Encuentros

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El término "la sombra" fue acuñado por Karl Gustav Jung para referirse a aquellas experiencias de aparición de formas algunas veces antropomorfas y otras animalescas, pero que tienen por común denominador la propiedad de causar en la persona que lo vive efectos generalmente negativos. El mismo Jung vivió su propio encuentro con la sombra, mientras se encontraba en Bolingen, Suiza, en una antigua torre que fungía como su casa de veraneo, por la noche al abrir la ventana después de escuchar murmullos, se encontró con más de 25 sombras que lo rodeaban inmóviles y lo miraban con ojos flamígeros. La conclusión de Jung después de recopilar cientos de casos por la vía del diván es la siguiente: La sombra es una condensación de la negatividad inherente al pensamiento humano, que de alguna forma se materializa en un arquetipo; una imagen ya presente en el subconsciente que no proviene de la experiencia propia sino de códigos mentales que ya subyacen en el cerebro humano y que se heredan a lo largo del tiempo. Sigmund Freud, maestro de Jung exilió esto al terreno de lo onírico y lo alucinatorio, así como la creencia en entidades espirituales a la afirmación de que sólo le sirven al género humano de muleta en la cual apoyar su debilidad e incapacidad de interpretación del universo medible. Patrick Harpur, antropólogo y filósofo inglés, en su obra Realidad Daimónica, aborda este tema desde una

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El término "la sombra" fue acuñado por Karl Gustav Jung para referirse a aquellas experiencias de aparición de formas algunas veces antropomorfas y otras animalescas, pero que tienen por común denominador la propiedad de causar en la persona que lo vive efectos generalmente negativos.El mismo Jung vivió su propio encuentro con la sombra, mientras se encontraba en Bolingen, Suiza, en una antigua torre que fungía como su casa de veraneo, por la noche al abrir la ventana después de escuchar murmullos, se encontró con más de 25 sombras que lo rodeaban inmóviles y lo miraban con ojos flamígeros.La conclusión de Jung después de recopilar cientos de casos por la vía del diván es la siguiente:

La sombra es una condensación de la negatividad inherente al pensamiento humano, que de alguna forma se materializa en un arquetipo; una imagen ya presente en el subconsciente que no proviene de la experiencia propia sino de códigos mentales que ya subyacen en el cerebro humano y que se heredan a lo largo del tiempo.

Sigmund Freud, maestro de Jung exilió esto al terreno de lo onírico y lo alucinatorio, así como la creencia en entidades espirituales a la afirmación de que sólo le sirven al género humano de muleta en la cual apoyar su debilidad e incapacidad de interpretación del universo medible.

Patrick Harpur, antropólogo y filósofo inglés, en su obra Realidad Daimónica, aborda este tema desde una perspectiva no sólo de la tradición y la trascendencia sino también reflexionando históricamente al respecto.Para empezar, el objetivo concreto de su estudio no es ya la manifestación sino el ser, lo que él llama "dáimon", que es el término genérico recibían los ahora llamados seres mitológicos, que para las culturas célticas eran los seres elementales y para la actual cultura del mundo cristianizado serían ángeles y

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demonios. Lo que nos ejemplifica que en todas las culturas del mundo han estado presentes.Dentro de la fenomenología paranormal estos de diferencian de los fantasmas porque no se trataría de espíritus o cuerpos transparentes y flotantes sino de entidades concretas y tangibles cuyo color suele ser predominantemente el negro y que asimismo pueden desaparecer de un instante a otro, lo que los hace ambiguos en el sentido de que son físicos y al mismo tiempo espirituales.Nos dice que hasta el siglo XVI, en la cultura occidental era un asunto común el hablar de una experiencia de avistamiento o encuentro con figuras humanas de extrañas proporciones, cadencia y comportamiento en la propia habitación o de animales raros e imposibles en mitad de bosques y desiertos. Sin embargo, con la llegada de la ilustración, la revolución industrial, el positivismo y el marxismo, se fue relegando a todas estas experiencias hacia el terreno de lo no comprobable y por lo tanto no existente.Harpur afirma que fueron en concreto dos personajes quienes estigmatizaron la realidad daimónica. John Locke y Thomas Hobbes, filósofos ingleses considerados como los primeros politólogos absolutistas, simplemente afirmaron que nada de esto era real y se trataba de tradiciones arcaicas que debían de erradicarse para que la sociedad evolucionara. Estas aseveraciones marcaron tendencia incluso a pesar de la enorme fuerza de estos fenómenos en Europa. Esa tendencia, según Harpur, perdura hasta nuestros días: si dices haber visto un monstruo eres ignorante, supersticioso, mitómano, tuviste una alucinación o padeces alguna enfermedad mental.La conclusión de Harpur es que todas estas entidades son parte del ánima mundi, una especie de estrato espiritual que la tierra tiene por sí misma y que reside en un distinto plano de la realidad.

John Keel, el periodista del New York Times que a partir de estudiar en 1966 las apariciones del Mothman en Point Pleasant,

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West Virginia EEUU, después de recopilar miles de casos, descartar fraudes y documentarse al respecto, llegó a una conclusión inquietante: se trata de algo oscuro y antiguo, tal vez más antiguo que la raza humana, que se llega a manifestar como preámbulo de acontecimientos negativos y con lo que, según él mismo, más vale no meterse.

Mothman (hombre polilla) fue el nombre que los pobladores de Point Pleasant le dieron a una criatura que durante el otoño de 1966 se empezó a aparecer a algunas familias de la localidad. Las apariciones cesaron cuando un puente llamado Silver Bridge se desplomó sobre el río Ohio el 21 de diciembre de 1966, con 46 víctimas mortales. Las apariciones del Mothman, (apodado así por su aspecto y relacionándolo con la tradición de Europa del este donde la mariposa negra es augurio de muerte) fueron consideradas como una especie de presagio de la tragedia.

Si bien la psicología freudiana más clásica no llegó a abandonar el terreno de la conjetura, la moderna neurociencia ha dado un paso más allá.

El "casco de Dios" (God Helmet en inglés) es el sobrenombre con que se conoce a un dispositivo experimental ideado por Stanley Koren y el neurólogo Michael Persinger para el estudio de la creatividad y los efectos de la estimulación sutil de los lóbulos temporales. El casco se ha utilizado en las investigaciones que Persinger ha llevado a cabo en el campo de la neuroteología, el estudio de los correlatos neurales del sentido religioso y espiritual. El aparato, colocado en la cabeza del sujeto experimental, induce pequeños campos magnéticos, de oscilaciones muy débiles, y registra sus correspondientes efectos en el cerebro.Persinger señala que varios sujetos aseguraron haber tenido "experiencias místicas y estados alterados de conciencia"mientras portaban el casco. Las bases de su teoría han sido objeto de crítica por parte de la prensa científica y el mundo académico. Los críticos de los experimentos de Persinger achacan sus resultados a la de los participantes y a una mala implementación del doble ciego, entre otras razones. En su defensa, Persinger ha alegado que los estudios del laboratorio sueco que refutaban sus conclusiones estaban técnicamente viciados.

En diversas culturas alrededor del mundo hay ejemplos de este tipo de manifestaciones, algunas identificadas como arquetipos folclóricos o y otras simplemente sin interpretación posible, ya no desde la lógica sino ni siquiera desde el punto de vista de la tradición.

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Las hadas, elfos, gnomos y otros seres fantásticos de la mitología celta. Los gigantes, las valkirias y los enanos orfebres de la mitología nórdica. El nahual, la llorona y los chaneques en México. El vampiro en Rumania, Serbia, Moldavia y otros países de Europa del este. The holy people (genre sagrada), figuras negras de gran altura que según la

creencia de los indios Navajo, conducen el alma al más allá. Unicornios, cíclopes, minotauros y faunos en la mitología griega. Shinigamis (dioses oscuros de la muerte) en la cultura japonesa. Dijins, los demonios del Islam. En el mundo cristiano la gente ve fantasmas, ángeles, demonios y otras apariciones

más raras. El thunderbird en la cultura de los indios Lakota o Illinois. El Yeti, que para los tibetanos y nepalíes no es una presunta especie por descubrir,

sino un ser espiritual que presagia tragedia. Otros son más irracionales: un hombre con sombrero, una figura encapuchada, una

silueta de pelo largo que murmura cosas indescifrables al oído de quien se encuentra en cama, una ser volador de grandes proporciones y totalmente negro o simplemente una especie de manta amorfa y negra que vuela y que eclipsa la luz de la tarde que ya decae.

El concepto de Egregor en la alquimia, que es una creación que toma forma gracias a un pensamiento colectivo.

El concepto de Tulpa, exactamente lo mismo que un Egregor, pero desde el punto de vista del budismo tibetano.

Si nos ceñimos a lo que dicen quienes han investigado estos temas, obviamente quedándose con uno de cada 100 casos en los que 99 eran producto de la sugestión o verdaderas alucinaciones, apreciamos que cada cultura personifica a la sombra o a la realidad daimónica como mejor se ajusta a su estructura de creencias o a su manera de concebir el mundo. Jung descartaba los casos poco importantes diciendo que en un testimonio verídico aflora una fuerza distinta: quien ha tenido un encuentro con la sombra tiene un cambio radical en su manera de concebir la realidad. Una alucinación simplemente no tiene la fuerza necesaria como para cambiarte la vida. El mismo Jung se aventura a plantearse si las religiones no habrán nacido a partir de puntualmente atestiguar lo desconocido y saber interpretarlo. La última palabra no es la que se vierta por parte del expositor ni tampoco con esto se pretende adoctrinar, en todo caso sí ampliar la visión, aprender a dar el beneficio de la duda, pero sobre todo re-infundir la capacidad de reflexionar acerca de todo esto, como lo hacía el hombre antiguo, que no corría en busca de que las ciencias exactas lo tranquilizaran. A cambio de evolucionar, tal vez hemos sacrificado la capacidad de soñar con otros mundos que a la vez no dejan de estar dentro de este.

La ausencia de prueba no es prueba de ausencia.

Si ya se ha buscado la respuesta en un nivel ontológico y estas no se encuentran, necesariamente se debe buscar en otro.

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Todo tiene una explicación, lo que nos falta es la capacidad para buscarla. Otra cosa ya sería encontrarla.