Este documento es proporcionado al estudiante con … · Rasgos y contornos esenciales de la...

22
Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial. El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

Transcript of Este documento es proporcionado al estudiante con … · Rasgos y contornos esenciales de la...

       

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación

respetando la reglamentación en materia de derechos de autor.

Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es

responsabilidad del estudiante.  

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

Rector General Dr. José Lema Labadie

Ángel Sermeño y Estela Serret

Coordinadores

;ve' -40 1144, Pornia

METROPOLITANA

UNIVERSIDAD Ara AUTONOMA

Casa abierta al tiempo Anapotzalto

MÉXICO 2008

NSIONES POLÍTICAS

DE LA MODERNIDAD RETOS Y PERSPECTIVAS DE LA

DEMOCRACIA CONTEMPORÁNEA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA

Rector Dr. Adrián de Garay Sánchez

Secretaria Dra. Sylvie Turpin Marion

de Cic•

IlunfaZZIri„

Director

Dr. Roberto Gutiérrez López

Secretario Académico

Mtro. Gerardo González Ascencio

Jefe del Departamento de Sociología

Dr. Mario González Rubí

Coordinadora de Difusión y Publicaciones

Dra. Elsa Muñiz García

Secretario General Mtro. Javier Melgoza Valdivia

METROPOLITANA

UNIVERSIDAD ina AUTONOMA

cmas ep te, Anapotzaleo

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

MATRIZ

NUM. ADC

Esta investigación, arbitrada por pares académicos, se privilegia con el aval de la institución coeditora.

ÁNGEL SERMEÑO

Introducción u r, BIBLIOTECA CENTRAL

CLASIF.

E L TÍTULO QUE PROPORCIONA cobertura a la presente obra colec-tiva, ilustra con toda propiedad la atmósfera simbólica y con-

textual que rodea la teoría política contemporánea. Se trata, sin duda, de una 2.trrósSerázárldlica claramente caracterizada, por una parte, por la universal aceptación de la democracia como una forma de gobierno legítima. Por otra parte, sin embargo, tal atmós-fera está definida por la patente deficiencia de la propia teoría política a la hora de dar cuenta cabal de la complejidad de su objeto.

Esto es, a pesar de que la democracia como forma de go-bierno, cuenta, por decirlo así, con el monopolio de la legitimidad global, la teoría política que le tiene como objeto, ha sido incapaz de explicar cabalmente las radicales tensiones y transformaciones que hoy en día a lo largo y ancho del mundo se han producido en la práctica y la teoría democrática.

Una lista provisional de circunstancias que desafían el fun-cionamiento presente y futuro de las instituciones y prácticas de la democracia abarca un conjunto de cuestiones tan amplias y alejadas entre sí como las siguientes: las nuevas expresiones de la ciudadanía y la sociedad civil que demandan la reconstrucción de las formas de intersubjetividad en las sociedades complejas; las presiones y flujos migratorios y las emergentes demandas de reconocimiento de las .identidades, lo que obliga a tomar en con-sideración la elaboración de una teoría de la justicia de alcance global y capaz de equilibrar particularismo y universalismo; el así denominado gobierno de la globalización que implica, en otras pala-bras, enfrentar el problema de si es posible establecer alguna forma

151

Primera edición, mayo del año 2008

2008 UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA

UNIDAD AZCAPOTZALCO

2008 Por características tipográficas y de diseño editorial MIGUEL ÁNGEL PORRÚA, librero-editor

Derechos reservados conforme a la ley ISBN 978-970-819-075-6

Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autori-zación expresa y por escrito de los editores, en términos de lo así previsto por la Ley Federal del Derecho de Autor y, en su caso, por los tratados internacionales aplicables.

IMPRESO EN MÉXICO PRINTED IN MEXICO

Amargura 4, San Ángel, Álvaro Obregón, 01000 México, D.F.

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

Índice

49

49

51

56

61

65

72

INTRODUCCIÓN

Ángel Sermerio

Del "fin de las ideologías" al "fin de la historia"

Globalización y complejidad La despolitización de la política

5

8 10 11

MODERNIDAD Y COMPLEJIDAD SOCIAL

Ángel Sermerio

Introducción Rasgos y contornos esenciales de la modernidad Complejidad social y participación política

A modo de conclusión: dilemas normativos de la modernidad

Bibliografía

45 47

21

21 24 34

GOBERNANZA: RESPUESTA A LAS TRANSFORMACIONES

DEL ESTADO-NACIÓN O CONCEPTO CLAVE PARA

LA RECONSTRUCCIÓN DE LA POLÍTICA

Miriam Alfie Cohen

Introducción Gobernabilidad, legitimidad y soberanía

en la globalización Cambios políticos:

el Estado-nación en la globalización Política y globalización El concepto de gobernanza: su alcance normativo La puesta en escena: el Banco Mundial y el PNUD

SERGIO TAMAYO

THOMPSON, John B. (1993), Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas, México, Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco.

VILA, P. (1997), "Hacia una reconsideración de la antropología visual como metodología de la investigación social", Estudios sobre las cul-turas contemporáneas, segunda época, junio.

WACQUANT, Loic (2002), "De l'idéologie á la violence symbolique: culture, classe et conscience chez Marx et Bourdieu", en Jean Lojkine (dir.), Les sociologies critiques du capitalisme. En hommage á Pierre Bourdieu. Actuel Marx Coufiontation, París, Presses Universitaires de France, pp. 25-40.

WALLACE, Ruth A. y Alison Wolf (1991), Contempora7 Sociological Theo7. Continuing the Classical Tradition, Nueva Jersey, Prentice Hall.

WILDNER, Kathrin (1998), "El zócalo de la ciudad de México. Un acerca-miento metodológico a la etnografía de una plaza", Anuario de Espacios Urbanos 1998, México, uAm/Azcapotzalco. (2005), "Espacio, lugar e identidad. Apuntes para una etnogra-

fía del espacio urbano", en Sergio Tamayo y Kathrin Wildner (coords.), Identidades urbanas, México, Universidad Autónoma Metropolitana. (2005), La plaza Mayor ¿Centro de la metrópoli? Etnografia del

Zócalo de la ciudad de México, México, Universidad Autónoma Metro-politana.

WINOCUR, Rosalía y Roberto Gutiérrez (2006), Participación civily política en el Distrito Federal, una perspectiva cultural para el análisis e interpretación, México,

ZOVATTO, Daniel (2002), "Valores, percepciones y actitudes hacia la democracia. Una visión comparada latinoamericana 1996-2002" en Reconstruyendo la Ciudadanía. Avances y retos en el desarrollo de la cultura democrática en México, México, Secretaría de Gobernación, IFE, CIDE, ITAM y Miguel Ángel Porrúa, pp. 51-76.

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

La gobernanza en el mundo global Conclusiones Bibliografía

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN

DE ESPACIOS SOCIALES EN LA MODERNIDAD

Estela Serret

Introducción Antecedentes Espacios sociales en la modernidad Público-privado. Las trampas de una dicotomía Conclusiones Bibliografía

GÉNERO Y DERECHOS HUMANOS

Marta Torres Falcón

Introducción El movimiento internacional

por los derechos humanos de las mujeres El edificio conceptual de los derechos humanos Los instrumentos De mujeres a individuos A modo de conclusión Bibliografía

¿CRISIS, PERSISTENCIA O RENOVACIÓN?

UNA REVISIÓN DE LA TESIS DE LA

"CRISIS DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS"

Esperanza Palma

La tesis de la crisis de los partidos El debate sobre la situación de los partidos

en las democracias contemporáneas Dilemas y paradojas El antipartidismo Algunas reflexiones finales Bibliografía

77 84 86

91

91 93 99

106 113 118

121

121

124 140 150 157 161 162

165

168

172 179 183 186 187

PODERES FÁCTICOS Y CRISIS DEL PARADIGMA DEMOCRÁTICO

DE LA POLÍTICA. EL LUGAR DE LOS MEDIOS DE

COMUNICACIÓN ELECTRÓNICA EN EL SEXENIO DE VICENTE Fox

Roberto Gutiérrez López

Bibliografía

CONFRONTACIÓN POLÍTICA Y CULTURA CIUDADANA.

ETNOGRAFÍA DE LAS CONCENTRACIONES

ELECTORALES EN MÉXICO

Sergio Tamayo

Introducción Crisis de la política y cultura política

Etnografía de la política El espacio físico y simbólico de la política El espacio social de la disputa electoral

El espació discursivo Las plazas reflejan la dimensión cultural

de la política Corolario Bibliografía

193

212

213

213 217 226 230 238 244

251 257 259

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

ESTELA SERRET

Identidades de género y división de espacios sociales en la modernidad

INTRODUCCIÓN

E L ACCESO PROGRESIVO DE LAS MUJERES al espacio público eS un hecho más que relevante, sobresaliente, cieu,e, no puede ser

ignorado en el recuento de las vertiginosas transfórMáttótie,s- que definen el rostro de la convivencia social en el mundo contempo-ráneo. Sabemos, sin embargo, que tanto las condiciones de ese acceso como sus consecuencias se han dado en circunstancias complejas y polivalentes que nos impiden afirmar, sin más, que la presencia femenina fuera del ámbito doméstico sea reflejo de que las mujeres en occidente hemos alcanzado sin más la otrora llamada "emancipación". Y esto no se debe sólo a que, con todo, la presencia femenina en los mundos de la política, la economía formal y los ámbitos civil y cultural, por citar algunos, siga enfren-tando grandes obstáculos, ni al hecho objetivo de que, pese a que encontramos mujeres en todas partes, las encontramos poco. El problema es más de fondo que de grado. Es decir, no se trata de que encontremos difícil y tortuosa la conquista femenina de lo extradoméstico porque ésta sea reciente y deba, en esa medida, ir venciendo inercias "naturales".

Por el contrario, lo que encontramos es que, a cada paso y en cada espacio, la presencia de las mujeres fuera de su casa es des-tacada justamente como presencia femenina; se le atribuye, no importa cuán extendida esté, un carácter excepcional. Y esto empeora mientras más jerarquía o más prestigio implica la posición que una mujer o un grupo de mujeres ocupa.

Cuando, por ejemplo, se ataca a una mujer en la política, sus enemigos, de forma más o menos abierta pero siempre contun-

[91]

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

dente, utilizan en primer lugar su condición de mujer. La feminidad, en no pocas ocasiones, se trata como un defecto, un problema, una anormalidad. En el terreno del arte y la cultura, se suceden las discusiones acerca de si hay una expresión específicamente feme-nina o no; en el mundo empresarial, las mujeres siguen buscando ganar espacios argumentando con frecuencia que su condición no les impide mandar y organizar, sino que les hace mandar y orga-nizar de otra manera. Por todas partes vemos multiplicarse los argumentos en pro y en contra de la participación pública de las mujeres que se centran en aludir a lo perjudicial o conveniente de su peculiaridad, es decir, de lo que se supone conlleva el ser mujer.

En este sentido, lo que nos interesa subrayar es que la con-quista de espacios sociales por las mujeres, sobre todo la que se ha producido en el siglo pasado se ha visto obstaculizada y en-trampada fundamentalmente por la percepción social y la auto-percepción de lo que significa ser mujer. Y esto, ante todo, porque ese significado resulta contradictorio con la construcción simbólico-discur-siva del espacio público moderno.

Para defender esta tesis, debemos partir de algunas definicio-nes. Aclararemos pues, qué estamos entendiendo por espacio pú-blico moderno y procuraremos mostrar cómo y en qué sentido su lógica intrínseca resulta frontalmente contradictoria con la idea de feminidad construida en paralelo, y con referencia a la cual se constituyen identitariamente las mujeres en nuestras sociedades.

Como se ve, hablaremos de significados, de lógicas y de iden-tidades; es decir, este capítulo habrá de abocarse a dar cuenta de la eficacia de lo simbólico-imaginario en la construcción de las relaciones sociopolíticas de nuestra sociedad. Para ello, hablare-mos del diferente peso específico que tienen los hechos sociales en relación con las percepciones imaginarias en la constitución de iden-tidades políticas, normas y prácticas de acceso y exclusión a los derechos y posiciones de poder. Trataremos de mostrar, en con-secuencia, cómo en el ámbito de los imaginarios sociopolíticos se juega una de las más relevantes tensiones de la democracia contemporánea: aquella que, predicando el universalismo, se re-vela, de origen, excluyente de la mitad de la población humana.

ANTECEDENTES

EL ORDEN político en la modernidad se caracteriza, entre otras cosas, por los efectos de la racionalización. Para lo que concierne a nuestras preocupaciones hemos de tomar en cuenta dos de estos efectos: la diversificación de espacios y la construcción de una ética racionalista. La claridad de la exposición exige que nos re-montemos a mostrar su funcionamiento en el antecedente emble-mático de la sociedad moderna: la Grecia clásica.

Aristóteles habla de un tipo de comunidad política, la Polis, que se diferencia de otras porque es una ciudad-Estado, con un orden totalmente singular, acotada, circunscrita territorialmente; autónoma en los campos económico, político, social y militar, pero que comparte una cultura, una tradición y un lenguaje con un terri-torio mucho más amplio. ¿En qué se distingue la Polis de otras formas de sociedad que habían existido o existían en ese momento del siglo IN a.C.? En que es la primera colectividad política ra-cionalizada de la que tengamos noticia. Esto no implica que una colectividad tal se rija por un germen sustantivo inteligente, sino que sus interacciones sociales responden a un principio de dife-renciación, especialización y reflexividad. Como consecuencia, en la Polis vemos la existencia de dos espacios sociales distintos, lo que significa que los actores sociales siguen diferentes lógicas de actuación dependiendo de dónde se encuentren o de cómo se les vea.

De hecho, Jean Cohen piensa que las dificultades que tene-mos para comprender claramente la estructura de la Polis, obe-decen a que el término politike koinonia, utilizado por Aristóteles para describirla, hace alusión a una realidad desconocida por el mundo moderno; es decir, a la conjunción de lo comunitario y lo social en un mismo orden político.

Partiendo de esa tesis podemos pensar que si en la comunidad rige una lógica de solidaridad entre los que se consideran miem-bros de un cuerpo, que actúan guiados por el bien común, en la sociedad encontramos individuos que se asocian para seguir sus propios intereses egoístas. De este modo, la diferenciación racio-

92 ESTELA SERRET IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 93

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 95 94

ESTELA SERRET

nalizadora se expresa en la construcción de dos esferas de interac-ción social que se guían por distintas lógicas (comunitaria una, societal la otra) como consecuencia de que en ambas rigen distintos principios de legitimidad de la dominación. Veamos:

Al hablar de orden político estamos implicando necesariamente una estructura organizada conforme algún precepto de mando-obe-diencia que sólo puede funcionar adecuadamente si cuenta con el acuerdo de los dominados. Si ellos asumen como propia la idea que está detrás de la asignación de lugares en la jerarquía, sabe-mos que existe un consenso en torno al principio de legitimidad que preside la organización. Como se supondrá, la generación de tales consensos sociales está íntimamente relacionada con la producción de identidades sociopolíticas, pues las personas se conciben a sí mismas y son concebidas por otras como quienes, por alguna razón que todas comparten, ocupan cierto sitio en el orden común.

Para comprender cabalmente los efectos de la racionalización en el mundo ateniense, del que trata de dar cuenta Aristóteles con su concepto, veamos cómo están articulados, internamente y entre sí, los espacios que conforman la Polis.

El primero de esos espacios, que también se llama Polis, alude al mundo o esfera pública. Aun siendo parte del mismo orden político se distingue claramente por sus principios de legitimidad, sus lógicas y sus actores, de otra esfera que constituye el mundo doméstico o la casa.

¿Quiénes son los miembros de la casa que es la que compone el cimiento de la comunidad política? En primer lugar, el señor, que ostenta un poder absoluto al interior de este espacio social —estas son palabras de Aristóteles—, actúa como monarca autori-tario de un reino sobre el que domina de acuerdo con su propia ley. Este reinado se ejerce, en primer lugar, sobre todas las muje-res: libres y esclavas. La primera denominación es un tanto arbi-traria, porque las mujeres "libres" son las mujeres de los hombres libres, una mujer no tiene sustancia en sí misma sino que un varón se la proporciona. El señor gobierna sobre su esposa, sobre sus hijas e hijos y sobre sus esclavos, pero no debemos perder de vista

que el señor gobierna también sobre todas las demás mujeres de su casa. Esta acotación viene a cuento, porque cuando el tema sale a relucir en los análisis canónicos de la teoría política, a lo largo de los siglos,' se asienta explícitamente que el señor ejerce un do-minio sobre su esposa en tanto marido, sobre sus hijas en tanto padre y sobre sus esclavas (aunque en realidad éstas no se citan explícitamente en una doble obliteración de su trabajo) en tanto amo. Pero lo cierto, es que el señor domina a todas las mujeres de su casa, sin importar cuál sea su relación con ellas, en virtud de su poder natural como varón. 2

Ahora bien, el poder que se ejerce en la casa es de tipo verti-cal, ¿cuál es el principio de legitimidad de este poder?, ¿qué hace legítimo que el señor de la casa gobierne a todas las mujeres, a sus hijos y a sus esclavos? Es un principio de legitimidad que obe-dece a una idea no histórica, no tradicional, sino natural. El señor gobierna sobre las mujeres libres porque ellas no son capaces de gobernarse a sí mismas, pues poseen una racionalidad imper-fecta, no plena, en la medida que las mujeres son hombres defec-tuosos. No se quiere decir con esto que hombres y mujeres sean sustancialmente distintos —esa es una idea decimonónica—;3 se hace referencia en cambio a que las mujeres son seres humanos inconclusos, ya que al momento de gestación las mujeres no recibieron suficiente calor y los órganos genitales y los del alma no pudieron caer a su lugar. Las mujeres no son irracionales, más bien no desarrollan adecuadamente su capacidad de discerni-miento moral y cognitivo, por lo que no son capaces de gober-narse a sí mismas:

Asimismo, entre los sexos el macho es por naturaleza superior y la hembra inferior; el primero debe por naturaleza mandar y la segunda obedecer (...) El libre manda al esclavo, el macho a la hembra y el varón al niño, aunque de diferente manera;

Encontramos una reflexión de este tipo tanto en Aristóteles como en Filmer, Locke, Rousseau, Hegel y Bobbio, por citar a connotados representantes de la teoría política.

'Esto por no hablar del poder que cualquier varón ejerce sobre cualquier mujer en el espacio público bajo condiciones y de acuerdo con principios de legitimación que discuti-remos en su momento.

'Cfr. Laqueur (1994).

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

y todos ellos poseen las mismas partes del alma, aunque su posesión sea de diferente manera. El esclavo no tiene en abso-luto la facultad deliberativa; la hembra la tiene pero ineficaz, y el niño la tiene pero imperfecta (Aristóteles, 1992: 161 y 170).

Con respecto a los hijos el padre tiene poder de dominación sobre ellos porque los engendró; de nuevo aplica para este domi-nio un principio de legitimidad natural. El mandato del padre sobre los hijos emana de un poder generativo del que la mujer carece pues la matriz es una vasija vacía, un receptáculo que aloja pasi-vamente a la semilla reproductora del varón.

En el caso de los esclavos, son una subespecie humana, en nivel intermedio entre los animales y los seres humanos, que no tienen capacidad de gobernarse a sí mismos. El señor tiene que preocu-parse por dar cobijo y sustento a todos, sin embargo, quienes hacen el trabajo productivo en esta economía doméstica (oikos) son las mujeres y los esclavos, y por ello el trabajo físico es des-preciable.

Aquellos hombres que difieren tanto de los demás como el cuerpo del alma o la bestia del hombre (y según este modo están dispuestos aquellos cuya función es el uso del cuerpo, y esto es lo mejor que de ellos cabe esperar) son por naturaleza esclavos, y para ellos es mejor ser mandados con este género de mando, puesto que así es en los demás casos que hemos dicho. (...) Así, de los esclavos, como de los animales domés-ticos, recibimos ayuda corporal en nuestras necesidades. La naturaleza muestra su intención en hacer diferentes los cuer-pos de los hombres libres y de los esclavos: los de éstos, vigo-rosos para las necesidades prácticas, y los de aquéllos, ergui-dos e inútiles para estos quehaceres, pero útiles para la vida política (Aristóteles, 1992: 161-162).

Si comparamos esta definición de la naturaleza del esclavo con referencia a la del hombre libre con la que se hace entre la mujer y el varón, notaremos enseguida las similitudes:

La mujer siempre proporciona la materia, el hombre lo que le da forma, porque ésa es la función de cada uno de ellos, y esto es lo que hace que ellos sean hombre y mujer... mientras que el cuerpo procede de la mujer, el alma viene del hombre (Aristó-teles, citado en Laqueur, 1994: 63).

El principio natural (en realidad, simbólico) que decide la dominación en ambos casos (sobre el esclavo y sobre la mujer), es la feminidad. El cuerpo, en tanto sexo, animalidad, fuerza bruta o vulnerabilidad, naturaleza, alteridad, es uno de los signos con que el imaginario encarna los valores simbólicos de la feminidad (cfr. Serret, 2004). Por eso en todas las sociedades (y la helénica no es la excepción) los diversos otros, los marginados, los temidos, los dominados, los despreciados, las mujeres, ocupan el espacio limí-trofe, paradójico, ambiguo y densamente cargado que la cultura define con la simbólica de la feminidad. En Atenas, ese espacio simbó-lico está delimitado por los contornos del oikos.

Así, el poder doméstico se fundamenta en el supuesto de la desigualdad natural: las personas no sólo son física, sino también moralmente desiguales, es decir, sólo los varones libres (propie-tarios) son capaces de libertad. Esto en la casa.

En la comunidad política hay otros actores, los ciudadanos. El tipo de relaciones políticas ahí ejercidas son aquellas que distri-buyen el poder de manera horizontal, igualitaria. Los ciudadanos, a diferencia de los integrantes de la casa, son todos iguales entre sí por naturaleza: igualmente capaces de libertad. En el espacio público rige el principio normativo de igualdad natural.

Ahora bien, la racionalidad se halla en el núcleo mismo de la construcción del espacio público como espacio de libres e iguales. La idea de libertad e igualdad entre los integrantes de este espacio proviene del supuesto de que son, en tanto hombres libres (pro-pietarios), individuos racionales; la racionalidad significa expresa-mente que todos ellos están dotados de una cierta capacidad. Es decir, la racionalidad de los individuos no implica que sean espe-cialmente inteligentes, que tengan mucho talento, que piensen cier-tas cosas y no otras, significa que tienen una capacidad básica; la

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 97 96 ESTELA SERRET

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

98 ESTELA SERRET IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 99

potencia, la posibilidad de discernir entre valores éticos o mora-les y de discriminar lo verdadero de lo falso.

Si se dedican a ello, su razón puede permitirles observar dónde está el bien y dónde el mal en una acción, un problema, una teoría. Esta capacidad convierte al individuo racional en un ciudadano libre; libertad que consiste en la facultad de concretar sus propios fines: definir el rumbo de su vida, establecer sus metas, y, en esa medida, conocer y perseguir el bien público.

El individuo es autárquico en tanto que se gobierna a sí mismo y nadie tiene el derecho de dominarlo o decidir por él o fijarle reglas. Si el individuo es tal porque tiene esa capacidad racional que le hace autónomo, entonces, ¿cómo explicamos la existencia de un gobierno en lo público? Se explica porque el único sometimiento legítimo al que puede apegarse un individuo es el de la razón, y la estructura del espacio público en la Polis griega es institucional, y ahí quien gobierna es la Ley Racional.

Esta idea política de que el espacio público está regido por principios de legitimidad racionales que requieren del supuesto de ciudadanos libres e iguales entre sí, es un supuesto moral, ético. La idea de individuo es una idea moral por dos motivos: si emplea-mos para definir la categoría "individuo" solamente el adjetivo "racional" y de ahí derivamos el hecho de su libertad, evidente-mente esa categoría no puede ser descriptiva, pues el principio de racionalidad del que hablamos no tiene sustancia, sólo tiene forma, es decir, si la racionalidad es una capacidad de discerni-miento, es un mera posibilidad; no se refiere a los contenidos del pensamiento. Por eso es un supuesto moral que en última instan-cia afirma que el orden político depende, para su funcionamiento, reproducción y estructura, de suponer a todos los individuos como capaces de libertad. Es una hipótesis no una descripción.

Si no partimos de esa hipótesis ética no hay manera de fun-damentar este orden político basado en la Ley como único ele-mento constitutivo de designaciones, de funciones que no res-ponden a privilegios, diferencias de cuna, económicas, sociales (dentro del limitado universo de los helénicos con derecho a ejer-cer la ciudadanía). Los privilegios existen, así como las desigual-

dades físicas, pero el principio ordenador de esa institucionalidad no puede traducirse legítimamente en privilegios o desigualdades políticas. Este segundo elemento es clave porque reaparecerá en los proyectos filosófico-políticos de la modernidad.

Un efecto de la racionalización de la Polis griega se revela, pues, en la separación de espacios sociales. Otro, se expresa en la estructura misma del espacio público, que depende de la con-sideración hipotética de todas las personas que ahí participan como individuos racionales y en consecuencia libres. Estamos viendo que hay dos formas diferentes pero no disociadas, de expresión de la racionalización.

Con la sistematización del concepto politike koinonia, Aristó-teles nos brinda pues, tanto una propuesta normativa como una descripción del orden político de su época. Pero no debemos olvi-dar que con esta operación también está sintetizando y reprodu-ciendo ciertas identidades sociopolíticas. Entre otras cosas da cuenta y refuerza la noción de que los espacios sociales, que, como vimos, se diferencian en lógicas y principios de legitimación, expre-san en el nivel político la división simbólica de género.

Mientras la casa es el espacio donde se ritualiza la domi-nación de lo femenino (representado por las mujeres, los niños y los esclavos), el espacio público es el resultado de la actuación de valores masculinos por parte de los hombres virtuosos.

ESPACIOS SOCIALES EN LA MODERNIDAD4

EN LAS SOCIEDADES modernas la definición de identidades está, na-turalmente, vinculada a la construcción de espacios sociales. En tanto imaginarias, las identidades se construyen por referencia a una red de códigos de intelección compartidos encarnados en las interacciones sociales. Podemos suponer entonces que la eficacia de ciertos códigos para construir identidades y permitir interaccio-nes dependerá del sustento que hallen en discursos hegemónicos.

4 En el capítulo de Sergio Tamayo en este libro trabaja con el concepto de espacios de ciudadanía. Tal idea le permite al autor realizar un acercamiento crítico a la noción de espacio público desde un punto de partida diferente del que planteamos aquí, pero que puede con-ducir a conclusiones similares.

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

ESTELA SERRET

Efectivamente, en ninguna sociedad presenciamos ni armonía ni homogeneidad discursivas, sino una agonística de concepciones del mundo que expresa la diversidad de intereses en competencia.

En la modernidad el concepto de sociedad civil construido por la Teoría del Derecho Natural, se produce como un intento de dar cuenta de nuevos acuerdos sociales, nuevas lógicas de interacción. Sin embargo, como el propósito del Iusnaturalismo es más pres-criptivo que explicativo, su concepto falla cuando intenta dar cuenta de las consecuencias efectivas de la racionalización. El discurso ilustrado hace explícito el efecto racionalizador al separar lo pre político (la sociedad —o estado— natural) de lo político (sociedad —o estado— civil), pero no atina a sistematizar de manera palma-ria sus efectos dentro del orden político.

Así, muestra que el principio de legitimidad de un orden san-cionado por la Ley de naturaleza (que todos los individuos están obligados a cumplir) es el de la igualdad natural. La diferencia entre este principio rector del hipotético estado natural ilustrado y el que preside al mundo público griego, es que, a diferencia de este último, aquél tiene pretensiones universalistas. Lejos de calificar, en-tonces, a un reducido núcleo de privilegiados, la idea de igualdad natural se sitúa en el Estado de Naturaleza precisamente con la idea de que devenga Ley universal que afecte a todos los seres humanos por igual, más allá de sus peculiaridades sustantivas.

El problema ético se plantea frente a la exigencia de encontrar un principio legitimador que regule la interacción en el orden polí-tico, pues éste deberá ser congruente con los dictados de la Ley natural. La solución que ofrece el Iusnaturalismo ilustrado es la de edificar un orden guiado por un principio de desigualdad artificial que deviene libertad civil. La lógica de interacción que se evidencia en ambos estados es la societal, en tanto que se pro-duce entre individuos libres e iguales.

Es decir: mientras que el concepto griego que da cuenta de los fundamentos del orden político (politike koinonia) señala la coexis-tencia (y, de hecho, el vínculo) entre lo comunitario y lo societal, haciendo ver la oposición entre los principios legitimadores que norman a cada uno (y las identidades que, en consecuencia, se

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 101

constituyen en cada espacio), la sociedad civil de los ilustrados oculta deliberadamente la pervivencia de una esfera comunitaria tradicional en el marco del orden político moderno. Este oculta-miento se explica porque, si bien la existencia de la comunidad doméstica sigue pareciendo el cimiento indispensable de la socie-dad civil, el principio de desigualdad natural que avala las relacio-nes de poder entre sus miembros resulta a todas luces contradic-torio con el discurso político del universalismo ilustrado.

Para el Iusnaturalismo canónico el tema del espacio domés-tico, regido por condiciones de excepción en el contexto del uni-versalismo ético, resulta claramente incómodo y da pie a un tra-tamiento torpe y ambiguo.

La excepción a esta regla es, sin lugar a dudas, el discurso que Jean Jaques Rousseau elabora al respecto en su libro de 1692, Emilio. O de la educación. En él queda claro cómo resuelve la parte hegemónica del proyecto de la modernidad el problema de la igual-dad en la lucha contra los estamentos. Así, según colegimos de la implacable argumentación del filósofo ginebrino en el curso de su tratado y, en particular, a lo largo de su última parte, titulada "Sofía", Rousseau fundamenta la libertad de todos los individuos en la dominación de todas las mujeres (cfr. Rousseau, 1993: 278-385).

La marca de género, que ha sido decisiva en todas las socie-dades para establecer jerarquías, se consolida en la modernidad como la marca residual de lo simbólico, aquella que cobija la única división estamental que el universalismo inconsecuente admite como legítima.

Carole Pateman nos muestra cómo, en efecto, la hipótesis nor-mativa del contrato social establece como condición de posibili-dad la realización de un pacto previo: el que cumplen entre sí el conjunto de los individuos (que son, por definición, varones) para tener acceso equitativo al conjunto de las mujeres. Este contrato sexual puede ser verificado en todos los textos de los autores iusna-turalistas patriarcales de los siglos XVII y XVIII, y aparece consignado con toda claridad en la sistematización que realiza Sigmund Freud en el siglo xix, cuando el imaginario burgués de los géneros se ha instaurado como hegemónico. Efectivamente, en su texto de 1913,

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 103 ESTELA SERRET

Tótem y tabú, Freud, en un fallido análisis psicoantropológico, brinda una sistematización sorprendentemente clara del imagi-nario masculinista de la sociedad moderna (que él presenta como universal). Freud imagina como un hecho histórico, cuyos resi-duos habrían conformado el inconsciente colectivo (de los varo-nes, por supuesto, pues las mujeres no son imaginadas como sujetos), el pacto que los hermanos realizan para dar muerte al padre para tener acceso equitativo a todas las mujeres.

Estos discursos instauran en el imaginario colectivo la idea de que el espacio público (la sociedad civil de los iusnaturalistas) moderno puede constituirse en un espacio de iguales gracias al sometimiento genérico de las mujeres que, en consecuencia, no podrán concebirse como partícipes de ese espacio.

Si bien el concepto de sociedad civil elaborado por estos autores falla en la descripción del lugar que ocupan imaginaria-mente las mujeres en el mundo moderno como resultado del con-trato sexual, la cuidadosa revisión que hace Hegel de las conse-cuencias de la racionalización en la construcción de espacios sociales diferenciados, salda esta deuda teórica.

La sistemática reflexión de este autor apunta, por un lado, a la descripción, y por otro a la prescripción. Por ello da cuenta:

a) de los efectos más inmediatos de la racionalización en la constitución de esferas diferenciadas; b) del efecto económico; y c) de la oposición entre el interés (espacio) privado y el interés (espacio) público.

a) En la medida que este autor entiende a la universalidad en relación con el espíritu absoluto (y manifiesta en la eticidad) y no con el individuo, su propuesta ética no se siente amenazada por el relato explícito de la dominación patriarcal en la casa. Eso le permite sistematizar la diferencia entre las lógicas de actuación que configuran la familia, la sociedad civil y, en tercer lugar, el Estado, al que se denominará político.

Mientras que la casa está integrada por miembros de una comunidad familiar, la sociedad civil, reino de la necesidad, está

integrada por individuos que persiguen sus intereses egoístas en una relación societal.

En el Estado, en cambio, lo que prima es el bien público y sus miembros, alcanzando el máximo grado de autoconciencia, permi-ten la expresión más perfecta de la racionalidad.

En la descripción que Hegel hace de estos tres espacios, la marca de género juega un papel primordial. La familia, primera ma-nifestación de la idea ética, si bien es una comunidad, no supera la inmediatez que la coloca prácticamente al nivel de la naturaleza. Esto porque la familia es una voluntad general para sí misma pero una voluntad particular frente a otras. Su contribución a la uni-versalidad (en tanto familia moderna, es decir, relativamente ra-cionalizada) radica en la preparación de los hijos varones para la ciudadanía y de las hijas para ser esposas y madres.

A Hegel no le queda duda del carácter femenino del espacio familiar, no porque ahí gobiernen las mujeres (que, en realidad, están sometidas por naturaleza a la ley del padre), sino porque se realiza en él la inmediatez de la comunidad política. La identifi-cación simbólica entre lo femenino y la naturaleza, cobra cuerpo de nuevo en la descripción imaginaria del ser de hombres y mu-jeres. En tanto éstas actúan valores de feminidad y por ello son esclavas de la naturaleza, aquéllos, que actúan lo masculino, no encuentran en la familia sino un momento de su desenvolvimiento ético. La verdadera realización de los varones requiere de la tras-cendencia de esa inmediatez, primero accediendo a la sociedad civil en busca de la realización de sus intereses privados, para pasar finalmente a formar parte del Estado, concretando así su realización autoconsciente. De este modo, para el filósofo de Stuttgart, los espacios extradomésticos (el privado de los individuos y el público de los políticos) son por definición masculinos. En ellos se realiza la acción humana, la reflexividad, la autoconciencia. Por ello, sólo pueden ser adecuados para los hombres.

No hay casi que agregar que esta conceptualización contribuye a reforzar el imaginario de la identidad de hombres y mujeres como escindida en su naturaleza y sus fines. Y lo hace a contra-pelo de los hechos sociales.

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

ESTELA SERRET

En la Europa de Hegel (y particularmente en la Alemania de su tiempo), la realidad cotidiana desmentía con creces al imagi-nario, pues, si bien las mujeres sufrían de la afectación de prác-ticamente todos sus derechos (lo que les impedía desde recibir una educación formal hasta hacer uso de sus propios bienes, defenderse en un juicio o ejercer una profesión, por no hablar de votar o tomar parte formal en la política), integraban, como siempre lo han hecho, la mitad de la fuerza laboral europea.

Quizá una de las pruebas más irrefutables de que los imagi-narios son más poderosos que los hechos sociales en la confor- mación de identidades, podemos verlo en este caso: la relación entre el concepto de trabajo y las mujeres, que tratamos a conti-nuación.

b) Ya vimos que uno de los efectos de la racionalización, de los que da cuenta Hegel, es la división de espacios sociales que se distinguen por sus lógicas de interacción y por los principios legitimadores que guían esas lógicas. De ese modo, nuestro autor discrimina lo doméstico de lo civil y lo político. Sin embargo, su concepción sistematizada del orden político le alcanza para dar cuenta de la especialización racionalista que se produce al interior de cada uno de esos espacios. Así, expresa como una de las carac-terísticas medulares de la modernidad la separación que sufre la producción económica del espacio doméstico. Si en las sociedades tradicionales la familia es la unidad productiva básica, en la mo-dernidad la economía de mercado presupone la separación entre el productor directo y los medios de producción y, en consecuen-cia, acaba con la idea misma de la comunidad doméstica como oikos.

Si bien el discurso hegeliano puede presentar algunas con-tradicciones a este respecto (como la consideración de las clases agrícolas, compuestas por terratenientes y campesinos, en el mismo nivel que la clase industrial, aunque, en realidad, sigan operando con el modelo de producción tradicional), tiene la virtud de mos-trar las profundas transformaciones que sufre la familia en la sociedad burguesa. Asimismo, da cuenta de los efectos simbólicos de la escisión entre la casa y el trabajo.

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 105

Como sabernos, una de las referencias más importantes de la identidad imaginaria de los individuos en la modernidad, es la del trabajo. La ética que acompaña preferentemente a la sociedad ca-pitalista, atribuye un alto valor a la riqueza obtenida mediante el esfuerzo individual, y considera al concepto de propiedad, alcan-zada mediante el trabajo, el núcleo mismo de su concepción de hombre. Tal imagen requiere de la percepción de ese hombre sin-gularizado, en tanto individuo autoconsciente, es decir, en tanto integrante de la sociedad civil y no miembro de la comunidad do-méstica. Esta transformación en las percepciones afecta de modo decisivo el imaginario de la mujer y su relación con el trabajo.

Mientras la producción económica estuvo vinculada a la unidad doméstica, la división sexual del trabajo distingue, en el conjunto de labores necesarias para la reproducción del colectivo, entre labores prestigiosas, realizadas por varones, y carentes de prestigio, realizadas por mujeres. Sin embargo, el extraordinario valor que las sociedades modernas asignan al trabajo productivo, provoca que las propias nociones de mujer y trabajo queden ima-ginariamente disociadas. El ama de casa, esposa y madre, proto-tipo de la imagen que configura las identidades femeninas en la modernidad, se concibe en esencia como no trabajadora. La sim-plificación de la familia racionalizada (nuclear, terreno de los afectos y ajena a la producción económica) se acompaña de la simplificación del imaginario femenino.

c) Por todo ello, en contra de lo que las categorizaciones al uso sostienen, la escisión social moderna de la cual da cuenta Hegel no se produce entre lo público y lo privado sino entre los mundos femenino y masculino (que no corresponden a aquella dicotomía). La familia, en efecto, es un espacio singular en el que se combinan aspectos de la casa aristotélica, la sociedad natural ilustrada y el principio ra-cionalizador ilustrado-romántico.

Hegel recupera a Rousseau al trazar (de manera inusitadamen-te detallada) el imaginario femenino, dejando claro que la identi-dad de las mujeres debe, por necesidad, ser incompatible con los ámbitos propiamente modernos: el del interés individual y el del público.

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 107 106 ESTELA SERRET

PÚBLICO-PRIVADO.

LAS TRAMPAS DE UNA DICOTOMÍA

CON EL MARXISMO, la teoría política sufre un importante revés en lo que toca a su capacidad de dar cuenta de las transformaciones efectivas del orden político moderno como resultado de la racio-nalización. En tanto que Marx y Engels identificaron a la socie-dad civil con la sociedad burguesa, el concepto adquirió un carácter economicista y funcionalista que dio al traste con su capacidad descriptiva y desplazó sus intenciones normativas más allá de la democracia. La propuesta ética del marxismo, además, padece el error de identificar política y verdad. Sin embargo, para los fines que aquí nos ocupan, lo relevante es señalar que la idea de socie-dad burguesa desdibujó por completo la especificidad del espacio doméstico, que tan prolijamente había trazado Hegel. Con el marxismo se consolida la separación entre lo público y lo privado como esferas que se corresponden con lo estatal y lo social, respec-tivamente. La familia, que sólo es considerada marginal y tangen-cialmente, desaparece de la reflexión sistemática y es subsumida en la idea de sociedad civil, suponiéndose implícitamente que pertenece al ámbito de lo privado.

De este modo, no sólo se invisibiliza el espacio al que perte-necen las mujeres para el imaginario moderno, sino que se pierde la posibilidad de realizar una crítica a las características que le son propias.

El marxismo hereda de la tradición del socialismo clásico la crítica al matrimonio burgués (cfr. Engels,1980), pero, de nuevo, el enfoque funcionalista de esa crítica desdibuja el sentido último de las relaciones de poder que se producen en la casa y no per-mite observar el vínculo efectivo entre la sociedad doméstica y la sociedad civil burguesa. La influencia del marxismo en las carac-terizaciones posteriores de la división de espacios sociales en la modernidad se deja sentir incluso en nuestros días, cuando, en muchos otros aspectos, sus propuestas funcionalistas se han tor-nado irrelevantes.

La línea de elaboración teórica más exitosa sobre este tema, que va de Arendt a Habermas corona un tratamiento de la divi-

Sión de espacios que padece de una grave ceguera al género. La cons-tante en la teoría política canónica a lo largo del siglo xx, fue tratar de pensar la progresiva complejidad de las interacciones (y su relación con principios normativos) a través de una terminología que, a la vez, comprendiera y excediera la relación entre lo civil y lo político.

En un primer acercamiento al tema, Habermas recurre al con-cepto de esfera pública para abordar las mediaciones entre la socie-dad y el Estado. En este ejercicio de sistematización, apela tanto a la revisión histórica de la conformación moderna de diversos públicos, como a la teorización hegeliana y a la crítica marxista. En este ejercicio Habermas da cuerpo a lo que, en mi opinión, puede leerse como una paradoja, pues buscando pensar lo público, otorga centralidad inusitada a una fallida noción de lo privado.

Desde el quiebre marxista respecto de la teorización hegeliana sobre la diversificación de espacios, las nociones de lo público y lo privado sufren una transformación interesante. Para Hegel, uno y otro aludían respectivamente al interés universalista del Estado y a los intereses egoístas de los individuos particulares. Las media-ciones entre espacios se ven, justamente, marcadas por los diver-sos momentos de la sociedad civil, que van desde aquel que expresa más llanamente la vulgar necesidad, hasta las corporaciones que, estando integradas por individuos, hacen posible, en un nivel primario, la preocupación por el bien común.

No obstante, como ya se mencionó, la crítica marxista pro-mueve un cierto desdibujamiento de lo estatal y de lo doméstico invisibilizando al segundo y dando al primero el trato de fetiche ilusorio, cuya determinación última debe hallarse en los intereses privados de la clase burguesa. Este desplazamiento discursivo hace de tal noción de lo privado el motor oculto de toda interacción en la sociedad moderna. Curiosamente, aunque un primer resul-tado de esta lógica es el reduccionismo, produce a la larga el efecto de iluminar una dimensión de lo privado que habría de revelarse nodal en la modernidad reflexiva: la intimidad.

Cuando la propuesta marxista afirma el carácter instrumental del matrimonio burgués, arroja luz sobre un aspecto de la familia

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 109 108 ESTELA SERRET

moderna que permaneció oscuro en el modelo de Hegel, permi-tiendo a otros análisis observar las mediaciones que existen entre este espacio y la sociedad civil.'

Esto último parece ser el objetivo de Habermas al proponer su noción de esfera pública, enriquecida con una idea de lo pri-vado y la familia que amplía el espectro del concepto hegeliano para incluir la dimensión de la privacidad. Veamos.

En primer lugar, es evidente que la tradición en que se apoya Habermas lo aleja de la limitada identificación entre lo público y los intereses del cuerpo político. Recoge en cambio la certeza ilustrada de que la publicidad de las ideas es un elemento clave en la configuración reflexiva de las diversas identidades y espacios sociales en la modernidad. Por ello, añade matices a esta esfera al caracterizarla en dos momentos: el público literario y el público político. Con el primero de ellos indica los públicos discursivos que nacen en los salones y se reproducen en los círculos literarios y artísticos; por su naturaleza, constituyen una mediación entre la dimensión íntima de la familia sumada a la defensa de la libertad individual, y el ejercicio de la crítica en la sociedad civil. Por ser decisiva su cabal comprensión para los objetivos de este capítulo, nos detendremos a revisar más de cerca la conformación de esos espacios.

Curiosamente los primeros públicos de la que habría de llegar a ser la sociedad burguesa y masculinista se deben a mujeres aristócratas. Hacia la segunda década del siglo xvii, Francia ve surgir el salón como espacio físico y simbólico creado por Madame Rambouillet cerca de 1625. Catherine de Vivonne, marquesa de Rambouillet (1588-1665), diseña una casa, que rompe con los cánones arquitectónicos de la época, para albergar dentro de ella un espacio que conjuga la intimidad de la alcoba con una dispo-sición confortable y acogedora que incita la charla, amable pero profunda, para la cual fue dispuesto el salón (cfr. Dulong, 1992). Éste sería el origen de un espacio de desarrollo intelectual y cultural

'Ciertamente esta reflexión está ausente de los análisis propiamente marxistas, pero la atención especial que esos discursos ponen sobre lo privado-burgués genera, en mi opinión, el ambiente teórico propicio para una reconstrucción de la noción de lo privado que abarca el aspecto de la intimidad.

a través del diálogo y la conversación, en el que hombres y mujeres podían relacionarse como interlocutores sin que mediara una inten-ción de cortejo. De hecho, para evitar que la seducción arruinase el intercambio de ideas, las salonnitres, como serían llamadas las anfitrionas de estas academias sui generis, impusieron una dinámica muy severa a las conversaciones y las conductas de entrambos sexos. El seguimiento estricto de estas normas por algunas de las participantes en los salones les ganó el nombre de preciosas, que refiere tanto a su erudición como a su castidad (cfr. Anderson y Zinsser, 1992: 126-152).

Aunque el preciosismo fue duramente criticado en su época a través de la ridiculización, como ilustra la famosa obra de Moliere, Las preciosas ridículas, casi no había científico o intelectual que se preciase que no acudiese a sus tertulias. El propio Moliere se rodeó toda su vida creativa de las mismas mujeres intelectuales a las que satirizó en sus obras. Por otra parte, no todos los salones en Francia siguieron el modelo preciosista; otros se caracterizaban por la liberalidad de sus costumbres (y las mujeres que en ellos par-ticipaban fueron igualmente cuestionadas... ahora por los moti-vos opuestos).

Como se aprecia, el salón en cuanto espacio simbólico y físico constituye en sí mismo una mediación entre la casa/íntima y el ágora/pública. En cualquier caso, el fenómeno cultural represen-tado por el salón trascendió pronto las fronteras francesas y los límites del siglo XVII. Cuando llegó a otros países, también escapó de los límites sociales y fue adoptado por mujeres de la burguesía. En Inglaterra, Alemania (Prusia y Austria), los países nórdicos, e incluso España, los salones se hicieron pronto indispensables para la discusión, la crítica y la difusión de las ideas. El movimiento revolucionario francés se fraguó entre sus paredes, y fueron las ga-cetas, proclamas y periódicos redactados en sus sillones los que mantuvieron viva la llama de la hoguera subversiva.

Paradójicamente, su muerte estuvo dictada por las cabezas vi-sibles de la revolución triunfante. Para los jacobinos y los iguales,'

'Durante todo el proceso de lucha hubo activos libertarios, ilustrados demócratas que emprendieron eficaces campañas en contra de las feministas. Personajes de la talla de Robes-pierre o Babeuf desde la política, así como otros nombres menos recordados por la historia

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 111 110 ESTELA SERRET

sustentadores del imaginario rousseauniano que hace de la esclava doméstica la otra cara de la moneda de la ciudadanía masculina, los salones representaban, a la vez, una cultura feminista y aristo-cratizante. Se empeñaron por ello en oponer al estilo de debate propio de los salones, el del club o la logia, llamado masculino, viril (de virtud), sobrio, republicano. Esta tradición, explícitamente misógina y antifeminista, de hecho reacciona contra la influencia alcanzada por el salón en la definición de modos de interacción discursivos trazados por mujeres, y se propone restablecer la digni-dad del arte, la ciencia y la política con estrategias simbólicas de sobremasculinización. La tradición latina y su vocabulario pres-tan un enorme servicio a esta causa. Entre otras autoras, Landes (1990) nos muestra cómo el lenguaje que define lo ético y lo polí-tico en la tradición clásica, sentencia que la feminidad y lo público son contradictorios; la profundidad de dichas tradiciones puede apre-ciarse, por ejemplo, en la conexión etimológica entre "Público" y "púbico": en el mundo antiguo poseer un pene era un requisito para poder hablar en público. (O el vínculo entre "testimonio" y "testículo".) Los neorrepublicanos en Francia y la mayoría de los liberales en el resto de Europa y Estados Unidos, se mostraron más que felices de asumir esta categorización excluyente (junto con las prácticas a tono), por más que resultara flagrantemente con-tradictoria con los ideales universalistas que decían perseguir.

pero de influencia en su época, como el babuvista Sylvain Maréchal, fueron oponentes explí-citos y hasta feroces de extender los derechos naturales de igualdad y libertad a las mujeres. En particular este último, a lo largo del proceso revolucionario y una vez alcanzada la cul-minación del mismo, se esfuerza hasta límites sorprendentes no sólo por impedir que las mujeres accedieran a la igualdad en materia de derechos políticos y civiles, sino que también se pro-pone conseguir que pierdan los pocos derechos con los que contaban en ese momento argu-yendo el mayor beneficio público (cfr. siguiente página). Quizá lo más curioso es que este buen hombre formaba parte de un movimiento que se hacía llamar de los iguales. En efecto; abogado, periodista, bibliotecario revolucionario y demócrata, Sylvain nunca participó en la redacción de verdaderas leyes después del triunfo revolucionario, pero se valió de sus conocimientos sobre el terna para preparar en 1801 el hipotético Proyecto de una ley que prohíba aprender a leer a las mujeres. En él, como lo muestra en su artículo 7, se propone impedir al sexo femenino bastante más que la mera lectura: tampoco es bueno que ellas sepan ni practiquen el "es-cribir, imprimir, grabar, recitar, solfear, y pintar, etcétera" (cfr. Fraisse, 1991: 18). En el capítulo de Marta Torres Falcón en este libro nos muestra cómo esta tensión ideológica y conceptual de los revolucionarios quedó plasmada en la fallida universalidad de la primera Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano.

Ya que, para ese imaginario, las mujeres no pueden formar parte de lo civil (el trabajo, la ciudadanía) o lo político (el Estado), las mediaciones que preocupaban, entre otros, a Habermas, sólo pueden correr a cargo de los varones. Sin embargo, su actuación en este sentido no puede realizarse en tanto jefes de familia (es-posos y padres), trabajadores o ciudadanos, pues todas estas figu-ras están claramente establecidas en la casa o en la sociedad civil. De este modo se revela la importancia social (y ya no sólo teórica o filosófica) de la figura de homme. En efecto, la representación del hombre moderno es identificada progresivamente por el imaginario como el fundamento tanto del miembro de familia como del indi-viduo, y su distintivo es la búsqueda de privacidad. Habermas advierte en él la encarnación del antes mencionado espacio proto-típico de la sociedad moderna: el espacio de lo íntimo.

Curiosamente, es a partir de esta figura que ese autor consi-dera que, a diferencia de lo que ocurre en los mundos del trabajo y la ciudadanía, la familia debe entenderse (aunque sea idealmen-te) como el espacio de la intimidad y la solidaridad, que escapa por ello a las relaciones de poder. Si bien este referente utópico puede tener alguna validez para los varones, no aplica en absoluto a la experiencia de las mujeres. La familia para ellas se constituye en un espacio de marginación, violencia y sometimiento que, por añadidura, gozan de legitimidad y son considerados naturales.

Por ello, el mundo privado en el que se quiere hacer caber por igual la esfera del trabajo oficial individual y el mundo doméstico, resulta un concepto inadecuado y obliterador. No da cuenta tam-poco del hecho de que el propio término "privado" tiene muy distintas acepciones cuando lo aplicamos a los hombres y a las mujeres. En el primer caso, lo privado remite a privacidad, intimi-dad, a lo propio del individuo que no puede ni debe ser interferido ni acotado por la sociedad: es, propiamente, el espacio de la re-flexividad y de la intersubjetividad personales. En cambio, para las mujeres, el concepto de privado tiene una acepción muy dife-rente: en su caso no alude a privacidad sino a privación: las mu-jeres se ven privadas de autonomía, de intimidad, de un espacio que les sea propio como personas (ya que, por definición, no pueden

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

112 ESTELA SERRET IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 113

ser hommes), en tanto que deben estar sometidas, por su natura-leza, a la autoridad del varón, entronizado como jefe de familia. En este sentido, hablar de la casa como del reino de las mujeres, no deja de ser una ironía. En efecto, es el reino de las mujeres porque se considera su lugar de pertenencia (es el espacio simbólico de lo femenino), pero, en un sentido estricto de ejercicio de autoridad reconocida como tal, no reinan tampoco en la casa.

Este planteamiento tiene como corolario inevitable la consig-nación de un hecho decisivo para fijar las diferencias identitarias entre hombres y mujeres en la modernidad, y que expresaremos siguiendo una tesis de Celia Amorós:7 mientras ellos son indivi-duos, ellas son género. Esto significa, en primer lugar, que para ellos y a través suyo se instituye el espacio de los iguales, en el sen-tido de equivalentes, el espacio del poder horizontal que permite vincular los intereses republicanos por el bien común con los inte-reses liberales por el bien individual. El concepto de individuo, cuando se considera bajo la tenue pero reveladora luz que pro-viene del espacio íntimo, en tanto hombre, va más allá del supuesto de la autonomía. Gracias a su singularidad, a su condición de uni-cidad (en el doble sentido de ser íntegro y de ser único), los indi-viduos mantienen entre sí el estatuto de igualdad: son igualmente singulares y tienen igual derecho a su privacidad.

En vista de las anteriores consideraciones, me parece funda-mental que el análisis sobre los espacios sociales, deje de mane-jarse a partir de la engañosa dicotomía de lo público versus lo pri-vado, sobre todo en la medida en que se quiera hacer caber al reino de lo doméstico y la familia en esa última categoría. Las interacciones sociales en la casa no operan bajo el supuesto de que se producen entre individuos libres e iguales, por la simple razón de que es en ese espacio donde se generan y reproducen las iden-tidades de hombres y mujeres como desiguales por naturaleza. Como en el siglo de Aristóteles.

Cuando atribuimos a la familia moderna la creación del es-pacio de intimidad para los hombres, no incluimos imaginariamen-te a las mujeres en esta idea (y desde luego, no se han hecho

7 Cfr. Amorós (1994).

grandes esfuerzos institucionales por garantizar sus derechos a la privacidad en los hechos sociales). Si no damos cuenta de la espe-cificidad del espacio doméstico, de sus diferencias con lo privado y lo público, del papel que juega en la reproducción de la generi-zación de las prácticas sociales; de su principio de legitimidad antimoderno, será difícil que nuestra crítica prospere.

Contar con los elementos teóricos y políticos para tal crítica es tanto más indispensable en el contexto actual cuanto que la so-cialización en el espacio doméstico constituye al conjunto de las identidades políticas en las sociedades democráticas corno sus-tantivamente antidemocráticas. En nuestras relaciones primarias aprendemos que la autoridad está basada en principios antirracio-nales e inmutables que hacen legítima, incluso, la violencia per-sonal. La familia, ese soñado espacio de solidaridad y privacía, es el lugar más inseguro para la mayoría de las mujeres del mundo, en tiempos de paz. ¿Cómo puede esperarse que un sitio tal pro-duzca ciudadanos educados en la tolerancia, el respeto, la parti-cipación y los ideales de justicia?

CONCLUSIONES

ESTE TRABAJO aborda el problema de las dificultades subjetivas que enfrentan muchas mujeres al acceder al mundo del trabajo remu-nerado y al de la política, entendiendo por dificultades subjetivas tanto aquellas derivadas de la autopercepción como de la percep-ción social. El impacto negativo que tales percepciones generan en el desempeño público de muchas mujeres es interpretado ge-neralmente como producto de una naturaleza femenina especial que resulta incompatible o poco compatible con actividades dis-tintas de las que atañen al cuidado y la reproducción de la fa-milia. Lo que se pretende mostrar es, por el contrario, cómo la difícil asunción de roles en el mundo público por parte de muchas mujeres está relacionada con el hecho de que ellas siguen consti-tuyendo sus identidades a partir de una lógica (simbólica) básica-mente incompatible con aquella (conceptual)8 que funda los

'Cfr. Serret (2002: 33-38) para ver cómo, en la modernidad, el género transita del símbolo al concepto.

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

114 ESTELA SERRET IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 115

espacios políticos y económicos en la modernidad. Sin embargo, el hecho de que estas dos lógicas sean incontrastables, no signi-fica que no exista relación alguna entre ellas: por el contrario, la lógica simbólica, propia del espacio doméstico, en referencia a la cual se constituye la identidad femenina tradicional, ha sido considerada por los distintos proyectos de la modernidad, como una suerte de enclave de naturaleza cuya existencia marginal y so-metida es indispensable para el buen funcionamiento del orden público. La interdependencia entre ambas lógicas y ambos espa-cios constituye una de las tensiones políticas de la modernidad con peores consecuencias para la realización de los ideales demo-cráticos.

El asunto se complica cuando las mujeres conquistan el de-recho de salir de la casa: por un lado, ha resultado profundamente incómodo asimilar la participación de seres naturales en la expre-sión más acabada de la cultura humana; pero sobre todo, esta participación ha quebrantado los fundamentos de la conceptua-lización del espacio político moderno como el espacio de la igual-dad entre varones posibilitada por su potencial acceso equitativo a las mujeres como género. Si las mujeres dejan de ser género y se transforman en individuos gracias a su participación pública; si su subordinación de principio se pone en tela de juicio al realizar una acción contraria a la misma definición de la genericidad, esto no se produce sin embargo de modo aproblemático. Las mujeres quebrantan con su irrupción ilógica los fundamentos de su some-timiento, pero lo hacen desde una identidad forjada justamente en referencia a los códigos que reproducen los principios de su su-bordinación.

Para dar cuenta de este tema, es indispensable repensar los conceptos que indican cómo se produce la división de espacios en la modernidad en tanto separación de esferas de interacción social que obedecen a lógicas diferenciadas. Nuestra explicación pre-tende tomar distancia crítica de las caracterizaciones al uso que consideran a las sociedades modernas escindidas en un espacio público y otro privado. Esta escisión suele emplearse paralelamente a la definición del Estado político opuesto a la sociedad civil.

Ambas tipologías, ampliamente utilizadas tanto en el ámbito aca-démico como en el de la opinión pública, han demostrado ser oscuras e imprecisas. Por ejemplo, como vimos, los límites entre lo público y lo privado parecen desplazarse según quien emplea los términos y el contexto en el cual los usa, y, lo que es peor, repro-ducen la invisibilización de las mujeres, sus acciones y sus nece-sidades, tanto como el ocultamiento de las ilegítimas relaciones de poder y dominación que dan cuerpo al espacio doméstico.

En el feminismo, el análisis de la dicotomía público/privado ha jugado un papel preponderante. Muchos estudios críticos se centran en el señalamiento de que la sociedad burguesa generiza estos espacios construyendo al mundo público según un patrón masculino (patriarcal) y relegando a las mujeres a la esfera de lo privado. Un razonamiento de este tipo nos lleva a concluir que tales análisis entienden a la casa y la familia como los compo-nentes de lo privado, mientras que lo público sería todo lo que ocurre fuera de ellas; esta última esfera quedaría así integrada por el mundo jurídico-político-estatal; la acción ciudadana; el sistema económico; el mundo del trabajo, la educación; el arte; la religión institucional; la feligresía...; todo reunido bajo una caracteriza-ción tan amplia que se vacía de contenido.

La dicotomía entre lo civil y lo político no es menos proble-mática. Gracias a la caracterización marxista, a partir de la se-gunda mitad del siglo xix comenzó a identificarse sociedad civil con sociedad burguesa que se opone al Estado político entendido como la junta que administra los intereses de la clase en el poder (eco-nómico). Con esta tipificación, Marx nos hereda una versión sim-plista y empobrecida de la definición hegeliana que permite en-tender la lógica precisa de funcionamiento de los espacios en los que se organiza la sociedad moderna de su época. En efecto, para Hegel, los criterios que orientan la acción y la percepción de los sujetos modernos se norman según tres lógicas distintas: aquella que rige en la familia, la que impera en la sociedad civil y, final-mente, la propia del Estado (comunidad) político(a). A través de su análisis nos queda claro que, a diferencia de lo que ocurre en otras sociedades, la dinámica de las relaciones humanas en todos

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 117 116 ESTELA SERRET

sus niveles se ve afectada por la racionalización. Sin embargo, el impacto racionalizador en cada una de las tres esferas conside-radas, se revela bien distinto. Así, mientras que en la sociedad civil vemos expresarse mayormente una racionalidad instrumen-tal y una racionalización formal, en el Estado se manifiesta la razón sustantiva. Pero, ¿qué ocurre con la familia?

La familia moderna acusa también el efecto racionalizador: a diferencia de las familias tradicionales, es producto de un espe-cial contrato de matrimonio que tiene como fundamento el amor y no el convenio pecuniario o político; es una comunidad nuclear y no ampliada; se privilegia el interés de la comunidad familiar actual, y no se opera en función del linaje pasado o porvenir; entre otras características. Esta racionalización, sin embargo, no afecta el hecho de que, en la sociedad moderna, el espacio doméstico sea el sitio de la inmediatez, la expresión de asociación humana más cercana a la naturaleza.

Los criterios de validación de la acción en el espacio doméstico, son, pues, muy distintos a los que rigen al espacio civil y al político. Mientras que estos últimos se vinculan mediante una lógica de igualdad y libertad (bien de los individuos, bien de la soberanía), tales pre-ceptos son inaplicables en la configuración de la familia. Allí, la sociedad moderna reedita parcialmente lo que ocurría en el mundo griego clásico:

Aristóteles da cuenta de cómo la casa se organiza siguiendo un principio autoritario, verticalista, en virtud del cual el señor reina al estilo de un monarca absoluto. Esta estructura de hecho es con-dición de posibilidad de la igualdad y libertad que caracterizan a la interacción social en el mundo público-político.

A diferencia de lo que ocurre en las Polis griegas, sin embargo, el Estado moderno ha sufrido una mayor diversificación en sus espacios, lo que se traduce, entre otras cosas, en la escisión entre el mundo económico/laboral y el doméstico.

En la antigua Grecia el trabajo, la producción económica (acti-vidad carente de prestigio social) estaba a cargo de mujeres libres, esclavas y esclavos, mientras que las tareas del gobierno y la deli-beración, eran prerrogativas de los hombres libres (esos mismos que gobernaban como monarcas sus propias casas).

En la modernidad, la casa, ya se dijo, opera prácticamente como un enclave de naturaleza inscrito en territorio racionalizado. En ella, los criterios universalistas de igualdad natural entre las personas (entendida como igual derecho a la libertad y el autogo-bierno) simplemente dejan de operar. La casa es una comunidad cuyos miembros están sujetos a la autoridad del jefe de familia: el padre, un varón. Aunque esa jefatura haya sido considerada recientemente como un dato económico, lo cierto es que tiene el carácter de una autoridad simbólica. Aun cuando un esposo y padre haya dejado de ser (o nunca haya sido) el proveedor, su sola presencia en el hogar le garantiza la atribución de autoridad. Muchas veces los varones cuentan con ese reconocimiento incluso estando ausentes.

Es este espacio, doméstico y no privado, al que pertenecen las mujeres por definición en calidad de subordinadas, donde se con-figuran las identidades sociales y los marcos de relación entre los géneros y las generaciones.

Aunque, en los hechos, las mujeres nunca (incluyendo los tiem-pos de Hegel) hayan dejado de jugar un papel decisivo en la pro-ducción económica, por ejemplo, en el imaginario de la moder-nidad las mujeres sólo se encuentran al interior de la familia.

A esto es, sin duda, a lo que alude la crítica feminista que acusa a la sociedad moderna de relegar a las mujeres al espacio privado: se habla de él como de un sitio amurallado en el interior del cual ellas y sus acciones carecen de visibilidad. Sin embargo el término —generado por la misma lógica de exclusión e invisihilización mi-sógina— resulta bastante desafortunado y la dicotomía, confusa.

La sociedad burguesa emplea la idea de lo privado como parte de la reivindicación liberal de proteger al individuo contra los exce-sos del Estado y la tiranía de la sociedad (Mill, Tocqueville). Como parte de esta idea quedó establecido que el reino del individuo varón debe considerarse sagrado. Esto incluye lo que ocurre al interior de su hogar, pero también concierne a sus opiniones pú-blicas' y a su acción emprendedora. Es decir, cuando el hombre

'Y desde luego a todos los demás temas consagrados por las llamadas libertades negativas: libertad de expresión, de opinión, de culto, de tránsito, de prensa, de pensamiento, etcétera.

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

ESTELA SERRET

construye a lo privado como su espacio, defiende su derecho a la privacidad.

Esto, obviamente, no aplica a las mujeres. Para ellas, el llamado espacio privado expresa la privación de libertad, de derechos, de autonomía, de reconocimiento, de visibilidad. Es una mala cate-gorización porque, como ocurre con una gran cantidad de térmi-nos, lo privado significa cosas opuestas cuando se aplica a los individuos y cuando se aplica a las mujeres.

Haciendo eco de la llamada democracia radical, considero que las tensiones inherentes a la política en la modernidad no podrán suavizarse si desatendemos la democratización de la casa,'" indis-pensable en la generación de identidades ciudadanas. Debemos pugnar, en el terreno que nos corresponde que es de la categori-zación, por que el espacio doméstico sea llamado por su nombre, que no se le confunda con lo privado, para dar cuenta del tipo de relaciones de poder y dominación específicas de ese sitio y posibi-litar así su deconstrucción crítica en aras de la justicia política.

BIBLIOGRAFÍA

AMORÓS, Celia (1994), "Igualdad e identidad", en A. Valcárcel (comp.), El concepto de igualdad, Madrid, Pablo Iglesias, pp. 29-48. (1997), Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y

postmodernidad, Madrid, Cátedra (Feminismos 41), 464 pp. ANDERSON, Bonnie S. y Judith P. Zinsser (1992), "Mujeres en los salo-

nes", en Historia de las mujeres: una historia propia, t. 2, Barcelona, Editorial Crítica, pp. 126-152.

ARISTÓTELES (1992), Política, Porrúa (Sepan Cuantos 70), México, versión española e introducción de Antonio Gómez Robledo.

BENHABIB, Seyla (1992), Situating the Self, Nueva York, Routledge, 268 PP.

COBO, Rosa (1995), Fundamentos del patriarcado moderno, Jean Jacques Rousseau, Madrid, Cátedra (Feminismos 23).

")Lo cual no equivale a soñar con la desaparición de la autoridad en la familia, por ejemplo, la que deben ejercer las madres y los padres sobre las hijas e hijos, sino a exigir que esa autoridad se finque en un principio racionalista y no en uno despótico que siga natura-lizando las desigualdades.

IDENTIDADES DE GÉNERO Y DIVISIÓN DE ESPACIOS 119

COHEN, Jean L. y Andrew Arato (2002), Sociedad civil y teoría política, México, FCE, 704 pp.

DULONG, Claude (1992), "De la conversación a la creación", en Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres. Del Renacimiento a la Edad Moderna, t. 3, Madrid, Taurus, pp. 425-451.

ENGELS, Friedrich (1980), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, México, Ediciones de Cultura Popular. Edición original, 1884.

FRAISSE, Geneviéve (1991), Musa de la razón, Madrid, Cátedra (Feminis-mos 5). (2003), Los dos gobiernos: la familia y la ciudad, Madrid, Cátedra

(Feminismos 77), 168 pp. FRASER, Nancy (1988), "What's Critical about Critical Theory? The Case

of Habermas and Gender", en Benhabib y Cornell (eds.), Feminism as a Critique, MinneaPolis, University of Minnesota Press. (1993), "Repensar el ámbito público: una contribución a la

crítica de la democracia realmente existente", en Debate feminista #7, marzo de 1993, pp. 23-58 apareció originalmente en C. Calhoun, Habermas and the Public Sphere, Cambridge, MIT Press, 1991.

HEGEL, G.W.F. (1980), Filosofa del derecho, México, Juan Pablos, trad. Angélica Mendoza, 288 pp. Edición original, 1820.

LANDES, Joan (1990), Women and the Public Sphere in the Age of French Revo-lution, Ithaca, Cornell University Press.

LAQUEUR, Thomas (1994), La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Madrid, Cátedra (Feminismos 20), traducción, Eugenio Portela, 416 pp.

MOLINA PETIT, Cristina (1994), Dialéctica feminista de la Ilustración, Bar-celona, Anthropos (Pensamiento crítico/Pensamiento utópico 82), prólogo de Celia Amorós, 320 pp.

PATENTAN, Catole (1988), The Sexual Contract, Stanford, Stanford Univer-sity Press, 288 pp.

PULEO, Alicia (ed.) (1993), La Ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo xlan, Barcelona, Antrophos, edición e introducción de Alicia H. Puleo, Presentación de Celia Amorós, 176 pp.

ROUSSEAU, Jean Jaques (1993), Emilio. O de la educación, México, Porrúa (Sepan Cuantos 159), 388 pp. s/trad. Edición original, 1762.

Scorr, J.W. (1993), "La mujer trabajadora en el siglo xix", en Duby y Perrot Historia de las mujeres, t. IV, Barcelona, Taurus, pp. 405-436.

SERRET, Estela (2002), Identidad femeninay proyecto ético, México, uAM-Azca- potzalco/PuEG/Miguel Ángel Porrúa, 311 pp.

118

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.

lr ! 1

120 ESTELA SERRET

(2004), "Mujeres y hombres en el imaginario social. La impronta del género en las identidades", en Ileana García Gossio (coord.), Mujeres

y sociedad en el México contemporáneo. Nombrar lo innombrable, México, Tec de Monterrey/Miguel Ángel Porrúa/Cámara de Diputados, pp. 43-70.

VALCÁRCEL, Amelia (1997), La política de las mujeres, Madrid, Cátedra (Feminismos 38), 340 pp.

MARTA TORRES FALCÓN

Género y derechos humanos

INTRODUCCIÓN

LOS DERECHOS HUMANOS HAN OCUPADO Un lugar central en los debates contemporáneos en torno al funcionamiento de la

democracia y sus principales retos y perspectivas. Un aspecto cen-tral del debate se refiere a la condición social, jurídica y de parti-cipación política de las mujeres. Se discute la pertinencia del con-cepto para abordar problemáticas específicas, la necesidad de dar plena vigencia a los contenidos de un discurso que se presume uni-versal, y aun las contradicciones internas de ese discurso.' Desde esta perspectiva, el análisis del andamiaje conceptual de los dere-chos humanos y de su aplicación práctica revela las tensiones exis-tentes en ese discurso emancipador concebido en el marco de la modernidad.

La lucha por los derechos humanos de las mujeres no es nueva. El primer reclamo fue la educación. En 1405, Cristina de Pizán toma la pluma para dejar constancia de lo que a su parecer era una prerrogativa básica y por lo tanto legítima: las mujeres debían recibir la misma educación que los hombres (Beauvoir, 1993). Casi cuatro siglos después, en 1791, la francesa Olympe de Gouges denunciaba la exclusión de las mujeres de la primera Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y propo-

' El discurso de los derechos humanos se ha vuelto estandarte de grupos minoritarios, cuyas prerrogativas básicas se ven vulneradas precisamente por ese carácter; por ello se habla de derechos humanos de indígenas, migrantes, personas con alguna discapacidad, etcétera. En este capítulo el énfasis se coloca en la situación de las mujeres, que no constituyen un grupo minoritario y sin embargo enfrentan cotidianamente múltiples transgresiones a sus derechos básicos.

1121]

Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.

El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.