f. Vallejo, Demoliciones de Un Reaccionario

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FERNANDO VALLEJO: DEMOLICIONES DE UN REACCIONARIO 1 1 Una buena parte de la crítica literaria que se ha aproximado a la obra de Fernando Vallejo, es la que ha sido establecida por los mismos escritores. En Colombia, desde Héctor Abad Faciolince, William Ospina, Nicolás Suescún hasta las nuevas generaciones, donde sobresalen los criterios de Juan Álvarez, se le ha atribuido a la obra de Vallejo consideraciones entusiastas. Desde expresiones que van desde santo o energúmeno genial, 2 o hipertrófico de la inteligencia y la sensibilidad 3 , hasta decir de su obra que es el más emocionado grito de independencia y rebeldía 4 , o 1 (Texto leído en la apertura del Coloquio “La sátira en América Latina” organizado por la Universidad de la Sorbonne Nouvelle-Paris III) 2 Héctor Abad Faciolince considera que Vallejo “tiene la mirada del genio. O del santo, o del energúmeno. Parece un poseído por la furia y la pasión”. Héctor Abad Faciolince, “El infierno es esta tierra”, en Cromos, No. 4.148, Bogotá, 1997, p. 40. 3 Igualmente Abad Faciolince en su reseña sobre El desbarrancadero dice: “Fernando Vallejo no tiene anomalía neurológica (salvo, tal vez, una hipertrofia de la inteligencia y de la sensibilidad)”. Ver Héctor Abad Faciolince, “El odiador Amable”, Revista El Malpensante, No. 30, 2001, p. 87. 4 En la reseña Nicolás Suescún sobre El fuego secreto dice que la novela “es la más violenta andanada que se ha escrito contra Colombia, pero es también un emocionado grito de independencia y rebeldía. Y ¿por qué no decirlo?, de amor también”. Nicolás Suescún, “El fuego secreto de Fernando Vallejo” en Revista Diners, No. 23.205, 1

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análisis de la obra de Fernando Vallejo, a la luz de una perspectiva novedosa basada en el repliegue hacia la infancia que atraviesa toda la obra del escritor colombiano.

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FERNANDO VALLEJO: DEMOLICIONES DE UN REACCIONARIO

FERNANDO VALLEJO: DEMOLICIONES DE UN REACCIONARIO

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Una buena parte de la crtica literaria que se ha aproximado a la obra de Fernando Vallejo, es la que ha sido establecida por los mismos escritores. En Colombia, desde Hctor Abad Faciolince, William Ospina, Nicols Suescn hasta las nuevas generaciones, donde sobresalen los criterios de Juan lvarez, se le ha atribuido a la obra de Vallejo consideraciones entusiastas. Desde expresiones que van desde santo o energmeno genial, o hipertrfico de la inteligencia y la sensibilidad, hasta decir de su obra que es el ms emocionado grito de independencia y rebelda, o de considerar al autor como el ms triste y radical humanista del desencanto, estas voces piensan que lo que se esconde detrs de los ataques corrosivos del escritor antioqueo es uno de los rasgos de su amor amargo hacia Colombia. Todas estas opiniones, que enaltecen las calidades literarias de una narrativa singular, pero que dejan pasar por alto los matices reaccionarios que la sostienen, se podran reducir a algo as como: Vallejo despotrica sobre Colombia porque le duele Colombia. Y su odio gigantesco es directamente proporcional a su amor. Ahora bien, la desmesura de este amor sincero y dolido hasta el marasmo pareciera salvar de las consideraciones racistas, misginas y fascistas las turbulentas aguas del ro del tiempo vallejiano. En el plano de la recepcin internacional de sus libros ha sucedido algo similar. Se ensalza el amor, la fraternidad, el trabajo del lenguaje manifiesto en la obra de Vallejo, pero hay pocas referencias a su trasfondo repulsivo. As, Fernando Ansa, uno de los jurados del Concurso Rmulo Gallegos que premi El desbarrancadero en el 2003, explica que ms all de la injuria hacia la mujer, de la que est repleta la novela, hay un himno del amor fraternal digno de homenajear. As, Michel Bibard, en su prlogo a la versin al francs que hizo de La virgen de los sicarios dice que el lector, ante la accin catrtica que sugiere la novela, sale ms exaltado que abrumado. As, Claude Michel Cluny, el editor del suplemento literario de Le Figaro, afirma de la misma novela que es el ms bello canto de amor y de condenacin arrancado a la literatura en mucho tiempo. En fin, William Ospina, en su comentario sobre la pelcula La virgen de los sicarios, considera que el objetivo de Vallejo es menos retratar una conciencia que zarandear un pas, permitiendo columbrar que la crtica se ha dedicado a interpretar cmo se zarandea un pas sin pensar mucho en acercarse a la conciencia que zarandea. Es verdad que la obra de Vallejo integra esa cadena de clebres diatribas literarias donde bien podran situarse las enarboladas por Lon Bloy y Cline. Las de Vallejo, como las de estos dos autores franceses, deben leerse en el plano mismo de la creacin literaria. Pero, por el carcter de lo que dicen y cmo lo dicen, se relacionan inevitablemente con las realidades sociales y polticas de sus pases. Por tal razn no es slo necesario sino pertinente desentraar el usual pensamiento segregacionista que aparece, sin prembulos ni concesiones, en estas demoliciones literarias.

Los escritores reaccionarios, tiznados de una cierta aureola de malditismo, son en el fondo iracundos resentidos e irreverentes frustrados. Enemigos del progreso y despotricadores del pasado, estn suspendidos en una suerte de cotidiana amargura biliar. Reacios a casi todos los sistemas sociales y sus logros, ajenos a cualquier relacin armnica con los dioses y los hombres, estos escritores se encaminan a una sola misin: desbaratar certezas polticas y religiosas, dinamitar los cimientos filantrpicos de la cultura. Esta forma de ataque recurre a la diatriba. Y la diatriba, en literatura, es la extrema expresin de la burla. Es esa burla que se torna escandalosa para que sea escuchada por todos pero que con frecuencia corre el riego de terminar arrojada al triste rincn de las opiniones difciles de tomar en serio. En el caso de Vallejo la diatriba es una forma elaborada literariamente de lo que en Antioquia se llama la cantaleta. Y la cantaleta no es ms que un canto, de ah viene su etimologa entre otras cosas, que de tanto repetirse y acudir a la invectiva atragantada se convierte en una verbosidad agresiva que hace rer e incomoda las buenas conciencias, pero que tambin se torna fatigante monotona. La diatriba acude, por lo dems, a las formas tradicionales de la irona. A la repeticin delirante, a la hiprbole sin lmites, al smil arrasador, a la continua contradiccin, al devaneo incoherente, a la injuria sagaz y al insulto de baja estofa. La de Vallejo se apoya en todos estos recursos. Pero su riqueza textual no se limita slo a esta variada representacin de una obra cnica hasta lo insoportable, sino que tambin reside en las conexiones que hay entre el discurso de su obra, eminentemente autobiogrfico, y las realidades sociales de Colombia. En tanto que autobiografa novelada, es difcil seguir el consejo de los estructuralistas cuando plantean diferenciar al narrador del autor. Ambas entidades, en realidad, casi siempre se funden en Vallejo. Desde las cinco novelas de El ro del tiempo hasta Mi hermano, el alcalde, y desde las biografas de los poetas Barba Jacob y Silva El mensajero y Chapolas negras, hasta los ensayos contra Darwin y Newton La tautologa darwinista y otros ensayos de biologa y Manualito de imposturologa fsica - el hombre Fernando Vallejo est presente. De ah que sean discutibles las interpretaciones que proponen separar al autor del narrador porque eso significara creer que esa entidad que fustiga sin cesar todo establecimiento, todo orden, todo sistema no tiene que ver con ese seor radicado en Ciudad de Mxico y que cada determinado tiempo sale de su madriguera a lanzar las mismas diatribas que se repiten en su obra y que hacen de ellas, a veces, un bochornoso espectculo del escndalo.

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Para Vallejo, como sucede en Cline, en el acto de la escritura lo que importa es la emocin y no las ideas. Pero la primera, en ambos escritores, se estimula con las segundas. La emocin ultrajada en Vallejo se ha trazado un objetivo de alguna manera encomiable: construir una obra desde un yo narrativo que tiene como mxima preocupacin adquirir un estilo. sta, por lo dems, es la ms llamativa preocupacin tcnica en alguien que escribe novelas desmembradas desde el punto de vista del orden de las acciones. Incluso el propio narrador vallejiano se burla de la tercera persona, del tradicional orden temporal y de la unidad de espacio propio del arte novelstico. La elaboracin de este estilo logra sus mejores momentos en La virgen de los sicarios y El desbarrancadero y, sin duda, es el producto de un trabajo de muchos aos presente en la escritura de las cinco novelas que conforman El ro del tiempo y El Mensajero, la biografa sobre Barba Jacob. Un estilo que se depura a travs de una muy acertada utilizacin de los lenguajes populares de Antioquia. Apoyndose en ellos, Vallejo logra, en ocasiones, un relato frentico, desbordante, jubiloso, humorstico, plagado de violencia sobre la ondeante, por no decir sombra, condicin humana. Sin embargo, aunque Vallejo admire a Cline, se trata de un reconocimiento previsible ya que los dos escritores forman parte de la familia de los alegadores malditos del siglo XX, el tono de su diatriba no proviene de l. Est enraizado, ms bien, en la literatura antioquea. Esa literatura, llamada despectivamente regional por los cosmopolitas crticos de Bogot, que va desde los dicharacheros y copleros campesinos del siglo XIX hasta la escrita en el siglo XX por autores como Fernando Gonzlez y los nadastas dirigidos por Gonzalo Arango. El afn de burlarse de la tendencia comerciante y usurera de los paisas, de su mezquina avaricia atvica que cabalga al lado del cultivo de un catolicismo filisteo e hipcrita; el nimo siempre encendido de atacar la enseanza de salesianos, jesuitas, dominicos, benedictinos, franciscanos y otros representantes de la brumosa pedagoga antioquea proviene de un espritu profundamente anticlerical como el de Fernando Gonzlez. Lo que sucede es que en Vallejo la crtica al establecimiento asume rasgos extremistas que Gonzlez, ese viejo que sala empelota a la calle para asustar a las vecinas de su finca, no practic. Vallejo es un iconoclasta que odia toda nocin de humanismo y es ajeno a cualquier ideal liberador para los hombres de Colombia y Amrica Latina, mientras que Gonzlez crea en ciertos valores ticos y polticos que podan liberar al pueblo, muchos de los cuales vea representados en Simn Bolvar. Este personaje, para Vallejo es simplemente pernicioso. Un hombrecito bajito, sangriento y ambicioso que no liber nada y, en cambio, dej sembrado el panorama poltico de Colombia de la peor corrupcin. Entre Gonzlez y Vallejo las similitudes llegan hasta tal punto que es posible decir que a ambos los cobija, adems de una inquietante contradiccin que atraviesa sus obras los dos critican polticos y alaban a otros an ms deplorables: Vallejo, por ejemplo, admira a Laureano Gmez en El ro del tiempo y Gonzlez celebra a Juan Vicente Gmez en Mi compadre- un contorno anarquista que planea en varias de sus posiciones intelectuales. Pero si en Gonzlez se trata de un anarquismo vitalista alimentado con conceptos griegos, latinos y bolivarianos, en el caso de Vallejo hay un claro anarquismo de derecha, sesgado por el racismo, que abomina de todos los procesos de transformacin social dados en Colombia y en Amrica Latina. Y, sin embargo, es posible afirmar que ambos se confabulan en la prctica de una regresiva rebelda conservadora, as expresen escandalosamente posiciones anticlericales. Donde tambin se siente la influencia de Gonzlez en Vallejo es en la singular utilizacin del yo narrativo. Gutirrez Girardot en un breve pero certero anlisis de la obra de Gonzlez dice: Fernando Gonzlez slo tena un punto de referencia, el Yo, a cuyo predominio llam egoencia. Vallejo cultiva un mecanismo similar pero, distante a la terminologa filosfica a la que se inclina tanto Gonzlez, lo llama egosmo feroz o sndrome del ego. Lo suyo, como lo expresa en El fuego secreto, es una colcha deshilvanada de retazos (...) pedazos unidos por el dbil hilo del yo. En realidad, si Gonzlez trata de edificar desde ese yo una conciencia liberadora, Vallejo aniquila todas las conciencias, pues es un yo que en tanto edifica un mundo pasado lo niega a partir de sus continuos derrumbamientos verbales. Un yo que, incluso, en la medida en que va trazando su autobiografa desbarata las fronteras de los gneros literarios. Porque la obra de Vallejo no es ni novela, ni historia, ni poesa, ni biografa. Slo un deseo logrado de oponer a la devastadora muerte la efmera existencia de la palabra.

El caso del movimiento Nadasta, dirigido por Gonzalo Arango, es todava ms identificable. Puesto que en tiempo y espacio Vallejo coincidi con los nadastas. Ellos son sus inseparables coetneos. De hecho, cuando los nadastas irrumpieron en la historia oficial de Medelln, al lanzar un pedo qumico en la inauguracin de un Congreso de Escribanos Catlicos, Vallejo ya iba y vena por las calles de la ciudad en procura de experiencias literarias y sexuales, entre las cuales algunas de ellas era hablar con los blasfemos nadastas y las otras llevarse a la cama algunos hermosos muchachos. El Nadasmo, en fin, del que tanto se ha hablado y se sigue hablando en Medelln, pero poco en las otras ciudades de Colombia y casi nada en el exterior, fue un movimiento de capilla torpemente liberador. Como muy bien lo dice Antonio Restrepo, era una mezcla de anarquismo con un existencialismo de clich. Ante una idiosincrasia conservadora hasta la ridiculez como lo era la antioquea a finales de 1950, los nadastas, un movimiento medio hippie y mstico al modo de la generacin beat, pero que termin lamindole las posaderas a los generales y polticos colombianos, opuso una serie de acciones y manifiestos ruidosos. Hacan quemas de libros, invadan cementerios en las noches y fornicaban con cadveres, iban a comulgar en las iglesias y en vez de tragarse las ostias las metan en los libros de Rimbaud y Lautramont, pegaban afiches funerarios donde invitaban a la exequias de la poesa colombiana, saboteaban todo tipo de eventos oficiales dndose a los gritos. Como ellos, Vallejo utiliza en sus obras mecanismos similares cuando ataca a las instituciones religiosas. Su frase Dios no existe y si existe es la gran gonorrea, que brilla con venreo atesmo en La virgen de los sicarios, pudo haber sido pronunciada por uno de esos nadastas incapaces de superar los resabios rebeldes de los aos 60. De tal modo que ante un mal gusto entronizado, el de la ciudad homfoba, hispnica hasta el tutano de los tiples y los bambucos y enemiga del libre pensamiento, lo que proponan estos marihuanos que se crean hijos de Nietsche y de los poetas malditos franceses, y no eran ms que traviesos discpulos de Fernando Gonzlez, era otra cara ms del mal gusto y el exceso de la cultura parroquial de Antioquia. Vallejo anduvo con ellos y de no haberse ido de Medelln, a recorrer los caminos de Bogot, Roma, Nueva York y Mxico, habra terminado acaso enredado en filiaciones de un movimiento que pocas cosas interesantes dej para la literatura colombiana y ninguna para la latinoamericana. Dej, en cambio, una actitud de vituperio provinciano que acapar la atencin indignada de las beatas, los curas y los ricos industriales catlicos del Medelln de entonces. De ese mismo Medelln que Vallejo afrenta sin cansancio en novelas como Los das azules y El fuego secreto. Alegato que consiste, por lo dems, en negar la represin sexual del catolicismo antioqueo y fomentar un vitalismo sexual incesante que ya Fernando Gonzlez defenda desde la dcada del 30 y que los nadastas continuaran a su estruendoso modo. Lo que quiero decir, entonces, es que la obra de Vallejo debe enmarcarse, ms que en la tradicin de la diatriba francesa, en la tradicin antioquea. Una tradicin satrica nacida de una regin retrgrada al modo de la Espaa ms cerril. Y cuya actitud parece fundarse, entre otras, en una circunstancia paradjica. Por un lado la necesidad de ensalzar un paraso, una especie de patria, un jardn perdido, que se ubica en la infancia del escritor vivida en el campo, en fincas lujuriantes y vastsimas, a orillas de ros broncos y viriles, y al mismo tiempo una urgencia atrabiliaria de derrumbar, atacndolos, los valores de esa Antioquia goda. Doble movimiento de una sensibilidad, la de Vallejo, que sucumbe a la nostalgia del pasado en medio de un presente que se levanta desde la permanente destruccin.

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Pero a qu se aferra Fernando Vallejo en sus novelas? Se adhiere, a travs de las palabras, al furor que le produce una prdida y a la nostalgia por lo irremediablemente perdido. Y lo perdido es simplemente la infancia. Ese instante pleno, armonioso, translcido, cuyo centro est en el medio y en la periferia y en todas partes y que nada disturba. Infancia que, en su caso, es un orden familiar arcaico y arcdico. Los abuelos, los padres, los tos y tas de las novelas que integran El ro del tiempo son el reflejo de un sistema matriarcal represor aunque lleno de amor. Un amor malsano que el narrador aora y abomina al mismo tiempo. Por ello, aunque se niegue en apariencia toda nocin de patria en sus obras, sta se puede asociar rpidamente con la recuperacin de un lenguaje y, sobre todo, con el ednico territorio de la infancia. La pesquisa memoriosa de Vallejo remite a la que Barba Jacob realiza en su poema Parbola de retorno donde el aorado pasado es ese viejo huertecito de perfumadas grutas donde iban los nios a jugar. Porque lo que intenta el narrador vallejiano es regresar al cuarto de infancia de la finca de Santa Anita. Esa finca situada entre Sabaneta y Envigado, y que remite, al menos en la evocacin idlica de su autor, a la hacienda El Paraso de Mara de Jorge Isaacs. Aposentos rurales que anhelan representar a una Colombia ajena a las crisis sociales y culturales que siempre la han acompaado. Pero lo curioso es que este regreso de Vallejo a la infancia est estremecido por el desprecio a toda idea y a todo proyecto socializador surgido de su entorno, pero igualmente se suspende, como en una sonsoneteada cancin de cuna, en la remembranza de un mundo definitivamente ido. El Medelln que ansa Vallejo es el Medelln de la inocencia. Esa suerte de limbo de la monotona y el aburrimiento, para tomar la conocida frase de Toms Carrasquilla, donde respir la maltrecha alegra de una infancia transcurrida, no obstante, en medio del caos infernal de su familia. Un Medelln que cumpla lo mejor posible los preceptos de la Iglesia, desdeosa de los inmensos conflictos sociales que se estaban cuajando desde haca tiempos y brotaran despus con sus rasgos demenciales, ajena de los desplazamientos humanos producidos por la violencia partidista y el advenimiento del narcotrfico y los males de la llamada posmodernidad. Es un espacio de chismorreos de familias patriarcales y muy temerosas de Dios. Son las fincas antioqueas de entonces, esas islitas de felicidad en la tierra, an no invadidas por la guerrilla o robadas por los delincuentes o tomadas por los campesinos que se reproducen como ratas para quitarle injustamente la tierra a los ricos. El Medelln que parece aorar ese yo desquiciado que recuerda es un pedazo de Colombia reacio a los proyectos liberales y a toda reforma agraria ya que sta no es ms que una ley infame por la cual se le quita la tierra a sus verdaderos dueos para drsela a campesinos marrulleros, criminales y perezosos. Un fragmento de Colombia enemigo de las reivindicaciones populares y sindicales. Una regin imbuida de los ideales del partido conservador al cual perteneca el padre del narrador de El ro del tiempo, ese ministro laureanista, trabajador y responsable, mal negociante y dueo de muchas fincas. Unas coordenadas utpicas donde no hay pobres y maleantes; donde el pueblo con su mal gusto, su fealdad, sus estrambticos cruces raciales y su violencia an no ha aparecido en la geografa colombiana. Un lugar, en fin, en cuyo centro se levanta el seno maternal de una abuela amada a pesar de ser tan prolfica como todas las dems mujeres odiadas por Vallejo. Y donde respira la blanca alegra del nio fascinado por la llegada de diciembre. El paraso de Vallejo, esa patria perdida, la pequea parcela abismada en el tiempo, es simple en el fondo. Tan simple y elemental como un globo navideo. La dicha de un nio antioqueo que canta villancicos y contempla pesebres y alumbrados. De ah que Eduardo Escobar, su contemporneo nadasta, no se equivoque cuando afirma que Vallejo en el fondo no es ms que un sentimental disfrazado de nazi.

Perdido entonces el paraso y consciente de que su pas vive sumergido en una violencia que se agudiz con el machete liberal y conservador despus del asesinato de Jorge Elicer Gaitn, pasado el tiempo de los viajes y los oficios varios (Vallejo fue feliz viajero, cineasta desafortunado, desdichado plomero, aprendiz de mdico, fsico errtico, bilogo sin diploma), el hombre camino a la derrota, el viejo lejos de la Antioquia amada, el navegante sin aguja de marear, se pone a escribir sus andanadas autobiogrficas. El consejo ms importante para tal empresa, Vallejo parece tomarlo de Porfirio Barba Jacob. El poeta colombiano se lo dijo a un amigo mientras paseaban por el malecn habanero: Amigo mo, para ser hombre en toda su plenitud, son necesarias dos cosas imperativas: odiar a la patria y aborrecer a la madre. Vallejo sigue esta premisa al pie de la letra. Y como Barba Jacob se dedica obsesivamente a disentir. La mana rebelde, la determinacin de jams obedecer, proviene tambin de este poeta al cual Vallejo dedica uno de sus mejores trabajos literarios. Al final de Entre fantasmas el narrador dice que en espaol, idioma que le parece por lo dems clerical, poco riguroso y, en cambio, redundante y perifrico, las dos palabras ms abyectas son pueblo y patria. Del primero, su obra est colmada de las consideraciones ms rencorosas. Consideraciones que, por el carcter absurdo de sus propuestas, simplemente son difciles de tomar en serio. Sin embargo, terminan siendo las ms inquietantes por los fines antisociales de sus perfiles. La relacin con el nazismo, sealada por Escobar, en este sentido, no es fortuita. La obra de Vallejo est permeada por un furor racista que lo sita como el ltimo escritor fascista de Colombia. Pas ineludiblemente vallejiano por la gran cantidad de reaccionarios que ha producido. Curioso paradigma, por lo dems, de un fascismo que no tiene nada que ver con el que aclamaron los mediterrneos seguidores de Mussolini. El de Vallejo es, al contrario, defensor del ms asfixiante individualismo y enemigo total de cualquier forma de organizacin popular. Un individualismo que, entre otras cosas, forma parte de un nihilismo contemporneo muy en boga en la literatura occidental de finales del siglo XX y cuyo hondo desencanto es una respuesta al hecho de que todas las utopas, para ellos, han fracasado. El individualismo de Vallejo, proyeccin de una sensibilidad egosta y narcisa hasta lo irrisorio, surge de las conquistas del liberalismo francs del siglo XVIII. De ah que el escritor colombiano confiese en El desbarrancadero ser un descendiente especial de la Revolucin Francesa, del Marqus de Sade, de Renan y Voltaire. Pero as se trate de un liberalismo radical, supuestamente impo, hereje, apstata, blasfemador, est vapuleado por presupuestos propios de los idearios fascistas. Esta mezcla de sedimentos de varias ideologas incendiarias, que se utiliza para criticar un pas plagado de males, asediada por el monstruo de cinco cabezas al decir de Vallejo esto es el Partido Conservador, El Partido Liberal, la guerrilla, el paramilitarismo y el narcotrfico- es lo que tal vez suscite tanto inters en los lectores. Atractiva radiografa mental de quienes son los ms importantes escritores colombianos de la actualidad. Al lado de un nazista sensiblero cuyo reino es la muerte como es Vallejo, y tambin pintorescos a su modo, est el Mutis monarquista cuyo reino es Bizancio y el Garca Mrquez comunista cuyo reino es La Habana.

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Las invectivas contra el pueblo atraviesan toda la obra narrativa de Vallejo. El pueblo, de hecho, sera como la sexta cabeza de la bestia mitolgica que hace de Colombia el epicentro del infierno vallejiano. El pueblo es la monstruoteca por donde pasa el ngel exterminador de La virgen de los sicarios acompaado de su gramtico recalcitrante. Los indios, los negros, los zambos, los mulatos y toda la gama racial que ha producido el mestizaje en Amrica Latina, celebrados por una ensaystica importante que va desde Jos Mart y Jos Vasconcelos hasta Pedro Henriquez Urea y Alfonso Reyes, por slo citar a los mayores exponentes de la Utopa de Nuestra Amrica, son vilipendiados con los peores trminos por Vallejo. Este yo narrador no se cansa de agraviar, y en esto es insistente, ferozmente repetitivo, a un pueblo que es feo, mugroso, soez, vulgar, ignorante, haragn, incestuoso, bufn, vndalo y criminal. Vallejo, de este modo, utiliza los tpicos propios de una literatura racista bien conocida que prolifer en Occidente desde que los cronistas de indias edificaron su visin del mundo recin descubierto y que Gobineau, siglos ms tarde, sistematiz en su ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas con impecable estilo literario. Gran culpable de todos los males de Colombia, este pueblo tiene una relacin directa con la pobreza. Y Vallejo detesta con igual fuerza, a ese pueblo pobre que no se cansa de copular y procrear bajo la bendicin irresponsable de los estados corruptos y la roa de la iglesia catlica. El pueblo pobre para Vallejo no es la causa de la violencia en Colombia, l mismo es el supremo generador de la violencia. Y como Vallejo es claramente oligrquico, pide a los ricos del mundo que se unan para acabar con tal flagelo. Por tal razn el pueblo, como si fuera una entelequia de papel ansiosa de fuego, merece que se le queme. La nica forma de acabar con este mal maldito de la pobreza es acabar con los pobres: rociarlos con Flit. Incluso para llevar a cabo tal solucin, para que se fumiguen a los indios y por fin desaparezcan los negros, Vallejo acude a Adolfo Hitler, uno de los pocos santos que le despierta su total admiracin. Esta nocin de pueblo es, por supuesto, esquemtica. Est levantada sobre una percepcin del otro muy propia de los conservadores ms perniciosos que ha tenido Colombia Y es que Vallejo se define como un conservador por tradicin y un liberal que dice no creer en Dios. Uno de esos conservadores, de hecho, es el nico poltico colombiano que suscita el ditirambo de Vallejo en El ro del tiempo. Se trata de Laureano Gmez. Figura lgubre de nuestra lgubre historia partidista, Laureano Gmez fue uno de los mximos enemigos de las ideales liberales y socialistas de la primera mitad del siglo XX colombiano. Orador implacable, instigador de odios a diestra y siniestra, ejemplar de la paranoia catlica, Gmez arroj a los colombianos por el camino de la intolerancia y los odios del cual el pas an no ha podido salir. Creyndose el elegido para defender a su nacin catlica de los fantasmas del ateismo, enarbolando un ideario antimoderno promulgado por los papas reaccionarios Po XI, Po XII y Len XIII, Gmez combati con delirio frentico las diversas corrientes del pensamiento liberal que van desde el humanismo erasmita, los principios de la ilustracin y la revolucin francesa hasta las diversas tendencias del socialismo y el comunismo. Y aunque Vallejo en sus acostumbradas entrevistas lo demuela todo en cuestiones polticas, no hay que olvidar que en su autobiografa elogia la labor perniciosa de este conservador. Y es que en verdad ambos personajes tienen una parecida comprensin frente a ciertas circunstancias. Al menos se abrazan en el repudio sin ambages al pueblo y en el rechazo visceral que mantienen hacia todo tipo de reforma social que favorezca sus intereses. Para ambos el pueblo es oscuro, inepto, una categora inferior donde es difcil diferenciar los seres humanos de los brutos. Sus imaginarios zoomorfos, cuando se han referido a los males que azotan a Colombia, gozan incluso de una llamativa proximidad. En este sentido, es posible establecer un raro contubernio entre el mtico basilisco que Laureano Gmez emple para referirse a la Colombia de la revolucin liberal en marcha de los aos 40, y el mtico monstruo bicfalo partidista o la mtica hidra de varias cabezas con que Vallejo se ha referido a la Colombia actual. Hermanos en la retrica febril, tambin optan por una simple comprensin de los fenmenos histricos. As, para los dos, el conservador iracundo y el anarquista injurioso, el origen de los males de Colombia y de Amrica Latina se ubica en el inicio de los procesos de independencia cuando las ideas masnicas y liberales empezaron a irrigar los pueblos y ciudades de la apacible colonizacin hispnica. Los cenagosos tiempos en que Laureano Gmez empuaba las riendas del pas, significan para el narrador de Los ros azules los buenos tiempos. En El fuego secreto alaba su palabra de fuego. Esta palabra llameante de Laureano Gmez y la relacin que con ella y su dueo tuvo el padre de Vallejo, el padre venerado por encima de la madre detestable, es quizs lo que hace de Gmez la nica figura querida por Vallejo del panten poltico de pacotilla colombiano. Laureano Gmez surca El ro del tiempo de Vallejo como un rayo luminoso, como un vendaval excesivo e intransigente. Y acaso sea la cercana entre dos espritus extremistas lo que suscita esta ineludible simpata. Contradictoria simpata dirigida al hombre y al idelogo fascista. Porque del espritu clerical, hispanfilo, corporativista, patriotero y homfobo de Laureano Gmez, Vallejo no tiene absolutamente nada.

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Vallejo entonces no representa a nadie. l slo habla por s mismo. Es un individuo resentido, el ltimo narciso energmeno de una elite colombiana en desbandada, cuyo objeto de crtica y de burla abarca todos los polticos, todos los pases y todos los sistemas. Y en esta furia que convulsiona aqu y all como una serpiente herida de muerte, la contradiccin es una de las constantes. En la obra de Vallejo se vapulea a los conservadores colombianos, pero se alaba a su exponente ms siniestro. A Dios le endilga los peores insultos, su existencia slo refleja el mal que pulula en el seno de la podrida humanidad, pero en el fondo Vallejo es un mariano inocuo. Detesta a Dios y lo niega con frecuencia pero le reza con ridcula misericordia a las vrgenes de Medelln. Odia a la mujer preada, porque no hay ser ms deplorable en el mundo, pero ama a su abuela que fue tan prolfica como lo son esas putas perras paridoras que pululan en la actual Medelln con sus impdicas barrigas crecidas. Despotrica contra los victimarios de la violencia colombiana, pero propone aniquilar a todos los descendientes de hoy de esas vctimas annimas que Colombia, paradigma universal de la impunidad, an no ha podido reconocer. Abomina de los pobres y el gramtico Fernando ama entraablemente a dos jovencitos sicarios vomitados del puro centro de la pobreca antioquea En fin, detesta a Colombia y la insulta, pero sabe que su nica patria es ese pas rezandero y asesino. Y en este juego delirante de las paradojas, el lector asciende en el camino de una prosa de implacable estilo, pero cae en la insensatez de sus rencores ilmites. Y es que de la obra de Vallejo, se puede decir lo que Marc Hanrez dice de la obra de Cline: Si ella gana por la violencia, la extraeza y la dosis de divertimento, pierde en armona, en rigor y en estima a causa de sus excesos.

He aqu pues a Vallejo como un promulgador solitario de todas las miserias humanas. Novelista de los desmoronamientos, capaz de nombrar todas las posibilidades de la violencia colombiana para as tratar de exorcizarlas, se yergue igualmente como el narrador de las imposibles aniquilaciones. La solucin para acabar con la juventud delincuente? Exterminen la niez, grita el gramtico de La virgen de los sicarios. Provocador exaltado, Vallejo propone un mbito ficcional de disgregacin y odio que abruma. Una geografa mental, acaso tierna y potica, dolorosamente nostlgica en algunos pasajes de su obra, pero genocida y cargada de tintes apocalpticos. Es curioso, pero Vallejo parece erguirse como ese escritor que refleja con sospechosa evidencia los ngulos catastrficos propios de Colombia. Para un pas sembrado de horrores histricos y calamidades sin fin, no es extrao que surja de su seno, y justamente de una de sus regiones ms retardatarias, un escritor de estas dimensiones. Desarticulndolo todo, derrumbndolo todo, despedazndolo todo, Vallejo no se sita por encima del objeto que zahiere. Termina, ms bien, volvindose una parte ms de esa Colombia intemperante e inicua. Y es verdad, como suceda con Jos Mara Vargas Vila, uno de sus hermanos espirituales en la diatriba, que con estos desmoronamientos verbales asistimos a la posibilidad de un alivio de la conciencia colectiva colombiana. Afirmamos cuando Vallejo arremete contra los siempre corruptos presidentes, contra los tiranos de toda laya, contra los reyes, cardenales y obispos malhechores, contra los burros militares, contra la delincuencia y la violencia seculares. Sin embargo, en esta voluntad de voltear el mundo al revs, empezamos a tomar distancias cuando aflora, agresivo y obsceno, el fondo de sus fantasas destructivas. La crtica, en general, ha considerado que este mecanismo busca un objetivo: hacernos participar de su despiadada lucidez y asumir la responsabilidad de los actos. Pero tambin es factible pensar que con esta pretensin va de la mano un rabioso deseo de desmontar cualquier proyecto socializador. Denunciador inolvidable del mal, y por ello mismo maldito de la estirpe del Marqus de Sade y Cline, Vallejo termina cayendo en la fascinacin del mal. Por ello hay algo en su obra que la torna peligrosa para toda construccin tica y cvica. En este inicio de milenio, dice Claudio Magris, el hombre tiene ante s un dilema: combatir el nihilismo o llevarlo a sus ltimas consecuencias. No se necesita nada de audacia para concluir cul ha sido la opcin de Fernando Vallejo. Es obtuso idealizar el pasado, pero lo es igualmente caer en el encanto por lo desastroso. Vallejo incurre en estas tristes circunstancias. Y lo hace con una voz que se mofa muchas veces de la verdadera solidaridad y la justicia. Pero sigamos el consejo de Magris y creamos que el desencanto, tan propio de nuestros das, es una de las formas irnicas y melanclicas de la esperanza. Y tratemos de respirar, si es que existe, el extrao olor de la esperanza vallejiana.

Pablo Montoya

Pars, 23 de noviembre de 2006.

(Texto ledo en la apertura del Coloquio La stira en Amrica Latina organizado por la Universidad de la Sorbonne Nouvelle-Paris III)

Hctor Abad Faciolince considera que Vallejo tiene la mirada del genio. O del santo, o del energmeno. Parece un posedo por la furia y la pasin. Hctor Abad Faciolince, El infierno es esta tierra, en Cromos, No. 4.148, Bogot, 1997, p. 40.

Igualmente Abad Faciolince en su resea sobre El desbarrancadero dice: Fernando Vallejo no tiene anomala neurolgica (salvo, tal vez, una hipertrofia de la inteligencia y de la sensibilidad). Ver Hctor Abad Faciolince, El odiador Amable, Revista El Malpensante, No. 30, 2001, p. 87.

En la resea Nicols Suescn sobre El fuego secreto dice que la novela es la ms violenta andanada que se ha escrito contra Colombia, pero es tambin un emocionado grito de independencia y rebelda. Y por qu no decirlo?, de amor tambin. Nicols Suescn, El fuego secreto de Fernando Vallejo en Revista Diners, No. 23.205, Bogot, 1987, p. 92.

Esta es ms o menos la opinin del joven escritor Juan lvarez quien dice que en Vallejo hay (...) el ms radical y triste de los humanismos, un humanismo sin concesiones, dispuesto a desnudar de manera descorazonada y descarnada las ntimas miserias humanas.. En Juan lvarez, El humanismo injuriado de Fernando Vallejo, en Revista Nmero, No. 49, 2006, Bogot, p. 44.

Ver Fernando Ansa, El desbarrancadero de Fernando Vallejo Premio Internacional de novela Rmulo Gallegos 2003 Una alegora premonitoria?, en Revista de literatura Quimera, No. 235, 2003, Barcelona, p. 57.

Michel Bibard, La realidad ya no es maravillosa ni mgica, en Gaceta, No. 42-43, Bogot, 1998, p. 41.

Claude Michel Cluny, Opiniones francesas sobre Fernando Vallejo, Ibid., p. 43.

Ver William Ospina, La virgen de los sicarios en cine, en Revista Nmero, No. 16, Bogot, 2000. En www.revistanumero.com/26virgen.hpm

Espectculo que los colombianos celebran a su modo. Carlos Monsivais deca que una de las pblicas intervenciones de Vallejo en Mxico suscitara un linchamiento. Ver guin de La desazn suprema, documental de Luis Ospina, en Fernando Vallejo, condicin y figura, (recopilacin de textos de Eufrasio Guzmm), El ngel editor, Medelln, 2005, p. 207. En Colombia, en cambio, Vallejo como opina Oscar Collazos, es simplemente un espectculo que podra pagarse como cualquier espectculo de variedades propiciadores de aplausos y carcajadas. Ver Oscar Collazos, El espectculo Vallejo, El Tiempo, Bogot, 2 de noviembre de 2006 (www. Eltiempo.com.co)

Au commencemente tait lmotion, o retrouver lmotion du parl travers lcrit!, eran expresiones caras a Cline. Ver Pascal Fouch, Cline a a dbut comme a, Dcouvertes Gallimard, Paris, 2001, pp-3-4.

Dice el narrador de Los das azules:Te voy a contar de quin es Otraparte: de Fernando Gonzlez, el filsofo, un iconoclasta , quemador de curas y de santos, como yo. En Fernando Vallejo, El ro del tiempo, Alfaguara, Bogot, 2004, p. 125.

Ibid, p. 152.

Rafael Gutirrez Girardot, La literatura colombiana en el siglo XX en Manual de historia de Colombia, tomo III, Ministerio de Cultura y TM Editores, Bogot, 1999, p. 481.

Ver El ro del tiempo, op. cit., p. 241.

En El fuego secreto el narrador se refiere a los nadastas como sacrlegos, pero les hace un reclamo furibundo: A ver, a qu derecho tienen estas ratas, estos cerdos a cruzarse por mi vida? Todo lo escupieron, todo lo insultaron, todo lo empuercaron, y a cambio qu? Dos o tres dizque poemas escribieron en que ponan jirafa con ge y Egipto con hache y jota.. Fernando Vallejo, El ro del tiempo, op. cit. P. 296.

Ver Antonio Restrepo, Literatura y pensamiento 1958-1985, en Nueva Historia de Colombia, Vol. VI, Planeta, Bogot, p. 96.

Fernando Vallejo, La virgen de los sicarios, Alfaguara, Bogot, 1994, p. 91.

Fernando Vallejo, Los caminos a Roma en El ro del tiempo, op. cit., p. 416.

Javier Murillo comprende la patria de Vallejo apoyndose en una clebre frase de Cioran: no se habita un pas, se habita una lengua. sa es la patria y no otra cosa. Ver prlogo de Javier Murillo a Fernando Vallejo, El ro del tiempo, op.cit., p. 18.

Ver Porfirio Barba Jacob, Poesa completa, FCE., Bogot, 2006, p. 39.

Toms Carrasquilla, Medelln, en Obras completas, tomo primero, Bedout, Medelln, 1958, p. 805.

Santa Anita ma, islita de felicidad en la tierra!, dice el narrador en Los caminos a Roma. Ver Fernando Vallejo, El ro del tiempo, op. cit., p. 349.

Fernando Vallejo, Los das azules en Ibid., p. 161.

Ver Eduardo Escobar, Aclaracin impertinente, en El Tiempo, Bogot, Octubre 30 de 2006, p. 3.

As se define el narrador en Aos de indulgencia. Fernando Vallejo, El ro del tiempo, op.cit., p. 476.

Ver Fernando Vallejo, Barba Jacob: el mensajero, Santaf de Bogot, Planeta, 1997, p. 118.

En El fuego secreto el narrador dice: Somos repetitivos, redundantes, perifricos: giramos y giramos dndole la vuelta del bobo a un huevo. No es el espaol un idioma riguroso. En Fernando Vallejo, El ro del tiempo, op.cit., p. 220.

Ibid., p. 704.

Fernando Vallejo, El desbarrancadero, Biblioteca El Tiempo, Bogot, 2003, p. 163.

A propsito de estos males y Colombia y el modo en que los entiende ver el escritor antioqueo, ver Fernando Vallejo, El monstruo bicfalo en Revista Nmero, No. 20, Bogot, 1998. Ver www.revistanumero.com/20bicefa.htm

Era la turbamulta invadindolo todo, destruyndolo todo, empuercndolo todo con su miseria crapulosa. A un lado, chusma puerca! Ibamos mi nio y yo abrindonos paso a empellones por entre esta gentuza agresiva, fea, abyecta, esa raza depravada y subhumana, la monstruoteca. Fernando Vallejo, La virgen de los sicarios, op. cit., p. 75.

El gramtico dice: Por razones genticas el pobre no tiene derecho a reproducirse. Ricos del mundo, unos! O la avalancha de la pobrera os va a tapar. En Fernando Vallejo, La virgen de los sicarios, op. cit., p. 122.

Ver Entre fantasmas en El ro del tiempo, op. cit., p. 643.

Ibid., p. 672.

Los liberales no creen en Dios, como yo. Pero yo soy conservador por tradicin, Ibid., p. 695.

Ver Juan Guillermo Gmez Garca, Colombia es una cosa impenetrable, races de la intolerancia y otros ensayos sobre historia poltica y vida intelectual, Diente de Len, Bogot, 2006, p. 68.

lvaro Tirado Meja, El gobierno de Laureano Gmez, de la dictadura civil a la dictadura militar, en Nueva Historia de Colombia, Planeta, Bogot, pp. 81-104.

La expresin proviene de La virgen de los sicarios, op. cit., p. 75.

Citado por Pablo Montoya en Introduccin a Mea Culpa de L.F. Cline , en Revista Universidad de Antioquia, No. 272, Medelln, 2003, p. 25.

Fernando Vallejo, La virgen de los sicarios, op. cit., p. 32.

Ver Mara Mercedes Jaramillo, Fernando Vallejo, memoria inslitas, en Revista Gaceta, No. 42-43, Bogot, 1998, p. 18.

Ver Claudio Magris, Utopa y desencanto, Anagrama, Barcelona, 2001, p.8.

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