Evento 2011 - Maratón de la antárctica 2010

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Maratón de la Antártica 2010

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Reseña de la maratón de la antártica 2010 por Jan Jose y Claudia

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Maratón de la Antártica 2010

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Literalmente alcanzamos ese remoto continente, o al menos las islas que le anteceden cuando se procede del norte. Desde el tercer día el barco estuvo bastante más sereno, o más bien el mar decidió darle una tregua y con ésta nosotros pudimos disfrutar de una estadía más “estable”. El primer amanecer y el primer iceberg lo divisamos ese día, aunque algunos ya habían visto otro más en la mañana, además ya se avistaba tierra, algunas construcciones de las bases científicas y uno que otro iceberg más. A ratos nos detenemos a pensar hasta donde llegamos y no nos cabe en la cabeza, de pronto estábamos tomando el desayuno o almorzando, y como es una actividad más cotidiana se nos olvidaba donde estábamos, es algo estremecedor, un espacio tan absolutamente sublime, un silencio y soledad tan evidente, una presencia superior tan indiscutible, allí sí que se siente uno pequeño. Nos miramos y no podemos más que agradecer el espíritu, el alma y el coraje, que son finalmente los que llevó hasta allá, la búsqueda constante de aventura y misterio, el empeño de que la vida sea diversa, intensa, maravillosa.

Estar en el Orlova –el nombre del barco procede de la actriz rusa Lyubov Orlova– es un poco estar detenido en el tiempo, nuevamente hay espacios para descansar, leer, disfrutar el no hacer nada, mirar por la escotilla y descubrir un paisaje desconocido, en fin, es un privilegio tener esos días de paz y sosiego. La víspera de la maratón sentíamos algo de miedo saber a lo que nos enfrentábamos, si bien hicimos un buen entrenamiento, el frío, los días de movimiento en el barco y de quietud en el cuerpo, el cambio de alimentación y en general de ambiente, influyen de una u otra forma al enfrentar este reto. Nos sentíamos listos, llenos de ánimo, confiados y alegres, habíamos hecho cada cosa que nos habían indicado y estábamos atentos a nuestro primer desembarco esa tarde, a tocar por primera vez tierra antártica y a mirar un poco el lugar en el cual daríamos los pasos necesarios para completar los 42 kilómetros 195 metros. Era tiempo de celebrar el estar vivos y esta maratón es una forma maravillosa de hacerlo.

Con esta “PERLA” nos salió el director de la carrera el día de embarcarnos en la maratón. Aviso publicado en 1907 e el periódico London Times para el reclutamiento de hombres para el primer viaje a la Antártica:

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“Se buscan hombres para una aventura azarosa. Salarios bajos. Muy frio. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. Hay dudas de regresar. Se garantiza el honor y el reconocimiento en el evento de triunfar”. Ernest Shackleton

LA GENTE Conocimos muchas personas en este viaje, con algunas hicimos una buena amistad y hemos dejado compromisos para futuras carreras y direcciones de correo para compartir fotos y videos. En particular hay algunas personas que merecen un par de líneas por su relevancia en esta aventura, entre ellas están: El príncipe de Holanda, Pieter-Christiaan Van Oranje-Nassau, una persona amable comprometida con el deporte, la fotografía y el video. Todo el tiempo compartió con nosotros las aventuras y siempre estuvo presente en las actividades. Nos imaginamos que con personas de esta jerarquía se deben seguir ciertos protocolos en la vida, pero allí en la Antártica una vez más se nos hace evidente la esencia de la naturaleza humana.

Thom Gilligan, El director de la carrera y promotor de Marathontours es un hombre especial, no cesa en su empeño por tener el derecho y la libertad de “correr” en cualquier lugar del planeta. Aunque Thom organiza muchas maratones al año en diferentes partes del mundo, en particular esta no se la delega a nadie y máxime ahora que todos los tratados están en discusión, hay tantos conflictos de interés en los que la política, la ciencia, el turismo y el deporte deberían aprender de la naturaleza Antártica: la aceptación mutua. En particular para este año restringieron varias cosas:

El Príncipe y Juan José

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1. Sólo permitieron un barco –antes viajaban dos– y solo 100 personas podían desembarcar al mismo tiempo. Por lo anterior, en algunas actividades nos teníamos que turnar, es decir, en la medida que algunos atletas regresaban al barco, otros podían desembarcar.

2. No se podía llevar comida de ningún tipo. 3. No se podía dar regalos como gorras o camisetas a los científicos que están allí. No se

podía entrar a los refugios o a las bases científicas. 4. Había que desinfectar todo lo que uno iba a desembarcar. 5. Había que llevar de regreso al barco todo lo que uno desembarcaba. 6. Distancia mínima de 5 metros a los animales. Para muchas especies como los pingüinos no

hay depredadores terrestres, por lo tanto son espontáneos, curiosos y naturales con los humanos. Se acercan inmediatamente a uno cuando están cerca. Es conmovedor.

7. No se puede pisar la vegetación. 8. No se puede fumar.

ANTARCTIC MARATHON: “IT IS… WHAT IT IS” Es la mejor definición que hemos escuchado: en la Antártica: “las cosas son como son”, uno no tiene posibilidades ni opciones, uno ni toma ni deja, uno solo acepta y se acomoda. En estas tierras el clima es DIOS, en estas tierras uno no decide nada, la naturaleza decide todo por uno y uno, solo puede aceptar. La aceptación es la virtud más poderosa que nos enseña este maratón.

ACEPTACION La aceptación es una parte tan importante de la felicidad, la satisfacción, la salud y el crecimiento que hay gente que la llama "la primera ley del espíritu”. El mundo sigue adelante, la gente hace lo que hace, las cosas hacen lo que hacen y, la mayor parte del tiempo nuestra única opción es: "¿Lo acepto, o no?". Si lo aceptamos, fluimos con todo. Le permitimos a la vida que haga lo que ya está haciendo. Si rehusamos aceptarlo, generalmente sentimos presión, dolor, frustración, ansiedad y enfermedad. Tenemos conflicto con lo que es. El conflicto, en su mayor parte, sucede dentro nuestro, donde hace más daño. Aceptar no es lo mismo que estar feliz con algo, o aun tolerar. Es simplemente ver algo como es y decir: "Así es". Es ver lo que está pasando y decir: "Eso es lo que está pasando”. Tal vez uno no quiere controlar el movimiento del planeta; quiere nada más controlar el mundo a su alrededor. Buena suerte. La verdad es que, a veces, no podemos controlarnos a nosotros mismos –esa parte del universo sobre la que tenemos una autoridad más directa. Si no podemos controlar nuestros propios pensamientos, sentimientos y reacciones físicas, ¿cómo es que tenemos la esperanza de controlar a los demás? La naturaleza continúa siendo la naturaleza en su propia forma natural. Tenemos muy poco control sobre ella. ¿Sobre qué tenemos control? Sobre nosotros mismos. El espacio contenido dentro de la piel de nuestro cuerpo. Podemos trabajar para mejorar ese ambiente, inculcarle amor, hacerlo más especifico y maravilloso. Ya eso es un proyecto para toda la vida, y uno realmente valioso. El resto –el ambiente externo– hace lo que hace. No hay mucho más que hacer que decir: Está haciendo lo que está haciendo. Si queremos aceptar algo, el mejor punto de partida es la aceptación. Comenzamos con aceptación, y la usamos de punto de partida. Esto incluye la aceptación de nosotros mismos. Somos, por favor recuerde, una parte de la naturaleza. Podemos ser tan contrarios como una tormenta en un picnic. La parte "natural" en nosotros tiene su

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propio ritmo, tiempo y plan. Mientras trabajamos para controlarla, necesitamos aprender a aceptarla. Con la aceptación, uno no puede poner algunas cosas a un lado y decir: "Estas las aceptaré, pero estas no". La aceptación es incondicional. Le puede gustar una cosa más que otra– eso es una preferencia, y está bien– pero aceptar es no exceptuar nada. Tomado y adaptado de: "Un pensamiento positivo: el lujo que puedes darte" John-Roger.

De otra pare la soledad es conmovedora. La pequeñez de la naturaleza humana es sublime, el tiempo que vivimos en la tierra es demasiado corto y la labor por realizar es demasiado grande. Cuando uno se siente solo o está solo, es otra cosa. Viene a nuestra mente un editorial reciente de la revista Arcadia. Aquí un extracto del mismo:

LAS SOLEDADES En inglés existen dos palabras para denominar el hecho de estar solo: “Solitude” es una y “loneliness” es la otra. Ambas, en español, se traducen como “soledad”. Y ese curioso vacío en el vocabulario del idioma español es una lástima, porque los términos en inglés aluden a estados y experiencias muy distintos. El primero, “solitude”, tiene poco que ver el simple hecho de sentirse solo, carente de compañía. Alude a una experiencia más trascendente, que incluso puede ser colectiva. Un pueblo entero, por ejemplo, puede estar aquejado de esta soledad: sea el pueblo kurdo o el de San José del Guaviare. Es esa soledad la que se siente ante el hecho de reconocerse mortal, pasajero, un cuerpo más que tarde o temprano morirá. “Solitude” alude a una experiencia profunda del hombre que se cuestiona su lugar en la inconmensurable magnitud del tiempo humano. Y esa “solitude” carece por completo de la sensación de minusvalía y orfandad que encierra la palabra “loneliness”. Esta última palabra se refiere al estado triste de quien quiere compañía y no la tiene. Casi podríamos decir que una “solitude” es una “Soledad” con mayúscula, y la otra, “loneliness”, una soledad más prosaica, más física y más circunstancial, se escribiría con minúscula. La una se reconoce y se elige, y la otra se sufre y se sobrelleva. Y no tienen nada que ver la una con la otra. Por eso es una lástima que en español a ambas se las llame soledad. Toda experiencia de contacto con una manifestación artística requiere, necesariamente, una dosis de “Soledad”, de “solitude”. De un pequeño y reposado silencio en el espíritu. Leer una novela como Desgracia, de Coetzee, o La carretera, de Cormac McCarthy (dos obras cumbres de la literatura estos últimos años); o entrar a una obra de José Alejandro Restrepo, o a la capilla de Rothko; ver la instalación de video del río Cauca de Clemencia Echeverri; sentarse a escuchar una sonata de Mozart o una canción de cuna cantada por Bola de Nieve…, son experiencias imposibles sin el previo abrazo de esa “Soledad” fundamental. La gran ironía está en que la mayor enemiga de esa experiencia es precisamente esa otra soledad minúscula y monótona de quien desea desesperadamente compañía.

Temprano en la mañana fue servido el desayuno, todos estábamos ansiosos de saber qué nos esperaba. En particular también sería nuestro primer desembarco en los Zodiacs, esas pequeñas lanchas de goma que utilizan los marinos en el ejército y uno ve en las películas. Todo, absolutamente todo era nuevo y atemorizante. Las expectativas estaban al máximo, siempre nos habían dicho que el clima era impredecible, que los cambios de temperatura, viento y

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lluvia eran inesperados. Esta era una razón más de angustia y misterio. Para el desembarco debíamos tener una ropa a prueba de agua, botas de caucho, chaquetas, gafas y, además, maletines o morrales con la ropa para correr la maratón, también, algo para cambiarnos después de terminar y agua para tomar durante la carrera –los corredores tienen claro que en la mayoría de competencias la organización provee bebidas y snacks, pero en este caso, por las limitaciones logísticas, el asunto depende de cada participante–. Sí, en “la maratón más fría del mundo” cada uno es responsable de llevar sus propias cosas, de cuidarlas y recogerlas al final, pues de acuerdo a los protocolos internacionales no podíamos dejar nada allí luego de la carrera. En solo 10 minutos en el Zodiac, llegamos a la playa. Caminamos un poco y allí, en la mitad de la nada, había un plástico en el piso, una pancarta que decía “Maratón de la Antártica” y un grupo de personas tiritando y cambiándonos de ropa. Estábamos cerca de las bases científicas pero teníamos prohibido aproximarnos a ellas. Algunas historias de la maratón de la Antártica Esta maratón es diferente cada año. Las condiciones climáticas siempre cambian y por eso el recorrido debe ser definido el día anterior. Tanto el invierno como el verano hacen que los caminos, rutas y demás, no puedan ser predefinidos. He aquí el mapa de nuestra travesía y la bitácora del viaje:

Recientemente, los conflictos de interés, políticos y científicos, junto con las entidades que promocionan turismo, han hecho de esta maratón un asunto de ligas mayores. Para la primera maratón, el director Thom Gilligan, fue entrevistado por una revista de corredores y afirmó que su empresa organizaba maratones en todos los

contenientes excepto la Antártica. Días después de haber sido publicado el artículo, recibió la llamada del dueño de una empresa de turismo de expediciones, Quark Expeditions, quien le dijo que organizara una en la Antártica, que

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ellos se encargaban de la logística. Dicho y hecho, Thom decidió visitar la zona. Debido a que viajó a la Antártica a través de Argentina, pidió apoyo del gobierno de ese país, y aunque en principio le dijeron que si podía correr la maratón cerca de la base militar Argentina en la Antártica, luego se lo negaron. El asunto se complica y Thom debe recurrir a otra zona geográfica en la cual tienen bases científicas 4 naciones: Uruguay, Rusia, China y Chile. La dificultad era obvia, si negociar con uno había sido frustrante, negociar con cuatro sería más difícil aún, pero finalmente lo logró. Cada año Thom debe renovar los permisos y para esta última maratón (#11) las tres primeras naciones dieron el permiso a tiempo, excepto Chile, que lo otorgó dos semanas después de la fecha límite, lo cual obligó a cambiar el recorrido e itinerario de la maratón. Todos pensaban que Thom estaba loco, excepto los corredores que seguían enviando inscripciones sin ni siquiera haber establecido el precio o condiciones. La conclusión es obvia, no solo Thom está loco, lo estamos todos los que decidimos participar en esta aventura. La primera maratón se pudo realizar con 30 corredores en 1995, que llegaron a la Antártica en unas embarcaciones y condiciones más difíciles que las actuales, ya que hoy existen embarcaciones mejor preparadas para ello. Si bien los barcos no son como los que vemos en el Caribe, son barcos acondicionados para este tipo de viajes. En la segunda carrera hubo un incidente muy particular, temprano en la mañana desembarcó el primer grupo, luego de lo cual se desató una marejada que impidió que el segundo grupo desembarcara. El asunto era grave ya que aunque esperaron dos horas, los de la playa exigían que la carrera fuera realizada y los del barco obviamente querían que los esperaran. Una decisión muy difícil de tomar, pero Thom finalmente da la voz de salida y la carrera empieza. Imaginen ustedes la frustración de los del barco, mientras los otros corrían, ellos apenas empezaban a desembarcar. En el primer grupo había dos corredores con altas probabilidades de ganar la carrera, uno de ellos Michael Collins, periodista inglés, quien finalmente terminó de primero en su grupo; no obstante, cuando el segundo grupo desembarcó, también se dio la salida y todos pudieron correr. Pero ahí no termina la historia, pues en el segundo grupo el ganador hizo mejor tiempo que el de Collins. ¡Qué enredo!, el periodista se consideraba el ganador y exigía ser reconocido como tal, además su grupo pedía que la segunda carrera fuera considerada como una carrera diferente. Nuevamente Thom tuvo que decidir y su decisión afectaría mucho los acontecimientos para las siguientes carreras. La decisión fue que las dos carreras eran una sola y por lo tanto había un solo ganador. Ese ganador era el del segundo grupo y se imaginan ustedes la camaradería y felicidad de este grupo que originalmente pensó que no iba a poder ni siquiera desembarcar, bueno pues Collins, un mal “perdedor”, escribió un artículo para la revista GQ, en el cual dijo toda una serie de mentiras como que en la base rusa les “apuntaban” con AK 47. La intención era clara y era desacreditar la maratón para siempre. El asunto fue tan grave que la guía Lonely Planet escribió en sus recomendaciones no inscribirse en esta carrera con Thom y Marathontours. Afortunadamente las inscripciones seguían llegando y Thom nunca quiso hacer un debate público, sino continuar con su espíritu original. “Que nos conozcan por los resultados y no por las palabras”, dijo. En la cuarta aventura, el tiempo fue el enemigo, luego de varios días y varios intentos las condiciones climáticas como el oleaje impedían desembarcar. Thom tenía que tomar una decisión y era la de regresar sin correr la maratón. Tenían la opción de hacerla en Ushuaia, pero no sería lo mismo. El ingenio y la disposición de los corredores fueron sorprendentes, midieron un recorrido dentro del barco y decidieron correr la maratón dentro del mismo, en alta mar, en el océano

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Antártico. Hicieron 344 vueltas por los pasillos del barco para completar la maratón y salir victoriosos de esta aventura. Cada maratón trae su afán, han tenido problemas técnicos con el RADAR, tormentas inesperadas con vientos de 80 nudos, la quiebra económica de la compañía dueña de los barcos durante la travesía, que los dejó en un “limbo” tremendo. Pero nada de esto, ni el clima, ni la codicia humana de aquellos dos, han impedido seguir adelante. Lo que si se está volviendo un problema es el creciente interés por esta región geográfica de diferentes naciones y organizaciones y con muchos conflictos de interés entre los asuntos políticos, científicos y el turismo organizado. LA CARRERA Una vez listos, es decir, luego de ponernos la ropa para correr, esperábamos los minutos finales. Las instrucciones de la noche anterior eran que debíamos seguir el curso de un camino señalado por unas banderitas rojas. Era un recorrido de 3.3 millas que realizaríamos ocho veces. Era ir y venir para completar un recorrido y volver a salir.

Nuestro equipo para correr consistía de:

Medias de trote largas.

Medias a prueba de agua (material parecido al neopreno).

Pantalón largo estilo ciclista para el frío.

Pantalón largo cortavientos y a prueba de agua por fuera.

Camiseta de manga larga de tela de secado rápido que permita transpirar.

Chaqueta cortavientos a prueba de agua por fuera.

Guantes apropiados a prueba de agua y frio.

Pasamontañas para la cabeza.

Cachucha con orejeras.

Dos pares de zapatos para correr del tipo “todo terreno” a prueba de agua.

Morral para cargar el agua y algo de comida líquida especial para estas ocasiones.

Cuatro botellas de agua que dejamos en la salida para tomar en cada vuelta.

Gafas para el sol, el viento y la lluvia. Además de lo anterior estaba el clima, el viento era fuerte, nos llovió durante mucho tiempo, y aunque nunca fue el gran aguacero, era una lluvia menuda y constante que golpea la cara y que

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sentíamos como punzadas de agujas. Una vez logramos arrancar y calentarnos un poco por el movimiento, el frío fue tolerable la primera mitad del recorrido, pero en la segunda nos dolían los pies, las manos y la nariz. Los ojos arden porque se secan por el viento. La respiración nos faltaba por momentos y debíamos hacer pausas para recuperarnos. Esta experiencia es por mucho la más difícil y la que más lejos nos ha llevado. Tal vez por eso la llaman “Antarctic Marathon… The Last Marathon”. En nuestros corazones tenemos muy claro que no se trata de la última, el deseo y las fuerzas persisten, así que esperamos estar listos para muchas más aventuras, pero tal vez, esta sí sea la más remota y difícil. Salimos con todos los atletas, pero era claro que había unos empeñados en ganar y tenían las condiciones para hacerlo. Nosotros habíamos entrenado para correr a 8 minutos por kilómetro, dos minutos más que lo acostumbrado, ya que por el terreno y el frío era lo recomendado. Es decir, esperábamos estar alrededor de las 6 horas. El recorrido puede ser descrito de la siguiente manera:

50% Cascajo

De ese que resbala y hace muy inestable

correr o caminar.

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30% Pantano

Tan fuerte como para

succionar los zapatos.

15% Nieve y hielo De esa que resbala y es más lisa que

pescado.

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5% agua Es decir

charcos fríos difíciles de

evadir y en los cuales muchas

veces terminaron

nuestros pies.

Todos hemos oído la expresión: “me hierve la sangre”, para expresar euforia o enojo según sea el caso, pues a nosotros, por el contrario, se nos “congeló…”. No sabemos si químicamente es posible, pero el frío que sentimos, el dolor en los pies y en los muslos era tan grande que los últimos doce kilómetros parecía que teníamos los pies de plomo. Aún así, la voluntad y el coraje triunfaron sobre nuestras limitaciones y el natural deseo de desistir. Esta maratón es tan dura como la “traición” y esto para poner un referente humano y que nos puedan entender. Dicen que la “traición” es la forma como Dios nos habla para “movernos” en nuestras vidas a un nivel superior y esta maratón, si seguimos con la analogía, de verdad nos ha conmovido y nos ha “movido” hacia un lugar que no conocemos, pero que ya presentimos que está allí a la vuelta de la esquina. Todos los corredores íbamos y veníamos, nos cruzamos varias veces, siempre encontrábamos una palabra de aliento, un grito, un gesto que dábamos y nos daban. Allí no importa quién va primero o quien va ultimo. Teníamos la autorización de terminar en la media maratón y retirarnos si queríamos, además estábamos advertidos que dependiendo del clima la carrera se podía suspender en cualquier momento. Si bien los recorridos que repiten un circuito no son los más amenos para un corredor de largas distancias, en este caso agradecimos el que hayan tenido que cambiar el curso de la competencia, que anteriormente se hacía en sólo dos vueltas de 21 kilómetros cada una. La razón es clara, en un ambiente tan ajeno y hostil, más para nosotros provenientes del trópico, la situación se vuelve más controlable, en especial desde una perspectiva mental, aunque, claro, también física: dejar la botella con agua en un sitio y parar para beberla, en lugar de cargarla, por ejemplo. Al terminar la sexta vuelta, no preguntamos: ¿seremos capaces de ir y volver?, el clima había cambiado drásticamente, la temperatura estaba por los -15 grados centígrados y el viento era muy fuerte, por lo que la sensación térmica era menor. Los zapatos estaban mojados y los pies muy fríos, pero no valía la pena cambiarse por el par de zapatos que teníamos guardado, ya que a los 100 metros estaba el lodazal más grande y los nuevos iban a estar tan mojados como los primeros en sólo cinco minutos. De los 99 corredores de maratón, algo así como una veintena se retiraron tras la media, es decir después de las cuatro primeras vueltas, otros se vieron forzados a salirse al terminar la sexta vuelta, pues si los organizadores veían que no lograrían hacerlo antes de las siete

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horas, el compromiso era retirarse y quedarse como finalizador de la media maratón. Esto es algo que pudo pasarnos a cualquiera de nosotros, por fortuna correr juntos, acompañarnos, apoyarnos, y un entrenamiento mental, aún más fuerte que el físico, nos permitieron completar la carrera. Lo cierto es que en la mayoría de las maratones se recorre una ruta plana, en otras hay subidas y bajadas, incluso hay otras como la de Jungfrau (www.jungfrau-marathon.ch ) en Suiza que son más de la mitad subiendo, pero esta, la de la Antártica, es con subidas y con bajadas; el viento lo mueve a uno para adelante, para atrás y para los dos lados. Son todas las fuerzas juntas trabajando en contra (o a favor) de uno. De cualquier manera sentíamos una inmensa alegría, cuando la lluvia, el viento y el cansancio lo permitían, volvíamos a mirar ese horizonte maravilloso, ese remoto lugar de la Tierra al que habíamos llegado como dos afortunados seres humanos, entonces las fuerzas volvían y, un pasito a la vez, seguíamos avanzando. Llegar a la meta no fue nada fácil, al final, además de nuestra mutua compañía, están los demás atletas que llevan un paso similar y a quienes veíamos a veces un poco adelante, a veces un poco atrás, pero siempre ahí con esa misma voluntad que nos mantenía a nosotros en el camino. Correr maratones es una experiencia con múltiples posibilidades y regalos maravillosos, nos permite viajar y conocer personas a quienes estamos unidas por una misma pasión; nos permite disfrutar con lo simple y nos enseña a ser pacientes, a perseverar. ¿Cómo o por qué se termina una maratón con tal grado de dificultad? Se termina con la mente y con el corazón, por la satisfacción de saber que como seres humanos podemos ponernos metas y alcanzarlas; un recorrido de estas características es una gran prueba, otra prueba más que nos deja llenos de expectativas y con ganas de seguir poniéndole el pecho a la vida. Allí, en el remoto y frío sur, en un lugar inhóspito que en el verano nos recibió con -20 grados centígrados, el reto fue en un entorno de esos que ya no veremos más, unas tierras tan vírgenes como las que sólo conocieron nuestros antepasados más remotos; un silencio tan grande que a veces aturde y un misterio tan infinito como la vida misma. En estas circunstancias cualquier reto se hace más grande y visible, y cualquier triunfo, como lo fue para nosotros atravesar esa meta, más significativo.

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Como siempre, en todas nuestras carreras, en el último momento…, sacamos nuestra banderita de Colombia ya que la llevamos con nosotros a todas partes y nos sentimos “embajadores” de las cosas buenas de nuestro país. En particular en esta maratón fuimos los primeros dos colombianos en correrla y por eso, el director de la carrera Thom Gilligan, nos dedicó el marcador de la milla con el número 22, que de paso sea dicho es nuestro número de la suerte.

Correr 42 Km y 195 metros es agobiante, hacerlo en una maratón de ciudad por un territorio plano y con condiciones climáticas y atmosféricas normales, es lo suficientemente duro como para requerir un par de años de entrenamiento. Pero correr una maratón en la Antártica con esas temperaturas y condiciones del terreno es más difícil aún. Entre 4 y 7 horas nos tomó a los corredores terminar la maratón, pero lo cierto es que para poderlos correr, debimos viajar tres días en barco (sin contar los días de regreso), dos de los cuales atravesando el pasaje de Drake, el cual intimida y desconcierta. Aún más, para poder llegar allí hay que inscribirse por lo menos con dos años de anticipación, esperar pacientemente la invitación y sobrevivir a los cientos de interrogantes que le surgen a uno durante este período. La maratón de la Antártica tiene los 42 kilómetros y 195 metros reglamentarios y hay que estar entrenado y determinado a hacerlo, pero el verdadero recorrido dura dos años desde el momento de la inscripción y la aprobación, sumado a los días y retos del viaje para llegar allá en esas condiciones impredecibles por el océano. Por eso “Antarctic Marathon The Last Marathon” también debería llamarse “Antarctic Marathon The Longest Marathon”.