“Estos seres temibles, los peronistas” - Variaciones del joven Walsh
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“Estos seres temibles, los peronistas” - Variaciones del joven Walsh
La historia de los fusilamientos del 10 de junio de 1956, es una historia trágica, pero ya
contada. Rodolfo Walsh hizo esto con la cercanía temporal y física de un certero periodista y sus
resultados pueden verse, a expensas de la mayoría de la prensa de entonces, en el libro Operación
Masacre. Volver a contarla sería volver a inventar la rueda. Pero contar la historia de ese libro, es
contar la historia de los fusilamientos y la historia del propio Walsh. Pero más que nada, y esto es lo
interesante, es que a través de las numerosas ediciones de ese libro, y los cambios entre ellas, puede
contarse la historia de la relación de Walsh con el peronismo. Historia interesante si las hay, por
mucho motivos. Por un lado no es una historia lineal y sencilla, sino que está plagada de
contradicciones, de idas y venidas, propias de una historia real sobre la conciencia de un hombre
real. En segundo lugar porque estamos hablando de la conciencia de un hombre especialmente
lúcido en sus observaciones, análisis y pronósticos (de la Carta a las Juntas deslumbra que aún
siendo contemporánea, escrita apenas en 1977, goce de una lectura del paño que la mayoría
adquirió luego de años de experiencia histórica). Finalmente, esta historia es interesante, porque
esta conciencia brillante recorre un camino intelectual muy particular. La experiencia de los
fusilamientos hará que Walsh modifique radicalmente sus concepciones sobre el peronismo y sobre
la política argentina en general, sobre sus nociones de democracia, república y libertad.
En 1956, ese 9 de junio, un Rodolfo Walsh de 30 años se encontraba en un café de la ciudad
de la Plata frente a un tablero de ajedrez. Ese 9 de junio todavía confiaba en la, autoproclamada,
Revolución Libertadora. Esa noche eran detenidos en la localidad de Florida 13 personas, que luego
serían fusiladas sin juicio previo y de manera clandestina e ilegal, por ser declarada la ley marcial
después de su arresto y no tiene efector retroactivo. 8 de ellos logran salvar la vida. A partir de sus
testimonios Rodolfo Walsh produce uno de los libros que cambiaran la historia, la política y la
literatura argentina: Operación Masacre.
Como de todo clásico, de este libro se desprenden muchas lecturas. En clave literaria es la
primera novela del género no-ficción o novela testimonial, publicada 8 años antes que A sangre fría
de Truman Capote. En este sentido constituye la verdadera obra fundacional del género, amén de
toda tilinguería cultural o colonialismo mental que necesite ubicar en el hemisferio norte los
momentos fundacionales. Subsiste además una diferencia fundamental: a Capote poco le importaba
el destino de Richard Hickock o Perry Smith, los asesinos en su novela; mientras que de la obra de
Walsh emana una indignación frente a los hechos tan conmovedora como la clara intención de
buscar que la justicia repare a los fusilados y sus familias y alcance a los fusiladores. Walsh, como
sostiene en marzo del 57 sobre el final de la introducción a la primera edición, cree en este libro, en
sus efectos.
Esta frase da pie para otra clave de lectura del libro: los cambios en el propio Walsh a lo
largo de las múltiples ediciones de Operación Masacre y fundamentalmente su relación con el
peronismo. El Capote que comienza a investigar los asesinatos en Holcomb y el que publica el
libro, es exactamente el mismo. Walsh, al contrario, parte de unas coordenadas ideológicas muy
diferentes a las que arriba al final de su carrera, tanto política como intelectual. Ese recorrido tiene
dos puntos de partida: en primer lugar la perpetración y el posterior descubrimiento de un hecho tan
trágico como aberrante; en segundo lugar, la contradicción entre la naturaleza de esos hechos y la
impunidad e ignominia con que los sucesivos gobiernos, pretendidos heraldos de la democracia, la
república y la libertad, los olvidaron. Frente a la confianza de 1957 en los libros, en sus efectos y en
la “Revolución” “Libertadora” a sus 37 años, en 1964, sostenía:
“Pretendía que el gobierno, el de Aramburu, el de Frondizi, el de Guido, el de cualquier
gobierno, por boca del más distraído, del más inocente de sus funcionarios, reconociera que
esa noche del 10 de junio de 1956, en nombre de la República Argentina, se cometió una
atrocidad (...) En eso fracase. Aramburu ascendió a Fernández Suarez [el jefe de policía
responsable de los fusilamientos]. Frondizi tuvo en sus manos un ejemplar dedicado de este
libro: ascendió a Aramburu. Creo que después ya no me interesó. En 1957 dije con
grandilocuencia ‘Este caso esta en pie, y seguirá en pie todo el tiempo que sea necesario,
meses o años’. De esa frase culpable pido retractarme. Este caso ya no esta en pie, es
apenas un fragmento de historia, este caso esta muerto” (Walsh:2001:221)
A esta contradicción la contiene otra mucha mayor, que se plantea entre estos hechos (los
fusilamientos y el silencio) y los preconceptos ideológicos del joven Walsh. Las sucesivas
evidencias que la historia real esgrime para derrumbarlos, harán que transite un cambio político no
sólo muy interesante, sino que además muy asimilable con la experiencia de amplios sectores
sociales y su cambio de posición frente al peronismo. Tomar conciencia de ello, a nivel personal
para Walsh y a nivel de muchos argentinos como él, trajo un gran cambio en su visión del
peronismo y de la naturaleza de sus opositores aparentemente libertadores. Además de la
certificación de que un hecho tan trágico haya ocurrido y la constatación de que no se haría justicia
sobre esto, se toma conciencia de que no era un error, desviación o exceso, sino la expresión de la
naturaleza de este régimen en su forma más pura o mejor dicho más honesta. Esta evidencia
histórica, ha modificado el juicio de Walsh sobre la Revolución Libertadora y pari pasu su lectura
global del peronismo y la política argentina en general.
“Suspicacias que preveo me obligan a declarar que no soy peronista, no lo he sido ni
tengo intención de serlo. Si lo fuese, lo diría (...) Tampoco soy un partidario de la
revolución -que como tantos- otros creí libertadora. Se perfectamente, sin embargo, que
bajo el peronismo no habría podido publicar un libro como este, ni los artículos
periodísticos que lo precedieron, ni siquiera intentar la investigación de crímenes
policiales, que también existieron entonces. Eso hemos salido ganando. La mayoría de los
periodistas y escritores llegamos, en la última década, a considerar al peronismo como un
enemigo personal. Y con sobrada razón. Pero algo tendríamos que haber advertido: no se
puede vencer a un enemigo sin antes comprenderlo.
En los últimos meses he debido ponerme por primera vez en contacto con estos
temibles seres -los peronistas- que inquietan los titulares de los diarios. Y he llegado a la
conclusión (tan trivial que me asombra no verla compartida) de que, por muy equivocados
que estén, son seres humanos y debe tratárselos como tales. Sobre todo no debe dárseles
motivos para que persistan en el error. Los fusilamientos, las torturas y las persecuciones
son motivos tan fuertes que en determinado momento pueden convertir el error en verdad.
Mas que nada me temo el momento en que humillados y ofendidos empiecen a tener razón.
Razón doctrinaria, amen de la razón sentimental o humana que ya les asiste, y que en
último terminó es la base de aquella. Y ese momento esta próximo y llegará fatalmente, si se
insiste en la desatinada política de revancha que se ha dirigido sobre todo contra los
sectores obreros. (Walsh:2001:192)
En estos párrafos Walsh resume, fiel a su estilo, su posición política y un primer cambio.
Asume no ser peronista y hasta se considera un razonable enemigo personal del mismo. Sin
embargo, aclara que ya ha dejado de creer en el gobierno de Aramburu-Rojas, por lo menos en su
atributo libertador. Es interesante el saldo que recupera Walsh. Sostiene haber salido ganando al el
poder publicar un libro sobre crímenes policiales. En retrospectiva, y con el diario del lunes, se
podría argumentar que las atrocidades del cuerpo policial cometidas luego del peronismo son de una
escala incomparable, y que además el peronismo ha sido el único que ha intentado reformar la
institución policial. Tanto en 1974 como en 2011, se ha intentado modificarla y adaptarla al
paradigma imperante en un estado de derecho democrático, del cual la policía siempre ha creído
tener cierta autonomía.
Walsh comienza a observar el despliegue de un sistema represivo en sintonía con la política
de desperonización, cuya expresión más cruda puede encontrarse en el decreto 4161 que prohibía
incluso la mención del nombre Perón o sus familiares. Atónito, admite la condición humana de estas
personas que, por más “erradas” que estén, no pueden ser sometidas, por una cuestión ética, a
fusilamientos, torturas y persecuciones. Pero además, y aquí la sagacidad precursora de la mente de
Walsh vuelve a deslumbrar, esta política de desperonización y su instrumentación represiva no debe
aplicarse pero por otra razón, de orden práctico. Puede, en determinado momento, “convertir el
error en verdad” y dotarlos de razón doctrinaria. Es decir, estas atrocidades lograrán que los
temibles peronistas cosechen el apoyo de otros sectores por una cuestión humana de solidaridad
fundamental. Pero lograrán algo más: aquellos que no se consideran peronistas, incluso los que
podrían verse a sí mismos como antiperonistas, verán que la alternativa al peronismo no es un
sistema democrático liberal, con arreglo a reglas institucionales propias de una república moderna.
No verán frente a la “barbarie” peronista hay civilización alguna, sino una barbarie de tipo diferente
y de escala inconmensurablemente mayor. Esto dotará, a los ojos de estos sectores, al peronismo de
razón doctrinaria. Verán que hay razón doctrinaria en palabras del General Perón “No es que los
peronistas seamos buenos, sino que los que vienen son mucho peor”.
La historia real de Nicolás Carranza que abre Operación Masacre ilustra de manera muy
clara esta historia y destino del peronismo y los peronistas.
“También Carranza va desarmado. Se dejará arrestar sin resistencia. Se dejará matar como
un chico, sin un solo movimiento de rebeldía. Pidiendo inútilmente clemencia hasta el
balazo final” (Walsh:2001:35)
Esta actitud de Carranza condensa la actitud de todo un sector del peronismo. Una actitud de
profunda inocencia. Obrero del ferrocarril, fue perseguido por la policía por repartir volantes
peronistas. Su hija menor fue arrestada sólo por ser su hija y para presionarlo a entregarse. En un
momento, su esposa aquejada por las deudas y la posibilidad de que la empresa ferroviaria le quite
la casa, ya que su marido no es más empleado, le pide que se entregue. Él contesta “No he robado.
No he matado. No soy un delincuente” (Walsh:2001:31). Un completo inocente en ambos sentidos
de la palabra: inocente penalmente de acuerdo al ideario republicano que destina a la cárcel a los
que infringen una ley imparcial y sin sesgos arbitrarios; inocente políticamente por creer que en la
Argentina posterior al peronismo existía una república con leyes imparciales y sin sesgos
arbitrarios.
“Dieciséis huérfanos dejó la masacre (...) Esas criaturas en su mayor parte prometidas a la
pobreza y el resentimiento, sabrán algún día -saben ya- que la argentina libertadora y
democrática de Junio de 1956 no tuvo nada que envidiar al infierno nazi.”
(Walsh:2001:126)
En el camino que convertirá al error en verdad, ya no se encuentra el pobre Carranza. Su
destino fue participar en la fundación de ese primer peronismo. Muerto por ese obtuso sistema
represivo, Carranza deja 6 chicos. Es esta segunda generación de peronistas la que tiene por destino,
impuesto desde fuera, convertir el error en verdad; la que terminará de confirmar al peronismo
como el Hecho Maldito. Y así como en Carranza se condensa la historia de la primera generación
peronista, en sus hijos se puede ver el destino-historia de la segunda. Lo que es destino, para el
Walsh del 57 (“sabrán algún día”) es historia y realidad consumada para sus lectores actuales
(“saben ya”). Generaciones enteras vieron cercenados sus derechos más fundamentales,
lógicamente, a través de los medios más brutales, por lo que las palabras democracia y república
dejaron de tener sentido. No solo para los tantos huérfanos peronistas, obreros, asalariados que
nunca dudaron de la naturaleza del peronismo y mucho menos de la naturaleza de la Revolución
Fusiladora; sino también para muchos sectores llamados medios, intelectuales, escritores, liberales,
comerciantes y profesionales que, al igual que el propio Walsh, despertaron de la ensoñación de
pensar en términos de Civilización y Barbarie, y vieron que en realidad los términos estaban
invertidos. Ya en la introducción a la primer edición del 57 sostiene:
Entretanto, el Jefe de Policía que ordenó esta masacre en particular sigue en su cargo. Eso
significa que la lucha contra lo que el representa continúa. Y tengo la firme convicción de
que el resultado ultimo de esa lucha influirá durante años en la índole de nuestros sistemas
represivos; decidirá si hemos de vivir como personas civilizadas o como hotentotes.
(Walsh:2001:194)
Los Rojas y Aramburu llevaron la barbarie y la violencia a la puerta de estas personas, sin
motivo ni justificación. Luego de que por primera vez en la historia argentina hubo una década de
estabilidad y democracia, sin guerras, fusilamientos, torturas y represión, la política de
desperonización implantó de vuelta la violencia como el mecanismo para dirimir y procesar los
intereses de los diferentes sectores de la sociedad. En el apéndice de la primera edición Walsh se
aventura en una reflexión sobre lo que para él entonces denominaba “terrorismo”, específicamente
el “terrorismo de abajo” como respuesta ineludible frente a ese sistema represivo.
Lamento que “Marcelo” haya tomado el estéril camino del terror para disipar ese fantasma
[la muerte del joven Lizaso]. Pero yo pregunto: le han ofrecido otro los altos jueces y los
gobernantes que protegen al asesino de su amigo? (Walsh:2001:208)
El señor juez pudo entonces [en la conferencia de prensa que comunica el arresto de una
organización “terrorista”] explicar que el terrorismo no es algo que nace por generación
espontánea. Pudo explicar que la actitud del terrorista de abajo que coloca una bomba es la
respuesta al terrorismo de arriba que aplica la picana (...) Y que, si cabe establecer algún
matiz diferencial, es a favor del terrorista de abajo, que por lo menos no cuenta con la
impunidad asegurada, no cree estar defendiendo la democracia, la libertad y la justicia, y
no organiza conferencias de prensa.(Walsh:2001:210)
Son curiosas estas posturas de marzo del 57 para aquellos que conocen la historia completa
de Walsh. En 1972, con 45 años, plenamente inserto en la militancia peronista, se incorpora a la
organización Montoneros. El 1 de junio la misma había dado muerte al general Aramburu. Luego de
los breves comentarios expuestos sobre el origen y naturaleza de la violencia política en Argentina,
queda claro que sobre este hecho la palabra “ajusticiamiento” y “fusilamiento” denotan posturas
políticas y éticas claras sobre el tema. Aramburu fue responsable de los fusilamientos ilegales,
muertes, torturas, persecuciones y de otros actos de barbarie como la profanación del cuerpo de Eva
Perón. Difícilmente pueda calificarse de justicia que en 1970, durante una dictadura militar sin
elecciones libres, continuase en libertad. En todo caso podemos apelar, en los términos del joven
Walsh, al “matiz diferencial” a favor del “terrorista de abajo”. De todos modos, esta es una lectura
en el marco de una sociedad que en 2011 cumple 27 años de democracia. Es decir, 27 años donde
los ciudadanos argentinos pueden elegir libremente si votar o no al peronismo y sus representantes.
En todo caso, lo interesante a contrastar no es el juicio actual sobre la violencia política, sino al
recorrido que trazó el propio Walsh sobre este punto.
Otros puntos ilustran a su vez estos cambios profundos. En un agregado posterior a
Operación Masacre, sus críticas al peronismo serán de una naturaleza diametralmente opuesta,
acorde a un Walsh cuya forma de concebir lo que es la política y su naturaleza han dado un vuelco
irreversible. Destaca, hablando de la proclama que redacta el movimiento de los generales rebeldes
Tanco y Valle, dos aspectos del peronismo en la época de la resistencia: “una obvia aptitud para
percibir los males que sufre en forma directa en cuanto fuerza popular mayoritaria; y una notable
ambigüedad para diagnosticar las causas, convertirse en movimiento revolucionario de fondo y
abandonar definitivamente al enemigo las consignas electorales y las bellas palabras.”
(Walsh:2001:67). Como es de notar esta crítica del peronismo contrasta notablemente con las
críticas más tempranas sobre las libertades de los escritores, más acordes a su situación personal de
escritor y periodista y a su concepción formal republicana de la política.
De hecho, es incluso su concepción de sí como escritor que se verá profundamente
modificada. A sus 30 años, en 1957, Walsh creía no sólo en un sistema republicano que permitiese
publicar un libro, sino también creía en los libros en sí, como instrumento para modificar las
injusticias que pudiese haber en ese sistema republicano. La cita presentada al comienzo vuelve a
figurar aquí, esta vez completa:
Y creo en este libro y en sus efectos. Espero no se me critique el creer en un libro -aunque
sea escrito por mi- cuando son tantos más los que creen en las metralletas.
(Walsh:2001:195)
Plenamente incorporado al peronismo revolucionario, Rodolfo Walsh dejará de confiar en
los libros. Quizá justamente por su propia experiencia. Pasará, en los términos de los marxistas, del
arma de la crítica a la crítica de las armas. Se verá reducida su faceta de escritor frente a la del
militante. Él mismo solía decir al final de su recorrido que era marxista, aunque uno malo porque
leía poco. Curiosa afirmación ya que para los marxistas, no se trata de describir de diversos modos
el mundo, sino de transformarlo. Walsh hizo justamente eso. Lo que comenzó con la descripción de
los hechos, terminó con la transformación de los mismos. Vaya diferencia con Truman Capote, y
también con los “buenos marxistas” que quizá leen mucha y transforman poco.
Para concluir, lo más interesante de este recorrido intelectual de Walsh, es que su progresiva
incorporación al peronismo, la recuperación que él hace de sus valores y, en lo sustancial, de su
gente, hoy encuentra un proceso análogo en muchos argentinos que tradicionalmente no se
consideraban peronistas. El peronismo como identidad, como ideología, como forma de sentir y
vivir la realidad, en los últimos años se ha comenzado a valorizar. Su vocación de mayorías sigue
siendo su principal fortaleza, su voluntad de paz y democracia sigue siendo intachable. Aquellos
sectores refractarios ven hoy que cualquier problema que pueda tener el peronismo, es
incomparable frente a las barbaridades que sus detractores más fundamentalistas pueden llevar
acabo. El proceso es similar al que individualmente recorrió Walsh. Pero lo más destacable es que
un movimiento político de más de 60 años de historia, incorpore hoy día miles y miles de jóvenes,
de diversos sectores sociales y con historias familiares diversas. Estos constituyen el último
resguardo de que el movimiento no caerá en el olvido, sino que continuará en la Historia Argentina
por muchos años más. Que no es sólo un fragmento de historia empolvada, sino pura materia vida y,
justamente, en movimiento. Aquellos que quisieron eliminarlo, o apostaron a que se olvidaría, ven
crecer las flores y al peronismo desde abajo. Esperemos que esta vez, a estas nuevas generaciones
de peronistas no se les enfrente con bombardeos, proscripciones, represión, torturas, fusilamientos y
desapariciones.
Rodolfo Walsh fue asesinado el 25 de marzo de 1977, en la esquina de Entre Rios y San
Juan, por un grupo de tareas de la ESMA. La causa judicial de su muerte hoy sigue abierta. Su
causa política sigue viva. No es, como creía él sobre su propia obra, un fragmento de historia. La
lucha contra los Fernández Suarez que le dieron muerte continúa. La convicción sigue siendo la
misma: ”el resultado ultimo de esa lucha influirá durante años en la índole de nuestros sistemas
represivos; decidirá si hemos de vivir como personas civilizadas o como hotentotes”.
Nota: la edición de Operación Masacre que se utiliza es la publicada por Ediciones de la Flor en
septiembre de 2001.