Entrevista Bauman (El País - Babelia)

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FERNANDO VALLESPÍN 10 MAY 2003 "Al colocarnos en la posición de espectadores, nos han privado de la excusa del 'yo no lo sabía" "El movimiento contra la guerra adolece de la debilidad de todo movimiento de 'objetivo único" ENTREVISTA:ZYGMUNT BAUMAN "Entre lo que sabemos y lo que podemos hacer hay una brecha que no sabemos cómo superar" Archivado en: Zygmunt Bauman Zygmunt Bauman Declaraciones prensa Declaraciones prensa Filosofía Filosofía Sociología Sociología Gente Gente Cultura Cultura Sociedad Sociedad Ciencia Ciencia Zygmunt Bauman es uno de los sociólogos contemporáneos en los que todavía se encuentran ideas. Empeñado en la tarea de ahondar en la desorientación del hombre actual, aborda en su último libro, Comunidad, uno de los dilemas de nuestra sociedad: la opción entre comunidad o individualidad. En esta entrevista reflexiona sobre el creciente divorcio entre nuestro conocimiento de gran cantidad de situaciones cargadas de valor moral y la incapacidad de abordarlas mediante la acción. Zygmunt Bauman Zygmunt Bauman es uno de los grandes teóricos sociales de nuestro tiempo. El hilo conductor de la enorme cantidad de temas sobre los que ha publicado es la desorientación del hombre contemporáneo, nuestra condición posmoderna. En esta estela se inscribe Comunidad, el último libro publicado en España por este catedrático emérito de sociología de la Universidad de Leeds (Gran Bretaña). Bauman ha venido recientemente a nuestro país invitado por la Fundación Marcelino Botín y ha hablado para EL PAÍS. PREGUNTA. En su reciente conferencia en Madrid, trató acerca del creciente divorcio entre el conocimiento que tenemos de gran cantidad de cuestiones cargadas de valor moral y nuestra capacidad para abordarlas mediante una acción moral efectiva. RESPUESTA. Quizá el mensaje más seminal, aunque apenas articulado de modo explícito, de la extensión planetaria de la televisión sea el complejo desfase entre lo que sabemos y lo que podemos hacer; entre lo que desafía a nuestra conciencia y lo que clama por alguna acción, lo que nosotros, testigos pasivos, podemos modificar mínimamente. Tenemos todos los instrumentos para la tele-visión, pero apenas ninguno para la tele-acción: vemos más allá de lo que nuestras manos pueden alcanzar. Diariamente contemplamos cómo se hace el mal, cómo se sufre el dolor, pero el desafío que ello representa para nuestros sentimientos morales queda en gran medida sin respuesta. No hay duda de que algunas de nuestras acciones y reacciones están inspiradas moralmente, pero sus efectos no llegan a compensar la enormidad de cuestiones que los inspiraron. Somos demasiado conscientes de ello pero no sabemos cómo superar esa brecha. Habiendo sido colocados en la posición de "espectadores" (de testigos que ven cómo se hace el mal, pero que aun así no hacen nada por evitarlo, ni siquiera prevenirlo) se nos ha privado de la excusa más común para la conciencia culpable: el "yo no lo sabía". La única excusa que queda es la que se apoya en la impotencia: "Haga lo que haga no servirá de nada". SÁBADO, 10 de mayo de 2003 ARCHIVO EDICIÓN IMPRESA

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Entrevista a Zygmunt Bauman para la revista Babelia

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FERNANDO VALLESPÍN 10 MAY 2003

"Al colocarnos en la posición

de espectadores, nos han

privado de la excusa del 'yo

no lo sabía"

"El movimiento contra la

guerra adolece de la

debilidad de todo

movimiento de 'objetivo

único"

ENTREVISTA:ZYGMUNT BAUMAN

"Entre lo que sabemos y lo que podemos hacer hay una

brecha que no sabemos cómo superar"

Archivado en: Zygmunt BaumanZygmunt Bauman Declaraciones prensaDeclaraciones prensa FilosofíaFilosofía SociologíaSociología GenteGente CulturaCultura SociedadSociedad CienciaCiencia

Zygmunt Bauman es uno de los sociólogos contemporáneos en los que todavía se encuentran ideas. Empeñado en la tarea de ahondar en la desorientación del hombre

actual, aborda en su último libro, Comunidad, uno de los dilemas de nuestra sociedad: la opción entre comunidad o individualidad. En esta entrevista reflexiona sobre el

creciente divorcio entre nuestro conocimiento de gran cantidad de situaciones cargadas de valor moral y la incapacidad de abordarlas mediante la acción. Zygmunt

Bauman

Zygmunt Bauman es uno de los grandes teóricos sociales de nuestro tiempo. El hilo conductor

de la enorme cantidad de temas sobre los que ha publicado es la desorientación del hombre

contemporáneo, nuestra condición posmoderna. En esta estela se inscribe Comunidad, el

último libro publicado en España por este catedrático emérito de sociología de la Universidad

de Leeds (Gran Bretaña). Bauman ha venido recientemente a nuestro país invitado por la

Fundación Marcelino Botín y ha hablado para EL PAÍS.

PREGUNTA. En su reciente conferencia en Madrid, trató acerca del creciente divorcio

entre el conocimiento que tenemos de gran cantidad de cuestiones cargadas de valor

moral y nuestra capacidad para abordarlas mediante una

acción moral efectiva.

RESPUESTA. Quizá el mensaje más seminal, aunque apenas

articulado de modo explícito, de la extensión planetaria de la

televisión sea el complejo desfase entre lo que sabemos y lo que

podemos hacer; entre lo que desafía a nuestra conciencia y lo que

clama por alguna acción, lo que nosotros, testigos pasivos, podemos

modificar mínimamente. Tenemos todos los instrumentos para la

tele-visión, pero apenas ninguno para la tele-acción: vemos más allá

de lo que nuestras manos pueden alcanzar. Diariamente

contemplamos cómo se hace el mal, cómo se sufre el dolor, pero el

desafío que ello representa para nuestros sentimientos morales

queda en gran medida sin respuesta. No hay duda de que algunas de

nuestras acciones y reacciones están inspiradas moralmente, pero

sus efectos no llegan a compensar la enormidad de cuestiones que

los inspiraron. Somos demasiado conscientes de ello pero no sabemos cómo superar esa

brecha. Habiendo sido colocados en la posición de "espectadores" (de testigos que ven cómo

se hace el mal, pero que aun así no hacen nada por evitarlo, ni siquiera prevenirlo) se nos ha

privado de la excusa más común para la conciencia culpable: el "yo no lo sabía". La única

excusa que queda es la que se apoya en la impotencia: "Haga lo que haga no servirá de nada".

SÁBADO, 10 de mayo de 2003

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Es una débil excusa, poco convincente incluso para nosotros mismos. Sospechamos -y con

buenas razones- que más bien se trata de lo contrario: de que lo que hagamos o dejemos de

hacer sí importa... Después de todo, en nuestro abarrotado intercomunicado planeta

dependemos todos unos de otros, y lo que se hace en una parte del globo tiene un alcance

muy superior a la visión e imaginación de sus actores. Somos, en un grado difícil de medir,

responsables de la situación de los demás. Lo que ocurre es que no sabemos qué significa

asumir esa responsabilidad y qué es lo que ello requiere. Y carecemos de los instrumentos

que podrían lograr que nuestras preocupaciones e intuiciones morales reviertan en unas

condiciones más decentes para la humanidad, haciendo al mundo más inhóspito para la

indignidad humana y la humillación, y más acogedor para la atención mutua y la solidaridad.

P. Aquí es donde entraría el "problema de la acción" en la sociedad global...

R. El espacio planetario en el que se forman las condiciones de nuestras vidas compartidas

parece completamente "desregularizado": aunque supiéramos exactamente qué hacer para

ajustar ese espacio a nuestros valores éticos, no sabríamos quién sería capaz de realizar esa

tarea. En momentos de reflexión, sentimos que el espectáculo de ausencia de regulaciones

(también el que promueven, con impunidad, unos poderes que deberían ser los primeros en

demostrar su compromiso con estándares éticos globales) sólo puede servir como invitación a

más desorden, y que no hay ninguna fuerza a la vista capaz de romper ese círculo vicioso.

Estamos en una era de experimentaciones, de ensayos y errores. La mayoría de las

consecuencias de la globalización acelerada no han sido previstas, y todavía debemos

aprender, probablemente a un alto precio, las habilidades sociales necesarias para hacerlas

frente y dominarlas. Es demasiado pronto para prever la forma final de la cohabitación humana

planetaria.

P. ¿En qué consistiría esa "comunidad global"?

R. Hay una cosa que sí puede postularse: la perspectiva de una "comunidad global" es un

horizonte último en el que debemos medir la pertinencia de cada paso que demos hacia su

consecución. ¿Cuánto nos aproxima a esa respuesta ideal a nuestro destino común, a la

interdependencia, a la responsabilidad mutua? Y, además, sólo una cosa, aunque de una

importancia crucial, parece cierta: una "comunidad", para merecer tal nombre, debe apoyarse

en la idea de que sus miembros asumen una responsabilidad compartida por cada cual. No

puede haber una comunidad sin un sentido y una práctica de la responsabilidad. Y si la

capacidad de carga de los puentes se mide por la fuerza de sus pilares más débiles (y no por

la "media estadística" de la fuerza de los pilares), la solidaridad de una comunidad se mide por

el bienestar y la dignidad de la vida de sus miembros más débiles. Nuestras prioridades, y más

aún nuestras prácticas, son, pues, chocantemente inadecuadas; de hecho nos apartan cada

vez más del horizonte de una comunidad planetaria en vez de aproximarnos a él. Podrían

presentarse numerosos ejemplos. La ONU reclama 2.200 millones de dólares para lanzar la

ayuda humanitaria a un Irak desolado por la guerra; hasta el momento, sólo se han conseguido

390. Estados Unidos, principal autor de la destrucción de Irak, ha destinado 275 millones a la

ayuda, mientras que la suma dedicada a la guerra asciende a 55.000 millones. Hay 115

millones de niños en todo el mundo sin acceso a ninguna educación; dotarles de escuelas

requeriría 5.600 millones de dólares al año, una décima parte de la suma invertida por Estados

Unidos en la destrucción de Irak. Y no parece que la guerra se entablara en nombre de

compartir la riqueza de los atacantes con sus empobrecidas víctimas, y para mitigar la miseria

de un mundo en el que el 20% de la población controla el 86% de la riqueza planetaria.

P. ¿Puede haber alguna esperanza en esa nueva sociedad civil global que se ha

activado con la guerra?

R. La "sociedad civil global" es otra cuestión. Se constituye a sí misma en el proceso de

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creación de una democracia planetaria, y exige algo más que unirse a manifestaciones y firmar

cartas de protesta; hasta ahora se ha avanzado poco en ese proceso. Por otra parte, lo que ha

emergido en el movimiento de protesta mundial contra la guerra ha sido algo así como un

"sentimiento de comunidad planetaria". Ha sido un ejercicio mundial de empatía; un

descubrimiento, en forma de fogonazo, de la semejanza de los seres humanos, de sus

esperanzas y temores, sus alegrías y sus penas. Generalmente concebimos el mundo

poblado por grupos étnicos, culturales y religiosos incompatibles y hostiles, para empezar

después a preocuparnos de si pueden llegar a vivir juntos en paz y de qué hacer para que

arrinconen sus animadversiones y entierren sus armas. Las imágenes de la miseria humana

provocada por la guerra revelaron la verdad oculta tras esa creencia común. Descubrieron

vívidamente cómo debajo de toda fragmentación subyace una humanidad compartida; que son

nuestras diferencias y no nuestras similitudes las que están compuestas artificialmente y

consumen la mayoría de nuestros esfuerzos por producirlas y mantenerlas vivas. La crueldad

es crueldad se ejerza donde se ejerza y contra quienquiera que se emplee... Estamos todavía

muy lejos de llegar a ser una "comunidad planetaria", pero el sentimiento de humanidad

compartida es una condición importante para que pueda llegar a producirse alguna vez; lo

mismo que otro descubrimiento que hicimos durante las protestas contra la guerra: que no hay

soluciones locales para problemas generados a nivel global, que las cuestiones globales sólo

pueden confrontarse y controlarse globalmente.

P. ¿Hay alguna posibilidad de que este nuevo movimiento social pueda articularse a

través de una acción política eficaz y con sentido?

R. Cualesquiera que sean sus virtudes y sus logros, el movimiento contra la guerra adolece de

la debilidad común a todos los movimientos de "tema único": se difuminan y mueren tan pronto

como el objetivo en cuestión desaparece de la agenda; gestan pocos vínculos humanos

duraderos y dejan pocos trazos estables sobre el pensamiento humano y las prácticas

cotidianas. Además, aparte de sus ventajas, construir un movimiento de masas en torno a un

único objetivo tiene serios defectos. Permite unificar a grupos y categorías de personas que

se mueven por muy diferentes motivos y fines. Olvidan sus diferencias pero sólo durante un

tiempo, en cuanto la cuestión unificadora desaparece de la atención y la preocupación del

momento, las divisiones vuelven a hacer acto de presencia, a menudo profundizadas y

fortalecidas por la frustración. No es concebible un avance decisivo hacia una sociedad civil

global o una comunidad mundial a menos que la desigualdad e injusticia planetaria, que

subyace en el fondo de nuestras desconfianzas, prejuicios y enemistades mutuas, se afronten

sin rodeos y se hagan serios y concertados esfuerzos por mitigarlas y recomponerlas a largo

plazo.

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