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Estética, Marcuse Kant y Schiller
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Perspectivas de la estética contemporánea, Grado en Filosofía.
Marcuse y la estética.
Herbert Marcuse con su interés por la literatura y el marxismo se convirtió en un
pensador preocupado por la función transformadora y revolucionaria del arte. Marcuse,
que hizo en Eros y Civilización una reinterpretación hegeliana del Malestar de la
Cultura coincide con Freud en que existe una ideología dominante en las sociedades
occidentales, pero se distancia de él al pensar que esta ideología acuña el caldo de
cultivo necesario para su liberación, afirmando como posible aquel utópico sueño de
alcanzar la felicidad y crear una civilización no represiva.
Preocupado por las patologías sociales del capitalismo, se sirvió del freudismo para
elaborar un análisis antropológico desde una óptica histórico social. Explica que los
sujetos viven bajo una dicotomía pulsional: principio de realidad y principio de placer.
Estos instintos constitutivos del aparato mental diferencian el ego y el inconsciente,
estableciendo una estrecha relación entre fantasía y sexualidad. La fantasía y la
sexualidad son reprimidas por el principio de realidad que oculta todos los recuerdos
instintivos del género humano. Las actividades de la conciencia propias del principio de
realidad organizan este ego y mediatizan las pulsiones del principio de placer, sucede
así que la gratificación instintiva que el sujeto busca queda modificada sustancialmente
en forma y duración. Bajo este marco Marcuse trata de suplir algunas deficiencias del
marxismo dando cuenta de la conformación de la subjetividad en el capitalismo
avanzado. Este horizonte conceptual permite al filósofo hablar de fantasía e
imaginación, conceptos que le permitirán del mismo modo preguntarse acerca del
vínculo entre memoria, política y arte.
La estética abordada en Eros y civilización se centrará principalmente en su campo de
actuación durante la segunda mitad del siglo XVIII período durante el cual se hará
manifiesta la relación de la libertad, el arte, la verdad, la belleza el placer y la
sensualidad. Para esclarecer su interpretación Marcuse se sirve de dos figuras
indispensables en lo que refiere la reflexión estética del momento, Kant y Schiller. La
pertinencia de ambos se hace patente cuando nos damos cuenta de que para todos lo
estético se convierte en mediador de lo moral y lo político.
En Eros y Civilización Marcuse reseña el fracaso de la dimensión estética en su
pretensión de modificar el principio de realidad. A sus ojos esto es consecuencia del
precio que hay que pagar por proceder de un lugar como la imaginación, facultad
mental constitutiva del pensamiento. Aún así Marcuse parece entender que
precisamente esa ruptura con lo real ha permitido que mantenga una libertad que brilla
por su ausencia en las restantes facultades. Su propósito es entonces demostrar que los
valores estéticos no tienen efectividad en el conocimiento y la realidad porque son
objeto de una “represión cultural”. Por este motivo, tratará de definir el sentido y la
función de la estética, que ha tratado de reconciliar lo sensual y lo racional, verdad,
libertad y belleza.
Como buen freudiano, Marcuse considera que la civilización se sostiene sobre la
represión de los instintos del hombre pero se distancia de su maestro cuando afirma que
dicha represión es superable. En primer lugar piensa que para lograr semejante reto la
sociedad debería deshacerse de todas las estructuras existentes. Esta tarea se torna difícil
cuando las personas a pesar de estar condicionadas por la sociedad industrial y
reprimidas son felices, por este motivo una tarea tan complicada sólo podría ser llevada
a cabo por determinados sectores sociales tales como los intelectuales, estudiantes,
pueblos dominados, mujeres…
A continuación realizará un análisis del principio de realidad con la intención de
derrocar la opinión freudiana de su irrevocabilidad y abrir al debate la discusión sobre
una sociedad no represiva. La tesis contraria afirma que el uso de la energía instintiva de
un modo reprimido constituye un pilar básico de la civilización y que su destrucción
llevaría a un desastre social.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII la dicotomía entre la sensibilidad y el pensar
alude continuamente a una separación naturaleza/moral que ha dejado abierta la
pregunta por la libertad y sin conexión entre sí a la razón teórica y a la práctica. Esta
brecha permite la consideración de una tercera facultad en la teoría del conocimiento
capaz de mediar entre ambas a través del dolor y del placer, esta facultad es la del juicio
estético y es posible por medio del arte. Kant estableció que lo estético era esencial para
la fundamentación de la libertad pues los símbolos generados por el arte ponían de
manifiesto su existencia en la naturaleza. Para Kant el gusto derivado de la belleza de un
símbolo era consecuencia de una intuición que revelaba analógicamente la existencia de
la libertad en la naturaleza.
La dimensión estética se caracteriza por su predominancia en lo sensual, la experiencia
estética siempre comienza en los sentidos y se caracteriza por la sensación de placer.
Este placer es consecuencia de la comprensión de un símbolo que se constituye como un
juego de la imaginación, facultad que participa en la configuración de estos símbolos.
Marcuse afirma que la imaginación es sensual en tanto que esta provoca placer, pero
que precisamente porque ese placer es consecuencia de la intuición de una forma pura
trasciende a la sensación. Es decir, Kant entiende la belleza como la sensación de placer
derivada de la intuición de una forma pura, esta forma pura es producto de una actividad
creativa y se recibe a través de un objeto. La belleza se manifiesta como una conversión
de lo múltiple en unidad, un proceso subjetivo pero cuya formalidad le otorga validez
objetiva. Este placer desinteresado muestra la relación existente entre los sentidos y el
intelecto. En La Crítica del Juicio la imaginación se convierte en esencial para la belleza
y por tanto para la libertad. El campo de aplicación de esta facultad es el arte cuyos
símbolos se reconocen a través de un proceso intuitivo que se manifiesta
analógicamente y no por medio de conceptos. La sensación es la que revela la existencia
del símbolo, símbolo que al mismo tiempo muestra otras cosas. La teoría estética de
Kant se sostiene bajo el precepto que sigue: “Lo bello es el objeto de un placer
desinteresado”, una de las cuestiones que vierten de esta afirmación es precisamente que
el placer producto de la belleza no es consecuencia del deseo, la experiencia estética es
una perturbación inesperada, no procede de la búsqueda de un fin concreto. El campo de
lo estético se caracteriza por su predominancia en lo sensual y la sensación de placer
que la belleza implica. Este placer no es la satisfacción de un deseo pretendido sino que
es desinteresado, pues no es una respuesta al instinto, sino que vierte de la comprensión
de un símbolo. El placer estético procede de la sensualidad pero al mismo tiempo la
trasciende. Kant afirmaba que la imaginación como facultad juega creando símbolos,
creando formas puras. Estas formas puras se reconocen intuitivamente por medio del
objeto. Esto implica necesariamente que cuando la sensualidad participa de la
imaginación hay intrínseco en este proceso una actividad creativa. La imaginación se
sirve de la sensualidad para crear formas en los objetos un proceso que crea formas en
los objetos. La belleza se manifiesta como una conversión de lo múltiple en unidad, un
proceso subjetivo pero cuya formalidad le otorga validez objetiva. Este placer
desinteresado muestra la relación existente entre los sentidos y el intelecto. La Crítica
del Juicio presenta está facultad como un paso esencial de la naturaleza para llegar a la
libertad.
La dimensión estética kantiana en este sentido es liberadora pues escapa a lo necesario
de la naturaleza causal, su conocimiento emerge desprovisto del aparato lógico y
conceptual que para Kant constituía las condiciones necesarias del conocimiento de los
fenómenos, la belleza no muestra el objeto en sí mismo ni expresa un concepto
universal y necesario que permita reconocer la belleza en otros objetos. La gratuidad
inagotable de la belleza, le otorga una suerte de inutilidad e inefabilidad que revela su
propia naturaleza, denota la ausencia de conceptos y por tanto de una teleología. La
ausencia de conceptos en la experiencia de lo bello no implica la ausencia de formas,
estas a pesar de darse del mismo modo que lo particular, empírico y singular poseen la
capacidad de hacerse patentes en diferentes sujetos, adquieren validez universal,
objetividad. Lo bello sólo sucede ante el sujeto, no pertenece al objeto, sino que es
consecuencia de un proceso subjetivo que radica en la sensualidad, del modo que tiene
el sujeto de percibir dicho objeto. Este tipo de percepción si adquiere un cariz
apriorístico y universal en tanto que es consecuencia de un proceso subjetivo sensual.
Esta posibilidad de universalidad del juicio estético kantiano en la que los conceptos
brillan por su ausencia, le otorga una legalidad sin ley pues opera del mismo modo con
la particularidad de no poseer un camino necesario, vive en libertad. La belleza es una
representación simbólica, satisface al entendimiento y en ella se puede determinar un
orden general, es juzgada, pero no desde su utilidad ni desde su finalidad. La belleza
obedece a la imaginación cuya tarea es la representación libre del objeto dado. El placer
es consecuencia de la armonía entre lo racional y lo imaginativo, la creatividad permite
la conjunción de lo universal y lo subjetivo, no existe escisión para el sujeto en la
experiencia estética. Además lo estético preludia lo moral. La estética apunta a la ley
moral que se da a sí misma sin someterse a otra legalidad previa, la belleza se alza como
símbolo de la moral en este punto, no es casualidad que Nietzsche entonces llamará a la
configuración de la vivencia como obra de arte.
Marcuse también recibirá una enorme herencia del pensamiento de Schiller y este es
esencial para la comprensión de su pensamiento por lo que haremos un pequeño
recorrido ya que explica de algún modo también a Marcuse.
Schiller lleva a cabo una crítica a la razón ilustrada y el sujeto moderno, partiendo de
los propios principios de la Ilustración los cuales defiende pero en cuya puesta en
práctica ve un fracaso. Su reflexión parte de una concepción antropológica que dibuja
una doble naturaleza inseparable, sensible y racional, de las personas, apelando muy
kantianamente a la distinción: sensibilidad y entendimiento. El arte es el medio por el
cual la humanidad puede alcanzar la verdadera libertad política, esta transformación no
se refiere al individuo, sino a la vida colectiva de la ciudadanía, la forma que se tiene de
vivir. Marcuse coincide con Schiller en este punto porque ambos piensan los fenómenos
sociales como hechos psicológicos en tanto que son producto del movimiento colectivo
del pensamiento, ambos coinciden en que las personas al vivir en sociedad reproducen
determinadas costumbres psíquicas, estas costumbres sea cual sea su causa reproducen
algo más profundo, su concepción de lo que es o debiera ser el mundo, concepción que
parte de cómo la humanidad se interpreta a sí misma, tanto individual como
colectivamente.
La construcción del sujeto moderno devino en la creación de las libertades individuales,
la separación de poderes y el modelo político de Estado europeo. Este período produjo
una desconexión, pues el frustrado intento por cumplir los ideales franceses ha destruido
la moralidad; así el objetivo primordial de su proyecto educativo consistiría en una
transformación de la forma de vivir de los sujetos, la tarea del arte por tanto, es
armonizar la sociedad.
Su crítica a la Ilustración busca poner de manifiesto la derrota para el ser humano que
supuso la Revolución Francesa, período que realmente no constituyó una lucha por la
verdadera libertad política, sino una lucha por el poder, en la que sus combatientes
presos de un concepto incompleto de libertad se convierten en víctimas de su triunfo,
porque la libertad no es algo posible de arrebatar de manos ajenas. El filósofo considera
que, en el camino a la libertad, primero es necesaria una liberación interna de la
humanidad que permita ver las cadenas externas que nos atan, la preparación de esta
libertad interna compondrá lo que para Schiller será el principal objetivo de su proyecto
educativo, para ello será necesaria una conciliación de los impulsos formal y material,
estos impulsos coinciden con la teoría de Marcuse o con la teoría freudiana pues podrían
ser identificados con la dicotomía pulsional del psicoanálisis.
La sexta de las Cartas sobre la educación estética del hombre, texto en el que Schiller
desarrolla su propuesta educativa, comienza recordando las similitudes existentes entre
la generación de su tiempo y la ilustrada, afirmando el fracaso que como civilización
significó para los modernos “alejarse del principio de naturaleza”, porque representa
un modelo equívoco de la vida y de las personas, refiriéndose a la conversión de la
razón en instrumento, a que esta se vuelva objeto de sí misma y a que se piense la
naturaleza humana como un sujeto desvirtuado de sentimientos ajeno a lo que le rodea.
Este movimiento de la razón ilustrada supone para Schiller un paso en falso para la
verdad y el conocimiento, implica una negación de lo que nos es más propio y comporta
la causa de los males que afectan a la generación de su tiempo.
La crítica a este distanciamiento del ser humano con su propia naturaleza vierte de la
construcción de la racionalidad moderna, que comporta para Schiller una traición, el ser
humano no se hace justicia a sí mismo, pues en su deseo sensible y racional de dar
forma a la vida hay también un impulso sensible reprimido como consecuencia de este
intento de perpetuación de la razón teórico como modelo del hombre en su totalidad.
Ese punto nos permite pensar la propuesta marcusiana del Eros liberado y de la
transformación sustancial del deseo humano en función de los intereses del modelo de
civlización establecido. La cultura de la modernidad y un incompleto concepto de razón
han desnaturalizado la forma de vivir de los pueblos, la reparación de esta escisión de la
vida es el camino para una reconciliación de los sujetos consigo mismos.
Schiller no fue ajeno a la “tiranía”1 de Grecia sobre Alemania descrita por Butler,
envuelto en fascinación por la cultura helénica se vio seducido por la convivencia entre
arte y sabiduría existente en la sociedad griega.
En las cartas reivindica con nostalgia una refundación de la cultura europea, evocando
a una reparación anamnética con el pasado por medio de la imagen del ciudadano
griego, reclamando la ejecución de una sentencia a favor de la justicia cósmica de una
naturaleza oprimida, esta reparación también es reivindicada por Marcuse y sostiene que
el arte tiene la capacidad de mostrar los recuerdos de la represión de nuestros instintos,
recuerdos de nuestros primeros años de vida que han sido racionalizados por medio del
principio de realidad. Esta nostalgia de la que habla Schiller no tiene el propósito de
volver al pasado sino que llega hasta ella para manifestar la realidad presente e
interpretarla, la nostalgia de Schiller es un síntoma de la enfermedad que supone la
1 .Butler, E.M., 1958
escisión del hombre moderno, el sueño que provoca el arte de un deseo liberado puede
tener mucho que ver con esta nostalgia.
El modelo cultural griego no reprimía la sensualidad inherente a la vida humana, sino
que lo incluía como un elemento necesario del desarrollo humano, fomentaba y
valoraba la ejecución de los impulsos creativos, haciendo que el arte formará parte de la
vida, de lo social, de la política., porque el ser humano se pensaba a sí mismo tal y como
era y no era preso de un modelo de hombre que opera como patrón de la vida, no
oprimía la existencia.
En Grecia, la ciudadanía coexistía con la naturaleza y los dioses en armonía. Esta
relación se ha ido perdiendo progresivamente a lo largo de la historia; la libertad del
sujeto, la moralidad y los intereses de la comunidad se han escindido a la par que lo han
hecho las facultades del hombre.
“Vemos a los griegos plenos tanto de forma como de contenido, a la vez filósofos y
artistas, delicados y enérgicos, reuniendo en una magnífica humanidad la juventud de la
fantasía con la madurez de la razón.” Cartas sobre la educación estética del
hombre,Carta VI.
La figura del ciudadano heleno señala las deficiencias del sujeto de su época y el
desgarro natural que la jerarquía del conocimiento y la coronación de la razón modernas
han traído consigo.
Cuando Schiller describe la función pública de la poesía, del arte en el estado griego,
describe como la polis ejercía una representación real de la naturaleza humana porque
incluía como componentes sociales de la cultura en lo político todos los aspectos de la
naturaleza humana, poesía y filosofía cooperaban para el desarrollo integral de la vida y
no existía discriminación alguna entre los conocimientos que pudiesen aportar porque
aspiraban a una verdad común. Marcuse piensa que el socialismo puede aspirar a limar
estas deficiencias, aunque no es tan optimista como Schiller. El conocimiento entonces
no se encontraba delimitado por intereses técnicos como consecuencia de una
concepción antropológica errada. Parece que para Schiller el hombre es la medida de
todas las cosas, si se construye mal el hombre el conocimiento no le hará justicia. Los
males que aquejan a la época son consecuencia de una mala construcción de la razón,
incompleta en la que la facultad práctica y crítica del hombre está ausente. La
construcción del hombre y sus modos de conocer la realidad determina el modo que
tiene de pensar el mundo y por tanto cuales son los modos que tiene de relacionarse con
la vida, lo que genera infelicidad e injusticias. Por este motivo tanto Schiller como
Marcuse apelan a un cambio en el modo de vivir público porque así se construye un
nuevo mundo, la búsqueda de la mayoría de edad moderna, aspiración patente en la
filosofía de su tiempo se alcanza por medio de la educación estética en Schiller y de la
incorporación de la dimensión estética en el pensar humano para Marcuse, ya que la
sensibilidad se erige como falta en la sociedad europea. A pesar de tener en cuenta la
importancia del papel de la razón para el desarrollo, parece una contradicción no tener
en cuenta que la materia es su condición necesaria porque incluso los motivos que
mueven las investigaciones son fruto de los sentimientos y las emociones humanas.
Para arrojar algo de luz sobre esto último, Schiller retrata los dioses griegos,
ordenadores y no creadores, una proyección refinada del “deber ser”, dónde los propios
dioses también eran pasionales, “de manera que ningún dios careciera de una completa
humanidad” la divinidad en Grecia, la perfección, representaba razón y forma, pero
también sensualidad, pasión, materia. Marcuse piensa analógicamente a Schiller
también en este punto porque a pesar de no tener dioses sí tenemos propaganda e ídolos,
que llegan a devenir en barbarie.
Mientras tanto, el hombre moderno carece de modelo, mirándose así mismo a través de
un espejo que distorsiona la imagen que tiene de sí, aislándose sin una figura colectiva a
la que apelar, sin un sentido. Las leyes de la ciencia y de la técnica operan
mecánicamente desvirtuándose de los motivos que llevaron a su creación. El interés
común está vetado porque no hay un propósito colectivo, no hay un sujeto político en el
que la ciudadanía se vea reflejada (de momento, tiempo al rumor), a Schiller le faltó
escribir Dios ha muerto.
El desarrollo de aquello que atañe al entendimiento, al desarrollo científico técnico, no
ha hecho que se viva mejor, la libertad de un ciudadano griego sigue siendo superior a la
de un ciudadano moderno. El primero se hace responsable de todas sus facultades
mientras que el segundo sólo presta atención al entendimiento, dejando una parte de
aquello restante que también le es propio a la deriva, permitiendo que quede reprimido
inconscientemente, el arte para Marcuse muestra esta verdad de recordando el instinto
reprimido, mostrando un Eros liberado.
La cultura moderna o cultura teórica de la Ilustración es responsable de la perpetuación
de este estado de cosas. La división de las ciencias, de la experiencia y de los poderes
del Estado han generado una división estricta también de los estamentos y de los
oficios, en resumen de la vida. La persona no puede construir ni crear, la racionalidad
determina lo que tenemos que ser y cómo tenemos que vivir, los anuncios televisivos
han dejado de mostrar las propiedades de un producto para vender experiencias, existe
en Instituto de la Felicidad de Coca-Cola. La humanidad ha dejado de vivir como
pensaba para pensar como vive. La razón determina lo que debe ser la materia, porque
posee un lugar de privilegio frente a la sensibilidad. Facultativamente la perspectiva
formal y la sensible deberían actuar recíprocamente, en busca del cumplimiento y la
gestión de la voluntad humana.
El Estado, el pensamiento, el modo de acercarse al mundo, de estar en él y de construir
la realidad no pueden ser desde una perspectiva alejada de lo que se vive y se siente ni
distanciarse de la vida a traición, sino todo lo contrario.
Esta forma de ver la vida, aliena, esclaviza. El ser humano debería construir de acuerdo
a lo que quiere, sensible y racionalmente, pero contrariamente se diluye, llegando a
querer emular irremediablemente un mal plagio de sí mismo. Las mujeres y los hombres
actúna de acuerdo a lo que una imagen distorsionada de sí les dice que tienen que ser,
imagen que “paraliza la actividad de su inteligencia libre” según Schiller, no explota su
capacidad cognitiva porque su rango de actuación está restringido “una memoria
ejercitada es mejor guía que el genio y la sensibilidad”, la reproducción constante de las
formas imperantes bloquea la materia y por tanto el surgimiento de nuevas formas, el
reloj se para.
Insistir continuamente en esta mecánica, situarla en el centro de los intereses de la
humanidad, oprime la creatividad e impide el paso a la verdad real. No es conveniente
para el Estado esta superación, es incluso una amenaza para lo que representa y para lo
que constituye, al tiempo que significa la libertad real de la humanidad.
Como consecuencia de un análisis de la situación de la epistemología en las ciencias
establece una conexión entre su división y el orden social burgués de la época. A través
de la especialización del conocimiento explica la división de las ocupaciones, cuestión
que determina la interpretación que hace de la relación de los individuos con el Estado.
Para Schiller esta división del trabajo es consecuencia de la división del hombre, de la
fragmentación de la vida humana, del conocimiento. Schiller describe al hombre
moderno como incompleto pues este sólo es un “artificioso mecanismo de relojería”,
pues el hombre sólo se desarrolla realmente en pleno uso de sus facultades. La
existencia del hombre para Schiller requiere una dimensión social, si el hombre no vive
de acuerdo a lo que es, su existencia se quiebra. Describe el Estado como una
proyección de la imagen del sujeto moderno, por este motivo es necesaria una
pedagogía a modo de paideia porque sino cambia el modo de vivir de las personas no se
podrá cambiar la sociedad y nadie será realmente libre, porque la libertad no es sólo
individual, la libertad también es social, la sociedad es determinante en tanto que
supone una condición de posibilidad de la libertad.
Schiller, cual indignado del 15m, crítica un modelo de Estado que no representa los
intereses de su ciudadanía, ya que mientras siga ajeno a la voluntad y a la necesidad
ciudadanas y no se transforme en un sujeto político que establezca una correspondencia
ciudadanía-Estado, el distanciamiento del pueblo y la clase política se irá ensanchando
cada vez más. Para gusto de Marcuse Schiller dice así “ los ciudadanos no pueden sino
recibir con indiferencia unas leyes que bien poco tienen que ver con ellos mismos”, de
modo que así se irá poco a poco generando una sociedad despolitizada, dónde los
individuos caminen hacia el aislamiento, dónde ya los balcones no se asomen a las
calles y se acristalen para esconder la vida, destruir el espacio público, convirtiendo al
Estado en un mero gestor de los intereses de la construcción de una racionalidad que
domina lo que significa y determina lo que es ser humano.
La oposición de estas fuerzas sirve a la cultura teórica como instrumento para su
perpetuación, porque el antagonismo de las facultades humanas lleva a una
fragmentación del espíritu y tanto la especialización del conocimiento como el auge del
desarrollo de algunos de sus ámbitos impulsan su continuidad. Schiller afirma entonces
que esta división de las facultades humanas y el auge de la ciencia y de la técnica son un
proceso necesario para el desarrollo del conocimiento:
Una práctica unilateral de las facultades humanas lleva al individuo inevitablemente al
error, pero conduce a la especie hacia la verdad. Sólo reuniendo toda la energía de
nuestro espíritu en un punto, y concentrando todo nuestro ser en una sola de nuestras
facultades, damos alas a esa facultad, y la llevamos artificialmente mucho más allá de
los límites que la naturaleza parece haberle impuesto.
El hombre sacrificó su esencia en pos de este conocimiento pero no significa que esto
sea insuperable, el arte entonces parece convertirse en el elemento que falta en la
construcción del sujeto moderno.
“Tiene que ser falso que el desarrollo aislado de las facultades humanas haga necesario
el sacrificio de su totalidad; y por mucho que la ley de la naturaleza tienda hacia ese
fin, debemos ser capaces de restablecer en nuestra naturaleza humana esa totalidad
que la cultura ha destruido, mediante otra cultura más elevada.”
Luego es posible que Marcuse se distanciará de Freud por estar más de acuerdo con
Schiller en este punto, porque Marcuse afirma la posibilidad de crear una civilización
liberada en la que los instintos sean canalizados estéticamente.
Kant a través de la pregunta por las condiciones de posibilidad del conocimiento, las de
la moral y las del juicio estético se preguntaba en su totalidad por el hombre, Schiller a
través de la pregunta por el hombre y sus producciones en tanto que conocimiento,
revela la verdad como relativa al conocer humano. Incluye además el arte como un
modo de conocimiento, de modo que no contempla una caracterización jerárquica del
saber ni tampoco un ámbito especifico que al conocimiento le competa, porque a la
gente le compete la vida.
“Dios es o no es”. ¿Hacia qué lado nos inclinaremos? La razón no puede
determinarlo: hay un caos infinito que nos separa. En la extremidad de esta distancia
infinita se está jugando un juego en el que saldrá cara o cruz ¿Qué os apostáis? […]
Vuestra razón no queda más herida al elegir lo uno que lo otro, puesto que,
necesariamente, hay que elegir. He aquí un punto resuelto. ¿Pero vuestra felicidad?
Pensemos la ganancia y la pérdida, tomando como cruz que Dios existe. Estimemos
estos dos casos: si ganáis, ganáis todo; si perdéis, no perdéis nada: Optad, pues,
porque exista sin vacilar” Blaise Pascal, Pensamientos.
La dimensión estética es un recorrido en el que Marcuse trata de rescatar la radical
naturaleza transformadora del arte oponiéndose a la postura ortodoxa marxista que
defendía el arte proletario cómo el único capaz de ser realmente revolucionario,
Marcuse defiende que el arte tiene este potencial cuando la obra es auténticamente
autónoma de las categorías sociales dadas. Para explicar esta situación se centra en la
experiencia que el arte intenta expresar, esta experiencia emula a sus ojos un tipo
diferente de realidad. Esta realidad es deformada y reprimida por la sociedad en su
cotidianeidad y su resurgir consiste un renacimiento de la rebeldía de la subjetividad. La
defensa es cuestión de modos y no de modas, de forma y no de contenido, por su
verisimilitud, el hecho de que el arte sea creíble es consecuencia de la imaginación y la
fantasía, elementos que convierten en posibles otras realizaciones y gratificaciones del
deseo. El arte trasciende la realidad haciendo emerger nuevas percepciones de la la
misma y por tanto, nuevas conciencias, capaces de tener diferentes necesidades y por
tanto de construir nuevos mundos, esto es indiscutible.
Marcuse se propone realizar una revisión crítica de las tesis marxistas sobre el arte. Es
importante tener en cuenta los siguientes puntos de la teoría freudiana, mencionados
anteriormente, para la comprensión del análisis marcusiano:
1. Su especial énfasis en las emociones y las pasiones que con su potencial
liberador han sido tradicionalmente rechazadas.
2. La sublimación: la represión y cambio sustancial de las pulsiones, el modo en el
que los instintos más básicos son redirigidos para perpetuar el orden social.
3. Eros y Tánatos, las pulsiones más básicas y primitivas constitutivas de la
animalidad de la humanidad, su naturaleza más profunda, placer y muerte.
4. Catarsis: una idea más antigua que Freud pero cuya contribución fomentó
mucho su popularización. La liberación, limpieza o purificación de la psyché
producida por un desencadenamiento de las emociones.
A partir de la publicación del Hombre Unidimensional y durante las décadas de los 60 y
70 la vida de Herbert se convertirá en la de un activista político profundamente crítico
con sectores muy dispares, por lo que los textos publicados en aquellos años no serán
comparables a obras como Razón y Revolución o Eros y Civilización. Las obras del
filósofo durante estos años de su vida estarán adecuadas a los tiempos que apremiaban
la batalla que libraba Marcuse, la gran mayoría eran manuales para la acción, pequeñas
guías, intentó que sus reflexiones aportarán a la lucha política y cultural herramientas
que permitieran continuar el proceso revolucionario y que por otro lado allanarán el
camino de La dimensión estética (1978), una obra más teórica y nostálgica que
levantará pasiones en el marxismo que le observaba.
El compromiso fundamental de la obra pretende cuestionar la extendida suposición
sobre la obra de arte, su servilismo de acuerdo a las relaciones de producción. Marcuse
se opone defendiendo la autonomía del arte de dichas relaciones y presenta la obra de
arte como elemento liberador de la racionalidad dominante ya que este participa de
algún modo en la configuración de estas mismas relaciones.
Marcuse señalaba que existía un elemento común en el arte que nos daba la posibilidad
de determinar su calidad y que este tiene capacidades revolucionarias si supone un
cambio por su estilo y técnica, cuando no reproducen los parámetros habituales de su
momento, por sus modos, como hemos señalado antes, las obras de arte debieran o son
revolucionarias, porque ponen de manifiesto la liberación. En mi opinión cuando
Marcuse señala este potencial revolucionario del arte parte de la conmoción que supone
acercarse a la obra con sinceridad, acercarse al arte significa asomarse al espejo que
Alicia observaba a través, o seguir al conejo blanco, para encontrarse finalmente en un
mundo dónde arriba y abajo se salen por la tangente, dónde lo mismo cae en
contradicción. Resulta curioso que en la última versión cinematográfica de este relato
[SPOILER] Alicia decida no casarse con el aburrido noble y decida seguir viviendo
aventuras en la realidad de la que escapo el día de su pedida de mano, hastiada de los
imperativos de su madre, ¿Tim Burton ha leído a Marcuse? . Lo que es seguro es que
probablemente viajar por medio de la imaginación a otros mundos posibles revela que
quizá no aquellos pero otros sí lo son, es decir Marcuse coincide con Kase O calidad
como cualidad revolucionaria para el arte. Recorrer los senderos de la experiencia
estética como tal transporta al espectador a otro mundo dónde operan valores
completamente distintos pero cuyo orden es aprehensible, la constatación de su
aprehensibilidad abre la brecha de la imposición del principio de realidad, demuestra
que sí se puede. El fenómeno de la conmoción estética es un fenómeno psicológico y
por tanto un fenómeno social, es decir el arte se erigiría como tal y como revolucionario
cuando suponga una transmutación de todos los valores. Este mundo interior, emotivo
de la persona abandona las relaciones de intercambio y valores capitalistas, porque
propone otro tipo de racionalidad. Acuña un potencial revolucionario subjetivo ya que
la subjetividad es un punto fundamental a la hora de configurar la realidad y por tanto su
existencia social. La experiencia estética real, la que conmociona y crea nuevas
racionalidades tiene en sí misma y por condición una función crítica porque hace
temblar los cimientos de la imposición. Marcuse se pregunta que si el arte está al
servicio de las relaciones de producción no tiene sentido que la tragedia griega se siga
considerando buena literatura. Aquello que verdaderamente pretendiera ser arte debería
contener un tipo de experiencia incompatible con la existencia funcional de las personas
y debería no promover sino provocar una sensibilidad emancipada. El modo que tuviera
este arte de transmitir el recorrido de su temática debería incluir un momento de
redención con la catarsis porque posee un compromiso con Eros liberado como fuerza
productiva autónoma. El arte debe representar la esencia de la realidad, y en la
verdadera realidad eros debería ser redimido. El arte no versa sobre la revolución
porque aspira a un universal luego no puede dirigirse a una clase social concreta sino
que se dirige a la humanidad como tal, todas somos esclavas de lo mismo, así que
aunque el artista procediera de una clase social privilegiada esto no sería de recibo
porque el grupo social no es el que otorga la categoría estética, sino los aspectos
reprimidos de la realidad, de la liberación que revela la obra como un todo. La defensa
de Marcuse es radical en tanto que considera que el primer paso necesario para la
revolución es la revolución de las estructura instintiva de los pueblos, el arte desvirtuado
de la ideología apelada llama a los seres humanos como especie, Pepe Mujica lo
recordaba a menudo en sus discursos, pensaba que la liberación política de las personas
se llevaría a cabo cuando empezáramos a pensar como especie y no como pueblos. Si
esto sucede tendremos la suerte de no ver en los titulares televisivos que son 4000
refugiados los que sortea Merkel, como si estuviéramos pujando.
Ignorar esta dimensión significa ignorar que la sociedad está determinada por una serie
de necesidades impuestas y cuyo rechazo es uno de los factores más determinantes para
el cambio y la catarsis. En cualquier caso, Marcuse deja claro que la tarea del arte es
como la tarea de la metafísica: un proceso tan necesario como frustrado. La dimensión
estética siempre mostraría que el principio de realidad es revisable, ni si quiera una
futura sociedad liberada sería capaz de resolver los conflictos entre lo uno y lo múltiple,
lo universal y lo particular.
“La autentica utopía para nuestro autor, en este prácticamente su testamento filosófico,
está basada en el recuerdo. Ya que si el recuerdo de las cosas pasadas se convirtiera en
una fuerza impulsora de la lucha por la transformación del mundo, entonces y no antes
se iniciaría la lucha revolucionaria que cambiaría el destino de toda la humanidad” ,
(Rafael Cuevas Ruiz, La estética en Marcuse.)
Bibliografía.
Marcuse, Herbert.- Eros y Civilización, traducción y notas de Juan García Ponce.
Barcelona, Ariel, 1999.
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