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Enero-Abril, 1, 2015
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“POR PAJE SE DEPOSITA”: DISFRAZ Y OCASIÓN EN
LOS ENGAÑADOS DE LOPE DE RUEDA
Carlos-Urani Montiel
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez Universidad Autónoma Metropolitana
RESUMEN:
El tema de este ensayo es el pensamiento casuístico como elemento estructurante de
Los engañados, comedia de Lope de Rueda publicada en Valencia por el librero Ioan
Timoneda en 1567. Si bien es evidente el contenido de raigambre popular, hay
también elementos artísticos y escénicos en los que el caso de conciencia adopta la
dirección del espectáculo. La misma fuente literaria y la expansión de la dramaturgia
jesuita –del colegio a la calle–, permiten este tipo de acercamiento. La hipótesis de
trabajo reside precisamente en la intersección de la casuística y el teatro de colegio en
la pluma del comediógrafo sevillano Lope de Rueda. De tal forma que el caso de
conciencia no fue exclusivo del confesionario o de la teología moral; sino que vio su
paso por las tablas ante un público plural, el mismo que se beneficiaba del sacramento
de la confesión. El objetivo es demostrar que Los engañados cumple con el proceso
con que los especialistas han modelado el pensamiento casuístico. La originalidad se
encuentra en la descripción del tal proceso y, sobre todo, en sus variantes y
propuestas. Tomo como punto de partida lo ya aceptado: tanto el teatro erudito de
colegio como el popular son prácticas escénicas paralelas (Oleza, “Hipótesis sobre la
génesis de la comedia barroca”: 9-41). Mi trabajo analiza un elemento en común con
el propósito de exponer la confluencia de técnicas de representación, motivos literarios
y preocupaciones sociales.
PALABRAS CLAVE:
Lope de Rueda, teatro popular, de colegio, casuística, disfraz
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CASUÍSTICA Y OCASIÓN
a casuística es un método de razonamiento moral que busca interpretar y
resolver problemas cotidianos. Este ejercicio, en términos de enseñanza y
práctica, era parte fundamental del programa filosófico y educativo de la
Compañía de Jesús. Más adelante revisaré ejemplos concretos del teatro de colegio:
obras de los jesuitas Juan Bonifacio y Pedro de Acevedo, que servirán de antesala para
el análisis de la comedia de Lope de Rueda, donde la conciencia de los personajes
entra en acción en el tablado y se enfrenta a la ocasión. La construcción del caso
provoca que distintos personajes cambien de vestido y de posición social, jugando así
con su identidad.
La casuística es el método de razonamiento que resuelve los problemas de
elección moral, conocidos como casos de consciencia. La comunidad cristiana siempre
ha estado preocupada por la relación de su fe con las decisiones morales del día a día.
Desde el siglo XII la casuística se asoció a la confesión y aparecía de forma secular en
exemplas, quaestio, o en historias de santos (Jonsen y Toulmin, The Abuse of
Casuistry: 122-123). Este esbozo de catalogación de normas morales, que podían ser
discutidas con el trívium, dejó claro que las simplificaciones categóricas actúan sobre
muchas conciencias en un amplio radio de acción.
En el siglo XIII las cuestiones morales toman cierta distancia de las artes
liberales y dan entrada a otra disciplina: la teología. Santo Tomás de Aquino es el
primer promotor de una doctrina moral sistemática que analiza bajo un método
minucioso y particular, cualidades y defectos, vicios y virtudes y estados de ánimo. En
la “Cuestión 43” sobre el escándalo, contenida en la Suma de teología (II-2a), Santo
Tomás aconseja cómo evitarlo y se pregunta sobre su definición: “un dicho o un hecho
menos recto que ofrece ocasión de ruina”. Y más adelante asienta que: “hablando de
ocasión, ésta expresa una causa accidental”. La ocasión es referida aquí y a lo largo de
todo el texto como algo tangible y manipulable. El tratado advierte que, “en todo
cuanto hace el prójimo se puede encontrar ocasión de caída, ya que las causas
accidentales están fuera de toda determinación”. Ya anteriormente, la Suma, al tratar
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de “la virtud de la fe en sí misma”, aseguraba que “una causa accidental se convierte
también en causa primera, y así, apartar los obstáculos es efecto de una causa
accidental” (2001: 84; 346-347); es decir, de la ocasión, que es también considerada
una oportunidad para librar un problema.
Para el siglo XVI la casuística ha adquirido un rol normativo y taxonómico; es
parte de un lenguaje que fija reglas para la solución de problemas al calibrar
circunstancias particulares contra preceptos generales. Los argumentos diplomáticos
que conformaban una buena razón de Estado también podían respaldarse en una
moral casuística.1 No obstante, los reformistas asociaron esta práctica con el abuso
eclesiástico. El deseo protestante de acceder a un cristianismo previo puede ser
contemplado como un impulso para llegar a la libertad de conciencia frente al
autoritarismo papal; pero los promotores de la Reforma vieron que su emancipación
con respecto a la autoridad de la Iglesia no produjo aquel retorno, sino muchas
divisiones, interpretaciones y posturas ante un mundo en expansión, compuesto por
sociedades igual o más complejas que la católica, pero mucho más distantes, en
tiempo y espacio, que aquellas de los grupos cristianos primitivos. Los conflictos y
tensiones entre doctrinas religiosas y autoridades políticas, así como la conciencia
moral del individuo permean la tradición cristiana que se alimenta de lo pagano, de
ideas escolásticas y de su contraparte protestante. La colisión entre el ámbito público y
privado enmarca el devenir teológico de distintas filiaciones que veían la conciencia
como la esfera donde los intereses colectivos e individuales chocaban y alcanzan
reconciliación.2
En el entorno hispánico del siglo XVI existía una pugna teológica por estandarizar
modelos de virtud en los cuales fundar la norma de comportamiento moral de aquel
1 Para un desarrollo completo de la casuística como género literario y teoría del conocimiento, véase el
trabajo de Elena del Río Parra (Cartografías de la conciencia española en la Edad de Oro: 11-69). 2 En la guía de conciencias intervienen “a wide range of Renaissance media and strategies of
communication”, donde los individuos “often struggled to reconcile their private and public selves while establishing and protecting their spiritual and ethical identity” (Braun y Vallance, “Introduction: The
Renaissance Conscience”: 413).
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presente colmado de incertidumbre.3 Sin embargo, los muchos ecosistemas que los
peninsulares alcanzaron, la cantidad de novedad, producto de conquistas y contacto
con otras civilizaciones, y el déficit de conocimiento práctico de las fuentes clásicas,
hicieron de la experiencia directa –aunque ésta fuera simulada–, la autoridad como
medio de catalogación. La revalorización de modelos requirió de un método capaz de
seleccionar, ordenar y difundir la suficiente variedad de casos que ejemplificaran la
complejidad cultural junto con las circunstancias locales, de manera que fueran
aplicables a otras situaciones probables. Si la casuística y sus sumas de casos son una
herramienta de simplificación, también lo son otros soportes físicos que almacenan
información como las misceláneas y polianteas, las filosofías secretas, los espejos de
príncipes, los lugares comunes, las relaciones geográficas y cartografías, en donde la
abstracción es una exigencia para la transmisión y decodificación final del
conocimiento.
El jesuita Francisco Suárez, comentador tomista del XVI, en el “Libro II” de su
Tratado de las leyes y de Dios legislador, elabora una teoría sobre el razonamiento
moral a partir de la ley eterna (voluntad de Dios), la natural (preceptos morales) y el
derecho de las gentes (para obrar bien o mal). Suárez distingue la ley natural de la
norma de conciencia. Primero afirma que “la conciencia no es otra cosa que el
dictamen sobre lo que se va a hacer”, y aclara: “ley significa un precepto dado en
general acerca de las cosas que se van a hacer; en cambio conciencia significa el
dictamen práctico en particular; por consiguiente es más bien una aplicación de la ley
a la obra particular” (119). Toda ley tiene una raíz moral en el sentido de que
responden a las necesidades básicas del hombre: auto-preservación, conservación de
la especie, búsqueda de conocimiento y sustento de la coherencia social. Finalmente,
Francisco Suárez afirma que no todos los preceptos (divinos, naturales o judiciales)
son accesibles y requieren de interpretación para obtener su sentido verdadero
“porque no conviene entender las palabras en sentido impropio sin el apoyo de otros
autores o sin alguna razón que fuerce a ello” (Tratado de las leyes: 122). Dicha
3 “Uncertainty is the complexity of the environment. That is to say, it expresses the variability of accessible
states of the environment” (Wagensberg, “Understanding Form”: 328).
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interpretación y guía de conciencia, que incluso puede ser denominada como
entrenamiento, resumen la labor del casuista.
De entre los especialistas contemporáneos que estudian el pensamiento
casuístico destacan varias figuras. En la historia del razonamiento moral hecha por
Jonsen y Toulmin, la casuística opera como taxonomía moral que distingue
comportamientos humanos, pero también ofrece soluciones al dar escalas a los
preceptos y a las faltas.4 Para Lowell Gallaguer, la casuística es un instrumento para la
construcción social de la realidad, para la mediación entre productores y consumidores
de textos normativos que pretendían el orden social. Pero la casuística no sólo ofrece
orden y certeza, sino que se relaciona con la idea de escándalo y duda, punto de
partida del discurso autocrítico; reduce ansiedades al elevar otras; está libre a
interpretaciones y juega con los valores establecidos; y se involucra en conflictos
políticos e ideológicos. El discurso casuístico da significado a silencios y equivocaciones
que pueden ir en contra de la cultura que lo emite o lo recibe (Medusa's Gaze, 1991).
La poética del razonamiento moral, propuesta por Richard Miller, asimila los
postulados de los teóricos anteriores. Como los casos requieren un desarrollo de
percepción y de producción de juicios, la casuística tiene una función interpretativa y
otra práctica que advierte y libera la conciencia en múltiples situaciones. Cuando las
reglas no son claras, o van en direcciones opuestas; o cuando se debe evaluar el grado
de culpabilidad moral, los casuistas ofrecen respuestas (Casuistry and Modern Ethics:
3-16). El modelo que describe el pensamiento casuístico consta de cinco pasos y dos
componentes centrales: paradigmas y presunciones. Los primeros sirven como marcos
que permiten la clasificación del caso de forma taxonómica; articulan modelos de
comportamiento para que el razonamiento analógico enfrente nuevas situaciones a
partir de resultados ya conocidos; es decir, de presunciones que contienen reglas
morales y máximas con las obligaciones prima facie respecto a cada circunstancia. El
proceso completo con los cinco pasos es el siguiente:
4 Otro de los objetivos de estos estudiosos es la revisión de los ataques de Blaise Pascal contra el abuso de
la casuística. La posición sugerida se encuentra “between good casuistry, which applies general rules to particular cases with discernment, and bad casuistry, which does the same thing sloppily” (Jonsen y
Toulmin, Casuistry and Conscience in the Renaissance: 16).
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1. La casuística clasifica el evento en cuestión, traza paradigmas y
taxonomías. El razonamiento analógico asimila el caso; se rastrean similitudes
y diferencias entre lo ya establecido y la novedad.
2. Se identifican qué presunciones son relevantes al evento y cómo estas
máximas, provenientes de las sagradas escrituras, textos jurídicos o
misceláneos, se relacionan con las circunstancias en cuestión.
3. Se ensayan posibles soluciones en el “foro interno” de la conciencia; cada
toma de decisión viene seguida por comentarios sobre la resolución final y el
estado moral en que terminaría el caso.
4. La casuística se materializa en alguna autoridad, es decir, en el consejo y
en la evaluación de algún personaje calificado.
5. Se reúne el material de los cuatro componentes previos y se ofrece un
veredicto.
Normalmente, todo este recorrido no es en vano, sino que es reutilizable y funcionará
como precedente para casos similares en el futuro.
Cierro esta sección con el trabajo de Hilaire Kallendorf, quien analiza los
mecanismos de creación artística de la comedia española del siglo XVII. Ella sugiere
que las explicaciones que limitan a las comedias a su función (enseñanza o ideología-
honor), a sus receptores, o a su espacio de representación, fallan en su intento al ser
acercamientos parciales. Su propuesta es que la casuística, o espectáculo de la
conciencia, es el proceso fundamental con el que la comedia completa su función
artística y social. Además, Kallendorf destaca a los jesuitas como la orden religiosa que
reubicó la meditación privada y el examen de conciencia en el escenario a escala
global, gracias a la comunicación entre su red de casas y colegios que operó por más
de dos siglos en los territorios de las monarquías europeas.5
TEATRO DE COLEGIO
5 Al respecto del examen de conciencia, ella opina que “this primarily inward-looking form of devotion soon
turned outward both in focus and in practice. Private meditation was adapted specifically to theatrical purposes by the Jesuits in an artistic form known as the meditatio scenica” (Kallendorf, Conscience on
Stage: 8).
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Para los primeros miembros de la Compañía de Jesús la confesión era el centro de sus
ministerios y así lo expresan los documentos fundacionales. La primera anotación de
los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, explica que estos son “todo modo
de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de
otras espirituales operaciones” (21).
El manual advierte que si el que recibe los ejercicios muestra poca capacidad, el
supervisor debe darle “algunos exámenes de conciencia y orden de confesar más a
menudo que solía” (Ignacio, Ejercicios espirituales: 28). Dentro del Instituto la
confesión fue indispensable y en sus colegios era un requisito previo. El libro de
información llamado Primero examen general, “que se ha de proponer a todos los que
pidieren ser admitidos en la Compañía”, confía en la cuenta de conciencia del
candidato. El confesor interviene en estos cuestionarios “para que le haga conciencia,
si no hubiese respondido la verdad” (en Constituciones de la Compañía de Jesús: 61).
De las cosas que más conviene al que “juzga ser a mayor gloria divina y más saludable
a su conciencia ser incorporado en esta Compañía”, es hacer “una confesión general de
toda la vida pasada con un sacerdote que el Superior le ordenare, por muchas
utilidades que en esto hay” (en Constituciones de la Compañía de Jesús: 74). La
manifestación o cuenta de conciencia del religioso es un medio de progreso en la vida
del espíritu del aspirante y una garantía de su total transparencia y buen servicio
dentro de la orden. Estas instrucciones prescriben la interacción uno a uno: el aprendiz
o el aspirante con el supervisor o confesor, quien dará consejo, consuelo y juicio
moral; por tanto, su formación era primordial. En el Breve directorio de confesores de
1554, el burgalés y un destacado secretario de la Orden, Juan de Polanco, hizo
hincapié en la prudencia, cualidad que permite al confesor adaptarse a casos
particulares y, en caso de duda, explica el opúsculo, inclinarse siempre hacia la
dirección más humana.
Además, los jesuitas ofrecían la confesión a los creyentes de cualquier condición
social, los hacían parte del sacramento, ya que era clave y expresión de su fe o de su
conversión y marcaba el inicio hacia el camino de la salvación. Pensemos que, desde
una perspectiva católica, la historia del mundo es la de la salvación espiritual y sus
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protagonistas son Dios y el hombre. La soteriología propuesta por el jesuita Luis de
Molina en 1588 sostiene la noción del control de Dios y, al mismo tiempo, una
afirmación del libre albedrío. Molina intenta demostrar “de qué modo la libertad de
nuestro arbitrio y la contingencia de las cosas futuras en uno o en otro sentido, pueden
componerse y concordar con la presciencia, providencia, predestinación y reprobación
divinas” (Concordia del libre arbitrio: 31). La soberanía y omnisciencia del creador es
compatible con el actuar de hombres libres puestos a prueba en toda circunstancia.
La predestinación y el libre albedrío concuerdan con una gracia universal,
designada ab aeterno y perteneciente a los decretos divinos, que regula la perfección y
merecimiento, pero que no se relaciona con las decisiones y méritos personales. Dios
concede una gracia suficiente que será eficaz sólo cuando la voluntad del hombre le dé
consentimiento. En la “ciencia media” expuesta por Luis de Molina, Dios es causa
originaria, “obra por medio de su entendimiento y voluntad”, juzga y premia las
acciones; mide el mérito y su medida es la virtud; conoce todo actuar, pero no lo
realiza; “muestra el modo de obrar” e “impulsa hacia su ejecución”; y sabe que sus
criaturas harán libremente el bien o mal (Concordia del libre arbitrio: 35). Molina opina
que cuando la Iglesia define al hombre “con sus fuerzas naturales”, como transgresor
–libre y por propia voluntad– de alguno de los preceptos que lo llevan a pecado venial
o mortal, “no está hablando de una imposibilidad matemática, sino física y moral,
semejante a la que suele percibirse en las cosas sujetas a azar” (Concordia del libre
arbitrio: 179).6 Y aquí interviene el probabilismo, sub-campo de la casuística, que
autoriza al individuo, en caso de conciencia dudosa, a seguir cualquier opinión
probable, aunque no fuese la más perfecta, ya que la probabilidad como criterio
subjetivo no admite reglas cualitativas (Maryks, Saint Cicero and the Jesuits).
Si el hombre posee libertad para evitar el pecado y superar la tentación, es por el
auxilio especial de la guía de conciencia y la confesión suministradas por la Compañía,
6 Sobre el libre albedrío, véase el trabajo de René Fülöp-Miller, “The Battle over Free Will”, en The Power and Secret of the Jesuits, New York: Viking, 1930, 85-140; Pilar Gonzalbo, La educación popular de los jesuitas,
México: Universidad Iberoamericana, 1989, 220-221, y Núñez Beltrán, “Presencia dirigista de Dios: providencialismo”, en La oratoria sagrada de la época del barroco, Sevilla: Universidad de Sevilla, 2000,
281-292.
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que intentó por todos los medios, y el teatral fue uno de sus preferidos, de reducir esa
posibilidad física y moral de que los devotos erraran sus pasos. El teatro jesuita fue
una actividad pedagógica auxiliar dentro del ministerio de la educación que pretendía,
en primera instancia, formar a sus estudiantes “de modo que, juntamente con las
letras, vayan aprendiendo también las costumbres dignas de un cristiano” (Ratio
studiorum: 273). Este conocimiento se transmite y se practica por medio de
certámenes y justas poéticas o diálogos, coloquios o tragedias. La forma en que el
Ratio studiorum, el programa de estudios en los colegios jesuitas, trata a las
representaciones teatrales demuestra una fluctuación entre un ejercicio que distrae a
sus discípulos: “No asistan a espectáculos públicos, comedias, juegos; ni a las
ejecuciones de reos”; pero de la cual se puede cosechar provecho y propaganda: “a no
ser eventualmente a las de los herejes; ni interpreten papel alguno en los teatros de
los externos, sin obtener antes permiso de sus profesores o del Prefecto”. Por último,
asienta que una de las actividades de los alumnos de retórica es pública: “es
conveniente que algunos de estos ejercicios más espectaculares se tengan de vez en
cuando con cierto aparato y concurrencia de oyentes más distinguidos” (Ratio
studiorum: 291).
Para 1560 el monopolio educativo sobre sus provincias españolas permitió el
tráfico de textos, técnicas y autores.7 Así, la diseminación de manifestaciones
dramáticas trasladó el método de pensamiento basado en circunstancias, su
examinación y el consecuente juicio, a las tablas. La forma más efectiva de adoctrinar,
ya no de uno a uno, sino a estudiantes y a toda una comunidad citadina fue la
dramática.
El teatro de colegio ha sido estudiado desde diferentes ángulos y escuelas. Son
varios los especialistas y mucho más las horas de archivo que permiten dar voz a los
propios dramaturgos. De entre los estudiosos destacan Justo García Soriano, William
McCabe, el P. Elizalde, Nigel Griffin, Armando Garzón Blanco, Julio Alonso Asenjo,
7 Para 1556 hay 18 colegios. En 1585 funcionan 45 colegios: 16 en la Provincia de Castilla, 10 en Andalucía, 7 en Aragón y 12 en Toledo (Florencio Segura, “EI teatro en los colegios de los jesuitas”, en Miscelánea
Comillas, 43, 1985, 310-314).
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Jesús Menéndez Peláez, entre otros.8 La documentación de estas investigaciones
atestigua que la producción dramática de los colegios se apartó paulatinamente de las
aulas para ser parte integral de la vida cotidiana en las urbes españolas de mediados
del XVI.
El Códice de Villagarcía, por ejemplo, editado por otro importante académico –
Cayo González–, recoge 18 composiciones teatrales del P. Juan Bonifacio, quien nació
en Salamanca, en donde entró a la Compañía en 1557 a sus 20 años. El jesuita Dictó
retórica en varios colegios, como el de Ávila y Valladolid, pero fue el de Medina del
Campo, el que concentró su labor dramática. De ahí conservamos la Tragicomedia de
Nabal Carmelo, escrita entre 1558 y 1567, en donde el peso moral recae en la
confesión y absolución; está escrita en latín y castellano, consta de un proemio, 5
actos con prólogo y coro. En escena el ejército judío, perseguido por Saúl, está
exhausto y hambriento. Los soldados acusan a su líder David y él ofrece su vida para
saciar el apetito de los suyos. Despotimus se arrepiente: “Desiste, padre; perdónanos
a nosotros y a ti. La temeridad juvenil hace hablar a tontas y a locas muchas veces, de
lo que nos arrepentimos durante toda la vida” (Bonifacio, Tragicomedia de Nabal del
Carmelo: 376). David, entonces, busca remedio y acude al monte Carmelo donde
Nabal, opulento y rico granjero, niega la provisión pese a que David había defendido
sus tierras. El futuro rey se retira y planea venganza, pero Abigail, mujer de Nabal, le
sale al paso y concede la ayuda. Al enterarse Nabal, cae enfermo repentinamente y su
mujer suplica (en castellano): “Mirá, señor, que os morís y que tenéis necessidad de
descargar vuestra conciencia. Mirá que tenéis mucho de que dar cuenta” (Bonifacio,
8 Justo García Soriano, “El teatro de colegio en España”, en BRAE, 14, 1927, 235-77; William McCabe, An Introduction to the Jesuit Theater (1929), St. Louis, Institute of Jesuit Sources, 1983; I. Elizalde, “San
Ignacio de Loyola y el antiguo teatro jesuítico”, en Razón y Fe, 153, 1956, 289-304; Nigel Griffin, “Miguel
Venegas and the Sixteenth-Century Jesuit School Drama”, in MLR, 68.4, 1963, 796-806; Armando Garzón Blanco, “Note on the Authorship of the Spanish Jesuit Play of San Hermenegildo, 1580”, in Theatre Survey,
15, 1974, 79-83; Julio Alonso Asenjo, La tragedia de San Hermenegildo y otras obras del teatro español de colegio, Madrid, UNED, 1995; y Jesús Méndez Peláez, Los jesuitas y el teatro en el Siglo de Oro, Oviedo,
Universidad de Oviedo, 1995.
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Tragicomedia de Nabal del Carmelo: 390). Nabal la rechaza y en consecuencia paga su
culpa y muere. Al final, Abigail y David quedan juntos.9
El asunto bíblico (Libro I de los Reyes) no era desconocido en el teatro popular.
José de Velilla y Rodríguez halló en la documentación del municipio hispalense que
Lope de Rueda recibió 60 ducados, más 8 de premio por “dos carros que el susodho.
saco el dia de la fiesta de corpus xpi” de 1559 “con las figuras de nabal-carmelo” (El
teatro en España: 49); pieza que pudiera ser el Auto de Naval y de Abigail contenida
en el Códice de autos viejos.
El toledano Pablo de Acevedo entró a la Compañía en 1554; un año más tarde
gestionaba el establecimiento del Colegio de Córdoba, donde comenzó su labor
pedagógica y literaria. El tópico sobre la transformación del teatro en púlpito se hizo
lugar común con sus comedias. En el festejo de inicio de cursos de 1564 en Sevilla se
representa la comedia Ocasión. A pesar de que el título obvia la selección, hay más
elementos que hacen oportuno su repaso. Además de ser contemporáneos y haber
coincidido en la misma ciudad, me fijo en aquéllos que trazan un vínculo entre la
comedia de Acevedo y la de Lope de Rueda.
En cuanto a extensión, la del jesuita sobrepasa a cualquiera de las escritas por
Rueda; pero la división en escenas, temas, intervenciones y entradas de personajes,
funciona de forma idéntica. La abundancia de diálogos en castellano distingue Ocasión
dentro del corpus teatral de Acevedo. Un tercio de la obra en romance asegura que el
mensaje llegue a todo su auditorio; el cual es, como versa el prólogo: “que la ocasión
presente abracemos / y el tarde arrepentirnos no busquemos”. Otras secciones en
castellano son la suma de cada acto, algunos coros y los entreactos; que serían el
equivalente de los entremeses del comediógrafo sevillano.
La acción de la obra de Acevedo gira en torno a un par de figuras alegóricas:
Ocasión y Metanea, y a sus encuentros con representantes de distintas edades:
“Cuidemos, por tanto, Metanea, de cumplir debidamente el deber que se nos ha
encomendado. Yo misma tendré gusto en ofrecerme, para que me agarren de corazón,
9 Para más información sobre el autor, véase el trabajo de Félix González Olmedo, Juan Bonifacio (1538-
1606) y la cultura literaria del siglo de oro, Santander: Sociedad de Menéndez Pelayo, 1938.
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a niños jóvenes y ancianos, de uno u otro sexo y de toda clase y condición” (Ocasión:
157-165).10 La lección moral está en aprovechar las oportunidades de cada fase y
sacar ventaja de la ocasión antes de que huya y aparezca el arrepentimiento,
encarnado por Metanea. Cada encuentro es doble y esto es relevante, ya que el
contraste entre quienes reparan y quienes desdeñan los consejos es representado por
estereotipos (soldado, universitario, noble, rústico, esclavo), unos abiertos a la lección
y otros siguiendo su patrón de conducta (Montiel, “Registro de representantes”).
LOS ENGAÑADOS
Finalmente llegamos a Los engañados, la comedia de Lope de Rueda más compleja,
según Alfredo Hermenegildo, desde el punto de vista de sus relaciones sociales
(“Introducción”: 42). Esto último es también argumento para una datación tardía, ya
que se necesitan por lo menos 7 actores para interpretar a los 14 personajes a lo largo
de las 10 escenas; es decir, toda una compañía teatral que Rueda dirigía poco antes de
1560 (Alonso Cortés, Un pleito de Lope de Rueda).
Las fuentes italianas permiten su vínculo con la comedia humanística y la filosofía
moral. La novela 36 de Mateo Bandello (1554) y la comedia Gl’Ingannati (1531),
presentan el mismo argumento. Othón Arróniz ha detallado las diferencias entre el
modelo y su variante (La influencia italiana en el nacimiento de la comedia española:
73-89). Destacan la extensión de la obra, la eliminación de cortes temporales entre
actos y, sobre todo, la incorporación del estrato social más bajo como protagonistas en
los pasos y antagonistas en la comedia, lo que permite desviar el asunto hacia
principios de comportamiento moral; “la comicidad de los defectos corporales y
anímicos se convierte en comicidad de los defectos morales” (Canet Vallés,
“Introducción biográfica y crítica”: 65).
El interés aquí no está en el análisis detallado de la obra, sino en la insistencia
sobre la cuestión moral y el pensamiento casuístico, descrito anteriormente en cinco
pasos: clasificación de los eventos que activan el enredo, o sea, la ocasión;
10 La descripción de Ocasión (sandalias aladas, de pies sobre una rueda, mechón sobre la cara y nuca calva)
coincide con el emblema homónimo de Alciato editado por M. Montejo (Emblemas: 68).
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presunciones generales antepuestas a circunstancias particulares; exploración de
distintas salidas y posibles consecuencias; juicio y opinión de alguna autoridad; y,
veredicto que condena y restituye el orden.
La acción de Los engañados, como se lee en el argumento, sucede 12 años
después del saco de Roma alrededor de 1540 en “Modena, la cual ciudad representa
este teatro” (Rueda: 3v). La referencia histórica desencadena la trama, ya que
Verginio, gentilhombre, extravió en el saqueo bienes, hacienda y a uno de sus dos
hijos nacidos del mismo parto. Pierde a Fabricio y le sobrevive Lelia; su total parecido
y la reaparición de Fabricio son el motor de los engaños. Lelia ama a Lauro, pero
Verginio “[…] por hazer cierto camino a Roma, a su hija en un monesterio deposita”;
cuando regresa, su viejo amigo Gerardo le ofrece dinero y pide a Lelia por mujer y
Verginio accede. Mientras tanto, Lelia se entera que su amado Lauro pretende a
Clavela, hija de Gerardo. Entonces, Lelia determina escaparse en hábitos de hombre y
«llamándose Fabio, con su amante por paje se deposita» (3v) y de aquí se disparan
más enredos. Nótese la equivalencia espacial y de vestido del verbo “depositar”.
La ocasión se construye a partir de un hecho político-militar que deja a una
familia acomodada a merced de una oferta; en este caso, la del viejo amoroso.11 El
mismo Verginio declara a Marcelo: “ya veys en quanto estremo van hoy dia las cosas
del mūdo, y este negocio vieneme a mi muy a cuenta” (6r). Marcelo, ayo de Lelia y
personaje portador de autoridad y de presunciones, recomienda: “Bien esta señor,
pero yo mas querria un rato de contentamiento, que quātos thesoros hay en el mundo”
(6v). Marcelo encuentra a Lelia en la calle y la interroga: “Ques aqsto?… que habito es
esse?... es este el monesterio… de que enmudeces?”. Lelia cavila y responde: “no os
debeys de marauillar verme en el habito que me veys, que sabida por vos la occasiō,
biē cierta estoy que no seré culpante de mi atreuimiento” (7r). A este momento de
reflexión no lo sigue un ensayo de posibles soluciones, sino un plan bien diseñado que
11 La Summa del jesuita Toledo, escrita hacia 1565, se preocupa por la conducta social de los cristianos en
un mundo institucional. A diferencia de los manuales de confesión, enfocados a fallas personales, el texto trata sobre pecados en relación con sistemas administrativos (préstamos, contratos, testimonios en la corte,
etc.). Véase el capítulo de J. Keenan, “The Birth of Jesuit Casuistry: Summa Casuum conscientiae sive de instructione sacerdotum, libri septem, by Francisco de Toledo”, The Mercurian Proyect, Ed. T. McCoog,
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Lelia efectuará, no sin contratiempos, hasta el fin y consecuente resolución de la
comedia.
A este truque de identidad lo antecede otro caso de travestismo. En la “Scena
primera” el simple Pajares porta “Las basquinas de la señora Lelia” y explica: “Estáse
lauando mi sayo”; él relata lo acontecido en la posada: en la entrada de la escalera en
un sótano, “embarreme a noche… cay, hablando con reuerencia, y casi medio de boca”
(5r), por lo que quedó “encerado”, lleno de heces. La risa se multiplica desde los
testigos de su pasado accidente, “que me dezian que parescia calabaça en cōserva”
(5v), hasta sus interlocutores en escena, Verginio y Marcelo, que lo llaman don asno y
aseguran que es afortunado por venir, en sí mismo, acompañando a una dama; y,
finalmente, hacia el público que dispone de todo el material y convierte a la risa en
veredicto, ya que la ridiculización del simple descalifica la particular ocasión en la que
el simple cambió de vestido.
En conclusión, si la casuística resistió los embates reformistas se debe a la
necesidad de un proceder dirigido a la incertidumbre en un ambiente de opuestos
equiparables (leyes, obligaciones o compromisos, latitudes o lealtades). La pesquisa de
nuevos modelos afrontó la variedad de posibles ecosistemas sociales y contextos
culturales en donde estos deben actuar. Los escenarios del teatro popular y de colegio
construyen espacios de ficción en donde los personajes, a prueba y error, exploran
esos mundos posibles. Las normas cristianas de comportamiento sirven como punto de
referencia para calibrar actitudes o respuestas probables a través de ocasiones
concretas. La solución de la casuística multiplica instancias dramáticas con las que el
espectador gana recursos mentales para evaluar la aleatoriedad del caso y responder
adecuadamente a su incertidumbre. Como instrumento de poder, la casuística absorbe
mentalidades y estados morales que se encuentran al margen y quedan incluidos
dentro de patrones cristianos, aunque estos sean negativos o ridículos. El ministerio de
la educación jesuita promovía dichos estándares a través de la síntesis de lo absoluto
divino y del libre albedrío. La interacción del colegio con su entorno se dio por medio
del teatro escolar que entre propaganda y espectáculo se centraba en cuestiones
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morales. La participación de un público atento aseguró que el modelo moral fuera
producto del consentimiento.
Mientras que el modelo italiano desarrolla la trama principal según las
convenciones sociales de los señores; la comedia española dispone de otra peripecia.
El juego de identidades depende de la ocasión que valida o no el atrevimiento de los
personajes. La probabilidad de que el paje de Los engañados porte el atuendo de dama
se concreta en la caída de Pajares en la letrina. Lelia, por su parte, expone el caso ante
su ayo y así, explora y asume el cambio de identidad que dará solución a la comedia
de Lope de Rueda. La cuestión moral es preocupación constante en la sociedad de
mediados del XVI y aparece en diferentes registros tanto dramático-espectaculares,
como de índole jurídico-social. Así lo plasma el mismo comediógrafo sevillano quien
pide a esposa y amigo, como última voluntad, que se cumpla “todo lo contenido en
este mi testamento y en esta parte les encargo sus conciencias” (Ramírez, “Lope de
Rueda y su testamento”: 11).
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