Escher

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VIERNES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2014 .EL MUNDO E 2 M MAURITS CORNELIS OBSESIÓN POR LO IMPOSIBLE ESCHER El genial dibujante y grabador holandés Rolling. Por Irene Hdez. Velasco (Roma) expone lo mejor de su obra en Roma. Hay en sus trabajos un juego entre el arte y las matématicas que genera un mundo más cercano a los sueños que a la realidad. Ferozmente individualista, Escher rechazó una oferta de Mick Jagger para utilizar uno de sus grabados en la portada de un disco de los

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VIERNES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2014

.EL MUNDO

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M

MAURITS CORNELIS

OBSESIÓN POR LO IMPOSIBLEESCHER

El genial dibujante y grabador holandés Rolling. Por Irene Hdez. Velasco (Roma) expone lo mejor de su obra en R

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ay en sus trabajos un juego entre el arte y las matém

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que genera un mundo más cercano a los sueños que a la realidad. Ferozmente individualista, Escher rech

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EM2 / CULTURA

Escher plasmó en su obra los principios matemáticos. Empezó los estudios de

fascinado por las ilusiones ópticas y los objetos imposibles. Fue un tipo complicado y con tendencia a la

«Sólo quienes intentan cosas absur-das alcanzarán lo imposible». Eso pensaba el artista holandés Maurits Cornelis Escher (1898 – 1972). Y si por absurdo se entiende lo inverosí-mil, lo asombroso y lo paradójico, a eso dedicó él justamente la mayoría de sus 73 años de vida: a explorar el terreno de lo increíble, a transformar la materia real en imágenes irreales, a bucear en el infinito, a investigar el mundo de las simetrías, a crear mo-saicos pictóricos en los que las figu-ras que los componen se transforman casi por arte de magia en otras… To-do ello, con obsesiva precisión mate-mática.

La matemática es una ciencia que siempre ha ejercido una enorme fas-cinación en numerosos artistas. Des-de Fidias (el artista griego que hace 2.500 años ya aplicaba el número áu-reo, el número de la proporción divi-na, en sus esculturas) hasta Le Corbu-sier, pasando por Leonardo Da Vinci. Pero nadie como Escher ha sabido plasmar sobre el papel sus leyes y principios. Porque Escher no sólo pin-taba o grababa: lo que hacía en reali-dad era reflexionar (y a veces solucio-nar) con imágenes problemas de la geometría euclidiana y no euclidiana. Lo que explica por qué es sin duda el artista preferido de los matemáticos, muchos de los cuales han elegido sus obras para ilustrar sus manuales cien-tíficos.

Pero los grabados y dibujos de Es-cher, al que una exposición en el Claustro del Bramante en Roma rinde ahora homenaje con más de 130 obras, también ejercieron un efecto hipnótico en otra categoría muy dis-tinta a la de los matemáticos: habla-mos de los hippies, de los seguidores de la generación beatnik y de los adic-tos en general a la psicodelia. Un amor que sin embargo no fue recípro-co y que con el paso del tiempo (y con el uso no autorizado y a destajo de imágenes de Escher en posters, cami-setas y discos) acabaría dando paso a una auténtica aversión por parte del artista hacia toda esa gente.

Maurits Cornelis Escher siempre fue un tipo complicado y, además, con una tendencia irrefrenable hacia la depresión y la melancolía. Pero su fa-milia era rica. Así que, para tratar de sacarle de ese estado de tristeza infi-nita en el que estaba encallado sus pa-

dres decidieron que unas buenas do-sis de sol, de luz y de espíritu sureño podrían ser la mejor de las medicinas. Así que con 22 se lo llevaron de viaje por España (Madrid, Toledo, Grana-da) y por Italia (visitó Florencia, San Gimignano, Volterra, Siena, Ravello, Castrovalva).

En España ya se sabe que se quedó boquiabierto con La Alhambra y, en concreto, con la simetría de sus mo-saicos, con la repetición de sus for-mas. Pero Italia también le hechizó, hasta el punto de que siguió viajando regularmente a ese país. En Italia, concretamente en Ravello, conoció a Jetta Umiker, la joven suiza con la que se casó en la localidad toscana de Via-reggio en 1924. Para entonces ya ha-cía un año que Escher vivía en Roma. En total estuvo residiendo en la capi-tal italiana 12 largos años.

La exposición en el Claustro del Bramante, que se puede visitar hasta el próximo 22 de febrero, analiza so-bre todo cómo el paso por Italia de Es-cher contribuyó en gran medida a mo-delar su modo tan personal de enten-der el arte. De hecho, esa vertiente italiana es una de las partes más inte-resantes de la muestra. Pero la antolo-gía recorre otros muchos aspectos y facetas de un tipo que, al contrario de lo que uno se podía imaginar, no fue el típico empollón. Al revés: en el co-legio iba mal. Luego trató de estudiar ingeniería, como su padre, pero aban-donó sin conseguir sacarse el título.

Por suerte para él su familia no só-lo disponía de importantes recursos económicos sino que su padre ade-más era uno de esos hombres que pensaba que uno en la vida debe de seguir su vocación, así que nunca puso problemas a la hora de finan-ciar la carrera artística de su hijo. Lo que explica, más allá de su odio de-clarado hacia todos los devotos del sex&drugs&rock’n’roll, el que Escher se permitiera el lujo de rechazar la oferta que en 1969 le hizo Mick Jagger ofreciéndole dinero a cambio de emplear una de sus obras en la portada de uno de los discos de los Rolling Stones, concretamente en Let it Bleed.

«Querido Mauritius, durante bas-tante tiempo he tenido entre mis ma-nos tu libro y no dejo nunca de sor-prenderme cada vez que lo hojeo. Creo que tu trabajo es absolutamente extraordinario», comenzaba la carta de Jagger. Escher respondió con una escueta misiva enviada, tal como le pedía Su Satánica Majestad, a su re-presentante y en el que rechazaba ta-jantemente la oferta. «Y por cierto: le ruego que le diga al señor Jagger que para él no soy Maurits, sino el señor Escher», concluía con un toque de in-disimulada mala educación.

Pero aunque Escher no se licenció en matemáticas, estudió de manera autodidacta muchas de sus leyes.

«Con gran fatiga», como señalaría él mismo. «Con precisión maniática», como nos cuenta Marco Bussagli, el comisario de la exposición del Claus-tro del Bramante, destacando en ese sentido las decenas y decenas de cuadernos en los que Escher plasma-ba los estudios previos a cada una de sus obras.

El caso es que se puede estudiar la cristalografía a través de sus obras. «De hecho es uno de los mejores modos que hay», subraya Bussagli, destacando que hay cuatro leyes por

las que se rige la cristalografía, que producen 32 soluciones que combi-nadas generan a su vez 270 formas. Pues bien: muchas de esas formas de simetría se encuentran en las obras de Escher, como lo demuestra por ejemplo el grabado Profundidad, que sigue el mismo sistema de sime-tría que el hierro.

La muestra se adentra en la pecu-liar relación de Escher con la cristalo-grafía, pero también analiza su pro-fundo interés por la naturaleza y su increíble capacidad de observar el

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ingeniería pero abandonó la carrera sin conseguir el título. Podemos entender los fundamentos de la

inspiraron parte de su creación. Decía que su trabajo era «un juego, un juego muy serio». Estaba cristalografía a través de sus dibujos. E

jerció una gran influencia sobre la cultura ‘hippie’ y la psicodelia. Los paseos por Rom

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mundo de un modo distinto. Sus di-bujos de escarabajos, saltamontes, flo-res y charcos que pueblan la exposi-ción así lo atestiguan. Y también le fascinaban paisajes, especialmente los montañosos, algo fácil de comprender si se tiene en cuenta que su Holanda natal es un país tan plano que con sus 112 metros el campanario de Utrech es el segundo punto más elevado del país. La exposición recoge en ese sen-tido los sugestivos dibujos que Escher realizó de los paisajes de las localida-des italianas de Pentedattilo, Tropea,

Scilla o Castrovalva, y que fueron fru-to de sus viajes por Calabria y Sicilia.

Su paso por Roma está también muy presenta en la muestra. No sólo a través de los enigmáticos dibujos que hacía durante sus paseos noctur-nos por la ciudad, y varios de los cua-les se exhiben ahora en el Calustro del Bramante. En Roma Escher resi-día en la Via Poerio 122, en el tercer y cuarto piso de un coqueto edificio. En el cuarto piso tenía su estudio, donde no sólo estudiaba, dibujaba o realiza-ba las planchas de sus grabados, sino

también estampaba. En plan casero, utilizando un método tan rudimenta-rio como el de la cuchara de madera: en lugar de una prensa, para imprimir la imagen sobre el papel, aplicaba és-te sobre la placa llena de tinta y lo gol-peaba suavemente con una cuchara de madera.

De ese estudio de la Via Poerio 122 de Roma Escher dejó constancia en algunas de sus obras más famosas co-mo por ejemplo Mano con esfera re-flectante. Y el propio artista diseñó el suelo de baldosas de su casa romana,

en una especie de anticipación de los juegos de simetrías con los que se ob-sesionaría tras su visita a la Alhambra en 1936. La exposición reproduce ese suelo de su casa de Roma e incluye además dos de las baldosas origina-les. «¿Estáis realmente seguros de que un suelo no puede ser también un te-cho?», le gustaba soltar.

Porque a Escher le gustaba jugar, le maravillaban los juegos y las ilusiones ópticas, algunas de las cuales llegó a conocer de forma intuitiva y otras a través del estudio. Y también le exta-siaban los objetos imposibles, esos objetos que sobre el papel parecen ló-gicos, posibles, pero que si tratan de llevarse a cabo en tres dimensiones no hay manera de realizarlos. La re-trospectiva dedica una sala completa a esos objetos imposibles.

«Mi trabajo es un juego… Un jue-go muy serio», sentenció en alguna ocasión. Y la exposición del Claustro del Bramante incluye juegos, pensa-dos para distintas alturas, para que tanto niños como adultos puedan adentrarse de manera lúdica en el complejísimo mundo de este artista. Uno de esos juegos incluso permite entrar en una obra de Escher: me-diante un juego de espejos, el visitan-te tiene la sensación de estar suspen-dido en medio de uno de esos traba-jos del artista que reproducen hasta el infinito un patrón.

El infinito fue también otra de las grandes obsesiones. Pero, a pesar del aire metafísico que destilan la mayo-ría de sus obras, Escher se declaraba ateo. Aunque en alguna ocasión ase-guró que no estaría mal que existiera el punto omega, el punto de máxima complejidad y conciencia al que se-gún el científico jesuita Pierre Teil-

hard de Chardin tiende el universo en su evolución. Porque en lo que desde lue-go Escher sí que creía era en la sacralidad de la natu-raleza.

Escher abandonó Italia en 1936, con gran pesar. Tomó la decisión después de que un día del mes de

febrero de ese mismo año su hijo lle-gara a casa vestido con el uniforme de los balilla, la organización de las ju-ventudes fascistas, la versión musso-liniana de las Juventudes Hitlerianas. A Escher, un tipo sensible, casi le dio un soponcio. En julio dejó Italia y se trasladó con sus familia a Suiza.

Pero se llevó para siempre la im-pronta que Italia dejó en su arte, y de la que da buena cuenta la exposición. «Escher no era el genio autista y aisla-do del mundo que el estereotipo le ha colgado. Durante su estancia en Italia no sólo se relacionó con críticos y ar-tistas, no sólo conoció el futurismo y el arte de la escuela romana sino que fue permeable a algunas influencias», sostiene Marco Bussagli.

A la izquierda, Belvedere (1958). Y en esta página, Otro mundo II (1947).