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Evangélicos y política en la dictadura militar

Materiales para el primer taller de autoeducación

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1. Introducción al acto en el salón plenario del edificio Diego Portales1

La Iglesia Evangélica Chilena está de pláceme, porque por primera vez en la historia

de sus cien años de existencia, un Jefe de Estado recibe en pleno a sus directivos, pastores y

líderes, valorando de esta manera la fuerza espiritual viva constituida por el 15% de la

población chilena.

La labor de la iglesia evangélica ha sido generalmente ignorada y subestimada por

mezquinos intereses. Pero ella, que sólo sirve a Jesucristo y no a los hombres, despreciando

la prebenda y las vanidades de este mundo, caminó con paso seguro y constante por los

senderos de la patria predicando el evangelio de la redención en Cristo Jesús.

La voz de los evangélicos sólo ha sido oída en las calles, púlpitos y hogares con el

mensaje espiritual de las Sagradas Escrituras. Hoy, hacemos un alto en el camino para dar

testimonio de nuestra gratitud a Dios por habernos librado del marxismo a través del

pronunciamiento de las Fuerzas Armadas, a las cuales reconocemos como el muro de

contención levantado por Dios contra la impiedad atea. Pero estamos convencidos que el

marxismo sólo puede ser derrotado totalmente por el evangelio de Jesucristo, ya que sólo él

cambia el corazón. Por este hecho estamos acá, para apoyar nuestro gobierno en la lucha

valiente y decidida contra el marxismo y ofrecer nuestro concurso espiritual emanado de la

persona de nuestro Señor Jesucristo a través de una experiencia viva que puede cambiar

totalmente nuestro país.

Sí, nuestro habitual ha sido roto, porque hoy la patria necesita a sus hijos en

posición firme y definida en sus postulados de libertad y soberanía contra los enemigos de

nuestro país.

La Iglesia Evangélica se hace presente y estrecha filas en torno a sus gobernantes

demostrando con ello la unidad que en la diversidad de instituciones maravillosamente

mantenemos. Porque la unidad evangélica no es producto de una fría estructura, sino del

calor de la fe en nuestro Señor Jesucristo, quien a través del Espíritu Santo sincroniza a

cada creyente en la onda de la verdad, la paz y el amor. Y él, nuestro Señor, sabrá librar a

nuestra patria del odio marxista, de los hipócritas de nuestra sociedad y de la calumnia

internacional.

Declaración de la Iglesia Evangélica Chilena

El pueblo evangélico no puede guardar silencio ante la orquestada acción del

marxismo internacional contra nuestra Patria. La conciencia y la sensibilidad moral de la

Iglesia Evangélica Chilena han sido golpeadas por la infamia cometida en el seno de las

Naciones Unidas, al calumniar vilmente a nuestro Gobierno, como carente de los más

mínimos principios de derechos humanos, presentándose testimonios que no fueron ni

siquiera probados. 1 PUENTES, Pedro. Posición evangélica. Santiago, Editora Nacional Gabriela Mistral, 1974, p. 26-31.

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La condena contra Chile hecha por las Naciones Unidas, mediante una mayoría

política ocasional manejada por los países marxistas, pretende bloquearnos ante el resto del

mundo, arma que el marxismo ateo está utilizando para desconocer la legitimidad de

nuestro Gobierno, que nació como una necesidad imperiosa de salvar la Patria de una

virtual autodestrucción.

Un Gobierno no puede ser juzgado por testimonios aislados, sino por su realidad

total.

Estamos ciertos que, si testimonios negativos fueran buscados dentro de los

acontecimientos que se produjeron con motivo del pronunciamiento militar, sin duda se

encontrarían hechos lamentables de abusos de poder e injusticias, que en un estado de

guerra, por lo demás, es difícil evitar por la autoridad máxima. Pero no se puede construir

todo un argumento contra el Gobierno sin demostrar mala intención, basado en hechos

aislados y que no han sido patrocinados por la autoridad máxima, sino que han escapado al

control de ella.

Consideramos entonces que no es justo decir que por ello en Chile no se respeten

los derechos humanos, porque a más de un año del actual régimen ha quedado demostrado

que, estando basado en un humanismo cristiano y por ende antimarxista, su línea de

conducta no ha variado.

La Iglesia Evangélica Chilena siente un deber de expresar a sus compatriotas y al

mundo que:

1.- Chile cayó en forma audaz en las garras del marxismo internacional, cuyos

líderes nacionales supieron con falsas promesas engañar a muchos chilenos, a pesar de no

representar a la mayoría, que deseaba cambios justos para una mayor felicidad. Sin

embargo, una vez en el poder, produjeron el caos y el quiebre de la institucionalidad,

conduciendo a la Patria a una muerte gradual envenenada por el odio y la destrucción de

nuestros valores espirituales más preciados.

2.- El pronunciamiento de las Fuerzas Armadas, en el proceso histórico de nuestro

país, fue la respuesta de Dios a la oración de todos los creyentes que ven en el marxismo la

fuerza satánica de las tinieblas en su máxima expresión.

3.- Todo gobierno es legítimo en la medida que responde a la voluntad de la

mayoría y satisface las necesidades de la Patria; el nuestro lo es porque satisfizo la

necesidad de ser liberada de un sistema marxista, esclavizante y foráneo. Este sistema que,

si bien es cierto, nació con base constitucional, se tornó ilegítimo al pisotear las

instituciones que lo sustentaban, aun en contra de la voluntad de los chilenos en su mayoría.

4.- Los Derechos Humanos están garantizados en Chile por la “Declaración de

Principios de la Junta de Gobierno” y ha quedado demostrado a través de más de un año

por el libre ejercicio del Poder Judicial, la Contraloría y las instituciones públicas y

privadas.

5.- Las Sagradas Escrituras, única regla de fe y práctica, nos dicen: “Sométase toda

persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las

que hay, por Dios han sido establecidas” (Rom. 13.1). Nosotros los evangélicos siempre

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nos hemos sometido a todas las autoridades que han regido a nuestra Patria, y reconocemos

entonces como autoridad máxima en este país al Gobierno de la Junta Militar, el cual, al

librarnos del marxismo, vino a dar respuesta a nuestras oraciones.

Este es el sentir de los fieles de nuestras iglesias, quienes se esfuerzan hoy más que

nunca, en un testimonio de pureza evangélica que, por tener en el Señor Jesucristo el

germen de la vida, puede cambiar la naturaleza humana aún de aquellos que han sido

envenenados por el odio marxista.

Por lo tanto, rechazamos de la forma más tajante la ignominiosa declaración que el

organismo máximo del mundo ha emitido contra nuestra Patria, que por la gracia de Dios,

ha vuelto a ser libre y soberana.

Elevamos nuestras oraciones al Altísimo para que Él guíe a nuestros gobernantes,

quienes en muchas oportunidades han implorado su ayuda, comprometiéndose a hacer de

Chile una gran nación, a lo cual unimos nuestras fuerzas espirituales emanadas de la

persona de nuestro Señor Jesucristo, que en cada evangélico es una realidad viviente2.

2 Los pastores firmantes de la Declaración fueron Rev. Luis Puentes Rebolledo (Alianza Cristiana y

Misionera); Rev. Mamerto Mancilla Tapia (Iglesia Metodista Pentecostal de Chile); Juan Vásquez del Valle

(Iglesia Metodista de Chile); Rev. Óscar Sandoval Toledo (Corporación Asambleas de Dios); Alfredo Pfeiffer

Muller (Sociedad Evangélica de Chile de habla alemana); Guillermo Godoy Peralta (Iglesia Presbiteriana

Nacional); Rev. Harry Flinner (Iglesia del Nazareno); Rev. Pedro Puentes Oliva (Iglesia Presbiteriana

Independiente); Rev. José Apablaza Vega (Corporación Iglesia del Señor); Rev. Germán Varas Torres (Unión

de Iglesias Apostólicas Pentecostales); Rev. Pascual Tabilo (Corporación Iglesia Evangélica de Vitacura);

Rev. José Gómez Tapia (Iglesia Evangélica Pentecostal); Rev. Raimundo Hernández (Corporación Cristiana

Pentecostal de Chile); Rev. Narciso Benavides (Iglesia Evangélica de los Hermanos); Rev. Rodemil Sánchez

(Iglesia Unión Pentecostal “El Triunfo”); Luis Mussiett Canales (Convención Evangélica Bautista); Rev.

Guillermo Strong (Unión de Centros Bíblicos); Rev. Samuel Gustafsson (Asamblea de Dios Autónoma); Rev.

Manuel González (Iglesia Evangélica Pentecostal); Rev. Ricardo Ramírez (Iglesia de Dios de Chile); Rev.

Héctor Gutiérrez (Iglesia Internacional del Evangelio Cuadrangular); Rev. Francisco Anabalón (Misión

Iglesia Pentecostal Apostólica); Rev. Javier Vásquez (Iglesia Metodista Pentecostal); Rev. Juan Vásquez

Burgos (Iglesia de Dios Pentecostal); Rev. Enrique Chávez Campos (Iglesia Pentecostal de Chile); Rev. Jacob

Rivas (Iglesia del Señor); Armando Mendoza (Ejército Evangélico de Chile); Rev. Ricardo Escobar

(Convención de Iglesias bautistas de la Misión Chilena); Rev. Pedro Peralta (Misión Pentecostal Naciente);

Rev. Luis Acevedo (Misión Pentecostal de la Trinidad); Rev. Carlos San Martín (Corporación Iglesia Unida

Metodista Pentecostal) y Rev. Nadir Carreño (Iglesia Presbiteriana Nacional Fundamentalista).

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2. Carta abierta al general Pinochet3

Confraternidad Cristiana de Iglesias, 29 de agosto de 1986

Señor

Capitán General don Augusto Pinochet Ugarte

Presidente de la República de Chile

Presente

Señor Presidente:

Luego de un período de profunda reflexión y oración, los abajo firmantes hemos resuelto

dirigirnos a usted a través de la presente <carta abierta>, con el objeto de hacerle saber

nuestro sentir acerca de la grave situación de nuestro país.

Le escribimos en nuestra calidad de pastores, impulsados por nuestra responsabilidad de

velar por la vida de todos los hijos de Dios y apremiados por los miembros de nuestras

iglesias que, agobiados por las grandes dificultades que enfrentan, reclaman la voz de sus

pastores.

La autoridad de nuestra palabra proviene del llamado de Dios que a través de la Biblia nos

urge a ser <atalayas> (Ezequiel 33.1-9) que alerten al pueblo de los peligros que amenazan

su vida, y advierten a los que actúan injustamente acerca de las consecuencias de su

proceder.

1. La mayoría de nuestras iglesias locales se encuentran ubicadas en los sectores más

humildes de la ciudad y del campo. Por tal razón, en nuestra labor pastoral constatamos a

diario el grave deterioro de las condiciones de vida de la población. Las palabras hambre,

cesantía, desnutrición, enfermedad, hacinamiento, deserción escolar, etc., son las que más

verazmente describen la dramática situación de gran parte de la población chilena. Y de la

desesperación y frustración que genera esta situación, surge un conjunto de enfermedades

sociales que están destruyendo la convivencia familiar y comunitaria: la drogadicción en

jóvenes y niños, la prostitución juvenil e incluso infantil, el incremento alarmante de la

delincuencia y, lo que es aún más trágico, un notable incremento de suicidios de causalidad

social.

No necesitamos ser economistas ni manejar estadísticas para darnos cuenta del abismo que

existe entre este triste país real, y lo que proyectan generalmente las cifras oficiales o la

publicidad televisiva. Realmente nos resulta imposible conciliar el país que vemos con

nuestros ojos, y el país que proyecta la publicidad estatal.

3 En nuestro país, sólo un medio publicó de manera íntegra la Carta abierta a Pinochet. Hablamos de la revista

Mensaje, vol. XXXV, n° 353, octubre de 1986, p. 428-431. Los otros dos órganos que cubrieron la noticia y

transcribieron algunos párrafos de la citada carta fueron Solidaridad, núm. 231, septiembre de 1986, p. 8 y

Análisis, año IX, n° 156, 2 al 8 de septiembre de 1986, p. 17-19.

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A la luz de nuestra fe cristiana, esta situación es un escándalo, y se contrapone radicalmente

a la voluntad de Dios, quien por puro amor puso la creación, que sólo a Él pertenece

(Salmo 24), al servicio de todos los seres humanos, sin discriminación de ninguna especie.

En nombre de este Dios proclamamos que ningún Estado, y menos aún si pretende

inspirarse en los principios cristianos de justicia, puede supeditar la satisfacción de

derechos tan vitales, como la salud, la educación, la vivienda, al puro <libre juego> de las

leyes del mercado.

2. Como es natural, la situación antes descrita ha ido generando un creciente descontento

popular. Es propio del ser humano reaccionar cuando sus necesidades básicas están

insatisfechas. Sin embargo, constatamos en la actual situación del país una inexistencia

total de canales normales, permitidos y respetados, para expresar ese descontento y

demandar soluciones. La gente no tiene a quién recurrir, dónde reclamar, dónde participar

constructivamente para resolver sus problemas. La experiencia más universal de los pobres

es que han golpeado muchas puertas, pero todas permanecieron cerradas. Y entonces

recurren a las iglesias, que, apremiadas por la situación, se han visto obligadas a desplegar

múltiples esfuerzos para paliar la situación de miseria. Pero esos esfuerzos –que no son

función primordial de las iglesias, sino del Estado- no dan abasto.

Así, a la experiencia de la pobreza se suma la experiencia del desamparo, de la soledad, de

la falta total de oportunidades de participar activamente en la solución de los propios

problemas. Todo esfuerzo se torna inútil.

Esta realidad también se contrapone a la voluntad de Dios. Dios invitó a todos los seres

humanos a colaborar con Él en la tarea de mantener y recrear la vida en este mundo

(Génesis 1.27-28, Salmo 8). Cuando se proscribe la participación responsable de todos los

ciudadanos en la construcción de una sociedad justa, se proscribe lo más distintivo de la

realidad humana: ser <imagen y semejanza> del Dios creador de la vida.

3. Es debido a la inexistencia de canales normales de participación social y política que los

sectores más afectados por la situación del país han ideado, a través de sus organizaciones y

dirigentes, formas alternativas para expresar el descontento, como lo son las llamadas

<jornadas de protesta>, los llamado a <paro> de actividades y otras múltiples formas de

manifestaciones sectoriales, concebidas como medios pacíficos y cívicos de protesta.

Aunque las leyes vigentes proscriban estas manifestaciones, como cristianos las

reconocemos como éticamente legítimas y justas, por cuanto no existen otros canales para

una real y efectiva expresión de demandas de la población.

Estamos absolutamente conscientes y a la vez consternados porque en todas estas

manifestaciones se han producido hechos graves de violencia, con un alto costo en vidas

humanas y en destrucción de bienes de la comunidad o privados. Sin embargo, creemos que

la explicación de estos acontecimientos debe buscarse en el hecho mismo de que no existen

otros canales más normales de participación, en la gran agresividad acumulada en algunos

sectores por la precariedad de sus condiciones de vida, y en el modo en que estas

manifestaciones son reprimidas. No creemos que la responsabilidad de estos hechos pueda

atribuirse a los convocantes de tales manifestaciones. Los dirigentes, sean laborales,

profesionales, estudiantiles o políticos, que han asumido la convocatoria de estas

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manifestaciones, lo han hecho por mandato de sus propias bases, y en la legítima búsqueda

de formas pacíficas de canalizar el clamor popular por un cambio en el país.

Declaramos, pues, que los frecuentes procesos en contra de estos dirigentes son injustos.

Ellos son personas que, arriesgando su propia seguridad, se ponen al servicio de sus

organizaciones y de la comunidad nacional. No es justa una ley que considere a tales

ciudadanos como delincuentes.

¡Ay de los que dictan leyes injustas

y prescriben tiranía,

para apartar del juicio a los pobres,

y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo;

para despojar a las viudas,

y robar a los huérfanos!

¿Y qué haréis en el día del castigo

(Isaías 10.1-3).

4. Con tristeza hemos constatado en repetidas oportunidades que vuestro gobierno en vez

de procurar escuchar y reconocer las razones del descontento popular, ha concentrado todo

su esfuerzo en la incomprensible tarea de inhibir, reprimir, desvirtuar y desconocer toda

forma de manifestación popular. Para ello se ha recurrido a los mecanismos jurídicos que el

propio gobierno ha creado y sobre todo al recurso de la fuerza, destinando numeroso

contingente armado para la represión directa e indiscriminada de las manifestaciones

públicas. Nos preocupa el que miembros de las Fuerzas Armadas, hijos del pueblo chileno,

hayan sido llamados a reprimir a sus propios hermanos. Nos parece peligroso enfrentar a

las Fuerzas Armadas con los civiles. Nuestra propia mirada a esta situación nos permite

concluir que en aquellos sectores donde las manifestaciones de descontento no han sido

reprimidas por la fuerza, no se han producido hechos graves de violencia. La presencia

exagerada de contingente militar actúa –aun cuando no sea su propósito- como una

provocación, activando la agresividad acumulada en los sectores más sufridos.

Además de la represión directa a las manifestaciones, hemos sido testigos directos o

indirectos de múltiples formas de disuadir toda forma de participación por el recurso del

miedo. De esta manera entendemos los allanamientos masivos a poblaciones que han

significado graves vejaciones para los afectados, además de ser un atentado contra el

derecho a la privacidad, y las virtuales ocupaciones del centro de Santiago, como en otros

sectores de la ciudad. El mismo propósito parecen tener muchos hechos nunca aclarados, en

que grupos de <desconocidos> secuestran a personas, especialmente jóvenes, profiriéndoles

amenazas y torturas físicas o psicológicas, o asaltan locales de instituciones solidarias

eclesiales o civiles. Existe un clima de temor en la población que produce una permanente

inseguridad, y que sin duda está afectando psicológicamente a todos, y en especial a los

niños.

A la luz de la Escritura, estos hechos son inaceptables. La tarea de un buen gobierno es

escuchar y brindar protección a sus habitantes:

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He aquí que para hacer justicia reinará un rey

y los jefes juzgarán según derecho.

Cada uno de ellos será como el refugio

contra el viento y protección contra la tempestad,

como canales de riego en tierra seca,

como la sombra de una gran roca

en el desierto

(Isaías 32.1-2).

Cuando un gobierno recurre con frecuencia al miedo y a la represión como fundamentos de

su estabilidad, está contraviniendo esta condición básica de todo buen gobierno.

5. Desde que se iniciaron las protestas en 1983, la situación de Derechos Humanos en

nuestro país ha tenido un franco deterioro. A la persistencia de situaciones graves como el

exilio, la falta de respuesta a los casos de detenidos-desaparecidos, a la impunidad en que

han permanecido crímenes como los del joven Eduardo Jara, el dirigente Tucapel Jiménez,

la Sra. María Loreto Castillo (la <dinamitada>), se han consumado otros graves hechos que

han horrorizado a la opinión pública nacional e internacional. Allí está el caso de los tres

profesionales degollados, el presunto <suicidio> de tres familiares del artista Benedicto

Salinas, el caso los dos jóvenes quemados vivos y la muerte en extrañas circunstancias del

joven dirigente estudiantil Mario Martínez. Es sumamente grave que estos hechos

permanezcan sin ser aclarados. La percepción de ineficacia de los órganos de justicia para

resolver estos hechos produce una gran inseguridad en la población. Es muy peligroso

cuando un pueblo tiene la convicción de que no hay justicia, porque allí se alimenta la

tentación de asumir la justicia en las propias manos.

Si su gobierno realmente quiere trabajar por la tranquilidad y paz públicas, debe cooperar al

máximo por que se aclaren estos hechos y se sancione a los que resulten culpables. Según

el profundo mensaje bíblico que inspira nuestra palabra, la paz sólo puede ser fruto de la

justicia:

…y el fruto de la justicia será la paz,

la acción del derecho,

calma y tranquilidad perpetuas

(Isaías 32.17).

6. Como pastores estamos preocupados, pues percibimos que su gobierno se muestra más

preocupado por su imagen pública que por resolver los problemas reales que aquejan al

país. Con demasiada rapidez se califica a quienes hacen críticas dentro o fuera del país,

como <enemigos de la patria> o <títeres del comunismo internacional>. Las declaraciones

oficiales de diversos funcionarios de gobierno tienden a identificar todo acto de

<oposición> con <la violencia subversiva>.

Como pastores, reconocemos como amigos del pueblo de Chile a todos quienes, cualquiera

sea su nacionalidad, confesión religiosa o convicciones políticas, manifiestan preocupación

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genuina por la vida de los chilenos. Tal preocupación es expresión de la más básica

hermandad entre los seres humanos, valor muy preciado por todos los verdaderos

cristianos.

En nuestra opinión, el rostro de un país es la vida de su pueblo. Si su gobierno quiere

mejorar el rostro del país, debe escuchar el clamor de su pueblo y actuar en consecuencia.

7. Todos los hechos que hemos descrito, cuyos elementos centrales son un gran descontento

popular y una falta de voluntad política del gobierno de tomar seriamente en cuenta este

descontento, han venido configurando un verdadero y lamentable clima de guerra en el

país. A las manifestaciones de descontento se ha respondido con el recurso de la fuerza.

Esto ha ido provocando en muchas personas, especialmente jóvenes cuya vida no tiene

ningún futuro en las actuales condiciones, la convicción de que sólo se pueden cambiar las

cosas recurriendo también a la fuerza y, en consecuencia, entran en el juego de la violencia.

Hoy, la posibilidad de incremento de acciones violentas y armadas, sea para cambiar o

mantener la actual situación, no parece tan lejana. Hechos recientes como el hallazgo de

arsenales ocultos en diversas zonas de nuestro país y el condenable secuestro del coronel

Mario Haeberle, podrían ser indicios claros de esta tendencia. Y esto es muy grave. Nuestro

pueblo ama la paz y no quiere la guerra. Ya son demasiadas las heridas acumuladas como

para profundizarlas. Es tiempo de detener la espiral de violencia antes de que sea

demasiado tarde. Lo que está en juego es la existencia misma de Chile como sociedad

verdaderamente humana.

8. La espiral de violencia no se puede detener con más violencia. Como pastores, estamos

convencidos de que la única forma de detenerla es abriendo las puertas a la plena

participación ciudadana en la búsqueda de un consenso para la reconstrucción de un país de

hermanos que ha dejado de ser tal. En nombre de Dios, dador y sostenedor de la vida,

proclamamos la urgente necesidad de restablecer una sociedad participativa, pluralista y

democrática, basada en el respeto a los Derechos Humanos.

No creemos que la solución sea mágica. Pero tenemos plena convicción de que el pueblo

chileno tiene la madurez y la tradición democrática como para responder a la altura de los

actuales desafíos.

En consecuencia, hacemos un responsable, firme y urgente llamado al gobierno que usted

preside, a realizar un acto de desprendimiento y amor por el país, dando curso inmediato a

un proceso de transición democrática que el propio pueblo de Chile determine a través de

sus variadas organizaciones.

De no escuchar éste y muchos otros llamados, su gobierno, y en esa medida, las

instituciones armadas, se están haciendo responsables del creciente clima de guerra que

tendrá imprevisibles consecuencias para el país, y acreedores del juicio de Dios por la

sangre derramada.

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¡Que Dios le dé la sabiduría necesaria en este momento para acoger este llamado!4

4 Los pastores que firman esta Declaración son Obispo Enrique Chávez, Iglesia Pentecostal de Chile; Dr.

Jorge Cárdenas, Moderador Iglesia Evangélica Presbiteriana; Obispo José Flores, Iglesia Comunión de los

Hermanos; Pastor Edgardo Toro, Director nacional Iglesia Wesleyana Nacional; Obispo Sinforiano Gutiérrez,

Misiones Pentecostales Libres; Pastor Narciso Sepúlveda B., Presidente Misión “Iglesia Pentecostal”; Pastora

Juana Albornoz, Misión Apostólica Universal; Obispo Isaías Gutiérrez, Junta Directiva de la Confraternidad

Cristiana de Iglesias; P. Juan Sepúlveda, Presidente; Vicario Pedro Zavala, Secretario; Hno. Óscar Avello,

Prosecretario; P. Leonardo Gajardo, Tesorero; P. Dagoberto Ramírez, Vocal.

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3. “Bases éticas para la transición a la democracia desde la perspectiva de las iglesias

evangélicas”, Juan Sepúlveda5.

Concentraremos nuestro esfuerzo en el intento de sistematizare y explicitar los

fundamentos éticos en base a los cuales las iglesias evangélicas reunidas en la

Confraternidad Cristiana de Iglesias (C.C.I.) están enfrentando el desafío de la transición.

Hablamos de “intento de sistematización”, porque la C.C.I. no ha desarrollado en forma

sistemática una ética social que sirva de base normativa para sus pronunciamientos frente a

la crítica realidad nacional. Más bien, los criterios éticos se han ido elaborando sobre la

marcha por la urgencia de pronunciarse sobre una realidad nueva y compleja.

El movimiento evangélico chileno ha carecido de un pensamiento social más o

menos articulado, comparable a la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Algunos factores

de este vacío son:

- tendencia a ver los problemas sociales bajo la luz de una ética personal: “el problema está

en el corazón del hombre. Cambiando el corazón del hombre, cambiará la sociedad”. Así, la

visión de una sociedad mejor se funde con la utopía del “Chile para Cristo”.

- por su condición de minoría, discriminada jurídicamente frente a la Iglesia Católica, las

relaciones entre iglesias evangélicas y sociedad (Estado) estuvieron demasiado centradas en

el problema del pluralismo religioso.

- rasgos pesimistas de la teología evangélica, especialmente en el mundo pentecostal.

En su esfuerzo por responder a los nuevos desafíos éticos planteados por la realidad chilena

bajo la dominación militar, las iglesias evangélicas han retomado y reelaborado –aunque no

explícitamente- elementos presentes en la historia y tradición del protestantismo en sus

diversas vertientes, pero por sobretodo, han buscado en la Biblia los fundamentos para su

acción.

Señalaremos brevemente algunas fuentes del pensar ético de la Confraternidad Cristiana de

Iglesias:

a) De la tradición luterana y en particular de la “teología de los dos reinos” de Lutero, las

iglesias evangélicas recogen su reconocimiento de la autonomía (relativa) del “Régimen

temporal” respecto del “Régimen Espiritual”. Esto significa que la comunidad civil y la

sociedad política, son también expresión del trabajo de Dios por mantener y recrear las

condiciones aptas para la vida humana en esta tierra y como tal, tienen una legitimidad

propia.

b) De la tradición calvinista y su énfasis en la “Soli Deo Gloria” y del señorío de Dios sobre

toda la creación, las iglesias evangélicas recogen su convicción de que ningún aspecto de la

vida humana escapa a la preocupación y actividad de Dios. Así, la tradición calvinista

5 En: Iglesia y transición en Chile, Serie de estudios del Centro Ecuménico Diego de Medellín, vol. 4.

Ediciones Rehue, 1990, p. 59-63.

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coloca un correctivo al peligro de malinterpretar a Lutero, reclamando la autonomía

absoluta del poder temporal.

c) De algún modo, ambas tradiciones convergen en la formulación de la Confesión de

Barmen (Alemania, 1934), que en las circunstancias gravísimas del Tercer Reich, expresó

la práctica de la Iglesia Confesante que se opuso a la actitud de los “Cristianos Alemanes”.

La confesión de Barmen por sí misma, ha sido una rica fuente de inspiración ética para las

iglesias evangélicas en Chile.

d) Aunque no como “fuente” sino como “lugar” para el pensamiento ético, el

pentecostalismo que participa en la C.C.I. ha aportado su particular visión “desde los

pobres”. Es decir, juzgar la sociedad desde los excluidos y no desde el poder.

e) Como ya hemos señalado, la principal fuente para los planteamientos de la C.C.I. es la

Biblia. Una buena síntesis de la referencia a la Biblia como fuente de sus pronunciamientos,

la encontramos en la siguiente cita textual del documento “Orientación pastoral sobre la

responsabilidad ciudadana”, dado a conocer en Julio de 1987.

“- Frente a esta fuerte tendencia a renunciar a la responsabilidad ciudadana, debemos

recordar a todos los creyentes que todo el relato bíblico nos muestra que Dios mismo está

permanentemente ocupado y preocupado por el bienestar y la felicidad de toda la familia

humana. Esta preocupación de Dios se manifiesta primeramente en la buena creación que

nos regaló para el goce de todos y cada uno de los seres humanos (Gén. 1 y 2). Cuando el

pecado produjo una ruptura de la armonía entre los seres humanos, introduciendo la

injusticia y la muerte en la creación, Dios no renunció ni abandonó su creación. Siguió

trabajando incansablemente para enseñarnos a vivir en justicia y en amor: liberó a un

pueblo esclavizado en Egipto y lo hizo su pueblo (Éxodo); le entregó leyes para que

aprendieran a vivir como hermanos en la tierra que dio; siguió hablando, enseñando y

reaprendiendo a través de sus profetas, y su amor por todo el mundo fue tan grande, que

envió a <su único Hijo> (Juan 3.16) para darnos otra vez la posibilidad de una <vida en

abundancia> (Juan 10.10), y para anunciarnos su Reino.

- Es este Dios creador y sostenedor de la vida, quien invita a todos los seres humanos a

participar como colaboradores suyos en la tarea de mantener y recrear la vida en este

mundo (Gén. 1 y 2; Salmo 8). Es Dios mismo quien nos pide que seamos <mayordomos>

(administradores) de su creación y <guardas de nuestros hermanos> (Gén. 4.9-10). Tal

como la creación, el Reino prometido será obra de la voluntad de Dios, pero El pide la

participación de sus hijos para encarnarlo en la historia.

- Para los cristianos, el mandamiento de amor al prójimo nos llama muy especialmente a

la participación responsable en la sociedad. El prójimo no sólo es la persona con la cual

nos encontramos cara a cara, sino que incluye a todos aquéllos que están más allá del

encuentro personal. Por eso, el amor al prójimo se expresa no sólo en las relaciones

personales, sino en la preocupación porque los aspectos económicos, sociales y políticos

de la sociedad en que vivimos, favorezcan la vida de todos nuestros prójimos.

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- Por lo tanto, la mayordomía cristiana y el mandamiento del amor han de impulsar al

creyente a participar responsablemente en la búsqueda de instituciones o estructuras

sociales que aseguren la vida y el bienestar de todos, sin ningún tipo de exclusión. La

Biblia es enfática en señalar que el mandamiento del amor incluye aún a los que pueden

ser nuestros enemigos (Romanos 12.20).

- Aunque la Biblia no tiene como propósito indicarnos cuál es la mejor forma de gobierno

en nuestra tierra, nos aporta una serie de elementos que iluminan la dirección de nuestra

participación en la sociedad.

* Nos enseña a reconocer en todo ser humano, independientemente de su raza, sexo,

posición social, confesión religiosa e ideología, un ser creado <a imagen y semejanza de

Dios> (Gén. 1. 27). Este hecho iguala a todos los seres humanos en su dignidad, sus

derechos y responsabilidades. Como cristianos hemos de trabajar por un tipo de

organización de la sociedad que asegure la dignidad de todos sin exclusiones.

* Nos advierte contra los peligros que representa toda forma de poder excesivamente

centralizado (Jueces 8.23; I Samuel 8; Lucas 22. 25-27). Todo poder que se absolutiza,

tiende a usurpar el lugar de Dios y a oprimir al pueblo. Aún el texto de Romanos 13.1-7,

frecuentemente citado para justificar la obediencia ciega a cualquier autoridad, nos

recuerda que Dios está por encima de cualquier Gobierno y que ella sólo existe para

promover el bien e impedir el mal. Si se aparta de este proceder, se aparta de la fuente de

toda autoridad. Los cristianos deben ante toda obediencia a Dios (Hechos 5.29).

* Nos recuerda que la preocupación fundamental de todo gobierno justo es proveer la

debida protección y justicia para los pobres y marginados (Jeremías 22.15-16).

* El <juicio final> significa que tenemos que dar cuenta ante Dios de todas estas

responsabilidades (Mateo 25.31-46). Por lo tanto, como cristianos y como iglesias no nos

podemos restar a los esfuerzos que hoy se hacen por encontrar una alternativa para el

país, que signifique restaurar la justicia, la verdad, la solidaridad y, por sobre todo, el

respeto a la vida”.