Expedición Madidi (Bolivia)

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Relato de un viaje de investigación que ha intentado seguir los trayectos de las crónicas del descubridor Juan Recio de León (siglo XVII).Autor: Ignacio Arellano Ayuso

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PROYECTO TRAS LAS HUELLAS DE RECIO DE LEN, TERCERA EXPEDICIN

RELACIN DE LA BAJADA DEL MADIDI, JULIO DEL AO DE 2011Textos y fotografas de IGNACIO ARELLANO

NOTA: este es el relato de un viaje de investigacin que ha intentado seguir los trayectos de las crnicas del descubridor Juan Recio de Len (siglo XVII). A sus caractersticas se debe su especial extensin.

Objetivos. El proyecto Tras las huellas de Recio de Len En el ao 2009 se nos ocurri, en el marco de las investigaciones del GRISO (Grupo de Investigacin Siglo de Oro de la Universidad de Navarra) un proyecto de reconstruccin de alguna relacin o crnica de Indias, para confrontar la experiencia moderna con los relatos antiguos, comprobar el estado de los paisajes y poblaciones, y en general producir lecturas ms competentes de los textos. La idea era usar los relatos como gua para reproducir parte de los itinerarios de los siglos XVI y XVII, integrando adems este objetivo en un proyecto ms general (que en parte fue posible gracias a las ayudas del Ministerio de Asuntos Exteriores de Espaa) de capacitacin de lderes culturales, descripcin de posibles itinerarios ecotursticos, recuperacin de documentos de archivo olvidados o abandonados en algunos depsitos, estudio de las especies de fauna y ora mencionadas en los textos, actualizacin de datos geogrcos, etc. Decidimos empezar en Bolivia, con las relaciones de Juan Recio de Len, descubridor y poblador que anduvo por la zona del Madidi en la dcada de 1620-1630, sobre el que hemos estudiado y publicado alguna contribucin que no hace al caso. El aporte especco que deseamos ofrecer es aquel para el que estamos capacitados, especialmente facilitar el acceso a la documentacin que hemos ido acopiando durante estos tiempos las fuentes manuscritas e impresas que se encuentran en Amrica y Europa, pero queramos situar sobre el terreno todo este material, y comprobar la evolucin de las zonas descritas en las relaciones y crnicas, con vistas a elaborar acciones complementarias de desarrollo cultural y social, quiz en

el marco del ICS (Instituto de Ciencias Sociales) de la Universidad de Navarra. Alain Mesili, montaero y viajero bien conocido en todo el territorio boliviano y ms all, se sum con entusiasmo a la idea, y se aplic a los problemas de logstica. En este nuestro tercer ao de actividad hemos articulado colaboraciones que creemos importantes con organismos bolivianos como la Fundacin Visin Cultural, la Universidad Gabriel Ren-Moreno de Santa Cruz, o la Universidad Nuestra Seora de La Paz. El proyecto Tras las huellas de Recio de Len hasta la fecha ha consistido en tres expediciones (resumo algunas notas de Andrs Eichman, que ha fungido de aplicado notario en todas las ocasiones): 2009 Entrando por Charazani, y partiendo de Chipulizani, seguimos el rumbo del camino que va al noreste, que se conserva en buen estado hasta un poco ms all de Mamacona; la travesa continu hasta San Jos de Uchupiamonas; desde all fuimos por el Tuichi hasta la desembocadura del Beni y bajamos por este hasta Rurrenabaque. 2010 Desde Pelechuco fuimos hasta el actual Mojos, antigua misin de San Juan de Sahagn (no hay que confundir este Mojos con las tierras homnimas del Departamento del Beni); de all llegamos al pueblo minero de Virgen del Rosario (reciente); cruzamos el ro y llegamos a Apolo, dejando atrs Pata y Santa Cruz del Valle Ameno. 2011. Bajada del ro Madidi desde Ixiamas. Este es el recorrido objeto de esta presente relacin. Al nal deberemos producir al menos un libro Visiones del Madidi, y varios folletos y documentos de trabajo, programas de cursos y mapas ms detallados de la zona. Exploradores del Madidi Andrs Eichmann en sus laboriosas anotaciones relativas a nuestros viajes menciona algunos de los exploradores que nos interesan para el conocimiento del territorio: as, por ejemplo, Pedro Anzures, que en 1539 recorri en toda su longitud la provincia de los chunchos y tal vez lleg hasta el lugar llamado hoy Ixiamas, de donde tomando a su derecha intent navegar el ro Beni, lo atraves y penetr hasta los Mojos; Juan lvarez Maldonado, quien fund en Apolobamba la villa de San Miguel; Recio de Len, el primero que se propone hacer una autntica descripcin de estas tierras (segn Eichmann el ro Madidi constituira el lmite ms all del cual no parece haber pasado); el naturalista Tadeo Haenke, que dej gran cantidad de documentacin, hoy dispersa; Nicols Armentia, quien en 1884 llev a cabo una expedicin ocial, en la que explor el ro Madre de Dios; hizo su primera entrada por Pelechuco; lleg a Apolo y despus a San Jos de Uchupiamonas, de donde pas a Ixiamas. El coronel Jos Manuel Pando, cumpli con la primera etapa de su expedicin de reconocimiento del Madre de Dios y del Heath. La expedicin, al regresar al sur, hizo una sufrida travesa desde cerca del Madre de Dios y del Heath hasta Ixiamas. Dice Eichmann: comenzaron su xodo el 26 de marzo de 1893. Faltos de vveres, en ocasiones debieron caminar por chaparral anegado y por pajonales con el agua hasta el muslo y en otras hasta la cintura. Fueron invadidos a menudo por las hormigas. El da 7 de abril llegaron al ro Madidi, en un sitio desde el que se distingua al sur la serrana de los Andes. Flix Mller estuvo muy enfermo en casi toda la travesa, y en ese punto ya no poda dar un paso ms, por lo que armaron una balsa para que pudiera navegar l con dos acompaantes, Jos Benavente y Edmundo Pando, sobrino del coronel. La balsa comenz su descenso por el Madidi el da 8 de abril de 1893. Sera el primer antecedente conocido de nuestro descenso por este ro, con la diferencia de que acab trgicamente. Al da siguiente el coronel con el resto de la expedicin (15 en total) retoman la larga caminata hasta Ixiamas (Poco ms de un siglo despus, nosotros hicimos el mismo trayecto, a la inversa). Arriban el 20 de abril a Ixiamas, despus de 26 das de una marcha llena de penalidades. Meses ms tarde se enteraron de que en un campamento guarayo (que acababa de ser aniquilado por el Sr. Mouton) fueron encontrados objetos, vestidos y monedas que pertenecieron a Flix Mller y sus compaeros de balsa. Haban cado a manos de los guarayos.

El plan Nuestro plan, consista bsicamente, en bajar en balsa desde Puerto Cerima hasta un punto del ro cercano a la comunidad de Esperanza, donde deba recogernos una lancha motora que desde Rurrenabaque, llegando por el Beni, deba remontar el Madidi hasta encontrarnos. En el camino tomaramos nuestras notas y datos geogrcos, comprobaramos los textos y nos entrevistaramos con varias comunidades de la zona, especialmente con la Central Indgena de los Pueblos Tacana, en Tumupasa, en reunin concertada por Andrs con Hernani Silva, activo miembro de la comunidad tacana. Como se ver, este plan no se pudo desarrollar segn lo previsto. Expedicionarios El grupo est compuesto de 12 personas, entre los investigadores del GRISO, el gua general (Alain), amigos y colegas temerarios que se apuntaron (sin saber de qu iba) y los ayudantes locales, sobre los cuales va a recaer la mayor parte del trabajo prctico, y que fabricarn y gobernarn la balsa. Copio enseguida la lista. Destacar a Daniel, buena mano para el machete y para montar campamentos, y al Padre Jorge, que siempre es una garanta por si las cosas se ponen muy feas y se necesita algn responso. Ambos formaron parte de las expediciones anteriores, junto a Alain, Andrs Eichmann (gaucho matrero) y a m mismo. Los nuevos creo que era la primera vez que vean a tantos mosquitos juntos; cada uno tena sus habilidades, algunas ms tiles que otras en las circunstancias que nos tocara vivir en los das siguientes (Santiago era el camargrafo; tom bastantes fotos y vdeos, en el tiempo que pudo resistir al sueo, que le ocup bastantes horas qu sosiego!). Me habra gustado contar con mi hijo Gabriel, botnico, que hace su tesis sobre el bosque montano de Bolivia, y que ha vivido dos aos prcticamente en los bosques del Madidi: su experiencia y conocimiento hubieran sido muy beneciosos, pero ya haba terminado su estancia selvtica, tomado su racin completa de serpientes y mosquitos, y tena derecho a unas vacaciones. Alain Mesili Daniel Rubn de Celis Andrs Eichmann P. Jorge Venegas O.S.A. Antn Alvar Nuo Rafael Lorenzo Fernando Prono Santiago Gonzlez-Barros Ignacio Arellano Tripulacin: Eleuterio Pariamo (Capitn) John Ocampo Juan Pablo Surez Eleuterio Pariamo, el capitn

Primera etapa: hacia la ribera (La Paz-Rurrenabaque)

El 6 de julio tenemos previsto salir desde el Hotel Plaza de La Paz a las 7 de la maana, pero hasta las 9 no conseguimos subir a la movilidad. Tenemos la idea de emplear unas 12 horas en el trayecto a Rurrenabaque. El comienzo de la travesa es bastante normal, an en las vas asfaltadas de las cercanas de la capital. El rme se hace cada vez ms irregular, sin asfaltar y lleno de baches y desmontes. Hay obras en el camino y las mquinas nos cierran el paso durante un par de horas. Se acumulan los vehculos, y aparecen las vendedoras de arroz con lentejas, guisado de pollo, mandarinas y mocochinchi. Reanudamos al rato la marcha, pero la polvareda que levanta la caravana de autobuses, camiones, furgonetas y automviles es tan densa que no deja ver absolutamente nada y decidimos parar hasta que se asiente la tierra, no sea que nos vayamos por el barranco. Los autobuses nos adelantan, acelerando a ciegas: audaces, los conductores de las compaas Sin Rival, Yunguea, guila veloz, Madidi express... nos dejan atrs. Tras dos horas de danza dentro de nuestro minibs llegamos a un nuevo bloqueo, en otra zona de obras. Nos dicen que abrirn tres horas ms tarde. Decidimos comer y cenar a la vez y damos buena cuenta de una olla de tallarines con carne. Volvemos a avanzar. Nuestro conductor resulta excesivamente remilgado el vehculo no es suyo y teme estropearlo y no pasa de 15 o 20 km/h. A las doce horas de carretera an no hemos llegado ni a la mitad de los 400 km que debemos recorrer. Paramos en varios retenes de la polica. En unos toman cuidadosamente los datos que les decimos (nacionalidad, nombres, pasaportes); en otros basta con apuntar tu nombre en un cuaderno. En algn caso hay que pagar peaje; no debe de ser fcil conservar los agujeros y desplomes del camino de modo que el pblico ha de contribuir con algo al presupuesto de destruccin. Cenamos otra vez, ya entrada la noche, en el poblado de Alto Beni llamado km. 52. Mate de coca, 3 bolivianos; sandwiches de carne, 3,5 bolivianos; con carne y huevo 4,5 bolivianos, t con pan, 3, 5. La televisin solo recoge seal de la emisora local del Alto Beni. Compramos unas tabletas de chocolate dulce y otras de amargo, y unas bolsas de coca. Proseguimos penosamente en tramos de camino embarrados, desmontes y desvos. Las luces del vehculo son dbiles y no vemos bien por dnde andamos. No hay indicaciones en la carretera. Lo que s topamos es un gran rebao de vacas cebes que blanquean con los faros y que se niegan a abrir paso. Durante dos horas caminamos entre los animales sin atrevernos a tocar el claxon, por temor de provocar una estampida. Las vacas en la noche, con el fulgor de la luna y nuestras luces componen una imagen espectacular, pero

no tenemos ganas de experiencias estticas, sino de llegar a Rurrenabaque. A las 6, 30 de la maana, tras casi 22 horas de un viaje moledor, llegamos a Rurre. En el alojamiento donde tenamos reservada habitacin (El balsero) no tienen naturalmente noticias de nosotros y no hay habitaciones, dicen. Nos da igual. Nos metemos por los pasillos, entre rimeros de colchones el Balsero adems de hostal parece tienda de colchones y otras cosas, pero no son horas de averiguar y unos se tiran en las camas que hallan y otros nos echamos en la primera hamaca que pillamos en la galera del hotel. Dormimos un par de horas antes de desayunar en La perla del Beni, al borde del ro que uye poderosamente hacia el Madre de Dios (el cual desemboca en el Madera, y este en el Amazonas). Cruzamos en una gabarra el Beni, hasta San Buenaventura, donde cogemos un nuevo vehculo que debe llevarnos a Ixiamas, puerto de arranque de nuestro viaje por el Madidi. Ixiamas La furgoneta nos lleva a Ixiamas donde recogemos a la tripulacin de la futura balsa. Esta vez solo tardamos seis horas en llegar, incluida la parada que hacemos para comer al lado de una granja cercana a una zona de corte de madera. Nos regalan grandes limones dulces. En Ixiamas paramos en la posada del Duende. Su dueo nos recibe tendido en la hamaca. Hombre corpulento y gritn tiene personalidad, como le dice a su mujer (ella no la tiene segn su marido). Ha sido seminarista y tiene noticia de Borges y Garca Mrquez. Tambin se inclina a la losofa y a la cerveza. Al lado de su hamaca hay un armario con vasos, cubierto de una piel muy bien conservada de un enorme jaguar.

La facundia de este mesonero lsofo y poltico nos jugar una mala pasada. Cuando se entera de que pensamos bajar por el Madidi en balsa desde la altura de Ixiamas hasta La Esperanza, y que hemos calculado tres o cuatro das, nos dice que es imposible, que como mnimo sern diez. No lo tomamos en serio, pero la verdad es que diez das hubieran sido solo los primeros. A la velocidad que alcanzamos en la balsa calculo que se tardara ms de mes y medio en arribar a esa comunidad, que pensbamos era el primer enclave habitado de la ribera del Madidi, cerca del Beni.

A la puerta del Duende corren las aguas sucias en atarjeas frecuentadas de gallinas peladas que picotean la inmundicia. La luz se prende a eso de las 10 de la noche. El agua corriente falta a menudo. Pero hay cierto movimiento urbano y comercial. Vemos un mercado municipal y varias empresas de mototaxis. Los empleados y mdicos del hospital hay un hospital anuncian huelga porque el ayuntamiento ha incumplido sus compromisos, pero atienden a Andrs, que ha pillado una malata de garganta (al parecer en torno a las amgdalas le han orecido colonias de hongos que ha de tratar con grgaras de vinagre). Jorge celebra misa en la iglesia del pueblo y acuden ms monaguillos que en el Vaticano, adems de los tocadores de guitarra, tambor y otros mecanismos musicales. Comemos asado de jochi, bastante sabroso. En la conversacin de sobremesa Pariamo avisa de que abundan las anacondas o sicuris, y los tigres, y reclama atencin y cuidado para la travesa. No alcanzo a discernir si realmente el ro estar plagado de sicuris (en realidad no veremos ni una) o es una manera de burlarse de nosotros, considerndonos ratones de biblioteca (no nos conoce an). De todos modos si hay tanto peligro no s por qu no llevamos ningn arma: solo los machetes y un revlver que le han prestado a Andrs, y que me parece no sera de mucha utilidad. Completadas las provisiones, estamos preparados para dirigirnos a la ribera. Antes podemos entrevistarnos con Mara del Carmen Arenas, del Consejo de Mujeres Amazonas de la Provincia Iturralde. El sbado 9 de julio, tras el desayuno de masaco (charque y pltano) y tras esperar dos horas haba que soldar una pieza del vehculo; no se haba podido hacer antes cargamos el jeep con los bultos y salimos. Al poco rato hay que parar. Una excavadora bloquea el camino al borde de un hondo foso que debe rellenar con tierra y troncos. No averiguamos si estn esperando gasolina o los trabajadores estn comiendo. En todo caso convidamos a coca al conductor, charlamos con un grupo que se va juntando, y esperamos hasta que la mquina se pone en marcha, rellena el hondn y pasamos como podemos. La siguiente parada nos la impone un barrizal en el que se atasca todo lo que lleva ruedas. Bajada, todos a empujar, salimos del apuro. Continuamos. Comemos junto al ro Emero, que cruzamos por un puente de troncos, festoneado de cientos de mariposas. En el barro de la orilla vemos las primeras huellas del tigre, aunque nunca llegaremos a ver este animal. En el trayecto blanquean los caminos de los cepes, como pequeos senderos limpios: estas hormigas arrieras (como tambin las llaman en algunas partes) se llevan cuanto topan y marcan ntidamente una franja de unos diez cm de ancho. Desmenuzan todo lo que hallan a su paso: hojas, cortezas, ramas, telas, tiendas de campaa, bolsas, plsticos... A eso de las cuatro de la tarde llegamos a Puerto Cerima.

En la ribera de Puerto Cerima Pasamos la noche en el campamento donde vive Erland Prez Justiniano en la ms dura de las soledades, preparando el terreno, nos dice, para un ecolodge turstico que estn planeando las autoridades. El campamento muestra cierto desorden, pero no carece de lo necesario. Muchos tocones de palmeras y otros rboles humean, mientras se consumen para dejar libre un espacio de cultivo o para futuras construcciones. En un extremo del campamento se alza una estructura de tablas y postes de masaranda, que tiene el aspecto de irse degradando hasta su total ruina antes de que pueda terminarse. Una tortuga deambula entre los palos como una piedra viva. Algunos trozos de pescado se charquean sobre largueros y ramas, y un rudimentario fogn de barro nos facilita cocinar la cena. El pequeo campo de pltanos cercano al ro no tiene frutos en sazn y solo testimonia el esfuerzo del hombre en la ribera salvaje. Erland pronto est completamente ebrio de alcohol potable; suponemos que eso le ayuda a pasar los das en este rincn, sin ms compaa que la tortuga y los millones de mosquitos que se encarnizan cuando atardece. Parece imposible que se pueda hacer en este sitio un lugar de atraccin turstica. Hay que recorrer durante horas un camino silvestre, frecuentemente interrumpido, para llegar a la ribera del Madidi infestada de marigs (mosquitos minsculos, jejenes, que dejan un punto sangriento en su picadura y pueden transmitir numerosas enfermedades). Mientas armamos las hamacas, los marigs salen de caza y nos encuentran desarmados. Los mosquitos y marigs Incendiamos grandes montones de broza que juntamos por todo el campamento, convirtindolo en una humareda densa entre la que nos movemos como fantasmas buscando las zonas ms ftidas producidas por las plantas que arden con la emanacin ms txica posible: si nos ahogamos a cambio de eliminar a los mosquitos sea para bien... Los marigs, sin embargo, muestran una voluntad inquebrantable. (A mi regreso, por curiosidad, entro en un sitio de internet en el que averiguo que en cierto experimento en Tucumn mediante la utilizacin de un aspirador a pilas sobre una persona que actuaba como cebo, se capturaron de alrededor de 10.000 ejemplares de esta especie en solo 10 minutos). Esta accin de los mosquitos va a proseguir en los das siguientes, y solo nos libraremos de ellos en la lancha motora, cuando el aire los desplace y los elimine de nuestra atmsfera, que hasta ese momento estar compuesta principalmente de oxgeno, nitrgeno y marigs. Respiraremos mosquitos, comeremos mosquitos, pelearemos con mosquitos y hablaremos con los mosquitos. (S, hablaremos: los insultamos, los maldecimos, les suplicamos, intentamos dialogar... Todo es en vano. No volver a mencionarlos en adelante pero sern compaeros indefectibles de nuestras fatigas). El marig del Madidi tiene algunos rasgos que ignoro si comparte con otras colonias (como la tucumana, por ejemplo). En las expediciones de los aos anteriores me pareci intil el uso de los repelentes y mosquiteros, as que esta tercera ocasin no inclu en mi bagaje tales instrumentos. Desesperado por la crueldad de los insectos, ped sin embargo prestado un repelente extrafuerte, que segn rezaba su prospecto tena efecto durante 8 horas. Radicalmente falso. La experiencia me conrma la inutilidad de este remedio. Los das anteriores habamos estado tomando cpsulas de vitamina B, que se supone producen en la sangre un aroma repulsivo para los mosquitos. Puede ser. A los del Madidi la vitamina B les atrae. Lo que s llevaba era un ungento para calmar el picor: este avanzando producto de la industria homeoptica alemana tampoco funciona. Experimento con la botella de vinagre que lleva el gaucho matrero (Andrs) para sus grgaras, y repito meticulosas abluciones de cido actico que por lo visto agrada a los marigs tanto como la vitamina B. Me cubro de fango (como he visto hacer a los bfalos de la India), excepto los cristales de las gafas, y la cosa funciona un rato, hasta que la capa de barro se seca al sol, se cuartea y se desprende dejndome cubierto de un polvo que no es coraza suciente. No hay remedio. Algunos expedicionarios caen en la tentacin de irse desollando, por falta del conveniente autocontrol. Cubiertos de llagas y pstulas, intoxicados por las picaduras, con la epidermis inamada erisipelatosa y aleprosada intentamos cumplir nuestros objetivos. Todava es pronto para claudicar, aunque recordamos al bendito fray Bernardino de Crdenas, que anduvo por esos pagos sufriendo lo suyo, y que viendo que all se consuma la vida sin provecho, y que faltaban los mantenimientos [...] y con las grandes calores crecan las plagas de mosquitos, garrapatas y hormi-

gas que no los dejaban sosegar da ni noche, sali al pueblo de Camata a aguardar a los dems compaeros y ver si haba alguna comodidad de poder proseguir aquella conversin. Dudo mucho que hallara esa comodidad que andaba buscando. Frente a los marigs, los dems habitantes de la oresta (polillas, mariposas nocturnas, mariposas del boro, tbanos, avispas, tarntulas, abejas, hormigas, cepes, garrapatas...) resultan hasta amables. En las riberas veremos, en cierta compensacin, poblaciones de cientos de mariposas multicolores, especialmente de la Morphodidius nestira (se estima que hay ms de 500 especies de mariposas diurnas en la regin del Madidi). Esa primera noche llegan varias motocicletas con cazadores que se pasan hasta el amanecer recorriendo las cercanas. Las luces de sus linternas movindose a lo largo del ro resultan una visin extraa, como si lucirnagas gigantes volaran en la ribera. No s si cazan algo, porque cuando me levanto ya se han ido de vuelta a Ixiamas. Han dejado unos cuantos peces que usamos para desayunar. Algunos de nuestros expedicionarios novatos, menos duchos en las miserias de tales empresas, descuidan sus botellas de agua, que aplastan, pisotean o de las que pierden la tapa. Algn otro ya ha perdido su cuenco, su cuchara, su machete... Consigo que Erland me venda un bidn de plstico de diez litros, por cincuenta bolivianos. Ser fundamental para nuestra provisin de agua hervida. Preero que la gente no beba directamente el agua del ro. Cualquier complicacin sera un problema serio y es mejor evitar las ocasiones. Nuestro jeep se regresa a Ixiamas. Erland aprovecha la ocasin para huir del campamento y se sube al vehculo. Nos recomienda dejar bien cerrada la puerta de su cabaa, y no desordenar mucho los utensilios. Nosotros nos ponemos a la tarea de construir la balsa.

La fabricacin de la balsa. Bajada por el ro Armamos la balsa la arma nuestra tripulacin dirigida por Eleuterio con ocho neumticos de camin, sujetos por una serie de largueros, colocando adems en los laterales dos troncos de palo de balsa (Ochroma pyramidale), que aseguran una otacin estable, aunque poco gil. Sobre el armazn colocamos varias tablas que sirven de cubierta practicable, donde se apilan las mochilas, bidones y dems bagaje, y donde nos colocamos como podemos. Esta cubierta tendr unos cuatro metros cuadrados. La balsa entera unos siete. A proa y a popa sirven de gobernantes, con sendos bicheros, John, Juan Pablo, Eleuterio, Andrs y Mesili, que deben sortear las palizadas y los bancos de arena de poco fondo, que nos atrancan de vez en cuando. Todos ellos trabajan con decisin. Antn relata historias antiguas (es de clsicas), Santi y Fernan-

do duermen con entusiasmo, Daniel y Rafael andan por ah, atentos a los palos y a las anacondas. Yo medito en la fugacidad de la vida, que es como los ros, etc. Sobre todo en la poca de lluvia la corriente de un ro tan sinuoso como el Madidi va comiendo las orillas, dejando a los rboles sin base de sustentacin, descubriendo sus races, hasta que caen en el cauce, donde son arrastrados, volteados y clavados en el lecho, de modo que el ro entero es un panorama de troncos de todo tamao y forma, pulidos por el agua, que evocan una fauna fantstica, con aspecto variable segn nos acercamos en nuestra balsa: pjaros, lagartos, capibaras, anacondas, cabezas de caballo, verticales ttems completamente perpendiculares a la supercie, garzas o dinosaurios, jaguares y caimanes...se suceden sin n.

Cuando nos acercamos demasiado a la costa, bandadas de gaviotas tijera nos amenazan con sus graznidos, temerosas por sus polluelos. Los caimanes se limitan a asomar los ojos salientes al ras del agua. Intentamos pescar al arrastre, pero el anzuelo queda a menudo enganchado en la broza subacutica y el sedal despelleja una mano de John, al trabarse en algn resto. El sol es pesado. Solo un da y durante pocos minutos cae un chaparrn que algo refresca, causndonos una satisfaccin algo ignorante: cuando lleguemos al Beni nos daremos cuenta del peligro de estas lluvias. Es uno de esos detalles en los que es difcil pensar en estos territorios es imposible pensar en todo: en efecto, varios das de lluvia Beni arriba producen una corriente completamente turbia, un agua fangosa y difcil de beber, que nos hubiera causado muchos problemas de haberla tenido que soportar en el Madidi. Por suerte no es la poca de mayores precipitaciones. Pasamos las noches en playones abundantes de lea. Despus de cenar, cada da hiervo dos cacerolas de agua. Para dormir preero la hamaca, pero la mayora se decide por el suelo arenoso, armando los mosquiteros en arquitecturas variopintas segn la inspiracin y el tamao de los trozos de chucho (una variedad de caa bien dura de cortar) para la armazn: paralelogramos, pirmides, formas trapezoidales o techos a dos aguas... Fernando adorna con las hojas verdes de las caas las columnas maestras de sus edicios. Rafael, que se dedica a la restauracin de edicios nobles (castillos, conventos, murallas, ciudadelas...) lo observa algo escptico. Un da he de renunciar a mi hamaca: la ha ocupado una masa de hormigas que la cubre completamente. La he amarrado a lo que llaman aqu un palo endiablado. Despus de ahumarla para librarla de los insectos no tengo ganas de buscar otros rboles, y me tiro en la arena a dormir, alejado de la orilla, eso s, no vaya a subir el caimn. La humedad nocturna es a veces tan grande que parece llover. En nuestra navegacin hay que estar muy atento a los remolinos y marcas que anuncian una rama apenas perceptible, que puede daar nuestros otadores. Otras veces hay que machetear los troncos que cruzan nuestro camino.

Un neumtico explota Chocamos con un tronco aguzado que no hemos visto a tiempo de evitar la colisin, y el primer neumtico de la izquierda revienta con una rasgadura que no podemos arreglar. La balsa se desequilibra y acostamos para repararla. Cuando intentamos inar el neumtico de repuesto comprobamos que est pinchado. Paciencia. Todo tiene solucin. Hemos trado parches y pegamento. Entonces descubrimos que los parches son de una variedad que exige su aplicacin en caliente mediante unas prensas de taller que obviamente no tenemos en este punto del Madidi. El pegamento es para parches en fro. (Este es otro detalle caracterstico que no resulta nuevo en nuestras expediciones. Hay en Bolivia excelentes profesionales nuestra tripulacin va a dar buen ejemplo, pero el conjunto del sistema es completamente irregular: la sorpresa puede saltar en cualquier momento, y es imposible revisar todas las cmaras, las bombas para hincharlas, todos los parches, todos los tubos de pegamento, las piezas de los vehculos, los mapas inexactos o incompletos... como es imposible estar seguros de que habr gasolina, de que el camino estar abierto, o de que las personas que nos han citado aparezcan...). Despus de calicar a los vendedores de las cmaras y de los parches, con una variedad de adjetivos, no muy originales quiz, pero s contundentes, recortamos un trozo del neumtico roto, lo raspamos meticulosamente y lo pegamos con el adhesivo. Hinchamos la cmara y la vendamos para mayor refuerzo con una cinta ancha, multiuso, que lleva siempre Daniel. Esperamos que resista. Resiste. Perdidos en el ro Madidi? Seguimos bajando a nuestra velocidad de crucero, prcticamente nula, sorteando restos de rboles, atravesando bancos de arena, dando vueltas y ms vueltas en estos meandros que al cabo de dos horas nos dejan en el mismo sitio (pero con varios bancos de tierra y vegetacin entremedio). Los monos aulladores o maneches abundan, pero no vemos muchos animales. Alain tira abundantes fotos; Santiago lma vdeos. Algunos caimanes, raros ejemplares de capibaras, un oso hormiguero que trepa por una ladera, tortugas, una bandada de buitres que devoran una carroa... Ms frecuentes son las aves cuyos nombres ignoramos casi siempre (tapacars, cuyabos pjaros estos que en algunas culturas amaznicas se consideran agentes de enfermedades y de la muerte ...). Los ms coloridos son el martn pescador y los papagayos o parabas. Vemos tambin algunas pavas-campanilla, o gallina del Amazonas, a las que se reere Recio de Len: hay muchas pavas de las que en Espaa llaman gallinas de las Indias, silvestres, en todas las montaas. Hay tambin muchos paujes, que es otro gnero de aves mayores y de mayor regalo que las pavas; muchas guacamayas, guacharacas, torcaces, trtolas, papagayos, perdices y otros muchos gneros de aves de diversas colores... Vamos preguntando a Eleuterio Pariamo los nombres de los rboles: guayabochis, ambaibos, almandrillos, mapajos, maras, palo de balsa... Da la impresin que cuando no sabe bien la especie nos dice cualquiera: de todos modos lo olvidamos enseguida (Andrs los apunta en su cuaderno). Durante varios das vivimos en un paisaje inalterable. El mayor desafo de los conquistadores, descubridores y exploradores no deba de ser el hambre, ni la sed, ni los mosquitos, ni los indgenas en pie de guerra, sino la monotona. Podemos vericar las observaciones del coronel Fawcett: La terrible monotona de las selvas que se extendan hasta el lmite del agua en ambas riberas se suceda sin interrupcin, excepto cuando se haba cortado un claro para establecer una barraca que pareca, con su barda y sus caas, formar parte de la selva misma... Como apunta Andrs en sus notas (de donde saco la cita de Fawcett) la diferencia es que en nuestro caso ni siquiera hay barraca alguna. El ro es igual a s mismo, las riberas muestran el mismo muro vegetal, las playas son idnticas... Ninguna poblacin, ningn rastro de seres humanos. Hemos trado dos mapas que cubren dos zonas por las que debemos pasar. Nos falta mapa del primer tramo, que habamos supuesto muy breve. Pensbamos entrar en la zona de nuestro primer mapa al segundo da. Llevamos cuatro, pero no hemos llegado a ese territorio, de modo que en realidad no sabemos a qu altura estamos del Madidi.

Cuando entramos en el cuadrante reejado en el primer mapa observamos que los datos del GPS no coinciden con los cartogrcos: segn el GPS deberamos estar en tierra rme, no en el centro de un ro. La discrepancia no es muy grande. La atribuimos al cambio de curso del Madidi en los casi 40 aos que tienen estos mapas. Nos entran, sin embargo, sospechas de que las poblaciones marcadas (Santa Mara, Barraca Esmeralda, La Esperanza, Ojaki, Candelaria...) no estn donde el mapa dice que estn. Comprobaremos luego, en efecto, que este es un mapa muy poco exacto. Pero lo grave es que la lancha motora de Eddy, que deba recogernos a los tres das de nuestra navegacin, no ha aparecido. El primer da no le damos mucha importancia. En realidad nunca hemos hecho nada en el horario previsto, as que estamos an dentro de la normalidad. Cuando la lancha no aparezca en los das siguientes las cosas empiezan a complicarse. Al segundo da de retraso hemos terminado las provisiones. Agua no falta, pero no queda aceite, ni azcar, ni arroz, ni deos... El GPS y los mapas nos despistan. Llega un momento en el que Alain Mesili nos hiela la sangre al asegurar que no cabe duda de que estamos en el Madidi. Por qu armar esto? Hay alguna otra posibilidad? Especulamos si el jeep que nos llev a Puerto Cerima nos dej en realidad al borde del Undumo, pero no parece posible. Esperamos estar en el Madidi, porque si estamos en otro lugar (el Undumo?, el Emero?, otro cauce?, un brazo secundario del Madidi?) y Eddy nos est buscando en el Madidi, no nos va a encontrar y estamos en un brete considerable. Los tripulantes locales aseguran que esto es el Madidi: el trazado sinuoso, la temperatura y el color del agua lo aseguran. Pero dnde est la lancha? Habr credo Eddy, por una mala interpretacin, que ha de buscarnos en el Tuichi, como hace dos aos? Habr aceptado otro trabajo y planear recogernos ms tarde? Habr sufrido cualquier accidente en el ro y lo esperaremos en vano? Cuando averigemos lo sucedido nos daremos cuenta de la importancia de las palabras, del riesgo que suponen estos parajes, y del cuidado que hay que tener en cada movimiento que se haga. El hecho es que cuando hemos llamado a la mujer de Eddy, a Rurrenabaque, para darle la orden de salida, le hemos dicho, pensando que era una aproximacin certera a juzgar por los mapas era un dato razonable que nos fuera a buscar una o dos horas ms arriba de la comunidad de Esperanza. Luego supimos que Eddy nos busc en esa zona sin hallarnos, subi tres o cuatro horas ms hasta que se le hizo de noche, sin encontrarnos, pens que nos haba rebasado en la oscuridad y volvi atrs. Durante dos das estuvo subiendo y bajando por el ro en torno a la Esperanza, pero nosotros no estbamos a dos horas ro arriba: estbamos a dos das y medio de la velocidad de la lancha motora, y a ms de dos meses si hubiramos tenido que bajar en nuestra balsa, de diseo estable pero muy poco veloz. Perdidos en el ro, sin que la lancha apareciera, convocamos a consejo de guerra, y el ambiente se hace algo tenso. Nos ponemos nerviosos, y eso que los nuevos no acaban creo yo de percatarse de la situacin. La situacin, a mi modo de ver, es ni ms ni menos, esta: si por razones que ignoramos, la lancha no nos rescata y llevamos varios das de espera o nos quedamos all, o salimos por nuestros propios medios, como sea. Llevamos das pescando para comer, y el ro nos proporciona agua suciente. La pesca es abundante: grandes curubinas, blanquillos, pintados, paces, tujunos... (Tambin cae una piraa no muy grande, pero suciente para darnos qu pensar). John ha de disputar un gran ejemplar de tahualla a un pequeo caimn. Parece que por ese lado podramos sobrevivir bastante tiempo. Por lo poco que sacamos en limpio del mapa y el GPS llegar a la primera comunidad (Santa Mara) no es cuestin de das ni semanas, sino quiz de meses. No s cmo nos sentara esa inesperada ampliacin de nuestra aventura, ni qu solidez sicolgica tendramos en esa coyuntura. He terminado de releer La Odisea, que me traje pensando que era un libro apropiado. Ahora las aventuras de este Ulises que no acaba nunca de volver a casa toman tintes preocupantes. Yo pienso salir como sea, pero la cosa no pinta nada bien. Decidimos dos cosas: una, fabricar con los machetes remos, con los palos que abundan; por rudimentarios que sean nos permitirn acelerar la bajada, sobre todo si nos ponemos turnos rigurosos y trabajamos todo lo que se pueda desde la primera luz del amanecer hasta la noche. Parte de los expedicionarios se muestran reacios a levantarse a las 4 de la maana y argumentan que no merece la pena tomarse tanto trabajo, ya que en un da de remo duro avanzaremos como diez minutos de lancha cuando Eddy nos recoja. Ya! Y si ni Eddy ni nadie nos recoge? Tenemos que remar, y remar duro, en turnos de media hora, con seis remeros cada turno. Los prximos das remaremos, aunque el aumento de velocidad es pequeo. Tambin es preciso levantarse temprano, cosa que conseguimos

a medias. Daniel es una gran ayuda para montar y desmontar los campamentos. Tiene habilidad y tesn. Mesili y Andrs se ocupan de recalcular las posiciones y procurar centrar nuestra altura. La segunda resolucin es usar el telfono satelital que he trado para conectar con alguien que nos rescate. El problema es que la batera se est gastando y no podemos cargarla de nuevo, y tampoco soy capaz de averiguar cul es el saldo que queda en la tarjeta SIM. Hay que hacer llamadas exactas, breves y con instrucciones precisas, sin ninguna ambigedad. Decidimos telefonear a un amigo de Andrs para que se ocupe de coordinar el rescate. Pocas palabras: estamos en algn lugar del Madidi entre Ixiamas y la desembocadura en el Beni. Que suba desde Rurrenabaque un casco a motor y remonte el Madidi hasta que nos encuentre... Si Eddy aparece, no importa. Tendremos dos opciones. En el caso de que est varado por cualquier causa podremos recogerlo tambin a l. No quiero desactivar ninguna opcin hasta estar a bordo de una lancha. Si hay el menor problema habr que alquilar un helicptero, seguramente desde Santa Cruz, lo que elevar los gastos hasta 25000 dlares por lo menos. La idea del helicptero encuentra la oposicin de varios expedicionarios, que maniestan no disponer de fondos. Lo que no aclaran es de qu manera podemos salir del apuro. Anota Eichmann en su cuaderno de viaje al respecto: Esta [lo del helicptero] era idea de Ignacio: seguramente la lanz como una bengala para manifestar su decisin absoluta de salir cuanto antes; pero produjo inquietud en el resto, que no poda ni soar con el gasto que eso pudiera suponer... Nada de bengala. En esos momentos me extra que la gente sintiera ms inquietud por el coste del helicptero que por el hecho de verse destinados a ser pasto de caimanes y marigs, hormigas y escarabajos, picaores y otros alegres compaeros de la selva, con un futuro de esqueletos descarnados por los buitres en la agreste ribera del Madidi. Esa perspectiva, mis estimados colegas, no entra en mis planes. El convencimiento de que seguramente nos tienen que recoger porque no pueden dejarnos aqu abandonados no me tranquiliza. No hay organismos de salvamento, ni medios disponibles. No hay gasolina en buena parte de Bolivia. No sabemos exactamente dnde estamos. Hay regiones en donde la vida es tan inestable e irregular que doce individuos perdidos en una balsa no constituyen una prioridad. Ya saldrn tarde o temprano, y si no salen el mundo sigue andando... De hecho el amigo de Andrs, tras hablar con Marcia la mujer de Eddy y asegurarle esta que su marido nos est buscando (cosa que ya sabamos: lo que no sabamos eran las razones de no habernos encontrado) cancel el segundo encargo, anulando el plan B. Menos mal que Eddy acab reunindose con nosotros. Si llega a estar accidentado, an estaramos esperando. Al nal todos contentos, y sin pagar el segundo bote de Tico Tudela de Rurrenabaque. Cuando lo pienso an me espeluzo. Alain y yo llamamos tambin a nuestras mujeres para tranquilizarlas y avisar que quiz tardemos en regresar algo ms de lo previsto. Otros llaman a casa con el mismo objetivo: todos nos preparamos para tener paciencia. El rescate En cualquier caso el telfono satelital fue nuestro remedio, al permitirnos el contacto con el mundo exterior, y la aclaracin de las circunstancias producidas. Marcia, tras varias llamadas nuestras, se hizo cargo del problema y transmiti por radio a las comunidades de la ribera nuestra posicin. Al pernoctar Eddy en una hacienda (Campo Bravo) le avisaron de que deba subir mucho ms arriba a buscarnos y le dieron noticias ms exactas de nuestra posicin. As reemprendi la marcha ro arriba, donde nos encontr al cabo de otros dos das y medio. Estos ltimos das de nuestro desamparo la gente empez a or motores por todas partes: el zumbido de las abejas, el rumor de la selva, los lejanos truenos de una tormenta, y sobre todo el rugir de los monos maneches... al muerto de hambre todas las piedras le parecen panes, y a nosotros todos los ruidos nos parecan el motor de la lancha. Una maana vimos a la vuelta de un recodo una leve humareda: Eddy, sin duda, haba pasado la noche muy cerca de nosotros, pero se haba vuelto hacia atrs de nuevo! Por n, mientras desmontbamos nuestro campamento, no s ya qu da de apuro, omos, sin duda esta vez, el motor. Gritamos, silbamos, golpeamos los tablones... hasta que doblando la punta de arena del recodo apareci el Madidi Jungle, con Eddy y su socio Melvin Vaca Molina a bordo.

Primero insultamos a Eddy y Melvin un inocente exutorio sicolgico, luego les dimos las gracias y abrimos las cervezas que traan, comimos las toronjas y los pltanos (bastante machacados con tanto trajn), desayunamos un sudado de pescado con cebollas y tomates ms o menos frescos y deshicimos la balsa, guardando los neumticos para otra ocasin. Despedimos a las tablas que parecan otar ahora con mucha mayor velocidad. Comentario de Eddy: La verdad es que ustedes tienen agallas. Qu es lo que pensaba realmente Eddy no me qued claro.

Ya en el casco a motor las cosas cambian, empezando por la ausencia de los mosquitos y la expresin de nuestras caras. Paramos en Campo Bravo para agradecer la ayuda de la familia de don Mateo Nichols, que vive en esta orilla con sus doce hijos y la maestra de los muchachos, Karla Kropf, oriunda de Tennessee y de familia amish, aunque los Nichols no son amish ni menonitas. El pequeo Roy, de cuatro aos, acaba de toparse con un tigre. Los padres estn unos das en Rurrenabaque para vender sus productos: quedan en la hacienda cinco quesos que compramos. Dejamos atrs el Undumo y el arroyo Esmeralda, y salimos por n al Beni, donde el trco uvial es ya relativamente grande, y donde nos cruzamos con chatas madereras (La Gallareta, Don Carlos, El caimn negro) y numerosos peque-peques que llevan mercanca y personas a lo largo de la ribera. Dos das ms y llegamos a Rurrenabaque. Paramos en el camino en algunas comunidades para comprar provisiones e intentar llamar por telfono o radio: El Carmen, Pea Guarayo, San Marcos, Villa Ftima. No podemos parar en las Estancias Eldorado, donde nos esperaban para la esta del Carmen: en la orilla encontramos un grupo de centinelas que llevan das esperando para vernos llegar: nos disculpamos a gritos y seguimos. No hay tiempo para ms. Yo he perdido ya mi avin de vuelta a Espaa y he de comprar otro billete. An no hemos terminado: De Rurrenabaque a La Paz Con el retraso que llevamos sobre los planes iniciales estamos ansiosos de vernos en La Paz, pero las compaas areas que operan aqu no tienen vuelos disponibles. Alquilamos una movilidad para viajar durante la noche, con intencin de llegar a eso de las nueve de la maana a la capital. Nos despedimos de Eddy y su familia, de John, Juan Pablo y el capitn Pariamo, y de Alain Mesili, el adelantado, que tanto y tan bien han trabajado para nosotros.

Estamos bastante derrengados y no hay forma de lograr un acomodo aceptable en el furgn. Hacia las dos de la madrugada el vehculo se detiene en un descampado. El chfer haba olvidado colocar un tapn en algn sitio y estbamos quedndonos sin aceite. Ha tenido suerte: dejamos todos nuestros machetes en Rurrenabaque y estamos muy cansados para darle una paliza. Llegamos a duras penas a un pueblito en la noche veamos un par de casas a los lados del camino donde despertamos a unos cuantos lugareos. Una seora tena una lata de aceite, pero no haba modo de solucionar el tapn; faltaban herramientas: las haba en un automvil, pero nadie tena las llaves del coche... Al nal se las arregl el chfer para introducir el aceite con una bolsa de plstico y tapamos el oricio por el que se perda con un tapn que fabricamos con un palo. A las nueve de la maana no estbamos en la Paz, sino en Caranavi, como a mitad de camino. Ah abandonamos el vehculo en un taller y nos marchamos en dos taxis, rumbo a la Paz... Los eventos consuetudinarios que nos acontecern en esta va pblica pertenecen ya a un rango menor, y alcanzaremos a cenar en la capital de la repblica: chairo, aj de lengua, chicharrn de surub, y jugos de papaya, lima y un mate de coca para la altura. Luego subimos a nuestros aviones. Regresamos, por n, a taca. Vale. PD. Pueden verse algunas fotos de Santiago Gonzlez-Barros: https://www.facebook.com/media/set/?set=a.2314322380098.139187.1310593068&l=3a9b70bf77&type=1