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Universidad del ValleVicerrectoría AcadémicaDirección de Nuevas Tecnologías y Educación Virtual
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Guía
ÉTICA
Autores:JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ
RODRIGO OCAMPO
© 2003 por: Universidad del Valle,© 2003 por: Dirección de Nuevas Tecnologías y Educación
Virtual
Diagramación ElectrónicaÁrea de Medios Educativos
(AMED) Melina González O.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin elpermiso, por escrito, de la Universidad del Valle.
Santiago de Cali, 2003
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ÉTICA
UNIDAD 4
ÉTICA
UNIDAD 4ÉTICA APLICADA
DIRECCIÓN DE NUEVAS TECNOLOGÍAS Y EDUCACIÓN VIRTUAL
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INTRODUCCIÓN
El ser humano es un agente moral en tanto que es responsable de sus actos. Esta responsabilidad descansa
en el hecho de que el hombre a diferencia de otros seres de la naturaleza, posee cierto grado de libertad que le
permite desenvolverse en determinada dirección y la facultad de razonar sobre lo que hace.
Ya sea que nos desenvolvamos en los ámbitos familiar, social o laboral, estamos constantemente frente a
deberes o mínimos morales exigibles que promuevan la sana convivencia y un tejido de bienestar social.
Por lo tanto, se hace necesario que examinemos las herramientas que nos brinda la reflexión ética para hacer
frente a retos y situaciones de nuestra vida como ciudadanos, profesionales o miembros de un núcleo
familiar, que involucran cuestiones morales.
OBJETIVOS
Consideramos que con el desarrollo de esta unidad usted podrá:
1. Apreciar algunos casos de aplicación de la reflexión ética.
2. Analizar valores morales básicos para la convivencia.
3. Reflexionar sobre las implicaciones de la formación moral en la actividad profesional.
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CONCEPTOS BÁSICOS
Antes de entrar a considerar cuestiones relacionadas con ética aplicada, es necesario repasar y relacionar demanera muy general, las definiciones de algunos conceptos usados en la reflexión ética.
1. Ética
La ética es la reflexión sobre el actuar humano. Para ello se tiene en cuenta por ejemplo, las normas ycostumbres imperantes en la comunidad o sociedad en que se desenvuelve el individuo.
2. Moral
La moral de una comunidad o sociedad está constituida por las normas y costumbres que regulan el procederde los miembros que la conforman.
3. Axiología
La axiología se encarga de estudiar los valores en general. Algunas clases de valores son:
• Valores morales• Valores vitales• Valores de lo útil• Valores espirituales• Valores estéticos
VALORES MORALES
• Los valores morales son principios de vida que regulan la existencia de los seres humanos en formaindividual o colectiva. Entre ellos están la gratitud, la solidaridad y la veracidad.
4. Conciencia y fibra moral
• La conciencia moral representa la sensibilidad que posee un individuo para atender aquellos principiosde acción que la recta razón fundamenta como correctos.
• En la medida en que el ser humano atiende dichos principios, desarrolla su fibra moral, es decir, su
fortaleza anímica a la hora de seguir lo que el deber moral le impone.
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5. La virtud
• En la medida en que la voluntad se antepone a los deseos egoístas y pasiones desordenadas para obrar
según los dictados de la conciencia moral, se cultiva la virtud.
• El hombre o mujer virtuoso en sentido moral, se esfuerza por mantener una recta intención y obrar en
consecuencia.
VALORES MORALES Y VIRTUD.
El tratar de incorporar valores morales como la solidaridad, el altruismo, la benevolencia, etc., representa un
ejercicio virtuoso porque en muchas ocasiones ello implica superar nuestros propios intereses en beneficio de
los demás.
ÉTICA APLICADA
La vida humana se recrea en diversos campos de actividad: la empresa, la familia, la calle, la escuela, el
ejercicio profesional. En ellos se dan tensiones, conflictos, problemas y pruebas. La reflexión ética nos puede
orientar a la hora de tomar decisiones. En este sentido hablamos entonces de una ética aplicada.
La ética en diversos ámbitos
Promover una conducta ética basada en valores morales, es esencial para la sana convivencia y un ejercicio
profesional responsable. Debido a la diversidad de ámbitos de acción, podemos hablar de diferentes enfoques
en la reflexión moral:
• Ética médica
• Ética ambiental
• Ética de los negocios y las organizaciones
• Ética docente
• Ética ciudadana, etc.
Ética profesional.
• El ejercicio de toda profesión requiere de un alto sentido de responsabilidad social.
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• La ética profesional brinda parámetros de acción que promueven un ejercicio laboral transparente, serio
y fomentador de la reputación de las diversas asociaciones de profesionales o gremios (salud, política,
ingeniería, educación, etc.).
ÉTICA CIUDADANA
La ética ciudadana se constituye en una de los pilares a partir de los cuales es posible crear un tejido moral
social. En un mundo conformado por individuos y comunidades que predican formas de ser en el mundo tan
diversas, es necesario tratar de establecer parámetros mínimos de convivencia. Una ética ciudadana pretende
ser precisamente una moral mínima que se pueda exigir a todo hombre en tanto que miembro de una
sociedad civil.
Esta moral mínima es la conformada por aquellos valores morales que pueden ser requeridos de toda
persona aunque profese diferentes creencias, costumbres o estilos de vida. Algunos autores encuentran que
estos valores son: la solidaridad, el diálogo, la tolerancia, la justicia y la libertad11 .
Valores morales mínimos.
El buen ciudadano es un pilar de la sociedad en tanto que trata de incorporar y promover valores morales
mínimos que promuevan la confianza entre los hombres para poder construir convivencia y paz. Veamos
como contribuye a este fin cada valor:
Libertad: la libertad de expresión y de manifestar un estilo de vida particular, es fundamental para la
realización humana. Dentro de una cultura ciudadana el uso de la libertad implica el ejercicio de una
racionalidad prudencial que impida el desbordamiento del egocentrismo. A partir de la libertad responsable
podemos construir con solidez otros valores morales básicos como la tolerancia, el diálogo, la solidaridad y
la justicia.
Tolerancia: éste valor moral hace alusión a una actitud de comprensión, prudencia y adaptabilidad, frente
a aquellos estilos de vida y creencias que difieren o chocan con nuestra propia idiosincrasia o sensibilidad.
Por su puesto, dicha tolerancia no implica aceptar procederes que consideremos abiertamente injustos o
nocivos para el bienestar común. Pero sí requiere estar dispuestos a ser flexibles y a colocarnos en el lugar del
otro, cediendo todo lo posible a una reafirmación exagerada de nuestro ego.
11. Ver Adela Cortina, Un mundo de Valores: ética mínima y educación.
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Diálogo: consolidar la tolerancia como virtud social requiere en muchas ocasiones de una disposiciónabierta y sincera de escuchar al otro, y la capacidad de expresar nuestro punto de vista sin buscar imponerlo.Dialogar es una actividad comunicativa dialógica que implica estar dispuestos a una retroalimentación ybúsqueda común de acuerdos en medio del disenso. Aquellas actitudes que cierran toda posibilidad dediálogo desestabilizan la interrelación mutua y muchas veces conllevan al uso de la fuerza y la violencia.
Solidaridad: el sentido de colaboración y ayuda crea vínculos de unidad en medio de las diferenciasculturales o ideológicas. El ejercicio de éste valor moral se extiende, según la inclinación del individuo, aexpresiones de hospitalidad, compasión, altruismo y benevolencia. De ahí que sea uno de los valoresmorales por excelencia para crear un tejido ético ciudadano. El espíritu solidario es opuesto a la indeferenciae insensibilidad frente al necesitado o menos afortunado. En éste valor encontramos un reconocimiento dehecho, de la dignidad e igualdad del género humano.
Justicia: reconocer la igual dignidad de los hombres lleva como consecuencia natural a buscar una sociedadmás justa y equitativa. El buen ciudadano es por lo tanto, el primer interesado en participar en la promociónde empresas y proyectos orientados a brindar igualdad de oportunidades de realización personal para todoslos miembros de la sociedad. Esto implica pensar en la creación de espacios a través de la educación, la saludy el trabajo que fomenten el desarrollo material y espiritual humano, su bienestar. Promover el bienestarsocial involucra trabajar por una sociedad justa. Ella es promovida por buenos ciudadanos que reconocen lanecesidad de la adecuada repartición de la riqueza y el reconocimiento de las diferencias para reivindicar alos hasta ahora desatendidos e ignorados.
ÉTICA PROFESIONAL Y EMPRESARIAL
En la actualidad son muchas las especializaciones en diversos campos del saber. Según las necesidades delas personas y la sociedad, se van consolidando diversos servicios y actividades de los que depende el sustentomaterial de aquel que las ejecuta. El médico, el profesor, el ingeniero, y todos aquellos que cumplen con unalabor particular adquieren un status dentro de la sociedad que les exige, en consecuencia, ciertoscompromisos, deberes y responsabilidades. En esta sesión trabajaremos por lo tanto, lo referente al ejerciciode las profesiones en relación con las exigencias de la moral.
Ética profesional
Después de un período de largo estudio (generalmente cinco años) en el que el educando se ha apropiado deun conocimiento específico y una serie de destrezas o competencias, está capacitado para ejercer unaprofesión en la sociedad. Ya sea que nos desempeñemos como abogados, arquitectos, o pertenezcamos acualquier gremio que acredite un ejercicio profesional, estamos asumiendo unos deberes implícitos yexplícitos a dicha profesión.
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Con el objeto de regular el quehacer profesional, es común encontrar códigos de ética profesional. Así, por
ejemplo, si estudiamos el código de ética que rige al administrador de empresas, podemos encontrar que
“...su actividad no solo está encaminada a los aspectos técnicos y financieros, sino que deberá cumplir con
una función socialmente responsable y respetuosa de la dignidad humana.”12
Es común encontrar en los códigos de ética énfasis en el carácter de servicio a la sociedad de la profesión y la
necesidad de atender en todo momento el respeto a la dignidad humana. Por eso no es extraño que en un
código estipulado para administradores se encuentre afirmaciones como estas: “ejercerá la profesión y las
actividades que de ella se deriven, con decoro, dignidad e integridad, manteniendo los principios éticos por
encima de sus intereses personales y de los de su empresa.”13 “Tomará parte activa en las decisiones y
problemáticas de la localidad donde trabaja y de la nación en general, buscando soluciones a las causas
cívicas y de servicio comunitario.”14
También es importante tener en cuenta que la ética profesional no se limita al seguimiento de unos códigos
establecidos. De ser así, tendríamos profesionales coaccionados externamente hacia lo correcto por temor a
las sanciones, y no profesionales con disposición para lo moral, es decir, comprometidos con su labor a
partir de la convicción profunda de sus responsabilidades.
2. Ética de las organizaciones.
El ejercicio profesional se da por lo general en organizaciones. En la empresa, la industria o las instituciones,
se requiere un trabajo mancomunado de los profesionales en diversos campos del conocimiento. Es
necesario, por lo tanto, prestar atención a cuestiones referentes a cómo formar un ambiente laboral ético.
Para crear dicho ambiente es menester considerar los siguiente factores:
a) una ética de la toma de decisiones: el proceso de la toma de decisiones no sólo debe recaer sobre los
directivos de la organización. En realidad, aquellas decisiones que apuntan a mitigar conflictos, solucionar
problemas o alcanzar objetivos empresariales, requieren de una participación de todos los involucrados.
Tener presente a los empleados implica crear condiciones de diálogo y un ambiente que permita acuerdos en
beneficio de todos.
b) una ética de la dirección o administrativa: bajo organigramas muy verticales el directivo o coordinador
de grupos de trabajo se ve obligado a presentarse bajo un esquema demasiado autoritario que conlleva en
últimas, a una pérdida de motivación y confianza por parte del empleado. Todo profesional puede en
12. Código de ética profesional para los administradores de empresas, titulo I, art. 6.13. Ibíd., art. 9.14. Ibíd., art. 19.
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cualquier momento asumir cargos de jefatura o coordinación sin ser necesariamente un egresado enAdministración. Por ello, si ha de existir una preocupación por lo ético, los profesionales habrán deconstituirse en constantes promotores de un ambiente laboral ético orientando procesos de trabajo en grupoque no desatiendan las adecuadas relaciones humanas y una preocupación efectiva por el factor humano dela organización.
c) una ética de la responsabilidad social y ecológica: las organizaciones son pilares del progreso social. Elsentido de responsabilidad social involucra desde el análisis de las consecuencias medio-ambientales quepuede traer la elaboración de productos, hasta asumir con seriedad la necesidad de garantizar estabilidadlaboral para no afectar directa o indirectamente familias o sectores enteros de la sociedad. Las empresas uorganizaciones en general, son las que mueven el mundo influyendo constantemente en la economía ypolíticas de las comunidades y Estados.
d) promoción interna de valores morales : así como muchos gremios de profesionales se sirven de códigosde moral, las organizaciones hacen por lo general uso de códigos éticos internos para promover un climaorganizacional moralmente saludable. Estos códigos son consecuentes con la filosofía y misión de laempresa, industria o instituto en cuestión. Tienen como base valores morales mínimos que fortalezcan eltrabajo organizacional a través de relaciones humanas basadas en la honestidad, la veracidad, y lasolidaridad, entre otras.
FORMACIÓN MORAL Y SOCIEDAD
El mundo contemporáneo atraviesa diversas crisis de carácter político, económico y social. Pero para generarun nuevo orden de cosas es preciso que los individuos mismos que conforman la comunidad o sociedadempiecen por asumir sus propias responsabilidades en uso pleno de su autonomía y capacidad de discernir.Sólo de esta forma se puede empezar a generar un tejido moral social que fomente una cultura del respeto, eltrabajo honrado, la disciplina y auto-superación, el diálogo y la solidaridad. Construir dicho tejido es urgentecuando encontramos factores degradantes de las sanas costumbres. Entre estos factores están ladrogadicción, el alcoholismo, la prostitución, la violencia y la delincuencia (corrupción, robos, asesinatos).Aquí consideraremos de manera general sólo algunos de estos factores a la luz de la reflexión moral.
1. Drogadicción y alcoholismo.
El esfuerzo por construir un carácter moral contribuye de manera enorme a alejar vicios que degeneran lanaturaleza humana al debilitar sus facultades y casi estropearlas completamente. Sin embargo, no todas laspersonas tienen la fortuna de contar con condiciones sociales y educativas que promuevan su desarrollo
moral. Tampoco estas condiciones garantizan la formación de un sujeto con fibra moral. La libre voluntad
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de cada hombre es tal que puede inclinarse hacia diversos vicios a pesar de contar con una cultura familiar
y social más o menos buena. Tal es el caso del consumo de drogas e incluso el consumo inmoderado de
bebidas alcohólicas, pues causan adicción.
En sentido ético la drogadicción y el alcoholismo vulneran una condición requerida para cumplir con los
diversos deberes morales que nos impone la razón: el dominio propio. Bajo los efectos del alcohol y las
drogas es imposible mantener mínimos de moralidad, es decir, atender deberes morales hacia sí mismo y
hacia los demás. Se va en contra del deber moral hacia sí mismo de procurar la integridad de nuestras
facultades y promover la salud del cuerpo y del alma. También se vuelve difícil sostener los deberes morales
hacia los demás tales como expresar respeto y cordura.
Tanto la drogadicción como el alcoholismo son problemáticas sociales que pueden debilitar la sana
convivencia al constituirse en factores que llevan a la delincuencia, la intolerancia y la violencia.
2. La violencia.
Mucho se puede debatir sobre si el hombre es o no violento por naturaleza. Pero lo importante a considerar es
si la violencia a la que se inclina el hombre, puede ser mitigada o superada. Las personas tienden por lo
general a reaccionar de forma violenta cuando consideran que son ofendidas o cuando aprecian que está en
peligro su conservación o la de seres queridos. Respecto a esta última causa parece justificable una reacción
violenta. Pero con respecto a la ofensa es posible afirmar que muchas de ellas son ficticias o no justifican el
uso de expresiones de violencia.
Muchos justifican el uso de la violencia en pro de la defensa de “causas sociales” o como mecanismo para
solucionar conflictos que aparentemente no pueden ser superados por la vía del diálogo. Sin embargo, sigue
siendo difícil justificar la violencia aún en estos casos por cuanto que el medio para buscar soluciones puede
convertirse en un arma de doble filo trayendo más miseria, injusticia y dolor de las que se pretendía verse
libre.
Quizá la forma de violencia más usual y sobre la que cabe una mayor atención desde la reflexión moral, es
la violencia familiar. En vez de constituirse la familia en una comunidad propicia para la estructuración
moral de los miembros que la conforman, tiende en muchos casos a propiciar un ambiente generador de
violencia e intolerancia. Son comunes por ejemplo, los casos de violencia sexual o sicológica. Constituye un
reto para los padres crear condiciones adecuadas para la formación moral de sus hijos, la cual parte
principalmente del buen ejemplo.
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RESUMEN
El ser humano es un agente moral. Por tanto, no puede mantenerse indiferente ante las consecuencias de
sus actos. La ética aplicada se centra precisamente en hacer frente a problemas y conflictos morales en
diversos ámbitos de la acción humana (ejercicio profesional, vida ciudadana). Es posible promover
condiciones de sana convivencia en los ámbitos familiar, profesional y social, asumiendo una vida moral. La
vida moral parte de la adopción de responsabilidades individuales y el estar dispuestos a cultivar valores
morales básicos para la convivencia.
TAREA
1. Según lo estudiado en la parte uno y en el capítulo 7 del libro de Adela Cortina, Hasta un pueblo dedemonios, elabore un breve ensayo sobre la importancia de una ética de los ciudadanos.
2. ¿Qué enseñanzas le dejó la lectura del capítulo 10 del texto de Cortina?
3. Analice el problema de la prostitución y la corrupción desde una perspectiva ética y presente posibles
soluciones.
4. Mencione cinco aportes que puede dejar la unidad de Ética Aplicada para la vida laboral, social y
familiar.
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LECTURAS OBLIGATORIAS
UNIDAD 4
LECTURAS OBLIGATORIAS
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RENTABILIDAD DE LA ÉTICA PÚBLICAAdela Cortina
Tomado de Hasta un pueblo de demonios,Taurus, Madrid, 1998.
La ética no tiene valor de cambio
Es ya bien conocido por la sabiduría popular el dicho según el cual “la virtud tiene en sí su propia
recompensa”, lo cual significa que obrar bien tiene un valor intrínseco, que la buena actuación produce por
sí misma un beneficio a quien la realiza, aun en el caso de que no fuera buena para conseguir metas ajenas
a ella.
Esta afirmación ha sido sobradamente mal entendida por un mundo utilitario, que tiene por rigorista y
desalmada cualquier propuesta que no prometa a sus destinatarios pingües beneficios en materia de
ventajas. Que haya cosas “en sí” valiosas resulta inconcebible a una sociedad que inmediatamente pregunta:
“¿y eso para qué sirve?”.
Sin embargo, esta misma sociedad utilitaria está mucho más impregnada de lo que cree de esa convicción de
que hay acciones propias de seres humanos y otras que no lo son. Si ante la exigencia de no mentir, no
torturar, no robar al desvalido, el interlocutor preguntara “¿y qué beneficio sacaré yo de todo eso?”, el oyente
quedaría cuanto menos asombrado. Pero si a continuación añadiera mí mentir, torturar y robar al desvalido
me hace feliz y, por tanto, pienso hacerlo”, esta “utilitaria” sociedad reaccionaría escandalizada. Esto, a fin
de cuentas, es lo que quiere decir que hay acciones valiosas en sí mismas y otras que no lo son: que no se
hacen por un precio, sino que tienen un valor.
Ser ético, forjarse un buen carácter, es valioso por sí mismo, aunque sólo fuera por mirarse al espejo y
encontrarse presentable.
Sin embargo, no es menos cierto que también la ética tiene un valor de uso, y no sólo la ética personal, sino
también la ética de las organizaciones e instituciones de la vida pública, que es la que ahora nos importa.
También es cierto que las instituciones y organizaciones públicas sólo si funcionan éticamente ganan la
legitimidad a que deben hacerse acreedoras ante una ciudadanía cada vez más consciente de serlo y también
la viabilidad, el permanecer realizando su tarea, que es la obligación a la que está ligada cualquier
organización. ¿En qué sentido es esto así?
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Un producto de primera necesidad
La ética es en la vida pública un producto de primera necesidad, en principio, porque sin ella no funcionan
las grandes instituciones del mundo moderno y “postmoderno, es decir, el Estado, la economía y la empresa,
las actividades profesionales y el “Tercer Sector” o “Sector Social”. Y no funcionan por múltiples razones, de
las que vamos a espigar al menos siete, sin pretender con ello exhaustividad.
1) Es público y notorio que las relaciones sociales se quiebran, aunque en apariencia sigan funcionando,
cuando faltan en ellas, prestándoles un soporte, los valores de credibilidad y confianza.
Precisamente los distintos tipos de ética aplicada (bioética, ética de la empresa, ética de la ingeniería genética,
de la Administración Pública, de los medios de comunicación, etc.) nacieron de la necesidad que los diversos
sectores públicos tienen de infundir confianza a sus usuarios, porque sin ella los contratos pueden ser papel
mojado; las promesas, puras palabras sin visos de cumplimiento; la calidad de la asistencia o del producto,
mera apariencia para no incurrir en una sanción legal por negligencia.
En este orden de cosas, ha tenido la corrupción un especial protagonismo como señal de alarma que ha
recordado algo tan evidente como que la confianza mutua es un producto de primera necesidad desde el
comienzo de la historia humana. También la corrupción es entrada en años, pero los escándalos de los
setenta y ochenta, conocidos y difundidos en países democráticos precisamente por la posibilidad de hacerlo,
han puesto en marcha la reflexión en esas sociedades sobre las perversas consecuencias de la corrupción
generalizada, y admitida en parte por la sociedad.
Sin duda cada acto de corrupción tiene consecuencias nefastas en la vida pública de una forma directa, en la
medida en que de las tres personas que intervienen al menos dos se ponen de acuerdo para engañar a un
tercero. La corrupción, como recuerda Banfield, es posible si hay tres tipos de actores económicos: un
mandatario, un mandante y finalmente un tercero, cuyas ganancias o pérdidas dependen del mandatario. Un
mandatario es corruptible en la medida en que puede disimular a priori su corrupción a su mandante. Un
mandatario deviene corrupto si sacrifica el interés de su mandante al suyo y viola la ley al hacerlo. La
corrupción, por tanto, precisa de tres personas, de las que dos se alían para burlar los intereses de un tercero,
que uno de ellos representa.
Como es obvio, los actos de corrupción perjudican directamente a la persona o personas estafadas, sea el
ciudadano en el caso de la corrupción política, sea el cliente en el caso de la empresarial, sean el miembro de
la universidad y la sociedad en el caso de corrupción universitaria, sean el paciente y la sociedad en el caso
de la corrupción sanitaria, etc. Sin embargo, el daño causado no se limita a la estafa puntual que, aunque en
ocasiones muy contadas, podría ser en parte reparado, sino que se amplía al hecho irreversible de que
actuaciones como éstas erosionan la credibilidad de las instituciones y minan la confianza en ellas.
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A partir de ese momento las grandilocuentes declaraciones en la prensa de políticos, empresarios, equiposrectorales, gerentes de hospital, jueces y personajes mediáticos han perdido todo crédito y no suscitan en elestafado sino sarcasmo, justificadísima indignación y, por último, cansancio, si no desidia.
Cierto que si el engañado es débil, en indignación o en desidia queda su desacuerdo, porque el derecho eseficaz sólo en manos de los poderosos. Pero no es menos cierto que este paulatino descrédito de lasinstituciones no sólo es inmoral, no sólo es ilegal, sino que desmoraliza, roba el ánimo al medio y largoplazo a la sociedad en su conjunto, y en una sociedad desanimada no puede emprenderse nada sólido. Enesta convicción abundaba hace bien poco Francis Fukuyama al afirmar lo siguiente:
“Si las instituciones de la democracia y del capitalismo quieren funcionar adecuadamente, deben coexistircon ciertos hábitos culturales premodernos11, que aseguren su correcto funcionamiento. Las leyes, loscontratos y la racionalidad económica proporcionan unas bases necesarias, pero no suficientes, paramantener la estabilidad y prosperidad de las sociedades postindustriales; también es preciso que cuenten conreciprocidad, obligaciones morales, responsabilidad hacia la comunidad y confianza, la cual se basa más enun hábito que en un cálculo racional. Esto último no significa un anacronismo para la sociedad moderna,sino más bien el sine qua non de su éxito”12 .
No es extraño, pues, que la mayor parte de los liberales, defensores acérrimos de los derechos individuales, seesfuercen en los últimos tiempos – como hemos comentado – por cultivar el campo para la protección de loscontratos pidiendo a la ciudadanía que practique virtudes como la mutualidad, la reciprocidad, laresponsabilidad por la vida común, incluso proponiendo una “religión civil”, porque sin esos hábitos éticosno funcionan ni siquiera los contratos, no digamos ya la protección de los derechos.
Ni es tampoco extraño que los comunitaristas les acusen de haber quebrado las relaciones de confianzamutua precisamente por haber roto los lazos interpersonales, por haber creado una sociedad, más queindividualista, “atomista”. En una sociedad atomista, en que cada individuo o cada organización busca sumáximo beneficio en el menor tiempo, ni siquiera queda el cálculo inteligente del medio y largo plazo. Nodigamos ya el cálculo, por otra parte acertado, de que conviene a cada organización que el conjunto socialfuncione sobre una trama, sobre unas redes de confianza, aunque para ello haya que buscar, no el máximobeneficio de una jugada, sino el suficiente.
Sin embargo, será preciso hacer de la necesidad, virtud, y multiplicar las conductas fiables si, al menos comodemonios inteligentes, deseamos que funcione la res pública. Economía, Estado, relaciones sociales cotidia-nas, actividades profesionales, organizaciones e instituciones precisan convicciones y hábitos éticos, sin los
que falta el indispensable humus de la credibilidad y la confianza.
11Considerar tales hábitos como “premodernos” es desafortunado, como muestra J. CONILL en Reconfiguración ética del mundolaboral. en A. CORTINA (dir.), Rentabilidad de la ética para la empresa, pp. 187-228.12 F. FUKUYAMA, Trust, Nueva York, The Free Press. 1995. p. 11.
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Y conviene recordar que la confianza en las instituciones no se genera con campañas publicitarias, en las que
se insiste machaconamente en que “Hacienda somos todos” o lindezas parejas, ni asegurando que los
españoles son desconfiados, mientras que los germanos no lo son, o haciendo declaraciones electoreras
sobre que “yo confío en el hombre” o ”en los españoles”. En la confianza no se confía, la confianza se gana
a pulso en la vida cotidiana realizando actos dignos de ella, se la ganan las organizó “iones e instituciones
incorporando hábitos éticos, que van ya formando parte de su carácter, de su ethos.
2) En segundo lugar, la ética es un producto de primera necesidad en la vida pública, porque en ella las
medidas jurídicas, con ser necesarias, resultan insuficientes.
En principio porque, a pesar de que en este nuestro juridificado tiempo insisten algunos de los que del
Derecho viven en su eficacia y en la seguridad que proporciona (“eficacia del derecho”, “seguridad jurídica”),
no hay como haber visto infringido un derecho ajeno o propio, para percatarse de la ineficacia de las
hiperburocratizadas instituciones que administran el Derecho, para apercibirse de la indefensión en que se
encuentra el damnificado si carece de amigos, de poderosos amigos. La obligación de tener amigos
estratégicamente situados es uno de los deberes que figuran en el “código rojo” vigente en lo que se me
alcanza – en todas las sociedades, desde luego en las sociedades con democracia liberal.
“A quien tiene padrinos, le bautizan” descubrió hace ya siglos la sabiduría popular hispana; cualquier
empresa marcha bien con vitamina B (Beziechungen)”, sostiene también la sabiduría popular germánica. Y
son estas cosas, que “todo el mundo sabe” y en ningún lugar están, las que verdaderamente funcionan en la
vida corriente.
De ahí que recuperar la confianza en las instituciones políticas en las instituciones sociales sólo es posible si
en ellas los débiles, los sin relaciones, son tan bien tratados como los poderosos. Si se erradica de cuajo la
“aporofobia”, el temor al débil que puede traer complicaciones y no tiene nada que ofrecer a cambio, no tiene
con qué negociar.
Para romper el pacto de esclavos no basta, pues, las leyes, sino lo que es imprescindible forjar ethoi con
calidad moral, forjar caracteres convencidos de que la corrupción es inadmisible, de que las instituciones se
legitiman sólo si el débil es al menos tan bien acogido como el poderoso.
3) Por otra parte, y dentro del mismo ámbito, cuanto más complejas son las sociedades y más cambiantes los
entornos, más insuficientes e ineficaces resultan las soluciones jurídicas y más rentables los mecanismos
éticos para resolver los conflictos con justicia.
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En sociedades abiertas, sometidas a un constante cambio, la lenta maquinaria del Derecho llega a menudo
tarde y tiene un alcance muy limitado, porque no es verdad que el miedo solo guarde la viña. Pero, sobre todo,
porque en estas sociedades abiertas ni es posible regularlo todo, ni es conveniente hacerlo. Dejar campo
abierto de decisiones libre y creativa es inevitable, cuando la celeridad de los cambios deroga continuamente
las reglas en la vida real y las deja inservibles.
Frente a esta situación es indispensable que las organizaciones e instituciones de la vida pública moderna
hayan incorporado convicciones éticas, que se hayan apropiado de hábitos éticos, porque en caso contrario,
responderán a los retos a de forma inadecuada.
Los hábitos éticos no eximen de adquirir competencias técnicas, sino todo lo contrario: una de las
obligaciones y responsabilidades fundamentales en una organización es la formación de quienes en ella
trabajan. Pero las decisiones de la vida cotidiana no sólo técnicas, sino que envuelven valores, de ahí que sea
imprescindible la predisposición de decidir desde ellos.
4) Esta necesidad de adquirir hábitos fiables se hace más palpable ante la globalización informática y
financiera. Como recuerda José Angel Moreno, La globalización genera una situación de incertidumbre ante
la que no cabe responder con reglas miopes, con soluciones de corto plazo, sino con planteamientos
largoplacistas, orientados por valores y no por reglas o normas13.
Ciertamente, el capitalismo no ha desembocado en aquel socialismo que pretendía reducir la incertidumbre
mediante la planificación, sino que el capitalismo que ha sobrevivido se ha transformado para adaptarse
mejor a las situaciones de incertidumbre y de libertad. La incertidumbre no es una fuente de ineficiencia,
sino el resultado de evaluar las posibilidades de producción y las oportunidades de mercado en un ambiente
económico dinámico. Sin embargo, hacer frente a las situaciones de incertidumbre sin dejarse desbordar por
ellas exige orientarse por valores morales conscientemente asumidos.
5) El crecimiento de la competencia entre las empresas, debido a la globalización de la economía, exige a
las empresas “fidelizar” la clientela a través de actuaciones que generan credibilidad y confianza. No cabe ya
confiar en el proteccionismo ni en la chapuza, sino en el producto de calidad y en la conducta fiable.
Pero la necesidad de fidelización no lo es sólo de las empresas, sino también de las organizaciones políticas,
universitarias, sanitarias o informativas, porque su viabilidad depende de su legitimación social y, en último
término, de su credibilidad. Las actuaciones chapuceras no resultan, a medio y largo plazo, rentables.
13 Para este aspecto y el siguiente, J.A.MORENO, “Ética, empresa y fundaciones”
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Bueno sería, pues, convertir en auténticas organizaciones llamadas a competir entre si a estas entidadesburocratizadas y nepotistas, entre las que se cuentan en ocasiones los hospitales, prácticamente siempre laAdministración Pública y las universidades. En cuanto no es preciso fidelizar a la clientela con buenosproductos se instala el feudalismo, hacen su nido los parásitos y empieza el reparto de privilegios yprebendas, al margen del mundo moderno.
Aunque conviene recordar, por cortar de raíz interpretaciones de mala fe,. que convertir estas entidadesesclerotizadas en empresas no significa gestionarlas con dinero privado. Obviamente, las habrá privadas enuna sociedad plural, pero las que se financian con dinero público deben gestionarse como organizacionesflexibles, obligadas a competir entre sí, a adaptarse a un entorno cambiante, a prestar un servicio a lasociedad que debe ser evaluado, y a sacar las consecuencias de la evaluación, que pueden afectar al prestigioy, sobre todo, a la nómina.
Porque una cosa es quién financia, muy otra cómo se gestiona, y una entidad burocratizada, poblada porfuncionarios, que se jerarquizan a través de un sistema de gobierno plagado de reglas, es un diplodocusantediluviano, incapaz de sobrevivir al menor cambio climático, si no es por constantes inyecciones deprivilegios y prebendas.
6) El aumento de la complejidad en el seno de las organizaciones aconseja integrar a cuantos en ellastrabajan, de modo que se sepan identificados con su proyecto.
En este sentido, la participación en la gestión organizativa no es un elemento de buena voluntad, sino unanecesidad de organizaciones cada vez más complejas y de saberes cada vez más especializados. Si es ciertoque nos encontramos en la “era del saber”, la formación será un producto de primera necesidad, perotambién la corresponsabibilidad de los miembros de la organización, porque el líder es incapaz de acumulartodos los conocimientos necesarios.
Sin duda el capital por antonomasia de una organización son sus recursos humanos, de ahí que saber dirigiruna organización consista ante todo en saber compartir proyectos y responsabilidades con todos los que enella se integran, y en utilizar la información que proporciona el entorno como una herramienta de gestión.Los miembros de la organización son colaboradores, pero no lo es menos el público al que se dirige suactuación.
En este sentido, no sólo las empresas deberían potenciar la participación de los trabajadores, tanto en lagestión como en los resultados económicos, sino que también los partidos políticos deberían sufrir unproceso de democratización radical, porque su actual esclerosis no genera tantos militantes entusiasmadoscon un proyecto político, cuanto trepadores deseoso de ocupar un puesto. El mejor termómetro para tanevidente costumbre es el trasiego de políticos de unos partidos a otros, según los pronósticos de triunfo en las
encuestas.
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7) Como analicé con más detalle en Ciudadanos del mundo, la sociedad civil y la opinión pública exigencada vez más a las instituciones y a las organizaciones que sean legitimas, es decir, que actúen persiguiendolas metas por las que la sociedad les ha dado el placet para que existan, y que asuman su responsabilidadsocial. No satisfacer esas exigencias resulta perjudicial, a medio y largo plazo, mientras que generar “capital-simpatía” resulta imprescindible para cualquier organización pública.
Intentar que los ciudadanos creen asociaciones para presentar sus exigencias a las organizaciones públicases una de las tareas prioritarias de una sociedad que quiera ser justa. Pero también lo es la de esforzarse porconseguir que los mismos ciudadanos sean responsables en las actividades que les corresponden, y que lasorganizaciones se responsabilicen también de sus actuaciones.
Naturalmente, es posible y aconsejable redactar códigos éticos desde las organizaciones, pero sobre todo sison el producto de la convicción de quienes en ellas trabajan.
8) En este contexto se entiende que la ética es ”rentable” para instituciones y organizaciones, porque es unanecesidad en los sistemas abiertos, como hemos dicho, pero también porque aumenta la eficiencia en laconfiguración de las sistemas directivos, es un factor de innovación y un elemento diferenciador, quepermite proyectar a largo plazo desde los valores y, sobre todo, reduce costes de coordinación internos yexternos a la organización.
Es Santiago García Echevarría quien más ha insistido, entre nosotros, en la fecundidad de la ética parareducir costes de coordinación, que es una de sus mayores utilidades. En efecto, en una organización en laque los miembros se sienten incorporados como miembros de ella, y no sólo manipulados por ella,integrados en un proyecto del que son corresponsables y que tiene por referente la buena realización de latarea, la cooperación sustituye al conflicto. Con lo cual, los costes de coordinación internos se reducennotablemente y aumentan, a la par, los “bienes intangibles”, en palabras de Emilio Tortosa.
El conjunto de bienes de una organización son los económicos, si los hay, pero con toda seguridad losintangibles, es decir, la buena armonía del conjunto, la ilusión de llevar a cabo un trabajo compartido, lasatisfacción de las miembros del grupo.
Si este modo de proceder es el que se sigue también con los beneficiarios de la actividad correspondiente y conel entorno social, también los costes de coordinación externos se ven considerablemente reducidos. Con locual la organización puede mantener su competitividad, es decir, su viabilidad, sin necesidad de recortarsalarios o de ofrecer un producto de mala calidad. La ética es pues, rentable.
Ahora bien, conviene recordar que al hablar de organizaciones suele pensarse en empresas pero en la “era delas organizaciones” aquellas entidades públicas que no asuman la estructura organizativa, flexible, no seránpara la vida pública sino una rémora, un lastre, un asilo de prebendados, un enclave feudal de premodernidad.
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Lo cual nada tiene que ver con “privatizar”, sino con dar vida, convertir en un ser ágil y animado, capaz de
adaptarse a un entorno cambiante, esas máquinas burocráticas, anquilosadas, esos dinosaurios de museo
paleontológico que todavía nos quedan de la época antediluviana.
¿Ética o cosmética?
Antes de concluir este capítulo es de ley plantear una de esas cuestiones que siempre formula alguno de los
asistentes en intervenciones públicas sobre estos asuntos: ¿basta con que el príncipe – como aconsejaba
Maquiavelo – parezca bueno, para que alcance su objetivo? Incluso, por seguir con los consejos maquiavélicos,
¿es mejor que parezca bueno a que lo sea, porque así podrá recurrir a buenos medios o a medios malos,
según lo aconseje la ocasión?
El pragmatismo es un ave de vuelo corto, y más en sociedades en que las personas se saben ciudadanas, y no
súbditas. Por eso lo racional, lo verdaderamente racional, es tratrarlas como lo que son: como seres merecedores
de todo respeto, por decirlo, en lenguaje kantiano; como interlocutores válidos, cuyos intereses es preciso
atender significativamente al tomar decisiones que les afectan, por expresarlo en el lenguaje de ese
socialismo dialógico, que es a fin de cuentas un kantismo puesto en diálogo.
La pura inteligencia estratégica del pueblo de demonios dará para formar un Estado, pero no para formar un
Estado justo y en paz, que es el que reclaman los ciudadanos. La pura inteligencia estratégica de la
organización que quiera parecer ética dejará insatisfechos a algunos de los afectados por su actividad, sean
trabajadores, accionistas, directivos, pacientes, alumnos, ciudadanos, consumidores, proveedores,
competidores o gentes del entorno en que la actividad se desarrolla.
Por eso aconseja la razón moral, que es razón intersubjetiva, y no pura corazonada, tratar a los
protagonistas, a los destinatarios de estas actividades como lo que son: señores, y no súbditos. Contar con su
apoyo es a la vez indispensable para la viabilidad de la organización, porque lo malo –o lo bueno- de la ética
es que sólo resulta eficaz cuando quien la asume está convencido de que no tiene valor de cambio.
ÉTICA DE LOS CIUDADANOS, NO ESTATAL
ÉTICA CÍVICA, ÉTICA GLOBAL
La ética pública cívica consiste en aquel conjunto de valores y normas que compone una sociedad
moralmente pluralista y que permite a los distintos grupos, no sólo coexistir, no sólo convivir, sino también
construir su vida juntos a través de proyectos compartidos y descubrir respuestas comunes a los desafíos a
los que se enfrentan.
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Ese conjunto de valores y normas no es estático, no se encuentra dado de una vez por todas, sino que se
amplía y concreta cuando los distintos grupos tienen la voluntad decidida de descubrir sus haberes comunes
y de ampliarlos, porque comprenden que a los retos comunes importa contestar con respuestas asimismo
compartidas.
Las cuestiones que hemos mencionado en el primer capítulo de este libro como “desafíos del próximo milenio”
no son problemas que se presentan a un grupo social o a un individuo, sino a las distintas sociedades, e
incluso al conjunto de la humanidad, porque se trata de cuestiones de justicia que afectan a todos los seres
humanos.
Intentar detectar si hay respuestas compartidas, si históricamente los seres humanos vamos descubriendo
unos valores y principios básicos, sin los que creemos que la humanidad se rebaja a sí misma porque deja
desatendidas necesidades básicas de quienes la componen es la tarea de una ética pública global o
universal, la tarea de una ética de los ciudadanos del mundo.
Realizar esa tarea de búsqueda en cada una de las comunidades políticas existentes es el proyecto de una
ética pública cívica, de una ética de los ciudadanos de una comunidad política concreta .
La ética pública, en un caso y otro, es la que está en la base del derecho positivado que pretenda ser legítimo,
amén de haber seguido las normas de ese derecho legítimo los procedimientos adecuados para su promulgación.
Porque el derecho puede estar vigente, puede ser válido en el lenguaje jurídico y, sin embargo, injusto. Por eso
urge fomentar un sentido público de la moralidad, que invite a ]os ciudadanos a exigir actuaciones justas y
magnánimas, amplias de ánimo, en vez de optar por lo injusto y mezquino.
En lo que respecta a la ética pública cívica, tiene en cuenta, no sólo los valores y normas compartidos, sino
también el modo de encarnarlos en las comunidades políticas concretas, los caracteres de los pueblos
siempre que no sean injustos e insolidarios. La ética pública global, por su parte, debe ir construyéndose
desde el diálogo, desde el hacer conjunto de las distintas culturas, y no desde la imposición de una sola. Debe
ser una ética intercultural, no etnocéntrica.
En ninguno de estos casos la ética pública puede confundirse con el derecho, y es descabellado creer que
puede convertirse en derecho. Moral y derecho son dos dimensiones de las sociedades, que se complementan,
pero no se identifican. La moral se refiere a la “libertad interna”, sea de las personas, sea de las
organizaciones, a sus convicciones y hábitos, a sus orientaciones y a las normas que ellas entienden como
suyas; el derecho, por sus parte, se refiere a la “libertad, externa”, a las relaciones entre personas y las
organizaciones, reguladas por una autoridad externa a ellas, con capacidad sacionadora, aun en el caso de
las sociedades democráticas.
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La ética pública entonces se va construyendo a través de la moral de las organizaciones y las instituciones,
de las actividades profesionales, de las vivencias de la felicidad de los distintos grupos sociales, de la opinión
pública y las asociaciones cívicas. Es, pues, una ética de los ciudadanos, surgida de la ciudadanía, no
estatal. Es la ética que nace de un pluralismo moral, tomado en serio.
EL PLURALISMO MORAL EN SERIO
Cuando Ronald Dworkin publicó su ya célebre libro Los derechos, en serio no vino sino a poner sobre el tapete
algo sobradamente sabido, y es que conviene pensar en serio una buena cantidad de asun tos públicos,
porque mucho nos jugamos en enfocarlos bien o mal. Uno de ellos es la construcción de una sociedad
moralmente pluralista, sobre todo en aquellas que han pasado de orientarse oficialmente por un código
moral único a reconocer, también oficialmente, que los ciudadanos profesan diversos códigos morales.
Es ésta una experiencia compartida por distintas sociedades de habla hispana con los antaño llamados
países del Este. Con la diferencia de que en los países latinos el código originario venía dado por un sector del
catolicismo, en los países del Este, en cambio, por un sector del marxismo. El drama, sin embargo, era muy
semejante en ambos casos en lo que a la moral respecta, ya que el código oficialmente impuesto sólo podía
ser aceptado en realidad por fe: fe en la revelación divina, a través de una iglesia, fe en unas leyes de la
historia interpretadas por el partido. Y la fe, conviene no olvidarlo, es opción personal e intransferible, razón
por la cual es en realidad imposible imponerla.
Esta es, en lo que a lo moral se refiere, la tragedia de todos los países moralmente “monistas”, de aquellos
países, como los islámicos, que oficialmente imponen respuestas únicas ante las grandes preguntas sobre el
sentido de la vida y de la muerte, sobre la justicia y la felicidad, sobre el valor del trabajo, sobre la eutanasia
o la ingeniería genética. Esta es la tragedia: que las respuestas a estas preguntas han de convencer
personalmente y no vale en su caso la imposición.
Sin embargo, los países que realizan el tránsito desde una sociedad moralmente modista a una democracia
liberal no por eso han resuelto ya todos sus problemas, sino que conviene pensar el tránsito en serio, no sea
cosa que, en vez de acceder a un bien cuidado pluralismo moral, recalemos en lo que Weber llamó el
“politeísmo” de los valores éticos, el “politeísmo axiológico”, que tiene, entre otras, una oceánica laguna: la
de no permitir a los distintos grupos de ciudadanos construir nada juntos.
En efecto, la transición a la democracia liberal desde los distintos tipos de confesionalismo suele producir un
profundo desconcierto en el ámbito de los valores morales. Acostumbrada buena parte de la ciudadanía al
monismo, puede interpretar el de que la diversidad de perspectivas al menos de tres formas como expresión
de un vacío moral, como un politeísmo de los valores éticos o como expresión de un pluralismo moral. A mi
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juicio, la primera salida es impracticable por inexistente; la segunda, practicable, pero indeseable; la tercera,
muestra un proyecto en el que merece la pena trabajar, porque responde a lo mejor de las aspiracioneshumanas.
En lo que se refiere al célebre vacío moral, del que se hacen lenguas los apocalípticos, conviene recordar quetan imposible es que existan sociedades sin valores morales como que existan personas amorales, situadasmás allá del bien y del mal. Bien ha mostrado, por el contrario, esa tradición hispana de Ortega, Zubiri,Aranguren y Pedro Laín que no hay personas amorales, que todo ser humano opta por unos valores u otros,pero nunca carece de toda moral.
Sin embargo, que al monismo suceda el politeísmo en cuestiones morales no es cosa extraña, sino biencomprensible, sobre todo teniendo en cuenta el movimiento pendular al que nos tiene acostumbrados lahistoria. En breve plazo hemos pasado del entusiasmo por la política al desencanto político y a la exaltaciónde la sociedad civil; de la preocupación por los derechos sociales a un trasnochado neoliberalismo, presto asocavar- las bases del Estado social de justicia, y no solo del Estado del bienestar.
No seria de extrañar, pues, que al imperio del código moral único sucediera una Babel de los códigos moralesdefendidos por los distintos grupos, una disparidad tal entre ellos que resultara imposible encontrar unespacio común de diálogo, desde el que enfrentar conjuntamente los retos éticos. Y es en esto precisamenteen lo que consiste el politeísmo ético, en creer que cada grupo opta por una escala de valores de un modo tanarbitrario que es imposible descubrir puntos de encuentro. O lo que es lo mismo, que las cuestiones éticasson totalmente “subjetivas”.
En reforzar la idea de que el politeísmo moral es la única salida posible están interesadas al menos dosespecies de ciudadanos. En principio, los que desde determinados medios de comunicación entienden quevenden más el conflicto insuperable y el insulto palmario que el diálogo sereno, encaminado a descubrir quées lo que ya une y dónde empiezan las discrepancias, sobre las que es recomendable continuar dialogando.Resulta más sencillo sin duda atraer la atención del espectador con discusiones montadas sobre posicionescontrarias irreductibles, o al menos aparentemente irreductibles, que realizar el esfuerzo de hacer atractivo eldiálogo inteligente.
Pero también una segunda especie de ciudadanos se interesa por reforzar el politeísmo, y es la de quienes, enunos grupos u otros, no tiene más identidad que la de distinguirse de los contrarios. ¿Qué sería de losfundamentalistas ecologistas, nuclearistas, laicistas, creyentes, nacionalistas, etc., si se quedaran sin oponentesigualmente fundamentalistas? ¿Qué ocurriría si descubrieran unos y otros que en realidad es mucho lo quecomparten y que les permite responder juntos a una buena cantidad de los desafíos morales queconjuntamente se les presentan? El fundamentalista es el tipo de animal que se alimenta de la discrepancia
y muere cuando descubre que es mucho lo que le une a otros, aunque también existan desacuerdos.
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Y es en esto último en lo que consiste el pluralismo moral, mucho más humano que el politeísmo, enpercatarse de que no puede haber un código único si no es por imposición (monismo), pero también entomar nota de que la total disparidad de códigos, la Babel moral, paraliza cualquier intento de actuaciónconjunta (politeísmo). El pluralismo, por su parte, invita a ir más allá de la ley del péndulo, y a superar enun tercero los dos movimientos anteriores. De igual forma que urge articular sociedad civil y Estado, derechossociales y ciudadanía activa en una tercera fase, superior a las dos anteriores, es urgente reforzar unpluralismo moral, consciente de que hay ya valores compartidos por los distintos grupos, que permitenconstruir la sociedad.
Componen esos valores un mínimo ético irrenunciable, una “épica mínima”, unas exigencias innegociablesde justicia desde las que tenemos que ir respondiendo conjuntamente a retos comunes, como la eutanasia yla clonación, el derecho a la asistencia sanitaria, el tratamiento de la droga o las técnicas de reproducciónhumana asistida. Si no hay un sentir común en estas cuestiones de justicia, las resolverán quienes tenganpoder fáctico para hacerlo, que no suelen ser quienes tienen razón.
Ciertamente, estos mínimos compartidos pueden ir creciendo, y es bueno que así sea, pero no alcanzarán ala totalidad de la vida personal, que encuentra su respuesta en éticas de máximas . De ahí que, con respectoa una ética cívica, los problemas fundamentales consistan en descubrir cuáles son los mínimos comparti-dos de justicia, cómo esa ética cívica se articula con el derecho, cómo se articu la asimismo con las éticasde máximos y cómo se plasma en las distintas esferas de la vida social: la economía y la empresa, el ámbitode las biotecnologías y la relación con la ecosfera, los medios de comunicación y la organización política, elmundo de las profesiones y los mecanismos de la opinión pública.
LA ÉTICA DE LOS CIUDADANOS
La ética cívica nace en los siglos XVI y XVII a partir de una experiencia muy positiva: la de que pueden convivirciudadanos que profesan distintas concepciones religiosas, ateas o agnósticas, siempre que compartan unmínimo de valores y normas. Las guerras de religión habían puesto de manifiesto las nefastas consecuenciasque se siguen de la intransigencia de aquellos que se sienten incapaces de admitir cosmovisiones diferentesala propia. Ciertamente, las razones últimas de las llamadas “guerras de religión” no siempre fueronreligiosas, sino frecuentemente políticas, económicas o provocadas por la psicología de personajespoderosos, pero quienes actuaban por estos móviles se sirvieron de las cosmovisiones religiosas. Laexperiencia del pluralismo nace con la de una incipiente ética cívica, que cuenta, como factor, esencial, conla tolerancia hacia quienes compartan cosmovisiones diferentes a la propia.
Los tratados de tolerancia y la convivencia pacífica fueron cristalizando al hilo del tiempo en esa ética cívica,que ha ido suscitado una buena cantidad de recelos. El primero de ellos consiste en considerarla como una
alternativa radical a las éticas que hacen ofertas de vida buena, habitualmente religiosas, en cuyo caso
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resulta imposible que todas ellas convivan de forma armónica. ¿Cómo es posible conciliar en la ética cívica
las posiciones discrepantes, de forma que puedan convivir, e incluso cooperara? El deseo de responder a esta
pregunta nos obliga a recordar una distinción entre “el hombre” y “el ciudadano”.
A la persona íntegramente considerada, es decir, considerada como “hombre” (varón o mujer), cabe
adscribirle una meta moral muy clara e incontestable, que es la felicidad. Todos los hombre quieren ser
felices. Sin embargo, las personas como tales desarrollan sus actividades en distintas esferas sociales, lo cual
nos permite considerar en ellas distintas dimensiones: una dimensión familiar, en cuanto son miembros de
una familia; una dimensión religiosa, en la medida en que son miembros de una comunidad creyente; una
dimensión profesional, en cuanto se enrolan en una profesión. Una de las dimensiones de la persona es
aquella por la que forma parte de una comunidad cívica, que recibió en sus orígenes griegos y latinos los
nombres de polis y civitas.
De donde se sigue que la ética cívica es la ética de las personas consideradas como ciudadanas. No
pretende abarcar a la totalidad de la persona ni satisfacer su afán de felicidad. Sólo intenta modestamente
satisfacer sus aspiraciones en tanto que ciudadanas, en tanto que miembros de una polis, de una civitas, de
un grupo social que no está unido por lazos de fe, ni de familia, ni tampoco es siquiera estatal, sino que es
un tipo de lazo social que coordina los restantes. Bien decía Anselm Feuerbach en su Anti-Hobbes que la
felicidad es un ideal del hombre, no del ciudadano.
Las personas, como varones y mujeres, diseñan proyectos de felicidad y también distintos grupos en la
sociedad civil bosquejan ideales de vida plena. Pero si quieren proceder adecuadamente con esos ideales no
pueden jamás imponerlos, sino sólo ofrecerlos, invitar a ellos. El gran error de las confesiones religiosas y
laicistas ha consistido a menudo en intentar imponer su proyecto de felicidad olvidando que imponer la
felicidad es imposible. La felicidad no se impone, no se exige ni se prescribe: a la felicidad se invita. Y es cada
persona la que ha de decidir libremente si quiere aceptar la invitación.
Pero las personas son también ciudadanas que, aunque se propongan proyectos diversos de felicidad,
comparten, sin embargo, unos mínimos éticos de justicia que configuran el trasfondo de la cultura cívica.
En definitiva ante la pregunta por la conciencia moral de las sociedades con democracia liberal cabe
responder que se encuentra impregnada por unos valores de libertad, igualdad, solidaridad y respeto, sin los
que resultaría inconcebible la convivencia. Son valores como éstos los que van conformando una tradición
desde la que es posible tolerar las discrepancias.
De ahí que una ética cívica, que articule tanto estos valores como otros que históricamente vayan
compartiendo las sociedades pluralistas, no pueda ser una ética confesional-religiosa ni tampoco
confesional-laicista.
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Una ética religiosa es aquella que apela a Dios expresamente como un referente indispensable para orientarnuestro hacer personal y comunitario, trátese de un Dios trascendente o inmanente. Una ética laicista, porsu parte, se sitúa de un modo explícito en las antípodas de la ética creyente y considera imprescindible parala realización de las personas, entre otras cosas, eliminar de su vida el referente religioso, extirpar la religión,porque ésta no puede ser – a su juicio – sino fuente de discriminación y de degradación moral.
Estas dos posiciones éticas, asumidas de una forma fundamentalista, acrítica, son intolerantes con quienesno comparten su determinada forma de concebir la vida buena. Tomadas como la ética propia de lacomunidad política y la comunidad cívica privilegian unas propuestas de vida feliz frente a otras y, por tanto,constituyen una fuente de discriminación con respecto al sector de ciudadanos que no comparte laconcepción ética oficialmente asumida. Este modo de actuar genera la división inevitable entre “ciudadanosde primera” y “ciudadanos de segunda” e impide que se trate a todos ellos como personas libres e iguales.
En este orden de cosas puede afirmarse, pues, sin ambages que una ética cívica no puede ser ni religiosa nilaicista, sino que únicamente puede ser una ética laica.
Una ética laica es aquella que, que a diferencia de la religión y de la laicista, no hace ninguna referenciaexplícita a Dios ni para tomar su palabra como orientación ni para rechazarla. Es decir, que no cierra la éticaa lo trascendente, sino que la deja “abierta a la religión”, como diría José Luis Aranguren, pero tampocoafirma que no hay más fundamento de la moral que el religioso, dejando a los creyentes ayunos defundamento racional. La ética laica es aquella que puede ser asumida por creyentes y no creyentes siempreque no sean fundamentalistas religiosos o fundamentalistas laicistas.
MÍNIMOS DE JUSTICIA Y MÁXIMOS DE FELICIDAD
El pluralismo moral no es sólo un hecho social innegable en las sociedades con democracia liberal, resultadode una muy concreta historia, sino que puede ser también un proyecto ético de la sociedad civil, siempre quese articulen bien la ética cívica y los restantes proyectos morales. Para lograr una articulación semejanteconviene aclarar qué diferencia a la ética cívica de los demás proyectos éticos, y un buen modo de hacerloconsiste en dar nombres a una y otros.
En este sentido, considero que las expresiones más adecuadas son las de “ética de mínimos ” y “éticas demáximos”. Se inspiran sin duda en el modo de interpretar el fenómeno del pluralismo, del que vienehaciendo gala John Rawls sobre todo desde Liberalismo Político (1993), pero – a mi juicio – expresan deforma más adecuada la diferencia entre la ética cívica y las demás éticas de una sociedad civil y política quelas expresiones empleadas por Rawls, “concepción moral de la justicia para la estructura básica de la
sociedad” (lo que yo denomino “ética de mínimos”) y “doctrinas comprehensivas del bien” (lo que
denomino “éticas de máximos”). El significado al que se refieren estas dos formas de ética es el siguiente.
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Entre las distintas concepciones de vida buena, de vida feliz, que conviven en una sociedad pluralista, se
produce una suerte de “intersección”, que compone los mínimos a los que nos hemos referido
anteriormente. Es decir, todas esas cosmovisiones, todas esas concepciones del hombre como persona
integral y de su realización en la vida social, sean filosóficas o religiosas, se solapan y de ese solapamiento
surge una zona de intersección. Sin embargo, cada grupo puede fundamenta esos mínimos compartidos en
premisas diferentes, propias de su concepción de vida buena, de su forma de entender cuál es el sentido de la
vida: en premisas y máximos religiosos o no religiosos.
A esas propuestas que intentan mostrar cómo ser feliz, cuál es el sentido de la vida y de la muerte me parece
adecuado denominarles “éticas de máximos”, mientras que la ética de mínimos no se pronunciaría sobre
cuestiones de felicidad y de sentido de la vida y de la muerte, sino sobre cuestiones de justicia, exigibles
moralmente a todos los ciudadanos.
La ética civil contendría entonces aquellos elementos comunes de justicia, por debajo de los cuales no puede
caer una sociedad sin caer a la vez “bajo mínimos” de moralidad. La “fórmula mágica del pluralismo”
consiste entonces en compartir unos mínimos de justicia, progresivamente ampliables, y en respetar
activamente unos máximos de felicidad y de sentido de la vida. Lo cual no significa como se entiende con
excesiva frecuencia, que los mínimos sean cosa del Estado, cosa de la comunidad política, y los máximos
hayan de quedar en una presunta vida privada que compone el mundo de la sociedad civil.
ÉTICA PÚBLICA DE MÍNIMOS Y ÉTICAS PÚBLICAS DE MÁXIMOS
De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda en algunos países hablar de moral pública y moral privada,
explicando la articulación que entre ellas debería existir de una forma u otra. Sea cual fuere esa forma de
articulación, el primer problema que plantea un discurso semejante es que da a entender que en una
sociedad pluralista conviven dos tipos de ética: una “ética estatal”, una ética política que legitima las
instituciones democráticas y pugna por plasmarse en las “leyes jurídicas”, positivándose en ellas, y un
conjunto de “morales privadas”, que son las no-estatales, las no-políticas.
A estas últimas se les permite sobrevivir y convivir, pero no presentase en público, porque “lo público” se
identifica con lo estatal y lo político, con el terreno de la coacción, la universalidad y la exigencia. Por tanto,
las morales no sostenidas por el Estado como suyas deberían quedar relegadas a la vida privada, según este
discurso. Sin embargo, esta terminología es incorrecta, y de ella se sigue una conclusión a su vez incorrecta:
que en una sociedad pluralista resulta indispensable una ética público-estatal, exigible a todos los
ciudadanos y, por otra parte, se permite la supervivencia de un conjunto de morales privadas, que no deben
presentarse en público. Tal conclusión, sumamente frecuente, es falsa.
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En primer lugar, porque la ética cívica es pública, obviamente, y el Estado debe respetarla y encarnarla, yaque es la propia de los ciudadanos y legitima las instituciones políticas. Pero del hecho de que tenga querespetarla y encarnarla no se sigue en modo alguno que sea una ética del Estado. Es más bien, como hemosdicho, una ética de los ciudadanos, una ética cívica, pero no estatal.
Es esta ética de los ciudadanos la que les llevó en las distintas comunidades españolas a mediados de juliode 1997 a ocupar las calles exigiendo la liberación de Miguel Ángel Blanco, pidiendo que “cese la represión”de unos terroristas que no respetan la vida humana. Los ciudadanos se erigieron en lo que son, en protago-nistas de la vida ciudadana, y exigieron a los políticos gestionar el cumplimiento de los principios de la éticacívica. El Estado debe inspirar en ella sus actuaciones porque está presente en la conciencia moral de nues-tras sociedades, pero no puede considerarla como propiedad suya, porque no lo es.
Y en lo que respecta al segundo miembro de la disyunción, no , puede decirse que hay morales privadas, sinoque toda moral es pública, en la medida en que todas tienen vocación de publicidad, vocación de presentarseen público. Lo cual no significa que tengan vocación de estatalidad, como, por otra parte, tampoco la tiene laética cívica. Las éticas de máximos, que es a las que suele considerarse “morales privadas”, precisamente porser propuestas de felicidad para cualquier persona tienen vocación de publicidad, aunque no de estatalidad.Lo cual significa que han de poder manifestarse en público y, por consiguiente, que toda moral es pública y nohay morales privadas.
Conviene, pues, olvidar la errónea distinción entre moral pública y morales privadas, y sustituirla por ladistinción más ajustada a la realidad entre una ética pública cívica común de mínimos y éticas públicas demáximos. Públicas, por tanto, una y otras; ninguna de ellas estatal, y comprometidas ambas en la tarea deconstruir una sociedad mejor. ¿Qué relación puede existir entre ellas, cómo pueden conjugar sus fuerzas paraconformar una sociedad más justa y feliz?
Entender las relaciones entre la ética civil y las éticas de máximos como las propias de un juego de sumacero, en el que lo que unos ganan lo pierden otros, es erróneo. Para llevar adelante una sociedad pluralista demodo que crezca moralmente en vez de perder tono moral, las relaciones entre mínimos y máximos han deser las propias de juegos de no suma cero, en los que todos los jugadores pueden ganar, siempre que tenganla inteligencia moral suficiente como para percatarse de que lo que importa es crear un mundo más humano,conjugando esfuerzos. Los juegos cooperativos, cuando el objetivo es común, son sin duda más inteligentesmoralmente que los conflictos.
En este sentido, resultan sumamente fecundos los esfuerzos realizados para descubrir los elementos moralescomunes a todas las religiones, trascendentes o seculares, como los del Parlamento de las Religiones Mun-diales. Reforzar esos mínimos y ampliarlos es el mejor modo de evitar el conflicto entre las civilizaciones quepronostica Samuel P. Huntington, evitando que las éticas de máximos se utilicen como armas arrojadizasdesde intereses espurios.
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En este orden de cosas quisiera aventurar algunas propuestas que – a mi juicio – podrían hacer de la
articulación entre ética civil y éticas de máximos una relación justa con la naturaleza de las cosa y encami-
nada a potenciar el tono moral de las sociedades, en vez de debilitarlo.
Una relación de no absorción. En una sociedad moralmente pluralista, las éticas de máxiimos presentan
sus ofertas de vida feliz y los ciudadanos aceptan su invitación si se sienten convencidos. Esta situación de
libertad es la óptima para hacer invitaciones a la felicidad, porque quienes las aceptan no se sienten coaccio-
nados por el poder político, como sucede en el caso de los países confesionales, pero tampoco lo hacen
movidos por un difuso sentimiento de injusticia en un Estado abiertamente laicista. En una sociedad pluralista
la invitación y la oferta son igualmente libres, como exige una opción que es personal e intransferible.
De ahí que la relación entre la ética cívica y las éticas de máximos tenga que ser al menos una relación mutua
de no absorción. Ningún poder público – ni político ni cívico – esta legitimado para prohibir expresa o
veladamente aquellas propuestas de máximos que respeten los mínimos de justicia contenidos en la ética
cívica. Pero precisamente porque la ética civil presenta sus exigencias de justicia y las éticas de máximos han
de respetarlas, ninguna ética de máximos debe intentar expresa o veladamente absorber a la ética civil,
anulándola, porque entonces instaura un monismo moral intolerante.
Por consiguiente, ni la ética civil está legitimada para intentar anular alguna de las éticas de máximos que
respetan los mínimos de justicia, ni las éticas de máximos están autorizadas para anular a la ética civil. Los
monismos intolerantes – sean laicistas o religiosos – son siempre inmorales.
Los mínimos se alimentan de los máximos. Con la relación de no absorción logramos únicamente una
coexistencia tranquila, no una autentica convivencia pacífica de colaboración. Y en este punto conviene
recordar que los mínimos se alimentan de los máximos, es decir, que quien plantea unas exigencias de
justicia lo hace desde un proyecto de felicidad, por eso sus fundamentos, sus premisas, pertenecen al ámbito
de los máximos.
Fortalecer esos grandes proyectos, que no se defienden de forma dogmática, sino que están dispuestos a
dejarse revisar críticamente, es una de las tareas urgentes en las sociedades pluralistas. A mayor abundamiento,
los poderes políticos deberían aprovechar, en el buen sentido de la palabra, el potencial dinamizador de los
máximos, porque la política no es sólo el arte de eliminar problemas, sino sobre todo el de intentar resolver-
los de modo que la solución favorezca el bien de los ciudadanos.
2) Los máximos han de purificarse desde los mínimos. Si los mínimos cívicos se alimentan de los máxi-
mos y pueden encontrar desde ellos nuevas sugerencias de justicia, no es menos cierto que con frecuencia las
éticas de máximos deben autointerpretarse y purificarse desde los mínimos.
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En el caso del cristianismo, por ejemplo, el mandato del amor supone, como mínimo, hacer elecciones
justas. Un buen número de cristianos ha entendido sobradamente exigencia tan obvia, sin embargo, otros
muchos – trátese de instituciones o de personas – con la coartada de la caridad han olvidado la justicia, tal
como la entiende una ética cívica. El recuerdo de la Inquisición es en estos casos paradigmático, pero no es
preciso remontarse tanto en el tiempo porque ejemplos sobran en nuestros días, en nuestros países y en
nuestras profesiones. En todos estos casos se expresa una nefasta tendencia: la de atentar contra exigencias
de justicia por causas presuntamente de más elevado rango (amor, Estado, solidaridad grupal). Cosa que
vienen haciendo creyentes y no creyentes en la vida cotidiana.
4) Evitar la separación. Si éticas de máximos y ética civil se distancian, los peligros son claros. Una ética de
máximos autosuficiente, ajena a la ética civil, acaba identificando a su Dios con cualquier ídolo, sea su
interés egoísta; sea la nación, sea la preservación de sus privilegios. Por su parte, una ética civil autosuficiente,
ajena a las éticas de máximos, acaba convirtiéndose en ética estatal, y el ciudadano acaba engullendo a1
hombre. O, más que el ciudadano, el Leviatán. Por eso urge explicitar esos mínimos que ya compartimos,
pero no como si formaran un mundo aparte de las distintas propuestas de felicidad. La ética cívica se ha ido
generando desde las propuestas de felicidad que conviven y por eso puede exigírseles desde dentro que la
acepten y potencien: porque en realidad es también cosa suya.
ÉTICAS DE LAS ORGANIZACIONES
¿SON AMORALES LAS ORGANIZACIONES?
La ética es para las organizaciones de la vida pública imposible, pero necesaria, decíamos desde el comienzo
de este libro. Y cifrábamos la necesidad en el doble hecho de que la ética permite a las organizaciones actuar
con legitimidad y, a mayor abundamiento, es una carta favor de su viabilidad. Pertrecharse de hábitos
morales no es asegurarse la viabilidad, como tampoco la formación en tecnología e idiomas de todos los
miembros de la organización asegura se éxito. Nada es garantía de éxito en un mundo de incertidumbre, pero
una mayor y mejor preparación pertrecha de más posibilidades de triunfo. En el mismo sentido decíamos que
las conductas éticas son valiosas por sí mismas y a la vez preparan mejor para afrontar los retos del entorno.
Sin embargo, hay una constatación que es incluso anterior a todas éstas y es que la ética es necesaria para las
organizaciones porque es inevitable para ellas. No hay organizaciones “a-morales”, no hay organizaciones
situadas más allá del bien o el mal, sino que todas se encuentran necesariamente en algún nivel de
moralidad entre la desmoralización y la plenitud moral, que algo tiene que ver con ese “estar en plena
forma”, siempre deseable.
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Ciertamente, no es ésta una opinión compartida por cuantos se ocupan del mundo de las organizaciones,
porque entre las actuales teorías de la organización es extendida la convicción de que las organizaciones no
son morales ni inmorales, no están altas de moral ni tampoco desmoralizadas, sino que son sencillamente
a-morales.
Desde esta perspectiva, las organizaciones están compuestas por personas, que son agentes morales, pero las
organizaciones mismas no lo son, o bien porque no tienen existencia real al margen de las personas que las
componen, o bien porque, aun teniéndola, no pueden asumir responsabilidades porque no pueden formarse
intenciones. En ocasiones las tratamos como si fueran autoras de actuaciones morales, por analogía con las
personas, pero en realidad es una atribución inadecuada, porque quienes tienen intenciones y conciencia son
las personas, y los que toman decisiones son los directivos de las organizaciones. De ahí que sea a ellos a
quienes se debe pedir responsabilidades, y no a la organización en su conjunto.
Sin embargo, frente a una opinión semejante se alza la de quienes consideran que las decisiones de los
miembros de una organización son sin duda personales, pero que las organizaciones son también sujetos
morales precisamente porque están organizadas, por definición»; es decir, no se diluyen en un grupo o una
masa informe de átomos, sino que tienen una estructura que les permite tomar decisiones colectivas, no
reducibles ni a las de los individuos. Cuando los miembros de la organización toman decisiones en virtud del
puesto que ocupan en la organización, y teniendo en cuenta el proyecto aceptado por ella, toman una
decisión y organizativa, y no simplemente personal.
Si las cosas son así,, puede decirse entonces que las organizaciones no tienen un tipo de moralidad igual a
las personas, pero sí tienen la que les corresponde como organizaciones: tienen un tipo moralidad análoga
a la de las personas. Lo cual significa que si fuéramos capaces de esbozar los rasgos de las personas por los
que son morales podríamos por analogía descubrir los de las organizaciones.
En este cometido puede sernos de gran ayuda la tradición zubiriana, que presenta un diseño de aquella
estructura por la que consideramos a las personas como seres inevitablemente morales. Si es cierto que las
organizaciones no pueden identificarse con las personas, no lo es menos que, como organismos inteligentes,
comparten con ellas ciertos rasgos organizativos que podríamos ir tomando del “diseño” que la moral como
estructura personal realiza esta tradición.
RASGOS DE UN ORGANISMO INTELIGENTE
Según dicha tradición, el ser humano, como organismo inteligente, al enfrentarse al medio para asegurar su
viabilidad, se ve obligado a adoptar la siguiente conducta:
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1) No percibe el medio como un simple estímulo, al modo del animal, sino que lo intelige como una
realidad a la que debe responder.
2) Debido a su hiperformalización, no responde mecánicamente, con lo cual se abre aquí un momento de
indeterminación, de libertad en un primer y básico sentido.
3) La respuesta no es automática, sino que el organismo humano diseña creativamente distintas
posibilidades de respuesta, distintos cursos de acción a través de los cuales podría adaptar el medio a sus
necesidades y deseos. El organismo humano funciona, pues, de forma autopoiética.
4) Obligado a elegir entre los cursos de acción, debe tomar decisiones necesariamente y necesariamente
elige la que considera mejor, lo cual significa que debe justificar su elección, dar razón de ella. En todo este
proceso es esencial el papel de la conciencia, que hace presentes los valores y las metas desde los que se debe
elegir. Sin conciencia de esas metas y valores hipoteca su libertad y actúa como un ser heterónomo, no como
un ser autónomo.
5) El organismo humano se apropia de la posibilidad elegida y va generando ese carácter del que se
“adueña” al ir apropiándose las posibilidades que considera mejores. Ese carácter va configurando la
identidad de la persona, que podemos caracterizar – con Taylor – como una definición de sí mismo, en parte
implícita, que un agente humano debe poder elaborar en el curso de su conversión en adulto y seguir
redefiniendo a lo largo de su vida. Esta identidad tiene al menos tres dimensiones: la moral, desde la que el
individuo distingue entre lo que es importante para él y lo que no lo es: la personal, por la que reconoce su
peculiar modo de ser humano, su originalidad, y la social, ya que para identificarse a sí mismo precisa del
reconocimiento ajeno.
6) Por último, un organismo capaz de emprender distintos cursos de acción y obligado a justificar su opción
por alguno de ellos, está también estructuralmente obligado a responder de sus elecciones, a asumir la
responsabilidad por sus decisiones.
Podemos decir, en consecuencia, que las personas son sujetos morales porque gozan de un nivel de
conciencia, se ven obligadas a justificar sus decisiones, van forjándose una identidad que les distingue de las
demás personas y han de hacerse responsables de sus acciones. Conciencia, justificación de las decisiones,
identidad y responsabilidad son dimensiones que no pueden faltar en entidades que se pretendan morales.
¿Son aplicables estos rasgos a las organizaciones de forma analógica?
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LA ESTRUCTURA MORAL DE LAS ORGANIZACIONES
Si, como hemos comentado, la organización no es simplemente una máquina o un agregado de átomos
inconexos, sino que efectivamente tiene una estructura que le lleva a funcionar de forma organizada,
entonces debe estar dotada de rasgos análogos a los que hemos reconocido como propios de un organismo
humano. Esto significa que debe tomar conciencia de qué valores y metas deben orientar sus decisiones,
porque son los que le ayudarán a ir conformando una identidad, un carácter propio de la organización. Y
también que la organización, como tal, debe hacerse responsable de sus decisiones y de las consecuencias
previsibles que de ellas se sigan.
Como de estos rasgos se seguirán consecuencias importantes para la ética de las organizaciones, vamos a
analizarlos brevemente.
Responsabilidad por las decisiones
Es indudable que, último término, las organizaciones se componen de personas, pero también lo es que en
ellas existe un procedimiento aceptado, más o menos explícito, a través del cual se toman las decisiones, de
suerte que el responsable de las decisiones no es cada uno de los miembros de la organización, sino la
organización en su conjunto.
Y si un organismo es capaz de captar el entorno como una realidad a la que no responde automáticamente,
sino que puede res ponder desde distintas posibilidades, emprendiendo diversos cursos de acción, y justifi-
cando la decisión que toma desde sus proyectos y desde sus metas, entonces debe ser responsable de sus
decisiones y de sus consecuencias; no como pueden responder las personas, pero sí como pueden responder
las organizaciones.
Las organizaciones no son a-responsables por su estructura, sino todo lo contrario: la irresponsabilidad es
un hábito perverso.
Conciencia corporativa
Por otra parte, como ha tenido buen cuidado en analizar el norteamericano Goodpaster, las organizaciones
muestran también un segundo rasgo, propio de agentes morales, que es la conciencia.
La conciencia es el modo en que los seres humanos sopesan sus acciones, las ponderan y valoran hasta qué
punto están per siguiendo adecuadamente sus objetivos. En el caso de la organización, la conciencia es
también la forma en que el grupo reflexiona sobre el modo en que está persiguiendo sus objetivos, lo cual
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exige, obviamente, que el grupo conozca esos objetivos y haya expresado su voluntad de actuar por ellos,comportándose con cierta dosis de autonomía.
Esto requiere hacer un alto en el camino, reflexionar sobre los propósitos y los valores, y tomar decisiones ala luz de los valores que se consideren superiores, para no dejarse llevar por el azar ni dejar que sea el entornoel que decida. Una organización que deja sus decisiones en manos del entorno se ha dejado expropiar.
La conciencia corporativa es, como señala Goodpaster, un proceso institucional para “hacer balance” de laprosecución de un objetivo, proceso a lo largo del cual es importante que se escuche la voz de los stakeholders,de aquellos que han “apostado” por la organización14. Entre ellos cuentan los miembros de la organización,pero también los afectados por sus actividades, que son un buen termómetro para tomar conciencia delpunto de su propio proyecto en que se encuentra la organización. Un organismo inteligente, para hacerbalance de su situación y perfeccionar sus estrategias, no tiene en cuenta sólo a los miembros del grupo, sinotambién a cuantos son afectados por su actuación, aunque la responsabilidad la asuman sólo los miembrosde la organización. El balance social es también una herramienta de gestión.
Realizar este balance es un auténtico proceso que debe seguir la organización, análogo a la disciplina y elaprendizaje en la persona. Es una secuencia de actividades que se distiende en el tiempo e incluye lossiguientes pasos:
• Articular una filosofía corporativa desde la que poder tomar las decisiones. Sólo de este modo laorganización no responde mecánicamente al medio, sino libremente, desde su propia concepción.
• Asignar responsabilidades especiales para transformar esa filosofía en acción, de modo que exista unaadecuación entre la filosofía de la organización y su práctica.
• Educar a los miembros de la organización en el significado de esa filosofía, ya que, en caso contrario, loscódigos y los credos son sólo papel mojado. Precisamente el modo más adecuado de elaborar un códigoconsiste en esbozar un borrador y discutirlo en los distintos niveles de la organización para que pueda serasumido por todos como propio. A fin de cuentas, el código consiste en una reflexión en voz alta, hechapor los miembros de la organización y encaminada a discernir los principios y valores por los que quierenorientar la práctica organizativa.
• Auditar operaciones prestando atención a los conflictos entre la filosofía corporativa y otros incentivosorganizativos que pueden minarla. Porque sucede en ocasiones que existe una contradicción entre losvalores que se proponen en el marco de la filosofía de la organización y algunos incentivos que se
introducen por otros conductos.
14 K.E. Goodpaster. “Can a Corpotation have a Conscience?”, manuscrito, Madrid, Euforum/ÉTNOR. 1996.
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• Informar de los casos difíciles a la dirección corporativa, de modo que puedan restaurarse finalmente la
integración y la comunicación.
El proceso institucional de la conciencia ase distiende, pues, en cinco operaciones al menos: articular,
educar, reflexionar y revisar los valores adoptados con vistas a la toma de decisiones.
Por otra parte, importa prestar atención a dos factores que pueden minar la conciencia corporativa, uno
interno, ya mencionado, que sería la contradicción entre los incentivos que se ofrecen en la organización y
los valores que dicen defenderse, y otro externo, la presión de otras organizaciones que no actúan
orientándose por valores. En este sentido, es muy frecuente la queja, por parte de quienes trabajan en
organizaciones, de que en una situación de corrupción generalizada resulta imposible comportarse de
acuerdo con los valores éticos deseados sin perder competitividad en un entorno inmoral.
Identidad
Estas afirmaciones sobre la conciencia y la responsabilidad de las organizaciones se complementan con uno
de los temas que desde los años setenta es clave en la teoría y la práctica de la gestión organizativa: el análisis
de la cultura organizativa. Se entienda la cultura como una variable independiente o como metáfora de la
organización en su conjunto, lo bien cierto es que las organizaciones cuentan con una cultura, expresiva de
los valores, creencias e ideales compartidos, sean los de lograr el máximo beneficio por cualquier medio o los
de mantener la viabilidad y competitividad con medios bien ponderados.
La incorporación de esta cultura en la vida cotidiana va generando ese ethos de la organización, esa
identidad, que se distiende en tres niveles: la identidad moral, que define el horizonte moral en el que la
organización toma decisiones al conceder un mayor valor a unas actuaciones que a otras, al priorizar unos
objetivos sobre otros; la identidad organizativa, por la que muestra su originalidad, su carácter específico
frente a otras organizaciones; y su identidad social, ya que la organización precisa el reconocimiento del
público para identificarse a sí misma.
¿No va significando esto a fin de cuentas que las organizaciones tienen una moral, porque –de forma análoga
a los seres humanos– tienen una estructura moral, y en lo que difieren en los contenidos morales.
VALORES ORGANIZATIVOS
Así parece, pero con todo, hay un conjunto de valores tan entrañados en la estructura misma de una
organización que quiera obe decer al imperativo de la viabilidad en el actual entorno, que los mencionaremos
siquiera sea brevemente, porque pueden también espigarse en capítulos posteriores.
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El hecho de que las organizaciones no sean simplemente máquinas, sino organismos, ha colocado en el
primer plano de consideración a los recursos humanos. El capital humano es el activo más potente de
cualquier organización, y precisamente por eso importa saberlo aprovechar, en el mejor sentido de la palabra,
es decir, no en el sentido de manipular a los miembros de la organización, sino en el de saber incorporarlos
a un proyecto compartido. Los medios y los instrumentos se manipulan, pero las personas no son manipulables,
sino incorporables a una tarea que sienten también como suya.
Sentir una tarea como propia supone conocer bien el proyecto, por medio de una comunicación transparente,
al inicio y a lo largo del trabajo compartido. Si la publicidad es un valor de las sociedades democráticas, no
lo es menos de las organizaciones que deseen contar con miembros que se sepan parte de ellas.
Justamente la insatisfacción causada por una cultura liberal individualista hace más necesario sentirse
perteneciente a comunidades que pueden ser de diverso tipo, también a organizaciones. Potenciar el sentido
de pertenencia es esencial para el éxito de una organización, siempre con el límite de que no se convierta en
el tipo de “organización voraz” que acaba engullendo a sus miembros.
La participación en la tarea común es entonces indispensable, y no por algún tipo de gracia concedida desde
la altura de los órganos directivos, sino al menos por dos razones: porque es justo que quien forma parte de
un organismo coopere en el desarrollo de sus funciones, pero también porque más inteligente es ese
organismos cuanto más se aprovecha de la capacidad de sus integrantes. Participación y corresponsabilidad
son dos valores inseparables en una “sociedad del saber”, en que ningún miembro de la organización puede
tener un saber actualizado de todas las dimensiones que requiere su funcionamiento.
Estrechamente ligada a ellos se encuentra la necesidad de formación permanente, precisamente por su
amplitud y el constante incremento del saber, que exige a su vez un aumento constante de la cualificación.
Las organizaciones inteligentes hacen de la formación una de las claves del éxito a medio y largo plazo y,
precisamen te porque confían en el saber de sus miembros, distribuyen entre ellos la responsabilidad y les
urgen a participar en la gestión y en los resultados.
Para ello precisan gentes con iniciativa, no individuos dóciles, con agilidad suficiente como para adaptarse
a las necesidades de un entorno siempre cambiante, con capacidad de innovación y creación, frente a la
monotonía del taylorismo de Tiempos modernos.
Los dispositivos clave de este tipo de racionalidad organizativa son entonces la autoridad de animación en vez
de la autoridad disciplinaria, el enriquecimiento de responsabilidades, la delegación de poderes y la
desburocratización; la actitud de escucha y diálogo; las políticas de formación permanente del personal; el
management participativo y horizontal.
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De todo ello surge un carácter peculiar de la organización, basado en la responsabilidad por el medio y largoplazo, el desarrollo de la capacidad comunicativa interna y externa, capaz de crear un clima afectivo en elseno de la organización y también en el entorno, el sentido de pertenencia entre sus miembros, la confianzainterna y externa, la innovación y la creatividad, y la adhesión a una cultura ética, basada en la cooperaciónentre todos los miembros que componen la organización, entre los que cuenta también el entorno social.Asumir estos valores y actitudes es cosa de organismos que deseen cumplir el imperativo ético y pragmáticode ser viables.
ÉTICA DE LA EMPRESA
MÁS ENSEÑA LA NECESIDAD QUE LA UNIVERSIDAD
En la década de los setenta del presente siglo irrumpe con fuerza en Estados Unidos lo que, al menos aprimera vista, parece una nueva moda: la Business Ethics, la “Ética de los Negocios”.
Las razones de tal irrupción son sin duda típicamente norteamericanas: los escándalos de corrupción en queincurren conocidas empresas – léase, por ejemplo, el caso Watergate – provocan en la ciudadanía unapérdida de confianza, que se traduce en alarmantes descensos en las correspondientes cuentas de resultados,e incluso en la quiebra. De tales experiencias los empresarios aprenden, y viene a suceder lo que Schuhmachercontaba de la ecología.
Los recursos naturales se agotan – decía Schuhmacher –, la naturaleza toda nos enseña lo que predicabanantaño un buen número de santos y sabios: que bueno es conformarse con lo suficiente; perverso, lanaturaleza para extraerle el mínimo beneficio. Lo mejor es, una vez más, enemigo de lo bueno: exprimir enel presente los recursos sin medida es pan para hoy y hambre para mañana. Un mínimo de prudenciaaconseja regresar; a las añejas virtudes: a la templanza, a la justicia. a la fortaleza. Nada nuevo bajo el sol,ya lo decía el Eclesiastés.
Los empresarios norteamericanos – regresando de la ecología a la ética de los negocios – comprueban conasombro en la segunda mitad del siglo xx algo tan sabido por la economía misma como que la confianzavende, la credibilidad vende, la calidad es la mejor propaganda; y que, por contra, la chapuza disuade, elengaño enseña al cliente que “una y no más”, la falta de calidad hunde a la empresa.
Esto – comprueba el empresario – ocurre muy especialmente en el mundo del negocio, donde los ciudadanosno se dejan engañar tan fácilmente como en política con los discursos ideológicos. La “apariencia” en laempresa vende una vez, dos veces o tres, pero al cabo el consumidor “vota” por la calidad, porque por losproductos se opta con “votos-dólar”, no con papeletas de las que caen en una urna como en un pozo sinfondo. Los dólares – todo el mundo lo sabe – cuestan de ganar, y hay que pensárselo mucho antes de“depositarlos” en un producto.
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Más enseña la necesidad que la Universidad. Las malas consecuencias en el negocio recuerdan al empresariado
norteamericano que para lograr sustanciosos beneficios es preciso ir “más allá de la cuenta de resultados”;
que las bien probadas virtudes, además de tener en su ejercicio su propia recompensa, son milagrosamente
rentables; que la conducta ética, en este mundo en que todas las empresas se parecen, todos los productos se
asemejan, es un signo de distinción, una ventaja competitiva.
“Rentabilidad”, “competitividad”: palabras destacadas en negrita en los diccionarios de empresa. El mundo
académico y empresarial norteamericano se pone en pie de guerra; y nacen las revistas consagradas en
exclusiva a la Business Ethics, proliferan las publicaciones sobre el tema, se crean cátedras universitarias,
institutos, fundaciones, asociaciones. Y la idea, una idea en realidad tan vieja como la economía, “pasa el
charco” y hace en Europa su entrada triunfal.
Europa es el Viejo Mundo. Tiene ya demasiados años como para generar empleo en un abrir y cerrar de ojos
y destruirlo en el siguiente parpadeo. Es ya demasiado vieja para pensar que una empresa se crea de la noche
a la mañana para hacer negocio y se cierra con la misma celeridad. Por eso, el europeo suele traducir
Business Ethics por “Ética de la empresa”: porque la actividad empresaria –piensa– se desarrolla para ganar
dinero, pero no sólo. Una empresa es más que un negocio: es ante todo un grupo humano, que persigue un
proyecto, necesita de un líder para llevarlo a cabo y precisa un tiempo, un largo plazo de tiempo, para
desarrollar todas sus posibilidades.
A mayor abundamiento, la hodierna empresa europea, como el resto de los mundos del Viejo Continente, ha
ido aprendiendo en la escuela de Thomas Marshall que una sociedad considera a sus miembros como
ciudadanos auténticos cuando protege sus derechos, no sólo civiles y políticos, sino también económicos,
sociales y culturales. De ahí que el marco de la ciudadanía social obligue en realidad a la empresa europea
a pensar en puestos de trabajo estables, en empleos guarnecidos de garantías sociales, en contratos fijos; todo
lo cual requiere que la empresa se piense como un proyecto que debe desarrollarse en el largo plazo. Un largo
plazo en el que tiene que obtener beneficio.
Y para lograrlo la lección norteamericana – una lección tan antigua como la humanidad – es aprovechable:
las tradicionales virtudes son rentables. Pero, además, el comportamiento ético dentro y fuera de la empresa
permite a las empresas inteligentes abaratar los productos sin menguar su calidad ni bajar los salarios,
porque una cultura ética hace posible reducir los costes de coordinación. La cultura del conflicto
– empresarios frente sindicatos, capitalistas frente a trabajadores – es más cara que la cultura de la
cooperación. Incluso haciendo números, trae más cuenta mantener unas relaciones de participación y
corresponsabilidad que unas relaciones de jerarquía pura y dura y de guerra de todos contra todos, resulta
más económico entusiasmar en un proyecto, transmitido de forma transparente, que mantener día a día un
despótico régimen de terror.
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La vieja empresa taylorista empieza a mostrar; sus insuficiencias y el “postaylorismo ”se apodera del mundoempresarial, con los valores que le son propios: iniciativa, corresponsabilidad, comunicación,transparencia, calidad, innovación, flexibilidad
Ciertamente, un abrumador número de empresarios parece no percatarse de la verdad de semejantes asertos,pero es que la falta de inteligencia es vicio muy extendido también en este mundo, en el que bien pocosentienden que la búsqueda cooperativa del beneficio suficiente como para poder seguir compitiendo en elmercado es motor mucho más prometedor para la empresa que la búsqueda desesperada del máximobeneficio.
Perseguir el máximo beneficio a través de enfrentamientos, conflictos, chapuzas, puede llevar a la ruina,como muestra hasta la saciedad el célebre “dilema del prisionero”, versión en teorías de la decisión racionaldel todavía más célebre refrán: “la avaricia rompe el saco”. Por eso hay que hacer prudencialmente loscálculos y lograr el beneficio necesario como para retribuir suficientemente al trabajo y al capital, y comopara poder permanecer en el mercado logrando nuevos clientes. Una empresa que tales cosas logra escompetitiva.
A VUELTAS CON LA COMPETITIVIDAD
La palabra “competitividad”, a pesar de lo que habitualmente se entiende por ella, no significa sin másguerra abierta, competencia despiadada, sino la acción de ofrecer al mercado productos de calidad, cuyoprecio sea razonable en relación con los restantes del mercado, de modo que tales productos interesen a lospotenciales consumidores y se conviertan en clientes. Si la calidad es baja y el precio alto, un producto no escompetitivo; lo es si la calidad es buena y el precio razonable. Cosa que se logra con mayor facilidad en unaempresa ética que en una inmoral.
Con tales consideraciones la ética de la empresa empezó a extenderse también por el Viejo Continente.Nacieron asociaciones como la EBEN (European Business Ethics Network), con su ramificación en España,y se crearon asimismo institutos, fundaciones – como la valenciana Fundación ÉTNOR –, cátedrasuniversitarias, en las que se implicaron empresarios, académicos, escuelas de negocios. Vieron la luz unbuen número de publicaciones, las emporesas multiplicaron sus códigos éticos y aparecieron las primerasasesoría éticas.
“La ética de la empresa se ha puesto de moda”, decían los “listos” que critican lo que les sobre pasa, porqueconsideran que “lo que no son cuentas, son cuentos”, como si no hubiera infinidad de cuento en eso de lascuentas. Y, sin embargo, se equivocaban los mencionados listos, como siempre. Porque la ética de laempresa, como la sanitarias, la política o la de la información, no “se han puesto de moda”, están de
actualidad.
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De moda se pone un asunto cuando durante un breve periodo de tiempo anda de boca en boca, pero toda su
relevancia se agota en su fugacidad. Una cuestión está por el contrario, de actualidad cuan do pertenece a la
más profunda entraña de nuestro ser personas, y sale a relucir con especial notoriedad durante un periodo de
tiempo porque algunos sucesos así lo exigen, para ocultarse de nuevo – como el Guadiana – y surgir de la
tierra más adelante. La moral es una dimensión de las personas, las organizaciones, las instituciones y los
sistemas. Por eso nada de raro tiene que de cuando en cuando salga a la luz esa necesidad de vivir moralmen-
te y por un tiempo hablar de moral esté de actualidad.
En lo que hace a la ética de la empresa, cierto que a muchos sorprende la conjunción de esos dos vocablos
“ética” y “empresa”, pero un mínimo de reflexión muestra algo tan real como que la actividad empresarial es
actividad humana y, por tanto, puede ser moral o inmoralmente llevada a cabo; que la empresa, como
institución, tiene repercusiones sociales y, por ello, es la sociedad quien tiene que darla por buena: y, por
último, que la empresa, como organización, es un conjunto de personas, cuyas relaciones pueden ser
humanizadoras o deshumanizadoras.
Las empresas, en consecuencia, igual que las demás organizaciones e instituciones humanas, pueden estar
“altas de moral” o “desmoralizadas”, pero nunca ser amorales. Tenerlas por “amorales” no tiene mejor
resultado que conseguir que el empresario se sienta con patente de corso para hacer mangas y capirotes. Lo
cual perjudica a los trabajadores y perjudica a la empresa en su conjunto, que no camina, si así actúa, “en
busca de la excelencia”. Y, sin embargo, al menos dos grupos sociales andan empeñados en “liberar” a las
empresas de toda responsabilidad moral.
El primero de ellos – al que podríamos calificar de “conservador”, dada la terminología al uso – acaba
liberando a las empresas de responsabilidad moral, porque insiste en que sólo las personas pueden ser
morales o inmorales; el segundo – que podríamos denominar “progre”15, también siguiendo la moda – las
libera igualmente porque tiene al mundo empresarial por irremisiblemente inmora, sin posibilidad alguna de
salvación. Con lo cual, además de decir una solemne majadería, está dando a entender que todas las
empresas son igualmente inmorales, que no hay gradación alguna: todas son proscritas del mundo moral.
Sin embargo, no hay proscritos del mundo moral: hay personas, organizaciones o sistemas más o menos
morales. Y en este “más” o “menos” nos jugamos mucho, porque nos jugamos ser más o menos humanos.
Cosa que imposibilitan de raíz los dos extremos que, una vez más, acaban tocándose, y proclamando
implícitamente que las empresas no tienen alma.
15 No empleo la palabra “progresista” entera porque en realidad no se la merecen – a mi juicio – los que dicen estas cosas. Esdemasiada palabra para ellos.
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Las empresas no tienen alma
A los conservadores de corazón no les gusta en realidad esto de la ética de la empresa. La ética –dicen– escosa de las personas que tienen conciencia, toman a veces decisiones libremente, se van forjando un caráctery son responsables de sus elecciones. “Conciencia”, “libertad”, “decisión”, “carácter”, y “responsabilidad”son dimensiones de las personas; las instituciones y las organizaciones son conjuntos de personas, perocarecen de los cinco rasgos.
Las empresas – podríamos decir maliciosamente para caracterizar la postura del conservador –no tienenalma. Afirmación peligrosa, si las hay, porque, aunque nuestro amigo no desea que se saquen consecuenciascomo la que vamos a extraer, una vez reconocido que las empresas notienen alma, un buen número deempresarios saca sigilosamente la conclusión de que muy bien pueden permitirse el lujo de ser desalmadas.
En realidad nuestro bienintencionado conservador sólo pretende mantener que son los empresarios quieneshan de asumir las responsabilidades. Pretensión de la que ya se sigue inevitablemente un paternalismocarpetovetónico, difícilmente compatible con la participación y la corresponsabilidad de cuantos participanen la empresa.
Pero, por si faltara poco, otros empresarios pero intencionados entienden que reducir la moralidad a laspersonas significa extender una espléndida bula para el mundo de la empresa. Puesto que las empresas noson sujetos morales – deduce con toda habilidad –, una vez dentro de la empresa, todo vale, hay que seguirlas reglas propias de un mundo amoral. Quien desee triunfar en ese mundo – continúan – ha de asumir lasreglas que la situación le marque y no tratar de diseñar una empresa distinta, junto con los trabajadores. Suvoluntad – puede decir alegremente – es buena, pero la lógica de la empresa marca sus pautas: la realidadmanda.
En el extremo contrario se sitúa una progresía, también en ocasiones bienintencionada, que detesta el dineroobtenido a través de la empresa, porque sigue marcada inconscientemente por la convicción de que procedede “la plusvalía arrancada al trabajador”. Suponer que hay empresas más o menos morales significa –según este grupo – dar por bueno el capitalismo, sistema explotador sin remedio y sin más capacidad detransformación que la revolución total. Jamás una empresa podrá ser ética, porque busca su propio beneficioy no el beneficio común, y además lo busca explotando al trabajador. De donde se sigue que el discurso de laética de la empresa es una cosmética, un maquillaje que se pone el capitalismo para hacerse más soportable.Las empresas no tienen alma, ni pueden tenerla – son desalmadas – y el capitalismo no puede cambiarsedesde dentro, sino sólo desde fuera.
Mientras llega la hora de la revolución. en vez de tratar de elaborar una ética de la empresa hay que marcarbien de cerca a los empresarios desde sindicatos y partidos revolucionarios para que no despidantrabajadores, no bajen salarios, hagan aportaciones sociales. Y dedicarse a la política, que ésa sí es
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desinteresada, aunque el que se consagra a ella distraiga de vez en cuando algo para sí mismo; o a serfuncionario, pagado por el Estado de forma vitalicia, sin necesidad de mostrar competencia o crear riqueza;o a un sindicalismo reivindicativo de los derechos de los que ya están dentro, como si no existieran los quequedan fuera, y como si hoy el problema no consistiera en crear riqueza para unos y otros, consiguiendo quese respeten los mínimos de justicia que alumbró el Estado social.
Pero para eso resulta indispensable desmitificar la tarea del político, al que hay que exigir al menos tantahonradez como a los demás ciudadanos, borrar de la cultura del funcionariado lo que tiene de pasividad,vagancia y endogamia, y rescatar lo que tiene de seguridad en el empleo: eliminar en el sindicalismo lareivindicación por la reivindicación y potenciar la exigencia seria, nacida del estudio riguroso de losproblemas, la alternativa viable y corresponsable.
Y también, por último, es preciso “des-demonizar” la empresa, reconocer que su tarea es indispensable parala supervivencia con calidad de las personas, pero recordando que esa tarea debe llevarla a cabo un grupohumano, llamado a crear riqueza cooperativamente, con corresponsabilidad y con sensibilidad social. Yaque, en definitiva, todo lo humano tiene alma.
TODO LO HUMANO TIENE ALMA
Ciertamente, por entrar en diálogo con quienes niegan que las organizaciones sean sujetos morales, haexistido una marcada tendencia a entender que la moral es cuestión individual, personal. Como bien decíaJosé Luis Aranguren, “en otros tiempos la ética por antonomasia, que se llamaba Ética General, era éticaindividual; la otra, la social, venía detrás y se denominaba Ética Especial”16.
Sin embargo, en este tiempo hemos dado en recordar claramente que las organizaciones, como la empresa,son grupos humanos que inevitablemente se orientan por valores, hasta el punto de que en los últimostiempos una nutrida bibliografía entiende las empresas desde la cultura que asumen, desde el conjunto devalores por los que se orientan. En entornos cerrados las empresas se mueven por normas, pero en entornosabiertos y cambiantes necesitan orientarse por valores que se incorporan de un modo u otro atendiendo alcontexto. Esos valores pueden ser más o menos morales, pueden ser humanizadores o deshumanizadores, desuerte que no existen empresas amorales.
La ética de la empresa trata de mostrar, entonces, que optar por valores que humanizan es lo mejor para laempresa, entendida como grupo humano, y para la sociedad en la que opera. Y es así, no porque algúnmoralista sermoneador diga desde fuera de la empresa lo que se de be hacer, sino porque la ética de cualquieractividad humana que tenga un fin socialmente legítimo –economía, sanidad, docencia, política– consisteen llevarla a su plenitud vital, desde el marco ético de justicia exigido por una sociedad situada en el nivel
16 J.L. Aranguren, Prólogo a A. Cortina, Ética mínima, Madrid, Tecnos, 1986.
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postconvencional en el desarrollo de la conciencia moral, en aquel nivel en que es preciso tener en cuenta atodos los afectados por la actividad que se está desarrollando.
El fin de las empresas, aquello que ninguna otra actividad puede hacer por ellas, consiste en satisfacernecesidades humanas con calidad, creando riqueza. Y tienen que hacerlo, a fines del siglo xx, percatándosede que cuantos participan en ellas (empleados, accionistas, consumidores, proveedores, competidores, entor-no social) son interlocutores sólidos, que han de tenerse en cuenta a la hora de tomar decisiones que lesafectan. Las relaciones de corresponsabilidad, comunicación y transparencia son las adecuadas a este nivelde exigencia, el contrato estable y la formación continua.
Cosas todas ellas peligran en estos tiempos de entusiasmo ante el modelo norteamericano, y por eso es bienurgente seguir empleando energías en una seria y rigurosa ética de la empresa.
¿LO QUE INTERESA ES PERVERSO?
En lo que hace a nuestro amigo progre, desconfía de la ética empresarial, entre otras cosas, porque este tipode ética nació precisamente porque interesa a las empresas y una cosa que interesa mal puede ser ética. Laética aparece siempre ligada en nuestra mentalidad ambiente al desinterés. Pero – podemos replicar – ¿ y sipudiéramos hacer coincidir el interés del empresario con el del consumidor y con el de los que trabajan en laempresa? ¿ Y si en vez de exigir desinterés exigimos un interés universalizable, un interés que hoy en día seextienda globalmente?
Esta sería la meta de la ética en cualquiera de las actividades profesionales: que el interés de los docentescoincidiera con el de los alumnos, sin venir perturbado por la endogamia; que el interés del personalsanitario coincidiera con el de los pacientes, sin resultar envenenado por la negligencia o el pluriempleo; queel interés los lectores por recibir información lo más objetiva posible coincidiera con el de los periodistas, sinvenir perturbado por aquello de que “nunca la verdad te destruya un buen titular . Y así podríamos continuaren todas las profesiones.
Porque una de las claves éticas de nuestro tiempo, como venimos diciendo, consiste en percatarse de que noson los juegos de suma cero los que nos llevarán a progresar, sino los de no-suma cero. Por eso en laempresa, como en las demás actividades, exige la moralidad hacer coincidir los intereses de unos y otros. Yen este sentido, tan moral o inmoral puede ser la empresa como la política, la docencia, la judicatura, lainformación o cualquier otra actividad humana.
A mayor abundamiento, declarar la amoralidad de la empresa nos acostumbra a distinguir entre dos tipos delógica: la de la empresa, encaminada al logro del mayor beneficio económico, que no admite más interlocutoresque los ciudadanos con capacidad adquisitiva, y la de la beneficencia, dirigida a los necesitados a los que
atiende sin contraprestación», porque viene promovida por el voluntariado.
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Con lo cual admitimos que la lógica de la empresa es socialmente neutral, y que lo social es cosa debeneficencia, cosas de gentes con buen corazón pero situadas en los márgenes de la sociedad, nunca en elcentro. El centro, la política dura y la economía, son socialmente neutrales, por eso generan marginado, a losque recogen los voluntarios en los barrios miserables.
¿No es posible que la lógica de la empresa se “socialice” y que llegue a los más desfavorecidos sin perder suespecificidad? ¿No es posible que le exija establecer entre sus miembros relaciones de justicia social, llevar acabo proyectos sociales y sobre todo inventar procedimientos para incorporar al mundo marginado, con laintención de que de serlo (créditos adecuados, inversiones posibles)?
Separar el mundo en dos bloques, el de la lógica de la política o la empresa que deben seguir su curso sinpreocuparse apenas por la marginación, y el bloque “ilógico” de los que tienen buen corazón y por esoempeñan su vida en recoger a los heridos de muerte por la lógica, es muy mala cosa. Y lo es, entre otrasrazones, porque ni hay derecho a condenar a unos a la marginación ni lo hay tampoco a destinar a otros a lainmoralidad. La persona de carne y hueso piensa socialmente. Por eso la lógica de la empresa esnecesariamente ética, y las empresas inmorales no son, en consecuencia, auténticas empresas.
EL MUNDO DE LAS PROFESIONES
LA REVOLUCIÓN DE LA VIDA CORRIENTE
Transformar la vida pública desde la opción política fue la gran aspiración de aquella tan discutidaGeneración del 68, que de algún modo cumple ya tres décadas, al menos en lo que a los sucesos de París serefiere. Bregar por el cambio social hacia algo mejor implicaba para el espíritu de aquella generación ingresaren un partido político, luchar por conquistar el poder y transformar desde él la cosa pública. Tras las huellasde Hegel, parecía admitirse que es lo mismo lo público y lo político, que hay una identificación entre ellos.
Hoy las cosas han cambiado sustancialmente. Y no sólo porque nos hemos percatado de que, aunque elpoder político siga cobrando su legitimidad de perseguir el bien público, quienes ingresan en la vida políticabuscan ante todo su bien privado, sino sobre todo porque hemos caído en la cuenta de que lo público no essólo cosa de los políticos. La identificación hegeliana entre lo público y lo político es hoy desafortunada.
El ámbito de lo público por el contrario, es el lugar natural también de al menos cuatro tipos de instituciones,pertenecientes a la sociedad moral las entidades económicas, la opinión pública, las asociaciones cívicas ylas actividades profesionales. Cambiar la sociedad hacia algo mejor exige entonces laborar desde cada uno deestos polos, y no optar sólo por uno de ellos, porque no hay una sola dimensión de la realidad social que sea
determinante de las restantes, sino que la realidad es, y por muchos anos, poliárquica.
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En este marco de amplia comprensión de lo público se inscribe hoy, entre otras cosas, la revitalización de una
ética de las profesiones, empreñada en nuestros días en la tarea de hacer excelente la vida cotidiana.
Porque, si es cierto – como dice Charles Taylor– que uno de los rasgo de la Modernidad consiste en su afán
por revalorizar la vida corriente frente a las vidas heroicas, arriesgadas y nobles, tan admiradas en las Edades
Antigua y Media, no lo es menos que hacer excelente esa vida cotidiana constituye una auténtica revolución
social. Y justamente “buscar la excelencia” en la vida corriente es lo que pretende la ética de las
profesiones, como vacuna que las inmunice frente a esos males cuasi endémicos, que matan la vida; frente
a la burocratización de la vida profesional, frente al corporativismo y la endogamia. Pero vayamos por pasos.
EL CARÁCTER DE LAS PROFESIONES
Conviene recordar, en principio, que una profesión es un tipo de actividad social, a al que se han atribuido
desde Max Weber un buen número de característica, de las que aquí destacaremos únicamente las siguientes:
1) Se trata de una actividad que presta un servicio específico a la sociedad de una forma institucionalizada.
El servicio ha de ser indispensable para la producción y reproducción de la vida humana digna, como se echa
de ver en el hecho de que personal sanitario y docentes, uristas, ingenieros, arquitectos, empresarios o
economistas y un largo etcétera sean imprescindibles, no sólo para mantener la vida humana, sino para
promover una vida de calidad.
2) La profesión de considera como una suerte de vocación, lo cual no significa que alguien se sienta
llamado a ella desde la infancia, sino que cada profesión exige contar con unas aptitudes determinadas para
su ejercicio y con un peculiar interés por la meta que esa actividad concreta persigue. Sin sensibilidad hacia
el sufrimiento de la persona enferma, sin preocupación por transmitir el saber y formar en la autonomía, sin
afán por la justicia, mal se puede ser un buen médico, enfermera, docena, jurista. Y así podríamos seguir
con las restantes profesiones.
3) El profesional, al ingresar en su profesión, se compromete a perseguir las metas de esa actividad social,
sean cuales fueren sus móviles privados para incorporarse a ella.
Y, en este sentido, creo que llevan razón algunos filósofos de inspiración aristotélica cuando recuerdan que
las actividades sociales ya tienen unas metas precisas, por las que cobran su sentido y legitimidad social.
Que cada actividad profesional – diría yo – justifica su existencia por perseguir unos bienes internos a ella,
bienes que ninguna otra puede proporcionar. Transmitir conocimientos y educar en la autonomía es el bien
de la docencia; ampliar la información de los ciudadanos y proporcionarles opiniones diversas es el de la
actividad informativa; prevenir la enfermedad, cuidar y curar es el bien de las profesiones sanitarias; trabajar
por una convivencia más justa debería ser la meta de los juristas en sus diferentes dedicaciones. Metas todas
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ellas que empiezan a borrarse del horizonte cuando, por poner un ejemplo, dice el abogado al cliente que
entra en su despacho: “Si lo que usted busca es una solución justa al problema, ha errado el camino; aquí no
vamos a tratar de justiciar, sino de sacar lo que podamos” ¿ Y qué sentido tiene a fin de cuentas una
profesión, si no proporciona los bienes sociales que de ella se espera?
MOTIVOS INDIVIDUALES, RAZONES FUNDADAS
Naturalmente, quien ingresa en una profesión puede tener motivos muy diversos para hacerlo: desde
costearse una supervivencia digna hasta enriquecerse, desde cobrar una identidad social a conseguir un
cierto o un gran prestigio. Pero, sea cual fuere su motivo personal bien cierto es que, al ingresar en la
profesión, debe asumir también la meta que le da sentido. No pueden un médico o una enfermera justificar
su negligencia ni un abogado sus trampas alegando que, a fin de cuentas, entraron en este mundillo por
ganar dinero, y no por promover la salud o por hacer posible una convivencia más justa.
Los motivos –conviene recordarlo– solo se convierten en razones cuando concuerdan con las metas de la
profesión. Y no puede una comisión universitaria dar la plaza a quien tiene menos méritos que otros
alegando que “es el de la casa”, ni puede quien valora proyectos o peticiones de beca poner notas bajas a
quienes no son “de los suyos”. Los motivos individuales no son razones, no se convierten en argumentos, si
no tienen por base las exigencias de la meta profesional.
Cuando los motivos desplazan a las razones, cuando la arbitrariedad impera sobre los argumentos legítimos,
se corrompe una profesión y deja de ofrecer los bienes que sólo ella puede ofrecer y que son indispensables
para promover una vida humana digna. Con lo cual pierde su auténtico sentido y su legitimidad social.
Por eso importa revitalizar las profesiones, recordando cuáles son sus fines legítimos y qué hábitos es preciso
desarrollar para alcanzarlos. A esos hábitos, que llamamos “virtudes”, ponían los griegos por nombre aretai,
“excelencias”. “Excelente” era para el mundo griego el que destacada con respecto a sus compañeros en el
buen ejercicio de una actividad. “Excelente” sería aquí el que compite consigo mismo para ofrecer un buen
producto profesional; el que no se conforma con la mediocridad de quien únicamente aspira a eludir
acusaciones legales de negligencia.
Frente al “éthos burocrático” de quien se atiene al mínimo legal, pide el “éthos profesional” la excelencia,
porque su compromiso fundamental no es el que le liga a la burocracia, sino a las personas concretas, a las
personas de carne y hueso cuyo beneficio da sentido a cualquier actividad e institución social. Es tiempo,
pues, no de despreciar la vida corriente, sino de introducir en ella la aspiración a la excelencia; no de
despreciar la excelencia, apostando por la mediocridad, sino de universalizar la aristocracia.
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ÉTICA DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA
LA ÉTICA DEL SERVICIO PÚBLICO
Aunque es cierto que en la vida corriente se ha introducido la expresión “Etica Pública” para referirseexclusivamente al comportamiento de las instituciones y personas relacionadas con la vida política y con elejercicio de la Administración Pública, esa identificación es inadecuada y confunde. En definitiva, cualquierética que se presente en una sociedad pluralista tendrá pretensiones de publicidad, es decir, desearápresentarse en público, expresarse en público y servir para el público. Sólo que hay un tipo de ética específicade quienes ingresan en ele mundo de la Administración Pública, a la cual convendría entonces denominar,para evitar confusiones, “Ética de la Administración Pública”, “de la Función Pública” o del “ServicioPúblico”.
En la década de los noventa se ha puesto de actualidad este tipo de ética, sobre todo porque el primer ministroinglés encomendó a un Comité dirigido por lord Nolan la elaboración de unas “Normas de Conducta para lavida pública”, que fueron presentadas al Parlamento británico en mayo de 1995, con el título “Standars inPublic Life”, y que son habitualmente conocidas como “Informe Nolan”. Recoge el documento normas deconducta para los diputados, ministros, funcionarios, para los organismos gubernamentales cuasiautonómicosy para los entes del Servicio Nacional de Sanidad, con la convicción de responder a una demanda de laciudadanía, deseosa de recuperar la confianza perdida en sus instituciones y en sus personalidades públicas.
Al final del Informe aparece la clave explicativa de su elaboración, en forma de encuesta, en este mundo enque las encuestas dirigen nuestras vidas, Market and Opinion Research International (MORI), la empresaencuestadora, ofreció a sus encuestados una lista de profesiones, tanto en 1983 como en 1993, con lapregunta: “¿Confiaría usted en que este grupo contara la verdad?” . La mayoría de los grupos mejoró susposiciones durante esa década; sólo los ministros, políticos en general y periodistas, que en 1983 ocupabanlos últimos puestos, siguieron ocupándolos diez años después, perdiendo además cada grupo una buenacantidad de puntos.
De nuevo el afán de recobrar la confianza perdida en las instituciones que conforman la vida pública es elque invita a reforzar su credibilidad con actuaciones que sean dignas de ella. Y aunque es cierto que uncódigo ético jamás garantiza que sus destinatarios se ajusten a los valores, principios y normas que locomponen, también es verdad que expresa lo que la sociedad espera de ellos y lo que ellos esperan de símismos, aquello a lo que se comprometen al aceptar responsabilidades públicas.
Naturalmente, pueden infringirlo, como se puede infringir cualquier norma escrita o pensada, pero al menoses posible tomar conciencia de ello, y los ciudadanos cuentan con un referente para exigir una actuación
adecuada a él. Bueno es que “este el concepto”, como decía Hegel, porque es más fácil que lo existente acabe
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conformándose a él y modificándolo en lo que sea menester, que ni siquiera el concepto está presente. Y si, amayor abundamiento, un comité supervisa el cumplimiento o incumplimiento del código, puede aumentarla confianza de los ciudadanos en las personas e instituciones responsables de la vida pública.
Y regresando al Informe Nolan, como parece seguir siendo cierto que “cuando París estornuda, Europa seconstipa” y que hemos aumentado el número de potenciales provocadores de constipados a las capitales delos países más boyantes de Europa, no bien el informe británico vio la luz pública se aprestaron todos lospaíses miembros de la Unión Europea, España entre ellos, a redactar códigos similares o, al menos, aorganizar encuentros, charlas y conferencias sobre la ética de la Administración Pública.
VIDA PÚBLICA O VIDA PRIVADA
El primer problema con el que topan quienes desean fortalecer una ética de este tipo es el de dilucidar si serefiere también a la vida privada de los responsables de la Administración o, por el contrario, sólo a suactividad y responsabilidades públicas; es decir, si se refiere también a las opciones que toman en su vidadoméstica o sólo a las actuaciones relacionadas con la gestión de los bienes públicos, que están en susmanos precisamente por formar parte de la Administración Pública.
Es ésta una cuestión en la que difieren ostensiblemente el Occidente latino y el anglosajón, en la medida enque el segundo tiende a mezclar ambos aspectos desde la convicción de que quien no es fiable en la vidadoméstica tampoco lo es en la ciudad, quien engaña a su esposa, con mayor motivo estará dispuesto aengañar a sus conciudadanos, quien esquiva la vigilancia de sus familiares qué no hará con la de susguardaespaldas.
Siguiendo este hilo conductor, más problemas ha encontrado el presidente Clinton por presuntos acosossexuales a mujeres adultas que por la parte que pueda corresponderle en la situación de México o por lapresión ejercida en un tiempo sobre Colombia. También los británicos piden la cabeza de cualquier ministroque tenga una amante, y hace tiempo pronosticaron que el eterno príncipe Carlos seguiría siéndolo por haberllevado una historia de amor excesivamente mediática.
¿Obliga la ética pública a las personas que tienen responsabilidades en la vida pública a llevar una vidaprivada intachable, al menos aparentemente. ¿Engloba entonces la Ética de la Administración Pública lasactuaciones de la vida pública y de la privada, porque entre ambas no hay fronteras para quien tieneresponsabilidades públicas.
En este sentido es sumamente ilustrativo el Apéndice 1 del Informe Nolan, en el que los redactores exponenuna sucinta historia de la credibilidad que han ido mereciendo las instituciones administrativas británicas
desde mediados del siglo xix hasta nuestros días. Como suele suceder en estos casos, funciona tal historia de
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un modo pendular, ya que a periodos de grandes escándalos suceden otros de calma relativa, hasta que
vuelve a estallar la noticia escandalosa y regresa un tiempo de profunda desconfianza.
En lo que hace al siglo XX, los escándalos de fines de los cincuenta y principios de los sesenta giraban en
torno al sexo, mientras que en los setenta se reveló la conducta indebida financiera a gran escala, durante
los ochenta se lanzaron algunas acusaciones, pero fue en la década de los novena cuando se produjo una
avalancha de críticas. “Tomadas en conjunto”, dice expresamente el informe, “a mucha gente le parecía que
creaban un ambiente de sordidez, en el que se vinculaban la mala conducta sexual, financiera y
administrativa sin distinción” 17. Los alegatos de mala conducta sexual llevaron a un gran número de
dimisiones aunque, por lo general, no comprometían la vida pública, mientras que los escándalos
financieros y los abusos de poder sí comprometían las responsabilidades públicas.
Entre escándalos financieros se cita el cobro por hacer en el Parlamento preguntas parlamentarias y otras
actuaciones a favor de clientes; la contratación de ex ministros y ex oficiales por parte de empresas que los
primeros han privatizado o con las que han tenido trato oficial; la presunta conexión entre las donaciones
políticas y los nombramientos; el fraude y las alegaciones de que los ministros han aceptado favores
personales que crean conflictos de intereses con su obligaciones públicas; los abusos de poder, la corrupción
en la Administración Local, el nombramiento de personas para puestos de responsabilidad por motivos
puramente políticos y la renuencia de los ministros a dimitir por sus equivocaciones (sic!).
Ante un abanico semejante el ciudadano latino se enternece, en primer lugar, de que alguien piense
seriamente en que un ministro debería dimitir por sus equivocaciones. Acostumbrados al “¡Todo, menos la
dimisión!”, utilizable en casos de corrupción decidida y manifiesta, dimitir por equivocaciones parece de una
exquisitez sobrehumana.
Pero, en segundo lugar, suele el latino distinguir, con buen sentidos, entre la vida privada de los personajes
públicos y su vida pública, entre la conducta que se gestiona con “bienes domesticas” y la que se gestiona con
los de los ciudadanos. La vida privada, mientras sea cosa de personas adultas que deciden autónomamente,
mientras no afecte a personas que no son autónomas –menores de edad, ancianos, minusválidos – es el
ámbito propio de la decisión privada. La vida pública de un personaje público, por el contrario, es aquella en
la que se toman decisiones valiéndose de recursos públicos. Por eso, en lo que respecta a los miembros de la
Administración Pública, conviene distinguir entre las opciones que toman en su vida doméstica en sentido
amplio y las actuaciones relacionadas con la gestión de los bienes públicos, y tomar como casos propios de
una Ética de la Administración Pública los casos de cohecho, información privilegiada, abusos de poder,
corrupción, los repartos de prebendas por razones no justificables públicamente, etc., y no las actuaciones de
la vida doméstica.
17 Normas de conciencia para la vida pública. Madrid, Documentos INAP, 1996.
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Ciertamente, algunos ciudadanos pueden pensar que quien no es fiable en el ámbito doméstico tampocotiene por qué serlo en el público pero en ese caso más vale que lo tengan en cuenta al emitir el voto queapartar de la vida política por razones privadas a quien la gestiona bien. Cuando, a mayor abundamiento, lacompra de informes privados para destrozar carreras públicas parece ser un buen negocio.
Cualquier ciudadano solvente, deseoso de destruir a un enemigo, puede salir de buena mañana a la comprade algún informe, dossier o vídeo bochornoso con el que desacreditar a su oponente. Lo cual significa, comoes obvio, que hay gentes que se ganan el pan espiando a personajes de cierto relieve para poder ofertar lamercancía al comprador oportuno. Y significa, como también es obvio, que existen compradores de talesproductos, así como consumidores de todas estas suertes de carnaza.
No sólo las amas de casa salen con su cestita a la compra sino que también los depredadores tienen sumercado particular en el que adquirir el descrédito ajeno por un precio más o menos módico. Y comodesgraciadamente a este extraño rastro acude tan elevado número de compradores, que inundan después losmedios de comunicación con acusaciones de prevaricación, informes sobre la vida privada o escándalossobre la pública, acaba el ciudadano de a pie con la sensación de que la desmoralización es general.
Afortunadamente, nuestro todavía débil pluralismo moral no por incipiente deja de formar parte de nuestravida común. Pero es urgente reforzarlo, porque nos jugamos algo tan imprescindible para existirhumanamente como la confianza en las instituciones y en las personas. Una confianza que no se logra sólomultiplicando los controles, sino reforzando los hábitos y las convicciones. Esta tarea es la que compete auna Ética de la Administración Pública: la de generar convicciones, forjar hábitos, desde los valores y lasmetas que justifican su existencia.
GANARSE LA LEGITIMIDAD
En definitiva, la Ética de la Administración Pública no consiste sino en una aplicación de la ética cívica a esteámbito, como ocurre en las restantes esferas sociales, teniendo en cuenta al menos cuatro momentos:
1) El “momento kanliano”, consistente en señalar sin ambages que cualquier persona es un fin en símisma y no puede ser tratada como un simple medio, de donde surge el gran principio ético moderno “nomanipulareis” “no utilizarás al otro ser humano como un instrumentos para tus propios fines”.
Hoy en día la ética discursiva – el socialismo dialógicos, al que nos hemos referido– interpreta este principiode la no instrumentalización de las personas en el sentido de que es preciso considera a cada una de ellascomo un interlocutor válido cuando se están tratando cuestiones que le afectan. Éstas son razones éticas porlas que la Administración Pública debería tener en cuenta a la opinión pública (no solo a la “opinión
publicada”) y a la sociedad civil, considerándolas como cooperadoras suyas. Y tratar a cada afectado por sus
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actuaciones como un interlocutor válido que con el que, cuando surgen problemas, es preciso entablar un
dialogo en las condiciones más próximas posibles de simetría. Unas condiciones que, desgraciadamente,
nunca se dan en las relaciones entre el ciudadano y la Administración , entre el vil gusano y el Leviatán.
2) El segundo momento sería el “aristotélico”, que considera la actividad de la Administración Pública como
una actividad social. Sentido y legitimidad que le vienen de tener por bien interno el servicio a los
ciudadanos, el interés público. Si tal meta no se alcanza, la actividad ha perdido todo su sentido y en
realidad se encuentra deslegitimada. Para alcanzar la meta los miembros de la Administración Pública han
de valerse obviamente de los mecanismos situados a la altura del tiempo, es decir, de las técnicas
actualizadas de gestión, pero también han de apropiarse de un conjunto de hábitos, que serían, entre otros,
los que el Informe Nolan considera “principios”:
• Desinterés. Los que ocupan cargos públicos deberían tomar decisiones sólo con arreglo al interés
público.
• Integridad. Los que ocupan cargos públicos no deberían colocarse bajo ninguna obligación financiera u
otra con terceros u organizaciones que puedan influirles en el desempeño de sus responsabilidades
oficiales.
• Objetividad. Al llevar a cabo asuntos públicos, incluidos los nombramientos, la contratación, o la
recomendación de individuos para recompensas y beneficios, los que ocupan cargos públicos deben elegir
por mérito.
• Responsabilidad. Los que ocupan cargos públicos son responsables de sus decisiones y acciones ante el
público y deben someterse al escrutinio que sea apropiado para su cargo.
• Transparencia. Los que ocupan cargos públicos deben obrar de la forma más abierta posible en todas las
decisiones que toman y en todas las acciones que realizan. Deberían justificar sus decisiones y limitar la
información sólo en el caso de que esto sea lo más necesario para el interés público.
• Honestidad. Los que ocupan cargos públicos tienen la obligación de declarar todos los intereses privados
relacionados con sus responsabilidades políticas y de tomar medidas para solucionar cualquier conflicto
que surja, de tal forma que protejan el interés público.
• Liderazgo. Los que ocupan cargos públicos deberían fomentar y apoyar estos principios con liderazgo y
ejemplo.
Éstos serían algunos de esos hábitos indispensables para alcanzar el bien interno de la actividad de la que
tratamos, a los que hemos denominado ya “virtudes”, “excelencias”. Los incentivos son en este caso tan
claros como el factor económico, la retribución, las posibilidades de ascenso y la carrera profesional, todos
ellos perfectamente legítimos, pero insuficientes para realizar la tarea con sentido profesional y legitimarla
socialmente. Porque aunque es verdad que quien ingresa en la Función Pública debe someterse a una ley
claramente establecida, sean cua les fueren sus móviles, una ley que tiene su orientación última en el caso
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de España en el artículo 103 de la Constitución de 1978, no es menos cierto que en la vida cotidiana el
margen de maniobra de un funcionario público es tal que puede cumplir la legalidad, sin ser un buenprofesional.
Las actuaciones cotidianas exigen decisiones que no están reguladas; de entre las que lo están, es amplísimoel abanico de lo que puede hacerse sin incurrir en infracción palmaria; la diligencia o la pereza con que setramite un expediente puede depender de amistades, enemistades, trueque de favores; las fronteras de lacorrupción son un tanto difusas. Y ese amplísimo mundo requiere al menos tres cosas para alcanzar la metade la actividad: convicción de que es un servicio valioso al ciudadano, movimiento de cintura para adaptarsea las circunstancias con agilidad en vez de enterrarse en la esclerosis del reglamentismo sin fin, y convicciónde que ese pigmeo llamado “ciudadano” es el señor de la cosa pública.
3) El tercer momento de que tratamos es el “organizativo”. Precisamente porque la Administración Públicaes una organización, precisa una clara cultura organizativa, es decir, ha disponer de un sólido grupo decreencias sobre las que asienta su política y acciones. Estas creencias se plasman en valores que son, entreotros, la profesionalidad, la eficiencia, la eficacia, la calidad en el producto final, la atención y el servicio alciudadano, la imparcialidad y la sensibilidad suficiente como para percatarse de que él es el centro de esaactividad, quien da sentido a su existencia. Por tanto, que es de ley tratarle con el mayor respeto y la máximacordialidad.
La Ética de la Administración Pública hoy exige además honradez y honestidad, trabajo bien hecho, gastosrazonables, consecución de objetivos, rendición de cuentas, configurara un entorno laboral de verdaderahumanización del trabajo , porque las organizaciones son comunidades morales, lo cual significa que lainteracción y las relaciones humanas presentes en ellas tiene significación moral. En ellas debe existirsolidaridad, en el sentido de una unidad que prevalece frente a los conflictos y desacuerdos. De ahí queresulten esenciales las buenas relaciones laborales, las relaciones de cooperación entre quienes trabajan enella y con los ciudadanos.
4) Un último momento sería el “weberiano”, propio de una “ética de la responsabilidad”, pero –yo añadiría–“convencida y creati va”. Cualquier profesional tiene que ser responsable, no sólo de sus decisiones, sinotambién de valorar las consecuencias que sus decisiones pueden tener para la meta que persigue la actividady, por tanto, para los afectados por ella. Pero tiene que ser responsable creativamente. El reglamentismo matala vida y sirve para las sociedades cerradas; en las sociedades abiertas sólo la responsabilidad convencida ycreativa puede permitir enfrentarse con bien a situaciones de incertidumbre y cambio.
De ahí que los códigos de ética no deban aumentar el número de leyes, ni los comités éticos multiplicar elnúmero de sanciones, sino más bien reflexionar en voz alta sobre cuáles son los valores con los que se eleva
la moral de una profesión.
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Escollos casi insuperables
La Ética de la Administración Pública es hoy una de las que se encuentra en el punto de mira de la OCDE,que dedica recursos y energía a reflexionar sobre ella y elaborara reglamentos. Nosotros hemos preferidosugerir metas, valores y hábitos y, por ir dando fin a este sucinto bosquejo, mencionaremos algunos de losproblemas éticos que dicen encontrarse quienes en nuestro país trabajan en la Función Pública.
El primero de ellos sería tal vez la dificultad de tener que desarrollar la propia tarea en ocasiones con cierta“esquizofrenia” por tener que atender a la vez a los requerimientos del gobierno y a los del ciudadano, portener que servir con frecuencia a dos señores que no piden lo mismo.
Un segundo problema consistiría en distinguir entre lo discrecional y lo arbitrario. En el mundo de laFunción Pública frecuentemente las decisiones son discrecionales, pero resulta difícil distinguir entre lodiscrecional y lo arbitrario, cuando no están claras la s razones que avalan una decisión, cuando no siempre–ni siquiera a menudo– la transparencia argumentativa acompaña a las decisiones.
La tentación de utilizar el cargo público en beneficio privado es tal vez la cuestión más difícil de salvar.Habitualmente quien accede a un puesto administrativo considera que cuando rodea el cargo le pertenecepara su beneficio, cosa a todas luces falsa, pero al parecer raramente superable. Obviar tal confusión escuestión de simple justicia.
Un cuarto problema sería el de la asimetría existente entre la Administración y el ciudadano. Hemosmencionado cómo para la ética discursiva una norma es tenida por justa sólo cuando los afectados por ellapodrían darle su consentimiento en condiciones de simetría. Sin embargo, en el caso de la Administración laasimetría es casi total, el ciudadano se siente como un enano enfrentado a un gigante , ante el que no cabesino plegarse, cuando es él quien da sentido y legitimidad a la existencia de la Administración.
El exceso de burocratización y la falta de transparencia son también obstáculos con los que se encuentrauna Ética de la Administración Publica. Y, por supuesto, la convicción de que el acceso a los cargos poco tieneque ver con el mérito (al que se refiere expresamente el mencionado artículo de la Constitución), y más conotras razones de las que ya hemos tratado en este libro.
¿Cómo sería posible ir cambiando estos hábitos y desarrollar conductas adecuada a los bienes y valorespropios de una Administración Pública en el pleno sentido de la palabra ?
Elaborar normas, como las del Informe Nolan, crear comités éticos, es sin duda buena cosa. Pero bastantemás efectivo es introducir en las escuelas de Administración Publica la reflexión ética sobre todos estostemas. de forma que se considere desde el principio como un componente indispensable de un buen ejerciciode la profesión. Porque un buen profesional no es sólo quien domina técnicas, sino el que lo hace desde los
valores y para los bienes propios de su profesión.