España, Europa y El Mundo de Ultramar. John Elliot

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España, Europa y El Mundo de Ultramar.

Transcript of España, Europa y El Mundo de Ultramar. John Elliot

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    Georg Wezeler, Atlrs sostiene Ia e.sfera ctrmilar, ca. 1530, a partir cle un cartnatribuido a Bernard van Orley. Originariamente creado para el rev de Porttrgal,este tapiz pas a fornrar parte de- la coleccin cle los reyes de Esparla, qtrienes,como soberanos de trn irnperio de ultramal hicieron su-va la irnagen de Atlas

    soportando la carsa del rnundo. (Palacio Real, Madricl @ Patrimonio Nacional)

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  • Ttulo original: Spain, Europe and tht Witler Worltl. 150().1800, publicado por Yale University Pre5s C> 200Qhn Elliott C De esta edicin:

    Santillana Ediciones Gen~rales, S. L., 2010 Torrclaguna, 60. 28043 Madrid Telfono 9174490 60 Telefax 91 744 92 24 www.taurus.santillana.es

    C.Oordinacin de la versin espaola: Marta Balcells y juan Carlos Bayo

    Imagen de cubierra: Georg Weieler, Atlas sostiene la esfera armilar, Palacio Real, Madrid C Patrimonio Nacional

    ISBN: 978-84-306-0780-8 Dep. Legal: M-53018-2009 Printed in Spain- Impreso en Espaa

    Queda prohibida, salvo excepcin prcvisia en la ley, CUlllquler fonna de reproduccin, diltrlbudn, comunicacin pblica y uansfonnacin de esta obra sin conw con la autorizacin de los titulares de la propiedad intelectual. La infraccin de los derechos. mencionados puede ser conslitutiva de delho contra la propiedad Intelectual (;;irtS. 270 y sgts. Cdigo Penal).

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    NDICE

    Agradecin1ientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Lista de ilustraciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 7

    PRIMERA PARTE: EUROPA

    I. Una Europa de monarquas compuestas ............ . II. Aprendiendo del enemigo: Inglaterra y Espai1a

    en la edad moderna ............................ . ID. La crisis general en retrospectiva: un debate

    in tern1i11able .................................. IV. Una sociedad no revolucionaria:

    Castilla en la '.d.cada de 1640 .................. .' ~ . ~ ~uropa despus de la Paz de Westfalia .............. .

    SEGUNDA PARTE: UN MUNDO DE ULT~~\~

    VI. La apropiacin de territorios de ultramar

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    87

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    por las potencias europeas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 VII. Engailo y desengao: Espaa y las Indias. . . . . . . . . . . . . I 79

    VIII. Inglaterra y Espaa en Amrica: colonizadores y colonizados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201

    IX. Rey y patria en el mundo hispnico................. 231 X. !\fondos parecidos, mundos distintos . . . . . . . . . . . . . . . 255

    XI. Empezando de nuevo? El ocaso ele los imperios en las Amricas britnica y espaola . . . . . . . . . . . . . . . . 277

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    TERCERA rARTE: EL MUNDO DEL ARTE

    XII. El Mediterrneo de El Greco: el encuentro ) )

    l de civilizaciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303

    XIII. La sociedad cortesana en la Europa el siglo xvu: Madrid, Bruselas, Londres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 327 ) XIV. Apariencia y realidad en la Espaiia de Velzquez . . . . . . 355

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    ndice analtico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ~81

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    Ajonathan Brown

  • EsPAA, EUROPA Y l!L MUNDO DE ULTRAMAR

    literaria2 En el presente libro, una excepcin a los trabajos previamen-te publicados, unas veces en ingls y otras en castellano, es la primera de las Conferencias Dacre, un ciclo anual dedicado a su memoria," que pronunci en Oxford en octubre de 2007. He decidido mantenerla en su forma original por estar estrechamente felacionada con algunas de las principales preocupaciones de Trevor-Roper y haber sido inspi-rada al menos en parte por su obra (vase captulo II). Al responder su propia pregunta, argumentaba que ccensayos [ ... ]de tiempo, pro-fundidad y tema tan diversos slo pueden soportar la reimpresin si lafilosofia del autor les confiere una unidad subyacente. En el pre-sente caso, no s ha8ta qu punto se puede decir que estos trabajos expresan una filosofia subyacente, si es que la hay. La medida en que posean unidad.s~ debe a que se derivan de mi .ocupacin con algunos temas que me ha~ atrado durante mucho tiempo y a que reflejan lo que espero sea una yisin unificada de los modos en que esos temas se relacionan entre sy con el proceso histrico como un todo. Aparte de _ell.o, todos lo~ensay~s procuran presentar mis reflexiones y los re-sultados de mis investigaciones en forma que sea accesible a lectores que quiz no. comp~ mis intereses especializados.

    Aunque los estudios reunidos en este volumen van mucho ms all de Espaa, su historia, sobre todo durante la edad moderna, ha segui-do siendo el foco de mis intereses. Como expliqu en Espaa, y su mundo ( 1.500-1700), mi aficin por el lugar y su civilizaci1i naci como fruto de un viaje de seis semanas en las vacaciones de verano de 1950, durante el cual un grupo de estudiantes de licenciatura de Cambrid-ge recorrimos la pennsula Ibrica'. Bajo las secuelas de la Guerra Civil, a pesar de los esfuerzos de un puado de excelentes historiado-res que trabajaban aislados en condiciones muy difciles, la historio-grafia espaola estaba atrasada segn criterios internacionales y los ricos archi_vos ~el pas se hall~ban relativamente sin t::xplotar. Fernand Braudel, en su hito La lvlditerrane et le monde mditerranen a l'/1oque de Philifrpe JI [El Mediterrneo y el mundo mediterrneo en la poca de Fe-lipe 11), p~blicado por primera vez en 1949, haba revelado algo de los tesoros que esperaban a ser desenterrados, pero por aquel entonces haba pocos investigadores sobre el terreno. As pues, cuando a prin-cipios de la dcada de 1950 emprend en los archivos mis pesquisas

    2 H. R 'Il-evor-Roper, HistoricalEssays, Londres, 1957, p. v. Vase n~ta de los traductores al principio del cap. 2 de este libro. S J. H. Elhou, Spain and its World, p. ix [Espaa y su mundo ( 1500-1700), p. 11].

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    P1u::FAC10

    sobre la historia de Espaii.a en la primera mitad del siglo XVII (la Espa-a del conde-duque de Olivares), tena el campo prcticamente para m solo. Los problemas que implicaba la invesgacin eran de enver-gadura, pero tambin lo eran las posibilidades.

    El medio siglo transcurrido desde entonces ha conocido una u-ans-formacin asombrosa. La transicin espaola a la democracia a me-diados ele la dcada de 1970 se vio acompaada por la aparicin de una nueva hornada ele historiadores que viajaban al extranjero con una frecuencia impensable para la generacin de la Guerra Civil y se faron como objetivo ponerse al da respecto a las tendencias do-minantes en la historiografia internacional. La expansin de las uni-versidades, posible gracias a una economa renovada y floreciente, hizo que proliferaran las investigaciones. A consecuencia de esta. evolucin, la historiografa espaola compite hoy en igualdad de condiciones con la ele otros pases y sus representantes comparten las actitudes, las perspectivas y el lenguaje de una comunidad histrica internacional donde se han integrado por completo.

    La transformacin ele la historiografia espaola ha implicado na-turalmente la transfom1acin del papel que los estudiosos extranjeros pueden esperar tener al escribir una historia que no es la propia. Muchos de stos, conocidos en Espa11a como hispanistas en general, han hecho en el transcurso de los ail.os contribuciones impresionan-tes a la comprensin y el conocimiento de la lite1-atura, la historia y el arte hispnicos, y sin duda seguirn hacindolo en los mi.os venideros~ Sin embargo, el nmero de investigaciones emprendidas en la actua-lidad por los estudiosos espa1i.oles y su voluntad de volver la espalda a la preocupacin tradicional de sus predecesores por lo que perci-ban como cela diferencia o ccel problema de Espaa han hecho que la era de los hispanistas haya tocado en verdad a su fin. Ya no hay ne-cesidad ele acudir a investigadores extranjeros para llenar lagunas de conocimiento, ni de proponer interpretaciones generadas por los ltimos desarrollos en el mbito internacional. Los esmdiosos espa-oles son perfectamente capaces de hacerlo por s mismos.

    Ha siclo un placer y un privilegio presenciar, y vivir para contar, ese proceso_ de transformacin, un proceso que ha dejado su huella en la seleccin y tratamiento de los temas estudiados en este libro. Sin em-bargo, sigo estando agradecido a la experiencia formativa de esos aos tempranos en que vastas extensiones del pasado espa1iol an estaban relativamente por explorar. En aquel entonces, el ~eto con-sista en abrirse paso a travs de las barreras de interpretaciones tra-

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    dicionales y conseguir otras nuevas que alcanzaran eco tanto en la Espaa cerrada de Franco como en un mundo exterior que tena un conjunto distinto de intereses histricos, adems de una visin a me- nudo distorsionada de Espaa y su historia.

    Esa distorsin provena de un sentido largamente arraigado del excepcionalismo espaol. Aunque parte de l estaba inspirado en el romanticismo decimonnico, en gran medida era de cosecha propia, fmto en particular de ia desesperacin del pas ante lo que se perciba como la constante incapacidad de Espaa para llevar a cabo la transi-cin a la modernidad lograda largo tiempo atrs por los dems estados nacionales. Con una hbil inversin, el rgimen del general Franco reinterpret el fracaso como si fuera un xito. Slo Espa11a haba lo-grado resistir la tentacin de sucumbir a los cantos de sirena del libe-ralismo y el atesmo para mantenerse fiel a los valores eternos que tradicionalmente se haba esforzado en defender. El rgimen, pues, se enorgulleca de proclamar que ccEspa11a es diferente. De hecho, todos los pases se ven a s mismos como excepcionales de alg11 modo, pero el excepcionalismo espaol, utilizado como recurso para explicar la desviacin de Espaila, para bien o para mal, respecto al camino to-mado por otras sociedades occidentales, estaba firmemente auinche-rado en la poca en que comenc por primera vez a investigar en los archivos peninsulares. Los resultados de esas indagaciones,jun to a mis amplias lecturas sobre historia britnica y europea para mi docencia universitaria, me convencieron de que en reaJidad la Espaa del si-glo xvn guardaba muchas afinidades con otros estados del continente. Al examinar aspectos de su pasado, ya fuera en libros o en artculos, he tratado constantemente de situarlos, donde resultaba adecuado, dentro del contexto ms amplio del mundo occidental.

    Este emperi.o me ha hecho reflexionar sobre la naturaleza ele la historia nacional y la mejor manera de abordarla. A pesar de los es-fuerzos de muchos historiadores por tratarlas como tales, ninguna nacin es una isla. La Espaa de la edad moderna formaba parte de una comunidad europea que era un mosaico de entidades polticas que iban desde ciudades-estado y repblicas hasta monarquas com-puestas supranacionales, tema de uno de los ensayos de este libro (captulo 1). De hecho, la monarqua hispnica gobcrnadci por Fe-

    Alusin a las palabras No man is cm i.tlmid, Ninglin hombre es una isla .. , ele la Meditacin X\'11 del poeta y predicador inglsjohn Don ne ( l 5 72-1631), casi proverbia-les en el mundo anglfono.

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    PREFACIO

    lipe 11 }'los Austrias que.le sucedieron fue la mayor monarqua com-puesta de Occidente, constituida por un complejo de reinos y provin-cias en la pennsula Ibrica y el resto de Europa, adems de los dominios americanos, el Imperio de las Indias (captulo IX). F...spa-ti.a tambin formaba parte de una comunidad atlntica en desarrollo que inicialmente ella misma haba creado en gran parte, al tomada iniciativa en capturar, subyugar y colonizar extensas regiones de te-rritorio al otro lado del ocano (captulo VI). El mundo europeo en que Espaa tena un papel protagonista y el de ultramar que trataba de incorporar a su esfera de influencia son dos de los explorados desde distintas perspectivas en estos ensayos. Espaa, Europa y las Amricas eran comunidades entrelazadas y sus historias no deberan mantene1 se separadas.

    La bsqueda de conexiones es parte esencial de la empresa histo-riogrfica y tambin un modo de contrarrestar el e?'cepcionalismo que emponzrnia la escritura sobre historia nacional. Una red de rela-ciones (diplomticas, religiosas, comerciales y personales) enlazaba territori:; y gentes en la Europa de la edad moderna, trascendiendo fronteras y salvando lmites polticos e ideolgicos. Tambien se exten-da a travs del Atlntico a medida que las comunidades colonizadoras se establecan y maduraban en la~ Amricas e intentaban definir su lugar en el m1mdo (captulo X). La cultura de la imprenta, ~n rpido desarrollo, hizo a los europeos ms conscientes los unos de los otros y tambin de los pases ms all de los confines de la cristiandad. Los prncipes y estadistas seguan cada vez ms de cerca las actividades de sus rivales y con temporneos y no dudaban en copiarse mutuamente mtodos y pr;icticas cuando convena a sus propios fines. En el mun-do altamente competitivo del sistema de estados europeo en desarro-llo, la imi1 acin resultaba natural, sobre todo entre aquellos que se sentan en situacin de relativa desventaja. As pues, aprender del enemigo, como indica mi tratamiento de las relaciones anglo-espa-1i.olas (captulo II), se convirti en un rasgo de la vida internacional.

    La predisposicin a imitar a los vecinos y rivales cobr an mayor vigor por el hecho de que la imprenta hizo posible que nuevas doc-trinas e ideas, como la filosofia 1;eoestoica de justo Lipsio o las teoras de Giovanni Botero sobre la naturaleza del poder y la conservacin de los estados, encontraran pblico por toda Europa y moldearan las actitudes de toda una generacin, independientemente de su afilia-cin nacional o religiosa. Las clases diligentes del continente, inspi-radac; por un mismo le~do clsico y cristiano y sujetas.a un conjunto

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    EsPAA. EUROl'A Y EL MUNIJO DE ULTRAt.lA.R

    comn de influencias, operaban dentro de un contexto intelectual que compartan. En consecuencia, sus actitudes y reaccione~, as como las polticas que adoptaban, tendan a seguir lneas en general simi-lares. Aunqu~ la ~uropa posterior a la Paz de Westfalia, surgida ele los trastornos de mediados del siglo XVII, continu~ba siendo un continen-te dividido en muchos aspectos, tambin tena muchos rasgos comu-nes (captulo V). No slo las lites, sin embargo, estaban expuestas al impacto de informacin e ideas nuevas. Hasta qu punto fueron esos trastornos de mediada la centuria, hoy denominados en conjunto la crisis general del siglo XVII (captulos III y IV), el resultado ele un virus revolucionario que se propagaba por todo el continente y crea-ba focos de infeccin a los que ningn grupo social era inmune?

    Si trazar conexiones puede contribuir a ac~bar con el excepciona-lismo al que ian propensa a sucumbir es la escritura de historia nacio-nal, realizar comparaciones puede desempear una funcin pareci-da". En fecha tan lejana como 1928, Marc Bloch hizo un elocuente llamamiento a favor de una historia comparada de las sociedades e,ropeas&. Desde e.nto.nces, los historiadores se han mostrado ms irclinados a alabar las virtudes de la historia comparada que a culti-varla. Su vacilacin, aunque lamentable, no deja de ser comprensible. La escritura de historia co~parada presenta numerosos problemas, tanto tcnicos como conceptuales6 Hay que dominar una bibliografia inmensa y en rpidQ crecimiento, no slo de una sociedad o estado, sino de dos o ms. El material publicado es inevitablemente desigual en calidad y profundidad, lo que complica la tarea de realizar compa-raciones .que se hallen libres de prejuicios y distorsiones. Ta.mpoco resulta siempre daro qu unidades es mejor seleccionar para fines comparativos, si bien es de suponer que la alternativa entre las com-paraciones en trminos generales que se extienden ampliamente a

    4 Vase mi National and Compamtive History: An Inaugural .ctun! Delivmd before tlie University of Oxford on 1 O May 1991, Oxford, Clarendon Press, 1991. La cantidad de alusiones circunstanciales de esta leccin inaugural la hace poco adecuada para su reproduccin en este volumen, pero he retomado algunos de sus argumentos al es-cribir este prefacio. .

    5 Marc Bloch Pour une histoire compare des socits europennes .. , RntUe de synthese historique.' 46 (1928). pp. 15-30 [A favor de una histoaia comparada de las socied~des europeas .. , en Marc Bloch, Historia e historiadores, trad. Francisco Javier Gonzlez Garca, Madrid Akal 1999]. Por un desafornmado lapsus, la fecha aparece incorrectamente como 1 Q25 e~ el texto publicado de mi leccin inaugural.

    6 Vase George M~Frederickson, .. comparative History, en Michael I

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    suposiciones tradicionales que pueden estar hondamente arrnigadas en la idea que una sociedad tiene de s misma7 Se trata de un enfoque que aparece en muchos de los ensayos de este libro. Inspir mi tenta-tiva de estudiar en paralelo las carreras de los dos estadistas que diri-gieron las fortunas de Francia y Espaa en las dcadas de 1620y1630, el cardenal Richclieu y el conde-duque de Olivares rcspectivamenteR, y en tiempos ms recientes me llev a emprender una comparncin sistemtica a gran escala ele Jos imperios espaol y britnico en Am-rica, para el cual sinri de prueba el artculo incluido en este volumen sobre colonizadores y colonizados (captulo VIIl) 9 Me gustara pen-sar que este trabajo estableci una relacin ms estrecha entre un cuarteto de mundos (el europeo y el americano, el espaiiol y el brit-nico) demasiado a menudo compartimentados, sin minimizar al mis-mo tiempo las numerosas diferencias entre ellos. En el captulo XI, sobre el eclipse del imperio en las Amricas espailola y britnica, in-tento identificar algunas de estas divergencias y buscar explicaciones para eIJas.

    Si estos ensayos exploran aspectos de estos cuatro mundos, a la vez parecidos y diferentes, tambin abordan otro que me ha interesado durante mucho tiempo: eJ del arte. Mi primera visita al Museo del Prado en el verano de 1950 fue una revelacin, sobre todo porque abri mis ojos a Ja grandeza de Vclzquez. Ya en una fase temprana de mis investigaciones me di cuenta de que el arte y la cultura eran parte integral de la historia que quera contar, pues el periodo que ha sido considerado tradicionalmente como el de la decadencia de Es-paa es tambin conocido como la edad de oro de sus artes creativas. No era fcil, sin embargo, ver cmo se poda alcanzar Ja integracin de est:'ls dos caras tan diferentes del siglo XVII hispnico. La naturale-za exacta de la relacin entre los logros culturales de una sociedad y su ventura (o desventura) poltica y econmica siempre ha sido escu-rridiza y el problema no haba ocupado seriamente mi atencin has-

    7 Sobre el mtodo comparado como instnnnento para poner a prueba hiptesis, vase William H. Scwcll,Jr., .. ~(are Bloch and the Logic of Comparativc Hisro1-y ... flis tory and 17ieory, 6 ( l 967), pp. 208-218.

    8 J. H. Elliott, Rir.l1f'litm ,,nrl Olfoarcs, Cambridge, Cambridge Univcrsit}' Prcss, 1984, rcimpr. 1991 [ Rid,,/if'1t y Olivares, tr.icl. Rafael Snchez Mantero, Barcelona, Crtica, 1984, reimpr. 2002).

    9 J. H. Elliott, E111/1ires oftlie Atlmitir. World: Britai11 nud Spain in Amcrira, 14921830, New Haven (Connccticut) }'Londres, Yalc Univcrsity Press, 2006 [Imperios rkl mundo atlntico: Espmia y Gmn Bl'f'lmia. en A mrim ( 1492-1830), trad. lldarta Balee lb, Madrid, Taurus, 2006).

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    PRUAC"JO

    ta que me traslad al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton en 1973. La pltjanza de la historia del arte e~ Princeton fue un acica-. te y me hizo c:mprcnd~r la importancia de ace.rcarne'al pasado a travs de .ms imgenes as como, ms convencionalmente, a travs de la palabra esci'ita.

    Tuve la fortuna de vivir en el vecindario del mayor experto en Velz-quez de Estados Unidos,Jonathan Brown. Despus de muchas gratas conversaciones sobre distintos aspectos del arte y la histona del arte en ]a Espaa del siglo XVII, ambos decidimos emprender un proyecto en colaboraciliada 2003 [ Uu /mlaiopari.ulrey. El Bur.nRr.timy la cort!eFepeIV, trad. Vicenle Lle ~,Mara Luisa Balseiro, Madrid, Taurus, 2003). ' .

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    Esl'AA, EUROl'A Y El. !>IUNOC> DE ULTRMWt

    Si hay un motivo conductor en los ensayos de este yolumen, espe-ro que se encuentre en mi aspiracin a relacionar y comparar. En lo:; ltimos aos, la proliferacin de investigaciones combinada con un grado excesivo de especializacin ha conducido a menudo a una re-duccin en los enfoques y a un nivel de concentracin en las minucias que hacen dificil apreciar las relaciones con el panorama ms amplio. An ms recientemente, y al menos en parte como reaccin, se nos han ofrecido estudios macrohistricos que recorre1 t de forma emo-cionante, aunque vertiginosa, continentes y pueblos a costa de algo de esa nitidez que slo se puede obtener con reconocimientos ms cercanos al suel.o~ Espero haber c;onseguido en estos ensayos cieno equilibrio entre ambas aproximaciones al abordar problemas que: creo de importancia e inters general y al mism~ tiempo anclarlos e~1 contextos histricos especficos conformados por el Liempo y el espa-cio. El distfoguid histriador francs Emmanuel L Roy Ladurie qasific una vezJos historiadores en paracaidistas y cazadores de uu-

    fas~ 1. Me gustara pensar en este volumen como en la obra de un pa-ra~aidista con uris cuan.tas trufas en su mochila.

    , 11 Cuando le ped a Ladurie Ja referencia hace algunos aos, no pudo recorclai'-la, pero me afirm que poda citarle con segu1idad (e.arta al autor~ -l de mayo d: 1999) .. Se trata del contraste entre Jos paracaidistas que realizan una banda en vastas areas de territorio, como los sold~dos franceses en Argelia en torno a 1960, y los buscadores de trufas que sacan a la luz tesoros enterrados.

    PRIMERA PARTE

    EUROPA

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    CAPTULO 1

    VNA EUROPA DE MONARQUAS COMPUESTAS

    E1 concepto de Europa implica unidad. La realidad de Europa, es-pecialmente tal como se ha desarrollado en los ltimos quinientos aos ms o menos, revela un grado acusado de desu_nin, derivado del establecimiento de lo que ha llegado a considerarse el rasgo ca-racterstico dt la organizacin poltica europea en contraste con la de otras civilizaciones: un sistema competitivo de estados-nacin te-rritoriales y soberanos. Hacia 1300 -escribi Joseph Strayer en un libro pequeo pero muy perspicaz- resultaba evidente que laform poltica dominante en la Europa occidental iba a ser el estado sobe-rano: el Imperio universal nunca haba sido ms que un sueo; la Iglesia universal se vea forzada a admitir que la defensa del estado individual tena prioridad sobre las libertades eclesisticas y las rei;. vindicaciones de la cristi'andad. La lealtad al estado era ms fuerte que cualquier otra y estaba adoptando para algunas personas (en su mayora funcionarios gubernamentales) ciertas connotaciones de patriotismo 1

    Aqu tenemos en fase embrionaria los temas que componen el programa de Ja mayor parte de la escritura de la historia en los si-glos XIX y xx sobre el devenir poltico de la Europa moderna y con-tempornea: el derrumbamiento de cualquier perspectiva de unidad europea basada en el dominio de un ((Impetio universal o una Igle-sia universal, seguido por el fricaso predeterminado de todos los intentos ulteriores de alcanzar tal unidad por medio de uno u otro de estos dos elementos, y el largo, lento y a menudo tortuoso proceso por

    1 Joseph S1rar1~r. Ori the MP-die11al Origins o/t/11: Modem Stat'-, Princeton (Nueva jer-sey), Princctoo Univcrsity Prcss, 1970 [Sohrt1 los orgn1e.f medieunles del Estado moderno, trad. Horado \';:que7. Rial, Barcelona, Ariel, 1981]. p. 57.

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  • EsPAA, EUROPA\' EL MUNDO l>E ULTRAMAR

    el cual algunos estados soberanos independientes lograron definir. sus fronteras territotiales (1~ente a sus Vf!cinos e imponer una autoridad centralizada sob~e sus poblaciones sbditas, mientras que al mis1no tiempo proporcion~ban un foco de l.ealtad a travs del establecimien-to de un consenso nacional que trascenda las lhltades locales.

    Como resultadp de este proceso, una Europa que en 1500 estaba compuesta de ccunas quinientas unidades polticas ms o menos it1Cle-pendientes se haba transformado hacia 1900 en una Europa de

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    desde un sector inesperado poco despus de la Segunda Guerra Muri-dial, cuando Fernand Braudel argument en 1949 que, con la reacti-\'adn econmica de los siglos xv y XVI, la coyuntura pas a ser con-sistentemente favorable a los estados grandes o muy grandes, a los ''supercstac.lus" que hoy se vuelven a considerar como la pauta parad futuro, del mismo modo que parecieron serlo brevemente a princi-pios del siglo XVIII, cuando Rusia se expanda bajo Pedro el Grande y se proyectaba una unin dinstica como mnimo entre la Francia de Luis XIV y la Espm1a de Felipe V".

    La idea de Braudel de que la historia es favorable o desfavorable alternativamente a extensas formaciones polticas no parece haber estimulado muchas investigaciones entre los historiadores econmi-cos y polticos, acaso por la dificultad inherente de cakular el tamailo ptimo ele una unidad territorial en un momento histrico dado. Tampoco las implicaciones de la recuperacin de la idea imperial por parte de Carlos V, sobre cuya importancia insisti Frances Yates, pa-recen haber sido aceptadas del todo por los historiadores del pensa-miento poltico5 Las ideas sobre el estado territorial soberano siguen siendo el principal foco de atencin en las visiones de conjunto sobre la teora poltica de la edad moderna, a expensas de otras uadiciones que se ocupaban de formas alternativas de organizacin poltica des-pus consideradas anacrnicas en una Europa que haba vuelto las espaldas a la monarqua universa}ri y haba subsumido sus particula-rismos locales en estados-nacin unitarios.

    Entre estas formas alternativas de organizacin poltica, una que ha suscitado especial inters en los ltimos a11os ha sido el estado compuesto 7 Este inters debe ciertamente algo a la preocupacin

    " Fernand Brauclel, la Mdite1ra11e et le monde mditcrranim a l'poque de Pliilippe ll, 2 vols. Pars, A. Colin, 1949 [El iHediterrneo y el mundo mediterrneo m la poca de Felipe IJ, u-ad. Mario Monteforte Toledo y Wenceslao Roces, 2 vals., Mxico, Fondo ele Cul-tura Econmica, 1980], p. 508. .

    5 Frances Yates, Charles V and the Idea of Empire .. , en su Astraea: Tlle I111peti

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    del recin conquistado reino de Navarra una adquisicin tan exce-lente pa~ Fernando.el Catlico1:1. Sin embargo, fa contigidad y la conformidad no llevaban necesariamente por s mismas a la unin integral. La Navarra espaola sigui siendo en muchos aspectos un reino aparte y no. conoci transformaciones c1e envergadura en sus leyes, costumbres e instituciones tradicionales hasta ~841. . . Segn el jurista espaol del siglo xvujuan de Solorzano Pereua, haba dos maneras en que un territorio recin adquirido poda unir-se a los otros dominios de un rey. Una de ellas era la unin ccacceso-ria, por la cu'alun r~in.o o provincia al~untarse con otro pasaba a c9nsiderarsejutjclicamente como parte mtegral suya, de modo. que ss habitantes disfrutaban de los mismos derechos y quedaban stuetos a las mismas.leyes. El ejemplo ms destacado.de este tipo de unin dentro dela monarqua hispnica lo proporcionan las Indias espao-:J~, qu~ fuero~i~corporadasjurdicamente a la c~rona de Castilla. La incorporacin de Gales a Inglaterra por med10 de las llamadas Acw de Unin (.U~ion4cts) de 1536y1543 tambin podra conside-rarse una unin accesoria. . Adems haba, segn Solrzano, la forma de unin conocida como asqueprincipaliter, bajo la cual los reinos constitu~entes c~n~nuaban

    .. despus de su unin siendo tratados como enudade.s .d1st~ntas, de modo que conservaban sus propias leyes, fueros y pnv1leg1os. Los

    reinos se han de regir, y gobernar-escribe Solrzano-,.como si el rey que los tienejuntos,10 fuera solamente de cad~ u~o ~e.ellos,,1-1. La mayora de los reinos y provincias d: la mon~rqma 111~p~~1ca }~\.ragn, Valencia, el principado de Cataluna, los re~nos de S1~1ha y Na_?o-les y las diferentes provincias de los Pases BaJOS) enca.iaban .ma~ o menos dentro de esta segunda categora16 En todos estos terntonos

    ---;;-Francesco Guicciardini, Legur.io11e diSpagna, Pisa, 1825,.pp. 61-62 (carta XVI, 17 de septiembre de 1512). . . . ,

    14 Juan de Solrzano y Pereira, Obras posthumas, Madnd, 1776 . pp. 188-18_9:Juan de Solrzano y Pereira, Potica indiana, Madrid, 1647, reed. Madnd, C~~pama l~b~-

    . d p bl'icaciones 1930 libro IV, cap. 19, 37. Vase tambaenj. H. Elh-roamencana e u ' ' 98 1640 C b d The Revolt o/ the Catalans: A Study in the Decline of Spaan 15 - , a~ 11 ge, ott, 'd U . 'ty Press 1963 p. 8 [la rebelin de los catalanes. Un est11dw sobre !a Cambn ge mven1 M d 'd s

    _J_ J. Esh - (111:98-1640) trad. Rafael Sanchez Mantero, a n , 1g o XXI, dec~" ut: rana ,., ' ~ '11 p bl' . 977 141. FJ d Ayal 'deaspulticas de juan deSolnano, JeVl a, u acanones 1 ' P ' . aVJer e a, '' . 946 5 de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de SeV1lla, 1 cap. . .

    . 1s El reino de Npoles era en cierto 111odo una anomala, pues ~onsutma ~u te de la herencia aragonesa medieval, pero tarnbin haba sido conqmstado en uen~pos ms recientes a Jos franceses. En la pr~ctica era clasificado dentro de la categuna de aeque principalittr.

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    UNA EUJlOl'A 1>1:: MONARl,,!Ulti CllMl'lJESTAS

    se esperaba del rey, y de hecho se le impona omo obligacin, que mantuviese e] estatus e identidad distintivos ele cada t10 de ellos.

    Es Le segundo mtodo de unin posea ciertas ventajas claras tanto para gobernantes como para gobernados en las circunstancias de Ja Europa moderna, por ms que Francis Bacon abundara en sus insu-ficiencias posteriormente en A BrieJDiscourse Touching the Flappy Union o/ the Kingdoms o/ England and Scotland16 [Breve discurso sobre la feliz unin de los reinos de Inglaterra y Escocia]. De las dos recomenda-ciones ofrecidas por Maquiavelo en sus lacnicos consejos sobre el tratamiento que hay que dar a ]as repblicas conquistadas, cca1n1inar-las)) o si no cdr all a habitar personalmente, Ja primera resultaba desventajosa y la segunda impracticable. No obstante, tambin pro-pona d':jar a los estados conquistados vivir con sus leyes, exigiiido-les un tributo e instaurando un rgimen oligrquico que os los con-serve amigos 17 Este mtodo era la consecuencia Jgica de la unin aeque principalitery fue empleado con considerable xito por los Aus-trias en el transcurso del siglo XVI para mantener unida su inmensa monarqua hispnica.

    La mayor ventaja de la unin aeque principaliterera que, al garanti-zar la supervivencia de las instituciones y leyes tradicionales, haca ms llevadera a los habitantes la clase de transferencia territorial que era inherente al juego dinstico internacional. No hay dtida de que a menudo se produca inicialmente un considerable resemimienco al eucontrarse subordinados a un soberano extranjero ... Sin embargo, la promesa del soberano de observar las leyes, usos)' costumbn~s tra-dicionales poda mitigar las molestias de estas transacciones dinsLicas y ayudar a reconciliar a las lites con el cambio de se11ores. El respeto de las costumbres y leyes tradicionales supona en particular la per-petuacin de asambleas e instituciones representativas. Dado que los soberanos del siglo XVI estaban habituados en general a crabajar con tales organismos, no se trataba en s de un obstculo insuperable, aunque con el tiempo poda acarrear complicaciones, como sucedi

    16 Francis Bacon, A Brief Discourse Touching the Happy Un ion of che King-doms of Eugland and Scotlancl, en Tlle Wcnks of Frmu:is Bacon, ed.James Spedding, 14 vols., Londres, Longman, 1857-1874, X, p. 96.

    17 .. Qzwntlo quelli stati clie s 'acquistano, come e dello, sono consueti a viven! con le loro

    leggi: e in liberta, " voledi limere; ci sono tre mocli: el primo, ruinar/e,- l 'altro, mularvi lld llbitare pmotialmtmle; el terzo, lasciarle vivere con le s11a legge, tratmdone una pensione e crta1lduvi clre1Uu unu slato di poclii che le le conservi110 amicJie,., Machiavelli, //Prncipe [Maquiavelo, El 11i11dpi:], cap. 5.

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    con la unin de las coronas de Castilla y Aragn. Las restricciones de las instituciones tradicionales sobre la realeza crai1 mucho ms fuertes en los territorios aragoneses que en la Castilla del siglo XVI, tanto que para una corona acostumbrada a una relativa libertad de accin en una parte de sus dominios lleg a hacerse difcil aceptar que sus po-deres eran considerablemente limitados en otra. La disparidad entre los dos sistemas constitucionales tambin favoreca los roces entre las partes constituyentes de la.unin cuando la expresin lleg a ser una creciente dispa1idad entre sus respectivas contribuciones fiscales. La dificultad para extraer subsidios de las cortes de la corona de Aragn convenci lgicamente a los monarcas para dirigirse cada vez ms a menudo a las cortes de Castilla en busca de ayuda financiera, que resultaban ms dciles a la direccin real. Los castellanos llegaron a sentirse molestos por la mayor carga fiscal que se les peda soportar, mientras que los aragoneses, catalanes y valencianos se quejaban de la frecuencia cada vez meno: con que se convocaban sus cortes y te-man que sus constituciones estaban siendo subvertidas en silencio.

    A pesar de todo, la alternativa, que consista en reducir los reinos recin unidos al estatus de provincias conquistadas, era demasiado arriesgada para ser contemplada por la mayora de los soberanos del siglo XVI. Pocos diiigentes de la edad moderna estuvieron tan bien situa-dos como Manuel Filiberto de Saboya, quien, tras recuperar sus tenito-rios devastados por la guerra en 1559, se encontr en posicin de co-menzar la construccin de un estado saboyano casi desde cero y leg a sus sucesores una tradicin burocrtica centralizadora que hara ele Saboya-Piamonte un estado excepcionalmente integrado, al menos para lo habitual en la Europa moderna18 En general pareca ms seguro, a la hora de tomar posesin de un nuevo reino o provincia que funciona-ba razonablemente, aceptar el statu quoy mantener la maquinaria en marcha. Algunas innovaciones institucionales podan ser factibles, como la creacin de un Consejo Colateral en el reino espailol de Npoles 19, pero era primordial evitar la alienacin de la lite de la provincia con la introduccin de demasiados cambios excesivamente pronto.

    Por otro lado, cierto grado inicial de integracin era necesario si el monarca pretenda tomar control efectivo de su nuevo territorio.

    18 Para un breve resumen sobre el destino del Piamonte y sus instituciones repre-sentativa.'I, \'asc H. G. KoenigsberJ

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    EsPAA.; EUROl'A Y El. MUNDO DE ULTfiAMAA

    En los .nivel~s inferiores de la administracin la concepcin patr> monial de los cargos e~la Europa moderna haca difcil sustituir a los funcionarios existentes por otros que pudieran ser considerados ms leales al nuevo i;gimen. Adems, bien poda haber estrictas reglas constitucionales que gobernaban los nombralnientos, como ocurra en partes de la monarqua hispnica. En la corona de Aragn las leyes y constituciones prohiban la designacin de funcionarios no nativos y regulaban el tamao de la burocracia. Tambin en Sicilia los cargos seculares estaban reservados a los natura.les de la isla22 En la I calia continental la corona tena ms margen de maniobra y fue posible la infiltracin de funcionarios espafloles en la administracin de 'Miln y Npoles. Con todo, aqu, al igual que en todas partes, no haba al-ternativa a una fuerte dependencia de las lites provinciales, cuya

    lealtad slo se poda conseguir y conservar median ce el patronazgo. .Esto daba a su vez a las lites provinciales, como la de Npoles23 , una influencia sustancial, que poda utilizarse por un lado para ejercer presin sobre la coron~ y por otro para ampliar sil dominio social y econmico sobre sus propias comunidades.

    Esto indica cierta fragilidad respecto a las monarqtas compuestas, la cual obliga a plantear preguntas acerca de su viabilidad a largo pla-

    .. zo. No cabe la ms ninima duda de que para todas ellas el absentismo rearconstitua un grave problema estructural, que ni siquiera el vigor itinerante de aquel viajero incansable que fue Carlos V pudo resolver del todo. Ahora bien, las constantes quejas de los ca~alanes y aragone-

    s~s del siglo XVI de que se vean piivados de la luz del sol24 , aun siendo seguramente expresin de un sentimiento legtimo de agravio, pue-den tambin ser consideradas tiles estrategias pa:m obtener mC:is de

    . aquello que apetecan. A los catalanes, al fin y al cabo, como miembros de uha confederacin medieval, no les era desconocida la realeza ab-

    22 H. G. Koenigsberger, Tht Govemment of Sicily unckr Philip ll o/ Spain: A St mly in the Practice o/ Empire, Londres, Staples Pr~ss, 1951 [existe versin espaola de la edn. rev., La prctica dtl imperio, trad. Graciela Soriano, Madrid, Alianza, 1989], pp. 4 7-48.

    2! Rosario Villari, La rivolta antispagtrola a Napoli: le origini ( 1585-1647), Bari, La~ terza, 1967 [La revuelta antit$paola en NrJpoles. Los orgenes ( 1585-1647), trad. Fernan-do Snchez Drag, Madrid, Alianza, 197g]. La medida en que la vieja nobleza conser-

    . v su dominio despus de la revuelta napolilana de 1647-1tl48 c:s a(m tema de -discusin. Vase especialmente Pier Luigi Rovito, ocLa rivoluzione costituzionale a Na-

    poli (1647-1648), Rivistti Storica Jtalian

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    locales por la cultura y la lengua de una corte dominante: en fecha tan temprana como 1495 un aristcrata aragons que traduca un libro del cataln al castellano se r~fera a este ltimo como el idioma de nuestra Hyspa1fa,,2s. Con todo, Espaa, aun siendo capaz ele des-pertar lealtad en determinados contextos, continu lejana en compa-racin con lac; realidades ms inmediatas ele Castilla y de Arngn.

    Ahora bien, el sentido de identidad que una comunidad tiene ele s misma no es ni esttico ni uniforme29 La fuerte lealtad a la comu-nidad natal (la pal1iadel siglo XVI)~ no era incompatible de por s con la ampliacin de la lealtad a una comunidad mayor, con tal de que las ventajas de la unin poltica pudieran ser consideradas, al menos por grupos influyentes de la sociedad, de ms peso que las desventajas. Aun as, la estabilidad y las perspectivas de supervivencia de las mo-narquas compuestas del. siglo XVI, basadas en una aceptacin mutua y tcita de las partes contratantes, seran puestas en peligro por el rumbo tomado por algunos acontecimientos en el transcurso de la centuria. En potencia, el ms alarmante fue la divisin religiosa de Europa, que enfrent a los sbditos tanto contra el monarca como entre s. Si bien los grandes cambios religiosos del siglo constituyeron una amenaza para todos los tipos de entidad poltica, los estados com-puestos ms extensos estuvieron especialmente expuestos, aun cuan-do la comunidad polaco-lituana, fortalecida por la Unin de Lublin en 1569 y fundamentada en un alto grado de consenso entre la aris-tocracia, cape con xito el temporal. La conciencia de este peligro alent a los Habsburgo austriacos de finales del siglo XVI en su b1s~ queda cada vez ms desesperada de una solucin ecumnica a los problemas de la divisin religiosa, un remedio que no slo reuniera a una cristiandad escindida, sino que tambin salvara su propio patri-monio de una desintegracin irreversible.

    28 Citado en Alain Milhnn, C'.oln .v su mentalidad mesinica m el ambienlf' Jrmici.u:a! nisla ,..spmio~ Valladolid. Casa-Museo de Coln, 1983, p. 14.

    29 Para una esLimulante discusin sobre el carcter polifactico ele un sentido de identidad en el proceso ele construccin de estado en Europa, ''asc Petcr Sahlins, Bormdmcs: Thc 1\.f al1ing of Fra11r~ nnd Spain in ti~ P)rmir.cs, Berkeley (California), U ni versity of C..alifornia Press, 1959 [Fnmteres i identilnts. Lafor111acid"Es/mn.va iFrrmfa a la Cmltmya, sf'gk.t xm-x1x, trad. carnlanajordi Argent, Vic, Eumo, 1993]. esp. pp. 110. 113.

    30 Vase J. H. Ellioll, .. Rcvolution ami Continuity in Early Modcrn Europe, en Past a11dP,"tSenl, 42 ( 1969), pp. 35-56, rcimpr. en Spnin and its World, 150().1700, Nc\v Haven (Connecticut) y Londres, 1989 [ Revolnc!n y continuidad en la ~uropa mo-~erna, en Espaa y srt mundt1 ( 1500.1700), trnd. Angel Rivero Rodr~cz y Xavicr Gil: Pujol, Madrid, Taurus, 2007}. cap. 5.

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    UNA EUROl'A llE MONAAQUWi COMrUE.\TAS

    Los cambios religiosos del siglo XVI sumaron un nuevo componen-Le, extremadamente delicado, a aquel conjunto de elementos (geo-grficos, histricos, institucionales y, eri algunos casos, lingsticos) que contribuy a constituir el sentido colectivo de la identidad de una provincia con relacin a la comunidad ms amplia del estado. compuesto y al territorio dominante dentro de l. El protestantismo agudiz el sentido de identidad distintiva de unos Pases Bajos siem-pre conscientes de las diferencias que los separaban de Espaa, del mismo modo que lo hizo el catolicismo entre una poblacin irlande-sa sometida al rlominio ingls protestante. As pues, las presiones desde el centro para conseguir la conformidad religiosa tendan a provocar reacciones explosivas en comunidades que, por una razn u otra, sufran Y" la sensacin de que sus identidades corran peligro .. Cuando se produca el estallido, los rebeldes podan albergar la esperanza de aprovechar la nueva red internacional de.alianzas con-fesionales para obtener ayuda exterior. En esto los gobernantes de estados compuestos muy extendidos eran extremadamente vulnera-bles, pues las provincias alejadas bajo control imperfecto (como los Pases Bajos e Irlanda) ofrecan oportunidades tentadoras para la intervencin extranjera. '

    Las consecuencias de la nueva dinmica religiosa del siglo XVI no se limitaban a las provincias perifricas ansiosas por conservar sus identi-

    d~des distintivas frente a las presiones del centro. Castilla e Inglaterra, estados ambos que constituan el ncleo de monarquas comp4estas, avivaron sus propias identidades distintivas durante los trastornos reli-giosos del siglo XVI y desarrollaron un sentido agudo y combativo de su lugar excepciona 1 en los designios providenciales de Dios. Al contribuir a definir su propia posicin en el mundo, su agresivo nacionalismo religioso tuvo un impacto inevitable sobre las relaciones en el interior de las monarquas compuest;as de las que formaban parte. LaS resp~nsabilidades extraordinarias conllevaban privilegios extraordinarios. Los castellanos, escriba un cataln en 1557, "valen ser tan absoluts, i tenen les coses propies en tan, i les estranyes en tan poc que sembla que sn clls sois vinguts del cel i que la resta, deis homes s lo que s eixit ~e la terra (quieren ser tan absolutos, y tienen sus propias cosas en tanto, y las ajenas en tan poco, que parece que ellos han venido del cielo y que el resto de los hombres es lo que ha salido de la tierra )!11

    31 Cristofol Desp11ig, citado en Elliott, Reuo ofthe Cnlalaus, p. 13 [La 1?/Jelin de los catalanes, p. 16] .

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  • EsPAA, EUROPA Y EL MUNUO DE ULTRAMAR

    El sentido de autoimportancia creci, tanto en Castilla como en Inglaterra, con la adquisicin de un imperio de ultramai; una indica-cin adicional de favor divino. Los castellanos, al conquistar las Indias y reservarse los beneficios para s mismos, aumentaron enormemen te su propia riqueza y poder con relacin a los' otros reinos y provin-cias de la monarqua hispnica. Tambin los ingleses, al hacerse con sus colonias americanas, ensancharon la distancia que les separaba de los escoceses y los irlandeses. Los reyes de Escocia haban intenta-do anteriormente oponerse a las demandas inglesas de una corona

    imp~rial con la.adopcin de una propia52; en el siglo xvu, a medida que la idea de imperio lleg a incluir la posesin de dominios de ultramar, los proyectos de colonizacin escoceses en el Nuevo Mundo podan servir para reforzar la demanda del imperio en su nuevo y ms moderno sen.tido. En general, el imperialismo y la monarqua compuesta no hacan buenas migas. La posesin de un imperio de \lltramar por una parte de una unin animaba a pensar en tnninos de dominacin y subord~nacin de un modo que iba contra la entera cl)cepcin de una monarqua compt testa unida aeque principaliter''.

    All donde uria parte componente de una monarqua compuesta no slo es evidentemente superior a las otras en poder y recursos, sino adems se comporta como que lo es, las otras partes tendrn la sen-sacin natural de que sus identidades se hallan bajo una amenaza cada vez mayor. Es lo que sucedi en la monarqua hispnica en el . siglo XVI y principios del XVII, cuando con relacin a Castilla se vieron eri una creciente desventaja los dems reinos y provincias. La preocu-pacin aument por los comentarios amenazantes o despectivos de castellanos en altas instancias y por el reforzado control castellano

    sobre la administracin despus de que en 15_61 la c:orte se establecie-ra definitivamente en Madrid. Las necesidades financieras de un rey que tenda a ser visto cada vez ms como exclusivamente castellano eran tambin fuente de creciente inqui~tud. Incluso donde, como en la corona de Aragn, la existenfia de asambleas e instituciones repre-sentativas actuaba como un freno eficaz sobre las nuevas iniciativas fiscales, haba una desconfianza generalizada y comprensible sobre las intenciones de Madrid a largo plazo. Los reinos que teman el

    s2 Estoy agradecido a David Stevenson por sus orientaciones sobre este punto. ss Comprese con la equipar&\cin c:ntre italianos e indios realizada por un mi nis-

    tro de Felipe 11, citado en Koenigsberger, Government of Sicily [La prctica del i111p1:1io], p.48.

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    menoscabo de sus libertades escudriliaban cada movimiento de los funcionarios reales que pudiera interpretarse como una violacin de sus leyes y reforzaban sus defensas constitucionales dondequiera que les fuera posible. No es casualidad que el famoso jramento de lealtad aragons .. medieval, con su rotunda frmula ccSi no; no, fuera en realidad una invencin de mediados del siglo XVI :1-1. Los juristas de Aragn, como los ele otras partes de Europa'5, estaban muy ocupados con el redescubrimiento o invencin de constituciones y leyes tradi-cionales. Las alteraciones de Zaragoza en 1591 fueron la revuelta de una lite dirigente, o una seccin de ella, que busc y encontr la justificacin para su resistencia a la corona en la defensa de sus justas (pero no siempre jusramente interpretadas) libertades aragonesas.

    La respuesta de Felipe II ante este levantamiento se enmarc en un comedimiento que sin duda deba algo a su prudencia natural, reafirmada por la experiencia de la rebelin de los Pases Bajos en la dcada de 1560, pero que tambin parece expresar las actitudes mo-rales y din

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    EsrAA, EUKOl'A ,. E.L MllNUO DE. ULTRAMAR

    Es significativo que sir Henry Savile, al considerar en 1604 en su anlisis de los proyectos dejacobo 1 para la unin angloescocesa una serie de ejemplos histricos (Lituania y Polonia, Noruega y Suecia, Aragn y Castilla, Bretafia y Francia, y Espaa y la Inglaterra de Mara Tudor), seleccionara Ja unin entre Castilla y Portugal como en mi opinin la ms parecida a la nuestra38 Aunque a duras penas fuera el tipo de unin perfecta al que aspirabajacobo I, una unin dins-tica, aeque principaliter, que conservaba las identidades distintas de los reinos juntados, segua siendo la forma de unin ms fcil de conse-guir, y su medida integracionista de mayor alcance (la abolicin de barreras aduaneras) result ser tan imposible de mantener en el caso escocs como en el portugus'9

    La prueba de la realeza a partir de entonces, y Jacoho 1 fue lo bas-tante sabio para comprenderlo, era buscar cualquier oportunidad para inducir a los dos reinos en unin hacia una mayor uniformidad (en legislacin, religin y gobierno), mientras que se trabajaba, por enci-ma de todo, para suprimir la hostilidad mutua que acompaaba a toda unin de estados independientes. Esta misma poltica pragmtica sera seguida por Luis XIII en la unin de Barn con Francia en 16204 y concordaba en gran medida con el pensamiento contemporneo ela-borado dentro, y acerca, de la monarqua hispnica. Tericos como Giovanni Botero, Tommaso Campanella y Baltasar lamos de Barrien-tos dedicaron muchos esfuerzos al problema de cmo conservar una monarqua compuesta y prepararon abundantes propuestas, tales como los matrimonios mixtos entre las noblezas y una distribucin equitativa de los cargos, que conduciran a una '~usta correspondencia y amistad entre los pueblos de Espaa y les hara posible familiari-zarse los unos con los otros"1 Esta idea de familiarizar>)"2 a los pue-blos de la monarqua hispnica entre s sera retomada por el conde-duque de Olivares, con el fin de acabar con lo que llamaba la sequedad

    ss Sir Henry Savile, .. Historicall Collections .. , rcimpr. en 711t Jacobean Uni

  • EsPAA, EUROl'A Y EL MUNOO DE ULTRAMAR

    Por e1~cima de todo, la guerra y la depresin econmica parecan reforzar los argumentos a favor de la concentracin del poder. Haba que movilizar recursos, dirigir la actividad econmica y aumentar los ingresos de la corona para pagar los gastos de defensa. Todo ello converta un supe1ior grado de unin en la ord'en del da. Para Michel de Marillac, canciller de Francia bajo ~uis XIII, y probablemente tambin para el cardenal Richelieu (al menos hasta que le parecieron entrar dudas en la dcada de 1630)49 , haca falta ampliar el sistema de los pays d'lections a los pays d'tats. Para Olivares, siempre listo con su

    ~orism'o Multa:regna, sed una lex, Muchos reinos, pero una ley50, la diversidad legal e institucional de los reinos de la monarqua hisp-nica representaba un impedimento intolerable para sus planes de potenciar al mximo los recursos y conseguir la cooperacin militar entre aquellos que era esencial para la supervivencia.

    Las medidas en direccin a una estructura estatal ms unitaria, . e:on la unin concebida primordialmente en trminos de uniformi-dad. de religin, leyes e impuestos,justificaban la advertencia profe-rii)a por Bacon de que el apresuramiento forzado perturba el tra-bajo y no lo despacha61 Al dar la impresin de desafiar a los reinos y provincias perifricos en su punto ms sensible, su sentido de iden-tidad distintiva, tales pasos desencadenaban movimientos contrarre-volucionarios, sobre todo en las monarquas britnica e hispnica. El conde de Bedford, por ejemplo, se mostr consciente.de los para-lelos entre las revueltas de Escocia y Pormgal52 stos, naturalmente, no eran del todo exactos. La religin, aunque desempeil su parte en la rebelin de Portugal (as como en la contempornea de Cata-lua contra el gobierno de Olivares), no estaba en disputa como en Escocia. No obstante, la revuelta de los escoceses contra el gobierno de Carlos 1 fue algo ms que un mero conflicto religioso. Fue en esencia un levantamiento para defender la integiidad de una comu-nidad histrica, hasta cierto punto idealizada, que se senta en peli-gro de muerte por las acciones de un socio ms poderoso, con el que haba estado unida con cierta molestia en tiempos recientes. En este aspecto fundamental guardaba un estrecho parecido con la rebelin portuguesa.

    49 Vase R.J. K.necht, fflchelieu, Londres, Longman, 1991, pp. 139-141, para un panorama breve y equilib~do del debate sobre las intenciones ele Richelieu.

    50 Elliott, Count-Duke o/ Olivares, p. 197 [El conth-duque de Oliuares, p. 232]. SI Bacon, BriefiDiscourse, p. 98. &2 Russell, Fallo/ the British Monarthies, p. 240.

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    Las monarquas compuestas basadas en una dctil unin dinstica, aeque print:ipaliter, slo podan tener esperanzas de sobrevivir si los sistemas de patronazgo se mantenan en funcionamiento meticulosa-mente y si ambas partes se atenan a las reglas bsicas establecidas en el acuerdo original de unin. En ambos aspectos los gobiernos de Felipe IV y Carlos l haban fracasado desastrosamente. Haban trazado, por razones buenas o malas, programas polticos dictados por una serie de prioridades que tena ms sentido en Madrid y Londres que en Lisboa y Edimburgo, respectivamente. Luego, al no mantener abiertas lneas adecuadas de comunicacin y patronazgo, se haban visto privados del conocimiento local necesario para evitar errores de ejecucin desastrosos. Una vez cometidos esos errores, el nmero de op~iones qued reducido a dos: o bien la retirada, o bien una unin de conquista e integracin al estilo de Bohemia, en la que se impona con la fuerza de las armas un grado mayor o menor de uniformidad .

    En sus relaciones con Escocia, Carlos 1 se vio obligado a una humi-llante retirada, mientras que el posterior intento de Cromwell de una unin integracionista por Ja fuerza, concebida para producir la con-formidad legal y religiosa entre los reinos britnicos, no logr sobre-vivir a su propio rgimen. Es ms: destruy cualquier futura perspec-tiva de una clase de unin tan completa al reforzar precisamente el sentido ele identidades separadas de escoceses e irlandeses que Cromwell se haba afanado en erradicar a toda costa53 En la pennsu-la Ibrica, Castilla, el estado ncleo, tambin result ser igualmente incapaz ele imponer una solucin integradora permanente por la fuerza de las armas y los resultados fueron semejantes. Catalua, des-pus de doce ai1os de separacin, reanud su lealcad, pero con los mismos derechos constitucionales que antes del conflicto. Portugal, con la ayuda en distintos momentos ele franceses, holandeses e ingle-ses, resisti veintiocho afias de guerra hasta alcanzar su independen-cia definitiva respecto de Castilla. En ambos casos, el sentido colecti-vo de una identidad distinta se haba reforzado por las experiencias

    55 H. R. Trevor-Roper, .. The Uni9n of Britain in the Sevemeemh Century .. , en su Rtligion, tite &fonllation a11d Social Clumge, and Othe1 Essays, Londres, Macmillan, 1967 [ uLa Unin de Gran Bretaa en el siglo XVII, en Religin, reforma y cambio social y olros ensayos, trad. Estrella Oliv.in y Joaqun Vidal, Barcelona,Argos-VergarJ, 1985], p. 464. Por otra parte, como me ha indicado John Robertson, la Conquista .. cromwelliana facilit en algunos aspectos la posterior unin de las coronas, sobre todo al eliminar lasjuiisdicciones hereditarias independientes de la alta nobleza y alentar un ambien-te donde los escoceses podran reevaluar los argumentos pare\ la unin.

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    y recuerdos compartidos de la opresin castellana y la lucha por la supervivencia. :

    El desastroso fracaso del experimento de Oliva~es para una integra-cin ms estrecha de los reinos y provincias de la pennsula Ibrica pareca justificar la sabidura del planteamiento tradicional de los Habsburgo sobre los derechos y privilegios provinciales. Res.ulta sig-nificativo que una generacin ms joven formada en la escuela de Olivares (figuras como el obispo juan de Palafox y el diplomtico y hombre de letras Diego Saavedra Fajardo) insistiera ahora en el reco-nocimiento de la diversidad como condicin necesaria del buen go-bierno. Si Dios _:_segn argumentaban- haba creado provincias que eran naturalmente diferentes las unas de las otras, era importante que las leyes por las que eran gobernadas se ajustaran a su carcter distintivoM. Ac; pues, el argumento basado en la naturaleza, que haba sido utilizado en pro de la unin por Bacon a principios del siglo XVII, era ahora empleado a mediados de la centuria a favor de la aceptacin de la diversidad por parte de los tericos espaoles.

    Con todo, la continua diversidad comenzaba a parecer un costoso lujo en un sistema de estados competitivo donde el ms poderoso de ellos, Francia, era tambin el ms unido. La Francia del siglo XVII

    _comparta en la prctica muchos de los problemas de las monarquas ms evidentemente compuestas. Sin embargo, una vez se hubo res-taurado la unidad religiosa y la corona hubo superado los trastornos de mediados de siglo, estaba bien situada para atar ms corto al centro a las provincias periflicas. Gran parte de este proceso de unificacin nacional fue alcanzado mediante el hbil uso del patronazgo, como en Languedoc"5, pero Luis XIV adopt en su tratamiento de las pro-vincias recin adquiridas una lnea consdente de afrancesamiento poltico, administrativo y cultural. Con el fin de afianzar mis conquis-tas con una unin ms estrecha a mis territorios ya existentes, escri-bi en sus memorias, intent establecer en ellas las costumbres francesas 56 Esta poltica, nunca tan sistemtica como sugieren sus

    5'I Diego Saavcclra F~jarclo, Emprr.sns /mllirtlJ. ldeti de 1m J11'i11ri/1f! /10/tir.o-r.ri.ftiano, ed. Quintn Aldea Vaquero, 2 vols., Madrid, Editora Nacional, 1976, 11, p. 614 (em-presa 61 );Juan ele Palafox y Mf.'ndo1.a, ~Juicio interior y secreto de la monarqua para m solo, apndice a Jos Mara.Jover, .. sobre los conceptos de Monarqua y nacin en el pensamiento poltico espailol del siglo xvn .. , Ctuzdemos de Historia de fa/Jaiin, 1'3 (1950), pp. 138-150. . . r

    55 Vase William Beik, A/Jsoluti.ott and Sncict_v in Sevcnte.n1th-Cmt11ry Fn;znr.e: Stat,.Prmlt!' mulProvi11rialA1it1.rar.y in /.nngul'nc, Cambriclge, Cambridge University Prcss. 1985 ... _

    56 Citado en Sahlins, Bomrdmir.s [Fronlerr.t), p. 117.

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    UNA EuRorA m: MONARQUIAs COMPllFSli\S

    memorias, tuvo mejores res~tltados en algunas provincias que en otras. En el Flandes b

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    dinasta borbnica en 1700 y el subsiguiente rechazo de los catalanes, aragoneses y valencianos a aceptar su legitimidad para crear una si-tuacin en la que la abolicin de los arreglos constitucionales tradi-cionales de la corona de Aragn pudi.era volver a ser conte~1plada seriamente por Madrid.

    En Escocia Carlos II recurri a las bien probadas tcnicas de patro-nazgo, tan efi~azm.ente empleadas por su abuelo J acobo VI y 1, pero no poda ava~~r ms lejos6'. Como en Espaa, el C

  • F-'iPAt\, EurmPA " EL MUNflO llE Ul.TRAMAK

    (otro miembro de una unin contigua) ms conformidad con Ingla-terra que Portugal con Espat'la? Era inevitable la permanencia de la unin de Escocia con Inglaterra de un modo que la de Portugal con Espaa no lo era? Se dira que cuesta trabajo creerlo.

    Si consideramos el carcter general de la Europa moderna, con su profundo respeto por las estmctu1!1s corporat,ivas Y.Pr los derechos, privilegios y costumbres tradicionales, la unin de provincias entre s aeque jnincipaliterparece encajar bien con las necesidades de los tiem-pos. La misma falta de rigidez de la asociacin era en cierto sentido su mayor fuerza. Permita un alto grado de autogobierne local conti-nuado en un periodo en que los monarcas simplemente no se halla-ban en posicin de someter reinos y provincias perifricos a un estric-to control real. Al mismo tiempo, garantizaba a las lites provinciales el disfmte prolongado ele sus privilegios existentes, combinado con los beneficios potenciales que se derivaran de su participacin en una asociacin ms amplia.

    El punto hasta el que tales beneficios se materializaron en realidad vari de una unin a otra y de un periodo a otro. En cuanto a seguri-dad militar y provecho econmico, lasventajas para Portugal de su unin con Castilla parecan mucho mayores a la generacin de 1580 que a la de 1640. Las esperanzas depositadas por las lites provinciales en un aumento de las oportunidades econmicas y un continuo fhtjo de cargos y honores se vieron defraudadas demasiado a 1nenudo, pero los atractivos de la corte y de una cultura rival dominante las podan convertir en cmplices vol untados en Ja perpetuacin de una unin de la que todava esperaban cosas mejores. Las presiones para Ja per-petuacin, de hecho, podan proceder en igual o mayor medida de las lites provinciales que del gobierno central. Incluso si llegara el desengao, como a menudo s~ceda, a qu otra parte iban a ac.udir?. Como las provincias septentrionales de los Pases Bajos descubrieron durante los primeros aiios de su lucha contra Espaa, los movimient~s secesionista5 que terminaban en alguna forma de.repblica eran mi-t radas con recelo en el mundo monrquico de la Europa moderna.! Una de las razones del xho de la revuelta lusitana fue que Portugal, en la persona del duque de Braganza, tena un rey potencialmente legtimo a la espera. . . .;

    En la medida en que la perpetuacin de estas union~s depen~f ~ tambin del demento disuasivo.de la coaccin, los soberanos de los reinos mltiple~ posean una ventaja sobre los de reinos simples por los recursos adicionales cielos. que se podan senrir en los casos q;~

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    UNA EUROrA l>E MONAAQUIAs C'.OMl'UFSTAS

    emergencia. Las fuerzas de 4n reino podan utilizarse para sofocar disturbios en otro: las reservas militares y financieras de Castilla: ayu-daron a Felipe II a mantenerel control sobre Npoles y Aragn, las de Inglaterra permitieron a ls Tudor persistir en sus costosos inten-tos de. reforzar su dominio en Irlanda y los Habsburgo austriacos pudieron hacer uso de sus tierras patrimoniales para continuar ejer- ciendo presin sobre los magi~res~ Las monarquas mltiples ofrecan mltiples oportunidades adems de mltiples limitaciones.

    La prueba de la calidad ~e los estadistas entre los gobernantes de la edad moderna se cifraba. eq si eran capaces de darse cuenta de las oportunidades al tiempo que seguan siendo conscientes de las limi-taciones. Formas de unin que en el siglo XVI parecan ba5tante ade-cuadas comenzaban a parecer inadecuadas a principios del XVII. No obstante, las presiones ejercidas por el aparato del estado para lograr una unin ms perfecta (concebida de manera convencional en tr-minos de conformidad legal, institucional y cultural con el modelo proporcionado por el miembro dominante de la asociacin) tan sl se1van para reforzar el sentido de identidad distinta entre los pueblos amenazados con la absorcin. Esto a su vez planteaba la posibilidad de recurrir a medidas ms drsticas, incluida la conquista abierta y el traslado masivo de poblaciones. Sir William Petty, inspector gen~ral de Irlanda, propuso un intercambio de habitantes a gran escal~entre Inglaterra e Irlanda, y los comisionados de Leopoldo 1 en el gobierno de Hungra recomendaron un trato preferencial para los alemanes en la repoblacin de tierras tomadas a los turcos, con el fin de templar la rebelde sangre hngara con la leal raza germnicaM.

    El estado fiscal-militar dieciochesco, con ms poder a su disposi-cin que su predecesor del siglo XVII, tena tambin ms que ofrecer en trminos de empleo y oportunidades econmicas. Con todo, las

    m~narquas ilustradas del siglo XVIII siguieron siendo esencialmen-te compuestas; all donde se busc mayor integracin, continu sien-do dificil de alcanzar, como descubri el emperador Jos 11 a su propia costa. El sbito surgimiento del nacionalismo a caballo entre lo.s si-glos XVIII y XIX dara un mayor impuJso a la creacin del estado-nacin unitario que el sumado por los decretos reales y las acciones de los burcratas a lo largo de muchas dcadas. En ese mismo momento, irnicamente, los inicios del movimiento ronintico dotaban a la di-

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    I 64 ~. Perceval-MaxweJI, .. 1rela11d and the Monarchy in the Early Stuart Multiple

    Kingdom, Hiftoricnl.foumnl. 34 (19!11), p. 295; Spielman, n/Jo/.dl, pp.139-140.

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    EsPAA. EUllOl'A Y EL MUNDO DI:: ULTRAMAR

    . versidad tnica y.nacl.nal de una nueva aura de legitimidad al propor-cionarle fundamentos his.tpricos, lin.gsticos y literarios ms firmes. Por consiguiente, en el es~do unitario, igual que en su predecesor, las relaciones de las r.egiones y provincias componentes tanto entre s como con el ntjsmo es.tad,o implicaran oscila~iones complejas e ince-santes en la balan~ de las lealtades, unas oscilaciones basadas en clculos polti~os, realidades econmicas y actitudes culturales cam-biantes.

    Ahora que las insuficiencias de esa creacin del siglo XLX, el estado-nacin.integrado, estn quedand.o a su vez penosamente al descubier-to y la uniri aeque prindpalitervuelve a ser la orden del da, la monarqua compuesta de los siglos XVI y XVII puede comenzar a comprenderse como lo que fue.: ~o simplemente como un insatisfactorio preludio a la construccin de una forma ms eficaz y permanente de asociacin poltica, sino como uno de los varios intentos de reconciliar, desde el punto de vista de las necesidades y posibilidades contemporneas, las aspiraciones op~es.tas d.e unidad y diversidad que han seguido siendo unaconstante de la histo1ia europea. Como tal, la monarqua compues-ta conoci xitos y fracasos. Es probab1e que hasta la unin ms perfec-ta, despus de todo, tenga sus imperfecciones en un mundo donde -por citar el razonaminto del obispo Palafox tras la catstrofe ele los planes de Oli~es para la unin de Espaa- en Valencia crecen na-ranjas pero no castaas, mientras que en Vizcaya crecen castaas pero no naranjas, y aS es como cre las tierras Dios65

    65 Palafox y Mehdoza, Juicio inte1ior .. , pp. 145-146.

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    CAPTULO II

    APRENDIENDO DEL ENEMIGO: INGLATERRA Y ESPAA EN LA EDAD MODERNA

    El 29 ele diciembre de 1956 Hugh Trevor-Roper me escribi para decirme que haba cancelado su prevista visita a Espaa: Tena la in tendn de ir -escriba- en relacin con el tema que haba esco-gido para las Conferencias Ford, las cuales haba supuesto confiada-mente que me iban a pedir que diera. Sin embargo, el consejo rector, que proceda de manera misteriosa (como sin duda lo hace todava), tom otra decisin. As pues, ahora -me escriba Trevor-Roper-, en vez de proseguir con mis frustradas investigaciones, estoy maqui-nando mi venganza. Aunque su nombramiento como Regius Pmfessor de Historia Moderna en Oxford seis meses despus le proporcion su desquite contra los medievalistas que impidieron su eleccin para las Conferencias Ford, es de lamentar que las dejara sin escribir ni pronunciar. El mundo se vio privado de lo que habra siclo un brillan-te panorama de las relaciones anglo-espaolas entre 1604 y 1660. Cuando fui honrado por el consejo rector de la Funda~in Dacre con la invitacin a inaugurar el ciclo anual de Conferencias Dacre, me pareci apropiado escoger un tema relacionado con el de esas otras jams dictadas por Trevor-Roper, por ms que no se pueda subsanar su ausencia. Con ello, rindo homenaje no slo al mayor autor de en-sayos histricos de mi poca, sino tambin a un hombre al que siem-pre estar agradecido por la amabiJidad y generosidad que mostr a un joven historiador en los inicios de su carrera acadmica .

    ,. Hugh Trevor-Roper (1914-2003) escribi ensayos histricos sobre una gran variedad d.e temas. Su investigacin de la muerte de Hitler le gan fama mundial, pero tambin realiz destacadas contribuciones al estudio de la edad moderna brit-nica. En 1979 se le concedi el titulo de lord Dacre o barn Oacre de Glanton. Las Conferencias Ford (Ford Lectures) son un prestigioso ciclo de conferencias sobre his-

    ,, toria britnica, instituido en honor de james Ford (1779-1851), que es pronunciado '~ 'cada ao en la Universidad de Oxford por un dist.inguido especialisra en la materia.

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    Hugh Trevor-Roperviaj por primera vez a Espa1ia en 1951 (cinco aos antes de la carta que me enviara) y escribi a Bemard Berenson que el pas visitado haba llegado a tomar en sus sentimientos cccasi, . aunque no del todo, el lugar hasta entonces ocupado por Italia. Qued profundamente impresionado por el vaco dorado, infinito, elevado y maravilloso de la meseta castellana y por la gra11itasclsica de hasta el ms msero labrador espailol 1, El pas, segn escribi, le fascinaba y, como historiador, tambin lo haca su pasado. Mienas se preparaba para visitar el monumental Archivo General de Simancas en la provincia de Valladolid en verano de 1953, escribi a Berenson: Qu maravillo-sos temas histricos hay en E.'ipaila! Ojal hubiera historiadores para explotarlos2 Siempre atento a las similitudes y diferencias entre Espa-a y otras sociedades contemporneas, estaba persuadido de que el conocimiento de la historia hispnica era esencial para comprender desarrollos en la Europa de la edad moderna como un todo, una con-viccin reforzada por su admiracin hacia Femand Braudel y su obra El Mediletrneo y el mundo mediterrneo en. la poca de Feli/1e IL No es extraiio, pues, que impartiera regularmente un curso de licenciatura sobre Es-paa y Europa en el siglo XVI; sus Conferencias Ford, dedicadas al si-glo XVII, hubieran sido un desarrollo lgico de algunos de los temas tratados en esas clases. Si hubieran llegado a ser pronunciadas, sospecho que habra hecho hincapi en las actividades del famoso embajador espaol en la corte dejacobo I, el conde de Gondomar.una vez me pidi que intentara hallarle una rara publicacin relacionada con el influyente diplomtico, y ley los cuatro volmenes publicados de su correspondencia con tanto detenimiento como para redactar una lista mecanografiada de correcciones. En ella identificaba persom~jes de la corte dejacobo I que reciban pensiones de los espaoles y aparecari slo bajo seudnimo; al mismo tiempo, se1ialaba que julio Csar no era un alias (segn supona, no ilgicamente, el editor espaol), sino que se trataba nada menos que de sirjulius Caesar, el JHa.sterofthe RoU.s, un puesto clave en la cancillera y la magistratura de Inglaten-a.

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    Algunas de las universidades britnicas Uadicionales cuentan con c

  • EsPAA, EUROPA Y EL MUNDO lJE Ul:l"RAMAR.

    sistica del Cisma del mno de Inglaterra un grfico relato de los orgenes y el desa:rrollo C:Ie la reforma protestante: Un reino noble, rico, pode- roso [ ... ] que sola ser un paraso de deleites[ ... ]'hecho una cueva de bestias fieras, un refugio de traidores, un puerto de corsarios, una espelunca de ~~drones, una madriguera de s'erpien tes6

    Los ingleses, por su parte, pagaron con la misma moneda. Fue en la segunda mitad del siglo.XVI cuando la Leyenda Negra del fanatismo y la crueldad espaoles qued grabada en la conciencia nacional in-glesa. Esta tenebrosa imagen de Espaa se vio exacerbada por ciertos elementos adicionales: los recuerdos desgraciados del reinado de Mara Tudor, las noticias de las atrocidades perpetradas por el duque de Alba y sus.tropas en los Pases Bajos, las historias sobre la Inquisi-cin espaola que no paraban de circular por la Europa protestante, los relatos del exterminio de los pueblos indgenas de Amrica (a los que aadi credibilidad la publicacin en 1583 de la primera versin inglesa de la Brevsima relaci.n de la destruicin de las Indias de fray Bar-tolom delas.Casas), y los rumores espeluznantes sobre Felipe II y su corte atribuid?S al ex secretario del rey Antonio Prez, quien en 1593 encontr refugio en Inglaterra por algn tiempo7

    Las inigenes negativas de Inglaterra y de Espaa crearon un clima en la opinin.pblica en ambos pases que complic y obstaculiz cada tentativa oficial de acercamiento durante las dcadas que siguie-ron al tratado de paz anglo-espaol de 1604. El conde de Gondomar, 'que desplegaba todo su extraordinario talento diplomtico para pro-. mover una alianza dinstica, fue el hombre ms odiado de Londres

    . d1:1fante el reinado dejacobo 1, como nos recuerd~ el espectacular xito teatral de A Game at Chess [Una partida de ajedrez] de Thomas Middleton en 1624. La perspectiva de un matrimonio entre Carlos:,

    el prncipe de Gales, y la hermana de Felipe IV, la infanta Mara, era . contemplada C

  • F.'irAA, EUROl'A Y EL MUNDO DE lllXRAMAR

    puso de moda aprender la lengua 12 y se comenzaron a publicar tiles guas, como A Dictionarie in Spanish and English [Un diccionario de espaol e ingls] dejohn Minsheu en 1599, su A. Spanish Grammar [Una gramtica espaola] y los Pleasant and Delightful Dialogues [ Agradabl~s y deliciosos dilogos] en espaol e inglsts.

    Para aquellos que carecan de la inclinacin o la capacidad de leer obras en el idioma original, un aluvin de traducciones del espaol aparecieron en las dcadas iniciales del siglo XVII, encabezado por la versin de la primer parte de Don Quijote a cargo de Thomas Shelton en 1612, siete aos despus de la publicacin del libro en Madrid. A pesar de las diferencias religiosas, la literatura devota hispana encon-tr lectores ingleses, y J ohn Don ne y Richard Crashaw figuraron entre quienes buscaron in~piracin en los msticos espaoles. Donne escri-bi sobre su biblioteca que encontraba all ms autores de esa nacin que de cualquier otra 14 En cuanto a la indumentaria, el negro espa-ol lleg a ser considerado el colmo de la elegancia. He odo -es-criba Francis Bacon en 1616--que en Espaa (una nacin solemne; a la que deseara que pudiramos imitar en esto) se permite a actores y cortesanos la vanidad de ricos y costosos ropajes, pero que se le veda a hombres discretos y matronas bajo pena de infamia 15 Dado que sus palabras estaban dirigidas al futuro duque de Buckingham, caye-ron sin duda en saco roto.

    Este inters por Espafia no se vea reforzado en general por un conocimiento de primera mano del pas. Pocos ingleses, aparte de los exiliados catlicos, viajaron a la Pennsula durante los aos de guerra abierta bajo Isabel 1, pero con la vuelta a la paz en 1604 la situacin. cambi. Un buen nmero de cortesanos tuvieron su primer contacto directo, no siempre bienvenido, con el pas en 1605, cuando el conde de Nottingham viaj con un squito de quinientos acompaantes a Valladolid para ratificar el tratado de paz, y en los aos posteriores la

    12 Gmtav Ungerer, Anglo-Spanish Relalions in Tttdor Literalw-e, Berna, Francke, 1956, pp. 168-171. .

    15 Hillgarth, Mirroro/Spni1i, pp. 449-451. Una edicin facsmil dejohn Minsheu, A Dictionarie in S/Ja11ish and Etiglis/i, fe publicada con n breve estudi preliminar por Ja Universidad de Mlaga en 2000.

    14 Citado por Ungerer, The Printing ofSpanish Books, p. 182, n. 2; vase tam-bin Peter Russell, English Seve~teenth-Century lnterprctations ofSpanish Litera-ture, Atlante. 1 (1953), pp. 65-77; R. V. Voung, /Ucliard Crshaw and lhtSpanish Golde A~, New Haven (Connectkut) y Londres~ Vale Uriiversity ~ress, 1982.. . ..

    15 Tlie Works o/ Francis Bnr.on, ed. James Spedding, 14 vols .. I..ond~es, Longman,: 1857-1874, XIII, p. 23 (car:ta dr: Georgc Villiers).

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    ArRY.NlllENl>O Uf.L ENEMllOO: INGl.An:KRA y F.srAA EN l.A El>Al> MOl>EKNA

    reanudacin e.e las relaciones c;:omerciales hizo volver a los nircade-res ingleses a la Pennsula. Con 'todo, Espaa, con sus dificilescondi-ciones para viajar, sus horribles posadas y, sobre todo, sus riesgos reli-giosos nunca lleg a formar parte del grand. tour, el itinei"atjo etiropeo que se consideraba esencial en Inglaterra para completar la educa-cin de los jvenes de las cl~es pudientes16

    Sin embargo, la llegada inesperada a Madrid de Carlos, el prncipe de Gales, en la pdmavera de 1623 aadi toda una nueva dimensin a las relaciones no slo polticassino tambin culturales entre Espaa e Inglaterra. Sus casi seis Jl?.eses en Madrid iniciaron al prncjpe en una corte, y en una cultura cortesana, muy diferentes al d~or;ien pa-laciego de su padrejacobo I. Asu acceso al trono en 1625;los inten-tos de Carlos I de introducir una mayor gravedad y decoro en ehi~ ... y etiqueta de la corte inglesa parec~n reflejar la fuerte imp~e~~~n qe . le caus su contacto con los complicados protocolos dela cdri:e:de .. " Felipe IV, meticulosamente concebidos para mantener al rey a dis-tancia17. Adems, su descubrimiento de la extraordinaria coleccin real espaola de pinturas, con sus magnficos Tizianos y otros gran-eles maestros venecianos, agudiz su propia aficin por el rtey con-tribuy a convertirle en uno de los mayores coleccionistas eri,tre ~os prncipes del siglo xvn 18. Tambin pudo ver con sus propios ojos El Escorial, que visit con FelipeIV en la primera etapa de su viaje de regreso. El Escorial haba ejercicio fascinacin durante largo ~empo en _ las capitales de Europa. Lord Brghley posea un notable dibujo del edificio en proceso de construc;:cin durante la dcada de 1570, aiio't:ado' con sq propia mano como La casa del rey de Espaa (.fig. 1) 19, Cuan-

    16 Vasejohn Stoyc, Engl.isli Tra11e/lers Abroad, 1604-1667: Their Injluena.0:.Engl.isli Sor.iety and Politics, Londrcs,J onathan Cape, 1952, edn. rev. New H.aven (Cnnccticut) y Londres, Yale Unin!rsity Pres.o;, 1989, caps. 10 y 11. La visita de la delegacin de Not-tingham se describe en pp. 233-240. .. .

    17 Kevin Sharpe, Thc Personal Rule o/ Charles l, New Haven (Connecticut) y Londres, Vale University Press, 1992. pp. 216-219. Sobre la cultura cortesana espao-la, vase J. H. Elliott, S/min mrd its Wt1rld, 1500-1700, New Havcn (Connecticut) y Lon-dres, 1989 [Espmia )'su mundo ( 1500-1700), ttad. ngel Rivero Rodrguez y Xavier Gil Pujol, Madrid, Taurus, 2007], cap. 7 . . "

    1~ Vase Brown y Elliott (eds.) .. la almoneda del siglo;Jonathan Brown, K.ings and . Connoisseurs: Col.r.tiug Arl in Seventcr.nt/1-Century Europe, New Havcn (Connecticut) y

    Londres, 1995 [El triunfo tk la /Jintum. S(Jbre el coleccionismo corle.fano m el siglo XVII, trad. Mara Luisa Balseiro. Madrid, Nerea, 1995], cap. l. .

    19 George Kubler', Buildingtliefcoria~ Princcton (Nucvajen;ey), Princeton Uni-versity Press, 1982, p. 21 [la obm del Efcoria~ trad. Femando Villaverde, Madrid, Alia01.a, 1983], p. 21. Para una discusin del dibujo y su autora, vase ~edro Navas-

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    Ftgura 1. An6nimo,.ElEscor4zl en construccin (Hatfield House, Herordshire).

    do Carlos 1 pens en reconstruir el palacio de Whitehall, parece haber tenido en mente ~J. Escorial en gran medida. En sus das de cautiverio. en el castillo de Calisbrook se le poda ver absorto en los tres volme-nes de comentarios de Juan Bautista Villalpando sobre el profeta Eze-quiel, con sus ilustraciones para la reconstruccin del Templo de Salomn enjerusaln, considerado entonces el modelo para el mo-nasterio-palacio de Felipe 11 (fig. 2)2.

    La influencia espaola en el compor~mien_to y .las actitudes de Carlos 1 es un ejemplo, a un nivel muy elevaqo, de unos vncu.los cul-tuales entre Inglaterra y Espaa cuya diversidad y riqueza todava estn por explorar del todo. Adems, la historia de las relaciones, tanto culturales como polticas, merece ser situada en el contexto ms am:>lio, tan relevante hoy como lo era en los siglos XVI y XVII, de las

    cus Palacio, .cLa obra como espectculo: el dibltjo Hatfield .. , en Las Casas Reales. El Palacio, IV Centenario del Monasterio de El Escorial, Madrid, Comunidad de Madrid, 1986, pp. 55-67. .

    20 Vase Roy Strong, Britannia Triumphans: lnigo]ones, Rubms and WliitehallPalace; Londres, Thames and Hudson, 1980, pp. 56-63. Aunque la idea de un palacio segn el modelo salomnico podra haberse sugerido durante el reinado de Jacobo I y habr sido adoptada por lpigojones, parece lgico suponer que la ~mpresin que la visita a El Escorial caus en Carlos diera un nuevo impulso al proyecto.

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    reacciones inevitablemente ambivalentes de los estados menores ant~ el poder hegemnico. Entre las dcadas de 1550y1650, Espatia, con sus enormes recursos militares y financieros, ejerca la hegemona, aunque a veces precariamente, sobre el mundo occidental. La res-puesta de quienes se sienten bajo la amenaza, o la presin, de un es-tado que posee un poder aplastante y se supone motivado por una ambicin de dominio global va con facilidad de la desconfianza y la sospecha a Ja abierta hostilidad. Al mismo tiempo, es probable que el antagonismo se vea acompai1ado por cierta admiracin, tefda de envidia. Qu se puede aprender del enemigo, si es que tiene algo que ensefiar?

    Inglaterra, al igual que Espafia, era una de fas monarquas com-puestas de Europa, y todava lo sera ms con la unin dinstica con Escocia en 160321 Era lgico que, en el debate sobre la forma que Ja unin debera adoptar despus del ascenso al trono dejacobo VI de Escocia y I de Inglaterra, los participantes recurrieran al ejemplo espafiol. En A B1iefDi.5coursc Tou.ching the Happy Union of the Kingdoms o/ England and Sr.otland [Breve discurso sobre la feliz unin de los reinos de Inglaterra y Escocia], sir Francis Bacon observaba: El destino de Espaa fue que se unieran diversos reinos peninsulares (con la excepciri'de Portugal) en una poca no muy distante, y en nuestros propios tiempos incorporarse al resto tambin el de Portu-gal, el ltimo en oponerse22 Consideraba que las formaS de unin incluan cela unin de nombre, lengua, leyes, costumbres y cargos, y notaba, bajo la unin de nombre que el nombre comn de Espa-a ha sido sin duda un medio especfico para la mejor unin y agluti-nacin de los diversos reinos de Castilla, Aragn, Granada, Navarra., Valencia, Catalufia yel resto, que ltimamente comprende Portugal23, Sir Henry Savile, por su parte, seilalab la unin entre Castilla y Por-tugal de 1580 en particular como cela ms parecida a la nuestra en mi opinin24

    Llegado el momento, tanto la unin anglo-escocesa como la de Portt1gal con Castilla estuvieron lejos de ser perfe~tas, segn se con-sideraba en Londres y Madrid. En 1625 el conde-duque de Olivares

    21 Vase ms arriba, cap. 1. 22 Spedding (ed.), Works of Frnnr.is Baron, X, pp. 90-99, en p. 92. . . 23 /bid., p. 97.

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    24 Historical Collections, rcinipr. en 11iejar.obr.nu U11io11: Six 1i"rzcts o/ 1604, ed. Bnace R. Gallowar y Brim P. Lcvack, Eclimburgu, Scottish History Suciety, 1985, p. 229. Ci1aclo ms arriba, cap. 1. n. :Ht

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    lanz su gran plan para una vinculacin ms estrecha entre los.diver-sos reinos y provincias de la monarqua hispnica con una llamada a la Unin -de Armas, concebida para asegurar que todas las partes acudieran en ayuda de cualquier otra que fuera atacada. Dos aos despus, el secretario Cake sigui el ejemplo espafiol. Tras observar desarrollos similares en el Sacro Imperio Romano y Francia, notaba que cccon su reciente unipn o asociacin los espaoles han vinculado todas sus distantes provincias para la defensa mutua y son capaces as de reclutar grandes fuerzas para extender su monarqua tanto por mar como por tierra. Mi propuesta, por tanto, es aprender sabiamen-te de nuestros enemigos. Despus de comentar la conveniencia de una asociacin ms estrecha entre las potencias protestantes de Eu- . ropa, prosegua: ccCon todo, nuestra unin interna es la que ms nos importa y, ao; pues, Su Majestad teng-a el gusto de considerar sino es necesario, por las mismas razones de estado tomadas en cu~nta por los espaoles.juntar sus tres reinos en una unin y obligacin estric-ta entre s para su defensa mutua cuando cualquiera de ellos fuere atacado, cada uno aportando tal proporcin de caballera, infantera y flota como se juzgue proporcionalmente adecuada25.

    En la monarqua hispnica los planes para una Unin de Armas condujeron a la formacin de una fuerza expedicionaria conjunta castellano-portuguesa para recobrar Brasil de los holandeses, y en Gran Bretaiia, a la creacin del regimiento escocs del conde de Mor-ton. Tambin llevaron a negociar infructuosamente con los terrate- nientes ingleses catlicos de Irlanda concesiones reales a cambio de contribuciones, y a los igualmente fallidos intentos de Olivares para asegurarse la cooperacin militar de la corona de Aragn. En ambas monarquas, los esfuerzos de la corona por avanzar hacia una unin ms perfecta resultaran al final peligrosamente contraproducentes. Ni Carlos 1 ni Olivares tomaron bastante en serio la sagaz advertencia ele Bacon de que un apresuramie~lto forzado perturba la labor en vez de despacharla,.21;.

    La preocupacin por la solidez de los lazos que ataban los dispares reinos y provincias era una caracters,tica propia de la vida de las monarquas compuestas en la Europa de la edad moderna. Tal in-

    25 Sobre la Unin de Armas, vase J.~ Elliott, Tlie Couut-Duke o/Olivares: The Statcsma11 iu an Agf. o/ Drclinr., New Havcn (Connecticut) y Londres, Yale University Prc!is, J 986 [El condc-dttruc de OvarP.s. El poltico en_ una ;por.a df. dumlencia, trad. Tefilo de Lozora. Barcelona, Crtica, 1990), cap. 7.. ,

    2r. Spedding (ccl.), H'orks n/Fra11cif B(!ron, X, p. 98. 1.

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    quietud, que se iba a intensificar durante la primera mitad del si-glo XVII, ha de ser relacionada con otro debate ms amplio que tena lugar en aquella misma poca: el de la grandeza y durabilidad de los estados y las fuentes de su poder. Los trminos de este debate, aso-ciado en particular a dos