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    Lilian Bermejo-Luque

    Falaciasy argumentación

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    Primera edición: 2013

    © Lilian Bermejo-Luque, 2013© Plaza y Valdés Editores, 2013

    Directores de la colección: Roberto Aramayo, Txetxu Ausín y Concha Roldán

    Derechos exclusivos de edición reservados para Plaza y Valdés Editores. Queda prohibida cualquier forma de reproducción o transformación de esta obra sin pre-via autorización escrita de los editores, salvo excepción prevista por la ley. Dirí-

     jase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si ne-cesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Plaza y Valdés, S. L.Murcia, 2. Colonia de los Ángeles28223, Pozuelo de Alarcón

    Madrid (España): (34) 918126315e-mail: [email protected]

    Plaza y Valdés, S. A. de C. V.Manuel María Contreras, 73. Colonia San Rafael06470, México, D. F. (México): (55) 5097 20 70e-mail: [email protected]

    ISBN: 978-84-15271-D. L.:

    Diseño de cubierta:Edición de textos: Olivia Melara

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     Para mis padres y hermanos porque siempre están ahí 

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    Índice

    Presentación ............................................................................... 0

    1. La argumentación, una actividad cotidiana .......................... 0

    1.1. PERSUADIR Y JUSTIFICAR  ................................................. 0

    1.2. EL VALOR DE LA ARGUMENTACIÓN .................................. 0

    1.3. CONDICIONES PARA LA PRÁCTICA DE LA ARGUMENTA-

    CIÓN ............................................................................... 0

    2. Los estudios sobre argumentación y la teoría de la argu-mentación  ............................................................................... 0

    2.1. LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN:  UNA PERSPECTIVA

     NORMATIVA ...................................................................... 0

    2.2. LOS ORÍGENES .................................................................... 0

    2.3. LA EMERGENCIA TARDÍA DE LA DISCIPLINA. U NA HIPÓTE-

    SIS  ............................................................................... 0

    2.4. LA REEMERGENCIA DE LOS ESTUDIOS NORMATIVOS SOBRE

    ARGUMENTACIÓN ............................................................. 02.4.1. Perelman y la nueva retórica ................................ 0

    2.4.2. Toulmin y la crítica a la lógica formal ................. 0

    2.4.3. Hamblin, la dialéctica y la teoría de la falacia ...... 0

    2.5. LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN COMO DISCIPLINA: 

    EL ESTADO DE LA CUESTIÓN ............................................. 0

    2.6. ¿DESCRIPTIVA VERSUS   NORMATIVA?  LAS DEFINICIONES

    DE ARGUMENTACIÓN  Y BUENA ARGUMENTACIÓN  ................ 0

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    FALACIAS Y ARGUMENTACIÓN 

    2.7. PREGUNTAS FUNDACIONALES PARA LA TEORÍA DE LA

    ARGUMENTACIÓN ............................................................. 0

    2.7.1. La definición de argumentación ........................... 02.7.2. La interpretación y el análisis de la argumenta-

    ción .......................................................................... 0

    2.7.3. La valoración de la argumentación ....................... 0

    3. El estudio de las falacias .......................................................... 0

    3.1. EL ESTUDIO DE LAS FALACIAS DENTRO DE LA TEORÍA DE

    LA ARGUMENTACIÓN ....................................................... 0

    3.2. DIALÉCTICA Y RETÓRICA EN PLATÓN Y LOS SOFISTAS ....... 0

    3.3. LA TEORÍA DE LA FALACIA DE ARISTÓTELES ...................... 0

    3.4. LA TEORÍA DE LA FALACIA DE HAMBLIN ............................ 0

    3.5. FALACIAS Y LÓGICA INFORMAL ........................................... 0

    3.6. TAREAS PARA UNA TEORÍA DE LA FALACIA ........................ 0

    3.7. E N CONCLUSIÓN… ............................................................. 0

    4. El debate actual sobre la viabilidad de una teoría de la fa-lacia  .......................................................................................... 0

    4.1. ¿ES POSIBLE UNA TEORÍA DE LA FALACIA? LA RELACIÓN

    ENTRE LA LÓGICA FORMAL Y LA TEORÍA DE LA ARGU-

    MENTACIÓN ...................................................................... 0

    4.1.1. Massey y la tesis de la asimetría ........................... 0

    4.1.2. ¿Contraejemplos para la tesis de la asimetría? ..... 0

    4.1.3. Una estrategia desde la lógica informal ................ 0

    4.1.4. «Temible simetría» ............................................... 04.1.5. Lógica formal y teoría de la argumentación ......... 0

    4.2. ¿ES COHERENTE EL CONCEPTO DE  FALACIA?  ¿EXISTEN

    ARGUMENTOS FALACES? .................................................. 0

    4.2.1. La crítica de Finocchiaro al concepto de  falacia. 

    Clasificaciones de primer y segundo orden .......... 0

    4.2.2. Falacias y argumentos ad  ..................................... 0

    5. Las teorías de la falacia actuales ............................................. 0

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    ÍNDICE 

    5.1. TEORÍAS CONTINUISTAS ................................................... 0

    5.1.1. El enfoque retórico de Charles Arthur Willard ..... 0

    5.1.2. Los análisis de Walton-Woods ............................. 05.1.3. La pragmadialéctica y el segundo Walton ............ 0

    5.1.4. El tercer Walton y el modelo de los esquemas

    argumentativos ..................................................... 0

    5.2. TEORÍAS REVISIONISTAS. .................................................. 0

    5.2.1. Finocchiaro y sus «seis tipos de falacia» .............. 0

    5.2.2. Ralph H. Johnson y el enfoque de la lógica in-

    formal ...................................................................... 0

    6. Conclusiones ............................................................................. 0

    6.1. LAS CONDICIONES DE UNA TEORÍA DE LA FALACIA COMO

    MODELO PARA LA EVALUACIÓN DE LA ARGUMENTACIÓN . 0

    6.2. TEORÍAS CONTINUISTAS ................................................... 0

    6.3. TEORÍAS REVISIONISTAS ................................................... 0

    6.4. CONCLUSIONES ................................................................ 0

    7. Bibliografía ............................................................................... 0

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    Presentación

    entro del ámbito general de los estudios sobre argumen-tación (que involucra perspectivas tan diversas como lasde la filosofía, la lingüística, la retórica, el análisis del

    discurso o los estudios culturales, la teoría de la argumentación seocupa de la elaboración y del análisis de modelos normativos pa-

    ra la argumentación, es decir, de propuestas más o menos siste-máticas y comprensivas para distinguir entre buena y mala argu-mentación.

    El interés filosófico de esta disciplina resulta evidente: noes solo que nuestras concepciones sobre qué es argumentar bienestén estrechamente relacionadas con temas tradicionales de lainvestigación filosófica, tales como las nociones de justificación,racionalidad, etcétera, sino que a falta de métodos experimentales

     propios, la labor filosófica misma consiste básicamente en produ-cir y evaluar argumentos. En este sentido, los estudios normativossobre argumentación tienen algo de propuesta metodológica parala propia filosofía.

    Sin embargo, a pesar del indudable interés filosófico de lateoría de la argumentación (razón por la cual sus orígenes remo-tos se encuentran ya en las primeras reflexiones sobre las relacio-nes entre lenguaje y mundo, discurso y sociedad, de Platón, de los

    sofistas y, sobre todo, de Aristóteles), su reconocimiento como

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    PRESENTACIÓN 

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    como modelo normativo para la argumentación. Por fortuna, am- bos objetivos se compaginan bastante bien, no en vano el estudio

    de la falacia fue la principal motivación para el surgimiento de lateoría de la argumentación como alternativa a la lógica. Así, la panorámica sobre la disciplina que aquí se ofrece sigue como hiloconductor el modo en que las distintas teorías de la argumenta-ción han caracterizado el concepto de falacia y han tratado de sis-tematizar el análisis y la evaluación de los argumentos falaces.

    El libro consta de dos partes: los tres primeros capítulosson, respectivamente, una presentación de la argumentación co-

    mo actividad cotidiana y ubicua, de la teoría de la argumentacióncomo una disciplina normativa dentro de los estudios sobre la ar-gumentación y la teoría de la falacia como desarrollo característi-co de la teoría de la argumentación. Estos capítulos poseen un ca-rácter eminentemente expositivo, incluso histórico, aunque enellos se avanzan temas centrales para este trabajo, como la carac-terización de los modelos normativos para la argumentación se-

    gún las tareas que le son propias, las relaciones entre lógica, dia-léctica y retórica y los correspondientes enfoques dentro de lateoría de la argumentación y la teoría de la falacia, la distinciónentre modelos para la evaluación y modelos para la crítica de laargumentación, o la caracterización de los programas de la teoríade la argumentación y la teoría de la falacia frente al de la lógicaformal.

    La segunda parte, más argumentativa, comienza con el de-

     bate sobre la viabilidad de una teoría de la falacia y con el análi-sis de las críticas que el concepto mismo de falacia ha suscitado.A continuación, sigue la exposición de las principales teorías dela falacia, agrupadas según sus estrategias a la hora de resolverestas dificultades, junto con un análisis de las posibilidades quetendría cada una de ellas de que la aceptaran como un modelo pa-ra la evaluación de la argumentación. Por último, el capítulo delas conclusiones recopila estos análisis con el fin de valorar las

     posibilidades de abordar el estudio normativo de la argumenta-

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     —  14 —  

    ción desde la teoría de la falacia, al tiempo que se defiende el in-terés del concepto de  falacia,  así como del catálogo tradicional

    como instrumentos, si no para la evaluación, sí para la crítica dela argumentación.

    Este trabajo ha visto la luz gracias al apoyo y entusiasmode Txetxu Ausín, que siempre ha confiado en mi capacidad parahablar de las falacias sin cometer muchas, razón por la cual meinvitó a formar parte del proyecto de investigación que él dirige,KONTUZ! (FFI2011-24414 del Ministerio de Economía y Com- petitividad), sobre el principio de precaución; no en vano son

    muchos los debates en torno a los argumentos falaces implicadosen la definición y al uso del principio de precaución (pendientesresbaladizas, argumentos ad baculum, ad populum, ad ignoran-tiam...). Bajo los auspicios de este proyecto se financia este libro.También depende del Ministerio de Economía y Competitividady, en concreto, del Programa Nacional de Incorporación y Con-tratación de RR HH, el contrato de investigación Ramón y Cajal

    que me ha permitido desarrollar las ideas aquí presentadas.

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    1. La argumentación,

    una actividad cotidiana

    1.1. PERSUADIR Y JUSTIFICAR  

    unque no lo parezca, nos pasamos el día argumentando.Y algunos, qué remedio, desde bien temprano: «¡venga,chicos, que son menos diez...!».

    Sí, algo tan sencillo como «¡venga, chicos, que son menosdiez...!» es una argumentación en toda regla: apelamos a la hora para avalar el apremio, para  justificar  que hay que apremiarse y,con ello, tratar de persuadir  a los chicos para que se den prisa. Enla vida cotidiana, si hay algo para lo que argumentamos conti-nuamente, es para persuadirnos los unos a los otros.

    Sin embargo, argumentar no es la única manera de persua-dir. A veces, ni siquiera es la más eficaz. Las amenazas, por

    ejemplo, pueden ser más útiles en algunos casos: «pues mañanaos levanto media hora antes, que lo sepáis...». De alguna manera, persuadir sin argumentar también es hacerlo mediante razones: allanzar amenazas, al hacer promesas e, incluso, al proferir gritos ylamentos, podemos dar razones a los chicos para que se apresu-ren. En realidad, casi todo lo que decimos puede servir para per-suadir a nuestros oyentes de algo y, eventualmente, puede consti-tuir una buena razón para que actúen de un modo u otro.

    Entonces, ¿es lo mismo argumentar que amenazar, por ejemplo?;

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    mediante argumentos y amenazas, ¿damos buenas razones igual-mente?

    La intuición nos dice que no, que hay algo valioso en ar-gumentar que no está presente en esas otras formas de dar razo-nes. De hecho, desde Sócrates hasta Habermas, muchos pensado-res considerado la argumentación el modelo por excelencia de lainteracción comunicativa legítima.

    Si bien la distinción entre la argumentación y esas otrasformas de dar razones es sumamente pertinente, no es fácil pro- poner criterios para distinguir la una de las otras. Algunos autores

    han tratado de hacer camino distinguiendo, a su vez, entre actua-ciones comunicativas que tienen por objetivo  persuadir  y actua-ciones comunicativas que buscan convencer: mientras que al per-suadir generaríamos, principalmente, actitudes en nuestrosoyentes, al convencerlos, nuestro logro consistiría en producirlescreencias. De ese modo, mientras que la persuasión podría lograr-se de múltiples maneras (por ejemplo, excitando las emociones en

    nuestros oyentes al ser amenazados o adulados), convencer seríaalgo esencialmente vinculado al uso de la razón y del razona-miento. Persuadir sería el efecto retórico de cualquier tipo de ac-tuación comunicativa, mientras que convencer sería facultad ex-clusiva de la comunicación argumentativa. Así, la argumentación,en cuanto intento de convencer, podría también definirse como unintento de persuadir racionalmente.

    Sin embargo, esta distinción más bien técnica entre  per-

     suadir  y convencer  ha caído en desuso, pues además de resultarmuy forzada desde un punto de vista meramente lingüístico, nisiquiera cumple la función para la que había sido propuesta: in-cluso si aceptamos que al convencer inculcamos creencias ennuestros oyentes, mientras que al persuadirlos inducimos en ellosactitudes, ¿acaso no generamos creencias al prometer que hare-mos tal o cual cosa?; ¿y no generamos actitudes si argumentamosque tal práctica es saludable o que tal otra es moralmente censu-

    rable? En todo caso, ¿no requiere del uso de la razón actuar en

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    gumentar es, ante todo, intentar justificar aquello que se afirma».Como hemos visto, la argumentación no puede definirse

     propiamente como un «intento de persuasión racional» pues, dealgún modo, toda forma de persuasión puede ser racional en últi-ma instancia. No obstante, hay que admitir que el principal usoque hacemos de los argumentos es intentar persuadir a nuestrosoyentes. De hecho, mostrar que lo que afirmamos es correcto sue-le ser una forma bastante eficaz de persuadirlos. Ahora bien, per-suadir es algo que podemos lograr de muchas maneras. La argu-mentación es solo una de ellas y no siempre es la más efectiva, ni

    la más sensata, ni la más adecuada. Aun así, como vamos a ver,hay algo especial en ella.

    1.2. EL VALOR DE LA ARGUMENTACIÓN 

    Sin duda, el principal uso de la argumentación es la persuasión:

     por suerte, cuando logramos mostrar que aquello que afirmamoses correcto, solemos conseguir que nuestros oyentes lo acepten yque actúen en consecuencia. Sin embargo, como acabamos dever, justificar no es la única forma de persuadir. En ocasiones,otras formas de persuasión pueden ser, no solo más eficaces, sinomás racionales e, incluso, legítimas: elaborar un argumento paraque alguien se aparte de la calzada puede ser muy poco sensato siun coche se acerca a gran velocidad y un simple ¡cuidado! le li-

     braría de ser atropellado. Argumentar no es siempre la mejor op-ción.

    Por ser un intento de justificar nuestras afirmaciones, la ar-gumentación es principalmente una actividad propia de la razónteórica: mediante ella, tratamos de establecer que las cosas soncomo decimos que son. Cuando argumentamos, es a esto preci-samente a lo que nos comprometemos, por más que con ello tam- bién busquemos persuadir a nuestros oyentes. De algún modo,

    argumentar es someter la fuerza persuasiva de nuestras palabras

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    LA ARGUMENTACIÓN, UNA ACTIVIDAD COTIDIANA 

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    al tribunal de su justificación teórica. Por ello, si hubiésemos deformular un código de buenas prácticas argumentativas, la idea

     principal vendría a ser algo así como «está bien intentar persuadira nuestros oyentes, ser lo más efectivos que se pueda; pero hayque hacerlo aduciendo razones que sirvan para mostrar que aque-llo de lo que tratamos de persuadirlos es tal y como decimos quees». Este ideal que rige la práctica de argumentar explicaría el he-cho de que, aunque podamos persuadir de distintas maneras  — yaunque cualquiera de ellas pueda resultar adecuada desde un pun-to de vista instrumental e, incluso, legítima en determinadas cir-

    cunstancias — , solo la persuasión que se obtiene al intentar justi-ficar lo que decimos tiene cierto sello de legitimidadcaracterístico. ¿En qué consiste ese «sello de legitimidad» de laargumentación? ¿Acaso hay algo intrínsecamente bueno en ar-gumentar?

    Como decíamos al principio, la argumentación es una for-ma de comunicación muy común. De hecho, está presente en casi

    todos los ámbitos de la interacción humana: de las rutinas maña-neras a los comités científicos, de las barras de bar al Congresode los Diputados; es tal su ubicuidad que cabe pensar en ella co-mo una actividad característica de nuestra especie. Argumenta-mos incluso sin pronunciar palabra, cuando nuestras actuacionescomunicativas se pueden interpretar como intentos de apoyar unatesis, avanzada de un modo u otro, mediante razones que mues-tren que dicha tesis es correcta.1 Pero argumentar no es solo una

     práctica útil, sino, ante todo, una práctica legítima.Para autores como Nicholas Rescher (1993), la racionali-

    dad y la sociabilidad humanas son dos caras de la misma moneda.Tal como él defiende, la racionalidad puede concebirse como el- - - - - - - - - - - - - - - - - -

    1  Dentro de la teoría de la argumentación podemos encontrar en-

    foques especialmente diseñados para tratar con el estudio de la argumen-tación visual. Incluso hay quienes defienden que existe algo así comouna «argumentación musical» (véase, por ejemplo, Groarke [2003] oBlair [2004]).

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    resultado del modo característico en que los humanos buscan re-laciones intersubjetivas. Por ello, la función que la argumentación

     jugaría a la hora de garantizar la racionalidad de nuestras creen-cias, tendría su correlato como garante de la sociabilidad humana:desde un punto de vista práctico, la argumentación sería, ante to-do, un instrumento de influencia intersubjetiva, de persuasiónmutua, y, por ello, un medio para la coordinación de acciones ycreencias entre sujetos. A su vez, en cuanto seres racionales, la posibilidad de coordinar acciones y creencias mediante la argu-mentación resulta decisiva: la argumentación no es un medio de

    interacción entre otros, sino la instancia que da lugar a condicio-nes de legitimidad , tanto en un sentido teorético  —  porque la ar-gumentación sirve para justificar nuestras creencias y acciones,esto es, es un medio para mostrar que son correctas en cierto sen-tido —   como en un sentido práctico, porque al establecer la co-rrección de nuestras acciones y creencias posibilita la coordina-ción entre individuos pulsando un rasgo característico de los seres

    racionales, a saber, que tienden a creer y a actuar tal como creenes correcto (en un sentido u otro). Por ello, finalmente, diríamosque valoramos la argumentación porque conlleva la idea mismade legitimidad, tanto en el ámbito teórico como en el práctico.

    La interacción argumentativa articula como ninguna otranuestra condición de seres, no solo sociales y, por ello, depen-dientes unos de otros, sino también racionales y autónomos. Elvalor práctico de la argumentación como medio para la persua-

    sión viene dado por su valor teorético, en cuanto medio para con-ducir a buen puerto nuestras creencias. Dicho de otro modo, per-suadimos argumentando porque, cuando argumentamos bien,mostramos que aquello de lo que tratamos de persuadir a nuestrosoyentes es como decimos que es. Dar razones es dar cuenta denuestra racionalidad ante otros, a la vez que apelamos a la suya propia. Así, el único poder que ostenta quien argumenta es el dehacer valer la fuerza de las buenas razones como guías para de-

    terminar qué creer y qué aceptar. Quien argumenta no apela a su

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    LA ARGUMENTACIÓN, UNA ACTIVIDAD COTIDIANA 

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    capacidad de hacernos bien o mal; no pretende persuadirnos ape-lando a lo que nos conviene, pues argumentar tampoco es nego-

    ciar. Y es por esto que la fuerza de la argumentación, su únicafuerza, es una fuerza intrínsecamente legítima: es la propia racio-nalidad humana, su susceptibilidad a las buenas razones, la quedetermina la efectividad de la argumentación como instrumentode interacción.

    En cuanto seres sociales y racionales, los humanos estamosabocados a la comunicación argumentativa. Nuestra naturalezasocial nos compele a relacionarnos e interactuar con nuestros se-

    mejantes y, para ello, la argumentación resulta tremendamenteútil: ofrecer razones es una forma eficaz de persuadirnos mutua-mente y, de ese modo, poner en común nuestras creencias y coor-dinar nuestras actuaciones. Pero, por otro lado, ofrecer razones esuna forma eficaz de persuadirnos en la medida que los humanossomos seres racionales, en el sentido de ser susceptibles a la fuer- za de las razones a la hora de conducir nuestras creencias. Ejercer

    nuestra sociabilidad a través de la práctica de argumentar es hacerun ejercicio doble de racionalidad; la racionalidad de los huma-nos determina la efectividad   de la argumentación como instru-mento de persuasión y, puesto que resulta tan efectiva como tal,la misma racionalidad humana a la hora de elegir buenos medios para sus fines explica, a su vez, que la práctica de argumentar estétan extendida.

    1.3. CONDICIONES PARA LA PRÁCTICA DE LA ARGUMENTACIÓN 

    Como hemos visto, la argumentación es una práctica ubicua entrelos humanos, y hay buenas razones para ello. Sin embargo, esevidente que hay contextos que favorecen especialmente los in-tercambios argumentativos. ¿Cuáles son los factores que determi-nan la mayor o menor incidencia de la argumentación? En  Mani-

     fest Rationality  (2000), Ralph H. Johnson consideraba los

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    FALACIAS Y ARGUMENTACIÓN 

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    siguientes:

       Intereses comunes. Distintos contextos pueden hacer quelos individuos compartan objetivos en mayor o menormedida. Pero por encima de nuestros intereses individua-les, en cuanto seres sociales, los humanos compartimos elinterés por coordinarnos de la mejor manera posible.Siempre hay, pues, ocasión para la interacción argumen-tativa como medio para facilitar la convivencia. En reali-dad, la convivencia es un gran proyecto común para el

    que la argumentación resulta imprescindible, en tanto encuanto ha de darse entre individuos con preferencias y puntos de vista a menudo distintos e incluso incompati- bles entre sí.

       Puntos de vista diferentes. Sin desacuerdo, la argumenta-ción como un intento de justificar prácticamente carece-ría de sentido. En general, solo cabe intentar justificar

    aquello que, en un momento dado, resulta cuestionable.La actividad de argumentar sería inútil si todas nuestrasrepresentaciones del mundo estuviesen precoordinadas,como en una sociedad de autómatas, y no hubiese lugar para la discrepancia.

      Confianza en la racionalidad . Esto es, confianza en laidea de que guiarnos por las mejores razones es el mejormodo de lograr las mejores creencias y, con ello, perse-

    guir los mejores fines mediante los mejores medios.Johnson reconoce que la confianza en la racionalidad nonecesita ser «el más alto ideal de una cultura», pero con-sidera que esta condición debe estar presente, al menoshasta cierto punto, para que la argumentación tenga elcrédito mínimo necesario para instaurarse como práctica.

       Apertura al cambio. Como nuestro objetivo principal alargumentar es lograr la persuasión de nuestros oyentes

    mediante la justificación de nuestras afirmaciones, esta

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    LA ARGUMENTACIÓN, UNA ACTIVIDAD COTIDIANA 

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     práctica sería inútil si las personas fuesen incapaces decambiar sus creencias y puntos de vista.

    La perspectiva de Johnson sobre el surgimiento de la ar-gumentación subraya su función como una forma de interacciónhumana: hay argumentación porque, siendo diversas en sus in-tereses y puntos de vista, las personas están, sin embargo, compe-lidas a relacionarse y coordinarse entre sí. Esto se debe a que te-nemos distintos puntos de vista, pero también interesescompartidos, que experimentamos la necesidad de argumentar.

    De acuerdo con esta perspectiva, la argumentación sería un ins-trumento particularmente útil para dicha tarea, una forma especialde comunicación e interacción.

    Sin duda, la creciente complejidad de nuestras sociedades,cada vez más diversas y, a la vez, más abocadas a coordinarse pa-ra poder afrontar con éxito proyectos y desafíos comunes, ha he-cho de la argumentación un recurso imprescindible. Una sociedad

     plural embarcada en retos compartidos encuentra en la argumen-tación no solo una herramienta eficaz, sino también autolegiti-mante para la interacción entre sus miembros. Tampoco debemosolvidar el peso que en el desarrollo de la práctica de argumentarhan tenido nuestras características en cuanto seres racionales y,en concreto, nuestra tendencia a conducir nuestras opiniones me-diante razones; la argumentación no es solo una forma de persua-sión e interacción, es, ante todo, el medio por el cual justificamos

    lo que creemos y decimos. Por todo ello, cabe pensar que la prác-tica de argumentar sea expresión de nuestra condición de seresteorética y prácticamente racionales y, por esa razón, donde quie-ra que haya seres racionales, hallaremos individuos involucradosen la tarea de dar y pedir razones.

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    2.Los estudios sobre argumen-

    tación y la teoría de la argu-mentación

    2.1. LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN: UNA PERSPECTIVA NOR -MATIVA 

    asta ahora hemos llamado la atención sobre lo ubicuaque es la práctica de la argumentación y, para explicareste hecho, hemos considerado su valor como un ins-

    trumento autolegitimante de interacción social e, incluso, comouna forma privilegiada de expresión de nuestra racionalidad. Ta-les características justificarían por sí mismas la conveniencia de profundizar en el estudio de la argumentación, tanto si atendemosa un interés descriptivo relacionado con al análisis de las manifes-taciones esencialmente humanas, como si respondemos a consi-

    deraciones puramente instrumentales de cara a la excelencia en elmanejo de una herramienta tan eficaz. Sin duda, conocer los mo-dos de argumentación propios de cada contexto, cultura o épocasupone descubrir aspectos importantes de las distintas formas decomunicación e interacción humanas. Desde hace años, discipli-nas tales como la antropología, la sociología, la psicología o lalingüística han abordado esta tarea descriptiva. Asimismo, desdeun punto de vista instrumental, el estudio de la argumentación

    supone un importante recurso en la formación de las personas y,

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    en particular, de aquellas cuyas profesiones están más vinculadasal uso de la palabra y a la interacción entre semejantes. Los estu-

    dios de retórica y oratoria habrían cumplido esta función formati-va en la Antigüedad y la Edad Media. Hoy día, principalmente enel ámbito de la enseñanza superior norteamericana, disciplinas ta-les como los estudios de comunicación (Communication Studies)y el así llamado «pensamiento crítico» (Critical Thinking),  asícomo los florecientes clubes y certámenes de debate, han llenadoel hueco que la retórica y la oratoria dejaron en los currículo. Dehecho, en Estados Unidos y Canadá, este tipo de formación se

    considera clave para el desarrollo de la llamada sociedad civil. Pero, además de estas perspectivas descriptiva e instrumen-

    tal, es posible abordar el estudio de la argumentación desde un punto de vista normativo. Este punto de vista lo inaugura la con-sideración del hecho de que argumentar bien no es equivalente aargumentar de manera eficaz; mientras que la eficacia argumen-tativa es, en última instancia, una cuestión empírica sujeta a las

    contingencias de contextos y auditorios concretos, las condicio-nes del buen argumentar buscan y determinan lo que resulta acep-table e inaceptable si de argumentar se trata, con independenciade su éxito persuasivo real. En realidad, la evaluación y crítica delos argumentos es fundamental para la propia práctica de argu-mentar. De algún modo, embarcarse en la tarea de dar y pedir ra-zones supone concebir que existe un hiato entre las razones quenos persuaden de hecho y las que deberían persuadirnos; rechazar

    argumentos es denunciarlos como instrumentos de persuasiónilegítima. Por ello, aprender a argumentar es, en buena medida,aprender a distinguir los buenos de los malos argumentos. Comoargumentadores, todos partimos de ciertas nociones normativas básicas, de ciertos modelos preteóricos sobre qué es correcto oincorrecto como argumentación. Sin embargo, como teóricos, ca- be preguntarnos hasta qué punto dichas nociones básicas sonacertadas, coherentes, universales, etcétera. La teoría de la argu-

    mentación es, precisamente, la disciplina que se encarga de pro-

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     poner, analizar y desarrollar modelos normativos para la argu-mentación.

    A pesar de que, como hemos visto, la práctica de la argu-mentación estaría en el núcleo de lo específicamente humano, da-do su papel de garante de la racionalidad teorética y práctica y dela sociabilidad racional característica de nuestra especie, lo ciertoes que durante siglos su estudio ha recibido una escasísima aten-ción.

    En particular, por lo que respecta al desarrollo de modelosnormativos para la práctica de la argumentación, dicha falta de

    atención es una circunstancia aún más inexcusable en el caso dela filosofía, ocupada frecuentemente en cuestiones metodológicasrelativas a otras disciplinas, pero casi ciega a sus propios méto-dos, al menos por lo que respecta al desarrollo de un enfoque ge-neral y sistemático; al fin y al cabo, ¿en qué consiste la filosofía,sino en producir y evaluar argumentaciones? Incluso si dejamosal margen las mencionadas funciones de la argumentación y su

    centralidad tanto en el ámbito de la razón práctica como en elámbito de la razón teórica, la filosofía debería haber dedicadomucha más atención al estudio normativo de la argumentación,aunque fuera solo porque esta es su única metodología, el únicomedio de que dispone para adquirir conocimiento sobre sus obje-tos característicamente abstractos, intratables experimentalmente.

    En esta sección, vamos a explicar las circunstancias quehabrían originado esta situación. En primer lugar, describiremos

     brevemente los orígenes del estudio normativo de la argumenta-ción, de cara a evidenciar su clara filiación filosófica ya desde susinicios. A continuación, consideraremos una hipótesis para expli-car por qué, después de ese período inicial, los filósofos abando-naron el estudio sistemático de la argumentación en lenguaje na-tural, casi sin excepción, hasta la segunda mitad del siglo XX.

    2.2. LOS ORÍGENES 

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    Como hemos visto, la argumentación es un instrumento funda-

    mental tanto para el conocimiento como para la persuasión racio-nal. Por esa razón, juega un papel indiscutible en el desarrollo decualquier disciplina teórica, especialmente en lo que se refiere ala exposición y justificación de sus resultados. En cierto modo, podemos ponderar el estudio de la argumentación como una for-ma de investigación metodológica y concebir los intentos deofrecer un modelo normativo para ella como un metadiscursocientífico. Ello significaría reconocer que el estudio de la argu-

    mentación es una parte fundamental del trabajo filosófico; en es- pecial, de aquel que se ocupa de proporcionar una perspectiva re-flexiva sobre el conocimiento mismo.

    Sin embargo, la investigación teórica sobre las posibilida-des del lenguaje como un medio para conocer el mundo, o comoun instrumento para actuar adecuadamente sobre él, deviene unainvestigación metafilosófica; por esa razón, solo pudo crearse

    cuando la propia filosofía hubo adquirido cierto grado de madu-rez teórica y conciencia de disciplina. En realidad, para ser preci-sos, hay que admitir que la emergencia del interés filosófico en laargumentación contó con otras dos circunstancias clave: por unlado, un contexto social y político en el que la argumentación y eldiscurso habían adquirido gran relevancia; y por otro lado, la evi-dencia de su fragilidad frente a su propia perversión. En la Atenasdel siglo V a. C., se dieron ambas circunstancias como en ningún

    otro momento anterior. En concreto, la historia de la filosofía haatribuido tradicionalmente a los sofistas el dudoso honor de serresponsables de la última de ellas.

    Las primeras reflexiones sobre la argumentación supusie-ron la instauración de las tres disciplinas que han compuesto suestudio desde entonces: la lógica, la dialéctica y la retórica. Elmodo de concebir las relaciones entre ellas llegó a articular el de- bate entre sofistas y filósofos, el cual puede considerarse como el

    origen de la reflexión filosófica sobre la argumentación.

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    Tradicionalmente, la contraposición entre los sofistas y Só-crates o Platón se ha representado como la contraposición entre la

    retórica y la dialéctica, concebidas respectivamente como unadisciplina con un interés meramente instrumental en la argumen-tación versus una disciplina teorética relacionada con cuestionesmetodológicas. Es un lugar común oponer a los sofistas y a los fi-lósofos diciendo que, en lugar del compromiso filosófico con laverdad y el conocimiento, los sofistas tenían un compromiso consus clientes, a quienes adiestraban en las artes del discurso comoforma de prosperar en un contexto social y político que había ele-

    vado el arte del discurso al medio de interacción pública por ex-celencia e incluso a un espectáculo en sí mismo. Ciertamente, lossofistas cifraban su maestría como oradores en cosas tales comoser capaces de convertir la tesis más débil de una disputa en lamás fuerte o de defender con igual eficacia una tesis y su contra-ria.

    Sin duda, esto es algo que a oídos de un Sócrates y, más

    aún, del Platón testigo del juicio a Sócrates, que sabe del podertrágico de la palabra, debía sonar no ya frívolo, sino pernicioso e,incluso, un verdadero mal para la sociedad, algo a erradicar. ParaPlatón, esta concepción del discurso como espectáculo le habría bastado para culpabilizar a los sofistas del cargo general de prefe-rir la simple opinión (doxa) a la verdad (aletheia). La concepción peyorativa de la retórica como «arte de la persuasión» estaría asírelacionada con su habilidad para confundir a las audiencias efi-

    cazmente al presentar como cierto lo que solo es verosímil. Tales, al menos, la visión estereotipada de las sospechas de Platóncontra la retórica.

    Ciertamente, Platón oponía la confiabilidad de la dialécticaa la maleabilidad de la retórica y destacaba la diferencia entre laadquisición de conocimiento y la mera promoción de opiniones.De hecho, este es uno de los principales temas en diálogos comoel Gorgias o el Fedro. Pero de cara a inferir de ello una preferen-

    cia por parte de Platón, deberíamos presuponer que este concebía

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    la dialéctica y la retórica como dos métodos con los mismos obje-tivos y, por tanto, comparables en sus logros. Sin embargo, tal

    como James Benjamin (1997) o Charles Griswold (2004) han ar-gumentado, Platón habría reconocido explícitamente la naturalezaretórica de todo discurso y habría distinguido entre buenas y ma-las prácticas de este arte. Más aún, a la luz de ciertos textos, cabe pensar que el propio Platón estaría concediendo una importantefunción a la buena retórica dentro de su gran proyecto político, yaque este dependía de la posibilidad de desarrollar una auténticaeducación para la ciudadanía, una paideia como un camino hacia

    la formación de una sociedad cohesionada y armónica. De mane-ra que, si bien Platón trataría de prevenirnos contra la perversiónde la retórica, no estaría simplemente oponiéndola a la dialéctica.

    Por su parte, lejos de la cautelosa valoración de la retóricaque hallamos en Platón, Aristóteles incluso le dedicó un tratado.En lugar de insistir en la distinción entre dialéctica y retórica, en-tre persuasión y justificación, Aristóteles reconocía que ambas

    disciplinas y ambas tareas desempeñan diferentes e importantesfunciones tanto en el ámbito de lo político como en el del cono-cimiento. Para Aristóteles, la persuasión se logra dejando que losdemás juzguen que las cosas son de tal y cual modo. En esa tarea,la credibilidad del hablante y las emociones del auditorio jueganun papel fundamental, pero también la fuerza de los argumentosempleados.

    Desde la perspectiva de Aristóteles, la retórica es el ámbito

    de lo razonable. Es por ello que resulta especialmente adecuadaen la esfera práctica, donde prevalece la necesidad de tomar deci-siones convenientes a pesar de que la verdad y el conocimientoresulten esquivos. Lo que la retórica posibilitaría en la esfera práctica sería el estudio de los discursos como medios de persua-dir a seres racionales y, con ello, la posibilidad de articular estaesfera como un ámbito de lo razonable. De ese modo, Aristótelesdesestimaría la visión de un conflicto entre la retórica como arte

    de la persuasión y la dialéctica como método de investigación e

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    incluso la lógica como método de prueba. La visión aristotélicade estas tres disciplinas como saberes complementarios inspira

    hoy en día el trabajo de la mayor parte de los teóricos de la argu-mentación, si bien durante un largo período pareció no sobreviviral propio Aristóteles.

    2.3. LA EMERGENCIA TARDÍA DE LA DISCIPLINA. U NA HIPÓTESIS 

    En realidad, la cuestión de hasta qué punto a Aristóteles se le de-

     be considerar el padre de la teoría de la argumentación moderna ode que resultó más bien un obstáculo para su desarrollo efectivosuscita controversia. Estas posiciones encontradas se derivan, principalmente, de dos visiones muy distintas sobre su trabajoacerca de la lógica.1 

    Por un lado, hay autores que asumen que la lógica de Aris-tóteles, la silogística, estaría destinada a ser el modelo normativo

    de la argumentación que Aristóteles estaría elaborando a travésdel compendio de obras que constituyen el Órganon. De ese mo-do, sus trabajos sobre retórica o falacias serían, o bien indepen-dientes, o bien aditamentos poco conexos con la empresa de desa-rrollar la primera teoría de la inferencia. Ello haría de Aristótelesel padre de la lógica, en el sentido clásico de teoría normativa y formal de la inferencia. Pero en la medida en que la lógica así en-tendida ha prevalecido durante siglos como la única teoría norma-

    tiva de la argumentación, el trabajo de Aristóteles habría de valo-rarse como un obstáculo para el desarrollo de una verdaderateoría de la argumentación, en especial, por lo que respecta a laincorporación de la dimensión pragmática del buen argumentar.- - - - - - - - - - - - - - - - - -

    1  Tal como señala Braet (1999), esta dualidad de la obra sobre lalógica de Aristóteles se hace especialmente patente en las interpretacio-nes de su concepción de los entimemas, entendidos por la tradición pos-terior bien como «silogismos retóricos» o como «silogismos incomple-tos».

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    Por otra parte, puede aducirse que el interés de Aristótelesen la lógica era parte de su interés en la argumentación como un

    instrumento para el conocimiento en general y para la filosofía en particular. Según esta perspectiva, el Órganon constituiría un to-do articulado dedicado al estudio de la argumentación en lenguajenatural, en lugar de un estudio sobre la inferencia válida.

    Desde un punto de vista histórico, la primera concepciónsobre el papel de la obra de Aristóteles en el desarrollo de la teo-ría de la argumentación es quizá la más fiel a los hechos. Despuésde Aristóteles, el estudio de la argumentación quedó dividido en

    tres materias que corrieron suertes muy dispares. Por un lado, laretórica, que finalmente no pudo zafarse de la crítica tradicional,según la cual, tal disciplina respondería a un interés meramenteefectivo por el discurso. Ello terminaría por fijar su vinculacióncon la oratoria y al arte del buen decir en cuanto saberes instru-mentales. Por otro lado, la lógica, que desarrollada bajo el impul-so de la silogística aristotélica devino en lógica formal deductiva.

    Y por último, el estudio de las falacias informales, una materia peculiar a la que no se intentó dar un tratamiento sistemático du-rante siglos.

    De ese modo, la obra sobre la argumentación de Aristótelesfue recogida como un conjunto de contribuciones a distintoscampos: el arte de la persuasión, el estudio de las falacias conver-sacionales y la teoría de la inferencia. Lo que no es tan evidentees que tal evolución fuera una consecuencia natural del propio

    trabajo de Aristóteles y no una deriva, más o menos accidental,de lo que en origen suponía el tratamiento de un mismo fenó-meno, la argumentación, desde distintos puntos de vista teóricos.

    Sea como fuere, durante mucho tiempo, los filósofos sim- plemente asumieron que no existía ningún interés genuinamentefilosófico en las cuestiones retóricas, y todo lo relacionado con elarte de la persuasión acabó quedando al margen de la filosofía. Asu vez, ello originó la especialización de la retórica en el desarro-

    llo de técnicas cuyo fin era la eficacia persuasiva.

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    Respecto a la lógica aristotélica, en la Edad Media, estaevolucionó en una doble dirección: por un lado, como una meto-

    dología para el razonamiento y, por otro, como una teoría de la prueba. De ese modo, los lógicos medievales propusieron la dis-tinción entre una logica utens y una logica docens, que terminóen la virtual desaparición de la primera. Posteriormente, los epis-temólogos modernos, como Descartes o los autores de la lógicade Port Royal, terminaron de acuñar dicha concepción de la lógi-ca como una teoría de la prueba, y la caracterizaron como un mé-todo de presentación más que de investigación, con lo que termi-

    naron de desvincularla a su vez de la dialéctica. Así, a finales delsiglo XIX, la lógica adoptaba ya la forma de un estudio sobre laimplicación formal, prácticamente al margen del estudio de la ar-gumentación en lenguaje natural.

    Por último, aunque «Refutaciones sofísticas» situaban elestudio de las falacias conversacionales dentro del elenchus,  demodo que favorecían una concepción de la falacia como algún ti-

     po de defecto o mella en un proceso conversacional, esta dimen-sión pragmática se perdió definitivamente en el tratamiento quelas falacias obtuvieron a partir de Aristóteles. Según Douglas N.Walton (1995), debido en buena medida al abandono del marcodialógico proporcionado por el elenchus, el estudio de las falaciasconversacionales no dio origen a una teoría, ni a un tratamientomás o menos sistemático, sino tan solo a una amalgama de consi-deraciones sobre distintos fenómenos argumentativos. Así, auto-

    res como Locke, Hume, Whately o Mill contribuyeron a aumen-tar el catálogo de falacias que el propio Aristóteles había propuesto, pero renunciaron a desarrollar una teoría de la falaciao un marco sistemático para su análisis. Es más, contribuyeron aasentar una concepción de la falacia como un «argumento inváli-do», en lugar de como una argumentación deficiente, y prescin-dieron de ese modo de su dimensión retórica y pragmática.

    Dado este panorama, no es de extrañar que el estudio de la

    argumentación en lenguaje natural se considerase, alternativa-

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    mente, una tarea o un bien inabarcable o bien impropia para la fi-losofía. Por esa razón, durante siglos, los filósofos se limitaron a

    analizar argumentos concretos, sin la intención de proponer mo-delos normativos generales para la argumentación en lenguaje na-tural. En muchos casos, simplemente asumieron que la lógicaformal, eventualmente complementada con una teoría de la for-malización para el lenguaje natural, proporcionaría la teoría nor-mativa de la argumentación que tan imprescindible resulta para el propio quehacer filosófico. En cualquier caso, durante siglos, lafilosofía declinó una aproximación directa al estudio de la argu-

    mentación como disciplina.A pesar de ello, lo cierto es que, a lo largo de la historia,

    los filósofos no han podido evitar estar inmersos en una u otraconcepción de la argumentación y de la bondad argumentativa.Después de todo, tales concepciones fijan los estándares que ellosmismos aplican a su propia actividad teórica. Este extremo resultaespecialmente evidente en el caso de la filosofía moderna y de su

    giro epistemológico, el cual puede ser entendido, en general, co-mo la elaboración de una concepción sofisticada de la bondad ar-gumentativa, es decir, de la justificación. De hecho, tal como va-mos a ver, es precisamente esta concepción moderna de la justificación, a la que podemos calificar de deductivista, lo que hacuestionado las propuestas contemporáneas en la teoría de la ar-gumentación.

    En la siguiente sección, vamos a comprobar que, aunque

    las concepciones tradicionales de la lógica, la retórica y el estudiode la falacia explicarían por qué el estudio normativo de la argu-mentación en lenguaje natural permaneció prácticamente des-atendido hasta la segunda mitad del siglo XX, tales concepcionesson en sí mismas difícilmente justificables. De ese modo, meocuparé del descrédito de la retórica como una disciplina instru-mental, de la confusión entre la lógica y la lógica formal y de la posibilidad de ofrecer un tratamiento sistemático de las falacias

    conversacionales. De hecho, tales son, respectivamente, los prin-

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    cipales temas tratados en las obras que podemos considerar fun-dacionales dentro de la disciplina:  La nouvelle rhetorique. Traité

    de l’argumentation, de Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca (1958); The Uses of Argument , de Stephen E. Toulmin(1958), y  Fallacies, de Charles L. Hamblin (1970). Estas obrasrepresentan, además, los orígenes de los tres principales enfoquesactuales dentro de la teoría de la argumentación: el enfoque retó-rico, el enfoque lógico (informal) y el enfoque dialéctico, respec-tivamente.

    Como vamos a comprobar, los trabajos de Perelman,

    Toulmin y Hamblin, así como su recepción actual  — de la manode autores como Christopher W. Tindale (1999), Ralph H. John-son y J. Anthony Blair (1977), Frans H. van Eemeren y RobGrootendorst (1984), por nombrar a algunos de los más relevan-tes — , han sentado las bases de la nueva perspectiva que, con res- pecto a los planteamientos anteriores, supone la teoría de la ar-gumentación. Su punto de partida es que, ante todo, la

    argumentación es un tipo de práctica comunicativa. Este plan-teamiento decididamente pragmático es consecuencia del interés por profundizar en las características específicas de la argumenta-ción en lenguaje natural y, como veremos en su momento, consti-tuye una valiosa contribución de cara a contrarrestar el monopo-lio de la perspectiva formalista, hasta entonces dominante.

    2.4. LA REEMERGENCIA DE LOS ESTUDIOS NORMATIVOS SOBRELA ARGUMENTACIÓN 

    Los orígenes de la teoría de la argumentación son bastante recien-tes. A mediados de la segunda mitad del pasado siglo, autorescomo Perelman, Toulmin o Hamblin hicieron renacer el interés por el estudio de la argumentación en el lenguaje natural. Estosautores son hoy día referencias indiscutibles dentro de la discipli-

    na y sus obras pueden valorarse, respectivamente, como un cues-

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    concepciones pragmatistas y expresivistas de la así llamada  filo- sofía del lenguaje ordinario y de la hermenéutica, respectivamen-

    te. Para Toulmin y Perelman, sendos representantes de cada unade esas tradiciones, la evaluación de la argumentación cotidianaera parte de la empresa de atender al lenguaje natural y a sus usosreales como principal recurso para la investigación filosófica.Asimismo, ambos autores compartían la conciencia de que tal en-foque tenía como principal obstáculo ciertas concepciones filosó-ficas dominantes. De hecho, sus obras apenas recibieron en sutiempo la atención que probablemente merecían por parte de la

    comunidad filosófica. Es tras su periplo americano, sobre todo enrelación con los estudios sobre comunicación y retórica, cuandohan logrado el reconocimiento como textos fundacionales de lateoría de la argumentación.

    2.4.1. Perelman y la nueva retórica

    En la segunda mitad del siglo XX, la concepción tradicional de laretórica como una disciplina meramente instrumental cuyo obje-tivo es desarrollar técnicas para mejorar las habilidades discursi-vas experimentó un giro radical. Bajo el descrédito del papel quela lógica formal podía jugar a la hora de analizar el discurso real,autores como Theodore Viehweg, Henri Gouhier y Chaïm Perel-man empezaron a considerar la retórica como una disciplina rela-

    cionada con la comunicación humana como estándar de raciona-lidad. Cuando, en 1958, Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca publicaron  La nouvelle rhétorique. Traité del’ argumentation, culminaron esta concepción de la retórica comoun marco para el estudio de la argumentación.

    El interés de Perelman en la argumentación estaba direc-tamente relacionado con su interés en la ética y el derecho. Su punto de partida era una reflexión epistemológica respecto a la

     posibilidad del conocimiento sobre valores, bajo la hipótesis de

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    que no es posible explicar la argumentación moral y jurídica entérminos de relaciones formales entre proposiciones. Esta hipóte-

    sis preludia cierta concepción de la razón y lo razonable que fi-nalmente lo condujo a buscar en la retórica el marco metodológi-co apropiado para una teoría de la argumentación en lenguajenatural como la genuina expresión de esa razón.

    En  La nouvelle rhétorique, Perelman y Olbrechts-Tytecaintentan mostrar que la retórica puede aportar un marco adecuado para definir las condiciones de posibilidad de la comunicación ra-zonable, para la cual, la prueba y la demostración a menudo están

    fuera de lugar.Sin embargo, es importante subrayar la novedad que supo-

    ne esta concepción de la retórica: esta no se circunscribe al puntode vista aristotélico, que considera el estudio de la retórica comouna tarea ineludible para cualquiera que esté interesado en la ar-gumentación en cuanto instrumento para el conocimiento y la jus-tificación. Más bien, el interés de Perelman se centra en la posibi-

    lidad de utilizar la retórica como un marco para determinar quéconsidera una comunicación razonable. De ese modo, Perelmanva a proponer el desarrollo de criterios retóricos para la evalua-ción de la argumentación. En ese sentido, su trabajo constituye unintento de fundar una nueva teoría de la racionalidad sobre fun-damentos retóricos. Perelman entiende que el discurso argumen-tativo es el modo de expresión por excelencia de la razón humanay que solo la retórica está en condiciones de ofrecer un marco

    teórico adecuado para definirlo.Perelman dedica una importante parte de su trabajo a mos-

    trar que el modelo epistemológico tradicional, hasta la fecha do-minante en filosofía, resulta demasiado rígido para ser de aplica-ción en el análisis y valoración de ciertas cuestiones y disciplinas,como las humanidades, en las que las demostraciones concluyen-tes resultan necesariamente esquivas. Así,  La nouvelle rhétoriquese presenta como una alternativa a lo que Perelman y Olbrechts-

    Tyteca denominan «el modelo cartesiano de racionalidad». En su

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    opinión, la identificación de lo racional con lo demostrable more geometrico, es una herencia envenenada para aquellos interesados

    en cuestiones propias del ámbito de lo plausible y lo razonable.Durante siglos, la imposibilidad de aplicar el ideal epistémicotradicional en estos ámbitos ha dado lugar a un cuestionamientode su estatus epistémico que en absoluto se corresponde con suvigencia efectiva fuera del ámbito de la filosofía.

    En ese sentido, el objetivo de  La nouvelle rhétorique es,ante todo, mostrar que la racionalidad no se circunscribe a la prueba o demostración. Pero para dar cuenta de ello, Perelman y

    Olbrechts-Tyteca desarrollan una tesis aún más fuerte: al mostrarlas dificultades que el ideal tradicional de justificación encontra-ría al menos en estos ámbitos, pretenden desenmascarar su su- puesta legitimidad, la mera apariencia  de certeza que confiere.Perelman y Olbrechts-Tyteca insisten en la idea de que, en últimainstancia, todo conocimiento está histórica, psicológica y socio-lógicamente determinado. En su opinión, esa es la razón por la

    que, para la mayoría de cuestiones decisivas, carecemos de prue- bas o demostraciones: los temas sustantivos siempre se remiten acuestiones de valor.

    En ese sentido, la propia naturaleza del tipo de argumentosen los que Perelman y Tyteca estaban interesados justificaría surechazo del modelo cartesiano como un marco teórico adecuado.Sin embargo, La nouvelle rhétorique va aún más lejos al sugerirque la propia racionalidad del discurso ha de medirse siempre en

    términos de ciertos valores. De ese modo, puesto que los valoresson siempre los valores de un cierto grupo, la racionalidad deldiscurso solo puede valorarse, de forma más o menos objetiva,mediante criterios retóricos capaces de proporcionar un marco nosustantivo, sino criteriológico y contextual.

    En  La nouvelle rhétorique, Perelman y Olbrechts-Tyteca buscan desarrollar tales estándares retóricos para la evaluacióndel discurso como una expresión de lo razonable. En este contex-

    to, la argumentación se describe como una actividad encaminada

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    a persuadir a un determinado auditorio mediante un discurso. Enrealidad, el elemento auditorio  está llamado a desempeñar dos

    funciones esenciales: por un lado, la de determinar las caracterís-ticas que una actuación discursiva ha de tener si es que el hablan-te trata de persuadir con ella a un determinado auditorio. De esemodo, tanto las ideas que debería utilizar, las emociones a las quedebería apelar, el tono de sus palabras, su propia presencia, etcé-tera, vendrán determinadas por los rasgos de su auditorio, puesson las creencias y los valores de este las que proporcionan elmarco de referencia que fija qué premisas, técnicas y movimien-

    tos discursivos, argumentativos y retóricos resultarán eficaces.Perelman y Olbrechts-Tyteca llaman la atención sobre el hechode que los grupos sociales comparten ciertos valores que subya-cen al modo en que utilizan el lenguaje, en que cargan  ciertostérminos, en que llegan a acuerdos implícitos sobre lo que es bueno, malo, deseable, etcétera. Por otra parte, este marco de re-ferencia es el que, de hecho, proporciona los medios de los que

     puede disponer el hablante para llevar a cabo sus propósitos per-suasivos.Teóricamente, la idea de marco de referencia resulta muy

    fructífera, pues nos permite, en primer lugar, dar sentido a la con-ducta lingüística del hablante en cuanto un intento de persuadir aun auditorio concreto por medio de su conocimiento de cuálesson los medios a su alcance, dado el marco de referencia. De esemodo, este marco tendría una función hermenéutica, de cara a la

    interpretación de la actuación del hablante: si fijamos la variableeficacia persuasiva, podremos interpretar su actuación como unmedio para lograrla. Ello nos permitirá hacernos una idea de lasintenciones retóricas del hablante. Pero, por otro lado, el marcode referencia también haría posible determinar el valor de una ac-tuación discursiva como una estrategia de persuasión, es decir,nos daría la medida de su eficacia a la hora de explotar los recur-sos disponibles. Así, podríamos establecer el valor retórico de la

    actuación discursiva según aproveche en mayor o menor medida

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    dios sobre comunicación, y en los de argumentación jurídica.Junto con los trabajos de Toulmin en The Uses of Argument  y de

    Hamblin en  Fallacies, se reconoce hoy en día como el principalorigen de la teoría de la argumentación como disciplina.

    2.4.2. Toulmin y la crítica de la lógica formal

    Como en el caso de Perelman, el interés de Stephen E. Toulminen la argumentación estaba estrechamente vinculado a su distan-

    ciamiento del modelo epistemológico tradicional. Pero en lugarde cuestionar el concepto de racionalidad  derivado de él, Toul-min se centró directamente en el concepto de  justificación  quesupone dicho modelo. Según Toulmin, la incapacidad del modelotradicional de justificación para definir la normatividad que sub-yace a la argumentación cotidiana se debe a una concepciónequivocada de lo que es la  justificación. Toulmin no trata de ex-

     plicar por qué la argumentación cotidiana es racional a pesar deresponder mal a las condiciones normativas tradicionales, más bien trata de mostrar que la incapacidad de los filósofos para ex- plicar su racionalidad se basa en un ideal de justificación que estáequivocado. Concretamente, Toulmin intentará mostrar que con-cebir la lógica formal como un canon para la epistemología esuna mala estrategia para explicar la normatividad de la argumen-tación.

    Toulmin señala que la lógica ha experimentado un desarro-llo sustancial debido a su presentación como una teoría de la infe-rencia formal y a su interés por una exposición sistemática de susresultados, por las propiedades de los sistemas formales y por losfundamentos de la matemática. Pero esta orientación confirmaríauna incomprensión de la verdadera naturaleza de la lógica, la cualhabría impedido el desarrollo de un marco teórico adecuado para justificar la normatividad de la argumentación real. El rechazo de

    Toulmin a la lógica formal como una teoría normativa de la ar-

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    gumentación puede considerarse el principal motivo de The Usesof Argument , su principal trabajo sobre teoría de la argumenta-

    ción.El enfoque de Toulmin es lógico, no retórico. Toulmin está

    interesado, principalmente, en los argumentos en cuanto meca-nismos justificatorios, no en la argumentación como mecanismo persuasivo. En realidad, a pesar de su título, The Uses of Argu-ment  no presta más atención a la pragmática de la argumentaciónque a la mera asunción de que argumentar es llevar a cabo un ac-to lingüístico, el acto de apoyar nuestras afirmaciones mediante

    razones. Por ello, la justificación se concibe como el uso primariode los argumentos.

    [...] esta era, de hecho, la función  primaria de los argumentos y

    los otros usos, las otras funciones que los argumentos tengan pa-

    ra nosotros, son de alguna manera secundarias y parasitarias de

    este uso justificatorio primario. (Toulmin, 1958: 12)2 

    Toulmin rechaza la idea de que la justificación sea unacuestión de reglas a-contextuales, como las de un sistema formal.Al contrario, considera que la justificación es, hasta cierto punto,una cuestión de «campos» (fields). Sin embargo, también consi-dera que la propiedad «estar justificado» ha de ser, hasta cierto punto, el mismo tipo de propiedad cuando se predica de una afir-mación perteneciente a un campo u a otro. De ese modo, llega a

    la conclusión de que debe haber dos tipos de condiciones para de-terminar hasta qué punto un argumento es capaz de proveer justi-ficación para una afirmación: por un lado, entiende que hay «es-tándares dependientes de campo» (field-dependent standards), loscuales vendrían a recoger las condiciones para que una afirma-ción o creencia esté justificada por razones morales, económicas,legales, matemáticas, médicas o de cualquier otro tipo. Y por otro

    - - - - - - - - - - - - - - - - - -

    2  Traducción de la autora.

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    lado, también reconoce estándares «invariantes respecto a cam- pos» (field-invariant standards) que dan sentido a la idea de que

    la justificación de una afirmación es el mismo tipo de propiedad,independientemente del campo de referencia. The Uses of Argu-ment  está especialmente dedicado a explicar estos últimos, pues por referencia a ellos, Toulmin enunciará su famoso modelo deargumento compuesto por seis tipos de elementos (datos, conclu- sión, garante, calificador, respaldo y refutador ) como una alter-nativa a la definición tradicional de argumento, según la cual elargumento es un conjunto de proposiciones que tan solo cumplen

    dos tipos de función: ser premisas o ser conclusiones.A pesar de que Toulmin se centra en la dimensión lógica,

    su teoría de la argumentación es una de las más influyentes hoyen día, no solo entre lógicos informales, sino también entre retó-ricos, estudiosos de la comunicación y de la composición discur-siva, teóricos de la argumentación legal, etcétera. Este hecho seríasintomático de una necesidad previa de encontrar una alternativa

    a la lógica formal para caracterizar un concepto de validez infe-rencial que, en última instancia, estaría en la base de cualquiermodelo normativo para la argumentación. También sería un sín-toma de la adecuación del modelo de argumento que Toulmin propuso en su época, de su funcionalidad a la hora de definir fe-nómenos argumentativos reales, tal como estos surgen en los in-tercambios cotidianos, es decir, como actividades comunicativas.

    2.4.3. Hamblin, la dialéctica y la teoría de la falacia

    En 1970, Charles L. Hamblin, un lógico formal interesado en lascondiciones de validez de los intercambios de preguntas y res- puestas, publicó Fallacies, un trabajo que supuso el primer inten-to de sistematizar el catálogo tradicional de falacias, género que,como hemos visto, fue abordado por primera vez por Aristóteles

    en Refutaciones sofísticas. Desde el punto de vista de Hamblin, la

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    mo la satisfacción de los compromisos que un hablante adquierecomo consecuencia de los enunciados y reglas de inferencia que

    acepta. Dichos criterios tratan de evitar una concepción de la bondad argumentativa que, en opinión de Hamblin, necesitaríadel «punto de vista de Dios» (1970: 242). En contraste con la ló-gica clásica, Hamblin concibe la bondad argumentativa en térmi-nos de «consistencia del conjunto de compromisos públicos» decada parte.

    El modelo dialéctico de Hamblin ha adquirido tambiéngran influencia en la literatura contemporánea. Sus propuestas

    han suscitado, entre otros, importantes desarrollos en el ámbito dela lógica del diálogo y la dialéctica formal, como en Barth yKrabbe (1982) o Walton y Krabbe (1995). En los siguientes capí-tulos, dedicados específicamente a la teoría de la falacia, analiza-remos las propuestas de Hamblin con más de detalle.

    2.5. LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN COMO DISCIPLINA:  ELESTADO DE LA CUESTIÓN 

    Los trabajos de Perelman y Olbrechts-Tyteca, Toulmin y Ham- blin hicieron evidente el interés de la argumentación, la necesidadde dedicar esfuerzos a su estudio y la escasez y debilidad de lostratamientos anteriores. Sus propuestas fueron claves para el ulte-rior desarrollo de la teoría de la argumentación, y hoy en día to-

    davía resultan fructíferas en muchos aspectos. Sin embargo, des-de entonces, el campo de la argumentación ha experimentado uncrecimiento exponencial. A continuación, repasaremos breve-mente el trabajo actual en el ámbito de la teoría de la argumenta-ción. Este repaso trata de ofrecer una doble panorámica: ademásde exponer las principales teorías, también se buscará caracterizarla disciplina atendiendo a sus distintos ámbitos y al tipo de tareasque una teoría completa de la argumentación debería llevar a ca-

     bo.

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    Desde finales de los años setenta, el estudio de la argumen-tación ha atraído la atención de estudiosos de la filosofía, la teoría

    de la comunicación, el análisis del discurso, el derecho, la psico-logía, etcétera. Varias revistas científicas ( Argumentation, Infor-mal Logic, Philosophy and Rhetoric, Argumentation and Advoca-cy, etcétera), asociaciones (International Society for the Study ofArgumentation [ISSA], Ontario Society for the Study of Argu-mentation [OSSA], Association for Informal Logic and CriticalThinking [AILACT], Latin American Society for the Study of Ar-gumentation [LASSA]) y congresos (ISSA Conference, que celebra

    cada cuatro años desde 1986, o las bienales OSSA Conference yAFA/SCA Alta Conference, etcétera) se crearon para unir esfuer-zos en el desarrollo de los estudios sobre la argumentación.

    El ámbito de la argumentación como disciplina se ha con-vertido en un campo multidisciplinar y esta circunstancia ha favo-recido una gran variedad de perspectivas. Sin embargo, la aten-ción que se le ha dedicado a la argumentación no siempre se

    corresponde con lo que hasta ahora hemos designado como teoríade la argumentación. Dar cuenta de la teoría de la argumentacióncomo disciplina implica asumir ciertas etiquetas que presuponenuna tipología, por lo demás, bastante generalizada, aunque nouniversal. Dicho esto, no resultará muy controvertido proponeruna distinción entre estudios sobre argumentación como un ámbi-to amplio donde se incluiría, entre otras, la teoría de la argumen-tación entendida como una disciplina dedicada al estudio norma-

    tivo de la argumentación, esto es, al desarrollo y análisis demodelos para distinguir la buena de la mala argumentación. Den-tro de esta disciplina, podemos asimismo distinguir entre pro- puestas y enfoques particulares, como los de la lógica informalcanadiense, la nueva retórica o la pragmadialéctica.

    Así pues, ¿deberíamos explicar la teoría de la argumenta-ción como una propuesta o un conjunto de propuestas que tienenuna finalidad claramente normativa respecto de la práctica de ar-

    gumentar?

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    2.6. ¿DESCRIPTIVA VERSUS   NORMATIVA?  LAS DEFINICIONES DE ARGUMENTACIÓN  Y DE BUENA ARGUMENTACIÓN  

    Tanto si tratamos de desarrollar un modelo descriptivo comonormativo, una tarea preliminar para el estudio de la argumenta-ción es esbozar una concepción de esta que nos sirva de punto de partida. Al fin y al cabo, no disponemos de una definición uná-nimemente aceptada de la argumentación, ni siquiera podemos

     partir de prácticas unívocas de llamar argumentación a cierto tipode comunicación, a la estructura de ciertas actividades lingüísti-cas, a cierta clase de construcciones semánticas o a cualquier otra posible referencia del término. Al realizar esta tarea, lo que ha-cemos es definir el objeto de nuestra teoría. La representatividadde este objeto respecto del tipo de fenómeno que intentamos ca-racterizar y aprehender con nuestros modelos resulta, entonces,

    un criterio esencial para decidir sobre su valor teorético y prácticoy, con ello, para comparar modelos cuyos objetos, en principio, pueden diferir entre sí.

    Por otra parte, las teorías normativas característicamentesuscitan una preocupación crítica en relación con su estatus nor-mativo. Respecto de la teoría de la argumentación, en principio,cabría pensar en dos tipos de fundamentación: o bien el estatusnormativo de esta teoría se justifica apelando a la idea de que se

    trata de una descripción de las prácticas argumentativas reales, o bien se justifica recurriendo a nuestras intuiciones en relación conel modo en que se debe argumentar. Pero lo cierto es que ambos planteamientos resultan más bien deficientes como justificacionesdel estatus normativo de la teoría de la argumentación. La prime-ra opción plantea el problema de explicar cómo es posible que unmero reporte del modo en que la gente argumenta realmente pue-da llegar a ser normativo respecto de esa misma práctica. Por otro

    lado, la segunda opción también resulta difícil de aceptar: al fin y

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    al cabo, ¿cómo podríamos justificar la adecuación de nuestras in-tuiciones para explicar el concepto de bondad argumentativa que

    resulta pertinente para valorar las prácticas reales? Si intentáse-mos justificar que nuestras intuiciones son adecuadas, estaríamosabocados a cierta forma de circularidad, pues dicha justificaciónse mostraría dependiente de tales intuiciones.

    Afortunadamente, como he defendido con más detalle enBermejo-Luque (2011), podemos intentar una tercera opción, asaber, considerar que el propio objeto que intentamos aprehendercon nuestra teoría normativa es en sí mismo un objeto normativo.

    Según esta perspectiva, explicar el estatus de una teoría normati-va de la argumentación sería, en realidad, poder responder a la si-guiente cuestión: ¿en qué consiste la normatividad argumentati-va?, es decir, ¿qué es la buena argumentación?

    Concebir la normatividad de una teoría de la argumenta-ción como el resultado de describir un objeto que es, a su vez,normativo significa asumir que existe un concepto de bondad ar-

     gumentativa que no es el resultado de una teoría normativa, sinoel de la propia actividad de dar y pedir razones. Asumir la viabi-lidad de esta tercera opción, a la hora de justificar el estatus nor-mativo de la teoría de la argumentación, es aceptar que existe unconcepto de bondad argumentativa cuya caracterización sería elverdadero objeto de dicha teoría, por referencia al cual habríamosde decidir si nuestros modelos son adecuados o no. Sin embargo,cabe objetar que definir un concepto implica cierta forma de acti-

    vidad normativa. Por ello, resulta importante distinguir entre dostipos de normatividad involucrados en una teoría normativa de laargumentación, a saber, la normatividad regulativa y la normati-vidad constitutiva.

    La normatividad constitutiva que caracteriza cualquier propuesta dentro de la teoría de la argumentación tiene que vercon la tarea de definir qué es la argumentación y qué es la buenaargumentación. Pero el fundamento de tal actividad no resulta

     problemático en principio: su criterio de adecuación remite a

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    nuestros usos lingüísticos, a qué llamamos argumentación y bue-na argumentación. De ese modo, el anclaje de todo modelo nor-

    mativo sería una noción de bondad argumentativa previa, una no-ción que, como veíamos en el capítulo anterior, sería parte de loque aprendemos cuando aprendemos a argumentar.

    Por otra parte, lo cierto es que tanto la definición de argu-mentación como la de buena argumentación  resultan imprescin-dibles para los fines de una teoría (regulativamente) normativa dela argumentación. Como cualquier otro término, argumentación es un término con condiciones de aplicación. Estas condiciones

    constituyen su significado, nuestro concepto de argumentación yuna descripción adecuada de esas condiciones nos capacitaría pa-ra descartar fenómenos de  falsa argumentación. Como veremosmás adelante, esta tarea es fundamental para la teoría de la argu-mentación: considérese que el cargo tradicional contra la retóricaera que sus técnicas resultan especialmente útiles cuando las bue-nas razones no están disponibles o cuando las razones resultan

    menos eficaces que otros medios de persuasión. En principio, nohay nada intrínsecamente ilegítimo en ello, pero la sospecha esrazonable: las técnicas retóricas pueden ser instrumentos de en-gaño, porque pueden hacer pasar por argumentación lo que nodebería ser considerado como tal. En esos casos, no estaríamosante una mala argumentación, sino ante una falsa argumentación,y las técnicas retóricas estarían siendo usadas para producir elmismo efecto de juego limpio que la verdadera argumentación, en

    general, produce. Este efecto se debe a las implicaciones pragmá-ticas de la apelación a razones, y cuando tal apelación no es realsino aparente, la retórica se convierte en el arte de engañar con-vincentemente. En Bermejo-Luque (2008), he defendido que fa-lacias como el ad baculum son, en última instancia, casos de falsaargumentación.

    La idea de concebir la elaboración de una teoría normativade la argumentación como una actividad descriptiva tendría como

    alternativa una concepción meramente instrumental de la bondad

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    argumentativa. Tal concepción estaría en condiciones de definirqué es una buena argumentación, sin embargo, es importante se-

    ñalar que esta estrategia no permite justificar el estatus normativode la propia teoría.

    Al fin y al cabo, ¿en qué consiste que cierta argumentaciónsea buena? Según Ralph H. Johnson (2000: 189), la bondad ar-gumentativa se define en términos del tipo de funciones que con-sideremos que la argumentación debe cumplir. Así, si considera-mos que la argumentación es, ante todo, un medio para persuadirracionalmente, la buena argumentación será aquella que logre la

     persuasión racional. La formulación de una definición instrumen-tal de la bondad argumentativa puede resultar una obviedad, peroadoptarla como punto de partida plantea más problemas de losque resuelve. Ciertamente, las prácticas argumentativas, al igualque los tenedores, los anuncios o las vacaciones, pueden ser bue-nas o malas. En ese sentido, la bondad o la maldad se determinansegún las características que valoramos en cada tipo de objeto,

     por así decirlo. Una concepción instrumentalista de la bondad ar-gumentativa intentaría mostrar que esas características resultanvaliosas como medios para un fin. Y hasta cierto punto, las prác-ticas argumentativas pueden ser consideradas como buenas o ma-las dependiendo, por ejemplo, de su estilo, de su eficacia, de suimportancia histórica, de su originalidad, etcétera. Sin embargo,una adecuada caracterización instrumentalista de la normatividadargumentativa debe asumir que el sentido de buena argumenta-

    ción que definen esas propiedades resulta no solo pertinente paracumplir ciertas funciones, sino que tales funciones son idiosincrá-sicas de la propia argumentación. La razón es que de lo contrariosiempre cabría preguntarse: pero ¿es bueno que algo sea instru-mentalmente bueno para esto o aquello? Si conseguimos estable-cer que la argumentación tiene cierta función que la define comoactividad, entonces dicha pregunta quedaría desactivada.

    Sin embargo, lo cierto es que hasta la fecha no parece ha-

     ber un acuerdo respecto de cuál es la función característica de la

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    argumentación. Más aún, para autores como Jean Goodwin(2007), la argumentación carece por completo de una  función 

     propia, por más que los individuos puedan argumentar para satis-facer una variedad de propósitos.

    La idea de que el valor de la argumentación depende del ti- po de funciones que consideremos que esta debe cumplir se con-trapondría a una concepción del valor de la argumentación que noes relativa o instrumental  en este sentido. Según esta concepción,buena argumentación  sería sinónimo de  justificación,  si ello no presupone ninguna caracterización de qué es la justificación: una

    concepción irreductiblemente normativa de la bondad argumenta-tiva podría limitarse a establecer que  justificar   es el resultadonormativo de la actividad de argumentar. Esto significa que la ar-gumentación no sería nunca un simple medio  para justificar, yaque, en realidad, no habría argumentación si una actuación co-municativa no fuese un intento de justificar. De ese modo, justifi-car sería el objetivo constitutivo de la argumentación y argumen-

    tar bien sería conseguir dicho objetivo.De ese modo, un modelo normativo para la argumentación — ex hypothesi, una descripción adecuada de la noción de bondadargumentativa —  habrá de ofrecernos por un lado una caracteriza-ción correcta de la argumentación, es decir, una caracterizacióncapaz de sancionar el uso del término argumentación. Y por otrolado, habrá de proporcionarnos una definición adecuada del con-cepto de bondad argumentativa, es decir, habrá de aportar crite-

    rios para distinguir entre buena y mala argumentación.

    2.7. PREGUNTAS FUNDACIONALES PARA LA TEORÍA DE LA ARGU-MENTACIÓN 

    Por todo ello, cabe perfilar el ámbito de la teoría de la argumen-tación como un intento de responder de forma sistemática a las

    siguientes preguntas: ¿qué es la argumentación?, ¿cómo debe-

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    ríamos dar cuenta de las prácticas argumentativas? y ¿cómo de-beríamos caracterizar, y por tanto determinar, la bondad argu-

    mentativa? De hecho, cualquier propuesta actual en el ámbito dela teoría de la argumentación puede entenderse como un intentode responder a una u otra de esas preguntas, y se considera que unmodelo normativo completo para la argumentación es una pro- puesta global que articula convenientemente tales respuestas.

    Así pues, la teoría de la argumentación puede considerarsecomo un intento de integrar propuestas descriptivas, si bien con elfin último de distinguir entre buena y mala argumentación; por un

    lado, ha de proporcionar una definición de su objeto y un modelo para su interpretación y análisis, y, por otro lado, ha de proveer-nos de un modelo para su valoración.

    2.7.1. La definición de argumentación 

    El acuerdo sobre el tipo de tareas que la teoría de la argumenta-ción debe efectuar es general, pero no unánime. Por ejemplo, nohay consenso sobre el papel que una definición adecuada del ob- jeto de nuestras teorías debería jugar dentro de la disciplina. Así,según Charles Hamblin:

    Hay poco que ganar si atacamos directamente la cuestión de qué

    es un argumento. En lugar de ello, aproximémonos indirectamen-

    te y discutamos cómo deberíamos valorar y evaluar los argumen-tos. (Hamblin, 1970: 231)

    Para Hamblin, intentar definir el objeto de la teoría de laargumentación supone una restricción injustificable que traiciona-ría la principal motivación de la disciplina, a saber, la de darcuenta de cualquier fenómeno que involucre la actividad de dar y pedir razones. Por supuesto, esto no significa que los teóricos de

    la argumentación no deban estar interesados en determinar cuál

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    es el objeto de sus modelos, sino que han de tratar de hacer explí-cito dicho objeto solo a través de dichos modelos, de manera que

    sus propuestas no se vean constreñidas por una definición preli-minar.

    En contra de esta opinión está la de autores como Frans H.van Eemeren (1984) y Rob Grootendorst (2004), o Ralph H.Johnson (2000), quienes han señalado la importancia de partir deuna definición adecuada del objeto de sus teorías. Así, en  Mani- fest Rationality, Johnson asume en tono wittgensteininano que, a pesar de que carecemos de una definición previa, solemos usar

    este término y términos relacionados sin especial dificultad. Sinembargo, argumenta Johnson, el problema de carecer de una de-finición surge en el ámbito teórico, donde tal decisión preliminartiene consecuencias decisivas para el resto de nuestras propues-tas. En su opinión, «una aprehensión inadecuada paga su precio,tanto en lo que respecta a la teoría del análisis como a la teoría dela valoración» (Johnson, 2000: 145).

    Aunque Johnson solo considera la definición de argumen-to, no es difícil extender sus opiniones respecto de la definicióndel objeto de la teoría de la argumentación, tanto si comprende-mos que se trata de argumentos entendidos, por ejemplo, comoobjetos abstractos con propiedades semánticas o de procesos oactividades empíricas. En opinión de Jo