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ENSAYOS SOBRE EL MEDICO, LA MEDICINA Y EL ALMA HONORIO DELGADO I LA ENTIDAD Y EL MEDICO Desde fines del siglo pasado, siglo de progreso científico y técnico a la vez que de desustanciación del hombre, la medicina sufre un cambio profundo, cuyas consecuencias apenas podemos concebir. Lo efectivo es que la vida profesional parece no descansar ya sobre los mismos fundamentos que antaño. La manifestación más visible del cambio es el predominio creciente de una especialización que tiende a sustituir al médico general, unido de por vida a sus clientes, por técnicos competentes en aspectos circunscritos de diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades, con quienes el paciente no se vincula sino de manera circunstancial. Así, las ramas de la medicina crecen y se diversifican, alejándose del tronco original, que las sostiene precariamente. Por cierto que la especialización no es una novedad: ha existido en el antiguo Egipto, en Alejandría y en Roma. Pero nunca representó peligro tan grande de despedazamiento como en nuestros días, a causa del desmesurado aparato científico y técnico anexo a una división del trabajo sin unidad de horizonte. 1. CIENCIA Y MEDICINA La mutación que se opera en el ejercicio y en el concepto mismo de la medicina es inseparable de las potencias configuradoras de la civilización contemporánea. El examen de este proceso histórico nos llevaría lejos de nuestro tema. Aquí me limitaré a considerar la influencia ejercida por el auge de las ciencias naturales sobre la manifestación que nosinteresa. Apenas es necesario advertir que el progreso científico no es sólo causa, sino efecto de transformaciones espirituales más profundas. La ciencia por sí misma, ejercida con alteza, no habría repercutido sobre la función del médico sino de manera beneficiosa, ofreciéndole infinidad de

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ENSAYOS SOBRE EL MEDICO, LA MEDICINA Y EL ALMAHONORIO DELGADO

I LA ENTIDAD Y EL MEDICO

Desde fines del siglo pasado, siglo de progreso científico y técnico a la vez que de desustanciación del hombre, la medicina sufre un cambio profundo, cuyas consecuencias apenas podemos concebir. Lo efectivo es que la vida profesional parece no descansar ya sobre los mismos fundamentos que antaño. La manifestación más visible del cambio es el predominio creciente de una especialización que tiende a sustituir al médico general, unido de por vida a sus clientes, por técnicos competentes en aspectos circunscritos de diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades, con quienes el paciente no se vincula sino de manera circunstancial. Así, las ramas de la medicina crecen y se diversifican, alejándose del tronco original, que las sostiene precariamente. Por cierto que la especialización no es una novedad: ha existido en el antiguo Egipto, en Alejandría y en Roma. Pero nunca representó peligro tan grande de despedazamiento como en nuestros días, a causa del desmesurado aparato científico y técnico anexo a una división del trabajo sin unidad de horizonte.

1. CIENCIA Y MEDICINA

La mutación que se opera en el ejercicio y en el concepto mismo de la medicina es inseparable de las potencias configuradoras de la civilización contemporánea. El examen de este proceso histórico nos llevaría lejos de nuestro tema. Aquí me limitaré a considerar la influencia ejercida por el auge de las ciencias naturales sobre la manifestación que nosinteresa. Apenas es necesario advertir que el progreso científico no es sólo causa, sino efecto de transformaciones espirituales más profundas. La ciencia por sí misma, ejercida con alteza, no habría repercutido sobre la función del médico sino de manera beneficiosa, ofreciéndole infinidad de posibilidades en el dominio de su competencia. El conocimiento metódico nos ofrece datos positivos acerca del mundo físico y del orgánico desde puntos de vista determinados; permite que las cosas se conviertan en agentes al servicio de las necesidades y aspiraciones del hombre; y, en fin, con su ejercicio, el pensamiento en general adquiere rigor y el espíritu de investigación, acicate y prudencia. Es evidente que las mayores conquistas de la medicina contemporánea se deben a su íntima compenetración con el espíritu científico. Este puso término a las luchas doctrinarias y a la mudanza de las teorías fundamentales, acerca de cuyo caos en el Renacimiento dice acertadamente Montaigne: "Después de estas antiguas mutaciones de la medicina, hubo infinitas otras hasta nuestros días, y ordinariamente transformaciones completas y universales, como son las acontecidas en nuestro tiempo con Paracelso, Fioravanti y Argenterio; pues no solamente cambian un principio, sino, según me informan, todo el contexto y ensambladura del cuerpo de la medicina, acusando de ignorancia y engaño a los que la profesaron hasta ahora. Con Lo cual puede formarse idea de la suerte que corre el desdichado paciente.Hoy en día, merced a la base científica de su formación,el médico, aunque no está libre de

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sectarismos y veleidades ideológicas, tiene a su alcance un criterio fundamental que le permite prevenir los extravíos de la imaginación y métodos más o menos apropiados para .verificar o descartar las hipótesis. El práctico, alejado del campo de los problemas teóricos, se sustenta de los resultados que le ofrece el trabajo del investigador. Bien orientados uno y otro gracias a una cultura y a una actitud en que el saber científico sea lo que debe ser, es decir, un instrumento y una disciplina intelectual, los frutos de la investigación original enriquecerán sus medios de acción y su pensamiento acerca de las enfermedades y de la vida y la naturaleza. Con eso, los más perspicaces incluso podrán adquirir una idea clara de los límites de lo cognoscible tras los cuales se extiende la arcanidad.El peligro que representa el apogeo de la ciencia para la medicina está en el sometimiento de ésta al positivismo. El positivismo, generalización abusiva de las ideas válidas sólo en el dominio estricto de las ciencias físicas, Ileva a considerar al enfermo como un simple objeto material, una cosa, y a la medicina como una pura ciencia o una mezcla de ciencia y técnica, por ende, impersonal y mecánica. Puesto que la ciencia no es capaz de dar respuesta a la cuestión de su propio sentido ni de señalar fines a la acción del hombre, el conjunto de lo que debe hacer el médico queda fuera del dominio científico. Se explica, pues, que no falten médicos dominados por el prejuicio positivista dispuestos aadoptar lo que fue un axioma entre los discípulos de Skoda: "No hacer nada es lo mejor en medicina interna." El pensamiento científico tampoco puede servirnos para aprehender la realidad concreta y singular que nos ofrece cada paciente operación esencial del diagnóstico, el pronóstico y la terapéutica y mucho menos para guiar nuestra conducta moral.

2. FE MEDICA:

Es innegable que el espíritu de nuestra profesión no arraiga sólo en la parte discursiva de la mentalidad humana ni depende de algo susceptible de mera acumulación, ya que puede alcanzar forma perfecta independientemente del progreso en materia de saber científico. Es una especie de instinto original, manifiesto desde los albores de la civilización, según el cual obramos sin ser capaces de explicarlo. Algunos antropólogos consideran que la medicina es la profesión que primero aparece en la sociedad primitiva. Así, Frazer, en sus investigaciones acerca de la evolución de la majestad real, cree hallar el origen de ésta en el mago o medicine-men. "Los magos dice parecen constituir la clase artificial o profesional más antigua en la evolución de la sociedad. Con el curso de los tiempos y con el avance de la diferenciación, se subdivide la orden de los medicine-men en las clases del curador de enfermedades, el promotor de la lluvia, etc.; mientras tanto, el miembro más poderoso de la orden logra para sí la posición de jefe, y gradualmente llega a ser un rey sagrado...Los magos, que pueden ser reprimidos pero no extirpados por el predominio de la religión, permanecenadictos a sus antiguas artes ocultas, prefiriéndolas al nuevo ritual del sacrificio y la plegaria; y con el tiempo los más sagaces perciben el engaño de la magia y encuentran un modo más efectivo de manejar las fuerzas de la naturaleza para el bien de los hombres; en suma, el abandono de la hechicería por la ciencia". Por su parte, Marett, para quien el folklore no significa sólo superstición, magia y cosas semejantes, sino la expresión de una "preciosa tradición vital de la raza" sostiene que la medicina, aun la moderna, "se ha desarrollado no en pequeña parte de la materia prima de esa roca fundamental". Y ya Hipócrates había

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afirmado que la medicina y la adivinación son parientes próximos, pues que Apolo es el padre común de ambas artes. No invoco estos antecedentes porque crea que los gestos primitivos sean una adquisición fortuita de la mentalidad humana que sigue influyendo a través del tiempo. Conceptúo que expresan disposiciones nativas, perennes y trascendentes, cuya naturaleza no penetran las explicaciones evolucionistas. Los hombres salvajes piensan y meditan poco sobre las cosas; pero, según observa Frobenius, "viven la esencia de las cosas en sus actos simbólicos originales"En lo que respecta a nuestro asunto, haré una última referencia a la manifestación primigenia de la vis medícatrix humana. Nos mostrará la importancia de algo sin lo cual no hay médico verdadero. Los antropólogos han verificado entre los pueblos salvajes que el mago curador, a quien muy apropiadamente llaman faith healer, tiene plena confianzaen sí mismo y fe profunda en sus procedimientos. "Prueba suficiente es que si cree haber sido abandonado del poder, al instante se retira de la práctica. Para adquirir este poder ha sufrido penosas pruebas y privaciones, y para conservarlo continúa sufriendo la suerte de un hombre tabú, la vida ascética, de hambre, soledad y meditación. Ciertamente, entonces, si recibe alguna recompensa, antes ha pagado el precio; y esta recompensa consiste esencialmente, no en el estipendio, si recibe alguno, sino en el sentimiento de comunión con el poder que está por encima del poder de los hombres ordinarios". Por otra parte, en la antigua Grecia, aun en época posterior a Hipócrates, los asclepíades descendientes de Esculapio, hijo de Apolo, actuaban convencidos de la intervención divina en las curaciones, y nadie penetraba en un asclepeión sin el espíritu purificado y dispuesto a fomentar santos pensamientos. En todo médico genuino sucede fundamentalmente lo mismo, pues no puede concebirse el ministerio de curar sin esa especie de posesión. Ciertamente que hoy no creemos estar en comunión con fuerzas mágicas ni ser guiados por dioses en el ejercicio de nuestro arte, pero toda nuestra vida profesional es dirigida a iluminada por una fe íntima en la idea de la medicina. Esta fe es la sustancia esencial a inmutable de la vocación médica a despecho de las varias condiciones históricas del ejercicio profesional, sustancia gracias a la cual ser médico no constituye simple ocupación utilitaria. Olvidarla o preterirla significa trivialidad,desmedro, desnaturalización, trabajo forzado o charlatanismo.

La idea de la medicina es susceptible de resplandecer y perfeccionarse gracias a la cultura. El ejemplo de las grandes figuras que la han encarnado contribuye a despertar en el profesional el mundo de valores y la fe correspondientes. La lealtad a la tradición magnífica que nos viene desde Hipócrates es el mejor sostén del espíritu de nuestra profesión, afinado por obra del cristianismo, religión medicinal por excelencia, según Harnack. En efecto; durante la Edad Media en oposición a la Antigüedad, la Iglesia dio reglas, ejemplares las más para la relación del médico con el paciente; estableció el tratamiento de los enfermos incurables hasta el último suspiro; obligaba al médico a adquirir todos los conocimientos necesarios para la curación de los pacientes y lo hacía moralmente responsable de los perjuicios que causare por falta de atención; para elevar la práctica, prohibió todo manejo egoísta y exigió el tratamiento gratuito de los pobres". Honigmann, de quien tomo estos datos, agrega: "Debe reconocerse que esas prescripciones, fundamento de la medicina humanitaria, se convirtieron en bien común y hereditario de los médicos. Además, en el siglo XIII la literatura canónica y las sumas de los teólogos moralistas revelan una actitud

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totalmente contraria a la que los malos historiadores atribuyen a la iglesia medieval: "Combaten las supersticiones populares, incluso en la forma cristianizada, prohibiendo así las fórmulas de exorcismo encubiertas con ropaje cristiano,lo mismo que las oraciones supersticiosas".Si aceptamos que nos guía una idea rectora, una fe entrañable en nuestra profesión de médicos, es legítimo esforzarse en precisar cuál es el carácter de ésta, qué es lo que no se adquiere con el estudio pero resulta capaz de desarrollo y perfección. En semejante empeño es difícil señalar las cualidades esenciales al médico nato sin incurrir en una trivial enumeración de los aspectos más asequibles. Todos conocemos copia de semejantes caracterismos, y casi no puede ser original nada de lo que se diga sobre la materia. Sin embargo, bueno es recordar las propiedades que constituyen el ideal al que quisiéramos aproximarnos, cumplido en los grandes médicos geniales.

3. DON DE HUMANIDAD Y ABNEGACION

Aparte de esa como posesión a que me he referido, es requisito que se antepone a los demás el don de humanidad. Una suerte de sensibilidad y simpatía para el ser de cada hombre enfermo, a quien se comprende y se atiende tanto por sí mismo, en su situación concreta, cuanto como prójimo, semejante y copartícipe del destino común, colocado en el tiempo frente a la vida, frente a la muerte y frente a lo espiritual a imperecedero. Esto significa que el verdadero médico debe ser hombre lleno de interés por todos los aspectos esenciales de la índole humana y por todos los accidentes y circunstancias de la existencia individual. No se trata de la simple aproximación al ser psíquico de los demás y de una asimilación del saber antropológico, sino de una actitud cordial. Por consiguiente, lacualidad moral es decisiva para el alma del médico. Una sentencia de Hufeland, atribuida a Nothnagel, dice: "Sólo un hombre bueno puede ser un buen médico." En realidad, la penetración de lo humano, por sí mismo, unida a la bondad son condiciones sin las cuales la actividad profesional no se ennoblece y corona con la mejor de sus virtudes: la abnegación, tanto más preciosa y amable cuanto más secreta.Después de la vocación cardinal y del don de humanidad, el carácter espiritual más apreciable y significativo es el afán de cuidar y servir a los enfermos. El médico es médico gracias a la fuerza que le mueve a ayudar al hombre enfermo, en tanto que enfermo, por encima de toda otra consideración, de todo móvil diferente. Consagrar su vida a luchar contra el sufrimiento, la enfermedad y la muerte es la causa final de su vocación y de su amor al prójimo. Su estimativa y su actividad se orientan hacia ese norte; y hasta cierto punto el conjunto de sus facultades, disposiciones y aspiraciones, incluso en el orden político y religioso, tienen su centro en el reclamo de la asistencia. Evidentemente, la labor técnica o científica encaminada a evitar el dolor y las enfermedades a los hombres, si no se realiza con el ejercicio personal de la cura de pacientes, tiene poco que ver con el arte vivo del doctor. Aunque ofrezcan a éste conocimientos eficaces para la práctica de su ministerio, quienes se dedican exclusivamente al trabajo de laboratorio, en la investigación o el diagnóstico, no necesitan tener alma de médico. Lo mismo ocurre, hastacierto punto, con los higienistas y los técnicos de la medicina social y legal, si sólo a eso dedican la actividad de su profesión. Médico efectivo es el que trata a los pacientes, el que practica la terapéutica. La riqueza original de este último vocablo corresponde a la propiedad señalada. implica no sólo curación y tratamiento médico, sino servicio, asistencia, cuidado, primor, culto,

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etc.

4. SENSIBILIDAD Y DISCRECION

A los tres elementos principales indicados cabe agregar otros tres de no menor importancia, pero cuya entidad depende, en cierto modo, de la sustancia de los primeros actuando sobre disposiciones del carácter y la inteligencia que se presentan en personas con las más diversas vocaciones.Según el criterio vulgar, el hábito profesional de enfrentar continuamente el dolor y la muerte, insensibiliza al médico, le hace indolente y casi, casi inhumano. Esto puede ser cierto en un caso: en el del médico imperfecto, sin vocación real y sin las cualidades apropiadas; aquel que no respeta la sensibilidad, el pudor, el alma del paciente, y llega incluso a asustarle con un diagnóstico o un pronóstico imprudente o malintencionado; aquel que en el hospital tutea despectivamente al enfermo, y sin consideración ni caridad le toma como "material" clínico y acaso le hace percutir o auscultar en público por decenas de estudiantes, uno tras otro. Pero en el caso del médico auténtico, la relación con la flaqueza, el sufrimiento y la ruina del hombre tiene muy distinta consecuencia, aunque el tacto y la delicadeza logrenocultarla a la mirada del observador. Y precisamente esta diversa manera de reaccionar frente al desmedro de la vida y del ser del prójimo constituye la piedra de toque de nuestro arte. A quien nace dotado para ser buen galeno, la familiaridad con las penas del enfermo no le produce embotamiento de la sensibilidad, sino una resonancia cordial más honda y significativa que en el profano de sentimientos igualmente sanos y superiores. Actúa sobre su espíritu afinando la participación afectuosa y comprensiva en el pesar ajeno a incitando la inclinación al auxilio activo del doliente y a la lucha contra su mal. El sufrimiento de los demás, vivido de cerca, lo mismo que el sufrimiento propio, constituye escuela de perfección moral para las naturalezas vigorosas. Gracias a tal escuela, logra profundidad el sentido de la existencia y adquiere nobleza el carácter. Si a eso se une, grave y repetida, la experiencia de presenciar los estragos de la muerte, por poco inclinado que sea a meditar, el médico de corazón adquirirá con ella una superior manera de concebir las cosas terrenales. Su lucha contra la gran enemiga, lucha ora triunfal, ora desafortunada, siempre dramática, le muestra los límites de su ciencia y su poder, invitándole a la modestia, y por encima de esto, la visión de la faz más sombría y tremenda del destino humano le incita a considerar, con recogimiento y elevación, el reino impenetrable de lo arcano, fuente de toda verdadera sabiduría.El médico se halla de continuo en situaciones complicadas y difíciles, que leobligan a actuar perentoria y resueltamente. En esta brega con problemas infinitamente diversos, a menudo tan graves los de orden general humano como los puramente técnicos, su idoneidad se revela en la manera feliz de desempeñar su misión en bien del paciente y de la sociedad, sin mengua de la confianza otorgada a su ciencia ni del decoro de su profesión y de su persona. Así, la discreción luce como cualidad distintiva y característica del médico dotado para la práctica de su profesión, presto, concienzudo y sagaz tanto para discernir y juzgar cuanto para socorrer, alentar y salvar. No se trata sólo de una fecundidad de recursos mentales unida a cierta habilidad y tacto en el trato, sino de una intención soberana segura, viva y acuciosa que todo lo orienta con sentido y constancia, incomprensible sin la posesión de la fe íntima en la esencia y el valor de la medicina.

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5. TALENTO ARTISTICO

Siempre se ha llamado arte de curar a nuestra profesión, y en tiempos de Hipócrates se aludía a ella como "el arte" por antonomasia. Esto tiene su justificación en las dotes artísticas que requiere su ejercicio. Pues a pesar de los inmensos progresos de las ciencias y de la técnica incorporados y utilizados por la disciplina que cultivamos, la aplicación de ésta se funda de modo indeclinable en facultades artísticas. Gracias a ellas la intuición por simpatía descubre a los ojos del espíritu la realidad concreta del objeto de nuestra actuación, revela lo significativo en el caso singular y permite aprehender, en la experiencia fugitiva, laindividualidad y la unidad viva de cada paciente. Esas mismas facultades disponen nuestra mente para la comprensión directa de las manifestaciones de la vida, con su espontánea virtud reparadora y medicinal. De ahí que sea inherente al espíritu hipocrático la concepción orgánica y finalista de la naturaleza. Por último, el don artístico también se muestra, a veces con realce, en la forma cómo se exterioriza la actividad del esculapio distinguido, forma inventiva, personal, con estilo, llena de delicadezas y matices, como la del músico o el poeta. Y hasta el más modesto de nuestros colegas, médico o cirujano, realiza bellas obras de humanidad en su labor cotidiana frente al sufrimiento de los enfermos.No está demás precisar en qué consiste el aspecto artístico de nuestra actividad. De la misma manera que el pintor no es tal por su conocimiento de los colores y de la perspectiva ni por el pincel que maneja, el médico no es médico por la ciencia que sabe ni por los instrumentos que usa: lo es a causa de la manera cómo los aplica y emplea. Ante la dolencia, "el arte" despliega sus recursos en una compleja estructura de actos regidos por la intención profesional. El análisis puede distinguir aquí una serie de intenciones subordinadas, cuya jerarquía culmina en la correspondiente a la obra curativa. El orden de la siguiente exposición de tal serie no indica una efectiva y forzosa sucesión de operaciones particulares del espíritu, como si se tratase de un esquema lógico. Procediendo al análisis, tenemos que ya al producirse laprimera relación entre médico y paciente, la actitud de aquél, receptiva, afable y acogedora, preludia una situación plástica cuyo sentido se esclarece más y más en el curso del diálogo informativo. En éste se opera la comunicación de persona a persona, de manera que la materia objeto del interés profesional el mal sufrido por el paciente gradualmente se ilumina y cobra forma determinada. El ascendiente ejercido por una de las panes logra que en la otra la incertidumbre y el temor cedan el campo a la confianza y el espíritu de colaboración. En semejante atmósfera, la exploración del enfermo, en que se aúnan el afán inquisitivo con el miramiento humano, sigue las líneas que señala la intuición del "ojo clínico". El empleo del aparato de investigación diagnóstica considerado en nuestros días de manera equivocada como la cosa principal, en realidad no es más que la prolongación del acto, esencialmente sintético, de la presunción que, cual luz rectora, nace y se perfecciona o rectifica con el progreso del trabajo mental de confrontar los datos concretos con el saber y la experiencia. En medio de la muchedumbre de hechos y posibilidades del caso único, el acierto artístico está en la valoración, el ordenamiento y la comprensión de todos en una idea clara. El toque final lo constituyen la providencia curativa y la previsión de las consecuencias del proceso como un todo. Aquí también intervienen la intuición formal y la facultad de presentimiento por simpatía, no el puro pensar discursivo. Intuición y presentimiento se unen a la accióncreadora del verdadero

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terapeuta, asistente tanto del alma cuanto del cuerpo de su enfermo, que sabe apelar a las fuerzas renovadoras de la vida.

6. LUSTRE Y DESLUCIMIENTO DE LA PROFESION

Es sabido que en el alma del hombre dotado de sentido artístico no todo es disposición para la obra objetiva. La tendencia a lo singular se manifiesta también dirigida hacia el propio ser del artífice en forma de sentimiento intenso de valer y poder personales. El médico corre el peligro de incurrir en la vanagloria y la arrogancia, tanto por esa propensión cuanto por la importancia de sus actos, de sus facultades y de los medios de que dispone en la lucha contra los males y la muerte. El mismo Esculapio, según la leyenda, fue castigado con el rayo de Júpiter por haber caído en la tentación de resucitar a los muertos, no contento con sanar a los enfermos. Este es el antecedente mítico de la dañosa , de la que debemos guardarnos tanto más cuanto mayores sean los privilegios y la honra de que nos hace objeto la sociedad. Por otra parte, la censura de ésta se expresa en muchas formas, algunas despiadadas, como la sátira, a la cual las debilidades del gremio ofrecen materia favorita. En todos los tiempos hubieron escritores afectos a burlarse de los médicos, principalmente por esta flaqueza de la presunción. Montaigne, quien confesaba detestar más a los remedios que a las enfermedades, parafraseó el reproche que ya Esopo hizo a los médicos de su tiempo, de ejercer con hinchazón una autoridad tiránica usurpada. Bernard Shaw repite lomismo a los contemporáneos. El cargo es injusto en general, por lo que respecta a nuestra época, pero debe servirnos para prevenir la menor muestra de mal gusto, y no sólo en lo que respecta a la soberbia. Por fortuna, raro es el facultativo de cierta finura espiritual que, si no es reservado por naturaleza, no aprende a serlo con la experiencia de su profesión. En efecto la práctica con los pacientes y sus familiares, y también el comercio con los colegas, advierten al menos avisado que nunca se puede cultivar con exceso la circunspección. Por su parte, el ejercicio del secreto profesional, al que todos estamos obligados, constituye una excelente escuela de moderación y silencio, incluso respecto a uno mismo.En loor a nuestros mejores maestros en el arte de curar, he de referirme a algo que ignoran a olvidan los detractores del doctor: y es que existe un prestigio sólido, una autoridad auténtica, un ascendiente incontrastable, que no son fruto del orgullo, que, sin ser buscados, nacen, espontáneos y magníficos, del don de sí y de la honorabilidad unidos a la competencia. El secreto de la confianza profunda a inconmovible que el médico de corazón despierta en sus enfermos está, pues, en la reverencia, casi religiosa, con que les asiste. Aquí no entran para nada las exterioridades: lo esencial es la reciprocidad de los sentimientos más preciosos, desinteresados y entrañables. Hufeland, gran sabio y eminente médico práctico, consideraba que cada enfermo es un templo de la naturaleza, y aconsejaba a sus discípulos: "Aproxímatea él con respeto y unción, lejos de la frivolidad, el egoísmo y la falta de conciencia." Lo demás, pudo agregar, lo será dado por añadidura, incluso la eficacia terapéutica, pues muchas veces "c´est la foi, qui guérit" (Charcot).Otra cosa que tampoco comprenden los detractores del doctor y ahora no me refiero tanto a los pocos a ingeniosos del campo literario cuanto a los innumerables del vulgo, cada vez más desconsiderado e irrespetuoso, es que nuestra profesión liberal persigue algo distinto y muy por encima de la retribución y la gratitud: el bien mismo del enfermo, sea quien sea personalmente.

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Por cierto que todo médico conoce y aprecia el bello y halagador testimonio de enfermos y deudos de enfermos, sobre todo entre la gente más sencilla y entre la muy culta, que no sólo son atentos, reconocidos y hasta cordiales, sino penetrados de la integridad del facultativo. Pero la mayoría, una vez recibido el servicio, no se considera más que clientela, y su estimativa de la profesión resulta del nivel utilitario. Tal actitud contrasta con la frecuente en otros tiempos. Antaño, incluso antes que el cristianismo acendrara la conducta del médico, éste era objeto de mucha estima por parte de la mayoría de las personas, aunque la eficiencia de su saber terapéutico, en no pocos aspectos era infinitamente menor que hogaño, cuando se curan muchas enfermedades reputadas incurables hasta ayer. El dictamen de Séneca revela el contraste. El gran filósofo sostiene que a los facultativos y a los maestros se les tenía gran cariño yrespeto: magna caritas, magna reverentia. Dice a Aebucio: "Del médico adquieres una cosa inestimable, que es la vida y la buena salud; y del maestro, que da las buenas ciencias, adquieres los estudios liberales y el adorno de lo ánimo. No se les paga el valor de la cosa, sino el de su trabajo y el servicio que nos hacen dejando sus negocios para acudir a los nuestros, y así no llevan la recompensa del mérito, sino la de la ocupación" mercedem non meriti, sed oceupationis suae ferunt.No creo que la poca comprensión del espíritu de nuestra clase se deba sólo a la crisis del respeto y al embate de la vulgaridad, propios de la multitud contemporánea. Es justo reconocer que nosotros mismos tenemos no poca responsabilidad en su génesis. El entusiasmo despertado por el triunfo de la ciencia, así como la falta de selección personal, tal vez en ocasiones nos hacen descuidar lo esencial, la raíz aristocrática de nuestro ministerio: el amor al bien dirigido a la salud, contra el dolor y la muerte. Por eso se justifica que en oportunidades como la presente recordemos la fe confortante, el don de humanidad y los demás requisitos de aquel espíritu que debe ser forma imperecedera de nuestra vida profesional. El día que en la intimidad de la mayoría de nosotros brille sin tregua esa luz del amor medicinal, nuevamente nos haremos dignos, sin buscarlas de propósito, de magna caritas, magna reverentia.

II EL MÉDICO Y SU CULTURA GENERAL

Si se quiere iniciar los estudios de medicina con probabilidades de llegar a ser un facultativoidóneo, hay que poseer tres condiciones especiales: vocación, aptitud y preparación fundamental. La vocación es requisito subjetivo que entraña una auténtica afinidad personal con el objeto y el ejercicio de la carrera preferida. Tratándose de la medicina, no hay procedimientos que permitan reconocer la vocación correspondiente. Uno mismo debe determinarse a seguir la llamada interior, informándose lo mejor posible acerca de la naturaleza efectiva de la profesión a que se siente inclinado, atento a la importancia y los peligros inherentes a tal opción. La aptitud para estudiar y ejercer la medicina está constituida por un conjunto de raras disposiciones especiales, cuya consideración no es del caso examinar. La preparación fundamental, por último, consiste en sólidas y amplias bases de instrucción y educación integrales adquiridas previamente, de suerte que el aprendizaje profesional prolonga y diversifica en una nueva dirección la cultura asimilada, sin que ésta deje de constituir el cimiento de la formación total de la persona.Las aptitudes y la preparación convenientes para ser médico, se aquilatan con las pruebas de selección, cuyo fin, en general, debe ser no sólo excluir de determinada vía a los pretendientes,

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sino encontrarles la apropiada a su capacidad real. Siempre he propugnado la idea de que la cultura superior corresponde sólo a las mentalidades superiores. El poder de la educación encuentra sus límites en las disposiciones nativas: no se puede cultivar sino lo que tiene de cultivable cada persona. Esto no entrañadesconocimiento de la inmensa significación de la influencia pedagógica. Por el contrario, aceptar que en tal materia son decisivas las dotes naturales, obliga a la estimación de la virtualidad de éstas y a que la obra docente sea responsable de sus frutos, lo cual implica un régimen de autoridad genuinamente espiritual.No trataré aquí de la cultura general de la etapa anterior a los estudios médicos, sino de la que comienza con éstos y se prosigue sin más término que el de la vida. En efecto; la cultura general no es como ciertas formas de adiestramiento técnico que pueden dominarse en tiempo limitado. Constituye esfuerzo asiduo, proseguido a lo largo de toda la existencia, para desenvolver las aptitudes más relevantes del espíritu y para dominar y transfigurar todo lo que, dentro y fuera de nosotros, se oponga a una formación humana enteriza.

1. CULTURA GENERAL Y EXCLUSIVISMO PROFESIONAL

Aunque precisamente la cultura general, por su esencia, es un correctivo de la estrechez de horizonte anexa al hábito profesional, el médico suele cultivar su mente influido por sus prejuicios, lo que entraña un círculo vicioso. Así, en lugar de progresar en un saludable encaminamiento allende las fronteras del oficio, su espíritu se empequeñece y deforma, multiplicando los mismos yerros en los campos más diversos. Afanoso, por ejemplo, de un sistema general de pensamiento que cree ser filosófico o movido por la tendencia mecanicista usual para interpretar los procesos orgánicos, cae en una concepción del mundo que no es ni cienciani filosofía, sin alcanzar la dignidad de ideal. Y si se trata de la historia, le atrae la literatura de propensión patográfica, debida, por lo común, a médicos o escritores inflamados en el fanatismo de las interpretaciones semicientíficas; de suerte que la grandeza de los personajes es reducida al valor negativo de las anomalías o disfunciones de ciertas glándulas o del cerebro, con desmedro para el lector de la capacidad de admirar, uno de los mejores resortes de la cultura animi. Algo semejante le ocurre con el arte, confundido con un pseudoprimitivismo morboso y hasta teratológico, y con la moral y la religión, cuyas manifestaciones son interpretadas como sexualidad torturada o algo por el estilo.Muy pocos son los médicos que, por lo menos en la juventud, no son víctimas de semejante exclusivismo. ¡Cuánto tiempo y cuánta buena fe perdidos en el "consumo" de una literatura que, lejos de constituir la cultura general, es semilla de filisteísmo, de sofistería y de charlatanismo!

2. CULTURA GENERAL Y CONOCIMIENTOS DIVERSOS

Se confunde también la cultura general con una suma de conocimientos y con un saber universal. Ciertamente, la designación se presta a equívoco, pues despierta la idea de una ilustración enciclopédica, superficial y común, esto es, heterogénea y al alcance de todo el mundo. Pero, en realidad, no es cuestión de leer mucho y de curiosearlo todo sin alcanzar la entidad en nada, llenándose el cerebro de multitud de información que tal vez no se puede digerir y cuya misma disparidad es madre del absurdo, la desorientación y el caos.

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De lo que se trata es de la formación orgánica del espíritu según las diversas direcciones fundamentales del mundo de los valores a ideales de perfección humana; de una labranza interior que nos dé centro, medida y rotundidad. Semejante cultura general no concierne sólo a la inteligencia, sino a los sentimientos, la voluntad y el carácter. Y su progreso consiste en un enriquecimiento de la estimativa personal, la cual, al medrar, no sólo crece, se diversifica e ilumina, sino que se hace capaz de asimilar sustancia de calidad cada vez más rara y más pura.Así entendida la cultura general, es legítimo no sólo que irradie del núcleo de las disposiciones y preferencias personales, sino que prolongue y corone la formación profesional. Se compadecen entre ambas: la labranza personal y la preparación médica, por ser dos modalidades de la cultura, y porque ésta no se logra desflorando todas las materias, sino adueñándose a fondo de una principal. Sólo en este sentido es acertada la concepción de Nietzsche, del perfeccionamiento profesional como espinazo de la cultura subjetiva.

Con este criterio revisaremos los principales aspectos de la cultura general del médico, sin que sea menester repetir que cada cual la adquirirá y fomentará según su propia y singular inclinación. Lo que sigue es por fuerza solamente un ideal, al que se puede aproximar cada uno en forma y medida peculiares.

3. CULTURA CIENTIFICA

El médico de hoy tiene en la ciencia una base sólida que le ofrece medios técnicos seguros ydisciplina intelectual fecunda para el conocimiento, la curación y la prevención de las enfermedades. El incesante progreso de la técnica en todas las ramas de la medicina nos obliga a un continuo esfuerzo de información, si no queremos quedar en la postura poco airosa de simples usufructuarios de procedimientos y agentes cuya razón de ser no alcanzamos. Por otra parte, incurriríamos en viciosa actitud unilateral si como médicos redujésemos nuestro afán de saber científico a uno de los planos del ser humano: el físico químico, por ejemplo, con desmedro del vital, del psíquico y del espiritual; así como si olvidásemos que toda teoría que parte de proposiciones científicas rigurosas, en realidad, aísla por abstracción un fenómeno que objetivamente está ligado a todos los del organismo, y sustituye las relaciones de dependencia recíproca por la hipótesis de un tipo exclusivo de relación de causa a efecto.Del positivismo generalmente se toman sólo las especulaciones menos sostenibles, y se olvida lo que tiene de método perennemente fecundo, sobre todo para el sano empirismo médico: la importancia cardinal que reconoce al hecho concreto. El gran clínico Murri, que llamaba a su positivismo "il nostro pedestre eriterio", es autor de un aforismo que comienza con estas palabras: "Tutto, meno i fatti, é provvisorio nella scienza" (Todo es provisorio en la ciencia, menos los hechos), palabras que son la más perfecta expresión de lo mejor del positivismo. El galeno a quien la cultura científica inspire un santo horror de las nociones sumarias que siempre engañan porque mutilan la realidad, tendrá en la consideración de los hechos una de las fuentes principales del espíritu crítico, sin lo cual nos enseña Pasteur todo es caduco en la ciencia. Así, tanto más culto será nuestro saber científico cuanto más cerca nos ponga de lo concreto y cuanto más desborde a

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las necesidades técnicas y a las construcciones conjeturales o dogmáticas en boga. El estudio de la historia de la ciencia y de las doctrinas médicas contribuye a favorecer la adquisición de ese saber.El facultativo que no esteriliza su cerebro en la rutina, siempre es un investigador práctico, clínico. Algunos son por vocación investigadores teóricos, que dedican sus más desinteresados empeños a la búsqueda de la verdad en problemas relacionados con la salud, la vida, la naturaleza. El médico general y el especialista pueden llegar a ser profesionales justamente renombrados sin esta dedicación; pero el doctor, con actividad docente y situación académica, es fuerza que participe en el trabajo original del progreso científico. Y su esfuerzo inquisitivo tendrá realce de sabiduría si por encima de la inteligencia de las relaciones causales alienta el amor a la naturaleza, con esa como devoción estética frente al objeto, propia de todo verdadero enamoramiento, y con esa especie de santa ingenuidad admirativa, cualidad soberana del auténtico naturalista.

4. CULTURA FILOSÓFICA

La ciencia llevada al extremo de especialización, si no quiere perder en ramificaciones infinitas su tenor espiritual debúsqueda de la verdad, debe restablecer contacto con la filosofía, su tronco originario, contacto que, por añadidura, le permitirá recobrar la unidad y el vigor de encumbrada disciplina intelectual. Lo mismo ocurre con el saber del profesional, quien en vano buscará en principios científicos fines para su conducta y para su existencia, cuando, generalizadas ilegítimamente, sólo pueden extraviarlo en eL escepticismo o en la sistematización unilateral, extremos a cual más estériles y nocivos.El médico discierne como filósofo cuando averigua las condiciones y los límites de sus adquisiciones científicas y separa lo que sabe, de lo que presume y de lo que ignora. Y su experiencia alcanza lustre de sabiduría cuando le mueven a reflexión grave los problemas de la vida y de la índole humana que la ciencia no ha logrado sustraer al reino maravilloso de la arcanidad.La filosofía no sólo es docta ignorantia, sino fermento de autenticidad personal y de participación del alma en las normas supremas de la existencia. En efecto, el fruto del esfuerzo filosófico no es tanto alcanzar verificaciones objetivas cuanto adquirir una actitud íntima que nos remite a las fuentes de toda posible espiritualidad. El médico, para ser culto, no tiene por qué adquirir erudición filosófica. Esta incluso puede ser peligrosa, si le incita a la pedantería o le hincha de presunción. Le bastará iniciarse directamente en la obra de uno de los más grandes pensadores, Platón o Aristóteles, por ejemplo, en la medida que su aspiración le mueva a acrisolar su serintrínseco y a con templar con altura las cosas, en el arduo y nobilísimo ejercicio de librar sus ideas y su conducta de la impureza de sus pasiones. Con tal iniciación si le asisten dotes y entusiasmo tendrá pie firme para encaminarse históricamente en la magnífica floresta del pensamiento filosófico universal.

5. CULTURA LITERARIA

Obligado a aguzar la sindéresis, por la complejidad de los problemas que afronta, el médico necesita no sólo pensar claro frente a los hechos y allende las doctrinas, sino formular

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debidamente sus juicios. De ahí el interés de buscar y cuidar la expresión precisa, de aplicar el término conveniente a cada concepto, a cada diferencia, a cada matiz del dato. Esto lo consigue sólo con la cultura literaria, consagrando parte del escaso tiempo que le deja libre el tráfago de la acción, la lectura de libros selectos. Tampoco aquí el toque está en leer mucho, sino en leer bien las mejores obras del tesoro castellano. Leer con verdadera "filología", en el sentido isocrático de amor a las palabras, a la palabra, al logos; leer atento a la "biología", a la genealogía, al espíritu de las palabras, consultando a menudo los diccionarios de lenguas vivas y muertas. Con semejante método de lectura, el médico logrará emplear con propiedad las palabras, y con las letras clásicas adquirirá ese impalpable polvo de oro sin el cual todo saber y toda experiencia no consiguen disimular la mixtura de vulgaridad anexa a la pérdida de la sana y feliz ignorancia, esa ignorancia que Abel Bonnard, mejor que nadie, nos enseñaa comprender. Temo pedir demasiado. Quizá lo cuerdo sea contentarse con que la mayoría de los colegas se dé cuenta de la horrorosa jerga con que estropea nuestro idioma, incluso en los mejores trabajos que publica.Esto último me sugiere una indicación respecto a los idiomas extranjeros. La bibliografía que se cita en todos los trabajos que ven la luz, por lo común abundante, rara vez da al lector la impresión de una información directa y efectiva, con conocimiento de los verdaderos autores de las ideas originales. Esto, ciertamente, no sólo pasa entre nosotros. El doctor que realiza tareas académicas está obligado a conocer los principales idiomas de la cultura occidental: el alemán, el inglés, el francés y el italiano.

6. CULTURA ARTISTICA

Es una exigencia de la cultura general que el ejercicio de la medicina no sea causa de ruina en nuestra mente de ninguna virtualidad esencial de la estimativa. Y menos de la virtualidad estética, pues redundaría en menoscabo de la propia actuación profesional, ya que ésta es un arte. Lo es, ante todo, porque se dirige a lo singular encarnado en cada enfermo. La misión del facultativo no estriba en hacer abstracción de las manifestaciones sensibles de la individualidad para acertar con la ley que rige la enfermedad, sino en captar a través de tales manifestaciones el conjunto orgánico y dinámico del proceso mórbido, con sus cualidades distintivas únicas, para cuya intuición y síntesis de poco le servirá su ciencia y su pensamiento discursivo.Aparte de la espontánea afición a lasartes y el amor a lo bello en la naturaleza, en el arte y en la vida moral difícilmente no prosperan en una personalidad diferenciada y cabal, el galeno debe alimentar con esmero tal afición y tal amor. Por decoro propio y de la profesión que ejerce, no es airoso que en este particular quede por debajo del afinamiento y el buen gusto de las personas cultas de su clientela.

7. CULTURA MORAL

El médico, en comunicación continua con sus semejantes en las más diversas situaciones, y considerado casi siempre como dispensador de uno de los bienes más preciosos, tiene en el trato con sus enfermos y sus colegas ámbito para el cultivo de las más preciosas cualidades morales, además de la observancia estricta de los deberes y la honorabilidad anexos a su menester.

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Un exquisito don de humanidad es inherente a la vocación médica genuina; pero la manera de ejercitarlo es susceptible de infinitos grados y formas, hasta lo sublime. En este respecto, el ideal de cultura es tender, cordialmente y sin asomo de alarde, a la perfección en el modo cómo se asiste y se hace el bien al paciente y a sus allegados, con el máximum de comprensión y miramiento de su alma, con el máximum de prudencia, de tacto, de prevención, de dulzura, de urbanidad; en una palabra, con verdadero espíritu caballeresco.Uno de los mandamientos elementales de la moral médica es el secreto profesional, que suele descuidarse, con legítimo desagrado y justa censura por parte de la clientela. Quien lo viola, aunque sea en grado aparentemente venial, no sólo falta a sujuramento, sino al honor caballeresco, que obliga a la discreción y la reserva. Otro tanto cabe decir del respeto y la consecuencia debidos a los colegas. Se oye hablar mucho, en academias y sociedades, del sacerdocio médico y del espíritu hipocrático. Por desgracia, expresiones tan bellas a veces están en boca de quienes, en la práctica, olvidan su significado, fariseos y sicofantes de que no está libre ninguna carrera, para quienes la ética es cuestión de palabras huecas y no de recta conducta.

8. CULTURA RELIGIOSA

Hay una categoría de experiencias sin la cual la cultura no es cultura y el hombre no es hombre en todos los sentidos: aquella de la actitud reverencial ante el misterio, expresión de la virtualidad religiosa del alma.Al médico, testigo y más que testigo del sufrimiento y de la muerte, no puede menos de preocupar el sentido último del ser. Por poco propenso que sea a la contemplación mística y al ahonde metafísico, al inclinarse sobre su enfermo, se inclina virtualmente sobre el misterio mismo de la vida y del destino, con especialidad en ciertas situaciones particularmente trágicas.Toda civilización comienza y florece unida al vigor del mito y de la religión, y decae y desustancia al hombre con la secularización de uno y otra. En nuestra época, que no es precisamente del florecimiento de la civilización, algunos médicos son irreligiosos y suelen mostrar una peregrina desviación de la estimativa que les lleva a trocar la fe en Dios por la fe en la ciencia, en la técnica, en la teoría de la evolución o enotra cosa finita. Obrarán como hombres cultos y sensatos si saben respetar en los demás lo que en ellos se ha desnaturalizado al perder su objeto propio.

9. HIPOCRATES, MODELO DE CULTURA

La cultura general no se concibe completa sin una imagen arquetipo. Lo propio sucede con la profesional. Para el médico, Hipócrates encarna el modelo inigualado de entre ambas en todos los aspectos. Fundador de la medicina científica, verdadero investigador y antípoda de magos y enemigo de charlatanes; filósofo de la physís, doctrina de la finalidad constructiva y restauradora de la naturaleza de lo cual es una variante la concepción aristotélica de la entelequia, fecunda hasta en nuestros días; escritor de bello estilo, cuyas obras, particularmente las aforísticas, constituyen parte importante del tesoro literario que en la Antigüedad, en la Edad Media y hasta en el presente ejercita y recrea el espíritu de médicos y eruditos; artista alabado como uno entre los mayores de su tiempo por Platón y por Aristófanes; autor de los mandamientos de la ética de

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nuestro ministerio, expuestos en el juramento que lleva su nombre y en sus escritos. La regla y el decoro; hombre que se inclina reverente ante la Divinidad, a la cual, lo mismo que Esquilo en el arte y Herodoto en la historia, considera rectora de la naturaleza: tales son los méritos por los cuales todos los médicos le damos el título singular de "el grande" y hasta el de "padre". Según es tradición, para él, la medicina realiza la expresión más alta de la vida, conduciendo al espírituhasta los límites extremos del conocimiento y del misterio. El conocimiento y el misterio: el fruto y la raíz, y, juntos, la cifra de toda verdadera cultura.