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128 ELÍSEO BlllCLÚS presenta en todas partes una profundidad consi- derable, que varia de uno fl cinco metros y hasta 10 ó 20 algunas Yeces. Como lo demuestra la na- turaleza geológica del s uelo, la llanura no es de origen oceánico; en ninguna parte se er1cuentran residuos mar!limos ni carámbanos errantes arras- trados po1· los hielos de las montañas escandina- vas. Las negras eran un continente de forma iiTegular rodeado de agua por todas partes; fertilizada sin cesar por l os detritus del césped, se negaban á nlimentar las raíces de los árboles· , no había bosques, y gracias á una canalización subtenánea natural, no se formaba ningún charco de agua e tancada. Aquellos terrenos, preparados al cu lti vo po1· una vegetación herbosa de muchos millares de iglos, son de l os mejores del mundo para la producción de cereales, y tarde ó tempra- no se convertirán en grandes campos de trigo. Al Sur del Tchornosjom se encuentran de ti'e- cho en trecho algunos islotes de la misma natura- leza, notables asimismo por la I'iqueza de su vegetación, pero la mayor parte de las estepas, que s?n fondos mnrinos que surgier·on en época re· c1ente, no son Yerdes más que en primavera. Los calores del estío queman rápidamente sus céspe- des, y los rebaños que pacen en aquellas vastas llanuras se ven obligados á refugiarse á orillas de los ríos para encontrar alimento. Los únicos oasis de la s estepas del Dnieper y del Don son los campos, cuyos habitantes han sabido purificar NUESTRO PLANETA 1'29 el suelo empleando el agua de Jos v regenerar d d 1 ntiales. Algunos pueblos, fun a os en e mana 1 son verdade· siglo últim o por colonos a emanes, . , - ros nidos de verdor, cuya belleza for_ma sor pt en dente contraste con el aspecto formidable de las soledades cerca nas. . Casi todas las comarcas de Rusia y Tartana situadas debajo del nivel del Océano en la depresión del Caspio son más . án.da.s todavía que las de Rusia MendiOna.l; sus mtet nables extensiones de arena movedtza, b.ancos d arcilla dura como el suelo de una era, de rocas cortadas de trecho en trecho por ras en las cuales se ha juntad o algo de tteiTa ve- getal. Las estepas de arena ó arcil la comprenden la mayor parte de la cuenca del mar Caspio, las estepas roquizas se al Co n dirección á Tarta ría; por últtmo, las llanUJ as · · · del salinas que demuestran la anttgua extstencia mar, ocupan extensión considerable entre la co- rriente del Volga y la del Yaik. Alli se también el de ieeto de Narín, cuya superticJe are l- ll osa y desprovista de hierba está bembrada de mesetas arenosas cubiertas de verdura Y atrave- sada de Norte á Sur por una cordillera de mé?a- nos que resguarda los pastos en los ba¡os fondos. Excepto esos pedazos de tterTas visitadas por los nómadas, casi toda la · de la an- de la depresión caspiana es la 1magen dez; no se ven pt·aderas naturales como en las 9

Transcript of e~t~pas, detritus -...

128 ELÍSEO BlllCLÚS

presenta en todas partes una profundidad consi­derable, que varia de uno fl cinco metros y hasta 10 ó 20 algunas Yeces. Como lo demuestra la na­turaleza geológica del s uelo, la llanura no es de origen oceánico; en ninguna parte se er1cuentran residuos mar!limos ni carámbanos errantes arras­trados po1· los hielos de las montañas escandina­vas. Las tierra ~ negras eran un continente de forma iiTegular rodeado de agua por todas partes; fertilizada sin cesar por los detritus del césped, se negaban á nlimentar las raíces de los árboles· , no había bosques, y gracias á una canalización subtenánea natural, no se formaba ningún charco de agua e tancada. Aquellos terrenos, preparados a l cu lti vo po1· una vegetación herbosa de muchos millares de iglos, son de los mejores del mundo para la producción de cereales, y tarde ó tempra­no se convertirán en grandes campos de trigo.

Al Sur del Tchornosjom se encuentran de ti'e­cho en trecho algunos islotes de la misma natura­leza, notables asimismo por la I'iqueza de s u vegetación, pero la mayor parte de las estepas, que s?n fondos mnrinos que surgier·on en época re· c1ente, no son Yerdes más que en primavera. Los calores del estío queman rápidamente sus céspe­des, y los rebaños que pacen en aquellas vastas llanuras se ven obligados á refugiarse á orillas de los ríos para encontrar alimento. Los únicos oasis de la s estepas del Dnieper y del Don son los campos, cuyos habitantes han sabido purificar

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el suelo empleando el agua de Jos v regenerar d d 1 ntiales. Algunos pueblos, fun a os en e

mana 1 son verdade· siglo últim o por colonos a emanes, . , -ros nidos de verdor, cuya belleza for_ma sor pt en dente contraste con el aspecto formidable de las

soledades cerca nas. . Casi todas las comarcas de Rusia y Tartana

situadas debajo del nivel del Océano en la ~ran depresión del Caspio son e~t~pas, más. án.da.s todavía que las de Rusia MendiOna.l; sus mtet ml~ nables extensiones de arena movedtza, b.ancos d arcilla dura como el suelo de una era, hilada~ de rocas cortadas de trecho en trecho por l~endJdu­ras en las cuales se ha juntado algo de tteiTa ve­getal. Las estepas de arena ó arcil la comprenden la mayor parte de la cuenca occid~ntal del mar Caspio, las estepas roquizas se ~xttenden al E~te Con dirección á Tarta ría; por últtmo, las llanUJ as

· · · del salinas que demuestran la anttgua extstencia mar, ocupan extensión considerable entre la co­rriente del Volga y la del Yaik. Alli se e~c.uentr.a también el de ieeto de Narín, cuya superticJe arel­llosa y desprovista de hierba está bembrada de mesetas arenosas cubiertas de verdura Y atrave­sada de Norte á Sur por una cordillera de mé?a­nos que resguarda los pastos ocult~s en los ba¡os fondos. Excepto esos pedazos de tterTas ,·arde~, visitadas por los nómadas, casi toda la ~uperhct.e

· de la an-de la depresión caspiana es la 1magen dez; no se ven pt·aderas naturales como en las

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estepas del Dnieper, del Don y del Irtich, y los pastos ocupan una zona muy limitada, á bas­tante distancia al Norte de la ribera actual del mar. Cuando cae allí una nube de langostas, lo cual suele ocurrir, no queda ni un tallo de hierba y las cañas de los pantanos quedan roídas hasta el mismo nivel del agua.

Ya se sabe cuán incierto es el aspecto de la superficie de las estepas en pleno invierno, cuando todo está oculto baJO la nieve, y el viento helado levanta olas en aquel ma1· blanco; pero en la esta­ción más alegre del año, la inmensa extensión de arena blanca y arcilla rojiza, en la cua 1 crecen de trecho en trecho arlemi"as y euforbios de hojas obscuras, presenta también espantable nspecto. El terreno que se atJ'a\iesa en carro á galope, pa­rece ~na sábana de fuego rayada por largas líneas cenicientas. De trecho en trecho "e atraviesa tra­bajosa~ente un bananco abterto por las aguas tonencwles de la tormenta, y luego se da la vuelta li un cenagal de aguas blancuzcas columbradas á través de un hosque de caña". En Ion ta nanza un lindero de. sal icores de color de sangre delata un charco ~almo ) en el horizonte indtcan la ribera del mar nubes pesadas escalonada~ en grandes masas. El suelo despide intolerable calor. Al mis­mo ti e. m po, la brisa, llamada como por un foco de atracctón á la superficie ab1·asadora de las este­pas, levanta torbellinos de polvo¡ al lado del carro se ven residuos de plantas secas que saltan á mi-

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Jlones; arrollados por el viento, esos carreristas de la estepa vuelan á porfia á ras del suelo y dan saltos de muchos metros; parecen seres vivientes arrebatados por una danza infernal. Al final de cada etapa puede el viajero pararse un momento dela11le de una misernble choza medio e11terrada en la areua. Se entrevé una figura humana de ojos huraños y revueltas greñas y luego se em­prende de nue\'O el camino para internarse otra vez en el de::,ierto.

Pocas \ eces se ven á lo lejos las kibitkas de kalmukos ó k10gnices ó los tumulus levantados en otro tiempo sobre las osamentas de los gue­n·eros; recórrense á veces centenares de leguas sin ver· más huellas de pasos humanos que los candes formados por las ruedas en la arcilla endurecida. En aquellas soledades, los árboles son casi completamente desconocidos y los po­quísimos que se ven se contemplan con una espe­cie de adoración, como presente milagroso de alguna divinidad. Entre el mar de Aral y la con· fluencia del Or y el Yaik, es decir, en una exten­sión de 500 kilómetros en linea recta, no existe más que un árbol, especie de álamo de ramaje ex­tendido cuyas raíces se arrastran á lo lejos por el suelo árido. Los kiognices sienten tal veneración por aquel árbol so litario, que á veces dan rodeos de muchas leguas para visitarlo y cada vez cuelgan de sus ramas una prenda de ropa, y por eso se le llama sinderich agatch ó árbol de los pingajos.

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Las llanuras de Siberia meridional que se ex­tienden al Este hasta el Atlas y el lago Dsaisang, presentan un aspecto mucho más variado que las estepas caspianas, las landas de Francia y los brezales de Alemania; eslán cortadas por series de colinas redondas y bosques de coníferas que limitan de trecho en trecho el horizonte y dan algo de movimiento al conjunto del paisaje. Ade· más de las gramíneas de las praderas, centenares de hierbas y arbustos embellecen también la su­perficie del suelo; en primavera, las rosácoas, los ciruelos espinosos, los citisos, los tulipanes y otras plantas de flores sonrosadas blancas ama· . , , rtllas y multicolores, brillan sobre el Yerdor en los va !les ondulosos de la e tepa.

Al Norte de Rusia y Siberia las largas llanuras que bajan con pendiente insensible hacia el Océa­no Glacial no están menos solitarias que las este­pas ca<;pianas y su aspecto no es menos formida­ble. ~urante gt·an parte del aíio el espacio circular que ctrcunsct'lbe el horizonte parece inmenso su· dario de nieve plegado por el viento. Cuando de~Tite esa capa el sol de verano, las regiones més baJa<; de la llanura 6 tundra apa r'ecen á trechos s~mbradas de spagnum y otras plantas verdes que hmcha como esponjas el agua oculta en Jos char· cos, pero casi en toda su extensión está cubierto únic~menle el suelo por mu~go y líquenes blan­quecl?os; parece que el espectador tiene s iempre á la VI tala ma~a inacabable de la nieve invernal.

NUESTRO PLANi!lTA 133

En aquellas regiones está siempre además la tierra helada hasta gran profundidad, á pesar de Jos ve· getale ~ rudimentarios que crecen en la s uperficie y de las lagunas que brillan durante algunos meses ~n las depresiones cenagosas del suelo.

Ill

Semicírculo de los desiertos, paralelo al de los desiertos Y es· tepas.-El Sabara; arenas, rocas, oasis.-Los desiertos de Arabia, los Nefud.-Destertos del Iván y del Indo.-El

Cobi.

Á gran di~tancia al Sur de esa zona de lan­das, de pr·aderas, de estepas y de tundras, que se prolonga como un semicírculo irregular desde Francia hasta Siberia, hay otra zona paralela de llanuras y mesetas desiertas, de aspecto más mo· nótono y formidable. Esa zona, atravesada por la linea ideal que Juan Regnaud ha llamado el Ecuador de contracción, comprende el gran Saha· ra de África, los desiertos de Arabia y Persia y el Cobi de la Mongolia china. En gran parte está desprovista de agua y de vegetación, y en conjun­to es menos accesible al hombre que las soled a· des del Norte. No sólo la calientan más los rayos del Sol, sino que recibe menos humedad por las

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cordilleras que en varios puntos cortan el paso á las lluvias, y sobre todo por la situación diagonal que ocupa en la parte más maciza de los dos con­tinentes más vastos: África y Asia.

El grupo de desiertos más considerable del mundo entero es el Sahara, que atraviesa el con­tinente africAno desde las orillas del Atlántico hasta el valle del Nilo. Ese inmenso espacio tiene más de 5.000 kilómetros de Este á Oeste y 1.000 de anchura media; su superficie cubriría las dos terceras p:~rtes de Europa. Es la parte de la Tierra donde el calor es més intenso, aunque se encuen­tre al Norte de la linea ecuatorial; alli está el ver· dader~ Sur del mundo y el principal foco de atracc~ón de las corrientes atmosféricas. En aque­lla región no hay más que una estación: un verano ardiente é implacable. Pocas veces refresca la llu · vía aquellos espacios abrasados por los rayos del Sol.

La altura media del Sahara se calcula en 500 metr?s, pero el nivel del suelo es muy vario en la~ diversas regiones. Al Sur de Argelia, la super­ficie del Chot_t-Mei -K'ir, restos de antiguo mar que se comumcaba con el Mediterráneo se en­cuentra hoy unos 50 metros más bajo que' el golfo de las Sirtes, y al Sur y al Este el terreno se le­vanta en mesetas ó montañas de asperón ó O'ra-. o mto de una altura que varía entre 1.000 y 2.000 metros. En el centro de las regiones del Sahara se yergue el Djebel-Hoygar, cuyas laderas están

NUESTRO PLANl!lTA 135

biertas de nieve durante tres meses del año, ~~sde Diciembre hasta Marzo, y por cuyos alfo­ces pintorescos corren torrentes que van á per­derse en las llanuras cercanas. _Aq uella m_asa de altas montañas es el hito que su·ve de l1r~ute en­tre los desiertos orientales ó Sahara propiame?te dicho y el grupo de desiertos del Oeste conoCido con ei nombre general de Sahel. Más al Este, los

·s de Asben de R'at y del Fezzan, que se ex· ~i:~~den oblicu;mente hacia las rib~ras del golfo de Trípoli, podrían ser también ~onsiderados como la frontera común á ambas regwnes.

El Sahel es muy arenoso. En la mayor parte l .. ó arena de su extensión, forman el sue o guiJ~S d l ca

de grano grueso, que no destrozan los pies e . mello; algunas de las hileras de médan?s que se levantan en aquel desierto, son cordilleras de montecillos compuestas de arena pesada q~e re­siste al soplo del viento; pero en muchas regwnes del Sahel las moléculas arenosas del suelo son

l. · pasan por finas y tenues; los vientos a ISIOS que encima del desierto forman con esas masas are·

· l á las del Océano, Y nasas largas olas semeJan es ' bl e van á con-las levantan en médanos mov1 es, qu . .

quistar· los oasis colocados en su cammo. Al _vla­. · 0 á · lsos del vien-jar con lentllud hacia el S . 1mpu .

to la arena alcanza las riberas septentrwnales d~l Niger y del Senegal en muchas partes de su

'b t echazan gra-carrera y con su incesante tn u o r ' h · 1 Sur Al dualmente las aguas de esos rios ac1a e ·

136 ELíSEO R.BlULÚS

Oe le, la arena del desierto inv d . Océano Á lo largo de la costa a e también el entre el cabo B · d que se desarrolla de d 1 . OJa or y el cabo Bla neo, señalados

e. e¡os por los médanos más altos del d se extienden mar adentro h ~un o, bancos de a¡·ena ar d asta. gran distancia . Imenta os sm cesar 1

VIento del desierto V el á b por e re tos de los Lu ~. ra e que va á recoger los sin temor hasta q 'e.· ná~~ragos puede adelantar Una coniente de vanos ulómet:os de IR ribera.

arena anda Sin e á del desierto, de NE. á SO esar través deseo m po~ición y 1 .1 Los restos de rocas en las costas de la . as mo éculas depositadas en . s Sirtes por la marea

tibie en aquellos 1 , ~u y percep· viento que Jos im ~~ares, son recog:Jas por el de pué. de u . ~usa á las llanuras del Sahel y res de aiios l~e v~a~e que_ d~¡·a centenares ó milla­r . . ' g por ultimo al litoral del Allá -Ico par a e m prender otra d. n

tes oceánicas. 0 Isea con las corTien-

Aigunas partes del S l . son arenosas p .

1 a 1ara. onental lamhién

, e1 o a superfic . desierto e tá oc u d 16 casi entera del cilla ó por masa:~ a por mesetas de rocas Je ar-ocre. Las cordillera: :o:tes grises ó de color de y como las del Oeste an éda.nos son ?umerosas, por el viento hac¡·a' 1 dSan Sin cesar, Impulsadas

. ' e ur ó SO L roqUJzas e tán cortadas · as mesetas profundas bend¡'d á trechos por a nchas y

uras que JI movediza y en la

1 va enando la arena

, s cua es pued h . ro, como el montañé 1 e undirse el viaje-

s en as grietas de un ventis-

NU.BlSTltO PLANETA 137

quero. En las partes más hondas, Jos lagos que existirian en un pa\s húmedo están sustituidos

por charcas salinas. Las regiones del desierto desprovistas de oasis

presentan un aspecto verdaderamente formidable é inspira espanto atravesarlas. El sendero abierto en la inmensa soledad por las patas de los came­llos, se dirige en línea recta hacia el punto del espacio que quie1·e alcanzar la cara,ana; á veces, esas débiles huellas de pasos están cubiertas de arena, y los viajeros tienen que consultar la brú­jula ó interrogar el horizonte; un médano lejano, un a zarza, huesos de camello ú otros indicios que únicamente puede conocer la pupila experta del tuareg, enseñan el camino. Escasean las plantas, privadas del agua necesaria: según las comarcas del Sabara, no se ven más que artemisas, cardos 6 mimosas con espinas; en ciertos sitios arenosos, falta la vegetación por completo. Los únicos ani­males que !:le encuentran en el desierto, son escor­piones, lagartos, víboras y hormiga ; durante los primeros dias de vinje, las moscas acompañan también á las caravanas, pero pronto las mata el calor; ni las pulgas se aventu t·an por aquellos peli­grosos parajes. La implacable irradiación de la inmensa superficie blanca ó roja del desierto des­lum bra: esa luz que ciega da á todos los objetos un tinte sombrío é infernal. Á veces elragle, espe· cie de fiebre cerebra l, se a podara del viaje ro atado al camello, y le hace ver los objetos más fantásti-

13b ELísEO RECLÓS

cos á través de delirantes ensueños llos que conservan d . . . Hasta aque-

ommw sobre f y ven con claridad se . sus acuitadas

' Sienten a sed· d nos espej·ismos que } la os por leJ·a-

. 1acen bail d ¡ OJOS 'apores semejan t á ar e ante de sus tienda á montan-a esb palmeras, á grupos de

' s um rlas á b ·¡1 das. Cuando el · • 1'1 antes casca-VIento sopla f

cuerpo granos d con uerza, azotan el e arena que t ·

dos y pinchan como . a ra vJesan los vesti-ó pozos trabajosam:;~Jasb.Charcos que hieden donada por cuyas p de a Iertos en alguna hon-b are es chorrea h d d

re, se de:signan cada d' ume a salo-jornada pero mu h la como término de la la cual 'se espera~aa~ .veces la charca malsana, en gente de la caravana r::c~:a, falta también, y la agua .corrompida que llenó conformarse con el anterior. Dicese q d los odres en la parada

ue en fas au · mos ,·iajeros han m t d gustwsos, los mis-beber el líquido n a a bo á sus dromedarios para

ausea undo estómagos. encerrado en sus

~uéntanse también 1 terribles de car·a en as veladas historias

vanas sorpr d · d nos por un viento t en ' as en los méda-completamente baj ~mpestuoso, y sumergidas asimismo de aru o a masa movediza; háblase arenales ó las ~oc~~s enteros ext¡·aviados en Jos pués de haber pad' Y.due han muerto locos des· calor r de la sed· ecfl o todas las torturas del

. , a ortunadam t semeJantes aventuras d d en e, son raras las caravanas g · d' a 0 que sean auténticas·

, u1a as po ·· f ' r Je es expertos, prote·

NUESTRO PLANETA 139

gidas por convenios y tributos contra los ataques de érubes y bereberes ladrones, llegan casi siem­pre al término de su viaje sin haber pasado otros trabajos que el calor sofocante, la falta de agua buena y la frialdad de las noches. Efectivamente, el aire de esas comarcas está casi com plelamente desprovisto de va por de agua, y el calor recibido durante el día en la superficie del desierto se pierde de nuevo en e\ espacio por la irradiación nocturna. La sensación de frío producida por aquella pérdida de calor es muy viva, sobre todo para el fl'iolento érabe. Todos los años se forma hielo sobre e\ terreno. Las escarchas son muy fre­cuentes. Durante su viaje al país de los tuaregs, ha observado Duveyrier una diferencia total de más de 72 grados entre la temperatura más baja (-4°' 7) y la temperatura más elevada (67°' 7), pero es probable que la verdadera diferencia entre los extremos de frio y calor es lo menos de 80 grados.

En todas las partes del Sahara donde el agua brota de manantiales ó baja torrencialmente de alguna montaña, se forma un oasis, isla de verdor cuya hermosura contrasta con la aridez de la arena que la rodea. Esos oasis, comparados por Estra­bón con las manchas de la piel de la pantera, se cuentan por centenares y forman en conjunto una superficie igual al tercio del Sahara. En gran parte de ese eRpacio, los oasis no están diseminados en desorden, sino distribuidos en largas líneas en mitad del desierto, ya á consecuencia de la hume·

HO ELÍI:lEO RECLÚS

dad más considerable de conientes aéreas que pa-,an con aquella dirección, )a por las aguas ocultas que siguen aquella pendiente á trechos en la ~m perticie. Gracias á esa disposición de la m a) oí· parte de los o a -is en forma de colla re.;;, se aventuran las caravanas en las soledades del Sa­hara; eñalan anticipadamente sus jamadas las üdal:i de Yerdor que l:ie \'i:::.lumbran en el hot·izonte.

Los oa is son por excelencia el pais de los dá· tile::,; en lal:i cercanías de Murguk exi ten hasta treinta variedades. Aquellos árboles son la riqueza de las tribus, por·que sus frutos sinen de alimento á hombres y animales, tanto á los dromedarios como á los caballo::s y á los perros. Ddbnjo del ancho abanico de hojas que se columpian en el aire Bzul :se ngrupan albaricoqueros, melocotone­ros, granado::; y naranjos de ramas cargt1das con frutos; enlázanse las' ides á los tt·oncos, maduran el maíz, el trigo y la cebada á la sombra de aquel bosque de árboles frutales, y más abajo, el humil­de trébol ocupa lodo el suelo regable; para uo in­vadu· ese precioso terreno que e:s la vida mi:sma de toda la tribu, hu n construido sus casas en la tierra más im pr·od uctiYa del oasis, en el mismo lindero del de:sierto. De graciada mente, esos jardines ma· ravillosos, que el viajero por los arenales considera un lugar de delicias, suelen ser insalubres por la evaporación con tan te de aguas libias y conompi­das que los canales de riego elevan al pie de los árboles; los Césares del Bajo Imperio enviaban á

NUESTRO PLANETA 141

. os á los oasis para que perecieran los sentenciad tan preciosa para

t El agua que es d más pron_ o. . es~á mal distribu\da; cuan o aquellos ¡ardtnes, a rara en el desierto), el arra-llueve con fuerza (cos . río destruye á

f do súbtlamente en , yo, trans orma 1 los árboles; si el agua veces los canales y ta a t depó itos, permitiría quedara encenada en vas os . T ambién se pue· ensanchar los límites del oasi~. á la perforación

lt' 0 ~ O'racias den crear nuevos cu IV :s, o . n de modo . que pract1caro de pozos artes1a nos, . En ocho

b 1 tribus wdígeno'3. bastante bár aro as 186" los ingenieros ft·an-años desde 1856 hasta -:~:, 1 Sa hara de la

' · el H odua Y e ceses han abierto en . 83 f nles que dan en

· · d Constantma ue ' pronnc1a e . ¡·mentan más de I'L or mwuto Y a 1

total í1.137 ' ros P d s han transfor-125 000 palmeras; algunos son deo. rto y Jo han

· t -rible del esie mado el aspecto er . - huertos Es indudable embellecido con magn¡fico~fi .

1 ~gua de todos

que si se sacara á la supel ct~ ;abara se recen­los manantiales ocultos en r: la aCY\'Ícullura, y por quisLaría (Tran parte de él pa . o o se ha

o . fi .· su clima com consiguiente se modt cana

1 t~dad de lluvia

· ntando a can 1 hecho en Eg1pto,aume

1 men del s uelo

y de 'a por de agua. Ad~más, :a:xarueba que en Y de Jos restos que alll que p ·a mucho

1 . el Sahara et reciente época geo ógtca , E Liempo de Jos menos árido que actualme~~-e . ~dn l Sabara arge·

d · 1 S ll'luUS e romanos, según Icen a . ·i ero le hicieron lino el Nad Suf et·a un gran 1 0 ' p , maleficio y des a pareció.

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142 ELÍSEO RECLÚS

Al Este de Egipto, que puede ser considerado como un Iar·go oasis ribereño del Nilo, e m pieza el desierto y sigue todo el contorno del mar Rojo. Gran parte de Arabia no presenta más que arena y rocas, y hacia el SE., en el Dahna, se encuentran soledades que ningún viajero árabe ni francés ha atra\'esado toda,·ía. Al Norte y al Este se extien­den lo::. Nefud ó Hija.;; del gran de~ierto, mucho menos vastas que el Dahna, pero que son de re­corrido formid able. Una de esas regiones, que Palgrave atravesó, es tal ,ez aque lla cuya masa arenosa, depo ita da en otro tiempo por las corrien­tes marítimas tiene gmn espesor, en cierto luga­res de 100, 120 ó 150 metros, co mo puede medir la miradu bajando hasta el fondo de unas e:species de embudos que han abierto poco á poco en la arena los manantiales que brotan de la roca sub­yacente, gr<Hlílica y caliza . Esa masa enorme de materiales que repre ·enta cordilleras de monta­ña pul\'erizndas, no presenta una superficie lisa, como par·ecía natuml, sino largas ondulaeiones simétrica-, semeja ntes á las o iRs que se levantan en el mar de la:s Antillas ul soplar los vientos ali­sios. Esas olas de arena van de Este á Oe:ste, pa­ralelas al meridiano, y deben de obedecer· u! mo· vimiento de la TierTa alrededor de :su eje. Mientras las rocas ::;61 idus del fondo obedecen sin ra:ststen · cia á la fuer·za impubiva que las lleva liacia el Este, las arenas movedizas situadas encima no se dejan arrastrar con igual rapidez, se atrasan cada

.

NUESTRO PLANETA 14S

'd d infinitesimal, y parece que dia en una cantl a o las olas del mar las

· 1 Oeste com resbalan haCia e . cuanto se mueve en la corrientes atmosfén~~sl y surcos paralelos de los superficie del globo. l ~~tura que Jos de los de· Nefud se elevan á_ más tanto por su aspecto de mlls des iertos y dtfierefn das por el viento, es

d arena orma las ondas e . l a de arena es de gran Porque en esta regtón a cal P_ d 1 o-lobo llega casi

1 · d d a n gu a 1 e b poder y la ve oct a . . dad al Ecuador.

. por su proxtml . d al máxm~um, , sula arábiga, la sene . e

Al Onente de la pe~ m t á través de Asta . . obhcuamen e

desiertos contmua d l Iván que ocupa ·t d la meseta e ' -La mayor par e e d do de montanas,

. drano-ular ro ea . un espac1o cua b d 1 ,,·1ento constste

al paso e ' · las cuales se oponen . d nas de capas sall· en soledades áridas, revestl ashu secos cubiei' tas

d t'guos lagos oy ' . nas, restos e an I . ue el vienlu arremohna, otras de arena movedtza q "zos que el ospejismo ó sembradas de montes I'OJI ·n ce"' r sebo-ún

· , s form a s1 ... >C. '

aleja ó aproxtma y lr an ó f a Esa me .... cln no · d la atm s er · las ondulaciOnes e d 1 Turkesta n más

está separada de la: este~a~lb:z y se prolonga ~l que por las montanas de ~y más fácl·

. t anos extenso-s Este por los dester os m 1

Baluchistán. Af l i ~ tá n y e les de recorrer del g 1an ':::i

1 d' s tá defendida

· • 1 de la n 1U e Has ta la nca pemnsu a . ·t das á dere-. ándas s1 ua por una zona de regiOnes da uno de los

. . d l I do Entre ca cha é 1zqu1erda e n · 'ón de sus aguas

d . b) e con la um cinco ríos (Pun 1a • qu f · de estepas en forman uno solo, se alarga una aJa

144 ELÍSEO RlllCLÚS

que se pierden las aguas que bajan de las monta­ña~; el suelo es e1·ial casi en todas partes, excepto á orillas de los cRnales de irrigación construidos con enorme ga..,to.;; por los habitantes.

Mlls allá de la poderosa masa centra l de la cual ir-radian la cordilleras de Asia, extiéndanse estepas y desierto.;; nlterna ndo, según las condi­cione~ topog,·Mirn"' y la abundancifl ó escasez del agua, en un espa<.:io de más de 3.000 kilómetros, ent1·e Sibería y la China propiamente dicha. La parte o1·ientRl de esa zona se llama, según los idiomas, Cobi ó Chamo, es decir, desie1·to por exce· lencia, y efectivnmente corresponde por s us enor­mes dimen iones al Sahara africano situado , exactamente al extremo opuesto de la gran serie de oledades que se prolonga é través de todo el mundo antiguo. El espejismo, el andar de las dunas, los torbellinos de arena y tantos otros fenómenos descritos por los viajeros de África, se repl'Oducen en ciertas partes del Cobi, como en todos lo desiertos; pero el frío es muy rudo por la gran altura de las mesetas, que viene á ser de 1.500 mel¡·o~, y la proximidad de las llanuras de Siberia, atravesadas por el viento del polo. Hiela casi todas las noches, y muchas veces de día. La atmó fera es de una sequedad extraordinaria, la vegetación falta casi por completo y no hay más oa JS e~ aquellas regiones que algunas hondona­das cub1e1'tas de hierba. Desde Kiacha hasta Pek!n, no se ven mlls que cinco árboles en un espacio

NUESTRO PLANETA 145

de 700 á 800 kilómetros ocupado por el desierto en aquella parte de la Mongolia. Además, el "Cobi, como el Sabara, estuvo cubierto por las aguas del Océano; hasta en las mesetas elevadas se ven an · tiguos acantilados cuya base royeron las olas y largas playas de cantos rodados. se desarrollan ah·ededor de golfos que desaparecieron.

lV

Llanuras y desiertos del Nuevo Mundo.-Humedad relativa de los continentes americanos.-Distribución de páramos Y tierras áridas.-Praderas de América del Norte.-Llanos Y pampas.

América continente menos ancho y más ex-, . puesto en toda s u extensión á los vientos lluviO· sos del mar que la masa mayor del mundo anti­guo, presenta pocas comarcas cuya sequedad Y aridez sean comparables con las de ciertas partes del Sabara y de Arabia. Verdad es que las llanu­ras ocupan espacio relativamente mayor· en el Nuevo Mundo que en los continentes de Asia Y África, pero suelen ser regiones á las cuales han dado admirable fertilidad la abundancia de agua Y el tributo de aluviones fluviales. Las tiel'l'as bajas que se extienden á ambas orillas del Missis-

10

146 ELÍSEO REOLÜS

sipt, y sobre todo las comarcas ribereñas del Ama­zonas) sus grandes afluentes, estén cubiertas de inmen~o · bosques, verdaderos mares de árboles donde nad1e se atreve á aventurarse sin brújula, y ha la completamente impenetrables, menos para el indígena armado de machete. Las selvas del Amazonas son la región de la Tierra en que la ve· getación presenta mayor exuberancia en más vas· tas exlen iones.

La'5 llanuras desprovistas de árboles son tam­bién muy abundantes en ambas Américas, y á pe ar de la fnlla de vegetación son fertilísimas muchas de ellns, formnda" por aluviones lacu tres ó ftu\·iales Á consecuencia de la composición del suelo, de la di lribución de llu\'ias) coJTientes de agua, y tnl \'ez de alguna ley, desconocidn todavía, del repn1·to de las plantas en la superficie de la Tiena, las llnnuras llenas de hierbas y g1·amínens altel'llan hru~camente con lo" bo<;ques vírgenes. Es un espectáculo muy notable el de e e cont1·aste inesperado entre la pared de troncos impenetrable ú la mirada y la extensión ilimitada de la llanura de hierba que la brisa hace ondular. En las cuen­cas del !\lic;;sis:sipi, del Amazonas y de los afluentes del Pluta, e ·as t1·an iciones súbitas suelen verse á menudo; después de los grandes ríos y las an­chas exten~iones de aguas pantanosas, constitu­yen el n1sgo má'5 saliente del paisaje _de las llanu· ras amet·icanas.

Consideradas en su conjunto, las extensiones

NUI!.STRO PLANETA 147

herbosas de 'Am érica, como las landas, estepas y tundras del mundo an~iguo, siguen una linea paralela al eje de los contmentes. En Norte Amé· rica están comprendidas en la vasta cuen~a cen · tt·al fo 1·mada por los Alleghanys y las prtm eras e tribaciones de las Montañas Roquizas. En la América del Sut·, ocupan asimismo una parte de la depresión media del continente ent1·e las me­setas de las Guyanas y del Brasil y las I_Ilasas avanzadas de los Andes. Gracias á los v1entos lluviosos del mar que penetran en aquellas llanu­ras, )a por· el Norte, ya por el Mediodía, se c~n­servu la vegetación, á lo menos d~ra~1te. vanos me::.es del aüo, y en ninguna parle, m s1qu1era en las reo-iones meno':. fértiles, se ven desiertos verda­deros~ É::;tos, colocados, como en Áfl'ica y en Asia, en una línea paralela á la zona de los páramos Y al eje continental de América, están ~ituados al Oeste, en las vel'tiente~ ó en las cuencas interiore::; de las Roquiza::, y los Andes. Además son relali~amente poco considerables, y los cortan valles fluv1ales, de los cuales unos terminan en lagos cerrados Y otros de::;aguan en el mar.

Las praderas del Illinois y otros Estndos del Oeste de la República americana se par~clan no ha mucho (salvo la diferencia de vegetaCión pro ­ducida por el clima), á la pus~ta húngara Y á las estepas herbosas de Rusia. Cubiertas en é~oc~ geológica anterior por las aguas del lago Mwhl­gán, las que todavía no se han transformado en

148 ELÍSEO RECLÚ8

ca m pos tienen una superficie uniforme y apacible como la de un lago; ondulan alli las hierbas flori­das que el Yiento mece; adómanlas islotes de árboles; agt·úpanse á trechos esos islotes forman­do archipiélagos, y los brazos de pradera que los rodean se bifurcan y se reunen como brazos de mar de hierba; una sola pradera situada en el mismo centro del Estado de Illinois era lo bastante vasta para que no se viera en el horizonte ni una franja de arboleda tupida. Pero á consecuencia de la rllpida colonización de los Estados del Oeste, esas comarcas cambian diariamente de aspecto. Apresúr·ese el viajero que trate de reconel' las Yastas praderas, semejantes al mal', cuyo horizon­te únicamente la redondez del globo limita, cuyas hierbas son tan altas que cubren la cabeza de quien las atraviesa y puede deslizal'se en ellas el corzo sin ser visto. Pronto no existir·án esas prader·as mós que en las narraciones Croper; el arado inflexible las surcará. Los americanos an­sían disfrutarlas y se apoderan con avidez de a_quella tierra fértil. Las campiñas, catastradas n~urosamente, se dividen en totons lúps de seis millas en cuadro y se subdividen en millas cua­dradas repartidas en cuatro portes. Todo'> los cuadr·ilóteros e tón pel'fectamente orientados y cnda carn Ci"~rl'esponde á un punto cat·dinal. Quie­t~es ndquieren CUi.idrados grnndes 6 chicos se ld)t'anin de de5viar.:;e en la líne~ rerta· C7eómetras 10

verdaderos con truyen camino~, levantan caba-

NUESTRO PLAN.IIlTA 149

ñas, abren viveros, siembran hortalizas siguiendo la dirección del meridiano ó del Ecuador. Las praderas tan hermosas antes, de contornos m~e-1\emente ondulados, forman hoy un tablero m­menso: apenas se permiten los ingenieros de los ferrocarriles cortar oblicuamente los grados de

longitud. . En el continente del Sur, las regwnes que co·

rresponden á las praderas de los Estados U nid?s son las pampas del Plata y los llanos de Colomb1a. Esas extensiones, tan bien descrilas por Hum­boldt son probablemente las llanuras que se pre-

1 bl sentan con caracteres de contraste más nota e, según \a::; diYer::;as es taciones del aiío. Después de la época de las lluvias, esas llanuras q~e se ex­tienden sobre la zona inmensa comprendtda entre la corriente del Orinoco y los Andes de Caracas, de Mérida y de Suma Paz, están cubiertas de una hierba tupida, de gl'amíneas y ciperáceas, entre las cuales las mimosas y otras sensitivas ostentan á trechos su delicado follaje. Toros Y caballos vagan á millares en aquellos magníficos pas_tos. Pero el suelo se va secando, agótanse las cernen­tes de agua, conviértense los lagos en charcas, Y luego en cenagales, en cuyo fango se sumergen cocodrilos y serpientes; la tierra arcil.losa se ~o~~ trae y se hiende, las plantas se marchttan Y ai :a tradas por el viento se.hacen polvo; los reban.os, hostigados por el hambre y la sed, se refuglan cerca de los rios grandes, y blanquean la llanura

150 ELÍSEO RECLÚS

muchedumbre de esqueletos. En ton ces se parecen los llanos á los desiertos de África situados á mayor distancia del Ecuador, al otro lado del Océano. De pronto, las tormentas de la estación lluviosa inundan el suelo, multitud de plantas brotan del polvo y el in manso espacio amarillento se transforma en pradera florida. Los rios se des­bordan y á veces se extienden las inundaciones sobre centenares de kilómetros; las antiguas islas 11amadas mesas son las únicas tierras que apare­cen encima de la masa turbia de las aguas.

Los llanos de Venezuela y de Nueva Granada tienen una superficie de unos 400.000 kilómetros cuadrados, casi igual á la de Francia. Las pampas argentinas que se encuentran al otro extt·emo del continente deben de ocupar más de 1.300.000 kiló­metros cuadrados. Aquella gran llanura central, que forma uno de los rasgos más salientes de América del Sur, extiende su inmensa superficie casi horizontal en una longitud d,e 3.000 kilóme­tros desde las regiones abrasadoras del Beasil tropical hasta las frias comarcas de Patagonia. En un territorio tan vasto, los climas y la vegetación difieren mucho, y sin embargo, reina alli una gran monotonía con motivo de la hor·izontalidad del suelo y de la falta de agua. Los rios de las Pam­pas, el Pilcomayo, el Bermejo, el Salado, que nacen en los Andes y en la Sierra de Aconquija, acaban por llegar á la gran arteria fluvial del Paraná, pero no sin haber perdido en el camino gran parte de

NUESTRO PLANETA 151

ración en lagunas y panta· las aguas por la eva;o D Ice que baja también nos. Más al Sur, el r o u .'.a va á perderse en de los barrancos de Aconqu~J , . del Paraná;

d á bastante dlstancta un lago sala o. O'Ua de las provincias de todas las corrtentes de ao d Córdoba,

R' . S n Juan Men oza y Catamarca, 101~· a

1 . ' de las montañas, Y

se debilitan segun se a eJan t osó se fraccionan

luego se e~tienden cod:~ :e:7e:~ los absorbe poco en charcas, la arena t iba directamente á poco. El rio Quinto, qu~ a;u~s del Es tuario del al mar y desembocaba a Borombón, se para Plata, en la caleta de San. carrera· pero al ahora á la mitad de su antigualas fuent'es de un Este lo unen unas laguuas ~on mo el Quin~o

d ons1derar co riachuelo que se pue e e ló ico actual, la inferior. Durante el periodo ge? .g nto de la eva-

. . d 11 · s y el crec1m1e dismmuctón e uvia lt d cortar el rio en poración haa dado por resu a 0

dos pedazos. rodean en parte Las llanuras occidentales que b. d s de

b tán sem 1a a la montaña de Cór·do a' es y otros d · osas retamas

Plantas espinosas, e mlm ' ' \loso y com-. 1 elo arc1

arbustos de escasa hoJa; e su rto· de trecho en pacto está cubierto de césped co ' . salinos trecho, resplandecen al sol vastos edsp~cstoosn verda-

. d de ver 01 completamente despoJa . 0~ atrave.saban antes daros desiertos que los viaJeros d d África y de en caravanas como las solada es ~acen ahora Persia, y en los cuales los coches lqu~ s del con-

. . l t las pob acwne un serv1c1o regu ar en re

152 ELíS&O RECLÚS

torno de la llanura, corren en Hnea recta, sin que nadie se haya tomado el trabajo de trazar cami­nos. Más al Este, la Pampa propiamente dicha se extiende de Norte á Sur entre el Salado y las re­giones de Patagonia. All1 están los inmensos y célebres pastos que constituyen la riqueza de la República Argentina, por los ganados que la reco · rren por miliBr·es y millones. La superficie her­bosa parece completamente horizontal; ningún objeto interrumpe la grandiosa uniformidad del paisaje, como no sea una manada de toros, el muro amarillento de a lguna estancia ó algún árbol solitario olvidado por el hacha del gaucho. Charcas, unas salinas ó salitrosas, otras llenas de agua dulce, están sembradas por la pradera y continúan la masa ondulante de las gramineas con matas de juncos y cañas. Al Norte del Salado, a l gran mar de hierba lo sustituyen bosquecillos de mi­mosas y otros arbustos espinosos que rodean claros pequeños. Por último, más allá de las si­nuosidades del Pilcomayo, aparecen grupos de pal­meras y la pampa, llamada en aquel sitio el Gran Chaco, se une, con terrenos anegados é istmos de bosques, con las grandes selvas de la cuenca del Amazonas.

NUESTRO PLANETA 163

V

de Utah.-El desierto . La gran cuenca l Desiertos amencanos.- la ampa. de Tamaruga .-

del Colorado.-El Atacanos y p Depósitos de sal, salitre y guano.

mo en la del Sur, En la América del Nort~, co n al Oeste

· te dtchos ocupa los desiertos proptamen . das por los muros del continent~ cuencas d;:\~~: Montañas Roqui· paralelos ó dtverge.nles ambos hemisferios la zas. La falta de lluvtas es en ·os clue hacen

. d de los espact causa de esa an ez _ at·a los vientos . . 1 lt s montanas P . maccestbles as a a t. te las lluvtas

. notable con ras ' húmedos; pero por . de llegar á los de -detenidas en su cammo antes p'entrional las . 1 ntinente se ~ .

stertos, son en e co p ifico y en el contl-traidas por las nubes del. ac del Atlántico los nente del Sur las que traJera? de las cordi­vientos alisios. Al Norte la s arJslas Sierra Nevada, lleras occidentales, Coast Roudgedy de las corrien­son las que detienen la hume a . . al Sur, las tes atmosféricas del Océano vecm~~s que a l opo· masas orientales de los ~~desa~~;nticos del NE. y nerse al avance de los ahsws einan en las del SE. ocasionan las sequias quedr s en los dos

. D todos mo o ' vertientes opuestas. e

15<1 ELÍSEO RECLÓS

continentes Ja mayor estén en u'anuras yaparle de los desiertos, ya

f • en mesetas

ueron nivelados en épo l . , parece que las aguas de algún Med~:r~:~:;.1Ca anterior por

El más septentrional de eso d . canos ocupa al Oeste del la o s esiertos ameri· del espacio llamado C g de Utah una parte

d. uenca Grande tdo entre la cordiller . . y compren-

y la Sierra Nevada de a gr;.~cip~l de las Roquizas Utah es una inrn a 1 orma. El desierto de brada de matas densa sup.erficie de arcilla sem-

e arterntsa· en · t no presenta ni huella de v ' . cter os lugares un arrecife de arga egetactón y se parece á bies hendiduras en :~!sa cortado.por innurnera­corre ni un arroyuel p gonos casi regulares. No gún manantial bro~~o¡eaquellas soledades, nin­duranle largas h ' spués de haber andado nante algún carnp~r~:· s~~ed.e e~contrar el cami­tensión en la cual s fl . cnstahzada, blanca ex-

e re eJan el · 1 nubes corno en el . cte o azul y las

espeJO de un laa E 1 . zonle aparecen alg no. n e horl-unas rocas v 1 á · tes á grandes escorias m . o e meas semejan-nas atmosféricas e.dio veladas por colurn-

d que vactlan co 1 .

escansa en la lla d rno e aire que

d rna e una h ,

e esas grandes 11

. oguera. A través anuras habitad · ·

por una prodigiosa cantid~d as umcarnente extraordinarias p b de lagartos de formas

, asa a el ca . grantes, destinado á desa rnmo de los erni­sustituído por el f parecer pronto para ser

d errocarril d 1 p fi

esde N u e va y ork A S F e. a el co, trazado a n ranctsco. Desde el des-

155 • NUESTRO PLA'NET A

cubrimiento de California, millares de hombres han perdido la vida en aquel desierto; innumera­bles caballos y toros han muerto de sed; la verda · dera dirección del camino se conoce por las osamentas dispersas por el suelo. De noche se paraban las caravanas para no perderse cu a ndo ya no se o1a el resonar de los esqueletos al paso

de las cabalgaduras. Separadas de aquel desierto por cordilleras

donde se encuentran algunos valles umbríos, animados por arroyuelos, se extienden al Sur so· leda des no menos áridas. U nas no ostentan más vegetación que malezas ruines que se arrastran por el suelo; otras están revestidas de un poco de verdor por el fol\a}e de algunos arbustos espinosos, pero la mayor parte de esas comarcas desiertas aparecen todavía con sus rocas ó arcillas peladas, como estaban al surgir del agua. Pitahayas solí· tarias se yerguen á gran distancia unas de otras. Sus troncos, que se levantan á una altura de 15 6 20 metros, son rectos como columnas y conservan desde la base á la cúspide un espesor uniforme, igual á veces al grueso del cuerpo humano; sus ramificaciones, que no pasan de dos 6 tres, salen del tronco en ángulo recto y luego se yerguen per­pendicularmente, seme}antes á los brazos de un candelabro. Por la regularidad de su forma, sus lados paralelos guarnecidos de espinas, su co­lor de un verde gris, esas plantas extrañas pa­recen intermedias entre el árbol y la roca, y dan

156 lllLÍSlllO RlllCL ÚS

al conjunto del paisa·e un . caprichoso En al 1 . aspecto formidable y

· gunas regwn tenares de kilómetros á través es se rec~rren can-y llanuras, y dUI·ante el vi . de montanas, valles dueto de la Yidn t aJe no se ve más pro-

'"' arrastre que 1 hasta esa vegetación falta en la esas co umnas, y da de Nuevo Mé.. . s partes más ári-Colorado, situado J~~~c~ ~1 AI'jona. El de~iei'to del rio del mismo n b e la desembocadura del

om re en el golf d e . es una superfic1·e d ~ll 0

e aiJfornia e arc1 a v ar ' te pelada Cuando J ena completamen -montailas. I'OJ.izas ast~ pone el Sol detrás de las

, Iavesando co polvorienta atmósfera 1 . . n sus rayos la cauce de algún ri'o , e ~IBJero, acampado en el · seco JUnto á 11 Inmensa que fué 1 . aque a llanura

ago en otro ttem rarse que ve extenderse del po, puede figu· de un mar de fu ante de él la superficie

eRO. Los desiertos de Amé .

por valles fértiles nca del Norte, cortados , se prolongan al E l .

cuencas del Río R . ste lUCIO las confunden con lo OJ~ y del Arkansas, donde se Estados mejicano: ~ r~~-os, Y al Sur· hacia Jos nalva; eu la zona t ~ !huahua, Sonora y Si-

roptcal q · las grandes 11 . . , u e e m pteza más allá

uvtas estival ' chamiento del territorio es __ Y el gradual estre-océanos evitan 1 f ~ejtcano entre ambos encuentran regio: or~ación de desiertos. No se llegar á las costasesd::npár~oles ni verdor hasta Guayaquil. Los vientos al" ~ru, al Sur del golfo de prenderse de su humeda~sws _que acaban de des-

encima de las pendían-

NUESTRO PLANlllT A 157

tes orientales de los Andes, pasan por el aire muy por encima de las orillas del mar para recorrer la superficie del Pacifico. Pocas veces envía_ un r~­molino atmosférico á aquellas costas un v1enteC1· Jlo lluvioso. Pasan á veces cinco, diez y hasta vein-te años sin que caiga una gota de lluvia en Paita y otras poblaciones del litoral. La mayor parte de las casas de !quique, ciudad rica y comercial, es­tán compuestas de cuatro paredes y prescinden del lujo inúlil de una techumbre. No están las costas del Perú completamente desprovistas de verdor; algunos ríos pequeños, alimentados por las nieves de los Andes y sangrados en toda su longitud por canales de riego, conservan alguna vegetación en los valles, y durante la estación de invierno, especialmente en Mayo, Junio y Julio, abundante rocío humedece el s uelo de las monta­ñas de la costa y hace germinar á trechos cactus y plantas bulbosas; por eso se llama á esa época del año tiempo de flores. Las ciudades comercia· les siLuadas en el litoral, los jardines de los valles, las escasas hierbas de las colinas, por último, las pendientes escarpadas de los Andes, que se ende· rezan de ari~ta en arista hasta las cú pides neva­das, prestan al conjunto del paisoje un carácter de animación que no tienen los desiertos de Nor-

te América. Las soledades ondinas que mejor recuerdan

las regiones desiertas del antiguo mundo y de los Estados U nidos son las mesetas alargadas que se

158 ELíSEO BECLÓS

escalonan entre el ma 1 Andes en el p . r .Y. a gran cordillera de los eru meridional ¡ f

Boli' ia \ Chile· tales so 1 y as ronteras de ...,... · ' n a pampa de Isla ¡ d lamarugal y el de ierto d Al y, a e d T e acama La

e amarugal, llamada a~t por 1 t. pampa ta .· d · os amaruaos ó

matrn os que crecen en las . · b

alguna humedad cll . . d dept eswnes donde OI I ea el s uelo d

altur·a media de 900 á 1 200 , es e una gr·an parte cubierta de ca. m~tros. Llanura en se explotan como canter:sas salr?as ó sa lares que tos de sal son tan t·ecios Jade pr~dra. Los el:>tr·a­en aquella meseta q 1 y s llu\ ras tan escasas

N . , ue as casas del bl d

onn, donde están establ ··d pue o e la .d ect os los obl'e. 1 sr o enteramente hecl d . ros, 1an situados al E te d T ws e sal. Ciertos desiertos

,..., e a mnruO'al ' elevadas · o • en mesetas más

, contrenen mayor cant'd d d pampa de sal, dominada o 1 a e sal. La y cuya altum med' Lp .r el \'Olcán de Isluga,

Ia no nJa de " 100 blanca en toda su t . "t mett·os, es 200 kilómetros '-' urelax ens llón, en una longitud de

J anc Iut·a d' d El espesor de la sal d . me ra e 15 á 40. epos1tada en ~ ria entl'e 1?" .30 . e:::;a rne .... eta va-

w J • centimetros se"ún 1 . nes del teneno. ' b as ondulacJO·

¿De dónde proceden sal? Indudablemente d 1 es~s masas enormes de en ti e m '>Os renloto ~ e be. m.lr 6 de los lagos que

r S U l'lei'Oll Jj Y que ha ido · aque as comar·cas vaciando el gt·ad 1 1 ,

del tel'l·eno La . ua e\'antamiento · s materws sal·

y rocas, porque la ca d tnas saturan arcil las por eflorescencia el;at :sal se vuelve á formar

0 as las supel'ficies del

NUESTRO PLANETA 159

desierto donde se hicieron recolecciones anterio· res. El distrito de Santa Rosa, cuya sal se limpió toda en 1827, estaba de nuevo completamente blanco y en disposición de ser nueva m en te explo­tado á los 23 años. Además, la sal marina no es el único pt'oducto de esos inmensos laboratorios naturales: también producen nitratos, sulfatost carbonato de sosa, boratos de sosa y de cal, cuyo espesor crece todos los años gracias á los torren­tes que bajan cargados de residuos por la cordi ­llera próxima. De la pampa de Tamarugal proce· de el salitre, artículo que durante las guerras de Europa y América da g1·an importa ocia ú In pobla­ción de lquique. Á mediados del siglo XVIII, un indio llamado Negreros descubrió la exi...,tencia del salitre en la pampa. Al encender una hoguera de malezas, notó que se de1Tetía la tierra y bro· taba un arroyo entre tizones y ceniza~. De:::.de aquella época empezáronse á explutul' uquellas capas, pero de"de hace unos quince at-lv::> -=>e ha desarrollado extraordinariamente esa indu tria. Según el ingenie1·o Smith, las capas de nitrato cubren en la pampa de Tamarugal una superficie de 1.250 kilómetros cuadrado-;· en ciertos luO'cH'eS , b ,

donde la masa no tiene menos de tre::; metro.., de espesor, se ha podido sacar una tonelada de sali­tre por metro cuadrndo, pero aun no contando mlls que con un producto de 50 kilogramos por metro, se ve que la cantidad total de salitJ·e con te· nida actualmente en las capas superficiales de la

160 ELÍSEO RECLÚS

pampa no es inferior á 63 millones de toneladas, bastantes para alimentar el comercio durante 1.393 uiio~, mienlra" la explotación media no re­basara los lim1tes de la de 1860.

El desierto de Ata cama, que es el mayor de la América meridiona 1, ocupa ancha zona de mese­tas entre la ribera del Pacifico y la elevada mura­lla de los Ande que separa á Bolivia de la Repú­blica Argentina. Aquella extensión de rocas rojizas, de arcillas peladas y médanos muvibles de arena en forma de medias lunas, es tan inhos pita­laria, que los conquistadores de Chile, incas ó es­pañoles, no se aventuraron en ella para seguir el litoral; tuYie ron que pasar lejos por el interior, por las mesetas de Bolivia , y atravesar dos veces los Andes antes de entrar en los valles chilenos. Poco ha que los hombr·es de ciencia eran los úni­cos viajeros que se atrevieran á arriesgarse en el de~ierto de Atacama. Sin embargo, esa comarca de tan formidable aspecto encierra también, co mo la pampa de Tamarugal, grandes riquezas natu­rales que no dejarAn de excitar el trabajo huma no y lodos lo5 progresos de la civilización en aque­llas tierras de~oladas. Con la sal y el sa litre se junta el guano, hacinamiento de las innumerables deyecciones de todas las a ves q ue se la nza n en bandadas sobre el litoral. Durante el transcurso de lo.:; siglos, se han amontonado las inmundicias como verdaderas rocas que el sol d iseca y cuya superficie ablandan pocas veces las llu vias. Las

NLESTRO PLANETA 161

masas de delnlus, al parecer inúti les en aq uellP r•iberas desiertas, son la vida para las ca mpiñas de 1 nglatena , Francia y Bélgica, agotada.s por cultivos intensivos, y por lo tanto, constlluyen entre los pueblo::. importantísimo elemento co­mercial. El principal tesoro de la República pe· ruana s u Banco Nacional, digámoslo así, son lo mont~nes de deyecciones que cubren las islas Chinchas, en aguas del Callao. Encuéntren se .a llí, según las diversas evaluaciones, de 12 á 15 millo­nes de toneladas de guano excelente, que repre­sentan para el Perú más de 2.000 millones, y cuyo producto, b1en utilizado , permitiria á ios dichosos poseedores co nstruir u na magnHi co red de ferro­ca rriles y una escuela en cada pueblo.

ll

CAPÍTULO V

Mesetas y montañas

I

Diferencia entre mesetas y llanuras.-Importancia capital de l~s mesetas en la economía del globo.-Distribución de las tierras altas en la superficie de Jos continentes.

. A pesar de la Yariedad de aspecto y de vegeta· Ción producida por los climas, las ti~l'!'as bajas, entre. las cuales hay tantas que son soledades esténles, representan en la hi!Stona del globo un pa~el mucho menos importante que las partes salientes de la superficie. Grflcias al relieve del plan_eta se han or·ganizado) viven Jos continentes; gracias á d .· Id esas e:-s1gua ndes del suelo se reparten de manera tan \aria los climas, las aguas los pro-ducto y las poblaciones de la Tierra. , . Todas las partes altas de los continentes y las 1sl~s :e ~~viden natUI·almente, según la altura y la mch~1ac1ón del suelo, en mesetas y sistemas de montanas. Se ha convenido en llamar mesetas á las masas de llerTas elevadas encima del nivel del mar, aunque su superficie no sea lisa y regular.

NUESTRO PLANETA 163

Cuando el suelo es muy desigual, abierto por hon­dos barrancos ó sembrado de colinas y montañas, se considera como superficie de la meseta el plano ideal que pasa por la base de todos Jos cerros y entre todas las depresiones. Existen también me­setas ca~i perfectamente lisas, como In ~ llanuras jalonadas de Tejas y ciertas parles de la cuenca

de Utah. Además, las tierras bajas ostentan frecuente-

mente un terreno muy quebrado con valles y co· linos, y se unen con las mesetas superiores, ya por medio de pendientes graduales, ya con una serie de terraplenes que pueden considerarse como ascenso de la llauura ó descenso de la me­seta. La difereucin que existe entre las tienas altas y las baja:;, es puramente relativa: podemos decir, usando el lenguaje' ulgar, que una llanura es una superficie relalivameule li::::a, dominada á uno ó 'arios lados por reg1ones más ele\ a das, mien­tras la:; mesetas :::on más altas que los tenenos que las rodean. Una llanura para Jos habituntes de una montana, es meseta para los que viven más alJajo. En las tierras, fre( u en temen te inunda­das, de In Luü,iana, se llaman colinas y collados las ondulacioues del suelo, casi Imperceptible::; á la simple vista, que no in,ade el agua desborda-da, )' en la extensión aplanada del mar se llaman mont~flas de hielo los lémpunos de~prendidos de los 'en tisqueros de G1 oe11land ia y del Spitzberg. Al contemplar las alturas de Obido~, que ~e levan-

164 ELÍSEO RECLÚS

tan en medio de las interminables llanuras del Amazonas, cr·eyó Agassiz contemplar las monta­iias sublimes de su patria.

De modo que no divide la geog1·afía en llanu­ras ) mesetas los diversos escalones de la Tierra por la altura absoluta de éstos, sino por s u rela­ción con la masa continental de que forman par. te. Las campiñas del Indostán septentr·ional e llln más elevadas que las mesetas de Suabia y Bavie­ra, y si n emba¡·go, hay que considerarlas como llanurn, porque pertenecen á un continente cuyos ra'~gos gener·ales son gigantescos comparado con los de Europa. En las dos partes del mundo, las proporciones respectivas existen entre los di,·e¡·­sos escalones de la masa continental; las mesetas del Asia Central corresponden á la Alemania del del Sur; el Himalaya á Jos Alpes; el Indostán, con sus llanuras y montañas, á la península itálica.

Aunque las mesetas, p1·ecisamente por su ma a y por In grandeza de sus proporciones, lla­man menos la atención de los hombres que las montañas abruptas que se yerguen entre dos pa1 es como enormes murallas, su importancia en la vida del globo es s uperiol' á la de los demás I:asgos del relieve continental. Si la supe! ficie sa · IIente del planeta estuviera perfectamente lisa, la regularidad más desoladora reinaría en todas pa¡·tes: los mismos fenómenos se reproducirian en toda la extensión de los continentes desde un océano hasta el otm; los vientos, cuya carTera no

NUESTRO PLANI!;TA 165

detendría ningún obstáculo, girarían alrededol' d 1 globo con movimiento invariable, como las a ~ritas f¡:¡jas de nubes que el telescopio descubre en torno al planeta Júpiter. ~o habrí a masas. ele­vadas que por u po::,ición lra11-:,versal á la dtl'ec­ción de los vientos pl'oducen una ruptura de equilibrio y hocen repercurtii' las coiTie~tes at­mo-,féricas en todas direccione~; no habrw esos grandes refrigeradot·es que condensa~ el agu~ de la s nubes y la consei·van en s us depó~Itus de hielo y nie,e; las lluvias caerían en todas parles d.e igual manera, y lns a.guas, no enconli:and~ decl!. ve pa¡·a dirigir~e hacw el Océano, f?'. m.~ ~ tn!l .poi_ doquiera pútridos cenagales. El e4 uJllbll.o pede: lo d~ las fuerzns naturales trnería con~Igo ~l es­tancamiento y lo muerte ::.i lo::, hombres pudieran exi~tir en ::,emejante Lien·a; leJOS de encontrar en la uniformidnd de la llanuru inmensa ma~ores

· t · sí pet·ma ne-facilidade~ para comuniCHr::,e en 1e • . 1 d d . d sus Jcwunns en lodo cerín it d1~perso~ <.1 re e OI e ~

el ::;aiYajísmo primitivo. La~ emigracwne~ de pue-b · , or las pendientes de blos enter·os que aJai on P

las mesetas en busca de una patria nueva, no se . f' d T d ,.-1\'.Il.Iznción habría SidO habi ían \'el'l 1ca o. o a "' ·<

. . . · a 1 ct'erlos O'eólogos, 1m po::;Ible. Quizás, como pians b . .

la superficie del globo estaba liso cuando elJcliO· l los pantanosyel sau1·o nadaba pesadamen e en

pterodáctilo extendia sus alas por encima .de los cañaverales. Aquella era la tierra del reptil, pero no podia ser la del hombre.

166 ELÍSEO RS:CLÚS

Si las grandes mesetas del 1 colocadas alrededor del Océan g obo. est~vieran su largo declive h b' . o Glacial Artico y

O . u Iese Ido ba · d .

céano Indico y el p 'fi Jan o hacra el . acr co lampo h b

posible el desarrollo de la h~ . co a ria sido la altura de las mesetas h mamdad. En el Norte, zona glacial á otra zo tb~!a superpuesto una ca, hasta la de las plan~ g acial; lo~a vida org{mi­bria dejado de existir n a~ ~ás rudrmentarias, ha­helados que habrian :r? a lemen le, y los vientos de las nieves hab 1 aJado d.e aquella ciudadela

r an convertrd polar la templada d d .o en segunda zona varios, donde han' on.de germinan productos tan

naci o tanto b sos. Los únicos paises h b ' s pue los podero-del mar del Sur 1 a. rtables serian las islas continenles si el hy asbregrones tropicales de los

• om re pud· .. ma donde sucedería 1 rera VIVIr en un cli-vientos helados d ni ca ores abrumadores á los

P e as altas

ero aun suponiendo mesetas del Norte. ran podido establ que pueblos aislados hubie·

ecerse en aq 11 guramente no hab i . . ue as comarcas se-r a extstido 1 l . '

que este nombre no . "fi a 1umamdad, por-d . . srgm ca u e Individuos aislad . na muchedumbre

t os, srno el é

en ero, consciente d 1 . g nero humano

S es mrsmo y d .

ean cuales fuera 1 e su destino. reparto actual de 1 n as causas geológicas del h as mesetas ¡

8 Y que reconocer q en os continentes · ue su alt ' aproximan á la . ura crece según se

· zona tórrtda · Ción del globo 1

• como SI de la rota-resu tara 1 general de la masa 1 , no. só o la hinchazón

p anetaria, sino también la

NUESTRO PLANETA 167

tumefacción de los continentes. En el trópico de Cáncer la altura media de los planetas viene á ser igual á la de las montañas de la zona templada, y las mesetas de esta última zona tienen la misma altura media que las montañas de la zona polar. De esta disposición de las tierras altas, resulta que en cada latitud ciertas partes salientes de los continentes presentan un resumen de los climas que, desde esa latitud hasta el polo, se suceden en el contorno del planeta. Gracias á las mesetas y á las montañas que las coronan, gozan á la vez, en los diversos puntos de su superficie, la penin· sula ibérica, Turqu!a, el Asia Menor, de todas las variedades del clima templado, y proyectan sus cimas elevadas hasta las regiones frias de la al· mósfera análogas á las del polo. En esas comarcas terrestres, el viajero puede mudar de clima en algunos dias, y á veces en pocas horas, cuando en el mar tendria que llevar á cabo un largo viaje de circunnavegación hasta los bancos y ventis­queros del polo para atravesar las regiones corres­pondientes. Basta con la circunstancia de la ele­vación gradual de las mesetas hacia el Sur para duplicar el número de zonas. En las latitudes medias, el clima polar se superpone al clima tem· plado. En el lndostán se escalonan tres zonas en las laderas del Himalaya; por la llanura corren los rios grandes, se extienden impenetrables bos­ques, habitan numerosas poblaciones; más arriba están los torrentes, largas avenidas de abetos, los

168 ELíSEO RECLÜS

rebaños que vagan por los pastos; todavía más arriba haj malezas, musgo, nieve y hielo.

La función de las tie¡ras altas en la economía del globo, con iste en llevar el Norte al seno mis­mo del Mediodífl, en juntar todos los climac:; del planeta y todas las estaciones del año. Todas las mesetas son, digllmoslo así, continentil los que surgen de la 1'1er'J'a y presentan (como los conti· nentes que brotaron del mar) en el conj unto de sus fenómenos uua especie de resumen de los de la Tierra toda; son otros tantos microcosmos. Cen­t~os vitales del organismo planetario detienen los \lentos y las nubes, dan salida al ngun, modifican todos. lo mo\'imientos que se pi'Oducen en la su­perficie del globo. Gracias al circuito incesante que se e:stablece entre todos los salientes del relieve continental y loos dos océanos del agua y de la at­mósfer·a, los cl1mas escalonados en las lader·as de las montañas .se mezclan de diver-;as maneras, y ponen en contmua y mutua relación las floras las faunas, las naciones y las razas humanas. '

NUESTRO PLANETA

ll

Las grandes mesetas del Asia Oe~tt·al! !a pu~rt~ ~el Hind~ Kuch. - Mesetas de Europa: su dtspostctón sunotnca.-hle setas de las tlos Américas. -Analogia de la cuenca cerrada de Bolivia y el país de Utah -Mesetas de África.

Las me etas, Jo mismo que los cotlli nentes, tienen una organización más ó meno-:s rudimet~ · taria , for·ma más ó menos articulada,) por con~t­guieule, su importancia en la vida del globo \'a r~a proporciorwlmenle. Las grandes me etos de A ta Ceut¡·al, que pueden considenuse romo el e::-.~¡ue­leto mismo del continente, ejercen en realidad una tnftuencia de primer orden en 1~ economía general de la Tierra, pero están cast ~e~Hlt·ndas del res lo del mundo, corren su::; nguas llél CIU cuen­cas interiores sin salida hacia el mar Y las pobla· . b' · n utl ai~:da miento ClOnes que las hn tlan vtven e. .

casi completo de las demás nacwnes de A':iia. El l . · d 1 Sur nor principtd grupo de me" etas, 1mtta o a •

los montes de Karakorum y de Kuenlun, al Oeste por el Bolor al Norte por el Thian-Chan, el Alias

' . E la · ~oledades ~~ los montes Daul'los, al :,le por ~ . l. 1 sistemas dt· del gt·an desierto de Mongo ta y os .

. d 1 · tl ·01• de Cluna versamente ramificados e 111 er t

170 J!lLÍSEO RECLÓS

constituye un inmenso cuadrilátero casi igual á Europa en extensión; hay tierras de esas, como el Dapsang y el Bullón, apoyados ambos en el Kuen­lun, cuya altura media excede de 5 000 metros. En la mayor parte de su contorno, esa enorme forta­leza central de las mesetas de Asia es casi inacce­sible por su formidable recinto de montañas, nie­ves y desiertos; hacia el NO., entre el Thian-Chan y el Atlas, se abren varias depresiones, á cuyo través se lanzaron los jinetes mongoles, siglos ha, para devastar el Asia Menor y la Europa oriental.

La gran masa cuadrilátera del Asia central confina por un lmgulo con otra meseta de dimen­siones menores, pero de forma casi análoga, que es el I ván. Este territorio elevado, que también está en gran parte compuesto de desiertos, no es para las poblaciones que lo habitan una cárcel semejante á las tierras altas situadas más al Este; presenta numerosas salidas al Norte hacia las llanuras de la Tartaria y hacia el mar Caspio, al Oeste hacia los valles del Tigris y del Éufrates, y se comunica con los sistemas montañosos del Asia Menor, larga península proyectada entre dos mares de Europa. Cosa notable: precisamente cerca del nudo de montañas que une los dos grandes sistemas de mesetas de Mongolia y del lván, se encuentra la puerta principal de las na· ciones arias, el desfiladero por donde pasaban el flujo y reflujo de guerras, emigraciones y comer· cio. Por singular contraste geográfico, ese nudo

NUJ!lSTRO PLANitTA 171

vital de Asia es á un tiempo el lugar que une am· bas grandes masas de mesetas y aquel que hace

·ca rse las llanuras del lndostán con las comum 1 t" . tArtaras Las dos diagonales de as te· caspws y o · . rras altas y las tierras bajas de Ast.a se ~uz~n ~~i .án ulo recto en aquel punto del f:Imdu uc ·. es~á el lugar más notable de la Tierra en la htsto-

ria de la humanidad. . En Europa las mesetas más constdera.bles

· · ·ó muy stmé-resentan asimismo una dlspostct n irica . Todas, excepto la estrecha meseta de la No~ ruega meridional, están situadas, co.m~ en el con tinente asiático, al Mediod1a, y las hmlla por una parte una cordillera. Al Oeste está la meseta espa · ñola, cuya altura media es de 600 ~~tras, y qu~

el murallón de los p¡rmeos; en e se a paya en bia Ha-centro de Europa está la meseta de Sua Y d

. S , los gt·andes Alpes e viera, dommada a 1 ur P01 • ia Suiza y Ti rol· al Este, las tierras altas de Tut qu ,

' .d. 1 de los Balkanes. que siguen la base men ¡ona . d 1

1 d. se ext1en e a De las tres mesetas, la de me 10

- por una espe· Norte de un sistema de montanas, Y

d ·t das cada una eie de polaridad las otras os, SI ua S d

' t an al ur e á un extremo de Europa, se encuen r Por la cordillera que les sirve de punto de. ap~óyo. u

. lt de orgamzact n m -otra parte las tterras a as, f • . , erda n la arma cho más rica que las de Asta, I ecu b bias de su continente, con largas penínsulas ~ a ue

. · us promontol'lOS, q profundas; tambtén ttenen s . •

llanura adentro, an se proyectan en lontananza

112 EILÍSillO REICLÚS

cho~ ~'alles se ab!'en en su espesor, permitiendo la :salida á los pueblos que habitan en la meseta Y en los países cercanos. Gracias á sus variados c?ntomo<::, la:s comarca altas de Europa no e tán al Indas del continente; en ningún punto :se han acumulado los ríos en masas estancadas; cada gota de agua, cada producto del suelo, cada hom­bre encuentra alli camino hacia las llanuras de alrededor. Podemos citar· las can~~es ó masas cal­~·.llr·eas de Francia meridional como tipos de esas tleiTa. alta~. cuyo contorno e:stá muy caracterizado por· murallas abruptas que, sin embargo, gr·acias á 1~ . \'alle'-', IJO son fortalezas inacce~ible:s. En la regróu del Jura, me::;eta:s análogas han :sido corta­dn . p~r Ins agua::; con tal regularidad, que Íll\'O­Junlan~menle hncen pen~ar en los gigantes le · gendnnos (fUe IJerJd' ¡ · Jan os monte::; de un tajo.

Lvs me~elas de Ins doc;; Américas son mucho m(l allH:s que Jac d E .

e" e Ul Opa y C01'1'9SpOI1den por su nllur·n D. lns dimen ione ~ de los continentes donde e~lán. Exc.:epto las mesetas c:;ecundarios de l o Alleghanys, de las Guynnas y del Br·asil todas ]as ~tenas nlt~~ am.ericanas están compre;ldidas entre las ramrficaclOnes de las cordilleras que se le\'antan al Oe:ste cerca del pn 'fi L d Ut 1 ó uCI co. a me:seta e

a 1 gran cuenca es un vasto territorio de contornos macizos .· d d et Iza os e murallas parale-las de tor·res y 1· ·t d d . , • 1m1 a os e una par·te por la ar·l t ~ de las Montañas Roquizas, de otra por la de Sierra Nevada; es la vértebra del esqueleto

NUESTRO PLANETA 173

continental. l\lás al Sur se extienden las mesetas rodeadas también de montaiías y cortadas por Yalles) barrancos de Nuevo Méjico, de Arizona, de Chihuahua, de la Sonora. La masa de Anahuae, enorme ciudfldela que se yergue entre ambos ma· res, eslá dominada por el Popocatepetl, el Cofre de Perote, el O rizaba; vienen luego, más allá del istmo de Tehuanlepec, varias me~etas, lt~s de Gua­temala, Honduras, Salvador y Co::,ta Rrca, apoya­da todas en filas de monlDiías, en p:ll'le volcl:lni· cas; sus alturas re.;.pecti"as corresponden de una manera gener·al con la mayor· ó menor anchura de su base, bailada á una par te po1· el Pacífico, á la olra por el mar CAribe.

Al Sur del golfo de Darien las altas mesetas empiezan en la enorme cor·dillera de los Andes; donde la poderosa cordillera se bifur·ca ó se divide en forma de abanico, abarca enlre s us aristas una meseta de 1.500, 2.000 ó 3.000 metr·os de altura. En Colombia hay las mesetas de Paseo Antia­quía, Cundinamarca y Caracas. Más al Sur, las cordilleras de los Andes, que se separan, se reunen y ''uelven á epararse, encierran entre sus pica· cho ~ neYados las mesetas de Quilo, Cerro de Paseo, Cuzco y Titicaca y se apo) an lateralmente en . l~s tierras altas y desierta::; de Atacama, eutre Boli\'Ia y Chile, y en los terraplenes montuo~os de Cu)O, al Oeste de las pampas argentina::;. De todos las me-:,eta:s de la América meridional no hay más que una completamente cerrada y no puede dar sa lida

174 ELíSEO RECLÚS

á las aguas hacia las llanuras inferiores: es la me­seta de Titicaca, cuya elevación media no es infe­rior á 4 000 metros y por su altura y extensión es lo más saliente del perfil colombiano. Esa meseta boliviana representa en aquellas regiones la gran cuenca de la América septentrional. Las dos comarcas ocupan la parte central de sus con­tinentes respectivos, á más de 3.000 kilómetros de los istmos de la América central; ambas mese­tas se encuentran entre las ramas abiertas de un gran sistema de montañas y encierran cada una en sus depresiones lagos sin salida hacia el mar

Geográficamente, están esos países como ais· lados del resto del mundo. Muy trabajosamente pueden entrar los pueblos semibárbaros de Boli­Yia en relacione~ de comercio y civilización con las otras repúblicas de América y con las co· mat·ca:s europeas. En la meseta de Utah :se e:stable· cieron los mormones para salvarse de la pre:sión de los pueblos cercano::;; ha sido necesaria toda !u energía de los norteomerit:anos para ir á pei·se­guir en aquellos de::;iertos 4. la jo\'ell sociedad teocrática. Lns mesetus en que se desarrollaron las ci"ilizaciones autóctonas de los aztecas, tolte­ca::;, qualinoaltecas, muiscas, chibchas é ·incas, tienen sobre las cuencas cenadas del Utah y de Boli\·ia la inmensa ventajn de comunicarse con el litorul por medio de sus \'alles abiertos y las aguas de sus ríos.

Las mesetas de África e tán todavía más ais-

NUI!lSTRO PLANETA 17&

ladas del resto del mundo que las grandes mese­tas americanas, pero no por su gran altura ni lo escarpado de las montañas que las dominan, sino por el clima y situación del mismo cor:tinente. La mayor parte de las tienas altas de Africa están poco elevadas y sus pendientes tienen fáci l acceso. Las mesetas de la colonia del Cabo, cuya altura media es a l Sur de 200 metros escasos, se elevan gradua lmente hacia el Norte hasta el desierto de Kalahari, situado á una altura que varía entre 600 y 1.000 metros sobre el nivel del mar. Lo que ya se sabe del interior de África permite creer que la altura media de las mesetas crece, aunque poco, en dirección al Ecuador. En el mismo cen­tro del continente, la región de los lagos donde están las fuentes del Nilo presenta una elevación de 1 200 á 1.300 metros nada más, y al Norte de África las mesetas de Marmecos y Argelia son inferiores á 1.000 metros. La meseta tuus notable del continente es la de Etiopía, que en uua anchu­ra de unos 1.200 kilómetros se sostiene á una elevación media de 2.400 á 2.700 metros. Las fra ­gosidades más ásperas de e:sa masa mi_r~n. hacia el mar, como para defender á los abisini?s de cualquiera aO'resión de los pueblos extran¡eros, pero la contr:pendiente inclinada al NO. hacia el Nilo es diez ó veinte veces más sua\e, Y por esa parle sería Abisinia fácilmente accesible si los desiertos las luchas incesantes entre los pueblos } la caz~ de esclavos no hicieran muy peligrosas

17G ELÍSEO RECLÚS

las fr·onteras. Considel'ado en s u conJ·unto el t l f · , con-ll)en e a nca no, que es el menos conocido de to-

da:s la:s grandes plH'les del mundo y el que habi­tan las pobla<'ione.;;, más bárbar·as no presenta Ilara lo b' ' s cam ro ~ <'Omunicaciones obstáculos naturales que puednn co mpararse con los que ofrecen . la. altas rnasas del Asia central y las meseta_-, de ¡?.., Andes. Po¡· la di lribución de s us m?nlaua ' trena~ altas, ll an u ras y desiertos lo J?I~mo que por ~us contornos generales recue;da Afl'lca la península del Indostán; es ~na India once rece ~ m d f B)Or, pero mucho menos herma a y

e orma:s menos definidas que aquella admi¡·able parte de Asia.

III

~fontanas aislada M mas de t s.- asas montailosas.-Cordilleras y siste-gradoo -:~:ga~asd.-IIl ermosura de las cimas.-Montes sa-

. nas e os trepadores.

Las montañas ¡ . 1 . • mue lO menos 1m portantes que a:s mesetas en la eco · d 1 . nom¡a e globo, se conocen

mucho meJor· por 1 · a maJes tad de s u aspecto s u cont r·asl 'b ' • . l· ~ s u Ito con los espacios que las rodean ~ u vanedad de f ó en menos que en ellas se pr·e· sentan Los mont

r • • es que se elevan ai:sladamente }ü en medio de los ' mares, ya desde el seno de las

NUESTRO PLANETA 177

llanuras, producen especialmente el efecto más grandioso y dejan en la imaginación de los pue­blos la impresión más viva y duradera. No pue­den imaginarse cuadros de belleza superior á los que forman las graciosas pendientes y las cum bres azuladas de esos montes solitarios, como el Ven ­tonx, el Etna, e l vo lcán de Tenerife, el Orizaba y otros picos á cuyos pies se extiende todo el espacio comprendido en el horizonte. Hasta alturas que en comarcas de grandes montañas apenas mere­cerían nombre y parecerían simples encinas, se­mejan formidables cumbres cuando se elevan en medio de las llan u ras ó desde los senos del mar. Una cim a de 240 meLros, á cuyo alrededor se ex­tienden las campiñas monótonas de la Pomerania baja, ha parecido tan prodigiosa á los habitantes de la comarca por s us f¡·agosidades, que le han dado el nombre de' Montaña del Infierno (Hollem­berg), y u na colina de Dinamarca que se eleva á 170 metroa sobre el nivel del mar ha recibido el nombre de Montaña del Cielo (H'immelberg); es un ol impo como el de Grecia.

Exceptuando los conos volcánicos, pocos mon · tes hay que se levan ten ais lados en medio de las llan uras. En casi todas las comarcas de l mundo cuyo relieve está muy pronunciado, las cimas son numerosas. Generalmente, las que están ag1·upa · das en círculos rodean u na cumbre central más elevada y están rodeadas también de alturas s e­cundarias que se apoyan en estribaciones laterales

12

17~ ELÍSEO RECLÚS

y bajan escalonlindose li las llanuras inferiores· ejemplos de ello son el Harz en Alemania, el Mon~ f~rrat en Piamonte, el Sinai en Arabia y el sober­biO grupo de la Sierra Ne\ada en Santa Marta que se levanta li 6.000 metros de altura en u~ espacio r.ircular limitado por el mar, los pantanos } los profundos \'alles de Río César y la Ranche­ria. Lnc;; cordillerns e¡ u e se di~tinguen siempre por ~n desarrollo considerable de la longitud de las lieiTns elevadas, también tienen á veces como c~ml~re un pico dominnnte, fi cuyos lados van diSmltluyendo sucesivamente las cuestas monta­ñosAs, pero no existe una cordil lera donde esta alinenrión normnl "e verifique con una reaulari­da.d geométr·ica. La mayor parle de los le~·anta­mJentos montnñosos presentan un conjunto de ma ns y cordilleras ngrupadas de di,·er<:¡o modo, en las cuales 5ólo ~e con.Jce la dirección de las crestns con estudios prolongado<;;; no son cordi­llern..; , sino sistemas de montañas.

Gracins ñ la diversidad c¡ue presentan esos grupo. tnn numeroc:os de alturas según su origen geológH~o. In com ro ·ición de sus bnses la direc­ción de u eje, la posición de sus cuño~ la veae­tación que los cub1·e, la luz c¡ue los alu~bra, los agente~ ntmó..,.fér·icos c¡ue los modificnn, en da mon-taña c.;;e dist,·naue de ·

b us vecmas po1· un carácter de belleza e.;;pecinl En esa asamblen de cimas cada una de las que yergue sus surradas ladera~ por encima de la ansta del levantamiento adquie-

NUESTRO PLANETA 179

re una apariencia de vida independiente, como si disfrutara de individualidad aparte. La contem­plación de esos colosos que dominan el horizonte ejerce en gran número de personas verdadera fas cinación, y éstas se dirigen por una especie de instinto, irreflexi\'O fi veces, hncia las monlaílas para trepar· por ellas. Por In gracia y mnje::stad de su forma, por su o::sado contorno, que resalta sobr·e el cielo, por el cilllurón de nubes que rodea sus rocas y sus bo .. ques, por las incesantes variacio­nes de sombra y cln1 idad que se ob::servan en ba­rrancos y estribaciones, las monlaílas parecen adquirir corno una personalidad y casi piensa uno ver seres \'ivo::s en e::sas masa<; roquizas. Cada mon· tañn <.:U) U cima se desprende del re~to de la masa con lineas atreYidas parece de tal modo un indtvi­duo aparte, que se le !Ja solido dar un nomb1·e, fi 'e ces un poético título de héroe ó de dios, ] en el lengunje coniente se le atribuyen cualidades humanas. Y es que, en efecto, las monlaíla8 son individuos geogróficos que modifican de mil ma­neras los climns y todos los fenómenos vitales de las regiones próxrmas sólo por su posición en me­dio de las llanur·as. Ademés presentan en poco es· pacio un resumen de todas las bellezas de la T1ena. Los climas y zonas de vegetación se e calonan en sus pendiente ... ; pueden abarcarse con una sola mirada cultivos, bosques, ¡.H·aderas, hielos y ni e · ves, y cada noche la luz moribunda del Sol da á las cumbres ... marlivi lloso aspecto de transparen-

180 ELÍSEO RECLÚS

cia, como si la enorme masa no fuera más que un leve cortinaje de color de rosa que flotase en los aires.

Antes los pueblos adoraban á las montañas, ó las reverenciaban á lo menos como morada de sus divinidades alrededor del Mern, trono sober­bio de los dioses de la India; cada jornada de la humanidad puede medirse por los montes sagra­dos donde se reunían los amos del cielo, donde se llevaban á cabo las grandes epopeyas mitoló­gicas de la vida de las naciones. El pico de Lofén en China, el volcán Fusi Yama en el Japón, son montañas di vi nas. El S a manala ó pico de Adán, desde el cual se dis fruta de tan grandiosa vista en los valles frondosos de Ceylán, es venerado tam­bién como lugar santo, y en su más alta cúspide se levanta un templo de madera unido á la masa granítica co n cadenas e m potr·adas en la roca; se­gún la leyenda mahometana y judia, alli hizo Adán penitencia durante siglos a l ser arrojado del Pa­raiso; allí dejó Buda la huella de su pie al tomar Yuelo para ir al cielo. Para los armenios, el monte Ararat no es menos sagr·ado que el Samanala para los budistas ó la cima que domina los ma­nantiales del Gangas para los indios. A una roca del Cáucaso fué aherrojado Prometeo por haber robado el fuego del cielo. El monte Etica fué mucho tiempo la ci udadela de los titanes· las tres

- 1

Ctmas del Olimpo, que se redondean en forma de cúpulas, eran la magnifica morada de los dioses

NUESTRO PLAN&TA 181

helénicos, y cuando un poeta invocaba á Apolo, dirigía la mirada hacia el Parnaso. Si los helenos cullos venei'Aba n así las montañas de su patria, fio-úrese el lector cuá 1 será la adoración de los

b bá1·baros indígenas hacia la montaña que susten-ta sus cabañas en los terraplenes como un árbol sostiene en sus ramas el nido de un ave.

En nuestros días ya no se adora á las monta­ñas, pero cuantos las conocen les tienen cariño profundo. Trepar á las altas cimas es ahora una verdadera pasión; se intentan millares de ascen­siones y los clubs alpinos, sociedades de trepado­res, compuestas en gran parte de los sabios má_s enérgicos y más inteligentes de la Europa occi ­dental, se han propue::.to vencer todps las cimas que antes se consideraban inaccesibles, traer al· guna piedra de ellas como tr·ofeo y dejar al_lí un termómetro ó cualquier otro instrumento ctenlí fico, para facilitar la empresa de los atrevido_s trepadores que lleguen después. Los clubs alpt· nos han trazado la li::.ta de todos los picos rebel­des hasta ahora, han discutido los medios de al­can zar los, han provocado muchas ascensiones, Y con s us mapas, memorias y reuniones han ?on­tribuido en grande é. que se conozca la arqUit~c­tura de Jos Alpes. Las recopilaciones que contie­nen los diarios de viaje de los miembros de las diversas sociedades son indiscutiblemente las obras en que se encuentran más preciosos_ datos sobre las rocas y los hielos de las montanas de

182 ELÍSI!IO RHICLÚS

Europa y los datos más hermosos de ascensio­nes. Más adelante, cuando los Al pes y otras cor­dilleras accesibles del mundo se conozcan per­fectamente, las memorias de los cl ubs alpinos serán la !liada de los trepadores de montañas y se refer·irán las proezas de Tyndall, Turkett, Coaz, Théobald y otros héroes de esa gran epopeya de la conquista de los Alpes, como antes se relata­ban las hazañas de los guerreros.

¿De dónde procede la a legl'ia profunda que se experimenta escalando las altas cimas? Empieza por ser una gran voluptuosidad física respirar un aire fresco y vivo que no está viciado pol' las im­puras emanaciones de las llanuras. Se siente un o hombre nuevo al gustar esa atmósfera de vida¡ á medida que se sube, el aire es más ligero, se as­pira á pleno pulmón el aire, el pecho se hincha, los músculos se robustecen, la alegria penetra en el alma. El peatón que sube una montaña es dueño de sí mismo y responsable de su pr·opia vida¡ no está entregado al capricho de los elemen­tos como el navegante que se aventul'a en los mares¡ menos se parece al viajero por ferrocarril, semejante á un paquete humano, expedido á hora fija bajo la vigilancia de un empleado con unifor­me. Al tocar el s uelo, ha recuperado el uso de sus miembros y de su libertad. Su vista le sirve para evitar los pedruscos del camino, para medir lo hondo de los precipicios, para descubrir los relie­ves y fragosidades que faciliten el escalamiento

UI!ISTRO PLANETA 183

de las paredes. La fuerza y ela.sticidad de los mús­culos le permiten salvar abismos, delene.rse en las pendientes rápidas, subir p~r los ataJOS. En mil ocasiones, durante la ascensión de una mon­tañu escarpada, comprende qu~ .c01:reria .un :er­dadero peligro si perdiera el.eqmllb.rw, ó SI deJara que velara s u mirada el vértigo, ó SI se negas~n á servirle sus miembros. Precisamente esa conci~n­cia del peligro, unida á la dicha de vers~ ~gil Y dispuesto, duplica en el viandante el sentimiento de la seguridad. ¡Con qué júbilo recuer~a más tarde la menor pal'ticularidad de ~a ascensión, _las piedras desprendidas de la pendiente que cai!ln al torrente con rumor sordo, la raíz á que se aga-

- 1 chorro rró para escalar un muro de penascos, e . de agua de nieve que apagó su sed, la pnmera grieta de ventisq uero que se atrevió á sa~var, la larga pendiente que tan penosamente subió ~un­diéndose en nieve hasta las rodillas, y por último, la cumbre desde la cual vió desplegarse hasta el horizonte el inmenso panorama de valles, mon.ta­ñas y llanuras! Cuando se vuelve á ver desde leJOS

. t d tantos esfuerzos, la cima conqmstada á cos a e se descubre y adivina con la mirada llena de gozo

·ó t desde los valles el camino que se recorri an e.s. , 'de de la base hasta las blancas meves de la cuspl ·

mir·a· nos sonrie La montaña pal'ece que nos ' . desde lejos¡ para nosotros hace bril.lar sus meves y se ilumina al atardecer con s u último rayo.

El placer intelectual que proporciona la aseen-

181 ELÚUI:O R.lllOLOS

sión, y que está tan intimamente unido con las alegrías materiales de la subida, es tanto mé.s grande cuanto más agudo es el ingenio del trepa­dor y más se han estudiado los diversos fen óme­nos ~e la Nalurnleza. Se ve de cerca el trabajo de erosión de aguns y nieves, se pre'5encia el avance de. los ventisq~1eros, se ve á las rocas errantes que ba_1an de la ctrna á la llanura, se siguen con la mirada las enormes hiladas horizontales, se dis· tinguen las masas de granito que le vantan la-s capas, y al llegar á una elevada cima se puede contemplar en conjunto el edificio de la montaña con sus barrancos y estribaciones, sus nieves, b?sques ~praderas. Los valles y cañadas que los ?lelos, meves é intemperies han esculpido en el Inmenso relieve, se revelan con claridad se ve la obra llevada ll. cabo durante millares de siglos por todos los agentes geológicos. Remontándonos ~asta el or_igen mi...,mo de la montaña, podemos JUZg~r meJor las diversas hipótesis de Jos sabios relativas á la ruptura de la corteza terrestre, á las dobleces de las capas, á la erupción del granito y el pórfid~, y dejando a parte ese móvil mezquino de la vamdad que impulsa á muchos hombres á disti.ng~irse como trepadores, se experimenta un s~ntimien~o de natural altivez al comparar la pro · p1a pequenez con la grandeza de los fenómenos de la Naturaleza que nos rodea. Torrentes rocas aludes, hielos, todo recuerda al hombre su' debili~ dad, pero por una reacción natural su inteligencia

NUESTRO PLANETA 185

y su voluntad se exaltan coP.tra los obstáculos; goza venciendo á la montaña que lo d~saf1a, pro- . clamándose conquistador del p1co formidable, que al principio le inspiró cierto terror religioso. .

Gracias á la facilidad creciente de las comum· caciones, al amor á la Naturaleza que se desarro­lla en la sociedad moderna; gracias al ejemplo que 'dan osados trepadores de montañas, las altas re­giones de la Eur·opa Central, en la s cuales se aven­turaban antes raras veces los viajeros, por falta de caminos, rápidas pendientes, riesgos de aludes Y miedo á lo desconocido, hoy son el centro de atracción de los pueblos. Esas montañas difíciles de salvar, que se levantan como mura~las entre el Norte y el Mediodía, hacen que sea Su1za el punto de reunión de las naciones europeas, y durante la estación de Jos viajes, baños y ascensiones, recibe un a población fl otante de muchos cent~nares de millares de almas, que aumentan cada ano. Vet·ey, Lucerna I nterlaken, son otras tantas ciudades santas ~ las cuales van en peregrinación todos

los amantes de la Naturaleza.

186 ELÍSEO RECLÚ.S

IV

D~vuel:::s forma_s de las monta:JJ.as.-Pobreza de las lenguas para pmtar el aspecto de los montes -R· d 1

español d ¡ . . 1queza e Y e pators de los Alpes y de los p· . N r í · umeos.- ume-

os Slmas palabras que emplean para ello.

Las montañas varían mucho de formas según ~~ alt~ra, su constitución geológica la fuerza de ti~re~c~ón de los meteoros que las at~can. La mul­

u . e causas, desconocidas en parte que han trabaJado d · • . e. concierto ó sucesivamente para es-cudlptr _los s~hentes terrestres es tan gi'ande que ca a Cima tiene . '

1 ~u aspecto pai'ticular. Habría que

emp ear una designa ·ó . . - ct n especial SI no para cada montana á lo m ' cual d enos para cada tipo general al

1 ~ue an re~ucirse las numerosas formas de

as PI otuberanc1as D · 1

· esgrac1adamente son las enguas en general d . d ,

que . .

5 emasw o pobres en palabras

sigm quen una b · d cum re de contornos deter-mma os. Sean cual f · es ueren la apariencia de los montes y la compo .. ó el geógrafo y 1 ~ICI n geológica de s us rocas,

e e~critor se ven obligados á . se á veces de lo . s ervir­las s mismos términos para designar­

, como no recurra á 1 n argas descripciones, á

t

NUEI:!TRO PLANETA 187

falta de un nombre especial, llegando á emplear o o o

expreswnes muy Impropias. La razón de esta penuria de términos geográ­

ficos precisos es fácil de comprender. Las ciuda­des donde han ido adquil'iendo cultura gradual los idiomas suelen esta1· situadas en regiones llanas ó en colinas poco onduladas. La nomencla­tura francesa relativa á las montañas sel'ia indu­dablemente más rica y más exacta si desde Blois, desde Odeans ó desde Par!s se vieran alLas cumbres en el horizonte. La abundancia y la exac­titud de los términos que los alemanes del Sur, los españoles y los italianos emplean para descri· bir con un vocablo las diversas protuberancias montañosas procede seguramente de que esos pueblos han vivido y han formado su lenguaje en presencia de grandes eumbres. Cita Humboldt en los Cuadros de la Naturaleza los siguientes nom­bres empleados por los autores castellanos: pico, picacho, mogote, cucurucho, e pigón, loma, mesa, farallón, tablón, peña, peííón, peiíasco, laja, cel'l'o, sierra, sen·ania, cordillera, monte, montaiía, mon­tañuela, altos, etc., que sit·ven para designar formas diversas de montañas ó reuniones de

ellas. Los habitantes de los Pirineos y Alpes france-

ses tienen también en s us dialectos gran variedad de expresiones, consagrada cada cual á un tipo especial de montaña, y que sirve por lo tanto para pintar al espíritu una forma bien definida. Varios

188 ElJSEO RECLUS

de estos nombres, resto de la herencia de los anti­guos __ dialectos célticos é ibéricos, merecerian ser admlttdos en la lengua escrita, sobre todo cua ndo Jos emplean de una manera u s ual todos los mon­taíieses franceses, desde las fuentes del Ródano hasta los Pirineos.

En_ los Al pes del Queiras y del Viso, las gran­des c1ma:::. de paredes escarpadas que dominan to_das las cimas cercanas se llaman bric 6 bree EJemplo de ello es la hermosa pirámide truncada de Chamberpon (3 388 metro-.,), que se levanta al Sur del valle de Ubaye en medio de un cíi·culo de montaíias puntiagudas, de menor a ltura. Ao;;i es ta_mbién el \ 'i-,o, á lo menos en la parte septen­trwnal.:_ porque en la otra Yertiente presenta la m onlcma una pendiente demasiado regular para darle e! nombre de bric. Encima del valle superior del GuJI se le,•antan las negras escarpaduras con su~ alu~e~; después la eno1·me torre de paredes pe1 pend1culal'e:s y luego la cima truncada con su ~spesa _capa de nieve. Aquel terraplén, al parecer macc~s1ble Y que domina la garganta de Volante, las c1mas secunda rias del Visoletto y las rocas d_es~oronadas, es el bric del Viso. Esa palabra s~gmfica más para los montaíieses que aun no VIeron esa punta soberbia que los términos vagos de monteó montaíia .

l La antigua designación, abandonada hoy, de pe ve, que se encuentra todavia en los nombres de Grand Pelvoux, Pelavas, Pelvas, Pelvat, Pelvó

NUESTRO PLANETA 189

y otros muchos montes del Delfinado, represen · taba un cono enorme cuya masa dominaba todas

las cimas de alrededor. Los tucs y trucs de los Pirineos son también

cimas de gran altura, pero no los más elevados de la cresta; se llama n así por la forma atrevida de sus fragosidades más altas, y no por su preemi­nencia sobre las otras cúspides de montaíias. Pueden citarse como ejemplos los tucs de Man· pas, de M onta rgui, de Manferme, en los Pirineos

Centrales. La tuque, truque, tusse ó tausse, es monte de

pendientes más prolongadas ~ ba -es. más anchas que el tuc, pero esas designacwnes pmtore~cas s_e sustituyen hoy por el término gen~ra l de ptc,.aplt­cado indistinta m en te á todas las c1 m as pun lJBgu­das y de difíci l acceso. Los médanos del litoral atlántico, que son verdaderas montañas para los habitantes de la interminable llanura de las lan· das francesas conservan todavia el nombre de tucs, caido en desuso para los gigantes de los Pi· rineos. Á algunos kilómetros de Arcachón, un médano de 80 metros de altura ha llamado tanto la atención de los landeses, que por un enfático pleonasmo le llaman truc de la truque. .

Las cimas muy escarpadas, que se destgnan generalmente con el nombre exagera~~· pero ex· pre:::.ivo, de aiguilles (agujus), h a n rectbtdo de los

b. · ltt·e los indlgenas apelativos menos a ro 1ctosos, et .. cuales el más común es el de pie. En los Ptrweos

J90 ELÍSEO RECL ÚS

hay también varias piques como la . l gue d 1 v· 1 p rque on-

e. Ignemale (3.768 metros) y la pique de Estats ~a 080); la gi·a n masa de Jos Al pes de Pel­voux li.ene como cima dominante una punta de 4 10:3 metros de altura, que se llamó la barre des Ecrms. En otros ladoc:;, especialmente en Sa­b~)EI y en la Suiza francesa, las cimas de las n_usm~ forma se conocen con el nombre de dents Sinónimo de In d · · '

• < esJgnarJón de co,·al empleada en la Suiza Central, á contar del monte Cer\'ino ó 1\latterhoon, pam nombrar esa mnsa de con-tornos atrevidoc;; e ·d d · . '"' • onsJ era a por Brrón como tipo Ideal de la montnña. Los dents (di.entes) sue-len ser menos no-ud 1 . . la cima e o os que as atgwlle~ Y tienen

redondenda, pero las lran¡;;ici~,;es que p1·esentnn lo perfile~ do 1 grad 1 os montes son tan

. un e~, que es difícil estnblecer una clasifi-cación r1guro ~ a H b d .. . · n acn a o por pr·era lecer u na gicln confusión en In nomenrlnturn y 1·, mayo!' pa i·te de lns cimas d 1 Al . , u • di .

1· e os pes SUJ70s llevan in-

·I.ntamenl_e los nombr'es de horn; en el Tiro! so ~plica también el nombre de l·ogel ¡) las montn­llas de formas más diversas.

Las pirámides d . t. . . e cu~1 10 caras que aparecen numero'a en Clertns . t d )lls · ' eres as e montaiias sor1

carre'f; q ·. , ·' uer~ e~, e~querras Y quairats, de los Al-

pes ) de los Pll'lneos· .. ~ d dad ' pico~ e este género han

o su nombre á o-1·n .1 d ses la de Q . o.' n pni e e los Al pes trance-

,. ueJras. SJ á la punta de 1 . á .d s us tituye una lar a a p1r m1 e

g cres ta, el mon te se llama una

NUESTRO PLANETA 191

taillante (corta nte); s i termina en un a masa de for­ma cúbica, se designa con el nombre de tour (to­rre). En las regiones de montañas calcáreas es donde más se encuentran esas enormes hiladas cuadrangulares que parecen colocadas por tita­nes. En Europa hay poco-=; especlllculos iguales en belleza al que presenta desde el pico de Ber gons ó del Pimené la parte ca liza de los Pirineos Centrales con sus murallas como cantiles, suc; terraplanes cargados de nieve, sus altas torres, inaccesibles al parecer, y sus brechas semejantes á las l'l berturas practicadas entre almenas. Las alturac; calcáreas de la Clape, cerca de Narbona, y en más de una comarca la-=; montañas de asperón prec::;entan un perfil análogo. Las laderas de esos montes tajados suelen designarse con el nombre de parois (paredes), m uros ó murallas .

Las torres de dimensión relativamente escasa colocadas como edificios en altac; mo11laiia.;;, tie nen en los Pirineos el nombre de pe/Ze ó bougn La tete (cabeza) es una cima de pendient· ._, lei'· minales regulares de su11ve inclinación que se yerguen sobre una masa de laderas más escarpa­das. Si la redondez de la cima se desarrolla en forma de cúpuln, la montaíla es un soum (cumbre) ó dóme (cúpuln), como el del Monte Blanco, la masa más gigantesca del continente europeo. En la Suiza alemana, las cumbres achatadas, como el Righi, se llaman kulm. En los Vosgos los ba­llons (globos) y en la Selva Negra Jos boelchen

192 ELÍSEO REOLÚS

acaban en grandes cimas hinchadas como ampo­Has. Las bases de esas montañas son general­mente anchas y sm~ pendientes suaves.

Los nombres de los salientes secundarios no son menos numero...,os ni menos precisos que los términos aplicado~ por los montaiíeses á las ci­mas pl'incipale . U na estribación de forma redon­deada recibe fl'ecuentemenle en los Pirineos el nombre de turon ó turomel y un promontorio escarpado semejante á una sierra (kamm en ale· mán) se llama serre, sarrat ó serrere, y es la sie­rra española en miniatura. Una motte (muotta en los Grisonas) es una altura casi aislada del resto de la masa, ó que se yergue en medio de un valle entre tierra de aluvión. Diferentes nombres de montañas indican la naturaleza de sus rocas ó de su vegetación. Los montes Lauzet ó Lauziéres están compuestos de rocas de pizarra y en los Pirineos las numerosas cimas llamadas estibere ó pradere están revestidas de verdor. El nombre de puy, puig, pey, pechó puches término general que se aplica indistintamente á todos los salientes de crestas ó de las llanuras, desde el puig de Caslite (2.915 metros) hasta la prominencia más chica. Es de notar que en el idioma de los habitantes pire· naicos y alpinos, las palabras que sirven casi únicamente para designar las altu•·as en el len· guaje clésico, como montaña y colina, se toman en sentido muy diferente. Una montaña no es más que una extensión de pastos más ó menos

NUESTRO PLANETA 193

vasta, y el término de colina se aplica á una ca­ñada comprendida entre dos cimas.

Con los nombres empleados por los habitan­tes de los Alpes y de los Pirineos para describir los diversos tipos de montañas, hay que juntar los que se usan en las colonias francesas de lo~ trópicos, algunas de las cuales, como morne y pt· tou han entrado en la lengua literaria. En los , . países volcánicos los montes de ongen ígneo, de cúpula redondeada como el Puy de Dome ó atravesados por un cráter como el Puy de Sancy, reciben nombres locales muy apropiados, pero la mayor parte de esas palabras se ignoran •. gran prueba de que las sociedades modernas _ltenen todavia por ideal una vida artificial extrana á la Naturaleza. Afortunadamente hay como un reftu· jo gradual; seducidos los viajeros por la hermo­sura de las cimas que antes los espantaban, se dirigen ahora en masa hacia las monta~a~, apren­den á conocerlas, á amarlas y á descnbtrlas; lo.s idiomas y los conocimientos científicos se enn-

quecen á un tiempo.

13

194 ELÍSEO RECLÚS

V

Desigualdades y depresiopes del relieve de las montaúas.­Origen de los valles, alfoces y demás depresiones.-Valles longitudinales.-Valles transversales.-Valles sin u osos de vertientes paralelas.-Valles en desfiladero y de planos escalonados.-Cluses y cañones.-Disposición general de los valles.-Circos.-Onles de los Pirineos.

La altura es el menor elemento de belleza en una montaña; su majestad y la gracia de su as­pecto se la dan, sobre todo, las arrugas y declives de sus estratos, los circos y cañadas abiertos en sus pendientes, sus abiertos desfiladeros sus bruscos precipicios y los anchos valles horiz'onta­les colocados en la base del coloso, y que con el contraste. acrecientan sus magníficas proporcio­nes. Gracws á la variedad de líneas y contornos presentada por· todos esos accidentes su cesivos, t~ma el monte una apariencia de grandeza y de v1da de que en su origen carecia. Como un peda­zo de mármol tran s figurado por la escultura, la P?derosa masa, antes meseta mon ótona ó s imple cupula de rocas, ha sido transformado gradual­mente por los meteoros en una montaña de so­berbio perfil, que representaba para nuestros an­tepasados la fa7 de un dios. Pueden imaginarse

NUESTRO PLANETA 195

fácilmente los cambios que han dado á la forma de los montes los valles y depresiones de todas clases, cuando se recorren ciertas alturas en las cuales co nserva una vertiente su antiguo aspecto de meseta, mientras la otra, bajando bruscamente hacia la ll lln ura, aparece como una montaña es­carpada. Así so n algunas regiones de la meseta central de Francia, de Auvernia, de los moutes del Jura, de la R anke·Alp en Wurtemberg y en Ba­viera. Por un lado se extienden largas pendientes pedregosas, los campos son estériles, el horizonte es monótono y sin movimiento; luego, de pronto, cuando se llega á la arista, se ve á Jos pies una serie de abi::>mos; circos donde se juntan las aguas aparecen entre las quebraduras y los muros de rocas desmoronadas; debajo se ven en una pro­fundidad cada vez mé s brumosa terraplenes y cornisas coronados de abetos; las aguas que co­rren por las cañadas brillan en la base de los pro· montorios y en el fondo del abismo se extiende como otro mundo el valle apacible con su rio que serpentea, campos, viñas, bosques y alegres po­blaciones.

¿Cuál es el origen de Jos valles, los alfoces, los barrancos y las demás depresiones? El mismo que el de las montaíias, y no están los geólogos muy con formes al apreciar ese problema. Puede afirmarse de un modo general que unas de esas depresiones son rasgos primitivos de la antigua arquitectura de los montes y empezaron por ser

196 ELÍSIIIO RIIICLOS

ya arrugas. de estratos, ya aberturas de rocas, y otras han sido gradualmente abiertas por el tiem­po, excavadas por las nieves, las lluvias, los hielos y la s corrientes de agua. Quienes tratan de recons­truir con el pensamiento los sistemas de monta­ñas de las edades precedentes , dicen con cer teza de ciertos valles que son contemporáneos de las masas que los rodean; pueden también declara r osadamente que taló cual barranco ha si do abier· to por los meteoros; pero dudan respecto á mu­chos de los más importantes rasgos de la mon­taña.

De todos modos, los grandes valles longitudi· na les comprendidos entre dos cordilleras parale­las, pero diferentes por la edad y por la formación geológica, son indudablemente valles pt'imitivos· pliegues de la corteza terrestre formados natural: mente por las pendientes de Jos largos relieves que se han enderezado á derecha é izquierda. El fondo de la avenida debió de ser levantado en su mayor extensión por fuerzas que á ambos lados trab~jaban debajo de las masas vecinas, y Juego ha Sido modificado diversamente durante el trans­curso . de las edades por las aguas que Jo han rec?rrtdo; algunas cavidades han sido cegadas; vartas rocas han sido arrebatadas; las aguas han levantado el terreno en unas partes y Jo han socavado en otras, pero con todas esas modifi­caciones no deja de conocer el geólogo en el valla un surco de la misma antigüedad que las altas

NUIIISTRO PLANETA 197

cimas de las montañas cercanas. La gran depre­sión del Valais inferior que separa las masas del Fintter Harhon y de la Jung Fran de Jos del Monte Rosa y Monte Blanco es en sus rasgos esenciales un va lle primitivo. La vasta cavidad del Leman, que forma una media luna entre el Jura y los Alpes y que en sus mayores profundidades baja hasta muy cerca del nivel del mar, puede consi­derat'se, con mayor razón todavta, corno nacido al mi mo tiempo que los montes todos de Suiza.

Ciertos valles transversales, cortando brusca ­mente las cordilleras, también deben de pertenecer en s u mayor parte á la primitiva arquitectura de los montes. Sirva de ejemplo el encantador valle de la Engadine, cuya pendiente se eleva casi insen­siblemente hasta el umbral de la Maloggia (1.811 metros), encima del cual se levanta 2.241 metros más arriba la cima de Bernina. En los Alpes neozelandeses, Julio Haart ha descubierto un valte transversal más asombroso todavia, puesto que su umbral, dominado á un lado y á otro por cimas de 2.400 y 3.000 metros, no se encuentra más que á 485 metros de altura, á la quinta parte de la al­tura de la cordillera. Por último, en todas las hile­ras de montañas compuestas de conos volcánicos levantados de trecho en trecho en una misma hendidura de la tierra, los anchos valles transver· sales, que son en realidad restos de antiguas 11a· nuras, son muy numerosos. También puede o~ser­varse lo mismo en Jara y en los Andes de Ch1le.

198 ELíSEO RECL ÚS

R~specto ~ los valles transversales ordinarios que llenen ongen en alguna depresión de vertiente de montaña y van A parar á un valle más grande ó A la llanura, después de haberse juntado con otros valles abiertos A derecha é izquierda en el e~pesor.d~ los .montes, dificil es, y A veces impo· sibl.e, dtsttnguH' la parte que corresponde á la acción de las aguas y la que ha de atribuirse A otras causas en la formación de esos surcos gi­gantescos. Hasta donde, A ambos lados del valle, se corresponden perfectamente las hiladas de ro­ca~ es dific1l saber si la pl'imera hendidura fué una raJa natural producida por la I'etirada de las capas ó por algún movimiento brusco del suelo. Basta con ver el trabajo geológico verificado cada año por el torrente que muge en las profundidades par.a comprender cuán poderosa debió de ser su acción durante el transcurso de los siglos.

Buffón habla comprobado que gr·an número de valles tortuosos de las montañas es tán domi­nados, desde su entrada á su salida, por paredes escarpadas á ambos lados. Á los promontorios de una vertiente corresponden valles abiertos en la otra; los ángulos salientes y los entrantes alter­~~n á cada lado de tal suerte, que s i las dos pen-

Ienles ~puestas se aproximaran de pronto, se confundirian sus sinuosidades. O lros valles sin embargo~ p:esentan un género de formación t'otal· mente dtstmto; sus vertientes, en lugar de des­arrollarse regularmente en curvas paralelas, se

NUESTRO PLANETA 199

separan de pronto una de otra para aproximarse después y separarse del muro; asi se produce, por una especie de ritmo diferente del primer tipo del valle, una serie de cuencas redondeadas se­paradas unas de otras por angosturas. En los Pirineos, el Jura y las regiones calizas de los Alpes, los valles de esa formación son muy numerosos, pero generalmente se observa una mezcla de las dos formaciones; en ciertos puntos de su curso los valles se desarrollan tortuosamente entre ver­tientes paralelas; en otros, están dispuestos en cuencas su ce si vas. El largo canal del Bósforo, que puede considerarse como un valle invadido por las aguas del mar, presenta en su parte superior varias extensiones de agua semejantes á lagos, mientras aguas abajo las riberas opuestas pueden encajarse perfectamente una en otra, por la regu-laridad de sus sinuosidades.

Las diferencias en la forma de los valles se explican por la naturaleza de las rocas. que el agua tuvo que socavar. Donde los matenales de arena, asperón, granito, esquisto ó lava son de composición análoga y presentan en todas partes una resistencia igual á la del agua que las ataca, ésta puede seguir su movimiento norma.!; se des­arrolla en meandros que chocan altemattvamente con una y otra orilla, y por consiguiente, da las mismas sinuosidades de un lecho al valle que abre. En cambio, cuando las rocas consisten en hiladas de desigual dureza ó las atraviesan muros

200 lllLisSIO R.lllOLÚS

naturales que forman obstllculo, las aguas han de extenderse forzosamente como un lago y han de roer lateralmente las riberas hasta que se perfore el valladar y el agua se derrame como un torrente al pico inferior. De esa manera se forma, durante el transcurso de las edades, una serie de cuencas superpuestas, unas llenas parcialmente de agua, otras completamente vacías, unidas todas por es­trechos desfiladeros, por donde se precipita el torrente del valle. Los ejemplos de este escalona­miento de planos ó cuencas de verdor que se suceden como otros tantos peldaños son muy numerosos en todas las regiones de montañas. Pueden citarse: en los Pirineos el valle de Os, y en los Alpes el alto valle del Isére, cuyas antiguas cuencas lacustres y alfoces sombríos alternan con tanta regularidad .

. L~s estrechas cortaduras que sirven de comu­n~cación entre las cuencas en las cuales se preci­pitan las aguas torrenciales, se llaman cluses en el Jura Y clus en los Alpes de P1·ovenza, pero en aquellas comarcas no se limitan ll cortar barreras de peña, sino que atraviesan montañas. Las cuen­cas del VRr y de las corrientes de agua vecinas son muy ricas en desfiladeros de este género, enormes cortes practicados á través del espesor de las murallas calcllreas. De esos clus hay algu­nos verdaderamente formidables, los del Lobo entre Grasse Y Niza, los de Saint-Auban del Echandan Y otros, por donde pasan las agua~ del

NUESTRO PLANETA 201

Var y sus tributarios. Son desfiladeros espanto­sos; é. cada lado del torrente se yerguen rocas tajadas de varios centenares de metr~s de altura, y que genet·almente sostienen en su ctr:na los mu· ros pintorescos de algun pueblo anttguo. Esos clus estrechos, donde ha habido que trazar traba­josamente caminos y sende1·os, han de colocar~e entre los espectáculos más curiosos de Franc.ta. La contemplación de aquellos sombríos pasa¡es sobrecoge el ánimo, porque se penetra e~ ellos inmediatamente después de haber recorndo las fél'tiles llanuras del litoral mediterráneo, sem.bra· das de quintas, jardines y bosquecillos de ol!vos. Los clus del Ande y principales afluentes, los ?el Dordoña alto, del Tarn y del Lot, tienen tambtén formidable aspecto, pero lo-s más notables .. del mundo son probablemente los cañones de Mé¡tco, Tejas y Montañas Roquizas, donde se ve correr un río casi sin agua é. varios cenlen.ares de m_e­tros de profundidad entre peñones tajados. Segun el geólogo Nowberry, el gran cañón del Co~orado no tiene menos de 480 kilómetros de longttud, y en varios sitios sus murallas perpendiculares se levantan é. 1.000, 1.500 y 1.800 metros.

Según el tamaño de los montes, la natural~za de sus rocas y la abundancia de nieves y llu~tas, los altos valles presentan la más asombrosa dtver· sidad de formas y aspecto. En las masas de mon· tañas cuyos torrentes bajan hacia la lla~ura yor un cauce muy inclinado y con bruscas smuostda-

202 ELÍSJ!IO REOLÓ S

des abiertas en el espesor de la peña, la mayor parte de los valles tributat·ios, desembocando á derecha é izquierda en el surco transversal, tienen una disposición semejante á la de éste, pero son más sinuosas y rápidas y reciben las aguas de cañadas más pendientes todavía. En general, cada valle tributario se une al del medio, precisamente en el Jugar donde éste desarrolla la parte convexa de su sinuosidad, de modo que el conjunto de los valles y sus ramificaciones están colocados como los árboles de ramas alternadas. En las montañas calizas cuyos torrentes recorren una serie de cuen· cas escalonadas que comunican entre si por medio de cluses, el sistema de valles presenta una dispo· sición más rudimentaria: cada cuenca es al mismo tiempo el punto de unión de los dos valles latera· les abiertos unó f1·ente á otro y que suben en linea recta hacia las alturas. El conjunto de todas esas depresiones simétricas recuerda los árboles que se levantan en espaldera en los jardines y cuyas ramas opuestas se arrastran en líneas paralelas por las murallas.

Las cañadas, barrancos y pequeñas depresio­nes de montañas, desde las profundas cortaduras que las leyendas atribuyen al tajo de una espada gigantesca, hasta las graciosas ondulaciones que se asemejan á los dobleces de una pieza de tela, presentan variedad tan grande, que es imposible clasificarlos sistemáticamente. Cada montaña con individualidad propia difiere en las cañadas, que

f

NUESTRO PLANETA 203

Su Carácter particular de gracia ó de ma·

poseen )estad . · un circo

Casi todos los valles empiezan por , d 1 menos vasto, abierto en el espesor e a

más ó t l de la cordillera y formado por la masa cen ra de todos los vertederos reunión de los barran_cos e lo rodean. Los anfi·

h las montanas qu que ay en i tica ó circular que se ven teatros de forma el P . , ón de los mon·

t - el m1smo COl az abrir de repen e en . do mucho tiempo por tes después de haber camtnt s laderas de los pro­los valles tortuosos ó por a. de los es·

d constlluyen uno montorios escarpa os, calma y grande· pectáculos más hermosostp~rssuca\ .¡zas coma los

. 1 E las mon ana , ' za apac1b e. n d verticales y cuencas Pirineos centrales, de pare es contemplar esos muy hondas, es donde hay qute bies por sus vas-

. · Los más no a admirables c1rcos. vados que los . · terraplenes ne

tas d1menswnes Y Id ) de Gavarine, de rodean, son las onles (ca e~:~enta acción de los Estanbé, de Troumouse, quled ·as calizas de las

b. t n las a el siglos ha a Ier o e rtes fragosas reco· montañas de Marboré. Esas pamuros prodigiosos rridas por los torrentes;f>;~o:oo ó 900 metros de que se levantan hasta • \daños enormes

. d' cular· esos pe altura cas1 perpen 1 ' naciones enteras;

d i n sentarse en los cuales po r a d n de los bordes e despren e

esas cascadas que s 0

velos diáfanos o . . . flotan com d

de los preCipiciOs Y saltas cimas e aludes; esa se derrumban como l ntan la cabeza por

· s que eva inmaculadas meve

ELÍSEO RECLÚS

encima de las paredes para mirar todo se en derredo~

- encuentra reunido en el fondo d 1 , montanas sol itarias para hacer de e . e a_s renaicos d

1 sos cu·cos pi­

uno e os cuadros más grandiosos d"'-Europa. .,

VI

Escotaduras de las aristas de las monta . de las gargantas -R

1 . • ñas.-D1versas formas

y la de los pasajes.~~:lO~ entre l~s alturas de las cimas ideal de 1 y e las sahdas.-Pendiente real é

as montallas.-Volumen de las masas.

Lo mismo que lo 11 escotad uras de las ar~s~:s ~s, !son las g~ rgantas ó primiti vos producidos e as mon_tanas rasgos tur·a de 1 por la co ntracción ó la rup-

as capas leva ntadas ó s u d . más recien le debid . reos e origen derrumba mient os á la acctón de meteoros y

os. La variedad d

la form ación d e causas q~e han contribuido á

f e esas depres iones d 1 •

uerza de resisten e· d 1 e a cresta, la la e as rocas· p - lt. 1 peripecias de la 1 1 . ' or u 1mo, as siglos entre las ci~a~ m~es~ ~te trabada durante dado á las ar Y e au_e que las rodea, han Unas son ~img~:~as gran dtferencia de aspecto. entre dos lomas red a;ugas con césped ó nieve tas de rocas e t on eadas, otras estrechas aris-

or antes, dominadas á cada lado

NUESTRO PLANETA 205

por masas piramidales, como las fourches y hour­queites de los Pirineos; otras son rajas hondas abiertas entre paredes verticales; otras, semejan­tes á anchas puertas ~biertas entre los va lles de las verlien tes opuestas, son verdaderas brechas que parece que la zapa y la mina abrieron en la peña viva.

Se ha tratado de indagar más de una vez si existe una relación constante entre las alturas de las ci mas y la de los pasos que escotan la arista. Era fácil prever que como las intemperies, lluvias y nieves han atacado de diverso modo á las montañas, las depresiones de las gargantas que proceden de esas erosiones secul ares han de en­contrarse á alturas variables en las distintas ma­sas. Asi lo ha dem ostrado William Huber con pacientes estudios comparativos. En el gl'Upo del Monte Blanco, la proporción entre la altura media de las cimas y la de los pasos es como 1 '28 á 1; en el gru po del Monte Rosa, es de 1'43 á 1; en el de la Jung Fran, de 1'62 á 1. La relación entre la cima más a lta y la garganta más baja difiere mucho también, según los diversos sistemas de montañas. Asi co mo en la masa de Todi esa_rela­ción es de 2'68 á 1, no es más que:de 1'53 á 1 en el grupo de los Alpes del Tessino. En general, puede evaluarse la altura de las gargantas más anchas y más profundamente abiertas de los Alpes en la mitad de la elevación de las cimas que las rodean, y en los Pirineos es de dos tercios. Las

206 ELÍSIJ:O RECLÚS

depresiones considerables que dividen los Alpes en masas distintas, y hacia las cuales se incli­nan muchas gargantas secundarias, dan por el contraste un carflcter particular de grandeza y va­riedad a l sistema orográfico de la Europa Central. Los Pirineos tienen mucha más unidad de arqui­tectura que los Alpes; por la altura relativa de sus gargantas, son un o de los tipos más hermosos de cordillera.

Hecho notable, evidenciado por Huber, es que las gargantas más hondas de una masa desembo­can precisamente frente fl la s cimas mfls elevadas de la masa opuesta. La garganta del Simplón (2.010 metros) se abre directamente frente al grupo de la Jung Fran (4.167 metros) y el Gemmi (2.183 metros), que es el paso menos elevado de los Al pes leoneses, desemboca en el Yalle del Ródano frente al !\lonte Rosa (4.638 metros). La garganta de Luckmanier (1.917 metros) mira hacia las cimas del Todi; el paso de Julier se encuentra en el eje de la gran masa de Bernina; desde casi todas las gargantas principales se ven erguirse al otro lado del valle montes elevados de una de las cordil le­ras divergentes que irradian alrededor del nudo centrfll del San Gotardo.

¿Á qué causa debe atribuirse esa disposición general de las gargantas designada por Huber con el nombre de ley de las salidas ó desembocaduras? Puede explicarse en gran parte por el hecho de que las masas montañosas más eleYadas desean~

NUESTRO PLANETA 207

san generalmente sobre los pedestales mfls an­chos y sólidos; por lo tanto, los torrentes rodean su base, y en la vertiente opuesta los fenómenos de erosión adquieren mayor actividad, y las gar­gantas se ab!'en cada vez mfls en el espes.or de la cordillera; durante el transcurso de los s1glos, las diferen cias de relieve entre las fragosidades de las dos cordil leras acaban por acusarse con mayor vigor. En Jos Pirineos, esa correlación de masa: Y alfoces entre dos aristas distintas no puede sena­larse mfls que en escaso número de lugares, por la sencillez general de la cordillera y la a ltura relativa de los pasos, pero se presentan fl trechos ejemplos indiscutibles de esa ley; el puerto de Ve­nas, que se abre precisamente frente á la Mala­delta, la profunda depresión en la garganta de Puy Moren, esté. frente al grupo de cumbres de Font-

argenle. Considerada desde un punto de \Í::,la general,

esa ley de las desembocaduras no es mfls q.ue un caso particular de la ley indicada en otro. tiempo por Buffón acerca de la forma serpentma que presentan todos los valles normales. El ángulo saliente de una cordillera se reproduce en hueco en el ángulo entrante de la cordillera opuesta, la cima se eleva frente á una garganta, los gl'upos de cimas muy elevadas corresponden á un paso más

· ¡ de un valle hondo que los demfls. St as curvas hacen suponer que una escotadura de la cresta responde á la parte convexa del torrente, podemos

208 ELÍSEO RECLÚS

afirmar con seguridad que la linea de unión que junta dos codos bruscos de torrentes separados por una cordillera pasarA por una profunda depre. sión de la arista.

Los estudio comparados hechos por los geó­grafos desde los tiempos de Humboldt sobre el relieve de las cordtlleras, se referían, no sólo A la allura relativa de gargantas y cimas, sino también á la inclinación media de las vertientes. La verda­dera pendiente de una arista de montaña es aque· Jla linea tortuosa y de varia inclinación que sigue el hilillo de agua al bajar de la arista de lagar­ganta fi las llanuras inferiores, pero esa curva mfis ó menos regular no es la que constituye la vertiente de la cordillera, sino la linea ideal que á través de las cumbres secundarias, y por encima de gargantas y valles, une las cimas de la arista principal con la base de las escarpaduras avanza­das en las llanuras adyacentes. Esa linea ideal no estfi nunca tan inclinada sobre el horizonte como lo ha~en suponer á primera vista el aspecto de las pendientes y el súbito contraste de alturas y valles; de modo que pintores y dibujantes ~xageran dos 6 tres veces el verdadero relieve de las montañas para reproducir el efecto que hacen al espectador. El Jura, cuya pendiente general es muy suave, presenta, desde la cresta del Tendre hasta la población de Arbois, un declive total de 1.307 me­tros, ósea 2'6 metros cada ciento lo cual seria en

• 1

un cammo carretero una pendiente m uy escasa.

NUESTRO PLANETA 209

' La pendiente general de los Pirineos es mucho más rápida, puesto que desde la cima del Mont­Perdu hasta la llanura de Yarbes, el declive es de 3.042 metros, 6 sea de 5'2 por cada ciento, pero aun es ese un declive bastante menor que el de la mayor parte de las cuestas en los caminos mon­tañosos; es inferior á la del ferrocarril que sube por las laderas del Monte Cenis. La vertiente montañosa más rápida de Europa es la de las la­deras alpestres que miran A las llanuras del Pía­monte y de Lombardía; desde la cima del Monte Rosa hasta los campos de Ivrée la pendiente me· dia es superior á 10 por 100, lo cual produce en la mirada el efecto de una inmensa Babel de to­nes y pirAmides superpuestas. Ciertas masas de montañas del Nuevo Mundo tienen pendientes mlls rfi pidas toda vi a; la silla de Caracas presenta al mar de las Antillas un verdade1·o muro levan­tado 54 grados sobre el horizonte, f¡•agosidad que seria inaccesible si no se pudiera alcanzar por med1o de caminos en zis-zas trazados en alfoces y barrancos. Se comprende que el declive de las vertientes montañosas no es exactamente igual en ninguna parte de la masa; muy rápida en algunos puntos, es escasísima en otros, según las diferen· cías de altura, rocas y climas. Si es difícil de se· ñalar el declive medio, por la gran diversidad de las pendientes locales, el volumen total de una cordillera es mucho más difícil de conocer apro· ximadamente. Basándose Humboldt sobre los

14

210 BLÍSBO RBOLÚS

datos incompletos de la ciencia respecto é. la al­tura de las mesetas y las montañas en los diver­sos continentes, trató de calcular la masa cúbica de muchas cordilleras. Según sus cé.lculos, la masa total de los Pirineos, repartida con unifor­midad sobre la superficie de Francia, levantarla el terreno unos tres metros. Si todos los materiales de las masas alpinas se repartieran con igualdad sobre el continente europeo, aumentaría 6'50 me­tros la altura de éste. Muy útil sería reanudar esas investigaciones para dar mayor precisión é. sus resultados según se vaya conociendo mejor su relieve orográfico. El cé.lculo mé.s completo de ese género debe de ser el de Sonklar sobre la par­te de los Alpes tiroleses conocida con el nombre de grupo del Oetzthal. Esa masa se supone que podré. ser representada por un sólido de una al­tura uniforme de 2 540 metros, de los cuales co­rresponderían 1.620 á la meseta ó zócalo de la región montañosa y 920 al conjunto de los picos. Repartida sobre Europa esa masa, no represen­taría más que una elevación de 61 centímetros en la altura del continente. Ya se ve, pues, que el volumen total de las cordiller·as de montañas es menos importante que el de las mesetas de Es­paña ó de Baviera.

NUlliSTRO PLANETA 211

VII

Hipótesis sobre el orden general de las cordilleras.-Teoria de E. de Beaumont acerca de las elevaciones paralelas.­Cordillera de los Pirineos tomada como tipo longitudinaL­Diversas anomalias de la cordillera.-Barrera etnológica de los Pirineos.

Varios geógrafos han cretdo encontrar la ley del orden general de las montañas, y sin aguardar á conocer completamente la superficie de la Tie­rra han trazado á su antojo hileras en montes más ó menos hipotéticas. Buache, cuyas ideas han prevalecido bastante tiempo, imaginaba que la cordillera de los Pirineos continuaba por deba­jo de las aguas del Atlántico, después á través del Nuevo Mundo y del Pacífico, y reaparecía en A ia para formar el Himalaya, el Cáucaso, los Balka· nes, los Alpes y los Cevennes, y volver al punto de partida. Era la antigua imagen de la serpiente mítica enroscándose alrededor del globo y mor· diéndose la cola. Basta con echar una ojeada é. los mapas, como la ciencia permite hacerlos hoy, para ver cuán primitiva era aquella idea de la ar­monía de las formas terrestres. Las leyes de la Naturaleza se revelan siempre por una singular variedad de fenómenos.

212 l!ILÍSEO Rl!IOLÚS

En realidad puede decirse de un modo general que las principales cordilleras, cortadas ti trechos por golfos, brazos de mar ó llanuras, constituyen una especie de corni:sa grande y circular alrededor de la doble cuenca del Océano Índico y del Paci­fico. Cierto es también que la altura media de las protuberancias del suelo, montañas y mesetas, va disminuyendo desde las regiones tropicales hasta los dos polos, pero se presentan muchas excep­ciones al estudiar la superficie de la Tierra en la prodigiosa variedad de sus lineamentos geogrllfi­cos. Ciertas comarcas parecen un verdadero déda­lo de llanuras, de mesetas, de m o ntes de todas formas y alturas; aqui puntas granilicas y cúpulas de pórfido; allti aristas esquistosas, co1·tadas en forma de ngujas, murallas calizas, conos de basalto de perfiles matemática mente regulares. Á la serie de la montañas que se han levantado durante cada periodo de la Tierra hay que aíiadil' las series sucesivas de levantamientos posteriores; el orden primitivo se ha modificado incesantemente duran­te el tt·anscurso de las edades.

Á la geologia corresponde, pues, revelar el orden verdadero de los montañas contando la historia de su formación. E. de Beaumont ha tratado de llevar á cabo esa labor, y pOI' la ge­neralización atrevida de hechos sentados por la ciencia, ha llegado ti formular una teor1a sencillisi­ma. Partiendo del principio de que las capas sedi­mentarias muy inclinadas que be extienden por las

NUKSTRO PLAJ:o¡ETA 213

laderas de los montes, forzosamente han tenido que er levantadas, mientras los estratos que con ­servan la hot·izontalidad no han s ufrid o perturba­ción de. de que se formaron, el eminente geólogo ha podido asignar un a edad relati'a á cada iste­ma de montañas. Efectivamente, todas las cor­dilleras que llevan en sus pendientes hiladas levantadns de un periodo geológico y en cuyo base se encuentran capas de una edad posterior, han debido de surgir del s uelo durante el intervalo mtis ó menos largo que separó la formació n de ambas series de estratos. Y comparando las direc· ciones de los sistemas de montañas de la misma edad, se comprueba que :::.on ca~i paralelas por la orientación de s us aristas. De modo que Beau· mont ha clasificado las distintos cordilleras según su dirección, y de esa manera ha podido seiialar coincidencias muy notables entre aristas separa· das unas de otras por millares de kilómetros. Un hecho important1::; imo que res ulta de e::;la clasifi­cación de los montañas, es que los sistemas mtis antiguos son generalmente los menos elevados. Los Vosgos datan de una época mucho más re­mota que la cordillera pirenaica; ésta ha s urgido antes que los Alpes, los cuales son muy anteriores li los Andes.

De todos modos, esa clasificación geológica de las montañas no es tan senciiJa como parece al principio, porque ti veces es dificil dete¡·mi.nar el verdadero eje de levantamiento de las cordtlleras,

214 ELÍI~EO RliiOLÚS

como Beaumont mismo pudo observar al estudiar el sistema del Estere!. El estudio profundo de las capas terrestres suprimiría cuanto falso ó incom­pleto pueda haber en estas ideas teóricas. La geo­grafia que se limita á la descripción de la Tierra durante la época actual debe clasificar las diver· sas cordilleras según la regularidad de su forma su relieve y su importancia en los continente~ como puntos de reparto de las aguas, como labo­ratorios de meteoros, como barreras entre los pueblos.

Entre las cordilleras de casi perfecta regulari­dad, puede citarse la parte oriental de los Pirineos. As! como una rama de arbol, ó mejor dicho, una hoJa de helecho, se divide y subdivide á derecha é izquierda en ramitas, hojas y hojillas, cada nudo de la cresta da origen á uno y á otro lado á una cor­dillera transversal semejante en todo á la primera, aunque mucho más corta, y desciende gradual­mente hasta el nivel de las llanuras vecinas. Las aristas transversales son semejantes entre si y las separan profundos valles, adonde bajan los hielos, Y por los cuales mugen los torrentes y circulan las sendas. Los valles se corresponden en una y otra parte de la cordillera principal y se comuni­c~n po~ la garganta ó puerto, ó sea por la depre· Sión abierta entre ambas cimas. Como la cresta principal, se componen los transversales de una serie de __ cimas separadas entre si por otras tantas gargantas, cuya altura disminuye proporcional·

'-~----~--------------------------------------------

NUESTRO PLAN.IIITA 215

mente; cada cima da origen á dos estribaciones laterales, que no son más que un rudimento de cordillera terciaria paralela á la grande, y las gar­gantas secundarias sirven para que se comuni­quen cortas cañadas que vierten sus aguas en el torrente del valle principal.

La parte de la gran cordillera comprendida entre la garganta de Roncesvalles al Oeste y el puerto de Venasque al Este, y que presenta un desarrollo de unos 140 kilómetros, puede consi· derarse como el tipo perfecto de una arista regu­lar de montañas. La parte oriental de la cordillera no está dispuesta de manera tan normal; el exa­men de las lineas de la arista demuestra que en muchos puntos se separan de la forma Uptca.

La principal anomalia se encuentra hacia el centro de la cordillera, á una distancia casi igual de los dos mares. Alli se ve que la arista pirenaica no es sencilla, sino que está formada de dos lineas distintas una de las cuales es la cordillera regular

' del Oeste, mientras la otra, cortada en tres partes por las dos profundas escotaduras de las gargan.tas de la Perche y de Puymoron, e m pieza en la orilla del Mediterráneo con el nombre de cordillera de Albéres se cruza en la masa de Cortabona con la

1 -

arista transversal más importante de la montana de Cadis y el Canigó, se desarrolla hacia el Oeste formando las masas de Andorra, Montcalm Y Montvallier, y después, corriendo paralela~ente á la cordillera procedente del Atlántico, termma en

216 ELíSEO RECLÚS

la orilla derecha del Garona. Podrian compararse los Pirineos con una cordillera normal que hubie­ra quedado partida en dos por una gigantesca ruptut·a y cuyas mitades, fijas en sus extremos ~ari_timos, hubiet·an girado ligeramente y en sen­tido mverso alrededar de esos extremos tomados como ejes.

Una loma lrflnsversal que se apoya en ángulo recto en la cordil lera del Norte, se suelda con la del S~r en la garganta de Pallas; otra, proyectada también en ángulo recto por la hilera de picos de la cordillera meridional, se alarga más al Oeste Y no se queda separada de la arista mediterránea más que por el estrecho desfiladero del Garona. Los extremos de ambas cordilleras limitan por todas partes un valle profundo, verdadero remoli­no_ terrestre alrededor del cual se yerguen las mon­tanas como enormes olas. Es el pais de Arán, centro de los Pirineos. Aunque sus aguas corren por el Garona en las llanut·as de Francia, no per· tenace orográficamente á ninguna de las dos cuencas. Con más titulas que el valle de Andorra debiera ser el de Arán una república neutral entre Francia y España.

La segunda anomalia consiste en que las ci­mas más altas no están situadas en la misma cresta. El Mont Perdu, el Pico Porets y la Mala­delta se alzan al Sur de la cordillera de los Piri­~eos atlánticos; la primera de estas montañas se JUnta al eje central con varias gargantas elevadas,

NUESTRO PLANETA 217

pero el Porets y la Maladetta, gigantes erguidos uno frente á otro á cada lado del Essevr1, forman dos grupos casi completamente aislados: al Norte los unen al sistema principal aristas nevadas.

Á pesar de esas irregularidades, proced~ntes del trabajo incesante de los agentes que mo?~fican la superficie del globo, la cordillera de los Pmneos puede considerarse como ejemplo de _sistema nor· mal, y muy pocas cordilleras de la Ttena pueden comparársela por la senclllez general de su ~o.rma­ción. Por consiguiente, el aspecto de los Pmneos es menos variado que el de los Al pes y otros m u· chos sistemas de montañas; la larga hilera limita el horizonte con su muralla uniforme, dentada como una sierra, y desde la llanura apena~ se ven sus estribaciones. Aunque la altura medta de la cresta central de los Pirineos supera á la de los Alpes unos 100 metros, y aunque las llanuras de Francia sean más bajas que las de Suiza, e:n el~­vación mayor hace menos efecto po_r la dtspost· ción regular de los picos y la semeJanza de sus contamos. Apenas se levantan algunas cumbres de los Pirineos á más de 600 ú 800 metros sobre la altura media de 2.450, y en los Alpes muchas montañas se elevan á 2.000 y 2.500 más que la altura media de la cresta; el Monte Blanco yergue su cúspide á más de 4.800 metros. Los montes de los Pirineos son, generalmente, si m pies ~o nos colocados sobre el reborde del levantamte~to. Montañas de una gran importancia geológtca,

218 BILÍS.IIIO llBIOLÚS

como el Neuvielle y los montes de Os y Clarabide, apenas se distinguen por su relieve de las alturas que los rodean. Los picos que se desprenden mlls del resto de la cordillera, como el Canigó, el Mont· vallier, el pico de Taba, el del Mediodia de Pau y la Maladetta, son poco numerosos.

Á consecuencia de esta sencillez de la arqui­tectura pirenaica, se ven en esas montañas pocos valles longitudinales que se eleven ll derecha é iz· quierda hacia dos filas paralelas de picos y pro· yectan en todos los alfoces y en los hacinamientos de peña de los ventisqueros largos brazos llenos de verdor. No se ven mlls que valles transversales en el eje de los montes, muy inclinados hacia la llanura. Las gargantas de donde arrancan los pri­meros barrancos de esos vall~s suelen ser simples mesetas que reinan en la cima de la cresta 6 som­bríos corredores abiertos en la roca por el trabajo secular de los agentes atmosféricos. Como esos pasos son más altos por término medio que los de los Alpes centrales, fllcil es comprender que los Pi­rineos centrales hayan sido siempre la muralla natural de Europa mlls dificil de salvar para los pueblos. Entre la garganta de la Perche, cerca de Mont-Louis, y el puerto de Maya, no lejos de Bayo­na, ósea en un espacio de mlls de 300 kilómetros, todavía no atraviesa la cordillera ninguna carre­tera.

1

NOIIl8TR0 PLANETA 219

Vlll

tral -Contraste entre los Alpes y el Montaílas de Europa Cen . . ontaíloso de eslabones pa.-

El J t'po de s1stema m Jura.- ura, 1 los Al es.-Masa central del San ralelos.-Caos aparente de R p y Monte Blanco.-Los G t rdo -Masas del Monte osa A~p:s c~nsiderados coma frontera entre pueblos.

t - s que forma, digá· El gt'an sistema de mon ana

d E a y cuyas ra· maslo asi, la espina dorsal e ur~p 'bros de un

. · tes ll los mtem mificacwnes, semeJan del continente,

· los contornos cuerpo, determwan . . r la diversidad de es mlls rico que los Plnneos po . 1 número de

d sus artenas, e sus formas, el cruce e é 'to de cordilleras sus masas dispersas y s~ ~ tu~ción de los Alpes, secundarias. Al relieve y dts fll as de Europa

. d raman as agu cuyos ventisqueros er d esa parle del occidental, deben los puebl?~ e la civilización. mundo indirectamente la Vl da y fortificación,

b •. nas e una Erguidas como los as~w á la libre

. 1 inas protegen las principales masas a p . d todos los gru·

. . 1 S r el conJunto e nactón smza; a u • t semicirculo al· - f a un vas o pos de montanas orm la cordillera de l. enlaza con

rededor de Ita ta, Y se 1 ueleto de la pe· los Apeninos, que constitu~e e .esq d los Alpes

l strtbactOnes e ninsula; al Oeste, as e . del territorio fran· forman el rasgo más saliente

220 ELÍSEO RECLÚS

cés, y con sus eslabones transversales modifican el relieve del Jura; al N or·te, las mesetas escalona­das que se apoyan en los montes de Suiza bajan hasl~ las landas de Francia; a l Este, los Alpes Cár·mcos se prolongan en Bosnia y Servía con eslabones calizos y mesetas que están aisladas sólo por el Danubio de la ciudadela transilvánica de los Carpa tos, y van á irradiar por los Balkanes y el Pindo hasta las orillas del mar Negro y el mar Egeo.

La singular belleza de los Alpes se acrecienta con el conlra~le que forman con ellos las monta­ñas que los rodeo. Ese contrastre es más notable entre las masas de los Alpes centrales y las mura­llas del Jura, que limitan al Oeste el territorio na­tural de Suiza. De altura modesta, comparada con la de los Alpes, son muy curiosas las cordil ler·as del Jura .dec:de el punto de vista geológi co y deben ser ~onsideradas como el mejor tipo de cierta for­mación de montañas, ó sea la de largas aristas p~ralelas. La Carniola, la Herzegovina, la Bos­ma, pr·esentan asimismo cordilleras colocadas de ma?era análoga; también en América pueden designarse l0s montes Ojarek, y sobre todo los Alleghan~s, que se extienden un espacio mucho más ~onsiderable que el Jura, pero no han sido tan bien estudiados. Se enlazan por ambas pai·tes con montes granHicos y la masa principal del sis­t~ma, com para?le con una serie de olas marilimas, tiene muchas Irregularidades.

NUESTRO PLANETA 221

El Jura de Europa ocupa en medio del conti· nante una superficie muy considerable desde l~s orillas del Dróme hasta las montañas de Boh.em1a, pero la parle central de esa inmen sa extensión es la única designada generalmente con . el no~bre de Jura, porque las partes extremas llenen diver­sas direcciones y se cruzan con masas de fo~·ma­ciones distintas. En Sabaya, el Mole y otras cimas se yerguen en los ángulos de cru.ce de la s murallas jurásicas y de los eslabones alpmos. El Jura pro­piamente dicho se prolonga desde el SO. hasta el NE. del val le del Ródano al del Rhin, prese~tando una ligera convexidad hacia Francia. Consiste en filas paralelas y casi uniformes que. van eleván.do· se como escalones s u cesivos de Occ1dente á Orten­te, como otros tantos muros que presentan. por un lado largas escarpas pendientes Y ter~mt~n por el otro en abruptas quebraduras. Valles mter­medios separan esas muralles paralelas.' Y la más oriental, que en muchos puntos es ta~bié~ la más elevada domina las llanuras de SUJza. Circos en form a de anfiteatros se abren en el espesor de las murallas del Jura y de trecho en trecho cortan la cordillera desfiladeros transversa les, animados por torrentes, y la separan en pedazos aislados. Se han comparado muchas veces esas meseta.s fragmentarias que se alargan y Sd siguen con um­formide.d en la misma dirección, con las orugas

que en larga procesión se arrastran por el su~lo. d. 'd n vanos

Prescindiendo de los cluses que tVl en e

ELÍSEO RECL ÚS

pedazos los muros paralelos del Jura, se han comparado més poéticamente esos montes con el rizado que produce en uua superficie liquida la calda de una piedra. Las largas lomas de Mont Tendre, de Noir Mont y de Weissenstein son magntficos observatorios desde los cuales puede estudiarse é gusto el contraste presentado por el Jura y las cimas agudas que sobresalen al Este de la depresión bernesa de las masas del Ober· land . Á primera vista, esos montes parece que forman un verdadero caos, que parece mayor todavia para el espectador colocado en una de las cúspides alpestres. Vense entonces en el contorno ~odo del horizonte agujas, puntas y crestas arro· Jadas como al azar y casi innumerables, que pare­c~n las olas cuajadas de un océano inmenso. Muy diferentes del Jura, cuya formación general es de gran regularidad, parecen los Alpes un desorden espantoso, y hasta después de haberlos estudiado Y re?~rrido bien no se puede comprender la dis­posiCión general de sus crestas. Entonces se ve que el conjunto de las montañas está formado de masas separadas que proyectan ramificaciones en. todos sentidos, como los rayos de una estrella. Mtentras el Jura y los sistemas de montañas que pertenecen al mismo tipo se componen de esla­bones paral~l.os, los Alpes estén constituídos por 1~ yuxtaposición de varios grupos de eslabones d1 vergen tes.

Desor, tomando por base de su clasificación de

NUESTRO PLANETA 22S

los Alpes los diversos núcleos de granito y proto· gino que atravesaron las rocas més recientes, ha llegado é deducir que el sistema alpino se compo­ne de unas cincuenta masas distintas. Esa divi­sión geológi~a concuerda en general con la que podria hacerse estudiando sencillamente el relieve y la dirección de las aristas, pero el número de las masas ha de reducirse mucho si se considera que forman parte de una misma cordillera los grupos unidos entre si por aristas continuas de gran elevación.

La masa central, que es también la més impor-tante desde el punto de vista geográfico, es el San Gotardo, situado entre Italia y Suiza, en el punto donde se reparten las aguas del Rhin, del Tessino, del Ródano, del Aar y del Reuss, nudo en el cual vienen é unirse como radios las crestas convergentes de las masas que los rodean. Al NE. se encuentra el grupo de Todi; al Este, el de Rheinwald; a l Oeste y al Sur los más podero· sos del Finsterarhoon y del Monte Rosa . Esta masa se junta con el Monte Blanco, que se levanta más al Oeste, pero alli cambia de direcció.n el sistema alpino y en conjunto se dirige hacia el Sur. Los dos primeros grupos importantes que se levantan á esta parte son los del Gran Paratso, que domina las campiñas piamontesas, Y el de la Vanoise y la Grande Casse, que separ~ dos valles. Al Sur se repliega una verdadera cord1llera que atraviesa el camino del Monte Cenis Y se une

224 ELÍSEO RECL'ÓS

por crestas tortuosas con las masas de Grandes Ronsses y de Belledonne al Oeste, la del Grand Pelroux al SO. y el del Monte Viso al Sur. La pirámide del Viso es el magnifico hito que señala elllm~te entre los Alpes del Delfinado y los Alpes mar1ttmos; es tamuién la última montaña de la cordillera cuya altut·a pasa de 3.500 metros. Más allá la~ rama s terminales de Francia y de Italia, extend1das como las varillas de un abanico, bajan gradualmente hA cia el mar; al Norte de Niza y de Menton, un a mn sa granítica pequeña se levanta á más de 3.000 metros y dos de sus cimas más altas, el Gelas y el Clapier de Pagarin, sustentan ventis· queros en la s vertientes que miran al Norte· allí term.ina la gran curva de los Alpes occidentales y emp1.eza la cordillera intermedia que la une con la arts ta de los Apeninos.

Los Al pes orientales, situados al Este del San Gotardo, presentan asimismo dispos ición por ma· sas. Al NE. de Todi se yergan el Sti.ntis al Este d~l Rheinwald están los grupos de Ber,nina, de S1lvoet.ta Y de Ortelspitze; después, de Oeste á Es te, v1enen las masas de Oetzhal, Stubaier, Gross Glockner Y los montes de Hallstadt y más allá los ~lpes propiamente dichos tienen 'poca impor­tancia. Las cumbres de esas masas pasan de 3.00~ mett'OS y están cubiertas de nieve; como las cordilleras occidentales, merecen el nombre de Alpes ~Blancos) que dieron los celtas á aquellas montanas.

NUIOSTRO PLANETA 225

La mnyor parte de esos grupos fllpinoc; pre· sen tan en las particularidades de su relie' e ...,l n­gular ,·at·iedad de aspecto; no hRy línea de esa gran arquitectura que no tenga un carácter espe· cial de belleza y no se distinga de las demás por un contrn~le imprevisto.

Pot· lo pronto, la masa central del San Gotar­do, núcleo del cual br·otan las cordillems pt·incipa· les, es poco elevada y de orden secundario, en relaeión con los demás grupos al pinos. E::;a masa cuadrangular, que rodean por todtl.s parte:-; valles profundos y anchas· escotaduras de varias gargan ­tas, al Oeste la Furka, al Norte el Aberalp, al Este el Lm:kmanier, al Sur los Unfeuen, e~tú do· minada por cimas cuya altura media es de 2.950 metros, y In cimu más importante, el Piz Rotando, no excede de 3.197. Es probable que durante el tt·an"curso de las edades, las aguas superiores del Rhin, del Hódano, del Reuss, del Te::ssino, de la Toccia, las cuales caen desde las laderas de esa masa central, hayan acabado por rebajar las

montaña<; del San Gotardo. Otra anomalía del sistema alpino es que la

elevación media de las masas nevadas que se le· Yantan al Este y al Oeste del San Gotardo, no está en relación dtrecta con la altura de las cimas que las coronan. En efecto, la verdadera ciudadela de los Alpes, la que por la forma de sus montañas, el número de s us picachos, la amplitud de sus ventisqueros, merece más que otro cualquier gru·

15

226 ELÍSEO RECLÚS

po el nombre de masa culminante, es la pode ro a muralla del i\lonte Rosa, cuya altura media no e, menor de 4 102 metros. La diadema termi­nal de e te conjunto de montes se encuentra A 4.638 metros, y el Monte Blanco fJ 4.810; pero el gi'Upo de cimas que rodean ese punto supremo de Eui'Opa no tiene más que 3.85 de altura me­dia, 21-4 menos que la masa del Monte Rosa. Vie­nen luego por orden de elevación los grupos de la Jung Fran (3 753 metros), de BeminA (3 458) de los Alpes Gl'ic:;ones (3.266), del Tod1 (3.143), Con­siderHdos en conjunto los diverso<;; grupos de Jos Al pe ~ centrales, decrecen en altura de Oeste á Este y de Sur á Norte, su vertiente meridional es más abrupta que el declive septentrionul y baja en largas ramificaciones hacia lo-s valles del Ródano y del Rhin. Los Alpes sirven de fronterús· etnoló­gica ' , como la mayor parte de las altas cordilleras; fl un Indo e tlln franceses y alemn nes, á olro ita­Hunos. Una de las regiones alpestres de mus di­ficil acceso, la de los Grisonas, tr·ansformada en ciudadela central de Europa por el déda lo de sus 150 valle , ha servido de refugio á ciertas pobla· ciones que hablan hoy, aunque corrompida, la lengua de sus antepasados, contemporáneos de los ciudadanos de la antigua Roma. Los Alpes, gracias ll su división en nu merosas masas y ll la profundidad relativa de sus gargantas, no son u na barrera insuperable com o la cordillera pirenaica . En los montes y valles de Suiza, hombres que

NUESTRO PLANETA 227

pertenecen á las tres razas, alemana, francesa é italiana, se han confederado para formar un pue­blo de het·manos; colonias germánicas, rodeadas completamente por poblaciones latinas, e han establecido en vertientes de montañas que miran al N orle en el valle de Viege, por ejemplo, y en las Sette Communt de los alrededores de Bas:-sano; en otras partes, hombres de la raza latina han colonizado las pendientes meridionales de las masas habitadas principalmente por alemanes; finalmente, los antiguos alobor·ges, que hablan hoy en francés mós ó menos corrompido, pueblan las dos vertientes de los Alpes de Sabaya y Delfi­nado. Mientras en los Pirineos la cresta de los montes limita las dos naciones, h·ancesa y españo­la, las bases de las montañas piamontesas sirven de fronteras no políticas, pero sí etnogn\ficas, entre dos razas; los valles de la vertiente Italiana, reco­rridos por los torrentes de Jos dos Doires, del Clu­ron, del Pelhs, del Stura, tienen una población del mismo origen que los valles del Maurienne, del Queyras, de l Durance. Además, según hizo notar tiempo ha el geólogo Ami Brué, las cordilleras longitudinales son las que menos separan los pueblos, por la semejanza de los climas en ambas pendientes; las cordilleras transversales, como los P irineos, son siem pre las fronteras mlls diflciles de salvar.

Para los cambios comercia les y para las rela ­ciones entre dos pueblos, también es tén mejor

228 ELÍSEO RECLÓS

distribuidos lnc; masas de los Alpes que la cord i· llet·a regular de los Pirineos, y en todo tiempo tuvo gran importancia el tráfico entre ambas vertían· tes. Doce cnl'l'eleras, algunas de las cuales pueden considerarse obras maestras de la industria hu­mana, at¡·avie~an la cresta para poner en comu­nicación In~ llanuras de Italia con Francia, Suiza y Alemnnia; un ferrocarril terminado ya hace mu­chos aiios pasa al Este de los gt'flndes Alpes por en<:ima del Joemmering; otrDs \'ías fél'l'eas atra­viesan el eospesor de las altas montai1as del Cen­tro, para que comunicándose libr·emente los pue­blo por debajo de hielos y peñascos, se glontiq u en de hahet· vencido á los Alpes.

IX

Las cordilleras del Asia CentraL-El Kuenhm, el Karakorum, el Himalaya.-Los Andes de la América del Sur, tipos de cordillera de bifurcación.

Lo que las masas de los Al pes para Europa, son las cordilleras del Himalaya, del Karakorum y del Kuenhm para el continente asiático. Esas tres aristas de montañas tienen origen común en la ctechumbre del mundo• ó meseta de Pamir, de la cual irradian asimismo hacia el Norte y el Oeste las sierras de ~olor é Hindukuch. La triple

NUESTRO PLANETA 229

muralla del Asia Alta no tiene menos de 2.500 ki­lómetros de desarrollo, y su anchura, in cluyendo la de las mesetas y valles intermedios, es por la parte del Oeste, ó sea hacia el Sikl~im, de unos 1.000 kilómetros. La a ltura media de las cimas es en cada cordillera superior á la de cualquiera ott·a cresta montnñosa del resto del mundo. Allt se en­cuentra el punto culminante de la T1e1Ta. Entre las dos vertientes extremas hay un contraste ab· soluto; extiéndanse al Norte estepas á ridas y frías¡ despliégans e al Sur las llanuras ardientes y mara­villosamente fértiles regadas por el Gangas Y sus afluentes. Los peiiascos y nieves que se levan~an entre a mbas reg10nes son un valladar etnológtco más poderoso que el mismo Océano. Sepa:an razas de hombres y grandes religwnes. U mea­mente en muy pocos puntos han bajado los ~ogo­les budis tas á los valles meridionales del Htmala­ya, gracias á las facilidades que les ofrecia para atravesar las montañas su residencia en las altas mesetas.

La cordillera del Norte, la del Kuenhm, es muy poco co nocida, y todavia no se puede afirmar de manera pos itiva que no tenga cumbres más elevadas que las del Himalaya, pero lo probable, por las noticias alcanzadas en diversos puntos por los viajeros es que su cresta sea la menos alta de las tres. El, Karakorum, 6 muralla del centro, e.s también aquel cuya altura media es la más consl· derable, y sirve de partidor de aguas. En aquellas

230 ELÍSEO RBlCLÚS

gargantas nacen el Indo y el Boahmaputra; en su ba::;e está ~l Yalle de Kachemire, celebrado por los poetas orientales como cmorada de la felicidad• ) cuyos h_erm~sos lagos azules, rodeados de jardi: nes, refleJan p1cos nevados de cinco y seis mil me­tros de altura. Los torrentes que bajan por una Y otra ~arte de las montañas atr'aviesan luego las cor·dllleras paralelas por prodigiosos desfila­deros, Y llegan en cierto::; sitios á tener millares de metros de pr·ofundidad.

El Himalaya, que es la cordillera más conoci­da, ha sido muy poco explorada, si se compara con los Alpes. La defienden contra las tentativas de los explora?ores la falta de caminos y veredas, los torrentes sm puentes, los bosques inaccesibles de sus laderas, las formidables fl·agosidades y la altura de _sus grandes cúspides, que llegan hasta los ~spacws del aire, donde el hombr·e no puede r_esptrar. En la superficie de las montañas se ex­tiende como barrera mortal una zona de anchura variaule, el Terai, cuya humedad insalubre, ali­mentada por _las lluvias de los monzones y las aguas qu~ baJan del Himalaya, humea al Sol con dens~s meblas que se arrastran por los árboles Y extienden á gr·an distancia la fiebre y la peste. M h d. · uc _os 1strttos de las montañas pertenecen todav1a á soberanos indígenas que por astucia ó fuerza se oponen á los viajes de los europeos. Poc~s años hace que los observadores han podido medtr la montaña más alta de la cordillera, y pro-

NUESTRO PLANETA 231

bablemente de todo el mundo. Es el Gaurisankar 6 Chingo Pamari, cuya cumbre se levanta á 8.840 metros, casi el doble que el Monte Blanco. En la misma hilera se han medido hasta hoy 216 cimas, y de ellas 17 ¡.>asan de 7.500 metros, 40 de 7.000 y 120 de 6.000. Después del Gaurisankar·, la monta­fía conocida que se levanta á mayor altura es el Da psun) (8 G25 metroc::.) en el Karakorum.

Losgrnndes picos del Himala ya, contemplados desde uno de los promontorios que avanzan tie · rra ndentro en las campiiias del Indostán, forman uno de los espectáculos más grandio::;o'::i que pue­da admirur el hombre. Desde el pueblo de Dorji­ling, con~lruíd o por los ingleses en un teJTaplén á más de 2.000 metros sobr·e el m ve\ del mar, para gozar del aire frío y fortiticante, como el de su país natul, se \e erguirse en toda su m(ljeslad for· midt1ble el colo...,o del Kincllinjinga, de altul'a ma· yor de 8 ki \ómelros. En '::iU ba-..e, como en el fondo de uu abismo de verdor, un torrente e~pumoso brilla á tnnés de las palmeras; más aniba, un caos de moutañas frondosas, semejanleb á las olas de un océano monstruoso, se amoutona al· rededor de la gran cúspide tranquila; encima de la muchedumbre de cimas secundartas se levan· tan lus largas pendientes del monte, al prtncipio de un azul V8 poroso, más su a ve que el del atre; luego de blancura deslumbrante como la ~lata. De hilada en hilada se levanta por fin la mtrada hasta la punta term\nal, desde la cual, si alguna

, 23~ ELÍSEO RJllCLÜS

\'ez liega á pisarla, podrá contemplar el osado tre· pador un horizonte tan vasto como el de toda Francia.

Espectáculos tan grandes como el del Kinchin­jinga, visto desde el Dorjiling, abundan en el Hi­malaya, principalmente en la parte oriental de la cordill_era, donde alcanzan las cimas su principal elevación y donde los desfiladeros de los valles son m~s hondos; pero si esos montes poderosos del Asta alta son més maje:::.tuosos que los Alpes, no tienen generalmente la misma vat iedad de as­pecto, igual gracia de contornos ni tanto enca nto en los paisajes. El Himalaya es uniforme en su grandeza; sus picos son más altos, sus nieves más extensas, sus selvas más vastas, pero tiene menos cascadas Y lag~s. Carece de praderas risueñas y de ho:::.quectllos aislados, y no le ~adaman las pinto· rescas alquería:::. escondidas en las cañadas ó aso· modas á los abismos.

Los Andes de la América del Sur, considera­d os en 1820, antes de los descubrimientos de Wel>b Y Moorcooff, como s u periores en eleHlción al H1malaya, son dos kilómetros menos altos· má~ sublimes son los montes de Asia, y de má~ vario aspecto los Al pes, pero los Andes se distin . guen, princip~lmente en las regiones vol cánicas~ por la regularid ad de s us formas. Además cons tí· tuyen una cordillera rea lmente ún ica d esde el pun to de vista geográfico, por s u adm irable armo· n1a con el continente que coronan con s u nivea

NUESTRO PLANETA 233

cresta. Esa largo arista de montañas, tan notable por

5u extensión de más de 7.000 kilómetros_y

por la enorme altura de sus picos en un espaciO de unos 50 grados de longitud, es menos _re_gular de ¡

0 que á pr·imera vista parece. Lo que dtsllllgue

á los Andes de todos los demás sistemas grandes de montañas, son las numerosas bifurcaciones de la cordillera . Divídanse ocho veces en la parte que se extiende desde las fronteras de Chile ~asta las de Venezuela, para formar grandes recmtos ovales que encierran una meseta entre las dos hileras de picos, y en varios puntos sepóranse los Andes en tres ramas, apenas divergentes. .

Desde la pendiente meridional de Amértc_a hasta más allá del Aconcagua (6.834 metro~), gt· gante de los Andes chilenos, In gran cordillera

Proyecta al Este masas poco importantes; algunas

· · de las pam· rugosidades se alargan por enCima

. · · 1 Sobre el grado pas paralelas á la ansta pnnctpa · 30 de latitud esas: r ugosidades son mlls altasdy

~ 1

a vasta meseta, e numerosas y forma n uego un ' · l NE la la cual se desprende, orientada hacta 8

. ., · · Otras sterras se

poderosa sietTa d e Aconqulja. d la meseta entre

yergu en sobre la enorme masa 13 • • .. 1 an b1furcac1ón las montañas de Aconqm]a Y a gr_ d La hilera de Bolivia, en el gra do 22 de latll_u .1 de for · occiden ta l com pues ta de anchas cupu as 1 ' 1- 1 del P acífico, Y 8

m a regular , s e acerca al \tora . 1 bones . . acta variOs es a

cord1l1era onental que proy 1 ' d 1 Este encorva a • importa ntes en las llanuras e •

ELÍSillO RECLÚS

rededor de la gran meseta de Bolivia su larga se­rie de pico~ dentados y nevados, entre lo eua les se le\'anta el Mampú ó Sorata (7.494 metro .... ), que es el monte más elevado de América. Al No1·te del lago de Titicaca, las dos cordillerac:: se j un ton en una muralla tr·ans\ersal, pero continúan de...,ano­Hándose en dirección NO. paralelnmente a la cos­ta. Aunque la cordillera oriental esté atrélvesada en muchos .. itios por r·íos tributario de la C! li'J'ien­te del Amazonos, es fácil de conocer por lu direc­ción gener:ll de los pedazos que la forma u.

En el nudo del Cerro de Paseo, las du-. et)l'd i­lleras se juntan otra vez, para dividirse lllmediRta ­menle en ll'e-:; direcciones: un ramal se pierde al NE. en la.;; pampas del Sacramento, y lu!:' otros dos, entre los cmlles se encuentra el \till e <dto del .Maraiión, se reunen en el ángulo exlJ'e lllO del contiuente, cerea de las fronteras met·idiuuales del Ecuador. l\lás al )J"orte se ~ucedell·Yéli'Í~t:::, me­setas peque Itas cubiertas de , e has 'íl'geues, y después, más allá del nudo de Lojt1, las dos cord i­lleras separan de nuevo sus filas paralelas de cimas ne\'ada~: as1 forman el magnítit:o terraplén del Ecuador, que las masas tt·ans' er~ale:-. del As­nay y de Chismcbe dividen en tr·es llanura-., dJ....,lin· tas. Dos de éstas, las de la Tapia y Quito, son las grandiosas avenidas de volcanes que Humboldt

' ' Lacondamine, Bongner y otros muchos sabios viajeros han hecho célebres; á un lado se levantan el Chimborazo, el Caralmirazo, el Illinisa, el Cora-

NUESTRO PLANETA 235

l Pichincha; al otro el Sangay (volcán ei zón yfe idable del mundo), el Tunguragua.' e más orm 1 Cayambe que atrav1esa Cotopaxi, el Ant.isana y e ,

la linea ecuatonal. d . , tanse ambtls cordi-Al Norte del Ecua or, JUn e se

1 eseta de Pa::-to, qu ller.as para forma: ~e~ 2 o grado de latitud. Allí extiende hasta cei e~ ·d. t. ntas que ya no for­.empiezan tres cordilleras - IS 1 La, cordillera occi·

· ¡ 0 montanoso. marán otro. nuc e l olfo de Darien entre el dental se pierde cerca de J . la cordillera can­valle del Atrato y el del l auca~derosas cimas de tral, en la cual se elevan. as p de Hen·eo, separa

é d Huila de Tohma Y •1 · Purac , e • 1M dalent-l· por u limO, las cuencas del Cauca y de S ag Paz ~ncorvándo-la cordillera Oriental ó de Bumat' .::e' bifurca cerca

l ta de OO'O a, ~ se al Oeste de a mese lo . no terminR cer·

dos rama es. u de Pamplona en b d SI·erra Negra, . 1 nom re e ca de Maracalbo, con e 'fl d limJta al Norte

· nte rami ca 0 • y el otro, dlVersame des ués de haber for-los llanos de Venezuela, y p siO'ue el litoral . s·n de Caracas, o 1 mado la soberbia 1 a . l sta la Boca de

on tono 18 . y adelenta como un prom ntañas de la Isla

1 ra de las mo . E Dragón, que a sepa . ordillera andma. n de Trinidad. Allí termma la.~ 1 la cordillera tiene su inmenso desarrollo espu~ , l Chimborazo,

. t es picos: e . Por cimas culmmantes r dos por d¡stan·

O'ua separa . l el Sorata y el Aconcao , l poderosa ans a, cias de ~.000 kilómetros ~n sa más altas que el

de c1ma e pero tiene centenares . . cordillera paree Monte Blanco. La prodigwsa

236 E LÍSE O RECLÚS

has ta ta l pu nto forma r part . qui tectura del con tinente e mteg r·ante de la ar­de s us mes t . , que muchos ha bitantes

e ns Y vertientes 1 · espma dorsal del mu d a cons ideran como

n o en tero· n o d rarse que exis ta u n ais no , . pue en ~gu-dillera de los Andes.p domma do por la cor-

X

Enfriamiento g radual del . t

a1re en las pe d ' al1as.- Dificultad d 1 . n Lentes de las mon-

d e as aseenswn L ' .

e las habitaciones -El 1 d es.- lmltes de altura . ma e las montal1as.

Bañando s u cima en 1 1 atmo féricas, a lca nza n l:s a turas ~e las regiones vez más frias s monta nas zonas cada

, Y con ese esca lo · per·atu ras s ucesivas d á 1 namiento de te ro -llosa var·iedad de 1' an .a Naturaleza maravi­ta ña presen ta en e Imlas y floras; cada a lta mon -

f s us aderas u

enómenos que se 'fi n resu men de los ven can en 1 ·

com prendido entre las 11 e mmenso espacio hielos del polo. anuras de su base y los

Como los rayos sol . fuerza en e l s uel ~res cahentan con m ás

. o montanoso qu 1 s egun demuestra n la . .e en .as llan uras, m aravillosos colores d~bser vaclón di recta y los de los Alpes hay qu t · ~a~ fragantes fl orecillas las capas d~ aire e~ a 7. mr_á la ra refacció n de

en n amtento gradual de la

NUESTRO PLANETA 237

temperatu ra en las pendientes de las monta ñas. Los experimentos é investigaciones de los físicos han demostrado que el aire dejn pasar los r[-l}OS

luminosos mucho más fácilmente que los obscu­ros, de lo cual resulta que ell!alor exhalado dia-l iamente por el Sol atraviesa en grt~ n parte todo el espesor del aire pnru ir ú calentar la supe1 (icie del planeta, mient.ra~ el color irradiado pOI' el Sol du t"lnle las noches se extiende por el espacio en poca cantidad. Lns capas inferiureg de la Qtmós­fet· •. obran como verdaderas pnntnlltt:::, para dete­ner los rayos ema nndo:s de In 'U perficie terrestre y precaver así el enfriamiento del planeta. Las perdientes y cimns de las moutaiws quedan pri­vad~::- por lo mismo en pr·oporeión ú su altura de los efluvios que calientan ltt:::, llanuras situadas en ~u base; se ele,·an en espocios tanto mlls fl'ios CU(lllto más lejatloS yerlicalmcnte están de las ca· pas de atmósfera espesa extendidas debajo. Gra­cias á esta disminución progresivu de temperatura en las capas aéreas que las huiirn, las montaüas, tan hermosas ya por su pei·fil y la maje.s~ad ~e sus formas, acrecientan todavía la magmficencta de sus contornos con el contraste de bosques Y

ventisqueros, praderas y nieves. ¿Cuá l es la proporción media del descenso_ de

la tem peratura desde la base de las montanas has ta su cumbre? Difícil es de determinar con exactitud, porque corrientes de aire de tempera­turas diversas se s u perponen en las alturas de la

238 ELÍSEO RECLÚS

atmósfera, y á veces para el observador de una zona relativamente fría á otra superior y más cá­lida, como lo han demostrado de modo indiscuti­ble varias ascensiones aeronáuticas en Glaisher. Pero cuando el cielo está despejado y el aire tranquilo, el descenso de temperatura se verifica con bastante regularidad para que pueda ca lcu ­larse su ley aproximadamente. Encima del suelo, una elevación de 76 metros suele corresponder á un de~censo de un grado en el termómetro· á un kilómetro de altura, la disminución de un ~rado corre~ponde ya á intervalos de 100 metros; según aumenta la elevación, crece el intervalo, y á los 9.000 metros baja un grado la temperatura cada 580 metros próximamente. La proporción real del d.escenso de calor no puede comprobarse tan fá · cll~ente e~ las pendientes de las montañas, por la mfluenc~a que ejercen el suelo y los hielos, pero puede decirse de un modo general que en los montes helvéticos la temperatura en verano baja un ?ra.do á cada espacio vertical de 160 metros, y en m vterno de 240 en 240.

El frí~ de l~s altas montañas las hace comple­~amente mhabltables para el hombre. Ningún via­Jero puso la planta sobre las grandes cumbr'es del Karakorum ni del Himalaya; las principales cimas de l o~ An?es, el Sorata y el Aconcagua tampoco han s tdo vwladas, y aun son muchas las pirámi­~es más modestas de los Alpes que nieves y ven­tisqueros han defendido hasta ahora contra las

NUESTRO PLANETA 239

tentativas de ascensión. El punto más alto alean .. zado por loe; trepadores es la cús pide del !biga· m in, monlaiía del Tíbet que se, yergue á 6.730 mett'OS sobre e l nivel del mar. A aquella a ltura cono::;iderable, los hermanos Schlagintweit, que la pisaron en 1856, estaban todavía. 2.000 metros más bajos que la punta del Gaunsankar. Desde aquella época, el globo de Glaisber se ba elevado á 4.000 metros más arriba en la fría atmósfera de

la Gt·an Bretaña. Las habitaciones permanentes de los hom·

bres no alcRnzan en ninguna región montañosa, ni con mucho, á los puntos más alto-; á que han llegado los trepadores osados. Loius V éran Y Gur­ge, que so n los pueblos colocados á mayor altura en Fl'ancia y en Alemania, se encuentran res~ec­livamente á 2.009 y 1.889 metros, pero en Smza, el hospicio de San Bernardo, construido ~ace varios siglos para recoger á los viajeros transtdos de frío , está mucho más elevado; su altura es. de 2.472 metros. Otro convento, el de H aule, habJta · do por 20 sacerdotes tibetanos, es el gru po de

. d á casas más alto de toda la Tierra, y está sttua 0

4.565 metros. Ningún pueblo andin o, como no sea tal vez el de Santa Ana, en Bolivia, se ha

· · que se construido á tanta altura. Los vtaJeros aventuran por las pendientes de las gra~des mon~ tañas no sólo tienen que padecer los r1gores ~e

' . 1 camino smo frio, arriesgándose á helarse en e ' . · t r penosistmas

que además pueden expertmen a

240 ELÍSEO RECLÚS

sensaciOnes ocasionadas por el enrarecimiento del air·e.

E~ efecti,·amente muy nnturnl que en altur'ns donde la pre · ión atmosférica es mucho menos fuerte (á receb la mitad ó un ter·cio) que en la.:; llanura infe1·iores, se Sienta un mnlestnr cau::;ado por· el ca mhio br·u~co, mucho mñs si otms cor1di­ciones del medio, como el cnlor ó la hu m edAd del aire, se modifican al mismo tiempo. Intrépidos andal'iues, como Tyndall, que IlUll('H han sentido los efectos del e mal de las montaiias), niegan que e::::-te de~fallecimjento pueda obede<;er á más <;nu­sas que á la fatiga. Julio Rémy no hn \'ÍSlo más que una montaün de los Andes donde se maní. fieslerJ los feuómenos de la puna ó soroche de un modo con ":l tante en el organismo. E::.n montaíia es el CerTo de Paseo, cuya altuc·a no excede de 4.257 rnetms. Caballos, mulos, asnos y bueyes, e~t fln sometidos, lo mismo que el hombre, á la in­fluencin particular de aquellos lugar·es, y luego, á elevacione ... mils considerables, se recobra el esta­do normr.l de salud; de modo que eu dicha región de los Ande~ haorfa que atribuir á las emanacio­nes del suelo, y no á la rarefacción de la a t mós fera, el malestal' de los viajeros. De todos modos, las in\'estigaciones practicadas por Roberto de Schlagintweit evidencian que el cmal de las mon ­tañas. se ha sentido realmente de manera gene­ral en otras regiones andinas. Se padecen los efectos del soroche á menos altura en las pendien.

NUESTRO PLANETA 241

dientes de los Andes que en las del_ Himalaya. En éstas padece el viajero esas molesttas á los 5.~ metr~s de altura, y en los Andes se ponen en ar­mas muchas personas á 3.250 6 3.500 metros. Ademé.s, son los sintomas mucho mé.s graves en las montañas sudamericanas; no se padecen ~ólo fatiga, dolor de cabeza y dificult~d para_ resptrar~ como en el Himalaya, sino tambtén vértigos, des mayos alguna vez, y se suele sangrar por los la· bios las encias y los pé.rpados. Á la misma a~tura que, los pé.ramos de los Andes 6 las altas ctmas del Himalaya, pocas veces padec~ el aeronauta: que no tiene que soportar las fatigas del andalr,

. ·¡ t os se ve clara a pero é. los nueve 6 dtez m1 me r ' . enfermedad y si e l globo siguiera subtendo, ~~~~­ceria sin re~edio el viajero aéreo. A algu~os 1

1 •

b as se exttende a metros sobre .nuestras ca ez . ne región de la muerte y en tan terrtble zona pe -tran las blancas cu~bres de las montañas terres­tres.

16

242 I!ILÍSEO RI!ICLÚS

XI

Achatamiento gradual de las montañas durante el transcurso de los aiglos.-Derrumba.mientos y caos.-La caída del Felsberg.-Acción lenta. de los meteoros.

Esas formidables ciudadelas de los montes que dominan desde tan alto las habitaciones del hombre y por cuyas laderas se arrastran las nubes y ruge el trueno, no pueden dejar de ir hundién· dose lentaments en cuanto cesa de actuar la fuer· za de levantamiento que las hizo brotar de -la Tierra. Ayudados por la gravedad, que tiende sin cesar á nivelar la superficie del suelo, se encarni· zan sin descanso los meteoros en la destrucción de las montañas; abren en ellas valles y gargan· tas, ahondan los alfoces, socavan las cimas, ya con derrumbamientos bruscos, ya con lenta y continua erosión. Tarde ó temprano, esas po­derosas aristas continentales de los Andes y del Himalaya acabarán por ser hileras de colinas, como otras tantas cordilleras más antiguas que también fueron espina dorsal de un mundo.

Los grandes derrumbamientos de montañas, aunque poco importantes desde el punto de vista geológico, son muy espantables fenómenos de la

NUESTRO PLANETA 243

vida planetaria, y cuando ocurre una de esas ca­tástrofes, conserva la tradición su recuerdo du­rante siglos. No hay acontecimiento que produzca más efecto en la imaginación popular. Las rocas esca rpad as, suspendidas encima de los campos, se separan de pronto y resbalan por las pendientes; levantan a l derrumbarse una polvar·eda semejante á las cenizas vomitadas por un volcán; honibles tinieblas se esparcen por el valle antes ri sueño, y no se conoce el cataclismo más que en el temblor del s uelo y el tremendo estrépito de los peñascos que chocan entre sí y se parten. Cuando se disipa la nube de polvo, se ve un hacinamiento de peñas y escombros donde había praderas y cultivos; el torrente del va lle queda obstruído y convertido en lago fangoso , la muralla de rocas ha perdido su antigua forma, y en sus lader·as, de las cuales caen todav!a a 'gunos residuos, se distingue la enorme pared de que se desprendió Lodo un lienzo. En los Pirineos, los Alpes y otras grandes cordilleras, hay pocos va lles donde no se vean esos caos de rocas derrum hadas.

Las principales catllstrofec; de ese género que han ocurrid o durante los siglos de la era aclual en las montañas de Europa son muy conocidas. Al Sur de Piacenza (Italia), la antigua ciudad ro­mana de Velleja fu é tragada en el siglo_ IV por los desmoronamientos de la m ontaña, b1en lla· mada de Rovinazzo, y el gran número d_e osa men· las y monedas que se encontró en las rumas, prue·

244 ELÍSEO RECLÓS

ba que la súbita caida de las rocas no dió tiempo fl los habitantes para salvarse. Otra ci udad roma· na , Tauretunum, situada, según se cuenta, fl ori· llas del lago de Ginebra, en la base de una estriba· ción de Dent d'Oche, fué co mpletamente aplastada en 563 por un derrumbamiento de rocas, y aun se ve la enor·me escarpa que avanza como un pro­monLorio en las aguas del lago, el cual no tiene en aquellos parajes menos de 160 metros de pro· fundidad . U na terrible ola de marea, leva ntada por el diluvio de piedra!? , recorrió las riberas opuestas del lago y barrió todas las habita ciones; desde Morgas hasta Verey, todas las poulaciones del litoral quedaron demolidas, y no se empeza­ron A reedificar hasta el siglo s iguiente. Las aguas cubrieron en parte la ciudad de Ginebra y se lle· varon el puente del R ódano. Según Troyo n y Mor­lot, fueron causados esos desastres por un de· rrumbamiento en Grammont ó en Derochios, algo més arriba de la desembocadura del valle del Ró· dano en el lago Leman. De ello debió de resultar la formación de un lago temporal y la inundación debió de devastar las orillas cuando las aguas acumuladas destruyeron la barrera natural.

Cuéntanse por centenares los grandes derrum­bamientos de rocas que ocurrieron durante los siglos históricos en los Alpes y montañas vecinas. En 1248, cuatro pueblos situados en la base del Montgranier, cerca de Chambery, quedaron sote­rrados bajo enormes hacinamientos de ruinas ca·

NUESTRO PLANETA 245

lizas que luego surcaron diversamente _Y esculpid? en forma de montecillos; lagos pequenos, conoci­dos con el nombre de abismos, están esparcidos entre los antiguos restos que cu bren hoy los cul­tivos. En 1618 el des moronfl miento de Monte Conto sepultó fl los 2.400 habitantes del pu~blo de Plurs, cerca de Chiarenna; dos de los cmco picos de Diablerets se derrumbaron, un o en 1714 y otro en 1749, cubrieron las praderas co n una capa de 100 metros de residuos, y cerrando el curso del torrente de Lizerna, formaron los tres lagos de Derborence, qu e todavía existen. El ~e~­nin a, el Dent du Midi, la Dent de Mayeo, el ~tgh1, cu brieron con sus escombros vastas extensiOnes de terrenos cultivados; pero ninguna calé lro~e de ese género ha dejado tan lerrorlfica memona como la caída de un lienzo del Ro~berg el 2 de Septiembre de 1806. Aquella montaña! situa?a al Norte del Righi, en el centro del espacio pen.Insu­lar for·mado por los lagos de Lug, de Egen Y de Lowey, consiste en capas de un congl o~erad? compacto que descansa en lechos de arcil la, di· luida pot' las aguas de infil tración. En una ép.oca desconocida, el desmoronamiento de una estnba ­ción ya babia aplastado el pueblo de Rott~n, pero en 1806 la catástrofe fué todavía mlls terrtble. La estación que acababa había sido muy lluviosa, Y

l . do gr·a­los estratos de arcilla se hablan conver t

dualmente en una masa fangosa; a l fin las rocas superiores, faltas de apoyo, empezaron á resbalar

246 ELÍSEO RECLOS

por las pendientes, levantando las tierras ante sí como la proa de un buque levanta el agua del mar. Súbitamente se produjo el desastre. En un momento, la enorme masa con bosques, praderas, aldeas, habitantes, se vino abajo y cayó en la lla­nura; las llamas producidas por el roce de las rocas unas con otras brotaron á chorros de la montaña entreabierta; el agua de laJ capas pro­funda~, transformada de pronto en vapor, estalló, y surgieron grandes cantidades de piedra y Jodo como si las arrojara un volcán. Las encantadoras campiña~ de Goldan (valle de Oro) y cuatro pue­blo~, habitados por cerca de mil personas, des a pa­recieron bajo el amontonamiento de escombros, qu~dó cegado en parte el lago de Lowerz y la ola furiOsa lanzada por el derrumbamiento contra las orillas barrió todas las casas. La parte desmoro­nada de la montaña no tenia menos de cuatro kiló­metros de largo por 320 metros de ancho y 32 de espesor; era una masa de más de 40 millones de metros cúbicos.

Sea cual fuere la importancia geológica de esas espantosas caidas de peñascos, no son más que fenómenos de segundo orden comparados con los resultados que produce la acción lenta de l~s agentes atmosféricos, hielos y aguas torren­Ciales. Esos so.n los trabajadores infatigables que con su labor Incesante han ensanchado las pri­meras rajas abiertas de trecho en trecho en el espesor de las rocas y han abierto la red de corre-

NUESTRO PLANETA U7

dores, circos, desfiladeros, clus, valles y cañadas, cuyas innumerables ramificaciones dan tanta va­riedad á la arquitectura de las montañas. Con ese trabajo, proseguido sin descanso durante los siglos y los periodos geológicos, bajan lentamente las altas cimas y los materiales arrebatados á las pendientes se extienden á lo lejos en las llanuras

y en las aguas del mar.

FIN

IN DICE

CAPÍTULO PRIMERO

La Tierra en el espacio

l. P equefiez de la Tierra comparada con el Sol y las estrellas. -Grandeza de sus fenómenos.-Forma y dimensiones del globo terrestre. -11. Movimientos del planeta: rotación diurna, revolución anuaL-Día sideral y día solar. - Sucesión de di as y estaciones.­Diferencia de duración entre las estaciones de ambos hemisferios.-Precesión de los equinoccios.-Nuta­ción.-Perturbaciones planetarias.-Traslación de la Tierra hacia la constelación de Hércules. 5

CAPÍTULO II

Las primeras edades

l. Opiniones diversas sobre la formación de la Tierra. -Hipótesis de Laplace: graves obj eciones que provo­ca.-Teoria del fuego central.-Objeciones.-II. He­ladas geológicas. -Conglomerados, asperones, arci­llas, calizas.-Capas fosilíferas.-Orden de sucesión de los seres.-Clasificación general de los terrenos.­Duración de los períodos geológicos.-lll. Modifica­ciones incesantes en la forma de los continentes.-

Tentativas hechas para conocer la antigua distribu­ción de tierras y climas. -Objeto de la geología.-Dominio de la geografía física . . 24

CAPÍTULO III

Armonías y contrastes

l. Distribución regular de continentes.-Ideas de los pueblos antiguos respecto á ella .- Leyendas del In­dostan.-Atlas y Chibchacum. -El escudo de Ho­mero.-Estrab6n.-II. Deeigualdad de las tierras y los mares.-Hemisferio oceanico, hemisferio conti­nentaL-Semicirculo de las tierras.-Distribución de las mesetas mas altas y de las mayores cordilleras alrededar del Océano Índico y del mar del Sur.-Cír­culo polar.-Círculo de los lagos y los desiertos.­Ecuador de contracción.-Riberas dispuestas en arcos de circulo.-III. División de las tierras en mundo antiguo y moderno.-Doble continente americano.­Doble continente de Europa y África.-Doble conti­nente de Asia y Australia.-IV. Principales analo­gías entre los continentes; forma piramidal de las partes del mundo; pendientes y contrapendientes.­Cuencas cerradas de cada masa continental.-Penin­sulas meridionales de cada grupo de continentes.­Hipótesis de los diluvios periódicos.-Disposición rit­mica de las peninsulas.-V. Articulaciones numero­sas de los continentes del Norte.-Formas pesadas de los del Sur.-Desigualdad de los continentes del mundo antiguo.-Desarrollo de las costas en razón inversa de la extensión de las tierras. -Con trastes entre el mundo antiguo v el nuevo. -Ejes transver­sales entre si de América y el mundo antiguo. - Con­traste de los climas en los diversos continentes de Norte y Sur, Oriente y Occidente.-VI. Armonía de

Págs.

las formas oceánicas. -Las dos cuencas del Pacifico.­Las dos del Atlántico.-El Océano Índico.~El Océa­no Glacial Ártico y el continente Antá.rttco.-J.:os contrastes; condición esencial de la vida planetana.

CAPÍTULO IV

Las llanuras

I. Aspecto general de las llanuras.-Llanuras ~~ a.l~­viones fluviales.-Llanuras cultivadas.-Unlformt­dad de las llanuras incultas.-Diferencias de aspecto producidas por los climas y las diversas c~ndiciones fisicas.-II. Landas francesas.-La Camptña.-Bre­zos de Holanda y del Norte de Alemania.-Puszta de Hungria.-Estepas de Rusia.- Estepas sal~d.as del mar Caspio y del Aral.-Tundras.-lll. Semtctr­culo de los desiertos, paralelo al de los desiertos Y. es­tepas.-El Sabara; arenas, rocas, oasis.-L os dester­tos de Arabia, los Nefud.-Des1ertos del l ván Y del Indo.-El Cobi.-IV. Llanuras y desiertos del Nuevo Mundo.-Humedad relativa de los continentes ame­rícanos.-Distribución de páramos y tierras áridas. -Praderas de América del Norte.-Llanos Y pam­pas.-V. Desiertos americanos.-La gran cuenca de Utah.-El desierto del Colorado.-El Atacanos Y la pampa de Tamarugal.-Depósitos de sal, salitre Y

guano.

CAPÍTULO V

Mesetas y montañas

l. Diferencia entre mesetas y llanuras.-lmportancie. capital de las mesetas en la economía del globo.­Distribución de las tierras altas en la superficie de

65

116

Págs.

los continentes.-II. Las grandes mesetas del Asia Central y la puerta del Rindo Kuch.-Mesetas de Europa: su disposición simétrica.-Mesetas de las dos Américas.-Analogia de la cuenca cerrada de Bolivia y el país de Utah.-Mesetas de África.-III. Montanas aisladas.-Masas montaílosas.-Cordi­lleras y sistemas de montafl.as.-Hermosura de las cimas.-Montes sagrados. -Alegrías de los trepado­res.-IV. Diversas formas de las montailas.-Pobre-za de las lenguas cultas para pintar el aspecto de los montes.-Riqueza del espailol y del patois de los Alpes y de los Pirineos.-Numerosísimas palabras que emplean para ello.-V. Desigualdades y depre­siones del relieve de las montañas.-Origen de los valles, alfoces y demás depresiones.-Valles longitu­dinales.-Valles transversales.- Valles sin u osos de vertientes paralelas.-Valles en desfiladero y de pla-nos escalonados.-Cluses y caiiones.-Disposición ge-neral de los valles. -Circos. -Ordes de los Pirineos.-VI. Escotaduras d·e las aristas de las montailas.­Diversas formas de las gargantas.-Relación entre las alturas de las cimas y la de los pasajes.-Ley de las salic!as.-Pendiente real é ideal de las montailas. -Volumen de las masas.-VII. Hipótesis sobre el orden general de las cordilleras.-Teorla de E . de Beaumont acerca de las elevaciones paralelas.-Cor­dillera de los Pirineos tomada como tipo longitudinal. - Diversas anomalías de la cordillera.-Barrera etno­lógica de los Pirineos.-VIII. Mon tafl.as de Europa CentraL-Contraste entre los Alpes y el Jura.-El Jura, tipo de sistema montañoso de eslabones parale­los.-Caos aparente de los Alpes.-Masa central del San Gotardo.-Masas del Monte Rosa y Monte Blan-co. -Los Alpes considerados como frontera entre pue-blos. - IX. Las cordilleras del Asia Central. - El Kuenhm, el Karakorum, el Himalaya -Los Andes

Págs.

. Sur ti os de cordillera de bifur-de la Aménca dfe~ ·a'ntopgradual del aire en las pen-

'ó X En nam1 . cac1 n.- · D ' ficul tad de las ascens10-di t de las montañas .- 1

1 en es d 1 habitaciones.-El ma Límites de altura e as 1

nes.- XI A. hatamiento gradual de as de las montañas.- . e . 1 D

durante el transcurso de los Slg os.- e-montañas L l.d del Felsberg. -A.c-rrumbamientos y caos.- a ca a 162 ción lenta de los meteoros. . . . .

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