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Fernando J. Remedi Doctor en Historia por la Universidad Católica de Córdoba. Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la Argentina. Director del Centro de Estudios Históricos Prof. Carlos S. A. Segreti y de su Anuario. Su campo de investigación es la historia social y su proyecto actual es “El mundo de los pobres en el marco del crecimiento y la modernización (Córdoba, 1870-1930)”. Entre sus libros de autor se destaca Dime qué comes y cómo lo comes y te diré quién eres. Una historia social del consumo alimentario en la modernización argentina. Córdoba, 1870- 1930; y con Teresita Rodríguez Morales, Los grupos sociales en la modernización latinoamericana de entre siglos. Actores, escenarios y representaciones (Argentina, Chile y México, ss. XIX-XX), en prensa. Resumen El trabajo examina el servicio doméstico en la ciudad de Córdoba, un espacio del interior de la Argentina, entre fines del siglo XIX e inicios del XX, en el marco de grandes procesos como una sostenida expansión económica, una veloz urbanización y una extendida modernización. El estudio combina una aproximación macroa- nalítica (a través de censos de población) con otra microanalítica, focalizada en un acerca- miento a las experiencias de las trabajadoras del servicio doméstico (con fuentes policiales y judi- ciales). Fundamentalmente, se sostiene que en el periodo se produjo una creciente mercantili- zación del servicio doméstico, el deslizamiento desde relaciones marcadas por el paternalismo hacia otras más contractuales y de negociación. Fecha de recepción: enero de 2011 Fecha de aceptación: agosto de 2011 Palabras clave: Servicio doméstico; trabajadoras; pobres; modernización; mercado de trabajo.

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Fernando J. Remedi

Doctor en Historia por la Universidad Católica de Córdoba. Investigador del Consejo Nacional deInvestigaciones Científicas y Técnicas de la Argentina. Director del Centro de Estudios HistóricosProf. Carlos S. A. Segreti y de su Anuario. Su campo de investigación es la historia social y suproyecto actual es “El mundo de los pobres en el marco del crecimiento y la modernización(Córdoba, 1870-1930)”. Entre sus libros de autor se destaca Dime qué comes y cómo lo comes y te diréquién eres. Una historia social del consumo alimentario en la modernización argentina. Córdoba, 1870-1930; y con Teresita Rodríguez Morales, Los grupos sociales en la modernización latinoamericana deentre siglos. Actores, escenarios y representaciones (Argentina, Chile y México, ss. XIX-XX), en prensa.

Resumen

El trabajo examina el servicio doméstico en laciudad de Córdoba, un espacio del interior de la Argentina, entre fines del siglo XIX e iniciosdel XX, en el marco de grandes procesos comouna sostenida expansión económica, una velozurbanización y una extendida modernización.El estudio combina una aproximación macroa-nalítica (a través de censos de población) con

otra microanalítica, focalizada en un acerca-miento a las experiencias de las trabajadoras delservicio doméstico (con fuentes policiales y judi-ciales). Fundamentalmente, se sostiene que enel periodo se produjo una creciente mercantili-zación del servicio doméstico, el deslizamientodesde relaciones marcadas por el paternalismohacia otras más contractuales y de negociación.

Fecha de recepción:enero de 2011

Fecha de aceptación:agosto de 2011

Palabras clave:Servicio doméstico; trabajadoras; pobres; modernización; mercado de trabajo.

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PhD in History from the Catholic University of Córdoba. Researcher affiliated to the NationalCouncil of Scientific and Technical Research of Argentina. Director of the Prof. Carlos S.A. SegretiCenter for Historical Studies and its Anuario. His field of research is social history and his cur-rent project is “The World of the Poor within the Framework of Growth and Modernization(Córdoba, 1870-1850)”. He has authored Dime qué comes y cómo lo comes y te diré quién eres. Una his-toria social del consumo alimentario en la modernización argentina. Córdoba, 1870-1930; and, togetherwith Teresita Rodríguez Morales, co-authored Los grupos sociales en la modernización latinoamericanade entre siglos Actores, escenarios y representaciones (Argentina, Chile y México, ss. XIX-XX), in press.

Abstract

This paper examines domestic service in thecity of Córdoba, a city in Argentina, betweenthe late 19th and early 20th century within theframework of major processes as a sustainedeconomic expansion, swift urbanization andwidespread modernization. The study combinesa macroanalytical approach (through popula-tion censuses) with a microanalytical approach,

focusing on the analysis of the experience offemale domestic workers (using police and judi-cial sources). It holds that the period saw thegrowing commercialization of domestic ser-vice, and a shift from relations marked by pater-nalism to other more contractual ones, basedon negotiation.

Final submission:January 2011

Acceptance:August 2011

Key words: Domestic service; female workers; the poor; modernization; labor market.

“This General Breakdown of Hired Help.”Female Domestic Workers in Argentinean

Modernization. Córdoba, 1869-1906

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Secuencia [43] núm. 84, septiembre-diciembre 2012

“Esta descompostura general de la servidumbre.” Las trabajadoras del serviciodoméstico en la modernización argentina.

Córdoba, 1869-1906

Fernando J. Remedi

Gran parte del siglo XIX fue para laArgentina un periodo marcadopor la militarización y los cons-

tantes conflictos bélicos, con sus secuelasen la economía, la escasez monetaria cró-nica, la ruralización de la vida social y unaespecialización en la ganadería para expor-tación. Hacia el decenio de 1850 comenzóa perfilarse una nueva etapa en la vida eco-nómica caracterizada por la coexistenciade estructuras agrarias tradicionales (pro-ducción pecuaria de algunos espacios dellitoral y economías diversificadas y semi-autárquicas del interior) con la apariciónde elementos dinamizantes (desarrollocapitalista de estancias de la pampa bona-erense, boom lanero, inicios de la agricul-tura cerealera en Santa Fe). Desde ladécada de 1880, estos elementos dina-mizantes hicieron posible una respuestaelástica de la producción a la creciente de-manda de productos primarios de los paí-ses centrales. Esta coyuntura internacio-nal favorable, sobre el trasfondo del fin delas guerras civiles y la estabilización polí-tica e institucional, desató desde el últimotercio del siglo XIX un crecimiento eco-nómico de características duraderas e inu-sitadas. El modelo dominante fue el pri-mario exportador, basado en el constantedesplazamiento de la frontera agrícola, la

llegada masiva de inmigrantes extranje-ros y el ingreso de grandes volúmenes decapitales foráneos que se canalizaron enporción significativa hacia la infraestruc-tura de transportes, comunicaciones yobras públicas. En la provincia de Córdo-ba, en el centro geográfico de la Argen-tina, el crecimiento agropecuario de suespacio pampeano desde la década de1880 fue incesante, produciéndose una“revolución agraria”.1 El sector agrope-cuario se convirtió en el motor del vigo-roso y sostenido crecimiento económicode Córdoba entre fines del siglo XIX y1930.

La expansión económica fue acompa-ñada por un notable incremento demo-gráfico y un rápido y sostenido proceso deurbanización que afectó a las principalesciudades de Argentina y se extendió, conritmos y escalas diferenciadas, hacia elinterior de aquellas provincias que –direc-ta o indirectamente– se beneficiaron del

1 Un par de indicadores bastan para mostrar lasmagnitudes de la transformación provincial: el áreacerealera creció de 234 395 ha en 1888 a 3 983 655en 1929-1930, el stock ganadero pasó de 1 897 985cabezas en 1877 a 6 476 603 en 1930, y el índice desu mestización de 17 a 70%. Véase Moreyra, Produc-ción, 1992, p. 5.

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2 Zimmermann, “Sociedad”, 2000, pp. 133, 140.

modelo primario exportador. El contin-gente demográfico argentino pasó, ennúmeros redondos, de 1 800 000 habitan-tes en 1869 a más de 7 800 000 en 1914,consecuencia del crecimiento vegetativoy, sobre todo, del arribo de extranjeros,cuya participación en la población totalpasó de 11.5 a 30.3% entre esos años. Lanotable expansión demográfica fue unestímulo decisivo del gran crecimiento ur-bano: Buenos Aires pasó de unos 187 000habitantes en 1869 a casi 664 000 en1895 y poco más de un millón y medio en1914; Rosario creció de unos 23 000 habi-tantes a casi 92 000 y luego orilló los222 000 en el mismo lapso; Córdoba pasóde unos 34 000 habitantes a unos 55 000y 130 000 entre esos años.

Como consecuencia de las transforma-ciones señaladas, en los espacios del paísmás afectados por ellas comenzó a emer-ger una estructura social dinámica, másdiferenciada y de mayor complejidad quela tradicional propia del siglo XIX, carac-terizada –no sólo en Argentina sino enLatinoamérica– por una división bipolarentre la gente decente y la gente del pueblo.2En este contexto, marcado por el creci-miento económico y la movilidad socialpor él estimulada, con una estructura so-cial en proceso de reconfiguración, se plan-teó la cuestión referida a la posición decada uno dentro del espacio social.

En este marco se ubica el presente tra-bajo, que es sólo un paso en una línea deindagación de largo plazo dedicada al estu-dio de los grupos y las identidades socia-les en Córdoba en el periodo aludido yque en lo inmediato se concentra en elmundo de los pobres. Se intenta recons-truir el impacto que las grandes transfor-

maciones de la época tuvieron en los de abajo y cómo ellos actuaron en ese contexto, prestando especial atención alproceso complejo e intenso de moderniza-ción, a la veloz y significativa urbaniza-ción, a la creciente institucionalizaciónestatal y al sostenido crecimiento econó-mico, el incipiente desarrollo industrial yla expansión de los servicios.

En la Córdoba de la época, la pobrezaera una realidad vivida por parte signi-ficativa de la población, compuesta porpauperizados –equiparables a los hoydenominados pobres estructurales– y, sobretodo, por pauperizables, aquellos quesoportaban la amenaza casi permanen-te de la pobreza por su vulnerabilidadfrente a las distintas coyunturas económi-cas debido a su dependencia del trabajopersonal.

La noción de pobreza es relativa, porlo cual es difícil atribuirle a la categoríapobre un contenido social estable y pre-ciso.3 Se puede decir que pobre es quienha caído en la pobreza, una situación ca-racterizada –siguiendo a Pedro CarasaSoto– “por una predisposición de debili-dad, de incapacidad, de privación y deausencia de todo medio personal pararemediarlas”.4 En este marco, se consideraútil y válido el concepto de pobreza pro-puesto por Silvia Mallo, que comprendeno sólo la carencia de lo necesario parasobrevivir y la “dificultad para manteneruna mínima subsistencia con deteriorovisible de las condiciones de vida” sinoque también abarca “el concepto de in-certidumbre social [...] oportunidades económicas limitadas, desempleo ysubempleo, ocupación temporaria, a jor-

3 Carasa, Pauperismo, 1987, p. 67.4 Ibid.

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6 Moreno, Éramos, 2009, pp. 18, 132.7 Las autoridades municipales en 1892 promovie-

ron un “registro de pobres de solemnidad” para esta-blecer qué personas tendrían derecho a asistenciamédica gratuita. La comisión encargada de confec-cionar el registro debía tener presente, al considerara los aspirantes, “su indigencia, su profesión, su posi-ción en la respectiva familia y su actitud [sic] para eltrabajo.” La República, 22 de enero de 1892, p. 1.

8 Mallo, “Pobreza”, 1989, p. 23.

nal, empleo ocasional, trabajo de mujeresy niños”.5 Esta definición es particular-mente atractiva por su amplitud –que per-mite contemplar situaciones heterogéneaspero atravesadas por el denominador co-mún de la inestabilidad y la precariedad–y por tomar en cuenta una variable quese estima esencial que es la incertidum-bre económica y social que, en la Córdobade entre siglos, afectaba con especial inten-sidad a aquellos vastos sectores que depen-dían inmediatamente de su trabajo parasu reproducción, debido a su carencia depropiedades o rentas. Una nota distintivade la Córdoba de entre siglos –tambiénde otras ciudades argentinas del periodo–era un sostenido crecimiento económicocombinado con un mercado de trabajocaracterizado por una notoria inestabili-dad y precariedad laborales y gran movi-lidad de parte significativa de los traba-jadores. Una consecuencia de esto era laalternancia de periodos de ocupación conotros de desempleo, donde ese sector dela población debía desplegar diversas estra-tegias para sobrevivir, entre ellas, el tra-bajo ocasional como vendedor ambulante,pequeños robos y hurtos, la apelación aredes solidarias, la caridad, la beneficenciay las prácticas asistencialistas del Estado yla Iglesia.

Dentro de la heterogeneidad de situa-ciones comprendidas por la definiciónantes formulada, se distinguían algunascategorías sociales, que remitían a dife-rentes itinerarios que habían conducido ala pobreza. Algunas de esas categoríastenían contornos más nítidos y constituíanpersistencias arraigadas incluso desde lostiempos coloniales, como ocurría con los“pobres de solemnidad” y los “pobres ver-

gonzantes”. Los primeros eran aquellosreconocidos públicamente como pobres yque, como tales, eran destinatarios poten-ciales de las actividades asistencialistas delEstado y la Iglesia, las prácticas caritativasy las iniciativas benéficas. Siguiendo a JoséLuis Moreno, en la época colonial los“pobres de solemnidad” eran considera-dos así porque su pobreza era pública, evi-dente y el individuo insolvente, por locual reunían los requisitos indispensablespara recibir limosnas o ayudas. Más alláde los cambios sociales producidos,Moreno subraya la persistencia de esa cate-goría colonial para la Argentina de finesdel siglo XIX e inicios del XX, perceptibleen la creación del “registro de pobres desolemnidad” en muchas ciudades del país,el cual habilitaba a los inscritos en él paraacceder a ciertos servicios asistencialesmunicipales,6 lo cual es válido tambiénpara Córdoba.7 Los “pobres vergonzantes”eran aquellos que, como señala Mallo parael virreinato del Río de la Plata a fines delsiglo XVIII, estaban en una situación de“pobreza decente”, se sentían obligados apermanecer en ella porque por razones deprestigio social estaban impedidos de tra-bajar.8 En la Córdoba de fines del sigloXIX e inicios del XX, esa categoría dife-renciada de pobres persistía, compren-diendo a un conjunto de individuos que

5 Mallo, “Pobreza”, 1989, pp. 18-19.

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por distintas circunstancias habían per-dido su posición acomodada y eran inca-paces de subsistir sin la cooperación mate-rial de terceros.9

La elección de un agrupamiento parti-cular para la indagación de la sociedadcordobesa del periodo obedece a que se considera, en sintonía con los planteosrecientes de la historia social, que el espa-cio social es relacional, que los grupos seconstruyen a partir de relaciones vertica-les y horizontales entre individuos y que,por consiguiente, no existe una zona decorte predeterminada por donde aden-trarse en el estudio de la sociedad. Losgrupos sociales son el resultado contin-gente de un proceso activo y complejo deconstrucción, donde interactúan variablessociales, culturales, políticas, económicas,organizativas, entre otras; por eso, los gru-pos sociales, entendidos como actorescolectivos, en el mejor de los casos son elpunto de llegada de la indagación, no el de inicio. Este último está constitui-do por un agrupamiento social o grupoentendido como categoría analítica, unsegmento social que a priori se estima per-tinente porque se conjetura que quieneslo componen comparten algunas propie-dades características, ocupan ciertas posi-ciones en el espacio social y mantienenvínculos entre sí. Como señala François-X.Guerra, es inevitable partir de cierto con-

junto humano, aunque su carácter sea denaturaleza diversa (una definición jurí-dico-étnica, un espacio físico o social, unacorporación, los miembros de una institu-ción, un estamento, individuos que com-parten actividades profesionales, etc.).10En la indagación de los grupos sociales esválido partir de una categoría socioprofe-sional, siempre que se la impregne luegode las relaciones sociales que, en últimainstancia, contribuyen a la emergencia delos grupos como actores colectivos.11

En el marco de estas consideraciones,se aborda el estudio de los trabajadoresdel servicio doméstico de la ciudad deCórdoba, un conjunto donde había unanotable supremacía numérica de mujeres.Hasta hace poco tiempo, la atención delos historiadores sociales interesados en laArgentina en tránsito de modernizaciónde fines del siglo XIX y primeras déca-das del XX se concentró primero en losobreros y luego en los trabajadores y los sectores populares, mientras que lasmujeres comenzaron a emerger como suje-tos de la historia recién desde fines de ladécada de 1980 e inicios de la siguiente,tendencia que se consolidó claramente conposterioridad.12 Este interés por los(as)trabajadores(as) se dirigió de modo casiexcluyente hacia las actividades produc-tivas más íntimamente ligadas a la moder-nización en marcha, como la industria yalgunos servicios –el transporte, las comu-nicaciones, el comercio–, a la vez que sedescuidaron de manera notoria otros sec-tores, entre ellos el del servicio doméstico,

9 Las damas de la Sociedad del Hogar-AyudaSocial socorrían a lo que definían como “los hogaresó familias de nuestra sociedad distinguida cuya situa-cion económica no les permite, por sí mismas, allegarlos recursos indispensables para su sostenimiento”.Las damas estimaban esa situación como “la peor delas pobrezas”. Documentos, 1923, t. I, f. 458, enArchivo Histórico de la Municipalidad de Córdoba(en adelante AHMC).

10 Guerra, “Análisis”, 2000, p. 121.11 Cerutti, “Processus”, 1996, p. 170.12 Un análisis de la producción de historia social

argentina de las últimas décadas en Remedi, “Gru-pos”, 2009, pp. 35-91.

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que aún era una muy significativa fuentede empleo.13

La elección de los trabajadores del ser-vicio doméstico obedece a su significacióncuantitativa en la sociedad cordobesa deentre siglos y a nuestro interés particularpor el mundo de los pobres, ya que esesector socioocupacional se caracterizó his-tóricamente porque sus integrantes eranpobres, en su mayoría mujeres y a menudomenores de edad e inmigrantes. Para laCórdoba de entre siglos, el servicio domés-tico ha sido examinado, con cierto deteni-miento, sólo en dos pequeños trabajos,derivaciones de indagaciones sobre otraproblemática. Uno de ellos surge del inte-rés por el infanticidio y sólo se tomaronen cuenta casos judiciales por este delito,entre 1850 y mediados de la década de1880.14 La otra investigación aborda laconformación de un mercado de trabajocapitalista y, como parte del proceso, lapuesta en marcha de una estrategia demoralización de los sectores populares conel objeto de modificar sus hábitos y acti-tudes bárbaras, inculcarles el valor del tra-bajo y adaptarlos a las exigencias de lavida económica de fines del siglo XIX yprimera década del XX.15 Ambos traba-

jos comparten –en diversos grados– undecidido énfasis colocado sobre una econo-mía de coerción de la mano de obra, enel despliegue de mecanismos de disci-plinamiento y control sociales de los tra-bajadores domésticos por parte de suspatrones y, más en general, de los sectoresdirigentes. Ambos trabajos coinciden, conmatices, en una premisa puesta en cues-tión en nuestra indagación que consisteen la consideración de los integrantes deese segmento de los sectores popularescomo sujetos pasivos frente a las coaccio-nes provenientes desde arriba.

Este trabajo es el resultado de la con-sulta de una documentación histórica dis-persa, diversa y de distintas condicionesde producción. Una fuente crucial fueronlos censos de población disponibles, losnacionales de 1869 y 1895 y el municipalde 1906, los cuales además han motivadoel recorte temporal del estudio. Esos rele-vamientos censales son un poco el puntode partida y, más allá de sus limitaciones–habitualmente señaladas–, siguen siendouna vía de acceso fundamental, al menoscomo primera aproximación, a una ca-tegoría socioocupacional. Por dichas li-mitaciones, pero sobre todo porque se pretende avanzar en el estudio de otrasdimensiones, cualitativas, y acercarse a lasexperiencias de trabajo y de vida de quie-nes se desempeñaban en el servicio do-méstico, se recurrió a otras fuentes, comoexpedientes de la justicia del crimen, cró-nicas policiales, notas de opinión, avisosclasificados y algunas solicitadas y cartasde lectores aparecidas en la prensa. Ade-más, este es un ejercicio particularmenteválido y útil debido a que una aplastan-te mayoría de la categoría ocupacionalindagada estaba constituida por mujeres,cuya actividad por lo común ha sido invi-

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13 Un balance sobre la producción historiográ-fica referida a la participación laboral de las mujeresen la ciudad de Buenos Aires entre fines del siglo XIXy primeras décadas del XX destaca los “importantesvacíos” reconocibles en el estudio de las actividadesterciarias y la “falta de análisis interpretativos” delservicio doméstico, las profesiones sanitarias y losempleos administrativos y comerciales, mientras querecibieron cierta atención las tareas docentes y losempleos telefónicos. Véase Queirolo, “Mujeres”, 2006,p. 43.

14 Candia y Tita, “Servicio”, 2002-2003, pp. 307-319.

15 Viel, “Mecanismos”, 2001, pp. 351-365.

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sibilizada por la historiografía dominantehasta hace unas décadas y, también, porel sesgo androcéntrico de las fuentes dis-ponibles y más utilizadas. La combi-nación de datos provenientes de fuentesde diversos orígenes y condiciones de producción resulta entonces un recursoespecialmente fecundo para conjurar lasubestimación e invisibilidad que pare-cen envolver a ciertas ocupaciones feme-ninas en el pasado. Contra lo sostenidohabitualmente por los historiadores deltrabajo sobre la inexistencia de materia-les para escribir una historia de las muje-res, los estudios en este campo y los degénero demostraron –como subraya MirtaLobato– “que el material se encuentra siuno hace las preguntas adecuadas y setiene la paciencia para encontrar docu-mentos dispersos o catalogados con mar-cas androcéntricas”.16

EL SERVICIO DOMÉSTICO COMOCATEGORÍA SOCIOOCUPACIONAL

Los datos cuantitativos agregados del pe-riodo, correspondientes a los censos nacio-nales de población de 1869 y 1895 y alcenso municipal de 1906,17 muestran queen la ciudad de Córdoba los trabajadoresdel servicio doméstico eran un sector muy

significativo, ya que representaban 13%de la población total en 1869 y 1895 y10% en 1906. El descenso de la participa-ción relativa obedece a que la poblacióntotal creció a una tasa mayor que la queafectó a la categoría ocupacional, funda-mentalmente en el lapso 1895-1906. Lacantidad de trabajadores del sector creciómucho y de modo persistente: pasó de4 642 en 1869 a 6 994 en 1895 y 8 979en 1906, lo que evidencia un crecimientode punta a punta de 93%; mientras tanto,la población de la ciudad pasó de 34 458habitantes en 1869 a 54 756 en 1895 y92 776 en 1906, lo que significa una ex-pansión de punta a punta de 169%. Enel primer periodo intercensal (1869-1895)las magnitudes del incremento de la po-blación y de los trabajadores del serviciodoméstico fueron relativamente parejas (59contra 51% respectivamente), mientrasque en el segundo periodo intercensal(1895-1906) se abrió una brecha profundaentre ambas (69 contra 28 por ciento).

Más significativa aún es la participa-ción de los trabajadores del sector en lapoblación de la ciudad mayor de catorceaños, que alcanzó su máximo a inicios delperiodo, 23% en 1869, pasó a 21% en1895 y cayó a 15% en 1906. Esta relati-va pérdida de significación obedeció alcrecimiento de la demanda de trabajado-res en otros sectores más dinámicos de laeconomía vinculados a la expansión agro-exportadora y la rápida e intensa urbani-zación de la ciudad desde fines del dece-nio de 1880. Este proceso fue acompañadopor una tendencia hacia una mayor ter-ciarización del empleo, por la significa-tiva expansión del sector servicios, en elcual se destacaron el comercio, y por la creciente institucionalización estatal, laadministración pública.

16 Lobato, “Trabajo”, 2008, p. 31.17 Por la naturaleza de la indagación, en vez de

recurrir a los datos publicados como resultados de loscensos de 1869 y 1895, se prefirió utilizar las infor-maciones, más desagregadas, de los trabajos de Boi-xadós y Poca, elaboradas sobre la base de las cédulascensales de la ciudad de Córdoba. Boixadós, Población,2005, y Boixadós y Poca, Población, 2005. A falta deun trabajo semejante para 1906, se recurrió a los resul-tados publicados del censo de ese año, Censo, 1910.

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Los datos cuantitativos aportados sonuna aproximación confiable pero imprecisaa la categoría socioocupacional. Los agre-gados censales tienden a ofrecer una ima-gen por defecto de la significación del ser-vicio doméstico, debido a la naturaleza dela actividad en cuestión y al subregistrode menores de ambos sexos por el crite-rio de contabilizar para fines de la clasi-ficación por oficio sólo a los mayores decatorce años. Las instrucciones a los cen-sistas de 1895 prescribían que el datosobre la profesión debía dejarse en blan-co cuando el censado fuera de corta edado se tratara de una mujer que vivía deltrabajo de su esposo o padre. Además,había una significativa inestabilidad en el empleo en el sector y era común que elpersonal de servicio abandonara un tra-bajo y se colocara en otro, a la vez que esmuy probable que muchas mujeres hayandesarrollado tareas de ese tipo de maneratemporal o bien como una actividad se-cundaria a la de “ama de casa”, para redon-dear el ingreso familiar. En estos casos seubicarían, muy probablemente, muchasde aquellas mujeres que en los expedien-tes judiciales consignan como oficio el de“quehaceres domésticos”; en ocasiones, enel mismo expediente aparecen, poco másadelante, como “cocineras” o “mucamas”o alguna ocupación semejante. En el casode los menores, los datos provistos por losexpedientes judiciales, las crónicas poli-ciales y los avisos de empleo de la prensaindican la presencia de jóvenes y niños enel servicio doméstico.18

La relación entre la cantidad de traba-jadores del servicio doméstico existentesen la ciudad y la población dedicada aotras actividades económicas o que nodesarrollaba una tarea por una retribuciónvarió de 6.42 en 1869 a 6.83 en 1895 y9.33 en 1906; es decir, a inicios del pe-riodo había, en promedio, un trabajadordel servicio doméstico cada seis personasdedicadas a otras actividades o sin unaremunerada, y a fines de la etapa ese valorera de nueve. Esto es un indicador adicio-nal del crecimiento diferencial de la pobla-ción y la categoría ocupacional.

La demanda de personal de servicio nose restringía solamente a los sectores aco-modados y pudientes, sino que tambiénfamilias populares y otras decididamentepobres contaban al menos con una sir-vienta. Un expediente judicial muestra aun hombre que contrata a una joven paracuidar a su cónyuge enferma; el jefe defamilia se hallaba sin empleo, había sidopequeño comerciante y luego gendarmede policía, ocupación caracterizada por lainestabilidad laboral y las magras retribu-ciones. La crónica policial sobre el derrum-be del techo de una humilde viviendamuestra la presencia de “una sirvienta depoca edad” trabajando para la familia de escasos recursos que vivía en esa casa.19Los ejemplos podrían multiplicarse.

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18 Un aviso de empleo indicaba: “Se necesita unsirviente de diez á doce años de edad”, El Progreso, 14de noviembre de 1872, p. 3. En los expedientes judi-ciales hay numerosos casos de menores de catorce aquince años en el servicio doméstico; casi todos son

mujeres, de entre diez y trece años, que consignabancomo oficio el de sirvienta, Archivo Histórico de laProvincia de Córdoba (en adelante AHPC), Crimen,Capital, 1876, leg. 370, exp. 6; 1880, leg. 422, exp.6; 1882, leg. 438, exp. 9; 1900, 1a. Nominación (enadelante N), leg. 6, exp. 12; 1904, 1a. N., leg. 4,exp. 9; 2a. N., leg. 4, exp. 8, y 1906, 3a. N., leg. 7,exp. 8.

19 AHPC, Crimen, Capital, 1880, leg. 419, exp. 8;Los Principios, 17 de noviembre de 1896, p. 1.

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El rasgo más evidente de la categoríasocioocupacional examinada es que se tra-taba, de manera abrumadoramente mayo-ritaria, de mujeres: hacia 1906, según elcenso municipal, dentro de ese sector 97%eran mujeres, lo cual justifica que de aquíen más se aluda, genéricamente, a las tra-bajadoras del servicio doméstico. En esosmomentos, entre los varones había quizámayor definición –más especialización–de sus tareas como personal de servicio,porque predominaban los mucamos(43%), seguidos por los cocineros (27%)y los clasificados como “domésticos” asecas (21%); entre las mujeres había ma-yor segmentación pero también, quizá,más indiferenciación de las tareas, ya que23% eran clasificadas como dedicadas a“trabajos domésticos” y 10% más sólocomo “domésticas”, en tanto que los dostercios restantes se distribuían entre lavan-deras (24%), mucamas (15%), cocineras(12%) y planchadoras (11%). En la cocinahabía cierta división sexual del trabajo,porque los hombres se desempeñaban en elámbito público, en restaurantes20 y coci-nas de comunidades (cuarteles del ejército,penitenciaría, hospitales), en tanto que lasmujeres lo hacían fundamental –aunqueno exclusivamente– en los hogares.21

El grueso de las mujeres del serviciodoméstico eran jóvenes, a menudo meno-res de edad. Los datos censales disponiblesimpiden determinar la distribución poredades. Un relevamiento parcial, conocidocomo “Registro de servicio doméstico”,levantado por la policía en 1889, presentauna distribución de las mujeres inscritas(de quince años en adelante): las de quincea 20 años constituían 6.83%; las de 20 a25, 23.90%; las de 25 a 30, 20.58%; lasde 30 a 35, 24.06%, y las de más de 40,13.76%; en suma, 70% de las domésticasinscritas tenía entre 20 y 35 años.22

Desde el punto de vista de la nacio-nalidad, había una participación abru-madoramente mayoritaria de argentinas,esperable por la baja –aunque creciente–incidencia de la inmigración extranjera enla población de la ciudad.23 Para 1895,96% del personal de servicio era argen-

de reconocida competencia, que ha trabajado en losprincipales hoteles de la capital”, cuya habilidad era“la preparación exquisita de comidas a la alemana,italiana y francesa”, pero luego se aludía a una fla-mante incorporación, una cocinera, aunque esta parecededicada sólo a una especialidad: “las renombradasempanadas a la criolla”, Los Principios, 23 de octubrede 1898, p. 5.

22 AHPC, Gobierno, 1890, t. 15, Policía.23 Entre 1869 y 1914 ingresaron a la Argentina

casi 6 000 000 de personas, de las cuales más de lamitad se radicó definitivamente. Pero el impacto in-migratorio tuvo diferente intensidad en distintas par-tes del país. En la ciudad de Córdoba el aporte deextranjeros fue significativo, pero muy alejado delobservado en la ciudad de Buenos Aires. En esta, lapoblación creció de 187 000 a más de un millón ymedio de personas entre 1869 y 1914, con una par-ticipación de extranjeros que se mantuvo alrededorde 50%. La ciudad de Córdoba creció de unos 34 000a 130 000 habitantes en el mismo lapso, con una par-ticipación de extranjeros que pasó de apenas 1.96 a22.49 por ciento.

20 En los avisos de hoteles y restaurantes es fre-cuente la alusión a sus cocineros, a menudo resaltandosus habilidades para cierta cocina (italiana, criolla,francesa, etc.) y su procedencia desde Buenos Aires.Avisos clasificados y de agencias de colocaciones soli-citaban cocineros para ese tipo de establecimientos. ElEco de Córdoba, 15 de octubre de 1871, p. 1; La Vozdel Interior, 10 de junio de 1887, p. 3, y Los Principios,1 de enero de 1896, p. 2.

21 En algunas comunidades, como la CárcelCorreccional de Mujeres, la cocina estaba en susmanos. Un aviso del Hotel de Roma anunciaba elarribo desde Buenos Aires de un “excelente cocinero

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tino, guarismo que descendió a 92% para1906, debido al crecimiento de la inmi-gración extranjera en el intervalo inter-censal. En este año, el personal de serviciorepresentaba 15% de la población mayorde catorce años, pero había significativasdiferencias si se considera esa participa-ción ponderando la nacionalidad: dentrode las personas que se desempeñaban enesa actividad, las de origen nativo equi-valían a 18% de la población argentinamayor de catorce años, mientras que lasprocedentes del exterior eran apenas 6%de la población foránea de ese rango deedad. Entonces, en el servicio domésticode la ciudad había un significativo sesgopor nacionalidad favorable a la poblaciónnativa. Para 1895, dentro de las perso-nas extranjeras empleadas en esa activi-dad predominaban las italianas (38%),seguidas por las españolas (23%), las francesas (17%), las inglesas (4%), las ale-manas (2%) entre las parcialidades quereunían los mayores valores. La crecientepresencia de inmigrantes europeos y –noajena a ella– la emergencia de una “mo-dernidad alimentaria”24 en la Córdoba deentre siglos estimularon cierta diferencia-ción en la demanda de cocineras, por elrequerimiento de especialización en deter-minada cocina (criolla, italiana, española,francesa), como se evidencia en los avisos deempleo y las solicitudes de las agencias de colocación. Esta diferenciación es másnotoria a fines del periodo (y lo será muchomás en los años inmediatos posteriores),aunque ya en sus inicios son perceptiblesalgunas evidencias, tímidas, de la misma.

Parte significativa de las mujeres delservicio doméstico de la ciudad proveníade la migración interna, de jurisdicciones

vecinas (Catamarca, La Rioja, San Luis) y,sobre todo, de los departamentos del nortey oeste de la provincia de Córdoba. Du-rante todo el periodo, estas dos regionesexperimentaron procesos de marginalidadeconómica y atraso que impulsaron undrenaje persistente y masivo de poblaciónque se dirigió, de modo permanente otemporario, hacia la ciudad de Córdoba yel sudeste cordobés, espacios beneficiadospor la expansión agroexportadora. En losexpedientes judiciales es bastante frecuentehallar jóvenes mujeres en el serviciodoméstico de la ciudad de Córdoba prove-nientes de los departamentos del norte yoeste de la provincia, llegadas hacía añoso apenas unos meses.25

El servicio doméstico era heterogéneoen materia de tareas (sirvienta, cocinera,niñera, ama de cría, planchadora, lavan-dera, cuidadora de casa, etc.). El universodel personal de servicio no se destacaba,en general, por su capacitación, que porlo común se realizaba mediante la prác-tica, por el ejercicio del oficio en las casasdonde trabajaban, a veces desde muy cortaedad. “La calidad de un sirviente dependeen parte de las dotes del patrón”, concluíaun artículo titulado “Casas y dueñas”;según su autor, una tarea de estas últimasconsistía en “procurar el mejoramientodel gremio por medio de una inteligentey laboriosa cultura”.26

24 Remedi, Dime, 2006, pp. 85-152.

25 AHPC, Crimen, Capital, 1876, leg. 370, exp. 6;1880, leg. 419, exp. 8; 1882, leg. 438, exp. 9; 1890,2ª. N., leg. 2, exp. 6; 1898, 1a. N., leg. 1, exp. 4,2a. N., leg. 1, exp. 1; 1902, 2a. N., leg. 5, exp. 4;1904, 2a. N., leg. 4, exp. 4, y 1906, 1a. N., leg. 8,exp. 3 y 9, 2a. N., leg. 24, exp. 15.

26 Los Principios, 5 de febrero de 1901, p. 2. Unaqueja reiterada de los patrones consistía en que lasseñoras de la casa debían enseñarle prácticamente todoal personal de servicio.

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Sin embargo, algunas trabajadoras eranmás instruidas que otras para las activi-dades a desarrollar, en especial las que asis-tían a las escuelas de sirvientas, creadas enel periodo, donde se educaban para do-mésticas. Con esta finalidad, se les brin-daba conocimientos de lectura, escritura,caligrafía, aritmética, lavado, planchado,cocina, conservas, ornamentación, comosucedía en las escuelas prácticas de sirvientas.Creadas y regenteadas por damas de laelite –parte de la demanda de personal deservicio–, apuntaban a capacitar a jóvenescarentes de educación y, en muchos casos,de familia para incorporarse al mercadode trabajo sectorial, ganarse la vida por símismas, acercarlas a la religión y alejar-las de lo que las promotoras de la inicia-tiva concebían como “peligros sociales”(la prostitución, los vicios, la vagancia, eldelito). Esas escuelas eran parte de la bene-ficencia, ampliamente extendida y cre-ciente durante el periodo, que tenía unclaro fin moralizador, canalizado en buenamedida por la promoción del trabajo entrelos asistidos. La escuela práctica de sir-vientas fundada en 1879 buscaba “darlesuna carrera” a mujeres pobres, “preparán-dolas debidamente para el servicio domés-tico”, brindándoles para ello “una instruc-cion tan sencilla como sólida”, además de“los principios elementales de religion”.27Estas iniciativas estaban más orientadashacia un fin moralizador por medio deltrabajo y su promoción entre las mujerespobres que hacia la formación de domés-ticas como objetivo en sí mismo, comopuede inferirse de la exigua cantidad deasistentes a estas escuelas, que hacía que suimpacto sobre el mercado de trabajo sec-

torial fuera, en términos cuantitativos, casiinsignificante. La escuela establecida en1879 abrió con quince niñas y dos añosdespués tenía 25. Desde la década de1890, las Hermanas del Buen Pastor te-nían a su cargo la dirección, dentro delasilo homónimo, del colegio práctico de sir-vientas, fundado por la Conferencia Vicen-tina de Damas de Copacabana. A fines de1901, el Asilo Práctico de esta Conferenciaofrecía instrucción en tareas domésticas a28 niñas pobres que así serían “personasverdaderamente morales y útiles”.28 Pro-mediando la década de 1910, la Asocia-ción de Propaganda Católica controlabados escuelas dominicales gratuitas para elservicio doméstico. En ambas, según elinforme de 1916 del inspector de Escue-las, se enseñaba lectura, escritura, caligra-fía, aritmética, economía doméstica, cortey confección y moral; en una de las escue-las había 50 sirvientas matriculadas y unaasistencia promedio de 24 y en la otra 80y 30, respectivamente.29

La distribución intrasectorial del servi-cio doméstico, conforme a los datos yprincipales categorías clasificatorias de loscensos de 1869 y 1906, muestra que enambos momentos predominaban amplia-mente –más de la mitad del total– las sir-vientas y los mucamos considerados enconjunto (62 y 51%, respectivamente),seguían las lavanderas (21 y 24%), lasplanchadoras (9 y 12%) y las cocineras(os)(8 y 13%); estas dos últimas categoríasintercambiaban su posición relativa para1906. La cuantificación efectuada pone enevidencia tendencias que, por los valoresconsignados, no cambiarían de sentido sila información censal fuera más precisa.

28 Los Principios, 11 de diciembre de 1901, p. 1.29 AHMC, Documentos, 1917, f. 209-210.

27 El Eco de Córdoba, 2 de abril de 1879, p. 2, y10 de abril de 1879, p. 3.

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Esta aclaración obedece a que los datosprovistos por los expedientes judicialesdejan entrever cierta ambigüedad o impre-cisión en la información sobre la ocupa-ción, lo cual daría la pista de la escasaespecialización de algunas trabajadoras delservicio doméstico y, también, de la circu-lación de las mismas personas entre dis-tintas categorías dentro de él. En unacausa judicial, Cantalicia Mansilla eracaracterizada como “mucama” y otrasveces como “sirvienta” y “costurera” a la vez; en otra causa, Mercedes Matos apa-rece como “mucama” y luego como “coci-nera”, algo parecido a lo sucedido conJesús Quiñones, “sirviente doméstica” o“cocinera”.30

EL SERVICIO DOMÉSTICOY LAS COLOCACIONES FORZOSAS

La categoría socioocupacional analizadaera un universo heterogéneo tambiéndebido a la existencia de mecanismos dereclutamiento e inserción laboral que erandiversos y, así, remitían a diferentes con-figuraciones de domesticidad y distintasexperiencias como trabajadoras en el ser-vicio doméstico. Las situaciones variabandesde la relación contractual, librementeestablecida, entre el patrón y la trabaja-dora asalariada, pasando por la colocaciónforzada de menores por sus padres o tuto-res o la beneficencia en una familia comopersonal de servicio y también por la colo-cación forzosa dispuesta por el Estado através de la justicia, en estos dos últimoscasos mediando el pago de una retribu-

ción por el trabajo o no (sólo a cambio desolventar las necesidades de subsistencia).

Un mecanismo que nutría la oferta depersonal para el servicio doméstico, pree-xistente al periodo, involucraba al go-bierno provincial, en general mediante lajusticia, y a mujeres menores de edad,aunque en muchos casos también a lasadultas. Desde la época colonial, muchasprocesadas o sentenciadas por la justiciaeran depositadas o colocadas en casas par-ticulares, donde por lo común desarrolla-ban tareas de servicio doméstico. Por estemedio, el Estado se desentendía del con-trol inmediato y de los costos de mante-nimiento de dichas mujeres sometidas a lajusticia y promovía su disciplinamiento através del trabajo. Esta práctica persistió,como se muestra en un estudio sobre in-fanticidio en Córdoba, donde se señala quede las 16 causas consultadas para el pe-riodo 1850-1886, la justicia ordenó a sietejóvenes emplearse como sirvientas y con-denó por sus delitos a otras seis (inclu-yendo en la pena el servicio en sus lugaresde reclusión); a su vez, cuatro de estas últi-mas y una de las primeras siete habíansido ya colocadas por la justicia comodomésticas en “casas respetables” con ante-rioridad al proceso.31

En 1869, la máxima autoridad poli-cial impulsó el Reglamento de Peones,Sirvientes y Oficiales de Taller, aprobadoen días por el gobierno provincial. El re-glamento establecía la obligación de todohombre o mujer que careciera de “sufi-cientes y licitos medios de subsistenciapara si y su familia” de conchabarse (colo-carse) con un patrón en un lapso de quincedías desde la publicación de la normativa.Se definía a esos medios de subsistencia30 AHPC, Crimen, Capital, 1902, 2a. N., leg. 5,

exp. 4; 1898, 2a. N., leg. 2, exp. 2, y 1900, 2a. N.,leg. 3, exp. 3. 31 Candia y Tita, “Servicio”, 2002-2003, p. 314.

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como poseer “una propiedad raíz o móvilque le produzca lo bastante para su sos-tén, ó algun arte ú oficio, que lo ejerzacon constancia”. Las mujeres halladas sinla “papeleta de conchabo” que acreditarasu colocación serían “depositadas” en laCasa de Corrección por quince días, de lacual debían egresar colocadas. Pero lo mássignificativo para la temática es que seestipulaba que el niño cuyos padres o tuto-res carecieran de “medios suficientes paraproveer a su subsistencia y educacion”, asícomo el de “padres de vida licenciosa ydesarreglada”, sería destinado por la poli-cía, de acuerdo con el Defensor de Me-nores, “á algun oficio ó profesion útil, conarreglo á su indicasion y edad”, colocán-doselo con un patrón o maestro que secomprometería “á alimentarlo y vestirlo,instruirlo en los principios de moral y reli-jion, enseñarle un oficio, procurando queaprenda á leer y escribir”.32

La normativa de 1869 estaba clara yexplícitamente inspirada en el Reglamen-to para la Administración de Justicia yPolicía de la Campaña de 1856,33 del cualretomaba muchos elementos, pero ahorasus disposiciones tenían como ámbito deaplicación la ciudad de Córdoba, dejan-do entrever que la búsqueda de la cons-trucción de un orden ya no era sólo unproblema rural. El reglamento de 1869,aunque inspirado en el de 1856, es sen-siblemente más coactivo, porque omite laobligación de los padres de escasos recur-sos de colocar a sus hijos y esta tarea esasignada a la policía de conformidad conel Defensor de Menores; además, omitedeterminar la edad a la cual los niños de-bían estar colocados, dejando esta cues-

tión librada a la discrecionalidad de lasautoridades de aplicación, mientras queel reglamento de 1856 establece que esodebía ocurrir al llegar a los seis años. Porotra parte, el reglamento de 1869, paraimpulsar la colocación de los niños, intro-duce la novedad de una causalidad moral(“padres de vida licenciosa y desarregla-da”), que se añade a la precedente causa-lidad económica (insuficiencia de losmedios de subsistencia); así, la normativaextendía su espectro de intervención alcan-zando también a los niños cuyos padresno eran, al menos no necesariamente,pobres. En cuanto a las condiciones decolocación, persiste la ausencia de referen-cias a una retribución por el trabajo reali-zado en casa de los patrones o maestrosde oficio; en cambio, tomando distanciadel reglamento de 1856, que sólo es-tablecía la obligación de educar en el trabajo o enseñar un oficio, el de 1869extiende las obligaciones patronales expli-citando que se debía alimentar y vestir alos niños, instruirlos en “principios demoral y relijion” y procurar que apren-dieran a leer y escribir.

Según un periódico, al mes de laimplementación del reglamento de 1869,esta era la razón por la cual la gente ya nose quejaba tanto por la falta de serviciodoméstico.34 La obligación de colocarsefue celosamente vigilada por la policía enlos primerísimos tiempos de aplicacióndel reglamento, al punto de promover unamigración masiva significativa de mujeresdesde la ciudad de Córdoba hacia la deRosario, en la vecina provincia de SantaFe. Según La Capital, de Rosario, aunqueera frecuente el arribo de mujeres de Cór-doba que llegaban para emplearse como

32 El Progreso, 20 de marzo de 1869, pp. 2-3.33 González, Control, 1994, p. 63. 34 El Progreso, 24 de abril de 1869, p. 3.

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domésticas, en esta ocasión en sólo un meshabía arribado una “inusitada y escesivacantidad de mugeres”, unas 300, con esafinalidad.35 En la crónica policial se vuel-ven corrientes las referencias a la colo-cación de niños de padres pobres conpatrones capaces de darles una educación.A fines de 1872, la prensa informaba queel departamento de policía había estado“lleno de gente de toda clase”, debido aque se trataba de “aliviar á un sin númerode personas cargadas de familias y que no tienen como suministrarle ni darles laeducacion que merecen á sus hijos, queyacen tirados en la última miseria, des-nudos y sin amparo de ninguna clase”;para ello se había traído a “un sinnúmerode criaturas para colocarlas en casas res-petables que la Policia crea convenientes,de acuerdo con los padres y madres decada uno de sus hijos”.36

Hacia fines 1870, el gobierno provin-cial aprobó una ley según la cual las mu-jeres consideradas “vagas, ladronas y dereconocida conducta inmoral” serían con-denadas a reclusión por un máximo decuatro años o, en su defecto, destinadaspor idéntico periodo a alguno de los pue-blos de la campaña.37 Ante la amenaza deser oficialmente clasificadas como “vagas”,la disposición seguramente orilló a mu-chas mujeres a colocarse como domésticasy evitar así la posibilidad de ser recluidaso enviadas por la fuerza al interior pro-vincial. Más tarde, a fines de 1883, el go-bierno sancionó una “ley de vagos” queestablecía la obligación de todas las per-sonas mayores de 16 años, carentes de

bienes suficientes para vivir y que no ejer-cieran “arte, profesión o industria” que leproporcionaran la subsistencia, de colo-carse con un patrón, haciéndose al efectocon la respectiva libreta de conchabo. Sibien esta ley parece orientada casi enexclusividad hacia la campaña, su regla-mentación incluyó al subintendente depolicía de la capital entre las autoridadesde aplicación.38 Esta “ley de vagos” reto-maba, en aspectos esenciales y desde elpunto de vista conceptual, una serie dedisposiciones que –con algunas variantes–se reiteraron recurrentemente desde elperiodo tardocolonial bajo la denomina-ción de papeleta de conchabo.39 Conmodificaciones, la normativa fue reiteradaen Córdoba a lo largo de todo el siglo XIX,periodo que en gran parte de su extensiónestuvo marcado, para Argentina en su con-junto, por la creciente existencia de medi-das de control y retención de la mano deobra, en un contexto de gran movilidadde la población, militarización, valoriza-ción del espacio rural y de los productospecuarios para exportación. En este marco,la papeleta de conchabo cumplía el obje-tivo de aportar peonada para las tareasrurales, evitar la matanza indiscriminadade animales y proveer mano de obra gra-tuita para los trabajos públicos.40

35 Artículo reproducido en El Progreso, 13 demayo de 1869, p. 3.

36 El Progreso, 6 de noviembre de 1872, p. 2.37 Compilación, 1870, t. 2, p. 581.

38 Los Principios, 25 de diciembre de 1898, p. 5.39 Sus orígenes en Córdoba se remontan a un

bando de 1785 por el cual el marqués de Sobremonteimplementó esa documentación en la gobernaciónintendencia. El bando instruía a los jueces pedáneospara que combatieran la ociosidad y demás delitosque, se sostenía, eran consecuencia de ella. Desde1804 se generalizó el uso de la papeleta a todo elvirreinato del Río de la Plata. González, Control, 1994,pp. 2-4.

40 Ibid., p. 1.

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41 Con la Ilustración, las autoridades colonialesamericanas en los últimos años del siglo XVIII bus-caron un mayor control gubernamental de los secto-res bajos para conservar el orden y la tranquilidadpública, reducir el desempleo y proveer mano de obray regular la existencia de mendigos y vagos, entreotros fines. Véase Mallo, “Pobreza”, 1989, p. 13.

42 AHPC, Crimen, Capital, 1904, 2a. N., leg. 4,exp. 6.

Más allá de sus variaciones con eltiempo, todas esas disposiciones –incluidala ley de 1883– parecen sostenidas sobreuna concepción que constituye una estruc-tura de larga duración, que consiste en laestrecha asociación entre ociosidad y delito,ya que este se consideraba casi una prolon-gación natural e inmediata de la primera.Esta concepción atraviesa todo el siglo XIXy se halla presente ya en el periodo colonial,donde el trabajo se consideraba una obli-gación y el ocio un peligro que alimen-taba conductas antisociales, por lo cual eranecesaria la intervención del Estado.41

Desde la implementación de la “ley devagos” en 1884, periódicamente y hastael viraje del siglo, el gobierno provincialreiteró a las autoridades de la campaña lanecesidad de cumplir la normativa. Detodos modos, hacia el despuntar del sigloXX, dicha ley prácticamente era letramuerta, como lo hacía notar el defensoroficial de un joven acusado de un pequeñorobo, que en 1903 manifestaba la necesi-dad de preocuparse por la “educación ymoral de las masas del Pueblo” y aplicar“la ley de vagancia vigente con todo rigor,la que, desgraciadamente reposa en uncompleto olvido”.42 Los cambios produci-dos en la estructura económica desde lasúltimas décadas del siglo XIX tornaroninnecesarios –incluso inconvenientes– losmecanismos de control antes aludidos. La

demanda de mano de obra generada por la actividad agrícola –marcada por la es-tacionalidad y el uso intensivo durante la cosecha– suponían la necesidad de unafuerza de trabajo numerosa y móvil. La“ley de vagos” y su libreta de conchabo,entonces, perdieron su objetivo de impo-ner una fiscalización rígida de la movili-dad de la población.43

En la colocación forzada desempeñaronun papel fundamental los defensores demenores. Desde inicios del siglo XX, laDefensoría de Menores trabajó en estrechacolaboración con la Cárcel Correccional deMujeres y Asilo de Menores, que tenía porobjeto moralizar y educar para el trabajo –enespecial el de servicio doméstico– a lasmenores allí remitidas por las autoridades.Para 1900, sólo una de las dos secciones dela Defensoría tenía bajo su amparo a algomás de 1 500 menores de ambos sexos, delos cuales un millar estaban colocados endiversas casas “reportando su contingenteen lo que pueden ser meramente útiles”,44entre otras cosas, el servicio doméstico.Hacia 1904, 2 635 menores habían sidocolocadas en casas particulares por la actua-ción de uno de los dos defensores.45

La Defensoría de Menores intentabapromover el valor del trabajo y la educa-ción en él –a la vez que allegar fondos parael sostenimiento del Asilo de Menores delBuen Pastor– ofreciendo en la prensa losservicios de las asiladas (lavado, planchado,costuras, elaboración de masas y dulces,confección de colchones) “por módicosprecios”, según la propaganda.46 Comoapuntaba un cronista, las Hermanas del

43 Viel, Experiencias, 2005, p. 166.44 Los Principios, 19 de julio de 1900, p. 1.45 Viel, “Mecanismos”, 2001, p. 353.46 Los Principios, 29 de julio de 1900, p. 2.

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Buen Pastor, encargadas del asilo, habíanpromovido “el trabajo que dignifica” entrelas asiladas para solventar sus necesidadesy “más que todo para moralizarlas hacién-dolas conocer y amar la vida honesta”. Así,las Hermanas colaboraban decisivamen-te en la tarea de educar en valores a lasasiladas y regenerar moralmente a las mu-jeres detenidas que habían delinquido,contribuyendo a través de ellas a la cons-trucción de una sociedad mejor, porqueesas mujeres serían capaces de criar hijosmoralmente sanos y honestos.47

Del Reglamento de la Cárcel Correc-cional de Mujeres y Asilo de Menores delBuen Pastor, de 190048 se desprende quebuena parte de su misión, al menos en sucarácter asilar, consistía en proporcionara las menores una capacitación como tra-bajadoras del servicio doméstico parapoder ganarse la vida y hacerlo honesta yhonorablemente. El reglamento estable-cía que la instrucción y educación que sedaría a las condenadas, procesadas y dete-nidas estaría conforme “á su condición,procurando sobre todo inculcarles ideasde virtud, moral y amor al trabajo honestoy honrado”; respecto a las menores y pre-servadas se insistiría sobre todo en “ense-ñarles una profesión ú oficio propio de sucondición, como cocinera, mucama, etc.”.Además, debía proporcionárseles instruc-ción religiosa y enseñárseles lectura, urba-nidad, economía doméstica, escritura y lasoperaciones aritméticas básicas. Esta orien-tación formativa es también evidente en laparte que estipulaba que las menores dedoce años sólo permanecerían en el asilopor un plazo no superior a los quince díaso, en su defecto, hasta que se les hallara

colocación; en cambio, para las mayoresde doce se indicaba que era deseable quepermanecieran en el establecimiento porlo menos dos años, para aprender “algunaprofesión propia de su condición”.

Para 1900, en el Buen Pastor –asilo ycárcel correccional a la vez– había asiladasunas 100 mujeres,49 entre, por un lado,menores “preservadas” para “sustraer-las de la corrupción ó garantirlas contraella” y, por otro, detenidas, procesadas,penadas, condenadas por algún delito oremitidas por conducta inmoral. Las inte-grantes del primer grupo estaban allí “alúnico objeto de [...] formarlas en la vir-tud y el trabajo” y darles luego una “colo-cación conveniente” con alguna familia o patrón. En esto siempre tendría inter-vención el Defensor de Menores y unacomisión de cinco señoras, de familias acomodadas, designadas por el ejecutivoprovincial, de manera –según el regla-mento– de “garantir y asegurar el mejoracierto en la elección de los patrones”. Enlos casos en que “la conducta de unamenor fuese peligrosa á sus compañeras yla Superiora pidiere su salida”, los defen-sores debían buscarle “pronta colocación”.En ocasiones, el cumplimiento de estaprescripción fue motivo de dificultades,debido a la reticencia de los potencialespatrones a recibir como domésticas amenores preservadas de dudosa moralidady/o de mal comportamiento. Es el caso dedos jóvenes “alojadas” por la policía en elBuen Pastor, a pedido del Defensor deMenores, porque según el jefe de la Asis-tencia Pública Municipal ejercían la pros-titución clandestina. Según el Defensor,ambas jóvenes permanecían en el asiloporque no había sido posible colocarlas,

47 Ibid., 9 de agosto de 1900, p. 1.48 Compilación, 1878-1906, pp. 100-106. 49 Los Principios, 12 de octubre de 1900, p. 1.

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debido a que “muchas Señoras no se hananimado á tomarlas á su servicio por lapésima conducta que dichas menores tie-nen”.50 Para muchas mujeres, como señalaLobato, la prostitución se mantuvo comouna alternativa laboral en Argentina a lolargo de todo el siglo XX, fuera por deci-sión propia, necesidad económica o impo-sición de rufianes y tratantes de blancas. Esmás, según la autora, existen “indicios dela frágil línea que separaba el trabajo de brindar placer con otras labores feme-ninas asociadas con el ideal de domestici-dad, como coser o realizar la limpieza”.51

Las colocaciones impulsadas por labeneficencia también contribuían a nutrirun segmento de la oferta de personal deservicio doméstico, caracterizado por sunaturaleza forzosa. En 1868 se instaló enla ciudad el Asilo de Huérfanos Amparo

de María, por iniciativa del Consejo Par-ticular de las Conferencias de San Vicentede Paul. Tenía capacidad para 30 peque-ños y su finalidad declarada era “educar ymantener á los huérfanos pobres hastacolocarlos convenientemente”, de acuerdocon el Defensor de Menores, de ahí quela Comisión Directiva de la instituciónera la encargada de buscar patrones paralos asilados y acordar con ellos las condi-ciones de colocación. A diferencia delAsilo del Buen Pastor, el de Huérfanosestaba destinado sólo a niños pequeños,de allí que la edad máxima para ingresaro permanecer en él era de doce años; sihasta ese momento el menor no había sidoconvenientemente colocado, la ComisiónDirectiva debía “poner á las mujeres comojornaleras en una casa decente, y á los varo-nes con un buen patrón ó maestro”.52

El Asilo de Niñas Desvalidas fundadopor la Sociedad de Damas de la Virgen delMilagro, abierto en 1898, tenía un perfilmás semejante al del Asilo del Buen Pas-tor, dado que su acción se limitaba sólo aniñas y mujeres menores en situación dedesamparo moral y/o material, de entrediez y 22 años. El objetivo era convertir-las en “personas honestas y útiles á lasociedad”, para lo cual se les brindaría ins-trucción religiosa y moral y se las prepa-raría “en una profesión ú oficio adecuadoá su clase y condición”.53 Un dato signi-ficativo, revelador de la estrategia morali-zadora consistente en la promoción deltrabajo entre las asiladas y en su forma-ción en un oficio, es que uno de los requi-sitos indispensables para ingresar al esta-

50 AHPC, Crimen, Capital, 1906, 2a. N., leg. 10,exp. 12.

51 Lobato, Historia, 2007, p. 73. Es una cuestiónque no hemos examinado con detenimiento hastaahora, pero hay algunas pistas que muestran a jóve-nes mujeres que, al menos ocasionalmente, recurríana la prostitución como alternativa de supervivencia,mientras que por lo común parecen haberse desempe-ñado en otras actividades (elaboración de cigarros,servicio doméstico, incluso en prostíbulos). Algunasjóvenes parecen haberse planteado la opción entreganarse la vida como sirvientas o en la prostitución.Es quizá el caso de Adela López, de catorce o quinceaños, que admite ante la justicia haberse prostituido enocasiones; según el testimonio de una mujer bajo cuyainfluencia había desarrollado dicha actividad, Adeladecía “que andaba por entrar á una casa de prostituciónpero que ya no lo haria por que un amigo suyo desobrenombre ‘Hueso’ le habia dicho que mas bienentrara de sirvienta en cualquier parte”. En la mismacausa aparece María Juárez, de 20 años, que se habíafugado de la casa donde estaba colocada como sirvientay luego de ello se prostituía clandestinamente. AHPC,Crimen, Capital, 1900, 2a. N., leg. 4, exp. 4.

52 Reglamento del Asilo de Huérfanos, enCompilación, 1870, t. 2, pp. 410-413.

53 Estatutos Sociedad Damas de la Virgen delMilagro, en Compilación, 1878-1906, pp. 369-379.

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blecimiento era carecer de impedimentosfísicos que inhabilitaran para “dedicarse aun oficio”. Las asiladas debían recibir ense-ñanza primaria, teórica y práctica; comoparte de esta última se aludía, expresa-mente, a “la escuela práctica de sirvien-tas, labores, economía y ocupacionesdomésticas, y la de artes y oficios.” ElAsilo de Niñas Desvalidas abrió con docemenores, al poco tiempo contaba con 23y con 31 promediando el año 1900, aun-que existía una demanda mayor a la queno se podía responder por la estrechez delas instalaciones. En buena medida, estademanda provenía del Defensor de Me-nores, que a menudo carecía de un lugar propicio para remitir a sus amparadas, porlas limitaciones de infraestructura del Asi-lo del Buen Pastor.54

Las colocaciones forzadas de menoreseran impulsadas también por sus mismasfamilias. Esta práctica social de circula-ción de menores, al parecer bastante exten-dida ya desde la época colonial –inclusoen el conjunto del continente americano–,consistía en la entrega que una familiahacía de uno (o varios) de sus miembros aotra para su crianza, a cambio de lo cuallas criaturas proporcionaban prestacionesdiversas, sobre todo, servicios domésticos.Así, los niños transcurrían parte o toda suinfancia fuera de su familia biológica. Enestas prácticas de circulación, de notoriapersistencia en el tiempo, se revela partedel bagaje de estrategias de superviven-cia de los pobres, resultado de una expe-riencia acumulada por generaciones y queen este caso buscaba solucionar el problemade los hijos, a menudo de madres jóvenes ysolas. La razón fundamental de esta prác-

tica, no excluyente de otras (como la ile-gitimidad de la criatura), consistía en lapobreza de la familia biológica. Siguiendoel análisis de Ricardo Cicerchia para lossectores populares de Buenos Aires entrefines de la colonia y mediados del sigloXIX, basado en causas judiciales por res-titución de menores en circulación, estapráctica parece corresponderse más a “unmecanismo para hacer frente a los magrosingresos familiares que al rechazo del frutode un amor no sacramentado”. La ilegi-timidad parece haber sido importante porla precariedad de la situación familiar.55Nara Milanich, en un trabajo sobre elabandono de niños en el Chile decimonó-nico, sostiene que era frecuente que niñosde los sectores populares de seis o sieteaños fueran mandados a otras casas paraser “educados” o para que trabajaran comosirvientes, liberando de ese modo a suspadres, de condición humilde, del cargode alimentarlos. En el marco de esas prác-ticas, muy extendidas y arraigadas, algu-nos niños pasaban toda la infancia en unsolo hogar mientras que otros transitabande casa en casa, “en un estado de perpetuacirculación”.56 Según Cicerchia, la entregade esos “hijos de la pobreza” fue una estra-tegia que algunos denominaron “malthu-sianismo popular”, que suponía una dis-tribución de la población de pobres a ricoscon la posibilidad abierta del retorno.57

Desde otro punto de vista, esa arrai-gada y difundida práctica social operabacomo un mecanismo mediante el cual sereproducía parte de la oferta de mano deobra para el servicio doméstico. En estesentido, la mayor valoración social de los

54 Los Principios, 20 de marzo de 1898, p. 4; 27de marzo de 1898, p. 5, y 4 de julio de 1900, p. 1.

55 Cicerchia, “Familia”, 1996, p. 60.56 Milanich, “Hijos”, 2001, p. 86.57 Cicerchia, “Familia”, 1996, p. 60.

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varones parece relativizarse frente a unademanda sostenida de mujeres, por suinmediata ubicación como servicio domés-tico, el cual involucraba tareas que lasmenores podían realizar desde pequeñas.58En las causas por infanticidio consultadaspor Candia y Tita para la Córdoba de1851-1880 aparecen 16 menores entre-gados por sus familias a otras personas, lamayoría de ellos de sexo femenino.59

Por todo lo dicho, se puede sostenerque las leyes ya examinadas que obliga-ban a las familias pobres a colocar a sushijos sólo vinieron a reforzar una prácticasocial vigente en la sociedad cordobesacon anterioridad al periodo considerado.Sólo los expedientes judiciales, descen-diendo al nivel de los nombres propios ya la escala de personas, familias y peque-ños grupos, permitieron reconocer estapráctica social y vislumbrar siquiera al-gunas de sus características. En muchoscasos, se trataba directamente de despren-derse del hijo entregándoselo a una per-sona o familia para su crianza; en otros, elniño era dejado en manos de un familiaro allegado para que la madre pudiera colo-carse como doméstica (ama de leche,niñera, sirvienta). Es el caso de CenobiaCansina, de unos 20 años, criada por unafamilia adoptiva desde que tenía uno odos, y que es considerada por una vecinacomo “la moza que tenían como domés-tica”; cuando esta última tiene su tercerhijo –los dos primeros habían fallecidomuy pequeños–, lo deja al cuidado de sufamilia adoptiva para colocarse como amade leche o niñera; algunos indicios indica-rían que el segundo hijo también fue de-jado, por las mismas razones, al cuidado

de su familia de crianza y habría muerto,según Cenobia, por “negligencia de supatrona”.60 En otros casos, también conla finalidad de colocarse como domésti-ca, la madre de la criatura la dejaba al cuidado de algún familiar cercano. Es elcaso de Petrona Orellana, de entre 20 y30 años, que dejó a su pequeño desde sunacimiento en manos de su madrina paracolocarse como lavandera en una casa defamilia, de modo de –en sus palabras–“poder pasar ayuda a su madrina, porqueno tenía leche para alimentar”. La madri-na, también pobre, tras cuidar a la cria-tura durante dos meses la devolvió a sumadre que, el día que la recibió, la arrojóen un descampado, “por no tener cómocriarla”. La criatura fue puesta nuevamenteal cuidado de la aludida madrina, esta vezpor disposición judicial, porque la madreperdió la patria potestad y fue condenadaa la casa de corrección.61 En muchos otroscasos, la madre o la familia se desprendíade su hijo, por lo común de corta edad,entregándoselo a una familia de crianzaque lo tomaba a su cargo y cuidado y den-tro de la cual terminaba, casi siempre,como sirvienta o cocinera o bien en ciertomomento se empleaba como tal en otracasa. Casos de este tipo son frecuentes enlas causas judiciales.62

Esta práctica parece haber estado muyarraigada y haber persistido durante todoel periodo, y algunos testimonios, de natu-raleza más general, parecen confirmarlo.Para los inicios del periodo, en la crónica

58 Ibid., p. 62.59 Candia y Tita, “Servicio”, 2002-2003, p. 318.

60 AHPC, Crimen, Capital, 1896, 1a. N., leg. 2,exp. 9.

61 Ibid., 1878, leg. 397, exp. 6.62 Ibid., 1902, 2a. N., leg. 2, exp. 5; 1904, 1a.

N., leg. 7, exp. 5, y 1906, 2a. N., leg. 16, exp. 9,leg. 24, exp. 15, 3a. N., leg. 6, exp. 15.

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policial se señalaba, como al pasar, que enCórdoba no faltaba quien recogiera a niñospobres, preferentemente huérfanos, paraeducarlos y “servirse de ellos”.63 Treintaaños después, Juan Bialet Massé apuntabaque formaba parte de “nuestras costum-bres [...] criar niños, hijos de sirvientes,peones y empleados, de una manera des-conocidas [sic] en otros pueblos”.64

La principal razón para explicar laextensión de esta “costumbre” de criarniños ajenos, desde el punto de vista delas familias de crianza, residía en la soste-nida demanda de servicio doméstico exis-tente y en su segmentación, porque forma-ban parte de ella no sólo las familiaspudientes y acomodadas sino también laspopulares e, incluso, muchas pobres. Unaparte de esta demanda era satisfecha a tra-vés de estas prácticas de circulación y colo-cación de menores, directa e informal-mente por la familia, estimulada por elEstado con las leyes ya examinadas omediante la acción de amparo del Defen-sor de Menores; mediante estas diversasvías, familias que requerían personal deservicio doméstico se hacían con él a uncosto más bajo que el de mercado, por-que el trabajo de los menores como con-traprestación recibía la satisfacción de susnecesidades de supervivencia y solía nopercibir remuneración alguna (o en todocaso era insignificante).

EL SERVICIO DOMÉSTICO ENLA MODERNIZACIÓN DE ENTRE SIGLOS

El mayor problema que enfrentaba lademanda de domésticas en la ciudad con-

sistía en la fuerte inestabilidad de ellas enel empleo. Si bien numerosas trabajadoraspermanecían en un hogar durante años,al parecer buena parte de ellas lo abando-naba poco después de haberse incorporadoal empleo, tendencia que fue agudizán-dose en el transcurso del periodo. Más queexceso de demanda, había un mercado sec-torial que funcionaba con alta inestabili-dad en el empleo, por la circulación ymovilidad de las domésticas, que dejabana su empleador para colocarse pronto conotro, en muchas ocasiones esperanzadascon mejores condiciones de trabajo (can-tidad, variedad de tareas, trato, etc.) y,dato no menor, mayores remuneraciones.Promediando la década de 1870, LaCarcajada comentaba:

Hé aquí el resultado de no saber hacer abri-gar alguna esperanza á los domésticos. Lasfamilias creen que con dar á una domésticaó doméstico lo necesario para la vida estátodo cumplido, y hé ahí el error. [...] cuandoel doméstico ha llegado á la edad en que lasaspiraciones aparecen, es consiguiente queno se avenga únicamente á vivir constante-mente sirviendo por la comida.65

La circulación y movilidad de las tra-bajadoras del servicio doméstico, constan-tes en el periodo, fueron estimuladas ensu transcurso por la expansión de las opor-tunidades laborales producida por laintensa modernización, la veloz urbaniza-ción y el fuerte crecimiento económico.Estos procesos crearon mayores oportuni-dades de trabajo para los cordobeses nosólo en su provincia, sino también, y conanterioridad, en el litoral argentino, espa-cio impactado por la modernización y la

63 El Progreso, 2 de mayo de 1869, p. 3.64 Bialet Massé, Proyecto, 1902, p. 57. 65 La Carcajada, 6 de febrero de 1876, p. 2.

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expansión agroexportadora desde antesque Córdoba. Ya a inicios del periodo sepercibe que la ciudad de Rosario –tam-bién la de Buenos Aires, en menor medi-da– era un mercado de trabajo atractivopara mujeres de Córdoba que se desem-peñaban (o buscaban hacerlo) en el servi-cio doméstico. En 1869, La Capital deRosario destacaba la existencia de un flujoregular, permanente, de mujeres de Cór-doba que llegaban a aquella ciudad paracolocarse como asalariadas en el serviciodoméstico; esto era interpretado, al me-nos en parte, como resultado de que en laciudad mediterránea era costumbre noabonar retribución alguna a quienes sedesempeñaban en esa actividad.66 Al des-puntar la década de 1900, de cada 100sirvientas existentes en la ciudad de Rosa-rio, 33 procedían de Córdoba, y muchasotras se hallaban en Tucumán y SantaFe.67 La atracción de Rosario provenía nosólo de la posibilidad efectiva de hallartrabajo por un salario, sino también deque este era por lo común más alto queel vigente en Córdoba. Según BialetMassé, en Rosario el servicio domésticoestaba “regularmente pagado” y fluctuabaentre 20 y 25 pesos mensuales para lassirvientas y 25 a 30 y 35 para las cocine-ras; en la ciudad de Córdoba esas trabaja-doras ganaban diez, doce y hasta quincepesos y unas pocas 20, pese a que el servi-cio estaba allí “mejor pagado que en cual-quier provincia del Interior”.68 Por otraparte, la expansión económica, la moder-nización y la urbanización favorecieron laemergencia de nuevas oportunidades labo-

rales en la Córdoba de entre siglos en losservicios, el comercio, el trabajo a domi-cilio (confección, calzado) y la industria.Siguiendo a Bialet Massé, en dicha ciu-dad al despertar la década de 1900, lasfábricas colocaban a muchas mujeres, “queganan poco y las aprovechan; pero siem-pre se encuentran mejor pagadas que en elservicio”.69

La inestabilidad del servicio domés-tico, resultante de la circulación y movi-lidad de quienes se empleaban en él, fueuna permanencia del mercado de trabajosectorial en el periodo y se acrecentó ensu transcurso. A su vez, se produjo unatransformación fundamental: con el pro-greso del periodo, la relación patrón-per-sonal doméstico fue cambiando paulati-namente su naturaleza, derivando desdeuna relación marcada por el paternalismoy la autoridad-deferencia (amo[a]-sirviente)hacia una relación contractual, de mer-cado, más capitalista (patrón[a]-empleadadoméstica), acorde a las transformacionesen marcha. A lo largo de este proceso decreciente mercantilización que afectó alservicio doméstico, quienes se ocupabanen él fueron dejando de ser sirvientes y devi-niendo empleadas. Los testimonios, aun-que de naturaleza indiciaria, son suficien-tes para conferir cierta verosimilitud adicha afirmación.

Un primer indicio, muy sugerente, delos cambios en marcha consiste en que unreproche común de los patrones era quelas domésticas, apenas ofrecían sus servi-cios, se mostraban especialmente ávidaspor conocer cuánto percibirían como sala-rio. J. L., “un vecino” de la ciudad, en unanota dirigida al director de un diario local,cuyo tono dejaba traslucir una intensa sen-

66 Reproducido en El Progreso, 13 de mayo de1869, p. 3.

67 Bialet Massé, Informe, 2007, t. 2, p. 208.68 Ibid. 69 Ibid.

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sación de asombro y un dejo de indigna-ción, señalaba: “Cuando se presentan enuna casa á solicitar empleo, su primerapalabra es para preguntar cuanto les pa-gan.”70 Con seguridad se trataba de un comportamiento algo novedoso en uncontexto donde era una práctica estable-cida la colocación de menores con unafamilia donde este prestaba servicios amenudo sin percibir salario. A fines delperiodo, las sonoridades apenas audiblesde las voces de las domésticas habla-ban de su interés por el salario como algológico, natural. La respuesta a la aludidacarta de J. L., suscrita por “varias sirvien-tas” y publicada como solicitada en laprensa, es un testimonio excepcional delos sin voz; en ella se señalaba: “Tambien es muy natural que huna cuando se ba ácolocar tiene que preguntar cuanto pagancual es aquel que ba á entrar á trabajar sinsaber cuanto ba á ganar [...].”71

Para los patrones, esa pretendida im-pertinencia de preguntar ávidamente porel salario era parte de un comportamientomás general de las trabajadoras, que erajuzgado como soberbio, altanero, desme-dido, desmesurado, pretencioso y con otroscalificativos por el estilo, como se eviden-cia con recurrencia en los artículos perio-dísticos. Tempranamente, El Progreso eracontundente en sus apreciaciones:

“El servicio está perdido” como se dice vul-garmente, y en esa frase se encierra el pocorespeto que los sirvientes, particularmenteen el sexo femenino, tienen á los que lospagan. Esa clase del pueblo ha confundido lalibertad con la altaneria y mala educacion.72

Pocos años después, el periódico volvíasobre la cuestión, preguntándose: “¿Todala vida estaremos á merced de un servicioaltanero, inmoral, desmedido, sin la con-ciencia de sus deberes, sin garantía contrasus abusos, sin freno para sus pretencio-nes?”73 Los artículos periodísticos pare-cen enfatizar más en esos aspectos delcomportamiento de las domésticas que enotras críticas, también frecuentes, comoaquellas que apuntaban a sus cualidadesmorales y sus limitadas competencias. Lospatrones parecen haber experimentado unasensación de amenaza a su control sobreel personal de servicio, a su acostumbradaautoridad, un síntoma más de lo que unacontemporánea de cierta edad, Tía Pepa,denominó, como al pasar, a fines de ladécada de 1890, “esta descomposturageneral de la servidumbre”. En la mismaocasión concluía: “Las sirvientas no son ya sirvientas, sino ‘empleadas’. Cuandouna sirvienta va á una casa a preguntarpor otra, pregunta si allí está empleada laniña tal.”74

La crisis del paternalismo y la crecientemercantilización del servicio domésticoson perceptibles también en la práctica,cada vez más corriente, que tenían quie-nes se ocupaban en esa actividad de aban-donar su trabajo en un hogar e ir a colo-carse, casi inmediatamente, en otro. Estodeja entrever la ausencia (o creciente de-bilidad) de los vínculos afectivos y/o defidelidad entre los patrones y el personalde servicio, parte de un creciente extra-ñamiento entre ambos. El síntoma más

70 Los Principios, 2 de septiembre de 1910, p. 4.71 Ibid., 6 de septiembre de 1910, p. 4.72 El Progreso, 9 de agosto de 1872, p. 1.

73 Ibid., 13 de mayo de 1875, p. 2. Otros comen-tarios al respecto: La Carcajada, 5 de mayo de 1878,p. 2, y Los Principios, 7 de abril de 1900, p. 2, y 2 deseptiembre de 1910, p. 4.

74 Los Principios, 19 de septiembre de 1897, p. 5.

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significativo del cambio en marcha es lacrisis de confianza que parece haber afec-tado al vínculo entre patrones y trabaja-doras, resultado del creciente descono-cimiento recíproco. En este sentido, sonsumamente interesantes un par de cir-cunstancias del proceso seguido entre1905 y 1907 contra Rosario Bustos, acu-sada junto a su concubino de hurto dedinero en casa de sus patrones, dondehabía estado empleada como ama de lechepor más de un año. Llama poderosamentela atención la durísima pena impuesta porlos jueces, de cuatro años y medio de peni-tenciaría, cuando el defensor y el agentefiscal habían solicitado sólo tres y sietemeses de arresto, respectivamente. Paraestos agentes de la justicia, el delito habíasido simplemente un hurto inferior a 100pesos; en cambio, para los jueces el hurtoestaba agravado por su reiteración contrala misma víctima y, lo que más interesa,porque “las amas o ‘nodrizas’ son perso-nas de gran confianza en la casa de suspatrones”, en otras palabras, por abuso deconfianza. Esto conduce a la segunda cues-tión, las expresiones del defensor. Este,como parte de su estrategia judicial, apun-tó a destruir la circunstancia del abuso de confianza; para el defensor, la confianzaentre patrón y doméstica era algo extem-poráneo:

es un hecho público y notorio que á todosnos consta, que nada es mas difícil en éstaépoca que encontrar una doméstica en quiense pueda tener confianza: se acepta comodoméstica, segun las circunstancias, á cual-quiera, ó á la personas que menos descon-fianza nos merezca.75

En este contexto de transformaciones,y también como evidencia de ello, no faltaban quienes sentían cierta nostalgiapor la antigua sirvienta o cocinera, cuyarepresentación, quizás algo romántica, lapresentaba como aquella que había pasadogran parte o toda su vida con la familia,considerada parte de ella, diligente, fiel,dócil, obediente, incluso afectuosa con suspatrones y sus hijos y de profundos senti-mientos religiosos. En 1879, con ocasiónde la instalación de una escuela de sir-vientas, la prensa comentaba que graciasa ella seguramente renacería “esa raza de sirvientas antiguas, que eran un mode-lo de mugeres por su religiosidad y sulaboriosidad”.76

Al parecer, en la Córdoba del periodo,cada vez más a medida que este avanzaba,las sirvientas y demás domésticas eranempleadas, trabajaban por un salario y,con mucha frecuencia, mudaban de patro-nes. La solicitada ya referida de 1910, sus-crita por “varias sirvientas”, pone sobre lapista de que al menos un sector de ellastenía cierta conciencia de las transforma-ciones en marcha. El contenido de la soli-citada es una muestra del comportamientomás libre de las domésticas, por el cualdecidían contratarse o dejar su empleo, yuna evidencia de su percepción de lastransformaciones en curso. Esto es muyclaro cuando las domésticas se autorrepre-sentan como trabajadoras asalariadas, quevendían su fuerza de trabajo, no comosujetas a servidumbre:

así que las pobres sirbientas amas de sufrircon el rrigor del trabajo todavía tienen quesufrir los malos tratos y ultrajes de algu-nas patronas y eso es lo que más les duele

75 AHPC, Crimen, Capital, 1906, 2a. N., leg. 26,exp. 15, f. 32. 76 El Eco de Córdoba, 2 de abril de 1879, p. 2.

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cuando les disen que ya no es tiempo de la esclabitud porque ahora nosotros ben-demos nuestro serbicio pero no nuestra perzona.77

Más allá de las manifestaciones quizáespectaculares y más bien extraordinarias,con mayor frecuencia las trabajadoras delservicio doméstico desplegaron, dentro delos constreñimientos que sobre ellas pesa-ban, prácticas defensivas encarnadas engestos cotidianos de rebeldía y resistencia,entre ellos, la desobediencia de las órdenes,la contestación, la protesta, el insulto,78 laapropiación de los vueltos del mercado, la introducción de sustancias extrañas en la comida y, en los casos más extremos,el envenenamiento de las empleadoras79y el abandono del trabajo, se tratara demujeres libremente empleadas o coloca-das por la fuerza. Respecto a esto último,es llamativa la frecuencia con que en lacrónica policial aparecen alusiones a la fu-ga de menores colocadas coactivamentecomo domésticas o bien sobre su captura.Como se señaló, una de las quejas más fre-cuentes de los patrones y la prensa sobreel servicio doméstico apuntaba a la imper-tinencia, la soberbia, la desmesura y otrasactitudes semejantes de las trabajadoras;también se señalaba, recurrentemente, sususceptibilidad frente a los reproches yreclamos de sus patronas y, como conse-cuencia, el abandono del trabajo. En la yaaludida carta de J. L. se señalaba:

Si alguna observación se le hace respecto á suconducta, contesta con altanería que ya nohay esclavos y que se va y que busquen otra.Nada de raro es que se mande á mudar sindecir una palabra y debiendo el dinero quese le adelantó.80

La existencia de una demanda esta-blemente insatisfecha de personal de servicio doméstico –consecuencia de laexpansión demográfica, urbana y econó-mica, pero sobre todo de la circulación ymovilidad de quienes se ocupaban en esaactividad– contribuyó a ampliar los már-genes de libertad de acción y negociaciónde las domésticas frente a sus patrones yellas quizá los utilizaron estratégicamentepara presionar por mejores condicioneslaborales. Los testimonios abundan enquejas sobre la falta de trabajadoras para elservicio y sus defectos; pese a esto, secarece de documentación que aluda al des-pido de una sirvienta o una cocinera mien-tras que es numerosa la referida a su repen-tino abandono del trabajo.

Esos mayores espacios de libertad ynegociación fueron acompañados de uncreciente extrañamiento entre patrones ytrabajadoras del servicio doméstico, debidoa su mayor mercantilización en el periodo.El personal de servicio fue convirtiéndose,a los ojos de los sectores acomodados, enun sujeto extraño y, por ende, peligroso,portador de amenazas al orden familiar y,más en general, social. Las domésticas setransformaron paulatinamente en un otroque representaba un riesgo potencial a la salud –por la portación y difusión deenfermedades infecto-contagiosas–, a la

77 Los Principios, 6 de septiembre de 1910, p. 4.78 Según crónica policial, Ignacia Ferreira fue lle-

vada a la Casa de Corrección por insultar a su patrona.El Progreso, 19 de julio de 1872, p. 2.

79 Los Principios, 2 de febrero de 1915, p. 4, yAHPC, Crimen, Capital, 1904, 1a. N., leg. 7, exp. 5,2a. N., leg. 4, exp. 8.

80 Los Principios, 2 de septiembre de 1910, p. 4.Testimonios semejantes en El Progreso, 13 de mayo de1875, p. 2, y Los Principios, 7 de abril de 1900, p. 2.

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81 El Progreso, 7 de julio de 1872, p. 2; LaCarcajada, 6 de febrero de 1876, p. 2, y 5 de mayo de 1878, p. 2; Los Principios, 17 de marzo de 1898,p. 6, y 31 de mayo de 1898, p. 6, y AHPC, Crimen,Capital, 1878, leg. 387, exp. 7; 1906, 2a. N., leg.26, exp. 15, y 1910, 2a. N., leg. 10, exp. 5.

82 La Carcajada, 4 de febrero de 1877, pp. 2-3.

83 Los Principios, 2 de septiembre de 1910, p. 4.84 El Progreso, 13 de mayo de 1875, p. 2.

propiedad –robos, raterías, pillaje–, a laprivacidad familiar –chismes, ventilaciónde cuestiones íntimas–, a la moral de losniños de los patrones –corrupción de cos-tumbres, malos ejemplos.81 Ellas eran unriesgo por sí mismas y, por extensión, porsus relaciones –de noviazgo, pareja, amis-tad, trabajo, ocasionales– con otros sujetospopulares, entre estos, algunos delincuen-tes o, mucho más a menudo, sospechadosde tales o que se movían en torno a laporosa frontera que separaba lo lícito delo ilícito. La familia era un microcosmosdel macrocosmos que era la sociedad, deaquí que la sirvienta tenía “una partici-pación directa, interesante y decisiva enlas costumbres, hábitos y porvenir de unafamilia y de una sociedad”,82 debido a larelación fluida entre los patrones y lasdomésticas y al contacto asiduo entre ellas y los niños de aquellos.

Los mayores espacios de libertad ynegociación, los gestos cotidianos de rebel-día y resistencia y el mayor extrañamientoalimentaron una creciente inquietud delos patrones respecto a su personal de ser-vicio, devenido un sujeto extraño y pe-ligroso, lo que se plasmó en quejas ymanifestaciones de desagrado pero tam-bién en la persistente demanda –que atra-viesa toda la época– de una intervenciónreguladora del Estado. Según las expre-siones de uno de los patrones, era necesa-rio “ayudar á las familias á defenderse delos avances de un gremio que cada día se

hace más terrible”.83 En la prensa es recu-rrente la publicación de artículos y algu-nas cartas de particulares donde se aludíaa la situación existente en materia de ser-vicio doméstico y se apuntaba a la conve-niencia –formulada como necesidad– deque el Estado lo reglamentara, con undoble objetivo. Primero, fijar legalmentelos derechos y las obligaciones de las par-tes contratantes, sirviendo de protecciónrespecto a potenciales abusos recíprocos.En el fondo, se buscaba un mayor controlpatronal sobre el personal doméstico, sutrabajo y sus prácticas cotidianas, una pro-tección –como se deslizaba al pasar– con-tra “el despotismo de nuestros subordi-nados”.84 El otro objetivo explícito erapropiciar una fiscalización más estricta yefectiva de la calidad moral del personal deservicio, necesidad más acuciante debidoa su circulación y movilidad crecientes y,en este contexto, por la poca eficiencia de las prácticas de control acostumbradas,las “recomendaciones” de los patronesanteriores.

La reglamentación de esta naturaleza,más que regular el servicio domésti-co, suponía la imposición de un contra-lor, policiaco, sobre las trabajadoras. Laintervención estatal –con más precisión,policial– terminaba respondiendo clara-mente a la búsqueda de protección de lospatrones frente a estos sujetos, cada vezmás extraños, que trabajaban dentro desus hogares. Los controles policiales ven-drían a ocupar, crecientemente, el sitioque iban dejando libres las tradicionalesformas de regulación del servicio domés-tico, basadas en vínculos paternalistas.Frente a la creciente debilidad de las tra-

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dicionales formas de control, que parecíanno funcionar ya tan eficientemente comoantes, los patrones demandaron un con-trol externo, estatal-policial, que operaracomo instrumento de protección de susintereses, ahora desafiados, quizá más queefectivamente amenazados.

A MANERA DE CIERRE

En esta contribución, situada en la encru-cijada de la historia del trabajo y la his-toria de los grupos sociales, se combina-ron, de manera fecunda, una aproximaciónmacroanalítica –a través del uso de loscensos y agregados cuantitativos– con otrade naturaleza microanalítica, focalizada enun acercamiento a las experiencias de lasdomésticas. Esta última vía permitió avan-zar, siquiera tímidamente, en la preten-sión de restituir la voz y el protagonismoa las mujeres que se desempeñaban en elservicio doméstico, al descentrar las pers-pectivas analíticas deslizándonos desde lacategoría socioocupacional y el mercadode trabajo sectorial hacia las trabajadoras,sus experiencias, prácticas, actitudes, rela-ciones e, incluso, las representaciones deellas, propias y de otros grupos. Así, aun-que con las limitaciones del caso, se co-menzó a indagar el servicio domésticocomo un espacio de experiencia y tam-bién un espacio de relación (al considerarlos vínculos patrones-domésticas).

Entre otras cosas, esto permitió resca-tar a las domésticas como protagonistasde la historia, reivindicando la capacidadtransformadora y creativa de los sujetospopulares, desplegada dentro de los cons-treñimientos que sobre ellos pesaban. Eneste marco fue posible vislumbrar indi-cios de la construcción por parte de las

domésticas de una identidad en tanto tra-bajadoras libres asalariadas (empleadas, nosirvientes), lo cual fue alentado en buenamedida por los procesos de cambio enmarcha, que crearon mayores oportuni-dades laborales y la posibilidad efectivade trabajar por un salario. El mercado con-tribuyó decididamente a desestabilizar lasformas tradicionales de regulación del ser-vicio doméstico. En este sentido, en eltranscurso del periodo se produjo unatransformación fundamental, consistenteen una creciente mercantilización del ser-vicio doméstico, el deslizamiento desdeunas relaciones marcadas por el paterna-lismo, la subordinación y la autoridad-deferencia (amo[a]-sirviente) hacia relacio-nes más contractuales (patrón[a]-empleadadoméstica) y de negociación, lo cual fueacompañado de un creciente extraña-miento entre ambas partes, en virtud delcual los sectores acomodados comenzarona representarse a las domésticas, cada vezmás, como un sujeto extraño y peligroso.

Al parecer, se estaba cerrando unaetapa en la evolución del servicio domés-tico, dando paso a otra signada por elincremento de la mercantilización y unamayor libertad de las trabajadoras (ahoracondicionada cada vez más, solamente,por la necesidad de ganarse la vida). Aunasí, la crisis de las formas tradicionales de control paternalista era un desafío y un problema más que una amenaza efec-tiva al orden social. Como decía E. P.Thompson, aunque en referencia a un contexto muy distinto (la Inglaterra delsiglo XVIII): “La insubordinación de lospobres era un inconveniente, pero no unaamenaza.”85

85 Thompson, Costumbres, 2000, p. 57.

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FUENTES CONSULTADAS

Archivos

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