España Peregrina Año i num 8 9 octubre de 1940

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ESPAÑA PEREGRINA JUNTA DE CULTURA E S P A Ñ O L A 8-9 SUMARIO *** ................................. Doce de Octubre, fiesta del Nuevo Mundo Alfonso Reyes ................ Elegía............................................................... Luis E. Valcárcel ........... Mensaje peruano ....................................... . Pablo Neruda ................... Reunión bajo las nuevas banderas ............ Waldo Frank .................. Carta abierta a “España Peregrina” ......... Leopoldo Lugones ......... Voz de la Argentina ................................. -- Gabriela M istral ........... Un ruego .................................................... -- Manuel Márquez ........... Cajal y el “Imperio” español..................... Eugenio Im az .................. En busca de nuestro tiem po ...................... » Juan Larrea .................... El Paraíso en el Nuevo Mundo, de León Pinelo....................................................... Documentos para la historia ................... Creación del Museo y Biblioteca de Indias en Madrid “España Peregrina” a todos sus lectores...................................... América y “España Peregrina” ..................................................... La Nube y el Reloj, de Cardoza y Aragón, por José Renau ----- Nabi, de José Carner, por Isidoro Enríquez Calleja ..................... 51 55 56 57 61 62 63- 6S 67 74 95 102 113 116 119 120 Memorias de Ultratumba Registro Bibliográfico, por Agustín Millares.

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E S P A Ñ AP E R E G R I N A

JU N T A D E C U L T U R A

E S P A Ñ O L A

8-9S U M A R I O

*** ................................. Doce de Octubre, fiesta del Nuevo MundoAlfonso R eyes................ Elegía...............................................................Luis E. Valcárcel........... Mensaje peruano ....................................... .Pablo Neruda................... Reunión bajo las nuevas banderas............Waldo F ra n k .................. Carta abierta a “España Peregrina” .........Leopoldo Lugones......... Voz de la A rgentina .................................--Gabriela M is tra l........... Un ru eg o .................................................... --Manuel M árquez........... Cajal y el “Imperio” español.....................Eugenio Im az .................. En busca de nuestro tie m p o ......................»Juan L a rre a .................... El Paraíso en el Nuevo Mundo, de León

Pinelo.......................................................

Documentos para la historia ...................Creación del Museo y Biblioteca de Indias en Madrid

“España Peregrina” a todos sus lectores......................................América y “España Peregrina” .....................................................La Nube y el Reloj, de Cardoza y Aragón, por José R enau-----Nabi, de José Carner, por Isidoro Enríquez C alleja.....................

51555657 61 62 63- 6S 67

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951021131 1 61 1 9120

Memorias de Ultratumba

Registro Bibliográfico, por Agustín Millares.

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J U N T A D E C U L T U R A E S P A Ñ O L A

ESTA TU TO S DE LA JU N TA D E CU LTU RA ESPA Ñ O L A

IL a J u n ta de C u ltu ra E sp a ñ o la re p re s e n ta la vo lun­

ta d de a s e g u ra r la p ro p ia f iso n o m ía e sp ir i tu a l de la c u l tu ra esp añ o la , fav o rec iendo su n a tu ra l desa rro llo y. co n secuen tem en te , la de u n ir y a y u d a r en su s tra b a jo s a los in te lec tu a les españo les ex o a triad o s .

II

E s m isió n de la J u n ta s u p lir con su p re sen c ia ac­tiv a y v ig ila n te y con u n e s p ír i tu colectivo de s a c r if i­cio la acc ió n de los o rgan ism os ofic ia les, de la s ins­titu c io n es de to d o g én e ro y de los es tím u los y ex igencias del am b ien te , que en la in te g rid a d de la v ida e sp añ o la p ro m o v ían y a seg u ra b a n el desenvo lv im ien to de n u e s ira c u l tu ra . •

III

E s p ro p ó sito de la J u n ta e v i ta r la d isg reg ac ió n de los in te le c tu a le s ex p a triad o s , es tab lec iendo e n t r e ellos re lac ió n c o n s ta n te , su sc itan d o y apoyando c ie r ta s in i­c ia tiv a s . coo rd inando o tra s , y p ro cu ran d o , p o r todos los m edios a su a lcan ce , que se es tab lezcan en el d e s tie rro los ó rg an o ? de c rea c ió n , ex p re s ió n y conservac ión de la c u l tu ra esp añ o la au e se ju zg u en necesario s .

IV

C om pete a la J u n ta e s ta b lece r co labo ración e in ­te rcam b io con la s en tidades e in s titu c io n es cu ltu ra le s del e x tra n je ro y con su s cen tro s de in v e stig ac ió n y en se ñ a n ­z a p a r a con seg u ir que. p o r su in term ed io , se m a n te n g a n y a m p líe n aque llas re lac iones c u ltu ra le s a u e so n ind is­pensab les p a ra su p ro p io d esarro llo .

V

E s . asim ism o, m isió n de la J u n ta p ro m o v e r v h a c e r e fe c tiv a s am istad es y apoyos a la c u l tu ra e sp añ o la en. e l e x t ra n je ro p o r aque llos m edios au e en c a d a p a ís y e n cad a m om en to p a rez can m ás indicados p a ra conse­

gu irlo . Con este ob je to , la J u n ta p ro m o v e rá la creación de ag ru p ac io n es de “A m igos de la C u ltu ra Española'* en su sede c e n tra l , en la s localidades donde funcione u n a deleg ac ió n de la J u n ta , y en aquellos o tro s lugares que se e s tim e conven ien te .

VI

L a J u n ta de C u ltu ra E sp añ o la se considera in te g ra ­d a p o r aquellos españo les en los que c o n c u rra la doble c a l id a d : de e s ta r des te rra d o s y de s e r creadores q m an­ten ed o res de la c u l tu ra españo la. D e todos ellos h$ rá u n a re lac ió n n o m in a l. L a J u n ta de C u ltu ra E sp añ o la se co n s id e ra ig u a lm e n te in te g ra d a po r aau e lla s en tidades que, d e sa rro llan d o u n a o b ra c u l tu ra l , m a n if ie s ten su a d h e sió n a la J u n ta y se p re s te n , s i a ello se les re ­q u ir ie ra , a c o lab o ra r a sus f in e s en la fo rm a au e en cad a caso se de te rm in e .

V II

L a J u n ta de C u ltu ra E sp añ o la se r ig e p o r u n di­rec to rio . in te g ra d o p o r sus fu n d ad o re s y p o r la s persogas que és to s vayan designando . E ste d irec to rio p o d rá dele­g a r todas o a lg u n as de sus funciones en u n S ecre ta riad o o C om isión E jecu tiv a .

VIH

L a sede c e n tra l de la J u n ta de C u ltu ra E spaño la e s tá a c tu a lm e n te en M éxico. D. F . Se es tab lece rán dele­gac iones de la J u n ta en los pa íses donde se considere o p o rtu n o . Sus m odalidades de co n s titu c ió n y funciona­m ien to se d e te rm in a rá n en cada caso.

IX

L a J u n ta de C u ltu ra E sp añ o la , a s í como laa D elega­ciones q u e se v ay a n estab leciendo , s e so m ete rán a ¿as d isposiciones legales v ig en tes en los p a íse s respectivos, que les p e rm ita n a d q u ir ir u n a perso n a lid ad ju r íd ic a con la q ue p u ed a n h a c e r adqu isiciones, c e leb ra r co n tra to s , etc.

ESPAÑ A PEREGRINAD I N A M A R C A 8 0---- M E X I C O . D , F .

PUBLICACION MENSUAL DE LA JUNTA DE CULTURA ESPAÑOLA

Número suelto .................................................. Un peso.Suscripción anual:

México................................................... Diez pesos.Países de Am érica................................. Dos dólares.Otros países .......................................... Dos y medio dólares.

Edición en papel de lujo (100 ejs.):México, anualmente ............................. Veinte pesos.Países de Am érica................................. Cuatro dólares.Otros países ........................................... Cinco dólares.

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ESPAÑA PEREGRINAJ U N T A DE CU LTURA ESPAÑO LA

Registrado como artículo de 2» clase on la A dm inistración de Correos de M éxico, D . ? . , coa fecha 28 de febrero d e 1V4Ü

Tomo II 12 de Octubre de 1940 Núm. 8-9

DOCE DE OCTUBRE, FIESTA DEL NUEVO MUNDO

Si lo que se descubrió, lo que al mundo vino el 12 de octubre de 1492 no fué Es­paña sino América, ¿cómo en provecho pro­pio trata cierta España de usurpar un ani­versario que en realidad pertenece al Nuevo Mundo? ¿A quién puede satisfacer esa insustancialidad del DIA DE LA RAZA con que un grupo de hombres pretende atribuirse feudos hereditarios; a quien, por otra parte, ese DIA DE COLON que arbo­lan los no españoles para, sin franquear el nivel de lo insignificante, tener acceso de prestado a una fiesta que, por su natura- leía universal, pertenece a la humanidad entera?

Feria de simpleias y juegos de villanos en esta antesala de lo universal en que, be- Ugerando sobre sus deformidades, los bufo­nes matan algo más que el tiempo. La verdadera fiesta, mientras tanto, tiene lugar honda, recatadamente en los pechos donde se embalsa la tradición y se ambicionan porvenires más nobles. Convaleciente el es­píritu humano del fuerte traumatismo del medioevo, tiinados aun sus ojos con las tinieblas que las primeras luces del alba dispersaban trabajosamente, la fogosa bue­na nueva se propagó un día. El océano ba­hía sido vencido, la jaula abierta. Más allá había nuevos territorios y gentes. El orbe mostraba su presunta, universal redondea tel como era en sí. De este a oeste resonó Europa como un laúd, bien tensas las fibras de la esperança, porque si la materialidad del suceso se cifraba en unos pocos beneficios Particulares, el provecho espiritual era, en cambio, uno mismo para todos, y la imagi­nación podía darse al placer de roturar ho­

rizontes sembrando alas para una celeste primavera futura. Tuvieron, no obstante, que pasar años para que los hombres adqui­rieran conciencia de la realidad exacta de las cosas. No sólo era un continente desco­nocido lo que la luz del alba aventuraba sino un Nuevo Mundo. ¡Un Mundo Nue­vo! Por la naturaleza integral de su con­tenido, esto era lo en verdad trascendente. Tanto que, a despecho de la arrogancia de descubridores y conquistadores, las tierras nuevas ostentan desde entonces el nombre no-español de Américo Vespucio, que al lla­marla en vez primera por su nombre de Mundo Nuevo, dió a Europa conciencia de la verdadera sustancia americana. Sobre la materialidad del descubrimiento prevale­cía, pues, su espíritu. En occidente donde no había hecho aún su aparición el oro de Indias, corrían a la saçón fuertes aires espi­rituales. Acababa de nacer la imprenta que ponía al alcance de vastos sectores del or­ganismo social, la vida del pensamiento y de la cultura, prometiendo hacerlo para los otros. A hora el nuevo continente anunciaba, entre otras cosas, el triunfo revolucionario de la conciencia, que es ciencia genérica, para todos, fija y verdadera esencia uni­versal del mundo nuevo frente a la dubi- tante del antiguo. Y que es, por tanto, la realidad superior que, por su índole colec­tiva, pertenece exclusivamente a la humani­dad en su concepto unitario, al amor del hombre, y no a ninguna de sus fracciones.

Cuando se aborda, pues, la celebración de este suceso con miras interesadas sólo se consigue rebajar a nivel de abdomen el sen­tido trascendente de la historia. Bajo el

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vendaje de su centripetismo muchas gentes se conducen hoy como aquellos descubrido­res que, instrumentos ciegos, murieron vír­genes en el espíritu, sin haber verificado un intercambio de luces con el Mundo Nue­vo, sin haberle conocido ni sido fecundados por él. También hoy a su semejanza exis­ten enjambres de personas estériles que ha­blan español, inconscientes de la naturaleza del Nuevo Mundo y de sus extraordinarias posibilidades, quienes tratan por ello de arrogarse el poder, la hegemonía, con un concepto de espiritualidad digno de los re­tuertos cerebros militares de la España atá­vica a cuya medida fué concebido.

Sí, el Doce de Octubre es en verdad la fiesta de aquellos que entre penosos vis­lumbres esperan desde entonces el adveni­miento de un mundo o sistema nuevo, de un estado de conciencia correspondiente a una sociedad más perfecta que la actual de que todos somos víctimas, de un más allá de los océanos subjetivos que separan los grandes tramos de la espiritualidad huma­na. Y es fiesta para el pueblo español en cuanto que éste no conoce más razón de ser en el espíritu que la de complacerse en lo universal a que tendía metafóricamente su catolicismo, de negarse en aquello que, por ser humano, de todos es. Ya no hacen falta pruebas. Ahí está como un cántaro roto esa rosa nuestra de la guerra, confesada hoy por tantos enrojecidos párpados, para siem­pre viva, en encendido, en inalterable tes­timonio.

Doce de Octubre. Gran fiesta para el pueblo libre de España, su fiesta más honda desde que por su cauce natural desembocó en el universo. Sucede así que, mientras en el amordazado territorio peninsular reina un silencio de muerte que apesadumbran la soldadesca de plomo y de mentira, el oro­pélente clericalismo y las mudas desgañita- ciones de Falange, la España-Madre ha lan­zado a América, en este trance universal, un jirón de sí misma saturado de la elocuente virtualidad de la sangre y del fuego. Entre nosotros palpita el espíritu popular de Es­paña, generoso y vivo, dándose una vez más al Nuevo Mundo. Nada pretende para si. No propone el predominio de una clase, de un grupo histórico o racial, de una intere­sada jerarquía, sino el triunfo de aquello

que a todos es común, del sistema benefi­cioso para todos los pueblos y dentro de ellos para los individuos todos. Libertadora por libertada, España está presente en este día, consustanciada con quienes en su tras­cendencia creen, ayudando a encontrar los benéficos rumbos, los certeros caminos ma­teriales, a madurar con su calor de madre las mieses pacíficas del mañana. No porque seamos nosotros pobres y despreciados como lo fueron los pescadores del Tiberíades, no porque seamos hombres vulgares y sin es­pecial nobleza, como los descubridores, no por mucho que nos difamen, calumnien t invectiven, ha de dejar la verdad de ser verdad ni el Nuevo Mundo de ser tal para hombres y pueblos.

En lo que nos toca, y a fin de que oigan los que quieran oírnos, hemos de conmemo­rar públicamente este día, renovando nues­tra posición moral, nuestra ya enunciado compromiso de entregarnos por entero al advenimiento del Nuevo Mundo, que es al mismo tiempo y frente al concepto subs- tractivo de hispanidad, la exaltación del verdadero espíritu de España. Conviene que para ello hagamos un rápido examen de conciencia.

¿Qué somos? Efusión de espíritu, la re­presentación del pueblo español que, reali­zando su destino, se proyecta más allá de su muerte, la muerte del sistema de que procede. No existen para nosotros, expatriados, pro­blemas económicos de orden colectivo. Nos envuelve, en cambio, colectivamente un pro­blema de orden extramaterial, en el que in­corpóreamente somos, el problema de la jus­ticia y de la verdad porque clama el pueblo español, lo mismo hacia el pasado que hacia el futuro y con él todos los pueblos y l°s individuos libres. Somos un principio, un germen social afirmado más allá de la fuer­za y por encima de la economía, una enti­dad especializada instrumentalmente por la historia para entrar en contacto con una serie de realidades espirituales que otros organismos dedicados a solventar diferentes aspectos de la transformación histórica, re­legan al futuro porque ni los sienten boj ni los presienten. Somos una necesidad de justicia, la encarnación de la milenaria as­piración n la verdadera justicia que es con­ciencia. No alcanzaremos, pues, la plenitu

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de nuestro destino mientras no nos entre­guemos por entero al fuego del amor que, sublimándonos, nos lance por todos los ca­ninos espirituales del hombre al encuentro de las verdades que por su propio peso cur­van hacia nosotros las ramas maestras del tiempo. Por conducto del pueblo español han de verterse raudales de conciencia universal que fecunden la acción justa y conducente a ese mundo nuevo, han de hermanarse en un mutuo convencimiento los pueblos y los hombres todos. He aquí a grandes rasgos nuestra obra.

Contemplemos, para no perder el hilo creador, las vastas perspectivas de la evo­lución humana sobre la tierra. Veamos al hombre, saliendo durante decenas de siglos de su ganga animal, hacia atrás, ciegamente, en el sentido contrario al de sus ojos, como de su capullo sale la crisálida, y percibiendo, enterándose, pues, de todo a posteriori. Con­sideremos el forcejeo ascendente que infor­ma sus incesantes luchas mientras que en su fuero subjetivo, en el socavón de su no­che, empieqa a pasear su lucecilla un prin­cipio consciente que, por reflexión del medio y con la experiencia de los siglos, acaba por convertirse en un sueño de perfección proyectado hacia un despertar futuro. Si­gámosle en su trayectoria sucesiva, imagi­nando cómo, bajo el influjo creador de las figuras históricas naturales o sobrenatura­les que operan fuertemente sobre su ámbito, se realiza paso a paso la diferenciación de la conciencia individual en un plano tras­cendente, descubriéndose la posibilidad de adquirir un sentido interior nuevo que le facidte para percibir directamente reali­dades del espíritu cuya existencia intuye a penas por conducto de sentidos más rudi­mentarios. Admirémosle, exteriorizando por medio de la palabra complejas armonías existenciales, desplegando en otro plano, co­mo un jardín colgante, una razón de natu- raleza colectiva donde habrá de ubicarse un mundo de ideas, de objetos espirituales con los que en su día podrá alimentar su fuego interior y familiarizarse con los so­nidos que desprenden las más profundas copas corticales de la vida. Mirémosle a medio camino evolutivo, organizando a im­pulsos de su esencia colectiva y obedeciendo a determinantes de orden material y com­

plementario, sociedades ya no rudimenta­rias, agrupaciones diversas, elevadas cultu­ras, cuerpos económicos cada vez más complejos y siempre separados entre sí por hileras ferocísimas de dientes. Poblado densamente el mundo, fijados los anhelos transformativos —revolucionarios conscien­temente o no—, en sistemas cuyas raíces se afianzan en un magma de personas elemen­tales, la avalancha de los descubrimientos que ha puesto armas cada vez mds destruc­toras en manos de los instintos de dominio aun no absorbidos, ha dado ocasión a terri­bles duelos, a sangrientas contiendas, hasta llegar a las carnicerías exterminantes, a los lagares apocalípticos de estos últimos tiem­pos. Todo palpita, todo se mueve, todo prospera en función de esta crepuscular, de esta inmensa, de esta vertiginosa y torren­cial rosa de las sangres. Los valores del espíritu, de evolución más lenta, circunscri­tos a un viejo concepto individualista, han sido ahogados por el desprendimiento de tierra que el materialismo ha traído con sigo, por la irrupción de la técnica indus­trial conducida por los instintos elementales que, organizándose en entidades colectivas, en clases y estados, tratan de vencer por la fuerza y no de convencer por el espíritu a los demás hombres. La mariposa sigue sa­liendo hacia atrás de su capullo sin ver más que la antigua envoltura, la realidad pre­térita que yace ante sus ojos. ¿Mas deberá ser esto siempre así? ¿O habrá de llegar el día en que aparezca sobre la tierra, por su­peración de la escala viviente, un organismo cuyo sistema motor, adecuado al vuelo, se halle regido, en primer término, por la vi­sión del medio vivificante, por la conciencia que es ciencia colectiva, el cual justifique a posteriori los trabajos del hombre, una organización producida por la exterioriza- ción de su naturaleza social en la que el individuo deje de sentir sobre el ápice sen­sible del cerebro, el peso específico del va­cío y en la que todos los pueblos, dentro de una obra común, se sientan protegidos, to­dos hermanos? Sí, llegará ese día. No existe para la afirmativa mejor prueba al absurdo que la que hoy nos proponen los aconteci­mientos producidos por el principio dual de enemistad, llevado a su extremo paroxismo. La sociedad de hombres y pueblos en un

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nuevo concepto de la vida parece necesaria. A ella se vincula la universalidad a cuyo borde nos agitamos, a ella conduce el espí­ritu del pueblo español, ella se identifica con el Nuevo Mundo, que hoy se conme­mora. Otros contribuyen inconscientemente a su realización en el orden material, en el plano de fuerza. Nosotros hemos de hacerlo con la virtualidad del espíritu, por media­ción de la dinámica consciente. El tiempo urge. Difícil es poder dudar de que esta hora de cataclismo es así porque el reinado del hombre ha entrado en inminencia.

Reflexionando sobre el anterior esque­ma o cuadro de marcha de la humanidad, resulta evidente que en un momento crítico de la historia, en el momento de tránsito de lo personal a lo colectivo, de uno a otro sis­tema económico, de uno a otro plano de conciencia, ha de constituirse una colecti­vidad desinteresada, distinta a todo lo basta aquí conocido, llamada a enfrentarse con las tareas específicamente espirituales que la transformación propone. Este es el caso del pueblo español, de esta España Peregri­na que, nacida en un sistema, es traspuesta a otro como la alada mariposa surgida de la transmutación del gusano. No es impro­pio que ese pueblo haya sido hipócritamente victimado en nombre de la caridad de Cris­to, es decir, por el espíritu del Anticristo. Después de la cruenta trilla de que ha sido objeto, por la que se han separado la paja del grano que estuvieron unidos mientras

. . . H A S T A L A

la planta crecía —la España sanguinaria de los conquistadores y buscadores de riquezas sin escrúpulo, los deicidas de hoy, y la Es­paña popular, abnegada, a flor de tierra y de ternura como el pan— hacia América, hacia el auténtico Nuevo Mundo, esta úl­tima se ha proyectado, desarrollando por metamorfosis su condición celeste. Llega el tiempo primaveral del brote de las alas sem­bradas hace siglos. Aunque todavía no ha­ya adquirido plena conciencia de su reali­dad, aquí se encuentra ya la emisión espiritual de España, dispuesta a entrar en contacto con la lucidez neomííndica de Amé­rica, con las “luminosas almas” rubenia- nas, para lanzarse todos juntos a la conquis­ta del Nuevo Mundo, a la realización de la amorosa, de la divina ciudad del hombre, del sistema integral porque suspira el género humano desde el inicio de los tiempos.

Doce de octubre. Que belfos matarifes y espíritus gregarios se complazcan cele­brando el concepto zoofílico de raza. Que invoquen a Colón los colonizadores. Frente a toda sustracción, sobre todo si con el nombre de “HISPANIDAD” se encubre, de libertad, de Mundo Nuevo, de humanidad triunfante hablaremos los herederos de quie­nes, regándolos-con sus lágrimas, han visto brotar y despegarse nuestros ojos del humo primitivo, los que hundimos la antorcha en el corazón de la noche.

* * *

S E P U L T U R A

La tiranía de los Reyes de la Casa de Austria, su mal gobierno y las crueldades del Santo Oficio, no fueron causas de nuestra decadencia; fueron meros síntomas de una en­fermedad espantosa que devoraba el cuerpo social entero... Fue una fiebre de orgullo, un delirio de soberbia que la prosperidad hizo brotar en los ánimos al triunfar después de ocho siglos en la lucha contra los infieles. Nos llenamos de fanatismo a la judaica. De aquí nuestro divorcio y aislamiento del resto de Europa... Nos creimos un nuevo pueblo de Dios; confundimos la religión con el egoísmo patriótico; nos propusimos el dominio universal, sirviéndonos la cruz de enseña o de lábaro para alcanzar el imperio. El gran movimiento de que ha nacido la ciencia y la civilización moderna, y al cual dió España el primer impulso, pasó sin que lo notásemos, merced a! desdén ignorante y al engreimiento fanático.

Juan VALERA

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E L E

Malos hados presidieron siempre a es­tas celebraciones simbólicas que se dió en llamar la fiesta de la Raza. Primero se nos deshacían en vanas verbalidades y en ejer­cicios de epídíctica oficial, el peor género de retórica que conoce el mundo. Luego, tienden a contaminarse con ese tufo de sangre y crimen que hoy por hoy acompaña a la política fundada en los pretextos étni­cos. La ciencia rebajada én alcahueta de las ambiciones imperiales le llama raza a lo que manden los dioses bestiales de la gue­rra. Por último, en estos días de ferias agrí­colas y ganaderas, ya no sabe uno, cuando se habla de raza, si se trata de los bípedos envilecidos o de los irresponsables cuadrúpe­dos. Y todavía, colmo de los colmos y abo­minación sobre abominación, andan por ahí haciendo, debajo de la palabra hispa­nismo, no sé qué ruido de hojalatería ba­rata que le roba toda su dignidad, su sen­tido de civilización y concordia. Y para hablar de fiestas estamos entre este sem­bradero de tumbas. Y ya no es posible pensar siquiera con serenidad, con sinceri­dad, con candor, en aquellas grandes no­ciones que han sido, para la humanidad, faros de esperanza, banderas de luz entre las tempestades del mundo. ¡Oh, no hay más raza que la humana, ni caen fuera de ella más que los hombres enemigos del hombre! Ya no hay, otra vez, más que el bien y el mal absolutos, a uno y otro lado de la espada que parte en dos mitades la tierra. ¡Fiesta de la Raza, quién te vió y quién te ve: propuesta un día a la medita­ción de los pueblos como cifra y norma de ideales que integran y completan el ser de las naciones hermanas; hundida hoy ce­nagosamente en aquel caos de Empédocles donde flotan las miradas sin ojos, los gri­tos sin garganta y todos los miembros desarticulados, como antes de que se alzara, entre las formas confusas, el pobre mu­ñeco de barro que soñó en imponer el cos­mos sobre el caos y en recomponer la mole con la mente!

G I APor Alfonso REYES

Y acá por América, agarrados a la últi­ma orilla, unos cuantos náufragos: la Améri­ca que nació para fertilizar los suelos utó­picos del mundo, los anhelos y los ensayos de la República perfecta; la América don­de Vasco de Quiroga fundaba sus institu­ciones de amor y de trabajo; la América de la nueva libertad que buscaron los pe­regrinos; la América donde los refugiados todavía esperan del bien; la América cuyos hijos se nos andan dejando embaucar por una sirena que es más bien medusa: sierpes los cabellos, relámpagos los ojos, desapa­cibles rugidos las canciones y el alma vuel­ta de revés.

Y sin embargo, hay que persistir. El mal no ha vencido, mientras haya un puño que se levante. Todas las religiones juntas y todos las filosofías a un tiempo están de nuestra parte. “Aún hay sol en las bardas”, dice Don Quijote. Hay que hacer fuego con la conciencia, usar la verdad como cata­pulta.

No he de callar, por más que con el dedo,ya tocando la boca o ya la frente,silencio avises o amenaces miedo.Pero demos su parte al dolor y su parte

a la meditación; su hora al llanto y su hora al pensamiento, como dice —más o me­nos— el Eclesiastès. América ha absorbido a España en su seno. Ahora sí que somos de la misma sangre. Nada de Metrópoli y colonias. Nada de cambiarse injurias o pa­labras ceremoniales de uno a otro lado del mar. Acá está, entre nosotros, lo que to­davía se salva. Hagamos el inventario, con­temos los huecos en las filas y que se le­vanten los muertos. Seamos capaces del destino. Aquí está la masa, quí están las manos. Que no falte la voluntad. Hasta la vergüenza se cansa de exhibir sus ver­güenzas. El que perdura tiene razón. No estemos de más sobre la Tierra. Hay que esperar labrando. Nosotros no importamos ya: importan nuestros hijos, a quienes tene­mos que legar, al menos, una memoria hon­rada. para que no nazcan vencidos.

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M E N S A J E

Muy distinguidos compañeros:No es sino con viva simpatía que reci­

bimos en el Perú las gratas noticias de la brillante actividad desplegada por la Junta de Cultura Española, desde el momento de su instalación en la capital de esa gran pa­tria hermana. Primero, la lectura de la en- jundiosa revista España Peregrina, y de la Declaración del grupo; después la del libro de nuestro querido e inolvidable Vallejo, España aparta de mí este calii, preparado y prologado con tanto cariño peruanista por ustedes; en fin, la obra extraordinaria de amparo y protección a los millares de escritores, artistas, científicos, maestros, en tan angustioso trance fuera de España; to­do este conjunto de nobilísimas acciones ha impresionado profundamente a la intelec­tualidad del Perú. No podemos menos que enviarles un cálido mensaje de adhesión fra­terna y nuestros votos porque mejores días sonrían a tantos compañeros caídos en des­gracia. Confiamos en que pronto se reali­ce un acuerdo entre las distintas naciones americanas para ofrecer acogida a los milla­res de hombres Utilísimos, positivos crea­dores y mantenedores de cultura de que tanta necesidad tiene nuestro Continente y que hoy el destino pone a su alcance. La preparación, la disciplina, la vasta expe­riencia de profesores prestigiosos, la exqui­sita cultura de escritores y artistas, el sa­ber de investigadores y estudiosos son hoy necesarísimos en nuestra América, urgida por el ritmo violento de la historia de nues­tra época para acelerar su propio proceso cultural, nivelándonos con Europa en ap­titud para la lucha superior de la inteligen­cia. A diferencia de la ola que cayó sobre las Indias, a principios del siglo XVI, nues­tras playas reciben hoy, en esta nueva gran marea, no a aventureros ignaros, a truha­nes y gentes de presa, atraídos por el oro, sino a representantes de la más depurada civilización ibérica que llegan a estas tie­rras en éxodo trágico, mucho más doliente

P E R U A N O

y desgarrador que los inmigrantes del “May- flower”. Estos europeos, españoles de la au­téntica España, traen consigo, como llama viviente, la pasión de la libertad, que, aho­ra en el mundo, no tiene otra atmósfera posible que la atmósfera de América. Vie­nen a nosotros no en plan de conquista, no empenachados de la soberbia de los descu­bridores, sino en actitud fraterna, un poco como hijo-pródigos que vuelven al hogar; donde el amor restañará las heridas. Sí, después de vuestra lucha tremenda, de la guerra cruel, hallaréis en los tranquilos pue­blos de este hemisferio esa pausa, ese ritmo lento, que os devolverá el equilibrio. Aquí en la vastedad de nuestras pampas, bajo la égida de las montañas, en el abierto y des­poblado continente, no existen, no pueden existir, los problemas angustiosos de Euro­pa. Nada justificaría que los creásemos, en una locura de imitación. Este clima de América es proclive a una política de am­plitud, de generosidad, de tolerancia, de so­luciones domésticas para todos los proble­mas, vale decir de genuina democracia, de pura y verdadera libertad. No necesitamos la regimentación, el racionamiento ni demás bárbaras restricciones. Este es y puede se­guir siendo el Continente feliz.

Queremos que los españoles peregrinos convivan en nuestra comunidad. Están abiertos los hogares para cuantos quieran partir con nosotros el pan. Sólo negaremos nuestra amistad a quienes, obcecados o te­merarios, pretenden servir intereses contra­rios a los nuestros: nada que recuerde im­perialismos inhumanos, nada que insinúe deserción de nuestros principios vitales: De­mocracia y Libertad.

Los peruanos prometemos cooperar en la noble obra en que la Junta de Cultura Española está empeñada.

Muy cordialmente:

Luis E. VALCARCEL.

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R E U N I O N B A J O L A S N U E V A S B A N D E R A S

Por Pablo NERUDA.

QUIEN ha mentidof El pie de la azucena roto, insondable, oscurecido, todo lleno de herida y resplandor oscuro!Todo, la norma de ola en ola en ola el impreciso túmulo del ámbar, y las ásperas gotas de la espiga!Fundé mi pecho en esto, escuché toda la sal funesta, de noche fui a plantar mis raíces, averigüé lo amargo de la tierra, todo fué para mí noche o relámpago : cera secreta cupo en mi cabera y derramó cenizas en mis huellas.

Y para quién busqué este pulso frío sino para una muerte?Y qué instrumento perdí en las tinieblas desamparadas, donde nadie me oye?No,ya era tiempo, huid sombras de sangre,hielos de estrella, retroceded al paso de los pasos humanos, y alejad de mis pies la negra sombra!

Yo de los hombres tengo la misma mano herida, yo sostengo la misma copa roja e igual asombro enfurecido:

un díapalpitante de sueños humanos, un salvaje cereal ha ¡legado a mi devoradora noche para que junte mis pasos de lobo a los pasos del hombre.

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Y así reunidoduramente central, no busco asilo en los dormidos huecos del llanto: muestro la pura espiga y la radiante cepa: el pan del hombre, el venidero día.

Dónde está tu sitio en la rosa?En dónde está tu párpado de tierra?Olvidaste esos dedos de sudor que enloquecen detrás del hierro contra el beso triturado?

Paz para tí, sol sombrío,paz para tí, dios ausente!Hay un quemante sitio para tí en los caminos, hay piedras sin misterio que te miran, hay silencios de cárcel con una estrella loca, desnuda, desbocada, contemplando el infierno.

Juntos, frente al sollozo!Es la hora

alta de tierra y de perfume: mirad este rostro recién salido de la sal terrible, mirad esta boca amarga que sonríe, mirad este nuevo corazón que os saluda con su flor desbordante, determinada y áurea.

O C E A N O

S i tu desnudo aparecido y verde, si tu manzana desmedida, si en las tinieblas tu mazurca, dónde está tu origen?Nochemás dulce que la noche, salmadre, sal sangrienta, curva madre del agua: planeta recorrido por la espuma y la médula: titánica dulzura de estelar longitud: noche con una sola ola en la mano: tempestad contra el águila marina ciega bajo las manos del sulfato insondable:

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bodega en tanta noche sepultada: corola fría toda de invasión y sonido: catedral enterrada a golpes en la estrella:

Hay el caballo herido que en la edad de tu orilla recorre, por el fuego glacial substituido, hay el abeto rojo transformado en plumaje y deshecho en tus manos de atroç cristalería, y la incesante rosa combatida en las islas y la diadema de agua y luna que estableces.

Patria mía, a tu tierra todo este cielo obscuro!Toda esta fruta universal, toda esta delirante corona!Para tí esta copa de espumas donde el rayose pierde como un albatros ciego, y donde el Sol del Surse levanta mirando tu condición sagrada.

S O N A T A

N i el coraçón cortado por un vidrio en un erial de espinas, ni las aguas atroces vistas en ios rincones de ciertas casas, aguas como párpados y ojos podrían sujetar tu cintura en mis manos cuando mi condición levanta sus encinas bada tu inquebrantable hilo de nieve.

Nocturno açúcar,espíritu

de las coronasredimida

sangre humana,tus besos

me destierran,y un golpe de agua con restos del mar golpea los silencios que te esperan rodeando las gastadas sillas, gastando puertas.

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Noche con ejes claros, partida, material, únicamente voz, únicamente desnuda cada día!

Sobre tus pechos de corriente inmóvil, sobre tus piernas de dureza y agua, sobre la permanencia y el orgullo de tu pelo desnudo,quiero estar, amor mío, ya tiradas las lágrimas al ronco cesto donde se acumulan, quiero estar, amor mío, sólo con una sílaba de plata destrozada, sólo con una punta de tu pecho de nieve.

Ya no es posible, a vecesganar sino cayendo,ya no es posible, entre dos serestemblar, tocar la flor del río:hebras de hombre vienen como agujas,tramitaciones, trozos,familias de coral repulsivo, tormentasy pasos duros por alfombrasde invierno.

Entre labios y labios hay ciudades de gran ceniza y húmeda cimera, gotas de cuando y como, indefinidas circulaciones:entre labios y labios como por una costa de arena y vidrio, pasa el viento.

Por eso eres sin fin, recógeme como si fueras toda solemnidad, toda nocturna como una zona, hasta que te confundas con las lineas del tiempo.

Avanza en la dulzura ven a mi lado hasta que las digitales hojas de los violines hayan callado: hasta que los musgos arraiguen en el trueno, hasta que del latido de mane y mano bajen las raíces.

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C A R T A A B I E R T A A E S P A Ñ A P E R E G R I N A

(Para el 12 de octubre de 1940.)

Hermanos en México, hermanos de Espa­ña Peregrina, en esta sombría hora del mun­do yo os saludo, os saludo con esperanza y fe que serían mucha más débiles si no vi­vierais vosotros con vuestro heroico pasado de España, con vuestro noble presente de México, con vuestra promesa de un futuro creador para nosotros todos. España Pere­grina es mucho más que el título de una ex­celente revista; es el nombre de una fuerza espiritual cuya valía para los buenos ame­ricanos, y para los buenos ciudadanos del mundo, nunca será tenida en demasiado aprecio, ni salvaguarda con excesiva pasión.

El hecho de que, a pesar de las inmen­sas dificultades que conozco, podáis traba­jar hoy día en México, ese baluarte de la libertad de todo el occidente, que preside el gran Lázaro Cárdenas, tiene para mi país un interés muy superior al simplemente humanitario o al estético. Si vosotros po­déis trabajar en México y podéis prosperar en México, nosotros los de Nueva York y los de Estados Unidos, que también ansia­mos vivir en libertad, podremos seguir te­niendo esperanzas de vivir y trabajar. Si os perdierais, estaríamos perdidos. No hay disparidad posible entre vuestro destino y el nuestro.

En el día de hoy, por afortunada ca­sualidad, he tenido ocasión de sentarme a la mesa con algunos de vuestros compañe­ros; con los doctores Puche, Pascua y Al- varez del Vayo. El doctor Puche nos ha leído un informe sereno, estadístico, sobre la actuación de vuestra Junta. Y al mirar su rostro, en el que la madurez ha escul­pido lo que nuestro gran hombre de Dios del siglo XVIII, Jonathan Edwards, llama la belleza de la virtud: "Benevolencia del Ser en general", he sentido de nuevo la luz y la energía superadora de España que han nutrido y transfigurado mi vida entera.

Hermanos de España: me pedís un men­saje para la fiesta del Nuevo Mundo, del 12 de octubre, un mensaje sobre el valor

que para nuestra América pueden tener los desterrados españoles. Helo aquí en pocas palabras: Os necesitamos; toda América os necesita.

Oscuras y amargas son las vías del cre­cimiento humano. Hace varios años era evi­dente para un joven intelectual de los Esta­dos Unidos que la más profunda promesa creadora de Europa no radicaba en la Fran­cia empírica, ni en la Alemania histérica­mente romántica, ni en la Inglaterra que ha agotado su generoso genio en dos cen­turias de expansión industrial y pragmática, sino en España. Esta convicción el joven la expuso en un libro, España Virgen, que era en realidad una declaración de amor. Mas no sabía que este gran tesoro de la salud espiritual de España en la moderna enfermedad de Europa iba a ser trasladado directamente al mundo americano. Lo con­cebía funcionando primeramente en Euro­pa, para así trasmitir su mensaje a las dos Américas. El destino, sin embargo, nos ha traído a España misma aquí, entre nosotros; nos ha traído a la España de la salud, de la belleza y de la virtud a nuestro mundo occidental en el momento en que este es elegido por el hado como único salvador del espíritu humano para las generaciones ve­nideras. ¿Es esta coincidencia fortuita? No lo creo. Es destino, es necesidad. Si lo en­tendemos, nos dará —a vosotros en vues­tro sufrimiento, en nuestra responsabilidad a nosotros— libertad.

México y la América Española se ins­pirarán en vuestra laboriosidad, en vues­tra capacidad artística, en vuestro saber, en vuestro valor, hombres de España Peregri­na. En esta solidificación de la bondad al sur de nuestra tierra, los del Norte encon­traremos el aliado que tanto necesitamos para vencer a aquellas mismas fuerzas, en movimiento también aquí, que han robado temporalmente a España la sangre de su corazón.

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Al volver a mi casa, después de la co­mida de hoy, he abierto un magnífico libro que me envió Jay Alien, publicado por vo­sotros en México y escrito por un viejo amigo mío, ahora desaparecido, César Va­llejo, tan recordado, tan presente, durante mi inolvidable estancia en el Perú, en 1929. ¡Cuánto con Carlos Mariátegui hablamos de él! ¡Qué fácil nos parecía entonces la tarea! ¡Qué entusiasmo en nuestros planes para la conquista de las Américas por el hombre! ¡Qué lejos a la sazón las malditas palabras de Vallejo: España, aparta de mí este cáliz! Los cuerpos de Mariátegui y de

V O Z D E L A

. . . Decláreme siempre enemigo de la Es­paña fanática, absolutista y germanófila, que no es creación española sino cosa aus­tríaca. La España de Carlos V y de Feli­pe II, aquella de la cual abominaba Pi y Margall, cuyo recuerdo evocado por uste­des constituye para mí una veneración que alimento casi desde la infancia.

Hay tres Españas germánicas, que por tres veces han causado la ruina de la Es­paña española: la de los godos que la abrie­ron al Islam con la infamia de su barba­rie: la de los Austrias, que la postraron en secular derrota y la arrojaron de si misma para América y para el Oriente; y la de ahora, que funesta como siempre, se vincu­la al desastre, para ser menos que un venci­do, en la miseria más triste de su historia.

Pero, así como la España española —la nuestra, pues— renació en Covadonga ge- nuina y retoñó en la América republicana de 1810, por la cepa de los conquistadores que consigo trajeron lo mejor de la raza, espero verla recobrarse, y pronto, en la de­mocracia de los tiempos heroicos; aquella que por mano del Cid, se imponía a los Pa­pas y enfrentaba a los Reyes.

Yo siempre he hablado de España co­mo un español; bien y mal. Porque así

Vallejo se han ido para siempre; el cuerpo de España yace agarrotado. Pero se levan­tará de nuevo. El espíritu de nuestra an­tigua esperanza vive más fuerte y más jo­ven, porque más purificado y avisado, en España Peregrina. Ojalá viva también, de algún modo en estos amigos que aquí, en el Norte, habiendo aprendido a quereros, no pueden olvidaros ni traicionaros..

En esta comunión de devoción os saludo humildemente mas enteramente, hermanos en México, hermanos en España, hermanos en el género humano.

Waldo FRANK.

A R G E N T I N A

ocurre cuando se quiere de veras. No he hecho confraternidad de protocolo, para agradar mintiendo, porque eso es la más cobarde explotación de los sentimientos más respetables. No lo haré nunca. No he re­picado sobre el famoso Peñón cuya conquis­ta, conviene recordarlo, provino de una gue­rra dinástica en la cual fué aliada de Inglaterra toda la Alemania, y especialmen­te Prusia, con la sola excepción de Baviera: guerra austríaca por excelencia, para mayor perfección. . .

Creo, como el gran español don Mi­guel de Unamuno, que el mal de España, o el mayor de sus males, consiste en el en­gaño en que vive respecto de sí misma, y que con tanto cinismo fomentan esas ala­banzas desvergonzadas cuya ingenua acep­tación es un síntoma de decadencia.

Por eso a título de argentino republica­no soy republicano español y estoy con us­tedes de todo corazón, en nombre de la Es­paña libre.

Leopoldo LUGONES.

(A los republicanos españoles. Carta to­mada de su libro La Torre de Casandra.)

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U N R

Algunos profesores que vivimos al mar­gen del oficialismo por no dar clases y que, por lo tanto, carecemos de influencia en el Estado Mayor que gobierna este negocio; algunos viejos maestros que conservamos entero el interés del idioma español, aunque ya no lo enseñemos; unos diez amigos míos dispersos en América del Sur, piden por mi boca lo siguiente, y ponen mucho calor hu­mano y mucha probidad profesional en este pedir.

*

La inmigración de maestros y escritores de España a nuestros veinte puebios, debe ser realmente aprovechada, pues se trata de una ocasión rara y magnífica.

La lengua de Castilla es harto mal en­señada entre nosotros y no siempre por cul­pa de quienes la dan. Un idioma que se trasplanta pasa de hecho a segundón. El país latino donde queda menos tiempo el educador criollo que llega a Europa, es pre­cisamente España. Lo menos que suele leer un normalista son los clásicos españoles. El propio profesor de castellano ha desdeñado cog*r el espíritu del idioma, remontando basta sus fuentes de aguas delgadas. El vocabulario hispano-americano corriente es de una miseria que puede llamarse desér­tica. La lectura de las obras de muchos Pedagogos criollos, prueba de sobra lo que uquí afirmamos, pues son generalmente unos libros jadeados, tiesos, chatos y grises.

Me consta, por el fracaso de varias di­ligencias, que, al venir la inmigración de españoles, una especie de defensa económica gremial, y de otra parte un torcido espíritu de competencia, alejó de los cargos de ofi­ciales sudamericanos a hombres ilustres que Pudieron ayudarnos a salir del impase lin­güístico que vivimos. Me consta que hoy enseñan en Estados Unidos, trabajando los $urcos extraños, unos cinco maestros del

U E G O

Por Gabriela MISTRAL.

idioma, filólogos, gramáticos y escritores cuyo sitio natural eran nuestras Universida­des y Liceos. El profesorado criollo puede alegar mayor eficiencia que la del español en algunas asignaturas, nunca en ésta; pre­tender otra cosa es una ingenuidad o una malicia inefables...

*

Pudo entregarse a nuestros huéspedes cuando menos la enseñanza de la literatura castellana, dada por los nuestros en míseras Antologías o Crestomatías o textos vergon­zantes, donde los muchachos se estudian a Calderón o a Gracián en ocho páginas que comprenden la biografía y los trozos del autor.

Todavía es tiempo de deshacer la fea hazaña nacionalista. El menor decoro cul­tural que puede poseer un pueblo es el idio- mático. Nuestra gente habla mucho, pero habla mal; escribe también demasiado, pe­ro con un abandono mayúsculo y al margen del clasicismo español tanto como del cas­ticismo criollo. Es decir, gobierna la en­señanza del castellano un criterio de anto­jo, de mínimo esfuerzo, de relajo o lisa y llanamente de ignorancia monda y oronda.

*

Tiren nuestros jefes su amor propio y con más razón su soberbia. Lo que no se tiene hay que buscarlo y la oportunidad de que vivan en nuestro suelo los dueños y señores del habla no es cosa de ser desde­ñada o malgastada. Mi generación y la siguiente, que es la de estos altos funcio­narios se quedaron fatalmente sin la honra subida de hablar bien y con léxico decoroso; demos a la que viene la herramienta oral y escrita. Una revolución puede hacerse en diez años con sólo dejar que los escritores y los maestros de España hablen a núes-

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tros niños que se expresan en una lengua inferior a la de cualquier campesino de Cas­tilla. Digámoslo claro, desnudamente digá­moslo.

Y además de poner a nuestros huéspe­des en medio del pueblo escolar, créense cursos de literatura española para todos los maestros primarios y secundarios y dénse tales clases con carácter de obligatorias.

Es absurdo haber traído a la América a la flor de los intelectuales de Madrid y no ofrecerles su sitio legítimo. Adoptar hombres no es sólo ceder suelo, aire y luz. Tampoco es dar empleos de bancos, o de comercio, a gente especializada, sin que nos importe nada su ciencia y sólo nos conmue­va un poco su pobreza.

Hay quien me ha dicho en una curiosa carta que los maestros españoles no tie­nen . . . metodología y enseñan mal. Pero hay algo mucho más grave que eso y es no ten e r... idioma.

Otro amigo me recuerda que no se pue­de despojar a los nuestros de sus empleos. Yo creo que a quien no se debe despojar es a la raza misma de esta ocasión mara­villosa de conquistar la expresión honorable que poseen todas las viejas razas.

El nacionalismo sirve para la economía; él es válido hoy —como nunca— para de­fendernos de una nueva era colonial; él ayuda a organizar nuestros países confusos y confusionistas. Pero un nacionalismo que se pone a discutir la legitimidad del español en menesteres de idioma es algo tan infan­til (ofendiendo en el adjetivo a los niños) que haría sonreír, si por torpe no nos su­biese el bochorno a la cara.

Pónganse los patronos oficiales delante del problema con unos ojos claros y una áspera honradez. Y acuérdenos, esta gracia que les piden once viejos maestros sin con­siderar el caso a través de una lucha de empleos y tampoco del complejo de infe­rioridad criollo que trabaja sordamente a esos señores.

¡Qué linda sería una mocedad sudame­ricana que hablase, a lo menos, como el campesinado de Córdoba, de Toledo o de Salamanca! Yo querría volver a vivir para oírla. Tendría gracia, donaire, calor y sa­bor, agilidad y jocundidad en cada decir, en el preguntar y el responder; en el describir y el narrar, hasta en el enamorar y el pe­lear!

Río de Janeiro, septiembre de 1940.

P L E N O T E S T I M O N I O

Varias cosas importantes se organizarán alrededor de una “Cátedra A. Korn”, que fundamos en el Colegio Libre de Estudios Superiores, una institución privada maravillosa. Del colegio salió el primer manifiesto firmado aquí de adhe­sión a la República en los primeros días de la sublevación. Uno de los que lo en­cabezaban era Korn. Y a propósito, un recuerdo. Uno de los últimos pensamien­tos de Korn fué para la España de ustedes. Poco antes de su muerte, en uno de sus escasos momentos lúcidos, preguntó cómo iban allá las cosas. Se le engañó piadosamente mintiéndole que muy bien. Y medio en broma medio en serio (o con una seriedad oculta bajo la broma, como era su estilo) exclamó: Viva Espa­ña. Creo que fueron sus últimas palabras.

(De una carta particular del ilustre profesor de Filosofía de las Universida­des de Buenos Aires y La Plata, don Francisco ROMERO.)

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C A J A L Y E L “ I M P E R I O ” E S P A Ñ O L

Por Manuel MARQUEZ.

Recordando al Gran Sabio cuyo sexto aniversario de su muerte coin­cide casi con la “Fiesta del Nuevo Mundo’’, nuestro eminente amigo y colaborador, el Prof. don Manuel Márquez, de la Universidad de Ma­drid, —discípulo y amigo entrañable también del ilustre dasaparecido— ha escrito para España Peregrina" el articulo siguiente:

El día 17 de octubre de 1934 abandonó la vida material, para entrar por derecho propio en la inmortalidad, el hombre más grande que ha tenido España en los dos úl­timos siglos. Los lectores piensan, segura­mente, que esta gran figura histórica no es otra que la de Santiago Ramón y Cajal, a quien con toda justicia puede aplicarse el calificativo por Goethe usado, y a él tam­bién aplicable, de “Maestro de maestros”.

Ignoro si en los ignominiosos días que co­rren y con ocasión de la “Fiesta de la Raza”, habrá sido evocada esta colosal figura cien­tífica. Tan colosal que se divisa en el espa­cio, siendo admirada en todos los puntos del planeta y lo será en el tiempo mientras la historia exista.

Santiago Ramón y Cajal ha sido para los profesionales de la Medicina un médico emi­nentísimo que no ejercía la profesión; para los médicos científicos, un histólogo ilustre; Para los neurólogos un nuevo Colón del mundo microscópico, pues antes de él era un naos la histofisiología fina del sistema ner­vioso, en la que hizo una total revolución; Para los hombres de ciencia en general un gran naturalista y un físico formidable, co­mo de ello podrá convencerse el que lea su libro sobre la Fotografía de los colores, en la que era además un práctico extraordina­rio. y yo recuerdo haber visto bellísimas fotografías de este género hechas por él; Para los pensadores, un filósofo profundo y genial; para los literatos un escritor que do­minaba como pocos nuestra maravillosa len­

gua y por encima de todo un hombre bueno y amante de la justicia.

El artista o el escritor, por ejemplo, aun los más eminentes, podrán ser discutidos y las que unos consideran bellezas indiscuti­bles en sus obras serán para otros las más vulgares cosas. El político o el guerrero, so­bre todo el último, lo serán aún más, y el considerado por unos como estratega insigne y excelente patriota será tan solo para otros una medianía opaca y un ambiciosillo vul­gar, cuando no un inmenso traidor a su pa­tria. Pero la discusión cesará en el momento de apreciar la obra del científico, movido tan sólo por el noble afán del descubrimien­to de la verdad y el de que su patria exporte ciencia original y sea por ello respetada en el mundo, máxime si este sabio se llama Santiago Ramón y Cajal.

Que esto no era una apreciación hiperbó­lica de un admirador incondicional lo corro­bora el hecho elocuentísimo siguiente:

Acababa España, en 1898, de ser derrota­da —lógica derrota para los espíritus des­apasionados, que en aquella época eran muy pocos, el gran Costa y el austero Pi y Mar- gall entre ellos— por el abrumador poderío de los Estados Unidos de Nortemérica. La bancarrota moral y económica y el pesimis­mo dominaban en el país, que conducido por políticos a los que cuando menos hemos de calificar de inhábiles e imprevisores, ha­bía perdido la fe en sus propios destinos. En aquellas circunstancias, la nación vencedora tuvo un gesto de noble reconocimiento del verdadero valer, y fué el de invitar al gran sabio español, que ya entonces era una glo­ria universal, a visitar la Harvard Univer- sity y otros centros científicos americanos. Cajal acudió al llamamiento, como Emba­jador Extraordinario de la Ciencia Espa­ñola y fué recibido con los máximos honores y agasajos, dando conferencias del más alto valer, paseando triunfalmente el nombre de

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España por las universidades americanas, que se disputaban el privilegio de oír su autorizada palabra. Logró así la Ciencia lo que no habían logrado las armas e hizo en­tonces Cajal por el prestigio de su patria, más que lo que los hechos belicosos hubieran podido lograr. Lección admirable para los que creen que es la fuerza la triunfadora, sin parar mientes en que las victorias logradas por ella por sí solas, son tan solo triunfos espectaculares, efímeros y que nada se logra con ellos si detrás de “la razón de la fuerza” no se halla “‘la fuerza de la razón”.

Así el pretendido "Imperio” Español y lo mismo todos los demás “Imperios” que in­tenten fundarse tan sólo en el predominio material, no lograrán consolidarse o se de­rrumbarán con la misma rapidez con que se formaron, si es que a formarse llegaran. Sólo el “Imperio” de las Ciencias y de las Artes, el del Saber y el de la Cultura, prevalecerán en definitiva, y la hegemonía que por tales medios logren los pueblos será la única legi­timares decir, la que se funde sobre los valo­res espirituales, sin los cuales las conquistas más ruidosas podrán parecer que son el triunfo de unas llamadas “naciones”, mas en realidad lo serán tan sólo de muchedumbres prontas a recobrar los aires de tribu que una débil corteza de civilización encubriera._ Séanos. permitido reproducir como pode­roso apoyo de las ideas expuestas estas otras memorables del maestro, en sus Reglas y Gonsejps para la Investigación Científica: ' ■ “El héroe y el sabio constituyen los polos de; la energía humana y son igualmente ne­

cesarios al progreso y bienestar de los pue­blos; pero la trascendencia de sus obras es harto diversa. Lucha el sabio por el benefi­cio de la humanidad entera, ya para au­mentar y dignificar la vida, ya para ahorrar el esfuerzo humano, ora para acallar el do­lor, ora para retardar y dulcificar la muerte. Por el contrario el héroe sacrifica a su pres­tigio a una parte más o menos considerable de la humanidad; su estatua se alza siempre sobre un pedestal de ruinas y cadáveres; su triunfo es exclusivamente celebrado por una tribu, por un partido o por una nación y de­ja tras sí en el pueblo vencido, estela de odios y sangrientas reivindicaciones. En cambio, la corona de los sabios otórgala la humanidad entera; su estatua tiene por pedestal el amor y sus triunfos desafían a los ultrajes del tiempo y a los juicios de la historia; sus únicas víctimas (si pueden llamarse tales los redimidos de la ignorancia) son los reza­gados, los atávicos, los que medraron con la mentira y el error, todos, en fin, los que en una sociedad bien organizada debieran ser proscritos como enemigos declarados de la felicidad de los buenos”.

¿Qué se puede añadir a estas elocuentes palabras del maestro? El verdadero “Impe­rio”, repetimos, será tan sólo el de los pue­blos que ante todo rindan culto a las más nobles actividades del espíritu, siguiendo las huellas y las enseñanzas de los que, como el insigne Cajal, son los más altos e inaprecia­bles valores de una nación que aspire, no a llamarse sino a ser de verdad civilizada.

E N C U B R I D O R E S Y D E S C U B R I D O R E S

América no fué descubierta por el progreso de las artes de navegación ni para el comer­cio, sino porque Isabel sintió la urgente caridad de que sus habitantes pudieran unirse a nosotros, instruirse, vivir y salvarse con nosotros.

Ramón SERRANO SUÑER.

Para compendiar mi partida y vuelta, así como para referir en breve las ventajas de este viaje, prometo que con pequeños auxilios que me suministren nuestros invictísimos Reyes, be de presentarles cuanto oro se necesite, y tanta cantidad de aromas, de algodón, almáciga, que se encuentra sólo en Quío, y tanta de lináloe, y tantos esclavos para el ser­vicio de la marina, cuantos quisieren exigir sus Majestades.

< Cristóbal COLON. (Carta de 4 de marzo de 1493.)

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E N B U S C A D E N U E S T R O T I E M P O

Por Eugenio IMAZ.

No vamos a hablar de angustia, porque los tiempos son tan angustiosos que da ver­güenza usar la palabra. Porque alude a lo más hondo, al fondo, y por su insignifican­cia. Los hombres siguen discurriendo como discurrían, andando como andaban, prac­ticando su vida de la manera más rutinaria y delicada. Por lo menos esa mitad del gé­nero humano que no se está debatiendo, por el momento, con la muerte. La escepsis es conservadora y la desesperación también, con toda la surenchére con que el instinto de conservación compensa la falta de fun­damento.

Que si es angustiosa la falta de funda­mento, es más angustiosa todavía la soledad de dos en compañía. Pues está ausente y no sabemos porqué. Una cosa es decir que la política lo domina todo y otra creer vi­talmente en que así es. Como decía aquel predicador: Todos sabemos que tenemos que morir, pero nadie lo cree. La desazón de ahora, la nuestra, es más radical y a fon­do que la sofocada por el conocimiento, no creído, de la muerte. El hombre es capaz de encajar armoniosamente su golpe. Ca­paz de remitir la cuestión dichosa del ¿de dónde vengo y a dónde voy?, a la página disipada de las palabras cruzadas. Pero incapaz —suprema capacidad— de no saber a qué atenerse, de no saber qué hacer y aguantarlo.

Porque el hombre no ha venido al mun­do, cuando ha venido, para amar a Dios sobre todas las cosas, ni para estar por en­cima de ellas, como Dios, contemplándolas y complaciéndose en su juego, sino para hacerlas. En esta necesidad absoluta que tiene el hombre de saber a qué atenerse, pa­ra saber qué hacer, para hacer, está, según algunos, el origen de la sabiduría.

No son los tiempos nuestro de sabiduría sino de locura. Tiempos de origen de la sabiduría. Tiempos de desesperación y de esperanzas paroxisticas. Tiempos de sere­

nidad, de profunda serenidad, en los que importa más que nunca no perder la ca­beza, aunque se la corten a uno. Hasta ahora, a pesar de todas nuestras teorías, hemos venido creyendo que el hombre es hijo de sus obras y dueño de su destino cuando el hombre es, nada menos, que padre de sus obras y siervo de su destino. El hombre tiene un destino, un esquema de hombre posible, que tiene que llenar con sus obras. El destino es la política, dijo Napoelón. Pero no la política como ejer­cicio fulminante del poder, sino como la reunión de los hombres para salvar al hom­bre de las asechanzas de la naturaleza, que son tres: la naturaleza, la sociedad y la cul­tura. Porque la sociedad y la cultura se convierten en naturaleza, en sus aliadas, cuando habiendo servido al hombre de ins­trumento para su dominación, impiden, en su condición de concreciones instrumentales, que siga el duelo vivo entre la naturaleza y el hombre, ese duelo en que la naturale­za propone y el hombre dispone si dispo­siciones anteriores no le impiden disponer de nuevo.

No vamos a detallar ahora el proceso largo en el que estas indisponibilidades se ¿yan acumulando hasta dejar al hombre sin disposición ninguna, sin saber a qué ate­nerse para saber qué hacer. Lo han hecho todos ios historiadores de los períodos revo­lucionarios. Nuestra época es tan revolucio­naria que hasta los conservadores proclaman o simulan la revolución. La revolución de los tiempos, que no hay que confundir con la de los astros, que no es tal revolución sino involución perpetua, lo más parecido a la divina quietud, según la versión de Aristóteles.

La revolución de los tiempos. En el tiempo, y en medio de sus compañeros, na­ce y se hace el hombre, en ese perfecto dúo beligerante con la naturaleza. Se hace, y, siendo el mismo, es cada vez diferente. Por­

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que la naturaleza está hecha, pero el hom­bre se hace. Y el hombre se hace a medida que, por su acción, va conociendo el he­cho que es la naturaleza, y en la medida que este conocimiento le hace posible prolongar la historia cerrada del mundo con la histo­ria abierta del hombre.

No hay más dualidad que ésta en el cosmos: naturaleza y hombre, dualidad que se da la mano como en una carrera de re­levos. Si el hombre, continuándola, supera a la naturaleza, es porque abre la historia cerrada de aquélla, la está abriendo siem­pre, y la continúa, la está continuando siempre, para no cerrar.

El hombre: entendámonos. Alguien, que no quiero nombrar, pero de cuyo nombre sí quiero acordarme, ha dicho que no hay más que verdades concretas. Como que la verdad es cosa del hombre, del hombre con­creto que se hace: el camino concreto que encuentra el hombre para continuar la his­toria cerrada, y por él abierta, de la natu­raleza. Pero no es el hombre, el individuo, quien continúa la historia ni puede ser pro­longación, superada, de la naturaleza, sino los hombres, la junta o sociedad de los hombres. La primera respuesta que dieron los hombres a la interrogación dramática de la naturaleza, fué juntarse. Pregunta y respuesta simultáneas. Y todas las nuevas preguntas han sido hechas, no al hombre, sino a la sociedad de los hombres. Y así se ha ido haciendo el hombre, por las res­puestas activas que ha ido recibiendo y dando en la sociedad a las interrogaciones planteadas a ella por la naturaleza. Así se ha ido haciendo el hombre concreto, con­cretamente por las verdades concretas que son los caminos concretos construidos por el hombre para continuar la historia del mundo. Sólo es verdad lo que continúa. Y a dijo Marx, que el hombre aplicó su inteli­gencia como una nueva fuerza natural. Efectivamente, la aplicó y la está aplicando como una fuerza nueva, siempre nueva. Aquí está la verdad, que no es una copia ni un reflejo, sino continuación novedosa, enriquecimiento del mundo, concluso, por el hombre, mejor, por los hombres.

Este esfuerzo denodado de los hombres para saber a qué atenerse, para continuar la historia del mundo, se ha prolongado mi­

les de años en dolorosos ensayos, nada in­fructuosos, porque necesarios y verdaderos como otros tantos rodeos, aproximaciones, para dar con el camino “más" recto. Con el método más sencillo para continuar esa historia. Ensayos la magia, la religión, la esclavitud, la inmortalidad, el imperio, la polis, la aristocracia, el feudalismo, el capitalismo, etc. Rodeos. El camino recto para el conocimiento activo del mundo, pa­ra su dominación eficaz, nos lo fabrican, principalmente, Galileo, Descartes, Newton, con su descubrimiento definitivo del méto­do, del camino, de la ciencia físico-natural.

La filosofía se desglosa de la religión y del mito cuando los hombres cobran por primera vez conciencia de la necesidad de un camino recto para conocer el mundo y dominarlo. Cuando descubren la reflexión y se descubren ante el espejo. Cuando el hombre filosofa, es decir, seculariza su pen­samiento, en un ocaso silencioso de los dio­ses, descubre el valor de la palabra y, desde entonces, en el principio fué el logos. La fidelidad del hombre a su palabra, la me­moria reproductora del hombre, espejea un oasis en la inmensidad sepulcral del panteón divino. La fidelidad reproductora de la palabra pone al hombre en el camino del camino. Los primeros filósofos griegos, los físicos, tratan, con los elementos, de fabri­car el espejo nítido del mundo. Heráclito llega al callejón sin salida de esta vía. Tan espejo tiene que ser el pensamiento del hombre que, para poder reproducir la na­turaleza frenética del mundo, tiene que que­mar el pensamiento en el fuego de su de­venir. Espejo azogado, y callejón sin salida. Siempre será el espejo, el juego de los espejos, un callejón sin salida. Por eso dice Aristóteles, que para conocer la incesante naturaleza fué menester sujetarla a ideas. Con lo que se pretende que, lo que de este modo se consigue, es limpiar el espejo del vaho danzante de los fenómenos. Pero esta idea, era una idea del hombre. Desde que se aquieta la naturaleza, para conocerla y dominarla, para dominarla conociéndola, el espejo aquietado y limpio mantiene, sin embargo, la inquietud de un reflector ma­nejado por la finalidad del hombre. Siem­pre que se pretenda asegurar la función re­flexiva de la mente, apurar su naturaleza

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quieta de espejo contemplador, se hará, sin saberlo, una concesión al antropomorfismo, a las necesidades formales del hombre. To­do el empeño del pensamiento moderno fué acabar con la finalidad aristotélica y acabó en el antropomorfismo formal de la razón pura. Hay unas palabras, bien irónicas, de Descartes, cuando para legitimar la concep- cepción mecanicista del mundo, dice que se­ría una temeridad tratar de adivinar las intenciones de la providencia. Sigue el es­fuerzo del hombre guiado por el espejismo seductor del espejo. El mundo queda redu­cido a puras entidades matemáticas y el pensamiento también. El descubrimiento de las leyes ópticas por Descartes, lo mismo que su descamadora explicación del arco iris, tienen un exacto valor simbólico. Pero a la conciencia sosegada del espejo se ha añadido la conciencia esforzada de la do­minación. Bacon rechaza toda la ciencia antigua, su instrumento, órgano, de Aris­tóteles, en nombre de la dominación inmi­nente del mundo. El nuevo órgano, el ex­perimento, trata de someter a la naturaleza, de mandarla, cuestionándola y torturándola a preguntas, haciéndole que hable para obedecerla luego. Afianzamiento azogado del espejo y nuevo callejón sin salida. Las quietas ideas las formula de nuevo Descar­tes con su método. En esta polaridad de inquietud y de quietud, devana el pensa­miento su pasión dominadora, ahora cons­ciente de sí misma. Porque la naturaleza es un movimiento incesante, pero un mo­vimiento cerrado, de continuo retomo, un sistema cerrado previsible y construible. La dialéctica de la espiga es una dialéctica sin porvenir.

Cuando el pensamiento del hombre da con el camino sistemático de la naturaleza, el pensamiento se aquieta definitivamente. Y cuando, sobre ese pensamiento, quiere levantar el hombre el pensamiento del mun­do suyo, del mundo moral y de la historia, éste es también un pensamiento quieto, cerrado, o abierto en asintótica cerrazón. Ya veremos cómo esta naturalización del pen­samiento constituye el peso muerto que im­pedirá, al par que le fabrica las alas, que el pensamiento del hombre vuele seguro de sus destinos creadores.

No cabe duda que los inauditos triun­fos técnicos, los éxitos de dominio que este pensamiento reflexivo naturalizado le pro­porciona al hombre, orienta, con la brus­quedad de una escandalosa sorpresa, su mi­rada hacia el camino de la historia. La idea de progreso representa el primer orden ■secularizado del mundo histórico. No es Turgot quien ha descubierto esa idea, que está en el aire inquieto de la época. Ya Bacon trabajó, sin saberlo, por ella. Y Des­cartes es el primer filósofo que condiciona su trabajo y su obra al bienestar de las generaciones futuras. Pero Turgot tiene conciencia expresa de la escandalosa sor­presa. Cuenta cómo, en muy pocos años, los descubrimientos más fecundos y brillan­tes se han sucedido con una facilidad de juego de niños cuando, por el contrario, la humanidad ha necesitado de miles de años para pasar del grabado de medallas a la invención de la imprenta. Y ya instruido por Descartes, también le dice a Bossuet, que sería una temeridad tratar de adivinar en la historia los secretos designios de Dios. Se cree haber encontrado el camino recto de la historia. Con la idea de progreso, cla­ve de la historia, la Science du gouvernement deviendra facile et ctssera d’Stre au des- sus des forces des bommes. Desde Bacon la idea explícita y activa de dominio acom­pañará a todo descubrimiento de caminos. Condorcet remacha el clavo: el descubri­miento de la idea de progreso nos asegura la perfectibilidad indefinida del hombre, la imposibilidad del retroceso y la posibili­dad de trabar con alguna verosimilitud el cuadro de los destinos futuros de la especie humana. El mundo histórico, sometido aparentemente al capricho de la voluntad humana, tiene también sus luces necesarias a las que no hay más que enfocar la mente, ilustrándola, iluminándola, para que pueda prever el curso de los acontecimientos hu­manos y fabricarlos de algún modo. Con- dorcert escribe esto cuando los franceses, arrebatados por la misma iluminación, le obligan a guarecerse en casa de un amigo para no perder la vida. Nada más patético que éste e pur si muove, de Condorcet.

El sabía que se movía, como Galileo, pero no acertó, domo Galileo, con el movi­miento, porque no hizo sino trasladar el

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movimiento heliocéntrico galileano al mundo de la historia. El hombre se movía también por la atracción del sol, de las luces, en un movimiento indefinido de acercamiento ilu­minador y caluroso sin quemazón.

Pero la fulguración racional de la revo­lución francesa, fué, a la vez, una ilumina­ción deslumbradora y un achicharramiento. Aquel ultimátum de la razón hizo dudar a muchos que habían creído en ella. ¿Quién podía tener más derecho que la razón a dar un ultimátum, una última ratio? Y, sin em­bargo, esta razón última parecía advertir que no era la auténtica. O que si lo era, había que renegar de ella en los negocios humanos. Se buscan salidas al callejón sin salida del espejismo racionalista. El positi­vismo acusará a esa razón de no haber sido bastante razonable, de no haber tenido en cuenta, en su precipitación, en la brusquedad de la escandalosa sorpresa, la naturaleza es­pecial de los hechos humanos. De haberlos identificado, precipitándolos racionalmente, con los hechos mecánicos del mundo. Em­pieza la rectificación.positivista del progre­so, que no es sino una insistencia recalci­trante, minuciosa, en el callejón. Empieza la sociología. Los otros desengañados se es­capan del callejón a lo cangrejo, reculando hasta dar de nuevo, o de viejo, con la auto­ridad salvadora de la tradición o de la Iglesia.

El e pur si muove eficaz lo pronuncia, sin embargo, Hegel. El da con el movi­miento auténtico. Decimos que él da con ese movimiento, como dijimos que Turgot dió con el progreso: estaba en el aire, en el aire turbulento de la época. Esta en el aire enrarecido de la Europa post-revoluciona- ria y napoleónica. Estaba, sobre todo, en Alemania. Pero Hegel expresa también, expresis verbis, la sorpresa origen de la idea, sorpresa también escandalosa y, esta vez, sangrienta. Es bien conocido el párrafo de Hegel al final de su filosofía de la histo­ria: hasta entonces, hasta la revolución francesa, no se había visto que la razón, el nous de Anaxágoras, rigiera también el mundo de la historia. Hasta entonces. Es decir, que lo que a otros no había servido más que para renegar de la razón o para insistir, concienzuda y positivamente, en el antiguo camino razonable sin salida, a él le

revela la verdadera ultima ratio de la ra­zón. El espíritu es libertad. El espíritu es creador. ¡Atención!: el espíritu es dialéc­tico. Pero no con la dialéctica de la espiga o del gusano mariposeados Tenían razón los antiguos y el Eclesiastès: nada nuevo debajo del sol. Porque el espíritu no está debajo del sol, sino por encima de él, aun­que ya no le preocupen las cosas de tejas arriba. Como nos dice él mismo, Hegel incorpora en la suya toda la filosofía de Heráclito, pero hace algo más. El quid de su dialéctica está en la palabra Aufbebung: que quiere decir, a la vez, cancelación y conservación, lo cual no se consigue sino superando. ¿' De donde le ha venido al hom­bre la idea de la superación dialéctica? Es­cuchémosle: la primera categoría de la historia consiste en la visión del cambio. . . Es la categoría del devenir... Sin embar­go, a esta categoría del cambio, pronto se le une otro aspecto: de la muerte renace una vida nueva. Los orientales han tenido esta idea. . . El occidente aporta otra idea. El espíritu reaparece, no sólo rejuvenecido, sino sobrepasado y más claro... Y esta es la segunda categoría del espíritu. Su renova­ción no es un simple retornar a la forma anterior, es una transformación de sí mis­mo.

No cabe duda, pues, que es en la histo­ria donde Hegel ha descubierto, o creído descubrir, la dialéctica. En la historia con­temporánea, en la revolución francesa. La salida del callejón se la sugieren siempre al pensador los acontecimientos, al pensador con la despreocupación radical de lanzarse al fondo de ellos, como Empédocles al Etna, pero sin dejar ni las zapatillas. Esta es la única angustia respetable que puede dar origen a la metafísica. No la angustia de la nada sino la del todo. ¿Por qué, más bien, este todo y no otro? ¿Por qué este mundo, más bien, y no otro? Sin la dialéc­tica, sin esa continua aparición creadora del espíritu, sin sus irrupciones mataforsea- doras, no hay lugar legítimo para la revo­lución en la historia. Hay un momento en que el mundo de los hombres no deja paso a la razón y esta lanza su ultima ratio, le­vantándose con todo. No cabe pensar, en ese momento, que no hay sino darle la ra­zón que le sobra. La historia es un campo

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lleno no sólo de ruinas sino de escombros. Nadie más pesimista y, sin embargo, y por eso, más optimista que Hegel. La emoción sagrada de un Lucrecio ante la naturaleza la encontramos en Hegel ante la historia.

A los diez años de su muerte, como nos dice Engels, el hegelianismo aparecía, o des­aparecía, como una filosofía no sólo pre­térita sino decrépita. Nadie la entendía. No se atribuya a su modo abstruso. Actual­mente tenemos filosofías bastante más abs­trusas que, a los pocos meses, están ya de moda. No; había una dificultad radical y radical, precisamente, porque la revolución hegeliana afectaba a lo más tradicional e inveterado del hombre: la lógica. El prin­cipio de contradición no es ya ese arma te­rrible que deja muerto al adversario y al vencedor, porque si destruye el argumento de aquél no le da a éste ninguno nuevo; sino que será —la negación superadora de la negación, la Aufhebung— el pensamien­to mismo en marcha, siguiendo la marcha del espíritu en el mundo de la naturaleza y de la historia. Hegel lleva a la lógica, como no podía menos, el movimiento mis­mo descubierto en la historia, el movimien­to del espíritu universal, que es el mismo del espírituto absoluto, del logos. Esto se dice pronto, pero ¡todavía está costando a los hombres discurrir al son de esa mar­cha!

La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica, nos dice Engels y, efectiva­mente, en su Dialéctica de la Naturaleza pone a prueba, con un toque largo, el valor científico de la dialéctica. En su excelente prólogo trata de hacernos ver cómo, poco a poco, los descubrimientos científicos, des­de la genial intuición cosmogónica de Kant hasta la teoría de la evolución, van incul­cando en los hombres de ciencia esta ma­nera de contemplar el mundo en perpetua evolución disolvente de cualquier elemento metafísico consistente. Pero en su introduc­ción al Anti-Dübring y en el prólogo primi­tivo podemos recoger algunas afirmaciones en que se le escapa la verdad de que ha sido la filosofía, más concretamente la filo­sofía alemana, y más concretamente al que­rer explicar el caos aparente de la historia, la que ha elaborado el pensar dialéctico, Que encuentra resistencias en la cabeza de

los científicos imbuida de concepciones mer tafísico-mcanicistas que remontan a Bacon. Por eso les aconseja el estudio de la historia de la filosofía para, de este modo, desarro- llar sus facultades teóricas y abarcar dia­lécticamente el cúmulo de las observaciones empíricas.

No; la dialéctica ha venido de la his­toria; este es el hecho histórico. Como tam­bién lo es que la lógica de Aristóteles se calca en la naturaleza viva, en el parentes­co discreto de las familias naturales. Ya nos dijo él que, para conocer la naturaleza, no hubo más remedio que inventar el con­cepto. No hubo más remedio porque la naturaleza es puro devenir. Y si se quería conocerla era menester aquietarla. Por eso la potencia y el acto se aquietan lógicamen­te, instrumentalmente en el concepto: en el fin cristalizado de los seres y de las cosas. Empédocles, con sus cuatro elementos, pro­metía a sus conciudadanos sosegar los vien­tos y agitar las lluvias. Sócrates, al inventar el concepto, prometió a los hom­bres que, si se conocían, podrían dominarse, ser buenos. Sócrates dió su vida por la ló­gica de Aristóteles.

La ciencia nace para prevenir —el des­interés contemplativo no es más que una añaganza metódica— y, para prevenir, le busca las intenciones a la naturaleza: fina- lismo. Para prevenir construye y, para construir, supone la existencia de elementos discretos. Para prevenir cuenta y, para con­tar, nos dice que la naturaleza está escrita en caracteres matemáticos. Ni en el concep­to aristotélico germina la contradicción ni los elementos permiten el proceso ni las matemáticas, según Hegel, marchan dialéc­ticamente. Siendo la naturaleza devenir, o se comulga con ella, con Heráclito, o se la niega, con Platón, o se le buscan las formas con Aristóteles. Los modernos la constru­yen con la masa y el movimiento. Con fi­nalidad o sin ella, como dice Bergson, el esquema científico es siempre el de un sis­tema cerrado teóricamente determinable. La naturaleza es como es; sus modificacio­nes no son más que repeticiones, su movi­miento no es más que un movimiento circular (Hegel). Kant, que empieza su carrera filosófica con su hipótesis de la ne­bulosa, la corona haciendo el diagrama del

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pensamiento mecánico del mundo. Hegel, que sistematiza el pensar dialéctico, consi­dera como “ideas nebulosas" "el nacimiento de le» organismos animales más desarrolla­dos a partir de los inferiores". La natura­leza coarta, siempre, el vuelo dialéctico. Schelling, renuente, torna que torna en la “identidad de los contrarios". Adam Mül- ler, su discípulo, atraviesa su época hasta llegar a la edad media y quedar en ella he- racliteando. Nietzsche, y su evolucionado superhombre, se consuelan con el eterno re­torno.

Este gazapeo del pensamiento natura­lista lo vive nuestra época con la idea de progreso. Ya vimos su origen en la téc­nica. Para los progresistas Hegel es un con­servador y, para los revolucionarios, un verdadero progresista porque ha superado la idea estática del progreso. ¿Cómo se le ha ocurrido a Marx su materialismo histó­rico? ¿Contemplando el avance de las cien­cias? Esto podría hacernos creer lo del “socialismo científico". Sin embargo, mien­tras que el nuevo giro de las ciencias natu­rales sólo había podido imponerse en la medida en que la investigación suministra­ba los materiales positivos correspondientes, bacía ya tiempo, mucho tiempo, que se habían revelado ciertos hechos históricos que imprimieron un viraje decisivo al modo de enfocar la historia (Anti-Dübring, intro­ducción). No olvidemos, tampoco, que el desarrollo dialéctico de la economía capita­lista, descubierto por Marx, ha sido inter­pretado muchas veces con una mentalidad cientista, positivista, y hasta podríamos de­cir que "socialista", como un proceso me­cánico más o menos fatal y previsible en él que no se le reconoce a la voluntad hu­mana, a la conciencia humana actuante, su parte tan decisiva.

En la naturaleza, nada nuevo debajo del sol, aunque nazcan nuevos soles y se apa­guen viejas estrellas. Con el hombre la naturaleza se pone de pie y echa a andar. Este sentido recogemos hoy de aquellas her­mosas palabras de Herder: así como la flor cerró, levantándose, el reino subterrá­neo de lo inorgánico, así el hombre se yer­gue sobre todos los animales encorvados fiada la tierra. Con la mirada hacia arriba y las manos levantadas, está ahí como el

hijo de la casa, esperando la llamada del padre. El hombre se pone en pie y el mundo, todo el mundo, echa a andar bajo sus plantas. Se rompe el movimiento circu­lar y sale el hombre disparado por la tan­gente. No, como diría Kant, a la conquista de la libertad contranatural en una infinita aproximación asintótica, sino a continuar la historia cerrada del mundo trayendo a él cosas nuevas. Naturaleza y cultura no se oponen sino que se continúan y complemen­tan incesantemente. Diríamos que el hom­bre se ha puesto en pie no para andar sino para volar, pero como Anteo. La monstruo­sa esfinge le cierra constantemente el cami­no con sus enigmas. El hombre los resuelve con una lección de cosas. Como dice Marx, el hombre, con su trabajo, cambia la na­turaleza misma, la enriquece y prolonga. La sociedad y la cultura se convierten en na­turaleza cuando se involucran en un mo­vimiento circular de repetición y entonces, para dominarlas, hay que responder a las preguntas que nos hacen, que hacen res­pectivamente al pueblo y a la filosofía. La sociedad es la primera respuesta que el hombre dió y sigue dando a la naturaleza, es la primera de todas las cosas nuevas. Cuando la sociedad se naturaliza, cerrando la salida a la superación, convirtiéndola en repetición, el pueblo la desnaturaliza abrién­dole una salida. La cultura es la segunda respuesta y cuando la cultura se naturaliza la filosofía se encarga de desnaturalizarla. Pueblo, en esta acepción, viene de poblar, poblar humano sin sociedad, carne viva de sociedad, una especie de ciudad de Dios invisible dentro de la ciudad. Filosofía, en este respecto, viene de amor al saber, al saber a qué atenerse para saber qué hacer. Pueblo y filosofía aseguran la renovación de la historia humana, su desnaturalización.

En el segundo capítulo de su Feuerbach, discutiendo Engels la gran cuestión de toda filosofía y especialmente de la filosofía mo­derna, la de la relación entre el ser y e' pensamiento, viene a definir a los mate­rialistas, como aquellos que admiten 1* eternidad del mundo, la prioridad de la naturaleza sobre el espíritu. Pero, colocado el problema dentro de "la gran cuestión . la de la “relación entre el ser y el pensa­miento”. no había manera de salir de la

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dualidad y contra el espiritualismo, no pro­piamente contra el idealismo, tendremos un materialismo, más o menos dialéctico, y perfectamente histórico, en el que la con­ciencia es un dato secundario, derivado, porque es el reflejo de la materia, el reflejo del ser. Tenemos, otra vez, la dualidad reflexiva del espejo, en la que nuestro co­nocimiento de las leyes de la naturaleza, verificadas por la experiencia, por la prác­tica, tiene un conocimiento válido, y la sig­nificación de una verdad objetiva. La cuestión de cronología se ha convertido en cuestión de categoría. Dialécticamente parece que tendría que ser que la conciencia es una nueva realidad en el mundo, con más superaciones en su haber que las realidades anteriores. Es verdad que no es la concien­cia la que hace la existencia sino ésta la que da origen a aquélla, pero precisamente cuando la existencia está en quiebra es la 'conciencia, la conciencia de las necesidades del momento, la encargada de fabricar la nueva existencia. Porque no se trata de una conciencia para la verdad sino de una rea­lidad para otras realidades. Realidad ver­daderamente dialéctica porque no repetido-

• ra. Porque el mundo, no hay que olvidarlo, tuvo su historia pero el hombre la tiene y, como dice Engels, no vivimos solamente en la naturaleza sino también en la sociedad humana y esta última tiene también, no menos que la naturaleza, la historia de su desenvolvimiento y su ciencia. Porque ni la teoría de Laplace ni el descubrimiento de la célula, ni la transformación de la energía, ni la teoría de la evolución, ni la desintegración de la materia nos han reve­lado la dialéctica, la dialéctica idealista ó la dialéctica materialista, sino, en ambos casos, la historia. La historia de las socie­dades humanas.

Ya hemos dicho que la sociedad es la primera respuesta que a la naturaleza da el hombre. La primera pregunta que la na­turaleza hace permanentemente al hombre, el enigma monstruoso, es el de su subsis­tencia. Esto quiere decir que, fundamental­mente, la sociedad es una estructura econó­mica, que tiene que cambiar cuando, por la acción de la cultura del hombre, ha cam­biado también la naturaleza. Como dice Rousseau, nació la sociedad cuando un hombre dió trabajo a otros, que podía ali­mentar, para que trabajaran por él. Y nació al mismo tiempo la cultura, con la explota­ción del hombre por el hombre. Desde en­tonces la sociedad, el pueblo y la filosofía se están debatiendo con este cordón umbili­cal que nos une a la naturaleza: el reparto o la división del trabajo. Hoy tenemos más división del trabajo que nunca y, por con­siguiente, más cultura y más explotación que nunca. Hoy, por muy idealista que se sea, no se puede cerrar los ojos a la primordial es­tructura económica de las sociedades civili­zadas. Pero la conciencia no es un reflejo ob­jetivo de esa realidad económica sino, más bien, su conciencia actual, real, una realidad en existencia relación dialéctica con esa rea­lidad económica. Destinada, por tanto, a do­minarla y cambiarla, para luego cambiar ella y así sucesivamente. Que como el conoci­miento de la naturaleza es un camino para andar por ella y no un entrañamiento, así el conocimiento de la sociedad y de su cul­tura es un camino para andar en ella, para cambiarla. Y aquel conocimiento será ver­dad, es decir, aquella conciencia tendrá rea­lidad, que sea viable, que indique a la so­ciedad el camino que ésta habrá realmente de seguir si quiere, en general, seguir.

L A H I S P A N I D A D A L D E S N U D O

Inevitablemente este imperio tiene significado territorial. Exigimos las tierras des­cubiertas y conquistadas por nuestros conquistadores y que nuestros misioneros bautizaron con claros nombres españoles, nombre que los piratas no pueden pronunciar y que reci­birán en breve el honor de reintegrarse a nuestro imperio. Demandamos las tierras donde abundan los olivos cultivados por los españoles de Levante. ¿Es necesario que digamos que ya hemos luchado por este imperio? ¿Es necesario recordar que hemos derramado su­ficiente sangre española por tal empresa?

Editorial de Informaciones. Madrid, 7 de junio de 1940.

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E L P A R A I S O E N E L N U E V O M U N D O D E A N T O N I O D E L E O N P I N E L O

Por Juan LARREA.

Prendido en el amor de América, An­tonio de León Pineio no vivió desde su regreso a España (I) sino por y para el Nuevo Mundo. Hombre de letras, "el hom­bre de letras más notable de su época” al decir de Bartolomé Mitre, durante los lar­gos años de su función en el Consejo de Indias dedicó la mayor parte de sus horas a leer impresos y manuscritos, espigar do­cumentos, compulsar crónicas, recoger ma­teriales relacionados con el continente nue­vo, a clasificarlos por materias y dentro de ellas por el orden más racionalmente lógico organizando así diversas obras que acabaron por conquistarle un justo renom­bre coronado, por fin, con el título de Pri­mer Cronista Mayor de Indias. De esta suerte nacieron, entre los numerosos títulos que la americanística le debe, obras tan famosas como la Recopilación de las leyes

(1) Bien en 1619 como quiere José Toribio Medina, bien 1622 como se afirma en su primer Memorial

Para la biografía de Antonio de León Pineio consúltense principalmente: Manuel Mendibvru, Diccionario Histérico-Biográfico del Perú, T. VI. Lima, 1885; 1G. Rene Moreno], Bibliografia Pe­ruana, T. I. Santiago de Chile, 1896; y sobre todo, José Toribio Medina, Biblioteca Hispano- Americana, T. VI con las importantes adiciones contenidas en el T. VIL Es este el estudio bio­gráfico más completo consagrado hasta la fecha a nuestro autor.

Contra la creencia fundada en las afirmacio­nes del interesado, sostiene Medina que León P¡- nelo no fué natural de Valladolid sino de Lisboa. La hipótesis es verosímil aunque no tan evidente quizá, si nos atenemos estrictamente al conjunto de datos que hoy se conocen, como pretende Me­dina, quien, por otra parte, comete un error de bulto al afirmar que la familia de León Pineio "babia abandonado ya Valladolid y trasladádose a Madrid por lo menos desde 1601" (pág. XCVI). No tuvo en cuenta Medina que en ese año Felipe III trasladó la Corte a Valladolid y que, por tanto, Pineio que en esta ciudad vivía, estuvo en la Corte en- esa fecha sin haber pisado Madrid hasta su regreso de América, o sea veinte años después (1624).

de las Indias y el Epítome de la biblioteca Oriental y Occidental que le hizo acreedor al dictado de príncipe de los bibliógrafos americanos.

Ninguna de estas y de las otras sus obras conocidas es, sin embargo, la que consumió la parte más acendrada de sus desvelos. Sin temor alguno puede hoy afir­marse que Antonio de León Pineio con­centró su mayor entusiasmo, todo el entu­siasmo compatible con su temperamento de gran erudito, en una obra elaborada du­rante varios lustros (1), trabajada con pa­ciencia de lapidario en torno de una idea central, de una idea fija, generosa y con­siderable por muy desatinada que actual­mente nos parezca. Tesis de verdadero enamorado que no veía sino por los hori­zontes de América, que no sentía sino por sus caudalosos ríos, por sus bosques dilata­dos, por su naturaleza libre, exuberante, promisora, por el efluvio enajenador que de su tierra se desprende. Como los sonetos que el Petrarca consagró a Laura, León Pineio fué cincelando platónicamente los doctos capítulos de su Paraíso en el Nuevo Mundo, historia natural y peregrina de las Indias Occidentales, hasta formar dos grue­sos volúmenes en folio. Quijotismo, sin du­da. Del auténtico. Del que presupone la existencia de un foco pasional vivificante al que ni duelen prendas ni detienen sacri­ficios. Quijotismo de la mejor época con su natural ceguera apasionada que le llevó a sostener que el Paraíso Terrenal del Géne­sis estuvo situado en América de donde, en los días del Diluvio, partió el Arca que depositó en tierras asiáticas el germen su-

(I) En el fol. 249 vv del ms. de Madrid se lee: “en este año que core de MDCXL1I1”, y poco más adelante: “y este año de quarenta y sie­te en que escrivo esto". La impresión del aparato es de 1656. La terminación de la obra no debió ser muy anterior.

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perviviente del genero humano. Esta idea peregrina que, como se verá después, no era original suya, polariza todos los cono­cimientos que integraban su vasta erudi­ción los cuales se organizan complejamente en un universo regido por la tesis central. Cuanto esta tesis tiene de "peregrina" se compensa en la confección de la obra con el rigor de la estructura lógica, pretendien­do así, por la perfección de lo accesorio, justificar la realidad de la hipótesis. Con esa finalidad no vacila en someter los ele­mentos que la constituyen a toda clase de elaboraciones mentales, forzándolos lo preci­so hasta encajarlos como en un mosaico cuya superficie reflejara de modo convincente la tesis referida. León Pinelo ofrendó al objeto de sus entusiasmos no sólo los teso­ros sentimentales nacidos directamente de su evocación personal, de lo que vió y sintió en sus mocedades americanas y de lo que después había leído y oído sobre tales ma­terias (1), sino aquellos otros hereditarios propios de la cultura a que pertenecía, imantados nostálgicamente hacia la exis­tencia de un paraíso pretérito que, como él América, la estirpe humana había perdido. De este modo identificaba en un solo punto las dos corrientes, la personal y la genérica, atribuyendo al nuevo continente la propie­dad de la inocencia primitiva y con ella la suma de felicidades paradisíacas sin du­da las más altas que hasta entonces el en­tendimiento humano había sido capaz de concebir. ¿Disparatado? Así debieron creer­lo sus contemporáneos que pese al gran aprecio que tuvieron por la erudición de León Pinelo, se resistieron a compartir su aventurada hipótesis. Sacó León Pinelo las licencias de los Consejos de Castilla y de Indias (2), imprimió el "aparato” com-

(I) León Pinelo, llevado por sus aficiones con­tinentales, se relacionó con no pocos americanos instruidos. Conocida es la amistad que sostuvo con Juan Ruiz de Alarcón, de quien fué ejecutor •estamentario: (Ve. Luis Fernández Guerra, Don

e -n n ? Piarcón y Mendoza.). Pido excusas al lector por no facilitarle el

xto i d esjos y otros documentos relacionados con el Paraíso en el Nuevo Mundo, que yo sería

primer interesado en conocer. La guerra civil Panola interrumpió la investigación que llevaba

tr><.Cab° e impidió que llegaran a mi poder los da- l0S que tema solicitados del Archivo de Indias.

puesto de la portada (Fig. 1) y de las ta­blas o índices, hizo constar las promesas de “un gran ministro" de costear su im­presión, más no logró pasar de ahí. León Pinelo murió sin ver impreso su monumen­to apologético que no tardó en hundirse en el olvido. Hace ya de esto cerca de tres si­glos y el Paraíso en el Nuevo Mundo no sólo continúa inédito sino que no ha sido aún ni descrito a fondo ni estudiado.

Las cosas se nos aparecen hoy bajo dis­tinto aspecto. El Paraíso en el Nuevo Mun­do si no puede pretender ser la obra más útil de León Pinelo, sí debe, en cambio, ser considerada en cierto modo como la más importante de sus creaciones. Dejóse en ella arrebatar por un anómalo lirismo de especie erudita, enajenándose para dar for­ma a la inmensa cantidad de promesas que ante los ojos humanos, semienvueltos to­davía en las tinieblas medievales,'proyectó la presencia viva de nuestro orbe terráqueo y su presea capital el Mundo Nuevo. Di­fícil es para una mentalidad moderna ima­ginar la hondísima transformación que operóse por entonces en la conciencia de los vivientes. El caos interior de sus igno­rancias vióse de repente intervenido por la horma de la realidad, obligado a adoptar formas intermedias, transaccionales, en las que se trata de conciliar el conocimiento objetivo con las ideas madres que la con­ciencia subjetiva heredó de los confines del pasado. Son muy numerosas las obras en que se refleja un mismo afán de encontrar explicaciones, de establecer nexos entre la llamada revelación sobrenatural y esta otra revelación revolucionaria de la historia con su aporte de presencias incontrovertibles. Podría decirse que esta época que desde entonces dura, aunque no nos falten hoy razones para suponer que se encuentra en sus postrimerías, se caracteriza por la irre- ductibilidad de ese dualismo, por la coexis­tencia de esas dos orillas de lo subjetivo y de lo objetivo que encauzan el curso de las humanas generaciones o, si se prefiere, de ese oxígeno y de ese hidrógeno que al mez­clarse crean el elemento que la conciencia puebla con las entidades de su vida ani­mada.

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En este sentido quizá no exista obra más plena, más acabada y perfecta que esta Historia natural y peregrina. En un es­fuerzo tan conmovedor, por lo inútil, como los realizados modernamente para conciliar a la letra los dictados de la ciencia con los de la fe, la clara inteligencia de León Pi- nelo y su tendencia al orden y a la clasi­ficación recogió todos los datos concordan­tes que la tradición religiosa y los nuevos conocimientos le brindaban, sometiólos a una trabazón rigurosa agrupados en series de coincidencias acusadas por la necesidad de comprender el todo de un modo unitario, metodizando así, en tomo de su tesis, gran­des fracciones de la nebulosa humana, todo ese enjambre de elementos vivos echados a volar en aquella sazón histórica. En segui­da veremos cómo esa operación no es tan caprichosa como a primera vista parece. Al contrario, es el fruto de una constante que actúa así en todas las ocasiones. La men­talidad que pudiéramos llamar colonial que se produce en América a raíz de la conquis­ta es resultado de idéntico proceso. Así co­mo las formas plásticas eoncilian en un estilo artístico intermedio los aportes eu­ropeos y americanos bajo el signo, natu­ralmente, del elemento más fuerte, así se conservan obras del pensamiento en las que la memoria indígena, tratando de jus­tificar su pasado de la misma manera que la occidental el suyo, vertió sus materiales en el molde que le presentaba la tradición conquistadora. De esta suerte nacieron, por ejemplo, numerosas leyendas cristianas en América, sólo posibles si se dan por bue­nos los más arbitrarios entronques, obede­ciendo a una ley natural de afinidades y concordancias que dan pie a la fantasía para fraguar raros fantasmas circunstan­ciales.

A este mismo proceso, a esta misma tendencia a aunar las cosas, a establecer nexos, a formar síntesis intermedias, rin­dió tributo la mentalidad occidental tra­tando de comprender en visión conjunta, conchándolos, el mundo subjetivo de las grandes creencias con el objetivo que, al darle a conocer la realidad, la historia en aquel momento le imponía. No hay trata­dista americano en los siglos XVI y XVII

que no muestre, en mayor o menor escala, indicios de este proceso psicológico propio de la naturaleza pensante. En este orden de ideas El Paraíso en el Nuevo Mundo puede considerarse como un verdadero ar­quetipo. Libro de época, trabajado con la esmeradísima perfección de una piedra preciosa, constituye un auténtico exponen­te de los tiempos aquellos en que, dentro de España y en el orbe, la presencia del Nuevo Mundo provocó una fuerte erup­ción de savias intelectuales que acabaron por cuajar en un fruto sazonado. ¿Y acaso la materia intelectual será menos noble que la madera, el barro, el bronce, de modo que un mueble, un plato vidriado, una fi­gura, despierten subido interés mientras una obra como El Paraíso en el Nuevo Mundo permanece inédita? Sin embargo, la coordinación de complejas armonías, el jue­go de la baraja de facetas, la proporción de sus partes, muestra en ella tan exacta perfección formal como el más selecciona­do objeto salido de las manos del hombre.

*

No puede decirse, empero, que El Paraí­so en el Nuevo Mundo sea una obra biblio­gráficamente desconocida. Son varios los autores, como consta en el Anejo 1, que han hecho mención de ella, ventura excepcional tratándose de un libro manuscrito. Ha be­neficiado siempre de un halo de leyenda. Se ha sospechado en diversas ocasiones que contenía algo considerable. Pero después de haberle dado mil vueltas, de haberla contemplado desde todos los ángulos sin descifrar el enigma, se ha optado siempre por volver a dejarla en su sitio.

La accidentada historia del manuscrito le presta una personalidad en el mundo de la bibliografía. En 1656 se imprime el aparato. Fallecido su autor, el manuscrito original debió ir a parar a la biblioteca de Barcia si se acepta el testimonio del Epít0' me de la biblioteca Oriental y Occidental que así lo expresa. Se creyó más tarde, a causa del aparato e índices, que había sido publicado. A mediados del siglo XVII aparece repentinamente el manuscrito eo poder del diputado e historiador peruano

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Fig. 1— Portada del “aparato”(Archivo Histórico Nacional de Madrid)

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Fig. 2.—Mapa de América del Sur, según el ms, de León Pinelo

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rrespondencia inédita relativa a esta copia realizada el año 1779 por Don Josef Sobrino y Manxón, Oficial de la Contratación a Indias en Cádiz (Ve. Anejo 2).

Devuelto el manuscrito original a Llano Zapata no tarda en desaparecer sin dejar rastro. Hace falta que transcurra un siglo para volverlo a encontrar, esta vez en la biblioteca de Salvá de la que pasó a la de Ricardo Heredia, comte de Benahavis, sien­do subastado públicamente en el Hotel Drouot de París en 1893 y, no habiendo encontrado comprador, de nuevo al siguien­te año, ignorándose las manos en que desde entonces se encuentra. En el Anejo 1 se reúnen los documentos concernientes a es­tas idas y venidas.

El manejo y estudio del manuscrito original nos está, pues, vedado, mientras no se averigüe su actual paradero. Pero te­nemos, en cambio, la admirable copia que tan desinteresada como oportunamente hizo sacar la loable previsión de Llano Zapata, copia ejecutada “para el Rey” con el más acabado esmero y que, en principio, puede tenerse por enteramente exacta. Forma en ¡a actualidad parte de la Biblioteca del Palacio Nacional de Madrid y se halla consignada en el catálogo Manuscritos de América de Jesús Domínguez Bordona aguardando el día en que pueda ser con­frontada con el manuscrito original. Este es el ejemplar que hemos manejado. (1)

*

José Eusebio Llano Zapata quien lo había recibido en Buenos Aires como obsequio, en el año de 1753, del Arzobispo de los Charcas o Chuquisaca, Don Cayetano Mar- cellano y Agramont. Suponía Llano Zapa­ta que León Pinelo debió enviar el original a su hermano Diego, Oidor de la Audiencia de Lima, suposición difícilmente concilia­ble con la noticia de que había estado en la biblioteca de Barcia. A no ser que en ésta figurara únicamente el aparato con los índices, tesis que no parece imposible, o que fueran dos los ejemplares manuscri­tos. Llano Zapata estudió a fondo la obra dejando de ella varias referencias en sus impresos Preliminar y cartas y Breve co­lección de varias cartas (1) tocante la de este último al capítulo XI del Libro V dedicado a la descripción del Río de la Plata, Argentino o Paraguazú, las cuales han corrido posteriormente de bibliografía en bibliografía. En especial debió utilizar­lo, según confesión propia, para la compo­sición de sus Memorias Pbísico Químicas cuyo primer tomo vió, por fin, la luz en 1904 en la ciudad de Lima. Llano Zapata tenía por El Paraíso en el Nuevo Mundo una gran veneración, no por la tesis o sis­tema que le sirve de esqueleto “que no pasando los términos de unas vanas con­jeturas, se ha quedado en los límites de una roerá paradoxa”, sino a causa de las noti­cias de varia procedencia que recubren ese esqueleto, mejor, de la materia histórica en que la tesis se modela. Por la insisten­cia de Llano Zapata conoció El Paraíso en B Nuevo Mundo, durante algunos años, la curiosidad de las personas cultas. Fué por entonces cuando el historiador peruano, afanoso de perpetuar el contenido de la °bra, de salvarla para los estudiosos de la posteridad, la ofrece, extremando precau­teles, al Consejo de Indias a fin de que este mande sacar una copia fehaciente, co- roo así fué en efecto. En el Archivo Histó- nco Nacional de Madrid existe una co-

(1) Relación y cartas que precede al Tomo 1 e las Memorias Histórico-Physicas, Crítico-Apo- °geticas de la América Meridional. Su autor Don

Joseph Eusebio Llano Zapata. Año 1759. Cádiz. .8- 65. Breve colección de varias cartas histó--

nco-crítico-juiciosas.. . Su author D. loseph Eu- *b>o Llano Zapata, Cádiz 1764. Pág. 77.

Nada mejor para darse cuenta sustan­cial de esta obra que contemplar el mapa que la ilustra (Fig 2). Aparece en él Amé­rica del Sur, Ibérica como León Pinelo se obstina en llamar siempre al Nuevo Mun­do. Destaca en su centro el jardín del Edén o Paraíso Terrenal, Locus voluptatis, rega­do por los cuatro grandes ríos: Amazonas. Argentino o Plata, Orinoco y Magdalena. La región correspondiente al norte del Bra­sil y a Colombia y Venezuela se rotula Habitatio filiorum hominum y la costa del Pacífico Habitatio Filiorum Dei. En la re­

d i Vo. su descripción en el Anejo 1 donde se trascribe la que de él hace en su catálogo Jesús Domínguez Bordona.

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gión ocupada actualmente por el Perú se ve pintada el Arca de Noé y marcado el camino que emprendió en tiempos del Di­luvio. El mito se ha organizado con volun­tad de exactitud científica. El amor todo lo puede.

El hallazgo de esta sugestiva tesis no pertenece, como antes se dijo, a León Pi- nelo. La deformación profesional inherente a su oficio de erudito le hubiera impedido quizá, con su natural insuficiencia imagi­nativa, concebir tesis tan arriesgada. Mas no necesitó crearla puesto que se la dieron hecha como él mismo lo declara en el pá­rrafo que se transcribe a continuación, (Lib. II, cap. II, fol. 118 v.) en el que figuran las referencias pertinentes con esa minuciosidad, con esa honradez científica tan moderna que caracteriza sus escritos:

Esta pues nueva aunque antiquissima opinión de que el Paraíso baya sido en el Nuevo Mundo, sin explicarla ni aplicarla a la de S. Efrén, han tocado y referido Autores graves. El primero que tuvo este pensamiento fue el primer Descubridor del Nuevo Mundo el Almirante Don Cbristoval Colón, como explicaremos (a) quando tratemos de los Ríos, y del motivo que tuvo para tan nuevo discurso. Hicieron mención desta Opinión, Franco. López de Gomara (b), Martin del Rio (c). An­tonio de Herrera (d), doctor Don Juan de Solór- Zano (e), el P. Josef de Acosta (f), Fr. Tomás de Maluenda (g), Laurencio Beierluic (b), ibi Alii in America Cornelio ¡ansenio (i). Obispo Iprense, Leonardo Mario (k), Cornelio a Lapide (l), y D. Femando Montesinos (m), que en la dedicación del Auto de la Fe celebrado en Lima el año de seiscientos y quarenta, empieza así: “Dos Autos de la Fé los mayores se han celebrado en la América. El vno hizo Dios primer Inquisidor contra la apostasia de Adán y Eva, en el Tbeatro del Paraíso" y se remite a la Historia del Paititi (n), que aun no ha salido a luz. Fr. Claudio de Abevile (o), Religioso Capuchino que citaremos varias veces, y el P. Nicolás Abramo (p).

(a) Infra lib. 5. (b) Lib. I, bist. de ¡as Ind. (c) In Adas, sacr. to. I. adg. 709 p. 378. (d) Hist. de las Ind. Dec. I. lib. 3. c. 12. (e) Lib. I de Ind. lur. c. 7. au 7. ( f) Lib. 2. bist. nat. de Ind. c. 14. (g) De Paradiso d. c. 9. (b) In Tetbro. vit. huma. lit. P. ver. Paradisus. pág. II. (i) In Per.- teteuco pág. 31 (k ) In Script. c. 2. Gen. v. 8. p. 25. (I) In Gen. c. 2. ( m) En la dedic. del Auto de 1640. (n) Lib. I. c. 14. (o) In oper. Crono- graph. pág. 78. colp. 2. (p) Lib. 2. Phari vet. testam. c. 4.

La tesis del Paraíso en el Nuevo Mundo es tratada por León Pinelo observando los

rigores logísticos de la más severa técnica escolástica. De este modo pretende trans­mitir su evidencia personal. En el Indice que más adelante se transcribe, se comprue­ba esa extraña tentativa de urdir la prueba al modo envolvente de una tela de araña en la que quede prendido el pensamiento. Las hipótesis probatorias se suceden gi­rando siempre en torno de la idea madre sin temor a deformar, llegado el caso, sus equilibradas órbitas. La muchedumbre de sus conocimientos se da cita allí en modo compacto tratando de casarse unos con otros, de encontrar sus parejas o noticias complementarias. Hallan en sus páginas ca­bida las historias fabulosas de gigantes, las leyendas aportadas por los primeros conquistadores tal como constan en las cró­nicas de la época, las noticias de “todas sus bellezas y maravillas naturales, dando cuen­ta de las producciones de aquellos fértiles países; así es que describe sus árboles, plan­tas, drogas, habitantes, animales, minerales, piedras preciosas, aguas, cuevas, grutas, edificios y obras memorables de los anti­guos peruanos y mejicanos. (1)

En el mapa figura, como hemos visto, el lugar de donde zarpó el Arca de Noé en los días del Diluvio. Puesto a precisar esta clase de detalles no podía dejar de identi­ficar León Pinelo el famoso árbol del Bien y del Mal proveedor de la fruta prohibida: el plátano, aunque para hacerlo le haya sido preciso desechar subrepticiamente el origen no americano de esta planta. El pen­samiento psicoanalítico hubiera encontrado en esta identificación, corroborada en real­ce por la forma del Locus voluptatis, en plena selva virgen, una trasposición par­ticularmente sintomática del verdadero enamoramiento de este erudito, prisionero en la red reveladora de los símbolos. Mas este amor da como consecuencia que no se limite Pinelo a la exposición de su tesis sino que se lance después peregrinamente a la libre rememoración de los encantos de la Dulcinea de su quijotismo, de sus fuer­tes seducciones, engarzando en el aderezo que pudiéramos quizá atribuir a la subli­mación de la libido, cuantas noticias le

(1) Catálogo de la Biblioteca de Salvó, Vol II, pág. 404.

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producen una satisfacción interior placen­tera. Singular, extrañísimo Cantar de los Cantares. León Pinelo se recrea exaltando no sólo la hermosura de la naturaleza ame­ricana sino que se complace en reproducir aquellas noticias fantásticas, a todas luces imposibles, que a sus ojos consagran la di­vinidad, el carácter extranormal de su ama­da Ibérica. Algunos de los capítulos, en especial aquellos finales dedicados a la des­cripción de los cuatro grandes ríos, pudie­ran considerarse, en cierto modo, como los cantos de un poema erudito, la correspon­dencia, si se nos permite el recuerdo, con los de aquel Paraíso Perdido en que era directa materia poética lo que aquí es seca, desabrida erudicción. Así el juglar que no sabía de oraciones hacía sus malabarismos ante el altar de la Virgen. No deja Pinelo, como es lógico, de situarse a sí mismo en América, evocando los días felices que allí pasó, siempre que puede incorporar su per­sonal testimonio al cuerpo de doctrina (1).

Al propio tiempo acumula, y este es otro de los aspectos de interés que ofrece actual­mente el Paraíso, una serie de datos tomados de los cronistas e historiadores sobre monu­mentos y antigüedades principalmente me­xicanas y peruanas, sobre los indígenas, sus costumbres e industrias., . Estos datos pro­ceden en general de fuentes conocidas: Go­mara, Herrera, Oviedo, Acosta, mas sucede también que se sirve, reproduciéndolos, de textos desaparecidos. Tal ocurre, por ejem­plo, con los Notables del Perú de Felipe de

(1) Dos veces, por lo menos, hace referencia a su persona. En el Lib. V, cap. XII, se contiene el dato biográfico relativo a la entrada de León Pinelo por el Plata, citado por Llano Zapata y reproducido por todos los biógrafos: ‘‘El año de 1604 entrando yo por este Río [de la Platal rodee toda la Isla [de Maldonado] porque desde mis primeros anos fui inclinado a saber y a investigar con atención lo que otros pasan sin ella”. La segunda referencia consta en el Lib. II, Cap. XII, foL 201 w y es inédita: “En Tucumán quatro o cinco leguas de la Ciudad de Córdova en la Sierra que se descubre acia donde llaman Salsi- puedes, nai vna Losa o Peña en la misma Sierra, cerca de vna Cueba que en ella se hace en que están impresas vnas huellas según me acuerdo haverlo oído en aquella Ciudad, donde mis Pa­dres fueron Encomenderos, y yo me crié; aunque nunca vi las huellas, porque los pocos años no atendían a tanta curiosidad.”

Pamanes registrados en el Epítome de la Bi­blioteca Oriental y Occidental (1) a que Pi­nelo hace frecuentes referencias, aunque sea preciso confesar que lo disparatado de los trozos reproducidos es generalmente de tal magnitud que no permite abrigar excesi­vas esperanzas sobre el valor documental de las noticias contenidas en tan fabulosos re­latos. Habla en ellos, por ejemplo, de una culebra que medía 208 pies de longitud; de una laguna de agua casi hirviendo con peces negros que morían en el agua fría; de un oso que tenía cópula con dos indias, etc. (2). Lo que demuestra que nuestro autor, tan ri­guroso en la cita y en la estructura de la ar­gumentación, se deja llevar por la misma tendencia que Felipe de Pamanes dando crédito a todo lo misterioso y extravagante en aras de un misticismo que trata de colo­car al objeto amado en un plano indepen­diente y superior al cotidiano, en el plano “peregrino".

En otras ocasiones, sin embargo, y sobre todo siempre que se trata de puntualizar da­tos concretos, su juicio crítico es mucho más certero y exigente. Sirva de ejemplo su modo de comprender las noticias tan contradicto­rias contenidas en los cronistas acerca del ídolo del sol del templo del Cuzco, recha­zando la leyenda que lanzó a los cuatro vien­tos el P. Acosta sobre la aventura ocurrida al soldado Mancio Serra de Leguízamo. En ese relato se recoge por vez primera una in­teresante carta del Virrey Francisco de To­ledo que continuó ignorada hasta que casi tres siglos después fué dada a conocer por José Toribio Medina. (3) No acaba desde

(1) "Lie. Felipe de Pamanes, Presbítero. Los Notables del Perú, M. S. 4. Es descripción de sus ciudades, con pedazos de historia de que otro no ha escrito.” Epítome de la Biblioteca Oriental yOccidental, pág. 98.

(2) Las citas más interesantes de Felipe de Pamanes se refieren al tesoro del Cuzco y se ha­llan en los folios 218 w, 221 w, 223 vv 223 v» y 226 v» del tomo I. No aducen sin embargo no­vedad de importancia. Las otras citas de este mis­mo autor se encuentran en los siguientes folios del Tomo II: 42 w, 58, 66 v» 96 v», 117, 146 w, 168, 317 y 319. Es posible que se nos haya esca­pado alguna otra por no haber podido repasar la investigación.

(3) José Toribio Medina, La Imprenta en Li­ma, Santiago de Chile, 1890. Tomo I, pág. 178.

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luego León Pinelo de deshacer todo el error a causa tal vez del mismo Pamanes que si­guió insistiendo sobre la forma discoidal de dicha figura. Mas preciso es confesar que no anduvo muy lejos de la verdad. Oigasele cómo se expresa en el Lib. IV, cap. XXV.

''En este Templo estaba la figura del Sol echa de vna gruesa plancha de oro que ocupaba la testera. El P. Acosta (d) y Garcilaso (e) advier­ten que en la repartición le cupo en suerte esta figura a yn soldado que se llamaba Mancio Serra de Leguizamo, el qual antes que amaneciese el otro día la bavia jugado y perdido; de que se originó el Adagio de Jugar el Sol antes que sal­ga. A que yo añado que esta no era la Figura del Templo Principal, sino de alguno particular (1) ni es posible que a vn Soldado le pudiera tocar Joya tan rica, y de tanto valor como aquella de- vía de ser. Demás que Felipe de Pamanes (f) que alcanzó noticias de ella, afirma que era de Oro maiizo, como vna Rueda de Carro. Y asi lo cierto es que esta figura del Sol, la retiraron y escon­dieron los Indios, y después la llevaron consigo, los que se fueron con Tito Cusí Inga, a la sierra de Vilcabamba, donde la tuvieron y adoraron, basta que el Virrey Don Francisco de Toledo im- bió gente, y prendió a Tito Cusí que hizo degollar en la plaza del Cuzco; y entonces vino a su poder este Idolo o Figura. Para prueba referiré lo que es­te Virrey escrivió al Rey Felipe II en Carta que be visto original (a), ‘‘Por esperar (dice) en tan breve la Lizencia de V. M. y poderla yo lle­var, no imbio la mejor pieza, que se ba bavido en este Reyno que se recogió y fortificó en esta Pro­vincia (babla de la de Vilcabamba) que Dios dio ahora a V. M . que fué el Idolo del Sol, que estaba en esta Ciudad, (escrive desde el Cuzco) quando se ganó, que dió el culto y Leyes de Idolatria a todas estas mil y quinientas leguas de Infieles; con cuyo engaño, falsedad de respuestas y ampa­ro, estos Ingas sugetaron toda esta miserable Gente: que como lo bailamos■ agora todo en fres­co puesto en obra, se sacó más sin dificultad toda la traza y composición que el Demonio ba tenido y tenia con esta Gente. Y cierto que por ser la raíz y cabeza de todos los engaños e Idolos este, y donde ban pendido las demás, me parece que era Paga y satisfacción, que V. M. podia hacer a su Santidad, del cuidado que le mandó tener desto quando encargó a V. M. la conversión destas Tie­rras. Otras cosas se hallaron con él, y en su casa del Sol, y con los cuerpos embalsamados en que idolatraban y hacían los Sacrificios de Inocentes, que también tengo para llevar a V. M. de que

(I) Para el P. Reginaldo Lizárraga la imagen jugada por Mancio Serra Leguizamo, a que este mismo hace referencia en su testamento, era una plancha que recubría la gran pila de piedra que en su tiempo se conservaba aún en el templo del Cuzco y que modernamente ha sido traslada­da a Lima. A ella misma debe referirse el testi­monio de Felipe de Pamanes.

creo que V. M. gustará’’. No dice más ni he podi­do bailar más noticias desta Joya, ni quando se truxo, aunque lo be procurado". (!)."

(d) Lib. 5. c. 12.—(e) Part. 2. 1.3. c. 20.— (f) Notabl. del Perú. AI. S.—(a) Carta de 9 de Oct. de 1572.

Sobre materia simétrica puede citarse en ejemplo de probidad investigadora el si­guiente párrafo tocante a los tesoros mexi­canos (Lib. IV, Cap. XXIV. fol. 300 v.)t

Y la Villa rica de Veracruz imbió entonces otro (Presente) de que se baila la memoria en los li­bros Reales (a) del Consejo de Indias, y parece vinieron muchas Preseas de Oro, y vna Rueda grande con la Figura de vn Monstruo en medio, que pesó tres mil y ochocientos Castellanos y fué la mejor pieza que se halló: aunque no tuvo me­jor logro que otras, porque trayéndose estos dos Presentes a España en vn Navio pequeño le robó Juan Florín Corsario Francés, como refiere Cas­tillo (b).

(a) Lib. Nuev. España de 1518, fol. 36.(b) Cap. 170.

He aquí, para terminar el muestrario de citas, otro curioso testimonio referente a la boga que por aquel entonces gozaron en Madrid ciertos productos americanos (Vol. II. fol. 25 v.):

De texer pocas Naciones se ban aventajado a los Collas, y otros del Perú, en las finissimas telas de Cumbe que hacen de lana, con buenas labo­res de dos ases, que es lo peregrino de ellas, no lo siendo menos la delicadeza del texido, sus vibos colores, y mucha duración. En esta Corte bai re­posteros, Alfombras, Camas y Sobremesas de Cumbe, que admira su obra, y no habrá en Euro­pa quien la sepa imitar.

¿Dónde irían a parar tales tejidos para que modernamente no se encontrara en Madrid ni el más remoto indicio de su exis­tencia?

(1) Por otras cartas del mismo Virrey y que León Pinelo no debió nunca llegar a ver se sabe hoy que el verdadero ídolo del templo del Cuzco, llamado Punchao, cogido en Vilcabamba, no era una plancha sino una estatua hueca de poco más de kilo y medio de peso. Don Francisco de To­ledo, cumpliendo su promesa, lo trajo consigo a su vuelta a España, siendo depositado por algún tiempo en el guardajoyas real para acabar sin dejar rastro, al igual que todas las demás extraor­dinarias piezas de las Indias, en manos del fundi­dor. (Ve. Roberto Levillier. A propósito de una carta del Virrey Toledo. Revista del Archivo Na­cional del Perú. Tomo II, Entrega III. Lima, 1924. Pags. 499-515.)

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CONTINENS PARADISI

Con ser varios los aspectos apuntados en esta breve reseña, interesantes en extremo y dignos por sí solos de llamar la atención hacia la obra que los contiene, existe a nues­tro juicio otro mucho más vivo y signifi­cante del que se derivan consideraciones de orden sin duda superior: el valor poético del Paraíso en el Nuevo Mundo, libro mar­cado con la huella directa de ciertas realida­des espirituales propias del psiquismo im­personal o colectivo, proféticas si se prefiere.

Permítasenos que, llevados del mismo amor de América que movió a León Pinelo, formulemos a este propósito una tesis en apariencia no menos atrevida que la suya, a su nivel, por tanto. A nosotros también, en este nuevo aniversario del descubrimien­to, en esta fiesta del Mundo Nuevo, se nos encrespa el poder de exaltación de que todo hombre participa, con tanta mayor fuerza cuanto que carecemos de razones para mo­derarlo y sobran, en cambio, las que inclinan a su estímulo. Porque si el comentario ha de alcanzar la altura de la conmemoración a la vez que la del hombre de letras cuya obra utilizamos,. como él hemos de plantar, por encima del andamiaje erudito, la razón ima­ginativa que lo justifique haciéndolo digno, no sólo de las circunstancias que lo promue­ven, sino del Nuevo Mundo cuya esencia es la misma que determina nuestra vida.

Caracterízase la psicología humana de este gran ciclo que comienza con los albores cons­cientes de la historia y que hasta hoy dura, por el antagonismo de la idea de eternidad propia de la sustancia —llamémosla conje­turalmente así—, en que se plasma el ins­trumento universal de la conciencia, y la realidad pasajera del tiempo a que rinde tributo el cuerpo físico individual en que aquel instrumento se vehicula. Colocada la sensibilidad intelectual del ente humano en el cruce contradictorio de estas dos vías di­ferentes, propias de lo que pudiéramos tal vez llamar sentidos dimensionales distintos, percíbese dentro del hombre que piensa, co­mo común denominador, un constante ma­lestar debido a la insuficiente correlación que existe entre el deseo íntimo y la percep­

ción objetiva. La dislocación de la imagen simultánea de la Realidad en el espejo tri­nitario del tiempo con su pasado, presente y futuro, que, por más inmediato, es de los dos elementos —eternidad, temporalidad—, el preponderante, impone al psiquismo hu­mano la necesidad de imaginar un mundo no presente que contrarreste aquello que en el presente hay de ausencia, que le sosiegue y equilibre. Automáticamente se forma así en la oquedad de la nostalgia una imagen de otra vida, lo mismo en el terreno del antes y del después, de la sucesión temporal, que en el de su negación, esto es, en el del des­tiempo absoluto o eternidad. Durante mu­chos siglos la conciencia humana, por ha­llarse vinculada a un elemento de gran plasticidad que tiende a guardar la impronta de los agentes que en ella inciden, es decir, en la memoria, vuelta naturalmente hacia el pasado, ve orientarse la nostalgia hacia la lejanía pretérita, suscitando un espejismo de bienaventuranzas: el primordial Paraíso. Se consuela, al modo onírico, gozando de ellas lunar, reflejamente. Siglos más tarde, cuando, a lo que parece, la sensibilidad se hubo refinado por desarrollo del medio ima­ginativo que la nutre y, desequilibrada, do­lorida, por la insuficiencia del presente, no logra contrapesar su desvalimiento con ese liviano lastre del pasado histórico, empieza a concebirse el mito del bienestar futuro. Los ojos nostálgicos del hombre dejan de volverse hacia atrás para mirar delante de él, en el sentido de su marcha que así se hace funcional, afirmativa y sin obstáculos. Bajo estos determinantes se plasma el mito de un mundo futuro más perfecto, el cual, cuando toma cuerpo en una realidad de or­den material, asume la especie de tierra pro­metida, y cuando vencida aquella y vista su- insuficiencia, lo hace en una realidad de or­den espiritual, se proyecta más allá de los confines de la vida histórica para corporei- zarse no en la dimensión longitudinal del' tiempo sino en la altitudinal del destiempo o. eternidad. De este modo se fragua la creencia en el más allá celeste correspondiente a la eternidad del alma que informa las religio­nes occidentales.

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Sucede así que la vida humana, limitada al paladeo de un presente imperfecto y en cuya conciencia no obra directamente ni el pasado ni el futuro, debe ser considerada como un viaje transcurrido en un valle de lágrimas situado entre dos paraísos. Sumer­gida en el presente, la conciencia de ser sufre el dolor de la dislocación, e identificada por la memoria a la vida personal del individuo cuyo modo de comprender las cosas se con­forma al fluir material del cuerpo que es su instrumento, se aferra al consuelo nostál­gico del pasado o del futuro apoyándose en ellos como en dos muletas que le sirven para caminar dificultosamente. Como los sueños que se forjan en las zonas del subconsciente para calmar las inquietudes del individuo que duerme, evitando que su reposo sea in­terrumpido, así en la pantalla interior que suele llamarse alma humana vense alzar los espectros de un bienestar anacrónico que con su consuelo, con su presión exterior, es­tablece un equilibrio circunstancial convir­tiendo para él la vida y el movimiento en una noción que oscila entre lo soportable y lo apeticible.

La era cristiana se caracteriza psicológi­camente por el proceso de diferenciación de la conciencia individual en relación con un psiquismo que no percibe la Realidad inte­gral de un modo directo sino reflejo. A lo lejos, en el pasado, se sitúa el Paraíso Te­rrenal con su ángel de fuego que cierra la en­trada. En el confín del futuro se abre la pro­mesa de una bienaventuranza eterna siem­pre que se logre evitar la sima complemen­taria de los infiernos. Entre ese manantial primigenio y ese futuro mar que intelectual­mente lo justifica, transcurre la vida cons­ciente del hombre sobre la tierra.

Esta situación no es, sin embargo, defini­tiva. Doblado cierto cabo de la historia, en algunas individualidades en las que la rea­lidad material no puede desvanecerse bajo las brumas del destiempo, en aquellos tem­peramentos en que las formas exteriores se afianzan con evidencia invencible, empieza a concebirse la posibilidad y, por tanto, a nacer, tímidamente en un principio, con más fuerza poco a poco, la esperanza en un mun­do materialmente mejor. Un mundo inde­

pendiente de aquel de la “otra vida” prome­tida al individuo, prometido éste, en cambio, a la colectividad, a la especie cuya vida al­canza, en sucesivas generaciones, allí donde la del individuo se queda infinitamente cor­ta. La conciencia, llegada en esas individua­lidades a un suficiente grado de diferen­ciación, percibe con nitidez la presencia de una realidad humana extraindividual, de una verdad colectiva que modifica la fijación de los instintos conservadores. Ante la luz que estas verdades arrojan, luz, como la solar, en sí, objetiva, fuera del individuo, que le permite contemplar las cosas y contemplarse a sí mismo de un modo exento, tan diferente de la lucecilla interior que ilumina apenas un círculo sumamente estrecho, la concien­cia humana ve desvanecerse aquellas reali­dades antaño tan evidentes como es el cielo prometido, adquiriendo solidez, en cambio, aquellas otras que afectan a la realidad his­tórica de la vida humana. La conciencia em­pieza a abstraerse del individuo, de lo par­ticular, para apoyarse en lo general.

Como consecuencia de este proceso ocurre que el paraíso individual suspendido en el destiempo, empieza a descender del cielo en que estaba situado para asentarse concreta­mente en el futuro histórico de la colectivi­dad humana. Así como la ilusión de la tierra prometida apareció antaño ante los ojos de los israelitas, ante los ojos de los deshereda­dos de la actual sociedad aparece hoy el paraíso terrenal futuro, viniéndose a cerrar el ciclo psicológico de la humanidad pacien­te. La serpiente se muerde la cola desha­ciendo la dislocación de las tres personas temporales, pasado, presente y futuro, reu­niéndolas en una simultaneidad de acorde.

Más aún, ese paraíso material venidero, viene a identificarse con el paraíso espiritual que, desindividualizada la conciencia, em­pieza a vislumbrarse en el futuro de la es­pecie, formando con aquél, vencida la dualidad, una sola cosa. Es el infinito donde se juntas las dos líneas paralelas de la ma­terialidad y de la espiritualidad, de la indi­vidualidad y de la colectividad.

En relación con esta escala de valores El Paraíso en el Nuevo Mundo desempeña un

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oficio de excepcional significado histórico. Fruto del amor desinteresado, de ese movi­miento de ánimo independiente del egoísmo estrecho del individuo, en él se expresan en síntesis, saliendo a flote, ciertas realidades escondidas, entrañadas al problema humano del conocimiento. Constituye un peldaño ex­presivo del proceso de transformación de la conciencia en su realidad extraindividual, trabado complejamente a los elementos esen­ciales, al pasado, al presente y al futuro, y en relación inmediata con los determinantes del destino español a cuya profunda verdad responde.

Porque aquel mismo impulso espiritual que reinaba en España durante los siglos XVI y XVII animando a los místicos a as­cender trabajosamente a las cumbres con­templativas del Verbo trascendió al alma de este erudito que, sin buscarlo, inconsciente­mente, en nostalgia amorosa, fue instru­mento de ese complejo creador que a través de él dió testimonio de realidades muy re­cónditas. Algo de extraordinaria importan­cia, abriendo las compuertas de la exalta­ción, había traído consigo al mundo, incluso en el plano espiritual, el descubrimiento de América. En la soledad de las planicies mentales, labradas de antemano por el Re­nacimiento, siembra y cultiva desde enton­ces sus posibilidades una gran esperanza: el mundo nuevo. Acostumbrado a moverse in­telectualmente en forma retrógrada, con los ojos vueltos hacia el pasado de que se aleja, el ser humano, solicitado por las realidades que imantan sus instintos, vese obligado a rectificar su posición, a girar sobre sí mismo lo bastante para encararse directamente con el futuro hacia donde sus pasos se dirigen. Al paraíso perdido en la añoranza puede empezar a oponérsele, neutralizándolo, la realidad de una perfección futura, si se fuerza la imagen, de un paraíso encontrado. Rodo ello de un modo tímido, inconfesado, como fruto de una sospecha intuitiva, sin malicia aparente y, por tanto, no sometida seriamente a crítica.

He aquí por qué el deseo de expresar ese no sé qué inefable que en su corazón ardía, hizo que la mente erudita de León Pinelo al enfrentarse en las nuevas circunstancias

con el problema humano del conocimiento, se volviese como en un acceso de fijación alucinatoria, hacia la tesis enunciada a la ligera, en vehemencias de intuición, por no pocos predecesores: el Paraíso Terrenal es­tuvo real, verdadera e históricamente situado en América.

Estas consideraciones definen en verdad la forma y la sustancia del Paraíso en el Nuevo Mundo, obra, en primer lugar, na­cida amorosamente de la necesidad intelec­tual de conocer, constituida, en segundo, por una intuición fundamental, racionali­zada a posteriori. La intuición es el punto de partida y la médula; las precisiones ma­teriales, el método y el aparato racional, el hueso, la caparazón que la envuelve prote­giendo su debilidad orgánica. Quede senta­do que la intuición es el elemento psicológico que revela la presencia de la imaginación creadora. El Paraíso en el Nuevo Mundo, historia natural y peregrina, tiene, por ex­traña que sea su forma, las características esenciales de una obra poética.

Desde nuestro punto de vista actual, no hay duda de que, contra lo que quisiera hacer creer León Pinelo, empeñado en la tarea racionalizadora, el elemento intuitivo, es el primordial y determinante. Por eso he­mos hecho referencia al concepto subjetivo de alucinación intelectual. Para expresar metafóricamente, ya que no estaba a su al­cance hacerlo de modo directo, aquello que constituía el fondo ideológico de la época al mismo tiempo que el hondo sentimiento humano que había despertado en él el conti­nente donde transcurrió su mocedad. León Pinelo, a cuya especialización erudita estaba vedado entregarse directamente a la creación poética —mas apto, por consiguiente, para que la imaginación se expresara por boca de su inconsciencia— no encontró entre sus materiales ninguno más apropiado que la idea del Paraíso Terrestre. Temperamento fuertemente lastrado por una hipertrofia mnémica, no tenía más camino que hundir su falta de vuelo imaginativo en el recuerdo. No hay duda de que al obrar de la suerte León Pinelo se conducía con absoluta buena fe, convencido de que la letra de su tesis co­rrespondía a la más exigente verdad históri-

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ca. Mas no lo es menos que para la perspec­tiva de nuestro tiempo nada resulta más fácil que descubrir en el resultado de su operación mental las huellas de un fenó­meno de espejismo: el Paraíso que, según su visión particular se refiere a tiempos pasa­dos, corresponde en realidad al futuro. Con lo que no hizo sino seguir el ejemplo del Descubridor que murió creyendo que habia desembarcado en el continente antiguo. Su Paraíso es en verdad un Paraíso nuevo ape­nas perceptible en la lontananza del hombre cuya conciencia ha dado media vuelta, la cual en vez de alejarse cada vez más de su perfección, hacia ella, vencida la mitad del camino, endereza positivamente sus pasos. El mismo título de la obra de León Pinelo expresa a esta luz su realidad precisa. El Pa­raíso en el Nuevo Mundo, en el mundo si­tuado más allá del antiguo, en la tierra de la nueva promesa, en América —Continens Paradisi— continente del Amor, continente que se singulariza en espera de su contenido. También aquí la serpiente que desarrolla sus anillos en el tiempo se muerde la cola uniendo las dos extremidades paradisíacas: la del pasado y la del futuro, emitiendo una tesis de simultaneidad imaginativa. En esa nueva promesa de más allá se aúnan los dos elementos de la dualidad, el aspecto mate­rial relacionado con el mito de la tierra pro­metida, única realidad semipercibida pro­bablemente por Pinelo, y el espiritual, con la superación del estado de conciencia del ser humano, correspondiente al cielo pro­metido. Ultima etapa, pues, del proceso dia­léctico de tesis, antítesis y síntesis visible también en la evolución psicológica de las generaciones del hombre.

No nos asusta hoy la contradicción repre­sentada por la letra de la tesis. Sabemos que es la corteza protectora que hay que desechar para gustar la almendra. Más aún, sin con­tradicción no podría expresarse la verdad poética. Todo nos induce a creer en la exac­titud de la intuición operante en León Pi­nelo. Las consecuencias que de ella se deri­van coinciden por completo con las que arroja la intuición reinante en todas las re­públicas de América, así como con las nece­sidades de nuestro organismo psíquico o

espiritual e incluso con los resultados que pueden obtenerse por otros varios conductos. Es axiomático en el nuevo continente que sus tierras incuban el nacimiento de un mun­do nuevo. Sin embargo, hasta estos últimos tiempos no era dado conseguir vislumbre al­guno sobre la modalidad efectiva de ese mundo ni sobre el aspecto a que pudiera su novedad referirse. En el orden material re­sultaba fácil percibir que la explotación de sus riquezas pudiera determinar una pros­peridad económica sin precedentes. En el orden espiritual, sin embargo, las fórmulas enunciadas hasta la fecha pecan de una va­guedad, de un infantilismo suficiente para revelar bien a las claras que ese mundo de­seado no se encontraba aún a la vista. Hoy nos hace la historia penetrar en otra de sus estancias al mostrarnos el contenido irremi­siblemente bárbaro de la pretenciosa civili­zación occidental centralizada en el antiguo continente. A los ojos de cualquier hombre de espíritu libre situado en esta orilla del Atlántico aparece como necesidad inaplaza­ble la urgencia de crear un mundo nuevo que por superación se diferencie fundamen­talmente del antiguo. Un mundo arrancado a los dominios infrahumanos de la fuerza bruta, cimentado sobre la razón de amor, de manera que los instintos dominadores de la especie, en vez de dirigirse contra sus seme­jantes, prolongando un insoportable régi­men de esclavitud para los individuos todos, se orienten hacia la dominación de las fuer­zas naturales liberando así a la hermandad de todos los vivientes de la carga opresora de su inconsciencia. Un Nuevo Mundo en cuyo infinito se deshaga la dualidad del antiguo dándose cita conscientemente lo espiritual y lo material, lo individual y lo colectivo dentro de una fórmula dinámica que dé libertad a lo verdaderamente humano.

La tesis defendida por León Pinelo se nos aparece hoy, por consiguiente, llena de sen­tido. Esto mismo que en la actualidad vemos latía ya en las entrañas subconscientes del alma colectiva hace tres siglos expresándose de la manera indirecta revelada por la téc­nica psico-analítica. En efecto, al tropezar con la barrera represiva de la ideología cris­tiana que no admite para la conciencia mas felicidad, más perfección que la perdida del

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fabuloso Paraíso Terrenal donde el hombre veía a Dios, es decir, tenía visión de lo uni­versal, o la prometida del Cielo post mortevi, la realidad interior hubo de tomar, como el cauce del río al tropezar con invencibles des­niveles, el rodeo expresivo del circunloquio. Se alteró así la posición de los elementos de la frase en el tiempo, del antes y del después, en un hipérbaton cuyo esguince es hoy pre­ciso enderezar si se ha de comprender su verdadero sentido. Sin que su autor lo sos­pechara, la raza ha expresado así, con sus naturales medios, su verdad profunda. El vocablo raza, goza aquí de su plena signifi­cación. León Pinelo, de origen judío, de reli­gión católica, se trasladó al Nuevo Mundo, lugar de la libertad, para reunirse con el autor de sus días que años antes salió de la península huyendo de la Inquisición que luego en América lo envolvió, a título de judaizante, en un injusto proceso. Al con­cebir un Paraíso nuevo la imaginación se limita a obedecer automáticamente a los de­terminantes alucinatorios que obran en su persona. Afecto, como judío, por inclinación biológica, al orden material, presiente a se­mejanza de sus antepasados, una Tierra pro­metida. Como cristiano presiente la vida celeste prometida, en un orden espiritual. Como judío-cristiano realiza, pues, la síntesis amorosa de ambos términos en apariencia contradictorios, la solución de la antinomia materialismo-espiritualismo, en una fórmula histórica cuya primera localización tempo­ral es América. Un día se verá a qué supre­ma realidad —y con qué admirable preci­sión— esto que boy parece insignificante coincidencia, responde. A través del primer Cronista Mayor de Indias, titular de una función colectiva, el automatismo histórico ha dado forma oficialmente y de modo aca­bado a una tesis de carácter colectivo, pues­to que en ella se acumulan las intuiciones de buen número de personas en una promesa que abarca a todos. Mirándolo bien, aparece que no cabía otra posibilidad de expresión si la complejidad del lenguaje ha de corres­ponder a la realidad que la determina. Por la vía consciente, a causa de la represión in­superable de la mentalidad de la época, no había posibilidad de enunciar una tesis de esta índole. Nunca por nadie lo fué. No po­

día, pues, subir a superficie sino como efecto de una proyección subsconsciente que, por el hecho de serlo, atestiguara de manera feha­ciente que la promesa a que corresponde es una promesa de superación de la conciencia individual y en la que concurren, en síntesis simultánea, elementos esparcidos en el tiem­po, hallándose en ella presentes, sobre todo, el principio y el fin del ciclo de que es conse­cuencia superadora, el Paraíso primordial y el Paraíso post mortem. Después de la muerte del ciclo. Sólo una personalidad de tipo erudito vuelta, por deformación profe­sional, hacia el pasado, podía ser el instru­mento expresivo de estas realidades, para que dieran entero testimonio. La evidencia intuitiva era tan grande en León Pielo que su luz ocultaba a su razón cuanto contrade­cía lo disparatado de la tesis que con tanta minuciosidad pretendía a su vez evidenciar. Mas sólo de esta manera podían Jas esencias proféticas dar testimonio de la verdad en sí, de aquello que se encuentra fuera del cam­po de la mentalidad subjetiva del individuo hombre según la conciencia de ser de la época en cuyas postrimerías nos hallamos. Este testimonio del Paraíso futuro no está avalado ante nosotros por una autoridad in­dividual, sin valor en ciertos terrenos, sino por una categoría superior que, para prestar­nos acceso a campos imaginativos de orden más perfecto y evolucionado, empieza —con­dición sine qua non— por negar el absoluto del individuo.

La razón no puede sustraerse a admitir que tan sólo de este modo natural, complejo y aparentemente contradictorio se compren­de que pudiera expresarse la promesa del mundo nuevo que, por serlo, se halla en contradicción aparente con aquel que viene a superar, donde se enuncia la profecía; sólo en aquellos días en que las circunstancias psicológicas permitían la filtración hacia el exterior de los deseos subsecuentes al deslum­bramiento que la aparición de América pro­dujo en los espíritus, sólo por medio de una profecía expresada inconscientemente en época antigua, fuera, por tanto, del alcance de toda voluntad individual que la desvir­túe, vulnerando la noción que en la concien­cia humana refleja la apariencia absoluta del tiempo, puesto que çn uno de sus aspee—

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tos esenciales lleva consigo la transforma­ción de esa noción absoluta, sólo a impulso del Amor que es la esencia del Nuevo Mun­do. Entre el tiempo aquel en que fué formu­lada la profecía y el presente en que cumple su finalidad de ser entendida, se establece un contacto directo, una corriente que hace so­nar el timbre de alarma anunciador del Mundo Nuevo, de ese Paraíso que entra así en el campo de nuestra imaginación solici­tando en nosotros la acción, ya necesaria­mente consciente, que haga posible su adve­nimiento, del mismo modo que el hijo futuro llama profundamente al varón desde los ojos de la doncella.

El espíritu que ha animado a España en su relación con América está ahí, al ace­cho en el tiempo, como no podía ser de otro modo, preparado por el orden superior para surgir, para eyacularse en este momento his­tórico de las bodas espirituales a que condu­ce la escala mística de la transformación, cuando el pueblo español, ansioso no de re­clamar imperios, sino de entregarse una vez más sin pedir nada en cambio, y en su ne­cesidad de descubrir los elementos profun­dos, vivificadores, de su cultura, precisa de ello para superarse, para autogenerarse, para alcanzar en el orden del espíritu aquellas realidades universales, post mortem, a que el martirio de sus tres años de guerra en de­fensa de la justicia humana le ha hecho acreedor. Porque a cada cual habrá de dár­sele según sus obras. Con gozosa sorpresa observa nuestra España Peregrina que el libro IV del Paraíso de León Pinelo está dedicado —y con qué insistencia, véase el índice—, al estudio de las calidades pere­grinas del Nuevo Mundo.

Es posible que estas últimas afirmaciones provoquen un movimiento de protesta entre algunos profesionales de la cultura. No a todos agradará a primera vista esta utiliza­ción que quizá llamen política de los ele­mentos culturales contraria a la tradicional que relega cuanto toca al espíritu a las re­giones del pensamiento abstracto fuera de las realidades del tiempo. Pero convendría que meditaran antes de escandalizarse si ¡a cultura puede ser algo muerto, momificado, desvirtualizado, o si, por el contrario, no debe responder a un concepto superior de la

vida intelectual, a una necesidad creadora, vivificante. Convendría preguntarse si es o no función de la cultura revelarnos la exis­tencia de un orden vivo llamado a influir profundamente en nuestro desarrollo, en el de nuestra carne, en el de nuestro espíritu, el orden cuya sola presencia invalida nues­tros antiguos conceptos, nuestras ideas ad­quiridas, precisamente porque la cultura res­ponde a la necesidad de que la conciencia del ser humano se supere, único procedi­miento para que el entendimiento pueda pe­netrar en los dominios universales, divinos, de ese Mundo Nuevo con sus armonías espi­rituales más complejas y gustosas. Conven­dría, sí, que antes de esbozar un movimiento de repulsa en este albor del mundo nuevo meditara el erudito, meditara el auténtico intelectual para quien la cultura no es un adorno con miras a obtener ciertos bene­ficios sociales, si esta involucración de pla­nos no es precisamente exigida por las ne­cesidades creadoras de la vida que para lograr el desarrollo del espíritu exije des­correr los velos, entrar en contacto entrañado con el objeto, conocer, al modo como lo en­tiende el lenguaje sagrado, para que la pre­sencia del orden de vida fecunde nuestra voluntad, nos transforme, transforme nues­tro organismo espiritual al transformar nuestra conciencia.

En este lugar exacto de la creación del hombre es donde se sitúa la obra de León Pinelo —concebida bajo el determinante del conocimiento— fruto del Amor desinteresa­do, de la esencia colectiva propia del Nuevo Mundo. Considérese que para el concepto clásico de la cultura el valor del Paraíso en el Nuevo Mundo era nulo, despreciable. No es ese nuestro juicio, correspondiente a un concepto vivo de la cultura. De acuerdo con su contenido, con el camino que nos señala, con el sentido de nuestra peregrinación, aquí en este Nuevo Mundo a los españoles naci­dos en su mismo borde universal se nos abre la luz, se nos presenta la oportunidad de co­laborar en la realización del Paraíso para to­dos —superación natural de España— mien­tras que en el otro hemisferio reina la noche del espíritu, la noche tan compacta que ni siquiera pueden desgarrar los fogonazos de todos los artefactos destructores.

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INDICE DEL PARAISO EN E L NUEVO MUNDO

TABLA DEL TOMO I

Libro Primero

P ágs.

Capítulo I.—Suposición del Paraíso Terrenal y Opiniones de su lugar y sitio....... . 1Capítulo II.—Opinión primera, que dificulta la averiguación del Paraíso. Admitida. 4Capítulo III.—Opinión segunda, del Paraíso ser alegórico. Reprobada............................ 8Capítulo IV.—Opinión tercera, del Paraíso elevado. Impugnada y permitida............. IICapítulo V.—Opinión quarta, del Paraíso en toda la Tierra. Impugnada y permitida.. 17Capítulo VI.—Opinión quinta, del Paraíso al Oriente. Aprobada.................................. 25Capitulo VIL—Opinión sexta, del Paraíso al Mediodía. Admitida............................... 28Capítulo VIII.—Opinión séptima, del Paraíso en la Equinoccial. Admitida............... 31Capítulo IX.—Opinión octava, del Paraíso en el Septentrión. Reprovada en su motivo

primero.................................................................................................................................... 34Capítulo X.—Opinión octava en su motivo segundo, y situación de los Hiperbóreos.

Admitida................................................................................................................................. 43Capitulo XI.—Opinión nona, del Paraíso en la India. Impugnada y admitidos los Fun­

damentos................................................................................................................................. 52Capitulo XII.—Opinión décima, del Paraíso en Islas Orientales. Admitida. Undécima

en la Trapobana; duodécima en la Sarmacia. Reprobadas................................... 61Capítulo XIII.—Opinión décima tercia, del Paraíso en la Mesopotamia. Impugnada y

admitido el motivo.................................................................................................... 68Capítulo XIV .—Opinión décima quarta, del Paraíso en el Campo de Esledrón. Im ­

pugnada................................................................................................................................... 78Capítulo XV.—Opinión décima quinta, del Paraíso en Palestina. Impugnada............... 84Capítulo XVI.—Opinión décima sexta, del Paraíso en Tierra Santa. Impugnada........ 89Capitulo XVII.—Opinión décima séptima, del Paraíso en los Campos Elisios. Admitida. 97

Libro Segundo

Capítulo I.—Opinión décima octava, del Paraíso en otro Continente. Aprobada, y veri­ficada en el Nuevo Mundo........................................................................................................... 102

Capítulo II.—Fundamento primero en la Opinión antigua del Paraíso en otro Con­tinente, y moderna del Paraíso en el Nuevo Mundo..................................................... III

Capitulo III.—Sitio del Paraíso en la Ibérica Meridional, en los términos de la Opinióndécima octava............................................................................................................ 120

Capítulo IV.—Fundamento segundo, y tránsito de los hombres de un Continente a otro. 126 Capitulo V.—Fundamento tercero en el viage del Arca de Noé y lugar de su descanso. 138Capíttdo VI.—Navegación del Arca en el Diluvio saliendo de otro Continente.......... 144Capítulo VIL— Tamaño, capacidad y forma del Arca de Noé para su viage................ . 150Capitulo VIII.—Duración diaria del Diluvio, tiempo que navegó y en que descansó

el Arca.................................................................................................................................................. 163Capitulo IX .— Derrota del Arca en el Diluvio de un Continente a otro..*..................... ¡77Capítulo X.—Nueva Opinión de la Tierra después del Diluvio, reprobada en la del

Paraíso en el Nuevo Mundo................................................. 182

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P ág s .

Capitulo XI.—Fundamento quarto en la Población del Nuevo Mundo antes del Diluvio. 190Capitulo X II.—Hombres en el Nuevo Mundo anteriores al Diluvio............................... 197Capitulo X III.—Fundamento quarto en las Cuevas y Grutas de las Indias................... 205Capítulo XIV .—Fundamento sexto en los Edificios antiguos de las Indias.... 211Capitulo XV.—Edificios antiguos de las Indias, incertidumbre de sus Fabricadores.. . . 223Capítulo XV.—Edificios y Obras memorables de los Indios Peruanos.............. ■........ 234Capitulo XVII.—Obras peregrinas y artificiosas de los Indios Mexicanos................... 244Capitulo XVIII.—Edificios anteriores al Diluvio en las Indias....................................... 25/Capítulo X IX .—Población segunda del Nuevo Mundo y Luí Evangélica en él pro­

fetizada........................................................................................... 263Capitulo X X .—Pronósticos del acabamiento de la Idolatría en el Nuevo M undo... 268

Libro Tercero

Capítulo I.—Fundamento séptimo en la Opinión tercera del Paraíso elevado, y Tierrasaltas de las Indias............................................................................................................... 282

Capítulo II.—Fundamento octavo en la Opinión quarta del Paraíso en toda la Tierra;y su división en Continentes......................................................................................... 288

Capitulo III.—Fundamento nono en la Opinión quinta del Paraíso al Oriente; y parteoriental del Orbe en la questión......... . ........................................................... ........ . . 298

Capítulo IV.—Fundamento décimo en la Opinión sexta del Paraíso al Mediodía, yTierras en que pudo estar................................................................................................ 306

Capítulo V.—Espada de fuego, Guarda del Paraíso, y Volcanes de las Indias............... 307Capitulo VI.—Fundamento vndécimo en la Opinión séptima del Paraíso en la Equi­

noccial, y conveniencia de sus Tierras............................................................................ 322Capítulo VII.—Fundamento duodécimo en la Opinión octava del Paraíso en el Sep­

tentrión, y sitio de los Hiperbóreos en el Nuevo Mundo............................................ 328Capítulo VIII.—Fundamento décimo tercio en la Opinión décima del Paraíso en Islas

Orientales, y situación de la de Cipangro en la Nueva España................................. 336Capítulo IX.—Fundamento décimo cuarto en la Opinión vndécima del Paraíso en la

Trapobana. y beatitud de las Islas de Barlovento,..................................................... 342Capítulo X.—Fundamento décimo quinto en la opinión décima tercia del Paraíso en

la Mesopotamia, Fertilidad y Climas de las Indias...................................................... 347Capitulo X I.—Fundamento décimo sexto en la Opinión décima séptima del Paraíso

en los Elisios, y su situación en las Indias.................................................................... 362

INDICE DEL TOMO II

Libro Quarto

Capítulo I.—Fundamento décimo séptimo, en los de la Opinión nona del Paraíso enla India, y calidades peregrinas del Nuevo Mundo..................................................... 1

Capitulo II.—Naciones peregrinas y Monstruos humanos de las Indias........................ 6Capítulo III.—Calidades y condiciones peregrinas de Gentes de las Indias.................... 13Capítulo IV.—Amazonas y sus Noticias antiguas y modernas en las Indias................. 29Capitulo V.—Animales peregrinos de las Indias......................................................... .... 39Capitulo VI.—Serpientes y Culebras peregrinas de las Indias.......................................... 60Capítulo VII.—Animales imperfectos y peregrinos de las Indias.................................... 68Capitulo VIII.—Aves peregrinas de las Indias.................... ............................................... 77

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P ágs.

Capitulo IX.—Peces peregrinos en Mares y Ríos de las Indias....................................... 94Capitulo X.—Lagos grandes y peregrinos de las Indias.................................................... 112Capítulo XI.—Laguna Mexicana y sus calidades peregrinas............................................ 126Capítulo XII.—Fuentes y Ríos peregrinos de las Indias.................................................... 145Capítulo XIII.—Arboles y Maderas estimables y peregrinas Hiervas de las Indias... 156Capitulo XIV.—Arboles frutales y Frutas peregrinas de las Indias................................... 164Capitulo XV.—Arbol de la Culpa peregrino en las Indias y probabilidad de que se

bailase en ellas..................................................................................................................... 177Capitulo XVI.—Armas y Drogas peregrinas de las Indias................................................ 195Capitulo XVII.—Drogas medicinales y peregrinas de las Indias..................................... 205Capítulo XV III.—Drogas comerciables, Sal y Salinas peregrinas de las Indias................ 215Capítulo X IX .—Minerales toscos, Tierras y Piedras medicinales y peregrinas de las

Indias...................................................................................................................................... 225Capítulo XX.—Piedras preciosas y peregrinas de las Indias.......................................... 239Capítulo X X L —Perlas y su abundancia peregrina en las Indias................................... 25?Capitido X X II.—Plata y sus Minerales peregrinos en las Indias................................... 271Capíttilo X X III.—Rico Cerro de Potosí peregrino en el Orbe, su descripción, riqueza

y labor.................................................................................................................................... 285Capítulo XXIV.—Oro y su abundancia peregrina en las Indias......................................... 297Capítulo XXV.— Riqueza en Oro, Plata y Perlas que han dado las Indias, peregrina, y

portentosa............................................................................................................................... 309

Libro Quinto

Capítulo I.—Fundamento décimo octavo y final del Paraíso en el Nuevo Mundo, enla questión de los quatro Ríos........................................................................................ 327

Capítulo II.—Aguas y Ríos del Paraíso, según varias opiniones......................................... 333Capítulo / / / .—Descripción del Río Ganges, uno de los quatro del Paraíso.................. 337Capitulo IV.—Descripción del Río Nilo, otro de los quatro del Paraíso.. 340Capítulo V.—Descripción de los Ríos Tigris y Eufrates, de los quatro del Paraíso... 350 Capítulo VI.—Los quatro Ríos del Paraíso en los del Marañón, Argentino, Orinoco

y de la Magdalena del Perú......................................................................................... 364Capítulo VIL—Grandeza y sitio del Río Marañón verificado su nombre.................... 374Capítulo VIII.—Descrívese el Río Marañón de la Corona de Portugal........................ 391Capítulo IX.—Descripción del Gran Río de San Juan de las Amazonas, Orellana y Ma­

rañón de la Corona de Castilla y sus vocas................................................................ 398Capítulo X.—Descripción del Gran Río de San Juan de las Amazonas hasta sus Fuentes. 408Capitulo XI.—Descripción del Río de la Plata, Argentino o Paraguazú.................... 426Capítulo XII.—Descripción del Río Orinoco, Vriapari o Río Paria............................... 445Capítulo X III.—Descripción del Río grande de la Magdalena........................................... 451Capítulo XIV .—Calidades de los quatro Ríos del Paraíso en los de la Ibérica Meri­

dional....................................................................................................................................... 458Capitulo XV.—Resumen de la situación del Paraíso en el Nuevo Mundo, y Protesta

del Autor......................................................................................... ......................................

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A N E J O I

NOTICIAS BIBLIOGRAFICAS SOBRE EL PARAISO EN EL NUEVO MUNDO

Antonio DE LEON PINELO. (Memorial.)“Señor. / El Licenciado Antonio de León

Pinelo, Relator del Consejo / Real'de las In­dias: Dice, que el año 604, passó a las Indias con licencia de V. M„ etc.

El Paraíso en el Nuevo Mundo, comenta­rio apologético, historia natural y peregrina de las Indias Occidentales, Islas y Tierra Fir­me del Mar Océano. Es obra de mucha curio­sidad y novedad, y de suma alabanza para las Indias. Está acabada en seis libros, que ten­drán más de 250 pliegos. Y un gran ministro ha ofrecido hacer el gasto de la impresión, para que salga pronto a luz".

(Citado por José Toribio Medina. Biblio­teca Hispano Americana, tomo Vil, pág. VIII.)

Antonio DE LEON PINELO.Memorial / de los libros, y tra- / tados

qve ba impreso, y tiene / escritos, y ordenados el Licenciado Dn. Antonio de León / Pinelo, Oydor de la Casa de la Contratación de Seui- lla, / y que sime el oficio de Coronista mayor / de las Indias.

" Manuscritos.El Paraíso en el Nuevo Mundo, Comenta­

rio Apologético, Historia natural, y peregrina de las Indias Occidentales. Islas, y Tierra Fir­me del Mar Occeano. Está acabado en cinco libros, que haze dos tomos, que pasarán de docientos pliegos, y sacadas las aprobaciones, y licencias de los Reales Consejos de Casti­lla, y de Indias, de que el Autor ha impreso el Aparato”.

(Fol. 2 hojas s. f. De 1658. Biblioteca del Palacio Nacional de Madrid VI11/3308.)

Pedro DE ALVA Y ASTORGA.Militia Immaculatae conceptionis Virginis

Mariae. Lovaina 1663. (Columna 105.)Antonius à Leone Pinellus... in erudutissi-

mo tractatu, cujus titulus est: El parayso en el nuevo mundo, lib. I, cap. 4 agit de Concep- tione immaculata Virginis, cujus initium iam typis mandatum est in fol.

P1NELO-BARC1A.Epitome de la Bibliotheca oriental, y occi­

dental, náutica y geográfica de Don Antonio de León Pinelo. Madrid. 1738. (Vol. II, col. 787.)

El Paraíso en el Nuevo Mundo, Comentario Apologético. Historia Natural, i Peregrina, de las Indias Occidentales, que se empeço, a im­

primir en Madrid, Año de 1656, fol. i está en la Librería de Barcia.

Diogo BARBOSA MACHADO.Bibliotheca Lusitana. Lisboa 1741. (Pág.

306.)“El Paraíso en el Nuevo mundo Maria

Santíssima que como escreve Alva in Milit. Concept. já estava impresso quando elle sabrio com esta obra”.

José Eusebio LLANO ZAPATA.Preliminar y cartas que preceden al Tomo 1 de lac Memorias Histórico-Phisicas, Crítico- Apologéticas de la América Meridional. Cádiz, 1759, pág. 65.

Carta del mismo author al Doctor Don Gregorio Mayans y Sisear, cathedrático del Código de Justiniano en la Real Vniversidad de Valencia.

“Agradezco las noticias, que V. md. me comunica, cerca de los authores, que debo con­sultar para el mayor acierto de la Obra que he emprehendido. Por lo que hace al primero, que es el Señor Pinelo, tengo de él Obra, sino de tanta consideración, como la que V. md. me previene, a lo menos más propia para la materia, que trato. Es ella el Paraíso en el Nue­vo Mundo. Hasta ahora no ha visto la luz pública, a excepción de las primeras frentes, y tablas de los capítulos, que se imprimieron en Madrid por los años de 1656. Son Origi­nales de letra del mismo author. que floreció al medio del siglo XVII. Escribiólos en SeviUa. donde era Oidor de la Contratación a Indias. No see. que casualidad traxo. o verdaderamente restituyó de España al Perú este thesoro. Pre­sumo, que el mismo author Ió embiaria al Doctor Diego de León Pinelo, su hermano, que fué Cathedrático de Prima de Leyes en la Vni­versidad de Lima, y Ministro Togado en su Real Audiencia. Sea, como se fuesse. La Obra Original, que su author dividió en 2. vol. en fol. está en mi poder. Con ella me obsequio en Buenos Ayres por los años de 53 el Señor Don Cayetan Marcellano de Agramunt. Digní­simo Arzobispo de los Charcas, y Prelado, en quien se admiran ilustremente enlazadas lite­ratura. piedad y nobleza. Cito, pues, a es­te author con frequencia. En unas partes con elogio, y aun prefiriéndole a los Nuestros. En otras con aquella juiciosa crítica, que merece un Americano de su mérito, a quien V. md. justíssimamente (en el Tomo I de Cart. Mo­ral, etc. Carta 28. pág. 249.) haciendo retrato de Don Antonio de Solís, que le sucedió en el empleo de Chronista Mayor de las Indias, 11a"

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ma Escritor Docto, y de amenissimo ingenio. En cuyo elogio también Nuestro Peralta (en su Lima Fundada Tom. II. Canto 7. Oct. 151.) templando con agudo plectro la sonora cuerda de su Lyra, cantó assí:

Con nuevo abora alborozo a este otro lado Mira a esse honor de Lima, y de Pinelo, Apolo universal, Pindó abreviado,Que nada intacto de xa a su desvelo:Que con igual ilustrará cuidado El Derecho, la Tierra, el Mar, y el Cielo, Pareciendo, al llenar tan varios puntos.Que con él se nacieron los assumptos.

Con todo, no puedo menos, que confesar, que este sabio hombre se precipitó muchas vezes, por querer probar su Systhema del Pa­raíso en el Nuevo Mundo, que, no passando los términos de unas vanas conjeturas, se ha quedado en los límites de una mera Paradoxa; bien que fundada, si se contemplan sus razo­nes. Le sucedió lo que a los Poetas, que suelen despeñarse, por hallar la fuerza de una con­sonante. O lo que a los Grammáticos Griegos, que, por encontrar la raiz de una voz, se meten en un enredo o labyrintho de expressiones. Quiso en esto seguir el abuso de su siglo, que con gran fuerza se ha apoderado del Nuestro, metiéndose la moda hasta en los pensamientos. De manera, que no es Escritor el que no le­vanta Systhemas, ni discurre al uso el que no extravía la senda. En medio de esto, como el Señor Pinelo, para llevar adelante sus ideas, recogió lo más peregrino de Nuestras Indias, se hallan en sus Originales bellissimas especies, que hacen a mi assumpto. De ellas me valgo muchas vezes, citándole literalmente; y no per­donándole los errores de noticias en aquellas cosas, que él no vió; y yo en mi dilatada pere­grinación desde Lima hasta el Brasil he exa­minado por mis propios ojos. No por esto digo, que me merezcan estos Originales todo aquel aprecio, que en la República Literaria logran sus demás escritos. Al modo, que no son despreciables el Olivo por desgreñado, ni la Concha, por reducida, si se hallan en aquel el fruto, y en esta la perla, que es el fin, para que se cultiva el uno. y se busca la otra. Assi- mismo (como V. md. me advierte) hago un grande uso de las Leyes de Indias, que cita este author, cotejándolas con la Nueva Recopila­ción de ellas: no omitiendo también las Bulas, y Decretos Pontificios, que hacen al assump­to, y materia que son objeto de mi pluma”.

José Eusebio LLANO ZAPATA.Breve colección de varias Cartas histórico-

crítico-juiciosas que saca a luz el Dr. D. Car­los Lorenzo Costa y Uribe. Cádiz, 1764.

Carta al Señor Don Joseph Díaz Infante, de la Rea! Academia de Ciencias de Sevilla, Capitán de Fraeata de la Real Armada. Cá­diz, Diciembre 12 de 1763.

(Pág. 77:)

"Fuera de esto hay noticias más que ins­trucciones, y fundamentos no poco sólidos, que el Padrón de la Demarcación de la Linea Divisoria está fuera del lugar, y sitio donde corresponde su colocación. Comunica esto D. Antonio de León Pinelo, Oydor, que fué de la Contratación de Cádiz, y Author bien célebre, y conocido en la República de las Letras. Este Ministro en su Parayso en el Nuevo Mundo. que escribió más ha de siglo y medio, y Yo guardo Original, citándole muchas veces lite­ralmente en mis Memorias, dice assí: El año de 1604, entrando Yo por este Rio (habla del Paraguazu, o Rio de la Plata) rodee toda la Isla (se entiende la de Maldonado) por que desde mis primeros años fui inclinado a saber, y a investigar con atención lo que otros passan sin ella. Hallé aquella Isla fresca: y en medio con alguna aspereza, y con agua dulce, que de la llovediza se recoge entre las peñas, y se con­serva clara muchos dias. En la Playa, que mira al Puerto, havia levantada una Piedra o Padrón quadrado, que a la parte Occidental tenía abier­tas y estampadas las Reales Armas de Cas­tilla; y a la Oriental las de Portugal, dando a entender, que por allí passabá la Demarca­ción, y División de estas dos Coronas, corres­pondiente a otra semejante, que, dicen, está a la parte del Norte, en tierra de Humos, junto a! Rio Marañóm de Portugal. De esta segunda no dudo, que está bien puesta. De la que vi, see, que está fuera de su lugar; porque aquella Linea no puede salir por aquella parte: que es por 35 grad. sino por el grado vigésimo octavo, según la buena geographia, y verdadera situa­ción de la Costa del Brasil. Y assi consta de Cédulas Reales, que he visto despachadas por el Govierno de Portugal, en que se pone el remate de la Demarcación en el Rio-Grande, cerca de la Laguna de Patos, en la referida altura de 2H. grados. El citado passage (si los Comissarios, aue en nuestros días se destina­ron para la Demarcación de Terrenos en ia América Meridional, no advirtieron lo mismo, que en su tiempo notó el Señor Pinelo) es digno de toda madura reflexión del Ministerio de Indias. Según el referido Author es grande el espacio de Tierra, aue viene a perder España, saliendo la Linea Divisoria por el grado 35, que es hasta donde lo estiende la errada colo­cación de la Piedra, que divide los términos entre el Brasil, y Paraguay. La averiguación de esta toca a inspección más alta, que, la mía, siendo únicamente propio de mi Pluma el cuydado de apuntarle, y no sepultar en el olvido noticia, que, además de su importancia no es de poco interés a los que habitan aque­llas Tierras”.

Nicolás ANTONIO.Biblioteca Hispana Nova. Madrid, 1783.

(Tom. !, pág. 140.)"El Paraíso en el Nuevo Mundo: typis forte

jam hoc die commisum”.

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Pedro SALVA Y MALLEN.

Catálogo de la Biblioteca de Salvó. Valen­cia, 1872. (Vol. II, pág. 404.)

“León Pinelo (Antonio). El Paraíso en el Nvevo Mvndo, comentario apologético, histo­ria natural, y Peregrina de las Indias Occiden­tales, Islas, i Tierra-Firme del mar Occeano: Por el Licenciado D. Antonio de León Pinelo. del Consejo de su Magestad, y su Oidor de la casa de contratación de Sevilla. En Madrid, Año 1656.

Manuscrito en 2 vols. folio, de 239 fojas el I y 288 el II. “Este manuscrito original, autógrafo e inédito, es el mismo que se dice en el Epitome de la Biblioteca oriental y occi­dental, se empegó a imprimir y está en la bi­blioteca de Barcia. Hay equivocación en supo­

ner haberse empezado a imprimir; el hecho es que Pinelo, siguiendo costumbre de otros autores, y con el objeto de presentar su obra a la censura o al mecenas a quien se proponía dirigirla, hizo tirar una portada y el índice de los dos tomos, y puso un ejemplar de estas cuatro hojas al principio de cada uno de ellos, y al frente de los libros tercero y quinto sólo la portada.

La materia comprendida en estos dos volú­menes es considerable, porque además de estar escritos con suma nitidez, la letra es muy me­tida, y las páginas generalmente constan de treinta y cuatro líneas.

El contenido de este precioso libro es inte­resantísimo: su autor, con la singular y pere­grina idea de querer probar que la residencia de nuestros primeros padres estuvo en el Nuevo Mundo, habla extensamente de todas sus be­

llezas y maravillas naturales, dando cuenta de las producciones de aquellos fértiles países; así es que describe sus árboles, plantas, drogas, habitantes, animales, minerales, piedras pre­ciosas, aguas, cuevas, grutas, edificios y obras memorables de los antiguos peruanos y meji­canos, volcanes y lagos, dedicando por fin el libro quinto, o sean unas ochenta fojas, a la descripción detallada de los ríos Marañón, San Juan de las Amazonas, de la Plata, Argen­tino o Paraguazú. y el grande de la Madalena”.

Eugenio MAFFEI y Ramón RUA FIGUEROA.

Apuntes para una Biblioteca Española de libros, folletos y artículos, impresos y manus­critos, relativos al conocimiento y explotación de las riquezas minerales a las ciencias axcilia- res. Madrid, 1871-72. (Tom. II, pág. 639.)

1957 bis. El Paraíso en el Nvevo Mvndo, comentario apologético, . . .

Este Ms. que lamentábamos perdido, existe en la Bibliot. de Salvó, según su Catálogo, t. II, pág. 404. (A continuación trascribe una parte de lo que dice Salvá.)

Manuel MENDIBURU.Diccionario Histérico-Biográfico del Perú.

(Tom. VI, Lima, 1885, pág. 379.)“En cuanto al "Paraíso del nuevo mundo”

el insigne literato limeño D. José Eusebio Llano y Zapata en una carta que hemos leído impresa, dijo en 1758 al Dr. D. Gregorio Ma- yans y Ciscar catedrático de Valencia que no se había impreso, y que sólo aparecían publi­cadas en Madrid en 1656 las tablas de sus capítulos. Que Pinelo floreció a mediados del siglo XVII y escrib ió la obra en Sevilla. Que probablemente enviaría el original a su herma­no el Dr. D. Diego, oidor de la audiencia de Lima: que estaba en dos volúmenes, los cuales le regaló (a Zapata) en Buenos Aires en 1753 el Arzobispo de Chuquisaca D. Cayetano Mar- cellano y Agramont. Llano Zapata sin dejar de admirar esa obra, asegura que “Pinelo se precipitó muchas veces por querer probar su sistema del paraíso en el nuevo mundo”. Y no es sospechoso su aserto desde que fué uno de los panegiristas de Pinelo y lo colocó entre los autores de primera clase sobre ma­terias de Indias, recomendándole como uno de los que más fe merecen”.

Bartolomé José GALLARDO.Ensayo de una Biblioteca Española de li­

bros raros y curiosos. Tomo IV. Madrid, 1889. (Col. 1330-1333.)

(Reproduce la carta de José Eusebio Llano Zapata a D. José Diaz Infante, impresa en Cádiz en 1764.)

CATALOGUE de la Bibliothèque de M. Ricardo Heredia, comte de Benahavis. Paris. 1891-94. (Tomo III, correspondiente a la subasta rea­lizada en el Hotel Drouot desde el 29 de Mayo al 3 de Junio de 1893, No 3333, pág. 190.)

Traduce abreviándolas algunas de las noti­cias contenidas en el Catálogo de Salvá, aña­diendo: "Ce manuscrit provient de la collec- tion Salvá (N® 2714), auquel nous avons em- prunté les détalis qui précedent”.

(Tomo IV, correspondiente a la subasta realizada en las “salles Silvestre” desde el 12 de Abril al 11 de Mayo de 1894, N® 7837, pág. 468.)

Se reproduce literalmente el artículo del t. III.

Marcos JIMENEZ DE LA ESPADA.Tres relaciones de Antigüedades Peruanas.

Madrid, 1879.“ ...Felipe de Pamanes que León Pinelo

copia a cada paso en su Paraíso en el Nuevo M undo.. . ”

"...abundan sobre manera (los datos sobre antigüedades) en el ya mencionado Paraíso en el Nuevo Mundo del vallisoletano D. Antonio Rodríguez de León Pinelo, como probable­mente abundarían en su Historia de Lima y otros tratados que dejó y aun están, como

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los precedentes, unos sin hallarse, otros sin salir a luz”.

(G. René MORENO.)Biblioteca Peruana. Santiago de Chile, 1896.

(Tom. I. pág. 467.) Cita al Paraíso en el Nue­vo Mundo, refiriéndose a Gallardo y a Llano Zapata y copiando una de las tan repetidas frases de León Pinelo.

José Toribio MEDINA.Biblioteca Hispano Americana. Tomo V,

1902. (Pág. LXXXI.) “He aquí ahora la lista de las obras manuscritas de nuestro autor:

—El Paraíso en el Nvevo Mvndo, comenta­rio apologético, historia natvral, y Peregrina de las Indias Occidentales", etc. Cita a Antonio, Alba y Astorga, Barbosa Machado, Pinelo- Barcia, Llano Zapata, Maffei y Rúa Figueroa, Salvá y Catálogo Heredia, transcribiendo las noticias contenidas en el de Salvá.

José Toribio MEDINA.Biblioteca Hispano Americana. Tom. VIL

(Pág. VIII.)Transcribe los dos Memoriales de León Pi­

nelo.Jesús DOMINGUEZ BORDONA.

Manuscritos de América. Madrid, 1935. (Pág. 534-535.)

Antonio de León Pinelo: El Paraiso en el Nuevo Mundo. Dos tomos.

L—“El Paraiso en el Nuevo Mundo, comen­tario Apologético, Historia Natural y peregri­na de las Yslas (sic) Occidentales Yslas y Tie­rra Firme del Mar Occeano. Por el Licenciado

A N E J

DOCUMENTOS REFERENTES A LA COPIA

D. Antonio de León Pinelo, del Consejo de S. M. y su Oydor en la Casa de Contratación a las Yndias que reside en la Ciudad de Se­villa.

Tomo I. Año de M. DC. LVI. Copiado por Dn. Josef Sobrino y Manxon. Oficial de la Contratación a Yndias en Cádiz. Año de 1779”.

"Tabla del Tomo I”. fs. 2-4 v., sin numerar.“Advertencia. En virtud de Real Orden de

26 de Julio de 1779 comunicada al Sr. Presi­dente de la Contratación a Yndias se sacó en dos tomos esta exacta copia del Paraiso en eL Nuevo Mundo y se devolvieron los originales a Dn. Josef Llano y Zapata”, f. 5 sin numerar^

"Libro Prim ero... / Cap. I”. / Yntento es y question principal deste Comentario... i. I.

Ac.: ...que estuvo el Paraiso... Fin. f. 365.

II.—-Portada como la del tomo I.“Indice del tomo II". fs. 2-3 v."Advertencia. Siguiendo con toda exactitud

esta copia ha sido forzoso en algunos parages dexar en blanco las dicciones que por lo mal­tratado y confuso del original no "se han podido comprehender. También se echaran de menos algunos Mapas que se citan y la Protesta del Autor que o no los concluyó o se han extra­viado". f. 4 sin numerar.

“Libro quarto ... Cap. I". / £ n la India Oriental situa la opinión... f. 1.

Ac. el Lib. quinto: ...en este capítulo he­mos explicado, tolio 469.

370 y 473 fs. 307 X 202 mm. Año 1779. Pas­ta rejilla con lomera cuajada. 3015-3016.

O I I

DEL PARAISO EN EL NUEVO MUNDO

Cuaderno manuscrito en que se copian varias cartas referentes a las Memorias histórico-físicas de la América Meridional de D. José Eusebio Llano Zapata. 11 páginas útiles no numeradas. Sin firma ni fecha. 6 hojas.

Muy señor mío y de mi mayor respeto. Ha­llándome con el Cargo de Diputado, y Apoderado General de los Naturales del Perú, en esa Corte, y en la de Roma, me ha parecido muy propio de la obligación de mi oficio y nada ageno del systhema de cosas presentes, incluir a V. S. I el Adjunto Exemplar de la Colección de Cartas que por los años de 1764 imprimí en Cádiz.

En esta colección (a la Pagina 77) cito un Pasage de Dn. Antonio de León Pinelo, Escritor bien conocido en la República de las Letras, que. Por los años de 1604 advirtió, que el Padrón de la Linea-Divisoria del Paraguay estaba fuera de lugar, y sitio, donde correspondía su colocación.

que es por el grad. 28 cerca de la Laguna de Patos en el Rio-Grande.

El expresado Autor, que fué Chronista de las Indias, y havia viajado las Tierras Meridionales del Perú, comunica esta noticia en el Tom. 2» de su Paraiso en el Nuevo-Mundo de que sólo imprimió en Madrid (por los años de 1656) las Primeras Frentes y Tablas, y dexo Manuscritos de su puño en 2 toms. en fol. los originales, que Yo guardo y exhibiré, siempre que convenga.

De estos originales me he valido muchas veces citándoles literalmente en la Historia Natural de la América Meridional, que (de orden del Rey) actualmente escribo, y que baxo el titulo de Me­morias Histórico-Physicas &* presenté a S. M. por los años de 1762 el tomo lo que es el Reyno Mi­neral, y aprobaron el Supremo Consejo de las Indias y Real Academia de la Historia.

(Archivo Histórico Nacional de Madrid. Car­tas de Indias, caja 2. N» 17.)

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Exmo. Sr.Muy Sor. mío: a consequencia de haver

enterado, por ofizio, a Dn. joseph de Llano Zapata la orn. de S. M. que V. E. me comu­nicó. con fecha de 28 de Junio antezedente, haziéndole relación de su Real oferta; me ha entregado dos tomos en folio común, con 600 fojas de letra mui metida, manuscriptos, cuyo Título en ambos es el Impreso, que acompaño, con copia del Indice o aparato, que también lo está, por prinzipio en cada vno, de los quatro libros que contienen, y sus Capítulos: de estos dos Impresos, que del primero hay dos Exem- plares, a mas del que dirijo, y ningún otro del Segundo, que el que tiene cada Tomo, se haze presumible, que esta obra fue Impresa en el año que dize, y que puede haver Exemplares en la Real Biblioteca v otras de particulares Curiosos, que hay en Madrid; lo que me ha parecido no­ticiar a V. E. por la proporzion, que tiene de hallar esta Historia, que sin duda contiene me­morias Exquisitas, por lo que se registra ligera­mente en su escrito, mal enquadernado por la alteración de folios, muchos al imberso; y sus Capítulos sin coordinación, de forma que para sacar lo copiado perfectamente, se nezesita al me­nos un año, y amas de amanuense, un sugeto havil que corrija estos defectos, haga entender muchos abreviados y Citas, a que apela, ya en Castellano, ya en latín, y lo que falta en muchas clausulas por lo abreviado, y mal trato del papel, entre regulares forros de pasta.

Haré buscar estos dos sugetos para prozeder al Travajo, que pide el Interesado comienze por el segundo tomo, que nezesita tener mas brebe para continuación de la obra. Interin lo que V. E. me prevenga con este aviso.

Nro. Sor. Gue. a V. E. ms. as. Como deseo. Cádiz 9 de Julio de 1779.

Excmo. Sr. B. L. M. de V. E. su mas ato. segó, seror. Franco. Manxon.

Exmo. Sr. Dn. Joseph de Galvez.(Archivo Histórico Nacional de Madrid. Car­

tas de Indias, Caja 2, N& 25.)

“Disponga V. S. como ofrece en carta del 9 del corriente buscar dos sugetos de inteligencia, y buena letra para que saquen copia de los dos tomos en folio de la obra titulada el Paraíso en el Nuevo Mundo que en virtud de Rl. Orden de 28 del próximo antecedente entregó a V. S. Dn. Josef Eusevio de Llano Zapata respecto a que sólo se imprimió el Frontis y tablas de los Capítulos de ella, y mediante la inordinación de estos, sus folios, abreviados y citas providencie V. S. con­curra a evacuar la solución de reparos y dudas el mismo Zapata por quanto ha hecho vso de estos libros, y en la situación presente no poder em­barcarse para Indias, y autorizando V. S. la copia la remita y le debuelva los originales. Dios guarde a V. S. ms. Md. 20 de Julio de 1779.

Sr. D. Franco. Manxon.

(Minuta.)Madrid, 20 de Julio de 1779.Al Presidente Manjon:Se le previene busque sugetos de satisfacción

y buena letra que copien los dos tomos de fo. del Paraiso del Nuevo Mundo y autorizada la copia que la remita.

(Archivo Histórico Nacional de Madrid. Car­tas de Indias, Caja 2, No 23.)

Exmo. Sr.Mui Sr. mío: En cumplimiento de la Orden

de V. E. de 26 de Julio antezedente, he nom­brado dos sugetos de esta Contaduría Principal de inteligencia, y buena letra para que copien los dos tomos en folio de la obra titulada Parayso en el Nuevo Mundo, que me tiene entregados Dn. Joseph Eusevio de Llano y Zapata, que pro- videnciaré concurra a evacuar la solución de los reparos, y dudas que se ofrezcan en los escritos, que autorizaré quando estén copiados para pa­sarlos a manos de V. E. y debolver los originales al enunciado Zapata.

Nro. Sr. gue. a V. E. ms. as. como deseo. Cádiz, 3 de Agosto de 1779.

Exmo. Sr. B. L. M. de V. E. su más ato segó, seror. Franco. Manxon. (Rubricado.)

Exmo. Sr. Dn. Joseph de Galvez.

(Minuta.)Cádiz, 3 de Agosto de 1779.El Preste. Manxon.Que cumpliré la orden de 26 del próximo an­

tecedente disponiendo la copia de los 2 tomos en fol. de la obra el Parayso en el Nuevo Mundo, aiutiendo a las dudas Dn. Joseph Eusevio de Llano y Zapata, y conclusa la autorizará debol- viendo los originales a este.

(Archivo Histórico Nacional de Madrid. Car­tas de Indias, Caja 2, N» 24.)

"En desempeño de mi obligación a la Real Piedad, y amor a la Madre-Patria, remitiré desde Inds. para los usos que convengan los 3 tomos que restan a la División de mi expresada Obra. Igualmente enviaré todos los Manuscritos o Noti­cias que contemplase útiles a alguno de los Ramos de la Historia, o Natural, o Civil, como lo acabo de precticar con los Originales del Paraiso en el Sue­vo Mundo que dexó Manuscritos el Lie. Anto­nio de León Pinelo, que se me han debuelto, ha- viendose sacado (a cuidado del citado Señor Pre­sidente) una copia para el Rey.

Dios gde. a V. S. ms. as. Cádiz y Julio 7 de 1780.

Exmo. Sr. B. 1. m. de V. Exa. su mi. Reverte. Seror. y Apasdo. José Eusebio de Llano Zapata.

(Archivo Histórico Nacional de Madrid. Car­tas de Indias, Caja 2, N» 10.)

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D O C U M E N T O S P A R A L A H I S T O R I A

Para la historia de la guerra, para la his­toria de “la Cruzada”. De sus hombres. De sus ambiciones. De sus intrigas. España Pe­regrina inicia esta sección con una serie de cartas e informes del archivo privado del Cardenal Gomá, hallado en Toledo a raíz del levantamiento en cuyo desarrollo el Pri­mado tomó tan activa parte. Documenta­ción de especie rara. De aquella protegida por varios estados de penumbra, por densos sigilos, que sólo llega a la conciencia histó­rica —cuando por excepción llega— muchos años después de inhumados los aconteci­mientos a que se refiere. El pudor eclesiás­tico es duro de pelar, refractario a la luz contra la que opone una tupidez de callo. Sólo la intervención de la “providencia” en forma de descuido del protagonista, ha he­cho esta vez posible que puedan revelarse tan de inmediato los bajos fondos de com­plicidad y fraude.

Comprende esta documentación dos con­ceptos principales. Abarca el primero la co­rrespondencia cruzada —a cruz blandida— entre los Cardenales Gomá y Segura, y otros documentos referentes a la lucha empeñada por la primera de esas Eminencias en contra de su exprotector y coterráneo el Arzobispo de Tarragona, Cardenal Vidal y Barraquer. La rivalidad sorda que Gomá sentía hacia el Arzobispo Catalán, el deseo de “jerarqui­zarlo”, de imponerle su personal suprema­cía, parece ser uno de los móviles que más influyeron en su terca, urgente e infatigable lucha a favor de la Primacía de Toledo, dió­cesis de la que, a fuerza de oficiosidad, había sido nombrado titular. El hecho de que po­cos meses antes de la guerra civil hubiera conseguido sus deseos y sintiera vivo el afán de consolidar su triunfo, influyó poderosa­mente, sin duda alguna, en el desarrollo de los acontecimientos, puesto que influyó en

la actitud de la Iglesia española en relación con la guerra. Fácil es comprender, pues, la extrema importancia de estos papeles.

La segunda parte contiene una serie de informes proporcionados por el Cardenal Gomá a la Curia Romana, especialmente al entonces Cardenal Pacelli, hoy S. S. Pío XII, sin que nadie se los pidiera, informes de tipo diplomático de la incumbencia de Nuncia­tura. Pero entre Gomá, hombre de armas tomar, y el Nuncio no reinaba en modo al­guno la concordia. Y era el primero pro- . penso al correveidilismo obsequioso, al en­tremetimiento rendido. El asunto de tal documentación es para la República Espa­ñola de gran interés, pues se refiere a las elecciones de 1936, en que triunfó el Frente Popular. Roma sabía de los problemas es­pañoles a través de esta documentación que, cuando no revela, deja vislumbrar el conte­nido de la mentalidad eclesiástica, con sus zonas sombrías, con sus promiscuidades con­fusas entre los planos de lo temporal y de lo eterno.

¿Será necesario decir que todos esos do­cumentos son absolutamente auténticos y que la fidelidad de su transcripción se halla garantizada por España Peregrina?

Inéditos son también todos, salvo uno que fué dado a conocer por el semanario pari­sién Voi de Madrid en su número de 5 de noviembre de 1938 y que transcribimos hoy, para entrar en materia, junto con los comentarios con que fué entonces aliñado, y seguido de las incidencias a que posterior­mente dió ocasión. El Cardenal Gomá se sintió obligado a rectificar algunas palabras que, refiriéndose a su contenido, expresó el exministro republicano señor Irujo. Como verá enseguida el lector, tal vez hubiera sido preferible para el Cardenal haber ca­llado.

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MINUTA DE UNA ENTREVISTA SECRETA DE LOS CARDENALES

SEGURA Y GOMA

El documento que se trascribe a continua­ción fue escrito por el Cardenal Goma, Primado de la Iglesia Española. Por emanar del personaje que ha asumido la dirección espiritual del movi­miento faccioso, de aquel que, en nombre de un esplritualismo pretendidamente superior, sostiene que la fe debe florecer en el surco abierto en la carne viva por la punta de la espada, posee este documento una importancia excepcional. A fuerza de padecer, el pueblo español ha conquistado el derecho de saber siquiera en qué consiste ese espl­ritualismo de que es cruenta víctima; hasta qué punto es oro cuanto reluce detrás del fastuoso aparato de mitras, báculos, anillos, capas pluviales y dalmáticas; cuáles son las preocupaciones pro­fundas de la jerarquía eclesiástica, el heroísmo de su celo apostólico, de su humildad, de su mo­destia, de su prudencia, de su caridad sin límites; cuál el respetuoso y filial afecto que merece a esa Jerarquía la Santidad del Sumo Pontífice; cuál la materia de los propósitos edificantes que cam­bian en la intimidad, cuando nadie los oye, los actuales Padres de la Iglesia que se visitan a im­pulsos del amor divino como antaño lo hicieron los apóstoles, o San Pablo y San Antonio Abad, o San Juan de la Cruz y Santa Teresa, entre otros muchos ejemplos.

A estas curiosidades y a otras más responde el documento en cuestión. En él quedó registrada puntualmente la conversación habida entre su autor, el entonces Excelentísimo Señor Arzobispo de Toledo, Isidro Gomá y Tomás, Cardenal hoy y Primado de la Iglesia Española, y el Eminentí­simo Señor Cardenal Pedro Segura y Sáenz, ex- Primado de la misma Iglesia. La entrevista tuvo lugar, secretamente, el día 23 de julio de 1934, en el domicilio de Monseñor Henry Gaubert (Quartier Saint Jean, Villa Endara, Anglet, Bas­ses Pyrénées), y su minuta fué escrita a los pocos días en el pueblo de La Riba (Tarragona) donde nació el Cardenal Gomá. Tiene ese documento la virtud de mostrarnos al desnudo el alma de los dos Príncipes de la Iglesia Española, su contenido moral, así como la mentalidad reinante en las esfe­ras de que son empinadas cumbres. Nótese que el diálogo registrado no es un cambio de frases banales ocurrido indeliberadamente en momentos de solaz y esparcimiento, sino que se trata, muy por el contrario, de una conversación de impor­tancia suma sostenida entre las dos personas que

ocupan los puestos más elevados de la Jerarquía Española, las cuales se reunieron con este exclu­sivo objeto después de hacer una de ellas un viaje largo y de riguroso incógnito. Plática de tan ca­pital interés, a juicio del Cardenal Gomá, que, aceptando los riesgos que tal determinación supo­ne, no vacila en cometer la grave imprudencia de circunstanciarla por escrito. Importaba, sin duda, no olvidar detalle. ¿Con qué fin? Con el de utili­zarla, puesto que el mismo Cardenal lo manifiesta. Utilizarla ¿para qué? Lo ignoramos. Pero a nadie escapa que el contenido de esta conversación, bien esgrimido por mano bélica, ambiciosa y experta en el manejo de la intriga, constituye un arma peligrosísima a la que en vano tratarán de resis­tirse, por difíciles que parezcan, ciertas agrada­bles victorias.

iSe sirvió el Cardenal Gomá del contenido de este documento en el trascurso de su vertiginosa ascensión? No es posible decirlo. Sabemos, sin embargo, que, pocos meses después, en carta a un confidente ocasional (Rafael Sánchez Mazas, 23 de noviembre de 1934), relativa precisamente a su ardua lucha por la Primacía, amenazaba ha­cerlo con las siguientes palabras: "Y todvía hay otra razón que no sé por qué no ha debido pesar en el ánimo de su interlocutor de Madrid (el Nun­cio). Es la situación delicada que él mismo se ha creado por lo que Ud. no desconoce. ¿NO TEME QUE EN UNA DEFENSA DESESPERADA SE LANCE AL VIENTO LO QUE JAM AS DEBE­RIA SALIR DE LA PENUMBRA EN QUE ESTA?" '

El derecho a la verdad, ganado con su san­gre por el pueblo español, según se ba dicho, no consiente escrúpulos en cuanto a la publicación de este documento, por más que en el sobre donde se hallaba encerrado se lea:

"Reservadísimo y de conciencia. Para el caso de morir sin haber utilizado estas notas mis here­deros vendrán obligados a echarlas al fuego cerra­das como van”.

"No hay nada oculto que no deba ser descu­bierto, ni escondido que no haya de ser conocido y publicado", diremos nosotros con el Evangelio de San Lucas (VIH, 17).

He aquí el documento, por consiguiente.

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‘‘Impresiones salientes de la conversación habida con (el) C (cardenal) S (egura) el 23, julio, 34.

a) . Mi nombramiento es absolutamente providencial. Nadie tuvo parte en él ni lo supo nadie, ni el mismo Nuncio. El Card (enal) lo supo con secreto pontificio cuando ya me había dado una impresión vaga en la felicitación de Navidad, cosa que el día si­guiente ya no hubiese podido hacer. Tal se presentaron las cosas cuando se pensó en proveer la sede Tol (edana), que no había más remedio que nombrarme a mí. No dice más porque no puede.

b) . Cuestión Seg (ura)-Nuncio.—Las pro­fundas desavenencias entre ambos se deben a lo siguiente: Cuando por el año 29 se empezó a hablar en Madrid en grande esca­la sobre la conducta del N (unció), fueron muchas las personas de viso que debieron vaciarse en el conf (esonario) del P (adre) Antonio Naval, del C (orazón) de M (aria), para que viera de ponerse remedio a la si­tuación. Dicho P (adre) se lo contó al C (ardenal) S (egura), a fin de que se avisara en caridad al N (unció). Seg (ura) se valió del conf (esor) del Nuncio diciéndole debía avisarle, aun a trueque de perder la con­fianza y el cargo: fue ello sin resultado. Simultáneamente recibía el N (unció) mi­llares de anónimos; y algún católico de posición muy alta se le debió presentar di­ciéndole o que era un canalla o cesaban inmediatamente los motivos que daban lugar a las habladurías. Fué por entonces a Roma el Card (enal), quien se creyó obligado a consultar con el Card (enal) M (erry) del V (al) sobre la conducta a seguir. M (erry) se tomó un día para consultarlo con el Señor, aplicando la misa a este fin y encargando a varias comunidades rogaran por lo mismo. El día siguiente (sic) le dijo a S (egura) que era indudable y clarísimo que debía hacer la denuncia al Papa. Lo hizo con todo detalle, a pesar de que, le dijo al P (apa), que temía le viniese de aquí algún daño. El P (apa) le repuso que nada tenía que temer, porque nadie absolutamente sabría nada. Para informarse, el Pap (a) cursó la den (uncia) en forma innom (inada) por

Secretaría: se equivocó de nombre de reli­gión del denunciante y por aquí vino a saberlo el N (unció). Este empezó entonces la enemiga contra el Card (enal) en tal forma que en otro viaje a Roma se lo debió decir al Papa. Fué entonces cuando el N (unció), para desvirtuar la fuerza de la den (uncia) y al mismo tiempo vengarse del Card (enal) instruyó un llamado proceso apostólico contra el Card (enal). Este siguió paso a paso las diligencias, por referencias de las mismas personas que eran llamadas a declarar. El objeto del proceso fueron las supuestas relaciones del Card (enal) con su futura cuñada. El procedimiento seguido fué el de buscar-con diligencia dondequiera que pudieran hallarse enemigos y ofendidos del Card (enal), y llamarlos a juicio. Al com­parecer se les sometía a la obligación de secreto pontificio reservado al Papa. Entre otros, me cuenta lo ocurrido con Chafarote, amigo de Canales, que debía deponer de oí­das del mismo, y que luego le refirió perso­nalmente al mismo Card (enal), las inciden­cias pintorescas de la deposición, negándose el N (unció) a rectificar lo que posterior­mente el mismo Canales le había dicho a Chafarote debía rectificarse. Me dice lo ocurrido con Canales, agraviado con el Card (enal) porque le había llamado para Rector del Seminario, a prueba un año y sin com­promiso, y como hubiese resultado que no hizo más que escribir artículos y dedicarse a política, lo despidió, y fué por ello, agra­viado como quedó con Seg (ura), utilizado por el N (unció). También lo de Fausto Cant, quien, al aceptar un beneficio contra la voluntad del Card (enal) de quien era familiar, le despidió, despendiéndole que tenía que temer mucho de él; el N (unció) le utilizó como adversario del Card (enal); supone el Card (enal), que fausto fué utili­zado en connivencia con Tarragona. De todo ello resultó que en Roma no hicieron caso, que se inutilizó el proceso y que se le consi­deró como una enormidad jurídica, por cuanto se llamó proceso apostólico a algo que el Papa no conocía, y sólo por haberse utilizado para instruirlo los oficios de un protonotario apostólico. Así se explica el profundo rencor del N (unció) contra el Card (enal) y toda la campaña para que se le

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quitara de la Sede, cuando las circunstancias le fueron propicias. El Card (enal) le tiene profundamente atravesado, y teme el día en que hayan de encontrarse en las Congrega­ciones. Dice que el N (unció) es un felón capaz de vender a todo el mundo; y que el Card (enal) M (erry) del Val le dijo que no ha conocido felonías mayores que las que sabe del N (unció); pondera aquí el Card (enal) la gravedad y prudencia de su interlocutor, cuyo proceso de beat (itifica- ción) está para incoarse.

Cuestión Nuncio.—Roma y el Papa saben todo. Crespi y C (ármelo) B (lay) (?) han ¿ido llamados a declarar. El momento es gravísimo para el N (unció) y seguramente será llamado a no tardar. El P (apa) está preocupado porque no sabe qué hacer con él, pero seguramente será nombrado Card (enal) en el próximo cons (istorio) por una de tantas aberraciones de la curia rom (ana). Cree que el viaje de Tarragona y Herrera a Roma ha tenido por fin principal salvar la situación del Nuncio, más compro­metida desde que se recibió en Roma, por todos los Cardenales, el escrito de Renova­ción. Herrera es quien ha detenido en Ma­drid las cartas compradas que comprometen extraord (inariamente) al Nuncio, porque han venido a parar a manos de uno de A (cción) P (opular) y se ha hecho cuestión de política entregarlas o no. Los hechos que se han denunciado del N (unció) son ciertos y gravísimos. Lo de que el Papa me dijo que “Tal vez el primado de España podría darme detalles”, viene de la declaración del P (adre) Carmelo. No cree improbable que en el caso de ser llamado el N (unció) quede encargado de negocios M (onseñor) Crespi.

Cuestión primacía de Toledo.—Hace años trata Tarragona de destruirla. Cree que fué invención desgraciada de Reig lo de los Me­tropolitanos. Me cuenta lo ocurrido en una ocasión en que se consignó en actas de Me­tropolitanos el título de primado de España a favor de Toledo; en una sesión siguiente, presidiendo accidentalmente Tarragona lo borró; y cuando debió ya presidir Segura le increpó duramente, diciéndole que había incurrido responsabilidad criminal por el

hecho. Me aconseja: a), que debo plantear la cuestión al Papa personalmente (directa­mente) aunque sea por escrito, breve, razo­nado, aunque sea en mal italiano o en latín, y ello en todos sus aspectos; b), que (no) deje pasar ocasión de llamarme primado, incluso en mis libros, diciéndome que mal hecho porque le dije a Casulleras que ¡o quitara de la portada de Eucaristía; c), que no pierda el contacto con los obispos; d), que no asista a las conferencias mientras no se amaine la campaña contra la primacía; e), que caso que se decidiera que presidiese el más antiguo, que no vaya más a confe­rencias; f), que la tendencia de Toledo debe ser que el Nuncio quede relegado a su con­dición de diplomático, no asumiendo la di­rección de los negocios de la Iglesia de Es­paña, separando así la gestión ministerial, que es de los Obispos, de la propiamente diplomática. Le repuse aquí que todo viene del excesivo romanismo que ha predominado entre los O (bispos) españoles, a lo que asiente, en el sentido de que se considera al N (unció) como al mismo Papa y todo el mundo se le rinde; añadiendo que en nin­gún país del mundo el N (unció) tiene la importancia y las atribuciones que en Es­paña.

Cuestión negociaciones actuales.— Le cuen­to lo de la comida diplomática; me responde que él no hubiese transigido y que se hubiese abstenido de ir. Le digo que el N (unció) me había dicho que estaba bien impresionado del curso de las negociaciones y que para breve se esperaba algo bueno y concreto; me dice que sus impresiones últimas son ma­las y que no se llegará a acuerdo que valga la pena. Me dice lo de la opinión de Dan- vila, según el que no puede hacerse nada mientras no se derogue la Constitución, V que por ello no quiso él ir a Roma. Con to­do, cree que se hará como quien ha hecho un pacto para que no se vaya descontento el Embajador ni se crea desairado el Gobierno.

Otras incidencias.—Le cuento lo que me dijo Herrera de que fué poco menos que mal recibido el Rey por el Papa; me lo nie­ga, porque sabe los términos en que se des­arrolló la conversación Le digo mi parecer

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sobre el triunfo de las derechas y su utiliza­ción; está conforme, que se ha desperdiciado una ocasión única y que es necedad suponer que el gobierno vaya a parar a manos de Robles. El Papa es hombre sin afección, frío y calculista. Tiene sus simpatías por Cataluña, porque le recuerda sus viejos tiempos de político liberalizante, cuando aspiraba a la unidad italiana sin perder la fisonomía de las regiones. Las concomitan­cias y buenas relaciones con el de Tarragona las explica por la simultaneidad de nombra­miento cardenalicio. Tiene recuerdos de Barcelona por haber tenido allí un hermano con algún negocio. La política repubücani- zante del Papa con respecto a España, en cuya órbita han entrado de lleno el N (un­ció), Tarragona y Herrera con sus huestes, se debe a su criterio de que hay que estar siempre bien con todos los gobiernos. Cuan­do fué Nuncio en Polonia sostuvo siempre buenas relaciones con los soviets, de Rusia, lo que sabido por el jefe de gobierno polaco, llamó a los diplomáticos y les insinuó la conveniencia de que se abstuvieran todos de tales relaciones; que le constaba había uno que las tenía, y que no habría más reme­dio que quitarle. Dióse por aludido Rati, y salió inmediatamente por (sic) Roma, sien­do nombrado Arz (obispo) de Milán y luego Card (enal) y Papa. Con motivo de su elec­ción de Pontíf (ice), un rector de seminario o institución de Milán dióle una velada en la que se dijo "que un desacierto diplomá­tico había sido la causa feliz de que tuviéra­mos un gran Papa”, lo que ocasionó la destitución fulminante del Rector.

Otros detalles.—Al referirle que Toda me recomendó hiciéramos lo posible por salvar de insidias a su señor, hace un gesto muy expresivo, y dice: ¡Toda, el alcahueta! In­siste en la ingratitud y poca correspondencia de Tarragona, a quien salvó en caso apura­do, cuando pesaba sobre él la persecución de la dictadura, la poca estima de la Curia ro­mana y sobre todo el desconcepto por lo de la herencia Foxá. Me dice que la nota que le remití con fecha 20 mayo fué entregada por él al Papa; hablando circunstancialmente de cosas de España, le dijo que precisamente había recibido aquel día dicha nota y se la

pidió; interesantísimo; Una de las causas de la avenencia Vid (al)-Pap (a) es que aquél votó a este cuando la elección, que an­duvo muy peligrosa, según testimonio del interlocutor, que ha visto el expediente. Cuando falleció D (on) Quintín, hermano del Car (denal) Seg (ura), al notificárselo al Papa, no él personalmente, quedó más de un minuto sin responder, y luego dijo: “Lo cierto es que hemos sacrificado al Card (enal) Segura sin que se haya obtenido nin­guna de las ventajas que se prometieron”.

No removeremos la purulenta ciénaga que des­cubre esta crónica picaresca del Cardenal Goma, de la que salen igualmente malparados carde­nales, legados pontificios, rectores de seminarios y demás mundillo de tejas eclesiásticas abajo, así como ciertos medios políticos que le sirven de periesfera. La carne eclesiástica es flaca, mas su espíritu lo es también.

Lo único que retendremos, por nuestra parte, es esa flaqueza espiritual. Dénse por enterados los fieles cristianos y los que no lo son. Según se desprende del trascrito documento, las normas dictadas por el Sumo Pontífice en asuntos de que depende la salud material y moral de millones de seres humanos, no nacen, a juicio de las dos supremas autoridades de la Iglesia Española, ni de principios de teología moral, ni de conside­raciones de política eclesiástica basada en la con­veniencia general de la doctrina y de los fieles, ni de la caridad del Pastor a quien la suerte del rebaño ha sido encomendada. Esas normas son linas y no son otras —siempre a juicio de estos dos cardenales— porque Monseñor A quites Ratti fué elevado a la dignidad cardenalicia en el mismo Consistorio en que lo fué también un Arzobispo catalán, porque este Arzobispo votó a favor de dicho Monseñor cuando fué elegido Papa, e inclu­so por la fortuita futilidad de que un hermano de éste hubiera tenido algún negocio en Barcelona. Admirable escorzo psicológico-espiritual el que tal cuadro nos ofrece, sobre todo en su postrer enun­ciado: porque un hermano del Papa tuvo algún negocio en Barcelona. La gravedad de tales aser­ciones no puede ocultársele a nadie. Una de dos, o la imputación es cierta o es falsa. Si fuera cierta significaría que la atrofia espiritual a que ha llegado la Iglesia de Pedro en la persona de su Cabeza visible linda con las regiones del cero absoluto. Si fuera falsa, como creeremos mientras no se nos demuestre lo contrario, la gravísima responsabilidad de la imputación, recae por entero sobre los Cardenales Segura y Gomó, cuya con­ciencia, espiritualmente hablando, se mueve en esa zona helada del total eclipse.

Ahora bien, si a juicio de los Cardenales, este es el modo como se conduce el Sumo Pontífice, cuya sabiduría es reconocida por el orbe cristia­no en pleno ¿de qué índole puede ser la motiva­ción que determina las decisiones de los Carde-

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nales Segura y Goma que tal concepto tienen de la espiritualidad del Santo Padref La sabiduría castellana afirma por su parte que el ladrón cree que todos son de su condición. Quiere esto de­cir que en las operaciones mentales del individuo, en sus creencias y juicios, se refleja su espíritu como en un espejo. No es en verdad honrosa ni halagüeña para las Eminencias hispanas la con­clusión que de ello se desprende.

A esta lux l°s acontecimientos de estos últimos años se comprenden en toda su espantosa miseria. Se comprende que el llamado esplritualismo cató­lico se creyera con derecho para salir violenta­mente al paso del materialismo sano de un pueblo que pretendía tener acceso, en beneficio de ca­da uno de sus componentes así como en el de la colectividad conjunta, al uso de los bienes tempo­rales. Se comprende que, con ese objeto, fuera pervertido el sentido de la profecia cristiana y erigido en dogma nacional el mito de la guerra santa, aunque su paternidad no pueda atribuirse legítimamente sino a Mahoma. Doctrina fecun­

da, de todos modos. A ella se deben ya los abun­dantísimos frutos producidos en esos deleitosos huertos que B emano s ha denominado “los grandes cementerios bajo la luna". Hay ya centenares de miles de cuerpos españoles sometidos al trata­miento equitativo de la tierra. Centenares de miles de españoles, la salvación de cuyas almas estaba, sin embargo, encomendada al Cardenal Goma y a cuantos con él se confabularon. En su afán de santificarse personalmente, de administrar pingüe­mente el negocio de su alma socorriendo a la viuda y al huérfano, el Cardenal Goma debió pensar que lo primero que esta operación exigía, de acuerdo con los modernos progresos de la técni­ca, era fabricarlos en la mayor escala posible.

Todo eso se comprende, si.Lo único que no se comprende es que el mismo

Cardenal Goma preguntara en una carta de por entonces, que tenemos a la vista: “¿Cómo seremos juzgados los que hoy formamos el Episcopado Españolf" No se comprende, porque toda pre­gunta responde a un estado de duda. Y en este punto la duda no es posible.

"EL PAPA AMIGO DE LOS SOVIETS"

S U B T E R F U G I O S D E L C A R D E N A L G O M A(De Voz de Madrid, 28 Enero 1939.)

En el periódico “The Sunday Times” del II de Diciembre y con motivo de una polémica enta­blada entre Don Manuel de Irujo, ex Ministro del Gobierno de la República, y el Sr. Merry del Val, alto personaje faccioso, se aludió a un docu­mento publicado no hace mucho en Voz de Ma­drid, a aquella importantísima minuta en que el Cardenal Gomá recogió la conversación que el día 23 de Julio de 1934 sostuvo en Anglet con el Cardenal Segura.

Decía así Don Manuel de Irujo:"¿Explicaría el Sr. Merry del Val el docu­

mento que apareció en la prensa de París, del Cardenal Gomá, Arzobispo de Toledo y autor de la carta del Episcopado Español en favor de Fran­co, en el cual califica a Su Santidad de "frío, calculista, republicanizante, liberalizante y amigo de los Soviets"?”

Bajo el título “Cardenal Gomá”, se publicó a la semana siguiente (18 Dic.) en el mismo perió­dico, una carta del Agente de Franco en Ingla­terra, concebida en los siguientes términos:

“Señor: He recibido comunicación de Su Emi­nencia el Cardenal Gomá, Arzobispo de Toledo y Primado de España, pidiéndome que niegue las imputaciones hechas contra él por Don Manuel de Irujo en su carta publicada en su número de la semana pasada. Su Eminencia califica de falsas las imputaciones. Alba”.

Los lectores de Voz de Madrid saben a qué atenerse al respecto. Confrontada con el capítulo de este documento, titulado Otras incidencias, la referencia del Sr. Irujo, si no textual en la forma, es, en cuanto al concepto, enteramente correcta.

¿Cómo, entonces, se atreve el Cardenal Gomá a calificarla de imputación falsa?

Nada más sencillo. El Sr. Irujo ha cometido un pequeño error. En la conversación registrada por el Cardenal Gomá, no es este personaje, como el Sr. Irujo pretende, el que pronuncia las pala­bras antedichas, sino quien las recoje de labios del Cardenal Segura. Por tanto, ateniéndose al rigor de la letra, Gomá puede sostener sin faltar a la verdad que atribuirle esas afirmaciones es cometer una imputación falsa. En parte tiene, pues, razón. Aunque sólo en parte, porque al recoger esas palabras es evidente que las autoriza prestándolas crédito y complacido asentimiento. Más aún, el hecho de escribirlas sin reservas equivale, en cierto modo, a favorecer su publi­cación, a transmitirlas. De un modo más amplio no se equivoca el Sr. Irujo al decir que provienen del Cardenal Gomá.

Por lo que nos toca hemos de hacer notar que la rectificación del Cardenal Gomá no pone m por un momento en duda la autenticidad del docu­mento publicado por Voz de Madrid. Se limita a negar que haya sido él el que califica al Papa de

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frío, calculista, repubiicanizante, etc. Lo hace, eso sí, de tal manera que toda persona de buena voluntad, no acostumbrada a los fraudes casuís­ticos, pueda ser inducida a error. En efecto, la primera impresión del lector, sobre todo si des­conoce el documento, es que Gomá niega su autenticidad. Nada, sin embargo, más lejos de ello. Lo que hace, en realidad, es evitar referirse a él. Por eso no puede haber mejor prueba de la auten­ticidad del documento que el becbo de que persona tan minuciosa y precavida como el Cardenal Gomá no haya aprovechado la ocasión para recha­zarlo pública y categóricamente. Su rectificación de detalle equivale a un reconocimiento tácito del documento.

De todos modos, para que ni aun los más exigentes puedan abrigar dudas sobre esa auten­ticidad, transcribimos a continuación el certifi­cado que, con adición de algunos pormenores complementarios, fué extendido, después de estu­diar una vez más a fondo la documentación, por Don Tomás Navarro Tomás, Director de la Bi­blioteca Nacional de Madrid, Jefe hasta hace muy poco tiempo del Cuerpo facultativo de Ar­chiveros, y por el ex Secretario del Archivo Histó­rico Nacional de Madrid, Don Juan Larrea. Dice así:

"Como las afirmaciones contenidas en una carta firmada por el Duque de Alba y publicada en el “Sunday Times” del 18 de Diciembre pudie­ran crear dudas sobre la autenticidad del docu­mento del Cardenal Gomá dado a conocer por la prensa de París, a que se refirió Don Manuel irujo en la suya publicada por el "Sunday Times" de 11 de Diciembre, los abajo firmantes certifi­can lo que sigue:

Entre la numerosa documentación que forma­ba el archivo del cardenal Gomá, recogida en el Palacio Arzobispal de Toledo, figura un docu­mento escrito en cinco cuartillas dactilográficas reseñando una conversación habida en Anglet (Francia) el día 23 de julio de 1934 entre los cardenales Gomá y Segura. Este documento ha sido publicado en transcripción literal por el se­manario parisién “Voz de Madrid", en su número de 5 de noviembre último. Su autor es el mismo cardenal Gomá.

En el legajo a que pertenece este documento se conservan también dos cartas suscritas una por el cardenal Segura y otra por su hermano Emiliano, ambas del 17 de julio del mismo año de 1934. invitando al cardenal Gomá a trasladar­se secretamente a Anglet con objeto de realizar esa entrevista. En ellas se le comunicaba el ho­

rario de trenes desde Hendaya, se le indicaba la dirección de la casa donde Segura vivía y donde los dos Cardenales podrían encontrarse. Esta era la de Monseñor Henry Gaubert —Quartier Saint- ¡ean — Villa Endara — Anglet (Basses Pyre- nées).

De estos y otros documentos de ese archivo se desprende que el Cardenal Gomá salió de Tara- zona, donde a la sazón se bailaba pasando unos días, entre el 18 y el 22 de Julio. El 23 estaba en Anglet donde tuvo lugar la conferencia. A conti­nuación se trasladó a La Riba (prov. de Tarra­gona), su pueblo natal. Desde aquí notificó al Cardenal Segura su feliz regreso y aquí recibió una carta de este último —fechada a 7 de Agos­to— en la que, entre otras cosas, se felicitaba de la gran reserva con que se había realizado el encuentro.

En La Riba fué donde por aquellos días el Cardenal Gomá escribió a máquina el documento referido. Ello se deduce de manera indudable al hacer la confrontación mecanográfica del docu­mento en cuestión con una carta de Gomá a Se­gura conservada en ese mismo legajo.

El propio Cardenal Gomá atestiguó la exis­tencia en su archivo del expresado documento. En la Memoria del viaje que hizo a Roma en Abril de 1936, al reseñar la nueva entrevista que allí tuvo con Segura, el Cardenal Gomá se refiere concretamente a la conversación de Anglet, a la materia de la misma y al documento en que dejó constancia, con las siguientes palabras: el Car­denal Segura aprovecha la ocasión “para reiterar­me la narración de la denuncia al Papa sobre lo de Nunciatura, según queda referido en la conver­sación habida en Anglet. (Archivo.)” La Memoria donde esto consta está datada y firmada de puño y letra del Cardenal Gomá.

Como consecuencia, los suscritos, en su calidad de técnicos especialistas, responden plenamente de la autenticidad del documento en que se regis­tra la conversación citada, publicado en el N? 17 de "Voz de Madrid”, poniéndose a disposición de aquellas personas peritas en la materia que qui­sieran aclarar cualquier duda en relación con dicha autenticidad.

París, 26 de Diciembre de 1938.—T. NAVA­RRO TOMAS. Director de la Biblioteca Nacio­nal de Madrid.— JUAN LARREA, Archivero- Bibliotecario, ex Secretario del Archivo Histórico Nacional de Madrid".

La palabra, para rectificaciones, corresponde ahora al Cardenal Gomá. A no ser aue antes quiera hacer uso de ella el Cardenal Segura.

A P O L O G I A D E L A H I S P A N I D A D

¿Me diréis que hay otros nombres y otras ideas que pueden servir de base a la hispa­nidad y amasar los pueblos de la raza en una gran unidad para la defensa y la conquistaT ¿Cuálest ¿La democraciaf Ved que en la vieja Europa, sólo asoman, sobre el mar que ha sepultado las democracias, las altas cumbres de las dictaduras.

Cardenal GOMA

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C R E A C I O N D E L M U S E O Y D E L A B I B L I O T E C A D E I N D I A S E N M A D R I D

El Doce de Octubre de 1937, en plena gue­rra civil y de invasión, el Gobierno de la República Española promulgó el siguien­te Decreto creando el Museo y Biblioteca de Indias:

"La gran lucha que sostiene España en defensa de los fundamentos mismos de su cultura obliga a su Gobierno a velar por cuanto con ésta se relaciona.

Por eso, una de sus vivas atenciones se proyecta hoy sobre el porvenir cultural his­panoamericano, con el que lo español se en­cuentra tan profundamente unido.

De aquí que al llegar el día de la Fiesta de la Raza, en el que se conmemora la grandeza de aquel pueblo que fué nuestro y se hizo de todos, y que en un impulso emi­nentemente colectivo dió vida y universali­dad al Nuevo Mundo, quiera el Gobierno de la República, por una parte, ofrecer a la hermandad americana una prueba cierta del interés que el conocimiento no sólo de cuanto en esos países es de estirpe hispana, sino de aquello otro que les es propio y pri­vativo despierta hoy en la nueva voluntad cultural española y, por otra parte, recoger y completar lo que hay de mejor en la tra­dición, exaltando el valor de la obra llevada a cabo por soldados y misioneros que en crónicas y relaciones describieron las moda­lidades de las culturas aborígenes de tan elevado interés científico como artístico.

A este propósito, y en el convencimiento de que nada puede haber más fecundo y dig­no de los pueblos cuya fiesta se celebra, que la creación de un instrumento de trabajo or­denado a un alto fin de cultura, el Gobierno de la República siente hoy la satisfacción de recoger y dar realización a una vieja idea española, colmando al propio tiempo, los deseos formulados por el X X V I Con­greso Internacional de Americanistas, que

recabó de los poderes públicos la creación en Madrid de un Museo de Indias.

El Gobierno de la República está segu­ro de contar para esta empresa con la co­laboración de los Gobiernos Iberoamerica­nos, siempre dispuestos a contribuir a toda obra generosa.

Por ello, de acuerdo con el Consejo de Ministros y a propuesta del de Instrucción Pública y Sanidad, vengo en decretar lo si­guiente:

Artículo Iv Con fecha 12 de octubre de 1937 se crea en Madrid un Museo de In­dias en el que tendrán cabida todos los materiales arqueológicos, históricos y artís­ticos, originales y reproducidos, proceden­tes de América y antiguas posesiones espa­ñolas de Ultramar y tanto de la época precolombiana como de la colonial.

Artículo 29 La base de este Museo, lla­mado a adquirir un gran desarrollo, estará formada por los fondos de la sección Etno­gráfica Americana y Filipina del Museo Arqueológico Nacional y por la colección de antigüedades peruanas donada reciente­mente por don Juan Larrea.

Artículo 3? Se crea asimismo una Bi­blioteca de Indias destinada a reunir el pa­trimonio espiritual impreso y manuscrito de América y antiguas posesiones de Ultra­mar, de la que formarán parte:

a) . Cuantos libros hayan visto la luz en aquel continente e Islas Filipinas hasta el fin de la colonización.

b) . Los procedentes de cualquier lugar y época, de contenido americano o filipino.

c) . La producción bibliográfica moder­na que sea expresión de la vida espiritual americana y filipina.

Artículo 4? La base de esta Biblioteca estará compuesta por los fondos impresos

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y -manuscritos de las secciones de "Ultra­mar” e “Hispanoamericana” de la Bibliote­ca Nacional y por los demás fondos refe­rentes a América y antiguas posesiones españolas de Ultramar que puedan ser des­glosados tanto de la Biblioteca Nacional como de las demás Bibliotecas.

Artículo 5Q La organización y servicio de estos establecimientos estarán encomen­dados al cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.

Artículo 6? La Dirección General de Bellas Artes dictará en su día las disposi­ciones complementarias para la mejor eje­cución de este Decreto.

Dado en Valencia, a veintiocho de octu­bre de mil novecientos treinta y siete.

Manuel AZAÑAEl Ministro de Instrucción Pública y

Sanidad, Jesús HERNANDEZ TOMAS”.

Así pues, para conmemorar durante la guerra el descubrimiento del Nuevo Mun­do, el Gobierno de la República Española, como verdadero defensor de la cultura, pre­firió a cualquier otro género de demostra­ciones, la creación de un instrumento cul­tural llamado a rendir con el tiempo beneficios de acuerdo con su naturaleza. Justo por sí mismo, este acontecimiento tocaba por igual a cada uno de los dos tér­minos de la realidad hispanoamericana; es decir, que, si constituía un testimonio de fraternal interés hacia la ascendencia indí­gena de los pueblos del nuevo continente, ni desatendía el aspecto español, como lo atestigua la Biblioteca, ni dejaba de atenerse al mismo tiempo, incluso por lo que al solo Museo se refiere, a lo rancio y excelente de la tradición española.

En efecto, la idea de crear un Museo de Indias es casi tan antigua como la colonia. Sabido es que don Francisco de Toledo, el famoso virrey del Perú, sugirió a Felipe II, en carta del Cuzco a 1® de marzo de 1573, la conveniencia de reservar algunas salas de su recámara y real armería para que en ellas pudieran ser admiradas las antigüeda­des y objetos preciosos del mundo recién conquistado. El mismo virrey envió con este

fin y trajo más tarde consigo a su regreso a España, piezas valiosísimas que, menos­preciadas, desaparecieron. Porque absorbi­da la Corona por otras más imperiales preocupaciones no halló oportunidad de de­dicar a las reliquias históricas, artísticas y etnográficas indoamericanas, ni la atención deferente que sentimentalmente merecían, ni la consideración desinteresada a que la moderna conciencia de las naciones las juz­ga acreedoras. Felipe II desperdició así la ocasión de rescatar la poco airosa conducta de su padre, quien, luego de esparcir por Europa los presentes magníficos que de Mé­xico le fueron enviados, condenó a fundi­ción las extraordinarias piezas de orfebrería que le remitieron a su vez los conquista­dores del Perú. Ninguno de sus sucesores en el trono estimó conveniente apartarse de tan censurable línea de conducta, ni si­quiera Carlos III, fundador de Museos, pro­tector de Artes y Ciencias y auspiciador de expediciones. Así es como, pese a alguna que otra honrosa excepción de iniciativa particular, no llegó a cuajar nunca la polí­tica de conservación que hubiera estado de acuerdo con el espíritu popular que anima­ba a aquellos misioneros y soldados de los primeros tiempos, que dejaron memoria escrita de cuantas noticias les fué dado re­coger sobre los usos, costumbres, historias, tradiciones y creencias de los pueblos abo­rígenes. Y en este sentido es como se está en lo cierto al sostener que la creación del Museo de Indias rompió de una vez con los malos hábitos de Austrias y Borbones, para recoger, en cambio, la genuina tradi­ción de nuestro pueblo.

Tales apreciaciones no son sectarias ni gratuitas. Ni siquiera tienen el mérito de ser nuevas puesto que coinciden en el fon­do con las de Antonio de Ulloa, quien en la Introducción a sus Noticias Americanas (Madrid, 1772) se expresa del siguiente modo;

"Después del Descubrimiento de las In­dias no se ha trabajado con la aplicación que se requería en conocer lo que encierran de raro, haciendo poco aprecio de esta par-' te, como menos apetecible, siendo pocos los que han parado la consideración en ella!, fuera de aquellas primeras noticias que se adquirieron en los tiempos inmediatos a la

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Conquista: no se han repetido, ni se han hecho especulaciones para adelantarlas; por esta razón son más extrañas, y con particu­laridad las que pertenecen a la Física te­rrestre, a las antigüedades, a las costumbres, y al carácter, genio e inclinaciones de aque­llos habitantes, en su estado natural, y en el que tienen después de haber estado bajo de otra dominación, ofreciendo cada uno de estos asuntos no pocas particularidades en que ocupar el juicio, que son otros tantos documentos para el conocimiento del mundo y de las variedades que encierra”.

¿Más tarde? De siglo y medio a esta parte, muchos son los hombres, muchos los partidos políticos que se sucedieron en el uso y abuso del poder. No faltaron durante tan infausto período, gobernantes y persona­jes célebres exaltadores del orgullo nacional, los cuales, a pesar de que el america­nismo había adquirido ya carta de natura­leza en el seno de las naciones civilizadas, no se interesaron, naturalmente, sino por cuanto atañe a la vida y hazañas llevadas a cabo por los españoles en el continente americano, es decir, por sólo aquello que, siendo exclusivamente nacional, lisonjeaba la vanidad patriótica, con su estulta ambi­ción de preeminencia.

Fácil es comprender hasta qué punto era preciso un cataclismo en el solar his­pano, una total revulsión de términos y va­lores para que, al fin, un Gobierno del pueblo, saliendo en defensa no de aquello que la cultura española tiene de egocéntri­co y particular, sino de lo que tiene de universal, de plenamente humano, modifi­cara de repente el concepto del deber que reinaba en las esferas gubernamentales pa­ra dar como resultado una nueva orienta­ción capaz de traducirse en hechos como este de la creación del Museo de Indias. ¿De qué otra manera más en consonancia con el espíritu de cultura podía celebrarse el aniversario del descubrimiento de Améri­ca, si no es reforzando los antiguos nexos espirituales que vinculan lo típicamente americano a lo profundamente español, fo­mentando la cooperación solidaria de am­bos términos en pro de aquel universalis­mo que prácticamente entró en vías de hecho el día en que plantas españolas holla­ron por vez primera el nuevo continente?

¿No era ésta, aunque tardía, la obligada consecuencia del compromiso tácito que ad­quirió la cultura española al propagarse con afanes de universalidad por toda América, no era acaso obligación que se desprende del pacto de sangre que en nombre de la civilización se concluyó entonces entre los pobladores indígenas y el conquistador hispano?

Vocación de Nuevo Mundo ha sido siempre la del pueblo español que a ella se entregó con alma y vida; vocación de Nuevo Mundo que explica muchas cosas y de la que dimanan sus magnos y progre­sivos desastres. No deja de ser sintomático a este respecto que el interés por América volviera a despertarse en el preciso mo­mento en que el Nuevo Mundo, en su as­pecto específico de más allá humano, hizo su aparición, aunque bajo atroces especies, en la escena histórica de España.

Adviértase que para que tal interés pu­diera manifestarse, fué preciso vencer mu­chos obstáculos, salir en busca de realida­des sitas a no poder más lejos. Ciertamente, sólo en estos pasados tiempos de suma decadencia, de fin de mundo, era posible una lejanía tan grande como aquella a que, con olvido de la positiva, de la auténtica tradición española y con olvido del espíri­tu que dotó a esta tradición de vida y de grandeza, se había confinado a lo ameri­cano. Solamente en épocas de fuerte incons­ciencia era posible que a las riquísimas do­naciones arqueológicas que hicieron a veces algunos Gobiernos de Hispano-América, tales como el deslumbrador tesoro de los Quimbayas, obsequiado por el Gobierno de Colombia, respondiera España con una in­diferencia tan soberana como la de sus mo­narcas, tan absoluta que ni por decoro se sentía la obligación de encubrirla. En vir­tud de esa indiferencia de tipo senil, quedó gravemente desatendido un sector de acti­vidades del espíritu que reclamaba particu­lares desvelos. Y así se dejó al cuidado de gentes extrañas el de cumplir los compro­misos que para nosotros eran vitales. Com­promisos, sí, estos mismos que hoy reco­bran vigor. Porque no hay que olvidar que hubo una época en que las circunstancias históricas hicieron chocar en el tiempo y en el espacio los ciclos culturales europeo y

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americano, viéndose en cierto modo obliga­do el pueblo español, en representación de Europa y bajo el imperativo ineludible de la universalidad, a destruir, ya fuese objeto precioso, ya grandioso monumento, cuanto pudiera servir de sostén y aferradero a un tipo de mentalidad humana llamado a transformarse. Aun más: cuando se rom­pieron los diques compresores de la Edad Media y los individuos no privilegiados por la cuna tuvieron acceso al goce de las ri­quezas, los apetitos ambiciosos, las graves concupiscencias que después de tantos si­glos de opresión se desenfrenaron entonces tenían que conducir ineluctablemente al ex­polio del indígena indefenso. Inconsiderado con cuanto no fueran sus propios apetitos el conquistador español arruinó templos, violó sepulturas, derribó palacios, destrozó estatuas, machacó y fundió millares de ob­jetos de oro, plata y cobre. Sobre América pasó en los siglos XVI y XVII una oleada devastadora de Historia Universal, una de esos marejadas profundas que no dejan pie­dra sobre piedra y cuya sola justificación, su fundamental razón de ser ante la sensi­bilidad humana parece residir en su misma magnitud catastrófica, en su razón de gran­deza. De este modo doloroso pagó el nuevo continente su rescate a la universalidad. Mas en España no se debió olvidar nunca que, todo lo glorioso que se quiera, el agen­te exterminador fué el pueblo español. Y se olvidó porque el pueblo español no im­portaba; ni importaba su crédito, su natu­ral decoro.

Sin este olvido no tendría ese proceso de biología histórica, basado en constantes y, al fin y al cabo, ineludibles leyes de selección natural y de lucha por la existen­cia, el carácter de gravedad que los hechos posteriores le fueron confiriendo. Lo grave no fué la vehemencia del proceso violador. Lo vitalmente grave, porque supone una insuficiencia de energía vital, fué el des­amor consecutivo, es decir, el hecho de que no hubiera posteriormente un solo Gobier­no español lo bastante generoso para revi­sar, en cuanto perdieron fuerza los deter­minantes históricos, los fundamentos de la primitiva actitud, para condenarla y repa­rar sus daños en aquello que tuvo de in­consciente, injusta y excesiva. Esa caren­

cia posterior, necia y obstinada, es la que presta al conjunto de las actividades his­pánicas de muchos años a esta parte un tono de irresponsabilidad, de egoísmo afren­toso, que no ha pasado desapercibido para los pueblos de América. Más aún, esto es lo que América, satisfecha en el fondo de la violencia de los primeros contactos, no ha podido ni puede perdonar nunca. Por­que hacía ya demasiado tiempo que nuevas circunstancias ideológicas estaban haciendo sonar en vano la hora de rectificar la vieja política de exterminio, de corregir en lo posible las demasías propias de los instin­tos que habían sido necesarios para llevar a cabo la conquista y colonización, de reco­ger a impulos equitativos de solidaridad humana, si no de curiosidad científica, los despojos de cuantos pueblos sufrieron el choque desbaratador de la expansión de oc­cidente. Hacía ya mucho tiempo que esta­ba sonando la hora de aprovechar metódi­camente, con miras al conocimiento, la suma inmensa de materiales que encierran los archivos españoles, de continuar eficazmen­te la obra meritísima de nuestros cronistas, reanudando su tradición, la substancia de su interrumpido esfuerzo. Esta falta de in­terés de España, este eclipse total de sus dogmas vitales es lo que presta al acto creador del Doce de Octubre de 1937, la validez de un acto de desagravio.

Desde entonces no puede ser tenido co­mo natural que la protección y fomento de los estudios americanistas corra a cargo de gobiernos y entidades extranjeras. El Gobierno de la República, el Gobierno del pueblo español, reclamó cuando podía ha­cerlo, su parte de responsabilidad negándose a prolongar el expresado estado de cosas, no por inmemorial menos culpable.

En este punto mueve a admiración la virtud creadora del pueblo español que, co­locado en el trance gravísimo cuyas atroces consecuencias sufre, no sólo dedicó su mu­cha capacidad de heroísmo a la defensa de su vida y de los valores civilizados repre­sentados por el Derecho al tiempo que rea­lizaba una intensa política de protección a su Tesoro Nacional, sino que, tomando la iniciativa, atacó a fondo los problemas de alta cultura que ni siquiera plantearon los gobiernos anteriores. ¿Hasta qué otro mo-

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mento es preciso remontar el curso de la Historia de España si se ha de encontrar una exaltación de la virutd creadora en cierto modo equivalente? ¿No es acaso has­ta el momento característico del Nuevo Mundo, hasta aquel del descubrimiento y primera conquista? Quiéralo o no lo quie­ra, siempre que la conciencia se pone a ana­lizar el sentido de nuestra guerra, acaba recurriendo necesariamente a ese punto de mira constituido por el apasionamiento es­pañol frente a la realidad del Mundo Nue­vo. Momentos son estos, el actual y el de la conquista, que se corresponden íntima­mente, que se ajustan y completan. Más aún, sin la presencia simbólica del pasado, sin el sentido que se desprende de algunos hechos que se organizan dentro del lenguaje expresivo de que se nutre para tomar des­arrollo la conciencia humana, fuera imposi­ble captar la plena significación de los su­cesos que estamos viviendo, como no es posible comprender en su exacta realidad el proceso biológico cuya última fase es el parto si no se le refiere a una fecundación antecedente.

En punto a significaciones, la creación del Museo de Indias realizada por el Go­bierno de la República, puede ufanarse de poseer la trascendencia vital de los símbo­los naturales. Ya va dejando, en efecto, de ser lícito el engaño sobre la verdadera na­turaleza de la cultura. Sólo una interesada hipocresía o una grave disminución de áni­mo pueden considerarla como una categoría abstracta, absolutamente autónoma, inde­pendiente del hombre que vive en su ple­nitud, que se nutre, que defiende los gran­des intereses de la Justicia, que ama. No, el fenómeno cultural, espiritual si se prefie­re, no pasa de ser un sueño inconsistente cuando no está entrañado en la vida misma, hasta el punto que si uno y otra no se com­pletan, ni pueden comprenderse ni justifi­carse, ni conducen, por consiguiente, a la verdadera liberación del sér humano. No sorprenda encontrar en esta creación del Museo de Indias, símbolo del nuevo mun­do de plenitud que se anuncia, una reso­nancia que puede parecer política a fuerza de ser plenamente vital. De esta verdad arranca la gran promesa que se cernió du­rante la guerra sobre España, donde puede

decirse que vida y cultura, en su sentido más alto, llegaron a identificación completa, donde el analfabeto vencía su ignorancia entre dos combates, donde el Ministerio de Instrucción Pública rivalizaba con los de Defensa y Abastecimiento, porque la cultura era en la España que se estaba ju­gando el ser a vida o muerte, artículo de necesidad perentoria. Por eso no puede va­cilarse en proclamar que, si por el fruto se conoce al árbol, la creación del Museo de Indias, estimado en su justa medida el valor sintomático que encierra el hecho en sí, significó en su día que España volvía al fin por sus fueros ideales, renaciendo de sus muchas cenizas. No la avasalladora, imperialista y exterminadora España que por presión exterior hoy detenta el poder en la península, sino aquella España viva que representa la lógica superación de una época que concluye, la España popular de siempre que está pagando a su vez con dolo­res supremos su acceso a la universalidad.

Obligación tocante a la cultura españo­la en su natural tendencia al universalismo es perfeccionarse en la reconstitución cien­tífica. con el desarrollo intelectual que esto requiere, de aquello que un día desbarató, recoger el sentido que en aquellas formas de civilización palpitaba, extraer de este campo admirable de observación, los prin­cipios determinantes del proceso evolutivo de la conciencia y de la sociedad humana, de su plasmación en la Historia, los cuales son necesarios para comprender y sorpren­der en funciones aquello que en cierto modo pudiera llamarse glándulas secretoras de la fenomenología histórica. Porque, científica­mente, acaso no exista campo de observa­ción semejante al que ofrece el cuadro de culturas que presenta el continente ameri­cano, con la particularidad única de cons­tituir una unidad viviente, separada de to­do el resto, en la que aparece en su íntegro esplendor el juego creador, con sus peripe­cias y alternativas, con sus acordes y di­sonancias, de los movimientos colectivos. Sobre todo contando como se cuenta con la excelente aportación de los cronistas espa­ñoles que puede ser considerada, en muchos casos, como el segundo lado del triángulo que nos permite deducir la realidad del ter­cero que falta. En la añeja empresa huma­

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na rotulada con el “conócete a ti mismo”, que trata de descifrar el enigma concreto del ser, penetrar en su ciencia que es con­ciencia, la realidad etnográfica del conti­nente americano nos permite sumirnos en la contemplación de estados de cultura muy profundos, de tipo desemejante a cuantos se encuentran hoy en vida y equivalente, en cierto modo, al de las grandes culturas an­tepasadas de la civilización de occidente. He aquí la importancia de los testimonios de los cronistas y el valor exacto del ame­ricanismo, el cual, bajo la apariencia de un cuerpo de conocimientos de puro ador­no —especie de violon d’Ingres de la civi­lización occidental— encierra una potencia­lidad científica de primer orden.

Expuestos quedan algunos de los alcan­ces del paso que dió el Doce de Octubre de 1937 el Gobierno de la República Es­pañola. No resulta fácil negar, en estas_ condiciones, que su gesto fuera la reanuda-' ción de la tradición española en lo que tie­ne de más justo y espiritual, de esa tradi­ción interrumpida de la plena España para la que la cultura no es tal si no es bien de todos: de todos los hombres, de todos los pueblos, de todas las razas por poco evolucionadas que se encuentren. De esa tradición para la que una de las funciones colectivas del que sabe, la función esencial, es trasmitir la sabiduría, enseñar al que no sabe en vez de explotarle, abusar de su ig­norancia, fomentarla, agrediéndole con el pretexto de su inferioridad, dando validez absoluta contra el espíritu de caridad a la ley inicua y anticristiana de la fuerza. Mo­tivo es este, pues, de contento para cuantos sin dejarse engañar por huecas palabrerías se interesan por ese tuétano de espirituali­dad que presta la más alta calidad humana a la tradición española. Así como nadie, de cuantas personas se interesan realmente por la ciencia americanista, pudo dejar de aco­ger con satisfacción la iniciativa del Go­bierno de la República. Porque la creación del Museo de Indias no es sólo idea de gran abolengo dentro de España, sino que ha merecido el apoyo de los medios científicos extranjeros. No es ocioso recordar a este respecto que el pasado XXVI Congreso In­ternacional de Americanistas juzgó tan oportuna una moción presentada por la

Asociación Española de Amigos de la Ar­queología Americana, presidida por el ilus­tre americanista don Rafael Altamira, re­cabando de los poderes públicos españoles la creación de un Museo de Indias y de los Gobiernos Hispanoamericanos una contri­bución eficaz para la realización de este propósito, que acordó con un voto de aplau­so elevarla a resolución plenari a del Con­greso. Fué firmada esa moción por los ame­ricanistas más preclaros, por las delegacio­nes extranjeras más autorizadas. El nombre de Max Uhle, Presidente de honor de la Delegación alemana y el más esclarecido de los arqueólogos suramericanos, campea junto al de su eminente compatriota Konrad Th. Preuss, Director del Museo Etnológico de Berlín, no ha mucho fallecido; junto al de Raoul d’Harcourt, miembro ilustre de la Delegación francesa, y al de Guido Calle- gari, el más distinguido de loS profesores italianos. Completan la lista de firmantes extranjeros los notables arqueólogos Fran­cisco Aparicio y Fernando Márquez Mi­randa, Delegados argentinos, el del eminente profesor Pedro de Alba, Delegado mexica­no, el del erudito historiador e investigador afortunado Raúl Porras Barrenechea, de la Delegación peruana, etc. Ellos son hoy tes­tigos de valor excepcional de cómo el Go­bierno de la República Española se hallaba tan consubstanciado con la cultura que no se limitó a proteger en los cruelísimos mo­mentos de la guerra sus tesoros artísticos, bibliográficos y arqueológicos, sino que atendió su solicitud echando los cimientos de un porvenir lleno de promesas.

El resultado adverso de nuestra lucha cambió por completo nuestras esperanzas. Ya no está hoy en nuestra mano ocuparnos por el momento del Museo y de la Biblio­teca de Indias, creados en Madrid. Mas, en cambio, los españoles diseminados por Amé­rica podemos interesarnos in situ por los residuos de las admirables culturas prehis­pánicas y adquirir sobre la materia un co­nocimiento directo que se irá traduciendo en positivos aportes para el acervo cientí­fico de nuestra patria. Tan deseable nos parece esta eventualidad, que constituye una de las razones que nos han impulsado a publicar este artículo sobre la creación del Museo de Indias así como, con carácter

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de complemento ilustrativo, la reseña his­tórica de las colecciones que forman en la actualidad los fondos de dicho Museo. Ha llegado la hora de que el pueblo español rescate con su actual conducta constructora la destructora de sus antepasados. Conve- nientísimo fuera, por tanto, que en todas las Repúblicas donde ha llegado nuestra emigración, mas sobre todo en México, se formaran equipos científicos de españoles

aficionados que, por las poderosas razones apuntadas, mostraran deseos de imponerse en estas apasionantes ciencias. No dudamos que algunos compatriotas podrán formar incluso colecciones que más tarde, con el permiso de los Gobiernos respectivos, po­drán acrecentar los fondos del tan oportu­namente creado Museo de Indias. Manos, pues, a la obra.

C O N T E N I D O A C T U A L D E L M U S E O DE I N D I A S

En contradicción con las falsas especies propaladas maliciosa y sistemáticamente por los autotitulados defensores de la ver­dad, todos, absolutamente todos los objetos arqueológicos indoamericanos que se con­servan en la sección correspondiente del Mu­seo Arqueológico Nacional de Madrid, se encuentran a salvo. Todos beneficiaron de las medidas de protección que la Junta Na­cional del Tesoro Artístico prodigó desde el primer momento de la lucha a cuantas ri­quezas se encontraron bajo su tutela. Al­gunos de esos objetos de inestimable valor, como el Tesoro de los Quimbayas, fueron, extremando las precauciones, trasladados a Valencia. El resto quedó cuidadosamente embalado y puesto a buen recaudo en lu­gar defendido contra los bombardeos a fin de ampararlo una vez más contra ese tradi­cional espíritu de destrucción que se ha cebado a lo largo del tiempo en los vesti­gios de América. Espíritu que, adviértase bien, por mucho que varíen las personas, siempre es uno y el mismo.

Mas si no falta una sola pieza de las colecciones del Estado, es de notar que ese fondo arqueológico no fué enriquecido con ninguna pieza nueva si se exceptúan las que integran la colección Larrea, donada al pueblo español en 1937. Quiere esto decir que como consecuencia de las investigacio­nes llevadas a cabo por la Junta del Teso­ro Artístico en los domicilios particulares a fin de proteger contra los muchos riesgos a que han estado sometidos aquellos objetos de valor artístico e histórico que, aunque de propiedad privada, forman parte del pa­

trimonio nacional, aparecieron un elevadí- simo número de cuadros y esculturas admi­rables, de relojes antiguos, de porcelanas de muy diversa procedencia, de bargueños y muchas otras suertes de muebles. Mas entre tanto accesorio de salón, vitrina o bohardi­lla no apareció ni un solo objeto de Amé­rica: ni una sola escultura, ni una máscara, ni una vasija, ni un tejido. ¿Qué mejor prueba de la falta absoluta de interés que las clases nobles, pudientes y adineradas tu­vieron y tenían por todo lo indoamericano, de cuyos pueblos codiciaron únicamente los metales preciosos y la capacidad intrínseca de trabajo explotable?

Como consecuencia, una descripción del contenido actual del Museo de Indias coin­cide exactamente con las reseñas que cons­tan en las guías y anuarios del Museo Ar­queológico Nacional y en las publicaciones a que ha servido de objeto la colección La­rrea. De esas reseñas se deduce que lo que era sección americana de ese establecimien­to se halla constituida por un cierto número de colecciones parciales de varia proceden­cia, algunas muy ricas, modestas otras, las cuales, casi por el exclusivo procedimiento del donativo particular, se han ido congre­gando al trascurrir de los años. Como esa agrupación no ha estado presidida por in­tención alguna de conjunto, pecan esos fondos arqueológicos de muy graves lagu­nas. Al lado de ciertos lotes de excepcional riqueza se observan vacíos incomprensibles. Mientras existen culturas bastante bien re­presentadas otras hay, como sucede, por ejemplo, con cuantas florecieron en el tern-

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torio de la República Argentina, que no cuentan ni con una sola pieza para muestra. Arqueología tan extraordinariamente den­sa y rica como la mexicana carece en el Museo de Madrid de una representación capaz de dar una idea ni aun remota de lo que fueron aquellas grandiosas civilizacio­nes precortesianas. Museo es este formado por aluvión, al azar de circunstancias para él muy adversas y que no contó nunca con un verdadero técnico que se interesara por su contenido. La afición a estos estudios no se despertó siquiera depués de aquella mag­nífica exposición Hispanoamericana cele­brada en Madrid en 1892 con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de Amé­rica, a la que los Gobiernos de tantos pue­blos hermanos se esforzaron por enrique­cer con las mejores galas arqueológicas.

Cuando se trata de pasar revista al con­tenido del Museo, la primera aportación que cronológicamente reclama la atención parece ser la constituida por los objetos que reunieron durante su expedición por las costas del Pacífico los botánicos Hipóli­to Ruiz y José Pavón. Se efectuó este viaje en 1777 y sus resultados, etnológicamente hablando, no fueron muy brillantes: algu­nos trajes, algunos adornos, unos pocos utensilios empleados por los indios atacame- ños de entonces, reminiscencias degeneradas del rico ajuar de épocas más antiguas.

Otro tanto puede decirse del lote reco­gido en el Estrecho de Magallanes en 1786 por don Antonio de Córdoba, comandante de la fragata Santa María de la Cabeza.

De muy distinta calidad es el notable envío de 600 vasos peruanos que hizo a Carlos III el obispo de Trujillo don Bal­tasar Jaime Martínez Compañón. Ocurrió este suceso en 1788 y constituye la más im­portante tentativa científica llevada a cabo por españoles a favor de los recursos del antiguo Perú. Gracias a este docto Prelado cuya iniciativa particular merece ser cali­ficada, en el campo etnológico, de verdade­ramente revolucionaria, puede enorgulle­cerse España de haber dado los primeros pasos por la vía científica del americanis­mo. Tanto más cuanto que Martínez Com­pañón dejó memoria circunstanciada de al­gunas de las excavaciones que llevó a efec­to con excelente juicio y grandes dones de

observación, en un magnífico álbum de es­tampas en que se describe el Arzobispado de Trujillo. Su colección se compone de unos 600 vasos de barro rojizo o negro de las culturas Proto-Chimú o Mochica y Chimú propiamente dicha, que tanto se dis­tinguieron por el sentido escultórico con que modelaron su alfarería. (Lám. 12.) Su arte, eminentemente realista y, en este aspecto, el mejor logrado sin duda de toda Améri­ca, debió impresionar profundamente al Obispo Compañón cuyo envío fué el pri­mero de esta clase que desembarcó en Eu­ropa. Su calidad artística es, naturalmente, muy desigual, encontrándose algunas pie­zas selectas sobre un fondo de vasijas más bien mediocres. Lástima que hayan desapa­recido las piezas de metal, de oro especial­mente, y los hermosos tejidos de que Mar­tínez Compañón dejó constancia pictórica en su álbum inédito. Hasta 1936 en que la República Española lo dió a la estampa.

Un año después, en 1789, las autorida­des de Guatemala remitieron a la península algunas antigüedades procedentes de las ruinas mayas de Palenque, cuyo descubri­miento causó tan gran sensación en el mun­do civilizado. Entre ellas se encuentran al­gunos ejemplares notables, algunos catunes de estuco, algunos trozos escultóricos, un bello bajorrelieve. {Lám. 3.) Escaso testi­monio, a pesar de su indiscutible importan­cia, de un arte que alcanzó tan prodigioso florecimiento.

Poco más tarde llegaron a España los objetos recogidos por Malaspina en la cos­ta norte de California. Se halla constituido este importante lote por algunas máscaras y otras piezas de madera policromada y adornada con conchas y caracoles marinos. {Lám. 1.) Su interés radica muy especial­mente en su reconocida antigüedad. Son es­tas, en efecto, las piezas más auténticamen­te antiguas que se conservan de una cultura cuyo estudio se presta a conclusiones de gran valor en el campo americanístico.

Este ramillete de iniciativas prometedo­ras que floreció en la segunda mitad del si­glo XVIII no llegó nunca a cuajar. Con ellas puede decirse que finaliza el exiguo haber americanístico de España.

Aun no acabado el siglo XVIII se abre un ancho y vacío paréntesis de casi una cen-

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tuna durante el cual no se acrecentó el Mu­seo en ciernes con un solo objeto que ates­tiguara, poco o mucho, algún interés por las cosas de América. Es preciso acercarse hasta el último tercio del pasado siglo, para volver a encontrar alguna materia ameri- canística. Sólo entonces vuelven a hacer aparición, aunque tímidamenee en un prin­cipio, los donativos particulares.

De este modo las colecciones americanas se enriquecen con una serie de figuras de cera sobre costumbres populares mexicanas, eje­cutadas por Francisco Garcia en el siglo XVIII, donada por el Marqués de Prado Alegre, y con otra de vasijas coloniales, muy importante por su número y calidad, forma­da en México por doña Catalina Vélez La­drón de Guevara en el siglo XVII y donada por la condesa viuda de Oñate en 1884.

Por entonces entran a formar parte del Museo los famosos códices mayas llamados Cortesiano y Troano, o sea el códice Tro- Cortesiano, como se le denomina en la ac­tualidad, calendarios litúrgicos, a lo que pa­rece, adquiridos en 1872 y 1888, y cuya importancia es sobradamente conocida.

En esta época, si no algunos años más tarde, fué cuando el naciente Museo se acrecentó con un estimable conjunto de an­tigüedades antillanas compuesto de algunos hermosos collarones y otras piezas líticas tan enigmáticas aún como peculiares del inconfundible estilo portorriqueño. (Láms. 6 y 7.)

Acontecimiento de capital importancia constituyó, en este orden de ideas, la Ex­posición del IV Centenario que sirvió entre otras cosas, para dar a conocer en Madrid el caudal arqueológico del nuevo continen­te. Desde nuestro punto de vista, su impor­tancia es subrayada por la serie de considera- rabíes donativos que fueron su consecuencia. En efecto, además de algunos obsequios de menor cuantía, se registran entonces tres valiosas donaciones oficiales: la del Tesoro de los Quimbayas, del Gobierno de Colom­bia; la del lote de objetos variados del de Perú y la de las colecciones líticas del de Estados Unidos. También estuvo ex­puesta entonces la colección de antigüeda­des centroamericanas del Marqués de Casa

Calvo, que acabó viniendo a engrosar los fondos del Museo en formación.

El Tesoro de los Quimbayas es la más preciada joya del Museo actual y constitu­ye la más rica colección de piezas de oro que se conoce de aquella cultura, especiali­zada en la orfebrería. Se compone de 62 piezas de oro puro o mezclado, ejecutadas a cera perdida y representando personajes en pie o sentado, frascos, braserillos, colla­res integrados por innumerables piezas, cas­cos, trompetas, etc. (Láms. 8 a 11.) Tes­timonio grandioso del grado de perfección técnica a que había llegado esta cultura colombiana que al no contarse, sin embargo, entre las más desarrolladas de América, sirven para hacernos lamentar aun más pro­fundamente la desaparición de tantas otras piezas arqueológicas de orden excepcional.

No queriendo ser menos el Gobierno del Perú, hizo donación al de España de una colección compuesta de 17 objeto de oro, cetros, adornos vestimentarios, todo el ajuar metálico de una momia con su máscara de oro, su peto y sus accesorios, algunas figu­rillas, dos vasos de plata, una pocas piezas de madera, bellos tejidos y medio cente­nar de vasos selectos. (Láms. 13 y 16.)

Por su parte el Gobierno de Norteamé­rica dejó en Madrid la colección de obje­tos de pedernal, con que contribuyó a la riqueza de aquella Exposición y que, aun­que carezcan de interés artístico, muestran el nivel de civilización en que se desenvol­vía la vida humana en comarcas, hoy tan desarrolladas.

El considerable legado de don Julio Are- llano, Marqués de Casa Calvo, se compone de 376 objetos de diversas materias, pro­cedentes, en su mayor parte, de las culturas chorotegas de Costa Rica, en especial de la Nicoyana. Entre los objetos de piedra so­bresalen algunos metates de positivo mérito, algunas figuras de personajes bastante re­petidas. La cerámica posee ejemplares muy notables, de formas variadas, a veces de hermosa policromía. (Lám. 5.)

A la magnífica contribución de los ex­positores del IV Centenario, hay que añadir algunos donativos de menor cuantía debido a personas particulares, ocurridos un poco antes o un poco después. Destaca entre las

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piezas así adquiridas un objeto de piedra semejante a las palmas totonacas, aunque, según su donador, Juan Jiménez de San- doval, proceda de la casa del Gobernador de Uxmal. (Lám. 2.)

Más tarde, ya en nuestros días, y des­pués de un nuevo período de descanso, el Museo volvió a incrementarse sensiblemen­te con el importante donativo de don Ra­fael Larco Herrera, distinguido patricio peruano, que hizo donación en 1920, de unos 600 vasos procedentes de Trujillo, los cua­les vienen a completar la antigua colección de Martínez Compañón. Además de no pocos ejemplares notables, Mochicas y Chimús, representando en su mayoría figuras huma­nas, animales y productos vegetales, com­prende la donación algunas armas y uten­silios de cobre de la costa norte de aquella República.

En 1930 el Museo adquirió, por compra, una colección de 45 trozos de tejidos pe­ruanos, que forman un muestrario del arte textil de una serie de comarcas y culturas donde alcanzó un desarrollo extraordinario. Son pequeños trozos en los que se halla re­presentado el arte de Nazca, Paracas, Tia- huanaco, etc.

En 1934, después de la Exposición Ibe­ro Americana d,e Sevilla, tuvo lugar la donación de 209 objetos, hecha por el Go­bierno de Costa Rica, a la que contribu­yeron con algunos pocos vasos los señores Quer y el eminente coleccionista costarri­cense don Jorge A. Lines. Son en su casi totalidad vasijas cerámicas de tipo Bugaba, que vienen a completar muy felizmente la citada colección de Casa Calvo.

Por último, a todas las anteriores ha venido a añadirse, ya en plena guerra civil, la donación de la colección Larrea que cons­tituye un completísimo conjunto en el que se hallan representadas todas las manifes­taciones de la cultura incaica, entre cuyas piezas destacan no pocas únicas, de gran riqueza y dignas de la importancia que as­pira a alcanzar este Museo. (Láms. 14 y 15.)

De cuanto antecede se deduce que los únicos países que se encuentran decorosa­mente representados por el momento, son:

Colombia con el Tesoro de los Quimba- yas y algunas muy pocas piezas chibchas,

aunque falten por completo todo género de representaciones cerámica y líticas;

Costa Rica que, con sus figuras de pie­dra, sus metates variados, sus comales y vasijas trípodes de origen chorotega, zapo- teca y bugaba, presenta un conjunto tan homogéneo como estimable.

Puerto Rico, que cuenta con un pequeño muestrario arqueológico de aquella isla, su­ficiente para hacerse una idea de lo que constituía el arte autóctono.

Y sobre todo el Perú, que puede ufa­narse de poseer mayor número de piezas que todo el resto de los países americanos juntos. Destacan entre ellas las procedentes de la costa norte o Chimú y las de la cul­tura incaica. Mas a pesar de ello, esta representación está muy lejos de ser com­pleta, pues faltan ejemplares de un crecido número de culturas como son las de Chavín, Recuay, Tiahuanaco, Cajamarquilla, Chan- cay, lea, Paracas, del.estilo llamado Epigo- nalo Andino e incluso de la vistosísima cul­tura Nazca ya que, no obstante los miles de ceramios que de ella hay esparcidos por el mundo, a penas cuenta aquí con media docena de ejemplares.

La representación de las demás Repú­blicas deja muchísimo que desear, empe­zando por México, hasta el punto de que todos los objetos precortesianos que de esta República se conservan, caben, sin exage­ración, en una sola vitrina. Por su valor histórico sobresale, entre ellos, un broquel de plumería que pertenece a los tiempos de la conquista y que parece ser la única pieza salvada para nosotros, de los envíos de Nue­va España. Lo colonial, en cambio, abarca algunas series interesantes como son la de figuras de cera, ya citada, la colección de cuadros maqueados, firmados por Miguel González en 1698, que representan escenas de la conquista, la de búcaros, muy nota­bles, y algunas piezas de arte plumaria.

Nada se diga de la Argentina, de Boli­vià, del Brasil, de Venezuela, de Panamá y demás países de Centroamérica, todos los cuales, sin más excepción que Costa Rica, carecen de todo género de representación.’ (Honduras posee un único ejemplar, una estatua de piedra bastante tosca, donada

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por el Conde de las Navas). Deficiéntísi- ma es también la representación del Ecua­dor, cuyas numerosas culturas locales no cuentan aquí sino con media docena de va­sijas; así como la de Chile, cuya antigua cultura atacameña brilla por su total ausen­cia.

*

Por el esfuerzo de los españoles que a este nuevo continente hemos venido, así como por la ayuda benévola de los gobier­nos hispanoamericanos, ¿llegará un día a contar España con un Museo de América digno de su pasado, uno de los museos de América en general más importantes del

mundo, si no el más importante, como era ambición, y ambición exclusiva, de algu­nos españoles que no tenemos hoy cabida en nuestra patria?

Algún día celebraremos un Doce de Octubre poniendo en Madrid la primera piedra de un magnífico edificio destinado al Museo de Indias, cuyos planos estaban ya encargados a nuestro compañero el ar­quitecto de la Ciudad Universitaria, Luis Lacasa, cuando estalló la rebelión militar en julio de 1936. Y ese día, por la densi­dad de su significado, será para todos nos­otros —podemos declararlo con anticipa­ción— uno de los señalados de nuestra exis­tencia.

L A B I B L I O T E C A D E A M E R I C A

En el aire se ha quedado por ahora tam­bién la inestimable biblioteca decretada juntamente con el Museo en la que, ade­más de las series valiosísimas de impresos, debieran haberse concentrado los numerosos manuscritos americanos de extraordinario interés que se hallan repartidos en la Biblio­teca Nacional, en la del Palacio Nacional y en la de la Academia de la Historia, las Colecciones de Ayala, de Muñoz, de Botu- rini, los manuscritos de Sahagún y mil más a cada cual más importante. Hubieran ve­nido a engrosarla la serie de estampas botá­nicas de José Celestino Mutis, conservadas en el Museo de Ciencias Naturales, las nu­merosas cartas y documentos americanos del Museo Naval, la magnífica serie americana de la Biblioteca Provincial de Toledo, hasta hoy punto menos que desconocida, así como el contenido de otros numerosos depósitos bibliográficos que, al ser explorados sistemá­ticamente, han de arrojar insospechados ele­mentos de estudio.

No es esto factible por ahora. Pero, en cambio, no nos cansaremos de repetirlo, nuestra estancia en América nos facilita la

• favorable oportunidad de formar aquí una importante biblioteca en la que se centrali­cen los fondos americanos, una grande y

para nosotros inestimable biblioteca llama­da con el tiempo a ser para los españoles objeto de satisfacción y orgullo. La Junta de Cultura ha dado ya en este sentido los primeros pasos. Sus fondos son todavía mo­destos, modestísimos. Pero si el valor del trabajo colectivo es sentido como se debe por todos los compañeros diseminados por los diferentes países americanos, si así lo comprendieran también algunos de los es­pañoles adinerados de México o de la Ar­gentina, si lográramos el concurso de algu­nas entidades norteamericanas afectas a la cultura, la afluencia de libros podría ad­quirir en poco tiempo un ritmo caudaloso dando lugar a la formación de una verda­dera colmena bibliográfica con sus fecun­dísimas consecuencias.

En este sentido volvemos a hacer un lla­mamiento apremiante a nuestros compañe­ros y amigos. Pongámonos en marcha. Los elementos complementarios irán viniendo después porque cada paso trae consigo la necesidad de dar un paso nuevo hacia ade­lante. Creemos que con una buena dosis de voluntad, no es imposible, mejor, es re­lativamente fácil, formar en México una excelente Biblioteca de América digna de ella, de nuestro pueblo y de nosotros mis­mos

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Lám. 1.—Estados Unidos. Objetos de madera y conchas procedentes de la costa Norte de California.(Expedición Malaspina.)

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Lám. 2.—México. Anverso y reverso de una "palma" funeraria. Proc, de Uxmal

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Lám. 3.—México. Bajorrelieve en piedra. Proc. de Palenque.

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Lám. 4.—México. Anillo de juego de pelota (?)

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Lám. 5.—Costa Rica. Cerámica Nicoyana.

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Lám. 6.—Cuba. Piedra tallada.

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Lám. 7.—Puerto Rico. Piedra acodada.

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Lám. 8.—Colombia. Frasco de oro. Tesoro de los Quimbayas.

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Lám. 9.—Colombia. Figura de oro. Tesoro de los Quimbayai

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Lám. 10.—Colombia. Casco de oro. Tesoro de los Quimbayas.

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Lám. 11.—Colombia. Cabeza de oro. Tesoro de los Quimbayas.

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Lám, 12,—Perú. Cerámica Mochica,

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Lám. 13.—Perú. Cerámica Nazca.

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Lám. 14.—Perú. Keros de madera policromada procedentes del Cuzco.

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Lám. 15.—Perú. Cabeza de personaje, en diorita. Proc. de Amarucancha, Cuzco.

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Lám. 16.—Perú. L'nku o “camiseta”. Proc. de Pachacamac.

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EN LA FIESTA DEL NUEVO MUNDO

E S P A Ñ A P E R E G R I N A A T O D O S S U S L E C T O R E S

En Francia innumerables españoles, compañe­ros nuestros, agonizan. Los meses pasan. Las di­ficultades arrecian. Las promesas se incumplen. La decepción va amortiguando en sus pechos el impul­so evasivo. Muchos están en la zona llamada libre; en la ocupada otros. La situación econó­mica de todos es desesperada. Se encuentran al borde de la sima, en un terraplén movedizo que cede bajo sus pies lentamente pero sin tregua. Y la sima es España con sus cárceles, sus pare­dones, sus patíbulos. Hace ya más de mil qui­nientas noches que empezaron sus sufrimientos.

Mientras tanto, nosotros que luchamos junto a ellos, no por defender posiciones particulares sino un ideal de justicia común, nos encontramos tranquilamente instalados en esta generosa Amé­rica. Con nuestros familiares en la mayor parte de los casos. Con nuestra casa. Con nuestro por­venir. Con agradables, casi risueñas perspectivas. Tan apacible es la atmósfera que respiramos que podemos dedicar interminables horas a disputar­nos sobre las diferencias ideológicas que separan, en un nuevo casuismo, a unos de otros los grupos que participaron en la guerra. Se diría que esta posición polémica hacia adentro es lo único que importa. Asi sucedía en los cafés madrileños. Asi antaño en las aulas y calles salmantinas. Así más remotamente bajo el cielo de Bizancio. Miope, irreductible provincianismo. Mientras tanto el ene­migo ronda y nuestros compañeros agonizan como lucecillas a las que no sube el aceite.

Mas nosotros decimos: o somos unos y otros, unidos a los de España, miembros de un solo cuerpo, y los que aquí estamos constituimos la extremidad de un todo llamada a resolver ciertos problemas generales planteados en este punto del tiempo y del espacio, o somos unos desalmados que hemos roto un sagrado contrato colectivo en beneficio de un traidor "sálvese el que pueda" e, indirectamente, del enemigo común. Y en tal caso no merecemos perdón. Porque estamos usurpan­do, en comodidad propia, un lugar que no nos corresponde, que no pertenece a nuestras peque­ñas ambiciones particulares propias de un sistema que declina, sino a las avanzadas de un sistema superior, de orden colectivo, que rebasa ya los bordes de la nueva vertiente. No basta que nos acordemos de ellos como se acuerda el hombre de sus difuntos. No basta que nos desprendamos, en el mejor de los casos, de unas pocas monedas para aliviar la suerte de algtín compañero que padece. Nuestro deber es mucho más amplio. Al tiempo que hacemos cuanto nos es posible para que nuestros hermanos salgan de aquel cruelísimo infierno, es preciso que nuestra actividad justi­fique su dolor, que lo colecte, dirija y haga fe­

cundo transformándolo en una fuerza que a través de nuestra tensión se dispare a las regiones más altas de la vida y haga caer sobre la humanidad la luminosa lluvia de amor y de justicia por que el universo clama.

Esta unidad tácita, que es la que es, en sí, independientemente de nuestra voluntad, se con­funde con la realidad que nosotros quisiéramos que todos los españoles vieran y comprendieran, y con ella el reparto de ¡unciones que ha operado nuestro pueblo entre sus miembros, encomen­dando a cada cual una misión precisa. Formamos parte de un todo orgánico en que la unidad y la varia multiplicidad se conciertan para componer una entidad biológica cuya estructura corres­ponde al haz de coordenadas de la especie con­jugadas armónicamente con las del pueblo y las del pasado español y cuya función automática sea la marcha hacia el más allá tan deseado. Sólo así el compromiso de universalidad que pesa sobre el pueblo español podrá orientarse hacia la rea­lidad convertido en una razón positiva de espe­ranza. Sólo así podremos mitigar un tanto, el indefinido dolor de nuestros compañeros.

Esta unidad es la misma que siempre, aunque con diferentes términos, hemos defendido. La unidad consciente enfrentada y vencedora de la propensión irracional, de ese dejarse llevar de lo es­pañol a la disgregación suicida. Tal unidad eri­gida por sobre los fenómenos particulares, iden­tificable con el primer vislumbre positivo de conciencia colectiva, libre por naturaleza, es la única razón diferencial de nuestra condición de intelectuales para quienes la inteligencia es algo más que una facultad subordinada a la ga­nancia del sustento. No estamos aquí para salvar nuestra alma, como un sistema determinado por el absoluto del individuo supone. No para olvidar que el espíritu existe y pelearnos dentro de un absoluto económico o social por el uso de hono­res o riquezas cuyo mayor atractivo es el con­traste que establecen con la indigencia que aflije a nuestros hermanos. No para sentirnos piezas de una maquinaria oscura, esclavos del instinto de conservación con su complementario instinto de dominio, formulados dentro de un esquema sus­tantivado por la lucha de clases. No para ser espectadores apasionados, jale adores de los bandos que toman parte en la contienda que boy divide a un mundo a que ya no pertenecemos. Mas si, en cambio, para que a través de nosotros la vida triunfe dando libertad al ser, abriemio las con- puertas de la conciencia, transformando la socie­dad de hombres y pueblos, caminando hacia la universalidad en una vanguardia destacada al mo­do como eran vanguardia de España y del mun­

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do aquellos hombres que en 1492 encerraban las carabelas descubridoras. No es otro el contrato que entonces celebró tácitamente España con el Nuevo Mundo.

A este andar de jrente hacia la luz nos con­sagran nuestros compañeros. Su dolor nos impele. Su sangre nos exalta. Haciéndolo así el pueblo español logrará su destino y con él la humanidad que se desgarra en la misma trayectoria. A esta magna tarea volvemos a llamar en nombre del Amor a todos los españoles que se encuentran en América así como a todos los americanos que tomaron parte en nuestra lucha con su compasión, con su apoyo material y moral, con su voluntad de triunfo.

A vosotros españoles instalados en América y a vosotros americanos hemos de pediros en este aniversario una colaboración fervorosa y eficiente. España Peregrina, si pobre en el orden econó­mico hasta el punto de no poder retribuir en absoluto a sus colaboradores, es rica en el de la creación. Obran en ella aquellas categorías espi­rituales que sólo salen a superficie cuando las más solemnes campanas del tiempo suenan, aque­llas categorías por que suspiran en afán de origi­nalidad y perduración los creadores todos. España Peregrina tiene detrás de sí. en potencia, un sis­tema ̂ nuevo, una filosofía, una psicología, una poética y, por tanto, una teología nuevas, una nueva ciencia del hombre y de la vida. Es decir, una conciencia distinta y más elevada. Y, como consecuencia, un concepto de los problemas mate­riales no absoluto sino relativo con cuanto prác­ticamente de esta realidad deriva. Para los que saben ver, para los que saben sentir, España Pe­regrina es ya bastante más que una esperanza. Es un proyectil en marcha hacia un mundo verda­deramente mejor, es la voluntad de un pueblo que se propuso subir la escalinata de la especie para sentar al ser humano en el lugar que le corresponde.

En los números de España Peregrina publica­dos basta ahora puede advertirse, sin duda, un hálito espiritual nuevo. No se trata de palabras engañosas. Han quedado establecidos ya unos cuantos principios firmes. Y se ha empezado a confeccionar un tejido de conceptos lógicos, de verdades afianzadas y sostenidas mutua y solida­riamente en función del medio intelectual en que flotan y del movimiento que las anima, como se afianza y sostiene un avión en la atmósfera. Mu- chos no se atreven a aventurarse todavía en tan fràgil aparato, temiendo ser victimas de una ilu- st®]1, vana- Os invitamos, sin embargo a hacerlo pidiéndoos que desechéis todo temor. No son las personas que redactan España Peregrina las que decretan caprichosamente tales cosas. Sus afirma­

ciones se hallan autorizadas por una serie de rea­lidades objetivas en el mundo de las ideas, las cuales están estrecha y perfectamente ajusta­das a la emanación de espíritu colectivo que debemos al pueblo español. La tragedia de ese nuestro pueblo es la que, revelándonos su hondo contenido, aduce algo nuevo bajo la bóveda ce­leste. Algo nuevo al alcance de cualquiera que lle­ve por recto camino sus exploraciones.

Aun cuando esto que exponemos no pasara de ser una incierta aventura ¿no valdría acaso la pena de vivirla? Antaño nuestros predecesores se confiaron a endebles embarcaciones para lan­zarse en busca de tierras ignotas. En esta época de los descubrimientos mecánicos no faltan hom­bres que no vacilan en exponer su vida dentro de cualquier aparato por arriesgado que parezca No escasean incluso los que, impelidos por el actual huracán destructor, realizan los bombar­deos con sus peligrosísimas quiebras. ¿Cómo po­drán faltar americanos y españoles cuando el espíritu a nuestra puerta llama, cómo podrán dejar de acudir a la maravillosa cita cantando los profundos himnos del hombre?

Las ambiciones populares de amor, de justi­cia más perfecta, de superación del sistema en que nacimos, abrieron en nosotros durante la guerra española inmensos horizontes que la derrota vino a retirar de nuestra vista como un decorado teatral cuando la representación acaba. Todas nuestras ilusiones terminaron en amarga oscuridad y llanto. ¿Fué todo un espejismo mentiroso, una simple travesura del accesorista? Acordémonos, sin embargo, de la decepción espantosa de quienes vieron al pretendido Rey de los Judíos morir in­famemente en la cruz. Hasta que comprendieron, superado el plano de la inmediata apariencia, que sólo y precisamente así, por la vía de la nega­ción, despojándose de su instrumento temporal, podía el espíritu afirmarse en su plena verdad, en su realidad auténtica. Comprendamos también nosotros el eclipse que ha acompañado al derrum­bamiento de nuestras evidencias. Sólo así, negati­vamente, por el desastre de su guerra defensiva, el pueblo español podía alzarse basta la verda­dera realidad universal que era su contenido en cuanto pueblo, pasando de un sistema de estruc­tura individual a un sistema de estructura co­lectiva, fiel exteriorización este último de la natu­raleza humana.

Ayudadnos con vuestra fe en los destinos su­periores del hombre, con vuestra fe en España. Nada pedimos para nosotros. Lo que pedimos es para todos dentro de una organización compleja. Lo que pretendemos es encontrar con vuestra ayuda y colaboración el cauce por donde vertemos por entero al bien común de manera que la vida pueda mostrar a través de todos sus plenas ar­monías. Lindamos ya con un concepto más eleva­do y consciente de libertad, con una moral más

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compleja y precisa, con una justicia por fin com­prensible para la conciencia humana, con la direc­ta vecindad del ser. Para dar los pasos que nos adentren en tan apetecibles dominios requerimos sin falta vuestro concurso.

Ayudadnos también materialmente. España Pe­regrina necesita contar, siquiera en un principio, con mil suscriptores. No es mucho si se consi­dera el número de las Repúblicas hispanoameri­canas. Que no baya español que no esté suscrito. Que cada cual encuentre algún otro dispuesto a secundarnos en esta empresa digna de la gran­deza de nuestro pueblo y de los destinos del hom­bre. Que los españoles radicados en América a

donde llegaron para hacer fortuna sientan la no­bleza profunda de lo español, el contenido extra­ordinario que palpita detrás de la corteza formada por los individuos que integran la masa emigran­te. No se trata, en verdad, de individuos sino de aquello que precisamente los niega: del principio colectivo de un pueblo desvelado por el hambre y la sed de justicia.

Os necesitamos a todos. Queremos que España Peregrina sea un laboratorio vivo de espirituali­dad, imprescindible en estos momentos en que el sistema moral se disloca y naufraga en un cata­clismo sin precedentes. ¡Venid, pues, en nuestra ayuda! ¡Que a todos un sólo amor nos arrebate!

E M P E Ñ O D E U N I D A D

La Junta de Cultura Española responde no sólo a la necesidad de que los intelectuales españoles expatriados a consecuencia de la bárbara invasión y persecución que padece su patria, encuentren medios inmediatos de sobrevivir individualmente a la tragedia española, sino a la más profunda que la trasciende, de salvar la propia fisonomía espiritural de nues­tra cultura, en su continuidad histórica, que esos intelectuales representan y que con ellos se encuentra amenazada gravísimamente hasta riesgo de perderse en su totalidad o en gran parte, probablemente la más calificada y valiosa.

Es preciso que en cuanto el primer efecto pueda conseguirse se atienda paralelamente y sin demora al planteamiento de la continuación de esa misma cultura en cuanto tal, ya que dentro de una sola vida española no habría necesitado este esfuerzo para mantenerse unida. Pero el hecho de la emigración amenaza evidentemente esta unidad, razón y sentido de nuestra cultura, y para continuarla fuera de la patria es indispensable mantener entre los elementos humanos que la sostienen y producen una relación constante que asegure tal uni­dad y con ella su auténtica e indestructible sustantividad española característica.

Por estas consideraciones, entendemos como una necesidad primordial e ineludible la c!e la unificación de todos los intelectuales españoles emigrados, evitando su desperdicio indi­vidual, su separación egoista, su completo desmenuzamiento. Necesidad determinante de la razón misma que nos reúne.

(Declaración de la Junta de Cultura Española en París, a 15 de abril de 1939.)

La Junta de Cultura Española establecida en México necesita afirmar en las presentes circunstancias y para conocimiento de todos sus amigos, mexicanos y españoles, que, ajena totalmente a actividades políticas de partido o bandería, entiende, no obstante, hallarse en la obligación de defender una política, una sola, la de la cultura, cuyo nombre es unión.

(Declaración de la Junta de Cultura Española a su llegada u México, en junio de 1939.)

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A M E R I C A Y E S P A Ñ A P E R E G R I N A

Por cientos se cifran las adhesiones al mani­fiesto o declaración de la Junta de Cultura Es­pañola que nos llegan de Norte y Sudamérica. Nombres ilustres, honra del continente, por todos admirados; nombres oscuros, para nosotros des­conocidos, pero tan estimables seguramente como los primeros. Grandes escritores, universitarios, políticos... Y junto a ellos los representantes de clases menos señeras, seres humanos que vigilan, que se alarman y responden. Viejos amigos, ami­gos nuevos. Nuestra bandera ha levantado un eco en todos los países, una conscripción de buenas voluntades y entusiasmos, esos mismos emprendedores ejércitos que en las grandes en­crucijadas históricas se congregan para salir en defensa de los sagrados derechos de la especie.

Con alegría y reconocimiento vemos llegar diariamente las tarjetas que señalan la presencia de amigos de todos los rincones de América. Si se tiene en cuenta la desidia característica de los intelectuales, su horror a figurar en el falansterio anónimo de un archivo, la desconfianza ante el uso que pudiéramos hacer de los nombres que hasta nosotros llegan, la ausencia de nuestros incondicionales que, por serlo, no juzgan preciso hacerse presentes, nos vemos obligados a admitir que el apoyo que recibimos es ciertamente ex­traordinario. A él debemos la íntima evidencia que nos posee de que en torno a los principios humanos típicamente universales que, por en­camarlos, defendía durante la guerra el pueblo español, pueden agruparse grandes masas de hombres libres movidos por un mismo impulso desinteresado al par que impersonalmente ambi­cioso. La indicación en estos momentos críticos de la historia del mundo no puede ser más opor­tuna. A todos les damos las gracias, a todos les estrechamos las manos calurosamente, a todos España Peregrina inscribe en la lista de sus ami­gos predilectos.

Numerosos son los que no se han contentado con enviar su tarjeta de adhesión, en su sentir demasia­do fría, y han preferido dirigirse a nosotros por carta. Entre estos se cuentan casos tan conmo­vedores como el de este intelectual español obli­gado en la actualidad a ganar su vida en otras faenas, que nos escribe del noble siguiente modo:

"Distinguidos compatriotas:Compro y leo cada número de España

Peregrina. Me complace leerla e, incluso, comprarla a pesar de que, según el parecer de muchos compatriotas, las librerías de Bogotá la venden demasiado cara. Me com­placerá mucho más comprobar su continui­dad durante todo el tiempo que sea necesa­rio que España sea peregrina: comprobar su continuidad en cuanto a aparición nor­mal y metódica y en cuanto a factor demos­

trativo de que la Cultura, el intelecto de España, piensa en España y trabaja para Es­paña, a pesar de vivir integramente en la emigración. Hay que demostrar que la au­téntica España no es la de allá, sino la que está esparcida por el mundo. Hay que de­mostrarlo, que no es lo mismo que decirlo. En esta tarea, España Peregrina cumple una misión ejemplar que yo deseo que se incremente.

A guisa de pequeña aportación material a la obra de la Junta de Cultura Española y a la revista España Peregrina, les envío diez dólares, los últimos que me quedan de los que hace un año conseguí para transla- darme a este país. No deseo que conste en ninguna lista este donativo. Al contrario: les exijo, si me permiten la palabra, que no den a mi gesto otro valor que el que tiene mi satisfacción de haberles podido ayudar, aunque poco. Además, con franqueza, no quiero que mi dádiva insignificante pueda parecer ridicula largueza de nuevo rico de la emigración. No quiero, tampoco, que dichos diez dólares sirvan de cuota de subs­cripción a la revista. La seguiré comprando con mucho gusto, mientras pueda. Diez dólares representan para mí 17,5 pesos co- lombiados, o sea la menestra de algunos días. Para esa Junta de Cultura Española pueden representar un estímulo y, sobre to­do, la certeza de que su obra es compren­dida y apreciada entre los españoles pere­grinos.

Existe para mi otra razón que me impul­sa a ayudarles: materialmente mis activida­des intelectuales, aparte las de índole par­ticular o doméstica, han terminado por abora. El trabajo físico me es necesario para ganarme la vida. Contribuyendo a una obra intelectual tan meritoria como la que ustedes realizan, aunque mi contribución sea económica y en este orden ínfima, me cabe la satisfacción de halagarme yo mismo.

Adjunto les envio, también, la tarjeta de adhesión al Manifiesto o Declaración de esa Junta.

Les saludo muy atentamente.1. A .

No menos emotiva, aunque por otras razones es esta otra carta llegada del Uruguay:

Estimados amigos —más bien herma­nos—: Soy hija, nieta y sigue mi árbol vasko —español legítimo— y como mis pro­genitores he sentido el orgullo de ser espa­ñola y vaska. Mi lema es Gu-guerra. Y como la jojsekoerrá sigo mi destino. He nacido en

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mi patria chica y hermosa URUGUA Y, pe­ro crecí y me he educado en mi madre patria, España. Volví cuando terminó la guerra de 1918 con 11 años de edad. Re­gresé en el año 1923, hasta el 25. De ahí en adelante no pude pisar más mi patria grande porque cuando pensaba volver, la guerra brutal impuesta por las marionetas italianas y la bestia negra teutona me lo impidió.

Nosotros los uruguayos no ignorábamos nada de cuáles fueron las causas de la gue­rra en mi patria. Tal vez. sin jactancia de ninguna clase más que ustedes los de ahí. Y el dolor y la vergüenza nos despedazaron el alma, que se habrá desgarrado pero nun­ca abatido.

Por eso el manifiesto de los intelectuales de España no es para nosotros nuevo, es nuestra idea. Y estamos orgullosos de todos y cada uno de ellos. Sólo los Ortega y Gas- set pueden ignorar el bárbaro crimen, sólo los sicarios como Marañan y el otro no menos vergonzante de Eugenio Montes al que tuve no menos que darle una soberana bofetada, porque como siempre, cuando al­guien adopta una posición de dignidad se creen todo permitido. Estos exhombres pien­san que acá no sabíamos nada, que ignora­mos todo lo que viene de allí. Estaba con Calvo Sotelo —hermano— y otros falan­gistas bispano-criollos en un hotel de Mon­tevideo que se llama Hotel Lanata. Esto no es un galardón lo que les cuento sino para que vean ustedes los intelectuales y los de­más hermanos que no están solos. En fin, no quiero entretenerles más con la charla de esta apasionada española que ha here­dado el carácter y el orgullo de los vaskos y la sangre más pura por ser sincera —y de varones de verdad. ESPAÑA para el pasa­do, España para el presente y España para el futuro. A pesar de todo y contra todos.. .

Con toda mi alma española y uruguaya, cordialisima va mi mano tendida hacia to­dos y cada uno de ustedes.

A. H. A. U.A estos y a otros muchísimos no menos vibran­

tes testimonios personales, es preciso añadir las adhesiones colectivas que hemos recibido de no pocas sociedades españolas y americanas. Testi­monios valiosos de la simpatía con que ciertos grupos siguen desde lejos nuestras actividades y se disponen a prestarnos su concurso. De la carta que firmada por su Presidente Julio Barrenechea y- su Secretario Gerardo Seguel, nos dirigió la Alian­za de Intelectuales de Chile, son por ejemplo, los siguientes párrafos:

Por acuerdo del Directorio de la Alian­za de Intelectuales de Chile, tenemos el agrado de comunicarles que nuestra insti­tución se adhiere a la declaración de prin­cipios de la /unta de Cultura Española. No

necesitamos expresarles el fervor con que lo hacemos, pues como ustedes y los demás intelectuales españoles lo saben, los proble­mas del pueblo español han sido y siguen siendo una de las preocupaciones centrales de la Alianza.

Nuestro Presidente de Honor, Pablo Ne- ruda, y nuestro compañero Luis Enrique Délano van ya en viaje a México en calidad de cónsules de nuestro país. Ellos serán nuestros representantes oficiales y servirán para estrechar mucho más aún los vínculos que deseamos mantener con ustedes.

Particularmente fervoroso es el eco que nuestro llamamiento ha despertado en el Uruguay, de don­de entre otras muchas adhesiones individuales hemos_ recibido la siguiente de carácter colectivo, atreviéndonos a publicar los nombres por creer que ese su carácter nos autoriza para ello:

Queridos camaradas: Los suscritos asis­tentes a la Asamblea General Extraordinaria de la A. I. A. P. E., realizada en el día de hoy, envían su calurosa adhesión al espíritu del Manifiesto publicado por esa Junta en los números I y 4 de la revista España Pe­regrina, alta cátedra del pensamiento libre español en el exilio.

A la vez expresamos a ustedes, camaradas españoles, nuestro ferviente deseo por el triunfo final de la causa común a todos, la de vuestro pueblo auténtico y la de la cultura española y universal que no traicio­na los sentimientos populares.

Por la Agrupación de Intelectuales, Ar­tistas, Periodistas y Escritores (Sección Uruguaya de las A. I. A. P. E. y Alianzas de America): Dr. Antonio M. Grompone. Decano de la Facultad de Derecho de Montevideo. Presidente; Juvenal Ortiz Sa- ralegui, poeta, Secretario General; Dra. Clo­tilde Luisi, escritora; Julio J. Casal, poeta Director de la revista “Alfar"; Cipriano S Vitureira, poeta; Sofía Arzarello, poetisa Uruguay González Poggi, poeta y profesor: Tina Borche, pintora; F. Simoes Arce, doc­tor en Ciencias Económicas; profesor J Be- tancourt Díaz; Dr. Manuel J. Saurí; Mario F. Real de Azúa, periodista; José M Po- desta, crítico; F. R. Pintos, escritor; Carlos Prevosti, pintor; A. Sande, farmacéutico: Homero Clérici, pintor, Secretario de la Fe­deración de Estudiantes Plásticos; Julio E. Suarez, dibujante; Armando González, es­cultor; Lauro Fernández, músico; F. Álva- rez Alonso, poeta; J. C. Bonelli, pintor; Felipe Novoa, profesor; ingeniero José L. Massera; Hugo Peyrallo, escritor; Eugenio Petit Muñoz, profesor. Director de la revis­ta "Ensayos"; Atahualpa del Cioppo, poeta; C. A. Warren, músico; Bernabé Michelena’ escultor; Lía Mainero, pintora; Carmen Carayalde, pintora; Dr. F. L. Bayhertald, Secretario del Club Alemán Independiente;

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José L. Bertullo, escritor; Dr. Guillermo García Moyano, profesor de Derecho Inter­nacional; Leónidas Spatakis, escritor; I. P. de Martins, escritor brasileño; A. Botto Aparicio, poeta: Edgarda Cadenazzi, poe­tisa; María Teresa Zerpa de Ortiz Sarale- gui, Presidenta de la Comisión de Damas Pro Ayuda al Niño Español; Antonio Guar­diola, Director de "España Democrática”; Francisco Rocci. pintor: Marines Casal Mu­ñoz. ooeta: C. M. Britos Huerta, poeta: I u;s A. Favol, pintor; Juan León Bengoa, escri­tor; Enrique Ricardo Garet. escritor; Ma­ría Cristina Zerpa de Sosa, maestra; Juanita Bruschera, maestra, Secretaria del Comité Nacional Pro Ayula al Pueblo Español; Carmelo de Arzadun, pintor; Carlos M. Mattos. periodista; F. L. Astiazarán, perio­dista: Renée Lay, maestra; Raúl Capurro. periodista: Carlos M. Perelló, dibujante: José A. Canessa, músico; Alejandro Laurei- ro, escritor; Dr. Juan F. Pazos, Presidente del Comité Nacional Pro Ayuda al Pueblo Español; Dr. Romeo Grompone, Presidente del Circulo Progreso; Martín Simone, Secretario del Círculo Progreso; Norberto Perdía, pintor; Julián Coronel, escritor; Julio Verdié, poeta; Juan Mario Magalla­nes, escritor; Dr. Lincoln Machado Rivas, escritor e historiador; Domingo Basurro, pintor, Presidente del Círculo de Bellas Ar­tes; Carlos Vallana, Vicepresidente de la Casa de España; Gisleno Aguirre, escritor; Rafael Laguardia, profesor.

Por el alumnado plástico del Circulo de Bellas Artes: Ricardo, Scagliola, Elbio R. Bergailo, Juan C. Demarco, M. Hortensia Acosta, Washington Barcala, Lidio Dode- ra, O. Aguirre, Manuel Espíndola Gómez, Miguel A. Marsicano, Olga E. de Pose, Luis López, C. M. Rothfus, Nicolás Sa- garia, Amelia Bolón, Dante A. Capece, Ra­fael C. López, Luis Giarmarchi, Angel Pa- nossetti, O. Tatarletti, Dardo S. Conserva, Marcos López Bomba, M. de Luis, Juan Fasce, Julio Le Bas.

Para terminar transcribimos con especial emo­ción el mensaje que a este mismo propósito he­mos recibido de una de nuestras buenas amigas de Francia, donde tantos excelentes compañeros que hicieron suyo el dolor de nuestra guerra su­fren hoy la espantosa tragedia que se ha abatido sobre su país sin poder expresar su desesperación, sin atraer siquiera con el ardor que merecen la simpatía del mundo a quien todavía está permi­tido tener y no ocultar sus simpatías.

Habiendo tenido que salir de Francia, como vosotros los escritores españoles, tu­visteis que salir de España, al llegar a esta tierra de América todavía libre, he leído vuestra declaración de España Peregrina. Como no soy escritor español no me siento con derecho a firmarla.

Pero yo be vivido en España al lado de vuestro pueblo, cerca de vuestros sol­dados, dos años de esta guerra épica que no fue sólo la Iticha de los españoles por España, sino también la lucha de los hom­bres libres de todas las naciones por Espa­ña, y por la libertad de todas las nacio­nes. Durante dos años he podido contem­plar admirar, amar el heroísmo ejemplar de un pueblo indomable, su entusiasmo alegre para afrontar la muerte porque la afrontaba por una causa justa, por una causa universal. Yo sé, como ustedes mis­mos lo saben, que España no ha sido ven­cida, que su guerra por la libertad no ha sido más que el primer capítulo, el más puro, de la lucha gigantesca entablada so­bre el planeta entre el mundo nuevo que va a nacer y las fuerzas malas de la reac­ción, del egoísmo, de la fuerza bárbara.

Y por ello es por lo que yo, escritora francesa, me siento lo bastante española de corazón y de alma para enviar mi adhesión total a vuestra declaración.

Y de la misma manera que en ella ha­blan ustedes en nombre de los suyos que quedaron en España, yo quisiera que sin­tiesen que también yo hablo en nombre de todos los escritores, de todos los inte­lectuales que han quedado en Francia y cuya voz también es hoy sofocada —de todos aquellos que han amado a España, que la han defendido porque sabían que al hacerlo defendían también la libertad de Francia, la tierra de Francia, el pueblo de Francia— y que la suerte de España se­ria también la suerte de Francia. Recojan, pues, ahora, los nombres de los escritores franceses que no han cesado de combatir la política de ‘‘no intervención", traición a España, traición a Francia.

Y que su recuerdo sea para todos nos­otros, los que tenemos la suerte de no su­frir más que el exilio, nueva fuente de fuer­za y de fe.

Les saluda cariñosamente su amiga y compañera.

Simone TERY

¿Cómo no tener profundas, ilimitadas espe­ranzas?

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U9

L I B R O S

“ L A N U B E Y E L R E L O J ”

Un libro de Luis Cardona y Aragón sobre la pintura Mexicana contemporánea

Por José RENAU.

Es sumamente raro en nuestros medios encon­trar un libro “desapasionado”. Desapasionado en su mismo apasionamiento por encontrar una sa­lida sincera desde el punto de vista individual, deliberadamente, a los problemas intelectuales que nos asedian. La aparición del libro “La nube y el reloj" es, para mi juicio de artista, un hecho de verdadero valor, a priori de la discusión de su contenido, que debe ser saludado como aconte­cimiento de primer orden, como signo de que en los intervalos del ensordecedor ruido con que se manifiestan los hechos de la vida contemporánea, el silencio del pensamiento no es tan aterrador como parece.

La propia voluntad de universalización del he­cho artístico mexicano que palpita en las pági­nas del libro, nos invita y nos obliga, a nosotros, recién llegados, que casi no hemos pasado de una percepción epidérmica de la realidad cultural de nuestra nueva patria, a hacer acto de presencia, a unir nuestra inquietud y nuestras dudas a todas aquellas voces que, como la de Cardoza y Ara­gón, plantean el problema, desde el punto de vista de los principios, sobre una plataforma de comunidad intelectual, desnudando y unlversa­lizando los equívocos imponderables de la espe­culación crítica al uso, humanizando los valores intransferibles de un pueblo en un tono familiar y Heno de responsabilidad íntima, lejos de todo tópico de erudición u ocultación veleidosa de oscuridades psicológicas.

En la realidad intelectual de nuestros tiempos, la sinceridad, como estado psicológico del esfuer­zo teórico del crítico, o del esfuerzo creador del artista, es la única comunidad de intereses es­pirituales a que podemos aspirar. Es nuestra única posible expresión de unidad humana por­que a través de su ejercicio íntima o públicamen­te expresado, la realidad de nuestra situación como intelectuales aparece más cruda, las contra­dicciones se manifiestan en sus dimensiones au­ténticas y el caos de la cultura contemporánea se humaniza a medida que su misma informidad se hace patente.

¿Podemos aspirar los intelectuales a encon­trar en ese estado psicológico de sinceridad un plano de convivencia intelectual por encima de toda diferencia profesional, de toda matización ideológica? ¿O acaso no es esto mas que una utopía hija de la desesperación, basada en la pre­tendida independencia de la inteligencia con res­pecto a los deterninismos sodales sobre la con­ciencia intelectual? No creo en la autonomía del espíritu y de la inteligencia con respecto a los

demás valores categóricos de la vida, pero no creo tampoco en ningún género de fatalismo o automatismo determinativo de la vida sobre la evolución del espíritu. Creo firmemente en la au­tenticidad del indefinible gozo de los que son capaces de percibir la luz pura, de los que saben orientarse intuitivamente, de los que, en el terre­no de las luchas concretas, logran cristalizar esas dimensiones intuidas, discernir una técnica para seguir el camino. Y estoy convencido, más por experiencia propia que por principio, de lo peli­groso y negativo que resulta el tratar de deli­mitar “objetivamente” la extensión colectiva de una tal comunidad de intereses espirituales den­tro de no importa qué partido político o ten­dencia intelectual.

El elemento individual, cuando de creación espiritual se trata, es fundamental y decisivo. Creo en toda una serie de categorías de la volun­tad humana impulsadas por esa ambiciosa gene­rosidad, verdadero estado revolucionario inma­nente en el espíritu de los hombres. Por eso, si se llega a una tal comunidad, por fuerza tiene que ser más estrecha de lo que señale toda definición teórica que generalice lo que no es más que un puro estado de subjetividad individual, y suma­mente más amplia que cualquier agrupación tácita y reglamentariamente aceptada a través de dis­ciplinas e ideologías. Y no sólo creo que sea po­sible entre ciertos núcleos intelectuales, sino has­ta me atrevo a afirmar la necesidad vital de un tal plano de convivencia.

A este respecto, el mayor mérito que encuentro al libro de Cardoza y Aragón es precisamente una alta moralidad subjetiva que nos hace echar de menos ciertas ambientaciones de convivencia, que provoca o que debería provocar, como un imán, la concurrencia de sinceridades contrarias.

No soy de los que creen que, en el terreno de las ideologías artísticas, pueda llegarse a solucio­nes ni tan siquiera provisionales sobre la base de coneresos o de amplias discusiones. Pero tam­poco creo muy consolador y eficiente el actual estado de dispersión, la bárbara exacerbación in­dividualista que reina hoy en el mundo del arte. Por eso creo beneficiosa la polémica como me­dio de continua recreación y esclarecimiento, en primer lugar, para el ánimo de quien ejerce y lue­go como principio de una convivencia intelectual de gran fertilidad en cuanto a los fines genera­les y colectivos del Arte.

En este aspecto “La nube y el reloj" puede ser un estímulo magnífico y aun a pesar de sus

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deliberadas parcialidades, punto de arranque para reavivar el interés polémico de la ju­ventud intelectual mexicana. En el libro están planteados con toda la frescura de su comple­jidad, los extremos opuestos del conflicto subjetivo en que se debate la conciencia creadora del ar­tista. Y, lo que considero como otro de los valores más altos de la obra de Cardoza y Ara­gón, es que, pese a sus claramente expresadas simpatías, estos extremos contrapuestos se man­tienen vivos, sin solución alguna. Una suprema honradez salvó al autor de todo afán ecléctico de conciliación artificial. Y así, cuando llega­mos a lo que en su desarrollo dialéctico podía­mos discenir como conclusión ideológica, nos en­contramos, más que con una teoría cerrada, de­finitiva. con una opinión personal, que más bien es un deseo de la inquieta consciencia intelectual de su autor.

Esa vehemencia apasionada y sincera es en Cardoza y Aragón a través de todo el pensamien­to que desarrolla, no tanto una consecuencia fi­nal de un proceso de especulación teórica, como substancia de la posición psico-ideológica que adopta al enfocar el problema “Necesidad de una pureza absoluta: suprema moral”. Arte: verdad del espíritu. El sueño es una posición ética de nuestro ser. Etica oposición, hermosa y alta "co­mo el encuentro fortuito de una máquina de coser y de un paraguas sobre una mesa de disección”.

“En donde no hay milagro no hay poesía” . ..“No sé a dónde va el arte. Apenas sí. lleno

de inseguridades que me afirman ante mí mismo, comprendo a mi modo hacia donde deseo enca­minar mi esfuerzo. No tengo seguridad sino en mi duda y en mi ansia de comprometerme a hacer más de lo que puedo".

Considero de un alto valor psicológico la posi­ción crítica de Cardoza y Aragón.

Actualmente, cuando más sincera es la expresión de las ideas, más se manifiestan las diferen­cias, o lo que es igual; para realizar el esclareci­miento de las diferencias, de nuestras contradic­ciones. necesitamos un plano de incuestionable sinceridad. En mi caso particular,, la disconformi­dad con el pensamiento de Cardoza y Aragón, se apoya, más que en los razonamientos dialécticos de su crítica y en la profunda voluntad de huma­nización, que ilumina su idea, en los principios absolutos y metafísicos en que fundamenta su te­sis inicia!. Mi disconformidad de principio con estas categorías estáticas es total, y espero poder expresarla con la extensión y seriedad que merece, en otra ocasión.

Mas antes de terminar estas líneas, quiero re­ferirme escuetamente a un aspecto más elemen­tal que se desprende de! libro considerado desde e! punto de vista pedagógico.

Hace poco me vi en el trance de dar una con­ferencia sobre el enunciado forzoso de “La Evo­lución del Arte”, y para cumplir con mi deber lo más honestamente posible conforme a mis pun­tos de vista, hube de transformar la conferencia

en una crítica de los críticos, de los estetas. La lectura de “La nube y el reloj”, me ha refres­cado 'as ideas centrales que entonces desarrollé. Dice el mismo Cardoza y Aragón: “Se me dice que mi punto de vista es el del poeta y no el del pintor. No necesita explicaciones ni defensa co­mentario semejante. Los críticos son para cri­ticar: ese es su oficio. Y de sobra sabemos a dónde les conduce tal presunción”.

La misión del crítico, es, en efecto, la de cri­ticar. Pero si es legítimo en la actitud polémica común oponer la libertad creadora del artista a toda extremada definición sobre el utilitarismo social y político del arte, no creo que semejan­tes términos puedan ponerse en juego al hablar de la necesidad pública del crítico y del historia­dor de Arte, de su responsabilidad ante la socie­dad y ante el artista mismo. Si el crítico no pre­tende negarse a si mismo por altas que sean sus miras, tiene que aceptar ciertos límites que le impone el rigor metodológico. En ningún caso le puede ser tolerado el mismo grado de derecho a ia gratuidad que se le concede al artista, como no renuncie deliberadamente a su naturaleza y se coloque en la posición psicológica del creador. El critico, como el artista, también tiene su dra­ma subjetivo. Es el sello inequívoco de la época. La inmensa mayoría de los tratados o trabajos de crítica de arte no son más que piezas litera­rias que precisan, por encima de todo, los gus­tos personales del autor.

“La nube y el reloj” es, como su mismo autor define, una visión personalísima de! drama inte­lectual mexicano a través de sus pintores más notables. Cardoza y Aragón, rehuye en su expo­sición todo rigor sistemático para entregarse apa­sionadamente a una magistral transposición poé­tica del hecho artístico mexicano.

La voluntad central que anima la obra es esa inquietud que lleva a su autpr a romper los tó­picos de tipismo en que los especuladores de la crítica, los corredores de valores artísticos tie­nen encerrado al arte mexicano, rescatando su perfil original para emplazarlo en una más alta escala de valores universales.

N A B IPoema, por José CarnerEditorial Séneca. México, D. F. 1940.

El lugar común, que llena la teoría del len­guaje, reclama una reivindicación por su justeza y por su estilo. Mejor es repetir para entendemos bien, lugares comunes, que disfrazarlos artera­mente. La lectura de Nabi trae el viejo lugar co­mún de que una cosa es el verso y otra cosa es la poesía. Valdrá desempolvar antiguas normas pa­ra que se llegue a la unidad estrecha de verso y poesía, como es de rigor, y no que por la obsesión de buscarle tres pies al gato —la personalidad sur­ge cuando y donde debe surgir— ande cada uno por su lado divorciando dos cosas que no hubie­ron de juntarse porque ya nacieron juntas.

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Nabi se sale de lo común. Escribir en torno a un libro que no está a la moda exige hacerlo en función de los demás libros. El poeta que a pesar de toda su gracia no construye buenos versos, en­tra con un pie quebrado en el Parnaso. En la ho­ra presente no se compone con limpieza. Es im­perdonable, pues que en la bolsa de valores de la literatura sólo uno o dos días cotízanse los dia­mantes en bruto. Para que trascienda deben pulir­se muy bien a fin de que el poeta adquiera la téc­nica de sus versos y no suba prematuro al cielo de los malogrados.

Hoy se acierta en la composición o se logra la profundidad de pensamiento; rara vez se da con el maravilloso sincronismo de fondo y forma, de verso y poesía, como vemos en el padre del modernismo, Rubén Darío, que para cada asunto posee la métrica que le corresponde, y es ingrá­vido en las cosas versallescas y es macizo en los "Motivos del lobo”.

En gracia de unas tendencias de tipo social y de una locura de la metáfora por la metáfora, hase dispensado a los poetas de nuestro tiempo el gracioso desaliño de sus obras. ¡Mas ya está b ien!... La poesía novecentista ha crecido mu­cho para ignorar que Lope o Góngora o Calderón hurgaron las fibras más recónditas del purismo sm emperrarse en él y sin dejar de ser impecables en el verso y populares en la anécdota, ya escribie­sen sobre Dios o sobre el Diablo.

Así se desliza, rápida como una anguila la poe­sía cuando se la procura estudiar en serio y con brutal objetividad. Es precisamente a la moderna —la de esos malditos que gritan— a la que más que a ninguna otra pueden aplicarse las palabras del profesor Pedro Salinas: “Todo comentario a una poesía se refiere a elementos circundantes de ella; estilo, lenguaje, sentimientos, aspiraciones, pero no a la poesía misma”.

En la fila de los pocos que hacen el trabajo poético total, está bien situado José Carner. Nabt tiene excelente poesía y versos de la mejor fac­tura. Que enciérrase aquí una potencia lírica lo dice el que habiendo sentido en la lengua de Ma- ragall ha pasado a la de Cervantes saliendo des­pués ilesa del tremendo naufragio que es casi siem­pre la traducción de un poema. Y es que no_ sólo está presente el buen decir, sino que también el bien pensar.

Desde L’inutil ofrena, El veire encantat y La primavera al poblet hasta Nabi, puede observarse que Carner es uno de los poetas españoles en len­gua catalana que se ha impermeabilizado contra la influencia francesa, siguiendo, en cambio, los cauces de la más auténtica lírica castellana. Aun­que no puede negarse que. por fiel que sea la traducción, le ha quedado al libro cierta dureza que no podría suavizarse nada más que habién­dolo engendrado en castellano neto. Pero esto es perdonable en Carner, ya que andan por ahí poe­tas castellanos tan desprovistos del acento prísti­no del idioma que hablan, que no parece sino que escriben traduciendo del francés o. si los apuran un poco, del esperanto...

Sobre el embrujador paralelismo de los cantos bíblicos, tan pegadizos a! oído y al alma, nuestro

poeta salta y se aleja del ritmo del libro sagrado. Ahí radica la victoria lograda en aventura tan azarosa. Aprovecha de la Biblia la conjunción copulativa berbiqueante de Salmos y Proverbios, que es como una delicada nota de cristal caída en el estanque de la máquica “noche serena” de la escuela salmantina.

Fluye por Nabi la austeridad pura de la mís­tica, con su justeza de palabras y midiendo y pe­sando a veces las letras, “para que no solamente digan con claridad lo que se pretende decir, sino también con dulzura y armonía". (1)

“Diste vida al inicuo y no le turbas;¿tan sólo al dócil con tu freno escueces? Quítame, pues, Jehová, la vida.Tal es este vivir que es bien que muera”.Corretean imágenes claras y no profusas

—las inevitables que aconsejaba Proust— que no estorban jamás el hilo de la leyenda, una le­yenda tan sabida cual la de Jonás. Y la descrip­ción transcurre suave sin más altibajos que el modulado natural a su ritmo poético y la dura talla del lenguaje

“Entre derrumbes y cascotes, guarida de asesinos, tugurio de posesos, a la vista de Nínive, el regajo me indica el camino como un dedo”.Si en limpieza clarea a Fray Luis, en el co­

lorido son a chispazos limitados pero seguros, regalo de los ojos, visiones gongorinas de alta quilatación como éstas:

“En bóveda serena de topacio el día se pasmaba, y ya cada árbol al frescor del anuncio o de la nochese enterneció."...

Se ha hecho notar a propósito de este libro la necesidad de los poemas largos. Naturalmen­te: hay que virar en redondo hacia el poema con pies y con cabeza, y huir de las poesías de poetas para poetas que se parecen a las epísto­las de novios en que solamente las entienden aquellos que se las escriben. Poemas largos y pletóricos de vida para que los pueda leer el público de ahora y el de luego. La poesía que en lugar de manantial es cuentagotas, sólo puede catalogarse como un ejercicio de composición más o menos bonito.

No se nos escapa que poemas definitivos co­mo Nabi pasarán por las terribles e iconoclastas tempestades de los "ismos” y eclipsarse tempo­ralmente. Pero no importa: aunque los trague la ballena, aparecerán, como Jonás, en la playa a la hora misma que asome esa ceja roja que es el sol de la verdad, pues como decía Lope:

. . . ‘‘al final de la jornada aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada".

Isidoro ENRIQUEZ CALLEJA.

(1) “ De los nombres de Cristo”, de Fray Luis de León.

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M E M O R I A S D E U L T R A T U M B AT A N G E R Y E L E S T R E C Í f O E N 1 9 4 0

Nuestra guerra ha sido la primera fase de la guerra actual.

Ramón Serrano Súñer.

Ahora que Tánger y el ¡Estrecho de Gibraltar vuelven a estar al orden del día conviene recordar los bochornosos incidentes ocurridos en sus parajes en el mes de julio y primeros dias de agosto de ¡936, a raíz de la rebelión franquista. Inglaterra y Francia que, invirtiendo inicua y estúpidamente los valores, trataron a la flota del Gobierno legitimo de España como a barcos piratas, no pueden sorprenderse del lodo que trajeron aquellos polvos. Para avivar el recuerdo traducimos los siguientes párrafos de PHistoire de la Guerre d’Espagne de Robert Brasillacb y Maurice Bardécbe, de reconocida inspiración y partidismo faccio­sos quienes han tomado gran parte de sus datos del libro Franco de }. Arrarás.

Por ese tiempo la escuadra marxista fué a aprovisionarse de aceite pesado a Tánger empe­zando a bombardear las costas española y ma­rroquí. Franco protesta por medio de una nota cerca de la Comisión de la Zona Internacional y amenaza servirse a su vez de Tánger a favor de la causa que defiende. Llegan en seguida a la bahía los barcos de guerra de todas las potencias signatarias del Estatuto, a fin de proteger la neu­tralidad de la Zona. Franco precisa en una se­gunda nota que la escuadra roja, habiendo dado muerte a su oficialidad, debe ser considerada como compuesta únicamente por barcos piratas, y no debe tener acogida en un puerto internacional. Accediendo a esta solicitud, el jefe del control de la Zona Internacional reclama entonces al Gobierno de Madrid la inmediata retirada de su escuadra. En caso de que no se avenga a hacerlo será considerada prisionera de las escuadras fran­cesa. inglesa, italiana y portuguesa de la bahía. El 23 de julio, la española sale de la bahía de Tánger. Es una primera victoria.

Trata la misma escuadra de volver varias ve­ces en la última semana de julio y la primera de agosto. En cada una de esas ocasiones Franco, que permanece en la frontera de la Zona Inter­nacional, denuncia la violación y reclama que se le prohíba el aprovisionamiento en combustible. El 6 de agosto, habiendo aparecido de nuevo, lanza Franco una especie de ultimátum. La Co­misión Internacional exige por fin su partida in­mediata. La flota sale definitivamente de Tánger durante la noche y las tropas franquistas se alejan entonces de la frontera.

A primeros de agosto, por otra parte, los na­cionalistas reciben de Italia nueve trimotores de bombardeo. En la tarde del 4 de agosto se tiene noticia de que un navio gubernamental está bombardeando Larache. Dos trimotores italianos se elevan inmediatamente y arrojan bombas so­bre el asaltante que tiene que alejarse rápida­mente del puerto. Durante veinticuatro horas los italianos divididos en tres patrullas, los hidro­aviones y los Bréguets de Franco, recorren el mar y ahuyentan a ¡os torpederos gubernamentales.

Por efecto de la sorpresa, la flota, mal goberna­da, intenta refugiarse en Gibraltar. Parece que se afloja la tenaza. Por una parte, Tánger ha sido evacuado. Por otra, el dominio del mar no perte­nece ya indiscutiblemente a los marxistas. Es preciso probar fortuna. Franco somete a sus técnicos un proyecto de convoy por mar, prote­gido por la aviación y la cañonera Dato que abra­zó su causa desde el comienzo de la sublevación.

El proyecto parece aventurado. Franco insis­te, poniendo en evidencia la falta de mandos de que adolece el ejército rojo. El 4 de agosto, tres aviones italianos salen a bombardear el campo de aviación y la estación de Guadix, mientras que otros dos aparatos ponen en fuga a dos tor­pederos en el Estrecho. Se acepta por fin el criterio del general y el día 5 de agosto, un con­voy compuesto de cinco barcos de carga de la Compañía Mediterránea se dispone a salir de Ceuta. Lleva 3.000 hombres, 3 baterías, 10 caba­llos, 2 millones de cartuchos, 3,000 obuses y 12 toneladas de dinamita. Está protegido por cinco pequeñas unidades de la flota, la cañonera Dato y cuatro trimotores. Un submarino gubernamen­tal es hundido en la primera parte de la travesía que se realiza con relativa calma. Mas pronto el contratorpedero Alcalá Galiano ataca al convoy intentando partirlo en dos. Los aviones le obli­gan a alejarse como obligan a alejarse a otros dos torpederos que llegan de Málaga. Uno de ellos debe guarecerse en Gibraltar y la cañonera marxista Pinto es gravemente averiada. El con­voy puede desembarcar sus 3,000 hombres y su material en Algeciras sin más incidentes. El blo­queo está roto.

Vueltos a Tetuán los aviadores italianos que han desempeñado un papel preponderante en esta primera victoria son recibidos en triunfo. Continúan su trabajo los días siguientes exten­diendo cada vez más su radio de acción: el 9 bombardean la escuadra en Málaga, el 11 llegan a Mérida y atacan a las tropas que defienden la ciudad; el 12 cuatro trimotores bombardean a Badajoz a 400 kilómetros de su base...

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M U S A M U S A EE L C A N T O D E L O S N O V IS IM O S

P r e s e n ta d o p o r do n N a rc is o A lo n so C o r té s , e n c u a r t i l l a s q u e le y ó do n L u is M a r tín e z K le is e r , en u n a r e u n ió n p ú b l ic a de la A so c ia c ió n de E s ­c r i to r e s y A r t i s t a s , p r e s id id a p o r e l in s ig n e M a ­r ia n o B e n lliu re , s e h a d a d o a c o n o c e r com o e x c e le n te p o e ta , d o n N a z a r io G o n zález d e lo s H e rm a n o s de l a D o c tr in a C r is t ia n a .

S u s c o m p o s ic io n e s r e f e r e n te s a D ios, a lo s h o m b re s , a c o s tu m b re s e s p a ñ o la s , a l a N a tu r a ­le z a y a la P a t r i a , s e ñ a la n to d a l a v id a de u n m a g n o p o e ta d e m u y v a r ia d a y s ie m p re a l t í s im a in s p ira c ió n , y f u e ro n f e rv o r o s a m e n te e s c u c h a d a s y a p la u d id a s p o r u n a s e le c t í s im a c o n c u r re n c ia .

(A B C de M ad rid , 8 d e ju n io de 1940.)

P R U E B A S A L C A N T O

E n la p r im e r a c o lu m n a de la p r im e r a p la n a d e l n ú m e ro de 31 d e m a y o ú l t im o , d e l m á s im ­p o r ta n te d ia r io de O viedo , R e g ió n , se p u b l ic a u n p o e m a A l C o ra z ó n de J e s ú s , de l q u e t r a s c r ib i ­m o s la s s ig u ie n te s in im i t a b le s e s t r o f a s :

N o m á s b a r r o ; no m á s lodo s a lp ic a d o e l v e l lo r í

de m i a l m a . . .P a r a T í lo q u ie ro to d o e n e s te m e s de e m u ls ió n en q u e e l m u n d o e n q u e d o rm í m is h o ra s de t r a s g r e s ió n , e n la e s e n c ia y e n e l m odo e s e n te ro p a r a T í.E n e s te m es, C o razó n , e n q u e to d o e s e fu s ió n d e a le lu y a s p a r a T í, q u ie ro s e r te v e n d a b a l d e r o s a s d e v e l lo r í ; q u ie ro s e r com o u n ro s a l d e r o s a s de a d o ra c ió n ; q u ie ro s e r co m o e l c r i s t a l d e t u s o jo s , ¡C o razó n !E n c a l e n tu r a de r o s a s q u ie ro q u e v e n g a n la s c o s a s a t e n d e r te a r c o s de a m o r y q u e e l ro s a l d e l d o lo r e n c a l la d a s e r p e n t in a

d e o ra c ió n p e rs o n a l ic e e l p e rd ó n d e t u l a rg u e z a d iv in a . . .¡S ab io en e v a p o ra c ió n d e tu voz m a ra v i l lo s a !¡■ R osal de p a l p i t a c i ó n ! . . .Y a q u e te a c u e r d a s de m íco n e s t a d u lc e in s is te n c ia ,d am e , J e s ú s , p a r a T í,u n r e b r o te de v e h e m e n c iade a q u e l lo s , ¡a y ! q u e p e rd íc u a n d o e n m i to rp e in c o n sc ie n c ia— a q u í m e a lzo , a l l í c a í—y e n d o d e l m u n d o a q u e re n c ia ,m a lg a s té e n in c o n t in e n c ia sm is r a m o s d e f r e n e s í .

P a r a T í, m i D io s , y a to do , e n l a e s e n c ia y e n e l m odo , e n l a f o r m a y e l c o lo r ; h o r te n s ia s y m a d re s e lv a s

p a r a T í ;p a r a T í e l d o lo r de u n b e so

c a r m e s í ;p a r a T í e l n o n n a to a ro m a ; p a r a T í de la s p a lo m a s

e l a m o r ;p a r a T í l a c a l e n tu r a

d e e s a e s t r e l l a ; p a r a T í la d o n o s u ra

d e e s a f lo r ;

p a r a T í la m a n o a q u e l la ; p a r a T í la s a g u a s p u r a s

d e l te m b lo r ; p a r a T í d e l r ío c la ro

la t e r s u r a y e l c la r o r ; p a r a T i m i d e s e m p a ro

y e l h o r r ib le r e s e c o r ; p a r a T i de l a s c a s c a d a s

e l ru m o r ;p a r a T i de e s t a a lb o ra d a

e l s e r e n o re s p la n d o r ; p a r a T i — q u iz á m e jo r—

la c o r r ie n te q u e e s p r e m u r a l a f i g u r a q u e e s a lb o r d e r e s u r g e n c ia f u tu r a , l a f i g u r a q u e e s d o lo r

de l a s c o sa s q u e te d ic e n s u h e r m o s u r as in p a la b r a y s in ru m o r .

T e ó f i lo E S C 3 IB A H O .

LA C U L T U R A E N E L D E S I E R T O

E n e l n ú m e ro 209 d e l B o le t ín O f ic ia l d e l E s ­ta d o , p u b lic a d o e n M ad rid , c o r r e s p o n d ie n te a l 2T de ju lio , a p a r e c e u n a o rd e n de in s t r u c c ió n P ú b l i ­c a d e c la ra n d o “ d e s ie r to s p o r f a l t a d e a s p i r a n t e s lo s c o n c u r s o s p re v io s a n u n c ia d o s p a r a p r o v e e r d e te rm in a d a s c á t e d r a s de U n iv e r s id a d ” .

E l te x to de la O rd e n d ic e a s i :“ l im o . S e ñ o r : P o r O rd e n de 30 de m a y o ú l t i ­

m o (B . O. d e l E . d e 2 d e ju n io ) , f u e r o n a n u n c ia ­d o s p a r a s u p ro v is ió n , e n v i r t u d d e c o n c u r s o p re v io la s c á t e d r a s q u e a c o n t in u a c ió n se r e la c io ­n an , y t r a s c u r r id o e l p la z o s e ñ a la d o e n l a c o n v o ­c a to r ia p a r a l a a d m is ió n de s o l ic i tu d e s , s in q u e se h a y a n p re s e n ta d o a s p i r a n t e s .

E s te M in is te r io h a r e s u e l to d e c l a r a r d e s ie r ­to s lo s a lu d id o s c o n c u r s o s .

L o d ig o a V . I . p a r a s u c o n o c im ie n to y e f e c ­to s .

D io s g u a rd e a V . I . m u c h o s a ñ o s .M ad rid , 20 d e ju l io d e 1940. IB A S E Z M A R IN .l im o . S e ñ o r D ir e c to r g e n e r a l d e E n s e ñ a n z a s

S u p e r io r y M ed ia .C á te d r a s a q u e s e r e f ie r e l a O rd e n p re c e d e n te :F A C U L T A D E S D E D E R E C H O : D e re c h o I n t e r ­

n a c io n a l P ú b lic o y P r iv a d o d e l a U n iv e r s id a d de L a L a g u n a : D e re c h o M e r c a n t i l de la s d e L a L a g u n a , S a n t ia g o y Z a ra g o z a ; D e re c h o P e n a l d e la de M u rc ia : D e re c h o P o lí t ic o , de l a s d e G ra ­n a d a , L a L a g u n a , M u rc ia y S e v i l la ; D e re c h o P r o ­c e s a l, d e la d e S a n t ia g o ; D e re c h o R o m a n o , d e l a de O v ied o : E c o n o m ía P o l í t i c a y H a c ie n d a P ú b l i ­ca, de l a s de M u rc ia , O v iedo , S a n t ia g o y Z a ra g o ­z a ; F i lo s o f ía de l D e rech o , e n l a s de L a L a g u n a , M u rc ia y V a l la d o l id ; e H is to r i a d e l D e re c h o , dé la de O viedo.

F A C U L T A D E S D E F A R M A C IA : B o tá n ic a D e s ­c r ip t iv a y d e te rm in a c ió n de p la n t a s m e d ic in a le s , de la U n iv e r s id a d d e G r a n a d a ; M in e r a lo g ía y Z o o lo g ía y Q u ím ic a I n o r g á n ic a , a m b a s e n l a de S a n tia g o .

F A C U L T A D E S D E F IL O S O F I A T L E T R A S G e o g ra f ía , e n l a U n iv e r s id a d d e V a le n c ia ; H is to ­r i a de E s p a ñ a , d e la s de G r a n a d a y O v ie d o ; I n ­tro d u c c ió n a la F i lo s o f ía , d e l a s de L a L a g u n a , O viedo , S a n tia g o , S e v il la y Z a ra g o z a ; L e n g u a A rá b ig a , d e la d e G ra n a d a ; L e n g u a y L i t e r a t u r a E s p a ñ o la , d e l a s d e L a L a g u n a y S a n t ia g o ; L e n ­g u a G rie g a , d e l a s de G ra n a d a y S a la m a n c a

F A C U L T A D E S D E M E D IC IN A : F a rm a c o lo g ía e x p e r im e n ta l , en la U n iv e r s id a d de V a lla d o l id ; F is io lo g ía g e n e r a l y e sp e c ia l , de l a s d e S a n t ia g o S e v illa , C ád iz y Z a ra g o z a ; O b s t e t r i c ia y G in e c o ­lo g ía , de la de G r a n a d a ; P a to lo g ía G e n e ra l , e n la d e S a n t ia g o ; P a to lo g ía M éd ica , d e la de V a lla d o - l id ; A n a to m ía d e s c r ip t iv a , e n l a d e C ád iz , d e la U n iv e rs id a d de S e v i l la ” .

Page 94: España Peregrina Año i num 8 9 octubre de 1940

R E G I S T R O B I B L I O G R A F I C O(1939-1940)

P a r A g u d a M IL L A R E S C AR LO.

Atore v ia tu ra s:

B. A. A. L .: B o le t ín de l a A c a d e m ia A r g e n t in a de L e t r a s . B u e n o s A ire s .

S ’o s .: N o s o t ro s . B u e n o s A ire s .B e v . C uba.: R e v i s ta C u b a n a . L a H a b a n a . P u b l i ­

c a c io n e s de l a S e c r e ta r ía d e E d u c a c ió n .B . £ . U .: R e v i s ta d e E s tu d io s U n iv e r s i ta r io s .

M éxico .B. H. A.: R e v i s ta de H i s to r i a d e A m é ric a . M éx i­

co. D ire c to r : S ilv io Z a v a la .B. L. M.: R e v i s ta d e L i t e r a t u r a M ex ic a n a . D ire c ­

to r : A n to n io C a s t r o L e a l. M éx ico .

B IB L IO G R A F IA

730. P u e y r r e d ó n , C a r lo s A. E l e scu d o en la por­ta d a de "D on Q u izó te ” , e n C erv a n tes ( H a ­b a n a ) . A ñ o X V , n ú m s . 1-3 (1940) p á g s ,23-64.

731 . V ic en s , J u a n . L a b ib lio g r a f ía h isp á n ica , enE . P .. 7 (1 9 4 0 ), p á g s . 17-21.

B E L L A S A R T E S

712. F e rn á n d e z , J u s t in o . E n p in to r a n d a lu z en M éxico . A n to n io B o d r íg u e z L u n a , en T i., 3(1 9 4 0 ), p á g s . 271-274.

C IE N C IA S P U R A S Y A P L IC A D A S

7 * 4 . C arrasco , P e d ro . L a e v o lu c ió n d e l á lg eb ra ,e n E . y C., 9 (1940, p á g s . 485-491.

735 . C o m en g e , M . A n á lis is de lo s a lim en to s . M a­d r id , 1940.

73C. E p h r a in , F e d e r ic o . Q u ím ica in o r g á n ica . 2*ed . e s p a ñ o la , t r a d u c id a d e l a 5* ed. a le m a ­n a , p o r S. S u r e d a B la n e s . B a rc e lo n a , 1940.

787. P a u l i , J. B . G u ía p r á c tic a d e l e le c tr ic is ta e n ca sa . B a rc e lo n a , 1940.

7*S. S a n M ig u e l de l a C á m a r a , M. L o s m in era ­le s , la s ro ca s , lo s fó s i le s y la s p la n ta s . B a r ­c e lo n a , 1940. 140 p á g s .

C R IT IC A - E N S A Y O S

T39. C a s tro , A m é ric o . L o h isp á n ico y e l e ra s m is ­m o, en B . F . H ., a ñ o I I , n ú m . 1 ( e n e r o - m a r ­zo 1940), p á g s . 1-34.

7 4 0 . D ie s te . E d u a rd o . E l t ie m p o é p ico . E n s a y o sob re la n o v e la , e n V o s ., n ú m s . 48-49 (1940), p á g s . 184-216.

741 . G in e r d e lo s R ío s , F r a n c is c o . E l a u to de lo s B e y e s M a g o s, e n T . H ., n ú m s . 4 y 5 (1 9 4 0 ), p á g s . 242-251.

742. G ó m ez de la S e rn a , R a m ó n . In c o n s c ie n c ia y e sc u e ta rea lid a d , en B e v . Cub., X I I I (1940), p á g s . 29-42 ( s o b re “ la g e n ia l in c o n sc ie n c ia e s p a ñ o la ” ).

741 . G o n zá lez L u n a , E f r a ín . P a s ió n y d e s tin o de E sp a ñ a e n A b s„ IV , 1 (1 9 4 0 ), p á g s . 3-16.

744 . H e n r íq u e z U re ñ a , P e d ro . S o b re H . G re g e r - s en , I b se n an d S p a in . A s tu d y in c o m p a ra ­t iv o d ram a. C a m b rid g e (1 9 3 6 ), e n B . F . H ., I I , 1 (1940), p á g s . 58-64.

745 . H e n r íq u e z U re ñ a , P e d ro . S o b re S i s te r M a ry P a u l in a S t. A m o u r, A s tu d y o f th e V i l la n ­c ic o u p to L op e de V eg a , W á s h in g to n (1940), e n B . F . H . I I , 1 (1 9 4 0 ), p á g s . 72-75.

746. J a r n é s , B e n ja m ín . C a ín y E p im e te o , en B o n . , a fio I , n ú m . 14 (15 d e a g o s to de 1940).

747. J im é n e z , J u a n R am ó n . C risis d e l e sp ír itu em la p o e s ía e sp a ñ o la con tem p o rá n ea (1899- 1936). e n V o s., 48-49 (1940), p á g s. 165-182.

74S. K re b s , E r n e s to . E l C ortesan o de C a stig lio n e e n E sp a ñ a . L a d isp u ta d e l le n g u a je , en B . A . A . L ., V II (1940), p á g s . 93-146.

749. L a r r e a , J u a n . ¿B u b én D ar ío co n tra B o lív a r? , en E . P .f 7 (1940), p á g s . 31-35.

750 . L a r r e a , Ju an . A ses in a d o p or e l c ie lo , en E . F ., 6 (1 9 4 0 ), p á g s . 251-256. (S o b re F e ­d e r ic o G a rc ía L o rc a .)

751 . L a r r e a , J u a n . P r e se n c ia d e l fu tu ro , e n Z . P., 7 (1 9 4 0 ), p á g s . 12-16.

752. M a il le f e r t , A lf re d o . B écq u er , e n Aba., IV , 9 (1 9 4 0 ), p á g s . 39-43.

753 . M a r is c a l , M a r ía . L a cu ltu ra de C ervan tee, B . E . U ., I, 4 (1 9 4 0 ), p á g s . 467-489.

754 . M a rq u in a , R a f a e l . S o b re E n r iq u e M o lin a . L a h eren c ia m o ra l de la f i lo s o f ía g r ie g a , en B e v . Cub., X I I I (1 9 4 0 ), p á g s . 147-148.

755 . M a rq u in a , R a f a e l . S o b re D o m ín g u e z D em o - r iz i . P o e s ía pop u lar d om in ican a , I , C iudad T r u j i l lo . 1938, e n B e v . Cub., X I I I (1940), p á s . 149-150.

756. M a rq u in a , R a f a e l . S o b re E n r iq u e S e rp a , C ontrabando. N o v e la , L a H a b a n a 1938, en B e v . Cub., X I I I (1 9 4 0 ), p á g s . 150-155.

757. M a rq u in a , R a f a e l . S o b re E m e te r io S. S an - to v e n ia . ( C r í t ic a .) G enio y acción . S a rm ien ­to y M artí, L a H a b a n a , 1938, e n B ev . Cub.. X I I I (1 9 4 0 ) , p á g s . 155-157.

758. M as ip , P a u l in o . E n la m u er te de B a g a ría , e n B . F ., 6 (1940), p á g s . 262-264.

759. M azzei, A n g e l. F ern an d o de H errera y “E l C ortesan o” de C a stig lio n e , en B . A , A . L., V I I I (1 9 4 0 ), p á g s . 248-249.

760. M azzei, A n g e l. V o ta so b re G a rc ila so , en B . A . A . L ., V I I I (1 9 4 0 ), p á g s . 247-241.

761. M o g lia , R a ú l . U n a r ep re sen ta c ió n d e C a ld e - ró n en B u en o s A ires en e l S ig lo S V m , en B . F . H ., I, 1 (1 940), p á g s . 48-50.

762. O ñ a te . M a r ía d e l P i l a r . E l fe m in ism o en la l it e r a tu r a esp a ñ o la . M ad rid , E s p a s a C alpe, 3940.

763. P a r d in a s I l la n e s , F e lip e . D on Q u ijote co n ­t r a Z a r a tu s t r a , e n A b s., IV , 7 (1940), p á g s . 3-16.

764. P é re z S a la z a r , F r a n c is c o . L a s ob ras y d e s ­v e n tu ra s do P edro de T rejo e n la N u e v a E s ­p añ a , en B . L . M ., I, 1 (1 9 4 0 ), p á g s . 117-137.

765. R e ja n o , J u a n . A I03 a lc a n c e s de la n o v e la , e n E . P ., 6 (1940 ). p á g s . 257-261. (S o b re J . H errera P etere , N ie b la de C uernos. M éxico , 1940.)

766. R e ja n o , J u a n . L a p ie d r a s o l i t a r i a de B écq u er , e n B o m ., a ñ o I, n ú m . 14. (15 de a g o s to de 1940.)

767. R o d r íg u e z M arín , F r a n c is c o . E n u n lu g a r de l a M a n ch a . . . D iv a g a c io n e s de u n o c re n - tó n e v a c u a d o d e M a d r id d u r a n te l a g u e r r a . M ad r id , 1939.

768. R u iz d e l T o ro , J o s é . L u c e s a z u le s ( M a t i ­c e s de E u r o p a ) . E d i to r i a l A ra u jo . B u e n o s A ire s , 1940.

769. S á n c h e z T r in c a d o , J o s é L u is . P a s ió n d e l ar te n u ev o . C a r a c a s , 1940. (P u b l ic a c io n e s d e l g ru p o “ V ie rn e s ” .)

770. T e rz a n o . E n r iq u e ta . U n p o e ta no id e n t if i ­cad o . F r a n c isc o de la T orre, en N 03., 52-53(1 9 4 0 ), p á g s . 93-98.

771. V e lo , C a r lo s . G alic ia , p a is a je de sa n g ra , enE . F „ 6 (1940). p á g s . 265-269.

Page 95: España Peregrina Año i num 8 9 octubre de 1940

772 . V o s s le r , K a r l . P o e s ía de la so led a d en E s ­p añ a, en B e v . Cub., X I I I (1 9 4 0 ), p á g s . 5-28. (T ra d u c c ió n de R a m ó n d e l a S e rn a .)

773. Z a m b ra n o , M a r ía . I s la de P u er to R ico , n o s ­ta lg ia y e sp era n za de u n m undo m ejo r . L a H a b a n a : I m p r e n ta L a V e ró n ic a , 1940.

F IL O S O F IA

774 . B a t t i s t e s s a , A n g e l J . J u a n L u is V iv e s , en Hoa., 50-51 (1 9 4 0 ), p á g s . 421-426.

775. G ao s, J o s é . C u rso s de f i lo s o f ía en la F a ­c u lta d de F i lo s o f ía y L e tr a s 7 E s tu d io s S u ­p er io res de l a U n iv e r s id a d n a c io n a l . M é­x ico , A r te s G r á f ic a s C o m e rc ia le s , 1940. 14 p á g s .

776. G a rc ía B ac c a , J u a n D a v id . In tro d u cc ió n a l f i lo s o fa r . In c i ta c io n e s y s u g e r e n c ia s . T u c u - m án , 1940.

777 . In g e n ie ro s , J o s é . L a c u ltu r a f i lo s ó f ic a enE sp a ñ a . B u e n o s A ire s , 1940. (O b ra s c o m ­p le ta s , v o l. X X I.)

773. L a g o , R e g in a . L a p s ic o lo g ía con tem p orán ea ,e n B . 7 C., 10 (1940), p á g s . 542-550.

779 . O r te g a y G a s s e t , J o s é . G oeth e d esd e dentro . B u e n o s A ire s , E s p a s a -C a lp e , 1940. 222 p á g s . (C o le c c ió n de a r t í c u lo s p u b lic a d o s e n la “ R e v i s ta de O c c id e n te ” , r e u n id a y p ro lo g a ­d a p o r F e rn a n d o V e la .)

710. X ira u , J o a q u ín . L a fe n o m en o lo g ía : U a xS ch e ler , en R om ., a ñ o I , n ú m . 14. (15 de a g o s to d e 1940.)

781. X ira u , J o a q u ín . L o s d o s r e in o s, e n 7 . X .,n ú m s . 4 y 5 (1 9 4 0 ), p á g s . 198-204. (D e llib r o A m or 7 M undo, p ró x im o a p u b l ic a rs e .)

782. Z a m b ra n o , M a r ía . E l fre u d ism o , te s t im o n io d e l h om b re a c tu a l. L a H a b a n a . Im p . “ L a V e ró n ic a ” , 1940.

H IS T O R IA - G E O G R A F IA - B IO G R A F IA

783. A c o s ta , J o s é de, S . J. H is to r ia n a tu r a l ym o r a l de la s In d ia s . E s tu d io p r e l im in a r de E d m u n d o O ’G o rm a n . M éx ico , F o n d o d e C u l­t u r a E c o n ó m ic a , 1940.

784. A y a la , F r a n c is c o . L a n o ch e de M ontieL enR . D . L . I ., 20 ( a g o s to de 1940), p á g s . 9-33.

785. C o r té s , H e rn á n . C a rta s de r e la c ió n de la co n ­q u is ta de M éx ico . M a d r id , 1940.

TI6 . C o r té s , H e rn á n . P o s tr e ra v o lu ta d y te s ta ­m en to . In tr o d u c c ió n y n o ta s p o r G. R . G. C o n w ay . M éxico , R o b re d o , 1940.

787 . G ó m ez de la S e rn a , R a m ó n . B io g r a fía com ­p le ta de J u a n R a m ó n J im én ez , e n B . d . L I., 18 (1 940), p á g s . 219-235.

788. J o s , E m ilia n o . F e m a n d o C olón y s n H is to ­r ia d e l A lm ira n te , e n R . H . A ., 9 (1 9 4 0 ), p á g s . 5-29.

789 . O ss o r io y G a lla rd o , A n g e l. O rígen es p r ó x i­m o s de la E sp a ñ a a c tu a l. B u e n o s A ire s , 1940. A n ic e to L ó p ez . 320 p á g s .

790 . O ss o rio , A n g e l. A n to n io M aura, en R . i l I., n ú m . 19 ( ju l io , 1940), p á g s . 345-357.

791 . O ts , J o s é M aría . E l tr ib u to y la m ita en la ép o ca c o lo n ia l, e n R . d. L X., 20 (1 9 4 0 ), p á g s . 96-117.

G U E R R A T P O S T G U E R R A D E E S P A Ñ A

792. C o rd o n ie , R . M adrid b a jo e l m a rx ism o . M a­d r id , 1939. 208 p á g s .

793. D o m ín g u e z , E d m u n d o . L o s v en ced o res deN eg r ín . M éxico , E d i to r ia l N u e s t r o P u e b lo . 1940. 310 p á g s . m á s 3 d e ín d ic e . (C o lecc ió n In d e p e n d e n c ia .)

794 . F e rn á n d e z de C ó rd o b a . F . M em orias de u n so ld a d o lo c u to r . M ad rid , 1939.

795 . G u z m á n d e A lfa ra c h e . ¡18 de jn lio ! H is to r ia d e l a lza m ie n to g lo r io so de S e v illa . P ró lo g o d e l G e n e ra l Q u e ip o d e L la n o . M ad r id , 1939.

796 . H u id o b ro , L . M em orias de u n f in la n d é s . M e­m o r ia s de u n f i s c a l de l a A u d ie n c ia de M a d r id d u r a n t e l a R e v o lu c ió n . M a d r id , 1939.

797 . R a m ó n -L a c a , J . de . B a jo la fé r u la de Q uei­p o . M ad rid , 1939.

798. T e b ib A rru r rú ( s e u d .) . P érd id a y rec o n q u is ­ta de T eru e l. M ad rid , 1939.

D E R E C H O - E C O N O M IA

799. C a ja l, M áx im o . L a le y de r e sp o n sa b ilid a d e s p o lít ic a s , co m en ta d a y s e g u id a de u n a p én ­d ice de d is p o s ic io n e s le g a le s y fo r m u la r io s m á s e n u s o . M a d r id , 1940.

S00. P e ru c h o , A r tu r o . E le m e n to s de d erech o in ­te r n a c io n a l am er ica n o . M éxico , P a r í s , N u e­v a Y ork , ed. N u e s t r o P u e b lo , 1940. 75 p á g s .

801 . P r a d o s A r r a r t e , J . J u s t if ic a c ió n m e to d o ló ­g ic a de la eco n o m ía p u ra , en R e v is t a de C ien cias E co n ó m ica s (B u e n o s A ir e s ) , m ar­zo d e 1940. p á g s . 223-234.

802 . R o d r íg u e z y R o d r íg u e z , J o a q u ín .B fe c to s de la r e s c is ió n u n ila te r a l d e l co n tra to de f le - ta m en to en u n c a so de co m p ra v en ta , e n J u s . (M é x ico ) , 4 (1 9 4 0 ), p á g s . 29-63.

S03. R o d r íg u e z y R o d r íg u e z , J o a q u ín . L a n u ev a le y sob re v e n ta de a c c io n e s y la p ro te c c ió n de lo s s o c io s 7 de te r ce r o s , e n J u s . (M é x i­c o ) , 4 (1940), p á g s . 217-240.

L IN G Ü IS T IC A •

SOI. A lo n so , A m a d o . S o b re E m il ia n o T e je r a , P a ­la b ra s in d íg e n a s de la i s l a de S a n to D o­m in g o , Ib id , 1935, e n R . F . H ., a ñ o I I , n ú m . 1 (e n e ro -m a rz o , 1940), p á g s . 70-72.

805 . C h ac ó n y C a lv o , J o s é M a r ía . S o b re A . A lo n ­so , C a ste lla n o , e sp a ñ o l, Id iom a n a c io n a l, B u e n o s A ire s . 1938. e n R e v . C u b - X I I I (1 9 4 0 ), p á g s . 137-139.

5 0 6 . G a rc ía H u g h u e s . D . G r a m á tica g r ie g a e le ­m en ta l. 2* ed . M a d r id , 1939.

507 . M a r t ín e z V ig il, C. A r ca ísm o s e sp a ñ o le s u s a ­dos en A m ér ica . M o n tev id eo , 1939.

508 . M a te o s M uñoz, A g u s t ín . G ra m á tica la t in a . M éxico , I n d u s t r i a l G rá f ic a . 1940. 322 p á s .

509 . O liv e r A s ín , J a im e . I n ic ia c ió n a l e s tu d io de la h is to r ia de la le n g u a e sp a ñ o la . M a d r id , 1939.

810 . S p itz e r , L eo . E l a c u s a tiv o g r ie g o e n e sp a ­ñ o l, en R . F . H - I I , 1 (1 9 4 0 ) , p á g s . 35-45.

S i l . V a ld é s . J u a n de. D iá lo g o de la le n g u a . P r ó ­lo g o y n o ta s d e F é l ix F . C o rso . B u en o s A ire s . 1940.

L IT E R A T U R A

812 . A la s . L eo p o ld o . ¡A d ió s, co rd era !, e n S a b er (M é x ico ) , n o v ie m b re d e 1940. p á g s . 25, 33.

513 . B e n í te z de C a s tro , C ec ilio . M a le n i (L a o b se ­s ió n ) . N o v e la . M a d r id , 1940.

514 . C artas de V ic en te B la sc o Ib á ñ ez a J o a q u ín V . G onzález , e n B . A . A . L „ V I I I (1 9 4 0 ). p á g s . 155-157.

515 . G in e r de lo s R ío s , F r a n c is c o . B sp afta v iv a . (F r a g m e n to .) P o e s ía , e n E . F „ 7 (1 9 4 0 ) ,p á g s . 7-8.

<816. G ra n a d a , L u i s de. M a ra v illa d e l m u n d o . S e ­le c c ió n y p ró lo g o de P e d ro S a l in a s . M éx ico . E d . S én eca , 1940. 140 p á g s . ( P a g s . d e la “ In tr o d u c c ió n a l S ím b o lo d e la F e ” .)

S17. J im é n e z , J u a n R am ó n . D e l A lb a (p o e s ía ) , e n N o s., 52-53 (1 9 4 0 ), p á g s . 2-4.

S IS . L in a r e s B e c e r ra . C o n ch a . L a n o v ia d e la C osta A zuL M a d r id , 1940.

819 . L o n g o . D a fn is y C loe. T r a d u c c ió n d e J u a n V a le r a . M éx ico , 1940. (C o le c c ió n “ M ira s o l ’.)

820 . L o ren z o , J o s é . U n h o m b re: cero . N o v e la . M éx ico , E d ic . A n á h u a c , 1940. 74 p á s .

821 . M o lin a , T i r s o de . L o s t r e s m a r id o s b u r la d o s. P r ó lo g o d e J o s é C a r n e r . M éx ico , 1940. (C o l. “ M ira s o l" .)

Page 96: España Peregrina Año i num 8 9 octubre de 1940

822. P e m á n , J . M. P o e m a d e l a b eB tia y e l á n g e l . M ad r id , 1939.

323. R o ja s , A g u s t ín de. E l n a t u r a l d e sd ic h a d o .E d i te d f r o m a n a u to g r a p h in t h e B ca . N a t. a t M ad r id , w i th a n in t r o d u c t io n a n d n o te s , b y J a m e s W h ite C ro w e ll. C la re m o n t C o lleg e S tu d ie s . I n s t . de la s E s p a ñ a s d e lo s E E . IJU . N u e v a Y ork , 1939.

S24. S á n c h e z V ázq u ez , A d o lfo . 18 d e jn l io de 1936. E le g ia a u n a t a r d e de E s p a ñ a , en E . F . t 6 (1 9 4 0 ), p á g s . 249-251.

32 5 . T o m á s , M a r ia n o . L a n iñ a de p l a t a y o ro .N o v e la . B u rg o s , 1939.

826 . T re jo , P e d ro . C a n c io n e ro g e n e r a l . E d . f a c s i - m ila r , e n R . I*. M ., I, 1 (1 9 4 0 ), p á g s . 58-116. ( E l a u to r e r a n a t u r a l de P la s è n c ia .)

327 . T w a in , M ark . L a c e le b r a d a r a n a s a l t a r in a .T r a d u c c ió n d e J o s é C a r n e r . M éx ico , 1940. (C o l. “M ira s o l” .)

3 2 8 . V a re la , L o ren z o . E l i lu s io n i s ta , C u en to , en B o m ., a ñ o I, n ü m . 14. (15 de a g o s to d e 1940.)

829. Z a b a le ta , J u a n de. E l d ía d e f i e s t a p o r l a m a ñ a n a e n M a d r id . S e le c c ió n y p ró lo g o p o r L u i s S a n tu l la n o . M éx ico . E d i t . S én eca , 1940. 147 p á g s .

M E D IC IN A

830. A rg u e l le s , R . F r a c t u r a s y h e r id a s a r t i c u ­l a r e s p o r a r m a d e fu e g o . B a rc e lo n a , 1939. 278 p á g s .

831. B a ñ u e lo s , M. M a n u a l d e p a to lo g ía m é d ic a .B a rc e lo n a , 1939. 1,029 p á g s .

832. E iz a g u i r r e , E . T r a t a d o d e tu b e r c u lo s is p u l­m o n a r . S a n ta n d e r , 1939. 813. p á g s .

833. G u il le r t , E . G a se s de g u e r r a . S u s e fe c to s . D ia g n ó s tic o . T r a t a m ie n to . M a d r id , 1940. 157 p á g in a s .

834. M a r to re l l O tz e t , F . T u m o re s g ló m ic o s . B a r ­c e lo n a , 1940. (C o le c c ió n “M ig u e l S e rv e t" .)

P E D A G O G IA

835. A lo n so , A m ad o . L o s nue .vos p r o g r a m a s de le n g u a y l i t e r a t u r a , e n l a R e p ú b l ic a A rg e n ­t in a , e n R . F . H ., a ñ o I I , n ú m . 1 (e n e ro - m a rz o , 1940), p á g s . 55-57.

836. B a l le s te r o s U sa n o , A n to n io . L o s e d u c a d o re s e s p a ñ o le s b a jo e l t e r r o r f r a n q u i s t a , en E ., V I I I (1940), p á g s . 38-42.

837. E l i a s de B a l le s te ro s , E m il ia . L a c o n c e n tr a ­c ió n d e l a e n s e ñ a n z a e n l a e s c u e la p r i ­m a r ia . M éx ico . P u b l ic a c io n e s e s c o la re s de E d ia p s a , 1940.

838. E n r íq u e z C a l le ja , I s id o ro . E l “ L a z a r i l lo ” e n l a e s c u e la , en E ., V I I (1940), p á g s . 9-16.

839. G aos, J o s é . L a s e g u n d a r e p ú b lic a y l a e n se ­ñ a n z a s u p e r io r e n E s p a ñ a , E . y C., 9 (1940), p á g s . 473-484.

840 . L a g o , R e g in a . C óm o s e m id e l a in te l ig e n c ia i n f a n t i l . M éx ico . E d ic io n e s P e d a g ó g ic a s y E s c o la re s . E d ia p s a , 1940, 160 p á g s .

841 L ag o , R e g in a . L a g u e r r a a t r a v é s de lo s d i­b u jo s i n f a n t i le s , e n E . y CM 8 (1 9 4 0 ), p á g s . 422-436.

842 . M a te o s , A g u s t ín . F i lo s o f ía y P e d a g o g ía , en E .f V I I I (1 940), p á g s . 7-12.

843 . P a lu z ie , E . G u ía d e l a r te s a n o . L e c a t r a de m a n u s c r i to s . B a rc e lo n a , 1940. 150 p á g s .

844 . R io ja , E n r iq u e . L a s c ie n c ia s n a tu r a l e s en la e s c u e la p r im a r ia . M éxico , 1940.

845 . R o u r a P a r e l la , J u a n E d u c a c ió n y c ie n c ia . M éx ico , L a C a s a d e E s p a ñ a , 1940.

846 . S a n ta ló S o rs , M arce lo . In ic ia c ió n f o r m a l de l a e n s e ñ a n z a de l a s m a te m á t ic a s , e n E .. V I I I (1940), p á g s . 18-22.

847 . T i r a d o B en ed í, D . C o o p e ra t iv a s , ta l l e r e s , h u e r to s y g r a n ja s e s c o la re s . M éxico , E d i t . A t la n te , 1940. 402 p á g s .

S48. T o rn e r , F lo r e n t in o M. L a f o r m a c ió n d e lo s m a e s t r o s e n l a R e p ú b l ic a e s p a ñ o la , e n E . y C ., 8 (1940), p á g s . 412-422.

849 . V ic é n s , J u a n . E l m a e s t r o y l a s b ib l io te c a s p o p u la re s , en E M V I I I (1940), p á g s . 51-57.

850. X ira u , J o a q u ín . E d u c a c ió n y v id a h u m a n a e n R e v i s ta M ex ic a n a de E d u c a c ió n , a ñ o L n ú m . 2, s e p t ie m b r e de 1940.

P O L IT IC A

851. C irre , J o s é F r a n c is c o . L a r e a l id a d im p e r ia l in g le s a , e n R . d. L L , n ú m . 20 (a g o s to . 1940), p á g s . 91-95.

852. G im é n e z C a b a lle ro , E . R o m a m a d re . A p o lo g ía d e l fa s c is m o , E l D u ce y R o m a . S a n S e b a s ­t iá n , 1939.

853. I b a r r u r i , D o lo re s . L a s o c ia l d e m o c ra c ia y l a a c t u a l g u e r r a im p e r ia l i s ta . M éx ico . E d i­to r i a l P o p u la r , 1940. 12 p á g s .

854. Im a z , E u g e n io . L a c o n fe re n c ia d e L a H a ­b a n a , e n É . P ., 7 (1 9 4 0 ), p á g s . 3-6.

855. L o rd , D a v id . E s p a ñ a y l a c r i s i s d e l h o m b re , e n E . F ., 7 (1 9 4 0 ), p á g s . 9-12.

856. L u m en , E n r iq u e . H o m b re s de n u e s t r o t ie m ­p o . A Im a n a n . M éx ico , 1940.

Rogamos encarecidamente a todos los españoles amigos que nos envíen nota de los tra­

bajos que publiquen o que hayan publicado a partir del l? de enero de 1939, así como de los

referentes a España o a asuntos españoles sea cual fuere la nacionalidad de sus autores.

Sólo por la colaboración de todos el REGISTRO BIBLIOGRAFICO podrá alcanzar la am­

plitud que conviene.

También les rogamos con no menor encarecimiento que, de serles posible, nos remitan

un ejemplar de sus publicaciones para que obre en la biblioteca de la Junta, la cual aspira

a ser, como es sabido, la BIBLIOTECA DEL PUEBLO ESPAÑOL EN EL DESTIERRO.

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OBRAS PUBLICADAS POR LA CASA

DE ESPAÑA EN MEXICO

Enrique Díez-Canedo...................Juan de la Encina.......................Alfonso Reyes..............................Antonio Caso................................María Zambrano...........................José Gaos y Francisco Larroyo..León-Felipe...................................José Moreno Villa.......................

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Pedro Carrasco.............................Juan Roura...................................Samuel Ramos..............................Rafael Sánchez de Ocaña............Julio Torri....................................

El teatro y sus enemigos.El mundo histórico y poético de Goya. Capítulos de literatura española.Méyerson y la física moderna.Pensamiento y poesía en la vida española.Dos ideas de la filosofía.Español del éxodo y del llanto.Locos, enanos, negros y niños palaciegos, gente

de placer de los siglos XVI y XVII.Poesías escogidas.Música y sociedad en el siglo XX.Las grandes estructuras de la música. Bibliografía de Goya.Vida humana, sociedad y derecho.Romances y villancicos españoles del siglo XVI. Evolución política del pueblo mexicano. Sociología contemporánea.Fanatismo y misticismo.Bases fisiológicas de la alimentación.Fermentos.Cartas al Ebro.La fotografía de las membranas profundas del

ojo.Optica Instrumental.Educación y Ciencia.Hacia un nuevo humanismo.Reflejos en el agua.De fusilamientos.

Los distribuye

EL FONDO DE CULTURA ECONOMICAPánuco, 63. — México, D. F.

Page 98: España Peregrina Año i num 8 9 octubre de 1940

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COLEGIO ESPAÑOL DE MEXICO (Incorporado)

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Primaria. Secundaria. Preparatoria. Comercio. Idiomas.Externado. Medio Internado. Internado.

Patronato: Don Pedro Carrasco Garrorena, Don José Gaos, Don Joaquín Xirau. Don Felipe Teixidor y Don Fructuoso González.

Director: Don Joaquín Alvarez Pastor.

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Secundaria — Preparatoria — Ingeniería — ArquitecturaInternado — Medio Internado — Externos.

CONSEJO PATRONATO:Lie. D. Eduardo Villaseñor, Lie. y Gral. D. Aarón Sáenz, Ar­quitecto D. Carlos Obregón Santaeilia, Ing. Gonzalo Robles, Dr. D. Juan Roura, Ing. D. José Antonio Lillo, Lie. D. José Carner, Director de la ACADEMIA, D. Ricardo Vinos, Doc­

tor en Ciencias Exactas.

Las inscripciones se hacen en la Secretaría de la ACADEMIA, Paseo de la Reforma número 80.