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119 revista de la facultad de filosofía y letras N O T A S Y R E S E Ñ A S Feminismo transmoderno: mapa y pautas para un proyecto académico, intelectual y político * Lucía Melgar A inicios de la segunda década del siglo xxi el feminismo sin adjetivos no existe. Existe una variedad de pensamientos feministas, miradas feministas, pensadoras y activistas feministas, es decir, feminismos. Lo que conforma el feminismo actual es una variada gama de ideas y prácticas que se inscriben en el amplio ámbito de un pensamiento crítico que, al cabo de más de dos siglos, ha incidido en la forma de ver el mundo, las relaciones sociales y de género, el poder y su ejercicio, los derechos de las mujeres y de los “otros”, y de manera más amplia, en la percepción de lo que es ser hombre o mujer, el concepto de ciudadanía, sujeto, identidad, entre otros. Este pensamiento crítico ha cuestio- nado también las fronteras entre crítica y acción y las ha cruzado en ambos sen- tidos para demandar libertades y derechos para las mujeres, mediante el uso de la palabra oral y escrita y mediante el recurso a la acción, la movilización, la reflexión, y/o la educación en todas sus variantes. Reconocer la pluralidad que caracteriza al feminismo en México y en el mundo hoy es un punto de partida necesario para hablar del presente y del fu- turo de los “feminismos” y, en particular, para entender las dificultades y las potencialidades para construir, si no un movimiento feminista local, nacional y transnacional, sí una red de movimientos feministas que desde su diversidad puedan articularse con base en un compromiso con las libertades y la defensa de los derechos de las mujeres, la promoción de nuevas relaciones entre las per- sonas más allá de la dualidad de sexos y, en gran medida todavía, de géneros. Para imaginar y potenciar esa red o red de redes hace falta reconocer y en- tender esa pluralidad y diversidad, romper por ende con el concepto del femi- nismo como propiedad intelectual o política de unas cuantas, casi como feudo; es decir, volver, en un sentido, al origen del pensamiento feminista, en el es- truendo de la revolución francesa o en los avatares del siglo xix, para recupe- rar su sentido reivindicativo y político, su búsqueda de igualdad y liberación de las mujeres −que dos siglos después aún no hemos logrado del todo− y su aspiración, a veces considerada utópica, de construir una nueva sociabilidad, un mundo nuevo, más justo, más equitativo. El libro Feminismo transmoderno, una perspectiva política, de María del Car- men García Aguilar, responde con creces a esa necesidad de entender el femi- nismo en su diversidad. No sólo lo examina en el presente, traza también su * Comentarios al libro Feminismo transmoderno: una perspectiva política de Ma. del Carmen García Aguilar, presen- tados en la BUAP el 30 de marzo de 2012.

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revista de la facultad de filosofía y letras

N O T A S Y R E S E Ñ A S

Feminismo transmoderno: mapa y pautas para un proyecto académico, intelectual y político*

Lucía Melgar

A inicios de la segunda década del siglo xxi el feminismo sin adjetivos no existe. Existe una variedad de pensamientos feministas, miradas feministas, pensadoras y activistas feministas, es decir, feminismos. Lo que conforma el feminismo actual es una variada gama de ideas y prácticas que se inscriben en el amplio ámbito de un pensamiento crítico que, al cabo de más de dos siglos, ha incidido en la forma de ver el mundo, las relaciones sociales y de género, el poder y su ejercicio, los derechos de las mujeres y de los “otros”, y de manera más amplia, en la percepción de lo que es ser hombre o mujer, el concepto de ciudadanía, sujeto, identidad, entre otros. Este pensamiento crítico ha cuestio-nado también las fronteras entre crítica y acción y las ha cruzado en ambos sen-tidos para demandar libertades y derechos para las mujeres, mediante el uso de la palabra oral y escrita y mediante el recurso a la acción, la movilización, la reflexión, y/o la educación en todas sus variantes.

Reconocer la pluralidad que caracteriza al feminismo en México y en el mundo hoy es un punto de partida necesario para hablar del presente y del fu-turo de los “feminismos” y, en particular, para entender las dificultades y las potencialidades para construir, si no un movimiento feminista local, nacional y transnacional, sí una red de movimientos feministas que desde su diversidad puedan articularse con base en un compromiso con las libertades y la defensa de los derechos de las mujeres, la promoción de nuevas relaciones entre las per-sonas más allá de la dualidad de sexos y, en gran medida todavía, de géneros.

Para imaginar y potenciar esa red o red de redes hace falta reconocer y en-tender esa pluralidad y diversidad, romper por ende con el concepto del femi-nismo como propiedad intelectual o política de unas cuantas, casi como feudo; es decir, volver, en un sentido, al origen del pensamiento feminista, en el es-truendo de la revolución francesa o en los avatares del siglo xix, para recupe-rar su sentido reivindicativo y político, su búsqueda de igualdad y liberación de las mujeres −que dos siglos después aún no hemos logrado del todo− y su aspiración, a veces considerada utópica, de construir una nueva sociabilidad, un mundo nuevo, más justo, más equitativo.

El libro Feminismo transmoderno, una perspectiva política, de María del Car-men García Aguilar, responde con creces a esa necesidad de entender el femi-nismo en su diversidad. No sólo lo examina en el presente, traza también su

* Comentarios al libro Feminismo transmoderno: una perspectiva política de Ma. del Carmen García Aguilar, presen-tados en la BUAP el 30 de marzo de 2012.

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genealogía. Lo sitúa en el amplio cauce del pensamiento occidental sobre todo, que es donde se origina; explica sus tendencias principales, sus etapas, sus bi-furcaciones pasadas y actuales; nos ofrece una serie de mapas que nos permiten entender y contrastar las particularidades de los feminismos en la modernidad, la posmodernidad y la transmodernidad −más que etapas, ámbitos epistémicos, experienciales y políticos. En este sentido, se trata de un libro que nos permi-te entender qué es y qué ha sido el feminismo o, más bien, los feminismos; que ilumina y sugiere la potencia intelectual y política del pensamiento feminista actual, y que destaca el potencial de su despliegue a través de las nuevas tecno-logías y en nuevos campos de acción, ya no sólo en relación con los seres huma-nos, sino también con otras especies (como lo ha planteado Donna Haraway), con el medio ambiente y con la tecnología. Amplio potencial y enormes retos.

Reconstrucción histórica: de la modernidad a la transmodernidadComo sabemos, el origen del feminismo se remonta, por un lado, a la revolu-ción francesa con Olimpia de Gouges y, por otro, a las expresiones de reivindi-cación de derechos políticos y laborales en la era industrial en Estados Unidos y Gran Bretaña. En ambos casos se desarrollaron en una larga primera etapa, donde predominaba un concepto del sujeto universal, masculino, y donde pre-dominaban las grandes narrativas y la idea de progreso. La primera y segun-da olas del feminismo se inscriben en ese marco de la modernidad. La tercera ola puede verse como una ruptura, un punto de inflexión, como parte e instru-mento del paso a un pensamiento posmoderno. En efecto, entre las múltiples formas y posturas que adopta el feminismo a partir de los años sesenta y se-tenta del siglo xx, se plantea una crítica radical al sujeto universal, a la identi-dad homogénea e integrada, al lenguaje, a la dualidad cartesiana y se pone en cuestión el significado de la dualidad sexual, del binarismo en todos los ámbi-tos del pensamiento, la condición del cuerpo y del cuerpo sexuado, y entran en crisis los macrorelatos, la idea de progreso, la primacía del discurso y del pen-samiento “falogocéntricos”.

Lejos de reconstruir la historia del feminismo en términos de la contrapo-sición modernidad-posmodernidad, García Aguilar retoma estas etapas, las reexamina y explica a la luz de la transmodernidad, concebida desde los apor-tes teóricos de la académica española Rodríguez-Magda. Modernidad, posmo-dernidad y transmodernidad no remiten a etapas separadas o compartimentos estancos. Así como pueden convivir distintos modos de producción en un perío-do, coexisten en el mundo −pese a la idea de progreso lineal que a veces reapa-rece en el horizonte− distintas maneras de verlo y pensarlo. Lo significativo y sugerente en este caso es que, lejos de pretender “superar” una etapa anterior, como se plantea a veces al contrastar modernidad y posmodernidad, la trans-modernidad contiene en su nombre y conceptualización misma a la moderni-dad. Es decir, como bien explica la autora, en la trasmodernidad se reconoce y retoman los pendientes de la modernidad, de tal modo que no se rompe con ella sino que se reactualiza lo que quedó inconcluso (por así llamarlo), en par-ticular las demandas políticas de los primeros feminismos. En mi opinión, ésta es una importante distinción que contrasta con la pretensión apolítica de un cierto posmodernismo que se situaba (falsamente a mi ver) por encima de las ficciones modernas (incluyendo las de igualdad, fraternidad y libertad o ciu-dadanía, progreso, etc.).

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Vale la pena retomar el concepto de Rodríguez Magda que cita la autora:

La transmodernidad es la pervivencia de las líneas del proyecto moderno en la so-ciedad postmoderna, su tránsito y reiteración “rebajados”, su copia distanciada, fragmentada, hiperreal; la síntesis necesaria para que, aceptando un relativo cam-bio de paradigma, no ahoguemos en la banalidad todo el esfuerzo hacia una eman-cipación progresiva. Se trata de utilizar las características de la sociedad y el saber postmodernos para continuar la Modernidad por otros medios. (p. 59)

La autora destaca el sentido de movimiento y adaptación cuando señala que: “la Transmodernidad queda situada más allá de la posmodernidad, con un retorno a la Modernidad sin olvidar sus objetivos inconclusos y como posibi-lidad para transitar por otras vías” (59), lo que implica reconocer que estamos en un nuevo paradigma y que es necesario seguirnos moviendo, cambiando.

Mientras que la Modernidad se caracteriza por principios de unidad, cohe-sión, universalidad; en la posmodernidad priman la multiplicidad, la negación, el pensamiento débil, como sabemos. Lo que vivimos en la transmodernidad es diversidad, virtualidad, predominio de la información y la instantaneidad, así como la omnímoda presencia e impacto de la tecnología: computadoras, pan-tallas, hipertextos, internet… por ende, nuevas formas de comunicación e in-terrelación, redes y comunidades virtuales, solidaridad virtual y glocal. Cabe añadir, como contraparte, aspectos más obscuros que es preciso estudiar más a fondo, tales como la espectacularización de la intimidad, desde el sexo hasta el asesinato y el suicidio a través de las pantallas, y simultáneamente, el aisla-miento y la tendencia al autismo – fenómenos destacados en estudios recien-tes o noticias acerca de estos medios.

Antes de pasar a examinar lo que es y aporta el feminismo transmoderno (o feminismos como veremos), hay que notar que, al trazar el mapa de los fe-minismos, García Aguilar construye una verdadera genealogía y delinea lo que podríamos llamar una tradición o una historia del feminismo. No sólo sitúa co-rrientes e ideas sino también personas, autoras, pensadoras y activistas, con lo cual la historia que leemos es a la vez una historia del pensamiento y una historia sociopolítica del feminismo, como corresponde a la perspectiva políti-ca que nos anuncia el subtítulo (información significativa que muchas veces se pasa por alto al hablar de feminismos).

¿Qué es entonces el feminismo transmoderno y por qué nos importa?En el concepto de García Aguilar, la transmodernidad corresponde al mun-

do de hoy, al paradigma actual. Retomando a Rodríguez Magda, plantea que se trata de:

“una zona estratégica que permite la transformación, el pluralismo, la com-plejidad; es aleatoria y dinámica, es un vaso comunicante de los paradigmas históricos”. Además, sugiere, su racionalidad es tolerante, múltiple, dinámi-ca y permite el diálogo; se trata, en breve, de un “paradigma que muestra un modelo global de comprensión de la sociedad actual” (p. 198) y, sobre todo, se destaca como un pensamiento que no olvida el asunto pendiente moderno que son las mujeres, su igualdad, ciudadanía plena, libertad, derechos, etc. Si coin-cidimos y adoptamos esa concepción de la transmodernidad, podemos plantear, me parece, que el feminismo ha encontrado en ella un paradigma que coincide con su impulso original, por así llamarlo. Podríamos hablar entonces del femi-nismo transmoderno como un feminismo que se hace cargo de nuestra época como suya propia y encuentra en ella el potencial de reactualizarse y desarro-

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llar conceptos acordes a sus objetivos políticos de reconocimiento de las muje-res como sujetos en el espacio público, lo que supone un cuestionamiento del poder masculino o falogocéntrico. Como también señala García Aguilar, aquí, de nuevo, hay que hablar en plural, de feminismos, dadas las variantes y di-versidad de comunidades feministas no sólo en términos geográficos sino en las distintas aéreas de acción y pensamiento.

Aunque en las reflexiones de García Aguilar acerca del feminismo transmo-derno (o los feminismos transmodernos) hay muchos temas sugerentes, para mí una de sus principales aportaciones es lo que se podría caracterizar como un programa o una propuesta de programa de investigación para la crítica fe-minista o para quienes nos interesamos en los feminismos y en la acción soli-daria feminista en red (acción que puede ser decisiva en el ámbito político si vamos creando redes y redes de redes).

Este programa de investigación podría tomar este libro como punto de par-tida y ampliar sus indagaciones de los feminismos y sus aportaciones en la mo-dernidad y la posmodernidad. Más allá de eso, podríamos retomar el concepto del feminismo transmoderno como transformador: del concepto de sujeto, de la(s) identidad(es) −en particular la de las mujeres en tanto relato de nosotras mismas (cf. Rosa Montero, citada en el libro, p. 213) −, y en lo que se refiere a la diversidad de los sujetos concretos y a la experiencia como punto de parti-da de la subjetividad. Como plantea García Aguilar:

El desafío es conjugar la visión de la subjetividad con una firme adhesión a la creen-cia en la diferencia sexual y al compromiso con una praxis política en términos de contramemoria, de resistencia, de responsabilidad, de saberes situados y de una política de localización, esto es lo que Braidotti llama la política de la subjetividad femenina, cuya estrategia será elaborar colectiva y socialmente una nueva políti-ca del lenguaje −como mitos y figuraciones políticas− denominada nómade. (p. 217)

Dentro de este proyecto de investigación, una vertiente crucial serían, como también señala, las genealogías feministas, elaboradas desde una crítica situada, no determinista, que critique los estereotipos de género, examine las estructu-ras de poder y saber, los criterios de legitimidad y la ausencia de las mujeres en estas estructuras, así como la descalificación de sus saberes tradicionales, orales, etc.

La ausencia de las mujeres requiere, en efecto, “seguir cuestionando a la historia y sus procesos”, llevar a cabo una “reconstrucción histórica de sus au-sencias y sus aportes”. (p. 222)

Esto implica también, como señala Rodríguez Magda citada por la auto-ra, hacer una historia de las mujeres y una historia de la teoría feminista. Reto-mando a Joan Scott, se trataría también de hacer una historia de la experiencia femenina y desde ella; desde el cuerpo, las vivencias y la condición de las mu-jeres. En la transmodernidad esto supone también ampliar nuestro concepto de cuerpo y de ser humano y hablar de cyborgs, de la relación entre seres hu-manos, máquinas y el mundo animal, como estudia Haraway; así como reexa-minar nuestras relaciones con las demás especies, con el medio ambiente y con las demás personas. Implica asimismo reexaminar desde las mujeres, en su di-versidad y sin esencialismos, nuestras formas de ser en el mundo, nuestras for-mas de ser hombres y mujeres, y de pensarnos en el mundo.

Como pautas del proyecto de investigación desde el feminismo transmo-derno, podemos retomar, me parece, las propuestas de Rodríguez Magda que

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García Aguilar expone y amplía como estrategias de una crítica filosófica femi-nista. Se trata de estrategias que buscan detectar cómo se borra a las mujeres en el archivo del saber, cómo se les representa, con qué imágenes y calificativos, en qué contextos. A nadie le escapará, por ejemplo, la importancia de volver a incluir las aportaciones de las mujeres a la ciencia, la medicina o la filosofía − por sólo nombrar algunas de las áreas del saber más prestigiadas− de mostrar cómo en la literatura o en la historia se ha construido y mantenido un concepto de heroísmo que sólo puede ser masculino, que no sólo excluye a las mujeres sino ni siquiera las imagina; o cómo se ha preservado con variantes la imagen (o los usos) del cuerpo femenino como objeto del deseo u objeto de violencia , cuerpo dominado. Asimismo, García Aguilar destaca la necesidad de crear una doble historia, la de las mujeres y la de la teoría feminista. Como ya lo mencio-né, aquí es importante subrayar que esta historia ha de incluir la experiencia de las mujeres en todas sus variantes y como vivencia que lleva a transgredir los límites entre lo público y lo privado, lo aceptado socialmente y lo no acep-tado o incluso estigmatizado.

Esas estrategias, como explica la autora, ya han producido reflexiones y nuevas versiones de la historia y el pensamiento de las mujeres. Entre otras, destaca la lectura feminista deconstructiva de la literatura, estrategia funda-mental que desmonta las relaciones tradicionales de poder y hace visible y au-dible la presencia, experiencia y voz de las mujeres; que sugiere la posibilidad de desmontar todo un sistema de ocultamiento de la violencia y la dominación contra ellas y, también, la posibilidad de crear nuevos relatos y nuevas memo-rias de nuestra propia historia y de su significado en el mundo.

En este mismo sentido se plantea la reapropiación del cuerpo femenino por parte de las mujeres: el dejar de ser para otros y ser para sí, para quien lo vive. Tal vez ésta sea hoy una de las líneas de pensamiento y acción más urgentes y más difíciles en cuanto, a mi ver, en el mundo actual el cuerpo femenino – y los cuerpos vulnerables en general − puede verse como el límite de la liberación. Si bien por un lado el feminismo se ha asociado con la liberación de las muje-res, de la sexualidad, de la maternidad como destino, del dis-placer; si bien se ha reivindicado el cuerpo en su posibilidad de libertad, movimiento, fluidez, placer y trans-sexualidad, hoy el cuerpo femenino (o feminizado) sigue siendo botín de guerra, territorio en disputa, superficie en que se inscriben mensajes entre grupos de poder mafiosos, mano de obra barata, vientre en renta, pieza desmontable o inflable, objeto de explotación.

En este contexto, importa realzar el significado político de un análisis, un proyecto de investigación o proceso de crítica social y cultural desde el feminis-mo transmoderno, en cuanto, a diferencia de ciertas teorías postmodernas, éste no renegará de su compromiso con la libertad, la igualdad, los derechos de las mujeres, es decir, con lo que constituye el día a día de lo político.

Así, el feminismo transmoderno que se asume como parte de un mundo des-centrado, glo-cal y des-igual, ha de enfrentar también el reto de examinar fenómenos complejos como la violencia de género, la manipulación del cuerpo y la degradación y devaluación de la vida humana en la bio-política y la necro-política específicamente.

Por último, quisiera insistir en que, a la vez que en este paradigma surgen viejos − nuevos problemas que se reexaminan no sin riesgo (hoy, por ejemplo, el inicio de la vida, la condición de persona, entre otros), la transmodernidad, remite a un conjunto muy rico de nuevas tecnologías, cuyo uso nos da nuevos

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instrumentos para trabajar, comunicarnos y para enlazar academia y activismo. Crear redes virtuales, comunidades feministas locales y glocales, es una nece-sidad de la que estamos conscientes pero que aún no hemos logrado satisfacer como podríamos y deberíamos si en verdad nos importa preservar la vitalidad del “feminismo” como pensamiento y acción. El reto hoy es crear redes activas que sean verdaderas comunidades intelectuales (que desarrollen éste y otros muchos proyectos críticos) y, también, agentes comprometidas de cambio social.