ESTuDIoS la Palabra de Dios y el lenguaje del Espíritu

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Revista de Espiritualidad 69 (2010), 9-31 ESTUDIOS La Palabra de Dios y el lenguaje del Espíritu Interpelación radical hecha a todo hombre Francisco Brändle Matesanz Ávila Nos alcanza el eco de la Asamblea del Sínodo de los Obispos que ha tratado sobre La Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia. Alentados por este impulso dado a la experiencia viva de la Palabra de Dios 1 nos proponemos acercarnos en nuestras consideraciones a la Pa- labra de Dios, razón última de nuestra existencia, en la que nos hemos de sustentar, al tiempo que comprendemos que una vida humana que acoge en la fe la Palabra de Dios se traduce en un lenguaje del Espíritu para la historia. Leer los acontecimientos de nuestra vida, inserta en la historia de los hombres, a la luz de esta Palabra es nuestra tarea, la de todo hombre encarnado en la historia desde el Espíritu, pero para ello hemos de saber sustentarnos en ella, después de haberla buscado 1 «La orientación del Sínodo ha sido netamente pastoral. Sin embargo no ha podido evitar hacer referencias a algunos asuntos doctrinales que se reflejan en la pastoral. Uno de estos temas doctrinales de fondo ha sido la comprensión analógica de la Palabra de Dios para no encapsular la revelación en exclusiva en la Escritura. Una comprensión más amplia de la Palabra de Dios sitúa la Sagrada Escritura en un contexto más amplio y proporciona, además, pautas para su interpretación, abriendo espacio a la necesaria eclesialidad». G. Uribarri, Exégesis y teología según el Sínodo, en Estudios Eclesiásticos 84(2009), p.42. Teniendo en cuenta esta consideración de G. Uribarri, optamos por descubrir la Palabra de Dios en el camino de la historia del hombre que busca a Dios, en el marco siempre abierto de la Tradición eclesial, y sobre todo en sus orígenes, Pablo: o en sus místicos: Juan de la Cruz.

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Revista de Espiritualidad 69 (2010), 9-31

ESTuDIoS

la Palabra de Dios y el lenguaje del Espíritu interpelación radical hecha a todo hombre

Francisco Brändle MatesanzÁvila

Nos alcanza el eco de la Asamblea del Sínodo de los Obispos que ha tratado sobre la Palabra de dios en la vida y la misión de la iglesia. Alentados por este impulso dado a la experiencia viva de la Palabra de Dios 1 nos proponemos acercarnos en nuestras consideraciones a la Pa-labra de Dios, razón última de nuestra existencia, en la que nos hemos de sustentar, al tiempo que comprendemos que una vida humana que acoge en la fe la Palabra de Dios se traduce en un lenguaje del Espíritu para la historia. Leer los acontecimientos de nuestra vida, inserta en la historia de los hombres, a la luz de esta Palabra es nuestra tarea, la de todo hombre encarnado en la historia desde el Espíritu, pero para ello hemos de saber sustentarnos en ella, después de haberla buscado

1 «La orientación del Sínodo ha sido netamente pastoral. Sin embargo no ha podido evitar hacer referencias a algunos asuntos doctrinales que se reflejan en la pastoral. uno de estos temas doctrinales de fondo ha sido la comprensión analógica de la Palabra de Dios para no encapsular la revelación en exclusiva en la Escritura. una comprensión más amplia de la Palabra de Dios sitúa la Sagrada Escritura en un contexto más amplio y proporciona, además, pautas para su interpretación, abriendo espacio a la necesaria eclesialidad». G. Uribarri, exégesis y teología según el sínodo, en Estudios Eclesiásticos 84(2009), p.42. Teniendo en cuenta esta consideración de G. uribarri, optamos por descubrir la Palabra de Dios en el camino de la historia del hombre que busca a Dios, en el marco siempre abierto de la Tradición eclesial, y sobre todo en sus orígenes, Pablo: o en sus místicos: Juan de la Cruz.

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y encontrado, y poner de relieve que sólo es posible dentro del marco de la nueva alianza sellada en la vida entrega de Cristo.

1. La Palabra de Dios

en busca de la Palabra

La existencia del hombre viene marcada por esa pregunta que nace de las ansias de amor que nos abren a un encuentro con la Palabra que funda una relación personal plena: ¿A dónde te escondiste, Amado? Tal es la experiencia de los místicos, que va más allá que la mera consideración racional, sin descartar ésta, porque en el conocimiento en el que la fuente está en el amor, no sólo se sabe, sino que se sa-borea lo conocido 2.

Ha sido el Concilio Vaticano II el que más claramente en nuestros días ha abierto las puertas a esta consideración de la búsqueda del hombre y de la revelación de Dios en clave de amistad y de encuentro.

La admiración por la humanidad entera que confiesa el Concilio 3, que entiende la comunidad de los hombres en clave de fraternidad universal, nos invita a buscar la Palabra de Dios en clave de respuesta a los interrogantes más profundos del hombre que podemos traducir en búsqueda de la Palabra.

En nuestros días K. Rahner ha venido a replantear la apologética de la búsqueda de Dios desde la consideración del hombre como oyente de la palabra. Este es el título de uno de sus libros más conocidos 4. Nos interesa recordar sus planteamientos 5. Aunque es verdad que para Rahner el hombre no puede motivar la revelación de Dios, que siempre será libre, el hombre, sin embargo, conoce a Dios como el infinito en

2 Cfr. S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual. Prólogo, n.33 Los primeros números de la GS (Gaudium et spes) son fehaciente testimonio

de lo que afirmamos.4 K. Rahner, Hörer des Wortes. Zur Grndlegung eines religionsphilosophie.

Kösel-Herder. Manchen 1963. (Hay traducción en español en la editorial Herder)5 Lo hacemos apoyados en un buen estudio que recoge en síntesis lo más

valioso de sus planteamientos, cfr. J. García Rojo, el sentido de la vida. Una pregunta necesaria. Publicaciones de la universidad Pontificia de Salamanca, Sa-lamanca 2004, pp. 209-234

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la referencia negativa al más allá de toda finitud. La trascendentalidad, que constituye para Rahner la estructura fundamental del hombre, se orienta a esa posible revelación de Dios, mediante la escucha de su Palabra. Ser espiritual y receptivo, el hombre «oye siempre y esencial-mente» una posible revelación de Dios. El hombre puede captar este mensaje de Dios por esa «potencia obediencial» (oyente), que le abre al conocimiento de la misma en su dimensión histórica.

En esta línea de conocimiento es en la que se mueve nuestro au-tor, que insiste en la dimensión histórica de la misma, que interpela al hombre, siempre oyente de la Palabra; pero con esta apertura la condición del hombre se limita a una dimensión conceptual que juz-gamos insuficiente para dar a la comprensión de la Palabra divina y su aceptación por el hombre la plenitud que se desvela en el misterio de la Palabra encarnada que proclama la fe cristiana. Junto a la dimensión intelectiva, y en línea de apertura, la dinámica del ser humano se abre en otras dimensiones que merecen nuestra consideración si hemos de llegar a comprender en toda su plenitud la interpelación que se hace al hombre desde la Palabra de Dios.

El hombre que busca desde su más profundo centro, lo hace con un deseo abisal que nace del puro amor. En la medida en que el hombre sale de sí, por un gesto de amor y deseo para encontrarse con aquel que le llama, deja su espacio cerrado y alcanza la dimensión del en-cuentro liberador de sí mismo. Son aquellos gestos que apacientan el verdadero camino de la realización del hombre. San Juan de la Cruz los ha identificado con los pastores 6 que apacientan la vida humana. Los encontramos en el comienzo de un camino de búsqueda y liberación.

Abierto a la Palabra el hombre se encuentra con la creación, que descubre como uno de sus primeros vestigios. En las coordenadas en las que hemos decidido movernos para descubrir el sentido más genuino de la Palabra de Dios, la creación responde a la pregunta por el Amado,

6 Cfr. S. Juan de la Cruz, Cb (Cántico espiritual Canción 2): Pastores, apacentadores, por los que Dios se comunica al alma, son los deseos que llegan a Dios porque salen de puro amor. Es verdad que en otro camino de interpretación son esos ángeles, jerarcas, que pueden constituirse en vehículo de comunicación con Dios (cfr. X. Pikaza, amor de hombre, dios enamorado. san Juan de la Cruz: una alternativa. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2004, p. 64-65), al fin desestimado. Lo cierto es que el otero, Dios, se hace interpelación del hombre, cuando por él aparece el ciervo vulnerado. La Palabra enamorada de Dios dirigida al hombre ((CB c.13)

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y en esta dimensión amorosa el Amado se descubre como el que ha pasado dejando la huella de su hermosura. Así nos lo descubre San Juan de la Cruz en su «Cántico Espiritual» 7, tenemos que reconocer que es en el fondo la pregunta que ha hecho el pueblo de Israel al Dios de la Alianza, al Dios que ama a su pueblo que yace en las tinieblas del destierro 8. Por eso la respuesta hecha relato de la creación concluye con un verso que San Juan de la Cruz volverá a interpretarnos como rastro de esa Palabra del Dios de la Alianza: «Vio Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien» (Gen 1,31), La mirada de Dios se tra-duce siempre en gesto de amor con el que según san Juan de la Cruz se interpreta 9, y desde aquí se descubre que sólo puede entenderse por qué se crean muy buenas, con la bondad que superada la ontología del ser, nos abre la puerta a la nueva realidad del Verbo que es Palabra de amor, donde se sustenta la creación.

Más allá de la creación, la búsqueda de la Palabra nos conduce a la historia, donde se desarrolla nuestra existencia. Salimos de nosotros cuando encontramos al que en el camino de la historia comparte nuestra búsqueda. La historia se hace camino de búsqueda en el testimonio del pueblo de Israel, sobre todo cuando los momentos de esta historia se vuelven más oscuros y las enseñanzas de los profetas les llevan a descubrir el sentido más genuino de la alianza. Allí la palabra amorosa de Dios salta como conciencia de su amor por Israel, su siervo 10, y el pueblo se abre a la revelación de la ternura de Dios. Es el balbucir de aquellos que esperan la salvación de Israel, la llegada del Mesías, la experiencia del Dios que se hace carne en Palabra de amor.

La Palabra hecha carne, que se contempla en Jesús, se hace viva en aquel camino de búsqueda del que escucha la respuesta de las criaturas y el balbucir de la historia, viene a convertirse en ansias de experiencia de vida en Cristo.

7 Cfr. CB cc 4-58 El relato de la creación que encontramos en el comienzo del Génesis es obra

del sacerdotal, compuesta después del destierro a Babilonia.9 Cfr. CB 32,3. Toda la canción es un bello canto al mirar de Dios.10 Los primeros poemas del Siervo de Yahvé, abren esta conciencia. La espera

de la nueva Alianza en Jeremías (c. 31) y Ezequiel (c.36), son testimonios feha-cientes de este descubrimiento..

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el encuentro con la Palabra

La experiencia de vida en Cristo que acredita el encuentro con la Palabra de Dios nace de una profunda transformación que posibilita la actitud creyente que la sustenta. La búsqueda tiene su meta en un encuentro vivido en la fe. La fe no puede entenderse de otra forma que no sea respuesta a la Palabra de Dios. Así lo propone la constitución dV 11. Del modo como se busque y descubra esta Palabra nos acerca-remos a una vivencia de la fe más profunda y personal.

Nos interesa en este sentido, a la hora de hacer nuestra conside-ración en torno al encuentro con la Palabra en la fe desde la que el hombre responde, recordar cuanto en su día Barth propuso en la carta a los Romanos, contrastarlo con lo que desde un místico, como san Juan de la Cruz —que es quien subyace en las consideraciones que vamos haciendo—, supone esta vivencia de búsqueda y encuentro en la fe.

Barth, que con su primer comentario a la Carta a los romanos había comenzado un nuevo camino de reflexión teológica radical, nos ofrece en su segunda edición del comentario a la Carta a los romanos 12, una visión nueva y sorprendente del acercamiento de Dios al hombre, que sólo puede acercarse a esta Palabra de Dios acogiéndolo por la fe, y descartando todo otro camino 13. Barth ha puesto por encima de todo el respeto a la «Palabra de Dios». No se puede descubrir al Dios vivo y verdadero desde el mero sentimiento religioso (Schleiermacher) o desde el dinamismo de la historia (Hegel). La vivencia religiosa o el mero proceso evolutivo de la historia no desembocan en la auténtica revelación de Dios. Tampoco es camino acertado el razonamiento es-peculativo en torno a un Ser absoluto. Hay que dejarse alcanzar por Dios, e ir más allá del «reduccionismo» antropológico en el que la ilustración acaba llevando al hombre. La respuesta que da el hombre viene encerrada en una fe más allá de la historia, que pone en tela de juicio todo otro camino de encuentro con Dios. Es la forma de ser propia de Jesús que acaece como paradoja absoluta, y cuya historicidad

11 DV n.512 K. Barth, Carta a los romanos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid,

200213 M. Gesteira Garza nos ofrece una breve pero muy interesante introduc-

ción en la edición española citada, de ella nos servimos en estas consideraciones.

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sólo puede ser entendida como historia primordial. Antes Abraham había abierto el camino, su fe no se agota en el hecho histórico, por eso Dios la califica como justicia, luz de la Luz increada 14. Esta visión radical del encuentro con Dios en Barth sufrirá una evolución, que nos va acercando a la comprensión de la fe desde Cristo, donde mantenido el respeto absoluto a la trascendencia de Dios, en el camino de una analogía de la fe, se puede asumir la historia y el mundo.

Sin duda la visión barthiana del acercamiento y encuentro del hombre con Dios, centrada en la trascendencia de la Palabra y la limitación del hombre, está llena de un profundo sentido de lo sagra-do, divino, y su radical libertad para entregarse al hombre, viene, sin embargo, condicionada por su desconfianza acerca de la naturaleza humana. El encuentro se da en la fe, pero siempre fruto de una aper-tura plena al misterio de Cristo, el Dios-hombre, que irá adquiriendo su dimensión universal, en el madurar del pensamiento barthiano, no obstante, siempre queda bajo sospecha la misma condición del hombre y su conocimiento, ligado al ser, que nunca alcanzará la trascendencia 15. No obstante, desde la apertura al misterio, cabe el que Dios por amor pueda hacerse accesible al entendimiento, un Dios que sale fuera de sí en la Palabra y el Espíritu, haciendo al hombre capaz de conocerle 16.

14 Cfr. K. Barth, o.cit. p. 195-9615 En este sentido ha escrito M. Gesteira: «El misterio de Dios, sólo es cog-

noscible por su revelación en la Escritura y en la Iglesia [comunidad de creyentes], aunque su verdad no nos sea accesible desde la mera literalidad del texto sino desde una conexión de sentido en el que, a través de un círculo hermenéutico se formula una teología narrativa donde por medio de una acertada formulación queda expresado, a veces de forma luminosa y esclarecedora, un artículo de fe. Por eso Barth tratará de utilizar un lenguaje conceptual y kerigmatico a la vez, afirmando una relación entre la Trinidad y el ser humano, que encuentra su plasmación pa-radigmática en la persona de Cristo, el Dios-hombre. A partir de ahí la salvación acabará haciéndose extensiva no sólo a los creyentes sino incluso a la humanidad entera». (o. cit. pp. 27-28). La teología narrativa, creyente, tras la que Barth se esfuerza, supone un encuentro con la Palabra que aún adolece de ese tinte amargo del luteranismo incapaz de asumir el proyecto divino sobre el hombre en toda su grandeza, derivada del misterio de la Palabra hecha carne, y no sólo acercándose de forma «quasi» gnóstica, al hombre envuelto en pecado.

16 K. Barth, Kirchiliche dogmatik, ii/i, c.5, $ 25-27. La obra Kirhliche dog-matik se extiende desde 1932 a 1967. Es la obra cumbre del gran teólogo y en la que se descubre la evolución de su pensamiento.

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Sin caer en el «reduccionismo» antropológico ligado a la teología liberal, una lectura espiritual 17 del evangelio, y en concreto de Pablo, nos puede acercar a la profesión de fe abierta al verdadero encuentro humano-divino, que supere la visión radical de Barth. Sin detenernos, pero sin minusvalorar por ello, la fuerza de la fe que Pablo desarrolla, primero en Gálatas, después en Romanos, frente a la Ley, hemos de comenzar por descubrir su propia vivencia de la fe, que sin duda es la que habrá que aplicar a sus diatribas con los enemigos que aparecen en Gálatas, o la justificación de su evangelio cuando escribe a los fieles de Roma.

Pablo ha descubierto la grandeza de Jesús. No fue necesario encon-trarle mientras recorría Galilea, o era llevado a la cruz en Jerusalén. Las comunidades cristianas vivían de su memoria viva y de ellas recibió la fe en Jesús, y lo que es más, según se puede decir de sus recuerdos vivos: la vivencia tan honda de Jesús al entregarse a la muerte y muerte de cruz, entendida como fe en la que todos encontramos a Dios 18.

Recordemos, en Gál 2,15-20 al presentar su experiencia, hecha diálogo con los gálatas, Pablo está convencido de que ha sido jus-tificado por la fe en Cristo, pero el modo y la manera de vivir esta justificación es el asumir la vida entregada de Cristo, que en su gesto abrió el camino de la verdadera fe, la que permite el encuentro de Dios y el hombre 19. No se trata, pues, de una mera opción hecha desde el

17 Al hablar aquí de lectura no nos estamos limitando a la Sagrada Escritura, nos referimos a toda la tradición cristiana en la que se encierra la Escritura, y, en concreto, al hablar de Pablo, al que sólo accedemos desde los escritos neo-testamentarios, queremos también acercarnos a lo que supone su propia vivencia. Más adelante nos detendremos en la Sagrada Escritura y la lectura hecha desde el Espíritu en el que se han fijado los textos.

18 Cfr 1 Cor 11,23-26; Gál 2,20b19 Son muchos los comentarios que se han hecho a este texto, nos interesa

recalcar este aspecto: la fe en la que Jesús se entrega es la que abre la puerta del hombre a Dios. «La vida arrancada a la ley y al pecado por el bautismo en Cristo Jesús, la vida justificada se alcanza en la existencia terrena. Partiendo de la fe se sabe que esta existencia es amada por Jesús, el hijo de Dios, que ha ofrecido su vida (Gal 2,20b). La vida justificada es la que se sabe cimentada de nuevo en aquel que esconde en sí; la que se sabe amparada en la fe por el amor de Cristo Jesús» (H. Chlier, la carta a los Gálatas, Ed. Sígueme, Salamanca 2009, p.122. Los comentarios, que acentúan el lado del creyente en Cristo, no se paran el destacar el hondo sentido que para Pablo tiene la entrega de Jesús, que abre el camino de la justificación, encuentro definitivo con Dios que se revela en Jesús.

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hombre que somos, sino desde nuestra nueva condición descubierta en la vida de Jesús, consumada en el gesto de su entrega por cada uno de los hombres. Eso es lo que convirtió a Pablo, y lo que ha reflejado en sus cartas, no siempre bien asimilado.

Pablo fariseo desarrolla su vida apoyado en la confianza en Dios alcanzada por las obras de la Ley, que al fin le justificarían. En la fe paulina judía no se debate un pensamiento, unas verdades fijadas por una tradición, se defiende una forma de vida con unas prácticas religiosas, basadas en unos principios fundamentales, marcados por la historia del pueblo de Israel. No son meras prácticas, pues en el fondo están las motivaciones marcadas por la alianza, y abiertas a un futuro garantizado por la promesa de Dios 20. Su conversión fue a una experiencia nueva de vida apoyada en una persona: Jesús, al que perseguía, descubierto desde la revelación. En su experiencia no caben sólo fenómenos místicos personales, sino testimonio vivo de los creyentes a los que persigue. Por eso, aún estando en Damasco, y sin subir a Jerusalén conoce quién es Jesús. De ahí que sabe bien lo que se le ha transmitido, que en la noche en que iba a ser entregado y condenado por «blasfemo» (Mt 26, 65; Mc 14,64) y «enemigo del César» (Jn 19,12), Jesús toma el pan y el cáliz y establece el gran signo de la nueva alianza, su propia vida entregada y su sangre derramada (1Cor 11,23-26).

Esta conducta de Jesús revela su conciencia más profunda, y des-vela el sentido de la vida de los hombres frente a Dios, el encuentro definitivo con su misterio, hecho así Palabra viva y definitiva para los hombres. Esta es la fe de Jesús que Pablo contempla y admira, de la que sabe que puede vivir de modo nuevo y definitivo frente a Dios y este es su evangelio. Esta es su apología más honda, por eso entende-mos que Gál 2,16 no como fe «objetiva», sino como experiencia que Pablo contempla en Cristo Jesús, y que le abre el camino al misterio de la nueva alianza, de ahí que ponga luego su fe en Cristo Jesús. No parece acertado como lo han expresado las concordancias que este genitivo en griego «Iesou Christou» 21, haya que entenderlo como

20 Cfr. art. fe, en J. Maier - P. Schäfer, diccionario del judaísmo, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1996

21 A. Schmoller, Handkonkordanz zum Griechischen Neuen Testament. Württ-embergische Bibelanstadt Stuttgart, 1973. Voz «pistis». Así por ejemplo lo comenta

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fe en Cristo, sino como la fe por la que Cristo entrega su vida, más allá de la descalificación que de ella han hecho el Sanedrín judío o el tribunal romano. Estamos ante esa «nada» radical del hombre que se abre a Dios, pero desde el amor y la filiación que se revelan en Jesús, no desde el sentido ontológico que puede proponer Barth para aceptar la fe, en la Palabra que viene de Dios por Jesús, sin adentrarse en el misterio humano que también encierra.

En este sentido, y después de considerar la experiencia paulina, nos importa acudir a la experiencia de Juan de la Cruz, como testigo de este encuentro radical con la Palabra que Dios nos habla en Jesús, y que abre el campo de una nueva realización del hombre.

La búsqueda creyente tiene su culmen en las puertas de un en-cuentro con Dios, a través de Cristo y su fe en él. Esa fe es de Cristo, de ahí que el símbolo más adecuado sea la fuente cristalina: «Oh fe de mi Esposo Cristo, si las verdades que has infundido de mi Amado en mi alma con oscuridad y tiniebla las manifestases ya con claridad, de manera que lo que contienes en fe, que son noticias informes, las mostrases y descubrieses, apartándote de ellas, formada y acabada-mente de repente, volviéndolo en manifestación de gloria!» 22 Seguirá insistiendo en que es apropiado el nombre de cristalina porque es de Cristo, además de ser como el cristal pura en las verdades y fuerte y clara, limpia de errores y formas naturales. Esta fe es fuente, pues inunda la vida de las aguas del Espíritu, que es vida enamorada, ámbito de la verdad cristiana, que lleva el hombre en sus entrañas.

La situación presente, no desvela plenamente el ser del hombre, que tiene en su entendimiento impresas estas verdades, fruto de la presencia del Amado: Cristo. Pero que sobre todo, abierto al encuentro enamorado, descubre tan vivamente en esta unión con él, la figura del

H. Schlier: «El genitivo «Christou Iesou» es genitivo objetivo, lo que se apoya por la relación con el «episteusamen eis Christon Iesoun del v.16b, y además por Mc 11,22; Col 2,11. Hemos tratado de mostrar que esta consideración en el caso de Gál 16a., se explica mejor desde una experiencia paulina mucho más ligada a la experiencia de Jesús, su Señor.

22 S. Juan de la Cruz, CA c.11 n. 1. En esta primera redacción del comentario al Cántico espiritual no encontramos alusiones a la fe entendida en categorías de virtud escolástica, sino de experiencia de verdad viva («verdades del Amado»), que se ha de desvelar plenamente al alcanzar la plenitud de gloria el misterio de Cristo en el que se ha vivido.

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Amado, su forma, su presencia amorosa. De forma que se identifica con Cristo, culminando con el texto paulino de Gál 2,20: «No vivía él, sino Cristo en él» 23. Es el medio para encontrar a Dios; para hacer espacio en nosotros donde pueda resonar su Palabra. Es la única Palabra que sustenta la nueva Alianza. La que nos ha hablado en su Hijo 24 y sostiene la existencia.

la vida sostenida por la Palabra de dios

La vida se sostiene en el Verbo de Dios, tal y como encontramos en el prólogo de San Juan (Jn 1,4). Creer es vivir desde la Palabra, la vida se despliega en un proceso creyente, que vamos recordar cen-trándonos en Pablo y San Juan de la Cruz, dada la amplitud del tema.

Alcanzado por la revelación que viene de Dios, en su Hijo, Pablo, que confiesa vivir de la fe en el Hijo de Dios, (Gal 2,20), nos descu-bre el modo nuevo de vivir desde ella. Por eso para Pablo está claro que las Escrituras que leen los judíos permanecen cerradas para ellos a la Palabra de Dios porque les están veladas, su vida sigue envuelta en las tinieblas del pecado (Rom 2,17-24). El velo que las cubre lo levanta Cristo (2Cor 3,14-16). Desde la fe en Cristo todo el pasado de Israel cobra sentido, la bendición de Dios hecha a Abraham está ligada a su fe, abierta a la promesa.(Rom 4), nos alcanza a nosotros que creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, entregado por nuestros pecados y que resucitó para nuestra justificación (Rom 4,24-25).

La vida en Cristo, la vida de la nueva alianza, se expresa en la dimensión de gracia que entraña la nueva existencia sostenida por la Palabra de Dios.

¿Cómo entiende Pablo que se desarrolla la vida en la nueva existen-cia, la que por la nueva Alianza se establece en Cristo? Es el evangelio que predica y por el que está dispuesto a llegar al fin del mundo, tal era su deseo al escribir su carta a los romanos. La existencia en Cristo nos permite descubrir la grandeza de la comunión bajo la imagen del

23 Cfr. comentario a esta canción en su primera redacción CA c.1124 Cfr. S. Juan de la Cruz, 2S 22,4

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cuerpo 25. Todos formamos esa unidad indisoluble y armoniosa que recuerda el cuerpo. Nadie pude prescindir de nadie. Para llegar a esta convicción —de lo que somos y debemos vivir— Pablo descubre el camino en esa asimilación de Cristo, que desvela el sentido de la Ley, más allá de las estructuras de Israel, o de los vanos intentos del mundo griego, Los capítulos 5 al 8 de Romanos son el ejemplo de esta vida llena de sentido desde la Palabra que resuena en la vida del creyente.

La vida que se sostiene en Cristo es una vida según el Espíritu. Nada se identifica con el Espíritu fuera del amor manifestado en la entrega de Cristo en su muerte en cruz. Ella es la manifestación de un modo nuevo de existencia alcanzado por Cristo, la existencia en la gracia. La relación auténtica con Dios, que dirige de este modo la vida del hombre, convertido en justo (cfr. Rom 5) nos abre paso a la vida nueva. La muerte al pecado (Rom 6,11) conlleva la vida resucitada que nace de la obediencia a Dios.

Pablo que se ha debatido en una existencia marcada por el pecado, en tanto autosuficiencia y autojustificación, se siente liberado por el evangelio que predica al encontrar su vida justificada por la fe (Rom 7,24-25) y abierta a la vida en el Espíritu (Rom 8). El desarrollo de la vida en el Espíritu es toda una historia de amor y salvación que encontramos vivenciada en los creyentes y particularmente testimo-niada en los místicos.

En efecto, toda revelación verdadera de Dios, que Pablo ha centrado la vida en el Espíritu, tiene su culmen en la asimilación de la Palabra de Dios, como Palabra única del Padre encarnada en la vida del Hijo. La vida en respuesta a esta Palabra se constituye en una nueva historia que traduce el lenguaje nuevo del Espíritu. Así lo ha entendido San Juan de la Cruz. No podemos buscar otro medio para sostener nuestra vida frente a Dios que acatar esta Palabra, desde ella sale Dios al encuentro del hombre, porque en ella toda su vida queda sostenida 26 y se traduce

25 El cuerpo de Cristo es en sus orígenes el modo apropiado para entender la comunidad de Corinto (1Cor 12,12ss). Esta imagen se vuelve a evocar en Rom 12,5. Tiene una clara nota de intercomunión y mutuo apoyo. Posteriormente en las cartas deuteropaulinas la alusión de cuerpo se aplica a una visión de la comunidad en tanto que hay una organización (Ef 4,15-16) con la clara connotación de Cristo como cabeza.

26 Cfr. S. Juan de la Cruz, subida del Monte Carmelo. Libro Segundo, c. 22,3

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en vida en el amor de Dios. Juan de la Cruz trata de alentar al hombre que busca la respuesta de Dios para su vida en clave de conocimiento y se queda en meras revelaciones sensibles o intelectuales sin encar-nación del Espíritu en la vida. una revelación que traduzca la Palabra de Dios en pura información, deja de ser la revelación del Dios vivo. Tal es el contexto en el libro de la subida, por ello la purificación del entendimiento por la fe nos lleva a descubrir que la vida del hombre se desarrolla no en clave de conocimiento sino de amor.

El poema del «Cántico» en un primer momento reflejaba esta vida, sostenida por la Palabra, cuando cantaba «Nuestro lecho flo-rido, de cuevas de leones enlazado…», la secuencia de canciones, más allá de una disposición ordenada por una teología espiritual, brota de la contemplación de la vida humana afirmada en la Palabra de Dios, que se sostiene por la caridad, y se abre gozosa al universo de creyentes que viven desde la huella del Amado, en un discurrir alentados por el Espíritu. Esta vida se describe y canta para confir-marse después con la Palabra del Esposo (CA 27-28), que contempla la humanidad abierta plenamente a Dios, el huerto donde se recrea y descansa el hombre.

2. El lenguaje del Espíritu

la sagrada escritura en el seno de una comunidad que vive de la Palabra de dios 27

En los «lineamenta» con los que se preparó el Sínodo se nos re-cuerda ese principio clave de la interrelación entre Palabra de Dios, Escritura y Espíritu Santo 28. Después de haber recordado la importan-cia de esta Palabra de Dios como interpelación hecha al hombre para realizar su existencia desde la fe, que tiene su núcleo en Cristo, nos vamos a detener en la otra dimensión teologal de la consideración de esta Palabra encarnada en las Escrituras por el Espíritu.

27 Incluimos en este trabajo añadiendo las variantes que le enriquecen y dan pleno sentido lo que en su día dijimos en F. Brändle, biblia en san Juan de la Cruz. 2.ed. Ed. Espiritualidad. Madrid 2007 pp. 25-35

28 Cfr. n.15

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el origen de las escrituras desde el misterio de la revelación de dios

La Sagrada Escritura, recibida en el seno de la tradición viva, man-tenida por los creyentes, se constituye en el núcleo germinal del proceso de la revelación abierta a su consumación en el devenir de la historia. La comunidad creyente en la que la historia se vive como historia de salvación, —porque el pueblo santo actualiza la revelación al vivir en comunión con Dios en el devenir de la historia, haciendo realidad el misterio de comunión eclesial donde prelados y fieles colaboran en la conservación, ejercicio y profesión de la fe recibida 29—, vive y se alimenta de la Escritura, al igual que del Cuerpo de Cristo 30. Todo ello es posible porque la Sagrada Escritura se ha de leer abiertos a la revelación consumada en Cristo, Dios y hombre en plena comunión, que la lectura desde el Espíritu entraña 31. De ello dan testimonio la Iglesia, que así lo celebra en la liturgia proclamando la Palabra de Dios cada vez que lee la Sagrada Escritura, los místicos que fundan su experiencia acudiendo a la Sagrada Escritura, y toda encarnación del amor que en el mundo se proyecta como consumación del misterio de Cristo, y que es alcanzada por los hombres en el devenir de la historia, alentados por la misma Escritura Sagrada.

Si Dios obra en esa llamada a la comunión con Él, y no puede conocerse, si no es abismándonos en el misterio de su única realidad, que descubrimos como Trinidad, es claro que la Sagrada Escritura, que

29 DV 10: «La sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este de-pósito, todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, persevera, persevera constante en la fracción del pan y en la oración (Cfr. Act 2,42 s.), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de fe recibida».

30 DV 21: «La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la liturgia».

31 En un mundo tan centrado en el conocimiento que nace de la pura intelección y no de la vida, nos es difícil conjugar la Palabra y el Espíritu. La revelación de Dios y su expresión en la historia, que se desarrolla como lenguaje del Espíritu. Si hemos puesto de relieve que el hombre que busca a Dios desde la llamada del deseo y abierto a la fe, vivirá sostenido por la Palabra de Dios, hemos de recono-cer igualmente que tal vida será misterio de comunión y encuentro en el Espíritu.

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es testigo fiel de lo que afirmamos, tiene su origen en la Trinidad. Ya San Ambrosio había escrito «Cuanto habla el Espíritu es del Hijo, lo que entregó el Hijo es del Padre. Por tanto, nada hablan de por sí (es decir, separadamente) el Hijo o el Espíritu, pues nada habla la Trinidad si no es toda ella» 32, y la misma convicción recorre todo el sentir de la Iglesia, pero han sido fundamentalmente los místicos quienes han percibido con mayor hondura el misterio trinitario en su constante lla-mada al hombre y por tanto su manifestación en la Sagrada Escritura.

El origen de la Escritura en su vertiente divina se ha de encontrar, como el mismo misterio de Dios, en la persona del Padre. El Hijo es la Palabra única que el Padre pronuncia, sacramentalmente presente en el texto de la Sagrada Escritura, y el Espíritu es el soplo que hace que la Palabra se encarne en la historia de los hombres, convirtiéndola en el lenguaje de Dios para los hombres. El Espíritu es la persona que consuma el proyecto de Dios. Por eso en la Escritura es su presencia la que hace que el texto se convierta en expresión de la vida trinitaria en su dimensión salvadora, al desvelar la Palabra única del Padre 33,

32 de spiritu sancto ii, 12, 134, citado por A. M. Artola - J. M. Sánchez Caro, biblia y Palabra de dios. Estella (Navarra) 1990, p.177. Se plantea la cuestión de la Trinidad como origen de la Escritura, desde categorías escolásticas acerca del actuar ad extra de Dios. Sin dejar de valorar su interés, una visión histórico-salvífica que encarna la Palabra de Dios, no puede menos que poner de manifiesto la revelación de Dios como Trinidad ya desde el comienzo de su actuar en la historia. Hemos intentado poner de relieve este aspecto en: la Trinidad en el antiguo Testamento, en Revista de Espiritualidad (2000), 443-464. También ha de entenderse así cuando el Vaticano II ha proclamado la unidad de ambos Testamentos desde el mismo querer de Dios, pues, «inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo, y el Antiguo está patente en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre (cf. Lc 22,20; 1Cor 11,25), no obstante, los libros del Antiguo Testamento, recibidos íntegramente en la proclamación evangé-lica, adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento (cf. Mt 5,17; Lc 24,27; Rom 16,25-26; 2Cor 3,14-16) ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo. Esta ilustración y explicación es clave en la lectura que la Iglesia hace de los textos del Antiguo Testamento y de las interpretaciones y aplicaciones que de los mismos puedan hacer los fieles».

33 Cfr. A. M. Artola, o.cit., p.177. una visión más intelectual que existencial hace que el autor se incline por una fragmentación en la percepción de la palabra en la Escritura, quizás ateniéndose a textos como Heb 1,1. El verdadero sentido está en ese dinamismo histórico donde las etapas de la historia no terminan en un punto, sino tienen su centro en esa plenitud de los tiempos porque la historia humana, en definitiva, tiene como fundamento el proyecto de Dios escondido en el mismo

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en la que toda vida humana encuentra sentido y se realiza al acogerla en la misma clave en que es pronunciada: la llamada a la comunión.

el espíritu santo habla por las escrituras

No es fácil recoger en breve lo que significan las Escrituras Sagra-das como lenguaje del Espíritu 34, para llegar después a comprender qué lengua es ésta que usa el Espíritu, y cómo interpretarla, o entenderla. Cuando no se ha tenido en cuenta el misterio de la encarnación por el Espíritu, la lectura de los textos ha perdido su fuerza reveladora al cerrarnos el paso al descubrimiento del misterio de Cristo.

Sin embargo, conviene detenernos ante el hecho de que en los tra-tados sobre el Espíritu Santo 35 no se aborde directamente esta realidad como era de esperar, y en los tratados de introducción a la Sagrada Escritura se limite su estudio a presentar el modo de entender la ins-piración sólo considerando al autor humano «inspirado».

Los hechos y las palabras que contienen las Escrituras Sagradas en orden a nuestra salvación son hechos y palabras de cuya verdad es

misterio de su ser: llamar al hombre a la comunión con él. Esta Alianza, siempre nueva y eterna, subyace en toda la Escritura, latente en el Antiguo Testamento (cf. DV 15), patente en el Nuevo, por lo que la denominación de «antiguo», como algo viejo y pasado, no es la más acertada. De ahí la importancia de la lectura espiritual de los textos de la Sagrada Escritura que nos lleve a descubrirla en su verdad y nuestro interés por proponer en la lectura hecha por San Juan de la Cruz un modo concreto de expresar lo que decimos y ayudarnos a vivirlo.

34 Ha escrito muy breve, pero acertadamente, A. Pitta, el espíritu y la escri-tura en la carta a los romanos, en Reseña Bíblica, n. 63: Únicamente el Espíritu, como potencia de Dios que ha constituido al Hijo de David según la carne en Hijo de Dios según el Espíritu (Rom 1,3-4), aquel que, al mismo tiempo, hace proféticas las Escrituras para que puedan reforzar a los creyentes en el Evangelio (Rom 16, 25-26). p. 37.

35 E. Schweizer, el espíritu santo. Salamanca 1984. El autor hace un estudio bíblico sobre la realidad del Espíritu Santo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Se detiene en descubrir la relación del Espíritu Santo con la palabra inspirada (cfr. p. 35, 46, 160); pero el estudio dicotomizado entre lo que es la actuación del Espíritu, sin una proyección clara en la misma historia de salvación de la que es testigo la Escritura Sagrada, hace que se centre la visión del Espíritu en la Escritura en momentos concretos de inspiración a la persona del profeta, del lector o del escritor sagrado, y quede en segundo plano la presencia misma del Espíritu en los acontecimientos de la historia.

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garante el Espíritu Santo, al tiempo que se estudian y descubren los géneros en que fueron escritos, y la intención de quienes fijaron los textos, se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que se escribió. Descubrir la unidad de toda ella, al ser leída en seno de la Tradición viva de la Iglesia y la analogía de la fe 36.

Vivir de la Sagrada Escritura como Palabra de Dios y lenguaje del Espíritu es la meta de toda lectura bíblica. Sólo en la «alianza» es posible encontrar esa clave que unifica las Escrituras y que hace posi-ble vivir una Tradición en la que se mantenga la experiencia de Dios, que nos interpela por su Palabra y se oiga el lenguaje del Espíritu 37, conductor de la historia de los hombres a su consumación.

a) En el marco de la «Alianza»

Los grandes pensadores de Israel, sus dirigentes y guías espiritua-les, expresaron la relación del pueblo con su Dios con la categoría de

36 Cfr DV 11 y 1237 Es clásica la teología de Eichrodt del antiguo testamento elaborada desde

esta clave (W. Eichrodt, Teología del antiguo Testamento, i y ii, Madrid 1975). La abundancia de material bibliográfico hace imposible recogerlo en esta nota. En el vocablo «alianza» de todos los diccionarios y vocabularios «bíblicos» se encuentran buenas exposiciones sobre la misma. una buena presentación y síntesis sobre el tema puede verse en M. García Cordero, Teología de la biblia i, Madrid 1970, pp. 135-176. Conviene ya desde aquí no olvidar que no hay rupturas entre las alianzas que aparecen en la Sagrada Escritura. Más allá de la nomenclatura que nos habla de una nueva Alianza, todas se incluyen en una sola economía de la salvación, que tiene al Padre por autor, al Hijo como salvador, al Espíritu Santo como promesa y don. La «alianza» tal y como se expresa antes de la llegada de Cristo tiene valor de tipo, significa la esperanza del hombre que se apoya en la promesa de Dios hasta alcanzar su realización en Jesucristo. Tendríamos que distinguir la alianza expresada definitivamente en la vida de Jesús entregada por nosotros, y por tanto, como siempre se ha recordado, su vida se constituye en clave para comprender la Sagrada Escritura, testigo fidedigno de la Alianza, en cuanto Palabra, de su asimilación por parte de cada hombre. Por eso no podemos dejar de hablar de la Alianza como lenguaje del Espíritu, que habla al corazón del hombre. Nuestro interés en insistir en el lenguaje del Espíritu, distinguiéndolo de la Sagrada Escritura como Palabra de Dios, radica en que sólo así se puede venir a una verdadera y plena asimilación de la Revelación como comunión con Dios, evitando el riesgo de quedarnos en la mera objetivación y por tanto en una revelación reducida al conocimiento. Porque como hemos querido desarrollar en la primera parte todo proceso de interpelación a través de su Palabra por parte de Dios, nos lleva a una vida en el Espíritu, de ahí que hablemos del lenguaje del Espíritu.

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«alianza». Israel expresó y vivió su religión y su misma realidad de pueblo determinado desde antiguo y para siempre por la alianza con Dios. Más allá de los ritos en los que se describe su realización y del marco cultual en el que se enmarca su celebración, lo que nos importa destacar es el sentido espiritual de misma, pues en ella se pone de manifiesto la gratuidad con la que Dios se acerca a su pueblo, al que dirige su Palabra, hasta expresar su definitiva cercanía en la alianza sellada en la sangre de Cristo, Palabra definitiva del Padre.

En este sentido se ha podido decir: La iniciativa de la alianza parte exclusivamente de Dios. Se basa en una elección gratuita de Israel entre todos los pueblos, sólo por voluntario amor y gracia de Dios (cfr. Dt 7,7s). Esta se ha revelado ya antecedentemente en la liberación de Egip-to, que, según Ex 19,4; 20,2s, iba totalmente orientada a la «alianza», de forma que la revelación personal de Dios, la redención y la alianza aparecen como una unidad salvífica que culmina en esta última 38.

Esta conciencia religiosa es la que marca el vivir del pueblo de Israel y que siempre alentaron los profetas. Todos los estudios sobre la alianza destacan la profundidad a la que apuntan los grandes profetas de Israel cuando nos hablan de la nueva alianza que Dios establecerá con su pueblo (cfr Jer 31,31-34; Ez 36,25-28), y que llegará a alcanzar a todos los pueblos (Is 54,1-10; 55,3-5). La dimensión universal a la que se abre Israel desde la vivencia de la alianza alentada por los pro-fetas del destierro la contemplamos realizada en Jesús que derrama su sangre como rito con el que se sella la nueva y eterna Alianza abierta a todos los hombres (Lc 22,15-16; 19-20).

En el marco de la alianza se encuadra el lenguaje del Espíritu. Si la alianza es la expresión de la voluntad de Dios que quiere llevar al hombre a la comunión con él, la llamada le llega al hombre a través del lenguaje del Espíritu que nos interioriza la alianza, al disponer nuestra vida como respuesta a la misma. un lenguaje en el que el hombre ha de ser iniciado y enseñado, tal y como hemos dejado expresado en las páginas precedentes, por ello no extraña que requiera un tiempo de búsqueda y un proceso que se consuma en la vida creyente sostenida por la Palabra de Dios.

38 J. Haspecheker, art. alianza, CFT (Conceptos Fundamentales de Teología). Madrid 1966, p.165.

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b) A lo largo de un proceso que parte de Dios

Los albores de este proceso, que se identifica con la historia de Israel, nos remiten a la elección de los patriarcas y la promesa de la tierra, como nos recuerda la narración de la vocación de Moisés: «Yo soy el Señor. Yo me aparecí a Abrahán, Isaac y Jacob…, Yo también al escuchar las quejas de los israelitas esclavizados por los egipcios me acordé de la alianza; por tanto diles a los israelitas: Yo soy el Señor, os quitaré de encima las cargas de los egipcios… Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios… y os llevaré a la tierra que prometí con juramento a Abrahán, Isaac y Jacob, y os la daré en posesión. Yo el Señor» (Ex 3.6-8). En aquellos patriarcas siempre nos es dado con-templar su apertura creyente, pues sus deseos se abren a la realización de la vida en el marco de la promesa hecha por Dios.

La realización de la promesa, dentro del marco de la alianza, nos lleva a descubrir que el proyecto de Dios, más allá de los intereses político-religiosos en los que se pueda encarnar, viene marcado por una experiencia de liberación sólo alcanzable a través de un camino complejo, en el que descubrir la gratuidad con la que Dios se manifiesta como Salvador de Israel.

Las distintas etapas en el recorrido, que incluyen desde los primeros pasos al salir de Egipto, hasta la asimilación de la alianza que vive el resto de Israel, una vez concluido el exilio, suponen una conciencia de elección y cercanía por parte de Dios, sólo comprensible desde una relación entrañable entre Dios y su pueblo, que está poniendo de relieve un lenguaje nuevo sobre Dios, el lenguaje del Espíritu, al que plenamente se accede desde la revelación en Cristo, en quien se da la dimensión última y definitiva de la alianza. El hombre deja su antigua vida de pecado, que aboca en la muerte, y se abre a la vida en la fe, que le permite abrirse a la gracia liberadora de Dios en Cristo.

La elección brota de la voluntad de Dios que gratuitamente escoge a Israel sin mérito alguno 39. Nada de relaciones condicionadas por unas dependencias atávicas y naturales entre el Dios de Israel y su pueblo,

39 Cfr. M. García Cordero, Teología del antiguo Testamento, Madrid 1970, pp.129-132. Encontramos un buen elenco de los testimonios bíblicos acerca de esta elección gratuita por parte de Dios.

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como sucedía en otros pueblos. La relación la descubre Israel en el devenir de su historia, como hemos acabado de ver, en el comienzo mismo de la misma, al manifestarse Dios a los patriarcas. Sin duda, el superar toda relación nacida de una vinculación de orden mítico-natural, con su Dios, nos está remitiendo a unas claves nuevas que bien podemos asegurar son experiencia del Espíritu 40. El proceso de búsqueda en Israel, refleja la verdad de aquella confianza que tiene su fundamento en la fidelidad de su Dios.

c) ¿Cómo descubrir el lenguaje del Espíritu?

La pregunta con la que encabezamos este apartado no carece de sentido. Se ha silenciado la acción del Espíritu en la comprensión del Antiguo Testamento, así como para muchos autores lo fue también en la comprensión de la cristología 41, y de una antropología centrada en la gracia original, por la que Dios nos predestinó a ser imagen de su Hijo. Trataremos de poner de relieve la acción del Espíritu, dentro del marco de la alianza en consonancia con lo que venimos exponiendo.

La convicción de que Yahvé derramará su Espíritu sobre el pueblo para ratificar su alianza (Ez 36,27; 37,14; cf. Is 59,21), nos debe llevar a la comprensión de la alianza como lenguaje del Espíritu. La convic-ción de Israel de ser elegido gratuitamente en los «antepasados», los patriarcas, supone una experiencia que partiendo de ellos, alcanza a su descendencia con la conciencia de una cercanía de Dios basada en la comunión y amistad. Así lo ha recogido Ben Sirá 42, resumiendo la his-toria del pueblo con el recuerdo de los grandes personajes de la misma,

40 La interpretación de este hecho que proponemos al apuntar a un lenguaje religioso nuevo que brota del Espíritu no se deduce de afirmaciones explícitas sino de las experiencias reflejadas, bien por los caudillos o reyes de Israel, bien por sus profetas.

41 Algunos teólogos han confesado que en la relación del Espíritu y del Hijo, a la hora de elaborar la doctrina trinitaria, apenas se han detenido en el testimonio de la Escritura. Esta afirmación la hace F. X. Durrwell, Jesús Hijo de dios en el espíritu santo, Salamanca 1999, p. 80.

42 Cfr CC. 44-50. Recogemos el testimonio de este libro bíblico, como resu-men de todo un estudio detallado a lo largo de otros muchos testimonios bíblicos sacados de los libros históricos y proféticos.

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y destacando su amor y entrega en la fidelidad al pacto hecho con Dios. Los acontecimientos de la historia vendrán marcados desde aquí. La infidelidad traerá consigo la muerte (Eclo 49, 4-6), pero la fidelidad de su Dios abre siempre el camino de la vida (Ez 37,1-14), el amor hace siempre posible la renovación de la alianza, como nos recuerda muy bien Oseas, utilizando como símbolo central el matrimonio 43.

Con este presupuesto es fácil entender que la clave para acercarnos al contenido de la alianza desde la experiencia del Dios que la estable-ce con su pueblo sea el testimonio de aquellos poemas en los que se evoca este amor, siendo texto cumbre el Cantar de los Cantares 44. Si la alianza es el hecho que está en la base de todos los acontecimientos que encierra la Sagrada Escritura, el lenguaje de amor puro y sencillo que lo evoca, es la clave para entenderlo.

El Cantar de los Cantares 45 expresa en su más hondo sentido las excelencias de la relación entre Dios y la humanidad. Canciones admi-radas por el pueblo de Israel, que lo reconoce como el «mejor de los cantares» contenidos en los escritos sagrados, no menos es reconocido en la Iglesia que al hacer de Salomón, a quien se atribuye el libro, tipo de Cristo, pone de manifiesto la grandeza de su contenido. Santa Teresa ha llegado a reconocer que la lectura de los Cantares supuso

43 Clave del libro es el capítulo segundo, donde encontramos las conocidas textos: «Voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón» (2,16).

44 Volvemos a llamar la atención del lector para hacerle caer en la cuenta que los autores e investigadores apenas han reparado en este modo de acercarse al Espíritu, bien biblistas o teólogos. Se centran en citas explícitas alusivas al Espíritu de Yahvé para construir su pensamiento, con lo cual reducen la conciencia de su presencia, a gestas como la creación, o la inspiración de los profetas, o su efusión sobre el pueblo al final de los tiempos. Los testimonios podrían multiplicarse, recojo a modo de ejemplo, P. Schoonenberg, el espíritu, la Palabra y el Hijo, Salamanca 1998, p.20; E. Schweizer, o. cit., p. 42. Aún entendiendo la actuación última del Espíritu, no se abre el autor a esa última comunión en el amor, de la que es garante el Espíritu, y se centra más en el futuro del mundo en justicia y paz, recordando que los profetas lo perciben como tormenta de juicio. Para nada se alude a la experiencia de la relación con Dios en ese contexto de alianza en-tendida como comunión en el amor, donde verdaderamente se descubre la acción y el lenguaje del Espíritu porque en ella se engendraría el hombre nuevo, culmen de la bendición hecha a Abraham, padre de multitudes, al multiplicarlo como arena de las playas, que no es otra cosa el misterio de la comunión en el Espíritu Santo.

45 Cfr. J. E. De Ena, ocd, sens et interprétations du Cantique des Cantiques. Paris 2004. un buen trabajo de historia de la interpretación de este texto, en la primitiva iglesia y en nuestros autores.

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para ella un acercamiento a Dios mucho más profundo que el que pueden ofrecer otras consideraciones y lecturas devotas 46.

Llegar a descubrir este sentido último en toda la historia de sal-vación, es abrir el horizonte en el que se desarrolla a un proceso de maduración y crecimiento que puede desembocar en la nueva y eterna alianza. El amor permite acceder al lenguaje del Espíritu en el que se descubren al hombre los grandes misterio de la salvación, es por tanto el que ha de llegar a asimilar todo hombre que busca acercarse a Dios.

Comprender la historia desde el lenguaje del Espíritu es descubrir que siendo el mismo Dios en todo el proceso, su acercamiento al hom-bre, admite una comprensión tan rica que puede abarcar expresiones múltiples, al mismo tiempo que va perfilándose la plena y definitiva. Sólo desde este lenguaje del corazón tiene sentido la revelación de Dios y permite abrirnos a su verdadera dimensión universal.

La pneumatología recobra en nuestros días nuevos impulsos 47. La mejor percepción de la personalidad del Espíritu Santo, con categorías más acordes a la experiencia de salvación que alcanza a toda la huma-nidad y a toda la creación, que pasa por una cristología pnuematológica y que supera la mera consideración intelectual, nos lleva a comprender mejor este lenguaje del Espíritu, que se encarna en el verdadero amor.

La Biblia, como Palabra de Dios, a la luz de esta comprensión del lenguaje del Espíritu, deja de ser una palabra que se traduce en proposiciones meramente intelectuales, es dinamismo salvador donde

46 Meditaciones sobre los Cantares, Prólogo, 1 47 El estudio enciclopédico de Y. Congar, el espíritu santo. Barcelona 1983,

apunta ya a una pneumatología más en consonancia con la tradición oriental y abierta a unas perspectivas trinitarias desde la historia de salvación con sentido escatológico. H. Mühlen, el espíritu santo en la iglesia, Salamanca 1974. Abre nuevos cauces a una pneumatologia desde el misterio de la comunión interhumana, imagen de la comunión intradivina. P. Schoonenberg, el espíritu, la Palabra y el Hijo, Salamanca 1998; F. X. Durwell, Jesús, Hijo de dios en el espíritu santo. Salamanca 2000. Ofrecen una visión de la cristología teniendo en cuenta su dimen-sión pneumatológica de un modo mucho más explícito. La lectura de cualquiera de las voces alusivas al Espíritu Santo en los actuales diccionarios de teología nos permiten también descubrir este impulso y renovación de la pneumatología. En su presentación de la realización del hombre desde la asunción de la vida en Cristo, O. González de Cardedal, la entraña del Cristianismo, 2.ed. Salamanca, 1998, pp. 683-778, 813-867, ha dejado páginas sumamente sugerentes en este sentido, que se entienden mucho mejor si se descubren en esta clave de realización en la plena comunión del hombre con Dios.

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la palabra inspirada es palabra que obra (1Tes 2,13), que actúa la sal-vación haciendo resonar la voz poderosa del Espíritu (DV 21: cf Rom 1,16; 1Cor 1,18; 2Tim 2,9), que transforma la humanidad y plenifica la creación, con la fuerza del amor.

Transformar la humanidad desde la nueva y eterna Alianza sellada en Cristo, es hacer posible que el amor sea en todos la única realidad que sustente el dinamismo de la vida humana, que la creación pueda ser asociada al hombre en comunión de amor. Así lo entiende san Pablo en su conocido himno a la caridad (1Cor 13), y en todas sus exhortaciones (Rom 12,9; 14,15; Gál 5,22; Ef 1,4; 4,2). En todos los sinópticos es el amor la clave para entender la llegada del Reino, el mandamiento del amor a Dios y al prójimo en toda su verdad es el camino para el encuentro con Dios y supone la plena asimilación del Reino (Mc 12,28-34), a la que según Mateo han de llevar en su defi-nitivo cumplimiento por medio de estos dos mandamientos la Ley y los Profetas (Mt 22,40), y que ha de traducirse en la vida ordinaria por la entrañable ternura con el prójimo (Lc 10,30-37). Juan ha concebido toda la revelación en clave de amor, Dios mismo es amor (1Jn 4,8), y así lo ha manifestado Jesús, el Hijo enviado, que a todos invita a amar en la misma medida que él lo hizo (Jn 13,1; 34-35). La clave para entender este amor y vivirlo ha de venir del Espíritu, que nos mostrará la plena verdad (Jn 14,15-17).

la Palabra de dios y el lenguaje del espíritu

El Sínodo sobre «la Palabra de Dios»c 48 quiso expresamente de-clarar que su objetivo era descubrir la Palabra de Dios en la vida y

48 La Palabra de Dios, el «Verbum Dei», ha sido considerado desde esta clave de comunión y amor por los grandes autores medievales; queremos traer aquí a la memoria el opúsculo de Hugo de San Víctor, de Verbo dei. (además de su publicación en Migne, recordamos su edición crítica preparada en Sources Chré-tiennes: Hugues de Saint-Victor, six opuscules spirituels. Introuction, texte critique, traduction et notes par Roger BARON (Sources Chrétiennes 155) Éditions du Cerf, Paris 1969. una presentación sencilla de este opusculo puede verse en Carmelo Granado Bellido, Hugo de san Víctor «de Verbo dei», en Proyección LVI (2009) 359-370. Encontramos claramente distinguida esta doble dimensión la que se da en Dios y la que se da en la historia. Como Verbo en Dios, es única

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misión de la Iglesia. Nada más acertado. En su Palabra, Verbo eterno, siempre hemos de contemplar el Esposo, es decir el Dios revelado como misterio de comunión, también frente a nosotros los hombres. La comunión que nace del Espíritu nos identifica con la nueva humanidad que es enviada. La Palabra de Dios, al revelarse lenguaje del Espíritu, se encarna en la vida y misión de la Iglesia.

la Palabra; como lenguaje del Espíritu se encarna en la historia de salvación en múltiples formas y mediaciones. Vienen a condensarse estos hechos y palabras por los que Dios ha interpelado al hombre en las Escrituras, leídas y proclamadas en el misterio de comunión en el que son transmitidas, enriqueciéndose y abriéndose en cada época de la historia.