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ESTRUCTURAS AGRARIAS Y EXPERIENCIAS DE CULTIVOS AMERICANOS EN EL MEDITERRÁNEO, SS. XVI-XVIII. Antonio-Miguel Bernal Universidad de Sevilla Tal vez como consecuencia del eurocentrismo que ha pre- dominado tradicionalmente en el estudio histórico de las rela- ciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo, se puede constatar un claro desfase en la atención prestada a las mutuas implicacio- nes que se dieran entre las agriculturas a uno y otro lado del Atlántico: más estudiado, y documentado con profusión, el impac- to de la agricultura europea en las Indias, en comparación con la atención prestada al influjo que tuvieran las plantas y culti- vos americanos en Europa. Conocida la realidad de las primeras tierras descubiertas - islas antillanas- y constatado por los conquistadores y coloniza- dores tras los primeros viajes que aquello no era el buscado Catay ni allí había ciudades ni mercaderes con los que nego- ciar no quedaba otra opción, si se quería ponerlas en explota- ción, que proceder a una colonización de las mismas; es más, muy pronto, se tuvo conciencia de que los primitivos sistemas de recolección y abastecimiento predominantes serían insuficientes para atender las necesidades alimentarias de aborígenes y expe- dicionarios. Ya desde el segundo viaje colombino hubo de aten- derse, desde la base sevillana, hasta del aprovisionamiento más indispensable de quienes se decidieran trasladarse a las nuevas 267

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ESTRUCTURAS AGRARIAS Y EXPERIENCIAS DECULTIVOS AMERICANOS EN EL MEDITERRÁNEO,SS. XVI-XVIII.

Antonio-Miguel BernalUniversidad de Sevilla

Tal vez como consecuencia del eurocentrismo que ha pre-dominado tradicionalmente en el estudio histórico de las rela-ciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo, se puede constatar unclaro desfase en la atención prestada a las mutuas implicacio-nes que se dieran entre las agriculturas a uno y otro lado delAtlántico: más estudiado, y documentado con profusión, el impac-to de la agricultura europea en las Indias, en comparación conla atención prestada al influjo que tuvieran las plantas y culti-vos americanos en Europa.

Conocida la realidad de las primeras tierras descubiertas -islas antillanas- y constatado por los conquistadores y coloniza-dores tras los primeros viajes que aquello no era el buscadoCatay ni allí había ciudades ni mercaderes con los que nego-ciar no quedaba otra opción, si se quería ponerlas en explota-ción, que proceder a una colonización de las mismas; es más,muy pronto, se tuvo conciencia de que los primitivos sistemasde recolección y abastecimiento predominantes serían insuficientespara atender las necesidades alimentarias de aborígenes y expe-dicionarios. Ya desde el segundo viaje colombino hubo de aten-derse, desde la base sevillana, hasta del aprovisionamiento másindispensable de quienes se decidieran trasladarse a las nuevas

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tierras. Y aunque las perspectivas de encontrar oro en cantida-des suficientes como para hacer rentable su búsqueda y extrac-ción convertiría en mineros a cuantos buscaban en las nuevastierras, más que gloria, fortuna, no por ello quedaría excluidala posibilidad de emprender una explotación agrícola de las mis-mas.

La exigencia de avituallar los diversos asentamientos pobla-cionales desde Sevilla, no sólo de vino o aceite sino de .pro-ductos de primera necesidad, incluso el trigo -del que por otraparte había fuerte carestía en la región andaluza, por mor dela crisis de fines del siglo XV y principios del XVI, y que difi-cultaba incluso el aprovisionamiento de los barcos para la tra-vesía- repercutió en los elevados precios que adquiriese dichocereal en los incipientes mercados coloniales, ya en las Islas oen Tierra Firme. Conquistadores y colonos intentaron adecuar-se a las disponibilidades (Dantín 1936) que se les ofrecían con-sumiendo alimentos como el cazabé, obtenidos de las produc-ciones de los nativos aunque no tardaron en comprobar queresultaba una opción inviable. No era cuestión de calidades delos alimentos así conseguidos sino de cantidades, pues el bajonivel tecnológico, primitivo, de los indios y las características desu agricultura, de subsistencia, fueron incapaces de asumir elinĉremento poblacional que, aunque limitado, suponía la Ilega-da de los castellanos. Desinteresados éstos por cualquier otraactividad inicial que no fuese la minería del oro, trabajada porlos propios nativos, su presencia terminaría por hacerse ago-biante hasta el punto de que, como dice el cronista, los indios,que se alimentaban de una dieta muy reducida, pronto experi-mentaron que los cristianos que les llegaban «sólo habían veni-do a sus tierras a comer y ninguno a cavar y trabajar(la) porsus manos». Por poco tiempo. Algunos, como Las Casas, aler-taron sobre la necesidad de introducir un sesgo en la coloni-zación incipiente que se llevaba a cabo: más que mineros loque hacían falta en las Indias recién descubiertas eran, sobretodo, labradores y campesinos que, adaptando los cultivos penin-sulares, pudiesen establecer unas bases más sólidas de aprovi-sionamiento a fin de no comprometer el progreso de la con-quista emprendida. Los primeros ensayos colonizadores conlabradores, auspiciados por el propio Las Casas, terminaron en

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sonoro fracaso (Milhou 1974)' pero pasado un cierto tiempo ter-minarían por abrirse camino unas ciertas modalidades de explo-taciones agrícolas dirigidas por colonos españoles, primero, ycriollos, después.

Es así como desde Europa hacia América se perfila una"agricultura viajera" de la que se dispone de abundantes y valio-sos estudios2. Una agricultura que aportará al Nuevo Mundocultivos allí desconocidos (Foster 1962) y que tendrán, sin dudaalguna, con el transcurso del tiempo, un verdadero impacto enlas estructuras y disponibilidades agrícolas del continente ame-ricano. Los hispanos prácticamente extendieron su colonizaciónen las zonas subtropicales y en los altiplanos y allí trataron deadaptar una agricultura de corte mediterráneo, la más propiciaa las condiciones climáticas de las zonas ocupadas (Pietschmann1979). Aunque hubo intentos por la colonización española deadaptar las plantas cerealeras, y algo se consiguió, los resultadosfinales fueron muy mediocres por cuanto ni los tipos de suelossubtropicales, en las zonas insulares y costeras, ni las altitudesdonde se localizaran las grandes cuencas mineras eran aptospara su cultivo; en este sentido, la aclimatación de dicha agri-cultura se verá impulsada, sobre todo, a partir de la presenciaanglosajona en América, orientada a ocupar las franjas de lazona templada del subcontinente norte e impulsada por unacorriente de opinión colonizadora británica, encabezada porHackluyt, desde el siglo XVII.

Donde, en cambio, habría de ser decisivó el influjo hispa-no sería en la introducción de cultivos con fines industriales,como la cañafistola y el azúcar3, o de alta demanda en el mer-

^ También v. A.M. Bernal, La explotación económica de las colonias, enHistoria de España de Menéndez Pidal, tomo XVIII, Espasa Calpe, en pren-sa.

- Un estudio de conjunto en J. Fernández e I.González, comp. (1990); oel estudio sobre los primeros pasos de esa agricultura europea en las Indias enJ.L. del Río (1991).

' Sobre el tránsito del cultivo del azúcar en la cuenca mediterránea enépoca medieval -estudios de G. Rebora para Sicilia- y su difución hacia el oeste-analizada por Verlinden- así como el arraigo de su cultivo en las islas delAdántico -Canarias, Azores etc.- se dispone de una muy completa bibliografia;descubierta América, desde el primer momento - vid. I. Wright, ?1u commmce-mm1 of tlu cane sngar indruhy in Amnica, 1519-1538, A.H.R. vo1.XXI- aparecengrupos interesados en adaptar la caña en las nuevas islas, lo que se consigueconvirtiendola, con el tiempo, en una de las producciones fundamentales delcomercio colonial en los siglos XVII, XVIII y XIX.

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cado colonial como vino (Herreros 1940) y aceite, una vez intro-ducido el olivar por mediación de sevillanos que llevaron plan-tones del Aljarafe. Y aunque se han enfatizado mucho las órde-nes emanadas del Consejo de Indias procurando evitar el augey desarrollo de estas dos producciones -aceite y vino- en lasIndias por constituir su exportación uno de los renglones másbeneficiosos para los mercaderes y terratenientes sevillanos liga-dos a la Carrera de Indias, lo cierto es que olivares y viñedosterminaron por arraigar y extenderse por casi toda la Américahispana. Pero no fueron sólo plantas cultivadas sino que se tras-pasaron con ellas determinadas instituciones ligadas a lasestructuras de propiedad y explotación de la tierra, que termi-narían siendo tan características de la agricultura colonial comode la hispana propiamente dicha, entre ellas la formación delatifundios (Chevalier 1975) y haciendas (Márner 1975) en cuan-to fundamento de las grandes explotaciones agropecuarias. Enfin, con el paso del tiempo, cultivos y ganados traspasados desdeEspaña a América adquieren tal desarrollo que las antiguas colo-nias terminarían por aportar los más importantes excedentes des-tinados al mercado mundial, ya sea en producciones azucare-ras, carne de buey, trigo e incluso, en fecha más reciente, enproductos tan cualificados como los pasas y vinos.

zSe podría correlacionar, de igual modo, el impacto de loscultivos americanos en la agricultura europea? Aunque menosestudiado, podríamos adelantar, por vía de hipótesis, una dife-rencia básica y es que su trascendencia se haría notar, más queen las disponibilidades de excedentes para el mercado mundial,en los recursos destinados a paliar carencias alimentarias enEuropa; tampoco se ha profundizado lo suficiente en las con-secuencias que la introducción de las plantas americanas hubie-ran podido tener en las formaciones estructurales de la propie-dad de la tierra y sistemas de explotaciones agrícolas. De cualquierforma, en lineas generales están más o menos delineadas laspautas que marcan la presencia de plantas y cultivos america-nos en el continente europeo, su cronología y difusión.

Las carencias alimentarias de los conquistadores y primeroscolonos a las que arriba hemos aludido llevó a que los res-ponsables del gobierno de las colonias -ya desde la Casa deContratación, ya desde el Consejo de Indias- se preocuparan de

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acopiar cuanta información fuese posible sobre las potenciali-dades agrícolas de las nuevas tierras, bien por las posibilidadesde adaptación de cultivos europeos, bien por las característicasy utilidades de las plantas y cultivos que en ellas practicaranlos nativos. Por ello, en cada asiento y capitulación firmado porla Corona con conquistadores y colonizadores se les exigía quede las tierras asignadas para su conquista y ocupación se envia-sen «relaciones» describiendo la orografia, condiciones climáti-cas, plantas y cultivos aprovechables etc. Una preciosa infor-mación que habría de completarse con el alud de noticiasofrecidas por los primeros cronistas de Indias, de manera queen un tiempo récord se llegaría a conocer de manera relativa-mente aceptable la que fuese una incipiente historia natural -botánica y agrícola- de las colonias.

Aun siendo innegable el interés mostrado desde España yresto de Europa, el influjo e impacto económico que pudierantener las plantas y cultivos americanos en el viejo continentetardaría tiempo en dejarse percibir. Como es sabido, uno de lostemas más manidos de la historia europea habría de referirse ala ampliación de horizontes -mentales, políticos y económicos-hecha posible gracias a los descubrimientos colombinos. Pero enla parte que nos ocupa no deja de ser cierto, como señalaralúcidamente C J. Glacken, que al súbito interés inicial desper-tado por el «descubrimiento» de las nuevas tierras americanasentre los humanistas europeos del siglo XVI le siguió un cier-to abandono y desencanto cuando se constatara que poco 0nada tenían que ver aquellas civilizaciones y culturas -no eranel eslabón perdido, la mítica Atlántida- con la tradición clásicamediterránea. Era «otro mundo», con hábitos sociales, alimen-tarios, políticos, con paisajes etc. del todo desconocidos e igno-rados en la Europa clásica, en suma, un conjunto de valores -intelectuales o materiales- poco apreciados y, sobre todo, dificilesde encajar en las culturas y sociedades del Mediterráneo euro-peo. De ahí, el escaso interés económico de adaptación de pro-ductos e innovaciones que viniesen de las conquistadas colonias;de ahí, incluso, la prevención, incluso rechazo, a asumir deter-minadas prácticas habituales en las sociedades indias, y porsupuesto, las más elementales como pudieran ser las alimenta-rias. Era impensable que unos medios de vida de grupos a los

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que se ponía en entredicho poseer la propia condición huma-na fuesen a desplazar, o completar, los usos y modos tradicio-nales de alimentación y subsistencia del colectivo -el pueblomediterráneo- que se consideraba a sí mismo como el único«civilizado».

No habría de faltar, sin embargo, una curiosidad e interésmotivados por otras razones, entre ellas, medicinales. Desde losprimeros viajes, quienes regresaban de las Indias aportaron noti-cias pero también muestras reales de plantas y productos agrí-colas allí habituales y desconocidos en España; y desde Sevilla,capital que coordinaba las conexiones con el Nuevo Mundo,durante el siglo XVI se fueron expandiendo noticias y muestrasde productos y semillas por doquier, aunque con preferencia enlas Repúblicas italianas. Es sabido el papel propagador que tuvie-sen las cartas escritas y envíos hechos por Navagero desde lacapital del Guadalquivir al geógrafo y humanista Ramuso, com-patriota suyo veneciano, que en su «Orti» de Murano dieracomienzo a los primeros ensayos de aclimatación de plantasamericanas en la cuenca del Adriático. El otro caso biendocumentado de ensayo aclimatador -aunque en este caso conplantas de las que se presumía pudiesen tener un interés medi-cinal- lo llevaría a cabo el médico -y mercader quebrado- sevi-llano Nicolás de Monardes cuya obra «De todas las cosas que se

traen de nuestras Indias occidentales, que sin^en al uso de la medicinw^se publicó en la capital del Betis en 1569 conociendo un inme-diato éxito editorial con traducciones al inglés, italiano y latín,haciendo célebre el nombre de su autor en los cenáculos científi-cos europeos de la época así como el museo o jardín botánicoque montó en su casa de Sevilla con las especies que le fue-ran remitidas desde el Perú.

La atención prestada a determinadas plantas americanas confines alimentarios, desde los momentos iniciales de la conquis-ta, no sería suficiente para estimular ensayo alguno de aclima-tación en las agriculturas europeas. En los textos de Bernal Díaz,de J. Acosta o de Cieza de León, entre otros, aparte de la cons-tatación que se hiciera del cazabé como alimento empleado enlos momentos de penuria por los propios colonos españoles, sedan frecuentes noticias a nuevas plantas que permitían a losindios afrontar con éxito las épocas de hambrunas; noticias, sin

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embargo, de escasa repercusión práctica pese a que la sociedad

europea era tributaria, cada cierto tiempo, a unas cíclicas cri-sis cerealeras que, en claro desajuste malthusiano, provocabanel desigual crecimiento entre población y producción agrícola.

No obstante, con lentitud no exenta de incomprensión y difi-

cultades, las plantas americanas poco a poco se fueron intro-

duciendo en los planes y rotaciones de cultivos de los sistemas

agrarios europeos con consecuencias innegables en términos eco-

nómicos, estructurales e incluso paisajísticos y medioambienta-les. Dichas plantas y cultivos americanos en la vieja Europa

podemos clasificarlos en tres apartados o grupos: uno, las que

van a tener un impacto decisivo y determinante en lo que res-pecta a la oferta de alimentos primarios; dos, plantas y culti-

vos cuyas producciones se insertan como aportes secundarios en

la alimentación europea; y tres, plantas con finalidades indus-triales y medioambientales.

Los cultivos americanos adaptados que terminarán por revo-lucionar la oferta y disponibilidades alimentarias de subsistencia

en Europa fueron dos, el maíz y la patata. En sus respectivasaclimataciones y uso, por razones edafológicas y climáticas, el

primero tendrá como zona expansiva, preferentemente, al ámbi-to mediterráneo mientras que el segundo se desarrollará mástemprano y con mayor intensidad en la Europa de clima oceá-

nico y continental. De las tres plantas -trigo, arroz y maíz- quedurante siglos han alimentado a la población mundial, llama-das por Braudel «plantas de civilización», el maíz tal vez seala más singular, en términos agronómicos por cuanto su culti-vo requiere poco esfuerzo, crece deprisa y su producción puedecomerse incluso antes de madurar. Oriundo del valle deTehuacan -traspasado luego a las planicies de secano y regadíodel subcontinente americano- fueron los españoles y portugue-

ses quienes, tras los viajes colombinos, lo traen a Europa4. Suaclimatación fue lenta y, pese a las ventajas que su cultivo repor-

taba a los sistemas agronómicos europeos y al desarrollo gana-

; Sobre la difusión del maíz, en líneas generales, y su adecuación a lossistemas agrarios y alimen[arios europeos, vid. las obras de F. Braudel (1974) yB.H.Slicher van Bath (1974).

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dero, tardaría tiempo en aceptarse, de manera generalizada, su

uso en la dieta alimenticia.Por los rastros dejados documentalmente, es relativamente

fácil seguir las huellas de su difusión, limitada con preferenciaal ámbito agrícola del mundo mediterráneo. Las primeras noti-

cias de su existencia se tienen en Sevilla5 hacia 1500 -comoplanta ornamental- y desde aquí pasaría a tierras de Portugaldonde parece que seria el primer lugar -salvo, tal vez, las islas

Canarias, en que arraiga y se extiende con prontitud, según losestudios de A. Macías- donde se constata su presencia comoplanta cultivada en la zona de Coimbra entre 1525 y 1545.Desde los focos andaluz y portugués el cultivo del maíz se extien-de, primero, por la Península y, a continuación, por el rebor-de mediterráneo de Europa: destacaría la aceptación inmediataen las regiones de Galicia y Asturias, analizada en detalle porJ.M. Pérez García (1978). Penetra por las rías de Arosa yPontevedra, su cultivo cstá bien arraigado hacia 1630 y luegose extiende por el resto del litoral gallego, Asturias, Cantabriay País Vasco -del que tenemos referencias precisas gracias a losestudios de E. Fernández de Pinedo- en cambio, nada, o casinada, se sabe del cultivo del maíz en el Levante español -para

el XVIII, Mayans señala que su cultivo está bien arraigado enciertas zonas- aunque hay referencias, que pudieran ser equí-vocas, a fines del siglo XVI en Cataluña -hay noticias de su

cultivo en Tarragona hacia 1573- y Valencia.Fuera de la Península Ibérica, los portugueses llevaron el

maíz a Berbería, Marruecos, África negra e incluso al ExtremoOriente -Birmania y China, donde hay noticias de su cultivohacia 1597-. Se le llama «milho», lo que no pocas veces hadado origen a confusión con otro cultivo como séa el del mijoo panizo. En el ámbito mediterráneo europeo se propaga6 su

' Para España, uno de los primeros artículos eruditos dedicados a la difu-

ción del maíz en B. Bonafons, «Historia natural, agrícola y económica del maíz»,

publ. en E[ amigo del paú, 1844 y la de F. Robillard y L. Corset, Memoria

sobre el maíz, en el Boletín de la Sociedad Económĉa de Amigos del Paú de Valentia,

años 1860 y 1861.^ La bibliografia sobre el maíz en Europa es abundante; una síntesis, en

P.M. Hohenberg (1977); L. Messedaglia (1927); T. Staianovich (1966); J.

Hermandiquer (1973).

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cultivo, al parecer, desde el País Vasco: hacia 1565-1570 estádetectado en el sur de Francia (Bayona), se cosecha con regu-laridad en los alrededores de Tolosa; del suroeste francés con-tinúa su penetración hacia el reborde septentrional italiano, enparticular Lombardía, y desde allí prosigue hacia el Valle delPo, Véneto -en 1600 se cotizaba su venta en los mercados agrí-colas de Udina- y la Emilia; por último, desde el Adriático ita-liano pasa a los Balcanes y se difunde, ya durante el siglo XVII,por Hungría y Rumanía para alcanzar, finalmente, la cuencadel Mediterráneo oriental en los rebordes de Egipto, Turquía oen las llanuras de Siria. Fuera del ámbito mediterráneo, su difu-sión sería más tardía y, si cabe, más lenta aún; en realidad,hasta el siglo XVIII no aparece con regularidad en los planesde cultivos de zonas centrales europeas, de clima templado, enel Tirol, Borgoña, Daufinado, Lorena, Alsacia etc. e incluso enzonas llanas alemanas y holandesas, siendo las Ilanuras centralesrusas los últimos suelos que llegaría a conquistar esta gramíneaviajera venida de América.

Aunque desde el inicio, a comienzos del siglo XVI, se ledenomina «trigo de Indias» lo cierto es que su cultivo con des-tino al consumo humano tardaría algo más en llegar. No obs-tante esa connotación que asimila su grano al de los cerealesse mantuvo por doquier pues en los Pirineos se conoce como«trigo de España», y en otros muchos lugares aparece con esaasignación cerealera. Tal vez porque, una vez aceptado, el maízterminaría por convertirse en el «pan de los pobres» por opo-sición al trigo, reservado para la mesa y consumo de los ricosy clases acomodadas. El cultivo del maíz arraiga inicialmenteen zonas de llanuras y valles de clima húmedo, de suelos másligeros, y se introduce como cultivo alternante para la rotacióntrienal con el consiguiente mejor aprovechamiento de las tierrasque se dejaban en barbecho. En verde, la planta se destinabaa la alimentación animal, lo mismo que se haría, en su caso,con el grano cosechado; sólo, con el tiempo, y bajo determi-nadas circunstancias, se iría introduciendo el maíz en la dietaalimenticia humana. Su influjo se hizo notar de inmediato tantoen la mejora de la ganadería estante -y consiguiente incremen-to en la oferta de leche, carne y estiércol- como por su efectoamortiguador en las cíclicas crisis demográficas de antiguo régi-

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men. En Canarias, gracias al millo, como allí se le conoce,según A. Macías, la expansión del cultivo del maíz ha de rela-cionarse con el crecimiento sostenido de la población, permi-tiendo su profusión y arraigo en el consumo humano, bajo lamodalidad de gofio, no sólo eludir los efectos de la crisis delsiglo XVII sino conocer las islas un decisivo crecimiento demo-gráfico. Y unos efectos similares se le asignan por doquier, yasea en las zonas gallegas, asturianas o vascas, donde el consu-mo humano del maíz -bajo denominaciones muy diversas, talesla borona etc.- sirviera para prevenir o amortiguar los efectoscatastróficos de las crisis demográficas.

Quedan aún por conocer en detalle, sin embargo, cuálesfueran las repercusiones efectivas del cultivo del maíz en el pro-greso de la ganadería. Es sabido, como lo subrayó Arthur Young,que la producción por unidad de superficie sembrada de maízsupera en dos o tres veces la cuantía que pudiera obtener si sededicara a cereal; así, pues, en principio el cultivo del maízsupondría un incremento en la oferta de producción de granoal tiempo que coadyuvaría a mejorar la técnica productiva alfacilitar el tránsito del sistema bienal al trienal; desde el puntode vista de la estructura agraria, el progreso en el cultivo delmaíz favoreció durante los siglos XVIII y XIX la persistenciade la agricultura campesina, de explotaciones minifundistas, confuertes dosis de economía de subsistencia mientras que en laszonas latifundiarias de secano, cuando se introduce su ^ cultivo,será éste un soporte para la proliferación de sistemas de apar-cerías por cuanto, como suele ocurrir en los cultivos de barbe-chos, al ser necesaria más cantidad de mano de obra para losmismos, era usual que los terratenientes adoptasen las fórmulasde cultivo por aparceros -el propietario pone la tierra y el apar-cero, el trabajo- repartiendo, luego, a medias, la cosecha reco-lectada.

Bien como planta forrajera, bien alternando con otros cul-tivos -por ejemplo con el pastel en la zona de Toulouse- e inclu-so disputando los mejores suelos al propio cereal rey -trigo- lageneralización de su cultivo en la agricultura europea no se con-sagraria hasta el siglo XVIII e incluso así habría zonas tradi-cionalmente trigueras -como los latifundios andaluces o las pla-nicies castellanas- donde la proliferación del maíz no se

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consagraría hasta bien entrado el siglo XIX. Cierto tipo deprevenciones -que suelen darse siempre que de la difusión deun cultivo nuevo se trata- como que su cultivo era factor deempobrecimiento de los suelos, favorecieron las resistencias acultivarlo en determinadas zonas de tradicional cultura trigue-ra, si bien es verdad que se hicieron notar más en áreas de cli-mas secos dada las irregularidades y riesgos de cosechas queconlleva el cultivo del maíz en secano al tiempo que los ren-dimientos obtenidos dejan mucho que desear. Así pues, el maízsería una excelente alternativa en comarcas agrícolas pobres aun-que húmedas, con unas economías orientadas en parte impor-tante hacia la subsistencia y hacia la explotación ganadera mien-tras que, por el contrario, apenas progresaría en comarcas deferaces tierras de secano, óptimas para cultivos de cereal, que-dando en éstos relegado su consumo sólo para los cerdos. Habríade ser con la agricultura regada de fines del siglo XIX en ade-lante, en zonas tradicionales de secano -valle del Po, delGuadalquivir, Guadiana etc.- cuando el triunfo del maíz en lavieja Europa consigue su triunfo definitivo; aun así, las pro-ducciones obtenidas distan de competir con las americanas que,fieles a su origen, mantienen por producción la primacía indis-cutible en el mercado mundial.

El tubérculo de la patata, o"papa" como se le denomina-ba en la región incaica de donde era aborigen -Perú, Bolivia yColombia-, sería la otra gran alternativa para paliar las ham-brunas del pasado. Como pan de los pobres también, a dife-rencia del maíz, su propagación fue más intensa en las áreascontinentales, de suelos gruesos y clima frío, de Europa siendo,en cambio, su cultivo y uso alimentario más dificultoso y tar-dío en la región mediterránea. Como parte de la alimentaciónde los indios figura la patata en el informe de J. Castellanos,a raíz de la expedición de Jiménez de Quesada al interior deColombia; en Sevilla, su presencia está datada en 1543. Unavez más, parece que su difusión se hace desde la capital delGuadalquivir hacia el norte peninsular -hacia Galicia- aunqueaparece también muy pronto en las costas inglesa e irlandesa -algunos hablan de una importación directa por los navegantesbritánicos de sus correrías en costas americanas-. Sea cual fuereel vehículo introductor, lo que parece cierto es que la primera

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descripción botánica de la planta la inserta el inglés J. Gerard

en su obra The He^bal, publicada en 1597 donde figura el autor

con una hoja y flor de patata en la mano.Su difusión por la Europa continental no se hizo esperar,

avalada por los estudios de L'Esclusse en Viena o en Leyden;su consumo humano se vio favorecido a raíz de las grandeshambres desencadenadas por la Guerra de los Treinta Años'.A mediados del siglo XVII, pues, estaba su cultivo arraigado y

su consumo aceptado en los países centrales europeos e islas

atlánticas mientras que la difusión y consumo en la zona medi-terránea no se haría efectivo sino a partir del siglo XVIII. ParaEspaña, aunque no faltan noticias aquí y allá sobre su cultivo,tardaría también en generalizarse -se da una descripción de susavatares en el articulo que dedicara a su difusión en la PenínsulaM J. Rodríguez Galdo- hay referencias sobre el consumo de .patata en un hospital sevillano del siglo XVII, aunque en can-tidades irrelevantes. La mayoría de las noticias disponibles nosllevarian al siglo XVIII -para Cataluña hay referencias cn 1772,zonas de Lérida y Cervera- también en Canarias donde la "papa"arraiga en fecha muy temprana ocupando las zonas de media-nía; en la Coruña decía Joseph Córnide que su cultivo se exten-día de forma casi espontánea entremezclado con las cepas de

las vides, y está bien documentada su presencia hacia el últi-mo cuarto de siglo en Valladolid y Zaragoza, así muy extendi-do en la Sagra, y para Andalucía y la Mancha señala Bowlesque en su tiempo era ya un cultivo abundante (García-Badell

1963).Dejando excluida la difusión y aceptación generalizada que

tuviera en la agricultura de los países europeos continentales e

Islas Británicas, en el reborde del Mediterráneo su inclusióncomo alimento humano sería más dificultosa (Livi-Bacci 1988).Entre éstos, sería Francia el que daría un impulso más decidi-do a su favor pese al parecer inicial en contra de los agraris-tas de la época, como el fisiócrata Quesnay quien en su obra

' Aclimatado el cultivo de la pata[a, al inicio se cultivaba como producto

de huerta; sería en el siglo XVII, con la carestía de 1663, tras los informesfavorables de la Real Sociedad de Londres, cuando su consumo como alimen-

to humano se generaliza.

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«Questions intéressantes sur 1'agriculture» denunciaba el cultivode la «pomme de terre» como de «contrarrevolución agrícola».8El parecer favorable del botánico francés Duhamel de Monceau,el impulso que diera a favor de su cultivo el farmacéutico mili-tar A.A. Parmertier a través de su obra, traducida al españolen 1769, ^dnvestigaciones sobre los aegetales nutritiaos que en los tiem-

pos de carestía pueden reemplazar los alimentos ordinarios,r^ y el res-paldo de la misma familia real francesa consumiendo patatas,terminaron por consagrarla como alimento humano, cuyas vici-situdes han sido delineadas en su artículo, publicado en Annales,por M. Morineau. En Italia, difundieron la patata los carme-litas descalzos y hacia fines del siglo XVIII parece que habíahecho también acto de presencia, sin discusión, en elMediterráneo oriental. No obstante, como hemos indicado, seríala experiencia de Irlanda, Inglaterra, Escocia y Gales la queconsagraría el triunfo (Vanderbroeke 1971), sin paliativos, deeste tubérculo incaico, protagonizando, como es sabido, uno delos capítulos más singulares de la historia demográfica europeaa raíz de la plaga de 1845-1848, responsable de la hambrunaque redujo, por muerte o emigración a EE.UU, en más de 3.7millones la población irlandesa.

También la patata serviría de soporte y prolongación de lassociedades campesinas, en cuanto un medio poderoso de sub-sistencia de las mismas; sin embargo, su trascendencia en lospaisajes y sistemas de cultivos agrícolas sería de menor inci-dencia que el maíz; y de igual modo en cuanto factor de desa-rrollo ganadero. Los campos de patatas, en la Europa medi-terránea, casi nunca llegan a constituir -hasta bien entrado elsiglo XX- un cultivo con entidad específica, aprovechándosepara el mismo pequeñas parcelas junto a otros cultivos princi-pales; lo restrictivo de su mercado, limitado casi siempre a ámbi-

8 No sería, en realidad, el único juicio adverso entre agraristas y econo-mistas: así, Adam Smith veía un serio inconveniente en la limitada capacidadde conservación de la patata para que pudiera servir de alimento humano yA.Young no le veía otra posibilidad agrícola que el destinarla a alimento ani-mal.

9 Fue autor de otra obra no menos importante y dccisiva para la acep-tación del cultivo de !a patata y su consumo humano, «Exámenes químicos dcla patata», ed. en español de 1773.

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tos municipales, la dificultad de su conservación y lo elevadode su transporte, en términos relativos comparado con el pre-cio del producto, hizo que la producción de patata quedara res-tringida a la demanda local -salvo en determinadas zonas, comoCanarias, que muy pronto van a conocer una cierta comercia-lización a más larga distancia-.

Del segundo grupo de plantas americanas cuyo cultivo ter-minaría adoptándose por la agricultura europea de ámbito medi-terráneo tenemos .a ciertas hortalizas y frutales. Mientras quealgunas de ellas conocerán una difusión extraordinaria y seránaceptadas sin reserva tanto por agricultores como por los con-sumidores europeos, otras, en cambio, verán limitada su pre-sencia por las dificultades de aclimatación salvo en los muyestrechos rebordes subtropicales. Eso ocurrió, por ejemplo, conla primera referencia que sobre un «producto agrícola colonial»se tuvo tras el primer viaje colombino: en la carta de Navagerose habla del «ananá» o piña a la que describe "he visto unbellísimo fruto, que no me acuerdo como le llaman y le hecomido, porque le han traído fresco. Tiene sabor de membri-llo juntamente con el de melocotón, con alguna semejanza almelón. Es fragante y de olor delicadísimo"; no fue posible acli-matarlo. No ocurriría igual con otros productos que, adaptadossin dificultad, se insertan como naturales de la dieta medite-rránea, tales como las calabazas y calabacines, o como suce-diera, en otro orden, con la chufa, el boniato o batata, y losfrijoles aunque en realidad el puesto preferente se lo llevaría eltomate. Originario de México, llegaría a Sevilla hacia 1525,considerado como una más de las rarezas productivas de eseNuevo Mundo que empezaba a conocerse. Pronto surgirían losdetractores, entre ellos el primer botánico europeo que le dedi-có una cierta atención, el italiano Mattiolus, de Padua, quienlo califica de «mala insana» pese a que tenía conocimiento, porlo escrito por los cronistas de Indias, que en México formabaparte regularmente de la alimentación de los indios. Y comoplanta venenosa se le seguiría catalogando durante tiempo'Ó apesar de que ya era un cultivo extendido en los huertos anda-

10 Entre otros, por el botánico francés Tournefor[, del jardín real de París,

que le denomina "lycopersium", o por el botánico inglés Miller.

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luces hacia 1560. Como cultivo hortícola, y consumo humano,el tomate arraiga pronto, desde el siglo XVI, en las huertasandaluzas, primero, del levante español, después, y por últimoen las áreas italianas bajo influencia española; a lo largo delsiglo XVII figura en buena parte de las dietas alimentarias delMediterráneo europeo, no sólo popular sino entre las clases aco-modadas, tal vez estimulado su consumo por la fama que leenvolvía de ser un reputado afrodisíaco -por tal motivo seríaconocido como «planta del amor»-. La Europa fría y continentalle negaría su aprecio durante tiempo y no sería hasta bien entra-do el siglo XIX cuando los ingleses -y los americanos anglosa-jones- incluyen al tomate como un cultivo de singular impor-tancia en su economía agrícola.

Del tercer grupo de plantas americanas, las de finalidad einterés industrial, tal vez sean las que hayan conocido una tra-yectoria más sinuosa al inscribirse en los sistemas y estructurasagrarias del Mediterráneo. Tal vez por la naturaleza de ser, casitodas ellas, propias de cultivos tropicales o subtropicales, lo quedificultaría su aclimatación incluso en las áreas mediterráneasmás acordes con dichas connotaciones climáticas. Quizás, tam-bién, habría que subrayar que la incorporación que no se pudohacer en el pasado se haya logrado en el presente gracias a lasinnovaciones introducidas por el cambio tecnológico.

Como especie arbórea con finalidad industrial, típicamentecolonial, de consecuencias económicas innegables, sería el heveade brasil o árbol de caucho, de cuyo producto -una especie deresina elástica- darían noticias Navagero y P. Martir de Anglería-en su obra «Orbe Novo»- o, posteriormente, La Condamine.Su adaptación ni se intentó siquiera. Y algo similar ocurriríacon otras plantaciones, como la coca o la cola, de las que tam-bién se conocieron sus virtudes terapéuticas -utilizadas por losindios en sus trabajos de minería- como sedante de la fatigacorporal. O con la vainilla, que requería unas condiciones decultivo que apenas se daban de manera natural en la orla medi-terránea aunque se pudiese cultivar en determinadas zonas. Sibien otros cultivos, con similares exigencias, como aguacates ymangos, por ejemplo, conseguirían adaptarse en fecha posterior,ya en plena revolución agrícola tecnológica del siglo XX, bajocondiciones climáticas artificiales, en los espacios subtropicales -

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o áridos bajo regadíos- disponibles en el sudoeste peninsular his-pano y poco más.

De las plantas industriales americanas que consiguen arrai-gar en Europa pero sin llegar a desplazar, en sus produccionesagrícolas y manufacturas, a las del continente americano habría

que citar, en lugar preferente, al tabaco. A los viajeros de losprimeros viajes colombinos ya les llamó la atención que losindios tenían por costumbre chupar unos canutos, de los queaspiraban humos que luego «echaban por las narices». Monardesse ocupa de la planta que lo origina, a la que llama «HerbaTabaco d'India»; con el tiempo, Sevilla se convertiría en el cen-tro monopolizador de su comercio, quedando la «renta del taba-co» como una de las más pingiies obtenidas por la Corona deentre los diversos productos coloniales que se traían deAmérica". También en Sevilla se levantaría la primera «fábri-ca» de tabaco en el siglo XVII, localizada en la plaza de S.Pedro, y posteriormente, durante el siglo XVIII la ciudad seconsagraría como el gran centro industrial tabaquero al erigirla soberbia Fábrica de Tabacos, el edificio industrial de mayorplanta de la Europa de su tiempo y uno de los grandes cen-tros fabriles de trabajo femenino -las célebres "cigarreras"- casien exclusividad. La difusión del uso del tabaco por Europa, noobstante, se haría a partir de Portugal, desde cuyo país el emba-jador francés J. Nicot enviaría a París y otros puntos de Europavarias plantas y semillas; de cualquier manera, los que regulany benefician el comercio del tabaco, amén de popularizar suempleo, son los holandeses, de lo que han quedado muestrasdocumentales excelentes en la obra pictórica de sus grandesmaestros del siglo XVII.

El cultivo del tabaco, integrado en la agricultura medite-rránea, se ensaya en fechas muy tardías; las limitaciones más

'^ Durante un tiempo, al inicio, el uso del tabaco estaría penado por lasleyes, condenándose a los reincidentes a mutilaciones incluso de las narices. Sinembargo, bajo la modalidad de polvo -rapé- o en hoja liada en canutillo -ciga-rros- el tabaco terminaría imponiéndose en el consumo de la población euro-pea como lo era, en Indias, entre criollos y esclavos negros. Desde el sigloXVII, se aminorán las rígidas prohibiciones sobre su uso y un autor como Fr.

Miguel AgusÚn, en su obra «Libro dt los setrdos dt la agr:cultura...., publicado encatalán en 1617, destaca las propiedades curativas que se le presuponían.

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que debidas a razones agronómicas son de naturaleza mercan-til: en los comercios coloniales -inglés, francés u holandés- sucontrol estaba en manos de compañías privilegiadas y en Españaera un monopolio del Estado y, en todos los supuestos, su nego-ciación como producto colonial se imponía a cualquier otro tipode razones o intereses agrícolas. Sólo a partir del siglo XIX -tras unos ensayos nimios en la centuria precedente- se abordael cultivo tabaquero en Europa; en parte como sucediera conla remolacha a causa del bloqueo inglés en tiempos de Napoleónpero, sobre todo, cuando se estima que el tabaco pudiera serun cultivo alternativo -por su doble implicación en la actividadindustrial y por su característica de cultivo social- en la llama-da crisis finisecular agraria del siglo XIX. España, con terrenosy climas que desde finales del siglo XVIII se sabían eran aptospara su cultivo, no lo emprende sino a partir de 1887, cuandoel Estado transfiere en monopolio la administración de su rentaa la Compañía arrendataria. Las zonas andaluzas más procliveseran las Alpujarras, Jaén y Serranía de Ronda, donde se lle-garía a recolectar más de un millón de kilos. La popularizaciónde su cultivo por pueblos andaluces en plantaciones clandesti-nas -y también por el contrabando que del mismo se hacíadesde Gibraltar- trascendió incluso al folklore, aludiendo a labaratura del precio del mismo:

salero, viva mi tiena,que soy de Benam^í,

donde se vende el tabacoal firecio del fierejil.

De los diez primeros campos experimentales de cultivo detabaco autorizados en España, dos se ubican en tierras de Sevillay Málaga -otros en tierras extremeñas etc.- cuyas prácticas deadaptación se prolongan entre 1889-1892; nuevos ensayos, conel fin de adaptar las modalidades tabaqueras de Cuba y Filipinas,se realizan entre 1899-1902 hasta que en 1917, con la ley deAutorizaciones, se generaliza su cultivo en casi todo el sur penin-sular. Destacaría el cosechado en la vega de Motril, y en lasvegas de Jerez y Sevilla y, en paralelo, comienzan a surgir lossecaderos de tabaco, símbolo del primer paso industrial de sumanufactura. No sería sino en fecha tan tardía como la de 1929-con la creación de los centros de fermentación de Sevilla y

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Málaga- cuando el cultivo del tabaco terminaría por convertir-se en un cultivo alternativo, dentro de los planes de reconver-sión agrícola en los que estaba inmerso el agro español.

Una trayectoria similar podría delinearse con el otro culti-vo de finalidad industrial, el algodón, si bien en este caso esuna planta que se diera por igual -aunque bajo distintas moda-lidades- tanto en el ámbito mediterráneo como americano. Elalgodón era conocido desde Arabia a la Península Ibérica yaen época de la expansión musulmana; también el algodón figu-ra como una producción, con fines manufactureros para el hila-do de la ropa de los aborígenes, entre los pueblos indios, pagán-dose, inclusive, algunos de los tributos con algodón en rama.Así, pues, era un cultivo conocido y extendido a uno y otro ladodel Atlántico, quizás el único común a uno y otro continente,al viejo y nuevo mundo. El algodón español, cuyo cultivo apa-rece bien documentado desde fines del siglo XVIII en la vegade Motril y en zonas de Granada y Málaga, destinado al empre-sariado fabril catalán, conocería una trayectoria errática hastaconsolidar un papel importante en los planes de producción agrí-cola. Los ensayos de cultivarlo en Cataluña, Valencia y Murcia,a principios del siglo XIX, no dieron resultados favorables y laindustria catalana hubo de recurrir a la importación de algodónde las colonias (Bernal 1986). La dependencia del algodón nor-teamericano, a mediados del siglo XIX, y las perturbaciones desu aprovisionamiento por la Guerra de Secesión en dicho país,fomentaron las iniciativas en pro del cultivo del algodón, bajola modalidad arbustiva americana, en España, y más en con-creto en tierras de Andalucía, primero en zonas húmedas, comolas Marismas, luego en secano. Siendo su cultivo una especula-ción arriesgada, que requiere abundante mano de obra y la inver-sión de fuertes sumas de capitales, las explotaciones algodonerasse mantuvieron mientras fueron protegidas arancelariamente, enesa fase inicial, al no permitirse otra importanción de algodónextranjero salvo el de 1° calidad de Pernambuco; pero con losaranceles de 1825 cesó la protección y con ella los cultivos seredujeron a la vega de Motril, en Almuñécar.

Los ensayos no cuajaron a partir de entonces. Enfrentadosa la importación de algodones americanos y mediterráneos orien-tales, de mejor calidad y menores precios relativos, los peque-

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ños agricultores algodoneros no obtenían de sus explotacionesni los gastos efectuados. En Valencia y Murcia, se dejan de cul-

tivar con rapidez; en Menorca, subsisten minúsculas parcelas;en la provincia de Sevilla, donde se había intentado introduciren Gelves hacia 1848, los resultados económicos fueron adver-sos por completo; en Alicante donde había explotaciones algo-doneras de cierta entidad, según la Encuesta agraria de 1849,hubo de abandonarse al no poder competir mínimamente conel importado de EE.UU -el quintal del algodón americano salíaen el puerto de Barcelona de 60 a 80 rs., mientras que el ali-cantino no bajaba de menos de 120 a 140 rs. y aún así eramínimamente rentable. Igualmente se abandonarían los ensayosposteriores, en 1857, en Mallorca y en la provincia de Gerona(términos de Garriguella y Culera). En fin, a mediados del sigloXIX, las únicas explotaciones que permanecían, casi testimo-niales, seguían siendo las de Motril. Dado que los inconvenientesprovenían de los considerables gastos de su cultivo en regadío,se pretende aclimatarlo y cultivarlo en secanos pero las plantasdisponibles degeneran y los rendimientos se contraen haciéndo-lo prohibitivo según precios establecidos en mercados interna-cionales.

Una segunda oportunidad pudo darse en 1861, a causa dela guerra de Secesión norteamericana, que cortó las exporta-ciones a Europa; ante la penuria de suministros, otra vez losindustriales catalanes tratan de revitalizar la producción nacio-nal sustitutoria, ahora rentable para los agricultores debido alalza considerable de los precios. Las nuevas adaptaciones sehacen con semillas de algodón egipcio, con excelentes resulta-dos: en Vélez-Málaga o en Mahón; se ensaya su cultivo en seca-no en Santa Coloma de Cervelló, en la zona de aluvión de lasvillas del Llobregat, en Pueblo Nuevo, próximo a la capital cata-lana, y por supuesto por los rebordes marítimos levantino ymeridional. Sin embargo, la drástica caída de los precios inter-nacionales, finalizada la guerra norteamericana, comprometió eldesarrollo algodonero a gran escala en España cuando ya sepercibía con nitidez que podría ser un interesante cultivo alter-nativo, muy en consonancia con la necesaria reconversión agra-ria que se reconocía como indispensable poner en práctica.

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Importación algodón en ramaPuerto de Barcelona

Indices sobre medias quinquenales

año 1812algodón entrado por Barcelona

procedencia balas españolas %

período índice Nueva Orleans y Movila 143.029 51.421849-1863 100 Chesterton y Sabannah 19.610 7.051864-1878 143 Brasil 38.500 13.841879-1893 273 Puerto Rico y Prto Cabello 24.674 8.871894-1903 416 Esmirna y Salónica 28.833 l0.36

Marsella y Cette 21.778 7.83

Liverpoo] y Londres 1.055 0.37MOTRIL Y MALLORCA 667 0.24Total 278.146

La industria textil catalana, que había multiplicado por 4sus necesidades de algodón, prefiere importarlo, por ser másbarato y de mejor calidad; y en el sur peninsular, donde seproduce, no hay fábricas que lo consuman. Para el año de refe-rencia, el único algodón español que llega a Barcelona suponeel 0.61% del total. La falta de competitividad no era un pro-blema de capacidad agronómica ni de mano de obra pues lasexplotaciones algodoneras francesas de Argel se llevaban poremigrados andaluces. Era el cúmulo de otros factores los quehacían inviable, en términos económicos, al algodón español aprecios internacionales: se utilizaban plantas arbustivas, de unaduración de diez a doce años, había un problema de falta detecnología adecuada para el despepitado, y sobre todo hay unproblema de oportunidad empresarial -los grandes propietariosno se arriesgan a asumir las fuertes inversiones en capital cir-culante que requería dicho cultivo en circunstancias más com-petitivas- y los pequeños agricultores tampoco podían destinarsus limitados recursos a un producto que no se come y que deno venderlo a las industrias catalanas ^qué podían hacer conél?.

Para terminar, quisiéramos referirnos a la única planta ame-ricana que se ha connaturalizado en la vegetación natural delmundo mediterráneo, al tiempo que ha sido signo distintivo dela propiedad agraria y soporte de un cultivo con finalidad indus-trial. Nos referimos a la cactus ofiuntia, denominada higuera depala o de Indias, chumbera o tunera, que tan singular aspectointroduce en el paisaje europeo mediterráneo y también en el

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insular canario. Los frutos de la tunera, los higos chumbos, hanformado parte de la alimentación campesina y del ganado por-cino desde que se aclimatasen las pitas chumbas en dichas lati-tudes. Cuando el triunfo pleno de la propiedad privada de latierra se transmitió incluso a las pequeñas explotaciones y elcenamiento de tierras se hizo general, en las zonas de minifun-dismo, de suelos pobres, con predominio granítico y pizarroso,las cercas que sirvieron para hacerlos efectivos se levantaron conpiedras mientras que en el ámbito del minifundismo medite-rráneo los enclosures se cercaron o vallaron con chumberas, adqui-riendo el paisaje una coloración especial y unos valores ecoló-gicos innegables. En ciertas zonas, la tunera tendría como utilidadel servir de soporte para acoger a la cochinilla, parásito espe-cialmente apreciado como colorante en la industria textil y, conposterioridad, en la de cosmética. Las chumberas en el mundorural mediterráneo, como los viñedos y olivares en tierras ame-ricanas, terminarían por convertirse en señas de unas similitu-des que habrían de subrayar los impactos que se dieran entrelas agriculturas del Viejo y Nuevo Mundo.

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