Fidel Egas y la tarjeta diners

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SoHo 41 lices, trabajábamos mucho y estába- mos terminando nuestra casa. Pero cuando tenía ocho meses de embara- zo, volvieron las visitas. Lo recuerdo muy bien, fue un domingo en la ma- ñana, buscaban a mi esposo para que pagara el dinero que les debíamos. Él no estaba, pero cuando volvió le conté lo ocurrido. Mi esposo se molestó y fue a presentarse junto con mi cuñado a la base, para arreglar el pago. Pensá- bamos vender algo de nuestra tierra. Le pedí que no se presentara, pero no me hizo caso. Bajé al pueblo en el carro de mi suegro. Escuchamos que había dos muchachos muertos arriba. Mi cora- zón me decía que era él. Lo habían arrodillado delante de todo el pueblo y lo mataron. Dijeron que era un ejem- plo para que se viera que con ellos no se jugaba. Cuando llegué, Pablo sólo movía una pierna, le pegaron dos dis- paros en la cabeza. Lo cogí en mis bra- zos, ya estaba muerto. Estuve en la morgue con él hasta pasada la noche. Mi Pilar tiene ahora dos años y medio. Yo no quería que nacie- ra, quería morirme con todo y niña adentro. Apenas nació, vine con ella a Quito. Me recibió una señora, y ya voy a completar tres años trabajando en su casa. Vivo con una familia que vale oro. Quito es tranquilo, como la mor- gue... es silencioso, no hay ruido. Cuando estuve con Pablo en la mor- gue, el silencio era tan grande que nos envolvía como una sábana. No quería salir de ahí. Y no quiero salir de aquí. Hay días en que no aguanto... de re- cordar quiero matarme... pero miro a Pilar y eso me hace salir adelante. No puedo borrar nada de lo que he visto, es una herida difícil de sanar. No quería vivir sin Pablo, y de alguna manera siento que él no me ha dejado. Pilar se le parece tanto... Re- cuerdo que yo no quería verla cuando nació. La vi a los tres días, y encontré a Pablo en su cara. Se parece en todo a su padre, es como él, es mi vida. A mis 25 años, sueño con darle lo mejor a Pilar. Los sueños cambian tanto como la vida. Ahora que miro atrás, me pregunto por qué no escapamos antes... mis hermanos estarían ahora conmigo. Viviría en cualquier hueco con Pablo. Pero uno no se puede arrepentir por lo que no se hizo, todo pasó. Perdí mi tarjeta Diners momentos difíciles POR FIDEL EGAS –¡M&%$mm&%MM, otra vez perdí la tarjeta… ¿Dónde diablos estuve anoche? A ver, a ver, la charla estuvo anima- da en el Rincón de Francia, a donde fui a comer con el Wilson y el Mi- guel, pero aquí tengo el voucher, si se hubiera quedado allí ya me habrían llamado, o sea que en el restaurante no fue. Luego estuve donde el Juan Paredes, pero allá estaba tan repleto que decidimos buscar otro lugar donde proseguir la charla, pero ter- minamos aquí. No sé dónde diablos la puse. Entonces decidí llamarle a la Patsy, mi secretaria de siempre, para que reporte la pérdida, pero ella había tenido una pequeña emergencia fa- miliar y no había ido a la oficina. Co- sa rara, porque es tan eficiente que nunca tiene emergencias familiares, faltaba más. Pero ese día sí tuvo. Así que por primera vez en muchos años, decidí que lo mejor era repor- tar perdida la tarjeta Diners para que no fuera a ocurrir nada grave. De manera que tomé el teléfono, pero me di cuenta de que no sabía el número, así que lo busqué en la guía y llamé… La primera erizada de pelos (que no tengo) ocurrió al terminar de marcar, sonar el ring- ring correspondiente y escuchar la voz metálica e impersonal de una grabadora: – Bienvenido a Diners Club del Ecuador. Si usted conoce el número de la extensión (‘¿cómo voy a saber?, nunca llamo…’) digite 1; si desea co- municarse con establecimientos (‘claro que no…, ¿para qué quiero es- tablecimientos?’), digite 2; si desea comunicarse con Cobranzas (‘por supuesto que no, no voy a pagar’), digite 3; si necesita una ampliación del cupo (‘eso tampoco quiero’), di- gite 4. O espere que una operadora lo atenderá. ‘Lo atenderá’ es una promesa más o menos virtual, nada parecida a la realidad. Al vigésimo quinto tim- brazo y la cuarta erizada de pelos, una voz femenina y fría anunció: – Diners Club, ¿en qué le puedo ser- vir? -Señorita, perdí mi tarjeta y quiero reportar, soy Fid… -Lo comunico, no cuelgue. ‘Lo comunico’ es también otra pro- mesa de no muy exacto cumpli- miento. Tras otros veinte timbrazos (los pelos, ya saben…), otra voz fe- menina idéntica pero más fría aulló por la bocina: -Financiero, a la orden. -Señorita, quiero reportar la pérdida de mi tarjeta, soy Fid… -No es aquí señor, lo comunicaron mal, le paso al conmutador. -Señorita, soy … Nada qué hacer. La llamada regresó al conmutador, donde la primera se- ñorita (‘esta me va a oír, ¿cómo me comunica mal?’) vuelve a dejar es- cuchar su gélida voz, no sin que an- tes le hubiera dicho a alguien a su la- do, con voz casi de melcocha. ‘No se- rás malita, ve, saludárasle en mi nombre, dile que no sea ingrato, que me llame’, luego de lo cual: –Aló, Diners Club… –Vea señorita, me comunicó mal, soy Fid… –¿A dónde quiere hablar? –…el Egas y necesito reportar mi tarjeta perdida… –¿Quién? No le escucho bien… Es- pere un momento, no corte. Sssssssssssssssssilencio en la boci- na. Tres minutos más tarde, la voz vuel- ve a sonar: –Sí, dígame. –Señorita (‘a esta la despido ya mis- mo si me vuelve a pasar mal’), quie- ro reportar mi tarjeta perdida, soy Fid… -¿Y por qué no lo dijo antes? Ya le pongo… Bueno, fueron otros veinte timbra- zos, dos señoritas más que no en- tendían por qué yo estaba tan bravo. Pero después de semejante vía cru- cis telefónico, decidí que la tarjeta bien podía quedarse perdida por un día. -Mañana que Patsy arregle esta vai- na. Y si tengo que salir a comer, pa- go con VISA.

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lices, trabajábamos mucho y estába-mos terminando nuestra casa. Perocuando tenía ocho meses de embara-zo, volvieron las visitas. Lo recuerdomuy bien, fue un domingo en la ma-ñana, buscaban a mi esposo para quepagara el dinero que les debíamos. Élno estaba, pero cuando volvió le contélo ocurrido. Mi esposo se molestó yfue a presentarse junto con mi cuñadoa la base, para arreglar el pago. Pensá-bamos vender algo de nuestra tierra.Le pedí que no se presentara, pero nome hizo caso.

Bajé al pueblo en el carro demi suegro. Escuchamos que había dosmuchachos muertos arriba. Mi cora-zón me decía que era él. Lo habíanarrodillado delante de todo el pueblo ylo mataron. Dijeron que era un ejem-plo para que se viera que con ellos nose jugaba. Cuando llegué, Pablo sólomovía una pierna, le pegaron dos dis-paros en la cabeza. Lo cogí en mis bra-zos, ya estaba muerto. Estuve en lamorgue con él hasta pasada la noche.

Mi Pilar tiene ahora dosaños y medio. Yo no quería que nacie-ra, quería morirme con todo y niñaadentro. Apenas nació, vine con ella aQuito. Me recibió una señora, y ya voya completar tres años trabajando ensu casa. Vivo con una familia que valeoro. Quito es tranquilo, como la mor-gue... es silencioso, no hay ruido.Cuando estuve con Pablo en la mor-gue, el silencio era tan grande que nosenvolvía como una sábana. No queríasalir de ahí. Y no quiero salir de aquí.Hay días en que no aguanto... de re-cordar quiero matarme... pero miro aPilar y eso me hace salir adelante.

No puedo borrar nada de loque he visto, es una herida difícil desanar. No quería vivir sin Pablo, y dealguna manera siento que él no me hadejado. Pilar se le parece tanto... Re-cuerdo que yo no quería verla cuandonació. La vi a los tres días, y encontréa Pablo en su cara. Se parece en todo asu padre, es como él, es mi vida.

A mis 25 años, sueño condarle lo mejor a Pilar. Los sueñoscambian tanto como la vida. Ahoraque miro atrás, me pregunto por quéno escapamos antes... mis hermanosestarían ahora conmigo. Viviría encualquier hueco con Pablo. Pero unono se puede arrepentir por lo que nose hizo, todo pasó.

Perdí mitarjeta Diners

momentos difíciles

POR FIDEL EGAS

–¡M&%$mm&%MM,

otra vez perdí la tarjeta… ¿Dóndediablos estuve anoche? A ver, a ver, la charla estuvo anima-da en el Rincón de Francia, a dondefui a comer con el Wilson y el Mi-guel, pero aquí tengo el voucher, si sehubiera quedado allí ya me habríanllamado, o sea que en el restauranteno fue. Luego estuve donde el JuanParedes, pero allá estaba tan repletoque decidimos buscar otro lugardonde proseguir la charla, pero ter-minamos aquí. No sé dónde diablosla puse.Entonces decidí llamarle a la Patsy,mi secretaria de siempre, para quereporte la pérdida, pero ella habíatenido una pequeña emergencia fa-miliar y no había ido a la oficina. Co-sa rara, porque es tan eficiente quenunca tiene emergencias familiares,faltaba más. Pero ese día sí tuvo. Asíque por primera vez en muchosaños, decidí que lo mejor era repor-tar perdida la tarjeta Diners paraque no fuera a ocurrir nada grave. De manera que tomé el teléfono,pero me di cuenta de que no sabíael número, así que lo busqué en laguía y llamé… La primera erizadade pelos (que no tengo) ocurrió alterminar de marcar, sonar el ring-ring correspondiente y escuchar lavoz metálica e impersonal de unagrabadora:– Bienvenido a Diners Club delEcuador. Si usted conoce el númerode la extensión (‘¿cómo voy a saber?,nunca llamo…’) digite 1; si desea co-municarse con establecimientos(‘claro que no…, ¿para qué quiero es-tablecimientos?’), digite 2; si deseacomunicarse con Cobranzas (‘porsupuesto que no, no voy a pagar’),digite 3; si necesita una ampliacióndel cupo (‘eso tampoco quiero’), di-gite 4. O espere que una operadoralo atenderá.‘Lo atenderá’ es una promesa más omenos virtual, nada parecida a larealidad. Al vigésimo quinto tim-

brazo y la cuarta erizada de pelos,una voz femenina y fría anunció: – Diners Club, ¿en qué le puedo ser-vir?-Señorita, perdí mi tarjeta y quieroreportar, soy Fid… -Lo comunico, no cuelgue.‘Lo comunico’ es también otra pro-mesa de no muy exacto cumpli-miento. Tras otros veinte timbrazos(los pelos, ya saben…), otra voz fe-menina idéntica pero más fría aullópor la bocina:-Financiero, a la orden.-Señorita, quiero reportar la pérdidade mi tarjeta, soy Fid…-No es aquí señor, lo comunicaronmal, le paso al conmutador.-Señorita, soy …Nada qué hacer. La llamada regresóal conmutador, donde la primera se-ñorita (‘esta me va a oír, ¿cómo mecomunica mal?’) vuelve a dejar es-cuchar su gélida voz, no sin que an-tes le hubiera dicho a alguien a su la-do, con voz casi de melcocha. ‘No se-rás malita, ve, saludárasle en minombre, dile que no sea ingrato, queme llame’, luego de lo cual:–Aló, Diners Club…–Vea señorita, me comunicó mal,soy Fid…–¿A dónde quiere hablar?–…el Egas y necesito reportar mitarjeta perdida… –¿Quién? No le escucho bien… Es-pere un momento, no corte.Sssssssssssssssssilencio en la boci-na.Tres minutos más tarde, la voz vuel-ve a sonar:–Sí, dígame.–Señorita (‘a esta la despido ya mis-mo si me vuelve a pasar mal’), quie-ro reportar mi tarjeta perdida, soyFid… -¿Y por qué no lo dijo antes? Ya lepongo… Bueno, fueron otros veinte timbra-zos, dos señoritas más que no en-tendían por qué yo estaba tan bravo.Pero después de semejante vía cru-cis telefónico, decidí que la tarjetabien podía quedarse perdida por undía.-Mañana que Patsy arregle esta vai-na. Y si tengo que salir a comer, pa-go con VISA.