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La actitud de la Iglesia de cara a las teorías de la evolución, que son varias, es de prudencia. Reconoce que parten de hipótesis científicas serias, dignas de ser tenidas en cuenta, pero que hay que estar atentos de cara a su interpretación. No es admisible, por ejemplo, una interpretación de tipo materialista, que excluya la causalidad divina. De cara al origen del hombre, se podría admitir la posibilidad de una evolución en cuanto al cuerpo, pero sabemos por la Revelación, así como por una sana filosofía, que el alma humana, que es espiritual, no puede surgir de la materia, sino que implica una creación directa por parte de Dios. A este respecto, puede ser útil leer un documento reciente de Juan Pablo II en el que trató el tema, del cual está tomada esta cita: «Teniendo en cuenta el estado de las investigaciones científicas de esa época y también las exigencias propias de la teología, la encíclica Humani generis consideraba la doctrina del evolucionismo como una hipótesis seria, digna de una investigación y de una reflexión profundas, al igual que la hipótesis opuesta. Pío XII añadía dos condiciones de orden metodológico: que no se adoptara esta opinión como si se tratara de una doctrina cierta y demostrada, y como si se pudiera hacer totalmente abstracción de la Revelación a propósito de las cuestiones que esa doctrina plantea. Enunciaba igualmente la condición necesaria para que esa opinión fuera compatible con la fe cristiana.[...] Pío XII había destacado este punto esencial: el cuerpo humano tiene su origen en la materia viva que existe antes que él, pero el alma espiritual es creada inmediatamente por Dios "animas enim a Deo immediate creari catholica fides nos retinere iubet": encíclica Humani generis: AAS 42 [1950], p. 575). En consecuencia, las teorías de la evolución que, en función de las filosofías en las que se inspiran, consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Por otra parte, esas teorías son incapaces de fundar la dignidad de la persona» (Juan Pablo II, Mensaje a los miembros a la Academia Pontificia de Ciencias, 22 de octubre de 1996). En otro texto se había expresado de modo semejante: «En cuanto al aspecto puramente naturalista de la cuestión, ya mi inolvidable predecesor, el Papa Pío XII, en la encíclica Humani generis, llamaba la atención en 1950 sobre el hecho de que el debate referente al modelo explicativo de evolución no es obstaculizado por la fe si la discusión se mantiene en el contexto del método naturalista y

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La actitud de la Iglesia de cara a las teorías de la evolución, que son varias, es de prudencia. Reconoce que parten de hipótesis científicas serias, dignas de ser tenidas en cuenta, pero que hay que estar atentos de cara a su interpretación. No es admisible, por ejemplo, una interpretación de tipo materialista, que excluya la causalidad divina. De cara al origen del hombre, se podría admitir la posibilidad de una evolución en cuanto al cuerpo, pero sabemos por la Revelación, así como por una sana filosofía, que el alma humana, que es espiritual, no puede surgir de la materia, sino que implica una creación directa por parte de Dios.

A este respecto, puede ser útil leer un documento reciente de Juan Pablo II en el que trató el tema, del cual está tomada esta cita: «Teniendo en cuenta el estado de las investigaciones científicas de esa época y también las exigencias propias de la teología, la encíclica Humani generis consideraba la doctrina del evolucionismo como una hipótesis seria, digna de una investigación y de una reflexión profundas, al igual que la hipótesis opuesta. Pío XII añadía dos condiciones de orden metodológico: que no se adoptara esta opinión como si se tratara de una doctrina cierta y demostrada, y como si se pudiera hacer totalmente abstracción de la Revelación a propósito de las cuestiones que esa doctrina plantea. Enunciaba igualmente la condición necesaria para que esa opinión fuera compatible con la fe cristiana.[...] Pío XII había destacado este punto esencial: el cuerpo humano tiene su origen en la materia viva que existe antes que él, pero el alma espiritual es creada inmediatamente por Dios "animas enim a Deo immediate creari catholica fides nos retinere iubet": encíclica Humani generis: AAS 42 [1950], p. 575). En consecuencia, las teorías de la evolución que, en función de las filosofías en las que se inspiran, consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Por otra parte, esas teorías son incapaces de fundar la dignidad de la persona» (Juan Pablo II, Mensaje a los miembros a la Academia Pontificia de Ciencias, 22 de octubre de 1996).

En otro texto se había expresado de modo semejante: «En cuanto al aspecto puramente naturalista de la cuestión, ya mi inolvidable predecesor, el Papa Pío XII, en la encíclica Humani generis, llamaba la atención en 1950 sobre el hecho de que el debate referente al modelo explicativo de evolución no es obstaculizado por la fe si la discusión se mantiene en el contexto del método naturalista y de sus posibilidades [...]. Según estas consideraciones de mi predecesor, una fe rectamente entendida sobre la creación y una enseñanza rectamente concebida de la evolución no crean obstáculos: en efecto, la evolución presupone la creación; la creación se encuadra en la luz de la evolución como un hecho que se prolonga en el tiempo - como una creatio continua - en la que Dios se hace visible a los ojos del creyente como ‘Creador del cielo y de la tierra’» (Juan Pablo II, discurso en el Simposio científico internacional sobre Fe cristiana y teoría de la evolución, 26 de abril de 1985).

A este respecto, científicos y teólogos, han gastado litros de tinta y kilos de papel, por lo que podría parecer algo simplista pretender responder a este tema en breves líneas. Sin embargo podemos responder lo siguiente: La teoría de que Dios se sirvió del cuerpo de un mono para hacer al primer hombre se llama evolucionismo. Esta teoría no está condenada por la Iglesia, desde la fe y la filosofía no hay inconveniente en admitir la teoría de la evolución. La respuesta de la veracidad de esta teoría nos la debe dar la ciencia, pues hasta el momento no deja de ser eso, una teoría. De hecho, la teoría de la evolución no elimina la necesidad de una inteligencia ordenadora. Admitir el orden de este mundo y no preguntarse por su causa, es como encontrarse un televisor en lo alto de un

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monte y atribuirlo a la casualidad . Los textos de la Biblia no tratan de darnos una explicación científica del modo cómo fueron hechos Adán y Eva, sino algo mucho más profundo: el hombre es obra de Dios y la mujer de la misma naturaleza que el hombre .

La Teoría de la evolución, pone en evidencia todos los descubrimientos que se han hecho en este campo gracias a la paleontología y en los que se observa cómo poco a poco, (después de miles y millones de años) los homínidos fueron transformándose hasta que “dieron lugar” al hombre. Estos estudios evidencian una cosa de la que no podemos dudar: el hombre tiene muchas cosas en común con el mundo viviente inferior a él, y de modo especial con la familia de los monos. Esta es una verdad en la que la ciencia ha ido profundizando cada vez más y que permite pensar que la teoría de la evolución hoy día es la explicación más racional.

Lo que a veces no se recalca de igual manera, es que el hombre por sus manifestaciones de inteligencia, voluntad y capacidad de amar... se separa claramente de los demás monos. Esto es lo que la Iglesia se esfuerza por comunicar: que el hombre no es pura materia sino que tiene espíritu y el espíritu no evoluciona.

La ciencia podrá explicar cómo ha ido evolucionando el cuerpo, cosa que la Iglesia no sólo no tendrá problemas en aceptar, sino que la acogerá, pero lo que nunca podrá probar la ciencia es que “haya evolucionado el alma”.

Resumiendo: la Iglesia acepta que para la creación del hombre, Dios se pudo valer de una “materia” que ya existía (los homínidos) y que perfeccionó, a la que añadió el alma espiritual y racional, creando así al hombre. Además la Iglesia enseña que Dios no sólo dio el alma al primer hombre, sino que la da a cada hombre que viene al mundo, que la crea. Con esto rechaza cualquier interpretación que diga que todo el hombre (alma y cuerpo) descienden del mono, porque si toda alma es creada por Dios, ya no hay lugar para la evolución.

La Iglesia Católica y la Evolución

El 22 de octubre del 96, el discurso de Juan Pablo II a la Academia Pontificia de las Ciencias causaba cierto revuelo en los ambientes científicos interesados. Algunos interpretaron entonces que la Iglesia aceptaba por fin el evolucionismo. Pero, ¿es cierta esta apreciación? ¿Ha cambiado el juicio de la Iglesia sobre esta teoría? En realidad no es para tanto: el Magisterio nunca se ha opuesto a una evolución bien entendida. Lo que ha hecho el Papa es constatar que los "nuevos acontecimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis".

En el referido discurso del Papa, se reconoce que hay "argumentos significativos en favor" de la teoría del Evolucionismo. Se trata, pues, de una nueva valoración: hasta ahora la ciencia y la Iglesia no concedían al evolucionismo más que un valor hipotético, tan probable como las teorías opuestas. Pero ahora se reconoce que "la convergencia de los trabajos realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un argumento significativo en favor de esta teoría".

Un principio generalRepetidamente la Iglesia ha afirmado que la verdad no puede contradecir a la verdad (León XIII, Pablo VI, Juan Pablo II). Con ello se quiere hacer ver que la verdad científica nunca puede ser disconforme con la verdad revelada, si ambas se mantienen cada una

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en su campo y saben interpretarse adecuadamente. La razón es obvia: Dios es la suprema Verdad; las verdades parciales son aspectos de esa única Verdad; admitir discrepancias entre unas verdades y otras seria tanto como admitir contradicción interna en Dios, lo cual es inimaginable.

Nunca hubo oposiciónApoyándose en tal criterio, la Iglesia nunca se ha opuesto al desarrollo científico de un evolucionismo coherente y seguro. En concreto, hasta 1996, había señalado lo siguiente:

Respecto a la evolución cósmica la Iglesia ha efectuado muy pocas manifestaciones. La Pontificia Comisión Bíblica, en respuesta del 30-VI-1909 que versa sobre el sentido de los tres primeros capítulos del Génesis, dice solamente que no puede ponerse en duda "la creación de todas las cosas por Dios al principio del tiempo". Mantiene, pues, firme la fe en Dios creador, sin manifestar incompatibilidad con las teorías de la génesis del universo; especialmente las que admiten un principio temporal del mundo. En 1948, la misma Comisión responde de nuevo al Cardenal de Paris y ratifica lo ya dicho, explicando en qué sentido deben interpretarse los primeros capítulos del libro del Génesis. Por lo que se refiere a la evolución biológica, la Iglesia expresó en 1950 que no vela oposición entre la fe y las investigaciones sobre la evolución (Pío XII, Enc. Humani generis), aunque recomienda "la máxima moderación y cautela" en las afirmaciones científicas no probadas, ya que el Evolucionismo no pasaba de ser una hipótesis todavía sin comprobar. En 1986, en una de sus catequesis, Juan Pablo II dice que la teoría de la evolución "no contrasta con la verdad revelada", siempre que se la entienda de modo que no excluya la causalidad divina. En cuanto al origen del hombre, la Iglesia ha señalado (cfr. Enc. Humani generis) los puntos de doctrina que un cristiano debe mantener firmes para aceptar la teoría de la evolución aplicada al hombre: la peculiar creación del hombre por Dios, la formación de la primera mujer a partir del primer hombre, la creación inmediata del alma humana por Dios, la unidad del linaje humano y por tanto la necesidad del monogenismo, y algunos otros conceptos revelados más propios de la teología que de la ciencia. Nunca, en resumen, limitó la Iglesia la libertad de investigación en este campo. Sus afirmaciones positivas se han referido siempre a aspectos no científicos, como el origen del espíritu, que escapa por su misma naturaleza a las investigaciones físico-químicas, como veremos al final.

La Iglesia acepta un evolucionismo que se limite a la explicación científica de la naturaleza, sin entrar en hipótesis sobre la creación del mundo o del alma humana,que son cuestiones metafísicas

Una teoría y su alcanceLas declaraciones de Juan Pablo II en octubre de 1996 inclinan la opinión de la Iglesia a aceptar el evolucionismo como teoría suficientemente comprobada "por diversas disciplinas del saber" (n 4). Aunque parezca, en principio, que la Iglesia no debería tomar postura en un argumento científico, "el Magisterio está interesado directamente en la cuestión de la evolución, porque influye en la concepción del hombre" (n. 5). Esto quiere decir que no se trata de una simple cuestión opinable, como tantas otras investigaciones científicas, sino que el enfoque con que se afronte el evolucionismo y, en concreto, el origen del hombre, afecta profundamente a la noción misma de persona humana; y esto

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repercute a su vez en múltiples aspectos éticos, sociológicos, etc., con honda trascendencia moral.

El Papa, tras reconocer los argumentos significativamente válidos del evolucionismo, señala insistentemente que se trata de una teoría, y delimita el valor epistemológico de toda teoría: una interpretación (no un hecho) homogénea de numerosos datos, que permite relacionarlos entre si y darles una explicación. Toda teoría debe verificarse con nuevos datos y, en caso necesario, reformarse para ser mejor adaptada a la realidad. Además, en el caso del evolucionismo, a los datos procedentes de la observación se añaden ciertas nociones filosóficas, pretendiendo integrarlas en un conjunto unitario con la parte más científica (cfr. n. 4).

Así la primera puntualización pontificia es que, si bien -hoy por hoy- el evolucionismo es la teoría científica que mejor cuadra con los datos observados, no puede tomarse como intangible pues, por su propia naturaleza, puede necesitar ser revisada o perfeccionada.

Evolución y evolucionismosLa segunda matización que hace el Papa es distinguir entre evolución y evolucionismos. En efecto, al tomar también nociones filosóficas para integrarlas en la teoría, no habrá una sola hipótesis evolucionista, sino tantas como posiciones filosóficas de partida (cfr. n. 4).

Esto puede ser licito —lo exige el propio pluralismo humano—, pero es importante destacar que la existencia de diferentes evolucionismos no es una cuestión científica, sino de pensamiento filosófico. Sería falsear la ciencia -aunque así se ha hecho no pocas vecespretender exponer como única explicación científica posible, una teoría que incluye posturas intelectuales meta-científicas. Un científico honrado expondrá con claridad los datos observables y la teoría que los explica, fijando adecuadamente los límites de su interpretación o señalando las ocasiones en que, además de sus datos, hace uso de argumentos no científicos.

El Papa señala, para ejemplificar, aquellas teorías evolucionistas que consideran que el espíritu humano surge de las fuerzas interiores de la materia viva, o que se trata de un simple epifenómeno de la misma. Estos evolucionismos son incompatibles con la doctrina católica, pero no por aceptar la evolución y sus principios científicos -que en si mismos en nada fundamentan aquellas afirmaciones-, sino porque son incapaces de fundar la dignidad de la persona humana e incompatibles con la verdad sobre el hombre (cfr. n. 5).

En resumen, la Iglesia acepta un evolucionismo que se limite a la explicación científica teórica de las observaciones naturales, sin incluir en su hipótesis cuestiones relativas a la creación del mundo o del espíritu del hombre, que son aspectos metafísicos. El momento del paso a lo espiritual no es-por su propia naturalezaobjeto de observación experimental; al investigar el origen del hombre ha de tenerse en cuenta la existencia de una discontinuidad ontológica (cfr. n. 6) respecto a los demás seres materiales. Este salto o ruptura de continuidad repugna a los que estudian la evolución como algo sólo material, pero es necesario aceptarlo como una realidad existencial, aunque escape al análisis físico-químico.

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La aportación teológicaMás allá de la teoría científica y de las premisas filosóficas, los creyentes tenemos la revelación divina como fuente de conocimiento.

Esta sabiduría enriquece enormemente los planteamientos humanos, respetando la lógica autonomía del intelecto del hombre. Por eso el Papa concluye su discurso haciendo referencia a la vida entendida como don sobrenatural de Dios que Cristo nos comunica. Aquí el término vida, usado por San Juan en sus escritos, encierra la trascendencia propia de la "eterna felicidad divina, comunicada a los hombres por la infinita liberalidad de un Dios que es calificado como Dios vivo, en uno de los más hermosos títulos que le ofrece la Sagrada Escritura (cfr. n. 7).

Lo que dice la cienciaEl moderno evolucionismo se caracteriza por englobar en una misma teoría -con diferentes partes- el origen de todo: la materia inerte, la vida y el hombre. Aunque se trate de tres saltos cualitativos, no cabe duda que hay una honda relación entre ellos; no puede explicarse la existencia del hombre sin comprender bien de dónde viene la Tierra, el sistema solar y las galaxias.

Las ecuaciones de la relatividad generalizada (Einstein, 1916) permitían deducir, contra lo que se habla creído hasta el momento, que el universo no es eterno e inmutable, sino que es evolutivo: se expande o se contrae necesariamente. J.B.Lamaître (1927) tuvo por primera vez la intuición de que todo el universo provenla de un único "superátomo, inicial; y E. Hubble comprobó experimentalmente en 1929 que las galaxias estaban en expansión. Un análisis retrospectivo llevó a plantear el origen del universo en un sólo punto inicial, calculable en el tiempo, con una concentración inaudita de energía. G. Gamow (1948) calculó este modelo, que acabó llamándose popularmente el "Big-Bang".

En 1965, Penzias y Wilson descubrieron casi por casualidad el "ruido de fondo" del universo, predicho por Gamow; lo que comprobó la exactitud de la teoría y les valió el premio Nobel. Esta y otras comprobaciones han llevado a que la casi totalidad de la comunidad científica adopte el modelo del Big-Bang como la hipótesis más probable del origen del universo. Otras teorías -universo estático y universo pulsante- no han podido ser comprobadas.

De aquel "átomo" inicial, hace unos 18.000 millones de años, proviene todo el universo observable.

El origen de la vida. Evolución biológicaDiversos experimentos realizados hacia la mitad de siglo, han demostrado la posibilidad de que, en algunos mares de la primitiva Tierra, se sintetizaran los productos de la química orgánica necesarios para la vida. Se supone que en aquellos "caldos" primitivos de materia carbonada y nitrogenada, se sintetizaron los elementos vitales (proteínas y

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ADN) capaces de reduplicarse y constituir propiamente un ser vivo. Cómo tuvo lugar esta síntesis es todavía un misterio de difícil solución.

Una vez se dieron los primeros vivientes, entró en juego la variabilidad de la molécula de ADN. Las mutaciones, espontáneas o inducidas por agentes naturales (radiactividad, etc.), supusieron millones de cambios bioquímicos, algunos de los cuales fueron provechosos para la vida de sus herederos genéticos.

Lamarck (1809) y Darwin (1859) pusieron las bases para la explicación biológica de la evolución de los seres vivos. La aportación de este último fue hacer entrar en juego la selección natural como factor decisivo en la supervivencia de los mejor adaptados y, en definitiva, en el "progreso" de las formas vitales. El entrecomillado del término progreso se debe a que algunas teorías evolucionistas insisten desproporcionadamente en el papel jugado por la selección natural. Es indudable que en la evolución se ha dado un claro progreso en complejidad y perfección de los seres vivos. Es mucho menos claro que este progreso se dedo sólo a la selección natural: desde un punto de vista filosófico, una selección realizada sobre cambios meramente casuales no explica el avance perfectivo; desde el punto de vista biológico, también parece clara una dirección evolutiva de tacto difícilmente argumentable por la sola ciencia positiva, como veremos.

Hay que hacer notar, además, la importancia crucial de algunos fenómenos imprevisibles, como la extinción catastrófica de determinadas especies, que resultaron providenciales para el desarrollo ulterior de la evolución. En los últimos 500 millones de años se encuentran restos de al menos cinco de estas grandes extinciones; la más conocida es la desaparición de los dinosaurios, hace 70 millones de años, que permitió el desarrollo y actual preponderancia de los mamíferos sobre los reptiles. Quiere esto decir que la trayectoria de la evolución ha sido única e irrepetible, fruto de un "azar" muy especial que ha conducido a la posibilidad de existencia actual del hombre.

La aparición del hombre. El principio antrópicoEs un hecho que el material genético humano (por no hablar del parecido anatómico o fisiológico) coincide en un 98% con el de diversas especies animales. Esto induce a pensar que el cuerpo humano tiene un origen común con el de otros seres vivos. Es improbable que algún día se llegue a encontrar una prueba definitiva de la transformación que dio lugar al cuerpo del hombre; pero los descubrimientos constantes en este campo de la ciencia refuerzan progresivamente la idea de una adaptación evolutiva del mundo animal hasta llegar al hombre.

La trayectoria de la evolución ha sido única e irrepetible, fruto de un "azar" muy especial Las fases de tal adaptación, por lo que hoy se conoce, pueden escalonarse en varios momentos cruciales: un distanciamiento anatómico de la rama evolutiva de los primates, hace unos 2'5 millones de años; la bipedestación (andar erguido sobre dos patas), hace 2-1'5 millones de años; el desarrollo cerebral progresivo, entre un millón y doscientos mil años de antigüedad; la expansión y diferenciación de especies desde Africa hacia Asia y Europa, en sucesivas oleadas, a lo largo de un millón de años; el aprendizaje progresivo de algunas técnicas: golpeado de piedras, tallado de hachas de mano; etc.

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Esta lentísima evolución sufre una discontinuidad y una aceleración sin precedentes hace menos de cien mil años. En muy poco tiempo-relativamenteaparece la cultura (arte), la técnica (industrias diversas), la religión (culto a los muertos) y el lenguaje. En menos del 4% del tiempo evolutivo más reciente, el hombre pasa de la nada cultural al nivel actual de pensamiento y dominio de la naturaleza.

En base a esto, y a todo el planteamiento evolutivo del mundo y de la vida, hace ya unas décadas que se abre paso, entre los profesionales de la ciencia, el convencimiento de que el universo entero parece programado para la existencia humana. Se comprueba, resumiendo mucho, que el universo y su evolución han reunido tales características que han hecho posible la existencia en él de vida inteligente; cosa nada fácil, de no coincidir las muchas y diversas circunstancias que han concurrido en nuestro mundo. Según Dicke (1961), la relación de intensidad de las fuerzas elementales de la materia, la edad misma del universo, etc., son tales que difícilmente de otra forma se habría llegado hoy al hombre: es lo que se llama el "Principio Antrópico débil".

Por otra parte, en 1973, Collins y Hawking hacen notar que sólo un universo con densidad global muy próxima a la crítica, permite la creación de estrellas y galaxias. Carter (1974) añade que cualquier variación mínima en los parámetros iniciales del universo hubiera llevado a condiciones en que seria imposible la evolución hasta el nivel humano. Por tanto, el universo posee, desde su primer instante, las condiciones que permitirán la vida (síntesis del carbono, etc.) y la posible aparición del hombre en algún momento de su historia. Es lo que se conoce como "Principio antrópico fuerte".

También las características locales de la evolución (masa y condiciones de la Tierra, núcleo de hierro, episodios catastróficos antes reseñados,...), hacen intima la probabilidad de que se reúnan de nuevo las condiciones necesarias para la aparición y desarrollo de la vida hasta el nivel humano, incluso contando con la inmensidad de astros de la Vía Láctea (Carreiras, 1997).

Ante este planteamiento sólo caben dos opciones: o el universo y la Tierra reúnen esas características "por casualidad". c bien han sido diseñados y programados expresamente para la existencia del hombre. Quienes propician la primera solución, ante la dificultad de que el azar reúna por sí sólo esas condiciones, recurren a la hipótesis de infinitos universos -simultáneos o sucesivos, de los que sólo uno de ellos tiene las características necesarias. Naturalmente, esta teoría no tiene posibilidad de comprobación científica experimental; se trata de una postura intelectual meta-científica que, además, no tiene a su favor ninguna medida o dato observable.

Queda como única solución pragmática la de que el universo ha sido concebido con el fin de servir de asiento a la vida racional. Esto implica, como se ve inmediatamente, introducir en la discusión el concepto de finalidad; el cual escapa a la elaboración científica, pues no es medible, ni cuantificable, ni tiene ecuación que lo exprese. La ciencia, por tanto, debe concluir aquí su exposición, para dejar paso a la elucubración filosófica.

Inteligencia y conscienciaLa aparición del hombre plantea, además, otro problema de distinto orden: la actividad

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racional, consciente y libre. El hombre se diferencia de los animales porque utiliza conceptos abstractos; no es capaz simplemente de aprender determinados comportamientos, sino que tiene las posibilidad de relacionar ideas simples- inmateriales-, buscar causas, analizar finalidades, deleitarse en el valor estético o ético de una cosa, etc.; todo lo cual escapa a la actividad sensorial propia del reino animal. Gracias a ello existe la Filosofía, la Poesía y la misma Ciencia; toda la cultura utiliza símbolos arbitrarios y abstractos para comunicar conocimientos e ideas. Además, el hombre es consciente: tiene un yo integrador, sujeto de sus actividades y capaz de reflexionar sobre su propio conocimiento (conocer que conoce, frustrarse ante el error, etc.)

La física moderna define la materia por sus interacciones con las cuatro fuerzas elementales. Ningún efecto de esas fuerzas tiene como consecuencia el pensamiento, la abstracción o la consciencia. No hay medida cuantitativa para calibrar el valor artístico o la implicación ética. Las mismas neuronas y corrientes cerebrales no son conscientes de si mismas; y si cada una no lo es, el conjunto -simplemente como conjunto- tampoco puede serlo. El pensamiento no es una secreción del cerebro: no hay dato científico en que apoyarse para asegurarlo. Quienes defienden una postura materialista de la razón humana, lo hacen por la idea preconcebida de que sólo existe la materia; lo cual no es un dato científico, sino un prejuicio filosófico, bastante inseguro por lo demás.

Añadida a las cuatro fuerzas elementales que definen la materia, en el hombre está presente una "quinta fuerza", no reducible a las anteriores, que se expresa en el pensamiento. Este componente novedoso del hombre se ha llamado, desde hace siglos, espíritu. Decir que el espíritu puede "emerger" de la materia, o que se reduce a una materia más organizada, son afirmaciones gratuitas. Ningún dato ni análisis científico justifica un reduccionismo así.

No cabe tampoco atribuir -como hacen algunos- la aparición de la inteligencia al desarrollo del lenguaje. Más bien lo lógico es lo contrario: el lenguaje es fruto de determinados órganos anatómicos, usados por alguien que sabe algo y desea trasmitirlo.

La ciencia, pues, debe terminar aquí su aportación a la aparición del hombre: constatando la existencia del espíritu y reconociendo que, con el método científico, no puede llegar a más. Es la hora, de nuevo, de dejar paso a la filosofía.

El Origen del Hombre

La aparición del hombre no es tan antigua si se la compara con la vida de la Tierra.

Los científicos creían ya en épocas modernas que el hombre habría surgido hace unos seis mil años, sin embargo, a fines del siglo XVIII se descubrieron objetos confeccionados por seres humanos de mucha más antigüedad, que dieron por tierra con esos cálculos.

Se creía que los homínidos, antepasados del homo sapiens, podrían haber existido cientos de miles de años antes en este planeta, por restos fósiles que se encontraron de ellos y de otros animales de esa antigüedad.

Pero a partir de la utilización del método radiactivo se comprobó que la tierra y el sistema solar debían tener una antigüedad de cuatro mil seiscientos millones de años.

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Se considera que los homínidos más antiguos se desarrollaron en África Oriental y Meridional porque se descubrieron cráneos y útiles muy primitivos que tenían una antigüedad de un millón ochocientos mil años.

A éstos homínidos se los denominó Australopithecus Aferensis, aparecidos hace cuatro millones de años, que no fabricaban utensilios; y posteriormente el homo habilis que si confeccionaban útiles primitivos, pero es probable que haya habido aún otros ejemplares mucho más antiguos pero con características demasiado diferentes como para ser considerados bajo la denominación de homos.

Según algunos científicos no es demasiado descabellado pensar que hace cinco millones de años ya había también cierta clase de homínidos en la Tierra o tal vez mucho más antiguos.

A mediados del siglo XIX fueron hallados restos de humanos, descendientes de hombres aún más primitivos de hace más de doscientos cincuenta mil años en distintos lugares de Europa y Oriente Medio, que tenían algunas diferencias en sus cráneos con respecto al homo sapiens que fue denominado hombre de Neanderthal; y como el parecido era considerable se lo llamó homo sapiens neandethalensis, mientras el hombre moderno fue llamado homo sapiens sapiens.

También se han encontrado huesos iguales al hombre actual que datan de más de cuarenta mil años, por lo que se concluye que el homo neanderthal y el homo sapiens pudieron haber sido contemporáneos en alguna antigua época.

Se supone que el hombre de Neanderthal fue vencido por el homo sapiens extinguiéndose de la faz de la tierra, supuestamente por ser menos ingeniosos.

Sin embargo no hace muchos años se encontraron restos de homos sapiens en una cueva de Israel de más de 90.000 años de antigüedad de manera que deben haber convivido muchos más años con los neanderthales.

Los homínidos australopithecus caminaban erguidos y tenían las manos iguales a las del hombre, desde hace cuatro millones de años, pero pasaron dos millones de años para que empezaran a elaborar útiles de piedra.

Del Homo Habilis descendió el Homo Erectus y finalmente del Homo Erectus descendió el Homo Sapiens, primeramente como una veriedad denominada hombre de Neanderthal, hasta llegar al hombre moderno.

De modo que en orden de aparición tenemos el homínido australopithecus, el homo habilils, el homo erectus, el hombre de Neanderthal y el Homo Sapiens.

Los últimos descubrimientos indican que puede haber habido otros homínidos diferentes del género homo y hasta otros tipos de homos que aún no se conocen.

Se han encontrado evidencias óseas que confirman que el hombre de Neanderthal podía hablar; y el estudio de las lenguas revelan la posibilidad de que todos los idiomas de la humanidad provengan de la misma raíz.

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El hombre es, o hace eso, pero no es solo eso. La profundización metafísica o visión del hombre que transciende las apariencias, la realidad física del hombre, ha descubierto que el hombre, además de animal, es racional y religiosa, dos rasgos específicos y definitorios del hombre entre todos los animales y seres terrestres. El hombre está constituido por una serie de elementos materiales, caducos y corruptibles, que son unificados, vivificados e informados por el alama racional e inmortal , para integrar una unidad superior racional e inmortal, para integrar una unidad superior personal psico-somática, es un cuerpo vivo “animado” o un alama “animadora, vivificadora” de lo material , corporal, del hombre. Gracias al alma racional, a su espiritualidad, el hombre transciende a todas las creaturas –y lo material de sí mismo- por su obrar, por su voluntad y libertad, por su inteligencia, por la moralidad de su conducta y sobre todo por la religiosidad y santificación progresiva.

ALMAEl conocimiento y comprensión de la realidad del alma humana, y la expresión de ese conocimiento, han sufrido sus lógicas vicisitudes a lo largo de la historia; pero, de un modo o de otro, con mayor o menor acierto, no han faltado en las diversas épocas, pensadores, escuelas, etc. (salvo las excepciones, por lo demás dudosas, del materialismo). De modo que puede decirse que el conocimiento del alma humana, bien como principio vital general, bien, al menos, como principio de conocimiento, de conciencia o de voluntad, bien como lo inmortal e imperecedero de cada ser humano individual, es algo que pertenece al conocimiento natural, espontáneo y más o menos inmediato, de todo hombre. Nos ocuparemos de las diversas formas con las que se ha expresado y tematizado, mejor o peor, el conocimiento de la realidad espiritual, intelectual, moral e inmortal del alma humana, a lo largo de la historia.

El conocimiento y comprensión de la realidad del alma humana, y la expresión de ese conocimiento, han sufrido sus lógicas vicisitudes a lo largo de la historia; pero, de un modo o de otro, con mayor o menor acierto, no han faltado en las diversas épocas, pensadores, escuelas, etc. (salvo las excepciones, por lo demás dudosas, del materialismo). De modo que puede decirse que el conocimiento del alma humana, bien como principio vital general, bien, al menos, como principio de conocimiento, de conciencia o de voluntad, bien como lo inmortal e imperecedero de cada ser humano individual, es algo que pertenece al conocimiento natural, espontáneo y más o menos inmediato, de todo hombre. Nos ocuparemos de las diversas formas con las que se ha expresado y tematizado, mejor o peor, el conocimiento de la realidad espiritual, intelectual, moral e inmortal del alma humana, a lo largo de la historia.

Tematización del alma en términos de principio vital

Interpretación «ingenua» del alma.Los pueblos primitivos; el naturalismo griego y su repercusión en la idea de alma cósmica

En los llamados pueblos primitivos hay diversas expresiones del conocimiento o idea del alma alma humana; hubo un tiempo en el que se especuló y polemizó bastante, especialmente alrededor de teorías de Lévy-Bruhl (por ejemplo, negaba que tuviesen una idea del alma individual) que él mismo rectificó. La mayor parte de los primitivos tienen unas ideas bastante claras sobre la inmortalidad y la responsabilidad individual. A veces

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el alma no designa simplemente la vida, la conciencia, o su principio, sino lo lleno de efecto y poder; principio de separación entre lo indiferente y lo colmado de efecto numinoso. También los poderes que el hombre no puede abarcar (aliento, sangre, rigidez cadavérica, cuerpo orgánico, etc.) pueden presentarse como un modo del alma. Tylor encuentra que una constante en varios pueblos primitivos es que alma significa fuego o aliento, faltando el cual el viviente muere, expira. El alma es, pues, principio de poder y de vida. También los filósofos naturalistas griegos definen el alma con los mismos términos usados para definir el principio de la realidad: es aire para Anaximandro (Diels, 12a29) y para Anaxímenes: «así como nuestra alma, siendo aire, nos mantiene unidos, así también el aliento y el aire circundan todo el cosmos» (Diels, 13b2); es fuego para Heráclito, y de ahí su sutilidad y profundidad: «Camina, camina, nunca quizá lograrás alcanzar los confines del alma, aunque recorras todos sus caminos; tan profundo es su «logos» (Diels, 22b45). Incluso en el craso materialismo de Demócrito y Epicuro, para los que el alma estaba formada de átomos sutiles y móviles, como fuego, encontramos más un desconocimiento ingenuo de lo psíquico-espiritual, que un rechazo violento del mismo, pues junto a la afirmación materialista se da un vitalismo pampsiquista; el cosmos aparece como un organismo animado. De ahí la idea de alma cósmica.

Según esta idea, el mundo sería un organismo viviente con un principio o alma de formatividad; la preeminencia en los jónicos de uno de los cuatro elementos, el logos de Heráclito, el amor y odio de Empédocles, el nous de Anaxágoras, serían ejemplos de ello. La idea del alma vivificante del mundo viene a ser un intento de comprensión de la unidad del mundo, que sólo es posible cuando se conoce y comprende la creación; sin esta última, aquella idea perdura sordamente en diversos pensadores con matices o sabor de panteísmo. Del pitagorismo recoge Platón esta tradición y explica que el comienzo de la ordenación del caos primitivo el alma cósmica es «la más excelente de todas las cosas engendradas por el mejor de los seres inteligibles eternos» (Timeo, 37ab). Siguen los estoicos y el emanatismo de Filón y Plotino. Según éste, del Uno se deriva la Inteligencia (nous) y de ésta el alma cósmica (psique), que contiene las «razones seminales» de todas las cosas y que «se extiende naturalmente, por una procesión necesaria, desde el mundo inteligible, donde permanece su parte más alta, hasta la planta, que ella hace crecer» (Enneadas, V 5, 9). Con la irrupción de la idea cristiana de creación, aquella especulación queda absorbida. No obstante, el alma cósmica es identificada con el Espíritu Santo por Teodorico de Chartres y Guillermo de Conches. En el Renacimiento, algunos siguen la especulación panteizante sobre el alma cósmica, y así, por ejemplo, Agrippa, Paracelso y Giordano Bruno la consideran como difuso principio de vida de todos los seres. Posteriormente, el idealismo panteísta de Schelling recoge la noción de alma cósmica y la define como «lo que sostiene la continuidad del mundo orgánico e inorgánico y unifica toda la naturaleza en un solo organismo universal» (SämtlicheWerke, I, 2ª parte, 569). Así, pues, la tendencia a la aceptación de un alma cósmica debe verse como un radical «ingenuo» (antes y ahora) de la especulación filosófica, especie de tentación permanente del pensar antropomórfico.

Tematización de la sustancialidad intelectual del alma: pitagorismo y platonismo

De las sectas o thyasas órfico-báquicas recibió el pitagorismo la doctrina ética de la purificación y salvación del alma, así como la creencia en su preexistencia, inmortalidad y transmigración. Las almas son de procedencia celeste, como partículas desprendidas del pneuma infinito, y entran en los cuerpos por respiración. Dada su procedencia celeste, si viven bien y alcanzan su purificación, se reintegrarán a su estado primitivo; pero si viven mal se reencarnarán indefinidamente en cuerpos de animales o plantas. Enraizada en el

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pitagorismo, la teoría del alma en Platón es menos una teoría científico-filosófica que una doctrina religiosa y ascética. Que se trata de una teoría ético-religiosa del alma lo demuestra su afirmación de que la causa de su encarnación es un pecado, en castigo del cual es condenada a descender a la tierra. Cuatro son las notas fundamentales que Platón atribuye al alma:

• Es principio de vida. «Todo cuerpo que desde fuera sea movido es inanimado; al contrario, todo cuerpo que desde dentro se mueva de por sí y para sí será animado; que tal es la naturaleza misma del alma» (Fedro, 245d). Se divide en tres partes: racional, alojada en el cerebro (tiene por misión dirigir las operaciones superiores del hombre); pasional, alojada en el tórax (es fuente de pasiones nobles); concupiscible, alojada en el abdomen (de ella provienen los apetitos groseros e inferiores). La primera es inmortal; las dos segundas mortales (Timeo, 41a73a); no se trata, pues, de un alma, sino de tres.• Es inmaterial. «Existe realmente sin color, sin forma, intangible, siendo sólo visible a la inteligencia» (Fedro, 247c). En el Fedón rechaza la tesis materialista de aquellos pitagóricos que consideraban el alma como resultado de la krasis o armonía entre elementos: el alma no es resultado de la vida corporal, sino su principio, distinguiéndose de ella como su contrario; lo propio del alma es el pensamiento, por el que comulga con las realidades inteligibles (76c, 78cd).• Es inmortal y eterna. «De todas cuantas cosas tiene el hombre, su alma es la más próxima a los dioses y su propiedad más divina y verdadera» (Leyes, 726a). «Allegada a lo divino e inmortal y de lo que siempre existe» (República, 611 e). «Siendo inmortales e ingenerables las almas, su número permanece siempre idéntico» (República, 611). En el Fedón ofrece las pruebas de su inmortalidad: 1) Por la sucesión cíclica de las cosas contrarias: si a la vida sigue la muerte, a la muerte debe seguir la vida (70d-72e); 2) Por la reminiscencia: para recordar es preciso haber aprendido en otra vida anterior lo que se recuerda (72e-77d); 3) Por la simplicidad del alma y su afinidad con las ideas celestes: el alma es lo simple, inmutable, puro, imperecedero, mientras que el cuerpo es lo compuesto que cambia y desaparece (78b-80d); 4) Por su participación en la idea de vida, lo cual excluye su participación en la idea de muerte (105b-107a). «¿Piensas que a un ser inmortal le está bien afanarse por un tiempo tan breve y no por la eternidad?» (República, 498d).• Su unión con el cuerpo es violenta, accidental, como la del barquero a la nave, como la del músico al instrumento o el caballero al caballo (Fedro, 246a, 247c). Esta violencia induce a Platón a negar realidad humana al cuerpo: «El hombre es su alma» (Alcibíades, I 130a). De todas estas ideas de Platón sobre el alma, la que mejor ha tomado forma y se ha mantenido en la tradición ha sido la del alma lo suficientemente libre de su cuerpo que le fuera posible sobrevivir.

Los autores platónicos, sobre todo Plotino, profundizan más esta idea del alma, acentuando sus caracteres divinos, unidad, indivisibilidad e incorruptibilidad. Plotino elabora incluso la idea de interioridad consciente, de reflexión y replegamiento sobre sí: «la sabiduría y la justicia no se pueden ver saliendo del alma; el alma ve estas cosas en sí misma, en su reflexión sobre sí misma; en su primer estado las ve en sí como figuras manchadas por el tiempo, las cuales ella tiene que limpiar. Es como si se tratara de una especie de oro que tuviera alma y se fuera despojando del lodo que lo recubriese; al principio, en su ignorancia de sí, no se vería como oro, pero luego se admiraría a sí mismo, al verse aislado, y no desearía tener otra belleza extraña, sino que sería tanto más fuerte cuanto más se lo dejara librado a sí mismo» (Enn., IV 7, 10). Fuera de esta aportación de la interioridad consciente, Plotino sigue fiel a Platón, tanto en el dualismo

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antropológico, como en el menosprecio del cuerpo: «nosotros somos el alma» (Enn., I 1, 10). «El alma humana se dice que en el cuerpo sufre todos los males, vive miserablemente, rodeada de dolores, de deseos, de temores y otros males. Para el alma el cuerpo es cárcel y tumba» (Enn., IV 8, 3).

Tematización de la unidad sustancial del hombre: el aristotelismo

Aristóteles suministró una mejor explicación del alma en consonancia con la unidad sustancial del hombre, perdida en el platonismo. Pero no obtuvo repentinamente la solución. F. Nuyens ha estudiado tres periodos claves en la psicología aristotélica, tomando como criterio el problema de las relaciones entre alma y cuerpo: a) platónico o de dualismo radical, acentuando la unión accidental y violenta (Eudemo, Física, De Caelo); b) de transición o de instrumentismo vitalista, todavía con unión accidental, pero no violenta (Tratados menores, Ética a Eudemo, Ética a Nicómaco); c) entelequismo: alma y cuerpo unidos sustancialmente (De Anima); el alma es la forma sustancial del cuerpo. Desde este último punto de vista, en el libro II De Anima encontramos una triple caracterización del alma:

1º. Definición general descriptiva: el alma «no puede ser ni sin un cuerpo ni un cuerpo; porque ella no es un cuerpo, sino alguna cosa del cuerpo, y a causa de esto ella está en un cuerpo» (2, 414a22). El alma es el primer principio, distinto de la materia, en los vivientes corporales; de él procede la vida, de la que es raíz ontológica. En esta definición se afirma, por una parte, su distinción de la materia y, por otra, su relación al cuerpo.

2º. Definición esencial: «el alma es el acto final (entelequia) y primero de un cuerpo natural que tiene potencia de vivir» (1, 412b1). El acto primero es un principio sustancial que viene a perfeccionar la capacidad de un sujeto (en este caso, el cuerpo), al que confiere una perfección específica (la perfección de vivir). Aristóteles se refiere al cuerpo estrictamente físico, es decir, al que está conformado por las mismas fuerzas naturales y no por el arte humano. Además, este cuerpo debe ser potencialmente vivo: no se trata de que esté en potencia activa de vivir (o, lo que sería igual, en acto primero de vivir, unido ya al alma), sino en potencia pasiva, es decir, en su configuración previa a la unión. El alma es una entidad sustancial, una forma que tiene una relación básica unitiva con la materia. El alma puede ser considerada entonces o bien como principio entitativo que constituye con el cuerpo potencialmente vivo un organismo, o bien como principio operativo, es decir, como fuente y raíz de todos los actos vitales del organismo. Aristóteles distingue tres clases de organismos (plantas, animales y hombres) a los que corresponden tres principios que informan su materia: alma vegetativa, como principio "de nutrición, crecimiento y reproducción; alma sensitiva, como principio de conocimiento, apetito y movimiento sensitivos; alma racional, como principio de los actos de

3. ¿Cómo ocurre la evolución biológica?

Toda explicación del proceso evolutivo supone fundamentalmente establecer la relación existente entre el cambio en el material informativo heredado y heredable y el agente que lo origina. Es decir establecer las causas.

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La constitución de cada hombre, como ocurre con cada uno de los individuos de todas las especies, tiene como punto de partida un material (el genoma heredado), que es el soporte material de la información genética.

La información o mensaje genético heredado de los progenitores describe al individuo que pertenece a esa especie; es su identidad genética que se mantiene a lo largo de su existencia.

Con la concepción de cada uno de los individuos comienza a emitirse el mensaje genético “escrito” en los materiales heredados y con ello, arranca la vida y la construcción del organismo: se genera el principio vital unitario que posee y le corresponde a cada viviente. Un principio que no se hereda sino que se genera para cada uno y que mantiene la unidad vital, la armonía entre las partes del organismo y aporta por ello la eficiencia propia del ser vivo.

La vida de cada individuo es así un cambio continuo, una trayectoria unitaria direccionada, con un inicio y un final precisos.

A. Causa material: micro y macroevolución

En primer lugar, la evolución tiene el plano marcado por los materiales de partida. El DNA es un material muy peculiar. No sólo es informativo sino que puede copiarse a una estructura complementaria y así conserva el mensaje al mismo tiempo que lo transmite o “inventa” nuevos mensajes. Los cambios del contenido del mensaje, de la información genética o patrimonio genético, constituyen el principal factor que causa el proceso evolutivo.

Los cambios se dan en los dos diferentes niveles de información que posee el DNA. El primer nivel de información es la secuencia de nucleótidos de las hebras del DNA que forman los cromosomas, presentes e iguales en cada una de las células que constituyen los órganos y tejidos de cada uno de los individuos de una especie; y también igual para todos los individuos de una especie, y sólo con ligeras variaciones que permiten las diferencias individuales entre los congéneres. La información del primer nivel se va expresando durante el desarrollo embrionario de una forma coordinada. Por ello, para que se construya un organismo no basta el primer nivel de información. Es preciso, además, una armonización unitaria de la expresión de los genes, o segundo nivel informativo, que de modo diferencial construya los distintos órganos y tejidos. Esta información de segundo nivel es un programa, no un simple boceto; es información que va apareciendo con el proceso mismo y por ello se denomina información epigenética.

Obviamente para evolucionar se requiere un cambio del primer nivel informativo, que modifique el contenido informativo total. Atendiendo al tipo de cambio del mensaje genético que causa un proceso evolutivo se distinguen dos niveles, que son dos modos reales y diferentes de cambiar. Ambos se han dado y se han superpuesto en el tiempo de la historia de la vida. Se suelen denominar nivel microevolutivo y nivel macroevolutivo.

La microevolución se debe a cambios al azar en el genotipo, que afectan al fenotipo, y que, por eso, se “aceptan” selectiva y determinadamente, en primer lugar, en relación a si mejoran o no la adaptación a un entorno; en segundo lugar, y como consecuencia de la mejor adaptación al medio en que se encuentran los individuos de una población, se va

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produciendo lentamente la optimización de las propias funciones y caracteres. Este nivel de evolución no conlleva innovación ni progreso en complejidad, sino un perfeccionamiento gradual de lo ya aparecido.

La macroevolución, por el contrario, se debe a cambios también aleatorios en el DNA, pero que no producen simplemente variaciones sobre lo aparecido anteriormente, sino que cambia el “contenido” del mensaje genético ampliando la información de segundo nivel. Es un cambio del principio vital unitario, y por tanto una verdadera innovación. Supone alteraciones y reordenaciones del genoma, que dan lugar a la aparición de verdaderas innovaciones (aparición de nuevos genes y de sus sistemas de coordinación durante la ontogenia), que permiten una nueva función biológica, o una nueva estructuración corporal. Las innovaciones suponen, exigen, o son consecuencia, de cambios en el programa, en el segundo nivel de información: cambio del contenido informativo. Estos cambios en la regulación armónica de los genes pueden llevar a un cambio radical y rápido y no meramente de acumulación gradual de variaciones del primer nivel informativo.

B. Causa formal

Un cambio en las condiciones de inicio (en la materia y/o en su entorno) permite a los materiales de partida integrarse en una unidad que posee una nueva forma y por ello propiedades que no tienen los materiales reunidos de otra forma.

El proceso evolutivo y el proceso de desarrollo embrionario siguen las mismas reglas para autoorganizarse desde lo simple a lo complejo porque parten ambos procesos de un mismo material de partida: el DNA. Cada especie tiene en el tiempo de los periodos evolutivos un proceso constituyente de un genoma (con un contenido informativo, o forma) que es transmitido a cada uno de los individuos de la especie por generación. Cada transmisión de vida supone un proceso constituyente a individuo nuevo.

Los cambios evolutivos llevan consigo que el genoma de las especies más evolucionadas, o de aparición más reciente, guarda memoria del camino seguido desde lo más simple a su propia complejidad. Así, de hecho, el genoma específico de cada especie es un “registro fósil” del camino, o historia genética evolutiva, que han seguido sus precursores hasta la aparición de esa especie. En este sentido podemos afirmar que el genoma de cada especie acumula la historia de los logros del pasado desde que la vida se inició. Las ciencias biológicas actuales permiten conocer las diferencias y semejanzas del genoma del hombre respecto a vivientes que divergieron por linajes diferentes de ancestros comunes; y, con ello, da una respuesta coherente acerca del tipo de proceso de especiación por el que se separaron unos de otros.

C. Causa en el plano de la eficiencia

En tercer lugar, una transformación es evolutiva si es progresiva, si va a más (mayor complejidad, mayor innovación de propiedades, etc.). Es decir, hay evolución si el dinamismo del cambio retroalimenta de alguna manera la unidad formada. No es suficiente la suma de más materiales, sino que la evolución exige que la nueva manera de configurarse los materiales sea más rica. Es un más con más.

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El encuentro entre la Biología del desarrollo y la Biología evolutiva (“Evo-Devo”) ha permitido encontrar respuesta en lo que se empieza a denominar la “cuarta ley de la termodinámica”, o la dinámica epigenética de la constitución de las realidades vivas. El dinamismo temporal de la existencia de una viviente supone un crecimiento de la información de los materiales de partida con el proceso mismo. Desde esta perspectiva se explica la evolución y diversidad morfológicas de los seres vivos como consecuencia de cambios en los programas de desarrollo embrionario y no solo del soporte materia de la información, del DNA. De tal forma que el proceso o programa evolutivo es en último termino el proceso de cambio y evolución de los programas mismos de desarrollo.

Un modo de retroalimentación es la construcción de órganos y tejidos, de la que emerge nueva información funcional. La estructura de un determinado órgano aporta la función o la operación propia del mismo, aquello a lo que el órgano está ordenado: el riñón a filtrar, el corazón a bombear la sangre, etc. En este sentido, la operación emerge del órgano y no está en el primer nivel de información, es irreductible al primer nivel. Obviamente, si en el patrimonio de la especie no hay información de primer nivel para construir un determinado órgano, el individuo de esa especie no posee la capacidad correspondiente. Y todas aquellas propiedades o funciones que emergen en el desarrollo del individuo pertenecen a ese viviente como un todo. Más información de partida que aporte más información epigenética es más riqueza del principio vital unitario.

Los niveles macro y microevolutivos son también distintos en cuanto que el azar y la necesidad cooperan en grado distinto en su dinámica de progreso. La causa eficiente de los procesos microevolutivos es que los individuos, que adquieren al azar unas variaciones, dejan más descendientes. En los procesos macroevolutivos la causa eficiente es la lógica interna del principio vital unitario.

D. Causa final

Y por último, ambos procesos –macroevolutivo y microevolutivo- son distintos en cuanto a qué marca su dirección, con qué finalidad. Las modificaciones del nivel microevolutivo tienen lugar en dependencia del medio, ya que éste determina, por selección natural, la permanencia o rechazo del cambio en la información en función de la supervivencia y adaptación. Las modificaciones del nivel macroevolutivo se orientan por selección interna.

Los procesos evolutivos son procesos con flecha de tiempo y no meramente casuales, sino con diferente probabilidad de cambiar en un sentido u otro a lo largo del tiempo: es una tendencia que implica una naturaleza. El agente que causa el cambio son las fluctuaciones -en este sentido las fluctuaciones son el componente de azar- que arrastran el sistema de un estado a otro y, al mismo tiempo, ese resultado está determinado en un doble aspecto; en el sentido de si la fluctuación se impone o no se impone, y en la manera en que se determina de acuerdo con la naturaleza misma del sistema.

La finalidad, o dirección del cambio, no es impuesta desde fuera y ajena al sistema, sino intrínseca (causa en el plano final) y necesita para que se produzca el cambio de la modificación de los materiales y de una nueva actualización de su conformación. La finalidad o teleología afecta al todo de la realidad, pero no de igual forma a cada una de las partes del universo.

D. Causa final

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Y por último, ambos procesos –macroevolutivo y microevolutivo- son distintos en cuanto a qué marca su dirección, con qué finalidad. Las modificaciones del nivel microevolutivo tienen lugar en dependencia del medio, ya que éste determina, por selección natural, la permanencia o rechazo del cambio en la información en función de la supervivencia y adaptación. Las modificaciones del nivel macroevolutivo se orientan por selección interna.

Los procesos evolutivos son procesos con flecha de tiempo y no meramente casuales, sino con diferente probabilidad de cambiar en un sentido u otro a lo largo del tiempo: es una tendencia que implica una naturaleza. El agente que causa el cambio son las fluctuaciones -en este sentido las fluctuaciones son el componente de azar- que arrastran el sistema de un estado a otro y, al mismo tiempo, ese resultado está determinado en un doble aspecto; en el sentido de si la fluctuación se impone o no se impone, y en la manera en que se determina de acuerdo con la naturaleza misma del sistema.

La finalidad, o dirección del cambio, no es impuesta desde fuera y ajena al sistema, sino intrínseca (causa en el plano final) y necesita para que se produzca el cambio de la modificación de los materiales y de una nueva actualización de su conformación. La finalidad o teleología afecta al todo de la realidad, pero no de igual forma a cada una de las partes del universo.

¿Cómo y en virtud de qué se ordenan las funciones y operaciones en orden al fin unitario del viviente, al vivir? El principio vital (alma, en terminología clásica) es uno y único; no es separable en segmentos, ni hay un despliegue sucesivo de principios vitales. Este orden dinámico hace que el sistema -a todos sus niveles- funcione como un todo. Por ser un sistema abierto y alejado del equilibrio, cambia a lo largo del tiempo de lo simple a lo complejo, desarrollándose y viviendo con una continua actualización de todas las potencialidades de su identidad en cada etapa de su vida.

La historia de la vida es evolutiva hacia más intensidad de vida, hacia más interior y sí mismo propio de los seres vivos, y menos según lo externo que es lo propio de la realidad inerte. Hay ganancia de autonomía, en cuanto se gana en intensidad de lo propio; hay más de sí mismo, porque es esencia de la vida el que a los materiales de partida les corresponde su forma. O lo que es lo mismo, los materiales de partida de cada unidad vital, o individuo, contienen información genética. Posee un principio vital unitario y propio, que se genera en su concepción y acaba con la muerte. Están cerrados sobre sí mismos, encerrados en el mero fin de vivir; no se pueden enriquecer con más información genética, sino que maduran, envejecen y mueren.

En este sentido, los individuos no tienen propiamente historia. Son las especies, como unidades vitales en cuanto comparten un mismo patrimonio genético, las que aparecen, permanecen largos tiempos, algunos de los individuos que las componen evolucionan al cambiarse la información genética propia de la especie, y muchas especies desaparecen con el tiempo. La Paleontología muestra que a lo largo de millones de años la vida no ha dejado de organizarse en sistemas cada más complejos y cada vez más autónomos. Esta direccionalidad de la vida tiene carácter plenamente evolutivo y no sólo transformante. El cambio es a más.

Las funciones de los diversos órganos son causadas en última instancia por el contenido informativo de la herencia genética. Pero ésta no es la única información del viviente. La vida es paso de un estado de equilibrio a otro, y por ello la amplificación y

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retroalimentación de la información del principio transciende la posibilidad del fijismo, de principio fijo o predeterminado. El contenido informativo no está fijado, sino que está en continua evolución.

4. ¿Para qué y porqué de la evolución humana?

El principio vital unitario de cada uno de los vivientes causa eficientemente un organismo que en caso de los animales está finalizado intrínsecamente a vivir y transmitir la vida para que se mantenga la especie adaptándose al entorno lo más óptimamente posible. El principio vital unitario de los animales (el alma animal) tiene facultades ligadas a la construcción del organismo, conservación, crecimiento y reproducción. Esto es lo contenido primariamente en los genes, y en el genoma total, y común a los vegetales y a los animales.

Ahora bien, los animales tienen un sistema nervioso y por ello poseen facultades (como el trasladarse de un sitio a otro en busca de algo, el mundo tendencial, la capacidad de aprendizaje, la memoria, las emociones, el conocimiento, etc.) que ponen de manifiesto que poseen otro nivel de contenido informativo del principio vital unitario. Cualquiera de esas actividades sensitivas es, en sí misma, más compleja que por ejemplo, el digerir. Por ello, los genes que permiten formar el sistema nervioso “elevan” el mensaje de meramente vegetativo a sensitivo y confieren complejidad creciente, con el proceso evolutivo, respecto a las capacidades sensitivas.

Evolucionar los animales superiores es “hacer suyo” una capacidad nueva, una nueva forma de vivir; es elevar o potenciar la información generada desde la información genética, justamente por modificación del soporte material de esa información heredada en aquello que permite el funcionamiento del cerebro. De ahí que los procesos macroevolutivos de los animales superiores suponen siempre evolución de la estructura y dinámica del cerebro, ya que las capacidades superiores dependen de la integración y procesamiento de información de circuitos neuronales. La máxima complejidad en cuanto a la dotación genética de los animales es la que es capaz de informar la construcción de un cerebro “complejo”. Por tanto, el progreso evolutivo animal descansa en la organización de los materiales del cerebro, de las neuronas.

Para ello debe haberse desplegado suficientemente la información genética que codifica la construcción del cerebro y su maduración, y por este motivo estas capacidades aparecen más tarde en el desarrollo del individuo que las vegetativas (como filtrar o digerir). También por este motivo, las manifestaciones vitales superiores, la mente, son epigenéticas (aparecen con el desarrollo) y paralelas a la maduración del órgano cerebro en los animales superiores. El cerebro es un órgano peculiar.

La información genética de los animales superiores (tanto la inicial como su ampliación epigenética) supone una cierta predisposición a un modo de comportarse, y de aprender a comportarse, que les capacita a vivir en un medio. Esos modos son automatismos dirigidos desde dentro que aseguran la supervivencia en el entorno propio de los individuos de esa especie. Podría decirse, por tanto, que los animales superiores están preprogramados o predispuestos, por el contenido de su mensaje genético, para aprender determinadas cosas y aprenderlas generalmente de una determinada manera. La expresión regulada de los genes específicos de las especies animales, dirige tanto la diferenciación celular como también los elementos de control de las conexiones

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preexistentes. Así constituyen una organización cerebral de la que emerge una pauta de comportamiento concreta o estereotipada.

Sin embargo, cada hombre se marca sus propios fines (el para qué de su existencia), que no están contenidos en el patrimonio genético común a todos los hombres Más aún los miembros de la estirpe humana manifiestan diferencias “personales” entre ellos, lo cual es más llamativo que el hecho de que las muestren respecto de los demás individuos de otras especies no-humanas. Y, más aún, porque tiene la vida como tarea: ha de trabajar, trabajarse la vida. Tienen un para qué propio. A diferencia del organismo animal, el cuerpo de cada hombre, con sus procesos vitales y sus gestos corporales, muestra al titular de ese cuerpo. La biología humana pone de manifiesto un plus de complejidad del cuerpo de cada hombre, ya que está abierto a más posibilidades que las que la biología ofrece, a pesar de que su patrimonio genético posee muy pocos genes nuevos con respecto a los primates más próximos.

La génesis de cualquier especie animal tiene una dinámica epigenética de lo simple a lo complejo, y no exige una causa final que dé cuenta de su aparición concreta. Ni la especie, ni los individuos que la componen, son fines por sí mismos. Es en la unidad del mundo vivo donde se manifiesta una tendencia finalizada a la complejidad. Los cambios en el material genético en la rama de los homínidos, que causan eficientemente el proceso evolutivo de hominización, están unitariamente finalizados al plus de complejidad del cuerpo humano Obviamente, con esto no se afirma que los genes causen el plus, la libertad del hombre. Sin embargo, sin ser la causa, hay genes que son imprescindibles para que el mensaje genético que contiene el genoma humano pueda constituir un cuerpo de hombre. Es decir, el mensaje genético, y sus amplificaciones, en vez de quedarse ordenado a la mera vida corporal, en función de la especie, se ordena hacia el fin propio de cada hombre.

Las formas de vida de los hombres son más culturales que biológicas, en cuanto que la biología no le da la forma de vivir, su para qué. La teleología, o finalidad, propia de cada ser humano es una cuestión no soslayable en cualquier intento serio de dar razón de los orígenes de los hombres, justamente porque el cuerpo del hombre es un cuerpo muy peculiar. Este cuerpo vivo complejo no aparece hecho sólo para vivir y transmitir vida, sino para manifestar a la persona titular de ese cuerpo; está hecho para trabajar el cosmos ya que necesita ganarse la vida. Puede según su proyecto vital transmitir vida biológica o no; ningún está predeterminado a procrear, ni a aportar a la especie un número fijo de hijos.

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