e.w. Bullinger - La Mayor Necesidad Del Cristiano Parte 1

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1 LA MAYOR NECESIDAD DEL CRISTIANO Por E.W. Bullinger Traducción por Juan Luis Molina Con la colaboración de Claudia Juárez Garbalena http://mirasoloadios.blogspot.mx/ [email protected] Hay una cosa que el cristiano precisa más que cualquier otra. Una cosa sobre la cual todo lo demás reposa; y sobre la cual dependen las demás. Es cierto de la Palabra de Dios, y también de nuestra propia experiencia, que “no sabemos bien lo que pedir”. Pero “el Mismo Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad(Romanos 8:26). Él sabe por lo que debemos orar. Él sabe lo que precisamos. Él hace intercesión por nosotros y en nosotros, y en Efesios 1:17, tenemos Su oración contenida en estas palabras: “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo os de espíritu de sabiduría y de revelación en: El conocimiento de él." Ésta, entonces, debe ser nuestra gran necesidad: Un verdadero conocimiento de Dios. Si el Espíritu Santo ha puesto esta necesidad delante de todas las demás cosas, debe ser más importante que cualquier otra cosa; claro que si, más que todas las demás juntas. Esto, es, lo que reside en el fundamento de la Fe Cristiana; en la esencia de la vida Cristiana. Es la esencia de toda confianza. No podemos confiar en una persona que no conocemos. Al menos es seguro que no lo hagamos así; y por regla general, no lo hacemos así. Pero por otro lado, cuando conocemos una persona a fondo, ¡no tenemos excusa para no poder confiar en ella! No se requiere ningún esfuerzo para confiar cuando conocemos perfectamente a una persona. La dificultad se halla entonces, en no confiar.

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LA MAYOR NECESIDAD DEL CRISTIANO

Por E.W. Bullinger

Traducción por Juan Luis Molina

Con la colaboración de Claudia Juárez Garbalena

http://mirasoloadios.blogspot.mx/

[email protected]

Hay una cosa que el cristiano precisa más que cualquier otra. Una cosa sobre la cual

todo lo demás reposa; y sobre la cual dependen las demás.

Es cierto de la Palabra de Dios, y también de nuestra propia experiencia, que “no

sabemos bien lo que pedir”. Pero “el Mismo Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad”

(Romanos 8:26). Él sabe por lo que debemos orar. Él sabe lo que precisamos. Él hace

intercesión por nosotros y en nosotros, y en Efesios 1:17, tenemos Su oración contenida en

estas palabras: “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo os de espíritu de sabiduría y de

revelación en:

El conocimiento de él."

Ésta, entonces, debe ser nuestra gran necesidad: Un verdadero conocimiento de

Dios.

Si el Espíritu Santo ha puesto esta necesidad delante de todas las demás cosas, debe

ser más importante que cualquier otra cosa; claro que si, más que todas las demás juntas.

Esto, es, lo que reside en el fundamento de la Fe Cristiana; en la esencia de la vida

Cristiana.

Es la esencia de toda confianza.

No podemos confiar en una persona que no conocemos. Al menos es seguro que

no lo hagamos así; y por regla general, no lo hacemos así.

Pero por otro lado, cuando conocemos una persona a fondo, ¡no tenemos excusa

para no poder confiar en ella! No se requiere ningún esfuerzo para confiar cuando

conocemos perfectamente a una persona. La dificultad se halla entonces, en no confiar.

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¿Y por qué, entonces, no confiamos en Dios? ¿No es clara la respuesta a ésta

pregunta? ¡Eso se debe a que no le conocemos!

Así es como vemos que nuestra gran necesidad es este conocimiento de Dios; el

primer gran paso de nuestra carrera Cristiana. Nuestra confianza irá siempre en proporción

a nuestro conocimiento.

Si nosotros conociésemos, por ejemplo, una billonésima parte de la infinita

sabiduría de Dios, deberíamos vernos tan repletos, que no solamente estamos “queriendo”

Su voluntad, sino que estaríamos anhelándola ardientemente. Nuestra mayor felicidad sería

dejar que Él cumpliese ya lo que nos ha preparado: Qué Él lo haga todo en nosotros. Si lo

conociéramos, diríamos así: “Señor, soy tan necio e ignorante; Soy analfabeto y no sé nada,

ni puedo hacer nada; solo veo este momento presente; no sé nada de mañana. Pero Tú

puedes ver el fin desde el principio. Tú sabiduría es infinita, y tu amor es infinito; por eso

Padre amado, nuestro Salvador y Señor pudo decirte hablando de nosotros, siendo como era

Tu amado Hijo, “que Tú los has amado, a ellos, como también a mí me has amado” (Juan

17:23). Lleva a cabo, pues, Tu propia voluntad. Este es mi deseo, el deseo de mi corazón.

Esto es lo que más añoro, por encima de todas las cosas”.

Esto va más allá que un simple “querer”. Podemos estar dispuestos a alguna cosa,

porque no podemos evitarla. Puede incluso ser una baja manera de fatalismo cristiano. Un

mahometano puede así resignarse a la voluntad de su dios. Pero de lo que estamos

hablando, va mucho más allá del moderno evangelio de santidad; va más adelante del mero

“querer”.

Los que están en esta más baja condición; no “queriendo”, sino “dispuestos a obrar

y esforzarse en el querer” no se dan cuenta que esta condición surge y proviene de no

conocer a Dios; no conocen cuan infinito es Su amor, cuan enorme es Su sabiduría, cuan

bendita y cuan dulce es Su voluntad. Si ellos supiesen alguna de estas cosas, estarían

gimiendo y bramando por Su sola voluntad y querer. El único gran anhelo y ardiente deseo

de sus corazones sería por Él: para que hiciese exactamente aquello que Le place bajo Su

punto de vista, en nosotros, y por nosotros, y a través nuestro.

Sin conocer éste secreto, los cristianos, en todas partes, se hallan obrando y

laborando para “tener voluntad” mirándose a ellos mismos; y procuran esforzándose por

algún “acto de fe” definitivo, que haga algo para sí mismos. En vez de meditar acerca de Su

sabiduría y Su amor, se dedican a pensar en sí mismos y en su “entrega”.

Pero toda esta labor es en vano. Aun cuando parece que tiene resultados. Son

solamente como las flores de papel imitando una planta. Pueden lucir naturales y lindas;

pero no tienen sabia, ni vida; ni fruto, ni semilla. Es un artificial y ficticio intento de

producir aquello que, si se conociese a Dios, se produciría a su tiempo, por si mismo, sin

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esfuerzo alguno: Es cierto, el esfuerzo se detendría y sobresaldría el gran poder de un

verdadero conocimiento de Dios.

El problema que tenemos, y ese problema aparece cuando probamos nuestros

corazones a fondo, es que, en el fondo, lo que pensamos es que nosotros conocemos

muchas cosas. Tal vez no lo confesamos delante del mundo, y difícilmente lo admitimos

por nosotros mismos. Pero ahí está el problema; y la dificultad que tenemos esforzándonos

por “tener el deseo”, es la prueba de ello.

Si realmente le conocemos a Él, y hemos creído que Él sabe y conoce mejor que

nosotros todas las cosas, y lo que es bueno para nuestro provecho, entonces no habría

ningún esfuerzo, sino solamente un bendito, irreprensible e irrefrenable deseo por Su

voluntad.

Antes de seguir adelante considerando algunos otros efectos prácticos de este

conocimiento, debemos notar el hecho de que existen dos palabras en el original para este

conocimiento de Dios, dos verbos que significan conocer. Una vez que son usados algunas

veces en el mismo versículo, es muy importante que distingamos cuidadosamente qué es lo

que el Espíritu Santo resalta con tanto énfasis. Existen, de hecho, seis palabras griegas que

se traducen conocer, pero estas dos son las más comunes.

1. La primera, oida, significa conocer sin aprendizaje o esfuerzo; y se refiere a lo

que conocemos por intuición – instintivamente, o como algún hecho o historia.

2. La otra es ginosko, que significa adquirir conocimiento; por esfuerzo, o

experiencia, o aprendizaje.

La vida cristiana práctica

La importancia de obtener conocimiento de Dios es nuestra gran necesidad. Este

conocimiento no es solamente la base de confiar en Dios; no solamente el fundamento de la

fe cristiana; sino de la vida cristiana. La vida práctica cristiana y nuestro andar estarán en

directa proporción a nuestro conocimiento de Dios.

Vea en Colosenses 1: 9,10, donde tenemos el resultado práctico de la oración en

Efesios 1:17. En Efesios 1:17 tenemos la oración propiamente. En Colosenses 1:9, 10,

tenemos su aplicación para nuestra corrección e instrucción. Valora cuidadosamente las

palabras. “Por esta causa, también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar

por vosotros, y de pedir (“desear”) – ¿Deseamos qué? “Que seáis llenos con el

conocimiento (ginosco, es decir, conocimiento adquirido) de su voluntad en todo espíritu

de sabiduría. ¿Por qué? ¿Con qué propósito? ¿Con qué finalidad? “Para que podáis andar

como es digno del Señor y agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y

creciendo en el conocimiento de Dios”.

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Así, pues, para andar como es digno del Señor, ¿debo primero conocerlo? Claro que

sí. Efectivamente es así. Si voy realmente a agradarle en todas las cosas, debo saber bien

qué es lo que le agrada. ¿Es esto todo lo que se necesita? ¿Es todo lo que tengo que hacer?

Si. Eso es todo. Entonces, ¿no tengo que ir de aquí para allá; yendo de convención en

convención? No, lo que tengo que hacer es sentarme delante de la Palabra de Dios, y llegar

a conocerlo a Él a través de ese reposo. No hay otra vía para llegar a conocerle. Y Él nos

dio Su Palabra, y se revela a Si Mismo dentro de ella, con el propósito de que podamos

estudiarla y hallar en ella qué es lo que le agrada; qué es lo que ama, qué es lo que detesta;

qué es lo que Él está haciendo. Nos la ha dado para conocer Su sabiduría, Su voluntad, Su

infinito amor, Su omnipotencia, Su fidelidad, Su santidad, Su justicia, Su verdad, Su

bondad y misericordia, Su paciencia, Su gentileza y elegancia, Su cuidado, y todos Sus

innumerables atributos de nuestro gran y glorioso Dios.

Observa bien lo absolutamente necesario que es este conocimiento, si queremos

agradar a Dios.

No podemos agradar a ninguno de nuestros amigos hasta que sepamos qué es lo que

le agrada. Si vamos a ofrecerle un regalo a cualquiera de ellos, de manera natural

pensamos, o tratamos de imaginarnos, qué es lo que precisa o le agradaría tener. Si

recibimos un convidado, tratamos naturalmente de acordarnos de qué es lo que le agradaría

comer o beber, o en qué desearían ocuparse o recrearse. Si no podemos imaginarnos lo que

pueda ser, entonces tenemos este tiempo con la visita, y no sabemos si acertaremos con él

o si no acertaremos en nuestros esfuerzos por agradarle. Podemos vernos en graves apuros

y esfuerzos, y sin embargo, después de todo, hasta podemos presentarle tal vez aquello que

más detesta. Así sucede también con nuestro Dios.

¿A dónde podemos acudir?

¿Cómo vamos a saber cuáles son las cosas que le agradan a nuestro Padre? ¿Cómo

vamos a descubrir aquello que aprueba?

Solamente por Su Palabra.

Aquí, y sólo aquí podemos obtener Su conocimiento. Aquí solamente

aprenderemos la plenitud de la oración del Espíritu por nosotros en Efesios 1:17; y la

bendita respuesta práctica suya en Colosenses 1:9, 10.

Ningún hombre trae ni tiene consigo este conocimiento de Dios de manera intuitiva.

Ningún ministro puede ni tan siquiera impartirlo, excepto en y a través del ministerio de esa

Palabra. Sus propios pensamientos son vanos y sin valor alguno. Solamente al punto que

sea capaz de hacernos entender esa Palabra es que podrá ser de alguna ayuda nuestra. Dios

se ha revelado a Sí Mismo en Su Palabra escrita, las Escrituras de la verdad. El propio

ministro puede estar equivocado, y pasará muy fácilmente a ser un obstáculo en vez de

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servirnos de ayuda. Dios se ha revelado a Si Mismo en Su Palabra escrita, las Escrituras de

verdad; y en la Palabra Viva Su Hijo, Jesucristo. Y es a través de la Palabra Comunicada

revelada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que comenzamos a adquirir Su

conocimiento. El conocimiento de Quien es Vida Eterna.

Esta es la única gran razón de por qué la Palabra Escrita se nos haya otorgado. No

se nos ofrece simplemente como un libro de información general, o de referencias; sino que

se nos da para que conozcamos al Dios invisible.

¿Por qué la leemos? ¿Con qué objeto abrimos sus páginas? ¿Qué es, o qué

buscamos, cuando la leemos?

¿Leemos una porción que alguien haya seleccionado para que leamos? ¿Leemos

esa parte porque le hemos prometido a alguien que así haríamos? ¿O será que la abrimos, y

nos sentamos delante de ella con el único objetivo central de encontrar a Dios; de descubrir

Sus pensamientos; para obtener y adquirir el conocimiento de Su voluntad?

Todos los que no estén así conectados hacen su propio dios sacándolo de su

imaginación y propios pensamientos. ¡Tienen que recurrir a lo que piensan que es su dios!

Son millares los que hacen sus dioses con sus propias manos. Los sacan de la

madera, de la piedra, o de pan. Otros cuantos millares lo sacan de su propia mente. Sin

embargo, siendo como son ignorantes de la Palabra de Dios, son y se comportan como

ignorantes del Dios que se ha revelado a Sí Mismo allí.