Esperanzados en Cristo

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Esperanzados en Cristo Estudio expositivo de la Primera Epístola de Pedro Warren W. Wiersbe Editorial Bautista Independiente Esperanzados en Cristo fue publicado originalmente en inglés bajo el título Be Hopeful. © 1982 SP Publications, Inc. Wheaton, Illinois A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la Versión ReinaValera Revisada, Revisión de 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas en América Latina. Usadas con permiso. Las citas bíblicas indicadas con las siglas NVI son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional , © 1999, Sociedad Bíblica Internacional. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, por ningún medio, sin el permiso previo por escrito de la Editorial Bautista Independiente, excepto por breves citas en otros libros o artículos y revisiones críticas.

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Esperanzados en Cristo

Estudio expositivo de la Primera Epístola de Pedro

Warren W. Wiersbe

Editorial Bautista Independiente

Esperanzados en Cristo fue publicado originalmente en inglés bajo el título Be Hopeful.

© 1982 SP Publications, Inc.

Wheaton, Illinois

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina–Valera Revisada, Revisión de 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas en América Latina. Usadas con permiso. Las citas bíblicas indicadas con las siglas NVI son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, © 1999, Sociedad Bíblica

Internacional. Usadas con permiso.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, por ningún medio, sin el permiso previo por escrito de la Editorial Bautista Independiente, excepto por breves citas en otros libros o artículos y revisiones críticas.

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© 2013

WW-620 ISBN 978-1-932607-92-5

Editorial Bautista Independiente 3417 Kenilworth Boulevard

Sebring, Florida 33870

www.ebi-bmm.org (863) 382-6350

Dedicado a nuestras nueras Susan Wiersbe

y Karen Wiersbe

y a nuestros yernos David Jacobsen y David Johnson

¡Es grato tenerlos en nuestra familia!

Índice

Prefacio Bosquejo

Capítulo 1. Donde Cristo Esté, Hay Esperanza (1 Pedro 1:1; 5:12–14) 2. ¡Es Gloria de Principio a Fin! (1 Pedro 1:2–12) 3. Manteniéndose Limpio en un Mundo Contaminado (1 Pedro 1:13–21) 4. Unidad Cristiana (1 Pedro 1:22–2:10) 5. ¡Alguien te Está Vigilando! (1 Pedro 2:11–25) 6. ¿Casado o Atrapado? (1 Pedro 3:1–7) 7. ¡Preparándose para lo Mejor! (1 Pedro 3:8–17) 8. Aprendiendo de Noé (1 Pedro 3:18–22) 9. El Tiempo que te Resta (1 Pedro 4:1–11) 10. Datos Acerca de Hornos (1 Pedro 4:12–19) 11. Cómo Ser un Buen Pastor (1 Pedro 5:1–4) 12. ¡De la Gracia a la Gloria! (1 Pedro 5:5–11)

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Prefacio

Si sabes algo de sufrimiento y persecución, entonces 1 Pedro tiene un mensaje para ti: “¡Puedes mantenerte esperanzado en Cristo!”.

Pedro escribió esta carta a creyentes que estaban atravesando varias pruebas. El apóstol sabía que un severo “fuego de prueba” estaba a punto de empezar, y quería preparar a los creyentes para el mismo. Después de todo, lo que la vida nos hace depende de lo que la vida encuentra en nosotros.

En su mayor parte los creyentes en el mundo occidental han disfrutado de vidas cómodas. Nuestros hermanos y hermanas en otras partes del mundo han sufrido por su fe. Ahora hay muchas indicaciones de que el tiempo se acerca cuando nos costará mantenernos firmes en Cristo. El único creyente “cómodo” será el creyente “que hace acomodos”, y esa comodidad será costosa.

Pero el mensaje de Dios para nosotros es: “¡Ten Esperanza! ¡El sufrimiento conduce a la gloria! ¡Yo puedo darte la gracia que necesitas para honrarme cuando las cosas se ponen difíciles!”.

El futuro es tan brillante como las promesas de Dios, así que mantente ¡Esperanzado en Cristo!

Warren W. Wiersbe

Bosquejo sugerido de la Epístola de 1 Pedro

Tema central: La gracia de Dios y la esperanza viva Versículos clave: 1 Pedro 1:3; 5:12

I. La gracia de Dios y la salvación: capítulos 1:1–2:10 A. Vive en esperanza: 1:1–12 B. Vive en santidad: 1:13–21 C. Vive en armonía: 1:22–2:10

II. La gracia de Dios y la sumisión: capítulos 2:11–3:12 A. Sométete a las autoridades: 2:11–17 B. Sométete a los maestros: 2:18–25 C. Sométete en el hogar: 3:1–7 D. Sométete en la iglesia: 3:8–12

III. La gracia de Dios y el sufrimiento: capítulos 3:13–5:11 A. Haz a Jesucristo Señor: 3:13–22 B. Ten la actitud de Cristo: 4:1–11 C. Glorifica el nombre de Cristo: 4:12–19 D. Espera el regreso de Cristo: 5:1–6 E. Depende de la gracia de Cristo: 5:7–11

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Donde Cristo Esté, Hay Esperanza

1 Pedro 1:1; 5:12–14

“¡Mientras haya vida hay esperanza!” Este antiguo refrán romano todavía se cita hoy y, como la mayoría de los

adagios, tiene un elemento de verdad, pero ninguna garantía de certeza. No es el hecho de la vida lo que determina la esperanza, sino la fe de la vida. El creyente tiene una “esperanza viva” (1 Pedro 1:3) porque su fe y esperanza están en Dios (1 Pedro 1:21). Esta “esperanza viva” es el tema principal de la primera carta de Pedro. El les dice a todos los creyentes: “¡Tengan esperanza!”.

El escritor (1 Pedro 1:1)

El escritor se identifica a sí mismo como “Pedro, apóstol de Jesucristo” (1 Pedro 1:1). Algunos estudiosos de ideología liberal han cuestionado si un pescador común pudiera haber escrito esta carta, especialmente puesto que a Pedro y a Juan se les llamó “hombres sin letras y del vulgo” (Hechos 4:13). Sin embargo, esta frase sólo quiere decir laicos sin una avanzada educación formal; es decir, no eran dirigentes profesionales de religión. Nunca debemos subestimar la preparación que Pedro tuvo por tres años con el Señor Jesús, ni debemos minimizar la obra del Espíritu Santo en su vida. Pedro es una ilustración perfecta de la verdad que se expresa en 1 Corintios 1:26–31.

Su nombre de pila era Simón, pero Jesús se lo cambió a Pedro, que quiere decir una piedra (Juan 1:35–42). El arameo equivalente de “Pedro” es “Cefas,” así que Pedro era un hombre con tres nombres. Casi cincuenta veces en el Nuevo Testamento se le llama “Simón”, y a menudo se le llama “Simón Pedro”. Tal vez los dos nombres sugieren las dos naturalezas del creyente: una vieja naturaleza (Simón) proclive a fallar, y una nueva naturaleza (Pedro) que puede dar victoria. Como Simón, él era sólo otro pedazo de barro humano; ¡pero Jesucristo hizo de él una roca!

Pedro y Pablo fueron los dos apóstoles principales de la iglesia inicial. A Pablo se le asignó especialmente ministrar a los gentiles, y a Pedro, a los judíos (Gálatas 2:1–10). El Señor le había ordenado a Pedro que fortaleciera a sus hermanos (Lucas 22:32) y que apacentara el rebaño (Juan 21:15–17; ve también 1 Pedro 5:1–4), y el escribir esta carta fue parte de ese ministerio. Pedro les dijo a sus lectores que ésta era una carta de estímulo y testimonio personal (1 Pedro 5:12). Algunos escritos se producen basándose en libros, a la manera en que los universitarios de primer año escriben monografías; pero esta carta brotó de una vida que fue vivida para la gloria de Dios. Varios sucesos de la vida de Pedro están entrelazados en la trama de esta epístola.

Esta carta también va asociada con Silas (Silvano, 1 Pedro 5:12). Silas era uno de los “varones principales” de la iglesia inicial (Hechos 15:22) y profeta (Hechos 15:32). Esto quiere decir que comunicaba los mensajes de Dios a las

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congregaciones según lo dirigía el Espíritu Santo (ve 1 Corintios 14). Los apóstoles y profetas trabajaron juntos para poner los cimientos de la iglesia (Efesios 2:20); y una vez que se puso ese cimiento, ellos salieron de la escena. En la iglesia de hoy no hay apóstoles y profetas en el sentido del Nuevo Testamento.

Es interesante que Silas esté asociado con el ministerio de Pedro, porque originalmente él fue con Pablo como reemplazo de Bernabé (Hechos 15:36–41). Pedro también mencionó a Juan Marcos (1 Pedro 5:13) cuyo fracaso en el campo misionero contribuyó a producir la ruptura entre Pablo y Bernabé. Pedro había conducido a Marcos a la fe en Cristo (“Marcos, mi hijo”) y por cierto seguiría interesado en él. No hay duda de que una de las primeras asambleas se reunía en la casa de Juan Marcos en Jerusalén (Hechos 12:12). Al fin Pablo perdonó y aceptó a Marcos como ayudante valioso en la obra (2 Timoteo 4:11).

Pedro indicó que escribió esta carta “en Babilonia” (1 Pedro 5:13) en donde había una asamblea de creyentes. No hay ninguna evidencia ni de la historia del cristianismo ni de la tradición en cuanto a que Pedro haya ministrado en la antigua Babilonia que, a ese tiempo, en efecto tenía una comunidad numerosa de judíos. Había otra ciudad llamada “Babilonia” en Egipto, pero no tenemos prueba de que Pedro jamás la haya visitado. “Babilonia” probablemente es otro nombre para la ciudad de Roma, y tenemos en efecto razón para pensar que Pedro ministró en Roma y que probablemente murió allí como mártir. A Roma se la llama “Babilonia” en Apocalipsis 17:5 y 18:10. No era extraño que los creyentes perseguidos durante esos días escribieran y hablaran en “código”.

Al decir esto, sin embargo, no debemos asignar a Pedro más de lo que es debido. El no fundó la iglesia de Roma ni sirvió como su primer obispo. Era norma de Pablo no ministrar donde habían ido otros apóstoles (Romanos 15:20); así que Pablo no habría ministrado en Roma si Pedro hubiera llegado allá primero. Pedro probablemente llegó a Roma después de que Pablo fue libertado de su primer encarcelamiento, alrededor del año 62 d. de C. Primera de Pedro fue escrita cerca del año 63. Pablo murió como mártir como por el año 64, y tal vez ese mismo año, o poco después, Pedro dio su vida por Cristo.

Los destinatarios (1 Pedro 1:1)

Pedro los llama “expatriados” (1 Pedro 1:1), lo que quiere decir extranjeros residentes, viajeros. También se les llama “extranjeros y peregrinos” en 1 Pedro 2:11. Eran ciudadanos del cielo por su fe en Cristo (Filipenses 3:20), y por consiguiente no eran residentes permanentes en la tierra. Como Abraham, tenían sus ojos de la fe fijos en la ciudad futura de Dios (Hebreos 11:8–16). Estaban en el mundo, pero no eran del mundo (Juan 17:16).

Debido a que los creyentes son “extranjeros” en el mundo, se les considera como extraños a ojos del mundo (1 Pedro 4:4). Los creyentes tienen normas y valores diferentes de los del mundo, y esto da oportunidad tanto para el testimonio como para la guerra espiritual. Descubriremos en esta epístola que algunos de los lectores estaban atravesando sufrimiento debido a su forma de vida diferente.

Estos creyentes eran un pueblo “disperso”, tanto como un pueblo “extranjero.” La palabra que se traduce “dispersión” (diáspora) era un término técnico para los judíos que vivían fuera de Palestina. Se usa de esta manera en Juan 7:35 y

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Santiago 1:1. Sin embargo, el uso que hace Pedro de esta palabra no implica que estaba escribiendo sólo para los creyentes judíos, porque algunas de las afirmaciones de esta carta sugieren que algunos de sus lectores se convirtieron del paganismo gentil (1 Pedro 1:14, 18; 2:9–10; 4:1–4). Sin duda había una mezcla de judíos y gentiles en las iglesias que recibieron esta carta. Notaremos varias referencias y alusiones al Antiguo Testamento en estos capítulos.

Estos creyentes estaban dispersos en cinco partes diferentes del imperio romano, todas ellas en el norte de Asia Menor (Turquía moderna). El Espíritu Santo no le permitió a Pablo ministrar en Bitinia (Hechos 16:7), así que él no empezó esta obra. En Pentecostés había judíos de Ponto y Capadocia (Hechos 2:9), y tal vez ellos llevaron el evangelio a sus provincias vecinas. Posiblemente los creyentes judíos que habían estado bajo el ministerio de Pedro en otros lugares habían emigrado a las ciudades de estas provincias. La gente estaba “de camino” en esos días, y creyentes dedicados proclamaban la Palabra dondequiera que iban (Hechos 8:4).

Lo importante que debemos saber en cuanto a estos “expatriados de la dispersión” es que estaban atravesando un tiempo de sufrimiento y persecución. Por lo menos quince veces en esta carta Pedro se refirió al sufrimiento; y usó ocho palabras diferentes para hacerlo. Algunos de esos creyentes sufrían porque estaban viviendo vidas santas y haciendo lo bueno y correcto (1 Pedro 2:19–23; 3:14–18; 4:1–4, 15–19). Otros sufrían reproche por el nombre de Cristo (1 Pedro 4:14) y los hostigaban los incrédulos (1 Pedro 3:9–10). Pedro escribió para animarlos a ser buenos testigos ante sus perseguidores, y recordarles que su sufrimiento los llevaría a la gloria (1 Pedro 1:6–7; 4:13–14; 5:10).

Pero Pedro tenía otro propósito en mente. Sabía que el “fuego de prueba” estaba a punto de empezar: la persecución oficial de parte del imperio romano (1 Pedro 4:12). Cuando la iglesia empezó en Jerusalén se la veía como una “secta” de la fe tradicional de los judíos. Los primeros cristianos eran judíos, y se reunían en los recintos del templo. El gobierno romano no realizó ninguna acción oficial contra los cristianos puesto que la religión judía era aceptada y aprobada. Pero cuando se hizo claro que el cristianismo no era una “secta” del judaísmo, Roma tuvo que dar pasos oficiales.

Varios sucesos ocurieron que ayudaron a precipitar este “fuego de prueba”. Para empezar, Pablo había defendido a la fe cristiana ante la corte oficial en Roma (Filipenses 1:12–24). Había sido puesto en libertad pero después lo habían encarcelado de nuevo. Esta segunda defensa falló, y lo ejecutaron como mártir (2 Timoteo 4:16–18). Segundo, el enloquecido emperador Nerón les echó a los cristianos la culpa del incendio de Roma (julio del 64 d. de C.), usándolos como chivos expiatorios. Pedro probablemente estaba en Roma en ese tiempo y lo ejecutó Nerón, quien también había matado a Pablo. La persecución que Nerón desató contra los cristianos fue local al principio, pero probablemente se esparció. En cualquier caso, Pedro quería preparar a las iglesias.

No debemos pensar que todos los creyentes en todas partes del imperio atravesaron las mismas pruebas, al mismo grado y al mismo tiempo. Estas variaban de lugar en lugar, aunque el sufrimiento y la oposición eran bastante generales (1 Pedro 5:9). Nerón introdujo la persecución oficial de la iglesia, y otros emperadores siguieron su ejemplo en años posteriores. La carta de Pedro debe

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haber sido una tremenda ayuda para los creyentes que sufrieron durante los reinados de Trajano (98–117), Adriano (117–138) y Diocleciano (284–305). Los creyentes del mundo actual todavía pueden aprender el valor de la carta de Pedro cuando sus propios “fuegos de prueba” de la persecución empiezan. Aunque yo personalmente pienso que la iglesia no atravesará la Tribulación, sí pienso que estos últimos días traerán mucho sufrimiento y persecución al pueblo de Dios.

Es posible que Silas fue portador de esta carta a los creyentes de las provincias, y también el secretario que escribió la epístola.

El mensaje (1 Pedro 5:12)

Primera de Pedro es una carta de estímulo (1 Pedro 5:12). Hemos notado que el tema del sufrimiento aparece por toda la carta, pero también aparece el tema de gloria (ve 1 Pedro 1:7–8, 11, 21; 2:12; 4:11–16; 5:1, 4, 10–11). Uno de los estímulos que Pedro les da a los creyentes que sufren es la seguridad de que su sufrimiento un día será transformado en gloria (1 Pedro 1:6–7; 4:13–14; 5:10). Esto es posible sólo debido a que el Salvador sufrió por nosotros y luego entró en su gloria (1 Pedro 1:11; 5:1). Los sufrimientos de Cristo se mencionan a menudo en esta carta (1 Pedro 1:11; 3:18; 4:1, 13; 5:1).

Pedro es preeminentemente el apóstol de la esperanza, así como Pablo es el apóstol de la fe y Juan, el del amor. Como creyentes tenemos una “esperanza viva” porque confiamos en un Cristo vivo (1 Pedro 1:3). Esta esperanza nos permite mantener nuestras mentes bajo control y “esperar por completo” (1 Pedro 1:13) el regreso de Jesucristo. No debemos avergonzarnos de nuestra esperanza sino estar listos para explicarla y defenderla (1 Pedro 3:15). Como Sara, las esposas cristianas pueden esperar en Dios (1 Pedro 3:5). Puesto que el sufrimiento trae gloria, y debido a que Jesús volverá, ¡en verdad podemos tener esperanza!

Pero el sufrimiento no da automáticamente gloria a Dios y bendición al pueblo de Dios. Algunos creyentes han desmayado y caído en tiempos de prueba, y han traído vergüenza sobre el nombre de Cristo. Es sólo cuando dependemos de la gracia de Dios que podemos glorificar a Dios en tiempos de sufrimiento. Pedro también recalca la gracia de Dios en esta carta. “Os he escrito brevemente, amonestándoos, y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios, en la cual estáis” (1 Pedro 5:12).

La palabra “gracia” se usa en cada capítulo de 1 Pedro:1:2, 10, 13; 2:19 (“merece aprobación”), y 20 (“aprobado”); 3:7; 4:10; 5:5, 10, 12. La gracia es el favor generoso de Dios a pecadores indignos y santos necesitados. Cuando dependemos de la gracia de Dios podemos resistir el sufrimiento y convertir las pruebas en triunfos. Es sólo la gracia lo que nos salva (Efesios 2:8–10). La gracia de Dios puede darnos fuerza en tiempos de prueba (2 Corintios 12:1–10). La gracia nos capacita para servir a Dios a pesar de las dificultades (1 Corintios 15:9–10). Cualquier cosa que empieza con la gracia de Dios siempre conduce a la gloria (Salmos 84:11; 1 Pedro 5:10).

Al estudiar 1 Pedro veremos cómo los tres temas del sufrimiento, la gracia y la gloria, se unen para formar un mensaje de estímulo para creyentes que atraviesan

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tiempos de prueba y persecución. Estos temas se resumen en 1 Pedro 5:10, un versículo que haríamos bien en aprender de memoria.

El editor y escritor cínico H. L. Mencken una vez definió la esperanza como “una creencia patológica en la ocurrencia de lo imposible.” Pero esa definición no concuerda con el significado de la palabra en el Nuevo Testamento. La verdadera esperanza cristiana es más que “así lo espero”. Es confianza segura de la gloria y bendición futuras.

Un creyente del Antiguo Testamento llamó a Dios “la Esperanza de Israel” (Jeremías 14:8). Un creyente del Nuevo Testamento afirma que Jesucristo es su esperanza (1 Timoteo 1:1; ve Colosenses 1:27). El pecador no salvado está “sin esperanza” (Efesios 2:12); y si muere sin Cristo, quedará sin esperanza para siempre. El poeta italiano Dante, en su obra La Divina Comedia, pone esta inscripción sobre la entrada al mundo de los muertos: “¡Abandonen toda esperanza ustedes que entran aquí!”.

La esperanza confiada que tenemos en Cristo nos da el estímulo y la capacitación que necesitamos para la vida diaria. No nos pone en una mecedora en donde plácidamente esperamos el regreso de Cristo. Más bien, nos pone en la plaza y el mercado, en el campo de batalla, en donde continuamos avanzando cuando las cargas son pesadas y las batallas son duras. La esperanza no es un sedativo; es una inyección de adrenalina, una transfusión de sangre. Como un ancla, nuestra esperanza en Cristo nos estabiliza en las tormentas de la vida (Hebreos 6:18–19); pero a diferencia de un ancla, nuestra esperanza nos lleva hacia delante, y no nos detiene.

No es difícil seguir el hilo de pensamiento de Pedro. Todo empieza con la salvación, nuestra relación personal con Dios por medio de Jesucristo. Si conocemos a Cristo como Salvador, ¡entonces tenemos esperanza! Si tenemos esperanza, entonces podemos andar en santidad y en armonía. No debe haber problema en someternos a los que nos rodean en la sociedad, el hogar y la familia de la iglesia. La salvación y la sumisión sirven de preparación para el sufrimiento; pero si ponemos nuestros ojos en Cristo, podemos vencer y Dios transformará el sufrimiento en gloria.

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¡Es Gloria de Principio a Fin!

1 Pedro 1:2–12

Un cálido día de verano mi esposa y yo visitamos uno de los más famosos cementerios del mundo en Stoke Poges, pequeña población no lejos del Castillo de Windsor en Inglaterra. En ese sitio Tomás Gray escribió su famosa “Elegía Escrita en el Patio de una Iglesia Rural”, poema que la mayoría de los que nos

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educamos en las escuelas de los Estados Unidos de América tuvimos que leer en un momento u otro.

Mientras estábamos en silencio en medio de antiguas tumbas, una estrofa del poema vino a mi mente:

La jactancia de los heraldos, la pompa del poder, Y todo lo que la belleza o la riqueza jamás hayan dado, Espera por igual la hora inevitable, Las sendas de gloria llevan sólo a la tumba.

La gloria del hombre sencillamente no dura, pero la gloria de Dios es eterna; ¡y él se ha dignado compartirnos esa gloria! En esta primera sección de su carta Pedro nos revela cuatro maravillosos descubrimientos que hizo en cuanto a la gloria de Dios.

Los creyentes nacen para la gloria (1 Pedro 1:2–4)

Debido a la muerte y resurrección de Jesucristo, a los creyentes Dios “…nos hizo renacer para una esperanza viva”, y esa esperanza incluye la gloria de Dios. Pero, ¿qué queremos decir con “la gloria de Dios”?

La gloria de Dios quiere decir la suma total de todo lo que Dios es y hace. “Gloria” no es un atributo o característica separada de Dios, tal como su santidad, sabiduría o misericordia. Todo lo que Dios es y hace se caracteriza por gloria. Es glorioso en sabiduría y poder, así que todo lo que piensa y hace se caracteriza por gloria. El revela su gloria en la creación (Salmo 19), en sus tratos con el pueblo de Israel, y especialmente en su plan de salvación para los pecadores perdidos.

Cuando nacimos la primera vez, no nacimos para la gloria. “Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba” (1 Pedro 1:24, que es cita de Isaías 40:6). Cualquier gloria endeble que el hombre tenga a la larga se desvanecerá y desaparecerá; pero la gloria del Señor es eterna. Las obras del hombre hechas para la gloria de Dios durarán y serán recompensadas (1 Juan 2:17). Pero los egoístas logros humanos de los pecadores un día se desvanecerán y no se verán más. ¡Una de las razones por que tenemos enciclopedias es para que aprendamos de gente famosa ya olvidada!

Pedro da dos descripciones que nos ayudan a entender mejor esta maravillosa verdad en cuanto a la gloria.

Se describe el nacimiento de un creyente (vs. 2–3). Todo ese milagro empezó en Dios: fuimos escogidos por el Padre (Efesios 1:3–4). Esto tuvo lugar en los profundos consejos de la eternidad, y nosotros no sabíamos nada al respecto hasta que nos fue revelado en la Palabra de Dios. Esta elección no se basó en algo que hayamos hecho, porque nosotros ni siquiera estábamos en escena. Tampoco se basaba en algo que Dios vio que nosotros seríamos o haríamos. La elección de Dios se basó totalmente en su gracia y amor. No podemos explicarla (Romanos 11:33–36), pero sí podemos regocijarnos en ella.

“Anticipado conocimiento” no sugiere que Dios meramente sabía de antemano que creeríamos, y por consiguiente nos escogió. Esto levantaría la pregunta: “¿Quién o qué nos hizo decidir por Cristo?” y eso quitaría nuestra salvación totalmente fuera de las manos de Dios. En la Biblia, “conocer previamente” quiere

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decir poner el amor de uno en una persona o personas de una manera personal. Se usa de esta manera en Amós 3:2: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra”. Dios puso su amor de elección en la nación de Israel. Otros versículos que usan “conocer” en este sentido especial son Salmo 1:6; Mateo 7:23; Juan 10:14, 27; y 1 Corintios 8:3.

Pero el plan de salvación incluye más que el amor de elección del Padre; también incluye la obra del Espíritu Santo al convencer al pecador y llevarle a la fe en Cristo. El mejor comentario de esto es 2 Tesalonicenses 2:13–14. También, el Hijo de Dios tuvo que morir en la cruz por nuestros pecados, o si no, no podría haber salvación. Hemos sido escogidos por el Padre, comprados por el Hijo y apartados por el Espíritu Santo. Se requiere a todos los tres para que haya una experiencia verdadera de salvación.

En lo que a Dios Padre se refiere, fui salvado cuando él me escogió en Cristo antes de la fundación del mundo. En lo que tiene que ver con el Hijo, fui salvado cuando él murió por mí en la cruz. Pero en lo que tiene que ver con el Espíritu Santo, fui salvado una noche en mayo de 1945 cuando oí el evangelio y recibí a Cristo. Entonces todo se combinó, pero se necesitó de todas las tres Personas de la Deidad para llevarme a la salvación. Si separamos estos ministerios, o bien negamos la soberanía divina o la responsabilidad humana, eso conduce a la herejía.

Pedro no niega la parte del hombre en el plan de Dios para salvar a los pecadores. En 1 Pedro 1:23 él recalca el hecho de que el evangelio fue predicado a esas personas, y que ellas oyeron y creyeron (ve también 1 Pedro 1:12). El propio ejemplo de Pedro en Pentecostés es prueba de que nosotros no “lo dejamos todo con Dios” sin instar a los pecadores perdidos a venir a Cristo (Hechos 2:37–40). El mismo Dios que ordena el fin —nuestra salvación— también ordena los medios para ese fin —la predicación del evangelio de la gracia de Dios.

Se describe la esperanza del creyente (vs. 3–4). Para empezar, es una esperanza viva porque se basa en la Palabra viva de Dios (1 Pedro 1:23), y se hizo posible por el Hijo viviente de Dios que resucitó de los muertos. Una “esperanza viva” es la que tiene vida en sí y por consiguiente puede darnos vida. Debido a que tiene vida, crece y llega a ser más grande y más hermosa con el paso del tiempo. El tiempo destruye la mayoría de las esperanzas; se desvanecen y después mueren. Pero el paso del tiempo sólo hace que la esperanza del creyente sea mucho más gloriosa.

Pedro llamó a esta esperanza “una herencia” (1 Pedro 1:4). Como hijos del Rey participamos de su herencia en gloria (Romanos 8:17–18; Efesios 1:9–12). Estamos incluidos en el último legado y testamento de Cristo, y participamos con él en la gloria (Juan 17:22–24).

Nota la descripción de esta herencia, porque es totalmente diferente de cualquier herencia terrenal. Para empezar, es incorruptible, lo que quiere decir que nada puede arruinarla. Debido a que es incontaminada, nada puede mancharla ni restarle valor de ninguna manera. Jamás se envejece porque es eterna; no se puede gastar, ni puede desilusionarnos de ninguna manera.

En 1 Pedro 1:5 y 9 a esta herencia se la llama “salvación”. El creyente ya ha sido salvo por fe en Cristo (Efesios 2:8–9), pero la conclusión de esa salvación espera el regreso del Salvador. Entonces tendremos nuevos cuerpos y entraremos

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en un nuevo medio ambiente, la ciudad celestial. En 1 Pedro 1:7, el apóstol se refiere a esta esperanza diciendo: “cuando sea manifestado Jesucristo.” Pablo llamó a esto “la esperanza bienaventurada” (Tito 2:13).

¡Qué emocionante es saber que hemos sido nacidos para la gloria! Cuando nacimos de nuevo, ¡cambiamos la gloria pasajera del hombre por la gloria eterna de Dios!

Los creyentes son guardados para la gloria (1 Pedro 1:5)

No sólo que la gloria está “reservada” para nosotros, ¡sino que nosotros estamos siendo guardados para la gloria! En mis viajes a veces he llegado a algún hotel, sólo para descubrir que han confundido o cancelado las reservaciones. Esto no nos sucederá cuando lleguemos al cielo, porque nuestro hogar y nuestra herencia futuros están garantizados y reservados.

“¿Pero supongamos que nosotros no lo logramos?” tal vez pregunte algún santo tímido. Pero llegaremos, porque todos los creyentes están siendo “guardados por el poder de Dios”. La palabra que se traduce “guardados” es un término militar que quiere decir protegido, escudado. El tiempo del verbo revela que estamos siendo constantemente guardados por Dios, lo que nos asegura que llegaremos con toda certeza al cielo. La misma palabra se usó para describir a los soldados que guardaban a Damasco cuando Pablo se escapó (2 Corintios 11:32). Ve también Judas 24–25 y Romanos 8:28–39.

Los creyentes no son guardados por su propio poder, sino por el poder de Dios. Nuestra fe en Cristo nos ha unido a él de tal manera que su poder ahora nos guarda y nos guía. No somos guardados por nuestra propia fuerza, sino por la fidelidad de él. ¿Por cuánto tiempo nos guardará? Hasta que Cristo vuelva, y entonces participaremos de la plena revelación de su gran salvación. Esta gran verdad se repite en 1 Pedro 1:9.

Es emocionante saber que somos “guardados para la gloria”. De acuerdo a Romanos 8:30 ya hemos sido glorificados. Todo lo que falta es la revelación pública de esta gloria (Romanos 8:18–23). Si algún creyente se perdiera, eso le privaría a Dios de su gloria. Dios está tan seguro de que estaremos en el cielo que ya nos ha dado su gloria como seguridad (Juan 17:24; Efesios 1:13–14).

La seguridad del cielo es una gran ayuda para nosotros hoy. Como el Dr. James M. Gray lo expresó en uno de sus cantos: “¿A quién le importa la jornada cuando el camino conduce a casa?” Si el sufrimiento de hoy quiere decir que habrá gloria mañana, entonces el sufrimiento llega a ser una bendición para nosotros. Los incrédulos tienen su “gloria” ahora, pero a eso le seguirá el sufrimiento eterno lejos de la gloria de Dios (2 Tesalonicenses 1:3–10). A la luz de esto, medita en 2 Corintios 4:7–18; ¡y entonces, regocíjate!

Dios está siendo preparando los creyentes para la gloria (1 Pedro 1:6, 7)

Debemos tener presente que todo lo que Dios planea y ejecuta aquí es preparación para lo que tiene guardado para nosotros en el cielo. Él está preparándonos para la vida y los servicios venideros. Nadie sabe todavía todo lo que está guardado para nosotros en el cielo; pero esto sí sabemos: la vida de hoy

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es una escuela en la que Dios nos prepara para nuestro ministerio futuro en la eternidad. Esto explica la presencia de pruebas en nuestras vidas: éstas son algunas de las herramientas y los libros de texto de Dios en la escuela de la experiencia cristiana.

Pedro usó la palabra “pruebas” en lugar de “tribulaciones” o “persecuciones”, porque estaba tratando de los problemas generales que los creyentes enfrentan al estar rodeados por inconversos. El habla de varias realidades en cuanto a las pruebas.

Las pruebas suplen necesidades. La frase “si es necesario” indica que hay ocasiones especiales cuando Dios sabe que necesitamos atravesar pruebas. A veces las pruebas nos disciplinan cuando no hemos obedecido la voluntad de Dios (Salmos 119:67). En otras ocasiones las pruebas nos preparan para el crecimiento espiritual, o incluso ayudan a evitar que pequemos (2 Corintios 12:1–9). No siempre sabemos la necesidad que se esté supliendo, pero podemos confiar en que Dios lo sabe, y hace lo que sea mejor.

Las pruebas son variadas. Pedro usó la palabra “diversas” que literalmente quiere decir variadas, a multicolores. Usó la misma palabra para describir la gracia de Dios en 1 Pedro 4:10. Sin que importe de qué color pudiera ser nuestro día, bien sea un lunes descolorido o un martes gris, Dios tiene suficiente gracia para suplir la necesidad. No debemos pensar que debido a que hemos vencido cierto tipo de pruebas, automáticamente “las ganaremos todas”. Las pruebas son variadas, y Dios determina las pruebas de acuerdo a nuestras fuerzas y necesidades.

Las pruebas no son fáciles. Pedro no sugiere que tomemos una actitud descuidada hacia las pruebas, porque esto sería engañoso. Las pruebas producen lo que nosotros llamamos “angustia”. La palabra quiere decir experimentar dolor o aflicción. Se usa para describir a nuestro Señor en el Getsemaní (Mateo 26:37) y la tristeza de los santos cuando muere un ser querido (1 Tesalonicenses 4:13). Negar que nuestras pruebas sean dolorosas es empeorarlas. Los creyentes deben aceptar el hecho de que hay experiencias difíciles en la vida y no simplemente poner una fachada valiente para aparecer “más espirituales”.

Las pruebas son controladas por Dios. No durarán para siempre; duran “por un poco de tiempo”. Cuando Dios permite que sus hijos atraviesen el horno, él mantiene su ojo en el reloj y su mano en el termostato. Si nos rebelamos, tal vez él vuelva a ajustar el reloj; pero si nos sometemos, no permitirá que suframos ni un minuto demás. Lo importante es que aprendamos la lección que él quiere enseñarnos y que solo él reciba la gloria.

Pedro ilustró esta verdad refiriéndose a un orfebre. Ningún orfebre desperdiciaría deliberadamente el precioso metal. Lo pondría en el horno de fundición lo suficiente sólo para quitarle las impurezas; entonces lo sacaría y haría de él un hermoso artículo de valor. Se ha dicho que los orfebres orientales dejaban el metal en el horno hasta que vieran su cara reflejada allí. Así nuestro Señor nos mantiene en el horno de sufrimiento hasta que reflejemos la gloria y belleza de Jesucristo.

El punto importante es que esta gloria no se revelará completamente sino hasta que Cristo regrese por su iglesia. Nuestras actuales experiencias de prueba nos están preparando para la gloria de mañana. Cuando veamos a Jesucristo, le

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daremos alabanza, honra y gloria si hemos sido fieles en los sufrimientos de esta vida (ve Romanos 8:17–18). Esto explica por qué Pedro asoció el regocijo con el sufrimiento. Aunque tal vez no podamos regocijarnos al mirar alrededor a nuestras pruebas, podemos regocijarnos al mirar hacia adelante. La expresión “en lo cual” en 1 Pedro 1:6 hace referencia a la “salvación” (el regreso de Cristo) que se menciona en 1 Pedro 1:5.

Tal como el avalador prueba el oro para ver si es oro puro o impuro, así las pruebas de la vida prueban nuestra fe para demostrar su sinceridad. ¡Una fe que no puede ser probada no es confiable! Demasiados creyentes profesantes tienen una “fe falsa”, y esto lo revelarán las pruebas de la vida. La semilla que cayó en terreno poco profundo produjo plantas sin raíces, y las plantas murieron cuando salió el sol (ve Mateo 13:1–9, 18–23). El sol en la parábola representa tribulación o persecución. La persona que abandona su fe cuando las cosas se ponen difíciles sólo está demostrando que en realidad no tiene ninguna fe.

El patriarca Job atravesó muchas pruebas dolorosas, todas ellas con la aprobación de Dios; y sin embargo él entendió de alguna manera esta verdad en cuanto al fuego refinador. “Mas él conoce mi camino; Me probará, y saldré como oro” (Job 23:10). ¡Y así fue!

Es alentador saber que hemos nacido para la gloria, que somos guardados para la gloria y que estamos siendo preparados para la gloria. Pero el cuarto descubrimiento que Pedro les revela a sus lectores tal vez es el más emocionante de todos.

Los creyentes pueden disfrutar de la gloria ahora mismo (1 Pedro 1:8–12)

La filosofía cristiana de la vida no es una promesa de beneficios en el futuro. Lleva consigo una dinámica presente que puede convertir el sufrimiento en gloria hoy. Pedro dio cuatro instrucciones para disfrutar de la gloria ahora, incluso en medio de las pruebas.

Ama a Cristo (v. 8). Nuestro amor por Cristo no se basa en la vista física, porque no le hemos visto. Se basa en nuestra relación espiritual con él y lo que la Palabra de Dios nos ha enseñado en cuanto a él. El Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones el amor de Dios (Romanos 5:5), y nosotros a la vez le amamos a él. Cuando te hallas en alguna prueba y sufres, de inmediato eleva tu corazón a Cristo en verdadero amor y adoración. ¿Por qué? Porque esto le quitará el veneno a la experiencia y lo reemplazará con medicina sanadora.

Satanás quiere usar las pruebas de la vida para hacer resaltar lo peor de nosotros, pero Dios quiere sacar a relucir lo mejor de nosotros. Si nos amamos nosotros mismos más de lo que amamos a Cristo, entonces no disfrutaremos de ninguna gloria ahora. El fuego nos quemará y no nos purificará.

Confía en Cristo (v. 8). Debemos vivir por fe y no por vista. Una anciana se cayó y se rompió una pierna mientras asistía a una conferencia bíblica durante unas vacaciones. Le dijo al pastor que la visitó: “Sé que el Señor me llevó a esa conferencia; pero ¡no veo por qué esto tenía que suceder! Y no veo ningún bien que resulte de esto”. Sabiamente el pastor replicó: “Romanos 8:28 no dice que vemos que todas las cosas obren para bien. Dice que lo sabemos”.

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Fe quiere decir rendirle a Dios todo y obedecer su Palabra a pesar de las circunstancias y consecuencias. El amor y la fe van juntos: cuando amas a alguien, confías en él. La fe y el amor juntos nos ayudan a fortalecer la esperanza; porque cuando hallas fe y amor, hallas confianza para el futuro.

¿Cómo podemos crecer en la fe durante las pruebas y el sufrimiento? De la misma manera que crecemos en la fe cuando las cosas parecen marchar bien: alimentándonos de la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Nuestra comunión con Cristo mediante su Palabra no sólo fortalece nuestra fe, sino que también intensifica nuestro amor. Es un principio básico de la vida cristiana que pasamos mucho tiempo en la Palabra cuando Dios nos está probando y Satanás nos está tentando.

Regocíjate en Cristo (v. 8). Tal vez no puedas regocijarte por las circunstancias, pero puedes regocijarte en medio de ellas al centrar tu corazón y mente en Jesucristo. Cada experiencia de prueba nos ayuda a aprender algo nuevo y maravilloso en cuanto a nuestro Salvador. Abraham descubrió nuevas verdades en cuanto al Señor en el monte en donde ofreció a su hijo (Génesis 22). Los tres jóvenes hebreos descubrieron la cercanía de Dios cuando estaban en el horno de fuego ardiendo (Daniel 3). Pablo aprendió la suficiencia de la gracia de Dios cuando sufrió un aguijón en la carne (2 Corintios 12).

Nota que el gozo que Dios produce es gozo inefable y glorioso. Este gozo es tan profundo y tan maravilloso que ni siquiera podemos expresarlo. ¡Nos faltan palabras! Pedro había visto algo de la gloria en el monte de la transfiguración en donde Jesús conversaba con Moisés y Elías en cuanto a su propio sufrimiento y muerte inminentes (Lucas 9:28–36).

Recíbelo de Cristo (vs. 9–12). “Creer… recibir” es la manera en que Dios suple nuestras necesidades. Si le amamos, confiamos en él y nos regocijamos en él, entonces podemos recibir de él todo lo que necesitamos para convertir las pruebas en triunfos. Primera de Pedro 1:9 se podría traducir: “Porque ustedes están recibiendo la consumación de su fe, es decir, la salvación final de sus almas”. En otras palabras, podemos experimentar hoy algo de esa gloria futura. Carlos Spurgeon solía decir: “Poca fe llevará tu alma al cielo, pero gran fe traerá el cielo a tu alma”. No es suficiente anhelar el cielo en los tiempos de sufrimiento, porque cualquiera puede hacer eso. Lo que Pedro insta a sus lectores que hagan es ejercer amor y fe, y regocijarse, de modo que puedan experimentar algo de la gloria del cielo en medio del sufrimiento ahora.

Lo asombroso es que esta salvación que estamos esperando, o sea, el regreso de Cristo, fue una parte del gran plan de Dios para nosotros desde la eternidad. Los profetas del Antiguo Testamento escribieron sobre esta salvación y estudiaron con detenimiento lo que Dios les reveló. Vieron los sufrimientos del Mesías y también las glorias que vendrían; pero no pudieron entender completamente la conexión entre las dos cosas. Es más, en algunas de las profecías los sufrimientos y la gloria del Mesías se encuentran en un mismo versículo o párrafo.

Cuando Jesús vino a la tierra, los maestros judíos esperaban un Mesías conquistador que derrotaría a los enemigos de Israel y establecería el reino glorioso que fue prometido a David. Incluso sus propios discípulos no comprendieron claramente la necesidad de su muerte en la cruz (Mateo 16:13–28). Todavía estaban preguntando en cuanto al reino judío después de la

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resurrección de Cristo (Hechos 1:1–8). Si los discípulos no tenían un concepto claro del programa de Dios, ¡por cierto que los profetas del Antiguo Testamento tienen una disculpa!

Dios les dijo a los profetas que ellos estaban ministrando para una generación futura. Entre el sufrimiento del Mesías y su regreso en gloria viene lo que nosotros llamamos “la edad de la iglesia”. La verdad en cuanto a la iglesia fue un misterio oculto en el período del Antiguo Testamento (Efesios 3:1–13). Los creyentes del Antiguo Testamento miraban hacia adelante por fe y vieron, por así decirlo, dos picos de montañas: el monte Calvario, en donde el Mesías sufriría y moriría (Isaías 53), y el monte de los Olivos, a donde él volverá en gloria (Zacarías 14:4). No podían ver el valle entre uno y otro pico, la presente edad de la iglesia.

Aun los ángeles se interesan en lo que Dios hace en y a través de su iglesia. Lee 1 Corintios 4:9 y Efesios 3:10 para más información sobre la manera en que Dios está enseñando a los ángeles por medio de la iglesia.

Si los profetas del Antiguo Testamento estudiaron con tanta diligencia las verdades de la salvación, teniendo tan poca información, ¡cuánto más deberíamos nosotros investigar este tema, ahora que tenemos completa la Palabra de Dios! El mismo Espíritu Santo que les enseñó a los profetas y, por medio de ellos, escribió la Palabra de Dios, puede enseñarnos la verdad de ella (Juan 16:12–15).

Es más, podemos aprender estas verdades en el Antiguo Testamento tanto como en el Nuevo Testamento. Tú puedes hallar a Cristo en cada parte de las Escrituras del Antiguo Testamento (Lucas 24:25–27). Qué delicia es hallar a Cristo en la Ley del Antiguo Testamento, los tipos, los salmos y los escritos de los profetas. En tiempos de pruebas puedes acudir a la Biblia, tanto al Antiguo como al Nuevo Testamentos, y hallar todo lo que necesitas para ánimo e iluminación.

Sí, para los creyentes, ¡es gloria de principio a fin! En el momento que confiamos en Cristo, nacimos para la gloria. Somos guardados para la gloria. Conforme le obedecemos y experimentamos pruebas, estamos siendo preparados para la gloria. Cuando le amamos, confiamos en él y nos regocijamos en él, experimentamos la gloria en este momento actual.

¡Gozo inefable y glorioso!

3

Manteniéndose Limpio en un Mundo Contaminado

1 Pedro 1:13–21

En la primera sección de este capítulo Pedro recalcó la idea de andar en esperanza; pero ahora su énfasis es andar en santidad. Las dos cosas van juntas, porque “todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3).

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El significado de raíz de la palabra que se traduce “santo” es diferente. Una persona santa no es una persona estrafalaria, sino una persona diferente. Su vida tiene una calidad que indica que es diferente. Su forma de vida presente no sólo es diferente de su manera pasada de vida, sino que es diferente también de los estilos de vida de los no creyentes que le rodean. La vida de santidad del creyente les parece extraña a los perdidos (1 Pedro 4:4), pero no es extraña para otros creyentes.

Sin embargo, no es fácil vivir en este mundo y mantener un andar santo. La atmósfera contraria a Dios que nos rodea y que la Biblia llama “el mundo” siempre está oprimiéndonos, tratando de obligarnos a que nos conformemos. En este párrafo Pedro presenta a sus lectores cinco incentivos espirituales para animarles a ellos (y a nosotros) a mantener un estilo de vida diferente, un andar santo en un mundo contaminado.

La gloria de Dios (1 Pedro 1:13)

“Cuando Jesucristo sea manifestado,” es otra manera de referirse a “la esperanza viva”. Las acciones y decisiones presentes de los creyentes son gobernadas por esta esperanza futura. Así como una pareja comprometida hace todos sus planes a la luz de esa boda futura, así los creyentes hoy viven con la expectativa de ver a Jesucristo.

“Ceñid los lomos de vuestro entendimiento” simplemente quiere decir: ¡Ordenen sus pensamientos! ¡Tengan una mente disciplinada! La imagen es la de un hombre vestido con una túnica, metiéndose la falda de su túnica debajo del cinturón, de modo que pueda correr. Cuando centras tus pensamientos en el regreso de Cristo, y vives de acuerdo a eso, escaparás de muchas de las cosas mundanales que atiborran tu mente y estorban tu progreso espiritual. Pedro puede haber tomado la idea de la cena pascual, porque más adelante en esta sección identifica a Cristo como el Cordero (1 Pedro 1:19). Los judíos en la Pascua debían comer la comida de prisa, listos para marchar (Éxodo 12:11).

La perspectiva determina el resultado; la actitud determina la acción. El creyente que busca la gloria de Dios tiene una mayor motivación para la obediencia presente que el creyente que ignora el retorno del Señor. El contraste se ilustra en las vidas de Abraham y de Lot (Génesis 12–13; Hebreos 11:8–16). Abraham tenía sus ojos de fe fijos en la ciudad celestial, así que no tenía interés en propiedades de este mundo. Pero Lot, que había probado los placeres del mundo en Egipto, gradualmente avanzó hacia Sodoma. Abraham trajo bendición a su casa, pero Lot acarreó juicio. La perspectiva determina el resultado.

No sólo debemos tener una mente disciplinada, sino que también debemos tener un entendimiento “sobrio”. La palabra quiere decir tener calma, ser firme, controlado; sopesar las cosas. Desdichadamente algunos “se dejan llevar” por los estudios proféticos y pierden su equilibrio espiritual. El hecho de que Cristo vuelve debe animarnos a tener calma y ecuanimidad (1 Pedro 4:7). El hecho de que Satanás anda rondando es otra razón para ser sobrios (1 Pedro 5:8). Cualquiera cuya mente se vuelve indisciplinada, y cuya vida “se desbarata” debido a los estudios proféticos, da evidencia de que en realidad no entiende la profecía bíblica.

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También debemos tener una mente optimista. “Esperad por completo” quiere decir fijen por completo su esperanza. ¡Tengan una perspectiva esperanzada! Un amigo mío me envió una nota un día que decía: “Cuando la perspectiva externa es lóbrega, ¡trata de mirar hacia arriba!” ¡Buen consejo, en verdad! Tiene que estar oscuro para que las estrellas aparezcan.

El resultado de este modo de pensar espiritual es que el creyente disfruta de la gracia de Dios en su vida. De seguro experimentaremos gracia cuando veamos a Jesucristo, pero también podemos disfrutar de gracia hoy al esperar su regreso. Hemos sido salvos por gracia y dependemos momento tras momento de la gracia de Dios (1 Pedro 1:10). Esperar el regreso de Cristo fortalece nuestra fe y esperanza en los días difíciles, y esto nos imparte más de la gracia de Dios. Tito 2:10–13 es otro pasaje que muestra la relación entre la gracia y la venida de Cristo.

La santidad de Dios (1 Pedro 1:14, 15)

El argumento aquí es lógico y sencillo. Los hijos heredan la naturaleza de sus padres. Dios es santo; por consiguiente, como sus hijos, debemos vivir vidas santas. Somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4) y debemos revelar esa naturaleza en una vida santa.

Pedro les recordó a sus lectores lo que eran antes de confiar en Cristo. Habían sido hijos de desobediencia (Efesios 2:1–3), pero ahora deberían ser hijos obedientes. La verdadera salvación siempre resulta en obediencia (Romanos 1:5; 1 Pedro 1:2). También habían sido imitadores del mundo, “conformándose a sí mismos” según las normas y placeres del mundo. Romanos 12:2 traduce estas mismas palabras como conformarse a este mundo. Los incrédulos nos dicen que quieren ser “libres y diferentes”; ¡sin embargo, todos se imitan unos a otros!

La causa de todo esto es la ignorancia que conduce a la indulgencia. Los inconversos carecen de inteligencia espiritual, y esto les hace entregarse a toda clase de indulgencias carnales y mundanales (ve Hechos 17:30; Efesios 4:17 en adelante). Puesto que nacimos con una naturaleza caída, era natural que viviéramos vidas de pecado. La naturaleza determina los apetitos y las acciones. Un perro y un gato se portan de forma diferente porque tienen naturalezas diferentes.

Todavía estaríamos en esa triste situación de pecado si no hubiera sido por la gracia de Dios. ¡El nos llamó! Un día Jesús llamó a Pedro y a sus amigos y les dijo: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:17). Ellos respondieron por fe a su llamado, y eso cambió por completo sus vidas.

Tal vez esto explica por qué Pedro usó la palabra “llamados” tan a menudo en esta carta. Somos llamados a ser santos (1 Pedro 1:15). Somos llamados “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). Somos llamados a sufrir y a seguir el ejemplo de Cristo en humildad (1 Pedro 2:21). En medio de la persecución somos llamados a “hereda[r] bendición” (1 Pedro 3:9). Lo mejor de todo, somos llamados “a su gloria eterna” (1 Pedro 5:10). Dios nos llamó antes de que nosotros clamáramos a él en busca de salvación. Todo es completamente por gracia.

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Pero la elección de la gracia divina de los pecadores para que lleguen a ser santos siempre incluye responsabilidad, y no simplemente privilegio. El nos escogió en Cristo “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios 1:4). Dios nos ha llamado a sí mismo, y él es santo; por consiguiente, nosotros debemos ser santos. Pedro citó de la Ley del Antiguo Testamento para respaldar esta amonestación (Levítico 11:44–45; 19:2; 20:7, 26).

La santidad de Dios es una parte esencial de su naturaleza. “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Cualquier santidad que nosotros tengamos en carácter y conducta se debe derivar de él. Básicamente, ser “santificados” quiere decir ser apartados para el uso y placer exclusivos de Dios. Incluye separación de todo lo que es impuro y también completa devoción a Dios (2 Corintios 6:14–7:1). Debemos ser santos “en toda vuestra manera de vivir” de modo de que todo lo que hagamos refleje la santidad de Dios.

Para el creyente dedicado, no hay cosa tal como “secular” y “sagrado”. Toda la vida es santa puesto que vivimos para glorificar a Dios. Incluso actividades ordinarias tales como comer y beber pueden ser hechas para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Si algo no puede ser hecho para la gloria de Dios, entonces podemos estar seguros de que no es la voluntad de Dios.

La Palabra de Dios (1 Pedro 1:16).

“¡Escrito está!” es una declaración que lleva gran autoridad para el creyente. Nuestro Señor Jesucristo usó la Palabra de Dios para derrotar a Satanás, y lo mismo podemos hacer nosotros (Mateo 4:1–11; ve Efesios 6:17). Pero la Palabra de Dios no es sólo una espada para la batalla; también es una luz para guiarnos en un mundo oscuro (Salmo 119:105; 2 Pedro 1:19), comida que nos fortalece (Mateo 4:4; 1 Pedro 2:2) y agua que nos limpia (Efesios 5:25–27).

La Palabra de Dios tiene un ministerio santificador en las vidas de los creyentes consagrados (Juan 17:17). Aquellos que se deleitan en la Palabra de Dios, meditan en ella, y procuran obedecerla, gozan de la dirección y bendición de Dios en sus vidas (Salmo 1:1–3). La Palabra de Dios revela la mente de Dios, así que debemos aprenderla; revela el corazón de Dios, así que debemos amarla, y revela la voluntad de Dios, así que debemos vivirla en la práctica. Todo nuestro ser: mente, voluntad y corazón, debe ser controlado por la Palabra de Dios.

Pedro citó del libro de Levítico: “Sed santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44). ¿Quiere decir esto que la Ley del Antiguo Testamento es autoritativa para los creyentes del Nuevo Testamento? Ten presente que los primeros creyentes ni siquiera tenían el Nuevo Testamento. La única Palabra de Dios que poseían era el Antiguo Testamento, y Dios usó esa palabra para dirigirlos y nutrirlos. Los creyentes de hoy no están bajo las leyes ceremoniales dadas a Israel; sin embargo, incluso en estas leyes vemos revelados principios morales y espirituales. Nueve de los Diez Mandamientos se repiten en las epístolas, así que debemos obedecerlos. (El mandamiento del sábado fue dado específicamente a Israel, y no se aplica a nosotros hoy. Ve Romanos 14:1–9.) Al leer y estudiar el Antiguo Testamento aprendemos mucho en cuanto al carácter y la obra de Dios, y vemos verdades indicadas en tipos y símbolos.

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El primer paso para mantenerse limpio en un mundo impuro es preguntar: “¿Qué dice la Biblia?” En la Biblia hallamos preceptos, principios, promesas y personas que nos guían en las decisiones de hoy. Si en realidad queremos obedecer a Dios, él nos mostrará su verdad (Juan 7:17). Aunque los métodos de Dios para obrar pueden variar de edad en edad, su carácter sigue siendo el mismo, y sus principios espirituales nunca varían. No estudiamos la Biblia simplemente para conocer la Biblia. Estudiamos la Biblia para poder conocer mejor a Dios. Demasiados dedicados estudiantes de la Biblia se contentan con bosquejos y explicaciones, y en realidad no llegan a conocer a Dios. Es bueno conocer la Palabra de Dios, pero esto debe ayudarnos a conocer mejor al Dios de la Palabra.

El juicio de Dios (1 Pedro 1:17)

Como hijos de Dios debemos tomar en serio el pecado y la vida santa. Nuestro Padre celestial es santo (Juan 17:11) y justo (Juan 17:25). Él no hará acomodos con el pecado. Es misericordioso y perdonador, pero también es un disciplinario amante que no puede permitir que sus hijos disfruten del pecado. Después de todo, fue el pecado que envió a su Hijo a la cruz. Si llamamos “Padre” a Dios, entonces debemos reflejar su naturaleza.

¿Qué es este juicio del que Pedro escribe? Es el juicio de las obras del creyente. No tiene nada que ver con la salvación, excepto que la salvación debe producir buenas obras (Tito 1:16; 2:7, 12). Cuando confiamos en Cristo, Dios nos perdonó nuestros pecados y nos declaró justos en su Hijo (Romanos 5:1–10; 8:1–4; Colosenses 2:13). Nuestros pecados ya han sido juzgados en la cruz (1 Pedro 2:24) y por consiguiente no se puede esgrimirlos contra nosotros (Hebreos 10:10–18).

Pero cuando el Señor vuelva, habrá un tiempo de juicio llamado “el tribunal de Cristo” (Romanos 14:10–12; 2 Corintios 5:9–10). Cada uno de nosotros dará cuenta de sus obras, y cada uno recibirá la recompensa apropiada. Este es un “juicio de familia”, donde el Padre trata con sus hijos amados. La palabra griega que se traduce “juzgar” lleva el significado de juzgar para hallar algo bueno. Dios examinará los motivos de nuestro ministerio; examinará nuestros corazones. Pero él nos asegura que su propósito es glorificarse en nuestras vidas y ministerios “y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5). ¡Qué estímulo!

Dios nos dará muchos dones y privilegios, conforme crecemos en la vida cristiana; pero nunca nos dará el privilegio de desobedecer y pecar. El nunca malcría a sus hijos, ni se hace de la vista gorda. No hace acepción de personas. El “no hace acepción de personas, ni toma cohecho” (Deuteronomio 10:17). “Porque con Dios no hay favoritismos” (Romanos 2:11, NVI). Años de obediencia no pueden comprar una hora de desobediencia. Si uno de sus hijos desobedece, Dios debe castigarlo (Hebreos 12:1–13). Pero cuando su hijo o hija obedece y le sirve en amor, él toma nota y prepara la recompensa apropiada.

NVI Nueva Versión Internacional

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Pedro les recuerda a sus lectores que eran solamente “peregrinos” en la tierra. La vida era demasiada corta como para desperdiciarla en la desobediencia y el pecado (ve 1 Pedro 4:1–6). Fue cuando Lot dejó de ser un peregrino, y se convirtió en residente de Sodoma, que perdió su consagración y su testimonio. Todo aquello por lo que vivió, ¡desapareció en humo! Recuerda siempre que eres un “extranjero y peregrino” en este mundo (1 Pedro 1:1; 2:11).

En vista del hecho de que el Padre celestial con amor disciplina a sus hijos hoy, y que juzgará a sus obras en el futuro, debemos cultivar una actitud de temor santo. Este no es el temor aterrador del esclavo ante su patrón, sino una reverencia de amor de un hijo ante su padre. Esto no es temor del castigo (1 Juan 4:18), sino un temor de desilusionarlo y de pecar contra su amor. Es un temor santo (2 Corintios 7:1), una reverencia sobria hacia el Padre celestial.

A veces pienso que hoy hay un aumento en el descuido, incluso ligereza, en la manera en que hablamos en cuanto a Dios o hablamos con Dios. Hace casi un siglo el obispo B. F. Westcott dijo: “Cada año me hace temblar el atrevimiento con que la gente habla de las cosas espirituales”. ¡El buen obispo debería oír lo que se dice hoy! Una actriz mundana llama a Dios: “El hombre arriba”. Un jugador de béisbol le llama “el gran Yanqui celestial”. El judío del Antiguo Testamento temía tanto a Dios que ni siquiera pronunciaba su santo nombre, y sin embargo hoy hablamos a Dios con liviandad e irreverencia. En nuestra oración pública a veces parecemos tener tanta familiaridad que otros se preguntan si estamos tratando de expresar nuestras peticiones o de impresionar a los oyentes con nuestra cercanía a Dios.

El amor de Dios (1 Pedro 1:18–21)

Este es el motivo máximo para la vida santa. En este párrafo Pedro les recordó a sus lectores su experiencia de salvación, un recordatorio que todos necesitamos en forma regular. Por esto se estableció la cena del Señor, para que con regularidad su pueblo pueda recordar que él murió por ellos. Nota los recordatorios que Pedro dio.

Les recordó lo que ellos eran. Para empezar, eran esclavos que necesitaban ser puestos en libertad. La palabra “redimidos” es, para nosotros, un término teológico; pero tenía un significado especial para las personas del imperio romano delprimer siglo. ¡Había probablemente 50 millones de esclavos en el imperio! Muchos esclavos llegaron a ser creyentes y participaban en las asambleas locales. Un esclavo podía comprar su libertad, si lograba reunir suficientes fondos; o su amo podía venderlo a algún otro que pagaba el precio y lo ponía en libertad. La redención era algo muy precioso en esos días.

Nunca debemos olvidar la esclavitud al pecado (Tito 3:3). Moisés instó a Israel a que recordaran que habían sido esclavos en Egipto (Deuteronomio 5:15; 16:12; 24:18, 22). La generación que murió en el desierto se olvidó de su esclavitud en Egipto ¡y siempre querían volver!

No sólo que vivían una vida de esclavitud, sino también una vida vacía. Pedro la llamó “vana manera de vivir” (1 Pedro 1:18), y la describió más específicamente en 1 Pedro 4:1–4. En esa época esas personas pensaban que sus vidas eran

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“llenas” y “felices”, cuando en realidad eran vacías y miserables. Las personas no salvas hoy están ciegas viviendo de sustitutos.

Mientras ministraba en Canadá conocí a una mujer que me contó que se había convertido temprano en la vida, pero que se había descarriado a la vida de sociedad que era emocionante y satisfacía su ego. Un día, mientras conducía a una fiesta de naipes sucedió que sintonizó un programa radial de la Biblia. En ese mismo momento el predicador decía: “Algunas de las mujeres que me escuchan ¡saben más de naipes que de la Biblia!” Esas palabras le penetraron. Dios le habló al corazón, así que volvió a su casa, y desde esa hora dedicó su vida a vivir completamente para Dios. Ella vio la inutilidad y vanidad de una vida fuera de la voluntad de Dios.

Pedro no sólo les recordó lo que eran, sino también les recordó lo que Cristo hizo. El derramó su preciosa sangre para comprarnos y sacarnos de la esclavitud del pecado y hacernos libres para siempre. “Redimir” quiere decir poner en libertad al pagar un precio. El esclavo podía ser puesto en libertad al pagar dinero, pero ninguna cantidad de dinero jamás puede poner en libertad al pecador perdido. Sólo la sangre de Jesucristo puede redimirnos.

Pedro fue testigo de los sufrimientos de Cristo (1 Pedro 5:1) y mencionó a menudo en esta carta la muerte sacrificatorio de Cristo (1 Pedro 2:21 en adelante; 3:18; 4:1, 13; 5:1). Al llamar a Cristo “Cordero” Pedro les recordó a sus lectores una enseñanza del Antiguo Testamento que era importante en la iglesia inicial, y que debe ser importante para nosotros hoy. Es la doctrina de la sustitución: una víctima inocente da su vida por el culpable.

La doctrina del sacrificio empieza en Génesis 3, cuando Dios mató animales para vestir a Adán y Eva. Un carnero murió por Isaac (Génesis 22:13), y el cordero pascual fue inmolado por cada hogar judío (Éxodo 12). Isaías 53 presenta al Mesías como Cordero inocente. Isaac hizo la pregunta: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?” (Génesis 22:7) y Juan el Bautista la contestó señalando a Jesús y diciendo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). En el cielo los redimidos y los ángeles cantan: “El Cordero que fue inmolado es digno” (Apocalipsis 5:11–14).

Pedro indicó claramente que la muerte de Cristo fue planeada y no un accidente; fue ordenada por Dios antes de la fundación del mundo (Hechos 2:23). Desde la perspectiva humana nuestro Señor fue asesinado cruelmente; pero desde la perspectiva divina, él puso su vida por los pecadores (Juan 10:17–18). ¡Pero resucitó de los muertos! Ahora, cualquiera que confía en él será salvo por la eternidad.

Cuando tú y yo meditamos en el sacrificio de Cristo por nosotros, ciertamente querremos obedecer a Dios y vivir vidas santas para su gloria. Cuando era apenas una jovencita, Frances Ridley Havergal vio un cuadro del Cristo crucificado con esta leyenda: “Yo hice esto por ti. ¿Qué has hecho tú por mí?” Rápidamente ella compuso un poema, pero no quedó contenta, así que lo arrojó al fuego. ¡El papel no se quemó! Más tarde, por sugerencia de su padre, ella publicó el poema, y hoy lo cantamos.

Mi vida di por ti, Mi sangre derramé,

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Por ti inmolado fui, Por gracia te salvé. Por ti, por ti inmolado fui, ¿Y, tú, qué das por mí?

¡Buena pregunta, en verdad! Confío en que podamos darle una buena respuesta al Señor.

4

Unidad Cristiana

1 Pedro 1:22–2:10

Una de las verdades dolorosas de la vida es que los que forman el pueblo de Dios no siempre se llevan bien unos con otros. Uno pensaría que los que andan en esperanza y santidad podrían andar en armonía, pero eso no es siempre así. Desde el punto de vista divino de Dios, hay sólo un cuerpo (ve Efesios 4:4–6); pero lo que vemos con ojos humanos es una iglesia dividida y a veces en guerra. Hay hoy una necesidad desesperada de unidad espiritual.

En esta sección de su carta Pedro recalca la unidad espiritual presentando cuatro cuadros vívidos de la iglesia.

Somos hijos de la misma familia (1 Pedro 1:22–2:3)

Al considerar las implicaciones de este hecho recibirás estímulo para fomentar y mantener la unidad entre el pueblo de Dios.

Todos hemos experimentado el mismo nacimiento (vs. 23–25). La única manera de entrar en la familia espiritual de Dios es mediante un nacimiento espiritual, por fe en Jesucristo (Juan 3:1–16). Así como hay dos padres en el nacimiento físico, así hay dos padres en el nacimiento espiritual: el Espíritu de Dios (Juan 3:5–6) y la Palabra de Dios (1 Pedro 1:23). El nuevo nacimiento nos da una nueva naturaleza (2 Pedro 1:4) así como también una esperanza nueva y viva (1 Pedro 1:3).

Nuestro primer nacimiento fue un nacimiento de la “carne”, y la carne es corruptible. Todo lo que nace de la carne está destinado a morir y descomponerse. Esto explica por qué la humanidad no puede sostener la civilización: todo se basa en carne humana y está destinada a desbaratarse. Como las flores hermosas de primavera, las obras del hombre parecen exitosas por un tiempo, pero entonces empiezan a decaer y morir. Todo, desde la torre de Babel en Génesis 11, hasta Babilonia la grande en Apocalipsis 17 y 18, los grandes esfuerzos del hombre por la unidad están destinados a fracasar.

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Si tratamos de fomentar la unidad en la iglesia a base de nuestro primer nacimiento, fracasaremos; pero si edificamos la unidad a base del nuevo nacimiento, triunfará. Todo creyente tiene al mismo Espíritu Santo viviendo dentro de sí (Romanos 8:9). Invocamos al mismo Padre (1 Pedro 1:17) y participamos de su naturaleza divina. Confiamos en la misma Palabra, y esa Palabra jamás decaerá ni desaparecerá. Hemos confiado en el mismo evangelio y hemos nacido del mismo Espíritu. Las cosas externas de la carne que podrían dividirnos no significan nada cuando se las compara con las cosas eternas del Espíritu que nos unen.

Expresamos el mismo amor (v. 22). Pedro usó dos palabras diferentes para amor: filadelfia, que quiere decir amor fraternal, y ágape, que es amor que sacrifica, como el de Dios. Es importante que demos ambas clases de amor. Damos amor fraternal porque somos hermanos y hermanas en Cristo y tenemos semejanzas. Damos del amor ágape, porque pertenecemos a Dios y por consiguiente podemos pasar por alto las diferencias.

Por naturaleza todos somos egoístas; así que se requirió un milagro de Dios para darnos este amor. Debido a la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, Dios purificó nuestras almas y derramó en nuestros corazones su amor (Romanos 5:5). El amor por los hermanos es una evidencia de que verdaderamente hemos nacido de Dios (1 Juan 4:7–21). Ahora somos “hijos obedientes” (1 Pedro 1:14) que ya no viven en los deseos egoístas de la vida vieja.

Es trágico cuando algunos tratan de fabricar amor, porque el producto es obviamente barato y artificial. “Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla, Pero guerra hay en su corazón; Suaviza sus palabras más que el aceite, Mas ellas son espadas desnudas” (Salmo 55:21). El amor que nos damos unos a otros, y al mundo perdido, debe ser generado por el Espíritu de Dios. Es un poder constante en nuestras vidas, y no algo que encendemos o apagamos como un receptor de radio.

No sólo que este amor es un amor espiritual, sino que es un amor sincero (“no fingido”). Amamos de corazón puro. Nuestro motivo no es conseguir, sino dar. Hay un tipo de psicología del éxito popular que permite a la persona manipular sutilmente a otros a fin de lograr lo que quiere. Si nuestro amor es sincero y de corazón puro, nunca usaremos a las personas para nuestro propio provecho.

Este amor también es un amor entrañable y en griego este es un término atlético que quiere decir esforzarse con toda la energía que uno tiene. El amor es algo que tenemos que cultivar, tal como el competidor olímpico tiene que desarrollar su destreza particular. El amor cristiano no es un sentimiento; es cuestión de la voluntad. Mostramos amor a otros cuando los tratamos de la misma manera como Dios nos trata. Dios nos perdona, así que nosotros perdonamos a otros. Dios es bondadoso con nosotros, así que somos bondadosos con otros. No es cuestión de sentir sino de decidir con la voluntad, y es algo que debemos cultivar constantemente si hemos de triunfar.

Tenemos dos maravillosos ayudantes: la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios. La misma verdad en que confiamos y que obedecemos para llegar a ser hijos de Dios también nos alimenta y nos da poder. Es imposible amar la verdad y aborrecer a los hermanos. El Espíritu de Dios produce el “fruto del espíritu” en nuestra vida y lo primero en esto es el amor (Gálatas 5:22–23). Si estamos llenos

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de la Palabra de Dios (Colosenses 3:16 en adelante) y del Espíritu de Dios (Efesios 5:18 en adelante), expresaremos el amor de Dios en nuestras experiencias diarias.

Disfrutamos de la misma nutrición (vs. 1–3). La Palabra de Dios tiene vida, da vida, y nutre la vida. Debemos tener apetito por la Palabra de Dios ¡tal como hambrientos nenes recién nacidos! Debemos querer la palabra pura, sin adulteración, porque sólo esto puede ayudarnos a crecer. Cuando yo era niño no me gustaba tomar leche (¡y mi padre trabajaba para la empresa lechera Borden!), así que mi madre solía añadir varios almíbares y polvos para que mi leche fuera más sabrosa. Nada de esto en realidad sirvió. Es triste cuando los creyentes no tienen apetito por la Palabra de Dios, sino que prefieren que se les alimente con entretenimiento religioso. Conforme crecemos descubrimos que la Palabra es leche para los nenes, pero también carne sólida para los maduros (1 Corintios 3:1–4; Hebreos 5:11–14). También es pan (Mateo 4:4) y miel (Salmo 119:103).

A veces los niños no tienen apetito porque han estado comiendo las cosas equivocadas. Pedro les advierte a sus lectores que “desechen” ciertas actitudes erradas del corazón que estorbarían su apetito y crecimiento espiritual. “Malicia” quiere decir perversidad en general. “Engaño” es astucia, usar palabras y acciones engañosas para lograr lo que queremos. Por supuesto, si somos culpables de malicia o engaño, trataremos de esconderlo; y esto produce “hipocresía”. A menudo la causa de la mala voluntad es la envidia, y un resultado de la envidia es detracciones, conversaciones que destrozan a otros. Si estas actitudes y acciones se hallan en nuestras vidas, perderemos nuestro apetito por la Palabra pura de Dios. Si dejamos de alimentarnos de la Palabra, dejaremos de crecer, y dejaremos de disfrutar (“gustar”) la gracia que hallamos en el Señor. Cuando los creyentes están creciendo en la Palabra son pacificadores, y no buscapleitos, y promueven la unidad de la iglesia.

Somos piedras en el mismo edificio (1 Pedro 2:4–8)

Hay sólo un Salvador, Jesucristo, y sólo un edificio espiritual, la iglesia. Jesucristo es la piedra angular de la iglesia (Efesios 2:20), fortaleciendo y uniendo el edificio. Sea que concordemos el uno con el otro o no, todos los verdaderos creyentes se pertenecen unos a otros como piedras en el edificio de Dios.

Pedro dio una descripción completa de Jesucristo, la piedra. Es una piedra viva porque resucitó de los muertos en victoria. Esta piedra fue escogida por el Padre, y es preciosa. Pedro citó Isaías 28:16 y Salmo 118:22 en su descripción, y destacó que Jesucristo, aunque escogido por Dios, fue rechazado por los hombres. Él no fue la clase de Mesías que ellos esperaban, así que tropezaron en él. Jesús se refirió a este mismo pasaje bíblico cuando debatió con los dirigentes judíos (Mateo 21:42 en adelante; ve Salmo 118:22). Aunque los hombres lo rechazaron, ¡Dios exaltó a Jesucristo!

La causa real por la que los judíos tropezaron fue que rehusaron someterse a la Palabra (1 Pedro 2:8). Si hubieran creído y obedecido la Palabra, habrían recibido a su Mesías y habrían sido salvos. Por supuesto, la gente de hoy todavía tropieza en Jesucristo y su cruz (1 Corintios 1:18 en adelante). El que cree en Jesucristo “no será avergonzado”.

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En su primera mención de la iglesia Jesús la comparó con un edificio: “edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Los creyentes son piedras vivas en ese edificio. Cada vez que alguien confía en Cristo, se extrae otra piedra de la cantera del pecado y se la coloca con el cemento de la gracia en el edificio. Puede parecernos que la iglesia en la tierra es un montón de escombros y ruinas, pero Dios ve la estructura total conforme va creciendo (Efesios 2:19–22). Qué privilegio tenemos de ser parte de su iglesia, “morada de Dios en el espíritu”.

Pedro les escribió esta carta a creyentes que vivían en cinco provincias diferentes, y sin embargo dijo que todos pertenecían a una “casa espiritual”. Hay una unidad del pueblo de Dios que trasciende todas las asambleas y los compañerismos locales e individuales. Nos pertenecemos unos a otros porque pertenecemos a Cristo. Esto no quiere decir que los distintivos doctrinales y denominacionales sean errados, porque cada iglesia local debe ser persuadida completamente por el Espíritu. Pero sí quiere decir que no debemos permitir que nuestras diferencias destruyan la unidad espiritual que tenemos en Cristo. Debemos ser maduros lo suficiente como para discrepar sin llegar en ningún sentido a ser desagradables.

Un contratista en Michigan estaba construyendo una casa, y la construcción del primer piso marchó sin tropiezos. Pero cuando empezaron el segundo piso todo lo que tuvieron fue problemas. Ninguno de los materiales encajaba apropiadamente. Descubrieron la razón: ¡estaban trabajando con dos diferentes juegos de planos! Una vez que desecharon el plano viejo, todo marchó sin tropiezos y construyeron una casa encantadora.

Demasiado a menudo los creyentes estorban la edificación de la iglesia porque están siguiendo los planos errados. Cuando Salomón construyó su templo, sus obreros siguieron el plan tan cuidadosamente que todo encajaba exactamente en el sitio de la construcción (1 Reyes 6:7). Si todos siguiéramos los planos que Dios nos ha dado en su Palabra, podríamos trabajar juntos sin discordia y edificar su iglesia para su gloria.

Somos sacerdotes en el mismo templo (1 Pedro 2:5, 9)

Somos “sacerdocio santo” y “real sacerdocio”. Esto corresponde al sacerdocio celestial de nuestro Señor, porque él es tanto Rey como Sacerdote (ve Hebreos 7). En el Antiguo Testamento ningún rey de Israel sirvió como sacerdote, y el único rey que trató de hacerlo fue castigado por Dios (2 Crónicas 26:16–21). El trono celestial de nuestro Señor es un trono de gracia desde el cual podemos obtener por fe todo lo que necesitamos para vivir por él y servirle (Hebreos 4:14–16).

En el período del Antiguo Testamento el pueblo de Dios tenía un sacerdocio; pero hoy el pueblo de Dios es un sacerdocio. Cada creyente individual tiene el privilegio de llegar a la presencia de Dios (Hebreos 10:19–25). No nos acercamos a Dios por medio de alguna persona en la tierra, sino sólo por el único mediador, Jesucristo (1 Timoteo 2:1–8). Debido a que él está vivo en gloria, intercediendo por nosotros, podemos ministrar como sacerdotes santos.

Esto quiere decir que debemos vivir nuestra vida como si fuéramos sacerdotes en un templo. Es en verdad un privilegio servir como sacerdote. Ningún hombre en Israel podía servir ante el altar, o entrar en el tabernáculo o en los lugares santos

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del templo, excepto los nacidos en la tribu de Leví y consagrados a Dios para el servicio. Todo sacerdote y levita tenía diferentes ministerios que desempeñar, y sin embargo todos estaban unidos bajo el sumo sacerdote, sirviendo para glorificar a Dios. Como sacerdotes de Dios hoy, debemos trabajar juntos bajo la dirección de nuestro gran Sumo Sacerdote. Cada ministerio que desempeñamos para su gloria es un servicio para Dios.

Pedro mencionó especialmente el privilegio de ofrecer “sacrificios espirituales”. Los creyentes de hoy no llevan animales para el sacrificio como los que adoraban en el tiempo del Antiguo Testamento; pero sí tenemos nuestros propios sacrificios que presentar a Dios. Debemos darle nuestros cuerpos como sacrificios vivos (Romanos 12:1–2), así como también la alabanza de nuestros labios (Hebreos 13:15) y las buenas obras que hacemos por otros (Hebreos 13:16). El dinero y otras cosas materiales que compartimos con otros en el servicio de Dios también es un sacrificio espiritual (Filipenses 4:10–20). Incluso las personas que ganamos para Cristo son sacrificios para su gloria (Romanos 15:16). Ofrecemos estos sacrificios mediante Jesucristo, porque sólo entonces son aceptados por Dios. Si hacemos algo de esto para nuestro propio placer o gloria, entonces no será aceptable como sacrificio espiritual.

Dios quería que su pueblo, Israel, llegara a ser “un reino de sacerdotes” (Éxodo 19:6), una influencia espiritual para la santidad; pero Israel le falló. En lugar de ser una influencia positiva para las naciones impías que los rodeaban, Israel imitó a esas naciones y adoptó sus prácticas. Dios tuvo que disciplinar a su pueblo muchas veces por su idolatría, pero ellos persistían en pecar. Hoy, Israel no tiene ni templo ni sacerdocio.

Es importante que nosotros, como sacerdotes de Dios, mantengamos nuestra posición separada en este mundo. No debemos estar aislados, porque el mundo necesita nuestra influencia y testimonio; pero no debemos permitir que el mundo nos contamine o cambie. Separación no es aislamiento; es contacto sin contaminación.

El hecho de que cada creyente como individuo pueda acercarse a Dios personalmente y ofrecer sacrificios espirituales no debe fomentar el egoísmo o individualismo de parte nuestra. Somos sacerdotes juntos, sirviendo al mismo Sumo Sacerdote, y ministrando en el mismo templo espiritual. El hecho de que hay sólo un Sumo Sacerdote y mediador celestial indica unidad entre el pueblo de Dios. En tanto que debemos mantener nuestro andar personal con Dios, no debemos hacerlo a costa de otros creyentes, ignorándolos o descuidándolos.

Varios científicos sociales han escrito libros que tratan con lo que ellos llaman el “complejo del yo” en la sociedad moderna. El énfasis hoy está en cuidarse uno mismo y olvidarse de los demás. Esta misma actitud se ha infiltrado en la iglesia, por lo que veo. Demasiada música moderna en la iglesia se centra en el individuo e ignora la comunión de la iglesia. Muchos libros y sermones enfocan la experiencia personal y descuidan el ministerio al cuerpo entero. Me doy cuenta de que el individuo se debe cuidar a sí mismo para poder ayudar a otros, pero debe haber un equilibrio.

Somos ciudadanos de la misma nación (1 Pedro 2:9, 10)

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La descripción de la iglesia en estos versículos es paralela a la descripción que Dios da de Israel en Éxodo 19:5–6 y Deuteronomio 7:6. En contraste con la nación desobediente y rebelde de Israel, el pueblo de Dios hoy es su nación escogida y santa. Esto no sugiere que Dios haya terminado con Israel, porque opino que él cumplirá sus promesas y sus pactos y establecerá el reino prometido. Pero sí significa que la iglesia es hoy para Dios y el mundo lo que Dios quiso que Israel fuera.

Somos linaje escogido, lo que de inmediato habla de la gracia de Dios. Dios no escogió a la nación de Israel porque fuera un gran pueblo, sino porque la amó (Deuteronomio 7:7–8). Dios nos ha escogido puramente debido a su amor y gracia. “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16).

Somos una nación santa. Hemos sido apartados para pertenecer exclusivamente a Dios. Nuestra ciudadanía está en el cielo (Filipenses 3:20), así que obedecemos las leyes del cielo y procuramos agradar al Señor del cielo. Israel se olvidó que eran una nación santa y empezaron a derribar las paredes de separación que la hacían especial y distinta. Dios les ordenó que debían “discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio” (Levítico 10:10); pero ellos ignoraron las diferencias y desobedecieron a Dios.

Somos pueblo de Dios. En nuestra condición antes de la salvación no éramos pueblo de Dios, porque pertenecíamos a Satanás y al mundo (Efesios 2:1–3, 11–19). Ahora que hemos confiado en Cristo somos parte del pueblo de Dios. Somos un pueblo adquirido por Dios, porque nos compró con la sangre de su Hijo (Hechos 20:28).

Todos estos privilegios llevan consigo una gran responsabilidad: revelar las alabanzas de Dios ante un mundo perdido. El verbo que se traduce “anunciar” quiere decir proclamar, hacer publicidad. Debido a que el mundo está “en tinieblas”, la gente no conoce las virtudes de Dios; pero deben verlas en nuestras vidas. Cada ciudadano del cielo es un anuncio vivo de las virtudes de Dios y de las bendiciones de la vida cristiana. Nuestras vidas deben irradiar la “luz admirable” a la que Dios en su gracia nos ha llamado.

Después de todo, ¡hemos obtenido misericordia de Dios! Si no fuera por su misericordia, ¡estaríamos perdidos y en camino al castigo eterno! Dios le recordó a Israel muchas veces que los había librado de la esclavitud de Egipto para que pudieran glorificarle y servirle, pero la nación pronto se olvidó y el pueblo se descarrió a sus propios caminos de pecado. Nosotros somos pueblo escogido de Dios sólo debido a su misericordia, y nos corresponde ser fieles.

Vivimos en territorio enemigo, y el enemigo está constantemente observándonos, buscando oportunidades para meterse y apoderarse de todo. Como ciudadanos del cielo debemos estar unidos. Debemos presentar al mundo una demostración unida de lo que puede hacer la gracia y la misericordia de Dios. Al escribir estas palabras, los periódicos informan disensiones entre los hombres que sirven con el presidente de los Estados Unidos de América. Estos hombres no están presentando un frente unido, y la nación está muy intranquila. Me pregunto lo que los inconversos piensan cuando ven a los ciudadanos del cielo y siervos de Dios peleando entre sí.

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Cada uno de estos cuatro cuadros recalca la importancia de la unidad y armonía. Pertenecemos a la sola familia de Dios y participamos de la misma naturaleza divina. Somos piedras vivas en un solo edificio y sacerdotes sirviendo en un solo templo. Somos ciudadanos de la misma patria celestial. Es Jesucristo quien es la fuente y el centro de esta unidad. Si centramos nuestra atención y afecto en él, andaremos y trabajaremos juntos; si nos enfocamos en nosotros mismos, sólo causaremos división.

La unidad no elimina la diversidad. No todos los hijos en la misma familia son iguales, como tampoco las piedras de un edificio son idénticas. En verdad, es la diversidad lo que da belleza y riqueza a una familia o un edificio. La ausencia de diversidad no es unidad; es uniformidad, y la uniformidad es aburrida. Está bien cuando el coro canta al unísono, pero prefiero que canten en armonía.

Los creyentes pueden discrepar en sus opiniones y sin embargo llevarse bien. Todos los que atesoramos la “sola fe” y procuramos honrar al “solo Señor” podemos amarnos unos a otros y andar juntos (Efesios 4:1–6). Dios puede llamarnos a ministerios diferentes y a usar métodos diferentes, pero con todo podemos amarnos unos a otros y tratar de presentar un testimonio unido ante el mundo.

Después de todo, un día todos estaremos juntos en el cielo (Juan 17:24); ¡así que sería buena idea si aprendiéramos a amarnos unos a otros aquí en la tierra! Agustín de Hipona lo dijo muy bien: “En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad. En todo, amor”.

5

¡Alguien te Está Vigilando!

1 Pedro 2:11–25

La sección central de la carta de Pedro (1 Pedro 2:11–3:12) recalca la sumisión en la vida del creyente. Esto por cierto no es un tema popular en este día de insubordinación y de búsqueda de realización personal, pero es importante. Pedro aplicó el tema de la sumisión a la vida del creyente como ciudadano (1 Pedro:2:11–17), como trabajador (1 Pedro 2:18–25), como cónyuge (1 Pedro 3:1–7), y como miembro de la asamblea cristiana (1 Pedro 3:8–12).

Sumisión no quiere decir esclavitud o subyugación, sino sencillamente reconocimiento de la autoridad de Dios en nuestras vidas. Dios ha establecido el hogar, el gobierno humano y la iglesia, y él tiene el derecho de decirnos cómo deben funcionar estas instituciones. Dios quiere que cada uno de nosotros ejerce autoridad; pero antes de que podamos ejercer autoridad, debemos aprender a estar bajo autoridad. La oferta de Satanás a nuestros primeros padres fue libertad

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sin autoridad, pero acabaron perdiendo tanto la libertad como la autoridad. El hijo pródigo halló su libertad cuando se sometió a la voluntad de su padre.

Pedro les dio a sus lectores tres motivos excelentes para someterse a la autoridad y así vivir como cristianos dedicados y obedientes.

Por causa de los perdidos (1 Pedro 2:11–12)

Como creyentes debemos constantemente recordar quienes somos; y Pedro hizo esto en 1 Pedro 2:11. Para empezar, somos hijos amados de Dios. Ocho veces en sus dos epístolas Pedro les recordó a sus lectores el amor de Dios por ellos (1 Pedro 2:11; 4:12; 2 Pedro 1:7; 3:1, 8, 14–15, 17). En nosotros mismos no hay nada que Dios pueda amar; pero él nos ama a causa de Jesucristo. “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia” (2 Pedro 1:17). Debido a nuestra fe en Jesucristo, somos “aceptos en el Amado” (Efesios 1:6).

Nuestra relación de amor con Jesucristo debe ser motivación suficiente para que vivamos vidas santas en este mundo impío. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Hay algo mejor que la obediencia debido al deber, y es la obediencia debido a la devoción. “El que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23).

No sólo que somos hijos amados de Dios, sino que también somos extranjeros [viajeros] y peregrinos en este mundo. Somos extranjeros residentes que tenemos nuestra ciudadanía en otra nación: el cielo. Como los patriarcas de la antigüedad, somos temporales en esta vida, viajando hacia la ciudad celestial (Hebreos 11:8–16). Si alguna vez has vivido en un país extranjero, sabes que los ciudadanos te observan y son propensos a hallar cosas que criticar. (En justicia, debo confesar que a veces nosotros criticamos a los extranjeros en nuestra nación.) Hace años, una novela éxito de librería titulada El Estadounidense Feo mostraba las luchas de un estadounidense que trataba de atender las necesidades de un pueblo extranjero, y con todo mantener su credibilidad ante sus compatriotas de los Estados Unidos de América, quienes, desdichadamente, mal entendieron por completo la situación.

También somos soldados que pelean una batalla espiritual. Hay deseos de pecado que guerrean contra nosotros y quieren derrotarnos (ve Gálatas 5:16–26). Nuestra batalla real no es contra personas que nos rodean, sino contra las pasiones que tenemos dentro. D. L. Moody decía: “Tengo más problemas con D. L. Moody que con cualquier otro hombre que conozco”. Si nos rendimos a estos apetitos de pecado, entonces empezaremos a vivir como los incrédulos que nos rodean, y seremos testigos ineficaces. La palabra que se traduce “batallan” lleva la idea de una campaña militar. No ganamos en una sola batalla, ¡y se acabó la guerra! Es una guerra constante, y debemos siempre estar en guardia.

Sobre todo, debemos ser testigos ante los perdidos que nos rodean. La palabra “gentiles” aquí no tiene nada que ver con raza, puesto que es sinónimo de “personas no salvas” (1 Corintios 5:1; 12:2; 3 Juan 7). Los inconversos nos están vigilando, y hablando contra nosotros (1 Pedro 3:16; 4:4) y buscando excusas para rechazar el evangelio.

A fin de testificar a los perdidos que nos rodean, debemos vivir vidas “honestas”. Esta palabra implica mucho más que decir la verdad y hacer lo que es

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correcto. Lleva consigo la idea de belleza, atractivo, lo que es admirable y honroso. Para usar un dicho común de los años 60, debemos ser personas hermosas en el mejor sentido de la palabra.

No testificamos sólo con nuestros labios; debemos respaldar nuestras palabras con nuestra práctica. No debe haber nada en nuestra conducta que le dé al inconverso munición para atacar a Cristo y al evangelio. Nuestras buenas obras deben respaldar nuestras buenas palabras. Jesús dijo esto en Mateo 5:16, y toda la Biblia hace eco de esta verdad.

Durante mis muchos años en el ministerio he visto el poderoso impacto que los creyentes pueden ejercer sobre los perdidos cuando combinan una vida santa con un testimonio de amor. Recuerdo muchos casos de algunas maravillosas conversiones que se debieron sencillamente a creyentes dedicados que permitieron que su luz brillara. Por otro lado, recuerdo con dolor algunas personas perdidas que rechazaron la Palabra de Dios debido a las vidas inconsecuentes de los que decían ser creyentes.

Pedro animó a sus lectores a dar testimonio a los perdidos, en palabra y obra, para que un día Dios pudiera visitarlos y salvarlos. “El día de la visitación” pudiera significar el día cuando Cristo vuelva y toda lengua confiese que él es Señor. Pero pienso que la “visitación” que Pedro mencionó aquí es el momento cuando Dios visita a los pecadores perdidos y los salva por su gracia. La palabra se usa en este sentido en Lucas 19:44. Cuando estas personas en efecto confían en Cristo, glorificarán a Dios y darán gracias porque fuimos fieles para testificarles aun cuando ellos nos hacían la vida difícil.

A mediados de 1805 un grupo de jefes y guerreros indígenas se reunieron en concilio en Buffalo Creek, Nueva York, para oír una presentación del mensaje cristiano por un tal Sr. Cram, de la Sociedad Misionera de Boston. Después del sermón, Chaqueta Roja, uno de los jefes principales, dio una respuesta. Entre otras cosas, el jefe dijo: “Hermano: Dices que hay sólo una manera de adorar y servir al Gran Espíritu. Si hay sólo una religión, ¿por qué la gente blanca difiere tanto al respecto? ¿Por qué no todos concuerdan, puesto que todos pueden leer el Libro?

“Hermano: Se nos dice que has estado predicando a los blancos en este lugar. Ellos son nuestros vecinos. Los conocemos. Esperaremos un poco para ver qué efecto tu predicación ejerce en ellos. Si hallamos que les hace bien, que los hace honrados y menos dispuestos a engañar a los indígenas, entonces consideraremos de nuevo lo que acabas de decir”.

Por causa del Señor (1 Pedro 2:13–17)

Por supuesto, ¡todo debe hacerse para la gloria de Dios y el bien de su reino! Pero Pedro con cuidado señaló que los creyentes en la sociedad son representantes de Jesucristo. Es nuestra responsabilidad anunciar las virtudes de Dios (ve 1 Pedro 2:9). Esto es especialmente cierto cuando tiene que ver con nuestra relación con el gobierno y personas en autoridad.

Como ciudadanos creyentes debemos someternos a la autoridad investida en el gobierno humano. La palabra que se traduce “institución” no se refiere a cada

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ley individual, sino a las instituciones que hacen y que imponen las leyes. Es posible someterse a las instituciones y con todo desobedecer las leyes.

Por ejemplo, cuando Daniel y sus tres amigos rehusaron obedecer las regulaciones dietéticas del rey, desobedecieron la ley, pero la manera en que lo hicieron demostró que honraban al rey y respetaban a las autoridades (Daniel 1). No fueron rebeldes; y tuvieron cuidado de no abochornar al funcionario a cargo, ni meterlo en problemas; y sin embargo se mantuvieron firmes. Glorificaron a Dios y, al mismo tiempo, honraron la autoridad del rey.

Pedro y los otros apóstoles enfrentaron un reto similar poco después del Pentecostés (Hechos 4–5). El concilio judío les ordenó que dejaran de predicar en el nombre de Jesús, pero Pedro y sus compañeros rehusaron obedecer (ve Hechos 4:19; 5:29). Ellos no incitaron una rebelión ni de ninguna manera cuestionaron o negaron la autoridad del concilio. Se sometieron a la institución pero se negaron a dejar de predicar. Mostraron respeto por sus dirigentes aunque estos hombres estaban oponiéndose al evangelio.

Es importante respetar el cargo aunque no podamos respetar al hombre o la mujer que ocupa el cargo. En todo lo posible debemos tratar de cooperar con el gobierno y obedecer la ley; pero nunca debemos permitir que la ley nos haga violar nuestra conciencia o desobedecer la Palabra de Dios. Desdichadamente, algunos creyentes con celo, pero ignorantes, usan estas diferencias como oportunidades para el conflicto y vociferan sermones en cuanto a la “libertad” y la “separación de la iglesia y el estado”.

Cuando una iglesia local construye y amuebla un edificio, hay un código local que se debe obedecer. (¡He participado en varios programas de construcción, y lo sé!) El gobierno no tiene derecho de controlar quien predica o las sesiones de la iglesia, pero tiene todo derecho de controlar asuntos que tienen que ver con la seguridad y la operación. Si la ley exige un cierto número de entradas, o extintores de incendio, o luces de emergencia, la iglesia debe obedecer. El estado no está persiguiéndonos cuando impone el código, ni tampoco la iglesia está haciendo acomodos cuando obedece ese código. Pero conozco algunos santos con celo exagerado que han traído desgracia al nombre del Señor con sus actitudes y acciones relativas a estos asuntos.

Pedro mencionó los cargos que debemos respetar. “El rey” quería decir el emperador. En las naciones democráticas tenemos un presidente. Pedro no criticó al gobierno de Roma ni sugirió que había que derrocarlo. La iglesia de Dios ha sido capaz de vivir y crecer en toda clase de sistemas políticos. Los “gobernadores” son los que están bajo la suprema autoridad, y que administran las leyes y ejecutan justicia. Idealmente, deben castigar a los que hacen el mal y alabar a los que hacen el bien. El ideal no siempre se lograba en los días de Pedro (ve Hechos 24:24–27), ni tampoco se logra en nuestro día. De nuevo, debemos recordar que hemos de respetar el cargo aun cuando no podamos respetar al que lo ocupa.

Dos frases son importantes: “la voluntad de Dios” (1 Pedro 2:15) y “siervos de Dios” (1 Pedro 2:16). Cuando hacemos algo dentro de la voluntad de Dios y como siervos de Dios, entonces estamos haciéndolo “por causa del Señor”. Dios quiere que silenciemos a los críticos por hacer el bien, y no oponiéndonos a la autoridad.

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La expresión “hacer callar” en 1 Pedro 2:15 literalmente quiere decir poner bozal, ¡como si los críticos paganos fueran una jauría de perros que ladran!

Alguien pudiera aducir: “Pero, como creyentes, ¿no somos libres?” Sí, somos libres en Cristo; pero nunca debemos usar nuestra libertad para nosotros mismos. Siempre debemos usarla para otros. Triste decirlo, pero hay defraudadores religiosos que hacen presa de personas ignorantes y usan la religión para disfrazar sus acciones perversas. Un verdadero creyente se somete a la autoridad porque primero que nada se somete a Cristo. Usa su libertad como una herramienta para edificar, y no como un arma con la cual luchar. Un buen ejemplo de esta actitud es Nehemías, que de buen grado cedió sus propios derechos para poder ayudar a su pueblo y restaurar los muros de Jerusalén.

Si con toda sinceridad nos sometemos a la autoridad “por causa del Señor”, entonces mostraremos honor a todos los que lo merecen. Tal vez no estemos de acuerdo con su política o su práctica, pero debemos respetar su cargo (ve Romanos 13). También debemos “amar a los hermanos”, lo que quiere decir, por supuesto, el pueblo de Dios en la iglesia. Esto es un tema que se repite en esta carta (1 Pedro 1:22; 3:8; 4:8; 5:14). Una manera de mostrar amor a los hermanos es sometiéndonos a la autoridad y a los “poderes que existen”, porque estamos unidos unos a otros en el testimonio cristiano.

Temer a Dios y honrar al rey van juntos; puesto que las autoridades son establecidas por Dios (Romanos 13:1). Salomón dio el mismo consejo: “Teme a Jehová, hijo mío, y al rey” (Proverbios 24:21). Honramos al rey porque en efecto tememos al Señor. Vale la pena notar que los tiempos de estos verbos indican que debemos mantener constantemente estas actitudes. “¡Amén continuamente a los hermanos! ¡Teman continuamente a Dios! ¡Honren continuamente al rey!”

Como creyentes debemos ejercer discernimiento en nuestras relaciones con el gobierno humano. Hay ocasiones cuando lo correcto es dejar a un lado nuestros privilegios, y hay otras ocasiones cuando lo correcto es usar nuestra ciudadanía. Pablo estuvo dispuesto a sufrir personalmente en Filipos (Hechos 16:16–24), pero no estaba dispuesto a escabullirse de la ciudad como criminal (Hechos 16:35–40). Cuando lo arrestaron con acusaciones falsas, Pablo usó su ciudadanía para protegerse (Hechos 22:22–29) e insistió en un juicio justo ante el césar (Hechos 25:1–12).

Por causa de nosotros mismos (1 Pedro 2:18–25)

En este párrafo Pedro se dirige a los esclavos creyentes que había en las congregaciones, y de nuevo recalca la importancia de la sumisión. Algunos esclavos recién convertidos pensaban que su libertad espiritual también garantizaba libertad personal y política, y producían problemas para sí mismos y en las iglesias. Pablo trató este problema en 1 Corintios 7:20–24, y también tocó el asunto en su carta a su amigo Filemón. El evangelio a la larga derrocó al imperio romano y la terrible institución de la esclavitud, aun cuando la iglesia inicial no predicó contra ni uno ni otro.

En la actualidad no hay esclavos creyentes, por lo menos no en el sentido del Nuevo Testamento; pero lo que Pedro escribió en efecto se aplica a los empleados. Debemos ser sumisos a los que están sobre nosotros, sean ellos

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bondadosos con nosotros o no. Los empleados creyentes nunca deben aprovecharse de los patrones creyentes. Cada trabajador debe rendir un buen día de trabajo y ganarse honradamente su paga.

A veces un empleado creyente puede sufrir daño de un compañero de trabajo o supervisor incrédulos. Por causa de la conciencia debe “soportarlo” aun cuando no es él el equivocado. La relación del creyente con Dios es mucho más importante que su relación con los hombres. Merece aprobación [gracia] soportar reproche cuando uno es inocente (ve Mateo 5:10–12). Cualquiera, incluyendo el no creyente, puede soportarlo con paciencia cuando él está equivocado. Pero se requiere un creyente dedicado para soportarlo cuando se tiene razón. Esto ciertamente es aprobado [gracia] delante de Dios. Dios puede darnos la gracia para someternos y “soportarlo” y de esta manera glorificar a Dios.

Por supuesto, la tendencia humana es desquitarnos y exigir nuestros derechos. Pero esa es la respuesta natural de los no inconversos, y nosotros debemos hacer mucho más que ellos (Lucas 6:32–34). Cualquiera puede desquitarse; pero se requiere un creyente lleno del Espíritu para someterse y permitir que Dios libre sus batallas (Romanos 12:16–21).

En la Biblia el deber siempre está relacionado con la doctrina. Cuando Pablo les escribió a los esclavos, relacionó sus amonestaciones con la doctrina de la gracia de Dios (Tito 2:9–15). Pedro conectó sus consejos con el ejemplo de Jesucristo, el Siervo Sufriente de Dios (1 Pedro 2:21–25; ve Isaías 52:13–53:12). Pedro había aprendido por experiencia propia que el pueblo de Dios sirve mediante el sufrimiento. Al principio Pedro se había opuesto al sufrimiento de Cristo en la cruz (Mateo 16:21 en adelante); pero luego aprendió la lección importante de que nosotros dirigimos al servir y servimos al sufrir. También aprendió que esta clase de sufrimiento siempre lleva a la gloria.

Pedro animó a estos esclavos que sufrían, presentándoles tres cuadros de Jesucristo.

Él es nuestro ejemplo en su vida (vs. 21–23). Todo lo que Jesús hizo en la tierra, según se registra en los cuatro Evangelios, es un ejemplo perfecto para que sigamos. Pero es especialmente nuestro ejemplo en la manera en que respondió al sufrimiento. A pesar de que él no pecó tanto en obra como en palabra, sufrió a manos de las autoridades. Esto se relaciona, por supuesto, con las palabras de Pedro en 1 Pedro 2:19–20. ¡Nos preguntamos cómo habría respondido el apóstol en las mismas circunstancias! El hecho de que Pedro usó su espada en el huerto sugiere que a lo mejor habría peleado en lugar de someterse a la voluntad de Dios.

Jesús demostró que una persona puede estar en la voluntad de Dios, ser amado grandemente por Dios, y sin embargo sufrir injustamente. Hay una teología popular superficial hoy que aduce que los creyentes no sufrirán si están en la voluntad de Dios. Los que promueven tales ideas no han meditado mucho en la cruz de Cristo.

La humildad y sumisión de nuestro Señor no fueron evidencia de debilidad, sino de poder. ¡Jesús podía haber llamado a los ejércitos celestiales para que lo rescataran! Sus palabras a Pilato en Juan 18:33–38 son prueba de que él tenía el control completo de la situación. Fue Pilato el que estaba siendo juzgado, ¡y no Jesús! Jesús se había entregado al Padre y el Padre siempre juzga justamente.

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No somos salvos al seguir el ejemplo de Cristo, porque cada uno de nosotros tropezaría en 1 Pedro 2:22: “el cual no hizo pecado”. Los pecadores necesitan un Salvador, no un Ejemplo. Pero después de que la persona es salva, querrá “seguir cuidadosamente sus pisadas” (traducción literal) e imitar el ejemplo de Cristo.

Él es nuestro sustituto en su muerte (v. 24). Jesús murió como sustituto del pecador. Toda esta sección refleja el gran capítulo del Siervo, Isaías 53, y especialmente Isaías 53:5–7, pero también los versículos 9 y 12. Jesús no murió como mártir; murió como Salvador, como Sustituto sin pecado. La palabra que se traduce “llevó” quiere decir llevar como sacrificio. Los judíos no crucificaban a los criminales; los apedreaban hasta que murieran. Pero si la víctima era especialmente perversa, dejaban su cadáver colgando en un árbol hasta la noche como marca de vergüenza (Deuteronomio 21:23). Jesús murió en un árbol—una cruz—y llevó la maldición de la Ley contra nuestros pecados (Gálatas 3:13).

Las paradojas de la cruz nunca dejan de asombrarnos. Cristo fue herido para que nosotros pudiéramos ser curados. El murió para que nosotros pudiéramos vivir. Nosotros morimos con él, y por consiguiente estamos “muertos al pecado” (Romanos 6) para que podamos “vivir para la justicia”. La sanidad que Pedro mencionó en 1 Pedro 2:24 no es sanidad física, sino más bien la sanidad espiritual del alma (Salmo 103:3). Un día, cuando tengamos cuerpos glorificados, toda enfermedad desaparecerá; pero mientras tanto, incluso algunos de los más selectos siervos de Dios pueden tener aflicciones físicas (ve Filipenses 2:25–30; 2 Corintios 12:1 en adelante).

No es Jesús el Ejemplo o el Maestro quien nos salva, sino el Cordero inmaculado de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).

Él es nuestro Pastor vigilante en el cielo (v. 25). En el Antiguo Testamento las ovejas morían por el pastor; pero en el Calvario el Pastor murió por las ovejas (Juan 10). Todo pecador perdido es como oveja descarriada: ignorante, perdida, extraviada, en peligro, lejos del lugar de seguridad e incapaz de ayudarse a sí misma. El Pastor salió para buscar a la oveja perdida (Lucas 15:1–7). ¡Él murió por las ovejas!

Ahora que hemos sido llevados de regreso al redil y estamos seguros bajo su cuidado, él nos cuida para que no nos descarriemos y nos metamos en el pecado. La palabra “obispo” sencillamente quiere decir uno que vigila y supervisa. Así como el obispo anciano supervisa el rebaño de Dios, la iglesia local (1 Pedro 5:2), así el Salvador en gloria cuida a sus ovejas para protegerlas y perfeccionarlas (Hebreos 13:20–21).

Aquí, entonces, está la maravillosa verdad que Pedro quería proclamar: conforme vivimos la vida santa y nos sometemos en el tiempo de sufrimiento, estamos siguiendo el ejemplo de Cristo y llegando a ser más semejantes a él. Nos sometemos y obedecemos, no sólo por causa de almas perdidas y por causa del Señor, sino también por causa de nosotros mismos, para que podamos crecer espiritualmente y llegar a ser más semejantes a Cristo.

El mundo incrédulo está observándonos, pero el Pastor celestial también está vigilándonos; así que no tenemos nada que temer. Podemos someternos a él y saber que él hará que todo resulte para nuestro bien y para su gloria.

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6

¿Casado o Atrapado?

1 Pedro 3:1–7

Una situación extraña existe en la sociedad actual. Tenemos más información fácilmente accesible en cuanto al sexo y el matrimonio que nunca antes; y sin embargo tenemos más problemas conyugales y divorcios. Obviamente algo anda mal. No es suficiente decir que estos hogares necesitan a Dios, porque incluso muchos matrimonios cristianos están destrozándose.

El hecho de que un hombre y una mujer sean salvos no es garantía de que su matrimonio triunfará. El matrimonio es algo en lo cual tenemos que invertir esfuerzo; el éxito no es automático. Cuando uno de los cónyuges no es creyente, eso puede hacer incluso más difícil las cosas. Pedro dirigió esta sección de su carta a esposas creyentes que tenían esposos incrédulos, diciéndoles cómo ganar para Cristo a sus cónyuges. Luego añadió algunas admoniciones importantes para los esposos creyentes.

Sin que importe cuál sea tu situación matrimonial, puedes aprender de Pedro las cosas esenciales para un matrimonio feliz y de éxito.

El ejemplo de Cristo (1 Pedro 3:1a, 7a)

Las frases “asimismo” e “igualmente” hacen referencia a la explicación que Pedro dio del ejemplo de Jesucristo (1 Pedro 2:21–25). Tal como Jesús fue sumiso y obediente a la voluntad de Dios, así el esposo y la esposa creyentes deben seguir su ejemplo.

Mucho de nuestro aprendizaje en la vida viene por imitación. Los abuelos se deleitan al observar a sus nietos “copiar” nuevas destrezas y palabras conforme van creciendo. Si imitamos los mejores modelos, llegaremos a ser mejores personas y mejores triunfadores; pero si imitamos los modelos equivocados, eso incapacitará nuestras vidas y posiblemente arruinará nuestro carácter. Los “modelos ejemplares” que seguimos nos influyen en todo aspecto de la vida.

Mientras yo estaba en fila esperando pagar en un supermercado, oí a dos mujeres que hablaban sobre el escándalo más reciente de Hollywood que publicaba la primera plana de un periódico que aparecía en el anaquel. Al escuchar (¡y no pude evitar oírlo!), pensé: “¡Qué necio preocuparse por las vidas pecaminosas de los ídolos de la televisión! ¿Por qué atiborrar la mente con tal basura? ¿Por qué no leer sobre personas decentes y aprender de sus vidas?” Unos pocos días más tarde oí una conversación sobre los problemas maritales de cierta telenovela de la televisión, y me se me ocurrieron los mismos pensamientos.

Cuando las parejas creyentes tratan de imitar al mundo y derivan sus normas de Hollywood en vez de derivarlas del cielo, habrá problemas en el hogar. Pero si ambos cónyuges imitan a Jesucristo en su sumisión y obediencia, y en su deseo de servir a otros, entonces habrá triunfo y alegría en el hogar. Un amigo psiquíatra dice que lo mejor que el esposo creyente puede hacer es modelar su propia vida

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de acuerdo a la de Jesucristo. En Cristo vemos una combinación hermosa de fuerza y ternura, y eso es lo que se necesita para ser un esposo triunfante.

Pedro también señaló a Sara como modelo que las esposas creyentes deben seguir. Por cierto Sara no fue perfecta; pero ella demostró ser una ayuda idónea para Abraham, y ella es una de las pocas mujeres que se mencionan en Hebreos 11. Una vez fui a hacer una visita pastoral a una mujer que dijo que tenía problemas conyugales, y noté varias revistas de clubes de aficionados a las películas sobre una mesa. Después de escuchar los problemas de la mujer, concluí que ella necesitaba seguir algunos ejemplos y modelos bíblicos y limpiar su mente de los ejemplos mundanos.

No podemos seguir el ejemplo de Cristo si no le conocemos primero como nuestro Salvador, y luego nos sometemos a él como nuestro Señor. Debemos pasar tiempo con él cada día, meditando en la Palabra de Dios y orando; y el esposo y la esposa creyentes deben orar juntos y tratar de estimularse uno al otro en la fe.

Sumisión (1 Pedro 3:1–6)

Dos veces en este párrafo Pedro les recuerda a las esposas creyentes que deben someterse a sus esposos (1 Pedro 3:1, 5). Las palabras que se traducen “estar sujetas” es un término militar que quiere decir colocarse bajo superiores. Dios tiene un lugar para todo, y ha ordenado varios niveles de autoridad (ve 1 Pedro:2:13–14). Ha ordenado que el esposo sea la cabeza del hogar (Efesios 5:21 en adelante) y que, así como él se somete a Cristo, la esposa debe someterse a él. Ser la cabeza no quiere decir ser dictador, sino ejercer con amor la autoridad divina bajo el señorío de Jesucristo.

Pedro dio tres razones por las que la esposa creyente debe someterse a su esposo, incluso si el esposo (como en este caso) no ha sido convertido.

La sumisión es una obligación (v. 1a). Dios lo ha ordenado así porque, en su sabiduría, él sabe que este es el mejor arreglo para un matrimonio satisfactorio y feliz. La sujeción no quiere decir que la esposa sea inferior al esposo. Es más, en 1 Pedro 3:7 Pedro indica claramente que el esposo y su esposa son “coherederos.” El hombre y la mujer fueron hechos por el mismo Creador, del mismo material básico, y ambos están hechos a imagen de Dios. Dios le dio dominio tanto a Adán como a Eva (Génesis 1:28), y en Jesucristo los cónyuges cristianos son uno (Gálatas 3:28).

La sumisión tiene que ver con orden y autoridad, y no con evaluación. Por ejemplo, los esclavos en la familia romana normal eran superiores en muchas maneras a sus amos, pero con todo estaban bajo autoridad. El soldado raso en el ejército tal vez sea una mejor persona que el general de cinco estrellas, pero sigue siendo un soldado raso. Incluso Jesucristo mismo se hizo siervo y se sometió a la voluntad de Dios. No hay nada degradante en eso de someterse a la autoridad o en aceptar el orden divino. En realidad, es el primer paso hacia la satisfacción. Y Efesios 5:21 indica claramente que tanto el esposo como la esposa deben primero ser sumisos a Jesucristo.

El esposo y la esposa deben ser socios, y no competidores. Después de una ceremonia de bodas a menudo en privado les digo a la novia y al novio: “Ahora,

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recuerden, que de aquí en adelante ya no es lo mío o lo tuyo, sino lo nuestro”. Esto explica por qué el creyente siempre debe casarse con otro creyente, porque el creyente no puede entrar en ningún tipo de “unidad” estrecha con el no creyente (2 Corintios 6:14–18).

La sumisión es una oportunidad (vs. 1b, 2). ¿Una oportunidad para qué? Para ganar para Cristo al esposo inconverso. Dios no sólo ordena la sumisión, sino que la usa como una poderosa influencia espiritual en el hogar. Esto no quiere decir que la esposa creyente “se rinda” a su esposo incrédulo a fin de manipularlo con sutileza y lograr que él haga lo que ella desea. Esta clase de persuasión psicológica y egoísta nunca se debería hallar ni en el corazón ni en el hogar del creyente.

El esposo inconverso no se convertirá mediante la sermoneación o acoso en el hogar. La frase “sin palabra” no quiere decir sin la Palabra de Dios, porque la salvación viene por la Palabra (Juan 5:24). Quiere decir sin charla, ¡sin mucha verbosidad! Las esposas creyentes que sermonean a sus esposos sólo los alejan más del Señor. Una vez conocí a una esposa llena de fervor que solía escuchar programas radiales religiosos toda la noche, por lo general a alto volumen, para que su esposo incrédulo oyera la verdad. Todo lo que ella hacía era facilitarle a él que saliera de casa y se fuera a pasar el tiempo con sus amigos.

Es el carácter y la conducta de la esposa lo que ganará al esposo perdido, y no las discusiones; sino actitudes tales como: sumisión, comprensión, amor, bondad y paciencia. Estas cualidades no se fabrican; son fruto del Espíritu que viene cuando nos sometemos a Cristo y unos a otros. La esposa creyente con conducta casta y respetuosa revelará en su vida las virtudes de Dios (1 Pedro 2:9) e influirá en su esposo para que confíe en Cristo.

Uno de los más grandes ejemplos de una esposa y madre consagrada en la historia del cristianismo es Mónica, madre del famoso San Agustín. Dios usó el testimonio y las oraciones de Mónica para ganar tanto a su hijo como a su esposo para Cristo, aunque su esposo no se convirtió sino poco antes de su muerte. Agustín escribió en sus Confesiones: “Ella le servía como a su señor; y diligentemente procuró ganarlo para ti… predicándote ante él en su conversación [conducta]; con la cual tú la adornaste, haciéndola reverentemente bondadosa para con su esposo”.

En el hogar cristiano debemos ministrarnos unos a otros. El esposo creyente debe ministrar a su esposa y ayudar a hermosearla en el Señor (Efesios 5:25–30). La esposa creyente debe animar a su esposo y ayudarle a fortalecerse en el Señor. Padres e hijos deben compartir cargas y bendiciones, y procurar mantener una atmósfera de entusiasmo y crecimiento espiritual en el hogar. Si hay personas inconversas en la casa, se ganarán para Cristo más por lo que ven en nuestras vidas y relaciones que por lo que oyen en nuestro testimonio.

La sumisión es un adorno (vs. 3–6). La palabra que se traduce “atavío” en griego es kosmos, y de allí vienen nuestras palabras “cosmos” (el universo ordenado) y “cosmético”. Es lo opuesto de caos. Pedro advirtió a la esposa creyente que no se concentrara en adornos externos sino en el carácter interno. Las mujeres romanas se dejaban llevar por las últimas modas del día, y competían unas con otras en vestidos y peinados. No era raro que la mujer llevara peinados

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muy complejos, sujetos con peinetas de oro y plata, e incluso joyas. Se ponían elaborados y costosos vestidos, con el propósito de impresionarse unas a otras.

La esposa creyente con el esposo no salvo puede pensar que debe imitar al mundo a fin de ganar a su cónyuge; pero la verdad es exactamente lo opuesto. La hermosura es artificial y externa; la verdadera belleza es real e interna. El encanto es algo que la persona puede ponerse encima y quitarse, pero la belleza verdadera siempre está presente. La hermosura es corruptible; se desvanece y se arruga. La verdadera belleza de corazón crece más maravillosa con el paso de los años. La mujer creyente que cultiva la belleza de la persona interior no dependerá de baratas cosas externas. Dios se preocupa por valores, y no por precios.

Por supuesto, esto no quiere decir que la esposa deba descuidarse y no tratar de estar al día en su ropa. Sencillamente quiere decir que ella no se especializa en ser una esclava de la moda simplemente para hacer lo que todas hacen. Todo esposo se siente orgulloso de una esposa atractiva, pero la belleza debe brotar del corazón, no del almacén. No somos de este mundo, ¡pero no debemos vernos como si hubiéramos venido de fuera de este mundo!

Pedro no prohibió el uso de joyas así como tampoco el uso de vestidos. La palabra que se traduce “ostentosos” en 1 Pedro 3:3 quiere decir ponerse alrededor y se refiere a la exhibición ostentosa de joyas. Es posible llevar joyas y con todo honrar a Dios, y no deberíamos juzgarnos unos a otros en este asunto.

Pedro concluyó esa sección señalando a Sara como ejemplo de una esposa santa y sumisa. Lee Génesis 18 para ver el trasfondo. Las esposas creyentes de hoy probablemente avergonzarían a sus esposos si les llamaran “señor”. pero sus actitudes deben ser tales que si en algún momento les llamaran “señor” la gente lo creería. La esposa creyente que se somete a Cristo y a su esposo, y que cultiva un “espíritu afable y apacible” nunca tendrá que tener miedo. (El “temor” en este versículo quiere decir terror, en tanto que en 1 Pedro 3:2 quiere decir reverencia.) Dios la cuidará aun cuando su cónyuge incrédulo le dé problemas y dificultades.

Consideración (1 Pedro 3:7)

¿Por qué Pedro dedicó más espacio a instruir a las esposas que a los esposos? Porque las esposas creyentes estaban experimentando una situación completamente nueva y necesitaban dirección. En general, en el imperio romano a las mujeres se las mantenía subyugadas, y su nueva libertad en Cristo producía nuevos problemas y retos. Es más, muchas de ellas tenían esposos no creyentes y necesitaban estímulo e iluminación adicional.

Al escribir Pedro a los esposos creyentes les recordó cuatro aspectos de responsabilidad en su relación con sus esposas.

Física: “vivan con ellas”. Esto implica mucho más que tener la misma dirección. El matrimonio es fundamentalmente una relación física: “los dos serán una sola carne” (Efesios 5:31). Por supuesto, los cónyuges creyentes disfrutan de una relación espiritual mucho más profunda, pero las dos cosas van juntas (1 Corintios 7:1–5). El esposo verdaderamente espiritual cumplirá sus deberes matrimoniales y amará a su esposa.

El esposo debe buscar tiempo para estar en casa con su esposa. Los obreros cristianos y oficiales de la iglesia que se ocupan demasiado resolviendo los

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problemas de otros, pueden acabar produciendo problemas en su propio hogar. Un estudio reveló que el esposo y la esposa común tienen apenas treinta y siete minutos a la semana de comunicación real entre sí. ¿Es sorpresa acaso que los matrimonios se destrocen después de que los hijos crecen y se van? El esposo y la esposa se quedan solos; ¡y cada uno vive con un extraño!

“Vivir con ellas” también sugiere que el esposo provea para las necesidades físicas y materiales del hogar. Aunque no es un error que la esposa tenga un empleo o carrera, su primera responsabilidad es cuidar de su casa (Tito 2:4–5). Es el esposo el que debe proveer (1 Timoteo 5:8).

Intelectual: “sabiamente”. Alguien le preguntó a la señora de Alberto Einstein si ella entendía la teoría de la relatividad del Dr. Einstein, y ella respondió: “No; pero entiendo al doctor”. En mi asesoramiento prematrimonial como pastor, a menudo les doy a los futuros esposos hojas de papel y les pido que anoten las tres cosas que cada uno piensa que el otro disfruta más. Por lo general la futura novia prepara su lista de inmediato; el hombre se queda sentado y se pone a pensar. Por lo general la joven tiene razón, ¡pero el hombre se equivoca! ¡Qué principio para un matrimonio!

¡Es asombroso cómo un hombre y una mujer puedan estar casados y vivir juntos sin realmente conocerse el uno al otro! La ignorancia es peligrosa en cualquier aspecto de la vida, pero es especialmente peligrosa en el matrimonio. El esposo creyente necesita conocer los cambios de genio de su esposa, sus sentimientos, necesidades, temores y esperanzas. Necesita “escuchar con el corazón” y sostener con ella comunicación significativa. Debe haber en el hogar una atmósfera tan protectora de amor y sumisión que los esposos pueden discrepar y sin embargo ser felices en su matrimonio.

“Seguid [hablad en algunas versiones] la verdad en amor” es la solución a los problemas de comunicación (Efesios 4:15). Bien se ha dicho que el amor sin verdad es hipocresía, y la verdad sin amor es brutalidad. Necesitamos tanto la verdad como el amor para poder crecer en nuestra comprensión del uno al otro. ¿Cómo puede el esposo mostrar consideración a su esposa si no entiende las necesidades o los problemas de ella? Decir: “¡Nunca supe que te sentías de esa manera!” es confesar que, en algún momento, uno de ellos le cortó la comunicación al otro. Cuando uno de los cónyuges tiene miedo de abrirse y ser franco en cuanto a un asunto, está construyendo paredes y no puentes.

Emocional: “dando honor a la mujer”. La caballerosidad puede estar muerta, pero todo esposo debe ser un príncipe azul que trata a su esposa como una princesa. (De paso, el nombre Sara quiere decir princesa.) Pedro no sugiere que la esposa es “vaso más frágil” mental, moral o espiritualmente, sino más bien físicamente. Hay excepciones, por supuesto, pero hablando en general, el hombre es el más fuerte de los dos en cuanto a logros físicos. El esposo debe tratar a su esposa como un vaso costoso, hermoso, frágil, en el que hay un precioso tesoro.

Cuando los jóvenes empiezan a salir juntos, el muchacho es cortés y comedido. Después de que se comprometen, él muestra incluso más cortesía y siempre actúa como todo un caballero. Triste decirlo, pronto después de casarse, muchos esposos se olvidan de ser bondadosos y caballerosos, y dejan de valorar a su esposa. Se olvidan de que la felicidad en un hogar se forma de muchas cosas pequeñas, incluyendo las pequeñas cortesías de la vida.

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Los grandes resentimientos a menudo empiezan como ofensas pequeñas. El esposo y la esposa necesitan ser francos uno con otro, admitir las ofensas, y buscar perdón y sanidad. “Dando honor a la mujer” no quiere decir rendirse a la esposa. El esposo puede discrepar con su esposa y con todo respetarla y darle honor. Como líder espiritual del hogar, el esposo debe a veces tomar decisiones que no son populares; pero con todo puede actuar con cortesía y con respeto.

“Dando honor” quiere decir que el esposo respeta los sentimientos, pensamientos y deseos de su esposa. Tal vez no concuerde con las ideas de ella, pero las respeta. A menudo Dios equilibra un matrimonio de modo que el esposo necesita lo que la esposa tiene en su personalidad, y ella, de igual manera, necesita las buenas cualidades de él. Un esposo impulsivo a menudo tiene una esposa paciente, ¡y esto le ayuda a evitar los problemas!

El esposo debe ser el termostato del hogar, fijando la temperatura emocional y espiritual. La esposa a menudo es el termómetro, haciéndole saber a él cuál es esa temperatura. Ambas cosas son necesarias. El esposo que es sensible a los sentimientos de su esposa no sólo que la hará feliz, sino que también él mismo crecerá y ayudará a sus hijos a vivir en un hogar que honra a Dios.

Espiritual: “para que vuestras oraciones no tengan estorbo”. Pedro daba por sentado que los esposos orarían juntos. A menudo no es ese el caso; y esa es la razón para mucho fracaso y desdicha. Si las personas no convertidas pueden tener hogares felices sin la oración (y a menudo los tienen), ¡cuánto más felices serían los hogares de los creyentes con la oración! Es más, es la vida de oración de una pareja lo que indica cómo marchan las cosas en el hogar. Si algo anda mal, sus oraciones tendrán estorbos.

El esposo y la esposa necesitan tener sus propios tiempos de oración privado e individual, cada día. También necesitan orar juntos, y tener un tiempo de devoción familiar. La forma en que esto se organiza cambia de hogar en hogar, e incluso de tiempo en tiempo, conforme los hijos crecen y los horarios cambian. La Palabra de Dios y la oración son elementos básicos de un hogar feliz y santo (Hechos 6:4).

Los esposos son “coherederos”. Si la esposa muestra sumisión y el esposo consideración, y si ambos se someten a Cristo y siguen su ejemplo, entonces tendrán una experiencia enriquecedora en su matrimonio. Si no, se perderán lo mejor de Dios y se privarán uno a otro de bendición y crecimiento. “La gracia de la vida” puede referirse a los hijos, que por cierto son herencia de Dios (Salmo 127:3); pero incluso parejas sin hijos pueden disfrutar de las riquezas espirituales si obedecen las amonestaciones de Pedro.

Sería bueno si esposos y esposas ocasionalmente hicieran un inventario de su matrimonio. Las siguientes son algunas preguntas, basadas en lo que Pedro escribió.

1. ¿Somos cónyuges o competidores? 2. ¿Estamos ayudándonos el uno al otro a ser más espirituales? 3. ¿Estamos dependiendo de cosas externas o de cosas eternas? ¿De lo

artificial o de lo real? 4. ¿Nos entendemos mejor el uno al otro? 5. ¿Somos sensibles el uno al otro en cuanto a sentimientos e ideas, o hemos

dejado de valorarnos el uno al otro?

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6. ¿Estamos viendo que Dios responde a nuestras oraciones? 7. ¿Estamos siendo enriquecidos debido a nuestro matrimonio, o privándonos

el uno al otro de las bendiciones de Dios? ¡Respuestas sinceras a estas preguntas pueden determinar toda una

diferencia!

7

¡Preparándose para lo Mejor!

1 Pedro 3:8–17

Un pastor consagrado enfrentaba una seria cirugía, y un amigo le visitó en el hospital para orar con él. “Una cosa interesante me sucedió hoy”, le dijo el pastor. “Una de las enfermeras miró mi expediente y dijo: ‘Pues bien, ¡veo que usted se está preparando para lo peor!’. Yo sonreí y le dije: ‘No; estoy preparándome para lo mejor. Soy creyente, y Dios ha prometido hacer que todo resulte para bien’. Vaya, ¡deberías haberla visto como soltó la ficha y salió de la habitación a la carrera!”.

Pedro escribió esta carta para preparar a los creyentes para la “prueba de fuego” de la persecución, y sin embargo su enfoque fue optimista y positivo. “¡Prepárense para lo mejor!” fue su mensaje. En esa sección les dio tres instrucciones que seguir para que pudieran experimentar las mejores bendiciones en los peores tiempos.

Cultiven amor cristiano (1 Pedro 3:8–12)

Hemos notado que el amor es un tema recurrente en las cartas de Pedro; no sólo el amor de Dios por nosotros, sino también nuestro amor por otros. Pedro mismo tuvo que aprender esta lección, ¡y le costó aprenderla! ¡Cuán paciente tuvo Jesús que ser con él!

Debemos empezar con amor por el pueblo de Dios (1 Pedro 3:8). La palabra “finalmente” quiere decir para resumirlo. Así como toda la ley se resume en amor (Romanos 13:8–10), todas las relaciones humanas se cumplen en el amor. Esto se aplica a todo creyente y a todo aspecto de la vida.

Este amor se evidencia por un mismo sentir (ve Filipenses 2:1–11). Unidad no quiere decir uniformidad; quiere decir cooperación en medio de la diversidad. Los miembros del cuerpo trabajan juntos en unidad, aunque todos son diferentes. Los creyentes pueden diferir en cuanto a cómo se hacen las cosas, pero deben concordar en lo que se hace y por qué. Un hombre criticó los métodos de evangelización de D. L. Moody, y Moody dijo: “Pues bien, siempre estoy listo para mejorarlos. ¿Cuáles son tus métodos?” ¡El hombre confesó que no tenía ninguno!

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“Entonces seguiré con los míos”, dijo Moody. Sean cuales sean los métodos que usemos, debemos procurar honrar a Cristo, ganar a los perdidos, y edificar a la iglesia. Algunos métodos definitivamente no son bíblicos, pero hay abundancia de espacio para la variedad en la iglesia.

Otra evidencia del amor es la compasión, un sincero “sentir por y con” las necesidades de otros. La palabra “simpatía” viene de esta raíz. No nos atrevamos a endurecernos de corazón unos a otros. Debemos compartir tanto las alegrías como las pruebas (Romanos 12:15). La base para esto es el hecho de que somos hermanos de la misma familia (ve 1 Pedro 1:22; 2:17; 4:8; 5:14). Hemos aprendido de Dios a amarnos unos a otros (1 Tesalonicenses 4:9).

El amor se revela en compasión, ternura de corazón hacia otros. En el imperio romano esta no era una cualidad que se admiraba; pero el mensaje cristiano cambió todo eso. Hoy se nos inunda con tantas malas noticias que es fácil que nos aislemos y embotemos el sentimiento. Necesitamos cultivar la compasión, y mostrar activamente a otros que nos interesamos.

“Ser amigables” incluye más, mucho más, que actuar como dama o caballero. Sean humildes en actitud sería una buena traducción; y, después de todo, la humildad es el cimiento de la cortesía, porque la persona humilde pone a los demás por delante de sí misma.

No sólo que debemos amar al pueblo de Dios, sino que también debemos amar a nuestros enemigos (1 Pedro 3:9). Los que recibieron esta carta estaban sufriendo cierta cantidad de persecución personal porque estaban haciendo la voluntad de Dios. Pedro les advirtió que la persecución oficial estaba a punto de desatarse, así que era mejor que se prepararan. La iglesia de hoy también debe prepararse, porque tiempos difíciles se avecinan.

Como creyentes podemos vivir en uno de tres niveles. Podemos devolver mal por bien, que es el nivel satánico. Podemos devolver bien por bien, o mal por mal, que es el nivel humano; o podemos devolver bien por mal, que es el nivel divino. Jesús es el ejemplo perfecto de este último enfoque (1 Pedro 2:21–23). Como hijos de Dios que aman, no debemos dar “ojo por ojo, y diente por diente” (Mateo 5:38–48), que es la base para la justicia. Debemos operar a base de la misericordia, porque así es como Dios nos trata.

Esta amonestación debe haber significado mucho para el mismo Pedro, porque en una ocasión él trató de luchar con espada contra los enemigos de Cristo (Lucas 22:47–53). Mientras era un rabino inconverso, Pablo usó todo medio posible para oponerse al cristianismo; pero cuando se convirtió en creyente, Pablo nunca usó armas humanas para luchar las batallas de Dios (Romanos 12:17–21; 2 Corintios 10:1–6). Cuando Pedro y los apóstoles fueron perseguidos, dependieron de la oración y del poder de Dios, y no de su propia sabiduría o fuerza (ve Hechos 4:23 en adelante).

Siempre debemos recordar nuestro llamamiento como creyentes, porque esto nos ayudará a amar a nuestros enemigos y a hacerles bien aunque nos traten mal. Somos llamados a “heredar una bendición”. Las persecuciones que sufrimos en la tierra sólo añaden a nuestra herencia bendita de gloria en el cielo un día (Mateo 5:10–12). Pero también heredamos una bendición ahora cuando tratamos a nuestros enemigos con amor y misericordia. Al bendecirlos a ellos, ¡nosotros mismos recibimos una bendición! La persecución puede ser un tiempo de

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enriquecimiento espiritual para el creyente. Los santos y los mártires en la historia del cristianismo dan testimonio de este hecho.

Debemos amarnos unos a otros, amar a nuestros enemigos, y amar la vida (1 Pedro 3:10–12). Las noticias de la persecución inminente no deben hacer que el creyente se dé por vencido en la vida. Lo que puede parecer como “días malos” al mundo pueden ser “días buenos” para el creyente, si tan sólo reúne ciertas condiciones.

Primero, debemos deliberadamente decidir amar la vida. Esto es un acto de la voluntad: “El que de voluntad decide amar la vida”. Es una actitud de fe que ve lo mejor en toda situación. Es lo opuesto de la actitud pesimista que se expresa en Eclesiastés 2:17: “Aborrecí, por tanto, la vida,… por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu”. Podemos decidir aguantar la vida y hacerla una carga, escapar de la vida como si estuviéramos huyendo de una batalla, o disfrutar de la vida porque sabemos que Dios tiene el control. Pedro no está sugiriendo algún tipo de gimnasia psicológica irreal que rehúsa encarar los hechos. Más bien, está instando a sus lectores a tomar un enfoque positivo a la vida y por fe aprovechar al máximo toda situación.

Segundo, debemos controlar nuestra lengua. Muchos de los problemas de la vida son causados por las palabras erradas, y dichas con el espíritu errado. Todo creyente debe leer Santiago 3 con regularidad y elevar en oración diariamente Salmos 141:3. ¡Cuán bien Pedro conocía las tristes consecuencias de las palabras precipitadas! No hay lugar para las mentiras en la vida del creyente.

Tercero, debemos hacer el bien y detestar el mal. Necesitamos tanto ese positivo como ese negativo. La palabra que se traduce “apartarse” quiere decir mucho más que simplemente evadir. Quiere decir evadir algo debido a que uno lo aborrece o lo detesta. No es suficiente que evitemos el pecado simplemente porque es malo; debemos alejarnos de él porque lo detestamos.

Finalmente, debemos buscar la paz y seguirla. “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Si salimos en busca de problemas, los hallaremos; pero si buscamos la paz, también la podemos hallar. Esto no quiere decir paz a cualquier precio, porque la justicia siempre debe ser la base de la paz (Santiago 3:13–18). Sencillamente quiere decir que el creyente ejerce moderación al relacionarse con los demás y no despierta problemas porque quiere salirse con la suya. “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18). ¡A veces eso no es posible! Ve Romanos 14:19 en donde también se nos amonesta a que nos esforcemos por lograr la paz. No surge automáticamente.

“Pero, ¿qué tal si nuestros enemigos se aprovechan de nosotros?” podría preguntar el creyente perseguido. “Nosotros estamos buscando la paz, ¡pero ellos buscan la guerra!” Pedro les da la seguridad de que los ojos de Dios están sobre su pueblo y sus oídos atentos a sus oraciones. (Pedro aprendió esa lección cuando trató de caminar sobre el agua sin mirar a Jesús; Mateo 14:22–33.) Debemos confiar en que Dios protegerá y proveerá, porque sólo él puede derrotar a nuestros enemigos (Romanos 12:17–21).

Pedro citó estas afirmaciones del Salmo 34:12–15, así que sería útil que leyeras todo el Salmo, el cual describe lo que Dios quiere decir por “días buenos”. No son necesariamente días libres de problemas, porque el salmista escribió en

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cuanto a temores (Salmo 34:4), problemas (Salmo 34:6, 17), aflicciones (Salmo 34:19) e incluso un corazón quebrantado (Salmo 34:18). Un “día bueno” para el creyente que “ama la vida” no es aquel en que recibe mimos y protección, sino aquel en que experimenta la ayuda y bendición de Dios debido a los problemas y pruebas de la vida. Es un día en que él magnifica al Señor (Salmo 34:1–3), recibe respuesta a la oración (Salmo 34:4–7), prueba la bondad de Dios (Salmo 34:8) y siente la cercanía de Dios (Salmo 34:18).

La próxima vez que pienses que estás teniendo un “día malo”, y detestes la vida, lee el Salmo 34, ¡y tal vez descubrirás que en realidad estás teniendo un “día bueno” para la gloria de Dios!

Practiquen el señorío de Cristo (1 Pedro 3:13–15)

Estos versículos introducen la tercera sección principal de 1 Pedro: la gracia de Dios en el sufrimiento Introducen el importante principio espiritual de que el temor del Señor conquista todos los demás temores. Pedro cita Isaías 8:13–14 para respaldar su amonestación: “Más bien, honren en su corazón a Cristo como Señor” (1 Pedro 3:15, NVI).

El escenario de la cita de Isaías es significativo. Acaz, rey de Judá, enfrentaba una crisis debido a la inminente invasión del ejército asirio. Los reyes de Israel y Asiria querían que Acaz se les uniera en una alianza, pero Acaz rehusó; ¡así que Israel y Asiria amenazaron invadir a Judá! Detrás de bastidores, ¡Acaz se confederó con Asiria! El profeta Isaías le advirtió en contra de alianzas impías y le instaba a que confiara en Dios para la liberación. “A Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor, y él sea vuestro miedo” (Isaías 8:13).

Como creyentes enfrentamos crisis, y nos vemos tentados a ceder a nuestros temores y tomar decisiones equivocadas. Pero sí santificamos a Cristo como Señor en nuestros corazones, nunca tenemos por qué temer a los hombres o las circunstancias. Nuestros enemigos pueden lastimarnos, pero no pueden dañarnos. Sólo nosotros mismos podemos dañarnos si dejamos de confiar en Dios. Hablando en general, la gente no se opone a nosotros si hacemos el bien; pero incluso si así sucede, es mejor sufrir por causa de la justicia que hacer acomodos en nuestro testimonio. Pedro consideró esto en detalle en 1 Pedro 4:12–19.

En lugar de sentir temor al enfrentar al enemigo, podemos experimentar bendición, si Jesucristo es Señor en nuestros corazones. La palabra “bienaventurado” en 1 Pedro 3:14 es la misma que se usa en Mateo 5:10 en adelante. Esto es parte del “gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).

Cuando Jesucristo es Señor de nuestra vida, cada crisis se convierte en una oportunidad para el testimonio. Estamos “siempre preparados para presentar defensa.” La palabra “apología” viene de la raíz griega que se traduce “defensa,” pero no significa lo mismo que decir lo lamento. Más bien, quiere decir una defensa que se presenta en una corte. “Apologética” es la rama de la teología que tiene que ver con la defensa de la fe. Todo creyente debe ser capaz de dar una defensa razonada de su esperanza en Cristo, especialmente en situaciones

NVI Nueva Versión Internacional

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desesperadas. Una crisis produce la oportunidad para el testimonio cuando el creyente se comporta con fe y esperanza, porque los no creyentes entonces abrirán los ojos y lo notarán.

Este testimonio debe darse “con mansedumbre y reverencia [respeto]” y no con arrogancia o actitud de sabelotodo. Somos testigos, ¡no fiscales acusadores! Debemos también estar seguros de que nuestras vidas respaldan nuestra defensa. Pedro no sugirió que los creyentes discutan con los perdidos, sino más bien que presentemos a los incrédulos un relato de lo que creemos y por qué lo creemos, haciéndolo con amor. El propósito no es ganar una discusión, sino ganar para Cristo a las almas perdidas.

¿Qué significa “santificar a Cristo como Señor” en nuestro corazón? Significa entregarle a él todo, y vivir sólo para agradarle a él y glorificarle a él. Quiere decir temer serle desagradable antes que temer lo que los hombres pudieran hacernos. ¡Cuán maravillosamente este enfoque simplifica nuestras vidas! Es Mateo 6:33 y Romanos 12:1–2 combinados en una actitud diaria de fe que obedece a la Palabra de Dios a pesar de las consecuencias. Quiere decir satisfacernos con nada menos que la voluntad de Dios en nuestra vida (Juan 4:31–34). Una evidencia de que Jesucristo es Señor en nuestras vidas es la presteza con que testificamos del Señor a otros y procuramos ganarlos para Cristo.

Mantengan una buena conciencia (1 Pedro 3:16–17)

La palabra “conciencia” en español viene de dos raíces del latín: con, y scio, (éste último quiere decir conocer). La conciencia es ese juez interno que nos da testimonio, que nos permite “conocer con,” bien sea aprobando nuestras acciones o acusándolas (ve Romanos 2:14–15). A la conciencia se le puede comparar con una ventana que permite que entre la luz de la verdad de Dios. Si persistimos en desobedecer, la ventana se ensucia más y más, hasta que la luz no puede entrar. Esto lleva a una “conciencia corrompida” (Tito 1:15). Una “conciencia cauterizada” es una contra la cual se ha pecado tanto que ya no es sensible a lo que es bueno o malo (1 Timoteo 4:2). Es incluso posible que la conciencia quede tan cauterizada que aprueba cosas que son malas y acusa cuando la persona hace el bien. A esto la Biblia llama “una mala conciencia” (Hebreos 10:22). El criminal se siente culpable si “delata” a sus amigos, ¡pero contento si triunfa en su crimen!

La conciencia depende del conocimiento, la luz que entra por la ventana. Conforme el creyente estudia la Palabra de Dios, entiende mejor la voluntad de Dios, y su conciencia se vuelve más sensible al bien y al mal. Una “buena conciencia” es la que acusa cuando pensamos hacer el mal y aprueba cuando hacemos el bien. Requiere “ejercicio” mantener a la conciencia fuerte y pura (Hechos 24:16). Si no crecemos en el conocimiento y la obediencia espiritual, tendremos una “conciencia débil” que se altera fácilmente por insignificancias (1 Corintios 8).

¿Cómo ayuda una buena conciencia al creyente en tiempos de prueba y oposición? Para empezar, le fortifica con valor porque sabe que está bien con Dios y los hombres, así que no tiene nada que temer. Inscrito en el monumento de Martín Lutero en Worms, Alemania, están sus valientes palabras dichas ante el concilio eclesiástico el 18 de abril de 1521: “Aquí estoy; no puedo hacer otra cosa.

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Que Dios me ayude. Amén”. Su conciencia, ligada a la Palabra de Dios, le dio el valor para desafiar ¡a toda la iglesia establecida!

Una buena conciencia también nos da paz en el corazón; y cuando tenemos paz por dentro, podemos enfrentar las batallas por fuera. La intranquilidad de una conciencia inquieta divide el corazón y debilita a la persona, así que no puede funcionar de lo mejor. ¿Cómo podemos testificar con intrepidez por Cristo si nuestra conciencia testifica contra nosotros?

Una buena conciencia nos quita el temor de lo que otros puedan saber de nosotros, decir contra nosotros, o hacernos. Cuando Cristo es Señor y tememos sólo a Dios, no tenemos por qué temer las amenazas, opiniones o acciones de nuestros enemigos. “Jehová está conmigo; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Salmo 118:6). Fue en esto que Pedro falló cuando temió al enemigo y negó al Señor.

Pedro indicó claramente que la conciencia sola no es la prueba de lo que es bueno o malo. Una persona puede participar en “hacer el bien” o en “hacer el mal”. Que una persona desobedezca la Palabra de Dios y diga que está bien sencillamente porque su conciencia no lo acusa, es admitir que algo anda radicalmente mal con su conciencia. La conciencia es un salvaguarda sólo cuando la Palabra de Dios es la maestra.

Más y más los creyentes en la sociedad actual van a verse acusados y víctimas de la mentira. Nuestras normas personales no son las del mundo incrédulo. Como regla, los creyentes no producen problemas; los revelan. Que una persona nacida de nuevo empiece a trabajar en una oficina o que se mude a un dormitorio en una universidad, y dentro de poco habrá problemas. Los creyentes son luz en un mundo oscuro (Filipenses 2:15), y revelan “las obras infructuosas de las tinieblas” (Efesios 5:11).

Cuando José servía como mayordomo en la casa de Potifar y rehusó pecar, fue acusado falsamente y lo echaron en la cárcel. Los funcionarios del gobierno de Babilonia, complotaron para meter a Daniel en problemas debido a que su vida y obra eran un testimonio contra ellos. Nuestro Señor Jesucristo por su propia vida en la tierra reveló los corazones y las obras pecaminosos de la gente, y por eso lo crucificaron (ve Juan 15:18–25). “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12).

A fin de mantener una buena conciencia debemos lidiar con el pecado en nuestra vida y confesarlo de inmediato (1 Juan 1:9). Debemos “mantener la ventana limpia.” También debemos pasar tiempo en la Palabra de Dios y “permitir que la luz entre”. Una conciencia fuerte resulta de la obediencia que se basa en el conocimiento, y una conciencia fuerte hace fuerte el testimonio del creyente a los perdidos. También nos da fuerza en tiempos de persecución y dificultad.

Ningún creyente debe jamás sufrir por hacer el mal, y ningún creyente debe sorprenderse si sufre por hacer el bien. Nuestro mundo está tan trastornado que las personas “a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo”; y “hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz” (Isaías 5:20). Los dirigentes religiosos de los días de Jesús le llamaron “malhechor” (Juan 18:29–30). ¡Cuánto se puede equivocar la gente!

Cuando los tiempos de dificultad vienen a la iglesia debemos cultivar el amor cristiano; porque unos y otros necesitaremos ayuda y estímulo como nunca antes.

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También debemos mantener una buena conciencia, porque una buena conciencia hace una fuerte determinación y un testigo valiente. El secreto es practicar el señorío de Jesucristo. Si tememos a Dios, no temeremos a los hombres. “La vergüenza brota del temor a los hombres”, dijo Samuel Johnson. “La conciencia surge del temor a Dios”.

8

Aprendiendo de Noé

1 Pedro 3:18–22

Un pastor estaba enseñando un estudio bíblico sobre Mateo 16, explicando las muchas interpretaciones de las palabras de nuestro Señor a Pedro: “tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Después una mujer le dijo: “Pastor: apuesto a que si Jesús hubiera sabido todo el problema que causarían esas palabras, ¡nunca las habría dicho!”.

Cuando Pedro escribió esta sección de su carta, no tenía ni idea de que se clasificaría como una de las porciones más difíciles del Nuevo Testamento. Intérpretes inteligentes y consagrados han luchado con estos versículos, han debatido y discrepado, y no siempre han dejado detrás mucha ayuda espiritual. Tal vez no podamos resolver todos los problemas que se hallan en esta sección, pero sí queremos recibir la ayuda práctica que Pedro dio para animar a los creyentes en días difíciles.

La sección presenta tres ministerios diferentes. Si entendemos estos ministerios, seremos más capaces de sufrir en la voluntad de Dios y glorificar a Cristo.

El ministerio de Cristo (1 Pedro 3:18–22)

Todo lo demás en este párrafo es incidental a lo que Pedro tiene que decir en cuanto a Jesucristo. Este material es paralelo a lo que Pedro escribió en 1 Pedro 2:21 en adelante. Pedro presentó a Jesucristo como el ejemplo perfecto de uno que sufrió injustamente, y sin embargo obedeció a Dios.

La muerte de Cristo (v. 18). En 1 Pedro 3:17 Pedro escribió en cuanto al sufrimiento por hacer el bien antes que por hacer el mal; y luego dio el ejemplo de Jesucristo. Jesús fue el “Justo” (Hechos 3:14), y sin embargo fue tratado injustamente. ¿Por qué? ¡Para que pudiera morir por los injustos y llevarlos a Dios! El murió como sustituto (1 Pedro 2:24) y murió sólo una vez (Hebreos 9:24–28). En otras palabras, Jesús sufrió por hacer el bien; no murió debido a sus propios pecados, porque no tenía ninguno (1 Pedro 2:22).

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La frase “llevarnos a Dios” es un término técnico que quiere decir obtener audiencia en una corte. Debido a la obra de Cristo en la cruz ahora tenemos acceso abierto a Dios (Efesios 2:18; 3:12). ¡Podemos entrar confiadamente a su trono! (Hebreos 10:19 en adelante). También tenemos acceso a su gracia maravillosa para suplir nuestras necesidades diarias (Romanos 5:2). Cuando el velo del templo fue rasgado, simbolizó el camino nuevo y abierto a Dios por medio de Jesucristo.

La proclamación de Cristo (vs. 19–20). La frase “vivificado en espíritu” produce un problema para nosotros. En los manuscritos griegos no había mayúsculas; así que no tenemos ninguna autoridad para escribir “Espíritu” en lugar de “espíritu”. Los eruditos griegos nos dicen que el final de 1 Pedro 3:18 debería leerse: “siendo muerto con referencia a la carne, pero vivificado con referencia al espíritu”. El contraste es entre carne y espíritu, como en Mateo 26:41 y Romanos 1:3, 4, y no entre la carne de Cristo y el Espíritu Santo.

Nuestro Señor tuvo un cuerpo (Mateo 26:26), alma (Juan 12:27) y espíritu verdaderos (Lucas 23:46). No era Dios habitando en un hombre; era el verdadero Dios-hombre. Cuando murió, le entregó al Padre su espíritu (Lucas 23:46; ve Santiago 2:26). Sin embargo, parece evidente que, si él fue “vivificado en el espíritu”, en algún punto su espíritu debe haber muerto. Probablemente sucedió cuando fue hecho pecado por nosotros y el Padre lo abandonó (Marcos 15:34; 2 Corintios 5:21). La frase “vivificado en [con referencia al] espíritu” no puede significar la resurrección, porque la resurrección tiene que ver con el cuerpo.

Así que en la cruz nuestro Señor sufrió y murió. Su cuerpo fue muerto, y su espíritu murió cuando el fue hecho pecado. Pero su espíritu fue vivificado y él lo entregó al Padre. Entonces, según Pedro, en algún momento entre su muerte y su resurrección Jesús hizo una proclamación especial “a los espíritus encarcelados”. De ahí surgen dos preguntas: ¿quiénes eran estos “espíritus” a los cuales habló? ¿Qué les proclamó?

Los que dicen que estos “espíritus encarcelados” eran los espíritus de los pecadores perdidos en el infierno, a los cuales Jesús les llevó las buenas nuevas de salvación, tienen algunos serios problemas para resolver. Para empezar, Pedro se refirió a las personas como “almas” y no como “espíritus” (1 Pedro 3:20). En el Nuevo Testamento, la palabra “espíritu” se usa para describir a los ángeles o los demonios, y no a seres humanos; y 1 Pedro 3:22 parece abogar por ese significado. Todavía más, en ninguna parte de la Biblia se nos dice que Jesús visitó el infierno. Hechos 2:31 indica que él fue al “Hades”, pero “Hades” no es el infierno. La palabra “Hades” se refiere al lugar de los muertos, un lugar temporal en donde esperan la resurrección. Lee Apocalipsis 20:11–15 en varias versiones de la Biblia y notarás que hay una distinción importante. El infierno es el lugar permanente y final de castigo para los perdidos. El Hades es un lugar temporal. Cuando el creyente muere no va a ninguno de esos lugares, sino al cielo para estar con Cristo (Filipenses 1:20–24).

Nuestro Señor le entregó su espíritu al Padre, murió, y en algún momento entre su muerte y su resurrección visitó el ámbito de los muertos, en donde entregó un mensaje a seres espirituales (probablemente ángeles caídos; ve Judas 6) que de alguna manera están relacionados con el período antes del diluvio. Primera de Pedro 3:20 indica esto claramente. La palabra que se tradujo “predicar”

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simplemente quiere decir anunciar como heraldo, proclamar. No es la palabra que quiere decir predicar el evangelio que Pedro usó en 1 Pedro 1:12 y 4:6. Pedro no nos dijo lo que Jesús les proclamó a estos espíritus encarcelados, pero no podría ser un mensaje de redención puesto que los ángeles no pueden ser salvos (Hebreos 2:16). Probablemente fue una declaración de victoria sobre Satanás y sus ejércitos (ve Colosenses 2:15; 1 Pedro 3:22).

Pedro no explicó cómo estos espíritus se relacionan a la era anterior al diluvio. Algunos piensan que “los hijos de Dios” que se mencionan en Génesis 6:1–4 eran ángeles caídos que cohabitaron con mujeres y produjeron una raza de gigantes, pero yo no puedo aceptar esta interpretación. A los ángeles buenos que no cayeron se les llaman “hijos de Dios”, pero no a los ángeles caídos (Job 1:6; 2:1, y nota que a Satanás se le distingue de los “hijos de Dios”). El mundo antes del diluvio era increíblemente perverso, y sin duda estos espíritus tuvieron mucho que ver con eso (ve Génesis 6:5–13; Romanos 1:18 en adelante).

La resurrección de Cristo (v. 21). Puesto que la muerte viene cuando el espíritu deja el cuerpo (Santiago 2:26), entonces la resurrección incluye el retorno del espíritu al cuerpo (Lucas 8:55). El Padre resucitó a Jesús de los muertos (Romanos 6:4; 8:11), pero el Hijo también tenía autoridad de resucitar por sí mismo (Juan 10:17, 18). ¡Fue un milagro! Es debido a su resurrección que los creyentes tienen la “esperanza viva” (1 Pedro 1:3, 4). Veremos más adelante cómo la resurrección de Cristo se relaciona con la experiencia de Noé.

No debemos nunca minimizar la importancia de la resurrección de Jesucristo. Ella declara que él es Dios (Romanos 1:4), que la obra de salvación está completa y el Padre la ha aceptado (Romanos 4:25), y que la muerte ha quedado conquistada (1 Tesalonicenses 4:13–18; Apocalipsis 1:17–18). El mensaje del evangelio incluye la resurrección (1 Corintios 15:1–4), porque un Salvador muerto no puede salvar a nadie. Es el Cristo resucitado el que nos da el poder que necesitamos diariamente para la vida y el servicio (Gálatas 2:20).

La ascensión de Cristo (v. 22). Cuarenta días después de su resurrección nuestro Señor ascendió al cielo para sentarse a la diestra del Padre, el lugar de exaltación (Salmo 110:1; Hechos 2:34–36; Filipenses 2:5–11; Hebreos 12:1–3). Los creyentes están sentados con él en lugares celestiales (Efesios 2:4–6), y por él podemos “reinar en vida” (Romanos 5:17). El ministra a la iglesia como Sumo Sacerdote (Hebreos 4:14–16; 7:25) y Abogado (1 Juan 1:9–2:2). Está preparando un lugar para los suyos (Juan 14:1–6) y un día vendrá para recibirlos a sí mismo.

Pero el punto principal que Pedro quería recalcar era la victoria completa de Cristo sobre “ángeles, autoridades y potestades” (1 Pedro 3:22), refiriéndose a los ejércitos perversos de Satanás (Efesios 6:10–12; Colosenses 2:15). Los ángeles caídos siempre estuvieron sujetos a él. Como creyentes no luchamos por la victoria, sino desde la victoria: la poderosa victoria que nuestro Señor Jesucristo ganó por nosotros en su muerte, resurrección y ascensión.

El ministerio de Noé

Al patriarca Noé se le tenía en muy alta estima entre los judíos en los días de Pedro, y también entre los cristianos. Se le relacionó con Daniel y Job, dos grandes hombres, en Ezequiel 14:19–20; y hay muchas referencias al diluvio tanto

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en los Salmos como en los profetas. Jesús se refirió a Noé en su sermón profético (Mateo 24:37–39; ve Lucas 17:26–27), y Pedro lo mencionó en su segunda carta (2 Pedro 2:5; ve 3:6). Se le menciona entre los héroes de la fe en Hebreos 11:7.

¿Qué relación vio Pedro entre sus lectores y el ministerio de Noé? Para empezar, Noé fue un “predicador de justicia” (2 Pedro 2:5) durante un tiempo muy difícil en la historia. Es más, él anduvo con Dios y predicó la verdad de Dios por 120 años (Génesis 6:3), y durante ese tiempo con toda certeza se rieron de él y se le opusieron. Los primeros creyentes sabían que Jesús había prometido que antes de su retorno, el mundo sería como en “los días de Noé” (Mateo 24:37–39); y esperaban que él regresara pronto (2 Pedro 3:1–3). Al ver la sociedad decayendo a su alrededor, y la persecución empezando, pensarían en las palabras de nuestro Señor.

Noé fue un hombre de fe que siguió haciendo la voluntad de Dios incluso cuando parecía ser un fracaso. Esto con certeza sería un estímulo para los lectores de Pedro. Si medimos la fidelidad por los resultados, entonces Noé recibiría una calificación muy baja. ¡Sin embargo Dios lo catalogó muy alto!

Pero hay otra conexión: Pedro vio en el diluvio un cuadro (tipo) de la experiencia del bautismo del creyente. Sin que importe cuál modo del bautismo aceptes, la verdad es que la iglesia inicial practicaba la inmersión. Es un cuadro de la muerte, sepultura y resurrección de nuestro Señor. Muchos hoy no toman en serio el bautismo, pero fue un asunto serio en la iglesia inicial. Bautismo quería decir una separación plena con el pasado, y esto podría incluir la separación de la familia del convertido, de sus amigos y su trabajo. A los candidatos para el bautismo se les interrogaba con todo cuidado, porque su sumisión al bautismo era un paso de consagración, y no simplemente un rito de iniciación para unirse a la iglesia.

El diluvio ilustra la muerte, sepultura y resurrección. Las aguas sepultaron la tierra en castigo, pero también levantaron a Noé y su familia a la seguridad. La iglesia inicial vio en el arca un cuadro de la salvación. Noé y su familia fueron salvos porque por fe creyeron a Dios y entraron al arca de seguridad. Así que los pecadores son salvos por fe cuando confían en Cristo y llegan a ser uno con él.

Cuando Pedro escribió que Noé y su familia fueron “salvados por agua”, con todo cuidado explicó que esta ilustración no implica salvación por el bautismo. Bautismo es una “figura” de lo que en efecto nos salva, es decir, “la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:21). El agua sobre el cuerpo, o el cuerpo colocado en agua, no puede quitar las manchas del pecado. Sólo la sangre de Jesucristo puede hacer eso (1 Juan 1:7–2:2). Sin embargo, el bautismo en efecto nos salva de una cosa: una mala conciencia. Pedro ya les ha dicho a sus lectores que una buena conciencia es importante para un testimonio exitoso (ve 1 Pedro 3:16), y una parte de esa “buena conciencia” es ser fiel a nuestra consagración a Cristo según se expresa en el bautismo.

La palabra “aspiración” en 1 Pedro 3:21 es un término legal que quiere decir una promesa, una demanda. Cuando una persona iba a firmar un contrato, se le preguntaba: “¿Prometes obedecer y cumplir los términos de este contrato?”. Su respuesta debía ser: “Sí, lo prometo”, o de lo contrario no podía firmar. Cuando se preparaba a los convertidos para el bautismo, se les preguntaba si se proponían obedecer a Dios y servirle, y romper con su pasado de pecado. Si tenían reservas

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en sus corazones, o mentían deliberadamente, no tendrían una buena conciencia si, bajo la presión de la persecución, negaban al Señor. (¡Pedro sabía algo de eso!) Así que Pedro les recordó su testimonio bautismal para animarles a ser fieles a Cristo.

Vale la pena notar que la cronología del diluvio se relaciona estrechamente con el día de la resurrección de nuestro Señor. El arca de Noé descansó en el Ararat en el decimoséptimo día del séptimo mes (Génesis 8:4). El año civil de los judíos empezaba en octubre; el año religioso empezaba con la Pascua en abril (Éxodo 12:1–2), pero eso no fue instituido sino en el tiempo de Moisés. El séptimo mes desde octubre es abril. Nuestro Señor fue crucificado en el día 14, en la Pascua (Éxodo 12:6), y resucitó tres días después. Esto nos lleva al decimoséptimo día del mes, la fecha en que el arca descansó en el monte Ararat. Así que la ilustración de Noé se relaciona estrechamente con el énfasis que Pedro hace en la resurrección del Salvador.

Hay un sentido en el cual la experiencia de nuestro Señor en la cruz fue un bautismo de juicio, no muy diferente al diluvio. Él se refirió a sus sufrimientos como un bautismo (Mateo 20:22; Lucas 12:50). También mencionó a Jonás como ilustración de su experiencia de muerte, sepultura y resurrección (Mateo 12:38–41). Jesús podría con toda certeza haber citado Jonás 2:3 para describir su propia experiencia: “Todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí”.

El ministerio de los creyentes hoy

Es fácil concordar con las principales lecciones que Pedro les estaba dando a sus lectores, lecciones que necesitamos hoy.

Primero que nada, los creyentes deben esperar oposición. Conforme la venida de Cristo se acerca, nuestras buenas obras despertarán la ira y los ataques de personas impías. Jesús vivió una vida perfecta en la tierra, y sin embargo lo crucificaron como a un criminal común. Si al Justo que no hizo ningún pecado lo trataron con crueldad, ¿qué derecho tenemos nosotros, que somos imperfectos, de escapar el sufrimiento? Debemos tener cuidado, sin embargo, de que suframos por hacer el bien, por causa de la justicia, y no debido a que hayamos desobedecido.

Una segunda lección es que los creyentes deben servir a Dios por fe y no confiar en los resultados. Noé sirvió a Dios y sólo rescató del diluvio a siete personas; y sin embargo Dios lo honró. De esas siete personas, ¡obtenemos valor! Jesús pareció un fracaso total cuando murió en la cruz, y sin embargo su muerte fue una victoria suprema. Su causa hoy puede parecer fracasar, pero él realizará sus propósitos en este mundo. La cosecha no es el fin de una reunión; es el fin de la época.

Tercero, podemos recibir estímulo porque nos identificamos con la victoria de Cristo. Esto se ilustra en el bautismo, y la doctrina se explica en Romanos 6. Es el bautismo del Espíritu lo que identifica al creyente con Cristo (1 Corintios 12:12–13), y esto se ilustra en el bautismo de agua. Es por el poder del Espíritu que vivimos por Cristo y testificamos de él (Hechos 1:8). La oposición de los hombres la atiza Satanás, y Cristo ya ha derrotado a estos principados y potestades. Él

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tiene “toda potestad… en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18), y por consiguiente podemos avanzar con confianza y victoria.

Otra lección práctica es que nuestro bautismo es importante. Nos identifica con Cristo y da testimonio de que hemos roto con la vida vieja (ve 1 Pedro 4:1–4) y de que viviremos, con la ayuda del Señor, una vida nueva. El acto del bautismo es una promesa a Dios de que le obedeceremos. Para usar la ilustración que Pedro da, convenimos en los términos del contrato. Tomar el bautismo a la ligera es pecar contra Dios. Algunos exageran la importancia del bautismo enseñando que es un medio de salvación, en tanto que otros lo minimizan. Uno y otro se equivocan. Para que el creyente tenga una buena conciencia, debe obedecer a Dios.

Habiendo dicho esto, quiero aclarar que los creyentes no deben hacer del bautismo una prueba de comunión o de espiritualidad. Hay creyentes consagrados que discrepan en estos asuntos, y los respetamos. Cuando el general Guillermo Booth fundó el Ejército de Salvación, determinó no hacerlo “otra iglesia,” así que eliminó las ordenanzas. Hay grupos cristianos, tales como los cuáqueros, que, debido a conciencia o interpretación doctrinal, no practican el bautismo. Yo ya he indicado mi posición, pero no quiero dar la impresión de que hago de esta posición una prueba de algo. “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (Romanos 14:19). “Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente” (Romanos 14:5).

Lo importante es que cada creyente prometa devoción a Cristo y lo haga como un acto definitivo de consagración. La mayoría de los creyentes hacen esto en el bautismo, pero incluso el acto del bautismo puede ser minimizado u olvidado. Es al tomar nuestra cruz cada día que comprobamos que somos verdaderos seguidores de Jesucristo.

Finalmente, Jesucristo es el único Salvador, y el mundo perdido necesita oír su evangelio. Algunos tratan de usar este complejo pasaje de la Biblia para demostrar “una segunda oportunidad para la salvación después de la muerte.” Nuestra interpretación de “espíritus encarcelados” parece demostrar que estos fueron seres angélicos, y no las almas de los muertos. Pero incluso si estos “espíritus” fueran los de las personas no salvadas, este pasaje no dice nada en cuanto a su salvación. Y, ¿por qué Jesús iba a ofrecer salvación (si acaso lo hizo) sólo a los pecadores de los días de Noé? Y, ¿por qué usó Pedro el verbo “proclamar como heraldo” en lugar de usar la palabra para predicar el evangelio?

Hebreos 9:27 dice claramente que la muerte termina toda oportunidad de salvación. Por eso la iglesia cristiana necesita preocuparse por la evangelización y las misiones, porque hay personas que están muriendo y que nunca han oído las buenas nuevas de salvación, y mucho menos han tenido la oportunidad de rechazarla. De nada sirve pelear por diferentes interpretaciones de un pasaje difícil de la Biblia, si lo que hacemos no nos motiva a proclamar a otros el evangelio.

Pedro indicó claramente que días difíciles nos dan múltiples oportunidades para testificar.

¿Estamos aprovechando nuestras oportunidades?

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El Tiempo que te Resta

1 Pedro 4:1–11

Mi esposa y yo estábamos en Nairobi en donde debía ministrar a varios cientos de pastores nacionales en una conferencia de la Misión al Interior de África. Estábamos entusiasmados por la conferencia aunque un poco cansados por el largo viaje por avión. Apenas pudimos esperar para empezar, y el director de la conferencia detectó nuestra impaciencia.

“Están en la África”, me dijo de una manera paternal, “y lo primero que querrás hacer es guardar tu reloj”.

En los días siguientes, al ministrar en Kenya y Zaire, aprendimos la sabiduría de sus palabras. Desdichadamente, cuando volvimos a los Estados Unidos de América, nos hallamos de nuevo atrapados en la cárcel del reloj de plazos y horarios.

Pedro tenía mucho que decir en cuanto al tiempo (1 Pedro 1:5, 11, 17, 20; 4:2–3, 17; 5:6). Con certeza el hecho de estar consciente de su propio martirio inminente tuvo algo que ver con este énfasis (Juan 21:15–19; 2 Pedro 1:12 en adelante). Si una persona en realidad cree en la eternidad, entonces aprovechará al máximo el tiempo. Si estamos convencidos de que Jesús vuelve, entonces querremos vivir vidas preparadas. Sea que Jesús venga primero, o venga la muerte, queremos que el tiempo que resta cuente para la eternidad.

¡Y podemos hacerlo! Pedro describió cuatro actitudes que el creyente puede cultivar en su vida (el tiempo que resta) si desea hacer que su vida sea todo lo que Dios quiere que sea.

Una actitud militante hacia el pecado (1 Pedro 4:1–3)

El cuadro es el de un soldado que se pone su equipo y se arma para la batalla. Nuestras actitudes son armas, y actitudes débiles o erradas nos llevarán a la derrota. La perspectiva determina el resultado, y el creyente debe tener las actitudes correctas a fin de vivir una vida correcta.

Un amigo y yo fuimos a un restaurante para almorzar. Era uno de esos lugares en donde tienes las luces bajas, y uno necesita un casco de minero para hallar una mesa. Habíamos estado sentados ya por varios minutos antes de empezar a mirar el menú, y comenté que me asombró lo fácil que podía leerla. “Sí,” dijo mi amigo, “no nos toma mucho tiempo acostumbrarnos a la oscuridad”.

Hay todo un sermón en esa frase. Es fácil que los creyentes se acostumbren al pecado. En lugar de tener una actitud militante que detesta y se opone al pecado, gradualmente nos acostumbramos al pecado, a veces incluso sin darnos cuenta. La cosa principal que destruirá el tiempo que resta es el pecado. El creyente que vive en el pecado es un arma terrible en manos de Satanás. Pedro presentó varios argumentos para convencernos de que nos opongamos al pecado en nuestra vida.

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Piensen en lo que el pecado le hizo a Jesús (v. 1). Jesús tuvo que padecer por causa del pecado (ve 1 Pedro 2:21; 3:18). ¿Cómo podemos disfrutar de lo que hizo a Jesús sufrir y morir en la cruz? Si un criminal cruel apuñalara a tu hijo hasta matarlo, ¿guardarías el puñal en una urna de cristal sobre la repisa de tu chimenea? Lo dudo. Jamás querrías volver a ver ese puñal.

Nuestro Señor vino a la tierra para lidiar con el pecado y conquistarlo para siempre. Él lidió con la ignorancia del pecado enseñando la verdad y viviéndola en la práctica ante los ojos de los hombres. Lidió con las consecuencias del pecado al sanar y perdonar; y, en la cruz, le aplicó al mismo pecado el golpe de gracia. Él estaba armado, por así decirlo, con una actitud militante hacia el pecado, aunque tenía gran compasión por los pecadores perdidos.

Nuestra meta en la vida es dejar de pecar. No alcanzaremos esta meta sino cuando muramos, o seamos llamados a nuestro hogar cuando el Señor vuelva. Pero esto no debe impedir que nos esforcemos (1 Juan 2:28–3:9). Pedro no dijo que el sufrimiento en sí mismo haría que la persona dejara de pecar. El faraón de Egipto atravesó gran sufrimiento en las plagas, ¡y sin embargo pecó aun más! He visitado a personas que sufrían y que maldecían a Dios y se amargaban cada vez más debido a su dolor.

El sufrimiento más Cristo en nuestras vidas puede ayudarnos a tener la victoria sobre el pecado. Pero la idea central aquí parece ser la misma verdad que enseña Romanos 6: nos identificamos con Cristo en su sufrimiento y muerte, y por consiguiente podemos tener la victoria sobre el pecado. Al someternos a Dios, y tener la misma actitud hacia el pecado que Jesús tenía, podemos vencer la vida vieja y manifestar la vida nueva.

Disfruten de la voluntad de Dios (v. 2). El contraste es entre los deseos de los hombres y la voluntad de Dios. Nuestros antiguos amigos no pueden entender el cambio en nuestras vidas, y quieren que volvamos a las mismas concupiscencias que solíamos disfrutar. ¡Pero la voluntad de Dios es mucho mejor! Si hacemos la voluntad de Dios, entonces invertiremos el tiempo que nos resta en lo que es duradero y satisfactorio; pero si nos rendimos al mundo que nos rodea, desperdiciaremos el tiempo que nos resta, y lo lamentaremos cuando estemos ante Jesús.

La voluntad de Dios no es una carga que el Padre nos impone. Más bien es el gozo y capacitación divina lo que aligera todas las cargas. La voluntad de Dios viene del corazón de Dios (Salmo 33:11) y por consiguiente es una expresión del amor de Dios. Tal vez no siempre entendamos lo que él está haciendo, pero sí sabemos que lo que él hace es lo mejor para nosotros. No vivimos por explicaciones; vivimos por las promesas.

Recuerden lo que eran antes de conocer a Cristo (v. 3). Hay ocasiones en que mirar a la vida pasada es un error, porque Satanás puede usar esos recuerdos para desalentarte. Pero Dios instó a Israel a recordar que en un tiempo fueron esclavos en Egipto (Deuteronomio 5:15). Pablo recordaba que había sido perseguidor de los creyentes (1 Timoteo 1:12 en adelante); y esto le animaba a hacer aun más para Cristo. A veces olvidamos la esclavitud del pecado y recordamos sólo los placeres pasajeros del pecado.

“Lo que agrada a los gentiles” quiere decir lo que agrada al mundo no salvado (ve 1 Pedro 2:12). Los pecadores perdidos se imitan unos a otros al conformarse a

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lo que se acostumbra en este mundo (Romanos 12:2; Efesios 3:1–3). “Lascivias” y “concupiscencias” describen toda clase de apetitos perversos y no solamente pecados sexuales. “Embriagueces y orgías” se refiere a las orgías paganas en donde el vino corría en abundancia. Por supuesto, todo esto podía ser parte de la adoración pagana, puesto que la “prostitución sagrada” era algo aceptado. Aunque estas prácticas eran prohibidas por la ley (“abominables” = ilegales), a menudo se practicaban en secreto.

Nosotros tal vez no seamos culpables de pecados tan grotescos en nuestros días antes de la conversión, pero con todo éramos pecadores; y nuestros pecados contribuyeron a la crucifixión de Cristo. ¡Qué insensato volver a esa clase de vida!

Una actitud paciente hacia los perdidos (1 Pedro 4:4–6)

Los inconversos no entienden el cambio radical que sus amigos experimentan cuando confían en Cristo y son hechos hijos de Dios. No piensan que sea extraño cuando alguien arruine su cuerpo, destruya su hogar y arruine su vida al correr de un pecado a otro. Pero que un borracho se vuelva sobrio o que alguien inmoral se vuelva puro, ¡y la familia piensa que le falta un tornillo! Festo le dijo a Pablo: “Estás loco” (Hechos 26:24) y la gente incluso pensó lo mismo de nuestro Señor (Marcos 3:21).

Debemos tener paciencia con los perdidos, aunque no estemos de acuerdo con su forma de vida ni participemos en sus pecados. Después de todo, los que no son salvos están ciegos a la verdad espiritual (2 Corintios 4:3, 4), y están muertos al gozo espiritual (Efesios 2:1). Es más, nuestro contacto con los perdidos es importante para ellos puesto que somos los portadores de la verdad que necesitan. Cuando los amigos inconversos nos atacan, esa es nuestra oportunidad para testificarles (1 Pedro 3:15).

Los incrédulos tal vez nos juzguen, pero un día Dios los juzgará a ellos. En lugar de discutir con ellos, debemos orar por ellos, sabiendo que el juicio final le corresponde a Dios. Esta es la actitud que Jesús tomó (1 Pedro 2:23) y también el apóstol Pablo (2 Timoteo 4:6–8).

No debemos interpretar 1 Pedro 4:6 fuera de contexto del sufrimiento; de otra manera derivaremos la idea de que hay alguna segunda oportunidad para salvación después de la muerte. Pedro estaba recordándoles a sus lectores en cuanto a creyentes que habían muerto como mártires por su fe. Los hombres los habían acusado falsamente, pero ahora, en la presencia de Dios, recibieron su juicio verdadero. “Los muertos” quiere decir los que ahora están muertos al momento en que Pedro estaba escribiendo. El evangelio se predica sólo a los vivos (1 Pedro 1:25) porque no hay ninguna oportunidad de salvación después de la muerte (Hebreos 9:27).

Los amigos que no son salvos pueden hablar mal de nosotros e incluso oponerse a nosotros, pero el Juez final es Dios. Nosotros podemos sacrificar nuestras vidas en medio de la persecución, pero Dios nos honrará y recompensará. Debemos temer a Dios y no a los hombres (1 Pedro 3:13–17; ve Mateo 10:24–33). Mientras estamos en estos cuerpos humanos (“en carne”) se nos juzga por normas humanas. Un día estaremos con el Señor (“en espíritu”) y recibiremos el juicio verdadero y final.

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Una actitud de expectación hacia Cristo (1 Pedro 4:7)

Los creyentes de la iglesia inicial esperaban que Jesús volviera mientras estaban vivos (Romanos 13:12; 1 Juan 2:18). El hecho de que no volvió no invalida sus promesas (2 Pedro 3; Apocalipsis 22:20). Sin que importe cuál interpretación demos a las Escrituras proféticas, todos debemos vivir en expectación. Lo importante es que veremos al Señor un día y estaremos ante él. La forma en que vivamos y sirvamos hoy determinará cómo se nos juzgará y recompensará en ese día.

Esta actitud de expectación no debe convertirnos en soñadores ociosos (2 Tesalonicenses 3:6 en adelante) o fanáticos fervientes. Pedro les dio “diez mandamientos” a sus lectores para mantenerlos en equilibrio en lo que tiene que ver con el regreso del Señor: 1. Sean sobrios; v. 7 2. Velen en oración; v. 7 3. Tengan amor ferviente; v. 8 4. Sean hospitalarios; v. 9 5. Ministren con sus dones espirituales; vs. 10–11 6. No piensen que es extraño; v. 12 7. Regocíjense; v. 13 8. No se avergüencen; vs. 15–16 9. Glorifiquen a Dios; vs. 16–18 10. Encomiéndense a Dios; v. 19

La frase “sean sobrios” quiere decir tener una mente sobria, mantener la mente estable y clara. Tal vez un equivalente moderno sería “no perder la cabeza”. Fue una advertencia contra la actitud de echar a volar el pensamiento en cuanto a la profecía, lo que podría llevar a una vida y un ministerio desequilibrados. A menudo oímos a personas sinceras que se desequilibran debido a un énfasis no bíblico en la profecía o una interpretación errada de la profecía. Hay personas que fijan fechas para el regreso de Cristo, contrario a su advertencia (Mateo 25:13; ve Hechos 1:6–8); o que aducen saber el nombre de la bestia de Apocalipsis 13. Tengo en mi biblioteca libros, escritos por hombres sinceros y piadosos, en los cuales hacen toda clase de afirmaciones, sólo para el bochorno de los que los escribieron.

Lo opuesto a “ser sobrios” es frenesí o locura. En griego es la palabra mania, que ha venido al vocabulario del español vía la psicología. Si tenemos una mente sobria, tendremos solidez intelectual y no nos saldremos por la tangente debido a alguna interpretación nueva de las Escrituras. También enfrentaremos las cosas en forma realista y estaremos libres de engaños. El creyente con mente sobria tendrá una vida con propósito y no se descarriará, y ejercerá dominio propio y no se dejará llevar por los impulsos. Tendrá “juicio sano” no sólo en asuntos doctrinales, sino también en los asuntos prácticos de la vida.

Diez veces en las epístolas pastorales Pablo amonestó a la gente a “ser sobrios”. Es uno de los requisitos para los pastores (1 Timoteo 3:2) y para los miembros de la iglesia (Tito 2:1–6). En un mundo susceptible a pensar estrafalariamente, la iglesia debe ser sobria en su manera de pensar.

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A principios de mi ministerio prediqué un mensaje sobre la profecía que pensé que lo explicaba todo. Desde entonces he archivado ese bosquejo y probablemente nunca más volveré a verlo (excepto cuando necesito ser humillado). Un pastor amigo que aguantó mi mensaje me dijo después del culto: “Hermano: ¡Seguramente formas parte del comité de planeamiento del regreso de Cristo!” Comprendí su punto, pero él lo hizo incluso más pertinente cuando dijo con calma: “Yo ya he dejado el comité de planeamiento y soy parte del comité de bienvenida”.

No estoy sugiriendo que abandonemos el estudio de la profecía, o que seamos tímidos en cuanto a dar nuestras interpretaciones. Lo que estoy sugiriendo es que no nos permitamos salirnos de equilibrio debido a un abuso de la profecía. Hay una aplicación práctica de las Escrituras proféticas. El énfasis de Pedro en la esperanza y la gloria de Dios debería animarnos a ser fieles hoy en cualquier que sea el trabajo que Dios nos ha encomendado (ve Lucas 12:31–48).

Si quieres hacer el mejor uso de el tiempo que te resta, vive a la luz del regreso de Jesucristo. Tal vez no todos los cristianos concuerden en los detalles del evento, pero todos podemos concordar en las demandas de la experiencia. ¡Todos comparecemos ante el Señor! Lee Romanos 14:10–23 y 2 Corintios 5:1–21 para ver el significado práctico de esto.

Si somos sobrios en nuestra mente, “velaremos en oración”. Si nuestra vida de oración es confusa, se debe a que la mente está confundida. El Dr. Kenneth Wuest, en su traducción de este pasaje, muestra la relación importante entre las dos cosas: “Tengan calma en el espíritu con el propósito de entregarse a la oración”. La palabra “velar” lleva la idea de estar alerta y tener dominio propio. Es lo opuesto de estar borracho o dormido (1 Tesalonicenses 5:6–8). Esta amonestación tenía un significado especial para Pedro, porque él se quedó dormido cuando debería estar “velando en oración” (Marcos 14:37–40).

Hallarás la frase “velen y oren” a menudo en el Nuevo Testamento (Marcos 13:33; 14:38; Efesios 6:18; Colosenses 4:2). Quiere decir estar alerta en nuestra oración, tener control. No hay lugar en la vida cristiana para la oración holgazana, de rutina apática. Debemos tener una actitud alerta y estar en guardia, tal como los trabajadores en los días de Nehemías (Nehemías 4:9).

Una actitud expectante hacia el regreso de Cristo incluye una mente seria, equilibrada, y una vida de oración alerta y despierta. La prueba de nuestra consagración a la doctrina del regreso de Cristo no es nuestra capacidad de trazar cuadros o discernir señales, sino nuestra manera de pensar y orar. Si estamos pensando y orando correctamente, tendremos vidas consecuentes.

Una actitud ferviente hacia los santos (1 Pedro 4:8–11).

Si realmente esperamos el regreso de Cristo, entonces pensaremos en los demás y nos relacionaremos con ellos en forma apropiada. El amor por los creyentes es importante “ante todo”. El amor es el distintivo del creyente ante el mundo (Juan 13:34–35). En especial en tiempos de prueba y persecución los creyentes necesitan amarse unos a otros y estar unidos de corazón.

Este amor debe ser “ferviente”. La palabra da el cuadro de un atleta que se esfuerza y estira para alcanzar la meta. Habla de fervor e intensidad. El amor

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cristiano es algo en lo cual tenemos que trabajar, así como el atleta desarrolla su destreza. No es cuestión de un sentimiento emocional, aunque eso se incluye, sino de voluntad dedicada. El amor cristiano quiere decir que tratamos a otros como Dios nos trata, obedeciendo sus mandamientos en la Palabra. ¡Incluso es posible amar a personas que no nos caen bien!

El amor cristiano es perdonador. Pedro citó de Proverbios 10:12: “El odio despierta rencillas; Pero el amor cubrirá todas las faltas”. A este versículo se hace alusión en Santiago 5:20 y 1 Corintios 13:4 y 7. El amor no condona el pecado; porque si amamos a alguien, nos afligirá verle pecar y hacerse daño a sí mismo y a otros. Más bien, el amor cubre el pecado en el sentido de que el amor nos motiva a esconder el pecado de la vista de otros y a no regarlo por todas partes. Donde hay odio, hay malicia; y la malicia hace que la persona quiera destrozar la reputación de su enemigo. Esto conduce al chisme y a la difamación (Proverbios 11:13; 17:9; ve 1 Pedro 2:1). A veces tratamos de hacer que nuestro chisme suene “espiritual” diciendo a la gente ciertas cosas “para que puedan orar más inteligentemente”.

Nadie puede esconder de Dios sus pecados, pero los creyentes deben tratar, en amor, de cubrir los pecados unos de otros por lo menos ante los ojos del no creyente. Después de todo, si los incrédulos hallan munición para perseguirnos debido a nuestras buenas obras y palabras (1 Pedro 2:19–20; 3:14), ¡qué harían si supieran las cosas malas que los creyentes dicen y hacen!

Génesis 9:18–27 nos da una hermosa ilustración de este principio. Noé se emborrachó y vergonzosamente se quedó dormido semidesnudo. Su hijo Cam vio la vergüenza de su padre y le contó todo a la familia. Con preocupación de amor los dos hermanos de Cam cubrieron a su padre y su vergüenza. No debería ser demasiado difícil para nosotros cubrir los pecados de otros; después de todo, Cristo murió para que nuestros pecados pudieran ser limpiados.

Nuestro amor cristiano no sólo debe ser ferviente y perdonador, sino que también debe ser práctico. Debemos abrir nuestras casas a otros con hospitalidad generosa (y sin quejarnos), y debemos usar nuestros dones ministrando unos a otros. En tiempos del Nuevo Testamento la hospitalidad era algo importante, porque había pocos mesones y los creyentes pobres no podían costear el alojarse en ellos, de todas maneras. Los santos perseguidos en particular necesitaban lugares en donde quedarse, en donde pudieran recibir ayuda y una voz de aliento.

La hospitalidad es una virtud que se elogia y se ordena en todas las Escrituras. Moisés la incluyó en la Ley (Éxodo 22:21; Deuteronomio 14:28–29). Jesús disfrutó de la hospitalidad cuando estaba en la tierra, y lo mismo los apóstoles en su ministerio (Hechos 28:7; Filemón 22). La hospitalidad humana es un reflejo de la hospitalidad de Dios para con nosotros (Lucas 14:16 en adelante). Los dirigentes cristianos en particular deben ser “hospitalarios” (1 Timoteo 3:2; Tito 1:8).

Abraham mostró hospitalidad a tres extraños, y descubrió que había recibido en su casa al Señor y a dos ángeles (Génesis 18; Hebreos 13:2). Ayudamos a promover la verdad cuando abrimos nuestras casas a los siervos de Dios (3 Juan 5–8). Es más, cuando compartimos con otros, compartimos con Cristo (Mateo 25:35, 43). No debemos abrir nuestras casas a otros sólo para que ellos a su vez nos inviten (Lucas 14:12–14). Debemos hacerlo para glorificar al Señor.

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En mi propio ministerio itinerante a menudo he tenido el gozo de quedarme en hogares de creyentes. He apreciado la bondad y (en algunos casos) sacrificios de los amados santos que amaban a Cristo y querían compartir con otros. Mi esposa y yo hemos hecho nuevos amigos en muchas naciones, y nuestros hijos han sido bendecidos, porque disfrutamos de la hospitalidad cristiana y también porque la practicamos.

Por último, el amor cristiano debe resultar en el servicio. Cada creyente tiene por lo menos un don espiritual que debe usar para la gloria de Dios y la edificación de la iglesia (ve Romanos 2:1–13; 1 Corintios 12; Efesios 4:1–16). Somos mayordomos. Dios nos ha encargado estos dones para que podamos usarlos para el bien de su iglesia. Incluso nos da la capacidad espiritual de cultivar nuestros dones y ser siervos fieles de la iglesia.

Hay dones de palabra y dones de servicio, y ambos son importantes en la iglesia. No todo el mundo es un maestro o predicador, aunque todos pueden ser testigos de Cristo. Hay ministerios “detrás de bastidores” que ayudan a hacer posible los ministerios públicos. Dios nos da los dones, las capacidades y las oportunidades para usar los dones, y sólo él debe recibir la gloria.

La frase “las palabras de Dios” en 1 Pedro 4:11 no sugiere que todo lo que un predicador o maestro dice hoy es la verdad de Dios, porque los oradores humanos son falibles. En la iglesia inicial había profetas que tenían el don especial de pronunciar la Palabra de Dios, pero hoy no tenemos este don puesto que la Palabra de Dios ya está completa. El que proclama la Palabra de Dios debe tener cuidado en cuanto a lo que dice y cómo lo dice, y todo debe ajustarse a la Palabra escrita de Dios.

Cuando regresábamos del viaje a África que mencioné al principio de este capítulo, tuvimos una demora en Londres debido a la neblina típica de Inglaterra. Londres es uno de mis lugares favoritos, ¡así que la demora no me molestó en lo más mínimo! Pero eso nos dio a mi esposa y a mí la oportunidad de mostrarle a Londres a una pareja que estaba viajando con nosotros.¡Imagínate tratar de ver esa maravillosa ciudad en sólo un día!

Teníamos que aprovechar al máximo el tiempo, ¡y así lo hicimos! Nuestros amigos vieron muchas cosas emocionantes en la ciudad.

¿Cuánto durará “el tiempo que te resta”? Sólo Dios lo sabe. ¡No lo desperdicies! Inviértelo haciendo la voluntad de Dios.

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Datos Acerca de Hornos

1 Pedro 4:12–19

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Todo creyente que vive una vida consagrada experimenta cierta cantidad de persecución. En el trabajo, en los estudios, en el barrio, tal vez incluso en la familia, hay personas que se oponen a la verdad y al evangelio de Cristo. Sin que importe lo que el creyente diga o haga, estas personas hallan faltas y critican. Pedro lidió con esta clase de “persecución normal” en la parte previa de su carta.

Pero en esta sección Pedro explicó una clase especial de persecución: un “fuego de prueba”, que estaba a punto de desatarse contra la iglesia entera. No sería la persecución personal ocasional de los que los rodean, sino la persecución oficial de los que estaban en autoridad. Hasta aquí, Roma había tolerado el cristianismo porque lo consideraba una secta del judaísmo, y a los judíos se les permitía adorar con libertad. Esa actitud cambiaría y los fuegos de persecución se encenderían, primero de parte de Nerón, y después de parte de los emperadores que le siguieron.

Pedro les dio a los creyentes cuatro instrucciones que seguir a la luz del “fuego de prueba” que se avecinaba.

Esperen el sufrimiento (1 Pedro 4:12)

La persecución no es algo extraño a la vida cristiana. A través de toda la historia el pueblo de Dios ha sufrido a manos del mundo no creyente. Los creyentes son diferentes de los no creyentes (2 Corintios 6:14–18), y esta clase diferente de vida produce un estilo de vida diferente. Mucho de lo que tiene lugar en este mundo depende de mentiras, orgullo, placer y el deseo de conseguir más. El creyente dedicado edifica su vida con la verdad, humildad, santidad y el deseo de glorificar a Dios.

Este conflicto se ilustra por toda la Biblia. Caín fue un hombre religioso, y sin embargo aborreció a su hermano y lo mató (Génesis 4:1–8). El mundo no persigue a la “gente religiosa”, pero sí persigue a los justos. En 1 Juan 3:12 se explica por qué Caín mató a Abel: “Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas”. Los fariseos y dirigentes judíos eran religiosos, y sin embargo crucificaron a Cristo y persiguieron a la iglesia inicial. “Y guardaos de los hombres”, les advirtió Jesús a su discípulos, “porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán” (Mateo 10:17). ¡Imagínate azotar a los siervos de Dios en la misma casa de Dios!

Dios le declaró la guerra a Satanás después de la caída del hombre (Génesis 3:15), y Satanás ha estado atacando a Dios por medio de su pueblo desde entonces. Los cristianos son “extranjeros y peregrinos” en un mundo extranjero en donde Satanás es dios y príncipe (Juan 14:30; 2 Corintios 4:3, 4). Todo lo que glorifica a Dios enfurecerá al enemigo, y el enemigo atacará. Para los creyentes la persecución no es algo extraño. ¡La ausencia de oposición satánica sería extraña!

Jesús les explicó a los discípulos que deberían esperar oposición y persecución de parte del mundo (Juan 15:17–16:4). Pero también les dio una promesa estimulante: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Fue mediante su muerte en la cruz del Calvario, más su resurrección, que él venció al pecado y al mundo (Juan 12:23–33; ve Gálatas 6:14).

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La idea de “fuego” a menudo se aplica a la prueba o persecución incluso en la conversación moderna. “Él se halla en una situación muy candente”, es una manera típica de describir a alguien que está atravesando dificultades personales. En el Antiguo Testamento el fuego era un símbolo de la santidad de Dios y de la presencia de Dios. El fuego en el altar consumía el sacrificio (Hebreos 12:28–29). Pero Pedro vio en la imagen del fuego un proceso refinador antes que de castigo divino (ve Job 23:10; 1 Pedro 1:7).

Es importante notar que no todas las dificultades de la vida son necesariamente pruebas de fuego. Hay algunas dificultades que son sencillamente parte de la vida humana, y le sucederán a casi toda persona. Desdichadamente, hay algunas dificultades que nos acarreamos nosotros mismos debido a nuestra desobediencia y pecado. Pedro mencionó esto en 1 Pedro 2:18–20 y 3:13–17. La prueba de fuego que mencionó en 1 Pedro 4:12 surge porque somos fieles a Dios y defendemos lo correcto. Es porque llevamos el nombre de Cristo que el mundo perdido nos ataca. Jesús les dijo a sus discípulos que la gente los perseguiría, como lo habían perseguido a él, porque esos perseguidores no conocían a Dios (Juan 15:20–21).

La expresión que se traduce “os ha sobrevenido” es importante; quiere decir van juntos. La persecución y las pruebas no ocurren simplemente “por casualidad”, en el sentido de ser accidentes. Son una parte del plan de Dios, y Dios tiene el control. Son una parte de Romanos 8:28 y resultarán para nuestro bien si permitimos que Dios haga lo que quiere hacer.

Regocíjense en el sufrimiento (1 Pedro 4:13–14)

Literalmente Pedro escribió: “¡Regocíjense constantemente!” Es más, ¡mencionó el gozo, en una forma u otra, cuatro veces en esos dos versículos! “Gozaos… os gocéis con gran alegría… sois bienaventurados”. El mundo no puede entender cómo las circunstancias difíciles pueden producir gozo sobresaliente, porque el mundo nunca ha experimentado la gracia de Dios (ve 2 Corintios 8:1–5). Pedro mencionó varios privilegios que tenemos en común para estimularnos a alegrarnos en medio de la prueba de fuego.

Nuestro sufrimiento quiere decir comunión con Cristo (v. 13). Es un honor y privilegio sufrir con Cristo y que el mundo nos trate tal como lo trató a él. Ser “participantes de los padecimientos de Cristo” es un don de Dios (Filipenses 1:29; 3:10). No todo creyente crece hasta el punto en que Dios puede confiarle esta clase de experiencia, así que debemos regocijarnos cuando este privilegio nos viene. “Y ellos [los apóstoles] salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5:41).

Cristo está con nosotros en el horno de la persecución (Isaías 41:10; 43:2). Cuando a los tres jóvenes hebreos los arrojaron en el horno ardiendo, descubrieron que no estaban solos (Daniel 3:23–25). El Señor estuvo con Pablo en todas sus pruebas (Hechos 23:11; 27:21–25; 2 Timoteo 4:9–18), y él promete estar con nosotros “hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Es más, cuando los pecadores nos persiguen, en realidad están persiguiendo a Jesucristo (Hechos 9:4).

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Nuestro sufrimiento quiere decir gloria en elfuturo (v. 13). “Sufrimiento” y “gloria” son verdades gemelas que están entretejidas en la trama de la carta de Pedro. El mundo piensa que la ausencia de sufrimiento quiere decir gloria, pero la perspectiva del creyente es diferente. La prueba de nuestra fe hoy es la seguridad de la gloria cuando Jesús vuelva (1 Pedro 1:7, 8). Esta fue la experiencia de nuestro Señor (1 Pedro 5:1) y también será la nuestra.

Pero es necesario entender que Dios no va a reemplazar nuestro sufrimiento con gloria; más bien él transformará el sufrimiento en gloria. Jesús usó la ilustración de una mujer que da a luz (Juan 16:20–22). El mismo nene que le dio dolor también le dio alegría. El dolor fue transformado en gozo por el nacimiento del nene. El aguijón en la carne que a Pablo le daba dificultades también le dio poder y gloria (2 Corintios 12:7–10). La cruz que le dio a Jesús vergüenza y dolor también le dio poder y gloria.

Las personas maduras saben que la vida incluye algunos placeres pospuestos. Pagamos un precio hoy a fin de disfrutar en el futuro. El estudiante de piano tal vez no disfrute al ensayar escalas hora tras hora, pero espera con ilusión el placer de tocar música hermosa un día. El atleta tal vez no disfrute al hacer ejercicio y practicar su talento, pero mira hacia adelante a ganar el partido haciendo lo mejor que pueda. Los creyentes tienen incluso algo mejor: nuestros sufrimientos un día serán transformados en gloria, y nos alegraremos con gran alegría (ve Romanos 8:17; 2 Timoteo 3:11).

Nuestro sufrimiento nos trae el ministerio del Espíritu Santo (v. 14). Él es el Espíritu de gloria y tiene un ministerio especial para los que sufren por la gloria de Jesucristo. Este versículo se pudiera traducir “porque la presencia de la gloria, incluso el Espíritu, descansa sobre ustedes”. La referencia es a la gloria shequiná de Dios que moraba en el tabernáculo y en el templo (Éxodo 40:34; 1 Reyes 8:10–11). Cuando la gente apedreó a Esteban, él vio a Jesús en el cielo y tuvo una experiencia de la gloria de Dios (Hechos 6:15: 7:54–60). Este es el “gozo inefable y glorioso” del que Pedro escribió en 1 Pedro 1:7–8.

En otras palabras, los creyentes que sufren no tienen que esperar al cielo a fin de experimentar la gloria de Dios. Mediante el Espíritu Santo, pueden tener la gloria ahora. Esto explica cómo los mártires podían entonar alabanzas a Dios mientras estaban atados en medio de llamas ardientes. Esto también explica cómo los creyentes perseguidos (y hay muchos de ellos en el mundo actual) pueden ir a la cárcel y a la muerte sin quejarse o resistir a sus captores.

Nuestro sufrimiento nos capacita para glorificar el nombre de Cristo (v. 14). Sufrimos por el nombre de Cristo (Juan 15:21). Puedes decirle a tus amigos no creyentes que eres bautista, presbiteriano, metodista, o incluso agnóstico, y no habrá oposición; pero diles que eres creyente en Cristo el momento de incluir el nombre de Cristo en la conversación las cosas empiezan a suceder. Nuestra autoridad está en el nombre de Jesús, y Satanás detesta ese nombre. Cada vez que se nos insulta por el nombre de Cristo, tenemos la oportunidad de dar gloria a ese nombre. El mundo puede hablar contra el nombre de Cristo, pero nosotros hablaremos y viviremos de modo que su nombre sea honrado y Dios se agrade.

La palabra “cristiano” se halla sólo tres veces en todo el Nuevo Testamento (1 Pedro 4:16; Hechos 11:26; 26:28). El nombre fue acuñado originalmente por los enemigos del cristianismo como un término de insulto; pero con el tiempo llegó a

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ser un nombre de prestigio. Por supuesto, en el mundo de hoy la palabra “cristiano” para la mayoría de las personas significa lo opuesto de “pagano”. Pero la palabra lleva la idea de uno que pertenece a Cristo. Por cierto es un privilegio llevar el nombre y sufrir por causa del nombre (Hechos 5:41).

Policarpo fue obispo de Esmirna a mediados del siglo segundo. Lo arrestaron por su fe y lo amenazaron con la muerte si no se retractaba. “Ochenta y seis años le he servido”, respondió el consagrado obispo, “y nunca me ha hecho daño. ¿Cómo podría yo blasfemar de mi Rey y mi Salvador?”

“Respeto tus canas”, dijo el oficial romano. “Simplemente di: ‘¡abajo los ateos!’ y te pondré en libertad”. Por “ateos” él se refería a los cristianos que no reconocían al césar como “señor”.

El anciano señaló a la multitud de paganos romanos que lo rodeaban, y exclamó: “¡Abajo los ateos!” Lo quemaron en la estaca y su martirio dio gloria al nombre de Jesucristo.

Examinen su vida (1 Pedro 4:15–18)

En el horno de la persecución del sufrimiento a menudo tenemos más luz con la que podemos examinar nuestras vidas y ministerios. El fuego de prueba es un proceso refinador, por el que Dios quita la escoria y nos purifica. Un día un castigo de fuego vendrá sobre todo el mundo (2 Pedro 3:7–16). Mientras tanto, el juicio de Dios empieza “por la casa de Dios”, la iglesia (1 Pedro 2:5). Esta verdad debería motivarnos para ser lo más puros y obedientes que sea posible. (Ve en Ezequiel 9 una ilustración del Antiguo Testamento de esta verdad.)

Hay varias preguntas que deberíamos hacernos al examinar nuestras vidas. ¿Por qué estoy sufriendo? (v. 15). Ya hemos mencionado que no todo

sufrimiento es un “fuego de prueba” de parte del Señor. Si el creyente quebranta la ley y se mete en problemas, o se entremete en la vida de otros, ¡entonces debe sufrir! El hecho de que seamos creyentes no es garantía de que escaparemos de las consecuencias normales de nuestras maldades. Tal vez no seamos culpables de homicidio (aunque la ira puede ser lo mismo que homicidio en el corazón, Mateo 5:21–26), pero, ¿qué tal en cuanto a robar, o entremeternos? Cuando Abraham, David, Pedro y otros “grandes” de la Biblia desobedecieron a Dios, sufrieron por ello; así que ¿quiénes somos nosotros para escapar? Asegurémonos de que estemos sufriendo porque somos creyentes y no porque seamos criminales.

¿Me avergüenzo de Cristo o le glorifico? (v. 16). Esta afirmación debe haberle hecho recordar a Pedro su propia negación de Cristo (Lucas 22:54–62). Jesucristo no se avergüenza de nosotros (Hebreos 2:11); ¡aunque muchas veces con toda certeza podría hacerlo! El Padre no se avergüenza de ser llamado nuestro Dios (Hebreos 11:16). En la cruz Jesucristo menospreció la vergüenza por nosotros (Hebreos 12:2), así que con certeza nosotros podemos soportar el vituperio por él y no avergonzarnos. Vale la pena meditar en la advertencia de Marcos 8:38.

“No se avergüence” es lo negativo; “glorifique a Dios” es lo positivo. Se necesita de ambos para un testimonio equilibrado. Si tratamos de glorificar a Dios, entonces no nos avergonzaremos del nombre de Jesucristo. Fue esta

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determinación a no avergonzarse lo que animó a Pablo cuando fue a Roma (Romanos 1:16), cuando sufrió en Roma (Filipenses 1:20–21) y cuando enfrentaba el martirio en Roma (2 Timoteo 1:12).

¿Estoy tratando de ganar a los perdidos? (vs. 17–18). Nota las palabras que Pedro usó para describir a los perdidos: “aquellos que no obedecen al evangelio… impío y pecador”. El argumento de este versículo es claro: si Dios envía un “fuego de prueba” a sus propios hijos, y son salvos “con dificultad”, ¿qué sucederá a los pecadores perdidos cuando les venga encima el fuego del castigo de Dios?

Cuando el creyente sufre, experimenta gloria y sabe que habrá mayor gloria en el futuro. Pero el pecador que causa ese sufrimiento sólo está llenando la medida de la ira de Dios más y más (Mateo 23:29–33). En lugar de preocuparnos sólo por nosotros mismos, necesitamos preocuparnos por los pecadores perdidos que nos rodean. Nuestro presente “fuego de prueba” es nada comparado con el “fuego ardiente” que castigará a los perdidos cuando Jesús vuelva en juicio (2 Tesalonicenses 1:7–10). La idea se expresa en Proverbios 11:31: “Ciertamente el justo será recompensado en la tierra; ¡Cuánto más el impío y el pecador!”.

La frase “con dificultad se salva” quiere decir es salvado a duras penas, pero no sugiere que Dios sea demasiado débil como para salvarnos. La referencia probablemente es a Génesis 19:15–26, en donde Dios trató de rescatar a Lot de Sodoma antes de destruir la ciudad. Dios pudo; ¡pero Lot no estaba dispuesto! Se demoró, discutió con los ángeles, ¡y finalmente tuvieron que tomarlo de la mano y arrastrarlo fuera de la ciudad! Lot fue “salvado como por fuego” y todo aquello por lo que vivió desapareció en humo (ve 1 Corintios 3:9–15).

Los tiempos de persecución son tiempos de oportunidad para un testimonio de amor a los que nos persiguen (ve Mateo 5:10–12, 43–48). No fue el terremoto lo que llevó a Cristo al carcelero de Filipos, ¡porque eso lo aterró al punto de casi suicidarse!. No; fue el interés de amor de Pablo por él lo que llevó al carcelero a la fe en Cristo. Como creyentes, no tratamos de vengarnos de los que nos han hecho daño. Más bien, oramos por ellos y tratamos de conducirlos a Jesucristo.

Encomiéndense a Dios (1 Pedro 4:19)

Cuando sufrimos según la voluntad de Dios, podemos encomendarnos al cuidado de Dios. Todo lo demás que hacemos como creyentes depende de esto. La palabra es un término bancario: quiere decir depositar para guardarlo seguro (ve 2 Timoteo 1:12). Por supuesto, cuando depositas tu vida en el banco de Dios, siempre recibes los dividendos eternos sobre tu inversión.

Este cuadro nos recuerda que somos valiosos para Dios. Él nos hizo, nos redimió, vive en nosotros, nos guarda y nos protege. Vi en un periódico un anuncio de una cooperativa de ahorros que reafirmaba la estabilidad financiera de la firma y el respaldo de la Corporación Federal de Seguro de Depósitos. En días de inestabilidad financiera, tales seguridades son necesarias para los depositarios. Pero cuando tú depositas tu vida en Dios, no tienes nada que temer; porque él puede cuidarte.

Este encomendarse no es una acción única sino una actitud constante. “Estén constantemente encomendándose” es la fuerza de la amonestación. ¿Cómo hacemos esto? “Haciendo el bien”. Cuando pagamos bien por mal y hacemos el

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bien aunque suframos por ello, estamos encomendándonos a Dios para que él nos cuide. Este encomendarse incluye todo aspecto de nuestra vida y toda hora de nuestra vida.

Si realmente tenemos la esperanza, y creemos que Jesús volverá, entonces obedeceremos su Palabra y empezaremos a acumular tesoros y gloria en el cielo. Las personas no salvas tienen un presente que está controlado por su pasado, pero los creyentes tienen un presente que está controlado por el futuro (Filipenses 3:12–21). En nuestro mismo servicio estamos encomendándonos a Dios y haciendo inversiones para el futuro.

Hay una ilustración contundente de esta verdad en Jeremías 32. El profeta Jeremías le había estado diciendo al pueblo que un día su situación cambiaría y que serían restaurados a su tierra. Pero en ese tiempo el ejército de Babilonia ocupaba la tierra y estaba a punto de tomar Jerusalén. El primo de Jeremías, Hanameel, le dio a Jeremías la opción de comprar el terreno de la familia que ahora estaba ocupado por soldados enemigos. El profeta tuvo que respaldar sus palabras con hechos.¡Y lo hizo! Como acto de fe, compró el terreno y se convirtió, sin duda alguna, en el hazmerreír del pueblo de Jerusalén. Pero Dios honró su fe porque Jeremías vivía de acuerdo a la palabra que predicaba.

¿Por qué se refiere Pedro a Dios como “fiel Creador” en lugar de “fiel Juez” o incluso “fiel Salvador”? Porque Dios el Creador suple las necesidades de su pueblo (Mateo 6:24–34). Es el Creador el que provee alimento y ropa a los creyentes perseguidos, los protege en tiempos de peligro. Cuando la iglesia inicial fue perseguida, se reunieron para orar y se dirigieron al Señor como “Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay” (Hechos 4:24). ¡Ellos oraron al Creador!

Nuestro Padre celestial es “Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25). Con esa clase de Padre, ¡no tenemos por qué preocuparnos! Él es el Creador fiel, y su fidelidad no fallará.

Antes de que Dios derrame su ira sobre este mundo malo, un “fuego de prueba” vendrá a la iglesia de Dios, para unirla y purificarla, para que pueda ser un testimonio fuerte a los perdidos. No hay nada que debamos temer si estamos sufriendo según la voluntad de Dios. ¡Nuestro fiel Padre Creador nos hará salir victoriosos!

11

Cómo Ser un Buen Pastor

1 Pedro 5:1–4

Los tiempos de persecución exigen que el pueblo de Dios tenga adecuado liderazgo espiritual. Si el juicio empiece en la casa de Dios (1 Pedro 4:17),

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¡entonces esa casa debe estar en orden, o si no se destruirá! Esto explica por qué Pedro escribió este mensaje especial a los dirigentes de la iglesia, para animarles a que hicieran su trabajo con fidelidad. Los líderes que huyen en tiempos de dificultad sólo están demostrando que son asalariados y no verdaderos pastores (Juan 10:12–14).

Las asambleas del Nuevo Testamento estaban organizadas bajo el liderazgo de ancianos y diáconos (1 Timoteo 3). Las palabras “anciano” y “obispo” se refieren al mismo cargo (Hechos 20:17, 28). La palabra “obispo” a menudo se traduce “supervisor” (ve 1 Pedro 5:2, y nota que este título se aplica a Cristo en 1 Pedro 2:25). “Anciano” se refiere a la madurez del oficial y “obispo” a la responsabilidad del cargo. La palabra “pastor” es otro título para el mismo oficio (Efesios 4:11). Los ancianos eran nombrados para el cargo (Hechos 14:23, en donde el verbo “constituir” quiere decir nombrar levantando las manos). Evidentemente cada congregación tenía el privilegio de hacer una votación en cuanto a hombres calificados.

Pedro se preocupaba de que el liderazgo de las iglesias locales sea lo mejor. Cuando el fuego de la prueba viene, los creyentes de las asambleas miran a sus ancianos en busca de estímulo y dirección. ¿Cuáles son las cualidades personales que contribuyen al éxito de un pastor?

Una experiencia personal y vital con Cristo (1 Pedro 5:1)

Pedro no se presenta a sí mismo en esta carta como apóstol o un gran líder espiritual, sino simplemente como otro anciano. Sin embargo, sí menciona el hecho de que había presenciado personalmente los sufrimientos de Cristo (ve Mateo 26:36 en adelante). La palabra griega que se traduce “testigo” nos da nuestra palabra en español “mártir”. Pensamos de un “mártir” sólo como alguien que da su vida por Cristo, y Pedro hizo eso; pero básicamente un “mártir” es un testigo que cuenta lo que ha visto y oído.

Es interesante leer 1 Pedro 5 a la luz de las experiencias personales de Pedro con Cristo. Primera de Pedro 5:1 nos lleva al Getsemaní y al Calvario. “La gloria que será revelada” nos recuerda la experiencia de Pedro con Cristo en el monte de la transfiguración (Mateo 17:1–5; 2 Pedro 1:15–18). El énfasis en 1 Pedro 5:2 en el pastor y las ovejas trae a colación Juan 10 y la amonestación de nuestro Señor a Pedro en Juan 21:15–17.

La advertencia en 1 Pedro 5:3 en cuanto a “tener señorío” sobre los santos nos recuerda la lección de Cristo en cuanto a la verdadera grandeza, en Lucas 22:24–30, así como también las otras ocasiones cuando él enseñó a sus discípulos en cuanto a la humildad y al servicio. La frase en 1 Pedro 5:5: “revestíos de humildad”, nos lleva de regreso al aposento alto en donde Jesús se puso una toalla y les lavó los pies a los discípulos (Juan 13:1–17).

La advertencia en cuanto a Satanás en 1 Pedro 5:8 es paralela a la advertencia de nuestro Señor a Pedro de que Satanás iba a “zarandearlo” a él y a los demás apóstoles (Lucas 22:31). Pedro no prestó atención a esa advertencia, y acabó negando tres veces al Señor.

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Es interesante notar que el verbo “os perfeccione” (1 Pedro 5:10) se traduce “remendaban sus redes” en Mateo 4:21, en el relato del llamado de los cuatro pescadores al servicio del Señor.

En otras palabras, Pedro escribió estas palabras, inspirado por el Espíritu de Dios, debido a su propia experiencia con Jesucristo. Él tenía una relación vital y creciente con Cristo, y esto le hizo posible ministrar eficazmente al pueblo de Dios.

El pastor de la asamblea local debe ser un hombre que anda con Dios y que está creciendo en su vida espiritual. Pablo le amonestó al joven Timoteo: “Sé diligente en estos asuntos; entrégate de lleno a ellos, de modo que todos puedan ver que estás progresando” (1 Timoteo 4:15, NVI). La palabra “progresar” en el original quiere decir avance pionero. Los ancianos deben estar constantemente avanzando a nuevos territorios de estudio, de logro y ministerio. Si los líderes de la iglesia no están avanzando, la iglesia no avanzará.

“Queremos mucho a nuestro pastor”, me dijo un miembro de una iglesia en cierta conferencia, “pero estamos cansados de lo mismo y lo mismo todo el tiempo. Él se repite y se repite, y parece que no sabe que hay otros libros de la Biblia aparte de Salmos y Apocalipsis”. Ese hombre necesitaba convertirse en un “pionero espiritual” y avanzar a nuevo territorio, para que pudiera conducir a su pueblo a nuevas bendiciones y desafíos.

A veces Dios permite que las pruebas vengan a una iglesia para que el pueblo se vea forzado a crecer y descubrir nuevas verdades y nuevas oportunidades. Por cierto que Pedro creció en su experiencia espiritual al sufrir por Cristo en la ciudad de Jerusalén. No fue perfecto en ningún sentido; es más, Pablo tuvo que reprenderlo una vez por su inconsistencia (Gálatas 2:11–21). Pero Pedro estaba rendido a Cristo y dispuesto a aprender todo lo que Dios quería enseñarle.

Si tengo algún consejo para los pastores de Dios hoy, es este: Cultiven una relación creciente con Jesucristo, y denle a su gente lo que él les da a ustedes. De esa manera, ustedes crecerán y ellos crecerán con ustedes.

Una preocupación de amor por las ovejas de Dios (1 Pedro 5:2, 3)

La imagen del rebaño se usa a menudo en la Biblia, y es muy instructiva (ve Salmos 23 y 100; Isaías 40:11; Lucas 15:4–6; Juan 10; Hechos 20:18; Hebreos 13:20–21; 1 Pedro 2:25; Apocalipsis 7:17). En un tiempo éramos ovejas extraviadas, deambulando hacia la ruina; pero el Buen Pastor nos halló y nos restauró al rebaño.

Las ovejas son animales limpios, a diferencia de perros o cerdos (2 Pedro 2:20–22). Las ovejas tienden a reunirse en rebaño, y el pueblo de Dios necesita estar reunido. Las ovejas son notoriamente ignorantes y proclives a descarriarse si no siguen al pastor. Las ovejas son indefensas, en su gran mayoría, y necesitan que su pastor las proteja (Salmo 23:4).

Las ovejas son animales muy útiles. Los pastores judíos apacentaban a sus ovejas, no por la carne (lo que habría sido costosa) sino por lana, leche y corderos. El pueblo de Dios debe ser útil para él y ciertamente debe “reproducirse”

NVI Nueva Versión Internacional

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trayendo a otros a Cristo. Las ovejas se usaban para los sacrificios, y nosotros deberíamos ser “sacrificios vivos”, haciendo la voluntad de Dios (Romanos 12:1–2).

Pedro les recordó a los ancianos y pastores las responsabilidades que Dios les había dado.

Apacienten el rebaño de Dios (v. 2). La palabra “apacentar” quiere decir pastorear, cuidar. El pastor tenía muchas tareas que desempeñar para cuidar al rebaño. Tenía que proteger a las ovejas de los ladrones y merodeadores, y el pastor debe proteger al pueblo de Dios de los que quieren arruinar al rebaño (Hechos 20:28–35). A veces a las ovejas no les gusta cuando su pastor las regaña y les advierte, pero este ministerio es para su propio bien.

El pastor fiel no solamente protegía su rebaño, sino que también los llevaba de prado a prado para que pudieran alimentarse adecuadamente. El pastor siempre iba delante del rebaño y examinaba la tierra a fin de que no hubiera nada que pudiera hacer daño a su rebaño. Averiguaba si había culebras, hoyos, plantas venenosas y animales peligrosos. Qué importante es que los pastores conduzcan a su gente a los pastos verdes de la Palabra de Dios para que puedan alimentarse y crecer.

A veces era necesario que el pastor buscara a una oveja y le diera atención personal. Algunos pastores de hoy se interesan sólo en las multitudes; no tienen tiempo para los individuos. Jesús predicó a grandes multitudes, pero dedicó tiempo para conversar con Nicodemo (Juan 3), la mujer junto al pozo (Juan 4) y otros que tenían necesidades espirituales. Pablo ministró personalmente a la gente de Tesalónica (1 Tesalonicenses 2:11) y los amaba profundamente.

Si una oveja es demasiado rebelde, el pastor puede disciplinarla de alguna manera. Si una oveja tiene una necesidad especial, el pastor tal vez la lleve cargada en sus brazos, junto a su corazón. Al final de cada día, el pastor fiel examinaba cada oveja para ver si necesitaba atención especial. Ungía las lesiones con aceite curativo, y les quitaba los espinos de la lana. El buen pastor conoce a cada una de sus ovejas por nombre y entiende los rasgos especiales de cada una.

¡No es fácil ser pastor fiel de las ovejas de Dios! Es una tarea nunca acabar y exige el poder sobrenatural de Dios a fin de hacerla correctamente. Lo que lo hace incluso más desafiante es el hecho de que el rebaño no pertenece al pastor; sino a Dios. A veces oigo a algunos pastores decir: “Pues bien, en mi iglesia…” y entiendo lo que quieren decir; pero hablando en forma estricta, es el rebaño de Dios, comprado por la preciosa sangre de su Hijo (Hechos 20:28). Nosotros, los pastores, debemos tener cuidado en cuanto a cómo ministramos al rebaño de Dios, porque un día daremos cuenta de nuestro ministerio. Pero las ovejas también darán cuenta de cómo han obedecido a sus líderes espirituales (Hebreos 13:17), así que tanto pastores como ovejas tienen una gran responsabilidad unos a otros.

Cuiden del rebaño (v. 2). La palabra “obispo” quiere decir supervisor, el que supervisa con el propósito de dirigir. Notarás que el pastor está tanto “entre” como “sobre”, y esto puede producir problemas si las ovejas no entienden. Debido a que es una de las ovejas, el pastor está “entre” los miembros del rebaño. Pero debido a que ha sido llamado a ser su líder, el pastor está “sobre” el rebaño. A veces la gente trata de hacer énfasis en la relación de “entre” y rehúsa seguir la autoridad

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del pastor. Otros quieren poner al pastor en un pedestal y hacerlo un “súper santo” que nunca se mezcla con la gente.

El pastor eficaz necesita ambas relaciones. Debe estar “entre” su gente para que pueda llegar a conocerlas, así como sus necesidades y problemas; y necesita estar “sobre” su pueblo para que pueda dirigirlos y ayudarles a resolver sus problemas. No deberá haber conflicto entre pastorear y predicar, porque ambos son ministerios del pastor fiel. El predicador necesita ser pastor para que pueda aplicar la palabra a las necesidades de la gente. El pastor necesita ser predicador para que pueda tener autoridad cuando interviene en sus necesidades y problemas diarios. El pastor no es un conferencista religioso que transmite semanalmente información en cuanto a la Biblia. Es un pastor que conoce a su gente y trata de ayudarles mediante la Palabra de Dios.

El hecho de ser un líder espiritual de un rebaño tiene sus problemas, y Pedro señaló algunos de los pecados que los ancianos deben evitar. El primero fue la ociosidad; “no por fuerza, sino voluntariamente”. El ministerio no debe ser un trabajo que se tiene que desempeñar. Debe hacer la voluntad de Dios de corazón (Efesios 6:6). El Dr. George W. Truett fue pastor de la Primera Iglesia Bautista de Dallas, Texas, por casi cincuenta años. A menudo se le pidió que aceptara otros cargos, y él rehusaba, diciendo: “He buscado y hallado el corazón de un pastor”. Cuando un hombre tiene corazón de un pastor, ama a las ovejas y las sirve porque quiere hacerlo, y no porque esté obligado a hacerlo.

Si un hombre no tiene conciencia, el ministerio es un buen lugar para ser ocioso. Los miembros de la iglesia rara vez preguntan qué es lo que el pastor hace con su tiempo, y él puede “tomar prestado” sermones de otros predicadores y usarlos como si fueran propios. Una vez conocí a un pastor que pasaba la mayor parte de su semana en el campo de golf; y luego los sábados escuchaba cintas de otros predicadores y usaba estos sermones el domingo. Parecía que estaba saliéndose con la suya, pero, ¿qué le dirá cuando se vea frente al Príncipe de los pastores?

Aparte de la ociosidad el pastor debe evitar la codicia: “no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto”. Es perfectamente apropiado que la iglesia le pague al pastor (1 Corintios 9; 1 Timoteo 5:17–18), y debe ser tan justa y generosa como sea posible. Pero ganar dinero no debe ser el principal motivo del ministerio. Pablo recalca esto en los requisitos del anciano: “no codicioso de ganancias deshonestas” (1 Timoteo 3:3; Tito 1:7). No debe ser uno que tiene amor al dinero ni que se dedica a ganar dinero.

Debido a situaciones de familia o de la iglesia, algunos pastores tienen que buscarse un empleo fuera de la iglesia. Pablo hacía tiendas, así que no hay nada de malo en tener dos empleos a la vez. Pero, tan pronto como sea posible, los miembros de la iglesia deben permitir que el pastor deje su trabajo fuera de la iglesia para que pueda dedicarse por completo al ministerio de la Palabra. Los pastores deben cuidarse de los artificios para ganar dinero que los desvían de su ministerio. “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Timoteo 2:4).

La frase “ánimo pronto” quiere decir una mente anhelante. Es la misma palabra que Pablo usó en Romanos 1:15: “mi gran anhelo de predicarles el evangelio”

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(NVI). Quiere decir una disposición para servir y un anhelo de corazón. Hay una diferencia entre el verdadero pastor y el asalariado: el asalariado trabaja porque se le paga para eso, pero el pastor trabaja porque ama a las ovejas y tiene su corazón dedicado a ellos. Lee en Hechos 20:17–38 una descripción del corazón y ministerio de un verdadero pastor.

Sean ejemplo del rebaño (v. 3). El contraste es entre dictadura y liderazgo. No se puede arrear a las ovejas; hay que ir delante de ellas y dirigirlas. Bien se ha dicho que la iglesia necesita líderes que sirvan y siervos que dirijan. Un líder cristiano me dijo: “El problema hoy es que tenemos demasiadas celebridades y no suficientes siervos”.

Es al ser ejemplo que el pastor resuelve la tensión entre estar “entre” las ovejas y estar “sobre” las ovejas. La gente está dispuesta a seguir al líder que practica lo que predica y les da buen ejemplo para imitar. Conozco una iglesia que tenía constantemente problemas financieros, y nadie podía entender por qué. Después de que el pastor se fue, se descubrió que él mismo no daba sus ofrendas para la obra de la iglesia aunque predicaba sermones diciéndoles a otros que contribuyeran. No podemos dirigir a otros a donde no hemos ido nosotros mismos.

Pedro no estaba cambiando la imagen cuando llama a la iglesia la herencia de Dios. El pueblo de Dios ciertamente es su posesión inestimable (Deuteronomio 32:9; Salmo 33:12). Esta palabra quiere decir escogido por suertes, como al dividir el territorio (Números 26:55). Cada anciano tiene su propio rebaño que cuidar, pero las ovejas en su totalidad pertenecen a un solo rebaño del cual Jesucristo es el Pastor principal. El Señor asigna a sus obreros a lugares que él escoge, y todos debemos someternos a él. No hay competencia en la obra de Dios cuando se está sirviendo en la voluntad de Dios. Por consiguiente nadie tiene que darse importancia y “tratar despóticamente al pueblo de Dios. Los pastores deben ser “supervisores” y no “capataces”.

Un deseo de agradar sólo a Cristo (1 Pedro 5:4)

Puesto que ésta es la epístola de la esperanza, Pedro trae a colación de nuevo la promesa del regreso del Señor. Su venida es un estímulo en el sufrimiento (1 Pedro 1:7–8) y una motivación para el servicio fiel. Si un pastor ministra para agradarse a sí mismo, o para agradar a la gente, tendrá un ministerio desalentador y difícil. “Debe de ser difícil contentar a toda esta gente”, me dijo un pastor después de un culto en la iglesia. “Yo no trato de contentarlas”, respondí con una sonrisa. “Trato de agradar al Señor, y dejo que él se encargue del resto”.

Jesucristo es el Buen Pastor que murió por las ovejas (Juan 10:11), el Gran Pastor que vive por las ovejas (Hebreos 13:20–21), y el Príncipe de los pastores que viene por las ovejas (1 Pedro 5:4). Como Pastor principal sólo él puede evaluar el ministerio de un hombre y darle la recompensa apropiada. Algunos que parezcan ser primeros acabarán siendo los últimos cuando el Señor examine el ministerio de cada hombre.

NVI Nueva Versión Internacional

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Un día de verano estuve en medio de las ruinas de una iglesia cerca de Anwoth en Escocia. En un tiempo hasta 150 personas asistían a la iglesia. Por las normas modernas no habría sido una iglesia exitosa. Pero el hombre que pastoreó ese rebaño fue el piadoso Samuel Rutherford, cuyo libro Cartas de Samuel Rutherford es un clásico espiritual. Su ministerio continúa, aunque el edificio de la iglesia está en ruinas. El Príncipe de los pastores le ha recompensado por su trabajo fiel, que incluyó mucha persecución y sufrimiento físico.

Había varios tipos de coronas en esos días. La que Pedro menciona era la corona del atleta, que por lo general era una guirnalda de hojas y flores que pronto se secaban. La corona del pastor es una corona de gloria, una recompensa perfecta para una herencia que nunca se desvanece (1 Pedro 1:4).

En la actualidad el obrero cristiano tal vez trabaje por muchos tipos diferentes de recompensas. Algunos trabajan para establecer imperios personales; otros buscan el aplauso de los hombres; otros más buscan un ascenso en su denominación. Todas estas cosas un día se desvanecerán. La única recompensa que debemos procurar es el “¡Bien hecho!” del Salvador y la corona inmarcesible de gloria que la acompaña. Qué gozo será colocar la corona a los pies de Cristo (Apocalipsis 4:10) y reconocer que todo lo que hicimos se debió a su gracia y poder (1 Corintios 15:10; 1 Pedro 4:11). No tendremos deseo de gloria personal cuando veamos a Jesús cara a cara.

Todo en la iglesia local tiene éxito or fracasa según el liderazgo. Por grande o pequeña que sea una asamblea, los líderes deben ser creyentes, cada uno con una relación personal con Cristo, un interés de amor por su gente, y un deseo real de agradar a Jesucristo.

Dirigimos al servir, y servimos mediante el sufrimiento. Así fue como Jesús lo hizo, y es la única manera que verdaderamente le

glorifica.

12

¡De la Gracia a la Gloria!

1 Pedro 5:5–11

Durante la Segunda Guerra Mundial yo estaba en la pre-secundaria, y la guerra parecía muy distante de nuestra ciudad en el norte del estado de Indiana. Pero entonces la ciudad empezó a organizar la Defensa Civil en cada barrio, y los oficiales nombraron a mi padre como capitán auxiliar de la manzana. A menudo yo iba con él para ver las películas de entrenamiento y escuchar a los conferencistas. (¡Lo mejor de la ocasión era cuando nos deteníamos para comprar helados!) Pero, sin que importe cuántas películas viéramos, de alguna manera no sentíamos que

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nuestro barrio estuviera en peligro de ser bombardeado. Nuestra filosofía era: “No puede suceder aquí”.

Pedro sabía que un “fuego de prueba” estaba a punto de desatarse, y quería que toda la familia de la iglesia estuviera preparada. Al acercarse a la conclusión de su carta Pedro le dio a la iglesia tres importantes amonestaciones que obedecieran a fin de glorificar a Dios en esa experiencia difícil.

Sean humildes (1 Pedro 5:5–7)

Pedro ya había amonestado a los santos a que se sometieran a las autoridades del gobierno (1 Pedro 2:13–17), a los esclavos a que se sometieran a sus amos (1 Pedro 2:18–25), y a las esposas a que se sometieran a sus esposos (1 Pedro 3:1–7). Ahora ordena a todos los creyentes a que se sometan a Dios y unos a otros.

Los creyentes más jóvenes deben someterse a los mayores, no sólo debido a respeto por su edad, sino también por respeto a su madurez espiritual. No todo creyente de edad avanzada es un creyente maduro, por supuesto, porque la cantidad de años no es garantía de cualidad de la experiencia. Esto no sugiere que los miembros de mayor edad en la iglesia deban gobernar la iglesia y nunca escuchar a los más jóvenes. Demasiado a menudo hay una guerra de generaciones en la iglesia, con los mayores resistiendo al cambio, y los más jóvenes resistiendo a los mayores.

La solución es doble: (1) todos los creyentes, jóvenes y ancianos, deben someterse unos a otros; (2) todos deben someterse a Dios. “Revestíos de humildad” es la respuesta al problema. Así como Jesús se quitó su vestido exterior y se puso una toalla para convertirse en criado, así cada uno de nosotros debe tener una actitud de servidor y ministrarnos unos a otros. La verdadera humildad se describe en Filipenses 2:1–11. La humildad no es denigrarnos nosotros mismos o pensar menos de nosotros mismos. ¡Es simplemente no pensar en nosotros mismos para nada!

Nunca podremos someternos unos a otros si primero no nos sometemos a Dios. Pedro citó Proverbios 3:34 para defender su punto, versículo que también se cita en Santiago 4:6. Exige gracia someterse a otro creyente, pero Dios puede dar esa gracia si nos humillamos delante de él.

Dios resiste al orgulloso porque Dios detesta el pecado del orgullo (Proverbios 6:16–17; 8:13). Fue el orgullo lo que convirtió a Lucifer en Satanás (Isaías 14:12–15). Fue el orgullo, el deseo de ser como Dios, lo que llevó a Eva a tomar del fruto prohibido. “La vanagloria de la vida” es una evidencia de mundanalidad (1 Juan 2:16). El único antídoto para el orgullo es la gracia de Dios, y recibimos esa gracia cuando nos sometemos a él. La evidencia de esa gracia es que nos sometemos unos a otros.

La sumisión es un acto de fe. Debemos confiar en que Dios dirigirá nuestras vidas y obrará sus propósitos a su tiempo. Después de todo, hay un peligro al someternos unos a otros; a lo mejor otros se aprovechen de nosotros; pero no si confiamos en Dios y si nos sometemos unos a otros. Una persona que está verdaderamente sometida a Dios, y que quiere servir a sus hermanos en Cristo, ni siquiera pensará en aprovecharse de otros, ni de los salvos ni de los incrédulos.

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La “poderosa mano de Dios” que dirige nuestras vidas también puede dirigir las vidas de otros.

La clave, por supuesto, es la frase “cuando fuere tiempo”. Dios nunca exalta a nadie sino hasta que la persona esté lista para eso. Primero la cruz, y luego la corona; primero el sufrimiento, y después la gloria. Moisés estuvo bajo la mano de Dios por cuarenta años antes de que Dios le enviara a libertar de Egipto a los hebreos. José estuvo bajo la mano de Dios por lo menos por trece años antes de que Dios lo elevara al trono. Una de las evidencias de nuestro orgullo es nuestra impaciencia con Dios, y una de las razones para el sufrimiento es para que podamos aprender paciencia (Santiago 1:1–6). Aqui Pedro se refería a las palabras que oyó decir al Maestro: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14:11).

Uno de los beneficios de este tipo de relación con Dios es el privilegio de permitirle que él levante nuestras cargas. A menos que reunamos las condiciones que se asientan en 1 Pedro 5:5–6, no podemos apropiarnos de la maravillosa promesa de 1 Pedro 5:7. La palabra que se traduce “ansiedad” quiere decir afán, el estado de destrozarse. Cuando las circunstancias son difíciles, es fácil que nos demos a la ansiedad y al afán; pero si lo hacemos, nos perderemos la bendición de Dios y seremos malos testigos ante los perdidos. Necesitamos la paz interna de Dios a fin de triunfar en el fuego de la prueba y dar gloria a su nombre. El Dr. George Morrison decía: “Dios no cuida de sus hijos a fin de que ellos sean descuidados”.

De acuerdo a 1 Pedro 5:7 debemos de una vez y por todas entregarle toda nuestra ansiedad: pasada, presente y futura, al Señor. No debemos entregársela a él a plazos, guardando las preocupaciones que pensamos que podemos atender nosotros mismos. Si conservamos las pequeñas preocupaciones, ¡pronto se volverán problemas grandes! Cada vez que surge una nueva carga, debemos recordarle al Señor (y a nosotros mismos) que ya le hemos entregado eso a él.

Si alguien sabía por experiencia que Dios cuida de los suyos, ¡ese era Pedro! Cuando se lee los cuatro Evangelios, se descubre que Pedro participó en algunos milagros maravillosos. Jesús sanó a la suegra de Pedro (Marcos 1:29–31), le dio una gran cantidad de pescados (Lucas 5:1–11), le ayudó a pagar el tributo del templo (Mateo 17:24–27), le ayudó a andar sobre el agua (Mateo 14:22–33), reparó el daño que le hizo a la oreja de Malco (Lucas 22:50–51; Juan 18:10–11) e incluso libró a Pedro de la cárcel (Hechos 12).

¿Cómo muestra Dios su amor y cuidado por nosotros cuando le entregamos nuestras cargas? Pienso que él realiza cuatro ministerios maravillosos a nuestro favor. (1) Nos da el valor para enfrentar nuestras preocupaciones con franqueza y no huir (Isaías 41:10). (2) Nos da la sabiduría para entender la situación (Santiago 1:5). (3) Nos da la fuerza para hacer lo que tenemos que hacer (Filipenses 4:13); y (4) nos da la fe para confiar en que él hará el resto (Salmo 37:5).

Algunos le dan a Dios sus cargas, ¡y esperan que él lo haga todo! Es importante permitirle que él trabaje en nosotros tanto como que obre por nosotros, para que estemos preparados cuando venga la respuesta. “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará” (Salmos 55:22).

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Vigilen (1 Pedro 5:8–9)

Una de las razones por las que tenemos afanes es porque tenemos un enemigo. Como serpiente, Satanás engaña (2 Corintios 11:3); y como león, Satanás devora. La palabra “Satanás” quiere decir adversario, y la palabra “diablo” significa acusador, difamador. Los destinatarios de esta carta ya habían experimentado los ataques del calumniador (1 Pedro 4:4, 14), y ahora se enfrentarían “al león” en su prueba de fuego. Pedro les dio varias instrucciones prácticas para ayudarles a lograr la victoria sobre su adversario.

Respétenlo; él es peligroso. Siendo que yo no tengo habilidad mecánica, admiro a los que pueden construir y reparar. Durante un programa de construcción de un templo observaba mientras un electricista instalaba un complicado panel de control. Le dije al hombre: “Simplemente me asombra ver cómo ustedes pueden trabajar con toda calma en esos cables con tanta electricidad allí. ¿Cómo pueden hacerlo?” El electricista sonrió y dijo: “Pues bien, lo primero que uno tiene que hacer es respetarla. Entonces puede manejarla”.

Satanás es un enemigo peligroso. Es una serpiente que puede mordernos cuando menos lo esperamos. Es un destructor (Apocalipsis 12:11; “Abadón” y “Apolión” quieren decir destrucción) y acusador (Zacarías 3:1–5; Apocalipsis 12:9–11). Tiene gran poder e inteligencia, y todo un ejército de demonios que le ayudan en sus ataques contra el pueblo de Dios (Efesios 6:10 en adelante). Es un enemigo formidable; nunca debemos tomarlo a broma, ni ignorarlo, ni subestimar su capacidad. Debemos “ser sobrios” y tener nuestra mente bajo control cuando se trata de nuestro conflicto con Satanás.

Una parte de esta sobriedad incluye no echarle la culpa de todo al diablo. Algunos ven un demonio detrás de cada matorral y le echan la culpa a Satanás por sus dolores de cabeza, neumáticos desinflados y renta elevada. Aunque es cierto que Satanás puede infligir enfermedad y dolor físico (Lucas 13:16; y el libro de Job), no tenemos ninguna autoridad bíblica para echar fuera “los demonios del dolor de cabeza” o “los demonios del dolor de espalda”. Una señora me llamó por teléfono a larga distancia para informarme que Satanás había hecho que ella se encogiera como veinte centímetros. Aunque tengo gran respeto por las artimañas y los poderes del diablo, con todo pienso que debemos obtener nuestra información en cuanto a él de la Biblia y no de nuestra propia interpretación de las experiencias.

Reconózcanlo: él es el gran impostor (Juan 8:44; 2 Corintios 11:13–15). Debido a que es un enemigo astuto, debemos “estar vigilante” y siempre en guardia. Su estrategia es falsificar todo lo que Dios hace. De acuerdo a la parábola de la cizaña, siempre que Dios planta a un verdadero creyente, Satanás trata de plantar uno falsificado (Mateo 13:20–24, 36–43). Él nos engañaría si no fuera por la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios (1 Juan 2:18–27). Mientras mejor conozcamos la Palabra de Dios, más agudos serán nuestros sentidos espirituales para detectar a Satanás obrando. Debemos ser capaces de “probar los espíritus” y saber distinguir lo verdadero de lo falso (1 Juan 4:1–6).

Resístanlo. Esto quiere decir que debemos ponernos firmes en la Palabra de Dios y rehusar movernos. Efesios 6:10–13 nos instruye “fortaleceos… estar firmes… resistir”. A menos que estemos firmes, no podemos resistir. Nuestras

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armas son la Palabra de Dios y la oración (Efesios 6:17–18) y nuestra protección es la armadura completa que Dios ha provisto. Resistimos al diablo “por fe”, es decir, nuestra fe en Dios. Tal como David se opuso firmemente contra Goliat, y confió en el nombre de Jehová, así nosotros podemos estar firmes contra Satanás en el nombre victorioso de Jesucristo.

Una palabra de advertencia aquí: nunca discutas con Satanás o sus asociados. Eva cometió este error, y todos sabemos las tristes consecuencias. También, nunca trates de luchar contra Satanás a tu manera. Resístelo como lo hizo Jesús, con la Palabra de Dios (Mateo 4:1–11). Nunca des lugar a la idea de que tú eres el único que atraviesa estas batallas, porque tus “hermanos en todo el mundo” están enfrentando las mismas pruebas. Debemos orar unos por otros y animarnos unos a otros en el Señor. Debemos recordar que nuestras victorias personales ayudarán a otros, así como las victorias de ellos nos ayudan a nosotros.

Si Pedro hubiera obedecido estas tres instrucciones la noche en que Jesús fue arrestado, no se habría quedado dormido en el huerto del Getsemaní, ni atacado a Malco, ni negado al Señor. Él no tomó en serio la advertencia del Señor; y en verdad, ¡discutió con él! Tampoco reconoció a Satanás cuando el adversario infló su ego con orgullo, diciéndole que no tenía que “velar y orar”, y luego lo incitó para que usara su espada. Si Pedro hubiera escuchado al Señor y resistido al enemigo, habría escapado de todos esos fracasos.

Pedro y Santiago nos dan la misma fórmula para el éxito: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Antes de que podamos estar firmes contra Satanás, debemos postrarnos ante Dios. ¡Pedro resistió al Señor y acabó sometiéndose a Satanás!

Tengan esperanza (1 Pedro 5:10–11)

Pedro concluyó con una nota positiva y les recordó a sus lectores que Dios sabía lo que estaba haciendo y tenía pleno control. Sin que importe cuán difícil pueda ser el fuego de la prueba, el creyente siempre tiene esperanza. Pedro dio varias razones para esta actitud de esperanza.

Tenemos la gracia de Dios. Nuestra salvación se debe a la gracia de Dios (1 Pedro 1:10). El nos llamó antes de que nosotros invocáramos su nombre (1 Pedro 1:2). Nosotros hemos “gustado la benignidad del Señor” (1 Pedro 2:3), así que no tememos nada que él nos destine. Su gracia es “multiforme” (1 Pedro 4:10) y sirve para toda situación de la vida. Conforme nos sometemos a él, él nos da la gracia que necesitamos. En verdad, él es “el Dios de toda gracia”. Él tiene gracia para ayudar en todo momento de necesidad (Hebreos 4:16). “Él da mayor gracia” (Santiago 4:6), y nosotros debemos estar firmes en esa gracia (1 Pedro 5:12; ve Romanos 5:2).

Sabemos que vamos a la gloria. Él “nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo”. Esta es la herencia maravillosa a la que hemos nacido (1 Pedro 1:4). Todo lo que empieza con la gracia de Dios siempre conduce a la gloria de Dios (Salmo 84:11). Si dependemos de la gracia de Dios cuando sufrimos, ese sufrimiento resultará en gloria (1 Pedro 4:13–16). El camino puede ser difícil, pero conduce a la gloria, y eso es todo lo que realmente cuenta.

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Nuestro sufrimiento presente es sólo por un tiempo. Nuestras varias pruebas son sólo “por un poco de tiempo” (1 Pedro 1:6), pero la gloria que resulta es eterna. Pablo tenía este mismo pensamiento en mente cuando escribió 2 Corintios 4:17: “Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento” (NVI).

Sabemos que nuestras pruebas están edificando carácter cristiano. La palabra griega que se traduce “perfeccione” quiere decir equipar, ajustar, encajar. Se traduce “remendar redes” en Mateo 4:21. Dios tiene varias herramientas que usa para equipar a su pueblo para la vida y el servicio, y el sufrimiento es una de ellas. La Palabra de Dios es otra herramienta (2 Timoteo 3:16–17, en donde “enteramente preparado” quiere decir plenamente equipado). Dios también usa la comunión y el ministerio de la iglesia (Efesios 4:11–16). Nuestro Salvador en el cielo está perfeccionando a sus hijos para que hagan su voluntad y su obra (Hebreos 13:20–21).

Pedro usó tres palabras para describir la clase de carácter que Dios quiere que tengamos.

“Afirmar” quiere decir colocar firmemente, sujetar con firmeza. Los creyentes no deben ser inestables en su posición por Cristo. Nuestros corazones necesitan ser afirmados (1 Tesalonicenses 3:13; Santiago 5:8), y esto lo logra la verdad de Dios (2 Pedro 1:12). El creyente que está establecido no será conmovido por la persecución, ni la doctrina falsa lo hará descarriar (2 Pedro 3:17).

“Fortalecer” quiere decir que la fuerza que Dios nos da, suple para las necesidades de la vida. ¿De qué sirve estar sobre un cimiento sólido si no tenemos el poder para actuar?

“Establecer” es traducción de una palabra que quiere decir poner un cimiento. Se usa de esta manera en Hebreos 1:10. La casa levantada sobre la roca resistió la tempestad (Mateo 7:24–27). Los creyentes que están equipados por Dios permanecerán “fundados y firmes en la fe” (Colosenses 1:23). No serán “niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Efesios 4:14).

Cuando el incrédulo atraviesa sufrimiento pierde su esperanza; pero para el creyente el sufrimiento sólo aumenta su esperanza. “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Romanos 5:3–4). Dios edifica el carácter e ilumina la esperanza cuando el creyente confía en él y depende de su gracia. El resultado es que Dios recibe la gloria para siempre jamás.

Ya hemos considerado 1 Pedro 5:12–13 en nuestro capítulo de introducción. Pablo siempre terminaba sus cartas con una bendición de gracia (2

Tesalonicenses 3:17–18). Pedro concluyó esta epístola con una bendición de paz. Empezó su carta con un saludo de paz (1 Pedro 1:2), así que toda la epístola señala a la “paz de Dios” de principio a fin. ¡Qué maravillosa manera de terminar una carta que anunciaba la venida de una prueba de fuego!

Cuatro veces en el Nuevo Testamento hallamos la amonestación de un “ósculo santo” (Romanos 16:16; 1 Corintios 16:20; 2 Corintios 13:12 y 1 Tesalonicenses

NVI Nueva Versión Internacional

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5:26). Pedro lo llamó “ósculo de amor”. Hay que tener presente que los hombres besaban a los hombres y las mujeres besaban a las mujeres. Era la forma normal de saludarse y despedirse en esa parte del mundo en esa época, tal como lo es en muchas naciones latinas hoy. ¡Qué maravilloso que los esclavos y amos creyentes así se saludaran unos a otros “en Jesucristo”!

Pedro nos ha dado una carta preciosa que nos anima a esperar en el Señor por problemáticos que sean los tiempos. Con el correr de los siglos la iglesia cristiana ha atravesado varios fuegos de prueba, y sin embargo Satanás no ha podido destruirla. La iglesia hoy enfrenta un fuego de prueba, y debemos estar preparados.

Pero, venga lo que venga, Pedro con todo nos dice a cada uno de nosotros: ¡tengan esperanza! ¡La gloria viene pronto!1

1 Wiersbe, W. W. (2013). Esperanzados en Cristo: Estudio expositivo de la Primera Epístola de

Pedro (pp. i–145). Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente.