorsildarán no saliera bien d’ella y fue que soltando la espada de la cadenilla y el escudo se asió a braços con el un centauro dando lugar a esotro para que lo cargase duros golpes, con lo cual se dio más priesa para matar al otro y no olvidándose de la daga la sacó y por debaxo de la falda de la loriga se la metió tres veces. Avía recebido tantos golpes del centauro que hecho una sierpe se levantó y, con la espada a dos manos, lo començó a herir. Dio el centauro un golpe a Rorsildarán que manos y rodillas puso en el suelo. Con doblada furia se levantó y dio por la cintura un revés a su contrario que hecho dos lo echó. En esto sonó en la nave un estruendo de belicosos instrumentos que hacían grande estrépito; en cesando vido salir un cavallero grande de cuerpo, armado de armas açules con lirios rojos y de horo; traía en las manos una maça. Este cavallero se llegó al príncipe y le dixo:

– Saved que en esta nave está guardada la princesa de Francia y la guardamos los principales de los doze Pares; y saved que soy don Urgel de la Maça. Os lo digo porque es tan dificultosa de acabar esta aventura que fuérades cuerdo si os volviérades.

– Eso no haré yo, –dixo el príncipe.No lo uvo acabado decir cuando don Urgel alçando la maça le dio un golpe que las

manos y rodillas le hiço poner en el suelo. Levantóse el invencible de Tracia y con la espada a dos manos hirió al valiente paladín que lo hiço admirar porque en su vida avía recebido tal golpe. No desmayó que fuertemente lo golpeava. Al cabo, por no me detener, lo venció y a don Tudón y al duque don Estolfo y a Otrón Dalteri y a Angeler y al marqués Oliveros. Tras d’estos salió el esforçado don Reinaldos de Montalván. Tuvo una peligrosa batalla y por el comedimiento de 172v anbos se despartieron; luego salió el espejo de la cavallería y capitán de la Iglesia, valentísimo conde don Roldán. Viéndolo el de Tracia se llegó a él y le dixo:

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– Valeroso conde de Brava, aunque tenga deseo de acavar esta aventura y la aya provado, no con propósito de aver batalla con vós, que no es justo sino que todos os tengan por amigo.

– Es tanto, –dixo don Roldán–, el valor que en lo hecho avéis mostrado y el comedimiento que con lo dicho avéis usado que claro se verá que el fin d’esta aventura os es reservado y, como cosa tan manifiesta, locura sería si yo lo resistiese. Y así lo otorgo.

– De vuestra gran virtud, –dixo el trácico–, no se esperava menos y todos verán que la gloria d’ella más por vuestro comedimiento que mi valor.

– Bueno está eso, dixo el conde de Brava–, y idvos a aquella sala que más no nos es concedido estar aquí.

Con esto se entraron todos y tras ellos se cerró la puerta. El príncipe de Tracia se fue a la sala que le dixeron y viola toda muy ricamente colgada y en un estrado vido muchas doncellas que parecían estar durmiendo, pero estavan encantadas; y no curando d’ellas salió por una puerta un deleitoso jardín, todo poblado más de hermosos y odoríferos prados y árbores que de frutas; estavan en varias partes en deleitosas estancias ebúrneos y dorados basos y sobre ellos una pequeña y diamantina pirámide, de donde se desliçavan cristalinos caños de fresca agua, que dando en las lucientes balsas de la recojida hacían un deleitosísimo ruido que bastava a quitar mil pesares y tendiendo los ojos por el vergel vido a una parte copia de floríferos almendros, verdes laureles, deleitosos plátanos, preciados évanos, elhojosos costos, olorosos bálsamos, copiosos alisos, robustos texos, estimados y sabrosos canelos, el celestial encienso en conpañía de los oslinaloeles marjoletos con el único cinamomo. Hermoseados estavan estos árboles de diversas aves que dulcemente cantavan, donde no faltavan alondras, mirlos, verdones, tórtolas, papagayos, solitarios, alcaudones, cubujadas, canarios, oropéndolas, calandrias, garças, 173r barays, corrujas, ruiseñores, vencejos, zaidas, avejorrucos, sacres, urracas, águilas reales, cordonices, zorçal, milanos, tordos, cardelinas, girifaltes, eritatos, chamariças, la pequeña tifa, zernícalos, pitos, grajos, golondrinas, rabiblancos, colorines, meliones, pavos, bueitres, ánades, vigeles, francolines, halcones, la infame habubilla y gavilanes, alciones piadosos, pelícanos, faisanes pintados, carlancos, avefría, caristias y alcotanes, camachuelos, la entonada cigüeña, andarios, quebrantahuesos y mochuelos. Admirado de ver tan deleitoso sitio, estuvo Rorsildarán oyendo el dulce canto de tan diversas aves que de suerte enriquecían el vergel que paraíso lo tornavan. Entre tan frescos árbores avía una gran mata de espinosos ramos, verdes hojas y olorosas flores. No faltava allí el regalado de Venus, la yerva en que el hermoso Narciso fue convertido, la de Daphne, la flor de la fruta en que está encerrada la carne del desdichado Adonis, la flor producida de la sangre de la cipria diosa y entre los rojos claveles, los blancos jazmines, las matiçadas açucenas, los fragrantes mosquetes, las moradas violetas, los amarillos alhelíes, los pequeños claveles, <de> los reales ramilletes, los vistosos mirabeles mezclados con las blancas rosas hacían tan agradable matiz a la vista; y si este sentido alegrava tanbién a los demás, al tacto con tocar su delicadeça, al oler con su fragancia y al oír por un deleitoso son, que meneadas de un fresco zéfiro hacían. Y porque a la sonbra d’esta rama vido un rico lecho se acercó más, donde lo dexaremos.

Capítulo XXIIII. Del fin que tuvo la rigurosa batalla de los ocho cavalleros en la floresta.

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Travados en cruel y reñida batalla dejamos en la floresta junto a Tremisa a los

ocho famosos cavalleros: Belinflor con Gorgiano, Tirisidón con Orisbeldo, Sardonio con el potente Beligeronte y a Rugerindo 173v con el bravo Roxano; los cuales todos se estuvieron golpeando muy fuertemente. Andava Sardonio como una pisada bívora, Beligeronte como un herido león, Rugerindo como un acosado toro, Roxano como un basilisco, Tirisidón como un encarniçado oso, Orisbeldo como furioso tigre. Gorgiano echava chispas en ver estorvado su intento y con el enojo que tenía hirió al griego príncipe de un revés en los pechos que lo dobló sobre las ancas del cavallo; endereçándose dio la repuesta al de Numidia que la sangre le hiço saltar por la narices y boca sacándolo de sentido. El fuerte Sardonio dio al del Ponto un golpe que la mayor parte del escudo con un pedaço del tiracol del yelmo le echó en el suelo; hiriólo el hijo de Anares con tal fuerça sobre el yelmo que le hiço abaxar la caveça. Endereçóse el gigante y con su cuchillo hirió al del Ponto que acertándole al soslayo del yelmo resbaló al honbro y por la juntura del guardabraço le hiço una herida. A humana no se puede conparar la furia de Beligeronte que soltando lo poco que del escudo le quedava con el cuchillo a dos manos hirió a Sardonio sobre el yelmo, que le hiço abraçar al cuello del cavallo. No paró aquí la furia de los poderosos jayanes que con todo su poder se herían. Pues la batalla del babilónico y numantino que con fuerça de pocos igual de fieramente se golpeavan. Hirió el príncipe Tirisidón a Orisbeldo con tanta fuerça que lo sacó de sentido. Pagóse el desposado tan bien que no le llevó ventaja. Si empeçamos a contar la del de la Selvajina Dama y Roxano, ay tanto que decir que antes quedaría corto que dignamente recontarlo pudiese. Dos horas igualmente se conbatieron tan enojados unos de otros que hasta matarse no cesaran. E[n] este tienpo andava ya [e]l de Numidia algo cansado que conocido de Belinflor alçándose sobre los estrivos, con la espada a dos manos, descargó un golpe sobre el yelmo a Gorgiano. El sobrado enojo que d’él tenía le acrecentó la fuerça tanto que del solo el rugir la espada por el aire Marte tenbló y con su temeroso ruido cortó a las aves el ligero buelo, tanto que amortecidas cayeron en el suelo, y a manera de trueno 174r hiço tenblar las verdes, tiernas y reci[é]n nacidas hojas, hasta los robustos troncos de los gruesos árboles con el tremer dexaron la corteça. Pues llegada la furiosa al yelmo no ay ya defensa en el fino acero ni aún en los encantamentos que él y la caveça le hendió dando con él muerto del cavallo abaxo. ¡Ó, Furiosas infernales!, ¡cuán de veras mostrastes vuestro iracundo en el coraçón de Rugerindo viendo la muerte del rey Gorgiano! Mostrólo que dando un golpe a Roxano sin ningún sentido lo derrivó sobre las ancas del cavallo y haciendo dar al suyo un salto se puso delante de Belinflor y dándole una punta lo hiço doblar sobre el arçón postrero y asegundándole otro en un braço con el dolor le hiço soltar la espada. Enderéçase el bravo griego y cobra la espada y de suerte respondió a su encubierto hermano que le hiço abraçar al cuello del cavallo. Algo lexos estava la muy hermosa Sifenisba mirando la cruel batalla y el contento que con la muerte del rey Gorgiano recibió se le dobló en pesar porque vista de Sardonio con furibundo coraje dio un golpe a Beligeronte que lo derrivó sobre la cerviz del cavallo. Ya no tenía para quién fuese Sifenisba, mas por vengarse d’ella que avía sido la causa el cuchillo alto fue a herilla; matárala si la dama con el miedo no se adornara de las aladas plantas de Mercurio y por un ancho camino esparciendo al viento sus doradas hebras con más ligereça que el carro de Titán llevava cuando precipitó el incauto Faetón començó a correr. El miedo le puso tales espuelas que en velocidad aventajava a la diligente Eurídice; tras ella iva Sardonio y, como él era tan pesado y el cavallo estava laso, no socorría mucho. El bravo Roxano avía buelto en sí y yéndose a vengar del golpe vido a su contrario en la batalla con el Cavallero del Arco y, aunque él la tomara, era sufrido y disimuló y se paró a mirar la batalla y a caso vido lo que hiço Sardonio y cómo seguía a la dama y quiriendo estorvar su mal intento picó

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a su cavallo y fue 174v tras él. La delicadeça de la dama se mostró muy presto porque cansada de correr cayó y ya Sardonio llegava muy cerca mas, como el cavallo de Roxano llevase más liviana carga, lo alcançó y asiéndole por un lado del braço, como estava cansado, ligeramente lo sacó de la silla y dio con él cabe Sifenisba. En esto llegó Beligeronte que buelto en sí venía tras Sardonio y tan enojado iva d’él que diera su reino por vengarse a gusto y, como lo vido en el suelo y aquel cavallero par d’él, entendiendo que lo avía derrivado y privado a él de la gloria de la vengança, muy enojado dixo:

– ¡Descomedido sois, cavallero, en averos metido donde no os llamavan y, pues este jayan avía enpeçado batalla comigo, yo la avía de acabar!

Era Roxano sufrido y así respondió con paciencia:– En tienpo de tanta necesidad no se an de respetar cortesías y más orgulloso sois

vós que yo descomedido. Enojávase el del Ponto muy presto y así lo hiço aquí que diciendo: «¡Cavallero, las

cortesías en cualquier tiempo se an de guardar!», le dio un golpe que le hiço inclinar la caveça. Diole el de Arbalia la repuesta y no cesando de golpearse comiençan una brava batalla. Orisbeldo que no partía los ojos de su señora, como la vido huir de tan gran peligro, temiéndolo avivó de suerte que desocupándose de Tirisidón, dexándolo sin sentido, corrió por el camino que los cuatro avían venido y a cabo de un rato vido la batalla de Roxano y Beligeronte y llegándose más cerca vido cómo Sardonio se levanta y iva para la infanta que sentada estava en el suelo, turbada de tan temerosos sucesos y viéndola su amante de un salto dexó la silla y con espada y escudo en las manos se puso ante ella contra Sardonio y de nuevo anbos començaron una terrible batalla. Buelto Tirisidón en sí, hecho una ponçoña de ver menos a su contrario, como un rayo se mete por el camino y viendo la batalla se fue allá. Filiseno de Lucea que por allí andava buscando los cavalleros llegó a aquel lugar a tienpo que el de Numancia venía corriendo 175r como una cometa, que entendió el de Lucea que venía a herir a alguno de los batalladores y como animoso detúvose con fuertes golpes. El coraje que Tirisidón <que> recibió de que aquel cavallero lo detuviese no se puede decir sino que dava tales golpes que cada vez maltratava a Filiseno. El fiero Sardonio estava ya cansado y Orisbeldo más furioso, por lo cual lo cargó de tantos golpes que lo derrivó en el suelo donde de una punta le quitó la vida. Y muy alegre subió en su cavallo y tomó a la infanta delante y començó a caminar a la cidad de Tremisa y, aunque llegó allá, no halló cavallero de cuenta porque todos andavan por el campo y floresta admirados de tan temerosos sucesos. Orisbeldo se quedó en la cidad y mandó armar los cavalleros que avía por lo que acaecer pudiese y esto era después de hora de nona. Andando el rey Tarselo y el rey Gridonio con el valiente Atilano por aquellos canpos muy confusos de tal acaecimiento, llegaron donde la batalla de el potente Beligeronte y el bravo Roxano se hacía. Muy contentos de la fortaleça de anbos se llegaron y el rey Tarselo dixo:

– Si en vosotros, valerosos cavalleros, ay tanto comedimiento como fortaleça, sepamos la causa d’esta batalla porque no sería justo dexarla llegar al fin, que cada una de vuestras personas gran falta hiciera al mundo si muriera.

Ambos paganos eran comedidos y así se apartaron a fuera y por consejo del rey fueron grandes amigos y desde allí ambos se fueron juntos a buscar las aventuras. No me detuve más en declarar esta amistad porque los fuertes golpes de Tirisidón me llaman que, como vido a su contrario irse con la dama, con deseo de seguillo los aumentó de suerte que traía a su voluntad a Filiseno, pero todavía lo entretenía el de Lucea. Pero cuando el numantino vido los reyes, temiéndose que lo forçarían a lo que él no quería cunplir, dio tal golpe a Filiseno en la cintura por el derecho lado que por el siniestro lo echó en el suelo y dando de espuelas a su cavallo como un viento se metió por la floresta por donde le pareció 175v que avía ido Orisbeldo, a hora que ya el sol se quería poner. En todo este tienpo los potentísimos hermanos no avían cesado de golpearse con tal fuerça y destreça que el Marte quedava admirado. Hasta que el

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radiante Phebo iva a vañar la rubicunda corona de la rutilante greña de sus dorados y auríficos cavellos en las cristalinas aguas de los profundos mares de la gloriosa España, estuvieron fieramente golpeándose; y por tanta tardança muy enojados hirió Rugerindo a Belinflor en el yelmo que la caveça hasta la del cavallo le hiço inclinar y asegundándole otro lo derrivara si no se asiera al cavallo del cuello. Levantóse y dio la repuesta a Rugerindo que sin sentido lo derrivó sobre las ancas del cavallo, el cual lo apartó de allí buen rato y bolviendo en sí con la espada alta y de la silla un palmo buelve; que como lo vido su hermano venir así, de la propia postura lo salió a recebir. El dios Pan con su pastoril y satírico vando; el délfico con sus armónicos y sonorosos ministros; el dios de las selvas con su conpañía de sátiros y faunos; la casta caçadora con sus montesinas ninfas; Apolo con Calíope, Clío, cómica Talía, Euterpe, Polimnia, Erato, Urania, Terpsícore, y Melpómene; Venus, Saturno, Mercurio, Júpiter, Neptuno con su tridente, Vulcano con sus cíclopes, Plutón con Proserpina y sus furias, y finalmente Marte con su furibunda conpañía, vinieron todos a ver y celebrar la furia de los desconocidos hermanos que se avía de mostrar por la potencia de sus golpes, que fueron tales que sin ningún sentido cayeron sobre la cervices de los cavallos. El de Belinflor como más fuerte se apartó de allí muy gran trecho, yendo su amo sin acuerdo. El de Rugerindo ahinojó y así se quedó hasta que a cabo de rato llegó el fuerte Tirisidón de Numancia que iva buscando a Orisbeldo y oyendo el sonido de los fieros golpes se avía llegado allí. Conoció a su primo Rugerindo en el escudo que, como lo tenía a las espaldas, estava bien manifiesto 176r y muy admirado de verlo en aquel estado y con más pesar entendiendo que fuese muerto se llegó a él y quitándole el yelmo vido su hermoso rostro acardenalado y lleno de sangre. El buen Tirisidón viéndolo así començó a llorar su muerte, mas no tardó mucho porque como le dio el aire bolvió en sí y con el enojo de un acosado león alçó la espada pensando que era su contrario, mas el de Numancia se le dio a conocer. No recibió ningún contento con su vista Rugerindo por entender que avía sido vencido, antes dixo:

– Mostradme, primo, dónde está mi contrario, que no é de parar hasta que lo halle. Fuele respondido que no savía, por lo cual como un loco tomó el yelmo y se lo

enlaçó y dando d’espuelas a su cavallo se metió por la floresta siguiéndolo Tirisidón, mas no lo halló en ocho días, donde los dexaremos.

Capítulo XXV. Cómo andando el príncipe Rorsildarán por el Deleitoso Vergel llegó a la hermosa y florida enramada y lo que allí le sucedió.

Por satisfacer la duda en que dexamos a Rorsildarán se iva allegando a la florida

mata y en llegando vio cierta su sospecha porque debaxo d’ella estava un rico lecho cubierto de brocado. Sobre él estava recostada una doncella, cuya estraña hermosura su coraçón rindió. E llegándose a ella, más divina le pareció y más se encendió en su amor; hincóse de rodillas el ya amante cavallero y con amoroso afecto estuvo contenplando la belleça de su escogida. Tanto se descuidó en su cuidadoso cuidado que se le cayó el escudo de la mano y dando en el suelo hiço un pequeño ruido, al cual la dama despertó y, como vido aquel cavallero par de sí, usando de su condición dixo:

– ¿Cómo, cavallero, aviendo sido tan valiente que ayáis vencido las guardas d’esta galera que la entrada aquí defienden, avéis sido tan descomedido que os ayáis llegado aquí y poneros tan de espacio a mirarme? Por tanto, aunque tenía necesidad de vós, 176v mas me quiero quedar aquí toda mi vida porque en compaña de tan atrevido cavallero no iré segura.

La pena que d’esto recibió Rorsildarán no se puede decir; mudósele la color del rostro, cayéronsele las alas del coraçón, de suerte que no pudo hablar. Aunque la

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bella dama no le vio el rostro por tener yelmo no dexó de notar su turbación y aviendo duelo d’él le dixo:

– Cavallero, por no cometer pecado y padecer castigo se an de huir las ocasiones. Este hierro yo os lo perdono, pues avéis travajado por mi remedio y para que en todo lo que busquéis os quiero decir en qué estriva. Y idvos a aquella fuente y allí me esperad que quiero llamar mis doncellas.

Muy alegre Rorsildarán cunplió el mandado de su señora y ella se fue a la sala donde sus doncellas estavan encantadas y con un anillo las tocó y bolvieron en sí y bolviendo con ellas al jardín se fue donde estava el cavallero, a quien muy tarde se le avía antojado que venía la princesa. Como lo vio en pie de tan buena dispusición, algo se le aficionó y sentándose con sus doncellas en unas almohadas ma[n]dó al príncipe que se sentase y quitase el yelmo. Él cunplió su mando y nuevas y más agudas lanças fueron para la hermosísima dama ver la hermosura del príncipe y con más afición que hasta allí le preguntó quién era y cómo se llamava. La mayor gloria que el de Tracia podía tener era dar contento a su señora y cunplir su mandado y así respondió que se llamava Rorsildarán y era príncipe de Tracia. Dobló el nuevo amor a la biçarra princesa saver que su aficionado era príncipe y no le pesó de averlo escogido por dueño de su alma y con más alegría començó a decir:

– Sabréis, esforçado cavallero, que yo soy Liodora, princesa de Francia; en esta galera estoy porque el rey mi padre cuando murió a mí y a un hermano que tenía llamado Floridandro, que muy pequeños quedamos, nos dexó encomendados a un conde de Magança, de quien mucho se fiava y dexóle encargado el govierno del reino. Como Gabrialón se vido con el mando del reino, no pudiendo dexar de corresponder a la sangre do venía, por quedarse con él mató a mi hermano Floridandro y lo propio hiciera de mí si un savio que avía nonbre Andastro, conde [de] Mongrana, el cual me avía criado, 177r no me librara. Muerto mi hermano Floridandro, se alçó el conde Gabrialón con el reino y mató al savio Andastro porque entendió que me tenía escondida. Por algunas rebueltas y alborotos que se levantaron, el tirano rey truxo para aconpañarse un poderosísimo gigante llamado Gedeonte, el cual engolosinado de la cudicia mató a Gabrialón y se alçó por rey. No ubo quien le resistiese porque con la muerte del conde de Magança todos holgaron por el enojo que les avía dado con las muertes de mi hermano Floridandro y conde Andastro, aunque no se huelgan de tenello por señor. El conde Andastro de Mongrana, como por su saver alcançase que avía de morir, forçado de mi amor y su virtud, deseando que en algún tienpo me fuese buelto el reino, hiço esta maravillosa galera para que yo estuviese en ella y puso aquellas guardas para que yo estuviese segura y para que el que las venciese bastase a restituirme. Así mismo hiço otro encantamento en el mar, que cuantos caminasen viniesen aquí. Vós, cavallero, avéis sido el que á llegado y en regla de cortesía estáis obligado a bolver conmigo a Francia y travajar por reducirla a mi servicio, lo cual creo que será fácil, que no consiste en más que la muerte de Gedeonte.

Con esto la muy hermosa princesa acabó su plática y Rorsildarán dixo:– Aunque no sacara, preciada señora, d’este hecho que el cunplir lo que juré

cuando recebí orden de cavallería fuera harto pago de mi travajo, cuanto más servir y daros gusto, lo cual muy pocos merecen.

A lo cual una doncella muy privada de la infanta llamada Celisa respondió:– Si el servir a mi señora merecen pocos, el que llegare a merecerlo mucho por sí

merecerá, por lo cual juzgo el merecimiento d’este cavallero ser muy grande y digno de cualquiera cosa.

Esto dixo por aver entendido algo de lo que su señora mostrava cuando ponía los ojos en el príncipe. Bien la bella princesa entendió lo que Celisa decía y como discreta disimuló. El príncipe pidiendo licencia a su señora salió a llamar a Libernio que a la orilla del lago avía quedado y con muy gran pesar de la tardança de su señor, mas como lo vido con grande goço entró en el barco de los salvajes que a la orilla estava 177v y llegando saltó dentro y con gran contento besó a su señor las manos y él le contó

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todo lo que que le avía sucedido y bolviendo por los cavallos los metió en la nave. La princesa Belrosarda soltando el anillo en la galera començó a caminar velocísimamente y en un momento saliendo del lago se metió en alta mar, donde los dexaremos.

Capítulo XXVI. De la cruel y reñida batalla que el príncipe Rugerindo y el fuerte Tirisidón tuvieron con el potente Beligeronte del Ponto y bravo Roxano.

Tan enojado Rugerindo de no aver acavado la batalla con Belinflor anduvo quince

días que a su primo Tirisidón no le habló palabra; al cabo de los cuales una noche que ya se avía desenojado le preguntó que quién era aquel Cavallero de la Fortuna que en Clarencia hiço tan altas cavallerías en la postrera batalla. El de Numancia le dixo que era su padre, el emperador Arboliano. No acabó de decir esto cuando cerca de sí oyeron hablar y levantándose muy paso se llegaron y vieron al pie de un frondoso álamo al jayan Beligeronte y al bravo Roxano, el cual le decía:

– Valeroso gigante, pues ya nuestra amistad por ninguna vía se puede estorvar, para que más firme se haga, me holgará saver quién sois y por pagaros lo primero saved que yo soy Roxano, rey de Arbalia, grande amigo de Rorsildarán, príncipe de Tracia; el cual procura la muerte al emperador Arboliano y yo é de procurar lo propio, pues soy su amigo.

– En ese particular, –dixo Beligeronte–, mi conpañero sois y de aquí adelante no nos partiremos, que yo procuro lo propio.

– D’eso me huelgo yo, –dixo Roxano–, que por tener tan buena conpañía y por serviros; y decidme la causa que lo queréis mal que, según la fama tiene, todos lo avían de servir.

– Eso hiciera yo, –dixo el jayán–, porque a su nobleça todo se deve, si no me tuviera tan enojado, que saved que yo soy Beligeronte, príncipe del Ponto, hijo del infeliz rey Anares, a quien dio la muerte el de Grecia y hasta que con la suya me satisfaga no podré cunplir con la obligación que tengo.

Bien oyeron esto los dos primos y con grande enojo pasaron adelante y poniéndose junto a los paganos dixeron:

– Si en vuestro intento, cavalleros, estáis firmes,178r con nosotros sois en la batalla. No eran de menos ánimo los valientes moros y así sin hablar palabra se levantaron

y desenbainando los cuchillos hirieron a los príncipes que cada uno vido más estrellas que aquella serena noche la celestial y bordada cortina mostrava. No se fueron sin repuesta, que anbos hincaron rodillas en el suelo y enojándose más comiençan una rigurosa batalla. Rugerindo lo avía con Beligeronte, y Tirisidón con Roxano. Cudiciosa de ver la batalla salió la biçarra Diana, más bella y hermosa que cuando fue a ver a Endimión, y la claridad que entonces escondió por no ser vista del pastor dormido, doblada la muestra aora tanto que, a la luz de los plateados rayos que por el pequeño espacio de las menudas hojas de los árbores se mostravan, veían muy bien a conbatirse los balerosos guerreros. Tan cudiciosos andavan que, aunque el sol en la esphéride de los antípodas declinava, no faltava en ellos animoso valor para golpearse. Dio Rugerindo un golpe a Beligeronte <un golpe> que la mayor parte del escudo le echó en el suelo y todo el crestón y negras plumas. Pagóse tan bien que el griego puso anbas rodillas en el suelo y levantándose comiençan a golpearse de nuevo. Viendo el fuerte Tirisidón y bravo Roxano que con sus fuertes golpes no podían vencerse, se asen a braços y començaron a luchar. En aquella ocasión no se olvidaron

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de las dagas, las cuales sacaron. El de Numancia hir[i]ó al moro de una mala herida en la garganta y de otra en un braço y otra por la juntura del peto. Fueron tan peligrosos y grandes y le salía tanta sangre al pagano que cayó en el suelo y no tardó mucho que Tirisidón le tuvo conpañía, porque Roxano le avía herido en los muslos y vientre. Como ambos cayeron y se les iva tanta sangre y no se meneavan, sus conpa-ñeros entendieron que estavan muertos y así con doblado enojo se golpeavan. Dio el del Ponto al de Grecia un golpe que algún tanto lo sacó de sentido y asegundándole otro lo hiço ahinojar y de aquella suerte lo cargava de grandes golpes, tanto que no le dexava levantar, lo cual acrecentó el enojo del príncipe y haciendo lo posible se levantó y dando un revés a Beligeronte lo arrimó a un álamo que cerca estava. 178v Ya bolvía al príncipe cuando recibió otro golpe, que manos y rodillas puso en el suelo. Levantóse hecho una serpiente el poderoso gigante y con la fuerça ayudada del enojo hirió al príncipe de tal poder que lo sacó de sentido por un rato y estuvo por caer. Buelto en sí Rugerindo de nuevo començó a golpear al jayán, en el cual punto de flaqueça no se conocía. Ya la dorada aurora començava por la oriental ventana a mostrar su rubicunda hermosura, haciendo perder la suya <a> a la casta Diana, cuando donde estavan los balientes guerreros llegó una conpaña de dueñas y doncellas y con ellas venía un cavallero de muy buena dispusición, armado de armas leonadas con flores de plata; a su lado venía un muy dispuesto doncel, vestido de negro. Una dueña de mediana edad se llegó a ellos y les dixo:

– Valerosos cavalleros, si tenéis deseo de mostrar vuestro valor, me avéis de otorgar un don.

Ambos cavalleros eran comedidos y así se apartaron y Rugerindo dixo que por su parte lo otorgava; lo propio dixo Beligeronte; y la dueña replicó:

– Pues lo primero que avéis de hacer es dexar la batalla. Forçados lo hicieron, que hasta la muerte no quisieran cesar. En esto llegó una

conpaña de escuderos y peones y por mandado de la dueña armaron una gran tienda. De nada cuidó Rugerindo, antes llorando de pesar se fue para Tirisidón, y Beligeronte para Roxano y quitándoles los yelmos vieron sus rostros de color de difuntos y entendiendo que lo estavan sintieron gran pesar, el cual con lágrimas y suspiros mostraron. El Cavallero de las Flores, como vido a Tirisidón en aquel estado, de un salto dexó la silla y loco de pesar se fue para él y quitándose el yelmo començó tanbién a llorar. La dueña, como vido así los cavalleros, se fue a ellos y les dixo:

– Apartaos, señores, que podrá ser que no estén muertos.Y sacando una pequeña piedra de color de sangre y poniéndola en las heridas se les

restañó la sangre, y luego los alçaron en peso y en la tienda los echaron en sendos lechos, donde los desnudaron. Y con mucho bálsamo le untaron las heridas, con lo cual la hinchaçón que tenían por el frío de la noche se aplacó y estando más aliviadas bolvieron en sí con mucho contento179r de todos. Estonces el Cavallero de las Flores habló a Rugerindo, el cual fue con mucho [honor] recebido, que saved que era el valentísimo y famoso príncipe Deifevo de Tesalia. La dueña dixo a los cavalleros que se saliesen fuera porque los heridos avían menester reposar. Era tanto el comedimiento de Beligeronte que a todos obligava querelle y así Rugerindo le habló olvidado lo pasado y sentándose en sendas sillas la dueña dixo:

– Lo que me avéis prometido, cavalleros, es vengança contra el rey Tarselo y el Cavallero del Arco. Mirá si en lo dicho os afirmáis.

Ambos cavalleros estavan d’él enojados y así lo prometieron otra vez y la dueña muy alegre dixo:

– Para que veáis cómo es justa, saved que yo soy la reina Artarea de Numidia, madre del infeliz rey Gorgiano, que como su injusta muerte supe con el dolor anexo a tal trago, como es la muerte de un hijo, me partí de Numidia, que cerca está, con este doncel, que tanbién es mi hijo y á nonbre Norsidiano, y con esta conpaña a buscar cavalleros que me ayuden en tan justa guerra y el primero que me encontré fue este

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valentísimo príncipe de Tesalia; y pues ya tengo tan buen recaudo en sanando estos dos cavalleros nos podemos ir a juntar gente.

– No me parece mal eso, –dixo Beligeronte–, porque si mucho tardamos, juntará el Cavallero del Arco sus amigos, y más si le parecen en el valor, será muy dificultoso de acabar el negocio.

– El fin d’él, –dixo Rugerindo–, muy dudoso lo hace su mucha valentía, aunque no será parte para estorvar la vengança que le tengo de tomar y Dios sabe si su enemistad conmigo por mi parte no es forçada, porque a tal cavallero como él todos avían de ocuparse en servirlo. Y si yo voy contra él, no es por la muerte del rey Gorgiano, que de ella ninguno se puede agraviar, que fue en igual batalla y, como él quedó muerto, podía quedar el del Arco; mas por la sinraçón que según el rey Gorgiano me dixo le hacía.

– Saved, señor primo, –dixo Deifevo–, que en ser yo y vós contra el Cavallero del Arco hacemos muy gran disgusto a nuestro señor el emperador Arboliano

– No, pero mayor lo hiciéramos a nuestra honra y fama si aviéndolo prometido no lo cunpliéramos.179v Por vuestra vida, señor Deifevo, me digáis en qué recibe disgusto mi señor.

El tesalónico le dixo:– Sabréis, señor Rugerindo, que el Cavallero de la Fortuna por cuyas cavallerías y

estraños hechos uvimos la victoria era el emperador Arboliano, el cual entrados en Clarencia se dio a conocer y preguntándole mi señor, el rey Vepón, <le preguntó> dónde avía estado y él dixo que en Tracia encantado y que, si no fuera por el Cavallero del Arco no saliera, y su contento, vida y señorío <deuia> le devía y que rogava a todos que en cuanto pudiesen le agradasen y que lo tuviesen por amigo; pues a él le devían su vista y tanbién su honor, pues en estar allí encerrado lo perdía. Todos le prometimos tenerlo por amigo y yo lo cunpliera y aún lo cunpliré fuera d’esta obligación.

– Si tanto por mi señor devemos al Cavallero del Arco, no será bueno por ningún interés darle disgusto y, si la reina Artarea gusta que en este negocio demos algún medio, todos nos holgaríamos.

– También quisiera yo eso, –dixo la reina–, y con lo que me contentaría es con el reino de Tremisa y con la infanta Sifenisba, para casarla con mi hijo Norsidiano.

– Con eso que vuestra merced á pedido, –dixo Beligeronte–, da señal que quiere la caveça del Cavallero del Arco, lo cual todos los del mundo no bastarán a cunplir y esto no digo por lo que le é visto hacer sino por la fama que de semejantes hechos á cobrado, que yo en todas las partes que é estado la é hallado estendida tanto que para desfacer agravios lo buscavan como único remedio en el suelo.

– Pues aún con todo eso, –dixo Rugerindo–, no le puede la Fortuna pagar lo que le deve el mundo, pues para mil afliciones é oído decir que á sido remedio y lo que demás á de obligarnos para amarlo es la fama que d’él igualmente corre de virtud, hermosura y discreción.

– Aunque d’eso no puedo ser, –replicó Deifevo–, testigo de vista, osarélo con muchas afirmar porque el emperador mi señor lo alabó de todo tanto que dixo que era único en el mundo y que, aunque era muy moço cuando lo desencantó, era tan discreto y perficionado en todo género de sciencias y cortesía que de los más doctos podía ser maestro. Y aunque le rogó que le dixese quién era, no lo hiço; o era porque no lo savía, como él dixo, sino que lo llamavan 180r Belinflor y que lo avía criado un savio, de que no recibió poca sospecha que era su perdido hijo.

– En el nonbre, –dixo Beligeronte–, quisieron los dioses mostrar su perfecciones; y cierto que si este cavallero conociera estado, no uviera su par, que ya yo lo é tratado y en todo no tiene falta.

– Entre tan grandes y sublimadas gracias, señor Beligeronte, –replicó Rugerindo–, como ese cavallero tiene no se echará menos la menor que es del estado, por lo cual más perfecto es sin el que otro que los tenga sobrados; y para tener tales virtudes no

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tiene necesidad de reino, pues con ellas suple cualquiera falta y aún más de estimar es él, pues sin tener que mirarse en el espejo de sus antecesores lo á sido él tan claro y lo es para sus descendientes.

La reina, como vido tanto alabar a Belinflor, porque no desistiesen de lo prometido, dixo a Rugerindo y a Beligeronte que se entrasen a reposar, pues toda la noche avían travajado. Ellos que menester lo avían lo hicieron. Con mucho regalo así los heridos como los sanos estuvieron un mes, al cabo del cual Tirisidón estuvo bueno y para que Roxano lo estuviese aguardaron otros ocho días, en los cuales el príncipe Norsidiano pidió a Rugerindo lo armase cavallero. Él lo hiço con buena voluntad porque se le avía aficionado mucho qu’era muy dispuesto, cuerdo y discreto; y su discreción bien la mostró adelante y fue muy estimado cavallero por su valor. Pasados los ocho días, el bravo rey Roxano estuvo bueno del todo y poniéndose en camino en dos días llegaron a Numidia y, dando cargo a Tirisidón y al duque de Irabez de juntar gente, se quedaron ellos en la cidad y Rugerindo como cuerdo y acertado cavallero quiso llevar pocos y bien armados; y así mandó hacer muchas armas de fino acero todas dobles. En veinte días juntaron cuarenta mil cavalleros y todos fueron a la cidad de Numidia y allí el griego dio de las armas que avía mandado hacer a los que no las tenían buenas y caballos muy bien pensados a los más principales y dioles –para que se conociesen– por divisa una pluma negra, de suerte que verlos todos tan bien armados en alindados cavallos y tan dipuestos y orgullosos y con aquellas plumas negras no avía más que pedir sino que a los esforçados dava tanto gusto como a los tímidos temor. 180v Muy alegre Rugerindo por ver tan buena cavallería –pero no por lo que iva a hacer, que de muy mala gana iva– con la reina Artarea, començó a caminar a Tremisa.

Capítulo XXVII. Cómo buelto en sí el Cavallero del Arco encontró al príncipe Miraphebo y la batalla que ambos tuvieron con los valentísimos gigantes Braçandel del Monte y Britanor del Valle, reyes de Balaquia.

Buen rato estuvo el príncipe Belinflor fuera de acuerdo y, cuando bolvió en sí y se

vido en aquel estado, no se puede decir el enojo que recibió y más cuando no halló a su enemigo pensando que fuese vencido y con deseo de halla[r]lo començó a andar por la floresta y en toda aquella noche no lo halló, lo cual acrecentó su pena y otro día andando oyó hablar y guiando el cavallo vido estar comiendo a su querido amigo Miraphebo con su escudero Fabriano y mucho holgó en vello y pasando adelante con su cavallo, aunque no estava para gracias, dixo:

– ¡Alto, cavallero, que aora me vengaré a mi gusto! ¡Cogé vuestras armas si no queréis que os acometa con villanía!

Algo alterado alçó la caveça el de Troya y, como conoció a su amigo en las cristalinas armas, con el mayor contento que se puede imaginar dixo:

– Tan orgulloso os mostráis y con tanta priesa pedís la batalla, cavallero, que no me avéis dexar comer, mas porque no entendáis que de covarde la quiero prolongar, esperá.

Con esto cobró la silla del cavallo de un salto y Fabriano dixo riendo de lo que su señor hacía:

– Eso me parece bien, mi señor, que quien tiene enojado al Cavallero del Arco, aún más ánimo á de mostrar.

Miraphebo se llegó a Belinflor y le dixo:– ¡Ea, cavallero, tomá del canpo lo que os pareciere que no es tienpo de

deternernos!

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Con esto dio buelta a su cavallo y enristrando su lança se puso contra él. El griego muy alegre hiço lo propio y haciendo muestras de correr, el de Troya le dixo:

– Teneos, teneos, señor cavallero, ¿savéis con quién os conbatís?, pues no soy menos que Héctor.

– Pues yo soy Aquiles, –dixo Belinflor.– Pues para acabar lo que Policena no pudo, –dixo Fabriano–, los tengo de hacer

amigos.Con esto tomó de rienda a Dambero, cavallo de Miraphebo, y lo llevó junto a

Belinflor. Entonces 181r se abraçaron con mucho contento y apeándose se sentaron. Miraphebo contó a Belinflor como avía estado en Grecia y avía allí venido el emperador Rosendo y en su conpañía una dama, la más hermosa del mundo, llamada Rubimante. Como esto oyó el griego, sintió tanto dolor que dio un suspiro. El troyano, como buen maestro de amar, advirtió en lo que su amigo hiço y a tal ocasión y mucho se holgó porque a su valor la hermosura de la dama convenía que, como él era sin par, ella tanbién lo era. Al fin le dixo como por amor del emperador Arboliano el de Rosia con todos sus vasallos se avían baptiçado y que creía que la seta de los dioses era falsa porque avía notado el concierto de la cristiana ley y que estava muy aficionado a ella. Díxole así mismo lo mucho que lo amava el emperador porque lo avía desencantado y que lo deseava ver y que avía mandado a los suyos que lo sirviesen como a su príncipe. Muy contento fue Belinflor con estas nuevas y más cuando supo que su dama estava de asiento en Rosia. Y tanbién dio él cuenta a su amigo de todo lo que le avía sucedido allí en Tremisa y que entendía que tendrían muy cruel guerra con los numidianos por la muerte del rey Gorgiano y díxole que subiesen en sus cavallos, que avía mucho que hacer. Haciéndolo así començaron a andar por la floresta y saliendo a un gran llano vieron dos cavalleros muertos de dos espantosos golpes. De acuerdo de anbos, propusieron buscar los matadores y por su gusto pidieron a Fabriano sendas sobrevistas amarillas con flores negras. Traían sienpre los escuderos muchas sobrevistas porque, como sus amos no podían mudar las armas, se vestían aquellas para desconocerse. Vestidas las sobrevistas, començaron a andar por aquel llano y saliendo d’él en la floresta vieron ir dos grandes, fornidos y bien dispuestos jayanes y con ellos ivan sendas doncellas muy fieramente llorando. Los orgullosos amigos viendo aquello entendiendo que por ser jayanes las llevavan forçadas, dando de espuelas a sus cavallos y enristrando las lanças se pusieron ante ellos un buen trecho a guisa de justar; lo cual visto de los jayanes hicieron lo propio y picando a sus cavallos se vinieron a encontrar.

¡Ó, Apolo, padre de las musas!, ¡cómo era aora menester que 181v que un rayo de los tuyos, claríferos y dorados, alunbrara mi ingenio para que mejor pudiese contar tan fermosa justa!

Encontráronse los cuatro cavalleros en los escudos que haciendo las lanças pieças pasaron los unos por los otros y acabando la carrera, sacando sus espadas bolvieron a golpearse. Las doncellas procuraron estorvar su batalla, mas no las oían, lo cual visto d’ellas quisieron irse y bolviendo las caveças vieron venir dos cavalleros y yéndose a ellos les dixeron:

– Cavalleros, si en vosotros ay tanto comedimiento y valentía como apostura, venid con nosotros a deshacer un agravio que ocho cavalleros an hecho a mi padre que le an muerto un hijo y le quieren forçar una hija y, si os tardáis, lo matarán a él.

Los cavalleros, que Orisbeldo y Filiseno eran, dixeron que los guiase. En este tiempo los valientes guerreros se estavan golpeando; avíalo Miraphebo con Braçandel el mayor, y Belinflor con no menos que el valentísimo Britanor, que le dava a entender que en la Gigantea era sin igual. Dio el nieto de Héctor al rey de Balaquia un golpe con toda su fuerça que lo sacó de sentido; enojóse tanto d’ello su hermano que soltando el escudo con la espada a dos manos hirió a su contrario que sin sentido lo derrivó sobre el cuello de Bucífero. Buelto Braçandel en sí soltando el escudo dio un golpe al de Troya sobre el yelmo que, si no se abraçara al cuello del cavallo, cayera.

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¡Ó, caliginosa Furia, la que Belinflor recibió en verse de aquella suerte! Arroja el rico escudo y ocupando el puño de la espada con anbas manos hirió al Jayán del Valle en un honbro, que hasta el arçón le hiço inclinar causándole tanto dolor que no lo pudo mandar. Andava el de Troya muy enojado por ver que tanto aquel jayán le durase; dava tan fuertes golpes que a un yunque ubiera deshecho, mas no servían sino de atiçar el colérico fuego del gigante para que más se encendiese en ira. Todos cuatro estavan ya tan de veras enojados que de los golpes recebidos con los fuertes que davan les parecía no estar vengados. Era cosa de mirar la viveça de los dos amigos y la braveça de los gigantes, que ciegos y ofuscados de colérico enojo, redoblavan sus golpes con tan presta valentía que la victoria hacían dudar. Si no truxeran armas encantadas 182r ya estuvieran muertos porque de cada golpe se huvieran hendido y, como no se podían herir, se mostrava más su valor por que aumentavan su fuerça y no enflaquecían. Dos horas duró la batalla, al cabo d’ellas Miraphebo y Braçandel se asieron a braços y porfiando por derrivarse cayeron ambos y por el suelo anduvieron un rato rodando y viendo su porfía ser en vano se soltaron, cogiendo las espadas se levantaron y con nueva y briosa fuerça comiençan segunda vez a golpearse. No andavan menos furiosos los de a cavallo cuando vinieron Orisbeldo y Filiseno de desagraviar al padre de las doncellas, las cuales, como venían alegres, con mucho brío se llegaron a los batalladores y les dixeron:

– Afuera, señores, que no ay raçón por que vuestra batalla pase adelante. Los amigos oyendo esto se apartaron y Miraphebo dixo:– ¿Qué más raçón queréis que aya que llevar estos gigantes unas doncellas

forçadas?– Engañados estáis, –dixo una doncella–, que aunque ivan llorando no ivan

forçadas, antes las llevavan para enmendar un agravio e lloravan por el que se les avía hecho.

– Si eso es así, –dixo el troyano–, yo alço la batalla si ellos quieren. – Y gustamos d’ello, –dixo Britanor–, y os tomamos por amigos.– Ganamos en ello, –replicó el griego. Orisbeldo que ya avía conocido a sus amigos en la habla muy contento se llegó a

hablarles. Ellos lo recibieron con mucha alegría y para tenella los gigantes se quitaron los yelmos y conociéndolos Belinflor fue a abraçarlos. Ellos quitándole el yelmo se certificaron de su sospecha y Britanor riéndose dixo:

– Por mi fe, señor, que por poco el deseo de veros me costara la vida, más que gloriosa fuera mi muerte si d’esas manos viniera.

– No digáis tal, –dixo el griego–, que fuera recibirla vós dármela a mí.– Fuera justo pago de mi yerro, y a los soberanos gracias que me sacó del peligro

en que estava. En esto el troyano Miraphebo y Brazandel subieron a cavallo y todos se hablaron

muy amigablemente y despidiéndose de las doncellas començaron a caminar y Orisbeldo a decir todo lo sucedido y que, pues Sifenisba estava en Tremisa, que era necesario ir allá, que entendía que avría guerra. Miraphebo haciéndose que no savía nada dixo:

– Hermano Orisbeldo, decíme quién es Sifenisba y por qué á de aver guerra. El de Babilonia se lo contó todo y cómo se casava, de lo cual enojado el príncipe de

Troya182v dixo:– ¿Paréceos bien averos casado sin darme cuenta d’ello? Por cierto que tengo de

poner algún inpedimento y a la infanta Sifenisba é de decir que avéis dado palabra. – Basta, señor Miraphebo, –dixo Orisbeldo–, no pase el enojo adelante y no por

vengaros d’él os hagáis malévolo. – No penséis, –replicó el de Troya–, que de tan grande agravio se satisface así, sino

con la muerte de uno de los dos, que más devemos al pundonor que a la amistad. En semejantes pláticas anduvieron todo aquel día con mucho contento y otro

llegaron a Tremisa y halláronla muy alborotada, mas con la presencia de su príncipe y

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del Cavallero del Arco se sosegaron y en muchos saraos y conversaciones y paseos estuvieron entretenidos un mes y al principio de otro supieron cómo en Numidia se hacía gente. No fueron descuidados ellos en prevenirse, quedando cargo al rey Gridonio y al príncipe Filiseno de juntar gente; los demás previnieron la cidad de bastimento y reparos. Dos meses pasados cuando ya avía en Tremisa cuarenta mil cavalleros muy bien armados, asomó el exército de los numidianos, cuyo general era Rugerindo y su teniente Norsidiano. Asentaron sin contradición el real, en lo cual tardaron dos días. Y al tercero enviaron una carta al rey Tarselo en que le pedían a la infanta para Norsidiano. Fueles respondido cómo no podía porque estava casada, que más quería tener guerra que quebrar su palabra. Bien vieron los cavalleros que tenía raçón, mas la reina Artarea se enojó tanto que enbió a decir que para el siguiente día los aguardavan en el campo. No tenían tan covardes capitanes los de Tremisa que no respondiesen que de buena gana. Otro día venido a ora que la luciente aurora con su alegre venida dava claro testimonio de la vista de Titán, el rey Tarselo mandó a los de Tremisa que se armasen y saliendo al campo los concertó en cuatro haces: la primera dio a Belinflor, y a sus lados ivan Miraphebo y Orisbeldo; la segunda dio a los gigantes Braçandel del Monte y Britanor del Valle; la tercera dio al rey Gridonio y al príncipe Filiseno; la cuarta tomó para sí con el valiente Atilano y un gigante llamado Monflot. Rugerindo ya tenía concertadas las haces: la primera tenía él con sus dos primos Deifevo y Tirisidón; la segunda tenía el bravo Roxano; y la tercera, 183r Beligeronte; la cuarta, Norsidiano. Estando todos a punto movieron las primeras haces y a encontrarse se adelantaron los seis luceros de cavallería; hiriéronse Belinflor y Rugerindo, el de Tesalia y el troyano, Tirisidón y Orisbeldo; y quebradas las lanças pasaron sin menearse y sacando las espadas se meten por las ya mezcladas haces haciendo mortal estrago. Si tres valientes avía de una parte, otros tantos avía de otra y tantos eran los de una parte como los de otra. Las maravillas del troyano se reconpensavan con las altas cavallerías y extraños hechos del valentísimo Deifevo. Y así hasta hora de tercia mantuvieron igualmente, lo cual visto de los reyes de Balaquia por acabar de presto con su haz movieron al encuentro; les salió el bravo Roxano. Britanor del Valle antes que quebrase la lança mató más de quince cavalleros. Braçandel encontró al señor de Arbolia que al cuello del cavallo le hiço abraçar y echando mano a la espada començó a dar tan fuertes golpes que cosa era de espanto y, para satisfacer más su deseo, con el escudo començó a herir que [ca]da vez que acertava en lleno matava. Tanto con sus desapoderados golpes se hacía temer que a rienda suelta d’él huían. El poderoso Beligeronte, como su bravo coraçón las más dificultosas cosas le forçava a enprender; para toparse con uno, el más fuerte, tendió los ojos por la batalla y a caso vido al furibundo rey Braçandel de Balaquia discurrir por la batalla haciendo mortal estrago, que cada vez que abaxava sus br[a]ços, muertos dos forçava baxar al suelo y así todos d’él huían. Con deseo de provarse con él, el del Ponto movió con su haz; al encuentro le salió Filiseno con la suya; y juntas comiençan a matarse sin piedad. El hijo de Anares se fue para el de Bradasalán y con su cuchillo lo hirió que la sangre le hiço saltar por la boca. No se fue sin respuesta porque Braçandel enojado lo hirió en un onbro que el giganteo cuerpo dobló sobre el arçón. Levántase el airado Beligeronte y con nueva fuerça comiença a golpear al rey de Balaquia, el cual ásperamente lo respondía. Al ruido que golpeándose hacían, llegó allí el bravo Roxano y Tirisidón, Orisbeldo y Belinflor, y era tan brava que por miralla no peleavan. Tan en su punto los gigantes estavan enojados que, porque no los estorvasen, Beligeronte dixo a Braçandel:

– ¡Cavallero, salgámonos de la batalla y vamos a una183v floresta!Así lo hicieron, y con deseo Roxano de ver el fin de la batalla, algo apartado los

siguió. Belinflor, como no podía salir de allí, mandó a Filiseno que los siguiese, donde los dexaremos. Hora era de nona cuando los numidianos por el valor, esfuerço y grandes hechos de Belinflor y Britanor començaron a perder el campo, lo cual visto de Norsidiano movió con su haz; al encuentro le salió el rey Tarselo y se dieron ellos tan

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fuertes golpes que las lanças quebraron y si no fuera por el valiente Atiano el rey cayera. Las haces se juntaron con tanto ruido que la tierra parecía hundirse. Sería prolixidad detenerme en contar particularmente los hechos de cada uno de los cavalleros nonbrados y, así remitiéndome a lo historiado por el savio Belacrio, digo que, cuando los de Tremisa llevavan alguna mejoría, sobrevino la escura noche que los dispartió y así los de Numidia que no se holgaron poco se recogieron al real y esotros en buen orden a la cidad. Bien Belinflor y Orisbeldo quisieran ir a ver la batalla de los jayanes, mas avisáronles cómo el rey Tarselo estava algo malo del encuentro del príncipe Norsidiano, por lo cual entraron en la cidad con todos los demás, donde los dexaremos.

Capítulo XXVIII. De la cruel batalla que pasó entre los valientes gigantes Braçandel del Monte y Beligeronte, rey del Ponto, con lo que más sucedió.

Salidos los potentes gigantes de la batalla, dando de espuelas a sus cavallos

corrieron hasta que se entraron en una floresta donde parando sus cavallos alçaron escudos y cuchillos y se començaron a golpear. Por una parte vino Roxano y por otro Filiseno y ambos a un lado se pararon a mirar la batalla. No sucedió en aquellos reinos más vistosa batalla. Los jayanes ambos diestros, ambos agudos, ambos prestos en herir, ambos ligeros en rebatir, ambos valentísimos y ambos de veras enojados. Y así con admiración de los que los veían se golpeavan. Era Braçandel más menbrudo por ser hijo de gigante y por el consiguiente tenía una poca de más fuerça. Era Beligeronte astuto y, como esta pequeña ventaja conoció en su contrario, todos los golpes procurava darlos en el yelmo, que es parte donde más efeto su fuerça puede hacer, y así se sustentavan igualmente. Dio Beligeronte al de Balaquia un golpe sobre el yelmo como 184r acostunbrava que la caveça baxó hasta los pechos; otro le asegundó que la sangre por la visera le salió. Endereçóse Braçandel y con la gran ira que tenía dio dos golpes a su contrario; al primero le hiço inclinar la caveça y al segundo saltar la sangre; y no cesando de golpearse anduvieron una hora. Algo andava el rey de Balaquia fatigado porque todos los golpes recebía en el yelmo y ya lo tenía muy sentido, por lo cual tomó tanto enojo que dio un revés a Beligeronte en la cintura que, si con una mano no se asiera a las crines del cavallo, cayera. Tanto se airó el del Ponto que endereçándose hirió en un onbro a su conpetidor que la caveça hasta el cuello del cavallo abaxó y asegundándole otro con tanta fuerça que, si no se abraçara al cuello del cavallo, cayera. Rebentando de enojo se levantó Braçandel, con la espada a dos manos, dio un golpe a Beligeronte que sin sentido lo derrivó sobre las ancas del cavallo, el cual lo apartó de allí. Roxano entendiendo que era muerto fue a [é]l dando un grito y quitándole el yelmo vido el rostro hinchado y lleno de sangre, mas así como le dio el aire bolvió y, como se vido, tomó el yelmo riñendo al moro porque se lo avía quitado y enlaçándolo fue para Braçandel y, como ambos estavan tan coléricos, se dieron tan recios golpes que ambos estuvieron por caer. Y matando la ira el cansancio se golpearon hasta la noche que de consentimiento se apartaron para descansar. Beligeronte comió un poco de frutas que avía en los árbores. Admirado cada cual de la fortaleça de su contrario estuvieron hasta que la casta Diana mostrando sus plateados rayos a ocupar el desocupado trono venía tan hermosa y clara que los dos guerreros con el ansia de conbatirse la tomaron en lugar de sol y su sobrado enojo les avivava, de suerte que la gana que lo que en ella faltava de claridad lo suplía y así no esperaron más, que embraçando los escudos, las espadas altas se vinieron a golpear.

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¡Ó, Musa, que por el merecimiento de la materia que tratas entre las ministras de Apolo tienes el primer lugar! ¡Cómo me holgara, aunque de la gloria de hacerlo me privara, que tomases a cargo esta más que brava batalla para que con delicado ingenio patentemente mostraras la braveça de los jayanes y para que con tu dulce estilo gustosa hicieras más de lo que es esta 184v materia!

Otras dos horas sin conocerse mejoría se conbatieron y en ellos punto de cansancio no se mostrava y, mientras más tardavan en vencerse, más se enojavan. Dio Beligeronte un golpe al hijo de Bradasalán que la caveça le hiço inclinar, echando sangre por la boca y le dio la repuesta que todo el escudo le hendió baxando la punta del cuchillo, haciendo un temeroso ruido por el encantado peto hasta llegar al arçón, que lo hendió. Tembló d’este golpe como la hoja en el árbol meneada por el viento de otoño Beligeronte y quedó admirado de la fuerça de su contrario y no qu[erie]ndo llevar él lo peor en los golpes que dava mostrava su valor. Otras dos horas se estuvieron golpeando hasta que la Diana por no quedar avergonçada con la presencia de su hermano a la media redondez de las antípodas endereçó su camino, dexando a escuras a los batalladores gigantes; los cuales descansaron otro rato. Aún no se mostravan bien los alegres rieles trayéndolos la diligente Zintia, aviéndolos cogido de los esparcidos dones de Titán, dando cierta señal de su venida cuando los furibundos reyes, tomando con ambas manos las pesadas espadas, se començaron a golpear. El fresco de la mañana aliviava su cansancio tanto que a cada uno le parecía averle al otro crecido la fuerça. Dio Beligeronte a su contrario un golpe sobre el yelmo que, como estava muy sentido, lo cascó y lo turbó mucho; da la repuesta Braçandel al del Ponto que lo hiço inclinar hasta el arçón. Con la mayor admiración de Roxano y Filiseno que en su vida tuvieron, se golpearon otra media hora. El rato que descansaron estuvieron pensando el aprieto en que cada uno estava, por lo cual les creció tanto el enojo que, como si en las diez y seis horas pasadas no uvieran hecho nada, hasta que el rubicundo Titán mostrava su hermoso rostro igualmente se estuvieron golpeando. Cada momento les crecía el iracundo enojo y él aumentava la fuerça y así en ellos no se echava de ver punto de flaqueça. Dio Beligeronte a su contrario un golpe sobre un honbro con tanta fuerça que acia delante dobló el cuerpo y el cavallero ahinojó. No tardó en endereçarse y hacer levantar al cavallo y cogiendo la espada 185r hirió con ella al rey del Ponto que algún tanto lo turbó y dándole una punta lo puso sobre las ancas del cavallo. Cobra la silla el potente jayán y no falleciéndole el ánimo de nuevo entretuvo la furia de Braçandel; el cual le dio otro golpe que lo derrivó sobre el arçón y el cavallo lo apartó buen rato y bolviendo en sí, renegando de sus dioses, tomó la espada con dos manos y afirmando los pies en los estrivos y alto de la silla un palmo, como un rayo, vino contra el bravo Brazandel, el cual de la propia postura lo salió a recebir. Tan fiero aspecto llevavan los potentísimos gigantes que de vellos Filiseno tembló, como la hoja en el árbol. Roxano temió, mudósele la color, cayósele el coraçón. Los sátiros y faunos que miravan la batalla huyeron. Al temeroso ruido que los cavallos por el suelo hacían, Vulcano con sus ministros, Plutón con todo el infierno con espantables aullidos se encogió; Apolo retuvo sus rayos; el aire bravo Marte en su quinto trono no se tuvo por seguro de la furibunda saña de los jayanes, los cuales por los crueles golpes la mostraron. El de Beligeronte acertó en lleno y así hiço más efeto, como el yelmo estava cascado, y Braçandel cayó sobre la cerviz del cavallo. Y si el golpe que él dio acertara en lleno matara a Beligeronte, mas acertándole en un lado, privándolo del sentido lo derrivó del cavallo. Como el gallardo Roxano vido el efeto de sus golpes con grandísimo pesar por el vencimiento de Beligeronte se apeó del cavallo y quitándole el yelmo lo vido de suerte que le pareció estar muerto y acrecentándosele el dolor lo tomó en braços y lo puso atravesado en la silla de su cavallo y cavalgando él lo tomó de rienda y començó a caminar al real y llegando a él entró en la tienda de la reina Artarea, donde estavan todos los principales del real, turbáronse como vieron así a Beligeronte y con confusa priesa preguntaron a Roxano si estava muerto, él dixo:

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– Yo no lo sé, mas que de un golpe lo derrivó aquel gigante.En efeto contó todo lo que avía visto. Y por los de menor calidad fue llorado como

muerto mas otros lo desarmaron y echaron en un lecho donde le pusieron conortosos ungüentos, mas todo aquel día y noche fue tenido por muerto y otro bolvió en sí; y la alegría que d’ello recibieron se les tornó en pesar porque començó a desvariar como loco y decir cosas inpropias de discreción y juicio 185v humano. Esto era como el terrible sonido que la espada hiço en el yelmo se le avía metido en los sesos tenía turbado el juicio. En semejante peligro estuvo ocho días tiniendo todos lástima d’él, al cabo de los cuales con el mucho dormir y poca conversación sanó de aquel mal; mas del gran desfallecimiento que tenía estuvo otros cuatro, que pasados se sintió recio, donde lo dexaremos con nueva locura de la ravia que tenía de verse vencido. Como Filiseno de Lucea vido ido a Roxano con no pequeño pesar se llegó a Braçandel y quitándole el yelmo le vido la caveça hecha cuatro partes y los sesos esparcidos por el yelmo, el cual estava hecho un harnero; tenía el rostro descolorido, todas las armas llenas de sangre de la mucha que le avía salido. Tanto se turbó de verlo muerto que no se pudo menear ni hablar ni aún dolerle. Y con aquella turbación lo dexó y se fue a Tremisa y con el mayor pesar que avía recibido lo dixo a todos aquellos cavalleros. Todos los sintieron tanto co[mo] si hermano de cada uno d’ellos fuera. Pero Belinflor lo sintió en estremo, tanto que alguna pequeña muestra de su gran pesar por los ojos mostró. Luego mandó armar a Miraphebo, Orisbeldo y al rey Gridonio y el valiente Atilano y otros muchos principales y a otros cavalleros mandó llevar unas andas y, sin que fuesen vistos del real, caminaron a la floresta guiándolos Filiseno y llegando donde estava de nuevo fue llorado y desarmándolo lo pusieron en el lecho. Todos ivan hasta los pies de los cavallos cubiertos de luto, los yelmos y escudos tapados de tosca gerga y representando un doloroso espectáculo començaron a caminar.

Capítulo XXIX. De lo que sucedió a los cavalleros de las andas con el gigante Britanor y la cruel batalla que después tuvo con el potente Beligeronte del Ponto.

Recogidos los de Tremisa se entraron en la cidad y como los principales se fuesen

a palacio a ver al rey Tarselo, luego fue echado menos el rey Braçandel del Monte, por lo cual su hermano Britanor despidiéndose de los cavalleros se armó otra vez y fue a buscallo. En el camino el savio Menodoro le dio unas armas negras muy fuertes que avía de tener batalla un potente jayán. 186r Él muy alegre despidiéndose d’él començó a caminar, lo cual hiço toda aquella noche y otro día ya tarde vido por un camino venir doce cavalleros cubiertos de luto y tras ellos venían cuatro que unas grandes andas negras traían. Él con deseo de saver quiénes eran y qué llevavan en las andas se fue allá y llegándose a un cavallero le preguntó:

– Por cortesía, cavallero, que me digáis quién son estos enlutados y qué llevan en estas andas.

El valiente Atilano entendió que era Beligeronte, como lo vido armado de negro y así confiando en la conpaña que llevava con mucho orgullo dixo:

– ¿Para qué quieres sabello, gigante, si te á de costar la vida?– ¿Quién me á de matar a mí? Por tanto, decidme quién son si no sabrélo por

fuerça. – Aunque lo digáis, no lo podréis cunplir, –replicó Atilano. Cuando se enojava Britanor era de muy de veras y con mucha raçón y así aquí, que

sacando una gran espada dio un golpe a Atilano que lo echó en el suelo y de allí buelve otro a un cavallero que tanbién lo mató y Orisbeldo sacó de sentido y

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atropellando de los demás con el cavallo llegó a las andas y alçando un cobertor conoció a su hermano muerto. Tanto lo sintió que sin sentido cayó del cavallo. Por vengarse Atilano fue a él con propósito de cortarle la caveça y así quitándole el yelmo lo conoció y muy admirado llamó a Belinflor y a Miraphebo que por vengarse ya venían, los cuales, como lo vieron en aquel estado imaginando lo que su mal avía causado, le echaron agua y le hicieron aire, mas no aprovechó que su mal era muy crecido porque, como con el sobrado enojo tenía ahogado el coraçón y luego la repentina vista del muerto hermano lo apretó, de suerte que llegó a punto de perder la vida y no haciéndole provecho aquellos remedios lo cogieron y poniéndolo en las andas con doblado pesar començaron a caminar acia la cidad<ad> y llegando allá fueron a palacio y a Britanor lo desarmaron y pusieron en un lecho y a Braçandel lo enbalsamaron y haciendo una gran caxa de marfil lo encerraron; y otro día cuatro duques lo tomaron en onbros y llevando los principales velas yendo detrás los dos reyes con todos los príncipes fueron al templo de Diana; todas las calles estavan cubiertas de luto y en ellas sonavan roncos y destenplados instrumentos bélicos; llegando pues al templo pusieron el cuerpo en un alto túmulo con muchas pirámides 186v adornadas de muchas aves muertas, todo cubierto de brocado negro y ante él avía una ara sobre quien se sacrificaron docientos toros, cien vacas, cuarenta novillos blancos y así mismo muchas aves, y cogiendo la sangre de todos la echaron en grandes basos de vidrio y los pusieron en grandes braseros y haciendo grandes fuegos echaron en ellos la sacrificada y bruta carne y saliéndose del tenplo lo cerraron. Y llegando a palacio hallaron a Britanor bueno, con lo cual se consolaron. Doce días estuvieron con mucho pesar especialmente el rey de Balaquia, el cual ya se huviera vengado si no fuera entre ellos costunbre de no salir de casa hasta que fuesen enterrados sus próximos. Pasados los doce días, bolvieron al tenplo donde echaron infinitos olores como ánbar, néctar, anbrosía, amomo y cubriendo el alto túmulo de fúnebre ciprés y mirto; cantando las sacerdotisas de Diana metieron el cuerpo de Braçandel en una suntuosa bóbeda donde lo dexaron y se bolvieron a palacio. Britanor que aquellos doce días años se le avían hecho, como vio cunplido su deseo de ver enterrado a su hermano, antes de comer se armó y subiendo en su cavallo con un cuerno al cuello salió de Tremisa y llegándose al real desafió a Beligeronte, el cual recibió mucho contento en ver ocasión que pudiese acabar la batalla, porque él ni ninguno del real savía que avía muerto a su contrario y entendiendo todos que era el que tenían delante les pesó porque imaginavan que, pues la primera vez lo avía vencido, la segunda lo mataría. El del Ponto no imaginava esto sino vengarse a su gusto y armándose de sus fuertes armas y tomando lança y cavallo se puso contra su enemigo. Tan airados estavan que no cuidaron poner jueces ni señalar canpo. Ya todos los del real estavan atento[s]; los de la cidad por los muros y texados, todos los principales con mucho contento por tener que mirar tan famosa batalla. Estavan tan de veras enojados que no quisieron hacer lo que otros hacen y es procurar mostrar la ira con palabras, donde son superfluas. Nuestros gigantes más la quisieron mostrar por los encuentros y no tiniendo que esperar señal, dando de espuelas a sus cavallos con tanto ruido que la tierra junto con los tímidos 187r coraçones hacían temblar, partieron el uno para el otro y en medio de la carrera se encontraron con tanta fuerça que más de cuatro esforçados temblaron; pero, pues Marte temió que tal sería el encuentro, hicieron las lanças pieças, topáronse de los cuerpos de los cavallos, escudos y yelmos. Britanor se abraçó al cuello; Beligeronte puso la caveça sobre las ancas y el cavallo se retruxo; cayera si no fuera tan bueno, que era el de el príncipe Rugerindo. Pero endereçándose ambos acabaron la carrera y echando mano a las espadas bolvieron a herirse. Diéronse tales golpes que las caveças inclinaron hasta los pechos asegundándolos; la sangre les saltó por la boca, oídos y narices. Tan temeroso era el ruido que los golpes hacían que a los más esforçados se le mudava la color. Para enojarse más, Britanor se acordava que el que tenía delante avía muerto a su hermano; acrecentávasele el iracundo poder de sus golpes, de lo cual Beligeronte

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andava admirado porque le parecía ser aquellos golpes más fuertes que los de la batalla pasada; avivava con esto tanto que dava en qué entender a su contrario. Esforçávanse los valientes en mirar tan cunplidamente en aquella batalla lo anejo a su valor. Temían los covardes porque pensavan que aún estando lexos no estavan seguros de la furia que los gigantes mostravan. Estos efetos la rigurosa batalla en los presentes hacía; y en los guerreros ninguno; aunque al uno el golpe le doliese, no lo avía de mostrar antes, mas fuerça y enterado cada uno de la grande[ça] del otro para mostrarla mayor se esforçavan. No se contentava con lo hecho sino con hacer lo que aún no podían y así andavan iguales y lo anduvieron una hora. Dio Beligeronte a Britanor un venturoso revés que acertó en el codo del braço siniestro, que le causó tan gran dolor que aún d’él, ambos no los podía mandar. Conoció el potente gigante su ventura y así redobló sobre el sentido de Balaquia sus fuertes golpes. Tanto en ellos mostró el sobrado esfuerço de su coraçón que llevava gran ventaja a Britanor y todos la conocieron. Esta desigualdad á causado<s> diferentes efetos: en los numidia-nos gran alegría; en los de Tremisa gran tristeça. Mas presto la Fortuna los trocó porque, quitado el dolor a Britanor, bolvió de suerte por su honra que ganó lo perdido y aún un poco más. Sintiólo Beligeronte y no se descuidó en renovar su ánimo. 187v

Otra hora se conbatieron igualmente, lo cual como desease cada uno sobrar al otro acrecentó su enojo; dio Beligeronte un golpe a su contrario que lo sacó de sentido llevándolo por el canpo el cavallo. Luego bolvió en sí y con mortal coraje hirió al rey del Ponto que lo hiço abraçar al cuello; endereçóse y con no menos ánimo que al principio començó a golpear. Admirado Rugerindo dixo a Deifevo:

– ¿Avéis visto, señor primo, más rigorosa batalla entre dos jayanes? Mirá el ánimo con que se golpean, la eficacia de sus golpes y el poco cansancio con ser tan grandes que muestran.

– Por cierto, primo, –dixo Deifevo–, que yo estoy admirado porque otra como ésta no la á avido en el mundo y preciara que uviese ocasión para estorvarla que, segun la ira [que] tienen, no la dexarán por ninguna cosa y dolor sería si muriesen.

– No tengáis pena, –dixo Tirisidón–, que quiçá algún savio la estorvará. – Yo me holgara d’ello, –dixo Roxano–, que tan buenos cavalleros mucho son de

estimar. Pero una cosa veo aquí y es que en la otra batalla que en la floresta tuvieron no me pareció tan fuerte nuestro enemigo, aunque en gran aprieto truxo sienpre al rey Beligeronte, y dexemos la plática y miremos atentamente la batalla que el menor trance d’ella no es digno de no ver.

Así lo hicieron y mirando atentamente les pareció andar los gigantes más bravos y así era la verdad. Hirió Britanor al del Ponto de tal poder que le turbó el sentido. Da la repuesta Beligeronte con una punta que el rey de Balaquia puso la caveça en las ancas del cavallo.

– ¿Qué os parece, señor Miraphebo, –dixo Belinflor–, de la braveça del contrario de nuestro amigo?

– Paréceme, señor, muy bien por que á de ser causa que redunde en bien de Britanor, que harto bien es el acrecentamiento de honra.

– Ese deseo, –dixo Orisbeldo–, lo quisiéramos ver cunplido. – Sin daño de Beligeronte, –replicó Belinflor–, porque aunque es mi enemigo lo

precio por su merecimiento mucho, porque fuera del gran valor que muestra es uno de los comedidos y discretos cavalleros que yo conozco.

– Con sólo ese dicho, –respondió el troyano–, queda el rey Beligeronte del Ponto eterniçado en cunplida gloria y quisiera que se cunpliera lo que su valor 188r asegura para tenerlo por amigo.

– El savio Menodoro, –dixo Orisbeldo–, tendrá cuidado de eso, que por otra vía es inposible.

– Dexemos eso y miremos la batalla, –replicó el troyano. A esta hora, que de cuatro pasava que la brava batalla se avía començado, andavan

los valentísimos reyes tan vivos y con tanto ardid que entonces parecía començalla.

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Tiró un golpe Britanor a Beligeronte tan recio que la espada por el aire hacía un temeroso ruido; receló el del Ponto y así alçó el escudo; todo fue hendido y la punta de la espada dio en el yelmo que la caveça baxó hasta el arçón. Soltando el escudo se levantó el fuerte gigante y con la espada a dos manos hirió al de Balaquia sobre el yelmo que no pudiendo hacer presa la espada baxó al honbro y resbalando llegó al guardabraço. Como el cuchillo iva de lado, no lo hirió, mas toda aquella pieça de las armas le derrivó. Dio Britanor la repuesta al sucesor de Mitrídates en un muslo que quitándole el escarcelón le hiço una herida de que corría mucha sangre. Viendo esto, el príncipe Norsidiano dixo contra Rugerindo:

– ¡Ó, cómo me pesaría, señor, si esta batalla llegase al fin por[que] tenemos mala señal que no sucederá bien al de nuestra parte!

– ¿Qué es la señal?, –dixo el griego. – El mostrarse primero, –replicó Norsidiano–, la sangre de nuestro cavallero, que

entre los paganos es muy mal agüero. Algo enojado Rugerindo de tales inpertinencias:– ¡Callá, príncipe!, ¡no seáis d’esa condición, que los que tienen buen juicio no an

de mirar esas falsedades! Antes creo que el ver su sangre á inportado para avivarse. Y así era la verdad que, como se vido herido, se enojó tanto que más fuertes golpes

parecía dar. Suspensos y olvidados de sí tenía a los presentes la fiereça de la batalla. Eran ambos dos columnas de la gigantea; animosos y esforçados mostrávanlo tan de veras cada uno que d’ello se sentía el otro. Ya el rubicundo pastor, amante de Admeto, quiriendo provar el propósito de Alcestes, ufano porque durante su presencia se avía hecho tan famosa batalla en su dorado carro declinava començando nuevo camino, enpeçando a hermosear los elíseos españoles campos, dexava algunas alegres reliquias en las occidentales nuves, bordadas para que no d’él todo ausente feneciese la pelea, cuando enojado el potentísimo Beligeronte alçando con ambas manos la espada:

– ¡Guarte, rey de Balaquia, guarte!, ¡no quieras tener188v compañía a tu hermano!Fue ventura; hirió en un lado del yelmo con tanta fuerça que lo derrivó sobre la

cerviz del cavallo, el cual lo llevó por el campo, los braços colgando, saliéndole la sangre a caños por la visera del yelmo. Todos entendieron que estava muerto y los de la cidad lo lloravan; mas no fue mucho porque bolviendo Britanor en sí viéndose en aquel estado, renegando de cuanto avía hecho, una ponçoña tomó la espada y se fue para Beligeronte. Baxava la espada derecha al yelmo y temiendo el del Ponto desvió la caveça, por lo cual al tiempo de executar la furia el espada acertó en un honbro. Ni en acero ni en encantamento ay resistencia que pasándole las armas hasta las entrañas lo abrió arrojándolo del cavallo muerto. Todos vieron el desastrado fin del rey, por el cual se levantó gran alboroto, en el real de tristeça, y en la cidad de alegría. Por la victoria de su amigo se holgó Belinflor, mas mucho le pesó por la muerte de Beligeronte, tanto que no mostró ninguna alegría sino fue cuando vino Britanor, que lo recibió muy bien. Aunque estava vengado el rey de Balaquia, no estava nada alegre por tener ante sus ojos la muerte [de] Braçandel y así de nuevo fue menester consolarlo. Ocho días con treguas estuvieron sosegados, en los cuales con mu[cho] dolor de todo el real hicieron obsequias a Beligeronte y después enbalsamándolo metieron en una caxa y con cien cavalleros cubiertos de luto en una nave por mandado de la reina Artarea yendo Roxano con ellos lo llevaron al reino del Ponto. Allá fue recebido con mucho pesar y lo enterraron con la honra que a príncipe se devía y avisaron a la belicosísima Terriaxarta, hermana de Beligeronte, que con el gran Bramareón en Mauritana estava, donde la dexaremos.

Capítulo XXX. De lo que sucedió en Rosia y cómo la bellísima Rubimante descubrió a las hermosas ninfas Florisa y Midea como amava al Cavallero del Arco.

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Alcanzada tan señalada victoria contra el duque Bamasar, con ayuda de los

griegos de Rusia, el emperador Arboliano y el emperador don Rosendo, con la gallarda Rubimante y reina Florazara, 189r con los reyes Vepón y Brasildoro, con Miraphebo y los demás cavalleros entraron en la cidad. Si no fueron con voces y fuegos, no pudieron con otra cosa mostrar el alegría, la cual fue la más cunplida del mundo. Iva tan alegre el emperador Rosendo que no se puede decir, pues no era menos la de la emperatriz Clarelia, la cual llegados a palacio los recibió muy bien y, como vido a Rubimante, fue muy admirada de su hermosura. Por no ser prolixo ni bastar yo para ello no digo más, sino que todos aquellos señores reposaron aquella noche, en la cual los rusianos hicieron fiestas de disfraçados, saraos, juegos e invenciones. Venida la mañana se levantaron y el emperador Arboliano dio lo buenos días a Rosendo y no olvidándose de lo tratado envío a Grecia por frailes y predicadores y pedricando las excelencias de nuestra fe a todos los de Rosia pareció bien y dentro de seis meses no quedó ningún pagano y el emperador fue el primero, y dispensando sus tesoros edificaron tenplos a Nuestra Señora y a su santísimo Hijo y a sus apóstoles, mártires y vírgenes. Acabado esto tan presto porque en ello entendía, el de Grecia y sus hermanos quedaron contentísimos por la reducción de aquel inperio al servicio del verdadero Dios. A cabo de pocos días, con licencia de todos se partió Miraphebo. El emperador Arboliano no lo dexara si dixera que iva a Grecia; y así era la verdad, que por ver a su señora Alphenisa se partió. La bella Rubimante y la reina Florazara estavan juntas porque se amavan mucho y a ellas la emperatriz Clarelia que siempre la acompañavan. Cierto que la primera vez que la amada de Belinflor se vistió un vestido de raso verde cuchillado y con unos bocados de tela de oro, bordados de aljófar y el raso de seda encarnada y argentería de oro acrecentó tanto su hermosura que como atónitos todos no podían partir los ojos d’ella. En este tiempo avía grandes justas y eran mantenedores don Fermosel de Antioquía, don Gradarte de Laura y el gentil Briçartes; hiciéronlo tan bien que gran fama ganaron por ellos todos los griegos. Una noche después de aver cenado, estando Rubimante y Florazara en una ventana sobre el jardín hablando en muchas cosas con las ninfas Florisa y Midea, la amaçona reina a caso dixo a su conpañera:

– Saviendo vós, mi señora, mi voluntad, no ay para que negarme lo que os quiero preguntar; 189v pues es fácil decirme quién era aquel cavallero de tan linda dispusición, armado de las armas de cristal que con vós venía cuando os encontré.

– Por vós, gallarda reina, más que eso se á de hacer, cuanto y más que a mí no inporta nada: él se llama Belinflor y por otro nonbre el Cavallero del Arco, a quien yo devo mucho porque me libró del Castillo Encubierto. No me dixo quién era o porque no quiso o porque no lo savía.

– Por cierto que él tenía lindo parecer, –replicó la reina–, y que no puede dexar de ser gran príncipe.

– Eso no lo sé yo, –dixo Midea–, pero él era tan hermoso que creo en el mundo no aya otro.

– Y discreto es tanto, –terció Florisa–, que de todos los del mundo deve ser querido y estimado, cuanto y más de quien le deve mucho.

No le pesando a la hermosísima dama d’estas pláticas estuvieron en ellas y otras muchas hasta pasada la media noche, que la reina Florazara con sus doncellas se fue a la sala donde dormía y Rubimante con sus ninfas se entró en la suya y echándose en su lecho començó a pensar en el Cavallero del Arco tan ahincadamente que parecía tenerlo delante y aquexándole el deseo se començó a quexar y decir:

– ¡Ó, savio Eulogio!, ¿cómo no á salido verdad lo que me dixistes en el Castillo Encubierto de que servía aquello cuando me mostraste la sala de Cupido y me dixiste

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que si amase no padecería ninguna pena?; al contrario lo veo yo, pues la padezco con el ausencia de aquel cavallero. ¡Ó, amor injusto, tiraniçador de las libertades!, ¡cómo gustas que antes que sepa quien sea reconozca dueño! ¡Ó, cómo me as forçado a hacer lo que no devía! o ¡qué grandes daños para mi honestidad hacer lo que hago! En fuerte hora, cavallero, vide tu valor y hermosura, pues me rindió tanto que tengo de morir sin remedio, pues mi pundonor no lo sufre. ¡Ó, savios Menodoro y Belacrio!, ¡cómo a mi costa tengo de hacer lo que me dixistes, que tengo de ser espejo de las damas del mundo pues haciéndolo tengo de padecer triste vida! Bien merece, Cavallero del Arco, el amor que te muestro el que tú me mostraste, y con esto te puedo pagar tu afición que no con otra cosa.

Con esto començó a dar recios suspiros, tanto que las ninfas lo oyeron y con algún sobresalto cogiendo unos mantos se levantaron y se llegaron al lecho de su señora y Florisa dixo:

– ¿Qué tiene la vuestra merced que nos á puesto su quexar en gran congoxa?Por un parte pesó a la bella Rubimante que la uviesen oído y por otra se holgó y

respondió mostrando alguna alegría:– Mis queridas damas, parte á sido vuestra 190r pregunta para aliviar mi pena,

porque entiendo que os doléis d’ella. Yo la tengo y muy crecida, tanto que desconfío de remedio.

– Eso, gallarda dama, –dixo Florisa–, es poner duda en lo que tan alta y saviamente<s> estos días los monjes griegos nos an predicado, pues tratando la potencia de nuestro señor Jesú Cristo an provado que para todo humanamente mediante lo divino crió remedio y, si algunas veces falta, es porque reservándolo así redunde en mayor gloria suya; por lo cual digo que vuestro mal, aunque sea muy fuerte, no puede carecer de remedio.

– Sí lo tiene, amada Florisa, –dixo Rubimante–, y aún tan fácil que con decir una palabra lo alcançare, mas es tan dificultoso el decirla que lo inposibilita.

La ninfa replicó:– Pues ¿quién, soberana señora, os fuerça a que no la digáis?, y ¿cómo tanta fuerça

tiene que con ella no os dexa alcançar remedio? Por Dios, que me lo digáis para que sepa quién es tan poderoso.

– Es lo más, –respondió la bellísima dama–, que persona del mundo, pues a todas fuerça, mas antes no se puede decir que fuerça pues no constriñe a hacer cosa inpropia; antes con la fuerça de su virtud obliga a hacerla.

– Gra[n]de es la potencia, –dixo Midea–, d’ese que así os tiene sujeta. Pero dexado esto aparte, suplícoos nos digáis qué mal padecéis para que dex[ad]o ese remedio veamos si consiente otro.

– Muchos admite, preciada ninfa, –replicó la enamorada señora–, mas con todos voy contra la obligación de mi forçador.

– Mi señora, –terció Florisa–, aunque más digáis veo que vuestro mal tiene algún remedio, aunque vós no lo consintáis porque por lo dicho entiendo que no es accidente sino herida.

Sonrióse Rubimante y con una gracia que a Júpiter tornara de su amor loco dixo:– ¿Cómo lo savéis vós, ninfa?, pues ¿en qué batalla tan rigurosa me avéis visto para

que sea mi mal de herida?Alegre y sin turbación respondió Florisa:– En la que todas las del mundo quedarán vencidas, que para más tenía fuerça el

contrario robador de las sanas. – Pues ¿quién, mi dama, –dixo la amada del griego–, avía de ser tan poderoso que a

mí sana robase y vencida me hiriese?– ¿Quién?, –replicó la ninfa–, el tercero que ubo entre los presentes únicos

mediante la vista del robador de la quietud. Bien la entendió Rubimante, mas por disimular le dixo:

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– Por mi vida, Florisa, que gustara saver quién es aquel que merece tan glorioso renonbre, pues tan grande dices que entre los del mundo lo tiene.

– No sé, mi señora, para qué con vuestras doncellas, que tanto estimáis y os aman, os estrañáis190v de tal suerte que les queráis encubrir el efeto que en vós hiço la libertad dada por el venturoso Cavallero del Arco.

– Á sido tan poco, –replicó la dama–, que no ay necesidad de descubrirlo. – Todavía sé yo, –acudió Midea–, que las gracias de aquel cavallero no pudieron

tener tan poca fuerça. – Aunque tuviesen mucha más, –dixo Rubimante–, en mí no hicieron ningún efeto,

que en mi honor lo pudiese hacer. Mas porque estamos en tal punto y a vosotras no es raçón encubrirlo, saved que me é aficionado tanto al Cavallero del Arco que é propuesto no tomar otro por marido, ni amar a otro y, si se consideran como es raçón sus admirables partes, no juzgará esto nadie por desenboltura.

– Acertada cordura le digo yo, –respondió Florisa–, porque miradas las nobleças de aquel cavallero ninguna sino vós lo merece, y nuestro Dios me parece que os quiso estremar en tanta hermosura para que mereciésedes tal cavallero, de cuyos hechos el mundo está lleno y parte d’ellos su amigo Miraphebo. Y aunque mi parecer entre los más discretos no valga, me afirmo en él y es que me parece bien que améis porque no perdéis honra y si no bolvé los ojos a las nuevas historias de antiguos hechos y allí veréis cuán ilustres y graves matronas amaron.

– No es cosa nueva amar, –dixo Rubimante–, mas amar y padecer ausente muy dificultoso es de pasar.

– Si con la presencia del Cavallero del Arco, –dixo Midea–, se aliviase vuestra pena, no sería malo buscarla por algún encubierto modo.

– Yo me holgaría, –replicó la enamorada señora–, mas ¿qué medio puede aver <y> donde ay miedo de perder aunque se gane? Yo no hallo ocasión ni cómo pueda venir el Cavallero del Arco.

– ¿Consentí vós, –respondió Midea–, que a la astuta discreción humana no aya nada difícil?

– Consentir el que me rige en cosa tan fácil es muy dificultoso y así no lo quiere hacer que, aunque en otras consienta, llanamente es conforme la calidad. Y aunque en mí de estado no la aya, mirá otras partes y allá mejor sujeto para mostrar su fuerça, con lo cual me tiene más obligada.

– En negocios donde inmenso dolor se padezca, –dixo Florisa–, sunma virtud es respetar la fuerça de la honestidad, mas donde ninguna se pierde no hace ella fuerça ni constriñe a nadie para que dexe de hacer su voluntad.

– Pues, ¿cómo Florisa?, –respondió la dama–, ¿tu buen entendimiento no alcança que me sería juzgado a gran desenboltura si por mi mandado aquel cavallero viniese a estar en esta corte y más que él anda por el 191r mundo y no le sería a valor reputado que tanto reposase en corte, pues al fin no suceden allí tantas cosas en que enplear su persona como andando a buscarlas? Y aún otro fin conveniente ay mayor, y es que de tan diferentes condiciones varios dichos dirán como que hago lo que me da gusto porque no tengo que temer padre, acatar estado y estimar alta sangre. Y como todo esto me falte, é de procurar ser más perfecta porque por mí sola sea más estimada, que se estimará en más que si me ayudaran partes.

– En todo lo que avéis dicho, mi señora, avéis mostrado, –dixo Midea–, vuestro alto entendimiento y discreción, y avéis dicho tanto que en nuestro intento no ay nada qué replicar. Pero podría ser que partiendo vós d’esta corte con vuestras armas y cavallo en conpañía de la reina Florazara os encontrásedes y vuestro gusto se cunpliese.

– Ya a mi señora, –dixo Florisa–, no está bien usar ese uso que ya creo que su discreción lo á juzgado; lo uno porque tal persona no se á de arriesgar tanto, lo otro porque el grande amor que los emperadores Arboliano y Rosendo le tienen no consentirá que d’ellos se ausente.

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– Viendo yo, mi querida dama, –replicó la enamorada–, la voluntad que mi señora la emperatriz Clarelia me á mostrado, tenía propuesto de no usar más las armas, sino fuese en caso de forçosa necesidad y en este parecer me tiene conpañía la muy hermosa reina Florazara.

– No me parece malo, –respondió Florisa–, mas, aunque más estorvéis vuestro remedio, lo é de procurar por todas las vías posibles y no lo haré tanto porque esté en vuestra presencia cuanto por goçar yo su hermosa vista, que me tiene como a vós rendida.

Riendo la bella dama dixo:– No hagas tal, ninfa, que me enojaré y mucho. – Déxela, vuestra merced, –replicó Midea–, que si él viene ya no será por vós sino

por ella, y veréislo porque, según me parece aguda, primero lo goçará. – En mal hora, Midea, –respondió la discreta ninfa–, descubráis tan presto mi

intento que ya mi señora con más veras estorvará su venida y me privará de su gracia. – No hará tal, –dixo Midea–, que por cos[a] tan poca no quebrará mi señora el gran

amor que te tiene. – En verdad, ninfas, –respondió Rubimante–, que si eso es así, que no guste de la

venida del Cavallero del Arco. – Ni yo tanpoco, –dixo Florisa–, porque temo que viéndoos a vós me dexe a mí y me

quede con el travajo burlada. – Alguna de las presentes, –replicó Midea–, no le pesaría de eso.191v Y bueno será

que demos orden en su venida y a lo que pudieren decir poné escusa el no saver nadie la ocasión de su venida.

– Ya no se hable más d’eso, –dixo Rubimante–, que si él me ama, como lo mostró, él vendrá. Pero, decidme, si llegase a efeto vuestro intento, ¿qué modo tendríades para traerlo?

– Que faltando, –respondió Midea–, todos los que procurásemos, aunque a personas como nosotras no estava nada bien, por daros contento lo buscaríamos.

– Por recibirlo yo, –replicó la hermosísima dama–, no quiero que toméis travajo y, porque aora lo recebís, os podéis ir a acostar.

– Paréceme, –dijo Florisa–, que vuestra merced nos desecha por floxas, porque esta noche no le emos buscado al Cavallero del Arco.

– Antes pecáis de agudas, –dixo riéndose Rubimante–, pues avéis buscado y hallado lo más secreto que según mi propósito avía en el mundo.

Con mucho contento se fueron las ninfas a acostar y la bella dama con no menor durmió lo que de la noche quedava, donde las dexaremos.

Capítulo XXXI. Cómo el príncipe Rorsildarán de Tracia con la gallarda princesa Belrosarda llegó a Francia y la batalla que tuvo con el rey Gedeonte y cómo restituyó el reino a su señora.

Caminando en la grande y encantada galera, iva el príncipe de Tracia, el más

contento que en su vida fue, por tener cada momento en su presencia a la muy hermosa princesa Belrosarda y, por goçar más tal conpañía, acusava la veloz corrida de la galera. Era más cunplido su contento porque como, aunque nuevo, experimentado en los afectos de amor por algún gracioso rebolver de ojos de su señora entendía que le era acepto, aunque esto no usava muchas veces. La discreta Celisa viendo en su señora algunos amorosos descuidos, el cuidadoso afecto del príncipe, entendiendo que se amavan propuso ser buena tercera y para saver el

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intento de la princesa un día en el hermoso vergel, estando solas, la astuta Celisa dixo:

– Mucho gustara, señora princesa, que me dixérades qué tal os á parecido nuestro remediador. Mas si me lo decís, á de ser de suerte que no uséis lo anexo a la condición de las damas.

Riendo Belrosarda respondió:– Porque por él me á de venir mi remedio y contento, me parece muy bien; mas en

lo demás, 192r como no me á de venir provecho, no tengo cuenta con ella. – Más avéis dicho de lo que yo os preguntava, –dixo Celisa–, y en ello avéis tenido

raçón, porque, como la Fortuna lo tenga designado para vós y os á de venir por él el contento, os parece bien.

– No entendí, Celisa, –replicó la gallarda francesa–, que fueras tan maliciosa, pues lo que yo con sana voluntad digo conmutas el sentido para satisfacer la tuya.

– Todo es una cosa, –dixo Celisa–, lo que vós decís y yo, y ¡sea muy enorabuena el aver escogido tan bien!

Riendo le respondió la princesa Belrosarda:– Pues, ¿cómo todavía crees tu mal intento? – En el desdén de las damas os avéis perficionado, –dixo Celisa–, con eso que avéis

dicho. Y si con tantos contrapuntos y amphibologías avéis de decir que amáis al príncipe Rorsildarán de Tracia no os lo quiero preguntar porque me tendréis suspensa no entendiéndolo.

Con esto se levantó y con un gracioso descuido començó a andar por el vergel, gustando d’ello la hermosa Belrosarda. No menos estava platicando Libernio con su señor y de en lance en lance le vino a descubrir cómo amava; y dándole el escudero esperanças vivió alegre quince días, que duró el viaje; y a los diez y seis llegó al puerto de Marsella, donde la princesa dixo a Rorsildarán que saliese con su cavallo, que ella se quedaría allí hasta que él la avisase. Saliendo a tierra el príncipe con Libernio en sus cavallos, la hermosa francesa alçó el anillo del suelo de la galera; se hiço invisible. Si d’ello el famoso trácico no estuviera avisado, entendiendo que era otra cosa dexara la empresa y procurara hallarla. Salidos a tierra se fue derecho a la cibdad de Marsella y para ver lo que se sonava del temido rey Gedeonte estuvo allí cuatro días, en los cuales no supo más que el rey era mal quisto y aborrecido y que a sus vasallos no se les quitava de la memoria los hijos de su antiguo rey. Con esto se salió y tomó el camino de la cibdad de León y en él estuvo siete días, y al octavo ya que anochecía la vio de lexos y por no aver tiempo de pasar adelante se quedó en una floresta donde después de cenar se echó a dormir, y a la media noche despertó a un pequeño ruido que oyó y levantándose enlaçó el yelmo y cogiendo su escudo se fue acia unas hayas, porque entre ellas oyó hablar y llegando cerca, aunque no hacía luna, vido ocho cavalleros de buena dispusición y entre ellos avía un anciano de honrada presencia que llorando decía:

– ¡Ó, afortunada Francia! ¡qué sanguinolento cometa, de cruel y poderoso dominio, reinó sobre ti cuando nuestro antiguo rey Barlaam murió! ¡Ó, cómo el principio 192v de su eterna vida a eterna muerte y sujeción abrió camino para sus vasallos! ¡Ó, crueles hados! y ¿qué os costava proseguir la honrosa fama de nuestra antigua y venturosa Francia en alargar un pequeño tienpo la vida de nuestro rey Barlaam hasta que nuestro preciado príncipe Floridandro fuese de edad? ¡Ó, casa de Magança, cruel homicida de los príncipes de París, menoscabadora de la francesa fama, pues por ti muchos ilustres pierden su reputación! ¡Ó, honrosas casas de Claramonte y Mongrana!, ¡Ó, afamados franceses!, ¿qué hacéis que vuestra perdida honra no cobráis?, ¿cómo y es posible que tanto tienpo ayan sufrido vuestros indomados coraçones la sujeción en que un bruto os tiene, no estando enseñados a ser mandados sino de los mas ilustres del mundo? ¡Ó, conde Andastro!, ¿en qué pensavas?, ¿cómo se turbó tu discreción con el peligro de la muerte, pues no la tuviste en declarar a alguno donde quedava nuestra señora Belrosarda? Y vosotros, preciados cavalleros, ¿cómo no

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lo procurastes saver y, ya que no lo supistes, avisáradesme para que se remediara con tienpo?

– No savíamos, –dixo uno de los otros–, dónde estávades y así no os avisamos; mas ya que os encontramos a tan buen tiempo, saved que salimos de la cidad de León como inpacientes, ya con propósito de tomar algún medio para quitar de encima tan pesada carga como es el mando del rey Gedeonte. Todos los grandes de la corte quedan avisados para que en saviendo la muerte del gigante maten los pocos que de su parte tienen. Emos aora, ilustre duque Normando, de imaginar cómo le daremos la muerte, para lo cual es necesario sacarlo de León, porque allí es inposible según se guarda, porque está encerrado en una sala que no ay ni puede aver más de una entrada, la cual guardan quinientos honbres y un savio con fuertes encantamentos. Aora que avéis llegado, avéis de ir a París y començar a hacer gente que, como el vulgo sepa la venida del condestable y visorrey que fuistes, harán gran bullicio y lo vendrá a saver Gedeonte y de miedo no se le alcen saldrá de su jaula y juntará gente, que todos los de León y comarca están avisados que le obedezcan y tiniendo gente junta irá a cercar a París y estando allí entre dos exércitos enemigos será fácil quitarle la vida. Mirá, señor condestable, si es buen modo éste que emos hallado.

– No me parece malo, –dixo el anciano visorrey–, mas mucho holgara que a menos costa y travajo se acabara este negocio.

– Bien se podía acabar, –dixo el duque de Pera, que era el que 193r avía hablado–, si alguno se atreviese a pedir batalla al jayán Gedeonte.

– Pues, ¿cómo?, –dixo el anciano duque Normando–, ¿así se á descaecido el orgullo del almirante Ricardo y la valentía de don Salanio y la fuerça del duque don Sansón de Borgoña y la del conde Barmanio y la de buestro hermano Balbino y del infante Merián?

– ¡Ay, esclarecido visorrey!, –dixo el de Pera–, sabréis que luego todos esos valentísimos cavalleros, espejo de Francia, pidieron batalla al rey Gedeonte, el cual por justificar su partido la otorgó y en la primera mató a mi hermano Balbino, y en la segunda al conde Barmanio, y en la tercera a don Sansón de Borgoña, y en la siguiente a don Salanio y no escarmentando en otra mató al almirante Ricardo, aunque estuvo Gedeonte a mucho peligro. La valentía del infante Merián no sufrió –que deviera escarmentar– a dexar de pedir batalla, en la cual estuvieron seis horas y el gigante se vio a punto de ser vencido, lo cual acrecentó la ira y de un golpe quitó la vida al infante. Viendo pues cuán caro avía costado tan valientes cavalleros el pedir batalla, los demás no se an atrevido y así Francia atemoriçada sufre y calla confiando en Dios y sus santos Luis y Dionisio.

– ¡Ó, Santo Dios!, –dixo el anciano duque–, y ¿es posible que tales cavalleros son muertos? ¡Ó, qué riguroso castigo avéis enviado a Francia! ¡Aplacá vuestra ira por los méritos d’estos santos!

Oyó Dios su justo ruego por que aviendo oído lo recontando el valentísimo griego Rorsildarán, aviendo duelo de los franceses, haciendo un pequeño ruido pasó adelante. Los cavalleros se levantaron con las espadas en las manos entendiendo que era otra cosa. El príncipe les dixo:

– Preciados cavalleros, sosegaos que confiando en Dios creo que viene aquí vuestro remedio.

Con esto se sentaron y el de Tracia dixo:– Parte de vuestro deseo se á cunplido, por lo cual devéis dar gracias al Criador.

Saved que navegando por la mar aporté en una ínsula donde en un lago vi una gran galera y entrando dentro d’ella hallé a la preciada princesa Belrosarda y contándome la historia del triste suceso en León acaecido vine con ella para aver batalla con Gedeonte y dexándola en el puerto de Marsella bien segura con mi escudero tomé la vía de León y llegué aquí esta noche y oyéndoos hablar me llegué y é abierto camino para acabar tan dificultoso negocio. Mirá cuándo gustáis que vamo[s] 193v a ponerlo por obra.

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– Dios os lo galardone, –dixo el duque de Pera–, el gran contento que nos aveís dado y vamos a besar las manos a nuestra princesa.

– Mejor es matar primero a Gedeonte. – Si tan cierta, cavallero, tenéis la victoria, –dixo el duque Normando–, mejor es. Y

decidnos: ¿cómo estava en la galera la princesa Belrosarda?El príncipe lo contó como le avía sucedido salvo la batalla que tuvo con aquellos

cavalleros. Admirados quedaron de la valentía del cavallero y en más lo estimaron de allí adelante y hablando en diferentes cosas estuvieron hasta la mañana y allí supo cómo el duque Normando, condestable de París y visorrey de Francia, avía estado desde vida del rey Barlaam en España por embaxador para concertar con el rey Claristeo paces perpetuas. Y aunque el rey español supo la muerte del francés, era tan obligado a su virtud que con tener raçón de proseguir la otorgó lo que se le pedía.

La más bella salió la aurora que en Francia se vio, anunciando el universal contento de todos y para poner por obra la causa d’él, todos ocho franceses que duques eran con Rorsildarán de Tracia se pusieron en camino para la cidad de León de Francia y un poco después de prima llegaron a el puerta principal y en una casa conocida entraron todos y los franceses se desarmaron y bolvieron a cavalgar y con el príncipe se fueron a palacio; el visorrey se quedó en la casa. Entrados en palacio el duque de Narbona y el duque de Pera ivan contando a cuantos grandes encontravan las alegres nuevas y el dichoso fin de sus travajos si Dios ayudava al cavallero, al cual todos los avisados grandes ivan a ver y a darle las gracias. Llegándose el duque de Pera a la sala donde estava Gedeonte y yéndose a la puerta dixo a una guarda cómo quería hablar al rey, la cual avisando le truxo liciencia y quitando al duque la espada y daga, vandas y lençuelo lo dexaron pasar hasta la propia puerta donde el savio le ató las manos y entrando por la sala se hincó de rodillas ante Gedeonte, dixo:

– Soberano rey de Francia, aquí á venido un cavallero estraño a pedirte batalla. Mirá qué repuesta quieres que le demos.

– Porque veáis, duque, cuán justo es que yo mande, le quiero responder en el campo. Y d’esto me avía de escusar la bondad de los franceses, pues me tenían de agradecer el aver quitado la vida al conde Gabrialón, que tanto mal les hiço.

No le respondió el duque porque si ubieran hecho lo que dixo era traición. Y saliendo de la sala se baxó al portal y avisó al príncipe que se fuese a la plaça 194r que ya baxava el gigante, el cual pidió las armas al savio, el cual se las dio y mirando le dixo:

– ¡Ay, Gedeonte!, ¡cómo te á de costar caro esta batalla!, y aunque te dé algún favor no podrá escusar lo que los hados tienen determinado, porque savé que as de morir.

No ubo dicho esto, cuando rebentando de enojo el furibundo jayán alçó la mano y tal puñada le dio en la caveça que esparcidos los sesos lo echó a sus pies muerto<s>. Y con más enojo salió hasta el portal donde le estava adereçado un cavallo, en el cual subió y enristrando por lança una gruesa entena se puso a guisa de correr. El sobrado enojo que tenía por lo que el savio le dixo no le dexó aguardar, mas que del portal començó a correr y como un trueno salió a la plaça; en medio d’ella estava el encubierto gr[i]ego parado y con harto descuido, que entendía que el rey Gedeonte tubiera más juicio de lo que mostró y así, aunque bolvió el ruido del cavallo, no tuvo tiempo para dar d’espuelas al suyo y así lo encontró el rey con tanta fuerça que la caveça puso sobre las ancas del cavallo; mas luego se endereçó y arrojando la lança –que de los presentes a gran virtud les fue reputado– sacó su espada y con colérica priesa bolvió para el rey que con un pesado cuchillo ya bolvía. Ambos se dieron tales golpes que cada cual se satisfiço de la fuerça del otro. Todos los grandes de Francia miravan a los guerreros desde el palacio y alguna gente común, que como nadie lo savía así no acudía nadie. No era menester entre ellos juez porque según los golpes que se davan no se veía en ellos talle de diferencia en ningún punto, por que el uno por el otro baxara al infierno. Dio el tirano gigante a Rorsildarán un golpe que la

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caveça baxó hasta el arçón; dio la repuesta el ínclito joven que por el guardabraço le hiço una herida que a cabo de dos horas fue bastante a conocerse mejoría en el de Tracia. A su estimada y grande fuerça ayudava el enojo que el invencible ánimo acrecentava y las oraciones de los franceses y sobre todo la justicia, a la cual ayuda el poderoso Dios, con lo cual a cabo de seis horas de un golpe hendió la caveça al rey Gedeonte. Por desearlo todos, era común el alegría; los honbres corrían por las plaças y calles declarando el fin de sus desdichas y con sus alborotadas y vulgares voces a los demás incitavan a hacer lo propio y así todos 194v parecían sandíos. Los grandes baxaron a la plaça y tan agradecidos se mostraron al príncipe que no faltavan sino besarle las manos. Fue traído el visorrey y duque Normando con gran alegría y con las más cunplida de su vida fue recebido de todos y él los recibió. No curaron de comer sino pidiendo cavallos muy apriesa cavalgaron y llevando el visorrey y el asistente en cortes a Rorsildarán en medio y todos los demás començaron a caminar a Marsella y en el camino tardaron ocho días. El duque de Pera quedó en León por comisario y despachando estafetas por toda Francia mandó que hiciesen muchas alegrías y fiestas y que todos los principales ricamente adereçados se juntasen en París. Llegados a Marsella, como no vieron la galera en el puerto, quedaron confusos, mas Rorsildarán los sacó de duda que tirando una lança a la mar hiço un gran ruido y luego la gran galera pareció con mucho contento de todos y desde el borde a la orilla pareció una ancha puente. El visorrey con el deseo de ver a su señora se apeó y llegándose a la puente quiso entrar y no pudo. Muy admirado ponía toda su fuerça y porfiava, mas era por demás. El asistente procuró lo propio y todos, y no pudiero[n] y admirado Rorsildarán se apeó y muy ligeramente entró. No uvo entrado cuando la galera se cubrió de una resplandeciente llama de fuego y en la ribera pareció un padrón con unas letras que decían:

Hasta que nazca lo que el savio Eulogio desea, el príncipe Rorsildarán de Tracia y la hermosa princesa Belrosarda de Francia estarán aquí encantados y procurar –hasta que lo dicho se cunpla– su libertad es escusado.

Oído esto por aquellos cavalleros, con ninguna alegría se bolvieron y ivan tratando cómo aquel príncipe se les avía encubierto y que, si allí salían, era cosa muy cónmoda casarlo con la princesa, pues era hermoso, valiente, discreto y comedido. En llegando a León, se fueron a París y alçaron por governador al visorrey; no dexaron de hacer grandes alegrías, donde los dexaremos.

Capítulo XXXII. De lo que sucedió en Tremisa, y cómo por el comedimiento y discreción del valiente príncipe Norsidiano de Numidia se hicieron paces.

Gusta<ua>van tanto el soberano príncipe Belinflor, Miraphebo y Orisbeldo que

aquella guerra no pasase adelante, que para 195r ver si podía aver algún medio pidiero[n] treguas por ocho días. Rugerindo, Deifevo y Tirisidón que no lo deseavan menos dixeron que por quince días las otorgavan. En el uno de lo cuales suplicaron mucho a la reina Artarea que hiciese pazes. Era muger y agraviada y con dura obstinación no quiso, de lo cual les pesó mucho. Eran –como an de ser todos– los cavalleros principales de anbas partes comedidos y por ver algo, los príncipes Belinflor, Miraphebo y Orisbeldo con unos vestidos de terciopelo carmesí, labrados de flores, de tela de plata y unos mantos grandes de brocado de tres altos y con sus espadas en las cintas, cavalleros en sus alindados cavallos salieron de la cidad y por el

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canpo se començaron a pasear llevando su angélica dispusición tras sí los ojos de quien en ellos los ponían. Con no menos gracia y apostura por otra parte se paseavan aquellos señalados y valerosísimos cavalleros Rugerindo, Deifevo, Tirisidón y Norsidiano con unas aljuvas de damasco verde, bordadas todas las labores del de trencilla de oro y plata, y unos mantos de terciopelo carmesí con unas anchas labores de raso amarillo y negro y mucha plata escarchada. Viéronse todos de lexos y como discretos no pudieron rehuir el hablarse, bolvieron las riendas y con gracioso conpás venían los unos para los otros y llegando cerca con alegre rostro y no doblada voluntad se hablaron. Allí los numidianos se maravillaron de la apostura de Belinflor, y él y sus conpañeros de la de Rugerindo; y todos juntos hablando en muchas cosas –como si no fueran enemigos y toda la vida se conocieran– començaron a pasearse y a cabo de un rato llegó el fortísimo Britanor del Valle vestido de terciopelo negro y sobre sus rubios cavellos una montera de damasco negro con plumas; parecía tan bien que todos se holgaron de verlo. Hablando en muchas cosas los príncipes de Troya y Tesalia y de Babilonia y Numancia se adelantaron mucho; el príncipe Belinflor y Rugerindo, Britanor y Norsidiano se quedaron atrás hablando en lo de la guerra. De muchas pláticas los cuatros delanteros vinieron a dar en ella. Y Miraphebo dixo:

– Por cierto, que si yo pudiera no dexara pasar adelante esta guerra porque me parece que los numidianos se fundan en muy liviana raçón para llevarla adelante con tanto propósito.

– Holgárame yo, –respondió Deifevo–, que no pasara adelante, mas no es tan pequeña la causa que no la dexan de proseguir, porque mal se disimula la muerte de un rey injustamente muerto.

– Lo contrario daré a entender, –replicó el determinado troyano–, a todos los del mun[do]; antes creo que toman ese achaque los de 195v Numidia para colorar su orgullo y sobervia, pues lo es no tiniendo raçón de ofender pues, como su rey fue muerto, podía ser su contrario.

– Esa raçón, –dixo el ya ofendido Deifevo–, la tomáis vosotros para defender vuestro partido. Si quedara muerto el Cavallero del Arco, ¿vós no lo procurárades vengar?

– No, –respondió el hijo de Frostendo–, si quedara muerto a ley de buen cavallero, con lo cual acabo de entender que mantenéis injusta guerra.

Aún no lo avía acabado de decir cuando el valeroso hijo de Vepón rodeando el rico manto al braço y enpuñando con su vigoroso braço la cortadora espada dixo:

– A tales palabras d’esta suerte se á de responder. No lo acabó de decir cuando el nieto de Héctor de la propia postura se puso. Sin

temor de la falta de armas con propósito de matarse se tiraron sendos golpes. No como temerarios, hurtaron el cuerpo librándose de la muerte; otro asegunda el de Tesalia que al querido de Alphenisa derrivó la montera, y ella fue parte para no derrivarle la oreja porque, como cayó de la caveça, se puso entre el lado del rostro y la espada y así no hiço herida; mas cayendo al soslayo sobre el honbro todo el juego del braço le desnudó mostrándose las blancas carnes, las cuales de vergüença se cubrieron de un rojo y sanguíneo liquor, sacado por fuerça con la cortadora espada. Dio la repuesta Miraphebo, de suerte que si el nieto de Alivanto no desviara la caveça y cuerpo atrás y ante el pecho pusiera el manto muriera, mas con todo eso fue herido un poco pasado el manto en el braço izquierdo. Aunque el enojo en otros forçara a hacer desvaríos, en estos dos valentísimos cavalleros, aunque de veras enojados, se echava de ver su ardid y destreça, porque aún durando la batalla no estavan heridos más que en una parte. Orisbeldo y Tirisidón desde luego procuraron estorvar su pelea, mas fue por demás. Aora temiendo sus muertes lo bolvieron a intentar diciendo que se matarían. Esto era lo que ellos deseavan y así no aprovecharon los amigos ruegos. Andavan ya tan airados que era milagro cómo no se matavan de cada golpe. Tiró Deifevo un altibaxo derecho a la caveça; hendiérala, lo cual temiendo el troyano cargó cuanto pudo el cuerpo sobre el arçón postrero. La contraria espada con el postrer tercio dio en el arçón delantero que todo lo hendió y la punta alcançó en un muslo,

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que le hiço una larga herida. Saca la espada el tesalónico con estraña presteça y pónela de punta delante de su contrario, el cual se levantava con furibundo enojo y 196r

tan ciego iva que no advirtió la causa de su muerte hasta que la tuvo cerca de dos dedos dentro del pecho y viendo su daño bolvió a abaxar el cuerpo y de un revés con la suya quitó la espada de su contrario y luego se endereçó seguro. Acrecentó la ira el troyano viéndose en tres partes herido y con ofuscada destreça tiró una punta a su contrario. Matáralo si fuera derecha; mas Deifevo que tales peligros no le turbavan con trastornar el cuerpo acia el izquierdo lado se libró de parte del peligro, mas no de mucho que acertando la espada en el derecho lado ronpió la verde aljuba y la carne y por cima de una costilla fue resbalando hasta salir por debaxo del braço. No era de peligro la herida, mas era grande y espantosa, y ívase mucha sangre, de la cual estavan cubiertos. En gran confusión estavan Orisbeldo y Tirisidón viendo el gran peligro de sus amados conpañeros; quisiéranlo estorvar mas no hallavan ninguna manera. Cierto que según andavan de furiosos no dexaran de morir anbos porque no se conocía punto de mejoría ni aún la avía, donde los dexaremos que guiado de Dios vino el remedio.

Quedáronse –como diximos– los desconocidos hermanos Belinflor y Rugerindo con Britanor y Nordiano hablando en muchas cosas. Y forçado de su virtud el Cavallero de la Selvajina Dama dixo contra el del Arco:

– Por lo cual mi señor el emperador Arboliano, valeroso cavallero, os deve os tengo de servir. Informándome de la primera causa del rey Gorgiano tuvo para mover esta sedición é visto cómo su muerte fue justa y por ello é procurado que esta guerra no pase adelante, pero la reina Artarea está tan entera en su propósito que creo que no abrá medio para ello.

– Por la parte que, preciado príncipe, –respondió Belinflor–, tenéis al emperador Arboliano y por lo que avéis dicho os serviré toda mi vida. Y con propósito de procurar las paces pedí treguas y, si la reina Artarea tiene ese propósito, no anda con la raçón. Si su hijo fuera muerto aleve o si lo que pretendía fuera justo, podía tener algún color para enojarse.

Lo propio el valiente príncipe Norsidiano deseava; lo uno por lo mucho que amava a Rugerindo y a sus primos; lo otro por lo que se avía aficionado a las partes de perfectísimas virtudes de Belinflor; y lo tercero por lo que a justicia devía y con indeciso ánimo en aquel punto estuvo callando. Pero en procurar paces lo tenía determinado y concluso. A lo dicho por los hermanos terció Britanor:

– Con las muertes de tantos cavalleros y de un principal rey como el potente Beligeronte se avía de contentar la reina Artarea y no proseguir la vengança, que está en duda si sucederá caso que según su apetito tenga más que vengar. Con más 196v

honra puede agora dar fin a la guerra que cuando otra vez la comience. – No os espantéis, –dixo algo sentido Norsidiano–, que –como mi madre es muger–

se apasione tanto y más con la muerte de un hijo rey, que los discretos pueden pensar a qué punto llegaría el dolor d’ella. Mas por quitarla de la ocasión que avéis dicho, yo prometo hacer las paces y si no pudiere –que a mi madre no puedo forçar– ausentarme del real por no ser contra Tremisa.

– Para tan gran promesa, –dixo Belinflor–, no ay gracias que dar, por lo cual yo las remito la gloria que de tan virtuosa haçaña se os deve.

Rugerindo abraçó con muy gran contento y en diferentes y alegres pláticas començaron a caminar con más gusto, confirmándose entre ellos una amistad que todo el resto de la vida les duró. Como ivan caminando el cavallo de Britanor de brioso se alborotó tanto que puso las manos sobre las ancas del de Norsidiano, el cual se enpinó y se estuvo tieso y el de Numidia por no caer soltó las riendas y sacó los pies de los estrivos y se abraçó al su cuello. Como el cavallo se sintió sin riendas, començó a correr por el canpo llevando a su señor abraçado. Porque no sucediera algún desastre, picaron Belinflor y Rugerindo y fueron por detenerlo tras él. Como era ligerísimo, el Bucífero corrió en un momento lo que otro no corriera en un cuarto de

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hora y así aún antes que pudiese advertir se avía dexado atrás a Norsidiano y mirando por do iva vio de lexos los príncipes Deifevo de Tesalia y el troyano su amigo acuchillándose; detuvo al cavallo su ligera carrera y al trote se fue llegando y como estuvo cerca y los vio cubiertos de sangre con mucha turbación quiso estorvar la prosecución de la batalla y rodeando el manto al braço y sacando la espada se quiso meter entre ellos. ¿Qué entendió el brioso Tirisidón?, que quería herir al Deifevo y ayudar a su amigo y para estorvarlo el manto en el braço y la espada en la mano de un salto del cavallo se puso ante él, la espada de punta diciendo:

– No vos cunple, cavallero, hacer lo que pretendéis.Con esto entró el braço con la espada. Vio la muerte al ojo el Cavallero del Arco y

con aquel que no era menos diestro que ninguno hurtó el cuerpo a la estocada y tiró un tajo que, si fuera más baxo, matara a su desconocido primo, pero llevóle la montera y con un manojo de auríficos cavellos. Apunta el de Numancia una punta a los ojos, hiço algo desatinar a Belinflor y así no advirtió la treta de su enemigo que fue desviar la espada con un revés; con la punta le hiço un pequeño rasguño en la barva y con el tercio de en medio lo hirió en el braço. No se puede conparar humana la ira de nuestro cavallero. ¡Ya en Tirisidón ay mucho peligro! ¡Guarte, príncipe de Numancia, mas por algún tienpo 197r te defenderá tu destreça! Metió la espada Belinflor po[r] debaxo del manto de su contrario. Rebatióla el hijo de Brasildoro, antes que se conpusiese fue herido en el muslo. En esto llegaron Rugerindo y Norsidiano y viendo la batalla muy admirados dixeron:

– ¡Afuera, cavalleros, que no ay ya raçón para conbatiros!Con esto Belinflor se apartó y por detrás quitó la espada a Miraphebo, el cual ya

estava herido en diez lugares y muy flaco y descaecido de la falta de sangre. Rugerindo detuvo a su primo y, aunque no estava tan herido, se le iva de la herida del pecho mucha sangre y tanvién estava<n> muy flaco. Viéndolos así Norsidiano y qué sería dañoso si se detuviesen dixo a Britanor:

– Cavallero, tomá al señor Miraphebo sobre vuestro arçón que bien véis que no está para ir solo, y vós y el señor Orisbeldo nos hablaremos mañana; y porque ay peligro en la tardança, no nos detengamos más.

Con esto tomó sobre su cavallo a Deifevo que ya estava desmayado y al todo correr de su cavallo se fue para el real siguiéndole Tirisidón –que no estava tan herido que dexase de poder ir– y Rugerindo; y llegados allá en el lecho de la reina fue puesto Deifevo y hasta que lo curaron y bolvió en sí no se quiso acostar Tirisidón, el cual tanb[i]én fue curado. Britanor del Valle llevó consigo al valiente troyano y llegando [a] Tremisa fue curado él y Belinflor, aunque estavan muy alegres por las paces y así mesmo la muy hermosa Sifenisba que estrañamente regalava a los heridos y el que más consolación con su vista recebía era Miraphebo, porque le parecía cada vez tener delante a su señora Alphenisa, por cuya causa se avía partido de Rosia. Y con el deseo de su vista mejoró mucho. Los reyes Tarselo y Gridonio andavan muy deseosos de ver cunplido su deseo y lo concertado, lo cual se efetuó d’esta suerte: pasados ocho días desde la cruel batalla, no quedando más de cuatro de las treguas, sintiendo mucha mejoría los heridos príncipes Deifevo de Tesalia y Tirisidón de Numancia, el príncipe Norsidiano de Numidia a inportunación de Rugerindo de Grecia dixo a su madre, la reina Artarea:

– Mi señora, si por vengar un hijo muerto queréis matar uno vivo, proseguí la guerra con el peligro de tantos, con la deshonra de mi fama y vuestra, con la duda del suceso, con la travajosa y indecisa victoria contra toda discreción humana y contra lo que coraçón y hidalguía se deve. Sabé que, aunque vós seáis la autora, a mí se me á de hacer cargo de la sinraçón, pues soy cavallero y estando obligado a hacer cualquiera derecho no lo hago. Cierto, mi señora, que si me amáis, mi desonra avéis de escusar, pues no tenemos de nuestra parte ninguna raçón. Y si nos ayudan los príncipes de Grecia, 197v Tesalia y Numancia es porque lo prometieron y porque hasta agora an estado engañados en la raçón que el rey Gorgiano tuvo. Mirá, señora, que no

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es bien tener tan ilustres príncipes forçados que podrán quebrar su palabra con color de que no querían hacer cosa injusta y tendrán mucha raçón y no perderán honra. Y si tales cavalleros nos dexan, ¿qué podrá el mundo decir si no que somos injustos? Otra cosa, mi señora, que ¿si acaso somos vencidos? Pues los enemigos tienen aquel valiente gigante de su parte tan poderoso que al rey Beligeronte del Ponto costó la vida, y a aquel lucero, espejo y flor de la cavallería que véis lo que contra nós á hecho, y sus tan valientes amigos, que nos falta quién los resistó, pues no está aquí Roxano; y Deifevo y Tirisidón están heridos que no sanarán en este mes. Determinaos en lo que avéis de hacer que de aquí a cinco días es la batalla. El Cavallero del Arco está bueno que ayer lo fuimos a ver. El príncipe Rugerindo –que podía detener su furia– es su amigo y no aviendo quien le resista somos muertos.

– Mal parece, hijo, –dixo la reina Artarea–, a un cavallero mancebo mostrar tan poco ánimo en caso que lo avía de dar. Ya yo estoy algo determinada a hacer lo que avéis dicho pero pensaremos en ello.

– Mi señora, –dixo Norsidiano–, si de nuestra parte tuviéramos la justicia, aunque me desanpararan, yo solo me obligava a sustentar mi partido. Y por los dioses os determinéis del todo en cosa tan justa que para vengança basta lo hecho pues, si á de ser virtud, á de ser moderada; y si antes que se acaben las treguas no nos concertamos, me tengo de ausentar, que así lo prometí.

Temiendo la madre la ausencia del hijo amado lo prometió de cunplir. En esto entró un doncel que dixo:

– Mi señora, aquí están el Cavallero del Arco y los reyes Tarselo y Gridonio con los príncipes Orisbeldo y Filiseno que vienen a ver los heridos y a besaros las manos.

Como esto oyó la reina Artarea, con sus dueñas se entró en la cuadra donde estavan Deifevo y Tirisidón echados. Y el príncipe Norsidiano salió hasta la puerta de la tienda a recebirlos con mucha alegría y apeándose todos entraron juntos a la cuadra de los enfermos. Allí fueron los recebimientos muy cunplidos con la reina Artarea y los demás en muy gustosas pláticas estuvieron hasta ora de sexta. Ya Tirisidón, como si nada uviera pasado, preguntó Belinflor cómo se sentía y otras muchas cosas con tanta gracia que obligó a que el noble numantino lo amase. Así mismo Deifevo preguntó por el que avía herido. El deseo que Rugerindo tenía que se efectuasen las paces entre estas pláticas con su discreción 198r mezcló otras que, aunque no quisieron, uvieron de hablar de la guerra y tanbién acudió Belinflor que dio alguna señal de querer paces y tan cuerdamente segundó Rugerindo que vinieron a tratar d’ellas y con tan buena gana terció Norsidiano que se vinieron a concertar, jurar y establecer. Lo cual se publicó por todo el real y como deseadas las celebraron. Como era tiempo de treguas estavan las puertas de Tremisa abiertas y así todos los numidianos entraron dentro. Por más fiesta aquellos cavalleros y reyes se quedaron en la tienda de la reina aquella noche y otro día por la mañana llevaran en sendos lechos a los primos a la cidad y todos con la reina y su conpaña fueron luego. La infanta Sifenisba recibió a la reina Artarea muy bien y ella fue admirada de su estraña hermosura. Por consejo del rey Gridonio se desposaron el rey Tarselo y la reina de Numidia y aquel día uvo gra[n] fiesta en palacio y aquella noche durmieron juntos Orisbeldo y Sifenisba con increíble goço de ambos. Otro día se levantaron los heridos por ver las fiestas y, aunque avían menester cama, el contento de lo sucedido les hiço aliviar y propusieron acabar de sanar en pie. Ubo aquel día justas que fueron mantenedores Filiseno de Lucea y el valiente Atilano y el jayán Monflot. Duraron quince días. Otras uvo que duraron otro tanto y mantubieron tres numidianos. Otros t[r]es días hicieron torneos; otros ivan a caças y otros juegos y fiestas. De suerte que pasaron dos meses con el mayor contento del mundo; y ayudando él los heridos sanaron. Pareciéndole al Cavallero del Arco que ya no era raçón estar más allí, se dispidió. A nadie le dexó de pesar grandísimamente, especial a Orisbeldo y Sifenisba. Pero al fin en su gusto consintieron. Amávalo tanto Rugerindo que no se quiso quedar sin él, de lo cual no le pesó a nuestro cavallero que muy agradado estava d’él y

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saliéndolos a aconpañar los reyes y demás principales hasta la mar se metieron en una toldada nave con sus escuderos Filiberto y Arliso y començaron a navegar perdiéndolos de vista con gran pesar los de la orillas, los cuales se bolvieron a la cidad y todos estuvieron allí casi todo el hibierno hasta que la bella Sifenisba parió una infanta. No lo goçaron mucho porque aviéndola puesto nonbre Rosafuri a cabo de un mes se murió; con el pesar que pensar se puede la enterraron. Luego el príncipe de Troya y Deifevo se partieron juntos y por otra parte Tirisidón y Norsidiano, y luego Atilano y Filiseno. Y quedando con mucha soledad se les dobló porque murió el gigante Monflot, que todos 198v lo sintieron. A cabo de pocos días se partió el fortísimo rey de Balaquia, Britanor del Valle.

Capítulo XXXIII. Que trata la gran tormenta que los príncipes Belinflor y Rugerindo padecieron en la mar y lo que más les sucedió

Florecía en ambos príncipes de Grecia la cunbre de las virtudes y nobleças;

echóse de ver que ivan por la mar tratando con tan discreta familiaridad como si toda la vida se uvieran conocido y con tanto amor como si se conocieran por herma[n]os. Eran moços –pues la edad de ambos no pasava de treinta y cinco años– y deseosos de andar más mundo y para ir juntos preguntó Belinflor a Rugerindo que a dónde quería ir. Respondióle que a la belicosa España a servir al famoso rey don Claristeo y a ser amigo de tan ilustres cavalleros como los españoles. Echóse de ver la gran nobleça de Belinflor porque quiriendo ir a la parte do el amor le guiava, por goçar de su nuevo amigo quiso forçar su gusto por satisfacer otro gusto de aconpañarle y así se lo ofreció y, siendo preguntado que a dó quería ir si iva solo, él dixo que a Rosia por vesar las manos al emperador Arboliano. A lo cual respondió Rugerindo:

– Vamos a Rosia, preciado cavallero, que más raçón es que vaya a besar las manos a mi señor que satisfacer mi gusto.

Tanto se holgó Belinflor por ver abierto camino para ir a ber a su señora Rubimante que no se puede explicar. Era tanto lo que la amava que de noche ni día de su pensamiento partía su hermosa figura. Declarando a los marineros su intento, mudaron el camino que llevavan y tomaron por el helespóntico el de la Asia. Hablando con sus escuderos Arliso y Filiberto en los pasados hechos caminaron con mucho contento ocho días y al noveno vieron los marineros y espertos pilotos señales de gran tenpestad. Vieron retoçar a Tollinas y un escuadrón apresurado de mil delfines por la mar saltando; vieron que declinando el rutilante Fevo al ocaso arreboles no hiço, mas mostró los rayos en tinieblas tintos. Vieron salir a la luna votos los cuerno[s] y al ponerse no enhiesta; y la corneja que con molesto canto siniestro suceso anunciava y cubrirse los montes de negras nubes y ceñir cinta obscura al oriçonte oyeron los graznidos de la zerceta, que su sospecha cierta hacían, y que ya los quitava el mágico freno dos desenfrenados y furiosos vientos, por lo cual un miedo elado les ocupó los coraçones 199r y para prevenirse en casos tales mandaron prender las velas a las entenas y desocupar de ropas, caxas, arcas y pipas la nao. Sólo quedaron algunos mantenimientos y las armas y cavallos. Todos temían; todos con temor solícito andavan procurando causas para su remedio. Señaláronse ocho forçados para la bonba, y aquella noche se levantó un viento tan recio que en muy poco espacio causó una peligrosa tormenta. En gran peligro estavan, pero tenían esperança que a la mañana verían buenas señales, por lo cual no hicieron mal a la nave. El arrebol del alva se mostró amarillo, señal de prolixa y larga tenpestad; por lo cual cortaron el árbol, con turbada gritería desenbaraçaron de lo demás que quedava la vagante nave,

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la cual discurría ya con el movimiento de las olas, ya con ellas llegó asta las estrella[s] y con ellas baxó hasta el profundo suelo; ya no curavan con diligentes obras su remedio sino tendidos por el suelo con vanas superticiones a sus falsos dioses lo pedían. Los que mejor remedio para tan gran peligro buscaron fueron el esforçado Rugerindo y Arliso que al omnipotente y verdadero Dios lo suplicavan. Tan recios eran los bramidos de la hinchada mar que como la confusa fragua del Vulcano atronava a Lípara y Phenicura, así a los temerosos más recio resonava. Ni cuando los cíclopes para la guerra del excelso Júpiter igníferos rayos hacían, ni cuando a petición de Venus para el amado Eneas las armas se forjavan, ni el temeroso eco en las montesinas y cóncavas cavernas de los crueles y corajosos bramidos de la hija de Ínaco, ni el temeroso ruido en el infierno causado por el grato sacrificio de Medea, forçado a hacer por el ingrato Jasón, ni el que los Astéropes y Brontes en las montañas de Estróngile y Hiera con su molesto oficio hacían, igualava al que quebrándose las vanas e hinchadas olas en las firmes rocas causavan nuevo y temeroso tormento para los afligidos coraçones. El cual tanto aniquilava los de los forçados que la bonba sacudían que les faltó ánimo para proseguir su oficio. Ya la nave se iva hinchando de agua, no avía voces al reparo que ya se avían entregado a la muerte. Anegárase la nave si el invicto Belinflor –aunque harto temeroso– no pusiera tanto ánimo que hiço bolver los oficiales a la bonba y con tan corajosa y desesperada ravia la sacudían que algo se remedió; mas ¿qué aprovecha si con la cruel guerra de las olas ya estava rota la nave? Viendo esto Rugerindo, mandó a Arliso que las armas y cavallo echase en la mar, 199v con harto pesar del que lo mandó. El cavallo con ser muy bueno con la conpetencia de las olas se ahogó y las armas se hundieron. Por no parecer mal y por lo que d’él podrían decir Belinflor con el mayor pesar de su vida mandó a Filiberto que echase las suyas porque pesavan mucho en la mar. Hundiéronse las cristalinas armas con harto pesar de su dueño. Viendo ya cierto el peligro, los marineros, y que ya estava horadada la nave, de la desconfiança sacaron ánimo, de suerte que muy presto calafetearon algunos agujeros. Tan manifiesto peligro forçava a olvidarse –por socorrerse– de sí mismos y así todo aquel día pasaron sin comer. Venida la noche, cuando pensavan acabarse de anegar, cesó algún tanto la furia de las olas, mas la de los vientos creció tanto que mil veces estava por trastornarse la nao. Consoláronse algo, mas no tanto que se pusiesen a reposar y entonces con más esperança aguardaron la mañana pensando que, cuando saliese el sol, el viento se aplacaría. Aún no avía el rutilante Fevo bien mostrado los puntas de sus dorados cavellos cuando por el oriçonte se levantaron negras y amontonadas nuves que ayudando el húmido Boreas en un momento por todo el cielo se tendieron, començando tan recios truenos y relánpagos que de nuevo los tímidos coraçones temieron. Escurecióse el cielo tanto que unos a otros no se veían sino era cuando los igníferos rieles desapacibles dislates anunciavan. Veían las esperanças muertas y la muerte al ojo, encomendávanse en quien creía. Rugerindo y Arliso no desconfiavan de la misericordia de Jesu Cristo, nuestro Dios y Señor, y encomendávanse a Él en lo secreto de sus coraçones suplicándole no permitiese que el Cavallero del Arco ni los demás muriesen sin conocerlo y con esto andavan proveyendo lo necesario para tal peligro. El príncipe Belinflor no se encomendava a sus dioses que bien creía que eran falsos, mas al Dios de los cristianos se ofrecía y, como discreto en aquel peligroso trance, servía de marinero porque ellos no estavan ni aún para menearse, aunque sus fáciles remedios muy poco aprovechavan. Todos tenían ya cierta la muerte porque vieron que poco a poco la nave se iva abriendo. Viendo este punto ya no cuidan del bien común sino del propio. Fue más presto Rugerindo en coger un barco –que como cosa más necesaria en tales tienpos no se avían desposeído d’ella. Saltó en él con tanta ligereça y con tanta furia lo conbatieron las olas que lo apartó de allí. No miró ni advirtió nadie su salvación porque ya estava la nave 200r partida en tres partes. Púsose el príncipe Belinflor en una tabla muy bien asido y de allí vido un mísero estrago que casi todos los peones se ahogaron y otros se asieron en tablas, yendo en harto peligro vio a

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Arliso salir nadando en camisa y por su buena diligencia cogió un medio batel y en él se acomodó raçonablemente. Vido al acongoxado príncipe salir nadando su estimado Bucífero y, como el más animoso del mundo, con gran ligereça cortava las hinchadas olas. Nuevo cuidado tenía su amo entendiendo que se ahogaría y no partía los ojos; detrás el cavallo vido ir a su querido Filiberto en una tabla, la cual ya se iba hundiendo y por salvarse saltó sobre el cavallo. Con el más cunplido dolor que en su vida tuvo el acuitado Cavallero del Arco vido hundirse el famoso Bucífero y con el discreto Filiberto. Tanto lo sintió que de su peligro no tuvo cuidado y tendido en la tabla sin asirse subía a la cunbre de los cristalinos montes y baxava hasta los hondos y sumidos valles, en cuyo extremo se veían las húmidas y menudas arenas del profundo suelo. Mostró en este tienpo lo que en su vida no avía mostrado, que fueron algunas aljofaradas lágrimas forçosamente salidas y no era de maravillar, pues a su coraçón acongoxavan la pérdida de sus preciadas armas y famoso cavallo. No lo sintiera tanto como quedara Filiberto y sobre esto la incertidunbre de la salvación de su amigo Rugerindo. De su peligro, aunque era muy grande, no se acordava y tanto se descuidó de sí que se le cayó su rica espada en la mar, uno de los graves dolores fue esto. Si por su discreción no se rigiera, ya se uviera echado en la mar. Advirtiendo más su peligro y que era milagro escapar, con ternísima pena se despedía de sus amigos y del savio y de su amada dama. Todo aquel día sobre la peligrosa tabla anduvo corriendo gran parte de la mar y olvidado ya de la vida estuvo la venidera noche; y otro día por la mañana aumentándose la furia de los vientos con su forçosa fuerça llevada la pequeña tabla –que el valor del mundo llevava– llegó al pie de una alta y grande peña que a las veces las aguas sobrepuxavan su altura, toda cubierta de verde y blanda ova. No estava tan falto de coraçón el príncipe que llegado allí no se arrojase a una pequeña falda. Uviérase ahogado porque, como estava llena de ova, resbalando cayó en el suelo quedando sobre el agua el medio cuerpo. Alçó los braços y asiéndose a un pico <co> de peña bolvió a subir y començó a andar por la pequeña falda con no menos peligro que cuando estava en la mar; pero como iva arrimado y poco a poco anduvo buen trecho hasta entrar en un sumido seno que el alto peñasco hacía y alçando los ojos vido una escura cueva harto alta y una pequeña 200v senda por donde subían; con alguna alegría llegó Belinflor a pie d’ella y començó a suvir y llegando a lo alto y asomándose a la boca de la cueva vido que era alta y muy ancha y dentro avía un gran fuego que tres honbres de servicio hacían de tablas y palos; así mismo vido un cavallero grande de cuerpo y mancebo que se acavava de desarmar unas ricas armas verdes y de oro, y se quitava el vestido para enjugarlo, mas como vido a Belinflor entendiendo de la suerte que allí avía llegado porque estava mojado, le dixo muy admirado de su hermosa dispusición:

– Si sois servido, apuesto cavallero, de refaceros aquí del peligro pasado, entrá hasta que los dioses dispongan otra cosa.

Constreñido de la necesidad respondió Belinflor:– Los dioses os lo paguen, señor cavallero, que vien lo avía menester.Con esto entró y yéndose para el cavallero vio que era el savio Menodoro. Pero tal

tienpo y saçón no le podía venir al príncipe Belinflor mayor consuelo. Abraçólo con lágrimas de dolor y alegría y con turbada voz le dixo:

– ¿Cómo, padre, y es posible que en tal tienpo como aquel os olvidastes de mí y de mis cosas? Mal mostráis el amor que por averme criado me avíades de tener. ¿De qué os sirvió vuestro saver si no me remediastes con él?

– Mi muy amado hijo y señor, –respondió llorando el savio–, no me dieron a mí los dioses poder para contradecir el suyo y así, aunque quisiera ayudaros, no podía porque a tal tiempo preedominava el poder divino y otro ninguno no podía hacer allí su efeto. Mas no os é desamparado del todo que cuando supe de la manera que aquí avíades de llegar para serviros estuve aquí con las cosas necesarias. Ya é savido las pérdidas de vuestras armas y cavallo, espada y escudero, de lo cual no tengáis pena que seguros están y, cuando os partáis de aquí, avéis de acabar una aventura para

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que la vida de Medea se acabe que ya no le es concedido vivir más, y las altas cosas que en ella avéis de hacer no an de ser de tan poco efeto porque, si Medea no muere, todos los griegos cavalleros y vós corren peligro por lo que el maligno Eulogio pretende hacer; y sé yo que á de enplear todo su saver en estorvar el fin de la aventura y, si vós lo dáis, dáis vida al emperador Arboliano y a la emperatriz Floriana, descanso a todos sus hijos y gloria a toda Grecia.

El príncipe Belinflor le preguntó cómo era aquello y le preguntó por Rugerindo y por Miraphebo y Orisbeldo. A lo primero respondió el savio que no lo podía saver ni entender, sino que acabaría la más provechosa aventura que cavallero provó. Y díxole que Rugerindo estava salvo y que Miraphebo y Orisbeldo estavan buenos. Con increíble contento reposó aquel día 201r mirando sienpre la gran tenpestad desde la boca de la cueva. Y otros ocho estuvo allí que tanto tardó en aplacarse la mar. Vista la deseada bonança, el savio Menodoro preparó una bastecida barca, en la cual puso invisibles remeros y dándole aquellas armas verdes y doradas que en figura de cavallero se avía quitado lo encomendó a los dioses y él se fue al Deleitoso Bosque. Y el encantado batel con gran contento de Belinflor con la ligereça del viento començó a cortar la escamosa espalda del cerúleo Neptuno haciendo estremecer las íntimas moradas de las Nereas, levantando más blanca espuma del agua de Proteo que aquella de que fue criada la causadora de las contiendas de Vulcano y Marte. Todo aquel día y noche caminó con mucho contento. Aún no bien los apolíneos rayos començavan a matiçar las pequeñas nuves del estrellífero canpo, cuando el batel con más ligereça que iva la lança de Cadmo llegó a la ribera de una no conocida despoblada tierra. Incitado del deseo de ver todo lo del mundo el encubierto príncipe Belinflor aquella pequeña parte d’él quiso conocer y así armado de las estrañas armas con una buena espada saltó en tierra y a pie començó a caminar por un no usado camino que en medio de un seco y calignioso arenal se parecía. Algún tanto después de media hora iva fatigado el príncipe, así por el cansancio como que la falta de árbores, casas y prados le quitavan la esperança de algún reposo. Prosiguiendo su camino, poco antes de hora de tercia, se vido al pie de un alto y encunbrado monte junto a un ancho y trillado camino, por el cual el Cavallero del Arco començó –junto con sentir el aire como humo y mucha calor– su camino, y con algún travajo llegó a la coronada cunbre, en la cual avía un llano. En él sentándose tendió los vagantes ojos por la firme tierra y vido al pie del monte un hondo valle, cuyos árbores vido ahumados y algunos peñascos cubiertos de negro hollín, el suelo de negros cenagales y secas hojas. El valle iva acia abaxo y al fin d’él avía dos peñas algo juntas que acían una a manera de puerta y por allí entravan a otro más hondo valle, tanto que por su hondura el príncipe Belinflor no divisó cosa y tanbién porque estava cubierto de espeso humo; oíase allí un sordo ruido y más abaxo vido otro más escuro lugar donde salía un olor malo y enfadoso junto con una turbada y confusa gritería de dolorosas voces. El deseo que de ver qué era aquello Belinflor tenía, no le dexó reposar mucho y así levantándose por una ancha cuesta el obscuro valle començó a abaxar, lo cual hiço hasta hora de sexta –tan alto estava el monte–, al pie del camino y entrada del valle vido un humeante padrón con unas letras que decían:

Éste es el Infierno de Jasón donde pagará la pena justamente merecida por 201v su incostancia y olvido, y padecerá con ella hasta que el invencible león, libre de la libertad de la Fortuna, aquí llegare donde con su victoriosa espada abrirá camino para la pena de Medea, para mayor gloria y descanso de la savia. Hasta entonces estará encubierto el Infierno de Jasón y morada de la vengança de Medea.

Leídas las letras, començó a entrar por el valle.

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Capítulo XXXIIII. Cómo el príncipe Belinflor llegó al Infierno de Jasón y lo que allí le sucedió, con el fin de la vida de la gran savia Medea.

No sin admiración de la tal aventura començó el ínclito griego a caminar por el

hondo valle, el cual estava lleno de hediendo y seco lodo; avía muy poca claridad por los negros árboles; no cantava la sinple Filomela, ni la indignada Procne, ni la cuidadosa Alcítoe, ni hermosa Dione, sino la cruel Escila aborrecida de Minos por el propio caso que ella hiço por su amor; cantavan con una bárbara voz los obstinados villanos de Licia, y el desdichado Niso y el determinado Ceix y la parlera secretaria de Palas, que un horrendo y espantoso son de diferentes y molestos cantos hacían. Sonava un sonoroso estrépitu de diversa contrariedad de enfadosos vientos. Mostrávase allí con temeroso son meneado el desobediente mancebo a Cibeles, la atrevida contra Lotos, hermana de Yole, el agradable y maláncolico amado de Febo Cipariso; en los cuales anidavan las devotas de Baco, camino para la fin de la vida de Orfeo, que todo aquel infernal camino más espantoso hacía y no dudando de la prosecución de la aven[tura] el no olvidado amante griego con la mayor priesa que podía anduvo hasta llegar a la peñascosa puerta del más cercano prado al inferno, donde en el tronco del horrible y transformado Porfemo sobre el negro hollín de que las humeantes llamas lo adornavan vido con fuego hechas unas letras que así decían:

Aunque el fin de la aventura sea el más provechoso de todas cuantas se an ordenado, cavallero que aquí llegas, no te forçamos; por eso te puedes bolver sin perder honra, pues humana persona no se podrá valer sino con dificultad contra todo el infierno, porque sepan que no todas las personas son mágicas sino las más naturales estantes de los palacios del príncipe de las tinieblas.

No atemoriçaron ni pervirtieron al 202r ínclito joven; y con tan constante propósito que a los firmes ánimos mudara entró en el más hondo y escuro valle por docientas gradas. No avía en el árbor ninguno más nevado de cuaxada nieve; vedava al clarífico señor de Delos que sus dorados rayos aquel lugar no bañasen una espesa y enfadosa niebla. Vido sobre la nieve las obedientes hijas de Danao que unas henchían cubos de nieve y procuravan llenar un hondo poço. Avívanlas en su molesto oficio crueles e infernales ministros con encendidos tiçones, levantando ella[s] los gritos pidiendo vengança de su padre y no les aliviava su justo tormento por su detestable obediencia. Gran pena recibió el encubierto príncipe del continuo –aunque merecido– travajo de las malogradas novias y en alguna manera las disculpava y quisiera librallas. Andando con increíble frío y enfadado del fastidioso olor llegó donde estava el mísero Tántalo padeciendo su merecida tentación. Admiróse Belinflor de la cruel vida que allí pasava y la raviosa hanbre y sed que padecía. Pasó adelante donde vido al cuidadoso –en vano– Sísifo y gran pena le dio su tormento y excesibo travajo. Aunque lo que por expiriencia sentía de aquel profundo lugar fuese para hacer desfallecer a los más esforçados, acordándose del provecho que avía de causar, junto con el deseo de ver el fin de la aventura, se dio tanta priesa en en poco rato, aunque con inmenso travajo, llegó a una negra puerta, en la cual vido unas letras como hechas de ascuas que decían:

Hasta aquí, cavallero, es concedido a los aventureros llegar y, si pasan adelante, el temor les quitará la vida; por tanto no te aventures a perdella.

No hiço caso de lo escrito y con determinado coraçón se asomó a la puerta que al más hondo y escuro valle baxava; oyó confuso rumor de diversas voces tan espantoso

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y triste que vien parecía infernal. Vido grandes llamas de fuego en muchas partes y a su luz –si allí la puede aver clara– vido los temerosos ministros del pavoroso rey de Occidente y fingido dios del infierno Plutón, que temerariamente atormentavan sin descanso a muchas personas. Olió un olor de tal calidad que lo desatinó. Gustó el amargo humo que por la visera del verde yelmo entrava que lo turbó tanto que no advirtió un demonio que se le puso delante hasta que lo tocó. Entonces ubo de animarse y abraçándose con él començaron a luchar. Vinieron tantos de sus conpañeros y començáronlo a golpear tan recio que le convino caer con el demonio abraçado al temeroso valle, aconpañado de crecidos aullidos, hasta que dio en el suelo donde se sintió libre de los que lo arrojaron y levantándose començó a andar no llevando camino derecho, mas a donde acertava iva. Allí fue el mayor temor que pasó en su vida: las continuas y pavorosas voces, las enormes y espantables visiones, la calidad del ahumado lugar, el largo y atemoriçador eco que a los acentos de cada uno con confusa 202v y turbada priesa respondía haciendo un caos de sonora gritería, acrecentavan de suerte el temor del espantoso lugar que d’él casi Belinflor iva enagenado; y no es de maravillar pues cada demonio con su horrenda vista basta a quitar la vida a los mortales. Aunque el demasiado y discreto temor le ocupavan todos los mienbros, no tanto poseían el coraçón que dexase de notar lo que allí avía. Vido a una parte la temerosa y horrible rueda que con estupendo rumor y incansable tormento sujetava al atrevido Ixión. Con pavoroso espectáculo y infernal presencia, estavan a otra parte las insaciables Harpías, los vientres hinchados y los rostros delgados y amarillos, los ojos sumidos, las bocas abiertas como hanbrientas; aborreciendo Belinflor tales aves quitó los ojos d’ellas y llevándolos a otra parte vido junto a una llama de inmortal fuego gran multitud de demonios haciendo sonoro estruendo, con crecidos aullidos executando su furibundo poder contra el cruel hixo del cudicioso Telamón, Ayax. A conpasión fue movido el príncipe y librarlo si no le pareciera cosa temeraria. Un rato estuvo considerando la pena que padecía y la cruel ira con que se la hacían padecer, de lo cual un frío temor ocupó sus esforçados mienbros. No se detuvo que de miedo del pestilencial fastidio se dava más priesa. A otra parte vido tendidos sobre encendidas ascuas la muy cruel Anaxáreta, al ingrato ateniense Teseo y Minos, a los cuales un Cupido les tirava unas encendidas flechas y abriéndoles las entrañas les causava estraño dolor, por el cual se quexavan tiernamente. Más adelante vido los phlegetonteos lagos llenos de hediendo cieno y sangre, sobre los cuales estavan Alecto, Megera y Tisífone peinando con peines de encendido hierro bívoras y culebras que por cavellos tenían; y de en rato en rato de los lagos salía tan pestífero hedor que, si poder tubiera alguna cosa en aquel lugar, d’él uviera muerto Belinflor. Un poco más allá vido en un prado, cuyas yervas eran negras, tintas en sangre siete sepulcros de carbón labrados y sobre cada uno avía una estatua de estraña forma. La primera parecía de muger muy fea y enorme, ataviado el rostro de mucho afeite, arrebol y otros mugeriles enbustes tan bien puesto que de lexos tenía algún parecer de hermosa, mas llegándose el griego amante muy cerca se desengañó de su apariencia; tenía vestida una camisa de tan delgado cendal que se veían las carnes, las cuales eran morenas, llenas de afistoladas y incurables llagas grandes y espantosas cubiertas de inumerable copia de hediondos gusanos. A los pies tenía un rótulo que decía: LUXURIA. En el segundo sepulcro avía otra estatua de muger flaca y descolorida, los cabellos sucios 203r y mal compuestos, vestida de malos paños y tan rotos que la carne flaca y macilenta se mostrava; tenía debaxo de los pies una sierpe y en la mano izquierda tan apretado un ramo que las hojas depedaçava y en la derecha un serpentino báculo; tenía el pecho abierto y los intestinos dañados y con crueles y agudos dientes mascaba su propio coraçón; tenía un rétulo que decía: INBIDIA. Sobre el tercero estava un honbre gordísimo, el cuello muy delgado y largo, la boca abierta y por ella le salía un mal olor; tenía la caveça pequeña, en las manos largas uñas y de postura que parecía querer asir el aire; tenía los ojos saltados como quien desea alguna cosa y en el vientre una boca por donde echava podre y el rétulo

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declarava ser la GULA. Más adelante en otro vido una muger bien vestida pero fea; tenía a sus pies dos personas desnudas y ella estava vomitando y con la una mano lo guardava y con la otra quería comer dos vestiduras y debaxo de los onbros le salían dos braços con uñas, con las cuales despedaçava sus proprios vestidos y carnes y procurava llegarlas a la boca para comerlo y el rétulo decía AVARICIA. En el quinto y negro sepulcro estava una muger tendida sobre verde yerva, tan gorda que apenas se podía menear y en la color del rostro y anhélitu mostrava que estava cansadísima; en la frente mostrava un enfadoso ceño que parecía estar muy mohína y con las gordas y no pulidas manos tardamente tomava de la yerva y era tan descuidada que se le bolvía a caer tornándose hediondas y sucias savandijas; el rétulo decía PEREZA. Pasando el príncipe más adelante, en el sexto vido una estatua feamente puesta, por lo cual no notó su figura ni se detuvo en miralla, mas vido el rétulo que decía ACCIDIA. En el séptimo y último sepulcro vido una estatua vestida de carmesí, los cavellos quemados, el rostro rasgado, los ojos encarniçados y crueles, toda manando sangre comiendo con agudos dientes humana carne; hincada de rodillas ante ella estava la vengança, a la cual con denodado ánimo dava un cuchillo ensangrentado y d’ella tomava un pedaço de cruenta carne para comello; a sus pies tenía humanos cuerpos destroçados y nacía una llama de fuego que las carnes a ella propia le abrasava, entre las cuales avía unas letras de fino y reluciente acero hechas que decían IRA. De tan estraño espectáculo quedó el gallardo cavallero grandemente admirado y con gravedad culpava a los inficionados de aquellos vicios y dava gracias al Criador que d’ellos le avía hecho libre, y con confusa admiración por el denegrido y sanguíneo prado començó a andar con muy poca claridad que avía hasta llegar a la laguna Estigia, cuyas leteas aguas eran negras, sucias, espesas y de mal olor; rebolvíanla los muchos dragones, sierpes, culebras, bívoras, áspides y ponçoñosos marfiles, levantando un caloroso baho. Sobre esta estigia agua avía el temeroso barco de Caronte, cuya popa era una caveça de disforme dragón; la proa, de cola de sierpe; la silla, sus alas; el vaso, el medio cuerpo de 203v Behemot; los remos eran de gruesos cuerpos de silvestres lagartos; los forçados eran los invisibles forçados a pena eterna, los cuales, como vieron a Belinflor con turbada vocería, llegaron el desemejado barco a la estigia orilla. Dudó de entrar el famoso Cavallero del Arco mirando la infernal presencia de los remeros y que no era raçón fiarse d’ellos, que podrían usar alguna traición y que lo enterrarían en la letea sonbra; por otra parte veía el gran provecho que del fin de la aventura sacaría y así con neutral e indecisa determinación estuvo un rato hasta que inpelido del invencible esfuerço de su magnánimo e mucho coraçón concluso y determinado saltó en el barco. De suerte aumentaron los pavorosos ministros del viejo Carón sus descomunales aullidos que junto con su enorme vista del natural sentido privaron al constantino príncipe y turbado fue en el horrendo barco sobre la firme estancia de infernales furias hasta esotra orilla, donde con el alegría de aver pasado aquel peligro cobrando ánimo saltó en tierra y paso a paso fue por cima de un negro arenal y con una poca y turbada luz llevava el derecho camino sin ver cosa ninguna hasta que por una cuesta començó a abaxar hasta llegar a otro pequeño llano, donde sobre ahumadas çarças vido no sintiendo pena ni gloria los doce memores savios Temístocles, Anaxágoras, Platón, Anaxartes, Pitágoras, Demóstenes, Solón, Anaxímenes, Cicerón, Catón, Uticense y Aristóteles, su príncipe. Tendiendo por aquel llano los ojos vido en frente de sí una peña algo negra, en la cual avía una pequeña y obscura puerta, acia la cual con tardos pasos sus vagantes pies el príncipe de Constantinopla movió. Llegado que fue la puerta del Infierno, sintió un olor más malo que los otros y un enfadoso humo junto con unos espantosísimos aullidos que del centro de la tierra parecían salir. Aunque pequeña parte d’ellos se oía, bastaran a quitar la vida de temor.

– ¡Ó, Criador de todo!, –dixo el determinado griego–, ¡socórreme y dame esfuerço para entrar en tal lugar!, ¡y no juzgues a temeridad lo que hago, pues me an dicho que es utilidad de muchos y grandes señores!

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Creciéndole con esto el ánimo por una angosta escalera de mal labrados pasos començó a abaxar. Ívase acrecentando el horrísono eco de varias y dolorosas voces y gemidos y de espantosos aullidos, lo cual criava un frío y apasionado temor en el invicto joven, junto con una amedrentada lástima que de los que se quexavan avía. Con más libre determinación que el potente Alcides forçado de la honra, y que Orfeo del amor, baxava el amador de Rubimante por aquel trillado camino de ánimas dañadas. Fastidiándole más cada punto el mal olor y enfadoso humo. Tan cansado se sentía ya y tan largo trecho avía baxado que le parecía aver descendido de la cristalina casa de la clarífica hija de Latona; mas a cabo de poco rato se halló en un tan escuro 204r como hediondo llano donde a mano izquierda oyó en diferente son que su rumor el cavernoso lugar atronava. El horrísono estrépitu guió al señor de Grecia a una puerta donde vido que sonava el herreo ruido y asomándose a ella vido una abrasada cuadra donde avía seis fraguas, en las cuales unos negros y altos gigantes metían hierros tan gruesos como pinos, fríos e inútiles, y sacavan otros no menores hechos ardientes ascuas y poniéndolos sobre gruesos yunques y con martillos de tanto peso que apenas ocho cavalleros pudieran alçar los martillavan haciendo aquel confuso ruido y otro no menor con sus bárvaras voces; entre ellos andava el tiznado dios Vulcano con un ignífero rayo de aquellos que para la guerra de Júpiter labrara, mandando con él a sus indómitos herreros lo necesario a su oficio, del cual cesaron así como vieron a Belinflor y alçando sus descomunales martillos y asiendo otros encendidos hierros y luminosos rayos con una denodada postura que al mundo atemoriçaran vienen contra él y al enparejar con la puerta descargan sus golpes. Retírase atrás el animoso mancebo, por lo cual se escapó del peligro y echando mano a la buena espada que el savio le diera con un coraçón que mil vellocinos bastara ganar se llega a los tiznados cíclopes y da a uno un golpe que p[as]ándole tres pares de sucias pieles de toro lo echó en el suelo donde estuvo un rato y levantándose se entró en la herrería. Dos ministros del esposo de Venus con sus martillos hirieron al príncipe que lo sacaron de sentido. Otro le tiró un rayo que lo tendió en el suelo donde amontonados con inumerables y espantosos baladros lo començaron a martillar. Era tan bueno el yelmo como el de cristal y así no le hacía mucho mal. Magullávanle las armas, molíanle las carnes, acrecentando dolor a travajo y ellos con alegría se davan más priesa. No de tan buena gana deshiciera la vulcana y gigantea gente el temeroso monte Etna para matar al abscondido gigante para librar del sobresalto que cada vez que su salida procurava en los dioses causava. ¿Cómo deshacer el esfuerço del cavallero que por su atrevimiento de muerte reo lo culpavan? Muriera sin duda si la hermosa moradora de la tercia esphera con las alas del ceilleo no baxara a rogar al indignado Vulcano por tan buen abogado. Como con la sonora música del forçado de Eurídice –aunque sin gloria–, cuando por ella baxó a la obscura morada rodeado de amoroso esfuerço que a cualquier temor vence, los continuos e infernales tormentos cesaron. Así cesaron de su furibunda execución con la vista de Cipriapa los negros y molestos cíclopes. Viéndose pues el ínclito Belinflor en tal saçón mirando la puerta de la vida 204v abierta con nuevo ánimo y doblada ira se levantó. Tanto procurava vengarse que no advirtió la presencia de la celestial estrella, antes no viendo la hora de ser satisfecho hirió a un herrero con el escudo en la disforma cara que el único ojo le quebró, de lo cual tanto se airaron sus conpañeros que ofuscados de enojo no estimando los mandados de sus señores –que aún a ellos deshicieran– otra vez buelven a alçar sus descomunales armas. Como el enojado Alcides que a su gusto procurava vengarse, no le pesava que Aqueloo en diversas formas se mudase para con cada una de por sí mostrase su enojo. Imitóle nuestro griego en que se holgó que todos los herreros contra él se armasen para vengarse de todos. A su contento meneava la espada con tal furia que cada vez forçava a uno que a la fragua a travajar bolviese. Experimentado avía el efecto de los poderosos golpes y pareciéndole cosa temeraria aguardarlos lo rebatía y hurtava el cuerpo; mas descuidádonse algo los recebía tales que hincava manos y rodillas en el suelo y, como savía que si

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acaba<ba>va de caer no se podría levantar, esforçávase tanto que se tenía firme. Y como cada vez aumentava más sus golpes con más fuerça, de tal suerte los paró que a huir a su infernal aposento los forçó, dexando unos los martillos, otros los herreos tiçones, otros los rayos, con tal turbación que, aunque quisieran, no cerraron la puerta. Bolviendo los ojos a todas partes, el alegre y cansado cavallero vido tan tenebroso el infernal lugar que aunque quisiera no veía a andar por él. Forçado pues de la necesidad entró en la herrería de Vulcano donde a la luz de encendidas fraguas vido tímidos y arrinconados los disformes herreros. Vido tanbién una pequeña puerta, por la cual muy alegre entró a un llano de espeso y congelado humo; era el techo la pared de la siniestra mano, era de tenebrosa vaga escuridad, que enplear la vista en ella causava temor. A la mano derecha vido un río de congela[do] yelo que frigidísimos vapores exalava y de esotra parte vido una ardiente llama de fuego donde sonorosa confusión de gemidos y cuchillos se oían; del un elemento al otro cruçavan con su propia fealdad demonios asidos con ánimas de los ofensores de la divina potencia. Por una parte, ubo miedo el príncipe y por otra gran conpasión, lo cual le forçó a quitar los ojos de tan mísero lugar y llevándolos adelante con harta priesa por el fastidio del fuego anduvo hasta llegar a unos palacios de negro humo matiçados; d’ellos no devisó nada más que una puerta, ante 205r la cual vido al pavoroso y frifauce animal can Cervero. Con más horrible y denodada postura que nunca y encarniçados sus sei[s] ojos con sus tres lenguas, començó temerosamente a ladrar, cuyo espantoso ruido al otro de los moradores sobrepujava. Detúvose el determinado amante recelando algún tanto y considerando su disforme forma. En este oficio no se detuvo mucho porque el portero de los infernales palacios aumentando su corajosa furia se vino contra el aventurero. Fue muy gran ventura tener la espada en la mano y así medio turbado sin mirar lo que hacía tiró un revés. Tenía la aventura de su parte y así el temerario golpe acertó a cortar una caveça al Cerbero. Muriera de la ponçoña si no le defendieran útiles remedios criados en la felice Arabia. Asióle el infernal can con otra boca de una pierna y tanto tiró que lo derrivó en el suelo y, como no podía hincar los dientes, crecíale la ravia y arrastrávalo y dava con él grandes golpes en el firmísimo suelo. No tanto molieron el cuerpo de Orfeo las villanas alegres por la fuerça del licor de Baco, como aquí fue maltratado nuestro príncipe. Aprovecharse de su fuerça y maña era inposible, mas del esfuerço se aprovechó; llevólo el can arrastrando, regalando sus ojos hasta la puerta de la morada de Plutón y Proserpina, puso toda <su> su fuerça por entrallo dentro; mas, como nadie aquel lugar forçado –si no voluntariamente– visitar podía, no era bastante la endemoniada fuerça del Cerbero para hacerlo pasar del escalón. Como no travavan los dientes y tirava con tanta fuerça por las lucidas armas resbaló hasta que de la infernal boca salió la pierna. No fue pereçoso en levantarse con alegría y enpuñando la espada entró en los ahumados palacios y sin detenerse hirió al can Cervero de tal poder por cima de los lomos que lo hiço dos partes y del cuerpo vio salirle infinidad de demonios. Aunque usado ya en verlos, no dexó de hacer en él aquella inpresión que la humana natura recibe. Entrando en los palacios vido a Plutón en su negro trono con la amada hija de Ceres. Tenía el famoso cavallero intento de ser cristiano y así no le hiço acatamiento; mas pasando adelante entró por una puerta a un prado donde estavan las cuidadosas Parcas y algo lexos vido una llama de fuego y guiando allá vido cuatro leones, grifos, tigres y osos que en sus bocas estavan metidos los braços y piernas de un cavallero bien dispuesto y hermoso, haciéndole con sus dientes crueles y penetrantes heridas de cuya 205v sangre él y el suelo estava teñido, el dolor de lo cual le forçava a dar dolorosos gritos. Tenía par de sí cuatro demonios, los cuales con instrumentos herreos encendidos le abrasavan las entrañas, padeciendo increíble pena. Y no cesava en esto que un avestruz picándole el pecho le comía el coraçón y acabado un demonio le ponía una plancha de hierro quemado, con lo cual le sanava la herida y el avestruz bolvía de nuevo a picalle. La conpasión que tuvo Belinflor no se puede creer y con propósito de matar los animales y librar al cavallero fue allá, mas llegando cerca vio que los

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demonios y el atormentado se cercavan de fuego, cuyo calor estorvó al príncipe su intento y aú[n] le forçó a desviarse de allí. En apartándose se quitó la llama y bolvió a ver los tormentos de Jasón, que fueron muy más crueles que al principio. De nueva ansia movido se acercó, mas cercó otra vez el fuego a los que veía. Como mucho desease librallo, quiso entrar por el fuego mas abrasólo mucho y forçado bolvió atrás. Otras dos veces intentó lo propio y otras tantas se lo defendió el fuego. Y para buscar otro medio se fue por el canpo adelante, a veces mirando el tormento de Jasón, a veces la solicitud de Átropo, Cloto y Láquesis y ya espaciando la vista por los elíseos prados que, como estava hecho a ver demonios, malas figuras y obscuridades, aquello le parecía sunmo deleite. Ocupado en el pensamiento de la libertad de Jasón iva el enamorado griego cuando vio venir contra sí la savia Medea sola. Muchó holgó Belinflor y llegando cerca se recibieron muy bien y la savia con alegre rostro le dixo:

– Soberano príncipe, porque no entendáis que avéis travajado en vano, saved que el emperador Arboliano y todo su linage tiene un fuerte contrario que es Furiabel de Oriente. Éste tiene un savio amigo enemicísimo de Menodoro y Belacrio, el cual su gran saver enplea en procurar el mal posible a los señores de Grecia. Pues con este propósito entró un día en su estudio y entre sus libros halló una profecía del gran Nectanebo –que porque no la entenderéis no os la digo. Pero avisava que mientras un antiquísimo encantamento durase el poseedor de la profecía se aventajaría en saver a todos los de su tiempo. Visto esto por el maligno Eulogio, con sus artes propuso quitar la vida al emperador Arboliano y a sus valedores para que el emperador Eleazar fácilmente se hiciese señor del mundo. Por la misericordia del Criador lo vine yo 206r a saver y así quise que acabásedes esta aventura para que tanbién se acabe la que hiço Nectanebo allá en Egipto donde encerró el poder de la profecía y acabadas estas dos no le es de provecho. Mirá si es provechoso lo que queréis acabar, pues huelgo yo de morir porque aproveche. Ya me despedí de mi querido hijo Britanor del Valle y del savio Menodoro y he hecho saver en Rosia el fin que avíades de dar a esta aventura y la utilidad que avía de causar, por lo cual los emperadores Arboliano y Rosendo y todos los demás os dan innumerables gracias y os ruegan los váis a ver y estar en su conpañía, lo cual preciarán más que todo el mundo. Hiciéronse tanbién en la cidad de Rusiana a vuestro honor grandes fiestas y porque la tardança será de provecho para el malicioso intento de Eulogio, id, entrad por el fuego sin temor y daréis fin a mi vida.

De las postreras palabras recibió tanta pena el griego que no quiso ir a librar a Jasón; pero tanto lo inportunó Medea que mudó propósito y despidiéndose con mucho dolor se bolvió Belinflor a la prueva y entrando por el fuego mató los animales y ahuyentó los demonios y luego despareció la llama y Jasón agoniçando cayó en el suelo. Luego pareció sobre él Medea haciendo gran llanto y con congoxosos sospiros començó a decir:

– ¿Qué pensamiento fue el tuyo en abrir camino para tu dolor y muerte y para mi tormento? ¿Ésta fue la lealtad que me prometiste cuando por mi ganaste el vellocino? ¡Ó, cruel –so color de piadosa– Néfele!, ¡cómo por socorrer a tus desdichados hijos Frixo y Hele diste ocasión a poner en travajo a este desleal y tormento a la hija de Eetes rey de Colcos! ¡Ó, Creúsa, y cuán desdichado fue tu nacimiento y signo, pues por ti se á abierto camino a grandes daños! ¡Ó, loca y sin sentido Creúsa!, ¿no savías que mi Jasón no era suyo, por qué lo robaste? ¡Ó, Jasón, Jasón!, ¿cómo pudiste olvidar mi firme amor?, ¿no savías que me podría vengar? ¡Ó, ingrato griego!, ¡ó, griego ingrato!, ¿no consideraste que si andava ausente era la ocasión vengarte de Pelias?, ¿por la misma causa me avías de amar más? Mas vien veo que pecaste de malicia, la cual yo te é hecho penar.

En esto se acabó de morir Jasón y luego Medea le tuvo conpañía. Acabados de morir parecieron encerrados en alabastrino sepulcro con letras de carmesí exmaltado. No con tan piadosos pasos el cansado Anquises, el preclaro Eneas se llegó como el lastimado príncipe al sepulcro de los amantes y leyendo las letras vio que decían la

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vida y muerte del príncipe de Grecia Jasón e Medea, infanta de Colcos. Declarava así mismo la pena d’él 206v y la lástima que ella avía padecido.

Capítulo XXXV. Cómo después de aver visto el lastimoso suceso de los ant[i]guos amantes el príncipe Belinflor andando por la Morada de la Vengança de Medea llegó a la rica casa donde recién armado cavallero luchó con Anteón y lo que allí le sucedió.

No tan confuso y triste salió el celebrado de Tracia de las obscuras plutónicas

moradas sin la conpañía de la amada Eurídice, perdida la primera vez por tan gran desgracia y la segunda por la desobediencia que tuvo al tiznado dios, como el ínclito Cavallero del Arco andava por el prado de la Morada de la Vengança de Medea, por la muerte d’ella y porque no le dixo de su famosa espada, cristalinas armas, preciado Bucífero y querido escudero. Ponía en su salvación duda como Medea no selo avía declarado; por lo cual iva con grandísima pena, cuya confusión lo llevava suspenso y con tardos pasos. Tanto iva fuera de sí que no sentía ningún travajo con aver dos días que no comía y aver andado una milla. Bolviendo pues en sí con un suspiro alçó los ojos por ver dónde estava y vio par de la isleta cercada del arroyo donde –cuando entró por la temerosa torre cuando era novel– luchó con el hijo de la tierra Anteón y ganó el escudo del Arco; en medio de ella estava un sepulcro donde yacía. Admirado quedó el príncipe de verse en tal lugar y sintiéndose cansado se quitó el yelmo y lavó el rostro en el agua del arroyo, tan hermoso se vio que, si gritara como el engañado engañador, no faltaran mil ninfas, mil hecos, mil deesas que le<s> respondieran. Abiendo un poco descansado, acordándose de la casa donde la savia Medea le avía aposentado, para ver quién la habitava fue a ella y dentro de media hora llegó y a la puerta vido un savio de honrada presencia, de edad de treinta y ocho años, el cual se vino para Belinflor y hincándose de rodillas ante él le dixo:

– No neguéis, venturosísimo cavallero, a este vuestro servidor el bien y merced que se le puede comunicar dándole vuestras victoriosas manos.

No era menos comedido y discreto que valiente el nieto de Alivanto y así levantando al savio le dixo:

– No pagaría en nada tan discretas palabras, comedido señor, si de tal superioridad usase con vós. Decidme quién sois para que 207r no como a siervo sino como a amigo os de mis braços.

– Como indigno de tal merced, –replicó el savio–, se me niega pero por no ser desobediente a tal cavallero como el del Arco digo que soy el savio Belacrio que, desde que supe que érades nacido, os é procurado servir. Yo é heredado esta rica casa de la gran Medea que por aniquilar el poder de Nectanebo se dexó morir; y yo y ella estamos a vuestro servicio. Y suplícoos vengáis a descansar.

– Por no perder tal conpañía, –dixo Belinflor–, haré lo que me mandáis.Y hablando en muchas cosas entraron en el portal. Aún no la discreta voz del griego

con orrísono eco retunbó en el cóncabo portal cuando el famoso Bucífero –que el savio lo tenía– conociendo a su amo, como si tuviera entendimiento, començó a bufar, patear y relinchar hasta que se soltó y como un tigre en ligereça salió saltando del establo al portal y, como vido a Belinflor, se llegó a él y començó a refregar la caveça por el peto. Si en un sinsensible animal tanto efeto hiço la alegría y tan alegre se mostró con la vista de su amo, ¿qué haría en el apasionado príncipe que tenía raçón natural y tanto amava tan preciada bestia? No paró aquí su gran contente que, como el discreto Filiberto oyó el tropel del cavallo, vino apriesa del patio y, como entró en el portal y vido el cavallo, allí advirtió en el rostro del cavallero y conociólo. Más alegría

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en los condenados a muerte la súbita y real presencia no causa que aquí hiço la alegre del príncipe en Filiberto, el cual llorando de alegría hincó las rodillas y no pudo hablar palabra. El contento mostrólo Belinflor llorando y abraçando a su conpañero y por no ser prolixo no digo más que con sunmo goço entraron en el patio, yendo tras ellos el cavallo. En un corredor vido el griego colgadas sus ricas armas y espada, que su alegría hiço cunplida y, después de asentados, preguntó al savio Belacrio cómo avía librado aquellas armas y lo demás. Respondióle:

– Como vós más que ninguno, mi señor, merezcáis ser servido de todos, en haceros este servicio me preferí. Andando Menodoro y yo procurando vuestro bien supimos lo que en la mar padecíades. Por no ser a los savios por Dios concedidas todas las cosas, no os libré mas libré estas joyas vuestras y cuando vós pensastes que se avían hundido las truxe aquí.

Tras esto mandó poner una mesa donde comió muy bien el príncipe con gran contento de todos; alçadas las tablas vino un niño de seis años, muy bonito, y hincándose de rodillas ante Belinflor con mucha gracia le pidió las manos. Y el savio le dixo:

– Bien se las podéis dar, mi señor, que saved que es mi hijo Zeferino, el cual á de darse al estudio por serviros.

Muy alegre el príncipe lo abraçó y Zepherino se bolvió. 207v Este cuando grande fue sapientísimo tanto que el savio Zeferino entre todos era<n> nonbrado. Hablando en muchas cosas estava Belinflor cuando vido baxar por la escalera un doncel de edad de once años, de tan grave y hermoso rostro que ser señor del mundo representava; venía vestida una aljuba de encarnado terciopelo, bordado de plata de canutillo y un pequeño manto de tafetán blanco con unas flores de oro, en la caveça una montera blanca, con una toca de gasa de plata hechas unas graciosas bueltas y muchas rosas grandes de la propia toca con unos labirintos de reluciente argentería y al un cabo sobre una rosa una garçota encarnada; cuando estuvo más cerca, entendió el príncipe que si mirava en un espejo tanto le parecía el doncel, el cual haciendo un grande y grave comedimiento dixo contra Belinflor:

– Por no aver en mí partes, claro cavallero, para merecer vuestras manos no os las pido; mas confiando en la sobra de vuestra virtud me ofrezco a serviros.

Tanto obligó al preclaro griego la angélica presencia de su natural retrato a usar de comedimiento como con uno de los más famosos del mundo, y levantándose de la silla humillándose dixo:

– Tanto estimo, soberano doncel, vuestro ofrecimiento que holgara quedar aquí hasta que fuésedes de edad para poder andar juntos, mas aquí o en cualquiera parte que esté soy vuestro.

Y con esto le conbidó con su asiento, mas ya Filiberto traía una silla y sentándose començaron a hablar en muchas cosas. Mirávalos el savio Belacrio y admirávase de ver cosa tan parecida que de lexos apenas se podían distinguir cuál era el Cavallero del Arco o cuál el Doncel de la Hermosa Flor. Ellos tanbién se miravan y se ivan cobrando muy grande amor y estavan contentos en parecerse porque por las pláticas manifestavan su discreción. Tenía el príncipe Belinflor el rostro más abultado, por lo cual canpeava más su hermosa gravedad y así por esto, como porque ya tenía boço, se diferenciavan algo. Deseava el Cavallero del Arco aconpañarse con tal persona. Cudiciava el Doncel de la Flor ser cavallero para goçar del que tenía delante. Y mientras más se miravan, más se avivavan sus honestos deseos y más su afición se aumentava. Todo aquel día estuvieron con sobrado goço y a la noche fue Belinflor aposentado ricamente en una tapiçada cuadra y en un rico y blando lecho reposó hasta otro día. Venido el alegre y dorado mensagero del hijo de la perseguida Latona, mostrándose en la tierra las cristalinas perlas criadas en la láctea estancia, mostrándose el indómito y aurífero carro, cuerdamente<n> guiado del vencedor de Pan contra el parecer de Mida, el afamado amante sirviéndole a Filiberto 208r se vistió una aljuba hasta la rodilla de brocado verde, hechos unos espesos arcos de finos y

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relunbrantes diamantes que hacía una lunbrosa y lucida labor; púsose una montera de tela de oro con plumas verdes; vistióse un manto de tela de oro tirada verde y carmesí. Salió a la sala tan dispuesto que persona divina parecía. ¡Ó, Rubimante, y qué lance pierdes! ¡Lance que haciéndolo tú quedarías perpetuamente presa, mas para acrecentar tu amor no son menester estos tiros! Ya en un grande y hermoso corredor estava el savio Belacrio y dándose los buenos días a poco rato vino el preciado Doncel de la Hermosa Flor, vestido de una aljuba de terciopleo morado con flores de gruesas perlas, ceñida por la cintura una gran toca de plata; traía una montera de espumilla riçada con mucha argentería y un manto de raso aprensado de color dorado, orlado con aljófar. Recibiéronse muy bien; y el doncel dixo:

– No sé qué aya sido la causa por que vuestra merced aya madrugado tanto, tiniendo ocasión para descansar. Y si estuviéramos en Rosia yo sé que no avía para qué preguntarlo.

Díxolo con tanto donaire que el príncipe gustó d’ello y riéndose dixo:– Aquí, señor, ay más ocasión de madrugar que en Rosia. Yo lo é hecho por goçar

más tienpo vuestra conpañía. Y aunque en Rosia ubiera ocasión, me parece no lo hiciera, pues con pies de barro y alas de plomo no puede nadie subir a la primera esphera cuanto más a la sexta.

– Dexemos eso, señor cavallero, que bien save el mundo que tenéis obras de mericimiento y palabras de discreción, con que no sólo a la sexta más a la undécima podéis llegar; y bien entendéis que el que madruga ve salir el sol y goça de los favores que naturaleça por las alboradas nos da y oye la concorde y melodiosa suavidad de las parleras aves.

– Con eso concedo, –respondió el príncipe–, mas el que es ciego, sordo e insensible, ¿cómo puede goçar de eso que decís?

– Callá, señor, –replicó el doncel–, que la angélica vista de dos damas que allí son –principalmente Rubimante que mi padre el savio me á dicho que es sin par–, la suavidad de sus favores, la melodía de su discreción bastan a hacer milagros y a hacerse ver, estimar y oír no digo a los ciegos y sordos mas a los convertidos de Medusa.

Como el savio oyó tal nonbre, saviendo lo que avía de suceder, dio un suspiro. Preguntóle su putativo hijo la causa y él dixo que el savio Eulogio por vengarse de lo que avía hecho Medea en quitarle con su muerte el poder de la profecía de Nectanebo avía tomar por instrumento –para hacer gran mal– el monstruo de Medusa. No curaron de lo qu’el savio Belacrio avía dicho, mas pidiendo de comer lo hicieron con mucha alegría, hablando en muchas cosas 208v y después de alçadas las tablas pidiendo los mantos se baxaron a un jardín donde estuvieron todo el día jugando. Y otro el príncipe Belinflor vio jugar las armas al doncel y parecióle destrísimo y que avía de ser valeroso y fuelo tanto que, si no fue él, ninguno le hiço ventaja. Quinze días estuvo allí el Cavallero del Arco, de los cuales unos iva a caça de bolatería, otros exercitava con el doncel el uso de la silla; y en todo era tan estremado el de la Flor que muy contento estava d’él el hijo de Arboliano. Al cabo de los cuales le dio gana de partirse y armándose de las cristalinas armas y subiendo en su cavallo con Filiberto y el savio Belacrio y el doncel y gente de servicio fue al prado donde ganó las armas y estuvo herido. Allí descansaron otros dos días; y pasados començaron todos a subir por la montaña, en lo cual tardaron cincuenta días y en lo alto se despidieron con mucha tristeça, principalmente del Doncel de la Flor, el cual dixo al del Arco que en siendo cavallero lo iría a buscar, que pues por do iva dexava fama de sus hechos, que lo hallaría fácilmente. Con esto se partieron y el savio y doncel se bolvieron a la rica casa y Belinflor con su escudero començó a baxar hacia la floresta, cuya presencia le traxo a la memoria cómo allí armó cavalleros a Miraphebo y Orisbeldo, sus íntimos amigos, y cómo allí fuera a acabar la famosa Aventura del Castillo del Temor, por cuya fama en aquella tierra era temido.

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Capítulo XXXVI. Que trata cómo el príncipe Belinflor libró de poder de Normagape a la duquesa Isilmera, señora de los cinco castillos. Y de lo que más hiço.

Aún no bien sobre las delicadas hojas de las olorosas flores de que el suelo estavan

matiçado, començava a relucir las aljoforadas y vislunbrosas lágrimas en perpetua memoria de la muerte el valeroso Menón derramadas, cuando aviendo acabado de baxar la cuesta, el invencible griego platicando con el discreto Filiberto de las soberanas gracias del preciado Doncel de la Hermosa Flor entró por la floresta contado a su escudero lo que tres años y medio avía en ella le avía sucedido. Como allí se vido Belinflor, diole deseo de ir a ver la duquesa Isilmera y con este propósito tomó la vía de los cinco castillos. En la floresta le tomó la noche y apeándose se echó 209r a reposar, mas no lo hiço mucho tiempo que a prima noche oyó un ruido de cavallos y levantándose mandó a Filiberto que le ensillase a Bucífero y haciéndolo así y cavalgando siguió los que le despertaron; aunque no los veía por la espesura de la floresta, seguíalos por el ruido que hacían. En toda aquella noche no pudo salir de la floresta y a la mañana llegó a un gran prado donde no vido nadie más que pisadas de cavallos. Y dando de espuelas al suyo como un águila començó a correr, y a hora de sexta llegó a otra floresta y entrando por ella anduvo buen rato hasta que vido un gran castillo, cuya puerta estava cerrada y no curando de llamar, lo rodeó y al lado derecho vido un postigo y llegándose a él oyó que hablaban y por ver lo que decían se apeó y ató el cavallo a una aldava y por el agujero de la cerradura vio junto el postigo doce cavalleros y una dueña que estava llorando y decía:

– ¡Ó, Cavallero del Arco, mi señor, cómo si supiésedes mi congoxa la remediaríades, pues la primera vez tanto travajastes por ello!, ¡ó!, ¿quién os avisara que por publicar vuestros hechos y para haceros temido me viene este travajo! ¡Ó, esforçado cavallero, ayuda de los que poco pueden, remedio de los tristes, consuelo de los afligidos!, ¿dónde estáis que no socorréis a mí y a mi hija Isilmera?

Un cavallero de aquellos le respondió:– Dueña, no lloréis, que es por demás poderos librar y estad segura del remedio del

Cavallero del Arco, que no es de aquellos malaventurados cavalleros andantes que en matar un honbre ponen su bien aventurança. Él no sale de cortes de reyes acabando tan grandes hechos como el mundo save y por eso estamos ciertos que no anda por florestas, que si anduviera de miedo d’él se nos antojara tenello cada momento delante.

– ¡Ó, Dios justiciero, –dixo la dueña–, por tu infinita misericordia que guies aquí aquel açote de malos que enbiaste al mundo!

No tuvo coraçón para más esperar el valeroso príncipe que aviendo conocido a la dueña dio tan recio enpujón a la puerta que la echó en el suelo y sacando la espada con alterada voz dixo:

– Ya d’esta vez, traidores, no pondréis en execución vuestro mal intento.Con esto dio un golpe a uno que lo tendió en el suelo. No tanto ocupa el temor los

inaptos coraçones de los tímidos pastores con la venida del bravo y herido león y no con tan confusa priesa más temerosos que esforçados procuraran defenderse y ofender como aquí los cavalleros del castillo que, oprimidos sus coraçones con la súbita presencia del tan temido Cavallero del Arco, de confusos echaron mano a las espadas para ofenderlo que, si estuvieran sosegados, antes huyeran que hacer tal locura. No hiço caso de aquellos golpes el que avía menospreciado los de los herreros de Vulcano, antes servían aquellos de encenderlo más en ira, con la cual 209v avivava su fuerça y así en poco rato los acabó de matar. Al punto pareció ante él la madre de

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Isilmera de rodillas besándole la falda de la loriga. Mas luego la levantó Belinflor y la abraçó y le preguntó por su hija. Ella dixo:

– ¡Ay, señor, presto vendrá presa, que el gigante Normagape la trae!El porqué preguntó el príncipe. – Sabréis, señor, –dixo la duquesa–, que así como os partistes hice pintar en la

delantera de mi castillo a mano derecha lo que en el del Temor os avía sucedido y a la siniestra la aventura de la Encantadora Montaña de la Fada, y so el ala de las almenas puse las pieles de aquellos animales y en el balcón la del disforme Trigileón. Los cavalleros andantes os cobraron gran miedo viendo tan famosas haçañas y por el respeto de vuestro valor á estado toda mi tierra libre de fuerças, engaños y maleficios; porque en quiriéndolos acometer con el Cavallero del Arco les ponían tanto miedo que no lo hacían. La fama que tenéis vino a oídos del jayán Normagape que abita en este castillo, el cual deseando ver las aventuras fue a mi castillo y, después de averlas muy bien mirado, dixo con gran risa: «¿Ésto es lo que aquel cavallero á hecho? ¡Por Dios, gentiles frialdades!, mas yo me vengaré de las que aquí pusieron esto, porque no nos piensen asonbrar con sonbras». Con esto se bolvió a su castillo y aunque un hijo suyo llamado Adamastor, muy comedido y fuerte cavallero, se lo estorvó, tomó veinte y cuatro cavalleros y fue a mi castillo y por fuerça nos hurtó y a mí me enbió delante y él se quedó con mi hija atrás.

– Porque la hermosura de la duquesa, –dixo Belinflor–, no fuerce a que se use con ella algún descomedimiento, me quiero ir a libralla y vós os quedaréis aquí en alguna parte secreta, que yo la traeré aquí.

Con esto desatando el cavallo suvió en él y se metió por la floresta y a ora de nona halló al pie de un árbol a los doce cavalleros con la duquesa Isilmera y al jayán Normagape en su cavallo; queríanse apear para comer, mas el príncipe les quiso quitar la gana y así picando a su cavallo se puso contra el gigante; no quiso hablar que en tal tienpo es escusado, mas sacando la espada para declarar al jayán lo que quería hirió a un cavallero que no uvo menester maestro. Viéndolo Normagape sacó un pesado cuchillo y hiço señas a los cavalleros que lo hiriesen. Todos juntos lo cargaron de grandes golpes, mas él los dava tales y tan buenos que cada vez les hacía perder su orgullo. En las cristalinas armas conoció la duquesa al Cavallero del Arco y con grandísimo contento considerava su apostura y valor, y la vieja y pequeña amorosa herida se le bolvió a renovar y cada punto a crecer que, como elevada y fuera de sí, no mirava 210r los golpes por su libertad, ni los cavalleros tendidos, ni las heridas del jayán sino el aire y donaire de su libertador; el cual aumentándosele la fuerça hirió a un cavallero que le quitó la caveça; a otro tiró un revés que desde el costado al coraçón le abrió, a otro hirió sobre un honbro que hasta los arçones lo partió, a otro hiço dos y, aunque recebía terribles golpes del jayán, no doblava su indomada cerviz mas, cuando podía, muy bien se vengava. Un cuarto de hora tardó en liberarse de los doce cavalleros y después de muertos mejor se uvo con Normagape, que después de un rato de un golpe lo hendió hasta la cinta. Y yéndose a la duquesa que fuera de sí estava de goço le dixo:

– Vamos, señora, al castillo d’este jayán que allí está vuestra madre y descansaréis a vuestro gusto.

Con esto començaron a caminar hablando en muchas cosas, no se hartando la duquesa de mirallo. Y en poco tienpo llegaron al castillo y a la grada del postigo hallaron sentada a la duquesa vieja y recibiéndolos con mucho contento, a hora que se querían entrar vieron venir a Filiberto y hasta que llegó lo esperaron y en estando juntos se metieron cerrando con unas tablas las puertas. Como estuvieron en el patio, el príncipe se apeó y con la dama y su madre subió a los corredores donde encontró a un escudero al cual preguntó quién avía en el castillo; fuele respondido que no más de Adamastor, hijo de Normagape, que estava herido. El príncipe le dixo que quién le avía herido y que si le pesava de la muerte de sus cavalleros; el escudero respondió:

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– Sabréis, señor, que Adamastor es comedido y valiente y no es grande de cuerpo sino un poco más alto que vós y a la fama de las aventuras del Castillo del Temor y Encantada Montaña que vós –que por las armas os conozco– acabastes fue a verlas y vido su muerte porque se enamoró de la duquesa Isilmera tanto que de día ni de noche no se apartava del famoso Castillo del Temor. Tan ahincadamente procuró mostrar su afición, no como otro Faxorán, sino comedida y discretamente que saviéndolo la duquesa se mostró benigna. Y con algunas esperanças á pasado hasta agora que estando en este castillo supo cómo su padre Normagape quería ir a prender a la duquesa y su madre. Quísolo estorvar –mas no pudo– e desde ayer por la mañana hasta anoche le inportunó sobre ello y viendo que no aprovechava cerró la puerta del castillo porque su padre no saliese y lo propio hiciera del postigo si tuviera la llave. Mas puso en él y, cuando el padre salía –a hacer tan gran maldad– se lo bolvió a rogar. Tanto le enojó de la inportunación Normagape que alçando el escudo le dio con él en la caveça y medio muerto lo echó a sus pies y luego se salió. Y yo y otro tomamos a Adamastor y con mucha lástima lo echamos en el lecho y lo curamos y parece que está mejor. Ésta es la causa de su mal. La muerte de los cavalleros no la save, y creo, según veo 210v las damas libres y vós ensangrentado, que es muerto Normagape.

– Sí es, –dixo Belinflor–, y enseñá a mi escudero dónde pueda poner los cavallos y sosegaos todos que no se os hará ningún daño. Mas avisá a vuestros conpañeros que no digan nada de lo sucedido a Ardamastor hasta que esté fuera de peligro, porque nosotros emos de quedar aquí asta que quede bueno.

– Por todo, señor cavallero, os beso las manos y yo haré lo que me mandáis. Con esto muy ligero baxó al patio y pensó los cavallos muy bien y enseñó a Filiberto

dónde estava lo necesario para el servicio de las duquesas. Ocho días Belinflor estuvo en aquel castillo con mucho contento y Isilmera no lo tenía menos viendo ante sí aquel que mucho amava, mas no lo dava a entender en ninguna cosa; al cabo d’ellos estando muy pensativa en su aposento començó ahincadamente a cuidar el grande amor que tenía al Cavallero del Arco y cuán mal le correspondía y el poco caso que d’ella –en aquel caso– hacía, y cuán poco se le dava d’ello y cómo algunas veces avía en él visto muestras de enamorado. Ponderando esto con su buen juicio dixo:

– ¡Ó, necia y sin entendimiento doncella!, ¿quién te hace, constriñe, obliga y fuerça a amar a aquel cavallero no amándote él? Por cierto nadie, sino tu liviano gusto, del cual yo tomaré enmienda en borrallo de mi pensamiento.

Con este propósito estuvo más alegre y forçándose lo posible poco a poco se le fue olvidando la pena. Y no es de maravillar esto, que era muger y avía intentado aquello y, aunque muriera, avía de salir con ello, y ayudóle no ser el amor en demasía. Quince días estuvo Adamastor en mejorar –que según lo que Belinflor deseava andar por el mundo se le hicieron quince años–, después d’ellos el príncipe con las duquesas entró a vello y llevando a Isilmera de la mano se llegó al lecho diciendo:

– Ánimo, señor cavallero, que os viene persona a visitar que desea vuestra salud, por tanto esforçad por darle contento.

Bien conoció Adamastor a el dueño de su alma, mas admirado de ver aquel cavallero tan hermoso y dispuesto no saviendo quién era y cómo estava allí dixo:

– Vista como esta a resucitar muertos basta cuanto más sanar heridos. Y suplícoos, señor cavallero, me digáis quién sois para que sepa a quién tengo de servir la merced de esta venida.

– No sé si os enojaréis d’ello, señor Adamastor, –dixo Belinflor–, porque no me podéis conocer por otro nonbre sino por libertador d’estas damas. Y yo soy el que maté a un gigante que las llevava presas y las truxe aquí.

Dando un suspiro el enfermo dixo:– Si mi padre es muerto, él fue la causa y por enemistad que tome no le puedo dar

vida; con lo que pagaré a lo que devo es sentir su muerte como es raçón. Y porque lo hecho no se puede remediar, más vale 211r olvidallo y vós, venturoso cavallero, a quien ayuda la Fortuna –por no ir contra ella– me recevid por vuestro para siempre.

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Muy contento quedó Belinflor de la discreción de Adamastor y con alegre senblante dixo:

– En estremo, señor, é holgado de lo que avéis dicho y en ello é conocido vuestro talante y discreción. Yo os recibo por mi amigo y conpañero.

– Por eso, –dixo la vieja duquesa–, nos obligamos todos a serviros, señor Adamastor, y daos priesa a sanar y veréis lo que hago por vós.

– Con esa confiança, –dixo Isilmera–, muy presto sanará, por eso si recibe como se debe recebir ya creo que estuviera sano.

Entendióla el herido cavallero y con sunmo goço estuvo aquel día jugando a las tablas y otro se quería levantar, mas no lo dexaron. La grande alegría que de la continua y agradable vista de la duquesa Isilmera Adamastor recibía, le crió tan buena sangre y humor que dentro de otros ocho días estuvo sano. Viéndolo bueno la dueña declaró a Belinflor cómo quería casar con él a su hija y que se lo dixese y mandase hacer lo necesario. El príncipe le respondió que él tenía el propio intento y que haría lo que le mandava. Partiéndose de la duquesa Belinflor dixo lo concertado a Adamastor y que mandase juntar sus cavalleros y hacer ricas vestiduras para el desposorio. Dentro de cinco días estuvieron docientos cavalleros juntos ricamente vestidos y estando todo adereçado partieron al antiguo Castillo del Temor don[de] se juntaron quinientos cavalleros del ducado de Isilmera, a la cual ni pesava ni placía del casamiento y entretenidos en diversos pasatienpos y fiestas aguardaron el celebrado día, décimo de agosto, para el cual señalaron el desposorio. Aún no bien el día en que fue laureada de verde laurel el estimado Laurel celestial, firme esperança de sus sucesores, se mostrava remiso y apartado el claro Fevo, dexada la porfía de Daphne, contienda de Pan y luto de Faetón, esparciendo sus luminosos rayos, imprimiendo en las delicadas perlas de la Aurora varios vislunbres cuando el gentil Adamastor salió con una ropilla hasta la ingre de brocado blanco y unas calças justas de terciopelo azul con muchos broches y asientos, y una capa corta de raso pardo aprensado y bordado de oro y verde, y una gorra negra con plumas blancas, traía de la mano a la hermosa duquesa Isilmera vestida de una delgada tela blanca con muchos páxaros, árbores y flores de oro y varios colores en ella texidos. Luego vino Belinflor vestido ricamente que más avía que ver en él que en nadie; y tras él salió la madre de la desposada vestida de negro. Después de desposados se sentaron en un mirador a ver justas que sus cavalleros hacían. Venida la noche durmieron los desposados juntos y otro día uvo tanbién gran fiesta. Y pasado no se quiso 211v el príncipe detenerse más. No quiero decir lo que pesó a todos de su partida; mas que consintiendo en su voluntad se despidieron d’él. Salido Belinflor del castillo dexando a sus espaldas el Hondo Valle y a mano derecha el reino de Numidia y a la izquierda de Tremisa se enbarcó la vía de Grecia.

Capítulo XXXVII. Cómo el afamado príncipe Belinflor aportó en el ilustre inperio de Grecia y lo que allí le sucedió.

En muy cunplido goço iva el sobre todos valiente Cavallero del Arco con el

discreto escudero caminando la vía [de] Grecia por la mar en una gran galera. En el borde de la cual un día iva sentado, y viniéndosele a la memoria lo pasado a Filiberto dixo:

– Cierto, mi señor, que los que son venturosos por do quiera les viene la ventura. Mirá quién dixera a Adamastor que aquella peligrosa herida avía de ser causa de su contento y vida. Y a la duquesa que ya la tenía el mundo olvidada la aventura que se puso por medio para viniese a tomar estado.

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Riéndose dixo Belinflor:– ¿Por qué dices agora eso?– ¿Pues no lo tengo de decir, –respondió Filiberto–, si me veo tan desdichado que no

interviene ninguna aventura para ir a Albania a ver a mi padre el duque Melián y a mi tío Clovindo y primo don Tridante? Y dígolo por otra cosa, que ay personas que por su persona, nonbre, estado y costunbres merezcan ser publicados y no lo son.

– Para ir a Albania Filiberto, –dixo el príncipe–, no es menester que se ofrezca ocasión, que no ay más que decírmelo, que yo lo haré y aún ahora si quieres podemos torcer el camino; por tanto mandálo a los marineros que yo me holgaré de tu contento.

– Que no lo decía por tanto, mi señor, –dixo algo corrido Filiberto–, mas por lo que toca al aventura de las gentes.

– Tienes raçón, –replicó Belinflor–, que personas ay como las que dices, mas a veces no se puede más con ellos. Y veamos quién viene en este gran batel.

Con esto se alçaron y cuando llegó cerca vieron tendido en el suelo d’él un cavallero de linda dispusición, armado de unas armas de color verde escura con unos coraçones de piedras leonadas. Era tan dispuesto que entendió que era su amigo y desconocido hermano Rugerindo y vase quexando muy tiernamente. No pudieron notar lo que decía porque con la ligereça del viento pasó el encantado batel andelante. Y todos quedaron hablando en la gentileça del cavallero. Ocho días con faborable tiempo caminaron, 212r y al noveno a hora que el gallardo pastor de Admeto salía más hermoso que cuando goçó a Climene abordaron en un puerto cuatro leguas de Constantinopla y pagando el príncipe el flete mandó a Filiberto que sacase los cavallos y cavalgando tomó un camino ancho y trillado; por él anduvo hasta hora tercia y después de aver comido llegó donde se dividía en dos y en el cavo d’él avía una tienda, de la cual salió un cavallero armado de armas coloradas con flores blancas y encima de un alindado cavallo, el cual llegándose al príncipe le dixo:

– Cavallero, ¿qué camino pensáis tomar?– El que se me antojare, –respondió Belinflor–, mas ¿por qué lo preguntáis?– Preguntólo, –replicó el cavallero–, porque es mi gusto que toméis el de la mano

derecha y dexéis esotro, porque ay en él muchas aventuras y yo no é savor que se acaben algunas.

– ¿Por qué no gustáis que se acaben?, –dixo el griego. – El porqué no es menester que lo sepáis, mas que, si lo contrario queréis, avéis de

aver batalla conmigo. Deseava sienpre en estremo Belinflor hallar aventuras y así más quiso conbatirse

con el cavallero que dexar de tomar el camino siniestro y así dando buelta a su cavallo se puso contra el cavallero a guisa de justar. Estando apartados una carrera dan de espuelas a los cavallos y con la ligereça del águila parten el uno para el otro y en medio del camino el cavallero encontró al príncipe en el rico escudo. Hiço la lança pieças, mas no lo meneó. Él fue encontrado en el pecho tan recio que sin aliento muerto vino al suelo. Como no se meneava luego fue tenido por muerto y ubo lástima d’él el benigno griego y llegándose a la tienda, parecieron ante él la gente de servicio pidiéndole misericordia. Otorgóla y preguntó que quién era aquel cavallero y por qué guardava aquella costunbre y la causa por que no quería que se acabasen las aventuras del camino. Un escudero respondió:

– Sabréis, señor, que este cavallero habitava en un castillo que por este camino siniestro van, enamoróse de una dama griega muy hermosa, la cual de antes amava a un cavallero de Constantinopla y prosiguiendo nuestro amo en sus amores la dama se casó con su antiguo enamorado. Junto con ser Garmano –que es el que allí yace– señor de dos castillos, poseía un valle muy hondo, fresco y poblado de muchos árbores. Éste, con ser el más deleitoso sitio que en Grecia se puede hallar, abundava de diversos generos de animales como gamos, tejones, corços, ciervos, liebres y garduñas, los cuales a un honesto y alegre pasatienpo convidavan. Está este valle cercado de tres

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altísimas <mas> montañas y las dos d’ellas tanto lo son que tanbién por ser agras y espesas que en ninguna manera ay subida, aunque muchos la an procurado; la otra 212v

aunque es muy difícil todavía ay una suvida; y esto por de fuera que por de dentro casi toda la peña es tajada y cubierta de menuda yerba. Ay sola en este fresco valle una entrada entre dos montañas angosta y de muy espesos árbores casi inpedida. Crióse –no savemos de qué– en este valle una sierpe, la más enorme y fiera que en el mundo se á visto. Yo la é contenplado, señor cavallero, con estos ojos y os certifico que su vista basta a quitar la vida. Ella no es cosa de encantamento, mas natural; es de grandor de una lança, tan gruesa como cuatro hombres, tiene los pies como mi cuerpo, cada ojo un codo de la boca, sin enbaraço quepo yo en ella, silva tan recio que hace tenblar los montes, tiene unas pequeñas alas con que bolando suele, como si fuesen paxas, derrivar gruesos y arraigados pinos, hayas, encinas y robres. Mientras tan disforme animal fue pequeño, cuando ívamos a caça, no lo veíamos porque se crió en una alta cueva; mas algunas veces oíamos silvar y no savíamos qué; otras veíamos a los pies algunas peñas sangre y caveças y pies de venados; otras veíamos venir huyendo los ciervos y meterse entre los perros y los gamos entre nosotros y las garduñas entre los mulos. Admiravámonos de todo y no savíamos la causa. Creció presto la sierpe, cevada con la sabrosa carne de la caça y salía ya al valle y derrivava árbores y enturbiava fuentes. Yendo pues un día el padre de Garmano y docientas personas a caça al fresco valle al ruido salió la sierpe y cogiéndolos descuidados hiço pedaços honbres y bestias y perros y cuanto llevava. Tan buena maña se dio que de todos docientos no escapó sino yo, que vine a dar las nuevas. Publicóse esta desgracia por toda Grecia, que no ay cosa más sonada que el Temeroso Valle y su horrible sierpe. Y las justicias de las cercanas ciudades lo an hecho sepoltura de malhechores. Después que sucedió esto no á entrado persona humana allá ni la sierpe salido, que es particular merced de Dios porque si saliera todo lo destruyera y en Constantinopla, que está cerca, no dexara persona a vida. Temiendo esto, nuestra señora, la emperatriz Floriana días á que á mandado cerrar el Temeroso Valle y de miedo no lo an hecho los oficiales; mas de tres días a esta parte á dado mas priesa por aver sabido que la sierpe sale. Garmano, señor d’este valle, como vido a Clerina casada con el duque de Frisel –como enamorado– tanto lo sintió que propuso vengarse y así un día los prendió y los traxo a su 213r castillo y aprisionándolos mandó hacer una jaula de muy gruesas vergas de hierro y metiéndolos allí con algún mantenimiento los mandó subir a la montaña y desde allí por no aver baxada los mandó descolgar con unas cuerdas y ponellos junto una fuente donde á ocho días que están pasando una triste vida como se puede pensar. Mil veces avrán llegado al trago de la muerte porque sienpre que vean la sierpe la tendrán al ojo, aunque es tan recia la jaula que están seguros d’ella. Garmano, mi señor, dexados los tristes esposos allí se vino aquí por defender que ningún cavallero vaya por allí porque a caso no prueve y acabe la aventura con la muerte de la sierpe. Y principalmente se temía de vós, si no me engañan las armas, y del Cavallero de la Garça.

Con esto el escudero acabó su raçón y el príncipe quedó admirado de la braveça de la sierpe y crueldad de Garmano y dando las gracias al que se lo avía contado le dixo:

– Ruégoos, escudero, así ayáis buena ventura, que toméis travajo de llevarme al Temeroso Valle y, si el Criador me ayuda, os prometo haceros señor d’él.

– Para servir a tan buen cavallero, –dixo él–, no es menester paga, mas no querría que por ganar perdiese y me pusiese mal con todo el mundo, que dirán que llevándoos yo al Temeroso Valle fui causa de vuestra muerte.

– No miréis eso, –dixo Belinflor–, que quiça tendré ventura para librar a Clerina y su marido. Por tanto suvid en aquel cavallo y venid.

– Dios es testigo, –replicó el escudero–, cómo yo no soy culpado si morís.Con esto cavalgó y despidiéndose de sus conpañeros, con el Cavallero del Arco y

Filiberto, tomó el camino de la siniestra mano y por él anduvieron hasta hora de sexta, que por el ardor del sol se metieron en una floresta donde pasaron hasta hora de nona

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que saliendo el començado camino prosiguieron. Aquella noche les tomó en casa de un florestero donde muy a su gusto reposaron. Aún no bien la llorosa Aurora començava a enriquecer la bordadera del suelo con celestiales matices, cuando el famoso del Arco levantándose con sus escuderos començó a caminar al Temeroso Valle. Y a hora de tercia començavan a devisar las coronadas cunbres de las encunbradas montañas del montuoso cerco de la habitación del fiero animal que toda Grecia temía. Era tanto el deseo que Belinflor tenía de acabar aquella aventura que fue muy alegr[e] como vido las montañas y dando mucha priesa a sus andadores cavallos llegaron al pie de una montaña a las diez del día. Para llegar a la boca del valle descendieron por la halda de la montaña hasta llegar a un prado 213v donde estava la entrada del valle, el cual era muy grande y cercado de espesa arboleda. Avía allí canpo para aver pelea de seis mil. Estando parado el príncipe mirando si entraría a pie o a cavallo, vido venir una conpaña de gente, muchos peones y muchos camellos cargados y detrás vido relucir armas de cavalleros. Parado estuvo para ver quién eran y qué querían, hasta que llegaron que adelantándose doce cavalleros vido que todos eran de buena dispucición principalmente uno que ya era de edad, tenía el rostro hermoso y los cavellos canos. Todos miraron al Cavallero del Arco y lo conocieron por las armas y con grande alegría se llegaron y el anciano le dixo:

– ¡Ó, valentísimo cavallero!, y ¿qué buena ventura os á traído a tierra donde todos os desean servir y a tal saçón que la emperatriz holgará tanto con vós?

– Discreto señor, –respondió el príncipe–, la Fortuna me quiso hacer este bien que se ofreciese ocasión que visitase esta tierra sólo dichosa por ser señoreada de tal señor y para servirle en su corte.

– A vós os doy las gracias de vuestro ofrecimiento y, si gustáis, gustara saver quién sois.

– Preciado cavallero, a todo somos obligados por daros gusto, que la recuperación del emperador no se paga así como quiera. Saved que yo soy el rey Arlandro de Antioquía, hermano de aquel tan afamado enperador Alivanto y tío del que oy impera y Dios guarde. Es<t>otros son grandes de Constantinopla.

Como esto oyó Belinflor, alçó la visera del yelmo por besarle las manos; no consintió el noble rey este comedimiento y muy admirado fue él y los de más de su tan perfecta hermosura y poca edad. Parecíales tener delante a la infanta Alphenisa, tanto era Belinflor de hermoso; el cual preguntó a qué venían. El rey dixo que toda Grecia temía a aquella sierpe y que si salía a todas las cidades y villas cercanas destruiría y en golosinándose iría a Constantinopla y haría gran daño, por lo cual la emperatriz Floriana mandó cerrar este valle y todos de miedo no an osado venir porque temen que salga y los mate.

– Y aora pocos días á supimos que salía mucho trecho a buscar comida. Y creciendo el temor yo determiné venir por traer estos honbres que travajen y cierto los traigo forçados.

Disimulando el príncipe lo [que] quería dixo: – ¡Ea, comiencen a travajar que es malo tardarse!Así lo mandó el rey y los oficiales, que más de docientos eran, descargaron los

camellos de la herramienta y todo lo necesario al caer hiço gran ruido y viéndose los cavallos desocupados dando bufidos de contento hicieron tal ruido que la sierpe lo oyó y dando terribles silvos que todas las montañas, valles 214r y canpos atronava se vino a la boca del valle. No uvieron los villanos oído el primer silvo cuando no cuidando de cosa començaron a huir con tanta priesa y gana que en un momento los perdieron de vista. Lo que rieron los cavalleros principalmente el rey Arlandro y Belinflor no se puede creer. El escudero que allí guió al príncipe lo propio hiciera que los villanos, mas por ver lo que sucedía se esforçó cuanto pudo. Crecían los silvos su temeroso eco; en los coraçones de algunos tan recio resonava que los hacían temblar. Allegó a la entrada del valle, pareció su horrible cara tan grande como medo cavallo, su gran boca abierta que ¡cierto no es tan agra la del infierno a los condenados cuanto aquella

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a los temerosos! Echó a todas partes sus encarniçados ojos y como vido camellos y hato començó a salir. Aún no bien devisaron los cavallos lo que era cuando dando bufidos con suma violencia sin poder estorvarlo sus señores començaron a huir. Algunos se holgaron d’ello porque con aquello evitavan el peligro de ser no todos y a bueltas de estirar las riendas davan de espuelas. El famoso Bucífero, como más ligero, se adelantó tanto de su amo tuvo vergüença d’ello y dándole un grito lo hiço parar y apeándose d’él sacó la espada y embraçó el escudo y con tirado paso bolvió y vido que el esforçado rey Arlandro procurava tener el cavallo y no podía. Viéndolo el príncipe le dixo:

– ¡Apéese, vuestra magestad, y buelva conmigo que quiero provar mi ventura!Entendiéndolo el rey, muy admirado de su esfuerço respondió:– No os pongáis, preciado cavallero, en tanto peligro que en casos temerarios no se

adquiere honra, antes se ponen en aventura de perdella. – Ya no me ayude el Criador si dexo de provar mi ventura. Si muero, moriré por la

seguridad de Grecia y por librar de peligro el estado del aventurado emperador Arboliano, por cuyo servicio todos avían de perder la vida. Si vivo, libro d’este peligro al inperio y quito el temor a la emperatriz Floriana; por tanto, haced lo que os suplico.

Con esto se apeó el rey y el cavallo huyó, y anbos con largo paso se fueron para la sierpe, la cual avía ya salido del todo y estava encarniçada en unos camellos que avía cogido y en un momento despedaçó doce. Tomó el rey Arlandro una lança y con toda su fuerça la tiró, dio en el suelo y la sierpe tomándola en la boca la hiço muy 214v

menudas rajas, en lo cual acabó de mostrar su fiereça.

Capítulo XXXVIII. Que cuenta la fiera y peligrosa batalla que el ínclito príncipe Belinflor tuvo con la horrible Sierpe del Temeroso Valle delante del rey Arlandro y lo que más sucedió.

Hecha la lança menudas rajas con los rajantes dientes del pavoroso animal,

dando claro testimonio de su entera fiereça, quedando el príncipe Belinflor con su desconocido tío estrañamente admirados del gran poder de naturaleça –mediante Dios–, quiriendo el Cavallero del Arco poner en execución su intento dixo:

– Porque, soberano señor, vuestra real persona no corra algún peligro si la mía lo tuviere, suplícoos con tiempo os pongáis en cobro. Dad una voz a mi cavallo qu’él vendrá y os sacará de cualquier peligroso trance. Y si muriere, guardadlo y cuando veáis al príncipe Rugerindo vuestro sobrino dádselo de mi parte diciendo que me atrevo a ello por ser la mejor pieça del mundo.

Con esto se despidió y con la más graciosa postura del mundo sin turbado miedo ni alterada priesa se fue al animal. Bien creo que si Venus lo viera de mil Adonis perdiera la memoria. Su lindo continente quitó la congoxa que con lo que avía dicho dio al rey, aunque no el dolor de vello ir a tal peligro. Dávale el sol en las espaldas, relucían tanto las ricas y cristalinas armas y sus costosas piedras que no consentía mirarse y dava tanto contento a la vista del triste rey que, como si fuera su nieto, le avía cobrado amor y con lágrimas derramadas por dos afectuosos efetos decía:

– ¡Dios te guarde, cavallero, y te dé victoria para que después mueras en su servicio! ¡Santa María te valga, restaurador del perdido bien de Grecia!

Oyó la favorable voz el encubierto príncipe y con más brioso ánimo se llegó a la sierpe, la cual como lo vido, cesando la carnicería y destroço que e[n] los camellos hacía, batiendo con sonoro ruido sus fuertes alas, regañando los dientes, echando sanguinosa espuma y espeso humo por las narices, se vino para el cavallero; el cual como ningún peligro le turbase viendo cómo venía volando aguardóla 215r y en llegando

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hincó una rodilla en el suelo y dexó pasar por encima d’él el medio cuerpo y alçándose con la espada de punta con toda su fuerça la hirió en una ala. Sintióse tanto el fiero animal que dexándose caer de golpe hiço al cavallero dar de manos y ojos en el suelo aquexándole con su gran peso. Allí la herida sierpe se abraçó con él y lo començó a rodear de una y otra parte. Soltó el animoso griego la espada y escudo y con harto travajo le rodeó sus invencibles braços al cuello, aunque no lo pudo todo abarcar por ser tan grueso. Luchando andubieron un buen rato, el príncipe con travajoso dolor que el apretar de las uñas le causava, y la sierpe con ahogado cansancio porque el príncipe reciamente la apretava. No se olvidaron los dos contendores –el uno por uso de raçón guiado y el otro de la naturaleça– de sus ofensivas armas que aún no avían usado; désase el valeroso cavallero un braço y con él saca la aguda y rica daga y para herir a la sierpe alça el vigoroso braço, la cual como lo vido abre su disforme boca y cóxelo entre sus agudos dientes y fuertemente lo començó apretar.

– ¡Ó, Sunmo Dios!, –dixo el rey Arlandro–, ¡por tu misericordia ayudes a tu criatura!No uvo oído esto Belinflor cuando con gran ira –pensando que llevava lo peor–

dentro de la boca de la gran sierpe començó a menear la mano con la daga; fue venturoso que como alçase la sierpe el paladar para mascar el braço a caso cuando juntava los dientes halló la daga de punta y así se clavó la lengua en el cielo de la boca hasta el pomo. Abrió con el dolor la boca y para sacar la daga soltó al príncipe y abriendo su enorme boca sus largas uñas metió dentro. Estava tan raviosa que procurando sacar la daga se hirió con sus uñas en la lengua y encías y dando roncos silvos se iva retrayendo con tan horrible fiereça que no sé quién bastara a miralla. Ya el ínclito cavallero estava en pie y, aunque avía buena ocasión para acabar su hecho, estava tan cansado y molido que tuvo por mexor descansar y arrimado al pomo de la espada vido al anciano rey que gran trecho se avía retraído, porque la sierpe açotando con su conchosa y gruesa cola el verde y maciço suelo haciendo estrañas fiereças se iva poco a poco hacia atrás. Como sus largas uñas por la boca a todas partes truxese, acertó a asir el pomo de la daga y tirándose la sacó y arrojó saliendo un continuo arroyo de la negrida y ponçoñosa sangre. Con singular sagacidad la astuta bestia mirando a todas partes conoció a su malhechor y apretando los dientes y avivando sus fogosos ojos, meneando su gruesa cola se puso contra él 215v algo lexos y mirándolo con espantosa vista estuvo un rato parada, en el cual el príncipe se puso como avía de estar. A cabo de un rato batiendo sus alas, echando sangre por la boca junto con un ronco gemido partió para el amado de Rubimante; no temió –que nació para ser temido–, ni dudó –qu’era para hacer dudar–, mas cuando llegó cerca la espantosa sierpe tiróle un revés a la caveça. Vido su muerte el sagaz animal y así se alçó en el aire y pasado el golpe baxándose algo lo hirió con la cola en el yelmo con tanta fuerça que lo derrivó. No estuvo mucho que no se levantase con tanta ira que aún no estava en pie cuando sin tiento tiró una cuchillada a lo alto. No iva con tan poca fuerça que dexase de cortar una ala a la sierpe que ya sobre él estava. No pudiéndose tener en el aire, cayó en el suelo donde tendiéndose alçó la cola por herir al príncipe; iva con tanta fuerça que hacía bramar el aire. No uvo tienpo de desviarse y por huir el golpe abaxóse al suelo cuanto pudo, mas con todo eso le alcançó en el crestón del yelmo que se lo torció a aquel lado; luego se levantó el príncipe y desviándose se endereçó el yelmo. Tiende el pavoroso animal su cola y andando en sus cuatro pies, la boca abierta, se vino para el griego; el cual tirando un golpe con la punta de la espada la cortó media oreja. Aún no avía visto bien lo que avía hecho cuando de un salto se retruxo atrás más de diez pies. Acrecentando el poseedor del temeroso balle su furibunda ira andando cuatro pasos alçó su cola. Entendió Belinflor que no llegaría a él, mas engañóse que acertándole en el postrer tercio en la cintura más de seis pasos medio bolando lo apartó de allí, derrivándolo en el suelo. No con tanta furia <tirada> la liviana pelota en la dura losa tirada buelve hacia arriva como nuestro cavallero, que aún no avía caído cuando ya estava en pie, y allanando cualquier dificultoso peligro su colérica furia con el espada a dos manos se llegó a la sierpe y al tienpo que alçava la

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cola descargó el golpe con tanta fuerça que partiéndola toda baxó la espada al suelo con ta[l] violencia –como si no ubiera topado en nada– que a su amo llevó tras sí cayendo en medio de los dos pedaços del bestial cuerpo. Mostró aún después de muerta bien su natural braveça porque meneándose la cola, haciendo enroscadas ruedas, procurando juntarse con lo principal de su cuerpo, saltándose puso sobre el victorioso mancebo cargándolo con su gran peso tanto que, aunque lo 216r procurava, no podía levantarse. Viendo el rey Arlandro que ni el cavallero ni la sierpe se meneava, tiniéndolos a ambos por muertos con tardos pasos se iva allegando; y algo más cerca vido menearse la sierpe y era, como Belinflor procurava levantarse, meneava la cola del animal. Detúvose el antíoco rey y mirando bien lo que era, cayó en ello y alargando el paso ayudó al vencido por su victoria. Levantándose el griego príncipe con muy gran alegría fue abraçado del hermano de su abuelo y encareciendo con sunmo loores su fortaleça le dixo:

– ¡Ó, cuán dichosa, valentísimo cavallero, fue y cuán bienaventurada la hora en que nacistes, que tanto bien avíades de hacer a Grecia! ¡Ó, flor y espejo de toda cavallería!, ¿con qué os podrá pagar la antigua Biçancio y sus señores tan altos beneficios? Vayamos, ínclito cavallero, donde seáis servido y honrado como vuestras obras y persona merece.

– Soberano rey, –dixo Belinflor–, no es raçón que a mí se atribuya lo que el Summo Hacedor hace; por tanto dexaos d’esas raçones que bien escusadas son y sed servido de entrar conmigo en este valle que é savido que están dentro el duque de Frisel y su mujer Clerina.

– ¡Válame Dios!, –dixo el rey–, ¿y si son ya muertas tales personas que toda Constantinopla á echado de menos? Vamos, vamos, cavallero, y contaréisme cómo lo savéis.

Con esto començaron a andar hacia la entrada del –ya– fresco valle; y llegando a ella començó Belinflor a contar la ya dicha aventura. Acabada de decir se hallaron muy enboscados y por no perderse acordaron salirse y traer consigo al escudero de Garmano. Salidos al prado vieron venir todos los cavalleros que desde muy lexos avían visto la batalla y llegados cerca con increíble admiración miravan a su encubierto príncipe y el desaforado golpe. Admirados de tan singular hazaña no podían quitar los ojos del victorioso joven notando su agraciada dispusición. No mucho después vino Filiberto y Gilio, el escudero de Garmano, y traían al Bucífero de rienda y el príncipe conbidó con él al rey, el cual agradeciéndoselo no lo quiso, antes mandó ir por el suyo. Todos estuvieron a pie hasta que el rey cavalgó y lo mismo hicieron todos y entrando por el valle con mucho conten<ten>to, notando los delanteros su hermoso sitio y gran frescura –la cual no savía mal por el principio del noveno mes del año– los de detrás ivan hablando en la singular hazaña. Guiados por el escudero Gilio, a ora que el rubicundo amador de Daphne con más ligereça que cuando del amor stimulado la seguía acababa su cuotidiana carrera, 216v abscondía su clarífico rostro en las occidentales aguas, llegaron al pie de una altísima y tajada peña donde avía una manantial y cristalina fuente; junto a ella estava la gran jaula y en ella encerrados los tristes amantes vestidos de un tosco paño, amarillos y flacos, apartados a los cabos y tiernamente llorando. Así como vieron a los cavalleros se levantaron y el duque de Frisel luego conoció al rey Arlandro y alçando la voz dixo:

– ¡Ó, soberano señor!, y ¿cómo avéis entrado acá?, ¿no os lo á defendido la cruel guarda de mi travajosa pena?

– Duque, –respondió el rey–, quien así os puso ya es muerto. Y así mismo la sierpe, de lo cual devéis las gracias a aqueste venturoso Cavallero del Arco, que os á librado, y demos manera cómo salgáis de aý.

Con esto unos peones començaron a limar las vergas. Eran gruesas y primero vino la noche que acabasen, por lo cual Belinflor con deseo de sacarlos de allí aquella noche echó mano a la espada y con su acostunbrada fuerça tiró una cuchillada a las vergas. Cortó dos en efeto como gua[r]da de tal braço y asiéndolas con una mano las

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entortó cada una a su parte e hiço lugar para que saliesen. Así lo hicieron los desposados muy alegres y hincándose de rodillas ante Belinflor le pidieron las manos. Él muy comedidamente los levantó diciendo:

– Lo que yo é hecho, señores, a vós lo devía, por tanto no es necesario ese comedimiento y más estando delante el soberano rey Arlandro a quien toda cortesía se deve.

– Por lo poco, preciado cavallero, –replicó el rey–, que a mí se deve no se dexa de reconocer lo mucho que os es devido, por lo cual cualquiera demostración es lícita. Y bueno será que proveamos al duque y su muger de algo bueno.

Ya estavan armadas tiendas y puestas mesas y para comer, todos se desarmaro[n] y cubrieron de ricos mantos. Admirava a todas la estraña gracia y cortesana pulicía del príncipe; de los cavalleros alçadas las tablas estuvieron toda la primera noche senta<n>dos hablando en muchas cosas y después se fueron a reposar; lo cual Clerina y su esposo hicieron con más contento y descanso que hasta allí. Venida la mañana, todos se levantaron y adereçaron para el camino de Constantinopla, llevando la piel de la sierpe –por mandado del rey Arlandro– en un carro delante de todos. Desde el Fresco Valle a la insigne cabeça de la trácica provincia avía no más de cuatro leguas y así llegaron dos horas antes de la sexta. Vieron algunas mugeres de 217r lexos venir la compaña. Los temerosos no advierten lo seguro sino con su vil coraçón todo se les antoja verdadero peligro; así les pareció a las griegas mugeres. Viendo la sierpe venir enhiesta –como estava llena de paja– y tanta gente tras d’ella que entendieron que avía salido del valle y venía a Constantinopla a destruir la cidad y que aquella gente venía tras ella por matalla. No esperaron más, sino dando crecidos gritos començaron a correr por todas avisando que venía la sierpe, que se guardasen. Alborotóse muy presto el vulgo y toda la cidad muy turbada cerraron las puertas y, como tapiavan las ventanas, llegó la nueva a la emperatriz Floriana y a la enamorada infanta Alphenisa, las cuales muy turbadas mandaron a algunos cavalleros que saliesen a resistilla. De mala gana lo hicieron y saliendo, como ya el rey y su conpañía estava más cerca, vieron vien lo que era y con gran alegría se llegaron a él y le dixeron:

– ¿Cómo permitistes, señor, que fuésemos puestos en tan gran sobresalto?, ¿no nos avisáredes lo que avía sucedido para alegrarnos? Decidnos por Dios quién nos hiço tanto bien para que lo digamos a nuestra señora la enperatriz.

– Corred, –dixo el rey–, y decilde que el Cavallero del Arco, que desencantó a mi sobrino, la mató.

Y contándole lo que avía sucedido ellos se fueron y muy alegres lo contaron a su señora. Holgóse la emperatriz en estremo así d’esto como de la venida del Cavallero del Arco que, como si su hijo supiera ser lo deseava, y así mismo por la livertad de su dama Clerina y del duque de Frisel. Muy mucho se holgó la hermosa infanta Alphenisa oyendo nonbrar al Cavallero del Arco pensando que vendría con el Cavallero de la Garça, su muy amado galán, o que daría nuevas d’él. Con el contento que tenían anbas señoras se adereçaron ricamente y se asentaron en su estrado; no mucho después llegaron el rey Arlandro y el príncipe Belinflor con su conpañía a la insigne cidad, madre de tan illustrísimas personas. Entró primero el carro y lo que dentro iva causó tanta elevación en todos que no podían quitar los ojos del triunphador cavallero, el cual llevava el yelmo quitado; no admirando menos su hermosura que su valentía. Aviendo pasado por una calle quedavan los moradores d’ella dando infinitos alabanças al cavallero y loores a Dios que lo avía criado tal, justo pago de tan altas proheças. Pasó afamado de todos el desconocido príncipe de sus loadores, 217v hasta llegar a los palacios, de cuya grandeça y hermosura se admiró y juzgó por verdad lo que le avían dicho que se podían contar por octava maravilla del mundo. Entrados en ellos en medio del gran patio quedó el carro con la sierpe, donde la venían a ver por maravilla y ellos apeados subieron a lo alto, yendo el príncipe al lado derecho del rey; llegaron a la puerta de la imperial sala, a donde vieron la emperatriz Floriana, a la cual abraçó el

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rey de Antioquía y Belinflor con un secreto y filial amor se hincó ante ella de rodillas y por fuerça le besó las manos; mas ella levantando admirada de su hemosura le dixo:

– No sufría, cavallero, vuestro valor lo que conmigo avéis usado y estava obligada a satisfacerlo, mas vós avéis hecho lo que los cavalleros acostunbran.

Ya el rey Arlandro avía hablado a la infanta Alphenisa, la cual como vido al Cavallero del Arco se le mudó el color con la alteración que su ánima recibió, pareciéndole que tenía delante a su tan querido y no olvidado Cavallero de la Garça, y mucho fue triste como no lo vido venir con su amigo, mas disimulando ya con alegre rostro habló muy comedidamente a Belinflor, el cual fue muy alegre en vella porque con su hermosura –aunque no tal– representava a su bellísima amada Rubimante. Pasados los comedimientos usados, la emperatriz tomando de la mano a su encubierto hijo –que como si lo conociera el grande amor le avía cobrado– con la infanta y rey y los demás se fueron al estrado donde con muy gran goço la emperatriz recibió al duque de Frisel y a su dama Clerina y la hiço sentar par de ella y muy po[r] extenso le preguntó todo lo que avía pasado, lo cual la duquesa contó y muy tristes todos se mostraron por ello. Todo aquel día con gran goço pasaron todos aquellos señores. La emperatriz en ver a Belinflor que le parecía quererlo conocer y no dexó de acordarse de su primogénito que avía perdido y aún de imaginar si sería el que delante tenía y así con esta sospecha estava, aunque muy inquieta, alegre. Estávalo el Cavallero del Arco porque le parecía tener delante a su señora mirando a la infanta de Tesalia; la cual no lo estava del todo, porque el alegría que la memoria de su cavallero causava su ausencia con tristeça lo agüava. El rey Arlandro y los demás nobles se alegravan por estar libres del cuidado en que la sierpe los ponía y más por la conpaña de tal cavallero, que por goçarla tenían propósito de rogarle que, pues ya era boca de 218r

hibierno se quedase todo él en la corte, pues no era muy cónmodo tiempo para andar caminos. Con esto y otras cosas que pensaron decirle tenían propósito de detenerlo, por lo cual estavan muy contentos. Pues todos los constantinopolitanos no lo estavan menos viéndose libres del temor que la vecindad de la sierpe les causava. Y todos acudían al patio del palacio a verla y con temerosa alegría bendecían al Cavallero del Arco que tal haçaña avía acabado, loávanlo por estrañas maneras considerando su fiereça y dando gracias a Dios se partían admirados publicando su summo poder que por sus criaturas tales hechos hace.

Capítulo XXXIX. De la aventura que a la constantinopolitana corte vino y lo que más sucedió.

Como en tal casa estava la comida prevenida y siendo hora pusieron las mesas,

donde acabada la comida el anciano rey Arlandro con todos los demás señores rogaron a Belinflor muy cortésmente que fuese servido quedarse en aquella corte el hibierno. El amor donde quiera que esté dispierta el deseo para aprovecharse de las ocasiones para su contento acomodadas. No era tan pequeño el de la emperatriz para con su encubierto hijo –que viendo lo propuesto por el rey– dexase de terciar muy ahíncadamente; por lo cual y por su virtud forçado ubo de condecender con sus ruegos nuestro excelente príncipe, aunque el ocio que esperava tener muy poco le agradava. No con pequeña alegría el rey Arlandro –viendo lo deseado conplido– agradeció al cavallero su voluntad. Y por darle plazer ordenó un paseo para el siguiente día que no poco d’ello se holgó Belinflor, por ver los suntuosos edificios y reales calles, anchura y sitio y fuertes muros de aquella insigne y nonbrada cidad, real asiento de ínclitos monarcas. Pasado aquel día gastado en diversidad de fiestas y otro venido, la flor de los cavalleros vino del cuarto do avía dormido a la real sala vestidas

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unas calças de raso blanco con muchos asientos de oro, forradas en tela de oro morada y un jubón de seda morada, y encima una alcarchofada cueva blanca; capa y gorra de terciopelo forrada en un cendal de plata. Tan gallardo y bizarro y con tan sobrada hermosura se mostró a los grandes 218v de Constantinopla que los admiró como si no fuera humano. Diéronle los buenos días y él con mucha gracia saludólos y esperaron que viniera el rey Arlandro para oír misa, el cual no se detuvo mucho. Y juntos con gran placer fueron a la capilla donde estava la emperatriz y la muy hermosa Alphenisa. Acabados los divinos oficios salieron a la sala a donde comieron y después cavalgando en briosos cavallos pasearon la ciudad dando a todos gran consuelo la vista del famoso del Arco; con semejantes entretenimientos en sunmo regalo y vicio pasó Belinflor todo el tiempo que dura la distancia de Phebo del punto del Zodiaco. Ya pues el luminoso padre del arrogante Phaetonte con nueva hermosura visitava el primero de los celestes signos resucitando las antiguas memorias de los sucesos de dioses, avivando la colorada rosa, leonados claveles, inmortal amaranto, rojos narcisos y pálidas retamas, haciendo los agrestes canpos un lienço de agradable pintura para engañar la desviada vista, cuando para emplearla en las obras de naturaleça y recrearla en la hermosa conpostura de las entrincadas florestas, la muy noble emperatriz con la bella infanta y el rey Arlandro y príncipe Belinflor se partieron a las selvas de Grecia. Holgándose estuvieron ocho días; los cavalleros a veces caçando, las damas paseándose por los conpuestos prados, deleitándose con las suaves armonías que los frescos aires, cristalinas aguas y parleras aves hacían. Un día pues se asentaron a comer sirviéndoles de marfíreas mesas las menudas yervas rociadas de las aljoforadas lágrimas de la sentida madre de Memnón; y ya cuando acababan, sintieron un gran ruido como de carro que velozmente venía corriendo y tendiendo la vista vieron caer árboles, texos, encinas, lentiscos, fexnos, arraigadas murtas, naranjos, ciparisos, pinos, sauces, espinos, enebros que aún no se defendían los robustos robles ni enpinados alisos. Admirados de semejante acaecimiento se le p[r]esentó delante un almenado castillo, cuyas paredes eran de marfil y en ellas dibuxada sutilmente a una parte la cerrada torre de la preciada Dánae y encima Júpiter, quien dorada plubia del cielo caía; luego estava el nacimiento del alado Perseo, luego en verde ova, robustas árboles y en menuda arena y riscosos peñascos mudadas las venerables canas y cavellos, la carne y hueso del mezquino y viejo Atlante; y más abaxo en el huerto de las hespérides el animoso Perseo con la caveça del monstruo, y en otra parte la acongoxada Andrómeda y fiera bestía su libertad y fúnebres bodas. Sobre las aceradas puertas del gran castillo estavan las hermanas y Perseo goçoso con su hurto en la mano. A cabo de un rato que en él tenían puestos los ojos vieron abrirse la puerta y salir una doncella bestida de luto. La cual se llegó a la emperatriz y hincándose 219r de rodillas dixo:

– A la fama de vuestra sunma virtud, esclarecida enperatriz de Grecia, el desdichado Faustino a vós para ser remediado con gran cuidado me enbía. Mirá si la fe que de vós tiene merece ser pagada con lo que por él hacer pudiéredes.

– Sí, por cierto, –dixo Floriana–, por tanto di lo que quieres, para lo cual te doy licencia que te sientes.

El príncipe Belinflor y el rey y todos los demás cavalleros que atentísimos avían estado mirando el mágico castillo para oír lo que la doncella quería pusieron en su rostro los ojos y con atención en sus palabras el oído. Como a todos vido la engañosa doncella quietos y atentos, así com[en]çó a hablar:

– No porque mi señor Faustino fuese uno de los mayores señores del mundo y las mejores riqueças d’él poseyese, se tenía –dixía– por el más bien afortunado de todos, mas porque la Fortuna lo puso en un mediano estado con quietud, sosiego y alegría –si[n] dever a nadie nada–, querido de unos pocos vasallos que<n> en castillo posesión hereda tenía, amado de su muger, de la cual tenía un hijo ya cavallero y una virtuosa hija, con los cuales, como Dios manda, se holgava y regocigava pasando esta triste vida en el más descansado contento que él podía desear. Y esto lo tenía por la mejor

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fortuna del mundo y lo juzgava por particular bien y merced de Dios. No por su antigua edad á cobrado la ciega diosa más juicio y ser, la cual o por invidia de Faustino o por exercitar su oficio, no lo quixo dexar que gustase sus amargos tragos. Privólo de todo su contento por medio de un su enemigo, no porque la condición de Faustino consintiese tenerlo, mas su buena dicha y mala voluntad de otros lo criava. Éste pues por hacerle mal le quitó su muger y hijos, los cuales encantó en este castillo –no sé a qué efeto–, mas díxole que yo lo trairía por todas las cortes para que provasen la aventura todos: y que las dueñas provasen a sacar a su muger Fausta y los cavalleros a su hijo y las doncellas a su hija Faustela. No por este consuelo dexó de desconsolarse el mísero Faustino, viendo el daño que se le hacía sin seguirse a nadie provecho, temía ser inportuno con su desaprovechada y no gustosa aventura. Mas 219v

estava tan triste que no pudo hacer otra cosa. Ya savéis, señores, la causa de mi venida; si sois servidos de escusarme el travajo de más andar, suplícoos os levantéis a provar el aventura.

No se hiço de rogar el Cavallero del Arco que levantándose pidió unas armas. Eran en aquel tienpo tan necesarias que en ninguna ocasión faltavan y así en la tienda de Belinflor avía unas del enperador, que Filiberto no llevó las de cristal; eran estas moradas con unas estrellas de plata, de las mejores que el emperador tenía, las cuales le truxo su escudero y lo enpeçó a armar. Mucho pesó d’esto a la falsa doncella que como deseava tanto –ella y quien la enbió– coger el primero al príncipe Belinflor, por aquello que tardava pensava que no lo vería cunplido. Mientras el príncipe se armava, la emperatriz Floriana y la bella Alphenisa se levantaron y se fueron acia el castillo diciendo la señora de Grecia:

– Vamos, infanta, que no cunple a nuestra honra ser los postreros.La doncella muy alegre se fue delante d’ellas y entrando en el castillo se oyó un

gran ruido con el cual las mágicas puertas se cerraron y el encantado castillo se levantó y con una ligereça como si bolara entró por la floresta adelante. Ya estava armado Belinflor y muy turbado de lo que vido apriesa pidió un cavallo, el cual le fue traído y subiendo en él con la mayor ligereça que el cavallo podía llevar començó a seguir el engañador castillo, donde le dexaremos.

El rey Arlandro y su noble conpañía quedaron como asonbrados de tan inopinado suceso y considerando el poco efeto que haría en seguir el aventura, y lo mucho que inportava su presencia en la corte por estar desanparada de tan nobles señores, con la duquesa Clarisela de Austria y todas las dueñas y doncellas que amargamente estavan llorando, se partió a Constantinopla donde declaró a to[do]s lo que avía sucedido y cómo él quedava en lugar de su señora y que, si no gustavan, que eligiesen otro. Avísoles que el Cavallero del Arco avía seguido el castillo y que, si la Fortuna le ayudava en alcançarlo, que bastava a librallas. Quedaron tristes los vasallos pero de 220r alguna manera consolados y aumentóseles el alegría a todos con una carta que recibieron del savio Menodoro, en la cual los asegurava de cualquier siniestro suceso. Vista por Filiberto la ausencia de su señor, no gustó estar en la corte, antes cogiendo en un saco las cristalinas armas y en montando al famoso Bucífero, despedido de todos, fue en busca de su señor.

Hasta la noche siguió el castillo el famoso griego no descansando un punto, la cual venida lo perdió de vista y apeándose por no perder el camino se asentó al pie de unos hojosos arrayanes delante de un claro arroyo, donde començó a pensar en su señora Rubimante y aquexávale el deseo de su vista, juzgándose por desamorado, pues no avía procurado ir a verla y pensava qué escusa podría dar y no hallando ninguna para el yerro que él tenía por grave, se quexava su poca dicha, pues no le avía ofrecido ocasión para cunplir lo que él tanto deseava; mas viéndose en camino pensando cunplirlo se alegrava. Tras esto le venía un ahincado deseo de entender si su señora lo amava, porque en el tienpo que andubieron juntos no vido señal en ella de amor. Esto le dava más cuidado. Las diez serían de la noche cuando estava en estas imaginaciones muy triste y desconsolado, a la cual ora oyó una voz de un pastor, al

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dexo de la cual tocó una çanpoña con tanta suavidad y melodía que bastó a quitar al enamorado príncipe la melancolía de sus congoxosos pensamientos, y levantándose en pie vido a la claridad de la luna que el músico era su querido padre, el savio Menodoro, al cual acercándose dixo:

– No podía ser otro el que a esta ora me avía de aconpañar ni de otra mano pudiera venir el consuelo que mayor a mí me lo diera.

– No podía ser a otro, –dixo el savio–, reputado el merecimiento d’este pequeño favor que a vós ni a otro se pudiera hacer este servicio que a mi mayor contento me diese el hacerlo.

– Ya me pesa, mi señor, –dixo el cavallero–, el averos agradecido esta venida, pues con mis propias palabras me avíades de agraviar de aquella suerte.

– Ya me pesa, –dixo el savio–, de averos respondido, pues avía de ser causa que así os desgustásedes. Mas dexemos esto, mi querido hijo, y veníos a mi tienda que á rato que os esperava. 220v

Con esto se fueron, donde cenó el príncipe muy bien y después saliéndose de la tienda el savio dixo a Belinflor:

– No gustaríades, cavallero, que en otra cosa os hablasen, que en vuestros amores; yo os quiero satisfacer con pocas palabras y son que si amáis no vivís engañado y presto veáis lo que deseáis, por tanto no dexéis de seguir esta aventura que inporta mucho. Sabréis que cuanto aquella doncella dixo es conpuesta ficción porqu’es la aventura de más cautela y daño que se pudiera hacer y la raçón d’ella yo os la diré. Como el savio Eulogio quedó tan agraviado y sentido porque la benigna Medea le quitó el poder de la profecía de Nectanebo, por no dexar de vengarse ordenó de traer el Castillo de Medusa y su fiero monstruo puso en el patio d’él para que, cuantos entrasen, hechos piedra viniesen a su poder. Enbiólo con la doncella para que ella propusiese alguna justa causa por donde la aventura se provase, encaminóla a Grecia porque allí encantase a la enperatriz Cinta y de allí va por el mundo manifestándola a todos los amigos, parientes y allegados de los señores de Grecia y Rosia; y después de todos juntos, tiniéndolos en su poder hacer de ellos lo que el emperador Eleazar gustase que <que> sería cortarles las caveças, por tanto ved si importa que la acabéis. Yo é venido a veros porque provándola no seáis engañado como los demás; saved que éste es el verdadero Castillo de Medusa, donde el alado Perseo con el escudo de Palas le cortó la caveça, el cual quedó allí y está en una cuadra a man derecha y ganándolo con él sin peligro podéis desacer el monstruo, con lo cual quedarán libres los que dentro estuvieren. Y como este remedo el savio no pudo escusar, puso fieras guardas al escudo, una de las cuales es peligrosísima porque si acaso acertáis a verla quedaréis adormido y luego executará su saña, que esto usan las cautelosas hienas. Por tanto tapad el rostro con el escudo en cuanto batalláredes y después de muerta no ay ningún peligro en mirarla.

Con esto el savio acabó su raçón y el príncipe le agradeció el aviso y no se maravilló que supiese sus secretos amores, pero holgóse d’ello, que d’él confiava que algo lo remediaría. Luego se fueron a acostar y durmieron hasta que 221r los plateados rieles de la nueva y alegre luz del cercano día entravan por las delgadas junturas de la encerada tienda, los cuales –y más el cuidado con que se acostó– hicieron levantar al príncipe y, antes que de su apartado saliese, se armó de todas sus armas. Ya el savio le tenía prevenido un buen almuerço, el cual acabado el orgulloso mancebo subió en su cavallo y dándole Menodoro relación del camino que avía de llevar, se despidió d’él y se fue al Deleitoso Bosque a exercitar su estudio, todo en favor y provecho de los príncipes cristianos, por lo cual le remuneró la Fortuna largamente su buen deseo trayéndolo a conocimiento y servicio del verdadero Dios, que en esta vida no ay más que desear, donde lo dexaremos.

Tomando Belinflor el camino que le dixo el savio, anduvo por él hasta medio día, que salió a un verde y anchuroso prado, en el cual vido el gran castillo de Medusa; la puerta abierta, e[n] la cual vido parado un cavallero de muy gentil disposición en un

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cavallo morcillo, armado de unas armas negras; estava leyendo un rótulo que encima de la puerta estava. Como esto vido Belinflor, picó a su cavallo y con una veloz carrera llegó al castillo antes que el cavallero negro acabase de leer, al cavallo del cual picó con la lança y la apresurada furia que llevava no le consintió hacer menos que cogiendo al cavallero del braço a él y su cavallo desvió de la puerta. Antes d’esto bien lo avía visto el cavallero, mas no avía dexado de leer; aora como vido su atrevimiento no menos orgulloso con el regatón de la lança hirió al cavallero en la frente diciendo:

– Si con tanta priesa venís a provar el aventura, avéi[s] de imaginar que ay otros primero que vós y avéis de tener comedimiento y aguardarlos.

Belinflor que muy enojado estava del atrevimiento del cavallero sacando la espada dixo:

– Tanbién vós, cavallero, avéis de ser más comedido en disimular lo que otros con raçón hacen, que si yo allegué a quitaros me inportava más a mí provar la aventura que a vós.

– Paréceme, –dixo el de lo negro–, que me estáis amenaçando, pues no por eso avéis de entrar primero en el castilo

Y soltando la lança, echó mano [al espada] y fue a herir a Belinflor; no fue descuidado en adelantarse con un golpe que al cavallero le hiço 221v conocer que su valor era sin par. No disminuyó esto ni aún un solo punto el orgulloso ánimo del cavallero, porque dio tal golpe a Belinflor que baxando la caveça hasta los pechos le hiço hacer una desapacible música con los dientes. Admiróse del gran poder de su contrario, mas no por eso cesó de golpearle fuertemente. Una hora dura la batalla sin punto de mejoría y no cesavan de golpearse fuertemente. Decía el Cavallero Negro:

– ¡Válanme los dioses, y qué poder de cavallero!, ¿quién puede ser en el mundo que tanto pueda, conociendo yo los más poderosos d’él?, ¡ó, Fortuna, no consientas que sea sobrado porque causaré desonra a mis íntimos amigo[s]!

No menos consideraciones rebolvía consigo el ínclito griego, imaginando si aquél fuese Rorsildarán, su único enemigo y secreto amigo, o el gran Furiabel, de cuyos hechos la fama por todas partes largos procesos contava. No por esto se descuidavan de golpearse tan a menudo y con tanta fuerça que ya se les acortava algo el aliento y los cavallos andavan muy cansados. Si Belinflor dava un buen golpe, tanto se airava <el> el de lo Negro que con doblada furia respondía; y si alguno perdía algo de mejoría, con nunca vista vivez lo cobrava, tanto que al ya confiado hacía dudar. Dio una punta el enamorado del Arco a su contrario que sobre el arçón postrero le hiço algo doblar y cuando se levantó asegundó un revés que el grueso y acerado cerco del grande y pesado escudo echó gran parte d’él en el suelo; arroja lo que d’él queda su ofendido dueño y da a dos manos un golpe a su ofensor que las ancas del cavallo casi allegó la caveça. Cayósele con esto la rienda de la mano y el cavallo como no bien enfrenado con bufos y contornos se apartó algo de allí; tanto d’esto como de lo primero se enojó Belinflor, mas cogiendo al cavallo de las crines –que su ira a más no le dava lugar– y apretando las piernas que con apresurado resuello lo hiço llegar. Ni para ofender venía prevenido ni para defenderse dispuesto y así sin reparo recebió uno de los poderosos golpes que en su vida provó encima del encantado yelmo, que sin sentido cayó sobre la cerviz del cavallo. No estuvo mucho de aquella 222r suerte, porque bolviendo en sí de manera se le dobló la fuerça que muy más bravos golpes dava, con lo cual ya traía algo acosado su valiente batallador, lo cual d’él conocido juntó con que, si mucho durava la batalla, no le iría bien; tanto se animó para dar un golpe que con él privó de sentido a nuestro cavallero y no tiniendo por seguro aguardar su furia picando al cavallo se ent[r]ó en el castillo, cuyas puertas al momento se cerraron y levantándose en el aire començó a caminar con ligerísimos carreteros que lo llevavan. Buelto en sí Belinflor y no viendo a su contrario ni al castillo con un desenfrenado enojo començó a quexarse de su fortuna, que en semejantes casos jamás le era favorable. Consolarse procuró viendo no tener remedio por entonces, mas la raíz del grande enojo no pudo desechar, por lo cual cogiendo una

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lança se fue a la más cercana floresta donde descansó un rato, comiendo algunas tenpranas frutas que avía en los ya cubiertos árboles, con lo cual pasó un buen rato, no desaconpañado de amorosos pensamientos, antes tenía muy presente a la causa de sus amores. Las cuatro de la tarde eran cuando bolvió a caminar en seguimiento de la aventura.

Capítulo XXXX. Cómo yendo el príncipe Belinflor en seguimiento del Castillo de Medusa llegó a Epiro a do acabó la Aventura de la encantada Fuente del Tritón y la de la Estraña Fuente.

No con pequeño cuidado de lo que el savio le dixo, caminó el Cavallero de las

Estrellas dándole mucha pesadunbre el no poder alcançar el encantado castillo para librar d’él a la emperatriz Floriana y a la bella infanta Alphenisa. Dos días caminó en su seguimiento preguntando a todos los que encontrava por él y todos decían que adelante lo dexavan, por lo cual no perdió jamás el camino. Un día pues a ora de prima vido en el camino dos doncellas llorando a quien un cavallero alto de cuerpo con la espada enbainada dava de cintaraços. Visto de Belinflor sin más aguardar fue para él, la lança baxo el braço y tan fieramente lo encontró que lo derrivó muerto y llegándose a las doncellas les dixo: 222v

– Ya aquel cavallero, señoras, á pagado su descortesía; si en ello avéis recebido placer, ruégoos me lo queráis pagar con decirme qué fuera la causa de su atrevimiento.

Las doncellas muy alegres por verse libres y más por hallar lo que deseavan, pagadas de su apostura y comedimiento, respondieron:

– La honrosa fama, valiente cavallero, pagará lo que a tal hecho se deve y lo que nosotras no podemos pagar y, porque nuestro cuento es largo, bueno será sentarnos.

Hiciéronlo así y a cabo de un rato la una d’ellas començó así a hablar:– Sabréis, apuesto cavallero, que en el reino de Epiro ay un rey –que hasta aora no

savíamos lo que en su pecho tenía encerrado– llamado Sícoro y tiene un hijo muy bueno y honrado cavallero, llamado Teodiselo, a quien amava mucho, aunque después no lo mostró. Este amava con casto y verdadero amor a una tanto noble como hermosa duquesa, cuyo nonbre era Flerinda, la cual no con menor afición pagava a su galán. Pasaron dos años en los cuales no pocos servicios ubo de una parte y con no pequeños favores se pagava de otra. Siendo esto atiçar el fuego de sus ciertos amores, tanto que llegaron a la cunbre de la perfeción. Avéis pues de saver que el rey Sícoro amava mucho a la hermosa Flerinda, no tan secreto que ya a ella no le fuese manifiesto por propios recaudos d’él, a cuya inportunación, aunque le era muy enfadosa, no lo mostró, antes satisfacía de suerte que pagava y engañava al rey y no ofendía a su honestidad ni derrogava su inviolable propósito. Esto fue con tanta disimulación que el príncipe Teodiselo no lo sintió ni aún sospechó. Quiriendo pues dar alegre fin a sus honrados amores con el lícito y deseado matrimonio, el príncipe porque su padre no se desgustase le pidió su parecer y licencia para hacerlo. Turbóse en gran manera el rey Sícoro viendo cosa tan contra su voluntad; no respondió al suspenso hijo antes desviándose d’él mandóle prender y encerrallo en una torre y mandando llamar a la madre de Flerinda le dixo que lo certificase si era verdad que casava a su hija con Teodiselo, a lo cual respondió que «si su Magestad no mandava otra cosa, que así era». No admirado el rey por entender que era contra la voluntad de la dama, porque según lo que con él avía usado así lo creía, dixo que 223r «pues esto es así, yo quiero certificarme de la voluntad de Flerinda, que no se á de hacer en mi corte cosa contra el gusto de nadie». Con esto la enbió a llamar, la cual venida con el aconpañamiento

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decente a su estado entró en palacio, puso en ella el rey los ojos tan airados como amorosos, diciéndole:

«–An me dicho vuestra madre y otros que os quieren casar con mi hijo, lo cual según vuestro deseo me parece os hacen hacer un muy gran tuerto y aún injusticia, que siendo vós digna de ser reina os quieran hacer sujeta.

«–Soberano rey, –dixo la desenfadada duquesa–, aunque no merezca tanto como vós decís, por sólo vuestro parecer merece algo, que será ser muger del mi señor el príncipe Teodiselo; y si lo contrario hiciera, no sólo quebraría mi palabra mas me tendrían por desleal y falsa, pues se la é dado muy de veras y así no enbargante cualquiera ligeros inconvenientes –pues a nadie obligan– ésta es la voluntad de vuestro hijo y mía, señor, y de mi madre y mía; y para efectuarla os suplico otorguéis la vuestra.

«No agradaron nada al enojado rey Sícoro las conpuestas palabras de Flerinda, las cuales entendió muy bien pues le declarava ser lo pasado cosa de aire y juego y que lo dava por ninguno. Viéndose así engañado y menospreciado, no se puede decir el grave enojo que recibió; si no es que á pasado alguien por él nadie lo podrá juzgar. Mandó quedar a la hermosa dama diciendo a su madre que se fuese que, pues allí avían de ser las bodas, era bien se quedase su nuera. Así lo hiço y Flerinda se quedó en palacio no con poco temor y cuidado y más tristeça no viendo al príncipe Teodiselo. No se puede explicar la gran congoxa con que pasó lo que del día quedava el enojado epirota, quexándose de su fortuna y dicha, inportunando y no poco a la duquesa con lágrimas, promesas, ternuras y regalos, con infortunios, temores y amenaças; mas viendo que nada no aprovechava mandóla prender y poner en otra torre. Anbas a dos estavan en una güerta, en la cual avía un hermoso cenador donde estava la estraña fuente, de quien tan maravillosa condición escriven. Avía con estas dos torres dos cuadras baxas con sendas ventanas de reja que salían al cenador de la fuente, en las cuales estavan los dos enamorados. Dos meses tuvo el rey Sícoro presa a la dama, en los cuales no cesó de inportunarle por sí y por terceras personas; mas nunca alcançó d’ella el menor favor del mundo, ni aún palabra 223v a su gusto, con lo cual y con el verse y hablarse cada momento por las enrejadas ventanas, anbos estavan muy contentos. Viendo tan estraña pertinencia, el rey del Epiro procuró un remedio para disuadilla de sus amores, aún era contra toda humanidad y cordura. Bien sabréis, cavallero, que la vir[tud] de la fuente es tan estraña que echando dentro cualquier cosa viva muere; y si muerta, revive. El remedio que el rey Sícoro avía pensado era quitar de por medio tan grande y bastante inpedimento para sus amores como era su hijo Teodiselo. ¡Ó, grande e inconparable fuerça de amor libidinoso, que fuerces a quebrar el más perfeto amor que ay en los amores qu’es el paternal! Determinado pues de cunplir su intento, el filicida padre consideró qué muerte le daría que no fuese cruel. ¡Ó, ciego e inconsiderado honbre, que no imaginava que pequeño mal en los hijos es cruel muerte a los padres y no advertía que cualquiera género d’ella por liviana e insensible que fuera por consentirla y mandarla él era cruelísima! Vínole pues a la memoria el estraño efeto de su fuente, por lo cual propuso echarlo en ella; no le quiso dilatar y así mandó que fuesen a executar los dos malévolos malsines con un cavallero de las más más malas mañas que se á visto –cuyo origen yo os contaré después–; idos a la torre hallaron al príncipe hablando con la duquesa por las rejas; ellos por solaçarse en su maldad y consumarse en ella mataron de un tiro dos inocentes tórtolas por que declararon su intento a anbos. Como piedras se quedaron los míseros amantes, sintiendo cada cual la pena del otro. El cavallero que Airemoro se decía con sobervia voz dixo: «¡Ea, salí príncipe, que aora [á] de ser vuestro fin!», a lo cual dio un gran grito la bella y lastimada Flerinda, a quien sucedió un gran desmayo que la dexó como difunta. No pudo dexar de sentillo Teodiselo tan gravemente que en él no hiciese el propio efeto. Viendo esto los cavalleros entraron allá y cogiéndolo entre todos lo echaron en la fuente, donde se quedó. Viendo pues el rey Sícoro quitado el estorvo con nuevas inportunaciones començó a enfadar a la

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duquesa; la cual estava ya tan traspasada de dolor y tristeça que su comida eran desconsolados suspiros, su vevida tristes lágrimas, su dormir y descanso congoxosos pensamientos. No se le quitava de la memoria su querido príncipe y 224r el dolor de cuya muerte le causó tan graves dolores de coraçón que a cada paso todos esperavan su muerte y ella muy más la deseava. No sufría menos el tratamiento que se hacía junto con la gran congoxa que los mensages del rey le causavan, y así a cabo de tres días que una mortal calentura tuvo, las Parcas consumieron el travajo de su vida aviendo un mes que con la muerte el príncipe se lo començaro[n] a dar. Pensó perder el juicio el enamorado rey, aunque ya en vano y para ver si tenía algún remedio en la fuente la mandó en ella echar. Lo bien que se quisieron en vida los malogrados amantes lo mostraron en muerte, porque no pudieron sacar el cuerpo de Flerinda. Tan peregrino y lastimoso suceso luego se divulgó y vino a oídos de la madre de la dama. Sintiólo tanto como se puede encarecer y procurando sacar su hija viva o muerta de la encantada fuente lo á solicitado con ciertos cavalleros; lo cual sospechado del rey Sícoro, como no se avía aún muerto su tibia esperança, lo procuró estorvar poniendo por guarda de la fuente al bravo Airemoro, cuyas fuerças son inconparables. No por esto la honrada duquesa perdió la esperanza de sacar a su hija, antes imaginó qué modo tendría para ello. Avéis de saver que aquellos días andava muy fresca y reluciente la fama de las maravillosas haçañas del ínclito Cavallero del Arco, junto con las nuevas de su mucha virtud, juzgó nuestra ama que nadie podía mejor qu’él vencer al tritónico Airemoro, por lo cual nos puso en travajo de illo a buscar y todos nos an dicho que en Grecia lo<s> hallaremos, por lo cual ívamos allá derechas y esta mañana encontramos aquel cavallero a quien sucintamente contamos la aventura y pidiéndole su ayuda por ahorrarnos de caminos nos començó a dar diciendo que nos bolviésemos y no hiciésemos cosa por donde el rey Sícoro recibiese pesadunbre. Pues que la Fortuna nos ofreció tan buena ocasión en encontraros, suplícoos vais a acabar este negocio, pues que vuestra buena dispusición nos promete lo que pudiéramos hallar en el Cavallero del Arco.

– Tan buena gracia, doncella, no se puede pagar con menos que hacer lo que me mandáis y os certifico que vuestra ida en busca del Cavallero del Arco fuera en vano, pues no lo halláredes y nadie mejor que yo lo pudiera hacer por él, pues soy el mayor amigo qu’él tiene, por tanto para cuando gustáredes disponé la partida.

– En pasando la siesta, –dixo la otra doncella–, será y <tan y> mientras asentaos 224v

y comeremos.Lo cual acabado se pusieron en camino, en el cual Belinflor ro[gó] a las doncellas le

contasen el origen del tritónico Airemoro. Ellas le dixeron que aquello era una aventura de por sí de que avía mucha necesidad de acabarse y en dando cima a la que ivan, acabaría esotra y le contarían lo que era. El siguiente día llegaro[n] a la ciudad de Epiro donde sin detenerse fueron a la puerta de la güerta donde estava la fuente. Procuró el príncipe que nadie sintiese a lo que venía ni lo que avía de hacer y así sin ningún ruido entró en la güerta y en ella vido paseándose al bravo Airemoro armado de todas armas y a pie. Viéndolo el Cavallero de las Estrellas dixo:

– Cavallero, yo vengo a sacar a la duquesa Flerinda y, si tengo de aver con vós batalla, porque no lo sienta y sepa nadie, no quiero que pidáis cavallo que yo me apearé del mío.

Diciendo y haciendo echó mano a la espada y se fue para la guarda. No era el Cavallero de la Fuente nada pereçoso y así con briosa presteça <y> hiço lo propio y començándose a dar fortísimos golpes si[n]tió cada cual el poder de su enemigo. Por no detenerme en esto digo que el bravo Airemoro se huvo tan valerosamente que el Cavallero de las Estrella[s] en una ora que turó la batalla fue menester usar de toda su fuerça y maña para matarlo, lo cual hecho mandó a las doncellas que cerrasen la puerta de la güerta y él yéndose a la fuente metió en ella su espada, con cuya <con cuya> virtud el agua se apartó y hiço a una lado, con lo cual vido a los dos

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enamorados vivos, con gran alegría estavan abraçados. No con menor nuestro cavallero los sacó diciéndoles:

– Preciados señores, vuestra alegría sea cunplida, pues con ayuda del Criador estáis libres del poder del rey Sícoro por medio mío.

Esto le agradecieron los amantes con sumo goço, no poco admirados de su buena gracia y dispusición. Y no menos estava el de las Estrellas en ver vivo a Teodiselo, pues le dixeron las doncellas que lo avían metido desmayado; pues avéis de saver que, como tenía tan atribulado de coraçón y con tan poco espíritu, así como lo menearon se le arrancó el ánima, de suerte que antes que entrase en el agua murió, por lo cual estava vivo. A cabo de un rato vinieron las doncellas y viéndoles vivos se quedaron atónit[a]s del nuevo suceso y no pensada alegría. Habláronles y con no menor fueron d’ellos recebidas y en poco gustosas pláticas pasaron una hora que del día quedava, por lo cual no fue sentido en 225r palacio lo sucedido y, aunque algunos vieron entrar al Cavallero de las Estrellas en la güerta, como no oyeron más alboroto, no les dio mucho. Venida la noche, dixo Teodiselo al cavallero que qué pensava hacer, a lo cual dixo que llevallos a casa de la duquesa y dexallos desposados, que quien tenía un rey por contrario no era menester descuidarse. Esto hicieron con mucho secreto y llegados allá la honrada dueña los recibió con increíble goço y no menor amor mostró al cavallero, al cual dixo que allí no estavan seguros, por tanto que se fuesen a un castillo que tenía una legua de allí. No fueron pereçosos en ponerlo por obra, que luego se pusieron en camino y llegaron a la media noche y reposando lo que d’ella quedava llegó otro día, en el cual se desposaron. Faltó todo lo que a tan honradas bodas convenía, mas no por eso dexaron de ser las más cunplidas de contento que jamás se vieron. No mucho después de salidos de la güerta, lo sintió el rey Sícoro porque enbiando a llamar al bravo Airemoro para cenar lo hallaron muerto; híçose pesquisa y no faltó quien dixo que aquella tarde entró un cavallero de unas armas moradas con estrellas de plata y que a la noche lo vieron salir con mucha co[n]paña, que no sabían a dónde ivan. Bien imaginó el rey lo que podía ser –mas no entendió que su hijo estava vivo–, por lo cual con algunos cavalleros se fue a casa de la duquesa y no hallando a nadie preguntó que a dónde avían ido; por no perderle el respeto y caer en su desgracia le dixeron que a un castillo una legua de allí avían ido a casarse el príncipe y la duquesa. El rey muy turbado dixo:

– Luego, ¿vivo es Teodiselo?– Sí, señor, –respondió uno.No quería aguardar a otro día para ir a matarlos, mas por entonces sosegóse asta

el siguiente día en la tarde que armándose muy bien con cuatro cavalleros fue al castillo con intento de matar a su hijo y forçar a Flerinda. Llegó ya casi que anochecía y vídolos sentados a la puerta del castillo; sin más aguardar el rey enristró su lança contra su hijo y al todo correr del cavallo fue a él. Como esto vido Teodiselo muy turbado del cercano peligro no supo cómo librarse, mas abaxándose al suelo cogió dos piedras y tirando la una dio al cavallo en los pechos, que algo lo detuvo; no tardó en tirar la otra con mucha más fuerça y dándole al cavallo en la frente lo derrivó, cogiendo al rey 225v debaxo, de suerte que no pudo salir. Viendo tan venturoso lance, Teodiselo cogió otra piedra y fue a él. No lo avía conocido y así sin dolor se la tiró a la caveça quitando la vida a quien se la avía dado. Los otros cavalleros que ya llegavan dieron una gran voz diciendo:

– ¡Ó, justo Dios!, y ¡cuán recto sois en todas las cosas y qué bien pagáis las intenciones de cada uno!

– Con esto se apearon de sus cavallos y se fueron al príncipe. Como esto vido el Cavallero de las Estrellas –que muy alegre avía estado mirando lo que el amigo avía hecho– pensando que todos ivan contra él, echando mano a la espada de dos saltos se puso ante ellos diciendo:

– ¡Teneos, cavalleros, no os vale hacer tal villanía!Los cavalleros dixeron:

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– ¡Teneos vós, que no vamos si no a besar las manos a nuestro rey y señor!Con esto quitados los yelmos se pusieron ante Teodiselo de rodillas diciendo:– Dadnos las manos, ínclito rey de Epiro, pues que ya el rey Sícoro no es en este

mundo. No poco turbado el príncipe de oír esto postrero los alçó diciendo:– En duda estoy, cavalleros, si os dé las gracias por vuestro ofrecimiento o si me

pese d’esta venida, pues con ella tan malas nuevas me traéis. Eran los cavalleros discretos y imaginando el pesar que recibiría su príncipe si

sabía ser su padre el muerto por él, disimularon y tan bien lo engañaron que no cayendo en el cavallero muerto los llevaron al castillo donde les dixeron que aguardasen, pues ivan a la cidad a prevenir los demás cavalleros. Con esto se fueron y tomando al rey lo llevaron a la cidad donde publicaron su muerte, mas no la suerte d’ella. Fue enterrado con mucha honra y después truxeron a los desposados y con muy conplida alegría los alçaron por reyes. Visto esto por el Cavallero de las Estrellas, con licencia de to[do]s se partió. Sería prolixidad ponerme a contar los despedimientos y la tristeça que en ellos los nuevos reyes mostraron, sólo diré que yéndose a despedir de las doncellas les dixo:

– Señoras, en tienpo estoy de cunplir vuestro mandado y vosotras de cunplir lo prometido, por tanto vamos a saver y acabar la aventura de que me distes noticia.

– Por el contento que a todos nos avéis dado, –dixo la una doncella–, estoy obligada a ello.

– Yo por lo que me toca, –dixo la otra–, por tanto esperadnos, aquí nos cobijaremos. 226r

Fuéronse y Belinflor subió en su cavallo y aguardó en el portal donde venían a vello ir como a cosa de maravilla. No tardaron mucho las doncellas en venir y subiendo en unos palafrenes salieron de la cidad con el Cavallero de las Estrellas, a quien dixo la una:

– Sabréis, noble y esforçado cavallero, que aquí cerca junto a la orilla del mar ay una fuente, al pie de una alta y tenebrosa cueba, cuya agua es dulcísima y saludable. A esta pues vino un fiero y grandísimo tritón una noche y asentándose a la orilla estuvo un rato mirándola, en el cual vido ir muchas doncellas por agua; ellas pensando que era honbre henchían sus vasijas sin ningún miedo y se bolvían y tornavan por más. El tritón viendo tantas mugeres encendido de un deshonesto y torpe deseo se levantó y cogió a una doncella y llevándola a la cueva la forçó, que no le valieron los gritos que dio. Fuese luego a la mar y cada noche bolvía y hacía el mal que podía. Hallávase tan bien con aquel exercicio que propuso no bolver más a la mar sino quedarse en la cueva; así lo hiço y aviendo lance salía y goçava d’él. Entre otras muchas que goçó dexó a una preñada, la cual bolviéndose a la cidad cunplido el tienpo parió un niño que siendo grande, viendo sus grandes fuerças lo llevó al rey Sícoro para que lo criara en su servicio y salió tan fuerte como vós vistes, que era el bravo Airemoro. Su padre el tritón no cesava de hacer el mal que podía. Veinte años á que no cesa de su brutal propósito, aunque an cesado casi del todo de ir por agua, que ya no ay nadie que se atreva y, si alguien tiene necesidad d’ella por ser muy saludable, enb[í]a a algún cavallero, al cual el tritón mata a pedradas; y si alguien se atreve a ir a él, se mete en la fuente y sacando el cuerpo tira sus piedras y si algo le tiran se mete dentro, por lo cual no pueden hacerle mal. Esta es la Aventura de la Fuente del tritón y el origen del bravo Airemoro. A lo que os llevamos es que provéis a librar aquesta tierra del peligro en que tantos años á qu’están las doncellas d’él.

Muy espantado quedó el Cavallero de las Estrellas y no con poco cuidado de imaginar el modo que avía de tener para matarlo. Pero luego lo dexó para cuando en ello se viera, por lo cual en otras muchas cosas fueron hablando hasta las cinco de la tarde, que allegaron a la fuente donde vieron al tritón tañendo con sus toscos albogues de unas mal cortadas cañas haciendo un ronco y no gustoso son, el cual dexó 226v as[í] como vido las doncellas y levantándose se fue a ellas. El Cavallero de las

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Estrellas cogió una piedra y tirándosela con toda su fuerça le dio en la conchosa frente tan gran golpe que le hiço dar dos o tres pasos acia atrás. Dio el bestial y marino tritón tan pavoroso baladro que al príncipe ensordeció. Las doncellas tenblaron, las rocas se estremecieron y la ninfa Eco temerosa gritó por largo espacio. Luego cogió del seco arenal de la fuente una docena de piedras y con ellas se metió en el agua y desde allí tirava y algunas dio al príncipe, que mucho lo turbaron. No dexava el cavallero de tiralle, mas metíase en el agua y no le dava; y el tritón le tirava a su salvo. Una buena hora s’estuvieron apedreando siendo el travajo del Cavallero de las Estrellas en vano y el del tritón de tanto efeto que muchas veces con las piedras le sacó de sentido y derrivó. Bien advirtió esto Belinflor y biendo su travajo malgasto a otro remedio se acogió y para ponerlo por obra se fue a donde las doncellas estavan muy apartadas, y començóse a desarmar hasta que quedó en camisa y tomando la daga y el escudo en la mano izquierda y una piedra en la otra se fue corriendo a la fuente y cada vez que asomava el tritón a tirarle le amagava con la piedra, por lo cual [n]o le dava lugar a tirar, y así llegó a la fuente y soltando el escudo y piedra se echó a nado y topándose con el tritón se abraçó con él fortísimamente y con la siniestra mano començó a darle de puñaladas por entre las escamosas conchas. El tritón le dava tan fieras puñadas en los honbros que lo hacía sumir en la arena de la fuente algo; a cabo de rato enflaqueció el marino tritón, por lo cual sin mucha dificultad nuestro soberano cavallero lo sacó a la orilla donde cobrando nuevo aliento su contrario le rodeó sus bellosos braços al cuerpo. Tanto se apretaron que las costillas se hicieron cruxir. A la fin cogiendo el cavallero su daga con ella le hirió en la garganta, en la frente, con lo cual quitó la vida al más daño[so] mostruo que uvo en la tierra. Levantóse muy cansado aunque alegre con la vitoria y llamando por señas a las doncellas mandóle trugesen el cavallo y armas; así lo hicieron muy contentas y llegando con medrosa alegría se pararon a mirar el cauteloso deshonrador de mugeres. Armóse Belinflor y porque era tarde se asentó a cenar y venida la noche todos tres se fueron a reposar 227r

a la escura cueva a donde durmiendo les cogió la mañana, y levantándose Belinflor subió en su cavallo y dixo a las doncellas:

– Hacedme merced, señoras, de coger ese tritón y llevadlo de mi parte al rey Teodiselo y decidle que por su servicio lo maté y que si otra cosa ay en que yo pueda servirle lo haré de muy buena gana.

Con esto se despidió d’ellas, ayudándoles a poner el tritón encima de un palafrén y bolvió a seguir la demanda del Castillo de Medusa. Las doncellas se fueron a la cidad y sin detenerse entraron en palacio y dieron al rey el recado junto con la relación del caso, de lo cual no menos maravillados que alegres dieron las gracias al ausente cavallero con grande amor –por la obligación en que de nuevo los dexava– y para pagarla en algo estendiendo su fama mandó pintar ambas aventuras en la pared de palacio que a la principal plaça salía y así mismo el pellejo del tritón a quien venían a ver como cosa de milagro, la cual admiración en suma alabanças y loores del ínclito y famoso Cavallero de las Estrellas redundava. El cual yendo en su demanda no pocas aventuras le sucedieron, las cuales dexaremos por contar otras cosas que a nuestro [pro]pósito hacen.

Capítulo XXXXI. De lo que al estimado Furiabel avino en la mar y cómo libró de un encantamento a la princesa Beldanisa, hija del emperador Rosendo.

Gran rato á que no se hace mención del muy excelente príncipe Furiabel de

Oriente, al cual no es raçón olvidarlo, que su mucha virtud y valor bien merece

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cualquier cosa; que en ser enemigo de los griegos no era sino por la malicia de Eulogio. Dexámosle en Clarencia después de aver avido rigurosa batalla con el valiente Deifevo de Tesalia, el cual partido de allí anduvo por muchas partes sucediéndole aventuras harto dignas de memoria, las cuales no faltó quien los escrivió muy extensamente, y aquí por el poco lugar no se cuentan. A cabo de muchos días que anduvo en busca de Rorsildarán de Tracia, quiso bolverse a Oriente sólo por ver a la hermosísima Roselva, su linda 227v y querida enamorada, mas el savio Eulogio lo estorvó su designo diciéndole que no convenía por entonces; antes le dixo que entrara en un batel que le traía y le vistió unas armas de color verde escuras con unos coraçones de piedras leonadas, con lo cual lo dexó y el batel començó a caminar velocísimamente y él era el cavallero que vido Belinflor quexándose cuando iva a Grecia. No mucho después yendo por la mar encontró una galera, en la cual vido un cavallero de buena dispusición, armado de unas armas de <de> relunbrante acero sin color ninguna. Paróse el batel junto al borde de la galera y así pudo ver dentro un túmulo con muchas hachas y encima una caxa de difunto de largura de un jayán. Furiabel con deseo de saver qué era al cavallero dixo:

– Si d’ello no recebís pesadunbre, os suplico, señor, querái[s]me decir quién sois y quién es el cavallero muerto y a dó lo lleváis.

Vista tan comedida pregunta por el bravo Roxano, respondió:– Avéisme, noble y dispuesto cavallero, puesto en tanta obligación con vuestras

corteses palabras que no me sería bien contado si os negase lo que me avéis preguntado. Avéis de saver que yo soy Roxano, rey de Arbalia, señor de la Torre de los Justadores, y mi mayor apellido es ser amigo del estimado príncipe Rorsildarán de Tracia, que partiéndome en su busca aporté al reino de Tremisa donde hallé a los más valerosos cavalleros del mundo en canpal batalla travados. Yo arriméme a la parte que me contaron tener más justicia y allí me hallé en una batalla donde este gigante, que muerto yace, se travó con otro no menos valiente llamado Braçandel del Monte, rey de Balaquia. Y enojáronse tanto que no satisfaciendo a su gusto el lugar donde estavan se fueron a una floresta, donde batallaron hasta la mañana y entonces de dos golpes quedaron anbos vencidos. Yo trúxeme a este jayán, que á nonbre Beligeronte y es rey del Ponto, al real, do fue curado y en estando sano el propio Braçandel lo bolvió a desafiar y entre el real y la ciudad tuvieron una cruel batalla, en la cual este rey murió y yo por darle la honra que merece lo llevo al Ponto, a que sea enterrado como rey.

– Yo os quiero tener conpañía, –dixo Furiabel–, por muchas cosas: lo uno, porque vós merecéis cualquier servicio; lo otro, porque sois tan amigo de Rorsildarán, a quien tanto devo y por conocer a la belicosa Dracontea, sobrina d’este rey, hija de Terriaxarta su hermana y del 228r gran Bramareón, rey de Mauritana.

Con esto saltó en la galera con el bravo Roxano, el cual agradeció su voluntad y entre ellos se travó una sencilla amistad que les duró toda la vida. Siguieron su camino con gran contento yendo el encantado batel pegado al borde de la galera. Dos días se detuvieron en el camino, los cuales pasados llegaron al antiguo reino del Ponto donde desenbarcaron y llevando el cuerpo de Beligeronte a la cidad fue enterrado y llorado de todos, especial de su hermana y sobrina Dracontea, a quien se mostró muy aficionado Furiabel con amor amigable y casto. Era esta infanta de cuerpo menor que cualquier gigante y cuatro dedos mayor que cualquier cavallero por alto que fuese. Pareció en la mansedunbre y afabilidad a la madre y al tío Beligeronte, y en la ferocidad y grandeça de fuerças al gran Bramareón su padre. Era de color tigreño rosado, de hermosas aunque grandes faiciones, el cavello castaño claro, la frente ancha y serena, las cejas en arco, los ojos grandes y negros y muy alegres, aunque enojados dava temor mirallos, la nariz larga y afilada, las mexillas llenas, los labios colorados, la boca mediana, la barva muy bien hecha; era muy amorosa y discreta. Por lo cual cobró gran afición al oriental príncipe, el cual cuando se partió llevó en su conpañía a la infanta Dracontea, que él le avía dado la orden de cavallería porque aún no tenía quince años; y ella y Roxano llevavan unas armas negras con gravaduras de

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oro y en los escudos en canpo negro unas muertes de fina aljófar y orlados de oro que contento era mirallos. Partidos todos tres del reino del Ponto dexando por reina a la belicosa Terriaxarta, se enbarcaron en la galera que avían venido y dos días anduvieron juntos y al tercero el príncipe Furiabel dixo contra los dos conpañeros:

– Pues que é sido, queridos señores, tan venturoso en este viaje que en él aya ganado la gracia de la infanta Dracontea, y pues que ya a ella dexo aconpañado para que le ayuda en su demanda en vengança del difunto tío y tan bueno como es este valeroso rey de Arbalia, os ruego me déis licencia para que siga la mía, que el batel me avisa que no es raçón dexarla. Ya los dioses pongo por testigos lo que me pesa dexaros, mas así me conviene.

– No es menester, príncipe Furiabel, –dixo Dracontea–, que nos declaréis lo que sentís dexarnos, porque vuestra mucha virtud y la merced que me avéis hecho lo da a entender. Nosotros lo sentimo[s] como quien pierde tan buena conpañía. Y yo me ofreciera a aconpañaros si primero no os ubiérades escusado, mas hace vuestra voluntad que no faltará 228v tienpo para serviros.

No poco pagado de la discreçción de la infanta se despidió d’ella el querido de Eulogio y de el bravo Roxano, y saltando en su batel se desvió con tan ligera presteça que el rey y la infanta en un momento lo perdieron de vista y quedaron hablando de su buena arte y hermosura y conpadeciendo su valor con sus partes lo juzgavan por uno de los mejores cavalleros del mundo, y así era la verdad, donde los dexaremos, que no pocas cosas hicieron en vengança de la muerte del desdichado Beligeronte y a su tienpo haremos mención d’ellos. Aquel día caminó el batel del hijo de Eleazar y a ora que los briosos cavallos de la fugosa carroça del Dios adorado en Delfos, con deseo de pacer las yervas que los elíseos brotan, acia el baxo occidente su camino apresuravan, y con deseo Phebo de goçar su esposa su dorado rostro escondía, cuyas reliquias en las baxas nubes inpresas la diosa de la noche con su escuro y estrellado manto deslucía. El mágico batel en la rivera de una a la vista despoblada isla paró, pegándose con la húmeda y delesnable arena, con lo cual convidava a s[a]lir y tomar tierra al príncipe, mas visto por él el tienpo tan desaprovechado para ello cenó en su batel y luego echóse a dormir. Aún no vien la escura Proserpina començava a huir de los dorados rieles del querido de Eleutropia cuando despertó del sueño el Cavallero de los Coraçones y enlaçando el tenplado yelmo y cogiendo su labrado escudo con un ligero salto del batel a la arena mudó los pies, los cuales estanpando en tierra gran rato se apartó de la orilla y tendiendo los vagos ojos vido no muy lexos de sí una gran alambrada, cuya entrada estava defendida con un muro de cristal, al cual llegándose Furiabel vido en el unas doradas letras que decían:

NINGÚN CAVALLERO DE LOS QUE AQUÍ LLEGAREN ENTRE POR EL CRISTALINO MURO SINO LLEVA INTENTO DE CUNPLIR LO QUE DENTRO SE LE PIDIERE, QUE ES NEGOCIO DIFICULTOSO Y LE IRÁ MAL D’ELLO.

Ningún caso hiço el estimado cavallero del rétulo, por lo cual sin detenerse entró por el muro al parecer de cristal y començó a andar por la fresca alameda 229r que era gran deleite tender los ojos por ella, porque allí vían la sangre de Venus en olorosa flor convertida; la del desesperado Ayax con sus letreros; el bello Narciso tan necio como hermoso; el verde arrayán y los deleitosos ruiseñores que entre sus amarillos pinpollos celosos retoçavan. Veía las domésticas golondrinas que con su muy harpado y dulce canto mostravan el alegría de ver acabados sus artificosos nidos; veía las cigüeñas con su exenplar intención, los blancos cisnes, aunque no anunciando su muerte, cantando con sonora voz, los ánseres haciendo con sus dentados picos dulce ruido, bañándose en naturales estanques, cogiendo con justicia los desliçadores y lisos peces, veía al pávido y belloso conejo royendo las espadañas y juncias pasar, veía la ligera gacelilla, el texón y ganduña veía jugando, y blancas vandadas de sinples palomas de la ranpante águila huyendo, enriqueciendo el aire con suspendidas alas;

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oía el sordo ruido que los ladrones vandos de pintados avejorrucos sobre las dulces colmenas hacen, que aconpañado de otros no parecía mal; veía verdes y amarillos retamales y floridos romeros matiçados de las doradas alas de las solícitas avejas; veía los pintados carlancos comiendo las más maduras frutas mientras calandrias y canarios con su melodioso son así deleitavan y la hermosa arboleda enriquecían. No poco contento y admirado andava Furiabel por la deleitosa estancia cuando algo lexos vido una cristalina casa, ante cuya puerta estava una alta y sonorosa fuente, de la cual vido salir una culebra más gruesa que un toro, que con temerosos silvos se enhiestava para el cavallero; con pavor viendo que todavía se endereçava tanto que el más alto jayán del mundo no allegaría con el braço alto a la sobervia caveça, cuyos fogosos [ojos] acia el príncipe airados encarava. Mas dando sus pavorosos silvos todavía aún no acabava de salir; lo cual más admirava al que la estava mirando. Tanto se alçó la cruel y espantosa bestia que ya casi se perdía de vista su caveça y sus roncos silvos casi no se oían, estando d’esta suerte se dexó caer. No se apartó Furiabel, antes sacando la espada la puso de punta sobre el yelmo. Cayó la mágica bestia y sin sentir el cavallero ningún golpe dio en el suelo donde se bolvió menuda arena. No menos espantado que alegre estava de ver esto Furiabel cuando vido salir de la propia fuente dos bellosos salvajes que con sendas porras altas a él se venían a herirlo. 229v Él se adelantó y con la espada les tiró un revés que sin tocarles desaparecieron. Luego salió un bravo toro, el cual con corajosos bramidos arremetió al cavallero, [que] entendió que sería como los demás y así se estuvo quedo. Engañóse porque lo encontró con su carnígera frente tan recio que gran pieça lo hiço rodar por el suelo y antes que se levantase le dio muy bravos golpes que lo maltrató mucho; levántase el amador de Roselva y con furibundo enojo tiró un revés al toro que le forçó deshacerse como los demás. Viendo pues el enamorado moro que ya no tenía quién le inpidiese la entrada de la cristalina casa, se fue para ella ent[r]ando en el portal, quitóse el yelmo y fuese al patio que era el más hermoso que en su vida vido; todas las colunna[s] eran plateadas y el suelo solado de piedras de muchos colores y a una parte vio una alfonbra de terciopelo con no menos lavores y unos cogines de brocado, donde vido sentada una dueña hermosa de hasta edad de treinta años, vestida de terciopelo morado con una bordadura de oro y aljófar; par de ella estava un cavallero de gentil apostura armado de unas armas pardas todas maravillosamente entalladas, cuyas labores eran de un pardo escuro; el escudo que par de él estava era así mismo pardo, con árbol verde en medio, hecho todo de finas esmeraldas; el yelmo que quitado tenía estava guarnecido de las propias piedras; era de tanta hermosura que ni Rorsildarán ni Roselva ni cuantos y cuantas en su vida avía visto le igualavan. Llegóse más cerca Furiabel para hablarles y vido que el cavallero era muger, de lo cual no poco quedó espantado. Las <las> damas se levantaron y se fueron a él y tomándolo de los braços lo sentaron en un cogín donde la dueña le dixo:

– Sabréis, esforçado cavallero, que yo soy Feliciana, reina d’esta grande y nonbrada ínsula de Lemos, que estando un día en esta casa que muy diferente era de lo que agora es me vi encantada con el enperador Rosendo de Rosia, el cual estava tan perdido de mis amores que no podía sufrir su inportunación y tanta fue que <que> ube de consentir con él, con condición que me diese palabra de casamiento. Poco fu’esto para lo que él deseava y así nos desposamos y tuvo de mí el fruto de nuestro matrimonio, qu’es esta infanta y á nonbre Beldanisa. Estúvose aquí quince años, al cavo de los cuales una ora antes que lo desencantaran le dio un desmayo y buelto en sí dixo: «¿Qu’es esto?, 230r ¿a dónde estoy?, ¿qu’es de mi amada emperatriz?». Tras esto muy turbado me desengañó. Yo quedé de aquello con tanta ira que luego que el emperador salió propuse vengarme y para esto me quise ir a mi hermano Honorildo que ya será de veinte años y estará elegido por rey, que su poca edad antes d’esto lo escusava, para que me satisfaciese de tan grande engaño hecho contra la honra de mi honestidad; fui por este gran camino y hallé a la salida un muro de cristal que me lo defendió, por lo cual me quedé aquí aguardando remedio de algún cavallero; y pues

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vós avéis sido el primero y avéis acabado el encantamento estáis obligado a llevarme a la corte de mi hermano Honorildo.

– Aunque no ubiera entrado con ese intento, señora Feliciana, –dixo Furiabel–, por vuestra gran virtud estava yo obligado a serviros; por tanto cuando mandáredes podemos ir, pero ruégoos que perdái[s] la saña que contra el enperador tenéis pues aquello fue estando él enagenado y no tiene culpa, pues no supo lo que hiço, que tanbién lo engañaron.

– No es tan pequeño, –dixo Feliciana–, el agravio que con tan fríbolas escusas se pueda perdonar; por tanto haced lo que os suplico, que yo haré mi oficio según lo que conviene a mi honra.

Con esto todos tres se salieron de la casa y en la fuente hallaron beviendo dos cavallos y un palafrén muy ricamente adereçados; sin más detenerse subieron en ellos y començaron a caminar por la hermosa alameda. La muy hermosa princesa Beldanisa no avía apartado los ojos de Furiabel y en aquel pequeño espacio se hiço en su coraçón una amorosa llaga que toda la vida le duró, pero fue tanta su gravedad que lo más del tiempo la tuvo encubierta. Bien advirtió su descuido el Cavallero de los Coraçones, aunque no fue muy notable, pero como estava ocupada su memoria con la imaginación de Roselva no le sucedió ningún nuevo accidente. Aquel día no muy tarde llegaron a la ciudad y entrando en palacio se dieron a conocer al rey Honorildo, el cual mucho se goçó con su hermana y sobrina, y más sabiendo ser hija de tal padre. Entonces Feliciana hiço jurar a Furiabel en manos del rey su hermano la vengança de Rosendo, de suerte o que le avía de dar la caveça o que le avía de hacer a su hija emperatriz. Híçolo así 230v el de Oriente y, aunque de mala gana, no lo mostró porque las raçones con que a ello le forçaron parecieron bastantes. No quiso la agraviada Feliciana aguardar que su cavallero se partiese al tercer día, por lo cual al segundo el rey Honorildo le dio un famoso cavallo y un escudo muy fino, el canpo dorado y en medio un árbol de rubíes, y le dixo:

– Estimado cavallero, yo os quiero dar otra prenda muy mejor que esta para que os aconpañe en este camino, pero avéisme de prometer que, en cuanto fuere de vuestra parte, no os avéis de apartar de ella.

Así lo prometió el príncipe y el rey le dixo:– Pues saved que es mi sobrina Beldanisa.Con esto la hiço armar sus armas pardas y la hiço subir en un cavallo y los enbió a

cunplir su demanda. Ellos se despidieron y saliendo de la ciudad tomaron el camino que más gusto les dio. Iva Beldanisa no poco alegre en llevar en su conpañía aquel que ya amava. Iva Furiabel no poco congoxado imaginando lo que avía jurado era muy dificultoso y fuera de su condición, de ir contra nadie y más contra el de Rosia.

Capítulo XXXXII. Que cuenta cómo yendo el famoso Cavallero de las Estrellas en seguimiento del Castillo de Medusa llegó al inperio de Rosia y lo que allí le sucedió.

Bolvamos pues al famoso Cavallero de las Estrellas, el cual como se despidió de

las doncellas de Epiro tomó el camino orilla de la mar y por él anduvo ocho días sin avenirle cosa que deva contarse, por lo cual iva muy congoxado y triste. No le duró mucho este pesar porque a otro día vido el gran castillo orilla de la mar, picó su cavallo por goçar del lance mas, cuando ya cerca llegava, se levantó y con su acostunbrada ligereça por cima de la mar maravillosamente començó a huir. Cual el que á visto alguna cosa de pavor que su ausencia y memoria d’ella lo ubiese 231r

suspendido, así quedó Belinflor, pero con estraño coraje detúvose allí un rato y luego

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vido de lexos una galera, a la cual llamando por señas se acercó tanto que al patrón d’ella pudo muy bien hablar. Díxole si gustava llevallo en aquella galera porque quería seguir aquel castillo. Conociólo el dueño d’ella, que sabed que era un cavallero natural de Epiro, y así le respondió que él recebía merced en servirlo, pues tanto avía hecho por su príncipe Teodiselo. Con esto le echó un esquilfe con dos galeotes, en el cual entro él y su cavallo y pasando a la galera el cavallero, que Brigo se llamava, lo recibió muy bien y le ayudó a desarmar y luego le dio de comer y mandó a los marineros siguiesen el castillo, lo cual así hecho el buen Brigo después de comer preguntó al Cavallero de las Estrellas que qué castillo era aquel y por qué causa lo seguía. El noble príncipe le contó todo lo que tocava a la aventura. Bien servido y con mucho regalo en la galera siguió tres días el encantamento de Medusa, al cabo d’ellos vido salir el castillo a tierra y presto lo perdieron de vista, y a cabo de dos horas, çabordó la galera en la propia parte que avía salido el castillo y Belinflor luego al momento mandó sacar su cavallo a tierra y despidiéndose de Brigo le agradeció el hospedaje y cavalgando tomó el camino que le pareció llevar el castillo y en su seguimiento le cogió la noche, la cual pasó en una floresta. Después de danças y bailes que nereidas y tritones hacen al son de sus boces con cañas, texas y albogues, regocijándose tanto por la venida del sol que con sonoroso eco en el mar retunbaba el son, la hermosa alba se mostrava enbuelta en sus arreboles, cuando las calandrias y canarios, ruiseñores, golondrinas y otras aves con su canto al día dan el albore, a este tienpo el cuidadoso Cavallero de las Estrellas se levantó y enlaçando el yelmo subió en su cavallo y tomó el camino que avía seguido y a ora de tercia en un prado que estava a mano derecha vido sentado el castillo y dos cavalleros a la puerta; luego vido Belinflor entrar el uno y el otro que armado estava de unas armas rosadas con arcos, flechas y coraçones de oro y plata se quedó leyendo el rótulo. Picó el príncipe con su morado acicate las blancas hijadas del cavallo con tanta gallardía que no correr mas bolar hiço el cavallo, el cual venía con tanta fuerça que no paró cuando fue menester y así 231v sus pechos dio en las ancas del cavallo del descuidado cavallero. No fue con tan pequeño ínpetu que lo dexase de derrivar a él y al cavallero dentro del portal del encantado castillo. Ya quería Belinflor entrar cuando vido el cavallero en pie con la espada en la mano en el unbral de la puerta y con alta voz le dixo:

– ¡Teneos, descomedido cavallero!Ya se apeava el príncipe para aver con él batalla cuando el castillo se alçó y por el

aire en un momento lo perdió de vista. Quedó como una pisada bívora tan bravo y enojado que sería temor mirallo. Subió en su cavallo y paso a paso se fue a una floresta y en casa de un florestero comió, del cual supo ser aquella tierra del inperio de Rosia, donde lo dexaremos por un rato.

No mucho después d’esto el engañoso castillo de Medusa llegó a la corte de la ciudad de Rusiana y en el gran patio del ilustre palacio asentó y abriéndose las puertas dentro parecieron los más hermosos y conpuestos jardines que se pudieran imaginar, que los famosos de Cindo y los nonbrados Pensiles de Semíramis con estos escurecerían su fama y ordinaria y común parecería su belleça y conpostura. Admirados los que los vieron fueron a dar aviso a los emperadores Arboliano y Rosendo, los cuales con la emperatriz Clarelia y otros principales cavalleros baxaron al patio. La muy hermosa Rubimante con la Amaçona reina Florazana y las ninfas Florisa y Midea, llevándolas don Fermosel de Antioquía, don Gradarte de Laura, el gentil Briçartes y los príncipes Floraldo y Grilando, se fueron a holgar a una casa de placer aquel día donde todavía se estavan. Como vieron aquellos señores tanta hermosura dentro del castillo quisieran entrar, mas la novedad no savida y incertidunbre de lo que era los detuvo, goçando de lo que la vista cudiciosa lo demás alcançava. Un buen rato estuvieron parados y harto suspensos con no pequeño deseo de entrar, mas luego vieron salir un savio que el enperador de Grecia conoció ser Menodoro que saliendo del castillo hi[ço] contra los emperadores un gran acatamiento y alçando la voz dixo:

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– Por entender, sublimados señores, la soledad con que estávades con la ausencia de las bellas damas y los demás cavalleros, ordené este hermoso castillo para que con la regalada frescura d’él no sintiésedes el travajoso calor de la tarde; y pues para esto se hiço, suplícoos que entréis.

No vieron la hora de hacer 232r lo pedido por el savio y así muy alegres se fueron acia él diciendo el emperador Arboliano:

– Tan conocida tengo vuestra voluntad, ¡ó, gran savio!, que no sé con qué podérosla pagar.

Con esto entraron en el castillo y al momento cerrándose las puertas con tan gran ruido que todo el palacio hicieron tenblar se salió, de suerte que luego lo perdieron de vista el rey de Sasia y los demás señores que lo miravan, y no poco turbados d’ello se armaron y cavalgando en sus cavallos salieron de la ciudad y cada uno fue por su parte en seguimiento del engañoso castillo, el cual otro día allegó a la casa donde estava Rubimante y Florazana y parándose a donde ellas estavan paradas salió la doncella y propuso su falsa demanda; y para cunplir lo que avían prometido, se levantaron don Fermosel de Antioquía y don Gradarte de Laura; luego entraron tras ellos Floraldo y Briçartes; luego entraron Grilando y la reina Laura, muger del rey de Sasia. En esto estava la aventura cuando llegó allí el Cavallero de las Estrellas y, como vido el castillo abierto y que entravan, no quiso hacer como las demás veces y así apeándose del cavallo se puso ante las bellas damas; ya las ninfas Florisa y Midea avían entrado y ellas se levantavan para hacer lo propio. Belinflor con turbada alegría se hincó de rodillas ante su señora y de contento de vella casi no pudo hablar y estándose un rato callando, contenplando la divina hermosura de su dama, la dexó admirada tanto de ver su muy gentil talle cuanto de vello turbado y acordándose de su querido Cavallero del Arco dio un pequeño suspiro. El príncipe como no le convenía detenerse tanto con su plática atajó la gloria de que suspenso goçava diciendo:

– Soberanas señoras, si para provar el aventura os levantáis, suplícoos me déis el primer lugar, que yo sé cierto que redundará en gran bien de muchos y en vuestro servicio.

No uvo acabado de decir esto cuando el castillo començó a moverse. No aguardó respuesta, que levantándose desenbainó la espada y de un salto se metió en el castillo, cuyas puertas se cerraron y él se alçó y començó a caminar de su acostunbrada manera. Quedaron d’esto las bellas damas tan admiradas que por un buen rato no pudieron hablar, al cabo dixo Rubimante:

– Preciada reina, ya véis lo que á sucedido y cómo emos quedado sin ninguna conpañía; mirá qué es lo que mandáis que hagamos porque 232v yo gustara mucho seguillo.

– Lo propio, –dixo la reina–, tenía yo en el pensamiento, por tanto vámonos a armar. Fuéronse luego a la casa de placer de a donde cogieron unas bellacas armas y

subiendo en sus cavallos se fueron por donde el castillo aví[a] ido. Otro día por la mañana entraron en un redondo canpo, en el medio del cual avía un gran castillo y ante él dos gigantes que con dos cavalleros de ricas armas armados estavan en cruda batalla travados y en ella no tardaron mucho porque los cavalleros los tendieron en el suelo, donde los quitaron las caveças y quitándose los yelmos se asentaron. Luego los conocieron las damas que eran los valerosos reyes Vepón y Brasildoro, a los cuales llegándose les dixeron:

– Ínclitos señores, subí en vuestros cavallos y veníos con nosotras.Conociéronlas los reyes y así hicieron lo que les mandaron diciendo:– Decidnos, belicosas damas, qué aventura es la que os trae de esa manera, qué á

sucedido en la corte que tan albororotadas venís y armadas de esa suerte. – Lo que aora inporta es, –dixo Rubimante–, que el rey Brasildoro se vaya [con] mi

señora reina por un camino, y vós, esforçado rey, os vengáis conmigo y iremos por otra parte y cada una contará la causa de nuestra venida.

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Partidos por dos partes las damas y reyes, cada dos començaron a caminar por su camino contando la aventura que avía sucedido, donde los dexaremos.

Entrando Belinflor en el castillo, no se olvidó de lo que el savio le dixo y así tapándose muy bien el rostro con el escudo se fue a la cuadra donde estava el escudo de Palas. No ubo asomado cuando se levantó una engañosa hiena y alçando la caveça procurava ser vista del cavallero, el cual no se meneava por no caer en manos de algún peligro. Viendo pues la fiera bestia que el cavallero no caía, alçándose en dos pies, se fue a él y cogiéndolo por los onbros lo traía a una parte y a otra y como no veía el cavallero nada no dava golpe que bueno fuese, mas la bentura ordenó después de una hora que asido lo tenía la hiena que le acertase una punta por la barriga que pasando su blanda piel le llegó al coraçón y luego cayó muerta, manchando su hermoso y pintado pelo la negra y ponçoñosa sangre. Ya avía un rato que estava muerta y aún no se atrevía el príncipe a descubrirse; aunque se sintió libre de sus 233r

agudas y molestas uñas, no dexó de quedarle un gran dolor, que casi no podía menear los braços. Después, como ya no lo sentía ni oía, descubrióse y viéndola muerta se holgó en estremo d’ello y se paró a mirar su grandeça y pintura. Entrando pues en la cuadra a una parte vido colgado el escudo y allegándose a tomallo vido ante él un gigante que le dixo:

– Para vencer y sobrepujar a cuantos en el mundo ay, era bastante la primera guarda, mas para cavallero tan cauteloso no bastará sino yo.

Esto dicho le dio tan sobervio golpe que manos y rodillas puso en el suelo, don<n>de le bolvió a dar otro en las espaldas que la sangre le hiço saltar por las narices y boca y salir por la visera del morado yelmo. No tan corajoso y bravo se levantava el fiero y enojado Anteo cuando tocava en la tierra bolviendo con doblada furia a luchar con el español Alcides; como se levantó el griego Hércules a herir al decendiente de Anteo, no reparó en el daño que le podía venir soltando la famosa espada y abraçándose con el bravo jayán de dos puñaladas le quitó la vida. Cogió el victorioso joven el palanteo escudo y muy bien cubierto con él con la espada en la mano salió de la cuadra y entró en el anchuroso patio donde vido hechas estatuas de piedra a la emperatriz Floriana y a la infanta Alphenisa, vido muchos cavalleros y entre ellos el de las armas negras, con quien avía tenido batalla, y el de las armas rosadas, a quien derrivó y el que antes avía entrado. Conoció así mesmo al emperador Arboliano y a las ninfas Florisa y Midea. No se detuvo mucho porque sintió y vido que el castillo bolava y así luego conoció el mostruo de Medusa y fuese a él; como el escudo era transparente sin ningún inpedimento le acertó el primer golpe tan bien que la caveça con sus serpentinos cavellos le echó en el suelo. Desencantáronse todos y el castillo desapareció. Como el Cavallero de las Armas Rosadas en aquel deseo de vengarse de quien lo avía derrivado lo encantaron, con él remaneció después y así viendo al Cavallero de las Estrellas se fue a él, la espada en la mano, y comiençan una rigurosa batalla, a la cual se llegó el Cavallero de las Armas Negras. No echaro[n] de ver en ella aquellos señores porque todos quedaron como atónitos y más la emperatriz Floriana que muy admirada dixo a la infanta Alphenisa:

– Hija, ¿dónde estamos?, ¿quiénes son estos señores?– ¡Ay, mi señora!, –dixo la infanta–, no sé por Dios qué pueda ser esto. Catad allí al

emperador Arboliano, mi señor, y al emperador 233v Rosendo y aquella honrada señora deve de ser su muger, y mirad las ninfas que ivan con aquellas damas.

En esto llegó el emperador Arboliano que ya las avía visto y conocido y como fuera de sí de placer las abraçó a anbas; tanbién las conoció el emperador Rosendo y dixo a su muger:

– Clarelia, vamos a hablar a aquellas señoras, que saved que son la emperatriz Floriana y la infanta Alphenisa de Tesalia, hija del rey Vepón.

Con esto se llegaron y se hablaron con gran comedimiento y alegría, lo cual les ocupó tanto los coraçones que no advirtieron la batalla de los ínclitos cavalleros, que

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un poco apartados estavan, y començando a caminar a pie por aquel prado preguntaron a la señora de Grecia que cómo avía sido su venida. Ella respondió:

– Pues, ¿cómo, señores?, ¿no estamos en las selvas de Constantinopla?D’esto se admiró su esposo y desengañándola, ella contó lo que le avía sucedido y

luego preguntaron a don Fermosel que cómo él y los demás avían entrado y se quedaron las damas; ellos contaron la manera en que avían sido engañados, mas no supieron dar raçón de las damas. Hablando en la aventura, no saviendo qué podría ser, llegaron a una muy agradable floresta, por la cual vieron muchos soldados y preguntándoles don Gadarte que a dónde avía poblado, uno d’ellos dixo que no lo avía por allí cerca, mas que salidos de aquella floresta hallarían los castillos de Cindobana que eran frontera de los reinos de Nuruega y Sasia. Muy espantado quedó el emperador Rosendo de verse allí porque era fin del inperio y estava más de cuarenta leguas de la ciudad de Rusiana y así dixo:

– Mucho devemos al cavallero que nos libró, pues si un poco se tardava, caíamos en poder del mayor enemigo que tiene el reino de Rosia que es el supervo rey Bramardo de Nuruega.

– Pues d’esa manera, –dixo el de Grecia–, muy mal lo hemos hecho, pues no le emos dado las gracias y muy descuidados en no aver procurado hallarle.

– Presto lo hallaremos, –dixo el gentil Briçartes–, que uno de los dos que quedavan en la batalla era.

– Si es así, noble cavallero, –dixo el emperador Arboliano–, ruégoos váis por ellos, pues tanto le devéis como nosotros.

Al punto se partió el comedido gigante a donde los vido, mas llegando allá no los halló, de lo cual muy triste se bolvió y lo dixo a aquellos señores y d’ello les pesó mucho. Ya el enperador Rosendo avía enbiado a decir al duque Gerción, hermano del rey de Sasia, y era 234r capitán de la frontera de los castillos de Cindobana, el cual por ser ya cuasi noche traía muy muchas hachas y cavallos y palafrenes para todos aquellos señores y señoras, y cavalgando se fueron a los castillos donde pasaron aquella noche muy bien y otro día por la mañana se pusieron en camino para Rusiana, dándoles el duque Gerción todo lo necesario y aconpañ[án]doles hasta la más cercana ciudad, donde sus vasallos del emperador se holgaron tanto de vellos en su tierra que en las muchas fiestas y regocijos lo mostraron, y en el cunplido servicio que se les hiço. Otro día después de aver llegado, se partieron aconpañándolos los principales de la cidad. Al fin por no detenerme en esto, digo que a cada cidad o villa que llegavan los festejavan tanto que se les olvidava el travajo del camino y el enojo que de la engañosa aventura tenían. Pasados ocho días, llegaron a la deseada corte donde hallaron a todos muy tristes y penados por su no pensada ausencia, mas luego cobraron doblada alegría publicándose su venturosa venida. Entraron en palacio donde descansaron con mucho placer; travajando sus vasallos en mostrar su alegría y contento con fiestas e invenciones los entretuvieron hasta otro día, que mucho cuidado les dava la falta de las damas y reyes, mas luego salieron d’él porque vino la sobre todas hermosa Rubimante y el esforçado rey Vepón y como más se estendiese la fama de la venida de los emperadores vinieron el rey Disteo de Sasia y los demás duques y condes que en su busca se partieron, donde los dexaremos a todos con gran alegría, causada de la presencia de la emperatriz Floriana; la cual tuvo cuidado de avisar de todo al rey Arlandro.

Capítulo XXXXIII. Cómo a la corte de Rosia vino un cavallero con una demanda y lo que más sucedió.

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En rigurosa batalla dexamos al ínclito Cavallero de las Estrellas con el valen-

tísimo Cavallero de las Armas Rosadas, el cual lo hacía tan bien que traía muy fatigado a su contrario, el cual ni Beligeronte ni Furiabel ni aún Rorsildarán le pareció igualar al que delante tenía; antojávasele 234v si era el esforçado Rugerindo, que acaso avría llegado allí. No por estas imaginaciones dexava de dar en qué entender a su enemigo, que muy bien le dava a entender su gran bondad, donde los dexaremos.

Estando aquellos señores un día en palacio tratando de la aventura y deseando saver a qué efeto fue, estando el enperador Arboliano admirado del engaño de Menodoro y con deseo de saver quién fuese el cavallero que les avía librado, vieron entrar una doncella vestida de raso verde con muchas y muy ricas flores de oro y aljófar bordados, la cual hincándose de rodillas ante aquellos señores dixo:

– Si me dáis licencia, esclarecidos enperadores, os diré la causa de mi venida para que después de sabida nos hagáis la merced que hemos menester.

Ubo duda sobre cuál de los enperadores respondería, mas al fin el de Rosia dixo:– Para todo os damos licencia, doncella, por tanto levantaos. Así lo hiço y haciendo un acatamiento dixo:– El muy noble y sobre todos valeroso Cavallero de las Flores vuestras reales manos

besa y os enbía a decir si gustáis dalle licencia para que en esta vuestra corte mantenga la demanda que trae, qu’es que su dama es la más hermosa del mundo y por esto justará con todos los cavalleros que a él vinieren y correrá tres lanças, que batalla no lo quiere tener con nadie de esta corte; y esto será por espacio de ocho días.

Acabado de decir esto calló y el emperador de Rosia dixo:– Doncella, decid a ese valiente cavallero que nosotros holgamos de su demanda y

que de aquí a dos días puede venir, y entre tanto tendremos cuidado de publicar su demanda.

Despedida la doncella se fue y aquellos señores publicaron las justas y mandaron hacer una tela nueva y adereçaron los miradores. Aún no la casta Diana escondía su ya deslucido rostro, ni Proserpina en sus negras salas a la diosa de la noche recogía, ni aún Zintia su alegre manto descogía, cuando con suavísima música y bélico estruendo y inperial aparato entrava el famoso Cavallero de las Flores en la gran ciudad de Rusiana, forçando la hermosura de su grandeça magestad a llevar tras sí los que encontravan. No faltó quien d[i]o aviso a los enperadores y poniéndose con aquellas señoras en las ventanas vieron entrar por una parte de la plaça veinte escuderos, cavalleros en sus cavallos, todos vestidos de terciopelo verde con flores de tela de oro y apeándose 235r en un lado al principio de la tela armaron una tienda de terciopelo verde con flores de oro, en la cual metieron los cavallos. Dentro de la propia tela armaron otra de tela de oro verde con flores de oro escarchado, y las goteras hilos de gruesa aljófar, y todo alrededor fleco de plata y verde, ante cuya puerta pusieron un padrón cubierto de brocado y al pie d’él una alfonbra de phelpa verde con flecos de oro. Alçaron las alas de la rica tienda y pareció de dentro tan lunbrosa como los rayos de Phebo cuando acia occidente su carroça guía. Estava toda dorada con las mesmas flores verdes. Luego pusieron allí dos sillas que de la otra tienda sacaron, todas de marfil con ricos camafeos y los espaldares verdes bordados de oro y aljófar, y a los pies de cada silla pusieron un par de cogines de brocado. Hecho esto entraron cuatro tronpetas de la propi[a] librea y tras d’ellos dos cavalleros de la más linda dispusición que jamás vieron, armados de unas armas verdes con doradas flores; venían mano a mano y entre anbos traían un retablo y en él pintada la dama tan bien, de tan rara belleça que los dexó admirados y suspensos y parecía a una de aquellas señoras y no sabían a cuál. Llegaron a la tela y poniendo el retablo en el padrón ellos se apearon y se sentaron en las sillas. Ya estava la plaça llena [de]

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cavalleros, así estraños como naturales, cuando aquellos señores que muy atentos y admirados estavan vieron entrar cincuenta pages vestidos de verde y de rienda traían cada [uno] sendos cavallos con ricos y diferentes paramentos: unos de brocado verde hechas del propio oro las flores; otros de terciopelo bordados de aljófar; otros de raso verde con las flores de tela de oro; otros de tela de plata y flores de raso verde; otros de damasco verde con flores de raso dorado con pieças de oro, y de otras muchas maneras que era el mayor contento del mundo mirarle, que parecía un muy hermoso y variado jardín. Llevan así mesmo lanças: unas doradas y los cavos verdes; otras verdes y los cabos dorados; otras torneadas. Tras d’esto vieron entrar al cavallero de angélica dispusición y donaire sobre [s]u cavallo picaço con adereços de puro oro de martillo esmaltado con verde, venía armado de unas armas que parecían de pura y fina esmeralda, tan trasparente que se echava de ver el vestido que debaxo llevava que era de tela de oro tirada, que relucía tanto y hacía una tan soberana 235v y estraordinaria vislunbre que no parecía cosa d’este mundo. Traslucíansele tanbién el dorado cavello y blancura de rostro que así esto como la gracia y gentileza con que puso el cavallo haciéndole arrodillar, y terciando la lança ante los enperadores acabó la carrera y entró en la tela haciendo tan diestramente mal al cavallo que no cabía por ella, los dexó admirados que en todo aquel día no hablaron en otra cosa y en la hermosura de la dama del padrón. Muchos cavalleros ubo aquel día que contra la justa demanda del Cavallero de las Flores locamente se opusieron, mas bolando ligeramente del cavallo pagaron su desatino. Que tanbién esto como la magestad de su servicio, fue parte para que aquellos señores lo tuviesen en mu<n>cho. Otro día ocuparon los miradores para ver lo que sucedía y vieron la tienda y todos los demás adereços de tela de plata con las propias flores de raso encarnado aprensado, que divinamente parecía. Tenía así mesmo el cavallero las armas encarnadas y el bestido de tela de plata que traí[a] debaxo se le traslucía. No estuvo mucho parado en la tela que solamente por provarlo se puso en ella el príncipe don Gradarte de Laura y estando anbos a punto parten el uno para el otro y en medio de la carrera se encontraron, de suerte que las lanças hicieron pieças y el cavallero estraño pasó sin menearse y don Gradarte la silla entre las piernas vino al suelo. En más tuvieron al Cavallero de las Flores viendo tan gentil encuentro y más cuando de cuatro lanças derrivó al rey Disteo de Sasia y a los príncipes Floraldo y Grilando, que perdidos estavan de los amores de las muy graciosas ninfas Florisa y Midea, a las cuales pesó mucho de su desastre, tanbién al duque Briçartes. En esto entraron por la plaça tres gentiles cavalleros armados muy ricamente y un rato estuvieron mirando las valentías del cavallero y para contradecir su demanda se puso en la tela uno d’ellos; luego dieron d’espuelas y se vinieron a encontrar, quebraron las lanças, mas como sendas torres pasaron. No le avía sucedido otra como ésta al mantenedor, por lo cual muy enojado cogió otra lança y se vino para el cavallero y con tanta fuerça lo encontró que le hiço perder los estrivos; bolviólos a cobrar el cavallero estraño y con no pequeño enojo cogió otra lança. El enojo del de las Flores no por aquella pequeña 236r ventaja se le mitigó, antes viéndolo en la silla se le aumentó, mas no tenía raçón que el cavallero no era de los que se derrivan a tres lanças ni aún a seis, porque no era menos que el valentísimo cavallero Deifevo de Tesalia, que ya venía contra el de las Flores. Encontráronse tan recio que dexaron a [tod]os admirados. Sin estrivos acabó la carrera el de la tienda y el hijo de Vepón se abraçó al cuello del cavallo y antes dexó de correr que su amo se endereçase. Luego bolvió la espada en la mano, mas saviendo que no avía de aver batalla, hecho una viva ponçoña se salió de la tela. Más enojado quedava su contrario y mostrólo en que poniéndose otro de los tres en la tela le dio tan recio encuentro que hiço al cavallo echarse y primero acabó él la carrera que su contrario se levantase, por lo cual se bolvió a su puesto. Presto se salió el cavallero de la tela no poco corrido, que no estava usado a que con él hiciesen aquello, que sabed que era el valiente Cavallero de la Espada el rey Brasildoro. Tras él entró el tercero y corrió la primera lança sin recibir desdén, a la segunda se le quebró una cincha y

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apretando la silla con las piernas pasó adelante de puro orgulloso; no cuidó de pedir otro cavallo que fue causa que a tercera lança la silla entre piernas viniese al suelo. Muy corrida se levantó la reina Floraçara, que ella era, y saliendo de la tela con sus conpañeros se fue a palacio, donde todos fueron muy bien recebidos especialmente Deifevo del rey su padre y de los emperadores de Grecia, sus tíos. Tanbién se holgaron con él los de Rosia. Mas él muy poco se holgó de parecer en aquel tienpo allí por lo poco que en aquellas justas avía ganado. Muchos derrivó aquel día el bravo cavallero, de lo cual hablaron aquellos señores y loaron mucho su gran fortaleça. La reina Floraçara en desarmándose se puso junto su amiga Rubimante y le contó lo que le avía sucedido. La bella dama no quitava los ojos del recién venido cavallero pareciéndole que le retraía algo a su querido Cavallero del Arco, con aquel hecho de ver que estava rendido a la hermosura de la amaçona señora porque d’ella no apartava los ojos y así con un soberano y donairoso desdén dixo a la reina:

– Querida señora, en lo que á sucedido oy emos echado de ver el poco saver y discreción de la Fortuna, pues tiniendo tanta raçón este cavallero en defender vuestra hermosura no le ayudó mucho.

Bien imaginó la reina a qué fin decía esto Rubimante y por vengarse con harta gracia respondió:

– Antes emos echado de ver 236v la rectitud del que todo lo ordena, pues defendiendo el cavallero la vuestra no quiere que aya ninguno que lo sobrepuje, pues vemos ninguna os sobra.

– No vale esa raçón, –dixo Rubimante–, porque lo decís defendiendo vuestro partido siendo vós la parte.

Ya en esto los enperadores se levantavan porque ya el Cavallero de las Flores se avía metido en su tienda. Otro día salieron y hallaron todo el adereço de morado con flores de oro y plata y carmesí; aún no avía salido el cavallero de la tienda, mas presto lo vieron salir y a sus lados a los dos cavalleros que sienpre estavan en las sillas. Pusiéronse algunos cavalleros en la tela, los cuales con facilidad derrivó. Luego se puso el valiente don Fermosel de Antioquía que acordándose de su querida duquesa Clariseda de Austria le tomó gana de justar; corrieron anbos la primera lança y pasaron el uno por el otro, mas a la segunda el hijo de Bransiano el cavallo muerto vino al suelo. Presto se hiço hora de comer, lo cual acabado se bolvieron a los miradores y vieron ya al Cavallero de la Tela y en la plaça avía ya dos de muy gentil apostura: el uno armado de una armas verdes con coraçones de piedras leonadas y en el escudo en canpo de oro un árbol de rubíes; el otro estava armado de unas armas pardas con gravaduras de un pardo escuro y en el escudo en canpo pardo un árbol de esmeraldas; en una parte una caveça de emperador y en otra una corona de emperatriz. Estos, si se os acuerda, son el estimado Furiabel de Oriente y la muy hermosa princesa Beldasina que, para cunplir su demanda, venían a Rosia. Y viendo justar tan bien a aquel Cavallero de las Flores quisieron correr con él sendas lanças. Púsose en la tela Beldasina y viniéndose a encontrar quebraron las lanças y pasaron muy apuestos; lo propio acaeció a la segunda y a la tercera Beldasina por poco cayera que su cavallo; puso las ancas en el suelo y quedó enarmonado un buen rato; asióse la bella dama al pescueço y con un estrivo començó a espolealle hasta que acabó la carrera. En mucho tuvieron el encuentro, pero más estimaron el ánimo del cavallero pardo, el cual saliéndose de la tela dio lugar a su conpañero. Pusiéronse ambos justadores a punto y dando d’espuelas a sus cavallo[s] se vinieron a encontrar con la potencia del poderoso Marte; quebraron las lanças que sus hastillas a su trono llegaron y ninguna cayó en la admirada plaça. Pasan sin hacer revés y buelven con segundas lanças y lo propio sucedió; cogen con raviosa ira las terceras y corriendo los cavallos no con menor y furioso ruido que el carro del 237r húmido Neptuno suele hacer se vinieron a encontrar. Por hacer el de las Flores algún efeto encaró la lança a la visera y allí dio tan poderoso golpe al Cavallero del Árbol que sobre las ancas lo trastornó y él pasó perdido un estrivo. Muy corrido se salió Furiabel de la tela y con su

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conpañero de la plaça dexando qué decir de la valentía de anbos. No sucedió aquel día otra cosa que de contar sea. Venido pues el quinto estava todo el adereço blanco con flores de oro y finos çafiros, más rico y hermoso que los hasta allí vistos; sacó el cavallero las armas açules y coloradas a cuarteles, que no parecían sino de transparente vidrio y se echava muy bien de ver el vestido de raso blanco aprensado y el escudo de color blanco y rosado entreverado curiosamente con sus flores de muy finas piedras açules. Este día derrivó al fuerte príncipe Tirisidón de Numancia a la [postrera] lança de las tres, y tanbién fue al suelo a la tercera el príncipe Norsidiano de Numidia, que con él venía. Luego se fueron a palacio y fueron muy bien recebidos y se le hiço mucha honra al numidiano.

Capítulo XXXXIIII. Cómo vino a las justas un cavallero estraño y cómo justó con el Cavallero de las Flores y la brava batalla que después tuvo con un cavallero.

Venido el octavo y postrer día de la demanda del famoso de las Flores, se pusieron

los enperadores y sus mugeres en un mirador y todos los cavalleros mancebos en otro y la bella Rubimante y la reina Floraçara con las ninfas en otro. Vieron la tienda y el padrón y su alfonbra y todos los demás adereços de chamelote de oro carmesí con las flores de muy finos y relunbrosos diamantes, quedando en ellos los reberberadores y solares rayos, mirándolo quitavan la vista. Salió el cavallero armado de unas armas de fino y transparente rubí, traía debaxo un bestido de tela de oro blanca y en el escudo en canpo de plata las flores carmesíes; parecía tan bien que de nuevo admiró a todos su gentileça. Hablando todos en su gran poder y riqueça y hermosura y talle y gran valor de persona que como cosa nunca vista y oída d’ello se holgavan y más que nunca deseavan conocerle. Suspendió su plática el gran ruido que se levantó en la plaça, 237v

la causa d’él luego vieron ser el orgullo y loçanía con que entró un cavallero que a todos dio muy gran contento su vista, especialmente a la bella Rubimante, porque era su querido Cavallero del Arco; traía vestidas sus ricas y cristalinas armas tan vistosas por las muchas piedras que de tan diferentes colores tenía; traía en el escudo en plateado canpo el aurífico arco tan ricamente enlucido con la diversidad de colores, venía en su brioso Bucífero con tanta gracia que a todos dio contento verle. Rodeó con un galano contornear la plaça y llegando a los miradores hiço su acatamiento llevando tras sí el coraçón de la bella dama. No pequeño contento dio a los príncipes Deifevo de Tesalia y Tirisidón y Norsidiano, al cual dixo don Fermosel:

– No puede ser tanto lo que d’este cavallero dicen que iguale a lo hecho por el Cavallero de las Flores.

– A todos afrentáis con eso, primo do[n] Fermosel, –dixo Deifevo–, porque no sólo osaríamos afirmar que con el Cavallero de las Flores se tendría, mas aún con diez tan buenos como él y saldrá bien d’ello.

– Eso lo creo yo, –dixo Tirisidón–, y bien parece que no avéis provado sus golpes, porque los que yo é sentido y dados a descuido me an puesto en peligro de perder la silla.

– Eso lo juro yo, –dixo Norsidiano–, y bien parece que este cavallero no lo á visto batallar, porque yo sé que otros tan esforçados como el de las Flores tenblavan.

No menos gusto recibió el magnánimo emperador de Grecia que no menos lo quería que a su hijo, y muy gran deseo tenía de verle y agradecelle lo mucho que le devía. Tanbién se holgó la emperatriz Floriana; citó a todos lo que avía hecho en Grecia y la poderosa sierpe que mató. En mucho tuvieron todos su valo[r] y el emperador Arboliano dixo:

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– Aora veremos una muy galana justa, porque el de las Flores parece muy estremado, según lo que é visto hacer.

– Tanto avéis, señores, –dixo Rosendo–, encarecido el gran valor d’este Cavallero del Arco que temo que á de dexar afrentado a nuestro Cavallero de las Flores.

– Por tan cierto lo tengo, –replicó el de Grecia–, como lo decís y advertí que ya quiere entrar en la tela.

Dio el famoso Bucífero un salto que admiró su ligereça, enristró la lança con gentil continente y con bravo ánimo dio de espuelas y se vino contra el de las Flores, el cual hecho una ponçoña de enojo partió a encontrarlo. Suspensos y sin pestañear estavan todos y no se osavan divertir por no perder 238r lo que tanto ver deseavan. Encontráronse pues de suerte que las lanças hicieron pieças y el Cavallero de las Flores pasó muy apuesto y el Cavallero del Arco más de una lança atrás boló de la silla y el encantado Bucífero acabó la carrera por su amo. Levantóse el disimulado Belinflor y con no poca vergüença fue tras su cavallo y cogiéndolo cavalgó en él y como un rayo se salió harto afrentado. Estavan tanbién tan corridos todos aquellos señores que tanto lo avían alabado que no acertaron a hablar en lo nuevamente acaecido y, aunque quisieron llamar y detener al Cavallero del Arco, quedaron tan suspensos que no cayeron en ello y quisieron después enviar por él, mas imaginaron que según iva de corrido que no avría remedio de traerle. Sosegáronse diciendo que no por aquel desastre dexava de ser el mejor del mundo. Quedó el Cavallero de las Flores tan brioso y loçano que era contento ver lo que hacía, que era muerte para Rubimante, a quien el caso no admiró ni suspendió antes crió un iracundo desasosiego que no lo pudo disimular, hasta que por algún achaque o necesidad se despidió de la reina y no consintió que con ella fuesen las ninfas. No mucho después que el cavallero derrocó al del Arco entró por la plaça uno [a]rmado de unas armas blancas con gravaduras negras y en el escudo en canpo negro una águila blanca; entró en la tela y púsose a guisa de justar; lo propio hiço el de las Flores y estando a punto parte el uno para el otro con ligereça que atrás dexava al viento; júntanse en un pensamiento y quiebran las lanças en los tenplados escudos haciendo el ruido qu’el rayo hallando resistencia hace. Pasaron el uno por el otro muy apuestos cavalleros y el estraño se bolvió paso a paso y llegándose al mantenedor le dixo paso que nadie lo oyese:

– Cavallero, no es mi justa por contradecir vuestra demanda sino por provar si sois tan baliente como avéis mostrado, por tanto salíos de la tela.

Sin aguardar respuesta dio él un salto con su cavallo y se puso en la plaça la espada en la mano. Bien quisiera estorvar esta batalla porque avía poca causa, mas por no quedar afrentado hiço lo propio. Sin mucho aguardar se va el uno para el otro y danse tan fieros golpes que en toda la plaça resonó su eco. No tardaron mucho en asegundarlos con tanta destreça que cada cual quedó admirado del otro. Dio el enojado Cavallero del Águila un golpe a su enemigo que lo sacó de sentido y el cavallo lo llevó por la plaça un buen rato. Buelve en sí y véngase tan bien que no hiço menos efeto. En porfiada batalla estuvieron una hora tiniendo admirados a todos los presentes que no imaginavan quién sería el Cavallero del Águila 238v y por qué causa se haría la batalla, la cual duró hasta la noche, estando ambos cansados del golpearse y todos de mirarle. Viendo pues los emperadores de Grecia y Rosia que la cercana escuridad no bastava a dispartillos, baxaron a la plaça, lo cual visto del Cavallero del Águila hirió a su contrario tan recio que lo dexó sin sentido y picando a su cavallo como un sacre en ligereça se salió de la plaça, no aprovechando las voces que le davan para detenerlo. Antes se fue a una casa y desarmándose por una secreta puerta entró en el palacio y se puso con su conpañera la reina, que sabed que era la belicosa Rubimante, que por vengarse de la afrenta del Cavallero del Arco se armó y fue a tener con el propio batalla. Llegando pues a aquellos emperadores al Cavallero de las Flores, como estava sin sentido, fácilmente le quitaron el yelmo y el contento que de su vista recibieron no se pude decir, porque todos los que lo avían visto conocieron que era el afamado y verdadero Cavallero del Arco, Belinflor, que, así como le dio el

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aire, bolvió en sí y viendo a aquellos emperadores y tantos cavalleros como conocía se apeó y pidió las manos al de Grecia. No se las quiso dar, antes lo abraçó con grande amor y todos llegaron a hablarle; ya los dos cavalleros que sienpre en las sillas estavan sentados venían, quitados los yelmos, y traían en medio al savio Menodoro, su padre; eran los príncipes Miraphebo y Orisbeldo que llegados a donde estavan aquellos príncipes fueron bien recebidos y el savio dixo:

– Soberanos señores, vamos a palacio que quiero dar la disculpa el yerro que cometí.

Luego se fueron todos y ya avía hachas en palacio donde los esperavan aquellas señoras con gran contento, especialmente de la bella Rubimante y infanta Alphenisa que ya avían conocido a sus amantes. No es necesario escrevir lo que en este recebimiento pasó y así no diremos más que cenaron con gran gusto de los enamorados; pusiéronse de propósito la bella Rubimante y la reina Floraçara y la infante Alphenisa en frente de sus enamorados y, aunque ellas no desmandavan los ojos, bien advertían que ellos por mirallas no comían con sosiego y cada uno estava tan metido en su cuidado que no advertía el descuido del otro. Acabada la cena el savio dixo:

– Muy esclarecidos señores, enojados estaréis de la burla que os hice los otros días en meteros en aquel engañoso castillo; pues saved que no era yo y por lo que aora oiréis lo echaréis de ver.

Luego contó la muy famosa 239r aventura del Infierno de Jasón y su efeto, que fue librallos a todos de muerte. Contó así mismo la causa y fin de la aventura del Engañoso Castillo de Medusa y luego dixo:

– Mirad, señores, si devéis poco a este ilustre cavallero, pues tantas veces de tan conocido peligro os á librado.

Grandísimo goço y admiración ocupó los coraçones de aquellos señores, los cuales no supieron cómo agradecer tanta deuda y el emperador Arboliano dixo al savio:

– Pues que, señor Menodoro, a mí me sois en deuda, yo quiero que por mí satisfagáis esta obligación, aunque es tan grande que temo caeréis en falta.

La bella Rubimante tanta gloria recebía de oír aquellas haçañas de su cavallero como si d’ella se contasen. El savio pasó adelante y dixo:

– Pues no menos le deven al Cavallero del Arco el emperador Rosendo y la emperatriz Clarelia, pues les á dado y restituido la hija que por perdida tenían. Bien os acordaréis cuando recién nacida la perdistes.

Con un suspiro respondió la emperatriz: – No se me á quitado del pensamiento el dolor de su pérdida. – Pues el contento de su hallazgo no os lo quiero quitar. Con esto se levantó el savio y tomó de la mano a la bellísima Rubimante y la llevó a

sus padres. Allí se remató y cunplió el contento y alegría, que sería travajo escrevir lo que cada uno en particular sintió. Después de las paternales caricias y amorosos parabienes llegaron de nuevo a besarles las manos la ninfas Florisa y Midea, a las cuales abraçó la dama y luego contó a sus padres lo mucho que la querían y lo bien que la avían servido, por lo cual el emperador las hiço señoras del estado del duque Bamasar, que no poco se holgaron d’ello los príncipes Florando y Corilando. Entre estos contentos y regocijos, doblada pena sentían los señores de Grecia por la falta de sus hijos y más la pérdida del primogénito y no pocas veces les pasó por la imaginación si era el Cavallero del Arco, mas viendo que el savio no selo dava a conocer no lo creían. Luego se publicó por la ciudad la hallada de su princesa y lo celebraron con muchas fiestas. El savio contó quién la avía llevado y para qué y a dónde estuvo y lo que en su libertad pasó el Cavallero del Arco. Y a la fin contó las dos famosas aventuras de las palmas que acabaron en los castillos de Marte, Palas y Venus y nonbró los cavalleros que avían 239v vencido. Lo cual no poco espantó a todos y porque ya en estas cosas se avía pasado más de la media noche el savio los enbió a acostar con cargo de agradecer al Cavallero del Arco la deuda en que todos le eran.

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Capítulo XXXXV. Que cuenta quién era el Cavallero del Arco que derrivó el Cavallero de las Flores y lo que más sucedió.

Levantados otro día todos aquellos señores se fueron a la capilla a oír misa y

acabada, bueltos a palacio, vieron colgada una rica tapicería toda la historia del Cavallero del Arco, y en la plaça en frente de palacio vieron pintadas todas las aventuras que la noche pasada avían oído tan al bivo que avría quien a las fieras pavor ubiese y quien al cavallero lástima tuviese. Admirados quedaron de ver tan maravillosa obra en tan poco espacio hecha y el savio dixo:

– ¿Paréceos, señores, que queda bien pagado el cavallero?– Muy mucho le devíamos, –dixo el emperador Arboliano–, mas buena á sido la paga

y por vuestra vida me contéis quién era el Cavallero del Arco que ayer derrivó el Cavallero del Arco.

– Sabréis, señores, que, como este famoso cavallero quiso con tanta priesa seguir el Castillo de Medusa, no aguardó armas ni escudero. El cual después de partido su amo quiso seguirle y así tomó las armas y el cavallo y se puso en camino; enbarcóse en una galera para venir a este inperio, encontrólo a caso un cosario qu’era el que vino ayer, llamado el bravo Torior, y rindiendo la nave robó cuanto en ella avía y entre ello las armas de cristal y el cavallo y, porque Filiberto no diese a nadie aviso, lo prendió. Muy ufano con tal hurto començó a andar por algunas tierras y entendiendo que era el verdadero Cavallero del Arco no sólo se ponía en travajo de deshacer tuertos, mas de miedo ellos propios se deshacían. Muy loçano con tal ventura entró ayer aquí y pensando que de miedo como sienpre le sucedía le dexarían la tela, entró tan gallardo y brioso porque él es muy buen ginete y sucedió lo que vistes.

– Galanamete nos engañó, 240r –dixo [...]. En mucho tuvieron allí adelante al savio viendo que era gran príncipe y mucho

honravan a su sobrino y él era, si se os acuerda, el Cavallero de las Armas Negras con quien Belinflor tuvo batalla a la puerta del castillo; y Miraphebo era el Cavallero de las Armas Rosadas que derrivó y con él tuvo una gran batalla. Acabado el encantamento y el savio Menodoro los despartió y truxo y ordenó lo que avéis oído para regocijar la corte. Tanbién preguntaron al savio quién era el Cavallero de las Águilas, que tan valentísimamente peleó todo un día [...] no se osava descuidar porque no cayesen en ello. Y esto no poco cuidado dava al Cavallero del Arco, tanto que andava muy triste y imaginava si su señora tenía celos de la demanda con que avía venido, quitávasele de la imaginación diciendo:

– No puede ser, porque tanta era la hermosura de la dama del padrón que claro vería ser ella. Pues, ¡ay, cuitado de mí!, ¿si es, como se ve tan gran señora, no se digna de mirarme?, y ¿esto de su nobleça se puede creer?, ¿si está enojada por la larga ausencia mía?, o ¿por qué con [....] donde acabaremos el segundo libro.

Índice de capítulos:

Libro primero de la primera parte

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Cap VI. Que trata de lo que avino al emperador Rugeriano y a sus conpañeros en la Isla de Laura ...........................p. 5

Capítulo VII. Que cuenta lo que sucedió al esforçado rey Vepón en la Ínsula de Bistraya...................................p. 7

Capítulo VIII. Cómo los emperadores entraron en Constantinopla y del nacimiento del príncipe Belinflor y lo que más sucedió. p. 10

Capítulo IX. Qu[e] trata quién fue el savio Menodoro y por qué causa hurtó el hermoso doncel....................................p. 12

Capítulo X. Que trata de la maravillosa y preclara origen del príncipe Miraphebo de Troya......................................p. 13

Capítulo XI. Cómo estando la emperatriz Floriana en las selvas de Grecia fue robada y lo que más sucedió................p. 15

Capítulo XII. Cómo el emperador Arboliano aportó en el reino de Tracia y de la hermosa aventura que allí le sucedió. p. 16

Capítulo XIII. De una aventura que el príncipe Belinflor acavó en el patio de la casa del Deleitoso Bosque.............p. 20

Capítulo XIIII. Cómo el príncipe Belinflor fue armado cavallero por una estraña y maravillosa aventura.............p. 21

Capítulo XV. Cómo el príncipe Belinflor entró en la encantada Torre de Medea y lo que en ella le sucedió............p. 24

Capítulo XVI. Que trata de lo que sucedió al príncipe Belinflor en la floresta. p. 29

Capítulo XVII. Cómo el príncipe Belinflor entró en el Castillo del Temor y de las espantables y temerosas cosas que allí le sucedieron. p. 31

Capítulo XVIII. Cómo el príncipe Belinflor se partió a la Encantada Montaña de la Fada y lo que en ella le sucedió.p.

Capítulo XIX. Cómo la llorosa señora contó al príncipe Belinflor la causa de su llanto y cómo se partió a la Ínsula de la Peña Fuerte. p. 43

Capítulo XX. Que trata quiénes eran los donceles que el príncipe Belinflor armó cavalleros en la floresta y de lo que les sucedió en el Hondo Valle con el jayán Bravosón y su hermano.........p. 44

Capítulo XXI. Cómo los príncipes Miraphebo de Troya y Orisbeldo de Babilonia se partieron del Hondo Valle y cómo se enbarcaron. Y de cómo el príncipe Rugerindo y los demás donceles de Constantinopla fueron armados cavalleros y lo que más sucedió...................................p. 48

Capítulo XXII. Cómo los cavalleros noveles aportaron a la Ínsula de Mandrogedeón y lo que en ella les sucedió.......p. 50

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Capítulo XXIII. De lo que sucedió al gentil Briçartes y a don Gradarte de Laura y a Friseleo de Atenas en la mar llevando la caveça de Mandrogedeón a la corte y cómo llegados allá dieron el recaudo y lo que más se hiço. p. 53

Capítulo XXIIII. Cómo el temido Abacundo rey de la Gigante[a] avino con gran exército sobre Clarencia y la guerra que travó con los clarentinos. p. 55

Capítulo XXV. Que trata el fin de la guerra de Clarencia y de las altas cavallerías que en la postrera batalla hiço un cavallero estraño...............................................p. 60

Capítulo XXVI. Cómo el príncipe Belinflor con la infanta Flordespina llegó a la Ínsula de la Peña Fuerte y la brava batalla que por ella tuvo con el espantoso Dragasmonte...............................................p. 63

Capítulo XXVII. De lo que sucedió en la mar a los príncipes Belinflor, Miraphebo y Oribeldo yendo en busca de la infanta Flordespina. p. 66

Capítulo XXVIII. Cómo el príncipe Belinflor aportó en el reino de Tracia y lo que allí le avino......................................p. 68

Capítulo XXIX. Cómo el príncipe Belinflor acabó la Aventura del Arco de la Bóveda. 69Capítulo XXX. Cómo el savio Eulogio llevó a su morada al príncipe Rosildarán de Tracia y a la hermosa Roselva y las palabras que a ellos y al príncipe Furiabel dixo y la batalla que en la mar tuvieron con el Cavallero del Arco y el Cavallero de la Fortuna y lo que más sucedió. ..............p. 71

Capítulo XXXI. Cómo el príncipe Belinflor llegó al reino de Albania y lo que allí le sucedió y cómo después con el príncipe don Tridante se partió a la Selva de la Muerte.............................................. p. 72

Capítulo XXXII. Cómo el príncipe Belinflor entró en la Selva de la Muerte por librar a la infanta Clelia y lo que más hiço.p. 74

Capítulo XXXII. Cómo el príncipe Belinflor por amor de Melián el Querido fue en busca de Ardaxán y lo que le sucedió y cómo después lo halló y lo que con él le avino...............................................p. 77

Capítulo XXXIIII. Cómo corriendo Belinflor tras de Ardaxán el Encantador llegó al Valle de las Cinco Cuevas, donde libró a don Tridante de Albania y a Clovindo. p. 78

Capítulo XXXV. Cómo el Cavallero de la Fortuna en su media galera aportó en tierra y lo qué les sucedió y como se partía al inperio de Clarencia y lo que allí hiço. p. 84

Capítulo XXXVI. Cómo el valeroso príncipe Rugerindo mató al malvado Abacundo y lo que más le sucedió................p. 87

Capítulo XXXVII. Cómo el esforçado príncipe Rugerindo entró en la Torre de la Puente y las dudosas batallas que venció por librar de tormento a la infanta Ardina y cómo mató al savio Ennón..............p. 91

Capítulo XXXVIII. Cómo el príncipe Rugerindo se partió al reino de Bato a desafiar al rey Diano y al gigante Grandión, y lo que con ellos y con el príncipe Blahir pasó y cómo bolvió el reino de Neto al rey Ardino. p. 94

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Capítulo XXXIX. Cómo el príncipe Blahir de Bato libró de el peligro en que estava al príncipe Rugerindo y cómo fue alçado por rey y se casó con la infanta Ardina. p. 99

Capítulo XXXX. De la brava batalla que el valiente Deifevo, príncipe de Tesalia, tuvo en una floresta con el oriental príncipe Furiabel.............................................p. 101

Capítulo XXXXI. Cómo los valerosos príncipes Miraphebo de Troya y Orisbeldo de Babilonia llegaron a la Ínsula de Tinacria. De lo que hicieron en defensa de la gentil y hermosa giganta Gralasinda. p. 105

Capítulo XXXXII. Cómo el valentísimo príncipe Rorsildarán de Tracia aportó en su media galera a tierra y de lo que le sucedió en la Torre de los Justadores. p. 107

Capítulo XXXXIII. Cómo el príncipe Rorsildarán de Tracia con la hermosa condesa Risalea de Tina bolvió a la Torre de los Justadores y la brava batalla que tuvo con el bravo Roxano.......................p. 110

Capítulo XXXXIIII. De la estraña y maravillosa aventura que el valeroso príncipe Rosildarán de Tracia halló en la mar caminando y lo que ende hiço. p. 113

Capítulo XXXXV. Cómo el soverano y sin par príncipe Belinflor se partió del Valle de las Cinco Cuevas con don Tridante y lo que más hiço. p. 117

Capítulo XXXXVI. Cómo el príncipe Belinflor llegó al reino de Balaquia y lo que allí le sucedió................................p. 120

Capítulo XXXXVII. Cómo a la corte de Balaquia vino una estraña doncella y del don que pidió al Cavallero del Arco y cómo se partió con ella. p. 123

Capítulo XXXXVIII. De la fiera y peligrosa batalla que el príncipe Belinflor tuvo con la espantable bestia Hidra en la Ínsula Despoblada. p. 125

Capítulo XXXXIX. Cómo el savio Menodoro y las savias Medea y Sarga libraron del encantamento de la Ínsula Despoblada al encubierto griego. p. 126

Capítulo. L. De la aventura que los príncipes Belinflor, Miraphebo y Orisbeldo hallaron camino de Babilonia............p. 128

Capítulo LI. De la aventura que los príncipes Belinflor, Miraphebo, Orisbeldo y Filiseno hallaron en el camino de Babilonia. p. 130

Capítulo LII. De la estraña aventura que los cuatro príncipes acabaron en la floresta camino de Babilonia............p. 132

Capítulo LIII. Cómo el soldán Vepilodor y el savio Menodoro y el rey Gridonio con los soberanos príncipes llegaron al castillo de Coriandro y de lo que hicieron. p. 135

Capítulo LIIII. Cómo el savio Menodoro escrivió a los principales del Inperio lo sucedido y de los alegres recebimientos que al soldán Vepilodor y a la emperatriz Ariena y a su noble conpañía se hicieron. p. 137Capítulo I. Cómo el soberano príncipe Belinflor aportó en la Ínsula de la Gran Montaña y la maravillosa aventura que allí le avino. p. 141

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Capítulo II. Cómo el príncipe Belinflor entró en el Castillo Encubierto y las temerosas guardas que venció por libertar a la gallarda dama. p.143

Capítulo tercero. De cómo el ínclito y valeroso Cavallero del Arco entró en el Castillo Encubierto y la gran batalla que tuvo con un cavallero y lo que más hiço. p. 145

Capítulo IIII. Cómo los bizarros amantes aportaron en la Ínsula de las Palmas y la aventura que allí hallaron....p. 147

Capítulo V. Cómo el príncipe Belinflor entró en el Castillo de Marte y las rigurosas batallas que allí tuvo............p. 148

Capítulo VI. De lo que sucedió a la biçarra y valerosa Rubimante en el castillo de Palas y Venus................................p. 152

Capítulo VII. Cómo los valerosos y gallardos amantes se enbarcaron y de lo que les sucedió en la mar.................p. 156

Capítulo VIII. De lo que sucedió en la sublimada corte de la nobilísima y antigua cidad de Constantinopla. ..............p. 158

[Capítulo IX] [...] ..................p.161

Capítulo X. Cómo los príncipes Zarante y Zelipón y los duques don Jeruçán de la Gavía y el de Atenas con Pinerdo, Aristo y Leorindo fueron con mucha honra enterrados y de quién era el Cavallero de la Garça y cómo se enamoró de la hermosísima infanta Alphesina de Tesalia. ..........p. 163

Capítulo XI. De la cruel y reñida batalla que el príncipe Belinflor tuvo con el príncipe Rorsildarán en la mar..........p. 166

Capítulo XII. Cómo el príncipe Rorsildarán de Tracia llegó a Gebra y cómo libró al fuerte Amán Moro de Tría y a la infanta Xarcina..............................................p. 167

Capítulo XIII. De la batalla que el príncipe Rorsildarán de Tracia y el fuerte Amán Moro de Tría tuvieron con los jayanes Caramante y Zarmón, reyes de la Ínsula Bayana.................................p. 172

Capítulo XIIII. Cómo el príncipe Orisbeldo de Babilonia bolvió al Hondo Valle y cómo llevó a la hermosa infanta Sifenisba al reino de Tremisa. p. 173

Capítulo XV. Cómo la bizarra y sobre todas hermosa Rubimante luchó con la amaçona reina Florazana y lo que más les sucedió. p. 175

Capítulo XVI. De lo que sucedió en la mar al emperador Rosendo y a las bizarras damas, por lo cual se partieron a Grecia. p. 177

Capítulo XVII. De lo que sucedió al Cavallero del Arco junto al reino de Numidia. p. 179

Capítulo XVIII. De la aventura que el esforçado príncipe Rugerindo sucedió en la mar caminando a la famosa España.p. 181

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Capítulo XIX. Cómo siguiendo el esforçado Cavallero de la Selvajina Dama la Espantosa Galera llegó a la Ínsula de la Cruel Desdicha y cómo entró en el Castillo de la Dulçura Amarga...............p. 183

Capítulo XX. Cómo el emperador Arboliano de Grecia con grande exército pasó con el emperador Rosendo a socorrer al rey de Sasia en la cidad de Rusiana. p. 185

Capítulo XXI. Cómo el príncipe Rugerindo llegó al reino de Numidia y lo que allí le sucedió.................................p. 189

Capítulo XXII. Cómo los desposorios del príncipe Orisbeldo de Babilonia y de la hermosísima infanta Sifenisba de Tremisa se celebraron y las justas se hicieron y lo que en ellas sucedió.............p. 190

Capítulo XXIII. Cómo Rorsildarán, príncipe de Tracia, aportó en la Ínsula del Lago y la straña y maravillosa aventura que allí le sucedió. p. 194

Capítulo XXIIII. Del fin que tuvo la rigurosa batalla de los ocho cavalleros en la floresta.................................p. 196

Capítulo XXV. Cómo andando el príncipe Rorsildarán por el Deleitoso Vergel llegó a la hermosa y florida enramada y lo que allí le sucedió. p. 199

Capítulo XXVI. De la cruel y reñida batalla que el príncipe Rugerindo y el fuerte Tirisidón tuvieron con el potente Beligeronte del Ponto y bravo Roxano. p. 200

Capítulo XXVII. Cómo buelto en sí el Cavallero del Arco encontró al príncipe Miraphebo y la batalla que ambos tuvieron con los valentísimos gigantes Braçandel del Monte y Britanor del Valle, reyes de Balaquia..............................................p. 204

Capítulo XXVIII. De la cruel batalla que pasó entre los valientes gigantes Braçandel del Monte y Beligeronte, rey del Ponto, con lo que más sucedió. p. 208

Capítulo XXIX. De lo que sucedió a los cavalleros de las andas con el gigante Britanor y la cruel batalla que después tuvo con el potente Beligeronte del Ponto. p. 210

Capítulo XXX. De lo que sucedió en Rosia y cómo la bellísima Rubimante descubrió a las hermosas ninfas Florisa y Midea como amava al Cavallero del Arco. p. 213

Capítulo XXXI. Cómo el príncipe Rorsildarán de Tracia con la gallarda princesa Belrosarda llegó a Francia y la batalla que tuvo con el rey Gedeonte y cómo restituyó el reino a su señora..............p. 217

Capítulo XXXII. De lo que sucedió en Tremisa, y cómo por el comedimiento y discreción del valiente príncipe Norsidiano de Numidia se hicieron paces. p. 221

Capítulo XXXIII. Que trata la gran tormenta que los príncipes Belinflor y Rugerindo padecieron en la mar y lo que más les sucedió p. 226

Capítulo XXXIIII. Cómo el príncipe Belinflor llegó al Infierno de Jasón y lo que allí le sucedió, con el fin de la vida de la gran savia Medea. p. 230

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Capítulo XXXV. Cómo después de aver visto el lastimoso suceso de los ant[i]guos amantes el príncipe Belinflor andando por la Morada de la Vengança de Medea llegó a la rica casa donde recién armado cavallero luchó con Anteón y lo que allí le sucedió..............................................p. 236

Capítulo XXXVI. Que trata cómo el príncipe Belinflor libró de poder de Normagape a la duquesa Isilmera, señora de los cinco castillos. Y de lo que más hiço. p. 239

Capítulo XXXVII. Cómo el afamado príncipe Belinflor aportó en el ilustre inperio de Grecia y lo que allí le sucedió.p. 243

Capítulo XXXVIII. Que cuenta la fiera y peligrosa batalla que el ínclito príncipe Belinflor tuvo con la horrible Sierpe del Temeroso Valle delante del rey Arlandro y lo que más sucedió...................p. 247

Capítulo XXXIX. De la aventura que a la constantinopolitana corte vino y lo que más sucedió.................................p. 251

Capítulo XXXX. Cómo yendo el príncipe Belinflor en seguimiento del Castillo de Medusa llegó a Epiro a do acabó la Aventura de la encantada Fuente del Tritón y la de la Estraña Fuente.................p. 256

Capítulo XXXXI. De lo que al estimado Furiabel avino en la mar y cómo libró de un encantamento a la princesa Beldanisa, hija del emperador Rosendo. p. 261

Capítulo XXXXII. Que cuenta cómo yendo el famoso Cavallero de las Estrellas en seguimiento del Castillo de Medusa llegó al inperio de Rosia y lo que allí le sucedió..............................................p. 265

Capítulo XXXXIII. Cómo a la corte de Rosia vino un cavallero con una demanda y lo que más sucedió...................p. 270

Capítulo XXXXIIII. Cómo vino a las justas un cavallero estraño y cómo justó con el Cavallero de las Flores y la brava batalla que después tuvo con un cavallero.p. 273

Capítulo XXXXV. Que cuenta quién era el Cavallero del Arco que derrivó el Cavallero de las Flores y lo que más sucedió.p. 276

Libro segundo de la primera parte