"Fantasmas del pasado" de Rodrigo Varela

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Premio del público del Concurso "100 cuentos cortos para jóvenes" organizado por Fundación Telefónica de Argentina: "Fantasmas del pasado" de Roddrigo Varela (14 años).

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Fantasmas del Pasadopor Floievous

04 de Septiembre del 2012

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La habitación era grande y fría. Luca odiaba a los médicos y sus consultorios, incluso el característico olor proveniente del desodorante de ambiente que inundaba el lugar. A regañadientes, lo habían forzado a ir al psiquiatra, con la esperanza de determinar cuál era la causa de sus visiones.

Luca mascullaba insultos hacia los médicos y sus padres, cuando en medio de sus maldiciones, el doctor Legoratti entró en la habitación. Luca se percató de su presencia y se volteó. El doctor, estático, con una libreta bajo su brazo y una lapicera en su bolsillo, se dispuso a hablar.

-Luca, ¿verdad?- preguntó, pero no obtuvo respuesta.-Soy el doctor Legoratti- continuó, ya sin esperanza de que su oyente deviniera en interlocutor. -Como sé que no vas a prestarte a formalidades- dijo el doctor, tomando una carpeta de un cajón metálico- nos ceñiremos a lo que nos corresponde-. El doctor abrió la carpeta y comenzó a leer.-Aquí dice que sufres de alucinaciones recurrentes-.

-Usted quiere decir visiones- acotó el niño de mala gana.

-Entonces- se corrigió - sufres de 'visiones' desde hace algunos meses. ¿Te molestaría decirme cuándo fue la última visión?-. Luca pensaba qué responder cuando de pronto, se desplomó en el piso y se sumergió en un nuevo episodio.

Al despertar ya no era él sino un campesino en medio de una finca. El hedor de unos cerdos cercanos que se revolcaban en fango espeso como el alquitrán lo descomponía. Pero no tenía poder sobre ese cuerpo. Su anfitrión, un niño de corta edad y contextura física similar a la suya, cosechaba arroz y portaba unas vestimentas mugrosas. A su lado, un grupo de pavos descuidados cloqueaban y deambulaban sin rumbo, casi en un sinfónico sinsentido.

-¡Samuel!- bramó una voz a lo lejos. El niño levantó la vista y se volteó hacía el sonido. -¡Ven aquí!-. Reiteró la voz en un italiano arcaico. El niño se apresuró hacia la figura que lo llamaba. Tras ella, apareció la sombra de San Gimignano recortada sobre algunos edificios medievales que Luca recordaba de sus vacaciones.

-Samuel, espero que respondas a la brevedad en futuras ocasiones, ¿Está claro?- dijo altaneramente el hombre. Samuel respondió con 'Sí mi señor' y éste continuó. Articulando las palabras con habilidad, le explicó que su padre debía acudir a batalla y que en su ausencia, él se encargaría de la custodia de Samuel.

-Pero mi señor- replicó Samuel, sin perder la compostura, aunque con lágrimas en los ojos y odio disfrazado de respeto-a sabiendas de la reciente muerte de mi madre, ¿Podríais vos excusar...- pero su súplica fue acallada por un golpe. Y luego otro, y tras éste, un puntapié lo derribó.

El señor regañaba a Samuel y el siervo, por orden suya, asestaba un golpe en el abdomen del niño de vez en cuando. Samuel lloraba, incapaz de responder. Luca, prisionero en su cuerpo, sufría por los golpes y se hubiera retorcido de haber podido. El primitivo italiano del señor de la finca y el dolor le impedían a Luca comprender los diálogos, hasta que finalmente Samuel asintió y tras la retirada del señor y su siervo, el niño, amoratado y abatido, se desplomó en el suelo y Luca perdió la conciencia.

Cuando volvió en sí, Luca era huésped de un Samuel crecido, de alrededor de veinte años, con marcas en su tronco tanto de látigos como de garrotes y cuyo cuerpo era testimonio de una sufrida infancia y severos castigos. Una profunda amargura invadió su boca. No podía imaginar lo que habían sido para Samuel tantos años de golpizas y palizas y, buscando distraerse, Luca examinó sus alrededores. No estaban en la finca y Samuel, decidido, caminaba por los campos, intentando llegar un destino.

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Sabiendo que en el medioevo a Samuel no se le permitía salir y preocupado por su seguridad, no advirtió que se acercaba a una ciudad de enormes puertas. Para cuando se percató de la situación, se encontraba sobre un puente que unía las márgenes de un gran río. Samuel se arrimó al borde y observó la puesta de sol reflejada en el agua. Luca, por su parte, recordaba tanto al puente como al río de su clase de historia. Estaban en la gran ciudad de Florencia.

Cautivados por la magnificencia de la ciudad, tanto Samuel como Luca observaban maravillados las espléndidas hazañas arquitectónicas que albergaba. Samuel vagó asombrado por las calles hasta toparse con la mayor edificación que jamás había visto; una catedral, de carácter divino abriéndose paso y reclamando su lugar entre las mayores expresiones artísticas de la creciente urbe. Estupefacto, Samuel se detuvo a contemplarla y fue entonces que Luca lo abandonó y despertó.

En Potenza, Luca estaba en su litera, cubierto con cálidas sábanas. A su lado, su acongojada madre sollozaba presionando sus ojos con sus manos. Su padre, inquieto, daba vueltas en la habitación como animal encerrado. Luca extendió su mano, haciendo notorio su despertar, y tras comprobar el alivio de sus padres y con toda su energía consumida por la aventura, cerró sus ojos una vez más y pudo finalmente descansar.

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