Espartaco 1

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La Rebelion de Espartaco Posadas

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  • LA REBELIN DE ESPARTACO

  • LA REBELIN DE ESPARTACO

    Juan Luis Posadas

  • Juan Luis Posadas, 2012

    Imagen de cubierta: Escultura de Espartaco, gladiador y lder de la revuelta

    de esclavos del 73-71 a.C., Denis Foyatier, Museo del Louvre, Pars, Photoaisa

    De la cubierta: Ramiro Domnguez Hernanz, 2012

    Slex ediciones S.L., 2012

    C/ Alcal, n. 202. 1 C. 28028 Madrid

    www.silexediciones.com

    [email protected]

    ISBN: 978-84-7737-586-9

    e-ISBN: 978-84-7737-587-6

    Depsito Legal: M- -2012

    Coleccin: Serie Historia Antigua

    Direccin editorial: Ramiro Domnguez Hernn

    Coordinacin editorial: Cristina Pineda y ngela Gutirrez

    Fotomecnica: Preyfot S.L.

    Impreso en Espaa por: Elece, Industria Grfica, S.L.

    (Printed in Spain)

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    excepcin prevista por la Ley. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Repro-

    grficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra.

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    ContenidoIntroduccin 11

    Captulo primeroEl contexto 15Las propuestas de ciudadana de los Gracos 18Las rebeliones de esclavos en Sicilia e Italia del sur 21La guerra de los aliados 26La guerra civil y la dictadura de Sila 33La poca postsilana 39

    Captulo segundoLas fuentes y los protagonistas 43Las fuentes escritas 44Las fuentes arqueolgicas 58Los protagonistas: Espartaco y Craso 62

    Captulo terceroEl comienzo de la rebelin 81La huida de Capua 81El Vesubio 85La lucha contra los pretores 93

    Captulo cuartoLa larga marcha por Italia 111La lucha contra los cnsules 111La vuelta al sur 128

    Captulo quintoCraso contra Espartaco 133La nueva marcha hacia el norte 133El intento de pasar a Sicilia 143El bloqueo y la huida 149Derrota y crucifixin? 161

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    Eplogo 181

    Repertorio de textos (por orden cronolgico) 187Siglo i a.C. 187Siglo i d.C. 194Siglo ii d.C. 196Siglo iv d.C. 208Siglo v d.C. 209

    Bibliografa 213

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    Abreviaturas, ediciones y traducciones utilizadas

    App. BC: Apiano de Alejandra, Guerras civiles. Traduccin de A. Snchez Royo, Apiano: Historia romana, Madrid, Editorial Gredos, vol. ii, 1985.

    Caes. BG: Gayo Julio Csar, Guerra de las Galias. Traduccin de J. Calonge-H. Escolar-V. Garca Yebra, Julio Csar: La guerra de las Galias, Madrid, Gredos, 2010.

    Cic. Verr.:, Marco Tulio Cicern, Verrinas. Traduccin de J. M. Requejo Prieto, M. Tulio Cicern: Discursos, Verrinas, 2 vols., Madrid, Gredos, 2000.

    Eut.:, Eutropio, Breviario. Traduccin de E. Falque, Eutropio: Bre-viario, Madrid, Gredos, 2008.

    Flor. Ep.:, Lucio Anneo Floro, Eptome de la Historia de Tito Livio. Traduccin de G. Hinojo Andrs-I. Moreno Ferrero, Floro: Eptome de la Historia de Tito Livio, Madrid, Gredos, 2000.

    Front. Strat:, Sexto Julio Frontino, Estratagemas. Traduccin pro-pia a partir de la edicin de Ch. Bennet, Loeb Classical Library, 1925.

    Liv. Per.:, Tito Livio, Perocas. Traduccin de J. A. Vidal Villar, Tito Livio: Perocas-Perocas de Oxirrinco-Fragmentos, Madrid, Gredos, 1995.

    Oros. Hist, Paulo Orosio, Historias. Traduccin de E. Snchez S-lor, Orosio: Historias, Madrid, ditorial Gredos, 1982.

    Plut. Cat. Min: Plutarco de Queronea, Vida de Catn el menor. Traduccin de A. Ranz Romanillos, Plutarco: Vidas paralelas, Madrid, Iberia, vol. 4, 1979.

    Plut. Cras.:, Plutarco de Queronea, Vida de Craso. Traduccin de A. Ledesma, Plutarco: Vidas paralelas, vol. V, Madrid, Editorial Gredos, 2007.

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    Juan Luis Posadas

    Plut. Pomp.:, Plutarco de Queronea, Vida de Pompeyo. Traduccin de S. Bueno Morillo, Plutarco: Vidas paralelas, Madrid, Gredos, vol. 6, 2007.

    Sal. Hist.:, Gayo Salustio Crispo, Historias. Edicin y traduccin de J. L. Posadas, Gayo Salustio Crispo: Fragmentos de las Historias, Madrid, Ediciones Clsicas, 2006.

    Suet. Aug.:, Gayo Suetonio Tranquilo, Augusto. Traduccin de R. M. Agudo, Suetonio: Vidas de los doce Csares, vol. I, Madrid, Gredos, 1992.

    Vel. Pat.:, Veleyo Patrculo, Historia romana. Traduccin de M. A. Snchez Manzano, Veleyo Patrculo: Historia romana, Madrid, Gredos, 2001.

    Se han utilizado fugaces referencias a otras obras de Cicern, Ho-racio, Juvenal y otros autores, cuyas traducciones se citarn en notas a pie de pgina.

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    Introduccin

    Ad memoriam seruorum seruarumque

    Espartaco. La sola mencin de este nombre provoca en muchos la idea de libertad, de arrogancia, de vigor. Los que nos iniciamos en la Historia Antigua influidos por pelculas como Spartacus (Stanley Kubrick, 1960) no podemos separar la imagen de Espartaco de la de Kirk Douglas1. El guin de la pelcula, debido a Dalton Trumbo, un comunista americano represaliado por McCarthy, y basado en el libro de Howard Fast, incide en los aspectos socialistas del lder de los gla-diadores. Tambin enfatiza los aspectos militaristas, casi fascistas, del lder romano Craso (interpretado por Laurence Olivier), contrapuesto al lder demcrata Graco (Charles Laughton). Otras aproximaciones actuales en televisin (Spartacus: blood and sand, 2010), con Espartaco interpretado por el malogrado actor Andy Whitfield2, han incidido ms en el aspecto romntico de la relacin de Espartaco con su es-posa tracia, en la venganza contra el lanista Batiato, y en una esttica sangrienta y sexual, discutible pero no del todo inapropiada. A este inters del cine sobre Espartaco cabra sumar el de la msica, con el ballet de Aram Kachaturian (Espartaco, 1956) y la pintura.

    1 Sobre la pelcula y su utilizacin didctica, vase a F. Lillo Redonet, El cine de romanos y su aplicacin didctica, Madrid, Ediciones Clsicas, 1994, pp. 57-65. Lillo critica, sobre todo, las carencias del guin en la parte de la rebelin, y alaba la reconstruccin de la vida en el Ludus de Batiato.

    2 Muerto de cncer en septiembre de 2011, con 39 aos. Le sustituye en la segunda temporada de la serie (2012) el actor australiano Liam McIntyre.

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    Tambin la literatura y la historia se han ocupado de Espartaco con mayor o menor fortuna: ya hemos mencionado el libro de Howard Fast, al que habra que aadir otros como el anterior de Arthur Koestler, y el muy actual de Max Gallo3. Ahora bien, si las reconstrucciones histricas pueden ser adecuadas para la pantalla o para la novela, a la hora de estudiar el fenmeno Espartaco es preciso acudir solo a las fuentes disponibles, que son casi todas textuales (hay poqusimos restos arqueolgicos achacables a esta rebelin), y casi todas fragmentarias o muy breves (y tardas). Precisamente, el hecho de haber editado y traducido los fragmentos de las Historias de Salustio, la fuente histrica ms antigua existente sobre Espartaco4, fue el primer paso para decidirme a escribir sobre el tracio para Slex Ediciones. Desde mi punto de vista, hay que analizar a fondo las fuentes, sus intencionalidades y puntos de vista sobre Espartaco y tambin sobre sus oponentes, los lderes de los optimates de los aos 70 a.C., para obtener de ellas la mayor cantidad de informacin coherente posible. Solo as podremos hacernos una idea real de lo que signific Espartaco para la historia de la repblica romana de entonces y para el mito de la lucha por la libertad de ahora.

    La visin protagnica de Espartaco que nos ofrecen las fuentes, el cine, la literatura o la televisin no es real. Espartaco no estuvo solo; de haber estado solo, no sabramos nada de l. Incluso al principio de la rebelin, a Espartaco le acompaaban, adems de su mujer tracia, ms de setenta gladiadores, de los que conocemos algunos nombres: Crixo, Enomao, Casto y Gnico. El hecho de que poco tiempo despus llega-ran a acompaarle muchos miles de personas, indica tanto su xito en reunir un ejrcito suficiente para derrotar a varios generales romanos, como su fracaso porque dicho ejrcito fue insuficiente para lograr la victoria final. Este libro, pues, no solo versa sobre el lder de la rebe-lin, sino tambin sobre su ejrcito de gladiadores, esclavos fugitivos, campesinos pobres, pastores y desertores, incluidos los hombres, las

    3 H. Fast, Spartacus, Berln, Dietz, 1956; A. Koestler, Spartacus, Pars, Editions dhier et daujourdhui, 1946; M. Gallo, Espartaco, la rebelin de los esclavos, Madrid, Alianza Editorial, 2008.

    4 J.L. Posadas, Gayo Salustio Crispo: fragmentos de las Historias, Madrid, Ediciones Clsicas, 2006.

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    Ttulo

    mujeres (combatientes o no), los ancianos y los nios. Y sobre sus idas y venidas por la bota italiana, sobre sus victorias, sobre sus saqueos y violencias, y sobre sus derrotas y supuesto destino final en la cruz.

    En el captulo de los agradecimientos, quiero mencionar en primer lugar a Ramiro Domnguez, director de Slex Ediciones, y a su equipo de editoras (ngela Gutirrez y Cristina Pineda), por su apoyo, por sus correcciones y sugerencias. Mi familia (Isabel, Daniel, Paloma, Paco, Javier y todos los dems) es lo ms importante para m, y agradezco enormemente su apoyo en esta aventura de escribir y publicar libros, tanto por excusar mis ausencias como por sobrellevar mis presencias.

    Deseo agradecer especialmente al investigador postdoctoral en la Universidad de Trieste, doctor Miguel ngel Novillo, experto en la Repblica tarda y autor de un libro sobre Csar y Pompeyo en esta misma editorial5, su lectura del manuscrito completo y su sugerencia de muchas mejoras que he incorporado en la medida de lo posible, sin declinar por ello ninguna responsabilidad en el resultado final, que es toda ma.

    En ltimo lugar, pero no menos importante, mi enorme agradeci-miento a los lectores y lectoras de mis libros de esta editorial y de mis artculos en Historia National Geographic y otras revistas, tanto por su nmero creciente como por su fidelidad.

    Juan Luis PosadasMadrid, diciembre de MMXI

    5 M.. Novillo Lpez, Csar y Pompeyo en Hispania, Madrid, Slex ediciones, 2012. Tambin publicar en breve una biografa sobre Pompeyo en Alderabn. Sobre Csar, M.A. Novillo Lpez, Breve historia de Julio Csar, Madrid, Nowtilus, 2011.

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    El conflicto poltico, social y econmico en la Roma republicana, centrado en las luchas de poder entre las diferentes familias aristocr-ticas, los llamados patricios, y entre estas y los grupos desposedos de todo poder real, los denominados plebeyos, haba llegado a su clmax durante el siglo iii a.C. La sucesin de conquistas en la pennsula itlica, Sicilia, Cerdea y Crcega haba trado la riqueza y la pros-peridad a no pocos aristcratas, pero nada ms que sufrimiento a los ms pobres. Estos cargaban a la vez con el pesado equipo militar y las duras campaas y con el alza de precios y la insolencia de los aristcra-tas. Como recompensa a las conquistas, los aristcratas acaparaban las tierras conquistadas y, adems, arrebataban las suyas a los campesinos arruinados por la guerra o empobrecidos por la competencia desleal de la produccin agrcola a gran escala. El pueblo llano no solo no conse-gua hacerse con los lotes de tierras del ager publicus, sino que perda lo poco que tena y pasaba a engrosar las filas de la plebe urbana.

    El siglo ii a.C. vio surgir diferentes facciones, denominadas opti-mates y populares, que con diferencias de matiz pretendan igualmente seguir sangrando al pueblo romano y a sus vecinos itlicos y sicilia-nos. Durante dcadas, las disputas entre estos dos grupos o facciones del Senado desgarraron la antigua estructura social basada en la lucha entre patricios y plebeyos y dividieron a la aristocracia en dos bandos irreconciliables. Tras cien aos de disensin entre estos dos bandos, disensin de la que ciertas instituciones ms o menos democrticas haban salido fortalecidas, los romanos haban hallado, sorprenden-temente, el modo de acabar a la vez con la libertad y con la tirana: encumbrar a uno sobre todos los dems para derribarlo despus de manera inmisericorde. De esa manera se obtena por un tiempo una direccin firme para la nave romana, hasta que tal direccin resultaba

    Captulo primeroEl contexto

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    Juan Luis Posadas

    incmoda o peligrosa, y se sustitua por otra ms acomodaticia a los intereses generales (o particulares) de las lites dirigentes. En todos es-tos tejemanejes, ni que decir tiene, el pueblo romano cada vez decida menos y sufra ms.

    As fueron encumbrados los Gracos, Mario o Cina. Todos ellos prometieron mucho bueno, hicieron bastante malo y cayeron con es-trpito ante la general indiferencia de la plebe, que ya tena suficiente con proveer de hombres a los ejrcitos que diriman en civil combate el auge de unos y la cada de otros. En todos estos casos se fueron en-sayando las frmulas institucionales que cubrieron las formas del go-bierno unipersonal de una supuesta Repblica en la que todo recuerdo de la monarqua sobraba porque, juntamente con los reyes Tarquinios del siglo vi a.C., se haba desterrado de Roma el concepto de realeza.

    Pero ni los tribunos de la plebe lograron ms que la muerte tras su ao de gloria, ni los consulados sucesivos de Mario le sirvieron para algo ms que para ser arrebatado del poder por generales ms ambi-ciosos o ms hbiles que l. Tampoco la guerra de los aliados, ni la de Mitrdates, ni la civil, ni la dictadura y el asesinato de tantos romanos merecieron que Sila se mantuviese en el poder ms de tres aos. Su renuncia y retiro solo sirvi para que la aristocracia mostrara su cara ms desagradable manteniendo las proscripciones, las persecuciones y las medidas contrarias a los tribunos de la plebe.

    Tras el retiro de Sila en el ao 79 a.C., Roma se prepar para salir del marasmo de guerras civiles, dictaduras y proscripciones polticas. Pero la crisis social no admita ms demoras, y los generales y partida-rios de Sila tuvieron que enfrentarse a sediciones polticas en la propia Roma (Emilio Lpido), a rebeliones militares en las provincias (Serto-rio), y a las invasiones de ejrcitos extranjeros en Oriente (Mitrdates). En todas estas guerras se entrenaron dos de los lderes polticos que acabaron con la Repblica: Craso y Pompeyo. Los dos adquirieron fama militar en estos aos y los dos solicitaron del pueblo y del Senado los laureles y las prebendas polticas que les permitieran perpetuarse en el ejercicio del poder.

    Fue en esta poca cuando estall, en el ao 73 a.C., la rebelin de unos gladiadores en Capua, ciudad situada a unos 26 kilmetros al

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    El contexto

    norte de Npoles. Durante ms de dos aos, esos gladiadores con-siguieron reunir un ejrcito y recorrieron de norte a sur la pennsula itlica al menos en dos ocasiones, derrotando a cuantos ejrcitos ro-manos se interpusieron en su camino, y saqueando a placer las villas, propiedades y pequeas localidades que encontraron a su paso. Con el tesoro que reunieron intentaron sobornar a una flota de piratas cilicios para pasar a Sicilia, con la probable intencin de reavivar las cenizas de la ltima guerra servil, ocurrida en la isla treinta aos atrs. El fracaso de los rebeldes tanto en salir de Italia por el norte como en pasar a Sici-lia supuso finalmente la derrota de la rebelin por parte de un ejrcito de diez legiones comandado por Marco Licinio Craso.

    Hasta aqu los hechos, resumidos como podran haberlo hecho dos historiadores romanos muy posteriores, Eutropio y Orosio (en los siglos iv y v d.C.). Poco ms se sabe de esta rebelin: unos pocos nombres de esos gladiadores, los nombres de algunos pretores, cues-tores, cnsules y procnsules que se les enfrentaron, algunas ciudades y pueblos que saquearon, ciertamente muy poco. Intentemos primero esbozar un contexto para explicar esta rebelin y su xito inicial, antes de describir las fuentes disponibles, los protagonistas, los hechos y las consecuencias. Quiz as podamos explicar por qu surgi dicha rebe-lin, por qu se compuso no solo de esclavos y por qu se extingui dejando el murmullo de un mito, de un nombre reverenciado por unos y denigrado por otros: Espartaco.

    El siglo que media entre el tribunado de Tiberio Sempronio Graco y el final de la Repblica romana en la batalla de Accio (133-31 a.C.) ha sido calificado de revolucionario o de crisis aguda. Un gran histo-riador de Roma, Geza Alfldi, recientemente fallecido, ha considera-do que cuatro grandes luchas caracterizaron este periodo: las guerras serviles, la resistencia de los provinciales contra el dominio romano, las luchas de los itlicos por la plena integracin en Roma o por su independencia, y la pugna en la oligarqua gobernante entre las fac-ciones optimate y popular por hacerse con el gobierno autocrtico de la declinante Repblica romana1. El mismo autor considera que entre

    1 G. Alfldy, Storia sociale dell antica Roma, Bolonia, Il Mulino, 1987 (traduccin italiana del original Rmische Sozialgeschichte de 1984), pp. 100-101.

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    los aos 80 y 70 a.C. se puso fin a tres de esos cuatro conflictos (guerra de los aliados, guerra contra Sertorio, guerra de Espartaco), quedando irresoluta solo la lucha interna por el poder, con las figuras emergentes de Pompeyo, Craso y Csar. Precisamente porque entre el 133 y el 70 a.C. se resolvieron por las armas las tres grandes amenazas de la Rep-blica, es tan importante repasar cmo ocurri esto y cmo las secuelas de estas guerras conformaron una Italia dispuesta a seguir a cualquiera que intentara mejorar la situacin.

    Las propuestas de ciudadana de los Gracos

    En el ao 133 a.C., la reforma agraria de Tiberio Sempronio Gra-co haba vuelto a poner sobre la mesa el problema que representaba que una sola ciudad, Roma, imperase sobre centenares de poblacio-nes, grandes y pequeas, esparcidas por toda la pennsula itlica. Los itlicos, aliados o no de Roma en el pasado, haban aportado miles de soldados auxiliares a las legiones romanas, y en muchos casos haban derramado su sangre ms an que los propios ciudadanos de Roma en la adquisicin de su Imperio2. La concesin de la ciudadana romana a las lites de estas ciudades itlicas, o a sus soldados ms distingui-dos, haba sido una prctica habitual, aunque muy limitada, como forma de agradecer los servicios prestados. Sin embargo, millones de personas esperaban a las puertas de Roma que se les integrase en esa comunidad de derechos y deberes que significaba ser ciues romanus [ciudadano romano].

    Los romanos haban hecho ley el proverbio de divide y vencers. Instituyeron tres tipos de derecho para diferenciar a unos habitantes de Italia de otros. Por supuesto, los ciudadanos romanos eran el pri-mer tipo y nico realmente importante. El segundo tipo era el de los habitantes del Lacio (la regin en la que se situaba Roma), llamados latinos. Estos, junto con otros muchos habitantes de otras regiones

    2 Muertes que no se solan reconocer en las Actas oficiales. Solo as se explica que muchas de las victorias de la poca costasen muy pocas bajas romanas: porque los generales usaban primero de las tropas auxiliares aliadas antes que de las legionarias, y porque aquellas no se contabilizaban a la hora de reclamar un triunfo.

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    El contexto

    y provincias, disfrutaban del ius Latii o ciudadana latina: derecho a comprar y vender propiedades a ciudadanos romanos, derecho a con-traer matrimonios legales con ciudadanos romanos y a que los hijos habidos de esos matrimonios fueran legtimos, y derecho a conseguir la ciudadana romana si se instalaban en territorio de la ciudad de Roma (ager Romanus). Incluso podan votar en los comicios por tribus en Roma, aunque integrndose todos en una de las treinta y cinco tribus existentes, con lo que su peso poltico era mnimo. En tercer lugar, y frente a esta especie de ciudadana atenuada, el tercer tipo, los itlicos, que eran a todos los efectos extranjeros (peregrini), aunque la mayora, como aliados de Roma (socii), tenan la obligacin de pres-tar un servicio militar en alguna de las muchas unidades de soldados auxiliares del ejrcito romano.

    Por supuesto, el Senado se opuso con todos los medios, incluido el asesinato de Tiberio Graco, a su reforma. Este fracaso legislativo abri paso, en el ao 125 a.C., a la propuesta de plena ciudadana para los latinos e itlicos del cnsul Marco Fulvio Flaco, o, para los que no deseasen dicha ciudadana, el derecho de apelacin. Aunque el Sena-do obvi el debate sobre esta propuesta enviando al cnsul a luchar contra los distantes pueblos saluvios, los habitantes de la ciudad latina de Fregelas se rebelaron contra Roma por el rechazo de la propuesta de Fulvio Flaco. Roma no se dej amedrentar y, temerosa de que la rebelin se propagase a toda Italia, destruy la ciudad hasta sus ci-mientos3, dejando sin resolver el verdadero problema evidenciado por la propuesta de Flaco: la aspiracin itlica de la integracin en Roma. Desde este momento, los aliados itlicos enarbolaron la bandera de la ciudadana como principal reivindicacin en su relacin con el con-servador Senado romano. Una relacin difcil que el Senado no hizo sino envenenar con una contramedida tomada en esta misma poca: por una ley de fecha desconocida, se concedi de manera autom-tica la ciudadana romana a los latinos que hubieran desempeado una magistratura en su ciudad, permitindoles, adems, mantener la

    3 Algo que pude comprobar personalmente durante mi participacin en una temporada de las excavaciones de Fregelas (Ceprano, Italia), dirigidas por Filippo Coarelli, en el verano de 1991.

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    Juan Luis Posadas

    ciudadana latina en su municipio (para no coartar sus carreras pol-ticas locales). Esta ley, probablemente aprobada por el Senado para dividir a sus oponentes latinos y reforzar la fidelidad de estos a Roma, realmente sirvi para provocar un mayor encono entre los aliados it-licos, a cuyos magistrados se les haba dejado expresamente al margen de esta ciudadana per magistratum.

    Poco despus, en el ao 122 a.C., Gayo Graco, hermano de Tibe-rio, propuso una medida de compromiso que acabara con esta disen-sin entre los latinos y los romanos: se otorgara la ciudadana romana a todos los latinos y la ciudadana latina (o al menos el derecho de sufragio en las asambleas romanas) a los aliados itlicos. Si esta medida de Graco se hubiera llegado a poner en marcha, habra supuesto un considerable aumento del nmero de ciudadanos romanos, y una sim-plificacin en el esquema del derecho en Italia, al dividir a todos los habitantes en solo dos tipos: los ciudadanos romanos y los ciudadanos latinos (o aliados pero con derecho de voto en Roma). Pero los sena-dores, vigilantes, vieron la trampa: la masiva incorporacin de latinos a la ciudadana romana, sumada al sufragio de los aliados en las asam-bleas de Roma, le hubieran significado un apoyo masivo a quien haba hecho la propuesta: Graco. Por eso, todo el empeo de los optimates y, probablemente, tambin de muchos populares, fue que esta propuesta no fuera aprobada por la asamblea. El cnsul Fanio, que tambin fue un analista de cuya obra han quedado algunos fragmentos, se opuso con tal ardor a la medida, apelando a los peores instintos xenfobos de los romanos, amedrentndoles con que los latinos iban a dominar las asambleas populares, que la propuesta de Graco quiz no se llegara ni a presentar a su convalidacin en la asamblea.

    Estos intentos, que acabaron mal, iban por el buen camino: in-tentaban reformar las estructuras anquilosadas de una ciudad-estado como Roma, incapaz de gobernar por s solo un Imperio que se ex-tenda por toda Italia, las islas del Mediterrneo occidental y central, tres cuartas partes de la pennsula ibrica, el sur de Francia, la costa dlmata, las actuales Albania, Grecia, Macedonia y Kosovo, y otras zonas ms o menos aisladas en frica (Tunicia) y Asia (oeste de Ana-tolia, partes de Siria). La fallida reforma agraria, la cada vez mayor

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    El contexto

    participacin de los aliados en los ejrcitos romanos y su cada vez menor posibilidad de obtener la ciudadana romana, hizo que se ins-talara en Italia un encono soterrado hacia Roma, una olla a presin presta a estallar en cuanto alguien intentara una nueva salida legal a la situacin y esa salida fuera denegada por tercera vez por el Senado.

    Las rebeliones de esclavos en Sicilia e Italia del sur

    En esa misma poca de los tribunados de los Gracos, comenzaron una serie de levantamientos de esclavos en Sicilia y otros lugares que duraron ms de treinta aos. La razn de estos levantamientos es va-riada: reaccin contra un maltrato generalizado, superpoblacin de esclavos agrcolas en grandes plantaciones y de esclavos pastores en las montaas, ausencia de tropas legionarias estacionadas en las proxi-midades, inercia de los terratenientes e inaccin de los gobernadores provinciales durante su ao escaso en el cargo, invasiones y guerras exteriores que impedan el envo de ejrcitos para resolver los levan-tamientos, y una extraa ideologa en el Senado que impeda ver en estas revueltas algo serio o algo digno de ser aplastado por las legiones de Roma.

    Una de las causas de estos levantamientos, como he sealado, fue la superpoblacin de esclavos agrcolas en grandes plantaciones. Las guerras exteriores que haba librado Roma en el siglo ii a.C. contra estados ricos del este y del oeste haban trado una riqueza y una pros-peridad tales a los romanos que hicieron crecer la demanda interna de productos agrcolas de alta calidad. Los pocos que recibieron la mayor parte del pastel de las riquezas provinciales invirtieron sus ganancias en comprar a bajo precio las tierras a los pequeos propietarios de zo-nas como de Italia y Sicilia, para concentrar dichas parcelas en grandes propiedades que dedicaron al monocultivo cerealstico para satisfacer dicha demanda interna. Una vez hecho lo ms difcil, concentrar las parcelas y poner en prctica una nueva filosofa empresarial, los nue-vos terratenientes dejaron sus plantaciones en las manos de eficientes administradores (esclavos o libertos) y en las de centenares o miles de esclavos, vigilados por unos pocos guardias y capataces. Sin embargo,

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    Juan Luis Posadas

    estas plantaciones de esclavos no se dieron en todas las provincias ro-manas ni con la misma intensidad que en las llanuras de Sicilia o en regiones de la Italia meridional y central como Campania. No se pue-de hablar, pues, de un modo de produccin esclavista, por mucho que a algunos les siga gustando esta categora de anlisis.

    Los esclavos que estos terratenientes necesitaban para sus planta-ciones se capturaron en guerras exteriores como las que Roma desa-rrollaba en aquellos momentos en las fronteras de Hispania, Galia, Macedonia, frica o Asia menor. Pero tambin se adquirieron a bajo coste en los puertos esclavistas de todas estas zonas, comprados o rap-tados por tribus brbaras fronterizas (o por piratas) que se enriquecie-ron con este mercado de carne humana. Las zonas de donde provenan principalmente estas personas esclavizadas en vida eran Asia menor (los romanos tendan a llamar a todos estos esclavos sirios, fuera cual fuera su origen), las zonas fluviales de los ros Rn y Danubio en el noroeste, y el bajo Danubio y el sur de Ucrania en el noreste, llevados todos a los puertos esclavistas del mar Negro. Otros puertos enriqueci-dos con el comercio de esclavos, mayoritariamente galos y germanos, fueron Arls, Marsella o Aquilia (cerca de Venecia).

    Aunque en el relato de los acontecimientos de la rebelin de Es-partaco nos interesarn mucho estos esclavos galos y germanos, para lo que nos ocupa ahora, las guerras serviles de Sicilia, es importante saber que la mayor parte de los esclavos adquiridos por los terratenien-tes esclavistas de dicha isla provenan de Asia menor o de Siria. Las guerras de Roma contra los Selucidas durante el siglo ii a.C. haban desestabilizado todo el Mediterrneo oriental. La decadencia de los Estados helensticos en aquella parte del mundo supuso la indepen-dencia de pequeas comunidades martimas en Cilicia y Chipre que se dedicaron a la piratera como principal medio de vida. Los piratas cilicios, de hecho, fueron los mayores traficantes de esclavos de esta poca, raptndolos en razzias en las costas asiticas y vendindolos a los mercaderes de esclavos en todos los puertos de la regin. Estos esclavos as capturados y vendidos a los propietarios de plantaciones en Campania y Sicilia compartan no solo su origen asitico y quiz rudimentos de alguna lingua franca como el griego o el siraco, sino

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    El contexto

    tambin un universo de creencias comn en dioses y adivinaciones y, lo ms importante, el recuerdo vivo de su perdida libertad.

    As estaba la situacin en Sicilia a mediados del siglo ii a.C, cen-tenares de miles de esclavos provenientes sobre todo de Oriente dedi-cados en su mayora a labores agrcolas en grandes plantaciones, pero tambin al pastoreo seminmada en las montaas centrales de la isla, mal tratados y mal vigilados, sin mayor control por parte de sus pro-pietarios, en su mayora ausentes de sus tierras, viviendo el dolce far niente en las ciudades de la isla o en la propia Roma. Los levantamien-tos que protagonizaron estos esclavos, debido a su magnitud y a la necesidad de enviar ejrcitos consulares para reprimirlos, recibieron el nombre de guerras serviles. Los romanos dieron este nombre a estas rebeliones porque fueron realmente guerras, pero no contra enemigos exteriores ni tampoco interiores, sino contra esclavos fugitivos. De esa manera las distinguieron de otras revueltas de menor importancia, a las que llamaban tumultos. La razn de dichas diferencias terminol-gicas era que a los tumultos enviaban tropas milicianas reclutadas al efecto deprisa y corriendo, y que a las guerras serviles podan enviar tropas legionarias, aunque sin esperar sus generales ms reconocimien-to que la ovacin, una especie de triunfo de menor categora.

    La llamada primera guerra servil tuvo lugar en Sicilia entre los aos 135 y 132 a.C., y surgi de un grupo de esclavos maltratados, entre los cuales haba tambin pastores armados, que formaron bandas incon-troladas de bandidos. Tras un golpe de fortuna, consiguieron apode-rarse de la localidad de Enna y proclamaron rey a su jefe, un sirio con aficiones adivinatorias y taumatrgicas llamado Euno, quien se re-nombr como Antoco (el nombre de los reyes Selucidas de su Siria natal). Tras unrsele otros grupos de esclavos rebeldes bajo la direccin de un cilicio de nombre Clen, Euno-Antoco lleg a contar con unos doscientos mil hombres y a emitir monedas con su efigie y nombre4. Tras sucesivas derrotas de las milicias enviadas contra el rey, fue un cnsul, Rupilio, quien, en el ao 132 a.C. ,se encarg de la guerra de

    4 DS 34-35.2, 18. Vase al respecto a P. Green, The First Sicilian Slave War, P&P 20, 1961, pp. 10-29; Cf. con la contestacin de W.G.G. Forrest-T.C.W. Stinton, The First Sicilian Slave War, P&P 21, 1962, pp. 87-93.

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    Sicilia, consiguiendo derrotar a los esclavos en la batalla de Enna, tras lo cual reconquist la ciudad de Tauromenio y crucific a ms de vein-te mil esclavos5.

    Es interesante sealar que esta primera guerra servil se extendi a otros grupos de esclavos maltratados en varias partes de Italia (Roma, Minturno y Sinuesa), e incluso en las minas del Laurio cerca de Atenas y en la lejana isla de Delos6, lo cual indica que el maltrato era genera-lizado, no solo en los latifundios cerealistas, sino en las minas y otras explotaciones. Tambin se puede conectar esta primera rebelin de los esclavos en Sicilia7 con la guerra que suscit un tal Aristnico en el entorno de Prgamo entre los aos 133 y 129 a.C. Este Aristnico era, al parecer, hijo ilegtimo del ltimo rey pergameno. Aristnico reivin-dic el trono de su padre, pero la ciudad de Prgamo permaneci leal a Roma. A Aristnico solo se le adhirieron campesinos pobres y miles de esclavos, con los cuales consigui tambin ciertas victorias hasta su derrota final en la batalla de Estratonicea por el cnsul Perperna8 (mu-ri meses despus ahorcado en su prisin por mandato del Senado).

    Entre los aos 129 y 104 a.C., hubo otros conatos de rebelin de esclavos en la Italia del sur, pero no tan importantes como la llamada segunda guerra servil de Sicilia (104-101 a.C.). Esta guerra comenz porque la Repblica, necesitada de tropas auxiliares en su lucha contra la invasin de cimbrios y teutones en Galia y norte de Italia, decret que todos los ciudadanos de Estados aliados de Roma, sobre todo minorasiticos, que hubieran sido esclavizados de manera ilegal fue-ran liberados9. Sin embargo, los terratenientes sicilianos se negaron

    5 Liv. Per. 59.2, DS 34-35.2.1-25-3.11. K.R. Bradley, Slavery and rebellion in the Roman world, 149-70 B.C., Bloomington, Indiana University Press, 1989, pp. 47-63. Curiosamente, esta guerra, que fue ms importante que la de Espartaco en cuanto a su magnitud y al nmero de crucificados, no ha merecido ni una sola novela ni una sola pelcula de cine.

    6 Obs. 27, Oros. Hist. 5.9.4-5. Este ltimo da las cifras de 450 crucificados en Minturno y de 4.000 ejecutados en Sinuesa.

    7 Pues no est claro de si se trat de una simple revuelta o de si los esclavos queran realmente rebelarse contra Roma e independizarse de la Repblica estableciendo una especie de estado de esclavos (y campesinos pobres) bajo la direccin del rey Euno-Antoco. Vase al respecto a G.P. Verbrugghe, Slave rebellion or Sicily in revolt?, Kokalos 20, 1974, pp. 46-60.

    8 Tras la derrota y muerte del procnsul de Asia. Vase a Liv. Per. 59.3-5, Eutr. 4.20.2, Floro Ep. 1.35, Oros. Hist. 5.10.4-5.

    9 Segn DS 36.3.1, el propio rey de Bitinia rehus ayudar a los romanos en el ao 104 a.C. contra la invasin cimbro-teutona porque gran parte de sus sbditos haban sido esclavizados por los mercaderes de esclavos.

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    a manumitir a sus muchos esclavos en esa situacin, lo cual provoc una doble rebelin. La primera fue liderada por otro adivino, un sirio llamado Salvio; y la segunda por un cilicio, de nombre Atenin. Am-bos lograron reunir un gran ejrcito, y Salvio se proclam rey con el nombre selecida de Trifn. La rebelin se concentr en la parte cen-tral de la isla, entre las ciudades de Lilibeo y Leontinos, sin conseguir en ningn momento controlar el norte de Sicilia. En el ao 101 a.C., el cnsul Aquilio venci a los rebeldes, ejecut a Atenin (Trifn haba muerto un ao antes), y crucific a miles de esclavos como medio de ganarse una ovacin en Roma.

    Estas revueltas del ltimo tercio del siglo ii a.C., aunque diferen-tes en muchos aspectos, guardan tambin varias similitudes: todas ellas prendieron en grupos de esclavos muy concretos que, como los pastores o los gladiadores, tenan acceso a armas y eran difcilmente controlables. Otra similitud es que todas, tras un xito inicial debido tanto al factor sorpresa como a la lentitud de la respuesta romana, se convirtieron rpidamente en fenmenos de masas. Estas masas, o ejrcitos (ms bien eran muchedumbres semiarmadas e indisci-plinadas), se compusieron de esclavos fugitivos, pastores, y campesi-nos empobrecidos, tanto pequeos propietarios como jornaleros. Su principal medio fue, por tanto, el rural, sus principales problemas los derivados de la explotacin cruel por parte de sus amos en las gran-des propiedades agrarias. Estos rebeldes nunca consiguieron grandes xitos en las poblaciones medianas o en las ciudades, cuyos habitantes pobres y esclavos no se solidarizaron con sus iguales, porque en el fon-do estos no pretendan acabar con la esclavitud en general, sino solo acabar con su esclavitud en particular, quiz construyendo un Estado a la medida de su servidumbre, quiz con una ideologa ms o menos esotrica venida de Oriente. La ltima similitud fue que ambas rebe-liones consiguieron acabar con los ejrcitos milicianos de la isla y que solo sucumbieron ante el envo de un ejrcito dirigido por un cnsul.

    El xito de estas guerras fue otro: desestabilizaron la situacin social y econmica de Sicilia hasta tal punto que la propia estructura de la propiedad qued daada. Es difcil de creer que, si Espartaco hubiera desembarcado en la isla treinta aos despus, habra prendido

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    la mecha de la insurreccin entre los esclavos, dado que estos eran an pocos en relacin con su nmero anterior, y porque quiz las condiciones de su vida hubieran mejorado debido a que los romanos haban aprendido la importancia de bien tratarlos. Algo muy diferente de lo que, quiz, sucedi en las partes centrales y meridionales de Italia, donde las revueltas haban sido mucho menos importantes, y tambin menores la represin y el mejoramiento subsiguiente de las condiciones de vida de los esclavos. El hecho de que encontremos esclavos en casi todos los ejrcitos que lucharon en Italia entre los aos 90 y los aos 30 a.C. (guerra de los aliados, rebelin de Lpido, rebelin de Espartaco, conjuracin de Catilina, bandas de Miln y Clodio, guerras del triunvirato y guerra siciliana contra Sexto Pompeyo), demuestra que los esclavos de Italia vivan en condiciones miserables, y que los propietarios y el Estado haban hecho poco para acabar con sus sufrimientos. Es probable, adems, que durante los aos 100-80 a.C., tambin estas zonas estuvieran superpobladas de esclavos, en este caso provenientes de las guerras contra los germanos de finales del siglo ii a.C., y tambin de otras guerras fronterizas en la Galia y Tracia10. Cicern nos cuenta que, tras las guerras de Sicilia, se aprobaron leyes para prohibir a los esclavos tener o portar armas. La nica salida de estos esclavos de la poca tardorrepublicana era la huida o la rebelin.

    La guerra de los aliados

    Si la situacin de los esclavos era desesperada cuando empezaba el siglo i a.C., con varias revueltas en Italia y dos guerras a gran escala en Sicilia, saldadas con la crucifixin de miles de personas, la de los lati-nos y aliados itlicos era casi insoportable. La arbitrariedad con que el Senado y el pueblo de Roma (por medio de sus asambleas) haba des-estimado las propuestas de ciudadana romana o latina para muchos

    10 Al parecer, Mario vendi como esclavos al menos a 150.000 cimbrios y teutones, muchos de los cuales probablemente acabaron en los latifundios de Campania y Sicilia (Oros. Hist. 5.16.21). Fueron estos los que secundaron a Espartaco o, al menos, los padres de los espartaquadas germanos que siguieron a Crixo durante su secesin del grupo principal liderado por Espartaco?

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    El contexto

    de estos habitantes de Italia haba enconado, y mucho, la situacin. A ello haba que sumar el proceso, similar al descrito en lo referente a Sicilia, de concentracin parcelaria en grandes latifundios, que dej sin tierras a muchos campesinos, los cuales solo tuvieron como salida el trabajo como jornaleros, la emigracin a Roma para vivir como pro-letarios urbanos, o la venta de sus personas como esclavos (una salida vital que cada vez se hizo ms habitual).

    Desgraciadamente para nuestros propsitos, no tenemos suficien-tes fuentes escritas sobre los primeros aos del siglo i a.C. Sabemos, pues, bien poco de cmo el conflicto de la ciudadana se fue desarro-llando tras las propuestas desechadas de Flaco o Graco. Es curioso, en este sentido, que otro de los polticos que usaron el tribunado de la plebe para promover un intenso programa de reformas dirigido a minar el poder de la faccin optimate, Saturnino (entre los aos 103 y 99 a.C.), no incluyera en dicho programa, en lo que sabemos, la ciu-dadana de los latinos e itlicos. Sus propuestas iban ms encaminadas a asentar a los veteranos de Mario en las guerras de frica y contra cimbrios y teutones en territorios extraitlicos, quiz para evitar pro-blemas con los aliados y latinos, quiz para repoblar regiones de frica y, sobre todo, Sicilia. Es significativa esta omisin de la ciudadana para los itlicos en el programa de un tribuno popular porque, como ya vimos anteriormente, muchos plebeyos romanos no queran que los latinos e itlicos irrumpieran en las asambleas, influyendo de ma-nera desconocida en el sentido del voto.

    Durante los primeros aos del siglo i a.C., Gayo Mario, que ha-ba desempeado el consulado en varias ocasiones, era el rbitro de la situacin poltica en Roma. Mario, aunque muy popular entre la plebe, no era un poltico de la faccin popular: iba un poco por libre, nadando y guardando la ropa, solo atento a sus propios intereses. Lo mismo apoy a Saturnino que se encarg de acabar con l por medio de un senadoconsulto ltimo y de una tropa reclutada al efecto. En relacin con la cuestin de la ciudadana para los latinos y los itlicos, su postura haba sido ms la integracin selectiva de algunos de estos

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    aliados en la ciudadana romana como premio a su paso por el ejrci-to11, o como parte de su integracin en las colonias que, finalmente, no se llegaron a fundar en frica o en Sicilia. El Senado, entre tanto, no se opona abiertamente a esta concesin selectiva de la ciudadana, pero s a cualquier propuesta que incluyera masivamente a los latinos e itlicos en Roma.

    Quiz bajo la influencia de Mario se encontraban dos polticos de esta poca, Marco Antonio y Lucio Valerio Flaco, quienes, durante su censura del ao 97 a.C., incluyeron en el censo de ciudadanos roma-nos a muchos itlicos a quienes no se les haba otorgado legalmente la ciudadana. Es posible que los censores hicieran suya la poltica de Mario de integracin selectiva o incluso por la puerta de atrs de cuantos itlicos fuera posible, como forma de rebajar la presin so-cial. En todo caso, el Senado no estaba dispuesto a pasar por alto esta concesin de ciudadana ilegal, por lo que los cnsules optimates del ao 95 a.C., Lucio Licinio Craso y Quinto Mucio Escvola, hicieron aprobar una ley, la Ley Licinia-Mucia, por la que se excluy del censo a todos los itlicos inscritos ilegamente en l. Adems, se instituyeron tribunales especiales para juzgar todos aquellos casos de concesin de ciudadana ilegal o fraudulenta. Los juicios subsiguientes privaron de su ciudadana no solo a los censitarios del ao 97 a.C., sino tambin a muchos veteranos a los que Mario o Saturnino haban favorecido con la ciudadana. La Ley Licinia-Mucia tuvo un efecto devastador entre los latinos y los itlicos, pues dejaba muy claro quin gobernaba la nave romana y hacia dnde, y tambin en qu lugar quedaban las aspiraciones de integracin en Roma de los habitantes de Italia. A par-tir de este momento, los lderes de las comunidades aliadas de Roma en Italia empezaron a aspirar, no ya a la integracin en la Repblica romana, sino a su independencia de ella.

    La ocasin para que este estado de cosas estallara en una rebelin en toda regla no se hizo esperar. En el ao 91 a.C., un nuevo tri-buno de la plebe, Marco Livio Druso, hijo del tribuno del mismo nombre que se haba opuesto a Gayo Graco, lanz un programa de

    11 Dio la ciudadana romana a dos cohortes enteras de ciudadanos de la localidad itlica de Camerino.

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    El contexto

    reformas legislativas de corte popular, pero con importantes apoyos en el Senado, como su lder Emilio Escauro. Se trataba, a todas luces, de reformar la constitucin poltica de la Repblica para ampliar su base social. Los beneficiados de sus propuestas fueron, sobre todo, los miembros del orden ecuestre, el segundo estamento en importancia en la sociedad romana, compuesto fundamentalmente por romanos enriquecidos en el comercio, la banca, el cobro de impuestos, la indus-tria y otros negocios de los sectores terciarios. Adems, para garantizar el voto de la plebe en la asamblea, introdujo algunas mejoras en las leyes agrarias existentes.

    Pero Livio Druso aadi otra propuesta a su programa. En su re-forma agraria, Livio plante la confiscacin del terreno pblico roma-no que estaba siendo explotado por agricultores itlicos, con el fin de mejorar el abastecimiento de grano de la capital. Quiz para compen-sar a los aliados itlicos, Livio present una propuesta para conceder la ciudadana romana a todos los aliados, lo cual fue muy bien visto por estos, pero muy mal por el Senado. Con la oposicin del cnsul Lucio Marcio Filipo y de gran parte del Senado, la plebe se decant por dar la espalda a la propuesta de Livio, temerosa de perder sus privilegios de ciudadanos. Al ao siguiente, Livio retir su propuesta y muri asesinado por un desconocido.

    Pero, antes de morir, Livio ya haba prevenido a los cnsules de una conjuracin contra ellos. Uno de los lderes itlicos, el marso Quinto Popedio Siln, lleg a reunir un ejrcito para marchar contra Roma, aunque finalmente fue disuadido de hacerlo. Pero la mecha de la rebe-lin ya haba sido encendida. Un incidente menor con una delegacin romana en la ciudad de sculo, en el Piceno, sirvi de excusa para un alzamiento de sus habitantes, que masacraron a todos los ciudadanos romanos de la localidad. La guerra de los aliados haba comenzado.

    En Roma, este estallido de violencia dio paso a un ajuste de cuentas en la lite: el tribuno de la plebe Quinto Vario hizo aprobar una ley ilegal (porque pas por encima del veto de sus colegas) por la que ins-tituy tribunales que juzgaron y condenaron a todos los polticos que hubieran alentado la rebelin con sus propuestas o actitudes. Marco Antonio y Emilio Escauro fueron ejecutados.

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    La guerra de los aliados dur tres aos (90-88 a.C.), aunque la re-sistencia continu aislada por lo menos hasta el ao 82 a.C. Durante estos aos, al menos la mitad de las comunidades itlicas del centro y sur de la Pennsula se rebelaron contra Roma y fueron tanto vctimas como verdugos de matanzas sin cuento, violaciones y devastaciones que dejaron una Italia central sumida en la desolacin. De las cenizas de esta guerra surgiran unos aos despus muchos partidarios de L-pido o Catilina.

    Desde el principio de la guerra, las comunidades de derecho latino permanecieron fieles a Roma. Los lderes de estas comunidades eran todos ciudadanos romanos, por haber desempeado las magistraturas locales (la ciudadana per magistratum ya comentada). Los principales pueblos en guerra, adems de la ciudad picena de sculo, fueron las tribus de los marsos, vestinos, pelignos, marrucinos, frentanos, sam-nitas e hirpinos, pero otros muchos pueblos siguieron fieles a Roma. Los rebeldes se concentraban en el centro de Italia, a ambos lados de la cadena de los Apeninos y en la costa del Adritico. No sorprender que Espartaco, quince aos despus de acabada la guerra, encontrara a tantos campesinos que se le unieran espontneamente en estas regio-nes, y que l mismo con su ejrcito las recorriera de sur a norte y de norte a sur en dos ocasiones.

    La guerra se concentr en el centro de Italia, en torno a los marsos y a su lder Popedio Siln, y en el sur, en torno a los samnitas y a su lder Papio Mutilo. La capital del Estado que crearon (llamado Italia, con un toro como emblema) se fij en la ciudad peligna de Corfinio, en el centro de la Pennsula, a la que dieron el nombre de Itlica. Los italianos reunieron un ejrcito de cien mil hombres, mientras que los romanos, privados de muchos auxiliares itlicos, lograron reunir ca-torce legiones, guarnecidas con auxiliares galos, sicilianos, hispanos y africanos.

    En el ao 90 a.C., los italianos lograron algunas victorias contra los ejrcitos consulares romanos. En una de ellas, consiguieron incluso matar al cnsul Rutilio. La principal consecuencia de estas victorias fue que casi toda Campania, Lucania y Apulia se unieron a la rebe-lin. Sin embargo, los romanos consiguieron mantener la lealtad de

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    Etruria y de Umbra. Adems, fueron hbiles aprobando la Ley Julia de Ciudadana, por la que se concedi la ciudadana romana a todas las comunidades latinas e itlicas que hubieran permanecido leales a Roma, y que as lo solicitaran formalmente. Esto fue decisivo porque mantuvo en el campo romano a ms de la mitad de la pennsula. Otras dos leyes, en este caso tribunicias, completaron esta accin poltica cuyo objetivo ltimo era dividir a los rebeldes: por la Ley Calpurnia se conceda la ciudadana romana a todos aquellos latinos o itlicos que hubieran luchado en el ejrcito a favor de Roma; y por la Ley Plaucia Papiria, se conceda dicha ciudadana a todos aquellos que la solicitaran individualmente al pretor urbano; es decir, a todos aquellos itlicos de las comunidades en pugna con Roma que se rindieran.

    Durante el ao 89 a.C., estas leyes supusieron una importante mer-ma de los efectivos italianos. Adems, el cnsul Pompeyo Estrabn consigui vencer a todas las tribus del centro de Italia, llegando a to-mar la ciudad picena de sculo, origen de la rebelin, tras un largo asedio. Como consecuencia, los italianos tuvieron que trasladar su capital ms al sur, a la ciudad samnita de Boviano. El propio Pompeyo Estrabn (padre del Magno), reforz sus clientelas en el Piceno y en la Galia Cisalpina (situada entre el ro Po y los Alpes), concediendo a estos galo-italianos la ciudadana latina en masa. Esto, adems, inclua la ciudadana per magistratum a sus lderes locales.

    Tambin en el sur, los romanos, por medio del legado Lucio Cor-nelio Sila, consiguieron derrotar a todas las tribus rebeldes, tomando la capital de Boviano. Sila fue recompensado con su eleccin como cnsul para el ao 88 a.C. Los samnitas, ltimos en rendir la espa-da, crearon entonces un Estado independiente con capital en Esernia, hasta su derrota final en el ao 88 a.C. y la muerte de su lder Popedio Siln. An hubo rebeldes samnitas en los ejrcitos de la guerra civil entre Sila y los marianistas, y en los montes del sur de Italia por lo menos hasta el ao 82 a.C., si no hasta la poca del propio Espartaco.

    Interesa saber que esta guerra no tuvo como objetivo una revolu-cin social, tanto porque en ella participaron parte de las aristocracias locales, que como toda aristocracia vea la revolucin con aprensin, cuanto po que lo que pretendan muchos de sus contendientes era

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    solo integrarse en la ciudadana romana. Pero la masa de los itlicos pobres, incluso los esclavos, lucharon contra Roma porque vean en ella la clave de todos sus problemas sociales y econmicos. Solo ese odio indisimulado explica la violencia que se desat en las localidades tomadas a los romanos, con la matanza indiscriminada de todos los ciudadanos eminentes. El origen social y econmico de la rebelin tambin explica que, en muchas de esas localidades romanas, los po-bres e incluso los esclavos se unieron en masa a los rebeldes itlicos12.

    Del final de la guerra de los aliados no deriv ningn cambio sig-nificativo en el ordenamiento social romano, ms bien al contrario: la ciudadana romana de las lites de los nuevos municipios itlicos reforz el sistema de dominio al engrosar sus filas y acercar fsicamen-te los dominadores a los dominados. Tampoco se resolvieron todos los problemas polticos que esta integracin itlica en Roma hacan prever: los nuevos ciudadanos fueron inscritos, al principio, en ocho de las treinta y cinco tribus, con lo que su influencia en las votaciones no era significativa. Adems, la resolucin de la siguiente guerra civil entre Sila y los marianistas trajo consigo la persecucin de muchos ciudadanos de origen itlico por parte de los silanos, y la proscripcin de centenares de ellos.

    Por otra parte, la guerra arruin la economa agrcola de las zonas implicadas, porque muchos propietarios perdieron sus tierras en las devastaciones de la guerra, y porque otros muchos se arruinaron con la incautacin de sus cosechas y rebaos por parte de ambos ejrcitos en lucha. Como consecuencia, los terratenientes arruinados no pudieron devolver las deudas que contrajeron, y los prestamistas, sobre todo miembros del orden ecuestre, tambin vieron cmo sus economas mermaban. La moneda romana sufri una importante devaluacin en el ao 89 a.C., y el tema de la deuda y la usura continu siendo objeto de debate hasta cuarenta aos despus, cuando la dictadura de Csar.

    Otra consecuencia importante fue la conversin de todas las ciu-dades itlicas y latinas en municipios de ciudadanos romanos (muni-cipia ciuium Romanorum), con lo que empez un imparable proceso

    12 App. BC 1.186, 190.

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    de romanizacin de la pennsula itlica que dur gran parte del siglo i a.C. y que signific el abandono de los particularismos locales (in-cluidas las lenguas autctonas) en favor de la cultura romana y de su lengua, el latn.

    Finalmente, la guerra convirti a todos los itlicos en ciudadanos romanos, con lo que el ejrcito legionario increment en muchos efec-tivos su recluta, que ya haba incluido a muchos proletarios (ciuda-danos sin recursos) por la necesidad de soldados durante la guerra. A partir de este momento, los auxiliares del ejrcito romano fueron reclutados fuera de la pennsula itlica, entre las comunidades de dere-cho latino y los aliados de Galia, Hispania, frica y otras regiones bajo el control de la Repblica.

    La guerra civil y la dictadura de Sila

    La guerra de los aliados tuvo consecuencias inmediatas en la pol-tica interna romana. Ya he comentado que las leyes que pusieron fin a la guerra abrieron las puertas a la ciudadana romana a los itlicos y latinos, pero inscribindoles a todos en unas pocas tribus, con lo que su influencia real en las votaciones de las asambleas populares qued diluida.

    En el ao 88 a.C., la faccin popular, que haba recuperado al viejo Gayo Mario como lder, volvi a la carga contra la faccin optimate por medio de un nuevo tribuno de la plebe, Publio Sulpicio Rufo. Este tribuno, probablemente de acuerdo con Mario, quien quera que se le encomendase el ejrcito de la guerra contra Mitrdates en Asia, ya adjudicado a Cornelio Sila, consinti en apoyar la ilegtima aspiracin de Mario, a cambio del apoyo de sus veteranos y de los ecuestres a sus reformas polticas. La rogatio que planeaba Sulpicio consista en ins-cribir a los nuevos ciudadanos en todas las tribus sin distincin, tanto las urbanas como las rurales, e incluir en la medida, probablemente, tambin a los libertos que, en nmero creciente, atiborraban las calles de Roma. Es decir, Sulpicio planteaba, con el apoyo de Mario y la faccin popular, la plena ciudadana poltica para los latinos, itlicos y, quiz, incluso para los libertos. Esta propuesta habra desequilibrado

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    la relacin de fuerzas en las asambleas populares, por lo que la faccin optimate, mayoritaria en el Senado, se opuso rotundamente. Los cn-sules, Pompeyo Rufo y Cornelio Sila, intentaron retrasar la votacin mediante el recurso a proclamar festivos los das que deba realizarse. Sulpicio, previsoramente, visto lo ocurrido con los Gracos o con Sa-turnino, se rode de una especie de ejrcito privado, y con l ocup el Foro y proclam ilegal el decreto consular. Hubo derramamiento de sangre, y muri el hijo del cnsul Pompeyo Rufo. Sila, uno de los que se haban opuesto a la ley, abandon la ciudad para refugiarse en Nola, en Campania. Y Sulpicio consigui que la rogatio se aprobase en la asamblea popular. Como demostracin de que Mario apoyaba a Sulpicio desde un comienzo, la misma asamblea le quit el mando del ejrcito de Asia a Sila, un cnsul en ejercicio, para otorgrselo a Mario, un ciudadano privado con imperio (es decir, un ex cnsul con mando militar en la guerra de los aliados). Esta decisin de la asamblea no era ilegal, pues contaba con precedentes no muy lejanos, pero s polmica y discutible.

    Inmediatamente, Gayo Mario envi legados a Nola para hacerse cargo del ejrcito de Sila, pero este foment la idea de que Mario iba a desmovilizar a sus soldados para reclutar otros nuevos ms leales a l. As que, como consecuencia de estas intrigas, los legados de Mario, al fin y al cabo en misin oficial y legal porque actuaban a las rdenes de un procnsul designado por la asamblea popular, fueron asesinados por la soldadesca de Sila. A este no le quedaba ms remedio (probable-mente ya lo haba decidido as desde el momento en que la rogatio fue votada) que marchar hacia Roma para anular la legislacin de Sulpi-cio. La medida, extraordinaria y sin precedentes, ni siquiera cont con el apoyo de sus oficiales, todos los cuales, salvo uno, le abandonaron. El mismo Senado, que no era favorable a Sulpicio y que estaba domi-nado por la faccin optimate, intent disuadir a Sila de su avance en-vindole emisarios. Pero Sila no quiso seguir salvo a su fortuna y entr en Roma sin oposicin armada por parte de Mario o Sulpicio, quienes no contaban con un ejrcito regular. Los plebeyos que se le opusieron a pedradas desde los tejados fueron quemados vivos en sus casas. Esta

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    fue la primera ocupacin armada de la ciudad desde la invasin de los galos trescientos aos antes.

    Sila proclam enemigos pblicos a los lderes populares, entre ellos a Mario, seis veces cnsul y reconocido como refundador de Roma, y a un tribuno de la plebe en ejercicio, Sulpicio. Mario y su hijo Ma-rio Gratidiano pudieron escapar a frica, pero Sulpicio fue asesinado. Adems, la legislacin sulpiciana fue abolida con la excusa de que ha-ba sido aprobada mediante el uso de la fuerza, lo cual no dejaba de ser irnico, ya que Sila pudo hacerlo con un ejrcito de partidarios rodeando el Foro. Adems, Sila y su colega Pompeyo Rufo aprobaron una serie de medidas que, en la prctica, reducan a la nada el papel de los tribunos de la plebe y quitaban todas las competencias a la asamblea popular (concilium plebis) para drselas a la asamblea por centurias, una especie de concilio censitario fcilmente manipulable por la aristocracia. El gran beneficiado fue el Senado, que tena que aprobar todas las decisiones de las asambleas populares, y cuyo nme-ro de miembros se increment hasta formar un cuerpo de seiscientos senadores.

    Una vez realizada esta reforma mediante el recurso del golpe de Estado ilegal, Sila volvi a partir con su ejrcito hacia Campania, cre-yendo dejar todo atado y bien atado en Roma, para dirigirse hacia Asia a batallar contra Mitrdates invasor. La guerra contra este pugnaz adversario de Roma dur varios aos, hasta el 84 a.C. Se desarroll n-tegramente en el tica, con la toma de Atenas tras un duro asedio, en Tracia, donde los romanos tuvieron que vencer la resistencia de tribus aliadas a Mitrdates (entre ellas la tribu natal de Espartaco), y en Asia, donde la destruccin generalizada de la provincia y el empobrecimien-to de sus habitantes crearon las condiciones idneas para el surgimien-to de la piratera a gran escala en la zona; piratera que tendr una gran importancia, como se ver, en el desarrollo de la rebelin de Espartaco y, en general, en toda la crisis que acab con la Repblica.

    En Roma, mientras tanto, y aun antes de que Sila abandonara la ciudad para su guerra en Asia, las cosas ya se le haban torcido. Las asambleas que eligieron tribunos de la plebe le fueron desfavorables, aunque todava pudo evitar que saliera elegido su enemigo Quinto

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    Juan Luis Posadas

    Sertorio. En cuanto a las elecciones consulares, los candidatos silanos fueron derrotados ante el senatorial Gneo Octavio y el popular Lucio Cornelio Cina. Sila, antes de marchar contra Mitrdates, pudo sin embargo (quiz porque haba varios miles de sus soldados en la ciu-dad) transferir el mando del ejrcito proconsular que haba en Italia acabando la guerra de los aliados a su colega en el consulado Pompeyo Rufo, a la vez que hacer jurar a los dos nuevos cnsules que respetaran la legislacin aprobada por l para reforzar el papel del Senado.

    Pero las promesas hechas a punta de espada valen poco, y antes in-cluso de que Sila hubiera abandonado Italia, su ttere Pompeyo Rufo fue asesinado por sus tropas en un oscuro motn, y un tribuno de la plebe, Marco Vergilio, acus al propio Sila de alta traicin y le inten-t privar de su imperio militar y, en definitiva, trat de invalidar su legislacin por haberla aprobado a la fuerza. En esa situacin, Cina se sinti libre de su juramento y volvi a presentar la misma legislacin en favor de los ciudadanos itlicos que haba hecho aprobar Sulpicio, con otra ley para favorecer la vuelta de los exiliados polticos del golpe de Sila, con Gayo Mario a la cabeza. Sin embargo, el cnsul de Cina, Octavio, y una parte del Senado, se opusieron a estas medidas, y uno o dos tribunos de la plebe afectos a Octavio pusieron su veto. Hubo un enfrentamiento armado en el Foro y Cina tuvo que abandonar la ciudad. Octavio consigui que el Senado depusiera a Cina de su con-sulado, nombrndose como sustituto a Lucio Cornelio Mrula.

    Esta vez, Cina encontr seguidores entre los soldados acantonados en Campania, los mismos que haban apoyado a Sila, y tambin entre los ciudadanos itlicos, que queran defender ahora con las armas sus derechos de plena ciudadana. A ellos se les uni Mario, quien desem-barc en Etruria y levant un ejrcito privado con sus veteranos. La ciudad, esta vez, s estaba presta a defenderse de este golpe de Estado, pues Pompeyo Estrabn, el procnsul del ejrcito de Italia depuesto por Sila, recuper el control de sus tropas y acudi al llamado del Senado de Roma.

    Tras un asedio en el que se propag una grave epidemia en la ciu-dad, epidemia en la que muri el propio Pompeyo Estrabn, el Sena-do tuvo que rendir Roma a Cina a finales del ao 87 a.C. Los soldados

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    El contexto

    vencedores cometieron pillajes en la ciudad, y el propio cnsul en ejercicio, Octavio, fue asesinado, junto con varios de los senadores prominentes de la faccin optimate. Otra vez, la violencia partidaria se haca sentir dentro del pomerio de la ciudad, creando nuevas quere-llas personales que se aadan a las ya muchas existentes tras cincuenta aos de violencia institucionalizada desde el asesinato de los Gracos. Por supuesto, Cina recuper su consulado, la legislacin silana fue abolida, y el propio Sila fue declarado enemigo pblico sin imperio, algo que Sila ignor en su lejana Asia.

    En las elecciones del ao 86 a.C., Mario y Cina fueron (cmo no) elegidos cnsules, aunque la temprana muerte del viejo Mario dej a Cina como amo indiscutido de Roma hasta el ao 84 a.C. Su gobier-no casi degener en una tirana, debido a la iteracin consecutiva de consulados (que tenan, sin embargo, el precedente de los de Mario), y muchas de sus medidas legislativas solo pretendan su mantenimiento en el poder. En todo caso, intent reformar la sociedad romano-itlica y conciliarse con el Senado, en una poltica de compromiso que di-fcilmente poda tener xito ante el derramamiento de sangre de los ltimos aos. Por otra parte, esta poltica de conciliacin imposible con el Senado se construy sacrificando, una vez ms, a los ciudadanos romano-itlicos, ya que la negativa de los censores de incluir a muchos de estos nuevos ciudadanos en el censo no fue vetada por Cina en su intento de no enfrentarse directamente con el Senado.

    La poltica ms exitosa del trieno de Cina (86-84 a.C.) fue la eco-nmica. Cina logr la aprobacin de una Ley que condonaba las tres cuartas partes de las deudas vivas de los ciudadanos, algo que alivi mucho la desastrosa situacin de muchos pequeos propietarios, que iban a perder sus tierras o incluso su libertad por no poder pagar sus emprstitos. Adems, el hijo adoptivo de Mario, el pretor Mario Gra-tidiano, emiti un edicto para frenar la devaluacin galopante de la moneda romana, lo cual benefici grandemente a los sectores ms des-favorecidos de la plebe urbana, que dependan del valor de las pocas monedas en que basaban su subsistencia.

    Pero, claro est, la legislacin cinana estara en peligro mientras Sila anduviera por Asia con un ejrcito a sus rdenes (ilegales). En el

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    Juan Luis Posadas

    ao 85 a.C., ante la inminente victoria de Sila contra Mitrdates, los cnsules Cina y Gneo Papirio Carbn empezaron a reclutar un ejr-cito para luchar contra Sila, si a este se le ocurra reanudar la guerra civil. El Senado, mientras tanto, intent mediar en el conflicto en ciernes mandando emisarios a Sila, ante lo cual este anunci magna-nimidad con los nuevos ciudadanos romano-itlicos, pero tambin re-presalias contra sus enemigos. En esto, en el ao 84 a.C., los soldados reclutados por Cina y Carbn se amotinaron y asesinaron al primero, quedando el segundo como jefe del gobierno legal y lder nico de la faccin popular. Aunque el Senado intent mediar en el conflicto aprobando una Ley por la que, finalmente, se inclua a los ciudadanos romano-itlicos en todas las tribus (la propuesta de Sulpicio de haca unos aos), el camino de la guerra estaba servido: el hijo de Pompeyo Estrabn, Gneo Pompeyo (ms tarde llamado Magno), Marco Licinio Craso y Metelo Po levantaron ejrcitos propios en Piceno, Hispania y frica y arribaron a Italia invocando el nombre de Sila. La llegada de este a Italia en la primavera del ao 83 a.C. con su ejrcito experimen-tado en Asia hizo que gran parte del Senado viera en l la salvacin ante el caos poltico y social que se estaba viviendo en la propia Roma.

    La guerra civil subsiguiente dur todava un ao y medio. Desde el principio, los acontecimientos se inclinaron del lado de Sila. El sur de Italia se pas en bloque al bando silano, los ciudadanos romano-itli-cos se abstuvieron de la guerra porque Sila prometi respetar su plena ciudadana, y solo los samnitas (a quienes Sila excluy expresamente de dicha promesa, probablemente por su irreductible papel en la gue-rra de los aliados, recientemente sofocada) opusieron alguna resisten-cia a Sila. En noviembre del ao 82 a.C., tras la sangrienta batalla de Puerta Colina, en la que murieron decenas de miles de samnitas, Sila entr en Roma triunfador. El cnsul Mario Gratidiano, hijo adoptivo del gran Gayo Mario, muri desangrado debido a las torturas de los silanos, que le fueron desmembrando poco a poco. El otro cnsul, Carbn, logr huir a frica. El gobierno desptico y sangriento de Sila haba comenzado con dicha muerte y la proscripcin de casi dos mil senadores y ecuestres.

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    El contexto

    Sila hizo ajusticiar en masa a sus adversarios samnitas y a los ha-bitantes de Preneste (ms de veinte mil ejecutados entre ambos co-lectivos) y asumi plenos poderes como dictador del ao 82 al 79 a.C., para asegurar el rgimen oligrquico con drsticas medidas de reforma. Sus leyes buscaron la restauracin del dominio senatorial: el Senado fue ampliado con la admisin de cerca de trescientos nuevos senadores procedentes del orden ecuestre; los cargos senatoriales y la carrera administrativa senatorial tuvieron una nueva reglamentacin; la legislacin fue ligada a la aprobacin del Senado; los poderes de los tribunos de la plebe fueron fuertemente limitados; las decisiones en materia criminal fueron sustradas de los ecuestres y restituidas al Senado; y, para evitar el surgimiento de un poder militar en Italia, este poder no fue asignado a los cnsules ni a los pretores en ejercicio, sino solo a los procnsules y a los propretores, que deban ejercitar dicho poder militar por un ao como gobernadores en sus provincias. Pero estas reformas minaron la base de la Repblica aristocrtica, y el poder absoluto de Sila represent en realidad el primer paso decisivo del Estado romano en el camino hacia la monarqua.

    La poca postsilana

    La dictadura de Sila acab cuando este abdic (ya que su poder era casi el de un rey) en el 79 a.C. para escribir sus memorias y morir de una enfermedad muy dolorosa al ao siguiente. La desaparicin del strapa trajo consigo, como siempre que un strapa ha desaparecido y desaparecer en la Historia, el afloramiento de las tensiones internas entre sus segundones. El primero que se signific en esta lucha por el poder fue el cnsul Marco Emilio Lpido, quien haba sido elegido cnsul con la oposicin de Sila pero con el apoyo de silanos destacados como el emergente Gneo Pompeyo. Su colega Quinto Lutacio Catulo, este s haba contado con el apoyo de Sila, propuso un funeral pblico para glorificar al tirano, algo a lo que se opuso sin xito Lpido. El cnsul, lejos de desanimarse por este revs, propuso inmediatamente despus un programa de reformas que inclua la reanudacin del re-parto gratuito de trigo a los plebeyos, la vuelta de todos los exiliados

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    y la devolucin de sus bienes expropiados (de los que el propio L-pido se haba beneficiado), as como la restitucin de los poderes a los tribunos de la plebe (una demanda de los sectores populares que empezaron a apoyarle). Es decir, salvo el ataque a las prerrogativas del Senado, las propuestas de Lpido significaban, esta vez s, un verdade-ro y ms justo funeral pblico de la obra poltica de Sila. Aunque las propuestas de Lpido no fueron aprobadas por el Senado, celoso de sus competencias y avaro de las riquezas expropiadas a los marianistas, s pueden interpretarse como un intento de paliar algunas consecuen-cias injustas de la obra silana.

    En ese momento estall en Etruria una rebelin de los antiguos propietarios de tierras expropiadas por Sila por el apoyo de la regin al difunto Mario. Las tierras expropiadas haban sido otorgadas a los veteranos silanos, no sin el comprensible enfado de los expropiados. Durante la rebelin en la localidad de Fisole, algunos colonos silanos fueron asesinados y otros muchos expulsados de sus tierras. Los colo-nos acudieron a Roma a pedir ayuda, por lo que el Senado encarg a los dos cnsules, todava enfrentados por el intento de reforma de Lpido, que sofocaran la rebelin. Pero Lpido, de modo algo incom-prensible, no solo no se enfrent a los etruscos rebeldes, sino que se puso a la cabeza de la rebelin, dirigindose a Roma para presentarse a la reeleccin como cnsul para el ao siguiente, el 77 a.C. Por supues-to, ni Lpido contaba en Roma con apoyos ni siquiera entre la plebe, ni el Senado se priv de hacer pia en torno a sus intereses de clase. Como no se haban celebrado las elecciones, se nombr a un interrex, Apio Claudio, quien decret el senadoconsulto ltimo contra Lpido y encarg a su excolega Catulo la represin de la rebelin.

    La guerra civil, que es lo que realmente fue, se desarroll durante escasos meses de ese ao. En Mutina (Mdena), el legado de Lpi-do, Bruto, que haba sido mandado a la Galia cisalpina para reclutar tropas para la causa, fue sitiado por el omnipresente Gneo Pompeyo, otra vez al mando de tropas como ciudadano privado por orden del Senado. El sitio acab con la toma de la ciudad y la ejecucin de Bruto por parte de Pompeyo (adolescente carnicero fue el apelativo que le dio Cicern). Por su lado, Catulo logr evitar la llegada de Lpido a

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    El contexto

    Roma. Este, entonces, se desvi por Etruria hacia el norte, quiz para enlazar con las tropas de Bruto, pero fue copado por las fuerzas de Catulo y de Pompeyo en Cosa, en Etruria. Su derrota no fue defini-tiva, pues Lpido pudo embarcar con gran parte de su ejrcito hacia Cerdea, donde l muri poco despus. Su lugarteniente Perperna se hizo cargo de los restos de sus tropas y se traslad a Hispania para unirse a Quinto Sertorio, quien haba conseguido resucitar la llama de la guerra civil como heredero de Cina. Pompeyo mismo se neg a licenciar sus tropas y se dirigi tambin a Hispania para combatir de manera inmisericorde a Sertorio y a Perperna.

    Los aos inmediatamente anteriores a la rebelin de Espartaco (77-74 a.C) se dedicaron exclusivamente al debate sobre la restauracin de los poderes tribunicios, piedra clave de todo el edificio legislativo silano, ya que la restauracin del poder del Senado descansaba bsica-mente en el menoscabo del poder de las asambleas y de los tribunos. Este debate nos interesa poco en este libro, porque no aporta nada a entender el caldo de cultivo en Italia central y meridional que explican el xito inicial de los espartaquadas. S es importante resaltar que la poca postsilana vio resurgir dos guerras que parecan ya acabadas y consumidas por sus propios fuegos: la guerra civil entre los populares y los optimates (liderada por Sertorio en Hispania) y la guerra en Asia entre Mitrdates del Ponto y Roma. La primera guerra fue confia-da a Gneo Pompeyo, y la segunda al cnsul del ao 74 a.C. Lucio Licinio Lculo. Ambos terminaron con dichas guerras justo cuando Espartaco se desangraba en la batalla final contra Craso. An pudo, no obstante, el adolescente carnicero (Pompeyo) acabar con cinco mil fugitivos de la guerra de Espartaco y atribuirse, como se ver, el xito de finalizar la guerra. Lculo intent tambin sacar tajada de la rebelin de Espartaco desembarcando con su ejrcito en Brindisi, sin conseguir pasar del papel de convidado de piedra a las matanzas protagonizadas por Pompeyo y Craso, que les sirvieron para lograr el consulado para el ao 70 a.C.

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    Captulo segundoLas fuentes y los protagonistas

    En el captulo anterior he intentado describir los hechos sociopo-lticos y econmicos que contextualizan el escenario donde la rebe-lin de Espartaco tuvo lugar: el sur y el centro de Italia. Espartaco se movi entre la ciudad de Mutina (Mdena), en el valle del Po, y los Abruzzos, en la punta de la bota italiana. Justo las regiones donde las guerras civiles de finales del siglo ii y comienzos del i a.C. (rebelin de Fregelas, disturbios tribunicios, guerra de los aliados, guerra entre Mario y Sila, proscripciones, rebelin de Lpido) haban tenido lugar, provocando destrucciones y no poco encono.

    Hemos visto tambin que las dos guerras serviles de finales del si-glo ii a.C. en Sicilia haban comenzado por la superpoblacin esclava de la isla y por las malas condiciones de vida de los siervos, y haban acabado con la muerte de decenas de miles de estos esclavos y con el probable mejoramiento del trato hacia ellos. Pero esto no haba ocu-rrido en el centro y sur de Italia. Las revueltas que tambin se dieron en esta zona durante el ltimo tercio del siglo ii a.C. (en Nola, Nuce-ria, Capua, etc.) no produjeron sino escaramuzas aisladas y, probable-mente, un empeoramiento de las condiciones de vida servil, debido al temor de los propietarios a nuevos conatos de rebelin. Junto a una masa de esclavos trabajando en los nuevos latifundios cerealistas, muchos de ellos procedentes de Germania y la Galia tras la victoria de Mario sobre cimbrios y teutones, haba tambin una muchedumbre desocupada, compuesta por pequeos propietarios desposedos por los veteranos vencedores en las guerras civiles, por desertores de los bandos perdedores de las mismas, por itlicos y latinos supervivientes de la guerra de los aliados y que no haban podido recuperar sus pro-piedades, y por proletarios romanos sin saber a quin encomendarse para sobrevivir. Este era el caldo de cultivo de la revolucin. Solo haca

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    Juan Luis Posadas

    falta una excusa para que esta marea de perdedores se uniera con la esperanza de subvertir la Repblica o, al menos, de saquearla.

    Las fuentes escritas

    Antes de ceder la palabra a las fuentes escritas que nos dicen una cosa u otra sobre esta rebelin, sobre la guerra de los fugitivos como se la llam en la poca, habr que ver qu fuentes son esas, qu crite-rios siguieron, y qu persiguieron con sus narraciones. Para hacerlo, es imprescindible repasar una a una dichas fuentes, conocer a esos autores y criticar las narraciones que nos transmitieron para separar la paja del grano en esta historia de Espartaco y sus setenta mil seguido-res. Tambin es importante resumir qu acontecimientos narra cada fuente y qu aportan de nuevo a los principales relatos disponibles (los de Salustio, Plutarco y Apiano) otros autores como Veleyo Patrculo, Tito Livio, Frontino o Floro. Los textos principales de estos autores se hallan al final de este libro.

    Finalmente, ser interesante repasar las fuentes no escritas sobre la rebelin, que son muy pocas: algunos tesorillos de la poca escondidos deprisa y corriendo, alguna destruccin provocada por los rebeldes, e incluso un graffito pompeyano que alude a un gladiador tracio llama-do Espartaco justo de la poca de la rebelin.

    En primer lugar, hay que decir que no tenemos ninguna fuente escrita por simpatizantes de Espartaco, sean estos esclavos o no es-clavos1. Todos los autores que nos han transmitido su visin sobre esta guerra fueron ricos propietarios, polticos en activo o en retiro, griegos ilustrados, profesores de retrica o incluso un miembro del clero catlico muy posterior2. Casi todos ellos poseyeron esclavos, al-

    1 En esto coinciden dos de los autores contemporneos que ms he utilizado en este libro: B. D. Shaw, Spartacus and the slave wars. A brief history with documents, Boston-Nueva York, Bedford St. Martins, 2001, pp. 25-27; y N. Fields, Spartacus and the slave war 73-71 BC, Nueva York, Osprey Publishing, 2009, p. 89. Hay que remarcar el hecho de que, en casi todo, Fields sigue demasiado al pie de la letra lo escrito por Shaw, un reconocido especialista en la materia.

    2 De hecho, segn F. Millar, A study of Cassius Dio, Oxford, Oxford University Press, 1964, p. 5, el denominador comn de todos los historiadores romanos, desde Fabio Pctor a Din

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    Las fuentes y los protagonistas

    guno quiz centenares. La historia de un esclavo rebelde que liberaba a esclavos de las plantaciones, y a quien se le unieron campesinos y chusma, como dice uno de los autores3, con el objetivo de saquear a los ricos para repartirlo entre los pobres, no poda gustarles lo ms mnimo. Por eso, es imposible que encontremos en estas narraciones simpata alguna por la rebelin; aunque s por la figura personal de Espartaco, quien desde los comienzos de la tradicin historiogrfica suscit comentarios favorables entre los historiadores4. Porque todos los autores que escribieron sobre la rebelin se situaron al otro lado de la trinchera, mostrando simpata por los romanos y repulsa por los rebeldes, casi sin matices. Incluso en el siglo iv y v, los autores cristia-nos manifestaron repulsa por Espartaco, porque, al parecer, el antiguo metus seruilis (miedo a los esclavos) les traa a la mente el nuevo metus barbari (miedo al brbaro), propio de su tiempo5.

    Hay que decir, antes de empezar a hablar de cada autor, que las ms antiguas historias de Espartaco que conocemos (las de Salustio y Tito Livio) aparecen en obras de poca triunviral o augstea, es decir, cuarenta o ms aos despus. Si bien casi todos los autores posteriores siguen a Salustio o a Livio indistintamente, hay muchos casos en que parece que hubo una tercera fuente desconocida, hoy perdida, quiz anterior a estos. Es lo que ocurre, fundamentalmente, con el nmero de gladiadores fugados de Capua, con el nmero de legionarios eje-cutados por Craso o con la descripcin de las batallas que aparece en Frontino6. Esta fuente intermedia entre Salustio y Livio ha sido iden-tificada con varios analistas tardos como Licinio Macro o Tanusio Gmino, pero es ms probable que se trate del historiador y poltico itlico de poca triunviral Asinio Polin7. En definitiva, como veremos

    Casio, fue su pertenencia (o vinculacin) a los ms altos estamentos de la sociedad romana.3 App. BC 1.117.4 G. Stampacchia, La tradizione della guerra di Spartaco da Sallustio a Orosio, Pisa, Giardini,

    1976. Veremos a lo largo del captulo en qu consiste esa tradicin historiogrfica de simpata por Espartaco. Entre los autores que no mencionar en este libro y que citan a Espartaco por su bravura estn Cicern, Frontn, Amiano Marcelino, la Historia Augusta, Claudiano y Sidonio Apolinar.

    5 G. Stampacchia, La tradizione, p. 160.6 Ibdem, p. 153-155.7 E. Gabba, Appiani Bellorum Civilium liber primus, Florencia, La Nuova Italia, 1958, pp.

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    a lo largo de este libro, las divergencias entre las fuentes en cada uno de los acontecimientos de la guerra de Espartaco, forman parte de esta historia casi tanto como ella misma.

    La fuente ms antigua de que disponemos sobre las guerras de Sicilia y la rebelin de Espartaco es la coleccin de discursos pronunciados por Marco Tulio Cicern (106-43 a.C.) hacia el ao 70 a.C. contra el gobernador de Sicilia, Gayo Verres, durante el juicio que se sigui contra l por corrupcin. Aunque las alusiones a la rebelin de Espartaco no son muchas, son muy significativas, tanto por la proximidad cronolgica de los hechos, como por la proximidad geogrfica del acusado (Sicilia) al protagonista de la rebelin (sur de Italia). Cicern haba nacido en Aquino, a mitad de camino entre Roma y Npoles, y tena unos treinta y tres aos cuando comenz la rebelin de Espartaco. Ya era senador y quera ser cnsul. Su postura poltica y moralista le situaba dentro de la corriente optimate, pero su condicin de homo nouus, es decir, el primer hombre de su familia que consegua ser senador, y su ambicin ilimitada de llegar a cnsul, le haca jugar a todas las bandas posibles. Por eso, l, un rico terrateniente optimate, se atrevi a actuar de fiscal contra Verres, un miembro de la aristocracia de su propia faccin, para congraciarse con los nuevos amos de Roma, Craso y Pompeyo. La rebelin de Espartaco, cuyo nombre no menciona en las Verrinas8, solo aparece para desarticular la defensa del acusado, quien clamaba que gracias a l los rebeldes no haban podido desembarcar en Sicilia. Para Cicern, los rebeldes no eran sino esclavos fugitivos que haban comenzado una guerra violenta y peligrosa para Roma y que no haban pasado a Sicilia gracias a la accin de Craso, no a las medidas tomadas por Verres, que segn l no fueron de mucha utilidad9. Hay que resaltar el hecho de que Cicern y sus parientes posean tierras en su regin natal de Aquino y en el sur

    8 Segn M. Doi, Spartacus uprising in Ciceros works, Index 17, 1989, pp. 191-203, Cicern fue el primero en utilizar como nombre comn el nombre de Espartaco para calificar a un hombre que amenaz el orden social romano, sobre todo en las Filpicas 3.21, 4.15 y 13.22.

    9 Cic. Verr. 2.5.5-6. Segn L.P. Wilkinson, Cicero and the relationship of oratory to literature, en E. J. Kenney (Ed.), The Cambridge History of Classical Literature, Cambridge, Cambridge University Press, vol. II, 1982, pp. 56-93, Verres fue gobernador de la isla en el ao 73 a.C., pero su mando fue prorrogado hasta el ao 70 a.C. precisamente por el peligro de contagio de la rebelin de Espartaco.

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    Las fuentes y los protagonistas

    de Italia, justo las zonas por donde pasaron las bandas de Espartaco. Es ms que posible que sus propiedades sufrieran destrozos por el paso de los rebeldes y por el de las tropas legionarias que les persiguieron, por lo que la postura de Cicern quiz estaba condicionada por una experiencia personal y por sus propios intereses de terrateniente sur-italiano.

    Es interesante, en este anlisis por necesidad breve de Cicern, el nombre con el que aludi a la rebelin de Espartaco: guerra de esclavos fugitivos. El calificativo de guerra servil lo pone en boca de Verres, quien, al parecer, consideraba la de Espartaco la tercera guerra servil de Roma, tras las dos acaecidas en Sicilia. No hay ninguna alusin en Cicern a la composicin social del ejrcito de Espartaco, a si en l haba solo esclavos o tambin campesinos, desertores y otros elementos no serviles. Para Cicern eran esclavos fugitivos que merecan la muerte por su osada y sus desmanes. Y, finalmente, solo se deba a Craso y, curioso que lo mencionara, a Pompeyo, el final de dicha guerra. Hay que sealar que Cicern solo menciona a Espartaco (y es importante que as lo haga porque es el autor ms antiguo que lo utiliza) como sinnimo de asesino y de bandido para aludir a su enemigo acrrimo Marco Antonio, el que haba de ordenar su asesinato poco despus10.

    Marco Terencio Varrn (116-27 a.C.), un autor algo mayor que Ci-cern, naci en Reate, en la Sabina, justo la regin por la que Esparta-co y sus rebeldes pasaron probablemente en dos ocasiones. Varrn fue un pompeyano ilustre que escribi una extensa obra enciclopdica, cuyo mximo exponente fueron sus Antiquitates en cuarenta y un li-bros11. De Varrn se conserva una cita de una obra suya desaparecida, en la que afirma que Espartaco haba sido condenado ad gladiatorium, es decir, que haba sido vendido como esclavo a un lanista propietario de gladiadores, o que haba sido condenado a ser gladiador, por algn crimen cometido, pese a ser inocente de dicho crimen. El fragmento, transmitido por el gramtico del siglo iv Flavio Carisio, no se conserva ntegramente, y las palabras ad gladiatorium son una inferencia de los

    10 Cic. Phil. 3.21, 4.15 y 13.22.11 J.L. Posadas, La Repblica, das dorados de los Anales, Historia 16, 266, 1998, pp. 28-33.

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    eruditos expertos en dicho gramtico12. Pero, fuera cual fuera la con-dena, s que aparece claramente en Varrn la inocencia de Espartaco. Estamos aqu con la primera fuente positiva de la figura de Espartaco, una fuente cercana a los hechos que quiz tuvo influencia en otros autores, y que comenz una tradicin mitificadora de la figura del lder de los esclavos. Es posible que la filiacin pompeyana de Varrn, al fin y al cabo el mximo rival de Craso en la poca de la guerra de Espartaco, influyera en la mitificacin del rebelde, para contraponer su figura mtica a la denostada de Craso.

    Gayo Julio Csar (100-44 a.C.) no necesita presentacin. Fue el ltimo dictador romano y, para muchos incluido yo mismo, el primer emperador de Roma, aunque sin ostentar dicho ttulo ms que en su sentido de general cum imperium13. Csar fue contemporneo a los hechos de la rebelin de Espartaco. Consta que fue elegido en el ao 72 a.C. (con veintiocho aos) uno de los veinticuatro tribunos mili-tares. Como tribuno militar, es posible que Csar participara, bien en alguno de los ejrcitos dirigidos por los pretores, bien en los consulares que aquel ao intentaron vencer a Espartaco14. No sabemos a ciencia cierta si esto fue as, pero es posible, porque en su obra sobre la guerra de las Galias, Csar menciona la rebelin de los esclavos y parece co-nocer cmo se desarroll. En esa obra, en medio de una arenga a los soldados antes de una batalla contra Ariovisto y sus germanos, Csar se enfrenta al miedo de sus subordinados. Su argumento fue preciso: ya se haba vencido a los germanos, primero en la guerra contra cim-brios y teutones, y segundo en la rebelin de los esclavos, rebelin que l llama seruili tumultu, es decir, un levantamiento armado y servil improvisado. Tambin es de resear que coloque como ejemplo de victoria de los romanos sobre los germanos y galos a la rebelin de Es-partaco. Quiz se viera contemporneamente a esta como una guerra protagonizada mayoritariamente por galos y germanos. De ah, quiz,

    12 Char. 1.133 Keil. Inferencia de Niebuhr.13 J.L. Posadas, Los emperadores romanos y el sexo, Madrid, Slex ediciones, 2011, p. 35 y nota 1.14 J.M. Roldn, Csares, Madrid, La esfera de los libros, 2008, p. 42. Por ahora, es imposible

    saberlo de cierto, aunque, segn una certera anotacin a este libro del doctor Miguel ngel Novillo, conociendo como era, Csar habra dejado testimonio de su participacin en el conflicto.

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    Las fuentes y los protagonistas

    la insistencia de las fuentes posteriores en los contingentes galos de Criso o germanos, derrotados por separado por varios generales roma-nos, entre ellos Craso.

    El poltico romano Gayo Salustio Crispo (hacia 86-hacia 35 a.C.) naci en Amiterno (Sabina), en el centro de Italia. Aunque es probable que en la poca de la rebelin de Espartaco, cuando tena entre 13 y 16 aos, es decir, en su mayora de edad, Salustio residiera ya en Roma, donde haba comenzado sus estudios, quiz su familia y amigos con-tinuaran viviendo en Amiterno. El paso de los ejrcitos de Espartaco, los cnsules y Craso pudieron dejar huella en las propiedades fami-liares o en las aldeas y pueblos de su regin natal, cosa que le pudo marcar e influir a la hora de escribir sobre la rebelin.

    Salustio fue un poltico de poca fortuna. Milit siempre en la fac-cin popular, pero primero fue simpatizante de Craso, y luego de C-sar, en cuyas filas sirvi durante la guerra civil. Salustio consideraba que la literatura estaba al servicio de la poltica, y sus primeras obras, dos cartas a Csar, estn trufadas de consejos polticos dirigidos a su lder. Sin embargo, tanto la actuacin de Salustio durante la guerra, con ms reveses que victorias en su haber, y su nefasto gobierno pro-vincial del frica Nova, la nueva provincia creada por Csar en la zona de Tnez occidental, hizo que se viera obligado a dejar la poltica activa para refugiarse en su villa y jardines de Roma, y en la escritura de libros de historia.

    Sus primeras obras, monografas dedicadas a la guerra de Jugur-ta, en la que descoll Mario, el to de Csar, y a la conspiracin de Catilina, en la que su lder aparece limpio de culpa y de implicacin en dicha conspiracin, no fueron sino intentos de seguir influyendo en la poltica de la poca prestando servicios ideolgicos a la faccin cesariana. Porque dichas monografas aparecieron durante los con-vulsos aos que siguieron a la muerte de Julio Csar, poca en que la faccin cesariana se disputaba el poder espada en mano. Salustio sobrevivi a estos aos y a las crueles proscripciones del triunvirato porque pas a formar parte, probablemente, del bando liderado por

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    Marco Antonio15. Fue tras