Estrada.desde Sufrimiento Encontrar Dios

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245 JUAN A. ESTRADA ¿DESDE EL SUFRIMIENTO ENCONTRARSE CON DIOS? En la vida humana el mal –en todas sus formas- es una realidad. Aceptar esa realidad -no rebelarse contra ella- resulta razonable. Equivale a aceptar la limitación –la contingencia- de la existencia humana.Y, sin embargo, aun aceptado como una realidad, el mal no deja de ser un problema. Sobre todo para el creyente. El dilema «Si existe el mal, o Dios no es todopoderoso o no es bueno» ha atormentado a no pocos filósofos y teólogos y a multitud de creyentes. Selecciones condensó un interesante artículo de Torres Queiruga sobre dicho problema (ST 149, 1999, 18-28). Juan A. Estrada ha publicado en el libro La imposible teodicea. La crisis de la fe en Dios (Madrid 1997) un profundo estudio sobre el tema del que en el presente artículo presenta la líneas maestras. ¿Desde el sufrimiento encontrarse con Dios?, Communio 32 (1999) 103-115. ¿Por qué Dios lo ha permitido? Ésta es la pregunta que surge ante el mal y en especial ante el su- frimiento humano. O Dios no puede evitar el sufrimiento que permite y entonces no es omni- potente o bien puede evitarlo, pero no quiere, y entonces ¿cómo puede decirse que es bueno? Esta disyuntiva es la roca fuerte de la increencia. ¿Cómo hacerla com- patible con Dios? La pregunta ha preocupado a la teología judía y cristiana a lo largo de los siglos. Pese a haberse ensayado diversas soluciones, el problema más que aclararse se ha agravado. Pues se han creado imágenes de Dios que lo han complicado. En buena parte, el ateísmo es una reacción humanis- ta ante esas imágenes. Más vale no creer en Dios que aceptar con- cepciones que cuestionan su bondad y/o su omnipotencia. Veamos cuáles son esas imágenes, cómo, con toda razón, el ateísmo protesta contra ellas y cuál ha de ser la auténtica respuesta cristia- na al problema del mal. Dimensiones de la experien- cia del mal Hay que clarificar qué enten- demos por mal. Existen tres clases o maneras de entender el mal, que responden a experiencias huma- nas: 1.El mal físico, o sea, el mal causado por las leyes naturales y que producen dolor o sufrimien- to en el ser humano. Así, los desastres naturales, la enferme- dad, los accidentes, el desgaste físico, etc. Ante muchos de esos males nos sentimos impotentes. Reaccionamos resignándonos o dando gracias a Dios por haber- nos librado de ellos. Pero ¿y las

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JUAN A. ESTRADA

¿DESDE EL SUFRIMIENTO ENCONTRARSECON DIOS?

En la vida humana el mal –en todas sus formas- es una realidad.Aceptar esa realidad -no rebelarse contra ella- resulta razonable.Equivale a aceptar la limitación –la contingencia- de la existenciahumana. Y, sin embargo, aun aceptado como una realidad, el mal nodeja de ser un problema. Sobre todo para el creyente. El dilema «Siexiste el mal, o Dios no es todopoderoso o no es bueno» haatormentado a no pocos filósofos y teólogos y a multitud de creyentes.Selecciones condensó un interesante artículo de Torres Queirugasobre dicho problema (ST 149, 1999, 18-28). Juan A. Estrada hapublicado en el libro La imposible teodicea. La crisis de la fe enDios (Madrid 1997) un profundo estudio sobre el tema del que enel presente artículo presenta la líneas maestras.

¿Desde el sufrimiento encontrarse con Dios?, Communio 32 (1999)103-115.

¿Por qué Dios lo ha permitido?Ésta es la pregunta que surge anteel mal y en especial ante el su-frimiento humano. O Dios nopuede evitar el sufrimiento quepermite y entonces no es omni-potente o bien puede evitarlo,pero no quiere, y entonces ¿cómopuede decirse que es bueno? Estadisyuntiva es la roca fuerte de laincreencia. ¿Cómo hacerla com-patible con Dios?

La pregunta ha preocupado ala teología judía y cristiana a lolargo de los siglos. Pese a haberseensayado diversas soluciones, elproblema más que aclararse se haagravado. Pues se han creadoimágenes de Dios que lo hancomplicado. En buena parte, elateísmo es una reacción humanis-ta ante esas imágenes. Más vale nocreer en Dios que aceptar con-cepciones que cuestionan subondad y/o su omnipotencia.

Veamos cuáles son esas imágenes,cómo, con toda razón, el ateísmoprotesta contra ellas y cuál ha deser la auténtica respuesta cristia-na al problema del mal.

Dimensiones de la experien-cia del mal

Hay que clarificar qué enten-demos por mal. Existen tres claseso maneras de entender el mal, queresponden a experiencias huma-nas:

1.El mal físico, o sea, el malcausado por las leyes naturales yque producen dolor o sufrimien-to en el ser humano. Así, losdesastres naturales, la enferme-dad, los accidentes, el desgastefísico, etc. Ante muchos de esosmales nos sentimos impotentes.Reaccionamos resignándonos odando gracias a Dios por haber-nos librado de ellos. Pero ¿y las

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víctimas que no han podido es-capar de ese mal? No son nipeores ni mejores que nosotrosy, no obstante, no se han librado.

2.El mal moral: el que resultade la acción humana y la maldad.El ser humano es el animal másdestructor que conocemos, capazde lo mejor y de lo peor. Pareceque al bueno las cosas le van maly que, en cambio, el malvadotriunfa. La pregunta surge: ¿dóndeestá Dios? Y no hay respuesta.

3.El mal metafísico, es decir, laimperfección de la creación, de lasleyes naturales y de la vida huma-na, que culmina en la muerte. Si,para algunos, la muerte podría serconsiderada como una liberación,en realidad es un mal potencialpara todos. Si se vive una vida llenade gratificaciones, la muerte esanti-vida, sobre todo porque aca-ba con las relaciones interperso-nales. ¿Qué queda de tanto amorque ha dado sentido a nuestravida, de personas que han enri-quecido nuestra vida? La muerterompe nuestras vinculaciones ynos vence siempre. Y si la vida hasido malograda y sin sentidotodavía es peor. Porque ya nohabría más que esperar: la vida,vivida como un infierno, quedaríaabsolutizada para siempre. Hubie-ra sido mejor no haber vivido.Estamos condenados a morir,pero nos rebelamos. Somos unosseres finitos ansiosos de infinitud,unos seres mortales sedientos deinmortalidad. Somos humanos,pero buscamos a Dios. Y Dios yel mal son incompatibles. Lamuerte es el último enemigo.

Experimentamos todas estasdimensiones del mal y nos rebe-

lamos contra ellas. Nos negamosa aceptar que el mal físico y moraly que la finitud o contingenciasean lo último. Percibimos quetriunfan la injusticia, la mentira, elmal. Pero nos aferramos a la vida,a la justicia y al bien. ¿Cómomantener la fe y la esperanza,cuando experimentamos el mal?

Algunas respuestas tradicio-nales

La tradición bíblica parte deuna concepción providencialistade Dios. Todo proviene de Dios:el bien y el mal. De ahí surge lateoría de la retribución: Diospremia a los buenos y castiga alos malos. Según esto, al buenodebería irle bien y al malo, mal.Pero no es así: la experienciamuestra lo contrario. El libro deJob pone de manifiesto esa teo-logía que los hechos desmienten.Los amigos de Job son los repre-sentantes de esa teología queofrece respuestas inaceptables apreguntas inevitables. Repiten:¡has pecado y Dios te castiga! Yesto sin tener el menor indicio deese pecado. ¡Cuántas veces hacelo mismo la teología!

Los amigos de Job se equivo-can por partida doble: pretendensalvar a Dios a costa de Job. PeroJob no acepta el planteamiento.Apela al mismo Dios. Y Dios le dala razón. No necesita que hayaquien, para defenderle, se cargueal hombre. Esto hay teologías que,como los amigos de Job, no lo hanaprendido. Y hay una segundaequivocación: detrás de cada su-frimiento hay un pecado quesatisfacer. Esto sucede también en

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la experiencia humana. Todo elmundo busca un culpable a quienresponsabilizar de lo que sucede.No se les ocurre que acaso nadietenga la culpa.

La teología cristiana dio con-tinuidad al esquema pecado-cas-tigo con el pecado original. SanAgustín hizo del mito de Adán yEva una historia real: historificó elmito. Y mitificó la historia: hizo deella una serie de castigos por elpecado de nuestros primerospadres. El mal sería, pues, unaconsecuencia del pecado. Al ha-cer responsable al ser humano delos males que acontecían salvóteóricamente la justicia de Dios.Pero agravó el sufrimiento alañadirle la culpa. En el fondo semantiene un Dios inmisericordeque castiga el pecado de lospadres en los hijos. ¿Cómo hablarde misericordia con un Dios tanobstinado en su revancha? Lateología del pecado original debeser replanteada.

El problema se agravó con lacristología de la satisfacción deSan Anselmo. La diferencia infinitaentre Dios y el hombre hace queéste no sea capaz de satisfacer nireparar la ofensa hecha a Dios. Laencarnación del Hijo de Diosobedece a la doble exigencia delhonor ofendido que exige repa-ración y de la incapacidad humanapara satisfacer. Con su muerte encruz, el Dios encarnado paga ladeuda.

Textos aislados de Pablo y dela carta a los Hebreos sirvieronpara justificar esa concepciónteológica de un Dios que sólo seaplaca con sacrificios. De ahí unareligión basada en el sacrificio y

la expiación. Abraham es exaltadoporque está dispuesto a sacrificara su hijo y no por abrirse en lafe a la revelación de un Dios queno quiere sacrificios. Para estasteologías, el cristianismo es, antetodo, una religión de sacrificios yobediencias, hasta llegar a laobediencia del entendimiento:aceptar lo que ni vemos ni enten-demos cuando lo dicen los repre-sentantes de Dios. Es el triunfo delcredo quia absurdum ( creo porquees absurdo) de Tertuliano. Escontra esa imagen de Dios contrala que ha protestado el ateísmo.

Otra vía de salida fue la racio-nalista. Se echó mano de la defi-nición agustiniana del mal comoausencia de bien. Es una verdada medias, que, en todo caso, sirvede poco cuando el mal es expe-riencia concreta. Es verdad que unmundo creado no puede serperfecto. Y tienen razón los quedefienden la autonomía de lacreación contra el intervencionis-mo divino, que violaría la obra dela creación. Pero las preguntaspermanecen.

Para los cristianos, la creacióntiene un sentido. No es fruto delazar, sino de la providencia divina.Y está al servicio del ser humano.Pero ¿no podía la creación sermenos mala? ¿no podría habermenos sufrimiento en una crea-ción diferente? No sabemoscómo puede ser un mundo per-fecto. Pero conocemos imperfec-ciones evitables, para que fueramenos malo. El mundo en quevivimos se nos antoja incompati-ble con un Dios poderoso y queama al ser humano. Surgen pre-guntas que alcanzan al mismo

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Dios. Nos preguntamos por elorigen y significado del bien y delmal y buscamos hacer compati-bles a Dios y al sufrimiento hu-mano. Hemos de reconocer quela religión no tiene respuestaspara todas las preguntas. Nocomprendemos por qué hay tantosufrimiento ni entendemos porqué tarda tanto el Mesías en volverpara acabar con el mal. No com-prendemos, pero no nos resigna-mos. Es toda la creación la quegime esperando la redención final(Rm 8,22).

La racionalidad del ateísmo

La consecuencia que el ateís-mo saca es la siguiente: olvidémo-nos de ese Dios y concentrémo-nos en el hombre. El malestar queproduce una creación con mallleva al rechazo de un Dios crea-dor y providente. El ateísmodefiende aquí la dignidad humanacontra un Dios malo indiferentey vengativo. Prefiere optar por elhombre –finito y ambiguo– perocapaz de bien: hay que concentrar-se en luchar contra el mal y noen teorizar sobre él. En «La peste»de Camus, el médico que luchacontra la peste es el auténticoredentor, y no el sacerdote quereza, acepta y calla.

La lucha contra el mal es loúnico válido de la religión. Se tratade luchar y de transformar. Sóloasí puede la religión ser aceptadapor el ateo como un humanismoextrapolado, válido en cuantosuscita la protesta contra el dolory lleva a combatirlo. De ahí, «Elateísmo del cristianismo» quepropugnaba Bloch: la exaltación

del héroe rojo que muere por lahumanidad futura, sin esperarredención alguna. Hay grandezaen esa solidaridad que se basa enla dignidad del hombre, queridapor sí misma. La teología ha es-tado ciega en no ver que eseateísmo es un humanismo y quehay en él un compromiso envidia-ble para muchos creyentes, másrezadores que luchadores contrael mal. El rezo puede ser unacoartada para la falta de compro-miso.

Sin embargo, también esehumanismo debe ser conscientede sus límites. Hay que rechazarfilosofías de la historia que defien-den el sentido del progreso y delas luchas políticas como respues-tas válidas al problema del mal. Lahistoria carece de sentido en símisma. El progreso es ambiguo yel bienestar futuro no puederesponder a la pregunta que surgede Auschwitz, de Hiroshima o dela conquista colonial. No hay fu-turo para las generaciones quefueron exterminadas en la histo-ria. Si no hay Dios, nadie puedeocupar su lugar y permanece elsin sentido de la vida de tantagente que no tiene nada ni nadieen quien esperar. Hay que asumirel luto por los vencidos de lahistoria, tomar distancia de unprogreso que es promesa y ame-naza a la vez. En última instancia,el hombre sería una pasión inútil,un deseo imposible de ser Dios,de amar más allá de la muerte yde reivindicar justicia ante tantasvíctimas inocentes.

Algunos, como Horkheimer,dan un paso más. Ante tanto mal,no podemos afirmar a Dios, pero

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tenemos que vivir como si exis-tiera. Para que no triunfe el ver-dugo sobre la víctima, para que nodesfallezcamos en la lucha contrael mal, hemos de vivir como siDios existiera. No podemos afir-marlo, pero sí desearlo, esperarloy buscarlo. Abiertos al deseo,pero sensibles a la impugnación,viendo el sentido de la fe, perosin caer en el dogmatismo de lacreencia; receptivos a la duda,pero aferrándonos a una esperan-za en Dios que nos permite cre-cer y vivir, y nos mantiene vigilan-tes contra el mal. Ese talantehumanista es el que impide quela religión se convierta en unsistema cerrado. El fanatismo noes sólo posible en la religión. Hayque dejarse inquietar por «elotro», sin aferrarse a unas con-vicciones inasequibles a la duda ya la pregunta. Precisamente laexperiencia del mal cuestionatodas las creencias. Es la preguntaque desborda y que debe abrirnosa los otros. El ateísmo que dialogacon la religión y viceversa es elque tiene más futuro.

De la teodicea a la luchacristiana contra el mal

¿Por qué es el mundo comoes? ¿Por qué hay tanto mal? ¿Cuáles su origen y significado? Elcristianismo no tiene respuestasconvincentes a estas preguntas. Elcristianismo no pretende tantosatisfacer nuestra curiosidadcuanto ofrecernos medios paraafrontar el mal. La pregunta deLutero «Cómo encontrar a unDios que pueda salvarme» esconstitutiva del creyente. Lo que

busca el cristianismo es salvación,fortaleza, alternativas al mal y noclarificaciones teóricas, por im-portantes que sean.

Es en este contexto en el quese enmarca el anuncio de la lle-gada del Reino por parte de Jesús.Está en línea con la expectativamesiánica judía de un tiempo enel que no rija el homo homini lupus(el hombre es un lobo para el otrohombre) para vivir una fraterni-dad humana de dimensiones cós-micas. La promesa de salvación esla otra cara de la experiencia delmal. Es también una forma deafrontarla y superarla.

Jesús es el enviado de Dioscomo el anti-mal por excelenciaque irrumpe en la historia. Elanuncio a los pobres y pecadoreses el reverso de la denuncia deaquella religión que antepone lasleyes religiosas a la salvación delhombre. Hay que luchar contra elmal en sus diversas manifestacio-nes: corporales y espirituales,personales y colectivas, puntualesy estructurales. En Jesús no hayla menor legitimación del mal.Rechaza el esquema culpa-castigo.A diferencia de otros escritosbíblicos, no hace alusión alguna almal como prueba. Para él, Dios sealegra cuando el mal es vencido.Su vida es una lucha continuacontra el mal integral. No quieresalvar almas, sino personas.

Y, sin embargo, el mal alcanzala historia de Jesús, que se integraen la de los vencidos. Jesús pasóhaciendo el bien, pero acabó mal.Dios no hace nada para evitar eltrágico fin de Jesús. El grito des-esperado «Dios mío, Dios mío,¿por qué me has abandonado?» y

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el silencio de Dios hay que tomar-los en serio. Dios no hace nada,no interviene, deja a Jesús afron-tar en solitario su destino. Estásolo ante Dios, él mismo y losdemás.

El cristianismo no evade laproblemática del mal, sino que laradicaliza. El mensaje de la cruzes claro: el que pretenda relacio-narse con un Dios que le evite elmal en la vida, que «le saque lascastañas del fuego», debe buscar-lo en otro lado. Estamos solos.Somos los agentes de la historia,sin que podamos esperar inter-venciones divinas que conjuren elmal. Se acabó el Dios intervencio-nista que milagrosamente rompelas leyes de la naturaleza y de lahistoria para amparar a sus pro-tegidos. La relación con Dios nosirve directamente para evitar elmal. Al contrario, el que viva yactúe como Jesús tendrá queafrontar un mal suplementario, yaque habrá quien, como en el casode Jesús, lo inmolará creyendo dargloria a Dios.

Aunque haya personas querompen con Dios cuando acon-tece una desgracia, lo cierto esque el Dios cristiano no sirve paraevitar el mal. En el caso de Jesús,lo novedoso no es el mal –lacruz-, sino la forma de abordarlo.El sufrimiento no le deshumanizani endurece. Muere como vivió:perdonando a los que le hicieronel mal, alentando al buen ladróny preocupándose del futuro de sumadre. El «Jesús para los demás»que nos presentan los Evangelioses coherente en la vida y en lamuerte. Murió como vivió, ha-ciendo del mal una experiencia

enternecedora, que suscita soli-daridad y cercanía, en lugar deamargura, crispación interna ydespecho.

Respecto de Dios, no hayacusación. A diferencia de Job, nole emplaza. Expresa su abandono.Deja sentir su miedo al dolor ypide que se evite («pase de mí estecaliz»). Pero acaba aceptándolo(«En tus manos encomiendo miespíritu»). Nunca sabremos cuá-les fueron sus vivencias más ínti-mas. Sólo nos quedan los testimo-nios de cada tradición, que nospermiten captar hasta qué gradoexperimentó el dolor y confió enDios. Nunca el hombre ha sidomás imagen y semejanza divinaque en el crucificado fiándose deun Dios ausente.

Ni sabe ni comprende. Noduda de que Dios es amor. Se fíade él. Su fe es la del hombre que,sin esperar nada material delcreador, sigue afirmándolo y es-perando. No existe la búsquedade un Dios milagrero al serviciode las expectativas humanas. Es lafe pura, gratuita, cimentada sóloen la convicción del amor divino,presente en la experiencia del mal.No encontraremos mayor gratui-dad en la relación con Dios nimayor trascendencia, ya que nohay aquí utilitarismo alguno, sinofe, esperanza y amor.

Aquí se encaran la locura dela fe y la racionalidad del ateísmo.¿No es insensato seguir esperan-do y creyendo en un Dios que noaparece? Es la pregunta del nocreyente al que tiene fe. Tampocoaquí es posible una fe que no sedeje interpelar, que no deje elmenor margen a la duda. Ya no se

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trata de «los mínimos» de larespuesta atea, sino de «los máxi-mos» de una entrega que raya enla locura. Y en este contextoirrumpen los discípulos afirman-do que Dios ha resucitado a Jesús,es decir, que Dios estaba con él.La resurrección aparece como elcomienzo de la nueva creación. Yano es la muerte lo último para lavida humana. Es posible esperar.Es un triunfo contra el mal, cuan-do éste había incuestionablemen-te vencido. La dignidad del hom-bre se afirma ahora más allá dela misma muerte. Es posible laesperanza para las víctimas de lahistoria. Hay que perder el miedoa la muerte. Y vivir y morir comoJesús.

Naturalmente, es una afirma-ción impugnada. Afirma demasia-do. Y está en juego el sentidomismo de la historia y el valor dela vida humana. De ahí que, yadesde el mismo anuncio de laresurrección, surgiesen dudas yresistencias entre los mismosdiscípulos de Jesús. Es normal. Loilógico es que esta fe se hayamantenido, que perdure a travésde los siglos y que siga conservan-do un gran poder de fascinacióny plausibilidad. Es Jesús el que lahace convincente. No sabemos siDios existe, aunque lo creemos.

En todo caso, hombres comoJesús lo hacen necesario. Jesús ylos que viven como él merecenque Dios exista. Si Dios existe, esbueno y es omnipotente. Haycoherencia entre un Jesús afir-mando a Dios sin pedir nada acambio y el anuncio de un Diosque resucita a los que mueren así.Pero las preguntas permanecen.Sigue habiendo dolor, injusticia ymuerte. El mal sigue siendo unenigma. Lo que queda claro es queDios no quiere el mal ni lo per-mite ni lo usa para castigarnos.

El mal es lo que no debe ser.De ahí que la respuesta másauténtica sea la lucha contra elmal. Cierto que para ello no hacefalta ser creyente. Basta la digni-dad humana y la solidaridad conlos que sufren. Y esto es comúna cristianos y ateos. No obstante,el cristianismo ofrece motivospara luchar y para esperar más alláde la muerte. Es mucho y poco.Pero es la propuesta de una re-ligión mayor de edad, que nuncaquita el protagonismo al hombrepara dárselo a Dios. La gloria deDios es la vida del hombre. Y lafelicidad humana es tener expe-riencias de Dios, a pesar del mal.Esta es la propuesta cristiana, suinterpelación al humanismo ateo,compañero inseparable de viaje.

Condensó: JORDI CASTILLERO

El bien viaja a paso de tortuga. Quienes quieren hacer el bien noson egoístas ni se apresuran, saben que inculcar el bien a los demásrequiere tiempo.

MAHATMA GANDHI