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EnsuprimeranovelaLosmuros de agua, JoséRevueltas trató de reflejarcon realismo lo que él mismo presenció cuando fue deportado, poractividadessubversivas,alpenaldelasIslasMarías,enelOceánoPacífico,queservíacomocárcelenlosaños30.Enlanovela,cincopersonas,entreellos unamujer, sondeportadasa esas islas, una cárcel conmurosnodepiedra, sino de agua. Junto a esos presos políticos, vemos a otros seresmarginalesquesiempreinteresaronaRevueltasyfueronpersonajesdetodasuobra.

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JoséRevueltas

LosmurosdeaguaePubr1.0

IbnKhaldun30.12.14

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Títulooriginal:LosmurosdeaguaJoséRevueltas,1941

Editordigital:IbnKhaldunePubbaser1.2

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Yohubieraqueridodenominara todamiobraLosdías terrenales.Aexcepcióntalvezdeloscuentos,todaminovelísticasepodríaagruparbajoeldenominativocomúndeLosdíasterrenales,consusdiferentesnombres:Ellutohumano,Losmurosdelagua,etcétera.Ytalvezalapostreesovayaaserloqueresulte,encuantolaobraestéterminadaoladéyoporcanceladaydecidayanovolveraescribirnovelaomemueraoyanopuedaescribirla.Esprematurohablardeeso,peromiinclinación sería ésa y esto le recomendaría a la persona que decasualidadestérecopilandomiobra,quelarecopilebajoelnombredeLosdíasterrenales.

(José Revueltas: entre lúcidos y atormentados, entrevista porMargaritaGarcíaFlores,DioramadelaCultura,Excélsior,16deabrilde1972.)

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ApropósitodeLosmurosdeagua

Losmuros de agua fue escrita en 1940 y publicada al año siguiente gracias a unasuscripción familiar con la que se pudo hacer frente a los gastos de impresión.Terminédeescribirlanovelalamadrugadadel3deoctubre.Puedoprecisarcontantaexactitud la fecha en virtud de una circunstancia estrujante y dolorosa: esamismamañanavinoamicasalaesposademihermanoSilvestreparapedirmequefueraaverloenatenciónaqueestabamuygrave.AlamadrugadasiguienteSilvestremoría;yo contaba, al terminar de escribirmi libro, con acudir inmediatamente a leérselo,pueséleraunjuez,implacableymagnífico.Estoyanofueposible;enmediodelafiebre Silvestre apenasme reconocía y ya nome separé de su lado hasta que fuenecesarioacudira laagencia funerariaparaadquirir el féretro.Lo recuerdoconundolorvivoyunaangustiaquenomeabandonacadavez.NopensémásenLosmurosde agua y no sometí este libro a la lectura de nadie hasta que, por insistencia deRosauraydemiprimeraesposa,lanovelafuepublicadael10demayode1941.

LasegundaedicióndeLosmurosdeagua fuepublicadaenelmesdemarzode1961,fechaenquesecumplenmisveinteañosdeescritor.Peronoeséstamiprimernovela,asísetrate,sinembargo,demiprimerlibropropiamentedicho.EscribíantesdeLosmurosdeagua (y esto debe ser por los años37y38) unanovela corta,Elquebranto,delacualsólollegóapublicarseelprimercapítuloenformadecuento,dentro del volumen que formaDios en la tierra. Los originales (sin copia) deElquebranto desaparecieron en la estación de Guadalajara, donde un buen ladrón seapoderódemimaleta,sindudaconlaesperanzadeencontrardentrodeellaalgunosobjetosdevalor:todavíanolearriendolagananciaporsuhallazgo.Bien;asífueyyanotuvelapresenciadeánimoparaemprenderlatareadeescribirnuevamenteaquellanovela.[1]

Los muros de agua recogen algunas de mis impresiones durante dos forzadasestanciasquedebípasarenlasIslasMarías,laprimeraen1932ylasegundaen1934.Laclandestinidadaqueelpartidocomunistaestabacondenadoporaquellosañosnoscolocaba a los militantes comunistas en diario riesgo de caer presos y de serdeportados al penal del Pacífico. Yo no era de los más señalados por estapersecución:lascárcelesnodejaronnuncadetenercomunistasdentrodesusmurosporaquelentonces.MurosdepiedraenlaPenitenciaria,enlaCárceldeBelem(queaún alcanzamos a conocer algunos camaradas de aquella época), en la Prisión deSantiagoTlatelolco,ymurosdeaguaenlaIslaMaríaMadre,delarchipiélagodeLasMarías, en ese vasto y solitario Pacífico, que llegaba a convertírsenos en unainmensidadobsesionanteatravésdeloslargosmesesderelegación.

Contodo,Losmurosdeaguanosonunreflejodirecto,inmediatodelarealidad.Sonunarealidad literaria,unarealidad imaginada.Peroesto lodigoenunsentidomuy preciso: la realidad siempre resulta un poco más fantástica que la literatura,

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comoyaloafirmabaDostoievski.Ésteserásiempreunproblemaparaelescritor:larealidadliteralmentetomadanosiempreesverosímil,opeor,casinuncaesverosímil.Nos burla, nos «hacedesatinar» (como tanmaravillosamente lo dice el pueblo enestevocablodeprecisiónprodigiosa),hacequeperdamoseltino,porquenoseajustaalasreglas;elescritoresquiendebeponerlas.

Sí,lasIslasMaríaseran(nohevueltoapisarsunobletierradesdehacemásdeveintisieteaños)unpocomásterriblesdeloquesedescribeenLosmurosdeagua.Lacuestiónseexplicaporquelo terribleessiempreinaparente.Loterriblenoes loqueimaginamoscomotal:estásiempreenlomássencillo,enloquetenemosmásalalcance de la mano y en lo que vivimos con mayor angustia y que viene a serincomunicable por dos razones: una, cierto pudor del sufrimiento para expresarse;otra,lainverosimilitud:quenosabremosdemostrarqueaquelloseaespantosamentecierto.

Llegué a esta conclusión durante una visita que fui invitado a realizar alleprosariodeGuadalajara,poreldirectordelestablecimiento,doctorB.,en1955.Laexperiencia era importantísima, pormás torturante que resultara. Iba a examinar, acontemplar,amedirunhorrorconcreto,elhorrorenunadesusmanifestacionesmásdesnudas. Recordaba lo que se cuenta de Tolstoi cuando alguien le preguntó si élhabíavisto,porsuspropiosojos,algosemejantealoquedescribeenLaguerraylapazcuandoseentierravivosaunosprisionerosmalfusilados.LarespuestadeTolstoies toda una lección: no negarse jamás a ver, no cerrar los ojos ante el horror nivolversedeespaldaspormáspavorosoquenosparezca.Tolstoivioaesosfusilados;cuándo y cómo, no importa.Yo tenía que ver a aquellos leprosos. Nome resisto,pues,atranscribir lospárrafosdeunacartaqueleescribíaMaríaTeresa,miactualesposa, en aquella ocasión, porque precisamente lo que pude contemplar puso derelieve antemí la frontera que existe entre la realidady la literatura.He aquí esospárrafos, que comentarémás adelante desde el punto de vista de lo que considerorealismoenlaliteratura:

Loprimeroquevemosalentraresunenfermo,sentadoenunabancalateral,que saluda al doctor B. con una expresión afectuosa. Al mirarnos (losvisitantes de «fuera») su rostro se hiela. Procuro examinarlo—dentro de larapidez de la observación— lo más profundamente que puedo, casi conansiedad. ¿Su reacción antenosotros, losvisitantes, los intrusos, ha sidodepudor?Pudieraparecer.Elhombresehaencogidolevementedehombros.Talvezseapudor—unpudorlastimado—onadamásdesdén.Tratodedescubrirquéencuentrodeextrañoenesteleproso,dóndeestálalepra,nolaveo.Sinembargo,esunserextraño.Aprimeravista,asegunda,nodistingonada,nadaadvierto,peroesindudablequehayalgo.¿Qué?

No,noesunhombrecomotodoslosdemás.Pero¿endóndeestáesoquelohacedistinto?Deprontomedoycuenta.Sonlosojos.Absolutamente los

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ojos.Nuncahevistoojosiguales.Muygrandes,muyabiertos,comopuestosahíenelrostrodeunmodoartificial,ajenos,ojosdevidrio.Cuandoalguienabremucholospárpadosestopuedeserunareaccióndesorpresa;hayotrosojos, también (como en el caso de los enfermos de la pituitaria), en que elglobosimplementesesalta.Peroaquíesotracosa.Losojosdeeste leprosoparecen no tener párpados, están al descubierto de una manera extraña einmóvil,sininteligencia,imbécilesyblandos.

Másadelanteunaespeciedeciegopaseaenelpatio.Noesprecisamenteun ciego. Se cubre con unas gafas negras y tantea el piso con un palo deescoba, con pequeños golpecitos telegráficos. Están ahí sus pies, vendadoscon hilachos. Sus pies a la mitad, tan sólo talón y un pedazo de empeine.¿Habla?No;mascullaentredientes.Talvezrezaomaldice.

Deun lado,casasdemamposteríaybarracas.Dentrohayalgoasícomovidafamiliar:unbraserohumea,unamujersepeina,haytiestosdegeraniosenlaspuertas.Unaespeciedevida,decopia,deimitacióndelavida,porquetodossonleprosos.Ylosojos,otravez.Losgrandesojossobrenaturales.Mepregunto si están tristes. No, de ningún modo. Ni siquiera resignados.Estupefactos,másbien,comosiaúnnopudieranreponersedealgunasorpresamuygrandeonopudierandarcréditoaloquelessucede,sinadquirirtodavíalaconcienciadequesonleprosos.

Noquiero sacar conclusiones apresuradas.Miro todos los rostros,buscocuáleselrasgoesencial—noestrictamentefisonómico—,sinoelrasgoquemehagaposibleencontrarunasíntesisdecómosonesosrasgos.¿Seráciertoloquepienso?Creoquesonrostrosquehanperdidolafacultaddeexpresar;sonmáscaras, no dicen nada.A través de ellos no se podrían descubrir lossentimientos que en el común de los hombres sonmás omenos fáciles deestablecer. No hay tristeza (y debe haberla profundamente), no haydesesperación (y debe ser insoportable); no obstante, son rostros que debenmanifestar algo, pero debe ser en un lenguaje diferente al humano.No soncarashumanas,deesosepuedeestarseguro.

Lomásterrible,lomásdesconcertantedetodoesquehastaestemomentoaún no hemos tropezado con un rostro verdaderamente horroroso. No sonhorrorosos. Un poco asimétricos. Mucha gente no leprosa también tienerostros asimétricos. ¿Entonces?Bien, lo que pasa es que el horror está pordentro.Elhorrorradicaenquenosonhorrorososdeunmodocompleto,sinoapenas.Pálidos,conunapalidezquejamáspodráencontrarseenningunaotrapielhumanaquenosealadeunleproso;noesblanca,nimate,niambarinaesta palidez. Algo de la epidermis de un muerto que no está muerto, unmuertodevariosdíasqueyano tienesangre.Sia todoesto se leagregaelaspecto mexicano; sombreros de palma, huaraches, pantalones de dril, elconjunto adquiere una dimensión extrañamente realista, simple, natural y

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pavorosa.Estamos en el fondodel lazareto, enun terreno llenode rastrojo aquí y

allá.Unoodosárboles,eucaliptosroñosos.Losenfermosusanelterrenoparasembrarmaíz.

—¿Porquéenlugardeeso—pregunto—nohaceruncampodeportivo?—EldoctorB.ríeconindulgenciaantemitontapregunta.

—Pueselcasoesquenosepodría—replicaconsuavidad—;acasitodoslos enfermos les faltan pedazos de lasmanos y los pies…, ¿a qué podríanjugar?

Meapenahaberhechounasugerenciatanimbécil.Entramosenunasaladondeseencuentranmujeres.Sobreladoblefilade

camas están sentadas aquí y allá, conversando en una voz muy baja, queapenas se oye. La aparición del doctor es recibida con cariño. Casi a laentradadelapuertahayunaleprosajovencita,comodeveinteaños.Descubroconsorpresaquetodasellassehanpintadoloslabios(despuésmeexplicaB.queesacausadeunafiestaquehabráestatarde).Lajovenleprosaesbellaysonríeconunaespeciedecandoralmédico.Peroencuantonosveanosotrosclava la vista en el suelo, como si se hubiera caído toda entera, con unatristezatremenda.Todavíaelmalnocundeenellaalextremodequesurostronopuedaexpresaryasentimientos.Quedaahíconlavistabaja.Latransiciónentre su alegría del instante anterior y esta congoja de ahora ha sidoviolentísima, instantánea. Nunca en mi vida he visto a nadie, a nadie,absolutamentetantriste.Ylaleprosaesbonita,conlapinturaartificialsobrelas manchas amoratadas de sus mejillas y las manos que se entretienenobstinadamentejugandoconsusdedosflacosdelargasuñas.

Porlatardeserálafiestaenelteatrodelleprosario.Prometemosregresaryelquemásseempeñaenquelohagamossoyyo.

Estamosenlapuertadelteatro.Ungrupodehermanasdelacaridad,todasmuy feas, conversa en círculo, las cabezas cubiertas con las grandes tocas.Soncomopalomas—unaspalomassinbellezaespiritualnifísica—.Laúnicabellaresultalamadreagustina,queesunaindiafeacondosgranossobreloslabios —acaso ya atacada del mal—. Resulta que cuando los curas laemprendenentareascomoéstayotrassemejantes,susmejoresauxiliaresnoestánentreloscatólicos.EsunhechosintomáticoqueseaprecisamenteB.,uncomunista, sin dios y sin religión, quien le preste la mayor ayuda, la másdesinteresada,alpadreB.,queseocupadellazareto.

Lasmujeresleprosasformantambiénuncírculoalaentradadelteatro.Lodeloslabiospintadosesdesolador,tremendo.¿Porqué,conaquellosrostrosdeleones,conaquellosojosredondos?Yahora,depronto,doyconelsecreto:¡eso mismo! Ahora me doy cuenta de lo que hay de extraño en los ojos:probablementenoesquesemuestrenmuyabiertosycomosinpárpados,sino

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que se hacen redondos, circulares, pierden su aspecto rasgado y se vanhaciendo como los ojos de losmonos, pero peor aún. Los labios pintados,entonces, añaden un toque de extravío a las expresiones, como cuando sedecorauncadáver.

Entre lasmujereshayunaniñaquepodría tenerquinceaños.Uncuerpomenudo,pequeñito,deespaldasmuyestrechas,conunapañoletadecoloresquelecubrelacabezayunvestidoverdeconcaprichososdibujosnegros.Laniña está de espaldas y la pañoleta le cae por detrás, sobre el vestido deartiselacorriente.Sevuelvedepronto.Noesunaniña,esunamujeradulta,conmapasmoradosenelrostroylosdosojosdeespanto,sinórbitas.

Llegan lasseñoritasdelPatronato, jóvenesde lasociedad tapatía.Dosotresmuy guapas. Todas—excepción de la que parece ser principal— bienvestidas, como generalmente viste la mujer de Guadalajara. Sonríen condificultad,a loquemeparece; inquietas,sinmezclarse.ElpadreB.apareceluegoytodoelmundoacudeentropelaencontrarlo.Dosleprosos,unoconunviolínyotroconunaguitarra,letocanlasmañanitas.Eldelviolínapenaspuede tocar y saca de las cuerdas unamúsica alucinante, conmovimientosdificultosos del brazo, como títere roto, el rostro con una sonrisadescompuesta,absurda,agradecida.

Enelinteriordelteatrolasleprosassesientanaunladoylosleprososenotro.RamónRubínyyopermanecemosdepie,entredosmujeresenfermas,simplesypálidas.

Ahora,mirandoa todos juntos,medoycuentaenquéconsisteelhorrorquehayenellos, elhorrorque inspiran.Simplemente, se tratadeunhorrordiferido, un horror a punto de ser. Aquí puedo examinar, de un modoprogresivo, el proceso de la distorsión de las caras, desde el principio, alcomienzode lamonstruosidad,hasta lamonstruosidadperfecta.Haytoda lagama.Estánaquéllos—yaquéllas—cuyanarizescasinatural,casihumana.Luegovienen losqueya la tienenunpocohundida,yfinalmenteaquellosaquienesnadamáslesquedaenelrostrounasimple,redonda,carnosaesferitaen medio de las grandes mejillas de durazno sin color. Parece ser que eltabique de la nariz se les va hundiendo hacia dentro del rostro. EntoncescobranunauténticoaspectodeesasfigurasdeGoya(enLosdesastresdelaguerra).

Seaproximaamíunapequeñamonstruo,solícita,quemetiradelamangasuavemente. Tiene la cabeza torcida sobre uno de los hombros, el cuelloprotuberante, enorme, morado, con la apariencia de una vejiga inflada, elrostroplegadoendistorsiones escrofulosas.La cabeza esmuygrande sobreun cuerpo pequeño, deforme. Aquí no es Goya. Aquí es una figura deBrueghel, que posiblemente no sea tan espantosa, con todo, como alguienpudiera imaginarla, pero que causa una sensación de inmensa soledad, algo

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quelehacesentirseaunomuysolo.—¿Porquénosesientan?—mepreguntatierna,afectuosa,lamonstruodeBrueghel.Susolicitud,suurbanidad,sonloquecausanunasensacióndevértigo,unosdeseosdellorar,porloinsólito,porloquenoseconcilianconelaspectodeanimalhorribleque tiene lamujer.Rechazo la invitación, del mejor modo, porque en otra forma no podréobservar.Desdeunprincipionopuedodominarunasensacióndevergüenza—porelhechodequemiestadodeánimoesfríamenteanalítico,sinlamenoremoción—. La mujer de Brueghel aumenta este remordimiento. Me sientocomosiestuvierarobandoalosleprosos.Séquemástarde(cuandodescribaloqueveohoy),voyasufrir(comoenrealidadocurre);peromientrasestoyentre ellos me concentro de un modo absoluto en su observación, sin quesientacompasión,piedad,nada.

Nopierdodevistaaunodelosmonstruos,elquemecautivamás.Setratadelospedazosdeunhombre,alosumo.Lefaltaunapierna;losdedosdelasmanosnotienenyasinolaúltimadelasfalanges.Elrostro…,pueselrostroes casi indescriptible. Sufro al recordarlo. Ojos de batracio —esos doscírculos perfectos, hundidos, no saltones como un sapo o una rana, así quejustamente sin semejanza alguna con los batracios—, la frente protuberantepero con los huesos quebrados, como si estuviera compuesta de pequeñaslosasdisparejas;lanarizenmediodelosojos.¿RecuerdaslasmujeresdeTataJesucristo, de Goitia? Eso mismo, Tata Jesucristo. Luego fuma. TataJesucristo fuma y ríe con una mueca. Probablemente no sea sonrisa. Lamutilacióndesusdedosydeaquelpienoesunamutilación,nosesiente;esdecir, como ocurre con alguien a quien han cortado alguna de lasextremidades.Sevequeaquello,simplemente,sehacaído,sehadesprendidoigual que una hoja seca o como la ceniza de un cigarro. Es como si estehombreretrocedieradentrodesímismo,cadavezconmenosterrenoenquéescondersedentrodelcuerpo,cadavezconmenosespacio:ahoraunapierna,ahora losdedosdel pie, ahora el empeine, algo así como si este retroceder,este replegarse, fuese una lucha desesperada en que un demonio se ibaapoderandodeél,hastaquitarleelrostroyponersupropiorostroahíencimadeaquelotroquehabrásidoantesdelaenfermedad.

Unamujer,no lejosdemí, llevaunniñoentre losbrazos,que trepaporencimadesuhombro,gordezuelo.Puesbien.¡Nadadegordezuelo!Essólolacarita de un pequeño gatitomontés, un niño con lepra. Lamujermemira,indiferente.Indiferentealparecer,porquealgodebiónotarenmiexpresiónyentonces sobre lamáscarade su rostro ruedanunas lágrimas,desconectadasenabsolutodeloqueacostumbramosvercomodolor,unaslágrimasajenas,quealguiensoltódesdeatrásdelosojos—nolamujeractual,enferma,sinoesaotramujerquetuvoalgunavezunrostro,unacara,yquepodíamanifestaralgo.

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Anuncianelprimernúmerodelafiesta.Alguien—unenfermoofreceráelhomenajealpadreB.Yaéstenoshabíahabladodelhombre:unabogadoquetuvociertaposición,dinero,cultura.

Eloradorleprosollevaunamanovendada,lamanoquetendrácarcomida.Unodesuspiessinzapato.Bueno,tambiénsinpie.Tiembla,conunpapelenlasmanos, donde lleva las notas de su discurso. Sus ojos fulguran.Bajo laguayabera, el torso se hace súbitamente ancho, sin soportes, como si seadivinaraque está apuntodedesintegrarse.El rostro es anchoabajode lasmejillas, el aire resuelto. Comienza a hablar. Primero se advierte que eldiscurso es memorizado; las palabras están aprendidas. Pero en seguida sedejallevarporlainspiraciónyhablaconformealoqueseleocurre.

—Nosotros,losdiscriminados—dice—,losdiscriminadoshastadespuésdemuertos…,losseresaquienesnadieresistever…

Me estremezco. Aquí, en este hombre, hay conciencia de la lepra, unaconcienciainteligente,yesloquemeconmueve.Depronto,adviertoloquehaydepavorosoenelabogadoenfermoLavoz.Escavernosa, interior, saledesde muy dentro. Pero sale después de las palabras, no coincide con laspalabras,ycuandoéstasterminandeenunciarse,aúnlavozquedatemblandoenelaire,ronca,airada, llenadeenojo(unenojobueno,amargo,desolado).Terminasudiscursoconunpoemacompuestoporél enhonordelpadreB.Recuerdounaimagendelpoema:habladequeDioshacearrancarmelodíasalosbosques,comosipulsarauninmensolaúd.

EnseguidavieneunjuguetecómicoalqueanunciancomoElcuentodelaloca.Aterrador.Nadamenos que aterrador.Reflexiono en aquello.Quienesorganizan este festival—bien, es el espíritudelmexicano—hanperdido elsentidodelasproporcionesdelhorror.Creoqueparanosotros,losmexicanos,no existe el horror: de tal modo estamos acostumbrados a él. Nos fascinaCoatlicue. Los niños, para jugar, se ponen esas horriblesmáscaras de huleque,ahoramedoycuenta,nosonsinodeleprosos.¿Dóndesepuedeverqueesto sea un juego y una diversión? Sólo entre nosotros. Somos un paísincreíble.Dedemonios.

Eljuguetecómicoencuestiónesunrelato,enverso,quehaceunalocadesu vida. Los versos son paradojas,muy al estilomexicano, delmonstruosohumormexicano,comoésedeltrenquedescarrilayquesegozaenimágenescomo elmaquinista sin cabeza, el fogonero con las tripas fuera, que si lasjuzga uno con objetividad, colocándose fuera (aunque a uno mismo leencanten),resultandeunacomicidaddelocosodecriminales.Bien, la locahace broma de que el manicomio donde está encerrada es un infierno ydescribeentoncesquetieneunmagníficocolchóndesuelo,unacobijadeaire,quecomehermosaspiedrasyrecibeestupendosgolpes.

Bueno. Lo extraordinario es la mise en scène. Sentados en círculo, a

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medio foro, se encuentranhombresymujeresdesgreñados, enharapos, quebebenensendasbotellas,haciendogestosygolpeándoseunosaotros.Atrás,enunasilla,desempeñándosecomomudocomparsa,seencuentraunleprosotocadoconunsombreromichoacano.Giraelrostroaunladoyotro,comolos«graciosos»de lascomediasespañolasdelSiglodeOro.Comprenderásquéclase de «gracioso» de pesadilla. Al centro de la escena, de pie, la locadeclama,vestidaconunabatadecolores,remendadacontrozosdediferentestelas, en la cabeza una peluca hirsuta, a lo GrouchoMarx, y encima de lapeluca un cedazo. No se puede decir quiénes de los actores —fuera del«gracioso»—son enfermos.Lamisma«loca» parece no ser leprosa.Recitalosversoscongrandesademanesyarrancacarcajadasalauditorio…Aquellotermina.Lalocadalasgracias.Pordebajodelabatallevagrandeszapatonesdehombre.Esdecir,unsolozapato.Elotropie,carcomido,estáenvueltoentrapos.Lalocaseinclinayluegosealejacojeando.

Bien.Yohabíacontempladounarealidad.Perodudodequeesarealidadpudiesesertransformadaenunaficciónliterariaconvincente.Eraexcesiva,superabundante.

Con esto quiero decir que un realismo mal entendido, que un realismoespontáneo,sindirección(elsimpleserunespejodelarealidad),nosdesvíahaciaelreportaje terriblista, documental. La realidad necesariamente debe ser ordenada,discriminada, armonizada dentro de una composición sometida a determinadosrequisitos. Pero estos requisitos tampoco son arbitrarios; existen fuera de nosotros:son,digámosloasí,elmodoquetienelarealidaddedejarsequelaseleccionemos.

Dejarse la realidad que la seleccionemos. ¿Qué significa esto? Significa que larealidad tiene un movimiento interno propio, que no es ese torbellino que se nosmuestraensuapariencia inmediata,donde todoparece tirarenmildireccionesa lavez.Tenemos entonces que saber cuál es la dirección fundamental, a quépunto sedirige,ytaldirecciónserá,así,elverdaderomovimientodelarealidad,aquélconquedebe coincidir la obra literaria. Dicho movimiento interno de la realidad tiene sumodo,tienesumétodo,paradecirloconlapalabraexacta.(Su«ladomoridor»,comodiceelpueblo.)Esteladomoridordelarealidad,enelqueselaaprehende,enelquese la somete, no es otro que su lado dialéctico: donde la realidad obedece a undevenir sujeto a leyes, en que los elementos contrarios se interpenetran y laacumulacióncuantitativasetransformacualitativamente.

¿Cómotomarlarealidaddelosleprososenelsentidodesucoincidenciaconlarealidaddelavida,conladireccióninternadelmovimientoverdaderodelarealidad?Nosetrataba,desdeluego,deunarealidaddesdeñable.¿Porquédebíaserlo?Nohaynadadelarealidadquedebaserleajenoalescritor.Perosisetomabanestoshechosindiscriminadamentemetemoquenosepudierairaningúnlado.(ClaroquesetratadeotracosacuandoloscríticosescandalizadosymojigatosacusabanaHuysmansdeser elMuseoDupuytrende la literatura; porotraparte, sin embargo, sequedauno

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perplejo ante el horror nihilista, sin medida y sin propósitos de Louis FerdinandCéline en su Viaje hasta el fin de la noche.) Tomar ese material vivo, doliente,desquiciantedelosleprosos…,pero,¿cómo?Semeocurrequetansóloenelaspectoen que no eran leprosos, en el aspecto en que la vida no es lepra. Pero aquí haymucho que esclarecer todavía, porque ya veo a los filisteos antiviviseccionistas detodaclaseapuntandoconeldedosonrosado:¡Eso,eso,lavidaalegre,feliz,optimista,risueña, encantadora! No, no; tampoco se trata de eso, y de eso menos que decualquierotracosa.Tomaralosleprososenloquenotienendeleprosos,porque,enefecto,lavidanoeslalepra,peromásaún,sinquedejendeserleprosos,porquelavida todavía está en riesgo de caer en la lepra, y ahí están, para testimoniarlo, lasbombassobreHiroshimayNagasaki.Éstaeslacuestión,sinduda.

Meheapartado,evidentemente,deloquequeríadecirsobreLosmurosdeagua.Labien intencionadamalignidaddealgunoscríticossostienequese tratademi

«mejor»novela.Resultaqueparalosescritoresmexicanoscadavezsenoshacemásdifícil estar de acuerdo con nuestros críticos y no voy a intentar aquí unaautovaloración demi trabajo, que resultaríamás que prematura, cuandome quedatanto por escribir. Baste dejar dicho que considero Los muros de agua como unaintención,comounatentativa.

Intención, tentativade loque considero realismo.Noel realismodequienes sesometen servilmente a los hechos comoante cosa sagrada (el realismodeunbuenreportero, digamos, aquí sí exigencia necesaria del oficio, y yo he sido reporterodurante largos años); ni el realismo pletórico de vitaminas, suavizado con talco,entusiastaprofesional,gazmoñoyadocenado,delosqueasímismosseconsideran«realistassocialistas».Unrealismomaterialistaydialéctico,quenadieha intentadoenMéxicoporlasencillarazóndequenohayescritoresquealmismotiemposeandialéctico-materialistas.

Elempeñonoesfácildeningúnmodo,yporesoLosmurosdeaguaquedanenunatentativa.Pero¿acasolohelogradoconmisnovelasposteriores?Pareceserqueno,aunquetampocoestoymuylejosdelograrlo.

Creo, por otra parte, que sólo sobre la línea de este realismo dialéctico-materialistasepodrállegaraescribirennuestropaíslagrannovelamexicana.Nohayotro camino y esta posiciónmía no es dogmática.Basta examinar el panorama denuestraliteratura.Porunlado,lasproduccionesmás«avanzadas»nologransalirdelos marcos del revolucionarismo democrático-burgués, y las que intentan penetrarmáshondoenlarealidaddelhombretodavíanopasandelpsicoanálisis.

A romper estas limitacionesquepadecenuestra literatura es a loque tiendemitrabajoliterario,yaromperlosmoldessocialesquetrabaneldesarrollohumanoesaloquetiendemiactividaddemilitantemarxista-leninista.

México,marzode1961

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Losmurosdeagua

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ARicardoCortésTamayo

ALuisMondragónV.

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I

¿Aquélugarpodríaser?Elrelojamarillo,delatorre,losárboles,aparecieroncomounrompecabezas,comounhazdetarjetas,desarticuladas,yluegotodoquedóoscuro,impenetrabley silenciosodentrodel carro, cuyapuerta sonócon ruidodecadenas.Más tarde ya no eran sino los edificios de la ciudad, entrevistos por la estrechaclaraboya;edificiosdeerigidaceniza,rectos,unitarios,puesyanohabíaesquinasytodosehabíatornadounmuro,unacallesolaylarga,cargadadeinfinito.

¿A dónde? ¿Con qué rumbo? ¡Si al menos pudieran adivinarse el sentido, laorientación…!Peroelcarroibadeizquierdaaderecha;parecía, luego,tornarsobresus propios pasos, como rectificando, y después continuaba en su vértigo, ciego,carentede certeza,desgobernadoy sinpropósitos, comouncarrode lanoche,quecaminarasinfin.¿Adónde?¿Aquédestino?

Dentrosóloseoíael ruidosordodelmotory la respiracióndesacompasadadelgrupoinforme,nisiquieraadivinado—elgrupode«políticos»—,queaguardabaahíllenodeinquietudes,enlaoscuridad.¿Llovía?Debíalloverporquedelasllantasdelcarrobrotabaunrumorcomodearena,suaveydeunatranquilidadinsólita,quenosecomprendía.Un rumor acariciante y lleno de consuelo.Bastaba oírlo con atenciónpara que todo el resto—la oscuridad, las torturas, el peligro—se olvidase.En lastardesde llovizna ligera,cuando llueveconsol—ypagan losavaros, sedice—, latierracomienzaadespedirunolorfresco,unolorvegetaldecortezasjóvenesytallosvigorosos. Entonces los automóviles de la ciudad caminan más despacio,voluptuosamente,ydesusneumáticossurgeunruidofavorable,descansado,inactivoydulce.Eselrumordelaguaviajera,sinfango,sinmalospropósitos,quebajadelasnubesinocentesconelsolofindedarmásluzalaciudadyacentuarsustonosclaros,sus imposibles cercanías.Sin embargo, cuando la llovizna juvenil se transformaenaguacero,enalgunodeesosaguacerosviolentos,roncos,querevuelvenelpaisajeyloenturbiandeamarilloconsubarroyconlaspisadassuciasdesusmiltranseúntes,cuandoesoocurre,entonceselrumordelosneumáticossobreelpavimentodegeneraenchapoteo;lasuavidadylablandurapierdenligereza;seasisteaunruidolóbrego,comodeenfermedadesydesgracias,yelalmavuélveseaprensiva,taciturna,comosidelinminentecielofueseadescenderunmensajefinaleinapelable.

Dentrodelcarro,poreso,elrumornopodíatomarsehoysinocomouninvento,comounafantasía,comoalgoqueestabaahícontrariandoaldestino,desafiandoalafatalidad, oponiéndose a la ya prevista trayectoria. Una trayectoria de postigoscerrados,dehorizontesprisioneros,dondenoseimaginabasiquieralaesperanza,elanhelonoteníasitio,yúnicamente,latiendo,estabanelmiedoyelrencor.

La realidad,comoun fardopesado,eramásviolentaquecualquierensueño:depronto el rumor suave, el rumor tranquilo, monótono, se transformó: ya por laestrechaclaraboyapodíaversesólounamanchainexpresivaysinestrellas,yabajo,enlosneumáticos,habíanacidountactomisteriosoquepalpabalasuperficiebrusca

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ydesconocida,elaguaespesa,elsitiodesoladoporelfango,holladoporlasoledaddelascosaslejanas.

¿Dóndeseencontraban?¿Habíandejadolaciudad?¿Estabanfueradedóndeyenquésitio?

Laprimeravozquerasgóelsilencio—lorasgó,enefecto,porqueeraunsilenciodetejidos,deespesosmantos—fueladeRosario.Seoyócomoalgoquerompíaesecordel tenso de la angustia, ese vacío terrible donde no cabían siquiera lasrespiraciones:

—¿A dónde nos llevan…?—dijo, emitiendo las primeras, las anheladas ondasvivasdeloprimerohumanoqueseoía.

Sinembargo,todos,almismotiempo,temblaron.Precisamenteuntemblordelaspiernasydelasgargantas,unasustanciaquesederramabaporelcuerpo,enfriándoloycalentándoloalavez.

—¿Adónde?¿A dónde, sí? Ernesto sintió cómo aquellas palabras le habían caído hasta el

vientre, resonando, como si se tratase de una caja acústica. ¿A dónde? Y la vozpegaba enun tambormedroso, repitiendoy dejando caer en el cuerpo la sustanciafebril, cálida y fría, que estorbaba en la garganta y hacía de la lengua un cuerporasposo, grande, torpe, ¿A dónde? ¿A dónde? «Van a matarnos», pensó. Pero enseguida:«No,esimposible.»

En la oscuridad del carro—ahora sí completa, sin resquicios— se oyeron losmovimientos gruesos, abultados, del sargento, que protestaba por aquella preguntaindebida.Luego,inimaginablemente,elgolpe:

—¡Cállese,viejajijadetal…!—aRosario.Unacorrientemetálica,quesabíaahierro,amateriasoxidadas,atravesólasvenas

delosprisioneros.Eraelmiedo.No podía verse nada. El sargento era del tamaño de las tinieblas y todos se

encogieron,esquivandolascabezascomosiunamanopluralfueseacaerlesencimadesdeluego.Despuésrespiraronfuerte,sindetenerse,alacarrera,comoapuntodellorar. Era, quizás, un llanto inverso, un llanto hacia las entrañas, hacia esas otrastinieblasinterioresdondelaslágrimas,acaso,noharíantantodaño.

Elsargentorasgueó lacajadecerillosydespuésdeunachispaazulpudoverseaquelrostrodesencajado,tenebroso,quetratabadeimponersudominio.Lasmejillaslecolgabanaambosladosylosojosmirabanentornocomoperseguidosy,almismotiempo,capacesdeperseguirtenazmente,hastalalocura.

«Miserable»,pensóErnestoapretandolosdientes.Perocomocontrabalanceandoel adjetivo, apuntó la certeza terrible: «Sí, acaso nos maten…» Luego intentódescubrir el cielo negro, apenas distinto a las tinieblas de ahí dentro: «Es muyprobable»,serepitió.

En un relámpago —al encender la chispa de luz el sargento— Ernesto pudoobservarlafiguradeRosario.Estabainclinada,elmentónsobreelpecho,terca,sin

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llorar.«¿Por qué nome he atrevido a decir nada?», seguíaErnesto.Y una vergüenza

infinitaseapoderódesuser;algocomounagotadeplomoderretidoquecayóenelfondo, mordiéndole tejidos y visceras, tabiques orgánicos. «¡Y yo…!», se dijofinalmente,encogiendoloshombroscondesolación.

Elmotordelcarro,porsuparte,mudabaderitmo.Desusinexplicablespulmonesde vapor salían toses roncas, estertores. Iba a detenerse, había llegado a un sitio.¿Peroacuál?

Afuera se escuchabaun rumor confusodemuchedumbre enuna ceremonia, devocesapagadas,inseguras;depaciente,gobernadocaminar.

—¡Estamos listos! —gritó el chofer dirigiéndose a un personaje inaudito ypróximo, invisible y desconocido, que estaba ahí, del otro lado, o quién sabe, a lomejorenningúnlugardelmundo.

—¿Listos?El motor detuvo su marcha y las cosas empezaron a cobrar una especie de

estabilidad,defirmezaincreíbles.—¡Listos!Elsilencionoera limpio.Teníaesavirtudestorbosaydifícildelairecuandoel

humodelaschimeneaslohaceimpuro,inexacto.—¿Loscuatro?Yaquelhumoeraunaespeciedemurmullos,decorrerapagadodepalabrassin

rumbo,arasdelsuelo,comolanieblaenlosamaneceres.—¿Juntoconlavieja?Sóloestediálogoseescuchabaenlaoscuridadyeneltelóndefondodelasvoces

sepresentíacomounaselvagruesa,unida,demultitudexpectante,queelevaraprecesarrebatadadeunpavorsilencioso.

Losprisionerosdel carro, ante esto, aguardaron,quién sabeporqué, aqueunaluz,unaluminosidadseinsinuaseporlaclaraboyaaclarandolosenigmasydisipandola angustia. Era preciso. Era preciso que sobre los corazones quebrados por ladesolación, por el desprecio, cayese la luz, se abriese una bahía de transparenciadondelosojospudierancerrarsecontranquilidad,esperanzadosenalgonuevoylejosdelassombras.

De súbito las voces cesaron, separadas de lo orgánico por unas tijerasdescomunales y carentes de ruido, por unas tijeras de goma.En seguida, sobre loscharcos, el caminar de unas botas rompió pastosamente, igual que las pezuñasinsomnesdelasbestiasnocturnas.

Sinembargo,otravez:—¡Aquíestánya,mijefe!—¡Muybien!A esto siguió un caminar nutrido, disciplinado, rítmico, de hombres que se

movíaninexorablemente:sindudalossoldados.

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—¡Quesalgan!—ordenólavoz.Afuerallovía,enefecto.Unalluviaparejaypenetrante,comocortina.Elpaisaje

era de tinieblas que se superponen unas sobre otras, como escalones a cuyo pieestallaba, de sangre amarilla, un farol.Y en torno del farol—de los faroles—unacaravanaharapienta,sucia,comosilastinieblasfuesen,enrealidad,depastanegra,ylos hombres se encontraran cubiertos por materias oscuramente impermeables ysombrías.Alrededordelascaravanas,lastinieblas,comounocéano,erancapacesdemovimiento,yenelfondodeellas,comoenunabodegadecadáveres,habíarostros,centenares, miles de rostros femeninos que gemían, que estaban ahí, en un ritualextrañodondeeldoloreraprimitivoeimpotente.

De aquellos rostros salían preguntas impersonales, fantásticas; preguntas queparecíaninterrogaralmarporcadaunodesusnáufragos:

—¿Vasahí,PedroMartínez…?Yalgunavozanónima,quesabíadealgo:—¡Aquínovaesegallo…!Osino:—¡Búsqueloconlosdela«D»…!Lasmujeres que interpelaban así, como si preguntaran al destino, así, como si

estuvieran frente a un diosmonstruoso demil cabezas, recorrían todos los lugaresatravesadasporunalocuraracional,repitiendo,coninsistenciadecampanas:

—¿Estásahí?¿Estásahí…?Cuando sobrevenía el encuentro; cuando por fin, el hombre «estaba ahí», era

comouna súbita, hiriente claridad eléctrica; comounapuñaladademetales agrios;comosiparieranotravez,perosinfrutoysóloelvientre,deparenpar,quedaraconunlamento.

Despuésdialogabanagritos:—¡Escríbemellegando…!Luego:—¡Ahítevaestacobija…!Ytambién:—¡Mañanametoelamparo!¡Veréallicenciado…!Lavozdelprisionerosequebrabacomounvidriocorriente,alresponder:—¡Lademalas…!Peronoteapures…Únicamente.Sí, sólo estas palabras. ¡Cuántas cosas más dirían…! ¡Cuántas otras

recomendaciones…!Sobre la fidelidad, sobre el amor: «¿Mequerrás toda la vida?¿Sabrásesperarme?»Peroun«macho»nodebeser tansensible.Un«macho»parteasínomás,conunligero,broncotemblorenlagarganta.

ErnestosalióelprimeroytrasélMarcos,Prudencio,Santos.FinalmenteRosario.ElcuerpodeRosariobrincó,elástico,permaneciendodespuésjuntoalcarro,bajolalluvia.Losrodeóungrupodehombresconsombrerotejanoyseescucharonluegolas

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voces:—¡Conqueéstossonloslíderes…!Loshombresdetejanosedesdibujabanconlaslinternas;aparecíancomosiunos

cristalesconvexos los revolviesen, lespartieran la siluetaa lamitad,quebrando laspiernas en los charcos, y el torso, el pecho, las cabezas, sobre la concavidadinenarrabledelcielo.

No se veían sus rostros. Sólo frente a ellos las cinco caras pálidas del «grupopolítico»,cegadasporlaluz.

Los hombres de tejano tenían unamáscara inexpresiva, sin facciones, y de esamáscarabrotabaninsultos,órdenes.

Porejemplo:—¡Eh!¡Tú!¡Sácatelasmanosdelabolsa!Una orden absurda, estúpida, que partía del hombre más grueso, seguramente

jefe.Ysinquemediaraespacioentreunayotrafrase:—¿Quénomeoyes?¡Teestoyhablando!Colérico,alfin:—¡Conunatiznada!¡Quítateelsombrero,queteestoyhablando!Ernestodirigióunamiradatonta,vaga,lastimera,aloshombressinrostro.Como

enunsueñoentendióqueaquellaspalabrasestabandirigidasaél.«Quemequiteelsombrero.»Lentamente,sindarsecuentadeloquehacíasellevólamanoalacabezadescubriéndose.«¿Eranecesarioesto?»,seleocurrió.«¿Porquénoprotesto?»Tornóentoncesamirar,indefiniblemente,aloshombressinrostro.

—¡Elsargentolepegóalacompañera…!—dijoatropelladamente,temblando—.Lepegóala…señorita—yseñalabaalazar.

Tampocopudoexplicarseporquédijo tal cosa.Acaso sólopara tranquilizar suconciencia, inquieta por las humillaciones sufridas. No podría decirlo. Su cerebroestabaamortiguadocomoporunvahodeirrealidadenquebailabaunaideatambiénvaga, soñolienta, tan inofensiva que parecía referirse sólo al sueño, al deseo derecostarseydormir,descansar.«¿Nosmatarán?»,preguntóse.Yentoncescomprendióqueesaideavaga,soñolienta,eraladelamuerte.

Lamáscaradelhombregruesoarrojógotasdesaliva.—¿Y qué? —gritó—. ¿Te importa esta mujer? ¿Eres su querido? ¿Tú la

mantienes?Ernestonoacertóaresponder.Habíasentidocomounlatigazoenplenorostro.—Esnuestracompañera…—balbuceó—,lacompañeradenosotros…Denosotros.Habíaqueridodecircon lapalabranosotrosmilcosas lejanas,mil

cosasvivientes,cálidas,enaltecedoras.Maslapalabrasurgiósinvigor,vergonzante,gris.Ernestoselamentócontodaelalmaysuvergüenzafuemayorporque,sinverlo,adivinabaelrostrohermoso,digno,deRosario,queestabaatrás,respirandoenmediodelalluviacomounaplantaquerida,comounseríntimoysuyo.

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«¡Suquerido…!»,pensócontristeza.—¡Te vamos a dar a ti tu entrada, cabrón! —seguía el jefe—. ¡Tu buena

entrada…!EntoncesErnesto experimentóunosdeseos enormesdedormir, de estar echado

dondefuese,enelbarromismo.Alpropiotiempo,ydeunamaneraobsesionante,lafiguradeRosario leaparecíacomoalgomuylejano,quenopodríaalcanzarnunca,comoalgoqueflotaba,vaporosamente,encimadelascosas.Empero,todolopensabadistanteynosolamenteaella.Enelfondocarecíadefuerzasparaimaginarlascosaspróximas y para percibir si la vida misma existía. Era imposible darse cuenta, enrealidad. Todo estaba envuelto en la confusión, en el silencio, aunque al mismotiempo los hechos aparecían precisos y el transcurrir del tiempo eraextraordinariamente sustantivo, individual, como si la vida se observase con otrosojospedidosenpréstamoaunapersonaespantosamentedespierta.

Porencimadelascorolasnegrasqueeranlossombreros,nolejos,avanzabaunamasa rítmica, espesa, deotros deportados.Pero lo asombroso era que todo aquellotranscurría en silencio, como si se tratara de un ballet donde no debe hablarse ydondelavidasereduceasignos,avisualidadpura.Deaquellamultitudverdaderanopodía saberse nada, ni sus dimensiones, ni su sonido; nada, excepto que veníamarchando,comoenunduelosingular.

Las linternasqueestabancon loscincoprisioneros, las linternasquehacíandelrostrodeRosariounafiguraexaltada,delíneaspurasyojosfulgurantes,girarondeprontoparacaersobreunavíadeferrocarrildondeaparecieronloscarros-caja,rojooscuros, claveteados de tablas, como cuando se transportan animales. A ellos sedirigía la caravanay, de súbito, cobró el aspecto de una tribumística, dirigida poralguienaunpuntodecastigo,oscuro.Unatribu.Unatribuarrancadadecuajoalosvallesbíblicos,alopermanente,aloestableyquellevabaacuestas,materialmente,suvida.Sí.Porquecadahombrecargabaconunfardoinverosímil:cazuelas,sartenes,cucharas,colchones,ysobrelacabeza,dosotressombreros,superpuestoscomounaviejapirámidedelvallemexicano.

Empezaron a subir, sin ruido todavía. El ruido era un elemento tácitamentedesterrado,quenoseimaginabaenmediodetodoaquello,tansolemne.Sinembargo,delprimercarropartióungemido,tímidoalprincipio.Setratabadeungemidoqueparecía salir del pecho de un niño, pero que salía, al contrario, del pecho de unhombre. Su área se iba agrandando en las tinieblas como si en la mitad de aquelestanquequeeraelairehubiesecaídounapiedra.Masalrevésdecualquierpiedraenunestanque,esoscírculosdelllantoseacentuaban,ganabanclaridad,penetrabanporlosoídosparadetenerseenlagargantacomounnudo,comoungruesoobstáculo.Porfindeahísalíanpalabras:

—¡Nomelleven,porDios…!¡PorDios,misjefecitos…!Eraunhombre.Unavozdehombre.Lalinternadel jefenosehizoesperarparacaersobreelcarrodedondepartían

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los gritos. Su círculo de luz subía y bajaba, revisando, a tiempo que la propiaexclamaciónbrutal:

—¡Callenaesejijodelatiznada…!La orden rebotó en el viento hasta llegar a los esbirros diligentes, negros, que

estaban junto al carro-caja. Por un segundo aún la queja se escuchó, peroinmediatamente fue suplantada por algunas cosas bruscas que ocurrían allá dentro,poralgunosmovimientos radicales,sinmisericordia,que ladejaronasfixiadacomobajounamontañadetrapos.

Santos, Ernesto, Prudencio, Marcos —comprendiendo— inclinaron la cabeza.Rosarioprorrumpióensollozos.

El agua resbalaba sobre sus cabezas deteniéndose en las cejas, y parecía,entonces,comoquelasfrenteslloraban,yunaslágrimasremotas,colectivas,viniesenajuntarseahí,enlosrostros.Loscincohacíanungrupotriste,pobre.Marcosconlosojosinterrogantes,elminutoaquélcolgándoledeloshombros,cualsifueseelminutomásespesoynegrode suvida;Prudencio, anguloso, sin expresión;Rosario, comodesnudabajoelagua.¡YErnesto…!¡YSantos…!

La irrealidad del mundo se agravó entonces. Unos algodones sonámbulos, desueño,lestaparonlosoídosparaquelasvocesllegaransinrelación,desconectadasdelatierra:

No,señores…¿Señores? ¿De dónde podía salir tanta urbanidad, ahí, en ese instante sin

equilibrio,eneseinstantedesnudo?Noestánautorizadoslosperiodistasapermanecer…Lesrogamos.Luegolavozdeunavieja:Dispense…Yseinterrumpía.¿NoiráenlacuerdaJulián,unjovencitoél…?Aquívanmuchosjovencitos.Ynoporbuenos…Despuéselsilencio.¿Quéibaaocurrir?¿Adóndeterminaríalajornadadeespanto?¿Bajoquécielo?Loscincocamaradassemiraronalosojos.Sehabíaacercadolahoradepartir.

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II

Elvagónde ferrocarrildonde fueronarrojadosno tenía límites,no teníadimensiónalguna.Porqueduranteaquellanochetodosucedíacomoenelinfinito,sinparedesysinestrellas.Enelinteriordelvagónsepodíacaminar,alaventura,duranteunsigloentero,yaquenoexistenadamásvacíoyeternoquelaceguera.Yelmundoestabaciego, ausente de ojos, mientras la lluvia, golpeando, batiendo, era llorada ¡quiénsabe!,porfuerzasinconmensurables,acasoporturbiosojoscelestesdeángeles,alláarriba.

Rosario cayó hasta el rincón. Sola.Más sola aún porque su cuerpo perdió lasfronterasysetornótambiéndeoscuridades,ignorado.Laoscuridad,noobstante,leremovíacosasprimitivas,ahí,enelfondo,enlasparedesmásinferioresdelrecuerdo.

Elvagónaquelteníaunciertoolordeagua,queseasociabaalejanasreferenciasen la propia vida de Rosario. Porque el agua huele; cuando deja de ser fresca ycorriente,cuandoenmudeceyescomosicerraralosojos,comienzaacobrarunolorenvejecido, de agua turbia.Y aquí este olor eramuy semejante a otro, demuchosañosantes,queRosariohabíaexperimentadocuandoaúnsuvidaestabaencadenadaaun despótico y desconsiderado servilismo doméstico, en casa de su tía Clotilde.Recordabaentoncesloscastigosqueleimponían:azotesconunavarademembrillo,baños de agua fría, y particularmente —a influjo de este olor de agua turbia yhumedad envejecida—, el «cuarto de las monjas», la cárcel familiar, donde lacoléricatíaledabaencierrocomorespuestaasusdudosospecados.

Agua y oscuridad removían hoy en Rosario los primitivos y enormementeantiguostemoresqueesconde,ensufondo,todocorazón.Temoresque,porantiguos,sonapenasdeunpasadoquepuedecomprenderseenunavida,enunoscuantosaños:lainfanciaolosprimerosdías.Porasociaciónmaléfica,aparecieronentoncesantesuvista las coléricas escenas de familia y la voz rotundadeClotilde, con su fanáticorostroinquisitivo:

—¿Lovolverásahacer?Enocasióndealgunafalta.Rosario permanecía callada, o si no, balbucía, ahogando el pecho por la

conviccióndelaterribleinjusticia:—¡Sinohehechonadamalo…!¡Nada!Lo cual hacía que a Clotilde se le ensangrentaran los ojos, y la histeria

desenfrenadade su voz estallara engritos, comoherida en todos los costadosporlebrelesconrabia.

Después de un centenar de insultos, la letanía de lamentos, quejas, reproches,pararematar:

—¡Puestemeestarásahí,encerrada!«¡Ahíencerrada!»,enaquelsitiosinmedida,enel«cuartodelasmonjas».Ahí,

donde el olor era de agua sucia, de agua vieja, y donde las tinieblas estaban

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pobladasdeseresantiguos,dediablejos,demujeresenloquecidasyderespiracionesfrías.

Rosario escuchaba cómo del otro lado de la puerta los pasos de Clotilde sealejaban satisfechos, alegres, pausados. Cuando esto ocurría, se arrepentía de suorgulloydesuvalorinsensatos;hubiesequeridollamar,entonces,paragranjearseelperdónyaquesóloasílalibraríandelencarcelamiento.Masyaeratarde;yaeraterriblemente tarde y Clotilde, con su voz y con sus ojos de sangre, habíadesaparecido.

El vagón de ferrocarril no era distinto al «cuarto de las monjas». Las voces,afuera,eranlasmismasdeClotilde,punzantesporlafuria,desquiciadasporlafiebredecastigo.

Lavozfemenina,chillante,dealgúnoficial,queordenaba:—¡…yalprimermovimiento,dispara!Voz que salía de una garganta descompuesta; que dictaban, seguramente, unas

manospálidasysudorosas,deenfermo.Luego:—¡Pendejos!¡Ahíno!Gallegosenestecarro,conlos«políticos»…Pronunciabalasobscenidadesconinflexióndeprostituta,comosustituyendocon

losinsultoselvalorausente.Entonceseracuandoseadivinabaquesusmanosseríanpegajosamente heladas, manos sucias, de gente que sabe va a cometer una grancobardía.

ElnombredeGallegoscayósobre loscincocamaradasdeunamaneraabsurda,como de leyenda. ¡Gallegos…! De pronto, los titulares periodísticos, lasinformaciones, los reportajes, las fotografías, cobraban vida y se organizabanconcretamenteenunservivoypalpitante. ¡Gallegos…! ¡YGallegosmarcharíaahíjunto,respirandoelmismoaire,conaquelcuerposuyodeasesino!

Rosario,desdesusitio,seestremecióangustiada.«¿Sinoseráunaprovocación?»Almismotiempoempezóadarsecuenta,pocoapoco,delageografíaemocionantedondeella teníasu lugarysudestino.Recordó—todasesascosasocurrensiemprecomoenunvértigo,veloces,yesimposibleprecisarlascabalmente—quelahabíanseparado de sus cuatro compañeros colocándola frente a ellos, en elmismo carro,mientraslaescolta,alamitad,losresguardaba.

Sincontenerse,deseandooírsupropiavoz,gritó:—¿Estánahí?Nadie osó responderle hasta que la balbuciente palabra de Marcos se dejó

escuchar:—¡Nohaycuidado,sí,aquíestamos…!Este «aquí estamos» era como si se hubiese tirado un puente por encima de la

escoltaparauniremocionesydesdichas.AúnRosarioquisoaventurarunapreguntamás;unapreguntacuyarespuestaseteníayaporsabidaperoqueeranecesariaasuespíritu para que éste experimentase la dudosa fortaleza que inspiraba el

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conocimientocomúndeladesgracia:—¿VamosalasIslas?Nadierespondió.Erapreferiblecallar;nodarleningunacartadenaturalizacióna

laevidencia;dejarseenlasentrañaslarealidadynadamás.Sin embargo, bronca, como un golpe del cual brotaron luces amarillas en las

tinieblas,lavozdeErnestoretumbó,indudable:—¡Sí,Rosario,alasIslas!La antigua sensación de obstáculos que se agolpan en la garganta; de llanto,

cálido y frío, distribuyéndose por todo el cuerpo, volvió a apoderarse de los cincodeportados.

Rosario,desdesuoscuridad,exhalóungemidodiscreto,pequeño,sinfuerzas:“¡AlasIslas!’’.

¡Qué vida absurda, llena de desgracias! Procuraba buscar en su existencia algoalegre,algoquehubiesesidoalentadoryoptimista,ynoencontrabanada.Todohabíasidooscuroydoloroso,sinunrayodefelicidad.Siacasoenlainfancia,muylejos,alguna alegría confusa, ya olvidada, irresponsable, que aún no se sabía tal de unamaneraíntegrayconsciente.Perodespuésdeestosólodesgraciatrasdesgracia,dolortrasdolor.

Algunacausacentral,algunacausallenadehistoria,algunacausamalditadebíaexistirparaquelascosasocurrierandeestamanera.Rosariolareferíaalamuertedesu madre, pues siempre uno gusta de referir una serie de dolores a determinadoacontecimiento,comosiéstedebierasucederaguisadeseñalydespuéssobrevenirtodas las tragedias y las angustias que, a fin de cuentas, y todavía sin el punto departidaquelesatribuimos,ocurrendecualquiermanera.Aunque,enefecto,apartirdequesumadremuriótodosetransformóensufrimientoparaRosario.

Su madre murió una vez—momentos antes, con seguridad— en que Clotildeapareció,conunacaragrande,fea,decatedralsinadornos:

—¡Yasetepermiteirabesarla!—dijonadamás,sindarexplicaciones.La tarde era una tarde de gasas oscuras que se habían enredado en el aire.

Ademástodosucedíaenelaire,efectivamente.Enelairedondehabíaunmisteriodelámparas y yodoformo regado; un misterio de pasos diligentes, de susurrosconsternadosydesignos.

El rostro de Clotilde estaba sin expresión aunque en la punta de los ojos lebrillabaunacomoespeciedealegríafantástica:

—¡Ahorasípuedesbesarla!—repitió.En seguida condujo a Rosario con unos pavorosos pasos de caucho hasta la

recámaradesumadre.Elrostrodelamadreerafino,azul,congrandesvenasmoradas.RosariovolviólacaraysefijóenlosojosaceradosdeClotildequemirabansin

pestañear,comounosojosdondesecondensasetodoelfuturoinexorable.Anteaquello,Rosarionosoportómásyunraudaldellantolebañólasmejillas,

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puesdeunamaneravaga,fabulosa,habíaentendidoquedeahíenadelanteClotildeseríaquienibaaejercerdetutor,dejefe;laentidadaquiendebíansometersetodaslasvoluntades.

¡Hoy,lasIslasMarías!Pero¿quésonlasIslasMarías?¿Quiénsabenadadeellas?LasIslasMaríasson,alomás,unaidea,unconcepto,nuncaunlugarsituadoeneltiempo y en el espacio. Acaso alguna playa de arena hirviendo, blanca, sin color,donde el sol bebe tierra. Alguna tierra de hombres vencidos, cuyas cabezas seinclinan sobre el tiempo, abarcando en los brazos, sin contener, toda la condena.¿Qué pueden ser las Islas? No una tierra sino un gesto; escena pura, dramamonstruosamente simple y apagado, sin recurso hacia la vida, como un golpepequeñoydébilquesedieraen lomáshondodelmar.Algo lejanoyamarillo, sinreferencia.¿Quépodíanseresos trescuerposqueenelmapa,como látigossutiles,están envueltos en las líneas con que geógrafos y navegantes figuran corrientesmarinas?

Ungolpedehierros,eneseinstante,sonósacudiendolastinieblas.Lalocomotorahabíaenganchado.Deloscarrosseelevóunclamordesolado,unrumordeaños.Eranlosañosque

gritaban;eranlosañosqueabríanunespaciosinacontecimientosyqueseexpresabanenungritoelemental,voluptuoso,cínicoydolorido:

—¡Ayaayayayay,chingao!—Comoesosgritosquesedanen lasferiasyen lasborracheras.

Luegolasruedas,queyaestabanenmarcha.Rosariosintiócómolosoídoslezumbabandecírculos,demartillosconcéntricos,

secos, que daban vueltas. Sus camaradas, enfrente, experimentaban la mismasensación.

Algolesequilibraba—aMarcos,Ernesto,Santos,Prudencio—conlaspiernasencompás,mientrasoíancorrerlastinieblasasuslados.Juntoaellos,silencioso,fuerte,unhombre.Habíasubidounpocoantes,cuandoungrupode jefes lo llevóhastaelcarro.

¿Quédijo?Dijolasprimeraspalabrashumanas,tibias,llenasdeconsuelo:—¿Noquierenfumar,jóvenes…?Loscuatrovolvieronelrostrosorprendidos,mientrasunfósforoalumbrabayala

mandíbulasalienteylanarizdeáguila.—¡Gallegos…!Elfamosoasesinosonrió,comoconmelancolía:—Paraservirles…—dijo.Fumaronyguardaronsilencio.Lalucecillarojadelcigarrolescoloreabaelrostro

porun instanteydespués todovolvía a la sombra.Gallegos respiraba fuerte comorecogiendounairedelquehubiesequeridoguardarreservaseternas,ysupresenciaeralomásimponenteahí,lomássustantivoypavoroso.

¿Quéibaasuceder?¿Sí,qué ibaasuceder?Porqueaquelhombreestabadulce,

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llenodebondad;aquelhombretanfabulosamentefríoycruel,tanabominable.Deentrelostablones,eljefedeescoltaenfocósulámpara:—¿Quéhaces,Gallegos?Losojosvivaces—sindudalapartemásmaladeaquelhombre—secontrajeron

porlaluz:—¡Nada,mijefe…!Este«nada»lesonómalaljefedeescoltayyanoapartólalinternaencendida.—¡Permítamerepartirmidinero,jefe—suplicóGallegos.Eljefevacilóuninstante,paraexclamardespués:—¡Arrímate!Al mismo tiempo debió pronunciar una orden breve, pues los soldados

introdujeronloscañonesdesuscarabinasporentrelastablas.—¡Ahora,dameeldinero!La operación se realizó sin dificultades y, en medio de todo aquello, algunas

monedasdeplatasonaronsingularmente.—¡Tomen ustedes, señores! —dijo el jefe después, dirigiéndose a los cuatro

deportados.¿Dinero?¿Porqué?¿QuéhabíaconmovidotantoaGallegos,aesehombrebrutal

ytierno,alquesóloconocíanatravésdelosreportajestruculentos?Ernestoseaproximócontimidez,balbuciendo:—Peroesque…—¡Nada, nada…! —opuso el jefe—. Acepten lo que les ofrece el amigo

Gallegos.ElamigoGallegosfruncióelentrecejocomosiundolorfísicointensolehubiese

atravesado las entrañas. Inmediatamente se encogió de hombros y se puso lejano,ausente:

—Yo creo que no es de justicia—silbó refiriéndose a un tema completamenteextrañoaloqueocurríaenesosmomentos—.Nopuedeserdejusticia…Selodijealosperiodistas.Yopuedoserunasesino,si…

Después se hizo de nuevo el silencio. Un silencio de intensidad desconocida,comositodoslospresentesasistieranaunespectáculoextraordinariamenteprofundo,deunacategoríairrealydistinta,masalmismotiempodesconsoladora.

Ernesto volvió a sentir una especie de sueño y una blandura perezosa en laspiernas, una blandura insólita, que parecía tener sabor, como si tras las rodillasexistiesenglándulassensiblesquecaptaranlassustanciasoscurasquecorríanporelcuerpo. «¿Qué va a ocurrir?», pensaba; y en seguida: «Algo muy real,espantosamentereal».

¡AquelGallegosintentaríaunaprovocación!¡Sí!Nopodíamenosconeserostroinnoble y esos ojillos vivaces, de bestia acorralada. Les había ofrecido dinero ycigarros sólo para inspirar confianza y más tarde encontrarse en condiciones deprovocarelescándalo,unpleito,unalucha,ungrito,paraquelossoldadosdisparasen

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sobreellosapretextodesublevaciónofuga.Ernestodirigióunamiradadeinteligenciaasuscompañeros.Éstossereplegaron

enactituddefensiva.Bailabanensumentelasúltimaspalabrasdeljefe:«Alprimermovimiento,dispara»,yestaspalabrasparecíandarleslaclavedetodoaquello.

Al advertir los sentimientos que suscitaba, Gallegos volvió a encogerse dehombros,condesprecio.Desumiradapartióundestelloblanco,comode lágrimassúbitasycontenidas.«Tienenmiedodemí»,pensócondolor.

Gallegossesentíarodeadodecosasvagas.Suespírituestabacomoamortiguadoyexperimentaba lasmismas sensaciones de una persona no completamente dormidaque sueña —figuras sin precisión, apenas gestos y situaciones— y que a la vezescucha todo lo que pasa en su torno —voces llenas de independencia,cinematográficamenteclarasydistintas—.Depronto loasaltóundeseovehementede darse cuenta. Quería captar en toda su extensión lo que iba a ocurrir y queocurriría—pensaba—,comenzandoporqueel trendetendría sumarchaparaqueeloficialsubierahastaelcarroypronunciaraórdenesbrevesyfrías(¡«Aver,Gallegos,baja!») Un pensamiento insospechado cruzó entonces por su mente: «¡Oír!» Sí,cuandomenosoír.Tenerpegadalaorejaalsueloparadarsecuentacómolasruedasseibanatenuando,cómodescendíanlaescaladelruidohastaenfriarseenelsilencio;flexionólaspiernasysearrodillósobreelentarimado.

Lavozasustadadeljefebrotódelastablas:—¿Quévasahacer,Gallegos…?Entrecerrandolospárpados,heridaslaspupilasporlaluz,sincomprenderaquella

interrupcióndesconsiderada,Gallegosreplicó:—¡Nada,mijefe…!Sisóloquería…«…Sóloquería»,hubiesequeridoagregar,«darmecuentadecuandosedetenga

eltren…»Masconsideróinútiltodo.Inclinadoelrostropególaorejasobrelastablasgruesas.Entonceslasruedasseagrandaronensucerebro,tomándosedescomunales,sincansancio,repitiendocosasdesueñoypesadilla.

Desde su rincón, Rosario observaba detenidamente las siluetas monstruosas.¿Eranveinteocincuentalossoldados?¿Eranmil?

¡Silanoche,siquiera,tuviesemenosintensidadymenosfondos…!Porquenochesdeunanaturalezaasí,tanprofundas,tansinestrellas,sonabismo

paraeldoloryparaqueocurranlascosasirreparables.Cosasirreparables:cosasquenopuedenyasalvarsejamás.TanirreparablescomoaquelloquelesucedióaRosarioydelocualtuvolaculpa,también,laterribleClotilde,quecomounespíritudelmalcruzabaporsuexistencia.

HabíaaparecidoClotildeenlaalcobaconunaireverde,comosienlacomisuradeloslabios,efectivamente,tuviesehilillosverdes;deluzbiliosa.

—Vengoaconvencerte—musitócolérica—,no seas tonta.—Yen suspalabrashabíaalgoreprimidoparasiempreyciegoya—.“Cuandomenosporelprestigiodelafamilia…”

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Yseguía:—¿QuiénesDamián?¡Unhombrecasado!¡Imagínate!Enaquel instanteRosarioteníadiezynueveañosyunhijoenlasentrañas,un

hijodeDamián.LavozdeClotildeseabríapasoentreunosdoloresespantososqueaRosario le chillaban en el vientre, en las caderas, comoun enjambre enloquecido.Permaneciósilenciosa,sinresponder,aunquehubiesequeridoencogerloshombrosen señal de desprecio. ¿Qué le importaba Damián? Le importaba sólo suprolongación,surepresentaciónvivaenelhijo,nadamás.

AnteaquelsilencioClotildeapretósuslabiosdeodiohastahacerlosdesaparecerdelrostro.

—¡Estábueno!—dijoamenazadoramente,ypartió.Mas el dolor es una cosa que avanza, tocando con dedos insistentes. Es un

líquidoquecorroeydesmadeja,quehoradacomounabarretaenelcorazóndelascanteras.Depronto,también,esunabahíacuyosdosbrazosflexiblesseabrenysecierranatiempoqueelpechosecontrae,alrespirar.

Clotildeseaprestóa llevarunacomadronaparaque—segúndecía—conalgomitigaseaqueldolordenerviosdesnudos,despellejados.

Lacomadronateníaunrostroenérgico,conalgodesoez,yenmediodetodoellounosojosquefulguraban,conresolución.

—¿Vanainyectarme?—preguntóRosarioaladvertirloquesepreparabaenlamesitanocturna.

La mujer levantó los hombros sin dignarse contestar, pero después de algocaliente que empezó a invadirla,Rosario experimentó, de súbito, como si un cieloenormementeclaroseabrierasobresucabeza.Eldolorsefuemitigandocomosiloenvolvieraenmateriasafelpadas.Después,elsueño.

¿Cuánto tiempo permaneció dormida? ¡Nadie podría decirlo…! Las sábanasestabanblancasyfrías,aldespertar.

Yelvientredistendido,sinnada.¡Sinnada!Entonces,¿lahabíanhechoabortar?Aquella madre sin fruto empezó a gritar con todas sus entrañas. Se palpó el

vientrecondeseosdeadivinarsucuerpo.¡Nada!¡Unvientrevacío!Loestrujóentresusmanos.Peroeraimposible.Imposibledeltodo.Unvientrevacíoyflojo.

«¡Damián,Damián!»,peronadierespondía,sinovocesturbias:«Porelhonordelafamilia».«Porelhonordelafamilia.»

Rosariosemordióloslabiosconelrecuerdo.Yunavozextraña—¡oh,sí!,lavozdeloficial,femenina,aquelladelasobscenidades—irrumpióenlanieblaoscuradeaquellasescenasviejas:

—¡Aquí,teniente…!¿Quéocurriría?Eltrensehabíadetenido.¿CómonopudoadvertirloRosario?—¡Aquí,conunachingada…!

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Luego, ruido de cerrojos, de apresuramiento nervioso, y la linterna del jefe deescolta, que sehabía apagadoy tornabaa encenderse, después, allá abajo, sobre eltalud. Algunos hombres deslizaban a otro, tomándolo de las axilas. En seguida lamismavozdeviejadeloficialchillaba:

—¡Corre,Gallegos…!Yunbalbuceo:—¡Paquéhedecorrer,mijefe,siaquíestábueno…!Acontinuaciónuntiro,luegootro.Yotromás,comosiloshombressehubiesen

acercadoadispararmeticulosamente.Despuéstodovolvióasucauce.Lalocomotoravolvióajadeardenuevo.Dentrodelcarro, loscuatrocamaradas—Marcos,Ernesto,Prudencio,Santos—

estabansolos.Asuspies,ahí,elpisodondeGallegos,eloídoatento—¿hacecuántotiempo?—, escuchó el momento solemne, vital, en que el tren detuvo su marcha,antesquelobajaran,paraesodela«leyfuga».

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III

Despuésdeaspirarsucigarrillodemariguana,ElChatodijo:—¡PobrecitoGallegos…!Losdemásmariguanoscorearon:—¡Sí,pobrecito…!Laslenguasgruesas,cuyosporossehabíanaumentadoinmensamente,relamieron

loslabioscenizosysecos.—¡Muriócomolosmachos…!—insistióElChato.«¡Comolosmachos!»Ylamasaharapienta,sucia,queestabaencubierta,sentía

latirlapalabrasordamente,comounahistoriairreal,comoalgonebulosoqueapenassi podía haber ocurrido: «¡Como los machos!» Los «machos» mueren. Muerensencilla, tranquilamente; sus pisadas se oyen y retumban con sólida firmeza; suspalabrassonvivas,seguras,ydespuésdeesomueren,muerenyquedanahí, feosydescompuestos,sinvida.

Era obligada la renovación del recuerdo y El Chato se levantó, con finaelasticidad,paradirigirsealextremodondeestabanlos«políticos».Formabancomounaislaaparte,enmediodelamultitud.Selesveíarecelosossobrelacubierta,conun rostrode tranquilaangustiaque sedirigíaalhorizonte, enesperadealgo.¿Quéhacían ahí, con sus cuerpos juntos, perseguidos? Cuatro rostros distintos yenormemente iguales.Daban laextraña impresióndeestaragarradosde lasmanos,comoencontinuadefensacontraenemigospermanenteseinvisibles.

ElChatosedirigióaellossinvacilación,porqueelloshabíansido,precisamente,losúltimoscompañerosdeGallegos,losúnicostestigos.

Sedetuvofrentealgrupo,laspiernasabiertas,sinsabercómoprincipiar.Susojoshabíanperdidoesairritantevirtuddemudardeexpresiónacadamomento;hoyeranunosojoscasidulces,estremecidos,cuyosreflejosderramábanse,sinmaldad,sobrecuantolosrodeaba.

—Señorescomunistas…—comenzó.Los«políticos»miraronconasombro la figuradeElChato.Ahíestabafrentea

elloselgigantóninsolente,elcaudillo,conunrostrodesusado,casihumilde,enloslímitesmismosdelacortesía.

—Señorescomunistas…—repitió—ahílos«muchachos»—yseñalabaalgrupodefumadores—quierensabercómofuequeperdiólavidaeldifuntoGallegos…

Hubiesecontinuadocontodaunahistoriaanoserporque,casialmismotiempo,los cuatro comunistas lo atajaron levantándose con el propósito de ocurrir hasta elgrupodelosmariguanosycontar«lodeGallegos».

—Ustedes verán…—comenzóMarcos, a tiempoque engrosaba el corro, juntoconsuscompañeros—aGallegosleaplicaronla«leyfuga».

Losmariguanospermanecieronimpasibles.Unosteníanlavistafijaenelsuelo,comodivirtiéndoseconelmundoinfinitoqueahíabajoseofrecíaasusojos.Otros

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miraban el aire, descubriendo cosas invisibles para el común de los mortales. Sehabían apoderado de sus rostros unas extrañas cenizas que se concentraban en lospómulosydescendíanaambosladosdelacaracomoporeldeclivedeunacordillera.Los tejidosde lapielseestrechabanycontraíanhaciendodeaquelloshombresunaespecieabrumadoraypenosademáscarasdurase insensibles.«¡Laleyfuga!»EstaexpresiónsederramabaenelPacíficosonandodeunamanerasingularenmitaddelocéanosolitarioyabandonado.

¡QuésoloyamplioelmarPacífico!¡Quérumoreshostileseinexorablesbajosusolassincosta!PorqueelPacíficoera,sinduda,elmásviejodelosmares,elprimerodetodosellos,cuandoenelmundonohabíatierraytodoconsistíasolamenteenunerrarsinmetaysinprincipio.

UnodelosmariguanoslevantólaobstinadavistadelsueloparaclavarlafijamenteenelrostrodeMarcos:

—¡Síseñor!—dijoconlentitud—.Pero¿cómo?¿Cómo? ¿Cómo había sido aquella cosa fabulosa de unos tiros, por la noche?

¿Aquellasencillahistoriadela«leyfuga»?Marcos narraba, balbuciente, lo sucedido. A influjo del tiempo—¿por qué en

estoscasossiempreseolvidayagrandael tiempo?—losacontecimientoscobrabanun relieve atroz, aún más enérgico y más imposible. De simple que era, de tancorriente, la noche aquella del crimen se convertía en una noche de espanto, sinrendijas,alacualsehabíatapadoportodoslossitiosparaquenodejaseescaparniunaliento. A su vez, las linternas con que los victimarios alumbraron el rostro deGallegossehabíanvuelto tansustantivasquecualquier linternadelmundoyateníaunsignificado,unpuntoenelrecuerdo.

—¿Yquédijo…?Las últimas palabras tienen una importancia descomunal. No importa su

contenidosinoelhechobárbarodequeson,todavía,unaarticulacióncálida,unairevivoquesubeysesueltaenelairecomopedazodehumanidaddespierta.

—¡Sí!¿Quédijo?—clamóelcorro.Marcos vaciló un instante. Estaba emocionado y recordaba con fijeza el rostro

aguileñodeGallegos,suintensapalidez,suhondoconvencimientodelamuerte.«Ysinembargo,unasesino…”,pensó.Sí;habíaasesinadoconfrialdadydesesperación,rompiendotodoelordendesuvida,endureciéndosecomosienelcuerpodebarrolehubiesen hundido piedras, para hacerlo inmaleable. Recordaba su voz, bronca ysuplicante,sus“últimaspalabras»,albordemismodelfin.¿Quédijo?Marcossabíatodoesto,podríarepetirlo,loestabarepitiendoya,frentealgrupoaqueldehampones.Perosiaquéllashabíansidoenrealidadsuspalabras—«Paquéhedecorrer,mijefe,siaquíestábueno»—,noobstante,Marcosteníalaremotaymisteriosasensacióndequehabían sidootras,oconmayorexactitud,quehabía sidootroel sentidode lasmismas, un sentido amplio e incomprensible, dentro del que se querían contenerafirmacionesvitales,importantísimas,fueradetodoalcance.

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—¡Esofuetodo,muchachos…!Porelhorizontecorríanlasnubesnegrasinvadiendovertiginosamenteelcielo.En

uninstante—talpasaenelmar—locubrieronporcompletoreflejandoenelaguasucolorgrisytristedeacero.

ElChatoelevólavistaehizoungestoenigmático.EraElChatounjefedelhampa,deespaldassudorosas,amplias,brillantes,yde

un rostroenelque, simultáneamente se reflejaban laburlayel imperio.Teníaunanariz gruesa, aplastada, y unos ojos que mudaban de expresión en una formasorprendente: por momentos eran burlones, hasta la atrocidad; luego se volvíancínicos y desvergonzados; más tarde, crueles, completamente fríos, como si pordentroungolpeseco,derabia,loshubieseencendidoenllamascoléricas.Eranunosojosquecausabandesconcierto.Puesseafirmaque,enciertomodo,losojossonunreflejo del espíritu; que son, como quien dice, el «espejo del alma». ¿Y qué almapodríamostrarse tras esos ojos indeterminados, de los que era difícil que nada enconcreto sedefinieranunca?Eranhipócritas, bondadosos, alegres—pormomentosdeunaopacidadaterradora—,fríos;simulabantodaslaspasionesimpidiendoqueseentrevieralapasiónreal,laíntima,laqueelhombreexperimentabaensuserinteriormásverdadero.Porloquehacíaalcolorpasabaalgoparecido.Podríanserunosojosgrises,ligeramenteverdes,perodeprontoseennegrecíanoseaclaraban,comosiallíenelfondo,comodentrodeunacajafotográfica,hubieseunaluzqueseencendierayapagaradeunamaneragradualysilenciosa.

Antesdelaconversaciónconlos«políticos»,ElChatosehabíaparadoenmitadde la cubierta, insolente, seguro, observando todo.Miraba con un dejo de lástima,pagadodesímismo,alossoldadosque,juntoalaborda,hacíanridículosequilibrios,faltosdecostumbreparanavegar.Seinclinabanparacontemplarlaspequeñascosasincreíblesdelmaryreían,entonces,comosihubierandescubiertoelmundo.Porqueahí estaban la espuma, como hecha de marfiles, y los peces voladores igual querehileteslíquidos,girandoydesapareciendo,otravez,enlasaguasprofundas.Habíaentodoaquellocomounaseparacióninaudita,comoundesarraigamientoquetrajeraconsigonostalgiasdetierrayárboles,enesemarqueeraunaestepadecolores,tanverde, tan negra. Bajo sus gorras militares los rostros de niño de los soldados seabríanengrandesrisasblancasmientraslospresos,amitaddelacubierta,hacinados,charlabanodormitaban,loscuerposexpuestosalsoltórridoqueacentuabaelcielo,afirmando su azul. El Chato se fijaba también en los jugadores de dados que, aladvertirlo,sonreíanhumildementeyconpudor.

¡Ylospobressoldaditos…!¡Soldaditosprietos,detierramexicana;soldaditosdecolor olivo y polainas tiesas; soldaditos que no conocían el mar…! Miraban porprimeravezestasalobreaguainfinitaynocabíanensídeextrañasemociones;unaolaquesubía,bañandolacubierta,oelmástilquesebalanceabaentredosnubes,leshacían sentir cada vez más el mar, del que, a pesar de todo, no estaban aúnconvencidos cabalmente. Algún pretexto había que oponerle, y no sólo ellos, sino

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todoelmundo,sequejabasinquereraceptarlossentimientosdedulcelasitudyvagaesperanzaquenacenalinflujodelalíquidainmensidad:

—¡Novamosallegarnunca!ElChato,entonces,reía,haciéndoseelincrédulo.Odeotramanera:—¡Estanlargoelviaje…!Aunqueenefectoelviajeeralargoyaburrido.SobretodoabordodelProgreso,

que entonces, frente al Cabo Corrientes, luchaba a brazo partido, roncando ytemblandodelesfuerzo.

YElChato:“¡ÉstaeslaArmadaNacional!Congraciándose,unavoz:—¡Paquevinieranlosgringos…!La imaginación forjaba, a propósito, acorazados enormes, como los de las

películas. (En cada puerto una novia, o Vámonos con la armada.) Brillantesescuadrasquecruzabanelocéanocualenunsueñodevelocidadydeeficiencia.

—¡Losgringos…!¡Ésossí,paraquevean…!Lasmiradaslentas,llenasdeindolencia,caíansobrelossoldados.¿Paraquéesos

hombres de uniforme, ahí, en el mar? ¿Quién iba a huir, en mitad de las aguas?Comprendiendo esta interrogación, tan legítima, los soldados se sentían impropios(lossoldaditosmexicanos,negros),yentonceshacíanperderasuscuerposlarigidezy se humanizaban hasta volverse niños, mirando a los presos inatentamente, sinvigilar.

ElChatodetuvosumiradasobrealgoquelogróllamarsuatencióndeunamanerapoderosa:frenteaél,sobreunascuerdas,estabaunjovenextraño.Permanecíaconlacabezaentrélasrodillasocultandoelrostroysusmanos,cruzadashastacasillegaraloshombros,secrispabandevezenvezoprimiendolacarnecomosielsujetofuesevíctima de agudos e intermitentes dolores. Lo extraño, en realidad, era el aire deausenciaquerodeabaaljoven.Decuandoencuandolevantabaelrostro,conlosojoscerrados,sellevabalamanoalanuca,oprimiéndolarabiosamente,comosisetratasede desalojar un cuerpo ahí metido. Todo esto —y parecía ser lo notable— erarealizadocomosiensu tornonohubiesenespectadores;comosinadadecuantolorodeabatuvieraunarealidadfirmeyélseencontrarasolo,sinimportarlenada.

ElChatotuvounaimpresióncuriosafrentealmuchacho.Unprincipioremotodecompasiónempezóagerminar en supecho.Hubiesequerido llamarlo, preguntarle,saberquédolorcruelydesesperadopodíaocultarsebajouncuerpotanúltimoytanen desgracia. «Será un vicioso», pensó. Todavía por un instante su miradapermaneció fija sobre aquel cuerpo magro y empobrecido. Iba a apartarse, iba aolvidarlo sin más consecuencia, cuando, llevado por quién sabe qué impulsos,aproximándose,gritó:

—¡Eh,túvaledor…!

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Elmuchachodiounterriblesaltoylevantóelrostrotrémuloydesencajado.Eraun rostro de una palidez cadavérica, que amarilleaba en los bordes dando ladesagradable impresión de estar saturado de nicotina, como si por fumarexcesivamente el humo alterara su ruta normal para, en cambio, derramarse por lacaradejandounahuellasuciaymaloliente.

—¡Te estoyhablando, valedor!—repitióElChato ante la cara estúpidaquenoentendía—.¿Quéesloquetepasa?—continuó.

Y como el muchacho parecía no entender, absolutamente distraído, El Chatoagregó,asaltadoporunasúbitaocurrencia:

—¡Qué!¿Yanotequedan«polvos»…?«¿Polvos?»Lapalabratuvounavirtudextraordinaria.Eljovenadoptó,depronto,

unaactituddedesenfrenadavoracidadalmismotiempoquedesúplicaangustiosa.—¡Noseñor!—exclamóal fin—.¡Ni tantitoasí!—e indicabacon lasuñasdel

índiceyelpulgaralgosignificativo—.¡Perousted tiene!—aventuróenseguida—.¡Pormisericordia…!—ElChatofijóunamiradaburlonaysemicompasivasobreelmuchacho.Habíaadvertidoque,alhablar,labocadeésteapenaseraunaconcavidadvacía,dondeverdeabaunpardehuesosenformadeincisivos.«Hadetenermuchotiempoconelvicio»,pensó,puesrecordabaquesecaenlosdientes.

—¡Claroquesí!—dijo—.¿Perocreesquetelovoyadar«debarbas»?Con este giro —«de barbas»— quería indicar que el servicio —si alguno le

prestaba—enmodoalgunopodíasergratuito;queenelmundoportodosepaga,porlacomodidadoporlaalegría,porelplaceroporeldolor.

Elchico—puesenefectosetratabadeunchiconomayordediezynueve—searrodillósobrelacubiertadejándoseresbalardelascuerdasdondeestabasentado.Enesaposición,e inclinando lacabezacomosiésta fueraextraordinariamentepesada,comenzó a hurgar sus bolsillos. Sus dedos, ahí dentro, tropezaban con cuerposinverosímilesyextraíanobjetosdeunavulgaridadinaudita:unacaja,vacía,degrasaparaloszapatosShinola,cuyobarnizestabadescascarado;unpañuelorígidodetansucioyenelcualnegreabangotasdesangremuyvieja;botones,cerillos.

—¡Hum…!—murmuróElChato—.¡Eresgacho…!Eljovenviciosomostróunacaraqueladesolaciónhacíamonstruosa,absurdade

tanlastimera.Elmuchachovolvíalamiradaatodaspartescomobuscandoprotecciónoasidero.

Masdeprontosurostroseiluminóyapresuradamentesellevólasmanosalabolsadelacamisa.

—¡No traigomás que esto!—dijo extendiendo un envoltorio infame de papelperiódicomanchadodegrasa.

El Chato se inclinó sobre el pequeño envoltorio, deshaciéndolo lentamente atiempoquedirigíamiradasdeinteligenciaaunosjugadorespróximosqueveíanconatención la escena. Extrajo, entre sus dedos, un poco de cierta yerba de un verdeapagado.

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—¡Mariguana!—musitóconlentitud.En seguida extendió aquello sobre la palma de sumano para remover con los

dedos,olfateandodecerca.—¡Esdelamala,mivaledor!—dijoconsorna.Eldueñodelamariguananocabíaensídeasombro.Sehabíaimaginadoqueel

ofrecer la yerba era su salvación, su recurso, y ahora veía que aquel hombre seexpresabaconindiferencia,concrueldad,absolutamentefrío.

ElChatogiróunpocosobrelapuntadesuspiesvolviéndosealosqueestabanahíjunto.

—¡Eh,tú!—gritódirigiéndoseauno,cetrino,deojospequeñosyruines,aquienllamabanElChale—.¡Fúmateesto!—ylearrojóelpaquete.

Elotro lo recogióalvuelosonriendodeunamaneraestúpidayagradecida,queponíaaldescubiertosusdientesdeoro.

—¡Ahoravamosaver!—dijoElChatoflexionandolaspiernasysentándosealaturcafrentealmuchacho.

—¿Cómo te llamas? ¡Ajá! ¿Conque ElMarquesito? ¡Buena facha de marquéstienes…!

Toda esta charla era para prolongar el tormento de ElMarquesito, cuyos ojosanhelantessehabíanagrandadodescomunalmenteymirabansincesaratodoslados,comopidiendosocorro.

PeroElChato,enelfondo,yaestabasatisfecho.Dealgunapartedesupantalónsacóunpaliacaterojoyconlentitud,despuésdedeshacerlosnudos,seleccionó,deentreinnumerablespaquetes,unopequeñito,cuidadosamentedoblado.

—¡Aquílostienes…!—exclamóconorgullo.ElMarquesitoseestremeció.Sinquepudierahacernadaporevitarlo,susmanos

comenzaron a temblar, como hojas secas agitadas por el viento. Antes de que elpropioChatosedieracuentaelpaqueteyaestabaenmanosdeElMarquesito,quienlodesenvolvióconcuidado.Laoperación,enseguida,fuehartosencilla:enlacajadegrasa Shinola depositó el polvito blanco—parecía sal fina, demesa— y luego lomezclóconsalivapara,enloposible,volverlountantolíquido.Despuéssorbiótodoaquelloconunaextrañajeringaencuyoextremohabíaundispositivosemejantealdelosgoteros.Terminadoestoseinyectóenunavena,haciendo,apenas,unlevegestodedolor.

—¡Ah,quéMarquesito!¡Quiénloviera!ElChatoacabódegirar en redondosobre suspies,volviéndosecompletamente

hacialosjugadores.—¡Qué! ¿Yo soy hijo de sereno? —exclamó exigiendo el gran cigarro de

mariguana envuelto en papel de estraza que todos fumaban ya, en círculo,pasándoselodebocaenboca.

El Marquesito, entretenido, se había vuelto a sentar sobre las cuerdas. Ahoramiraba todas las cosas conun alegre interésy cuando susojos sevolvían al cielo,

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hacia las altas nubes, mientras sus labios sonreían levemente, llenos de placidez,parecíahermoso,consuperfilsobreelmar.

Ocurrieron, después, pequeños acontecimientos curiosos. Los ojos de losfumadores se entrecerraron un poquito, como ausentes, al mismo tiempo que unallamaactivayvelozbrillabaensuspupilas,mientraslasvocesseapagabantomandounainflexiónextraña,comosiestuviesenreprimiendounsollozar,mezcladeespantoy descabellada euforia. En seguida comenzaron a conversar febrilmente y conemoción. Se trataba de una conversación lejanísima y conmovedora, donde todo,incluso lo más nimio, era trascendental y con un hondo sentido de añoranza. Laspalabrasteníanunaacepciónnotable,unsignificadovertiginosamentemúltipleyaunelmásfaltodeimaginaciónentrelosfumadoresexperimentabasentimientosgravesyblandos,comosialláatrás,muylejos,enlosañosmásremotos,hubiesetenidoalgodulceacuyorecuerdo,hoy,loinvadíancosasnostálgicas,imponderablesafuerzadenotenercuerponimateria.

ElChatoestabareconcentrado,conlacabezabajaylosojosbrillantes,pensando.Procedía por asociaciones elementales y simples, basadas en lomeramente visual,perollenasdesentido.Primerofue«elbarco»—esdecir,elbarcodondeibantodoscondestinoalasIslas—,luego«losbarcos»—estoes,laespecie,lageneralidad—;más tarde«losbarcosdeguerra»;enseguida laguerramisma,consusatrocidades,sus ruidosde infiernoy sus «Gallegos» (una ideanaturalmente absurda, quequiénsabeporquécaminosseabriópasoenmediodelcerebro).

AquídetuvoElChato el cursode suspensamientosporqueun recuerdovivoylacerante lo hirió en la mitad. Entonces se dirigió a sus compañeros con una vozcontenida,comosialexpelerelairetemiese,almismotiempo,quefueranaescaparlos sollozos (voz habitual, por otra parte, cuando fumaba). Fue cuando dijo:«¡Pobrecito Gallegos!» y se encaminó hacia los comunistas para que le contarancómohabíasido«aquello».

Despuésdelacharlaalgunasgotascalientesdeaguaempezaronacaerdelcielo.—¡Vaallover…!—gritaronunánimementelosdeportados.Entonces un terror desproporcionado se apoderó de ellos haciéndolos como

replegarseendefensacontraalgodesconocidoyterrible.¿Quépodríaser?Nopodríaserotracosaqueeltemoralabodega;aque,porlalluvia,volvierana

encerrarlosenlaespantosasentinadondeestuvieronalprincipiodelviaje.El recuerdode labodega, en efecto, nopodía sermás terrible.Eraunabodega

estrecha,concabidanaturalparaunosnoventahombresydonde,sinembargo,habíanaglomerado a más de doscientos. El espectáculo parecía como el de un infierno.Hombres tirados en el suelo, con los ojos muy abiertos, acezaban fuertemente, apuntodeahogarse;otrosdabanalaridossinprincipioni fin,en losquenosedecíanada.Y rodeándolosa todos,penetrándolos,habíaunaatmósfera espesay llenadevapor humano. Esto del vapor humano fue una cosa extraordinariamente simple:primero —cuando los «políticos» entraron, antes que nadie, debido a órdenes

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especiales—,sólo lahumedadpegajosaysaladaquehayen todobarcoyunciertocalor que despedían lasmáquinas, ahí junto, del otro lado.Después, amedida queibanentrando losdeportadosy tomabansitio,un transformarsede lahumedadyelcalor inorgánicos,enhumedadycalordehombre,algocompletamentedistintoa loanterioryqueprovocabalaangustia,ladesesperaciónmásterrible.

Ungrito,quesalíadedoscientasgargantas,comounalaridosininterrupción,seescuchóenlabodega:

—¡Queremosaire!Oíaseunjadeocolectivoyrítmico.Nodejabadeserabrumadorydesconcertante

aquelrespirarsimultáneo,decuatrocientospulmonesprisioneros,queprovocabaunruidomuy especial, comode fuelles rotos por donde escaparan basuras ymateriaspegajosas.

—¡Aire!Empezó una lucha salvaje por posesionarse de las claraboyas. Éstas eran

pequeñas, miserables, apenas suficientes para que una sola persona respirase asatisfacción.Peroen su torno la luchaeradespiadada.Unhombre,blandiendounanavajaenlamano,logrómantenerseunosinstantesjuntoalaclaraboya,respirando,hastaquealfincayódesvanecido.Losmariguanosgritabancomolocos.Enelloslafaltadeaire,súbitamente,cobrabaunaproporcióninauditaybrutalmenteacentuada.Se arrojaban sobre las claraboyas, desesperados, como quien se arroja al paso deltren. Pero al mismo tiempo ocurría con ellos algo insólito: olvidaban, también depronto,eltormentodelaire,yadoptandounaexpresiónextraña,dondelaslíneasdelrostro parecían abultarse, comovistas por un cristal de aumento, poníanse a bailardanzasgrotescas,exagerandolosmovimientosy llevandoel ritmocongolpesenelpisoyaplausoscalculados.

Elejemplodelosmariguanoscundía;losdemáspresosseapresurabanaextraerdesusropastodalamariguanaquelesrestabaycomenzabanafumarconfruición,como si el mundo se fuera a acabar. Había ahí, realmente, un espíritu de fin delmundo. Sabiendo que la inspección personal en las Islas era extremadamenterigurosa, todos, sin excepción, se entregaban a la tarea de «dar el mate» a losestupefacientesquellevabanconsigo,parallegar«limpios».

Enmedio de todo esto el imperativo del aire se hacía sentir con violencia.Ungrupoespesosearremolinabaenlasescalerasdelaescotilla,acuyoextremosuperiordos marineros con bayoneta calada defendían la salida. El grupo pretendía salir apretextodenecesidadesfisiológicasygritabaymaldecía:

—¡Nodejansalir,loscabrones…!—¡Niacagardejan…!La perspectiva de ir a las letrinas, colocadas en cierta parte de la cubierta,

encerraba laesperanzadepoder respirarunpoco.Elgrupode laescalerapugnaba,dandogritos,mientraslosmarineros,asustados,movíanlascabezas,negando:

—¡Nosepuede!

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Juntoalos«políticos»,queestabanlejosdelaescotilla,alfondodelabodega,unhombre,colérico,vociferaba,amenazandoconelpuño:

—¿Nosepuede?¡Yaveránsino…!Se trataba de un hombre robusto, grosero, de grandes dientes y labios

espantosamente gruesos, incapaces de cerrarse por completo, lo cual le daba unaexpresiónpermanentederisa,deidiotez,odeambascosasjuntas.Elhombredirigiórápidamente unamirada a los «políticos», como si le hiciera gracia que estuvieranahí, y, en seguida, despuésdebajarse lospantalones, sepuso en cuclillas sobreunpapel periódico, a tiempo que enrojecía por el esfuerzo. Cuando hubo terminado,envolvió con cuidado, para no mancharse, el contenido del periódico yprorrumpiendo en una indecente carcajada arrojó el proyectil con destino a laescalera.

Los marineros retrocedieron un paso y el grupo que esperaba a sus pies secontrajocomosilohubiesenherido.Elpaquetehabíaestallado,brincandoenvariasdireccionesymanchandodepringassuciasalosmáspróximos.Unrugidounánimese levantó de la bodega. Por un lado se maldecía rabiosamente, y por el otro secomentabaenmediodegrandesrisas.

—¡Alaguerra,alaguerra!Aquello parecía una broma infantil. Parecía una de esas «guerras» regocijadas

quehacenloschicosenlasescuelasdeinternos,arrojándosecojinesuotrosobjetosinofensivos.Muchosrostros,aquí,entre losdeportados, tenían inclusiveeseairedetravesuraalegre,degraciapicara,tancomúnalosescolarescuandosedivierten.Sinembargo había algo monstruoso y bárbaro. Algo que se antojaba enormementedesnudo,desnudo,comosinohubiesevestidurasenlatierra.

Los cuatro «políticos» estaban horrorizados. Se habían replegado sobre lasparedesdehierrodelabodegaydesdeahíesquivabanlosinfamesproyectiles.Éstosllovíanaderechaeizquierda,cayendosobreloscuerpos,enelpiso,enlosescalones.Sehabíatornadoelespectáculoalgoextremadamenteanimadoyruidoso.Lagentesetropezaba, reía a carcajadas, gritaba insultos bestiales. Quienes no tenían ya«parque»,nimaneradeproducirlo,recogíanloquehabíacaídoyyasinelescrúpulodeenvolverloenunperiódicololanzabanalaireenmediodegrandesexclamaciones.

Ernesto sintió sobre su pecho un deseo de llorar, de pedir clemencia. Hubiesequerido arrodillarse e invocar entidades divinas, aun cuando no creyera en ellas.Porqueeneseinstante,enquetodarazóntropezabaypermanecíarígida,incapaz,elespíritu se acogía al cielo, a lo irreal, a lo que estaba fuera de la lógica y era unaesperanzaoscura,fueradeltiempoydelatierra.

—¡Yaestábueno!—suplicóelevandolavoz.Sudemandanohizomásqueacrecerlafantásticalocuraylabatallasegeneralizó

aúnmás.—¡Porfavor…!Massúbitamentesehizoungransilencioylosmiserablesproyectilesdejaronde

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cruzarelaire.Enloaltodelaescalerahabíaaparecidoelcontramaestre,quedespedíafuegoporlosojos,abriéndosepasoapuntapiés.

—¿Quépasaaquí?—rugió,ya todoaquelque teníamáspróximole rompíaelrostrodeunabofetada—.¿Quépasaaquí?—volvióarepetir.

La masa estaba silenciosa e, individualmente, cada uno de los deportadosprocurabafingircosasparaencubrirse,locualhacíadelconjuntoalgoinabordableeimpune.

Un marinero, juntando los pies y haciendo el saludo militar, explicó alcontramaestre lo ocurrido. El contramaestre escuchaba frunciendo el entrecejo concólera.Enseguidaordenó:

—¡Quesubanalretretedecincoencinco…!

Éseeraelrecuerdodelabodega.Hoy,cuandoelcieloestabaencapotadoylalluviacaíayasobreloscuerpos,laamenazadevolverpendíasobretodaslascabezas.

MarcosyErnestosemiraron.Estabanelunofrentealotro,encogidos,pesadosdedolor.¿Cuándoterminaríatodo?

Simultáneamente,ysinproponérselo,pensaronencadaunode loscompañeros.EnSantos,enPrudencio.

—¿YRosario?—sedijeron.

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IV

Rosariogirólavistaensutornoexaminandoelestrechocamaroteyunaliterasuciayrevuelta,laúnicaqueestabaahí,conunasmantasgrises,desoldado.Porlaclaraboyaalcanzóadistinguirelpuerto—Manzanillo,tanpequeñito,comodejuguete—ymástarde,amedidaqueelbarcoavanzabaproduciendounruidoparticular, losmuellesblancos, higiénicos, modernos, de la California Standard Oil. El paisaje mudaba,alterando caprichosamente los puntos cardinales. Lo que antes se mostraba a laderecha de pronto se volvía de lado, colocándose a la izquierda, para desaparecerluego en medio de una bruma fácil, ligera, que más bien parecía un vaho tierno,ligeramenteazul.

Corrió el pestillo de la puerta y frente al espejomordido por el óxido, de lunavagayrota,seexaminóelrostropálido.Teníaunascejasfinasyaltas,debajodeunafrentecomba,enérgica,enormementeagradable.Losojoserancastañosyprofundos,labocagrande,ytanperfectacomoundibujoenmitaddelafiguraovalquehacíalacara,rematadaporunmentónsuave,infantil,prodigiosamenteingenuo.Comoenlosfrutosartificiales,decera,quesetransparentanunpocoysobreloscuales,despuésdealgúntiempo,elpolvoseagrupaenmanchas,asíadvirtióRosariosobresurostropequeñaszonasdemugrequeresaltabansobrelapalidez,comonubessucias,encimadeuncieloblanco,deagua.Noleimportómuchoeldetalleyalomásexperimentóunosvagosdeseosdeencontraraguaconqueasearse.Maselcamaroteeraunsitioendesorden,pobre,debarcopequeñoycasienruinas,dondenohabíaunservicioasí.«¡Ycamarotedeoficiales…!»,sedijoRosariocondesprecio.Luegovolvióhacialaliteraysinarreglarsiquieralasmantassedejócaer,fatigada,clavandolavistaeneltecho.Erauntechodeacero,congrandesremaches,comohongos.¿Cómopodíaunbarco—de hierros, de maderas, de cables—, tan pesado, nadar en las aguas? Unmisterio de la física oceánica, unmisterio que, acaso, resolverían los números, lasecuaciones,lasraícescúbicas,algoquenuncafueelfuertedeRosarioenlaescuela.Lamaestradematemáticaseraunamujerpequeñita,angulosa,comouncostalrellenodeescuadrascuyaspuntassalíanpor todos lados,por loshombros,por lascaderas,porlascostillas.Repetíaconunavozagudaychillonalafórmuladelacircunferenciayaquellosonabatanextrañoqueeraextremadamentedifícilpenetrarelsentido—deprontomístico,absurdo—deloquesequeríaexplicar.«Pi,porRalcuadrado»,luego«tres, catorce, dieciséis». ¿Por qué aquella propensión desoladora al infinito? ¿Porqué tantas fracciones, tantas aproximaciones casi exactas, que dejaban a lainexactitud, sin embargo, como una entidad obsesiva, eternamente presente yreiterada? Lomás atractivo del curso dematemáticas eraDamián Escalona, cuyasobservaciones llenas de justezaydegracia, constituían el eje del asombro.Porquenadamásplacentero—eracomoelgustoalainteligencia,alacapacidad—queveraEscalona, erguido sobre su banco, explicándose sensatísimamente, con eleganciaextraordinaria, sobre problemas de números (aunque después comprendió Rosario

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que los buenos alumnos de matemáticas resultan, a la postre, unos canallas). Lapequeña maestra se irritaba ante la brillantez de Escalona y esto hacía que elmuchachoganasesimpatíaenlaclase.

En cierta ocasión Rosario no pudo contenerse y prorrumpió en un «¡bravo!»estentóreo, que estremeció al grupo. Realmente no había entendido si DamiánEscalonatuvoonorazónensurespuesta—setratabadealgosobreloscatetosylahipotenusa—,perolahabíadichocontantavivezayagilidad,conunasencillezqueseadivinaba tanprofunda,queRosarionopudomenosquegritar,paraestimularlo,para mostrarle su adhesión sin límites. La diminuta profesora se agitó como unmanojoderamasconespinas:

—¡SeñoritadelValle,hagaelfavordesalirinmediatamentedelsalón!Rosario se levantó de su banco muy dignamente, encantada de la vida, pues

cesaríadeescuchar laabrumadoraclaseporver,mejor, lospájarosyelcielo,enelpatio,tangrandeybonito,delaescuela.

AsícomenzósunoviazgoconDamián,pueséste,alasalida,fueadarlealcance,cuandoyaRosariomarchabahaciasucasa.

—¿Porquéhahechoeso,Rosario?—lepreguntó.—¡Pues, hombre…!—yRosario hizo un graciosomovimiento, completamente

enamorada.De ahí partió un idilio juvenil, feliz, lleno de afirmaciones y alegrías. (Aunque

después ocurrieron todas esas cosas terribles del embarazo, del casamiento deEscalonaconunamuchachitablanca,neurótica,hijadeunaricafamilia;lamuertedesumadre;ycienmilhechosmás,desconsoladoresytristes…)

Perdida en sus recuerdos, mirando aquel techo de hierro, Rosario no se habíadadocuentadequealguiengolpeabalapuertayexigíaconvozaguda:

—¡Abrausted,señora…!Selevantónegligentementeydescorrióelpestillo.Frenteaellaestabaunoficial

demarinacondosmujeres.—Señora—dijo—,leharáncompañíaestasdosmujeres…Seinclinóconciertaseveracorrecciónysefue.Allíquedaronlasdosmujeres,muypintadasdelrostro,untantoconfusasporlo

queocurría.Laprimeraseadelantó,condesenvoltura:—¡MedicenEstrella!—sepresentótendiendolamanoconfamiliaridad.—YoChole,SoledadBuendía—agrególasegundaconciertatorpeza.Rosario había reaccionado con una mezcla de contrariedad y asombro. Sentía

irritaciónporqueselehubiesemezcladoconaquellasdoshembras,almismotiempoque una sorpresa de género indeterminado por el hecho de ser tratada con una tansúbitafamiliaridad.Lahabíanapartado,además,desusgratosrecuerdos—acasolosúnicosensuvida—yqueparecíanunperfumeligeroyenternecedor,cuyanaturalezanopodíadeterminarsecompletamente,peroqueenvolvíanlamentecomounabrumaprotectora,encontradelasdesgraciasydelacotidiana,quemanterealidad.

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La que dijo llamarse Estrella era delgada, de ojos negrosmuy vivos y cabellolacio,delmismocolor.Teníaunhombrunoaireresueltoqueledabaciertoprestigiodeniñagrande,demuchacha traviesayperdida.Laotraeramásapacible,unpocomásgruesa,también,decabelloscastañosycomomuertosydeunamiradapenosa,avergonzadasiempredealgo,comositodoeltiempoestuviesepurgandounpecadomisterioso. Ambas se sentaron en la litera invadidas de pronto por una humildadinexplicable, como si la estirpe superior de Rosario las humillara, rebajándolas yhaciéndolesrecobrarlasproporciones.

—¿Ustedviene—aventuró,empero,Estrella,tímidamente—conloscomunistas?Rosarioafirmóconlacabeza.Enseguidalasdosmujereshicieroncomoquienvaasoltarunagrancantidadde

preguntas,perolaenérgicamiradadeRosariolasdetuvoamitaddelacarrera.—Debemos procurar acomodarnos aquí organizadamente —dijo Rosario y

advirtióquehabíausadoelmismoestilodeDamiánEscalona,cuandoexplicabalosproblemas: un estilo positivo, desenvuelto, como indiferente—. Debemosorganizarnos de tal manera —continuó, insistiendo en el estilo— que podamosdormiralanoche.Solamentehayesacama…—yseñaló.

Como si no le interesase nada de aquello y la resolución del conflicto fueseasuntoexclusivodelasotrasdosmujeres,sevolviódeespaldasyacodadasobrelaclaraboyaperdiólavistasobreelmarazul,deunazulpálido,pordondeaúnvolabanlasgaviotasblancasysolemnes.

—¡Yopuedodormirenelsuelo,seño…rita!—seapresuróadecirEstrellaenunraptodegenerosidad.

—Yyo—dijoasuvezChole.Paralasdosmujeresaquéleraunencuentrototalmenteinacostumbrado,dondese

manejaban difícilmente, ignorando maneras y lenguaje. Estrella había dicho«señorita» —cierto que con reticencias—, y ahora se arrepentía porque daba laimpresión,segúnse imaginaba,deexcesivaobsequiosidad,casideservilismo.Pero¿cómollamarla?SíqueRosarioestabasucia,sinpintar,elvestidoarrugado.Peroapesardetodoteníaunairesuperior,fino,anteelcualeraimposiblenodoblegarse,nomostrarsediferenteycon,digamos,cortesía.

Rosario, vuelta de espaldas, oyó estas palabras y se sintió impresionada.¡Acostarseenelsuelo!¿Porqué?Leparecióabsolutamenteindebidoelsacrificiodelasdosmujeres;eraunadesigualdadofensivaquenopodíapermitirdeningúnmodo.

—¡Noesposible!—objetó—.Cabremosjuntas,enlamismacama,haciendounesfuerzo…

Masunadesagradableidearepentinaselevinoalacabeza.¡Lospiojos!LlevabapiojosdesdelaPrisiónMilitaryteníamiedodetransmitirlos.

—¡Yoserélaqueduermaenelsuelo!—exclamó.Las dos mujeres vacilaban. Semiraban entre sí y luego fijaban los ojos en la

figura de Rosario, confundidas, desconcertadas. La primera en reaccionar fue

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Estrella, quien volviendo a su estilo desenvuelto, un tanto cínico, determinó,imperiosamente:

—¡Hayquedejarsedepapeles!Tú—yseñalabaaSoledad—dormirásabajo…Nosotrasdosenlacama.¡Todoestáarreglado!

LuegoseaproximóaRosarioconairesdeconfidencia,diciendocondesprecioysinlamenorconsideraciónparaSoledad.

—¿Sabe usted? Ésa está bien ahí… le gustan las mujeres y va a querernosmolestarporlanoche…

Soledadbajólavistayenrojeció.Quisoobjetaralgo,perolohizotandébilmenteytansinconvicciónqueprefirióquedarsecallada,lasdosmanosrudasentretenidasconlosbotonesdelafaldadecoloreschillones,desedabarata.

Rosario no pudo reprimir una indiscretamirada hacia Soledad. No era precisomirarla, aparte de que el caso no tenía interés excepcional y Rosario entendíaperfectamenteesto,por locualsearrepintióal instante—«¿Noserécapazde tenertacto nunca?»— tantomás cuanto la confusión de Soledad aumentó notablemente,llegando al extremo de que susmanos—torpes y gruesas, de unmoreno sucio—arrancabanporfinunbotóndelafalda,llevadasalextremodelanerviosidad.

RosarioexperimentóunavivacóleraencontradeEstrella,puesleparecióbajayestúpidasudelación,peroalmismotiempounaciegarepugnanciaseapoderódesuser,comosiEstrellano fueraajenaa lasprácticasquecondenabay todoelmundoaquél, de hampones y criminales, no fuera, también, otra cosa que un mundoescondidamentemonstruoso,subterráneamenteanormalydesquiciado.

MiróconfijezaalosojosdeEstrellaintentandopenetrarsuspensamientos.Peroestosojosestabanveladoscomoporunamicaextrañaqueleshubiesehechoperderelbrillo y las ideas. Al mismo tiempo, y de una manera ciertamente contradictoria,Estrella había recobrado su habitual agresividad. Repuesta de las primerasimpresionesahorasentíaseotravezdueñadesímisma—enciertomodolibreyágil,comosihubierasalidodeunaestorbosasoñolencia—abandonandoaquellairritantehumildad quemostrara en un principio. Adivinaba los pensamientos de Rosario yestolairritabasombríamente,comosi.alguienlahubiesepuestoenevidenciasobrepecadosinteriores,desconocidos,quenodebíansabersejamás.

—¡Miratú!—dijoconviolencia—.¡Aquínohaydistinciones!¡LasdosvamosalasIslas,somosiguales!¡Dejayatucaritadesanta!

Rosarionorespondiómordiéndoselevementeloslabios,indignada,entretantolamujer volvía a la litera donde, recostando las piernas hasta dejar el muslo aldescubierto, extrajo un cigarrillo de su bolsa, mirando abstraídamente, por laclaraboya,haciaelmar.

Empezó,entonces,acharlarconSoledadcontandocomplicadashistoriasdonde,acadainstante,aparecíasu«viejo»,unpersonajecínico,brutal,quetenía,sinduda,unsignificadoprofundoensuexistencia.

Rosario escuchó toda una novela sobre el «viejo» que hoy estaba en la

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Penitenciaría,conuna«zoleta»—decíaEstrella—deochoaños.—ÉlvaapedirquelomandenalasIslas,paraqueestemosjuntos…EntoncesaRosarioseleocurríanmeditacionesimprevistas—enlascualesnunca

sehabíadetenido—sobreelamorysustortuososcaminos.¿Quéfatalismohabíaparaqueelamornofueselimpioyclaro,yestuviera,porelcontrario,condenadoaeternassimulaciones,auncaminociegoytrágico?Hubieraqueridoexclamar,dirigiéndosealpar demujeres: «Ustedes no entienden nada de eso», y almismo tiempo, tambiénhubiese querido narrarles su propia historia y la historia de todos los amores queconocía.ParticularmentetodalaenredadatramadeClotilde,supavorosatía,ycuyosamores,porreflejo,habíanhecholadesgraciadeRosario.

Clotilde estuvo enamorada del padre de Rosario. Aquello fue una dramáticarivalidadentrehermanasquenuncapudoencontrar adecuada solución.ElpadredeRosarioactuódetalmanera—seguramentesinproponérselo,puesesascosassuelenocurrirasí—queClotildesecreyósiemprelaelegida.Maselcasoeraporcompletodistinto.Hoy, a distancia, tan esquemáticamente hablando, el asunto parecía frío ysencillo.Perohabíaqueimaginarselacomplicadapasión,elbrutaldrama,queteníalugarenelespíritudeClotilde.Éstacallósiempre,nodijonuncanada,perocuandolamadredeRosariomurió—habíamuertosiendoyaviudayyatodoestabaperdidoparaClotilde—hubocomoelprincipiodeunadeudasaldada.¡Todoperdido!Lavidahabíapasado sindejar huella dedulzura.Losminutosy las horas, losmesesy losaños, habían sido en vano.Hay que imaginarse y comprender lo que significa unavida vacía y pobre, sin el menor sentido; imaginarse y comprender lo que es undesierto, sin sombra ni vegetación alguna, abierto de par en par a todas lasdesolaciones.Clotilde estaba en la imposibilidad—incluso física—de comprenderyaningunacosaalta,ningúnsentimientonobleypuro.Deahísuempecinamientoenlavenganza,enlatorturacruelydiaria,repetida,contraunserquepudohabersidosu hija pero que era el fruto de un amor enemigo y oscuro, persistente como unamaldición.

Rosario suspiró profundamente al hacer un descubrimiento tan insólito yasombroso. En efecto, nunca se le había ocurrido que su tía Clotilde fuese un serllenodeamarguraysufrimientoaquienhabíaquecompadecercontodaelalmaporsunegraesclavitudsinresquicios,porsupobrecorazónfaltodebondadydecielo.

Sedirigióalapuertadelcamaroteylaabriódegolpe,coneldeseodeaspirarelairetransparenteypurificadorqueveníadelPacífico.

Un centinela—marinero sucio, con sus carrilleras de lona— cruzó la carabinasobrelapuerta.

—¡Nosepuedesalir!—dijosecamente.Rosariomoviólacabezasinasombroalguno:—¡Sisóloerapararecibirelaire…!—musitó.Sentía en las sienes el movimiento del barco. El ritmo exterior —era un

movimiento pausado y grande— se reproducía en el centromismo de la cabeza y

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bajabaa lagarganta,alpecho,parahacerseamplioydesagradableenelestómago,dondelasparedesparecíansalirsedelacajadelcuerpo,perdidosyaloslímites.

—¡Acuéstese usted!—oyó a sus espaldas una voz (Soledad, sin duda) que larequería. Pero comenzaba ya a perder las nociones y tenía una concepcióncompletamenteextrañade lascosas.Seolvidóporcompletodequeenelcamarotehabíadosmujeres,comosinuncalashubiesevistoenlavida,almismotiempoqueleparecióradicalmente inmotivadoe inexplicablehallarseabordodeaquelbarco.Enunapalabra,todossuspuntosdeapoyoysusreferenciassobreeltiempoyelespacio—apenas alcanzaba a pensar, muy vagamente: «Parece tratarse del mareo»— sederrumbaroncediendoellugaraciertachocantevariedaddelvértigoqueconsistíaenungirarabsurdodetodaslascosasyenuncielofurioso,avecesdehierroclaveteadocon remaches comohongos, yotras, el verdadero cielo, connubes largasy sucias,comovendasdeunaenfermería.

Soledad y Estrella la recogieron del suelo, pues de pronto había caídodesvanecida.Estrella—yahabíancolocadoaRosarioenlalitera—leechólamantagrisdesoldadosobreelrostro,«paraquenoledieraelaire»,segúndijo.

Lamenteesalgocuriosoycasiinverosímil.Tieneunaextraordinariasemejanzacon un escenario de ésos muy profundos —tanto que se sentina vértigo—, quetuvieseunaseriesucesivadedecoracionesimprevistas.Primerouna,despuésotrayotra, sin acabar jamás, porque la mente, en el fondo, es insondable. También separeceadosgrandesydescomunalesespejosencontrados,quese reprodujeranasímismos sin cansancio y de unamanera tan infinita como en las pesadillas, con ladiferenciaqueamedidaenqueapareciesennuevosespejos—espejosyespejoscomouna torre de Babel— las figuras reproducidas fueran siendo otras o, con mayorexactitud, lasmismas, perovistas en aspectos desconocidos, como si a cadanuevaaparición se descompusieran en sus elementos integrantes creando la falsa idea deque,despuésdealgúntiempo,enelmáslejanoyúltimodelosespejos,acabaríaporencontrárselas, simples ya, y como quien dice «monocelulares», poniendo aldescubiertosuorigenyconelloelorigendetodaslascosas,elsecretodeluniversoyelprincipiodeloqueexiste.Peroyasehadichoque,entodocaso—yaundejándosellevar por ilusiones ópticas—, se trata de una falsa idea o si se quiere, de un«espejismo».Lamente,noobstante,esasí.Nosotros tenemosunpensamiento,unaemoción, un instinto. Mas todos ellos—y cada uno en lo particular— se puedendescomponerenmilpedazosynoencontraremosjamáselcamino,noencontraremosjamáslosimpleniloprimario.

Rosario tenía unas nubes, gruesas como cuerdasmarinas. Evidentemente comocuerdasmarinas,puescuandoselastocabateníanunaconsistenciaburdaydelejosparecíancomoesosfenómenosconocidospopularmenteconelnombrede«culebrasdeagua».Aunqueadecirverdadloquelesdabaesasemejanzaconcuerdasmarinasnoeraprecisamenteeltacto,sinomásbienlalejanía,porque,enfindecuentas,pormásanchaqueseaunacuerdamarinanuncapodráserlomásqueuna«nubegruesa».

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Lalejanía,sindudaalguna,porqueaquellasnubesdeRosarioibancorriendohaciaelhorizonte,despuésdeestarenlosprimerostérminosyseadelgazabanridículamente,en una forma que movía a risa. «El hilo siempre se rompe por lo más delgado»,pensaba Rosario y era tan humorístico este pensamiento, que prorrumpía en unacarcajadahomérica, salvaje, rompiendo, enverdad, aquellasnubes absurdas, de lascuales brotaban unas gotitas de agua, como el jugo que brota de un tallo frágil ytiernoalromperse.LoasombrosoeraqueahíestabaErnesto,derodillas,dirigiendola mirada a un sitio invisible. «Sí, señor oficial —decía Ernesto, tímido ycompungido—, es mi querida; además yo la mantengo, además usted le pegó…»Peronoeraciertoqueestuviesederodillas.Loqueocurríaesqueestabamutilado,sin piernas, y caminaba de un lado a otro —¡quién sabe cómo, Dios mío!—gritándole aRosario: «Sí, a las Islas.»Rosario sentía una gran pena y una especieinvoluntariadeamor,pueshabíacreídoreconocerenlavozdeErnestounaviejavozmuyantiguay entrañable.Entonces tendía losbrazoshaciaErnesto, perounagrancarcajadalohacíadesaparecerponiendoahí,encambio,elrostrodeEstrellaqueeraquienreía.

Estrella no reía, en realidad, sino a lo sumo enarcaba los labios, amablemente,mientrasfrotaba lanucadeRosario,quecomenzabaaabrir losojos,con lentitudyextrañeza.

—¡Tedesmayaste!—dijoEstrella—.¡Qué!¿Nohascomido?Rosariogimióininteligiblementeyvolvióacerrarlosojos.—¡Pobrecita!—exclamóSoledad.Este«pobrecita»tuvolavirtuddeconmoveraEstrella;sesintiódeprontocomo

culpabledetodoloqueocurríayenuninstantesaltóhastalaclaraboyaparachillarcontodassusfuerzas:

—¡Elmédicodeabordo,porfavor,elmédico…!Despuésdemuchotiempounseñordeedad,quevestíaamericanablancaytenía

unanarizrojiza,grande,subióhastaelcamarote.—No es nada grave —dijo a tiempo que auscultaba el cuerpo de Rosario—,

únicamentedebilidad.Pero llevado de quién sabe qué pensamiento colérico, agregó, frunciendo el

entrecejo:—¡Ademáslesestáprohibidohacertantoescándaloporunabagatela!Afueradelcamaroteseoíaunrumorconfuso.Parecíaserquealoshombresdela

bodega,por fin,yaqueelProgreso estaba lejosde la costa, los sacabana cubiertapararespirarelairelibre.Perohabíaalgomásquenoalcanzabaacomprenderse.Latripulación estaba inquieta y comomisteriosa,moviéndose de un lado a otro de laembarcación.Unoficialsubióalcamarotedelasmujeresyabriendolapuertadijoalmédicoconbrevedadyrapidez:

—¡Alláabajoselenecesita,doctor,uncertificado…!Después,denuevovolvióasubirelrumorconfusodelagente,lastimeroycomo

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indignado.Lasmujeresoyeron,enseguida,unaconversacióndeoficiales,sobreelpuente,a

unpasodelcamarotequeellasocupaban:—¡Esquenosetienecuidadoconestoshombres!—argüíauno.—¡Noesposibleotracosa!—selereplicaba.—¡Bah!¡Bah!La conversación cesó por un momento mientras el primer oficial gritaba al

parecerdirigiéndoseaunmarinero,alláabajo:—¡Cuandotermineeldoctorquesubaaverme…!Soplaba un viento cálido y tropical. Por la claraboya del camarote, en ese

instante,lasaguasveíanseverdesypausadas,mientrasalolejosseperdíalaúltimalínea,delgadaeimposible,delacosta.

—¡Altamar!—suspiróEstrella.¡Enaltamar…!¡Oh, viaje pesado y negro!Navegarían aún por cuarenta y tantas omás horas,

como se navega siempre en elmar, con el corazón turbado y el espíritu en duda;comosenavegabasiempreenesasaguasinmensas,sinfinniprincipio,bajolaidea,apenas insinuada, pero firme e insistente, de que se marcha sin destino, al azar,persiguiendocosasvanaseilusionesdistantes.

—¡Ah!¡Yadoctor!—sonólavozdeloficialsobreelpuente.Enseguidalaspalabrasgraves,lentas,deldoctor:—¡Asfixia,señormío,nadamenosqueasfixia…!—¡Quécontrariedad!¡Cuídesededecirleanadie…!Elmarelevabaungrueso,tangibleairedesalyyodo.Unairequehumedecíael

cuerpodelhombre—negro,aúnconlosojosabiertos—quehabíamuerto,muypocotiempoantes,enlabodega.

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V

ElChale,renegrido,abriendolabocaconsusdientesdeoro,secolocóelprimeroenel extremo de la proa, señalando con asombro las montañas verdes. No mostrabaalegría sino una especie de todas las emociones: pena, rabia, tristeza, y seguíaseñalando como si el espectáculo no fuera posible, como si todavía hubiese unaesperanza.

ElProgreso había bordeado laMaría Cleofas ymomentosmás tarde laMaríaMagdalena,navegandoconciertalentitudcautelosa,tímidamente.Sobrecubiertalosmarinerosyamaniobrabanaprestandoelancla,acomodandocuerdas,despejandodeestorboslasuciaembarcación.

—¡LasIslas!EnelbordedelasIslaselmarsevolvíablanco,revueltoconlaarenaysobrelos

acantiladoselaguareventaba,elevándosecomoencandelabrosdeespuma.ElChaleparecíainmovilizado,señalandoaúnlasIslas,sinalterarlaposicióndel

brazo:—¡Grandes,lascabronas…!—musitóporlobajoeinclinólacabeza.LaMaríaMagdalenaquedóatrásyelProgresoviróentoncesdelsurdelaMaría

Madrehaciasucostadoeste,dondelasolasseestrellabancongranmajestad,llenasdevigor.Algúnfuncionariodelgobierno,cuyasideaslaicaslohabíanhechofamoso,propuso en quién sabe qué ocasión el cambio de nombre para las IslasMarías. Setrataba de poner un nombre cívico, ciudadano, que enalteciera la conciencia de lanación: las tres islas se llamarían ‘«Igualdad», «Libertad» y «Fraternidad»,correspondiendo al archipiélago el título —que ni aun en la democrática Franciaexiste—de«ArchipiélagodelosDerechosdelHombre».

Sobreunaconsiderableexplanada—despuésdelpequeñofaroyyaparaentrarenlabahía—sedejóvereledificiogris,bajo,delhospital;enseguidalasbarracas—demadera, muy parecidas a simples bodegones—, y finalmente el caserío blanco deBalleto,puertoycapitaldelacolonia.

Losrostroserantristesyangustiadossobreelbarco.Unatemerosahumildadsehabía apoderado de todos los presos, quienesmiraban en forma interrogante a losoficiales. Con numerosos papeles en las manos, éstos contaban y recontaban elcargamentohumanodelProgreso.

—¡Dedosenfondo!—Numeracióncorridaporladerecha.—¡Uno,dos,tres…!Los deportados gritaban su número respectivo, hasta que la operación se veía

interrumpidaporalgúninexperto,queseequivocaba(estoocurresiempre,yentodaslasfilasdelavidahayalguienqueseequivoca).

Los«políticos»formabanenelúltimoextremoyenunade tantasocasionesunoficialsellegóhastaellosparaverificartambiénelnúmero:

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—Ustedes aparte—dijo—, vienenmuy «recomendados»…—y los separó delconjuntocolocándolosfrenteatodoslosdemás.

Del puerto ascendió entonces un rumor de música que el aire dejaba pasar atrozos hasta elProgreso. Era unamarchamilitar que desde un quiosco ejecutabanunoshombresdeuniforme,negros,pequeñitos.

Puerto Balleto daba una impresión dolorosa y grave. Se veía desde luego esecolordesoladoyesosgestosinmisericordesdelosestablecimientosoficiales,dondeexiste una jerarquía rigurosa y una vida entera, llena de importancia, tan completacomoladeunanaciónounmundo.Porque,ciertamente,bastasóloconpenetrarenelsentido y en el aire de cualquier establecimiento gubernamental —orfanatorios,hospitales,cárceles,yhastalasescuelas—paradarsecuentadelcomplicadouniversode pasiones e intereses que existe ahí.Desde el director hasta el último empleado,todosgiranentornodelainstitución,ciegos,maniobrandoparaconservarelempleoohacerlomáslucrativo,ylascosasqueocurren—baladíesenotrositio—.Despuésdiceuno:¡peroquéfantásticainsignificanciacobraunaimportanciadevidaomuerteyenderredordeellaseurdenintrigasinterminables,dondesellegaaextremosquenosepuedencreer!

UnruidointerioryprofundoanuncióqueelanclahabíacaídoalfondodelmaryenseguidaelProgreso,fijoyaytranquilo,saludóalpuertocontresgrandestoquesdesusirena.

De espaldas a las Islas los presos formaban una doble fila silenciosa, con susbultos enormes y sucios donde cabía todo: sombreros, cobijas, pan, zapatos,periódicos, cigarrillos. El Miles, blanco con su cara de negro—pelo ensortijado,narizancha, labiosgruesos—, formabasin soltar laguitarraquehabía traídodesdeMéxico. Veía las gaviotas y los pelícanos y soñaba en el Puerto de San Blas, ahíenfrente, adoceoaquincemillas, ¡quién ibaa saber!, comounpuerto submarino,inalcanzable,quenopodíaversesinoenrarasocasionesyesocuandoelairevolvíasefinoylaatmósferasetransparentabahastahacerpróximaslascosas.

¡SanBlas!PorelcaminodeTepicaSanBlastodoslosjuevesibaelpagadordeciertaplantaciónfruterapararealizarelpagodelospeones.ElMileshabíafraguadoese«golpe»desdehacíadosaños—«¿existiráaúnlacompañía,ypagará,asimismo,losjueves?»—ynoabrigabaelmenordeseodeabandonarsuspropósitos,antescreíarealizarloscuandosalieselibredeese«malpaso»dehoy,despuésdesusochoañosde condena. Y como que el destino lo había aproximado, poniéndolo ahí,relativamentecerca,enlasIslas.¡Ochoaños!¡Alasalida!¿Alasalida?Losojosauntiempo alegres ymelancólicos de ElMiles brillaban singularmente ensombrecidospor lanostalgia.Eran susojos,ojosdenegro,depermanentenostalgia, comosi lasangre clamara por otra sangre remota que lo determinaba, ancestralmente, desdelejanísimoscontinentes.Ojosdenegro,porqueElMilesteníatodoaquelloquesuelentenerlosnegros,elvigorextraordinario,lacorpulencia,laalegretristeza,enmediodeun rostro sorprendentemente blanco y fino. EnNayarit estuvo, hace algún tiempo,

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hospedado en un hotel tepiqueño de patriótico nombre —Hotel Hidalgo u HotelIndependencia—, y ahí había observado los manejos de la Banana Fruit y de sudiligente pagador—el pagador era lomás importante—, un hombre pequeñito, depelocortadoalokáiseryojillosazules,llenosdeternura.«Lasuertequevaacorrer,el pobrecillo», pensaba El Miles, imaginando ya el asalto. Examinó, también, elRoadsterdelgringoyporlasnoches,enelgaraje,sigilosamente,elmotordelcarroconsuscilindros,sumonoblock,sucárteryelsitioaquelprecisodondeunpetardodetiempoestallaríaenelmomentooportuno—unjueves,porlamañana,antesdequeelsolllegasealmediodía,enmediodelasaltasceibasylosgruesosmangos—paraqueElMilesactuarasinobstáculos,llevándoseloscatorcemilpesos;loscatorcemil«deláguila».NoobstantelapolicíaloobligóasalirdeTepic,puesleperseguíadecercapor un enojoso asunto en Mexicali, donde había despojado a unos traficantes dedrogasquehacíannegocioenloscasinos.

CerrólosojosElMilesincapazdevencerlabrumaqueenelhorizonteimpedíadistinguiresapequeñaporcióndelaSierraMadreOccidentalqueseyerguefrentealasIslasMaríasyqueantaño,bajodonPorfirio,diocalorensusfaldasalprósperopuertodeSanBlas,cuyocomercio,tráficoeindustria,fueronalimentadosporelrío,de igual nombre, pero cuyo curso se alteró, después de la caída de don Porfirio,reduciendo al puerto a un simple puerto de cabotaje, sin comercio, donde pobrespescadores se hacían la vida liviana echando al mar sus redes. (La alteración delcursodel río coincidiendo con la caídadel dictador, hizoque lasmalas lenguas sedesatasenendenuestoscontraelmovimiento revolucionarioycontrael«chaparro»Madero.)

ColocadodeestasuerteElMilesabordodelProgreso—yconéltodoslosotrosdeportados—,atrás las Islasyenfrenteel invisibleSanBlas, antojábaseleentoncesqueelpresentesehallabaasusespaldasyelporvenirrisueñodelante,invitándoloamarchar,llamándoloalavida.

El «presente» era un cerro ancho, semicónico, sujeto a variaciones, es decir,descompuestoenotroscerrosmáspequeños,ventrudos,quelorodeabancubiertosdeunavegetacióntupida,aunquepequeña,deárbolesblancos,depochoteyhuayacán;oscuros,decedroyencina;rojizos,depalo-fierro;grises,depalo-negro,quesurgíanirregularmenteenmitaddeloschaparrosy lashiguerillas,osoloscomogarfios,enmediodelasexplanadaslimpiasporlaquema.

LamúsicadeBalletopasabaenráfagassobreelProgresoyalgúndeportadonopudomenosquecorearlamelodía,conairesdecomicidad,enunintentoderomperaquelsilenciodramáticoyasustado:

—«SellevaronelcañónparaBachimba,losfederales…».Ladoblefilacelebrólaocurrenciaconunarisotadaatiempoqueunfuncionario

de la Isla—ya había subido y examinaba los papeles con gesto duro y ademanesesotéricos—,interrumpía,explicando:

—¡Sevaapasarlista!¡Firmes!

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Después del recuento la cifra total fue desconcertante: doscientos cuarenta ycinco,cuandodebíaserdoscientoscuarentayseis.

—¡Cómo! —gritaba el funcionario—. ¿Doscientos cuarenta y cinco? ¿Qué esesto?

Los oficiales lo miraban compungidos, con aire de culpabilidad, sonriendotorpemente.

—¡Noesposible!Seintentórectificarsinresultadospositivos.—¡Debehaberunerror,señorlicenciado!—pronunció,cortés,unoficial.—¿Por qué error, capitán?—argüía el funcionario—. ¡En estas cosas no debe

habernuncaerror!El ambiente era de confusión y embarazo; todos iban y venían, sin saber qué

hacer,dandovocesinútiles.Elfuncionarioexaminabalalistaconcuidado,nerviosamente.—¡Vamosaver!--decía—.¡Rectifiqueusted,hombre!¡Hágameelfavor!¡Grítele

ustedaese«doscientoscuarentayseis»deldemonio!Elcapitánseacercólalistaalosojosponiendoungranempeñoydiligenciaenla

tarea.—¡NicolásFuentes!—gritó.—¡NicolásFuentes!—repitieron los cabos y sargentos y algunos serviles de la

doblefila.Unavozanónimaymodestasedejóoírentonces:—¡Esel«muertito»,micapitán…!Los funcionarios y oficiales se miraron como quien se quita un gran peso de

encima, a la vez que con cierta picardía. «¡Bendito sea Dios!», musitó el capitánvolviendohacialospresos.

Noeravanoni sinmotivoel respetoqueseguardabaahíal«licenciado»,puesdichopersonajeeraaltofuncionariodeGobernacióncomisionadoenlasIslasunmesantespara recibir la«cuerda»yenparticulara loscinco«políticos»queveníanenella.

Elfuncionario,enconsecuencia,seaproximóaloscuatrocomunistas—Rosarioestabaenelpuente,conlasdosmujeres—,conciertoairedefamiliarizarseunpoco,almismotiempoquedarsecuentadelapeligrosidaddelosagitadores.

—TienenustedesmuydisgustadoalseñorpresidentedelaRepública…—dijoamanera de introducción, llenándose la boca con la palabra «señor presidente», yadoptandounairesevero.

Eraunhombredeestaturaregular,frenteamplia,blanco,demanosmuyfinasyaire semibohemio, de intelectual. Se reconocía en él a esos profesionistas veloces,llenosdeintrepidezydetino,quesabenactuarenelmomentopropicioconlafraseadecuada,oelhalagojusto(sonsiempresecretariosdealguienimportante,ojefesdealgo). Con sólo observarlo se intuía que era uno de esos personajes dobles, o con

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mayor exactitud, que hacen una vida doble, consagrándose, por una parte, a losnegociosoficiales—quetienensu juego,supasión,suhistoriaendiablada—,yporotra parte a un género específico y singular de «creación», consistente en escribirversos, cuentos, ensayos, que las prensas del gobierno imprimen con diligencia yeditanen lujososvolúmenesdestinadosalgobernador, alministro, aldiputadoyalsenador, no obstante que ninguno de éstos los lee, formándose, empero, un altoconceptodel«escritor»,debido,sinduda,aese influjosupersticiosoque la letrademoldo ejerce sobre algunos espíritus. (Rascad encima de cualquier jefe dedepartamento y encontraréis versos terribles, que él muestra con orgullo y que, sisabéisgustar,ospuedensignificarunempleomodestoyalegre.)

—¡Noshacemuchohonor,elseñorpresidente!—repusoErnestoconironía.Ellicenciadosemosqueóunpoco,sorprendido,peroinsistente:—Miren ustedes —dijo en tono conciliador—, nosotros no tenemos ningún

prejuicioensucontra…Yomismolosveoaustedesconmuchísimasimpatía,soyunespírituamplioycomprendotodoloquesientenysusaspiraciones.(Yotambiénfuirománticoycreíenlahumanidad.)Enelfondoestamosdeacuerdo,diferimossóloenlosmétodos…

Los «políticos»miraron al personaje con extrañeza y desprecio, sonriendo coninsolenteincredulidad.

—Pero nuestrosmétodos—continuaba— son distintos.Nosotros haremos todopacíficamente, sin violencias. Nuestra revolución es mexicana, somos mexicanos,tenemosfisonomíapropia…UstedescopianaRusia…

Prudenciointentóungestocomodequereriniciarlapolémica,perofuedetenidoporErnestoqueatajórudamente:

—¡Déjesededecirnostonterías!Elfuncionarioseconfundióperotuvobuencuidadodemantenerloocultoconun

movimiento de pretendida superioridad y desenvoltura. En seguida se alejó conrapidez, exclamando, con intenciones de ser oído: «Soñadores, soñadores…», paravomitar, casi torvamente, junto aunoficial demarina: «¡Imbéciles!»Sin embargo,todavíasevolvióaloscomunistasconunairedeinsufriblepedantería.

—¡Lesenviarémilibro!AhíestántodasmisteoríassobreMéxico.¡Entiéndanlobien,esunpaísparadójico,chistoso…!

Ernesto recordóentoncesqueeste señor eraunapersona famosísima,unpoeta,quehabíaescritomuchascosasprofundas.

—¡Leestaremosprofundamenteagradecidos!—exclamósinpoder reprimirunasonrisa.

Descendieronlospresosengruposdeocho,llevadoshastaelmuelleporrobustosbarquerossemidesnudos,aquienescubríanapenasunoscalzonescortos,demezclilla.Llegabanhastalostablonesdepalo-negroqueformabanelmuelleyselesveíacomomuñequitos sucios, flacos,modelo demiseria y desolación.Los últimos fueron loscinco «políticos» a quienes hizo compañía el cadáver de Nicolás Fuentes, el

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«doscientoscuarentayseis»desaparecido.—¿Estásmal?—preguntóErnestoaRosarioaladvertirlapálida,sombría.Rosarionoapartabalamiradadelospiessuciosytransparentesdelcadáver.—¡Tuveunligerodesmayo,nosé!—repusocomodistraídasinapartar losojos

delcadáver.—¡Pediremosqueteveaelmédico!Al pronunciar estas últimas palabras Ernesto logró interceptar una extrañísima

mirada deMarcos. Lo veía éste con severidad y enojo; mas no se trataba de unaseveridad comúny simple, sino por el contrario, de algo colérico y lleno de furia,como si de prontoMarcos lo odiara con toda el alma.Mas esta impresión fue tanfugazcomounrelámpagoyErnestoolvidótodoalinstante,dispuestoya,comodebíaestarlo,adesembarcar,pueshabíanllegadoalmuelle.

¡HeaquíqueestabanenlasIslasMarías!Unaprotestaahogada,espesa,seagolpóen lagargantadeErnesto.Todo loqueseofrecíaa susojosera tristísimoybrutal,comosilagentedeahíestuvieseunpocociegaoloca.Lamezclillapardaoeltrajerayadodeloscolonosdabaaéstosunligeroairedemonstruosidadalquecontribuíanlas cabezasgrandesy rapadas.Examinabande lejos a la«cuerda»,buscandogenteconocida, algún «valedor», o procurando, sin ser vistos, que alguno de ellos lesarrojara la mariguana que trajera antes que los funcionarios del penal hicieran elexamen.

ElMiles sonreíadesde la filadondeestabasentadoencuclillascomo todos losdemás,puesse leshabíadadoesaprerrogativamientras losfuncionarioshacían lostrámitesde ingresofrenteaunamesa.Sinembargo,huboalgoquehizoaElMileslevantarsedeunbrincoyexclamar,indignado:

—¡Noseanabusivosnicabrones!Elincidenteeraconlos«políticos»puesaunodeellosselegolpeabaconfuria,

bestialmente.EraErnesto,quealponerpieentierrahabíadadoungritoenfavordesu partido. Tenía la cara roja, bañada en sangre, e inclinaba la cabeza como sinconocimiento,peroporcompletosilencioso,ajeno.Loscuatrocompañerosrestantesestabanprofundamentepálidos,mordiéndoseloslabiossinpoderhacernada.

—¡No sean abusivos ni cabrones…! —gritó nuevamente El Miles, de pie enmediodelosdeportados.

Los guardianes que ahora cuidaban de la «cuerda», pertenecientes todos alllamado Cuerpo Nacional de Inválidos, se dirigieron presurosos —con terriblesruidos de piernas artificiales y aspavientos de mangas sin brazos—, sorprendidosrealmenteporelhechoinauditodequealguienfuesecapazdeprotestarahí,enplenasIslasMarías, frente a ellos.Al llegar frente a ElMiles encontraron a éste con lospulgaresmetidosenelcinturón,laspiernasabiertas,sonrienteaunqueunpocopálido.

—¡Levaapesaralprimeroquemetoque!—dijocalmosamente.Los guardianes se detuvieron llenos de asombro. Aquel hombre infundía un

extrañorespeto,nosolamenteporsuextraordinariafortalezafísica,sinoademáspor

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sucontinentesuperior,audaz,atrevidoyrotundo.—¿Quécosa?—replicóelsargentoconelsolofindenopermanecercallado.Peroyadelextremodelmuelleveníacojeando,engarabitadocomounchivo,el

subtenienteSmith.ElrostrodelsubtenienteSmitheraunacosasingulareinteresante.En algún sitio —y es de suponerse que de una manera heroica—, durante suscampañas, lo sorprendió un incendio del cual salió con vida por un verdaderomilagro. Sin embargo, su ya pobre y desmedrado cuerpo tuvo que sufrir lasconsecuencias; quemado en una forma horrible, en su casi totalidad se habíacontraídomostrandouna piel descarnada, brillante,mientras el rostro estaba hechounaplastaescrofulosa.Erapequeñodeestatura,enteco,yagregabaasusdesgraciasla de estar absolutamente afónico, debido, con seguridad, a alguna deficienciaglandular.

SeestremecíafrenteaElMilescomounmuñecodealambre.—¡Quéindejenjiaejejta!¡Quéatrevimiento—ysentíaunacóleramortal,verde,

deacíbar,frentealosado,cuyafortalezayvigorlohumillabancomosisetratasedeuna ofensa personal. Levantaba su bastón hasta el sonriente rostro de El Milesdeseandoqueselotragaralatierra:

—¡SajgentoCajajco,venjaujté…!—tosía.YcomoelsargentoCarrasconopercibieraquelollamaban,atalgradoerapura

expulsióndeaire,casiinarticuladas,laspalabrasdelsubtenienteSmith,éstesevioenlanecesidaddepatearelsuelocomounniñorabiosoparallamarlaatención.

—¡Pajejequeejtásojdo,Cajajco,venjaujté!El sargento se volvió, apenas si un poco confundido, aunque se adivinabamás

bien burlón, e hizo juntar su arqueada pierna artificial paramarcar el «firmes» deordenanzafrenteaunsuperior,mientrassellevabalamanoderechaalagorra.

—¡Ordeneusted,misubteniente!Ajustóse el subteniente los espejuelos, cuya cadenita de oro se remitía hasta la

orejarubiayarrugada.—¡Incojpojeaejtebandidoconlojcomunijtaj!¡Quesufrasumijmasuejte!Cumplida su venganza el subteniente Smith se alejó en dirección a la mesita

donde se veían los expedientes, moviendo las caderas grotescamente, como si sucuerpo estuviese hecho de junturas, a tiempo que se apoyaba en el ridículobastoncillo.

Conlamanoextendidaquehizobajardesdelafrentepasandoporencimadelosojos, de la nariz y la boca, hasta llegar al pecho, donde se detuvo en el corazón,Ernestotratódelimpiarselasangresecándosefinalmenteenlacamisa,quenegreabayadetantamugre.Nosentíaningúndolorfísico;porunarazónextrañaeinexplicableaquellos golpes no le habían dolido.Era nadamás algomuy caliente que le habíainvadidoelrostroyqueledejabalosoídoszumbando,comosinumerososinsectosbatieran en el aire. Pero, al mismo tiempo, por todo el cuerpo derramábase unasensacióndehieloydecuchillos,queseconcentrabaenlascorvas,dondelasangre

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parecíavolverseunasoluciónabasedehormigueantesesferitas,comogranizos.Enmedio de todo brotaban ideas, nociones, sentimientos, de lo más contradictorio einsospechado.SentíaErnestosatisfacciónyvanidad;unaolaplacenteraleinundabael pechoy, aúnde espaldas aRosario, como se encontraba, la veía ahí, comomáspresente, como si un lazo tierno y fuerte se hubiese tendido entre ambos,estrechándolosyuniéndolos.¿Cuáleseransussentimientos,enrealidad,conrespectoa Rosario? ¿Habían nacido ahí mismo, durante el viaje, durante todas esascircunstanciasqueahoraunificabansusdestinos?Nopodía responderse.Rosario leapareció siempre velada por una serie de prejuicios; es decir, por el prejuicio deobstinarse en no tener ninguno. Teóricamente se pensaba en un mundo donde lasrelaciones entre hombre ymujer deben ser distintas y donde el sexo no ocupa unlugardeprimerorden,oconmayorexactitud,unlugardeterminante,sinoquevivecomosujetoderivado,noprincipal.Deestamanerahacerbrotardecualquieraodetodas las circunstancias una situación sexual o simplemente amorosa, le parecíaindebido, falto de limpieza y de rectitud. Partiendo de considerar que entre suscamaradaslasrelacionesentrehombreymujereranlibres,sanas,sinhipocresíasniprejuicios, Ernesto incurría en el prejuicio de temer se le considerase un«aprovechado». Su amor hacia Rosario, de esta forma, estaba oscurecido por unaseriederepresiones,inhibicionesycensuras,einclusivenoaparecíacompletamenteclaroanteélmismo.Noobstanteenestehechonoradicabaloinsólitodelproblema.Hoy,Rosario tan próxima, esperando situaciones físicas que forzosamente tendríanque compartir, el sentimiento de amor, vago y oscuro, se abría paso hasta lasuperficie, aflorando con un disfrazmúltiple y constante en cada palabra, en cadagesto,encadapensamiento.Ernestohubiesequeridoque todofueraunsueño.Estoes,queellafueseunsueñoyéltambién,ydormidosambos,sinimportarlesnada,sinqueexistierandimensiones,seentregasencompleta,dulcemente,hastaelolvido.

Cuandoaparecieron loscinco«políticos»anteeldirectorde lacolonia,ErnestocontinuabapensandoenRosario;conladiferenciadequesupensamientoyanoeraespeculativoniabstracto,sinodesnudo,fuerteybrutal.Noerayasimplementeunaidea amorosa—con todo lo que de «puro» tiene la palabra—, sino algo rotundo,despierto,queimaginabaaRosariodecarnevivaydesexoconcretohastaelmartirio.

El director de la colonia era un general llamadoMacario Gaxiola. Vestía conchamarra de cuero y pantalón de kaki, tocándose con un sombrero tejano que seechabahaciaatrásparadescubrirlafrentepequeñayestrecha,deroedor.Cautelosocomounzorronoseaventurabaadecirmuchaspalabrasconcretándoseaclavarsobresus interlocutores elpardeojillos claros, sin inteligencia,quehurgaban los rostrostratandodedesconcertar.

—Comunistas,¿no?Loscincocompañerosnorespondieron.—¡Pues aquí los «güevos» se dejan en el muelle—terminó señalando con el

mentónyvolviéndosedeespaldas.

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Congrandes letrasnegras leíaseen laprimeracasa, frentealmuelle:AyudantíaGeneraldeCampo.Ahífueronintroducidoslos«políticos»,antesquenadie,paraserdestinadosasucampamento.

Despuésdecadanombrequeescribía,elmecanógrafolevantabalavistahaciasujefe,elcualpronunciabaunasolapalabra:

—ArroyoHondo.¿Quésería?Cuando ya estaban casi en las afueras de Balleto un mensajero alcanzó al

«gendarme»quelosconducía.—¡Quelamujersequedaaquí,diceeljefe…!—¡Cómo!—Si,dizquevaatrabajarconmisubteniente…ErnestoviocómoRosariosealejaba.Entoncessintióunterriblevacíodentrodel

pechoyunaangustiaquenopodíacalificar.«Esquelaamo»,pensóalfin.

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VI

Elpolvoerafinoycaliente.Lospies,quesudabandentrodeloszapatos,sehundíancon desesperada fatiga en el camino, blanco e infernal bajo aquella atmósferaahogada.Despuésdelaszarzas,sedientasymalévolas,quebordeabanaquellacintablanca,seguíanlasplantacionesdepapayos,untantoridículos,vagamenteparecidosaavestruces,rodeadosdealambradas.Elsolhabíatraspuestolaprominenciamásaltadelcerro,llamadaElBorbollónypeseaquesufuegonocaíayadirectamente,delatierra se desprendía un calor picante y molesto que parecía introducirse en lasarticulaciones de los huesos y en las ventanas de la nariz donde semezclaba conrasposasmucosidades.

Ramónmontabaun flacomulo sin herraduras: era éste unode esos animales aquienes lagentede campo llaman«espiados»porhaber consumido laspezuñasdetantocaminaryquecuandolohacen,después,pisanconlacarnevivaenelsuelo.ElpobremulocojeabaalcontactoconlacalientetierraprovocandolasirasdeRamónquemostrabasubocadesdentadaalmaldecir.

AquellasdolidaspezuñassabíandetodalaIsla;porlastardes,antesdeocultarseelsol,debíanconduciraRamónaloscampamentosdondeseentregabanlos«partes»y la orden del día. También, y de una manera irregular aunque frecuente, hacíanviajes hasta Arroyo Hondo cuando Ramón conducía a los castigados, pues dicholugar, el más insalubre y el más lejano, era una especie de ergástula, de séptimoinfiernoadondepagabansusculpaslosrebeldes.

Ladeándose sobre el mulo Ramón examinó atentamente a los «políticos» quesudabanbajoelpesodelafatiga.EraRamónel«gendarme»delaIsla,puestoqueselehabíaotorgadoenatenciónasucomportamientoyqueconsistíaenconduciraloscastigadosyenllevarlospartesalascomandanciasdeloscampamentos.Mirandoalos«políticos»seleocurríanmultituddemeditaciones.

—Ustedesvienen«muyrecomendados»—dijo,mientrassonreía,conelafándeiniciarconversación.

El«gendarme»teníaunacabezaredonda,esférica,apenascubiertaporuncabelloclaro,cortadoalrape.Suedaderaindefiniblesindudaacausadelospocosdientesylas numerosas arrugas, cosa que le hacía aparecer como muy viejo, aunque alconversaryaldirigirse,consusojosllenosdedestellos,selenotabaciertajuventud,ciertavariedaddelozaníatrágicaydejovialidadadestiempo.Noeraenvidiable—pensabaRamón—lasituacióndeaquelloscuatro«políticos»,tan«recomendados»ysobre quienes el funcionario deGobernación había tenido extensas conversacionessecretas con el general, pero hubiese cambiado con gusto su lugar por el de ellos.RamónFlores,colononúmeroochocientoscuarentaytres,llevabasobresusespaldascondenadeveinteaños—penamáxima—,poreldelitodehomicidiocon todas lasagravantes.¿Quién,entalescondiciones,nohubieraqueridocambiarsudestinoporcualquierotro,auncuandoéste,enapariencia,estuviesepintadoconlosmásnegros

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tintes?—¿Quéquieredecircon«muyrecomendados»?—inquirióPrudencio.Prudencio, el mayor de estatura entre los cuatro, caminaba encorvado y

rengueando.Quiénsabeporquésufigura,enesosmomentos,eralamásdolorosayabatida.Seríaprobablementeporelhechodeque,también,eraelmásfuerte,elmásosadoyahoraflaqueaballenodehumillaciónydetemor.

Porlosojosdel«gendarme»pasóunachispademaliciosaburla:—Esqueselesvaaaplicartodo«elrigordelacolonia».Esta breve frase abría un mundo inimaginable para los cuatro camaradas.

«Entonces—pensaban—se va a desatar todo el odio sobre nosotros».El odio delhombre,elodiodeclase.Porqueseodiahistóricamente, seodiacomouna funciónabstracta e impersonal, pero alguna vez este odio se vuelve concreto y encarna enseresvivos,quecaminanycomen,quesevenganytorturanporqueasíseloordenalaclase,asíseloordenaundiosmisteriosoquegobierna.Yeseodiopegaconfuriayconpasiónperoalmismotiempodeunamaneraindiferenteoqueseantojaasíporlorepetidaylocapazdeeternidad;siempretienealgodemurallachina,construyéndosepaso a paso, día por día, sin descanso y resulta imposible imaginar cómo esverdaderamente. Ahí los aguardaba ese odio; algún día debían encontrarlo, vivo ypresente,yesedíahabíallegado.

Por el camino apareció un hombre a caballo. El caballo era fino, lujosamenteenjaezadoyelhombrevestíauntrajedecampoqueledabaairesdemayordomo.Sedetuvofrentealgrupotirandodelasriendas.

—¿Yéstos?Era de rostro blanco, largo, y de unos labios gruesos, sensuales, entreabiertos

siempre.Losojosazulesoverdososrelampagueabanconagilidad,abriéndosemuchoporefectosdelacólera.

—Loscomunistas,mijefe—explicóRamón.Elhombremiróalospresosdearribaaabajoconmuestrasdeinfinitodesprecio.—¡Peoresquelosraterosylosasesinos!—exclamópicandoespuelasyechandoa

caminar,casiencimadelos«políticos».Sinembargo,sedetuvoalgunospasosadelante:—Mira—dijoaRamón—,ya«telefonié»aArroyoHondo,peromeledices tú

mismo aMaciel que estos hombres van con tarea doble, queme los ponga luegoluegoatrabajar…

Sacudiólasriendasdelcaballoyunanubedepolvolohizodesaparecer,porquecorríayaalgalope.

Ramónmeneólacabezaconlástimaysinseroído:«Notienenpiedad»,musitórefiriéndosea losverdugos.Sentíaélmismocómoelhombrepuede ser juguetedefuerzassuperioresycómoundestinomaléfico,turbio,leniegatodaslasalegríasyenelmomentomenospensadopierdesu libertady tienequesometersea ruindades,ahumillaciones,yloqueespeor,alasujecióndesconsideradayabominabledeotros

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hombres, que no tienen sentido ni saben nada de amor. Recordaba su propia vidadentro de la cual no cabía ninguna esperanza (aunque el hado terrible, para que elhombresigaviviendoysufriendo, leponeporenfrenteunaesperanza,ysiemprelahay, aún en las peores oscuridades). ¡Veinte años de condena! Una cifra inmensacolocada encima de la vida como una pesada lápida de piedra; una cantidaddesprovistadealegría,desueño,insomne,dedesvelosincauce.

Espoleóalmuloflaco,exasperado:—Demensus«chivas»,muchachos,paraquenosecansen—dijoconamabilidad,

conmovidoantesímismoyporelloantesussemejantes—,pueslajornadaeslarga…Enseguidatendiólasmanospararecogerlosbultosderopayotrosenseresquese

leofrecían,colocándolosenlasancasdelabestia.«¿Yquiénestáasalvodecometeruncrimen?»,pensaba.Uncrimenesalgomuy

sencillo. Todos los hombres se encuentran al borde del asesinato. No sentíaremordimiento alguno al recordar su propio crimen y, por el contrario, estabaconvencidodeque,repitiéndoselascircunstancias,obraríadelamismamanera.

Comenzólacosaporunamujer.LamujerdeMatíasAguilera.¡Tenía una belleza tan extraordinaria Julia! ¡Y una juventud plena, luminosa,

abierta, de trigo fresco y de campiña cargada de frutos…! Matías la cuidabacelosamente.PerosetratabadeunoscelosdescomunalescomosiMatíashubiesesidounShylockdelsexoounpadreGrandetcuidandosutesoro.Nopuedecelarseaunamujer de estamanera sin que exista, allá adentro, algomonstruoso e inconfesable.PorqueMatíasnuncafuecasado,sinocuandollegóaviejo,despuésdepermaneceraislado,solitario,sinmujer.

El doctor de la ciudad—un honrado profesionista de Chihuahua— lo previnoseriamente:

—Meparecequecometeustedunalocuraalcasarse…Porque antes, durante una larga temporada, estuvo atendiéndolo en secreto

(después, en el Casino, elmédico despepitaba sobre la inenarrable enfermedad deMatías)yestabaaltantodelascondicionesfísicasimposiblesdesupaciente.

—Perodoctor—decíaangustiadoMatías—¿lacosaesirremediable…?Elmédicomeneaba la cabeza con escepticismo, desahuciando cada vez a don

Matías(desdequeseconvirtióenricoganaderoobtuvoeldonentodoChihuahua),quienregresabaasuhogardesconsolado.

PeroMatíashizoundescubrimientoqueesmuydifícilcontaramenosdequesenarreloacontecidolaprimeranochedesuboda.

Elmatrimonio introdujo en su vida cambiosmuy considerables. Por lo prontomandó colocar puertas dobles en su habitación, le aumentó el sueldo a su ama dellaves—tíalejanasuya—,ycompróungranmastín,famosomástardeporsufiereza—cuandoestuvoapuntodemataraunniño—,yalquesujetócongrandescadenas.

Elperro era fuerte, espantoso,deunahorrible cara.En la familiade losperrosexiste una curiosa división: hay perros nobles y buenos, dulces, que son, por lo

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general, los perros sin dueño y sin casa, vagabundos, que comen aquí y allá, y entodaspartesrecibenpaloseinsultos;hayotrosllenosdeescándalo,chillones,quesonlosperrosdelassolteronas,bieneducados,quecomenasushorasyhastahacensusnecesidadesenelW.C.;haytambiénlosperrosllenosdegarrapatasqueacompañanalcampesinoensulabor;yestán,finalmentelosperrosbestiales,inhumanos,capacesde destrozar niños y a los que se ocupa en prisiones y cárceles para perseguirprófugos.

Lanochede laboda tuvo lugarunaescenaharto interesante.Matías seencerrócon la jovencita y comenzó a requerirla con las más tiernas y ridículas fraseshablando como niño e intentando acariciarla. Aquél era un momento que Matíasesperabaporañosensuexistencia.Temblabacomounazogado,lasvenasdelrostroparecíanestallarleyunlatirfrenéticolebailabaenlassienes.

Lamuchachacorríaporelcuarto,llenaderepugnanciaperosinalterarse,conelceñofruncidoylarespiraciónbronca.

Matíasestabaloco;oraamenazabaconcólera,recordandoalamuchachaquesuspadres le habían prescrito obediencia ciega hacia él; ora suplicaba, poniéndose derodillas y adoptando un rostro dolorido, que moviera a compasión, o decía frasesapasionadas,deunlirismodesbordante.Habíapuestotalempeñoensupropósito,eratan poderosa y desesperada la carga de energía contenida en sus ruegos, que lajovencitaaccedió,alfin,adesnudarsetodaentera(yaquíprincipiabalaprimerafasedelalucinantedescubrimientoqueMatíascomenzabaaponerenpráctica).

Aveceselsexoy lamuerteseconjugan—oquiénsabesisiempreseaasí—,ypara Matías, en particular, el sexo estaba vedado por la muerte. Y en qué formacuriosa y grotesca: el vientre le caía por encima del cuerpo, relajado, y un soloesfuerzo, aun simple y leve, produciría una congestión muscular, una de esasendiabladas catástrofes invisibles que ocurren en el fondo de los cuerpos y losdesligandelatierra.Seuníaestevientreaciertovencimientosinprórroga,oscuro,devigor enderrota, de sexomuerto, dondeMatías naufragaba comoenunabahía sinperspectivas.Pensóentoncesenlaposibilidaddemorir.Lamuerteselepresentóenlaformadeunmillóndecabezasdeganado,rompiendoloscorralesdelmundo,parapasarencimadeél,enavalancha.Miraba losojosde lasvacas furiosas, inyectadospor siglos de desesperación y de cólera; las pezuñas de sílex, echando fuego demetales; losbelfosangustiososy llenosdepalabras.Estrechóentonces juntoasíelcuerpodesnudodelajoven,comosiyaestuvieseahíelmillóndebestiasdesaforadas.Estrechó más aún, más, y una ola tumultuosa, de sangre, de sollozos, de dientesapretados, subió de su interior transformándose en caricias suaves y violentas,bruscasytímidas,desesperadasyconesperanza,querecorríaneljovencuerpodelamujer.

Aquellascariciasloconducían(yaquíestabaeldescubrimiento)noalsexo,sinoa ciertos márgenes del sexo; no al acto sexual, sino a ciertos márgenes del actosexual,conloquesesentíacompletamentesatisfechoylibre,lejosdelalcancedela

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muerte.Diounsuspirodealegríaypasólamano,casiconpureza,sobreaquelcuerpotan

—pensaba—escandalosamentevirgenaún.PoresocuandoRamón—elmejoramigodeMatíasporaqueltiempo,conapenas

treintaydosañosencimayojosextremadamentevivaces—hizounaalusióntorpe,enelCasinodeChihuahua,queserefería,enbromaalaposibilidaddequeelpropioRamónllegaseaengañarloconsumujer,Matíassintióunodiovivoylacerantequeconunarapidezfantásticaseconvirtióenpasión.Unadeesaspasionesmilitantesysin sosiego que en Matías —naturaleza enferma— cobraba al instante rango dehiperestesia.

DesdeeseinstantesededicóaobservarlavidadeRamónprocurandodeducirdelmenor de sus actos indicios que lo comprometieran. Todo lo que ocurría, comosucedegeneralmenteconloscelosos,eramotivodepreocupación,einterpretandoloshechosdeunamaneracaprichosa,Matíasfueconduciéndose insensiblemente,de lasimpleeinfundadasospecha,aladuda,ydeéstaalacerteza.

De cómo pudo llegar a ésta última evidencia podría dar razón el honorablemédicodelaciudad,quienunodetantosdíasyconelsigiloqueelcasodemandaba,verificóunexamendelajovendesposada.

—¡Examínelausted!—decía febrilMatías, conel cinismoqueadoptaunoantelosmédicosdeconfianza—.¡Sihayalgoanormalustedmejorquenadiesabequeyonopudehabersido…!

—Mibuenamigo—dijoeldoctor,meneandolacabeza,despuésdelexamen—,¡tieneustedrazón!

Yconpalabrasimpropiasdeunprofesionistacoronólafrase:—¡Lecomieronelmandado,donMatías!Matías tomó la mano de su joven esposa, cual si se tratara de una niña

sorprendidaenfalta,yfueasuhogardondelagolpeósindescanso,repetidamente,deunamanerabrutal,instándolaaqueconfesara.

—¿YmevasadecirquenofueeselibertinodeRamónFlores?(Yélprecisamente, claro, con treintaydos añosy aquella frasequedijo sobre

Julia,¿cómonoibaaserculpable?)—¡Pues no, señor, no fue él! —replicó la muchacha con la testarudez de las

jóvenesmestizas.—¿Quién,entonces?Juliahizopucheros,cansadadetantogolpe:—¡Puesunnovioqueteníaantes…!Noconvencido,MatíasseguíagolpeandoaJuliahastaqueésta,casiexánime,sin

fuerzasya,contestabameneandoafirmativamentelacabeza.DesdeentoncesMatíasempezóaperseguirsindescanso,alpretendidoburlador.

Denoche,entrelassombras,ydedíabajolaluzdelsol,acompañadodesuperro,nodesesperabadevengarse.Habíaocurridoenélunacatástrofeinteriorquetransformó

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porcompletosuser,operandounainsólitamudanzadesusobjetivossexuales.Alaobsesión de tener un cuerpo femenino a su lado, siguió la idea fija de vengar unultrajesuperioratodosexo,unultrajequelohumillabahastalomásprofundoyqueinteriormentelodescubríaenmonstruosidadessinnombre.

Temeroso de las consecuencias que pudieran acarrearle las locuras de Matías,Ramón huyó de la ciudad refugiándose en una ranchería cercana. Mas el furiosomaridoloperseguíaimplacablemente.Habíaadiestradodetalsuerteasumastínqueesperabadarmuerteasurivalconloscolmillosylasgarrasdelafiera.

Ramón huyó hasta la ciudad de México (un hombre de paz debe evitardificultadesyeludirlassituacionescomprometedoras),dondelavidacomenzóaserapacibledespuésdetantodesasosiego.Laciudad,consuscallesnumerosas,consunutrido tránsito, con sus luces múltiples, con sus gritos de los vendedores, tanvariados y musicales, tuvo la virtud de restituirle la calma y hacer renacer en sucorazón la esperanza en una existencia tranquila y sensata fuera de la enloquecidapersecución a que estaba tan involuntariamente sometido (aunque, a decir verdad,Julia era portentosa comomujer y fue una lástimaque toda la leyenda forjada porMatíasnoresultaracierta).

Mas sucedió que un día aquel Otelo furibundo hizo su aparición nuevamente,acompañado del inseparable can. Había envejecido a tal grado que sólo los ojosteníanenélunavivacidadalucinanteycomodelocura.Exasperado,Ramónestuvotambiénapuntodeenloquecer.Hizogestiones,dijoavisoalasautoridades,perotodofueenvanoporquealagenteleparecíanpuerilessustemoresyporque,apesardetodo,suinexorableperseguidornocesabaenelempeñoyaparecíaentodoslossitioscomounamaldición.

FueaquídondeRamónincubósucrimen.Unamadrugada—ahora lo recordababien—fuehastadondevivíaelenemigo.

Ibaprovistodetodolonecesarioparaconsumarelasesinato.Desdeunaesquinadelpasillo,dondeestabaagazapado,arrojósobreelperroungrantrozodecarnesaturadadecianuro.Elodiosoperrocasimurióinstantáneamente.

CuandoRamónestuvoenlaoscuraalcobaleasaltóunavacilaciónrepentina:«Loimportante era el perro, y ya está listo; debiera dejarlo dormir tranquilo», pero almiraraquelrostroobesoyalsentiraquellarespiraciónpastosayrepugnante,nopudoretroceder.Blandió con todas sus fuerzas elmartillo (sí, era un propósito lejano eldarlemuerte, ¿si no por qué unmartillo, que es lomás silencioso de la tierra?), ydescargóuno,dos,tres,ciengolpessobrelaabominablecabeza.

El resto de la historia no podía ser más vulgar: un proceso largo y lleno deescándalo;tremendosdiscursosenlasaladejurados—eradeley,poresetiempo,eljuradopopular—,yluegolacondena.Depaso,yenmediodetodoestelaberintodehechos, había, sin embargo, un suceso desconcertante. En una de las sesiones deljurado Ramón sintió una molestia atroz en la nuca, como si alguien estuvieserespirandoasusespaldas.Volvióseirritado,ypudosorprenderenlasprimerasfilasa

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Julia,quelomirabafijamente,conunaextraterrenalyenloquecedoraactitud,muda,aunqueenormementecomunicativa.¿Quéhacíaesamujerahí?¿Aquévenía,detanlejos, haciendounviaje tan largo?¿Aqué…?Ramón tratódepenetrar elmisterio,mastodofueenvano;Julianoapareciójamásytodorastrosuyofueborrado(poreldemonio que pierde las huellas y nada más nos deja anuncios viejos, tristes). Noobstante,Ramónjamásolvidóesamirada.

Los cuatro «políticos» caminaban encorvados junto a Ramón, como si nopudiesensoportarelimplacablecieloquepesabasobresusespaldas.Hundíanlospiesenelpolvohastalostobillosyacadainstantelevantabanlavistahaciaelhorizontecomosioteasenelfinaldelajornada.

—Yusted—preguntóMarcos—,¿cómoesqueestáaquí?Ramónsonriócomosiunanubedenostalgialehubiesepasadoporelrostro.—¿Homicidio?—¡Sí,unviejocabrón…!Siguiendo el camino y a unos cuantos pasos solamente, comenzaba ya el

campamento de Nayarit, blanco, aseado y poblado de numerosos bungalows quehabitaban los empleados de la Isla. Era el campamento aristocrático de la colonia,dondeestabaenlaresidenciadelgeneral—canchadetenis,tanquedenatación—ydondehastalabarracadeloscolonosofrecíaciertoaspectodelimpiezayorden.LaplayadeNayariteralamáspropiciaparaelbañoylasseñoritashijasdelaburocraciaisleñahacíandeellaunadmirablesitiodesolazyesparcimiento,arriesgándoseenelnado,lasmásintrépidas,hastalapuntadenominadaElPolvorín.

Unsoldadosalióal caminoparadeteneralgrupo,con la idea, seguramente,detransmitiralgunasórdenes.

—TelefoneandeBalleto—comenzó—quedeben esperar aquí hasta que se lesincorporeotrocolonoquetambiénvaparaArroyoHondo.

Ramónhizounamuecasignificativayseapeódelmulomientrasconunaseñaindicabaaloscomunistasquedescansaran.

Prosiguieron la marcha cuando El Miles, con su rostro alegre y su miradasimpática, apareció, la guitarra al hombro y una ligera cobija como todaimpedimenta.

El camino, que en un principio era recto, viraba de pronto a la altura de ElPolvorín,siguiendolassinuosidadesdellitoral,defendidodelasaguasporaltasrocasyfantasmagóricosacantilados.

Elpaisajequeseofrecíaeramajestuosoeimponente.Deunladoelmarazul,deunahermosatransparenciaquepermitíaverlaquebradaarenadelfondo,lasmóvilesestrellasmarinasytodoelmundocaprichosodelasconchasyloscaracoles.Delotro,una vegetación exuberante, de un verde intenso, que trepaba por el cielo,mágicamente, como una decoración de teatro suspendida en el aire por invisiblesalfileres. Una brisa aromática soplaba del norte y era tan singular aquello, que elpensamientovolabaporelocéano,aproximando lasdistanciase imaginando tierras

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remotas, islas verdes y azules. Allá adelante estaría la Isla de Guadalupe, casidesconocida,misteriosa,dondelosjaponeses,sedecía,sededicabanalapescailegalde perlas y de esponjas; luego el Cabo de San José, desértico, solitario, como unpuestodeavanzadaenelmarpobladodefantasías;elGolfodeCortés,ahímismo,legendario,oliendoaúnacarabelasyaindiossilenciosos,queconstruíansusbalsasdemaderas vivientes.Más tarde San Francisco, cuyo nombre español parecía unalágrima en medio de los demás puntos sajones del mapa: ciudad de famadesenfrenada,dellantoalegreydesquiciado,deterremotosydeconsternación.Yenellímitedelmundo,arriba,entreeltrabajodeloshielos,seencontrabaAlaska,consus salmonesdeoroy suspescadores tristes, forzados,prisioneros sobre los suciosbarcosyanhelandounamujer.

¡Ningúnmartanllenodehistoriaymaleficiocomoéste!NielOcéanoíndico,consuscostasdemaravillaydecuento,ligadoalaBibliayaSalomón,alRamayanayalos viejos poetas sánscritos; ni el Mar Negro, oloroso a petróleo y a mujeresprisioneras; ni elMarCaspio, enriquecidopor ancianos ríos eslavos; ni elMardelNorte, donde navegaban las viejas razas rubias. Bajo el Atlántico se mueven aúnolvidadasciudadessubmarinas,hombresdevidrioquehacenpoesíaysuenancomomúsica.PeroestePacíficodeaquí,elmásinmensodetodoslosmares,tieneunavozquenoseolvida.LospueblosquebañaelPacífico,guardaránsiempreensufondoalgodeprimitivoydeelemental,algo llenodemisteriosaunciónycomunidadconlas cosas lejanas, porque elPacífico es el únicomarque tieneunavozuniversal yvieja.Bastadetenerseensusorillas,conlarespiraciónensuspenso,paraoírlasmásprofundaspalabras:palabrasdelÁfrica,comogolpesdecímbalo;antiguaspalabrasdel Indostán, grandes y monumentales como iglesias; palabras de Cipango y deMarcoPolo;vocesdeMagallanes,sinfoníasdesalyderepúblicasabandonadasbajocrucesaustrales.¡Talesestemarllenodecosasdespiertas,delucesydesombras!

AlaalturadeElMiradorelanchocaminoconcluíaconvirtiéndoseenunaveredaqueabandonabaellitoral,parainternarseenelmonte.Eraelmontedeunaespesuratropicalydesusenosedesprendíaunfuertearomaatierramojadayayerbasrotas.

Ensegundotérmino,despuésdeRamónqueabríalamarchasobresuviejomulo,Santoscaminabacon la cabezabaja.Sedetuvodepronto, asustadoyconel rostrolívido:

—¡Miren!Eneltroncodeunárbol,confundiéndoseconlahojarasca,dormíaenrolladauna

serpiente.—¡No hagan ruido! —ordenó Ramón poniéndose un dedo en la boca, y

descendiendosilenciosamentedelmulo,apresóconrapidezalaserpientesujetándolelastapasconelpulgaryelíndice.

—¡Unaboa!—exclamóconregocijo.Como es sabido, las boas son inofensivas. Se alimentan de iguanas y otros

individuosmenores,masfueradeestedaño,nohacenotromal.

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ElMilessilbódeadmiración,acariciandoconlapalmadelamano,elcuerpofríode la serpiente para prorrumpir en una sonora carcajada de alegría y ponerse atararear,luego,unacanciónllenadeoptimismo.

Aquella boa sería vendida por Ramón en cinco pesos, cantidad que en la Islaconstituíaunaverdaderafortuna.

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VII

«Esqueestoysoñando»,pensóconfusamenteErnesto.EscuchabalavozdeMarcos,peroal fijarsebienadvertía suequívoco,puesaquéllanoeraotraque lavozdeElZapato,consulobanilloalaespalda,inclinándosesobrelasramasmientrasblandíasumachete.«¡Ernesto!¡Ernesto!»ElZapatovolvíaseconfuriallameándolelosojosde una manera siniestra, para proferir frases entrecortadas que se convertían engemidos.Eranlargosgemidosdolorosos,inmensosgemidosqueparecíanunacamade hospital ininterrumpida y tan grande como la misma sala de cadáveres. Loscadáveres tomaban asiento en las planchas de mármol y decían rotundamente,silbandoasemejanzadeElMiles:«Peoresqueraterosyasesinos»,yechabanacorreren medio de una nube de polvo que ardía en la nariz. El Zapato, que en esosmomentos losconducíaporentre lasbreñas—todossehabíanvueltoniñosyhastaRosario era una niñamuy conocida que en el colegio se llamabaCarmen—, teníaahora la fisonomíaexactade«ElZapatoRoto»,héroeen laspelículasdeepisodios(1920-24).Movíasecon rapidez,marcando losmovimientos,ydepronto levantabalosbrazosparaalcanzarunaescalaqueseletendíadesdeunaeroplano,cuyovuelonopodíasermáslentonimásruidoso.Enunaformaextraña,atroz,elpilotoabríalosojosdesmesuradamente,gritando:«¡Ernesto!»,yluegoungemidoseescuchabaotravez,hendiendoelaireconunrumormetálico.

—¡Ernesto,despierta!Ahí estaba junto, desencajado comoun cadáver,Marcos.La luzdeunavela le

subíaporelrostromarcándolelospómulos,quesetornaban,deestasuerte,lapartemáscaracterística,negros,comodosperillas.

—¡Despierta,porfavor!Los labios le temblabany bajo la nariz, la proyeccióndelmentón, enérgico, le

derramabaunbigotedesombra.Parecíaunamáscaravivayextraterrenalconunashuellaspenosísimasdefatigaenlassienesyenlasparedestransparentesdelrostro.

Ernestoabriópocoapocolosojossindarsecuentaexactadeloqueocurría.«Hadetratarsedeunsueño»,repitióse,yelcansanciomásinimaginableleparalizabalosbrazos,laspiernas,lacabeza,dejándolosinertescualsiestuviesenrellenosdeplomo.Era una pesadilla de agotamiento, de absoluta extenuación. Se les había hechotrabajardesdequellegaronalaIsla.Porlatardedelprimerdía,yaenelcrepúsculo,despuésdeunacaminatadedocekilómetros,cavaronunprofundopozo,metidosenel fangohasta lacintura—ElMiles,que trabajóconellos,estuvocantando todoeltiempoaquello:«Delasierramorena,cielitolindo,vienenbajando»…—,ydespuésalas nueve ymedia de la noche, por espacio de una hora, se dedicaron a afilar sushachas en el mollejón para el trabajo del día siguiente. La salida del sol lossorprendióenelmonte,después,entreárbolesinmensosqueseuníanlosunosalosotroscomounamuchedumbredefensivaytemerosa.¿Catorceodiezyseis?¿Cuántashoras?Nopodríandecirlo.Muchomástardedequeelsolseocultóesedía—apenas

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ayer—,regresaronalcampamento,sintiéndosecomohinchados,gruesos,sintacto,ydoliéndoleslaspisadas.

Por eso hoy Ernesto se negaba a creer que las voces, los gemidos, y aquellapresencia,ahí,deMarcos,fuesenrealidad.Navegandopenosamenteentrelasbrumasdehierroquelafatigaponíaensupecho, larazóninventabaexplicaciones:«Hadehaberamanecidoya».Enuncostadoreposabaelhacha,juntoalmachete.Extendiólamanoparapalparelmango,pegajosoaúnporlasangrequelebrotaraduranteeldíadelasampollas,ocurriéndoselequelollamabanatrabajar.

—¡Nosetratadeeso!—replicóMarcosadvirtiendoelgesto—.¡Ven!Se levantó pesadamente, tambaleándose. Afuera la noche estaba poblada de

luciérnagasylosgemidosqueErnestooíaensusueñoeranahoraclaros,sesentíanen lomásprofundo, como si alguien, sinningúnconciertonimedida, ejecutaraundesquiciadosolodefagot.

—Prudenciosecayódelabarraca—explicóMarcos.Labarracaeradeladrillo,alta,condospisos.Enelpisosuperiorhabíaunpasillo

sinbarandal,dondePrudenciopasólanoche.—¡Quéabsurdo!—dijoErnesto,sintiendoenlagargantaungolpeardelágrimas.Dieronvueltaalabarracayenlaparteposterior,haciaelextremo,encontrarona

El Miles con un mechero de bencina en la mano, frente al cuerpo fabuloso dePrudencio,sueltocomouncostal.

MarcosyErnestosufríanloindecible.Enunsegundovertiginoso,suimaginaciónsepoblódepresentidas situaciones:Prudencio sehabríaquebrado la espinadorsal,fracturadoel cráneoy susordenadasvisceras seencontrarían revueltas,mientras lasangre correría desesperada, en su interior, fuera de los vasos y las arterias,derramadacomoun líquidosinorden.¿Qué inenarrabledolor,qué torturadecosasrotasysubvertidassealojaríaenesepobreyqueridocuerpo?

Prudencioseencontrababocaabajo,desarticuladocomounamancha.Alaalturadesuslabios,chicocomounamoneda,estabauncoágulodesangre.Esoeratodo.

Ernesto yMarcos temblaban. ¡Qué atroz era aquello! ¡Y ni siquiera sangre, nisiquiera un cuerpo destrozado! Todo transcurría en el interior, bajo la piel,obedeciendoauncaosespecíficoyoculto.

ElMiles fruncíaelceñoconcólera,comosiprotestaraenérgicamentecontraeldestino,contralosmandatosdelamuerte.

—¡Ambulante! —gritó con rabia aproximándose al borde de la colina dondeestabaasentadalabarraca.

Deésta,selevantóunclamorairado:—¡Dejendormir,noseanjijosdela…!EntoncesElMiles se desprendió por la pendiente de la colina hasta llegar a la

casita blanca donde el «ambulante» —encargado del «servicio médico» en elcampamento—dormía.

—“¡Sinoabrestellevalachingada…!—exclamógolpeandoconrudeza.

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Cuando el cuerpo de Prudencio estuvo sobre la camilla —en un extremo lososteníaElMiles,enotroelenfermeroyadelantecaminabaMarcosconelmecherodebencina—,parecíaunconjuntodepiedrasdentrodeunpantalónyunacamisa.Sugemido era ya entrecortado, no de notas largas y profundas, sino de borboteantesgolpesparecidosaestertor.Enlainclinadapendiente,elenfermerosoltólosextremosdelacamilla,haciendorodarelcuerpodePrudencio.

ElMilesennegreciódecólerayprorrumpióenunamaldiciónterrible:—¡Sitodavíaestásdormido,pendejo!Enefecto,el«ambulante»estabadormidoaúnymanteníalosojoscerrados,sin

darsecuentadenada.ElMilessoltó lacamilla,desentendiéndoseprovisionalmentedePrudencio,yaproximándosealsonámbuloenfermero:

—¡Estotevaaquitarloimbécil!—exclamóasestándoleunbrutalpuñetazoenelrostro.

ErnestoyMarcossintieronunaoladevivasimpatíaporElMiles,cuyagenerosalealtadlohacíallenodesedantesvirtudes,comoundescansoenmediodelaangustia.

Recogieron el cuerpo de Prudencio, cuyo rostro, bañado en sudor frío, estabacubiertodetierra.

—¡Alaenfermería!¡Pronto!En el pequeño cuarto de madera el enfermero empezó a frotar

desconsideradamente los pies de Prudencio (no era ningún enfermero el talambulante,sinoun«comisionado»,unreosinconocimientos,encargadoalomásdeproporcionar quinina a los que padecían de paludismo). Prudencio abrió los ojos,comoenloquecido,gritandodesaforadamente.

Aambosladosdeél,estabanElMilesyErnesto,fijalamiradaenaquellospiessueltos,cuyosdedosrotoscolgabansobrelaplanta,inertes.

Delabarracasalíanvoces,perforandolanoche:—¡Yacallenaesedesgraciado!…Apocoaparecióeneldinteldelapuerta,sinproferirunasolapalabra,lafigurade

Santos, seminterrogante; tenía los ojos vagos y estúpidos como si lo que estabaocurriendofueratotalmenteincomprensible.

Prudencio clavaba los ojos en El Miles frunciendo el entrecejo en actitud derecordarviejossucesosolvidados.

—¡Alláabajoestáeltoro!—gritó,yaunquelaescenaeradramática,rierontodosconunacarcajadanerviosaylóbrega.

SeadivinabaquePrudenciohabíaqueridodeciralgomuydiferente,algodistintoen lo absoluto, pero las palabras huían de su cerebro poniendo en el lugar de losconceptos, frases sin sentido que, empero, Prudencio juzgaba correspondientesexactasasusideas,comoocurreconloslocos.Elcerebro,enrealidad,esunalmacénllenodeordendondeel lenguajearticuladoestádispuestodetalmaneraqueacadasentimiento o concepción corresponde aproximadamente una frase o una palabra.Mascuandotodoestoserevuelveyaltera,aunasensación,aundeseo,aunestado

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deánimo,correspondenlocucionesabsurdasqueelpacientenoadviertejamásyque,por el contrario, juzga absolutamente atinadas y legítimas, puesto que la ideaabstracta, el concepto que guarda en las celdillas del cerebro, es decir, el procesopreverbal,nopuedesermásfidedignoeindudable.

Prudenciollorabacrispandolasmanosyhaciendointentosporlevantarseyhuir.—¡No,no!—decíaapretandolosdientes.Imaginaba cosas prodigiosamente extrañas. Había olvidado quiénes eran los

sujetosqueestabanahíynopodíadarseunaexplicaciónsatisfactoria.Desdeluego,aquello no era un sueño. Era lamuerte. Habíamuerto y todo esto se desarrollabadespués de la muerte. Era ésta como una explosión blanca, de electricidad queremovíalosnerviosyloslevantabahaciaelaire.Pero,además,eraungolpeasestadosobre el tiempo y el espacio, que hacía perdedizo el pasado, del cual no volvía asabersenadaenabsoluto.Sevivíanadamásel instantepreciso, sinmemoriay sincapacidaddeporvenir,comounabriznitadepaja,abandonadaenmitaddeluniverso.Prudencio hubiera querido levantarse y correr, gritando: «¡Quiero saber algo!»,porque todo lo ignoraba y no existía ya como ser, brotando tan sólo de su pechoconfusos estertores, que apenas eran como una versión elemental de las palabras,antes del verbo. Y éstos no eran en modo alguno estertores involuntarios o quesurgieran del cuerpo por cuenta propia. No; él los ordenaba con regularidad yconocimiento; eran su lenguaje, sus palabras. (Es decir, Prudencio creía estarhablando y propiciaba aquel ronquido descomunal, terrible, que se extendía por elcampamentoenmediodelanochenegraycálida.)

«Quenomehagandaño.Yahemuerto.Quierounpocodetierra.»ElMilesmoviólacabeza,conmovido:—¡Éstesemuere!—musitó.Marcos apartó la mirada de los pies rotos de Prudencio para preguntar

negligentemente:—¿Locreestú?ElMileshizounamueca:—Sobretodoporqueélmismoloquiere…Afueraempezabaasoplarunvientofurioso.Latempestadsecerníaamenazadora

sobreelcampamentoyalospocosinstantesunaguacerotorrencialyhuracanadosedespeñabaenmediodeamarillosrelámpagos,yprolongadostruenos.

—¡Elcordonazo,elcordonazo!…—seoyóenlabarraca.La naturaleza estaba sobrecogida, temblando bajo el agua. Se adivinaban en la

impenetrablenoche,losgigantescosárbolesenmovimiento;lascorpulentashigueras,abatidasporelvendaval;laselvatoda,crepitante,comollenadelamentosydesordasprotestas. Más allá, el mar embravecido se sacudiría, negro y porfiado, primitivocomo al comienzo del mundo, capaz de reinar él solo sobre toda la tierra.Embarcacionesconsternadasdondehombres lívidossujetarían lasvelas,sepasabanenlasoledaddelatormenta,mientraslosdiminutoseimpotentesfarosseperderían

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entrelasamargasmontañasmarinas.Allá en la Isla, la tierra despertaba. Las víboras abrían los ojos escuchando el

correr del agua y trepando hacia las ruidosas plantas de hojas anchas; los chivossalvajeshuíanendirecciónalosbarrancos,yelarroyocrecía,cadavezmásturbioymásgrueso.Enloscorraleselganadogolpeabalastrancas,gimiendoroncamenteylosperrosgruñían,torvosyempavorecidos,bajolospesebres.

Prudencio había cesado de gemir y estaba sin conocimiento, respirandoruidosamente.

ErnestoyElMilessintieronunalivioalverlodesmayado—«loqueimportaesquenogrite»—ysalieronalpequeñomiradordelaenfermeríaparadejarsebañarporelaguacero.

—¡Hermosatormenta!—suspiróErnesto.Sentíaelcorazónempequeñecidoporlapenaylasoledad,diríasequeunasombra

espesa le había invadido el pecho dejándolo como abandonado en un océano sincostas, irremediable y oscuro. La sola posibilidad de que Prudencio muriese lollenaba de una congoja desolada. Sentía entonces que elmundo estaba rodeado deimpiedad;queeraunmundosinabrigo,frío,dondeloshombrescaminabanciegosybrutales, furiososen la luchaporsímismos,sinvolver lavistaatrásnia los lados,apretandolosdientes.

—¿Por qué le has dicho a Marcos esas palabras? —preguntó—. ¿Crees quePrudencioquieralamuerte?

No se veía ElMiles en la oscuridad. Amparado en las sombras dejaba que lacabezaselehumillasesobreelpechoyquetodosuvalor,todasuaudacia,yaltivez,rodaranvencidasporlanocióndeldestino.

—¡Sí!—dijo—.¡Intentósuicidarse…!Eranespantosasestaspalabrasnosóloporsusignificaciónespecífica,sinoporel

dolorylaangustiacolectivasquerepresentaban.Prudencionohabíaqueridosoportarla pesadilla de las Islas, el trabajo enloquecedor, aquella fatiga inhumana que caíacomounamaldicióndeplomosobreelcuerpo.

El Miles contó entonces cómo Prudencio, creyéndolo dormido, hizo girar sucuerpoenelvacío,rodando.

Estabanambostiradosenelpasillo,conlacaraalcielo.PrudencioacezabaconviolenciayloslatidosdesucorazónerantanfuertesqueElMilespodíaoírlos.«¡Quécansanciotieneelpobre!»,pensó.Prudencioseestremecíacomosisollozase,aunquesusojoseranclaros,limpios,únicamentelastimeros.

—¿Nuncahasembarazadoaunamujer?—preguntóconhúmedavoz.ElMilesseencogiódehombros:—¡Esprobable!—dijo,nosinciertoespontáneocinismo.Entonces Prudencio cambió inopinadamente de expresión tornándose tierno,

agitadoporunavivísimanostalgia.—¡Porestosdíasdebehaberdadoaluz…!—suspiró.

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Hablabaenuntonocomosilascosasirrevocablementeestuvieranperdidas;comosivolveratrásfueradetodopuntoimposible.

Ernesto oía el relato de El Miles gravemente, con profunda tristeza, sintiendojuntoasí losademanesqueéstehacíaylavoz,quesonabaahuecadeunamaneraextrañaeinsospechada.

«Es probable que sí muera, entonces», pensó refiriéndose a Prudencio, y unabandono soñoliento, recuerdo del cansancio, le soltó los músculos como si lehubiesendesatadomilligadurasdedesvelo.

Recordómuyvivamentelossucesosdelosúltimosdosdías,desdelatardeenquellegaronalcampamento.EnprimertérminolafiguradeMaciel,el«cabo»deArroyoHondo.Eraalto,muymoreno,denarizaguileña.Losrecibióconunasonrisafríaydesdeñosaencaminándosedesdeluegoalteléfono:

—¿Tarea doble?—preguntó a laAyudantíaGeneral—. ¡Muy bien! ¡Oritita lospongoatrabajar…!

Luegosedirigiómuyenserioatodos:—Aquí—expuso—nonosgustapegarleanadie—ysegolpeabaconelfuetela

musculosa pierna extendida—, pero si ustedes no cumplen, tengo instrucciones dedarlesveinticincomachetazos…

Loscuatrocamaradashicieronungestoindefinido.ElMiles,porsuparte,levantólacaraconinauditainsolencia.

Elcampamentoestabasituadoaorillasdelarroyo,enlavertienteformadaporloscerros y tenía mucha semejanza con las misérrimas y pequeñísimas aldeas de laHuastecaodelIstmo:unascuantascasuchasyenfrentelafincadedonMacarioSolís,eljefe,ahoraenBalletocurándoseunaherida.Juntoalarroyoseerguíaunafrondosahiguera de cuyas ramas colgaba una soga gruesa, de ixtle. ElMiles hizo un gestosignificativoseñalandolasoga:deellacolgabanalosremisos,alosquenocumplíansutareaoalosqueamenazabanelbuenorden.

Macielmeneódearribaaabajolacabeza,ydijoconsorna,señalandolahiguera:—¡Noolvidenesa«reatita»…!Alasazónhabíacuatromujeresenelcampamentoylascuatroeranqueridasde

Maciel. Gobernaba éste sin freno (naturalmente, en ausencia del jefe),despóticamente, en un lugar que, por la distancia, estaba a salvo del propioreglamento;enunlugardondesusdeseosdesátrapagrotescoerancumplidosalpiedelaletraydondeningunavigilanciasobresusactospodríaimportunarlo.

Correspondía Maciel a ese rango de colonos conocidos en la Isla como «degobierno», esto es, los no sentenciados por autoridad competente, y que sonapresados en las razzias sin ninguna culpabilidad demostrada. Se agrupan en estacategoría losdelincuenteshabituales—rateros,por logeneral—,aquienesdesdeelpuntodevistajurídiconoselespuedecomprobarnada.Paraesquivarlaaccióndelosjueces la policía losmantiene por temporadas en diversas cárceles de la ciudad deMéxico,enlaSexta,enlaPenitenciaría,enelCarmen,hastaquehayuna«cuerda»y

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los«remite»alasIslasMarías.Enelpenalduranañosparaobtenersulibertad,puesnohabiendojuecesahíniautoridadregularalguna,eldirectordelacolonia,cuandose le demandan informes, dice ignorar todo. Si por ventura hay algún juez tanintrépidocomoparaarriesgarseenunviajequelepermitaverificarporsímismoloshechos,elsujetoaquienlajusticiafederalpretendeampararesborradodelaslistaseinternadoenlapartemásremota,hastaqueeljuezdesaparece.

Lospresos«degobierno»,porsuparte,sontiposinsignificantes,depocamonta,queraravezlleganarobarquinientospesosjuntos.EnlaciudaddeMéxicopululanpor losmercados, «descontando»bolsas, o aparecen en las colonias ricasdonde se«enjaulan»enlascasascuandosusdueñosestánausentes,parasustraerobjetosquelaprisa y el miedo nunca les permiten discriminar sensatamente: abrigos, relojes, avecesjoyas,ymuypocasocasionesdineroenefectivo,puessonincapacesdeponerseameditarconfrialdadenlosdetallesdelatraco.Lavidaquellevanestoshombresestriste,agitada,yofrecemuypocasventajas.Losobjetosrobadosforzosamentedebenservendidosconciertoscompradores—enotrositioesimposible,ysecomprende—quienes pagan cantidades ínfimas, risibles.Esta clase de delincuente actúa siempreconun«compañero»queesquien realiza todas las laboresanexasalatraco.Existetanpocasolidaridadenestegremioque.cuandounodeelloscaeenlasredesdelapolicíadelataasucómplice,señalandolahoraprecisayellugarexactodondepuedeechárseleelguante.

Estagenteessiempredelomásabyectoyruin:cruel,egoísta,malvada,resentida,miedosa.Seensañacon losdébilesyante los fuerteseshumildey sumisahastaelservilismo.

Macielerauntipoclásicoenestacategoría.Yasecomprenderáentonceselefectoque en su espíritu podía ejercer el hecho de ser «cabo» en el campamento. Sevengabade su complejode inferioridaddictando insensatasórdenesquenopodíandiscutirse; castigaba cruelmente gozándose en la humillación de las gentes que élcreíasuperiores;lasoberbiaylalocuradelpoderlohabíantransformadoenuntipoenfermo,desquiciado,encuyapresenciaseexperimentabadelamaneramáspalpableloquepuedeserunavivientepesadilla.Todosloodiabanprofundamente,perotodos,también,sesometían.

Ordenóa los«políticos»ponersea trabajarenunfétidoagujero llenodefango.Los pies descalzos tocaban en el fondomaterias blandas y asquerosas, animalejosfríosqueseescurríanresbalosamente.Cuandoyaestabanapuntodeterminar,Macielles ordenaba que debían cargar unas carretillas de tierra y guijarros para llenarnuevamenteelagujero.

Macielreíaacarcajadas:—¡Paquenoandendeagitadores…!Prudencioabríalosojosllenodeangustia.Comenzóatrabajardeprisa,casicon

entusiasmo, con el anhelo de terminar pronto, y cuando Maciel dio la orden derecomenzartodo,sesintióanonadado,comosilehubiesendichoquesumadrehabía

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muerto.Enunarranquesúbito sintiódeseosdearrojar lejosde sí lapala,gritando.Perosedetuvo,pálido,comoloco,sinpoderarticularunsonido.ElMileslomiróconunairedefraternalreconvención:«Hágasefuerte,chingao»,pronuncióasuoído,ysepusoacantar:

CuatrocientoskilómetrostienelaciudaddondeviveZenaida…

LosojosdeMacielseempequeñecieronporlarabia:—¿Túeresmuymachito,verdad,valedor…?PeroElMileshizocomoquenooía.Los«políticos»terminaronexhaustos;sóloaqueldemoniodeElMiles,vigoroso

comountoro,antesdeacostarsetuvoaúnlaenergíasuficienteparapulsarsuguitarraunbuenrato:

VidalepidoamiDiosyamistadamisamigos…

AntesderetirarsealabarracaPrudencioaparecióeneldinteldelcuartoqueocupabaErnesto,paradecir,únicamente,convozdesesperada:

—¡Eselinfierno!—ydesapareció.AlasentirErnestocontristeza—alreconocerqueaquello«eraelinfierno»—,un

golpe como de martillo, que era el cansancio, le cerró los ojos como si se loshubiesenpegadocongoma.

Antesdeamanecerfueronconducidoshastael«corte»porunhombrepequeño,deademanesrápidos,queteníaunlobanilloenlaespalda.ElZapato—suapodo—,convertidoenel«cabo»de los comunistasyElMiles.Losconducíacondiabólicoregocijoporentrelasbreñas:

—Nadaquelosquiereaustedeselgobierno—comentaba.Elgrupopermaneciósilencioso.

—¡Mirenquedarlestareadoble!Lapesadillacomenzabaalosprimerosgolpesdelhacha.Derrumbarárbolesesun

trabajoprodigiosoyquerequiereunadestrezaespecial.Sinoseejecutaconformeadeterminadas reglas que la costumbre ha fijado, los golpes que se asestan sobre eltronco repercuten en todo el cuerpo y destrozan lasmanos. Es tan agotador, exigetantoesfuerzo,quea losprimeroshachazos se siente comosi sehubiesedadounacarreradescomunal,yelpechoestallaagitadoporlatidosvertiginosos.Sinosesabemanejar el hacha los árboles parecen una pesadilla; puede uno golpearincansablemente sin ningún resultado, pues la corteza, a lo más, se desmadejasuperficialmentecomosiselehubiesemordidoconlosdientes.

Elmonteeranutrido,compacto.Porentresusaltasramasnoseadvertíaelcieloyapenas unos rayos de luz oblicua, verde, sombría como la que se cuela en lostemplos,entrabasordamente,doblándoseenlatierraespesade«humus».Elgolpear

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delashachassonabamusicalytrágicamente.Lospájaros,alláarriba,huíanconruidode hojas, y enormes bandadas de pequeños loros, como pajaritas de papel verde,aleteabancongriteríadevidriosycuerdas.

Al pie de los árboles lasmanos sangraban; primero eran las blancas ampollas,grandes,ydespuésunlíquidotransparente,precursordelasangre.

Prudenciolevantólasmanosrojas,soltandoelhacha:—¡Agua!—gritócayendo.Recordandohoytodalaaventuratrágica,ErnestosentíaenormegratitudhaciaEl

Miles.Cuandoterminósutarea,sefueaúnaayudarles,sano,potente,invencible,ydespuéstodavíacargóconPrudencioalasespaldashastaelcampamento.

Ernesto, sintiendo ahora bajo la tormenta la alentadora presencia de El Mileshubieraqueridoestrecharle lamanoconcariño.PeroElMileshabría reídode estegestoinfantil;habríareídohoméricamente,mirandoaErnestoconsusojosleales,untantomatizadosporlaburla.

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VIII

Los cerdos del subteniente Smith eran gordos, innobles como todos los cerdos delmundo. Después de la comida se movían perezosamente, con un ritmo pesado,satisfechoyactitudesqueparecíanhumanas,peroenelactomismoyunpocoantes,cuando presentían la comida, eran de una diligencia primitiva y grosera, llena deescándaloydebrutalidad.Loscerdosjóvenes,pequeñosyaúnlimpios,tenían,porelcontrario,ciertagracia,seasustaban,corrían,yensusojillosvivacesparpadeabaelazorodelavida.

Cuandotodaslasmañanas,entrelasnueveylasdiez,oíanunruidoparticular,unruidoa lavezelásticoyseco,de ligaduras restiradasysin lubricación,seponíanagruñir como en un infierno, como gruñen los cerdos por cualquier cosa parademostrar su profundísimo apego a la vida. Y es que el ruido lo provocaba elsubtenienteSmithalencaminarsealoschiquerosmoviendosuspiernasescrofulosasysusbrazosembrionarios,deanimalaúnnoconsumado.

ElsubtenienteSmithhabíaadquirido lacostumbredegolpeardiariamentea loscerdos,conunbastón,gozándoseenloslamentosyenlosojillosangustiados,fijos,quecorríancomoarrastrandoel cuerpo. (Loscerdosdeben serde la familiade lasratas;tienenunamiradamuysemejanteycasisededicanalmismogénerodevida;además,sientenelmismoodioporelhombre.)

Smith estaba solo en la vida y ni siquiera el calor de unamujer le había dadoalgunavezabrigoydescanso,puessuaspecto,surostro,suafonía(¡sicuandomenosseleoyera…!)ytodossusinnumerablesdefectosfísicoslocolocabanaunfueradelgrupoquelasmásfeasydesgraciadasmujerespuedenaceptar.Sinembargo,élhizotodoslosesfuerzosquesutenazempeñoledictóparaagenciarseunaquerida.

FueseaveraGalindo:—¡AmigoJalindo,nejejitounahembritaporahi!GalindoeraelpatróndeLaVictoria,unbalandroquehacíaviajesentreSanBlas

ylaIslayque,aveces,ibatambiénaMazatlán.—¡Posselatraeréausté,misubteniente…!Éste era un servicio legalmente establecido en la Isla, pues de otra suerte los

empleadoscélibesy losguardianessinsoldaderasucumbiríanal terrible imperativodelsexo,queescomolased.Unjuegointeresanteporquenilamujernielhombreseconocían. Galindo se llegaba a San Blas, que tiene los burdeles más pobres delmundo,yreclutabalasvoluntarias.

—Allá—explicaba, y este allá quería decir la Isla— tendrás la comida a tushoras,y tedaránropa. ¡Toma!—yextendíaunpesoounocincuenta—.¡Cómpratetusmedias!

LasmujeresmirabanaGalindoconunosojosdeagua,indiferentes:—¿Ycómoesél?¿Noestáenfermo?—preguntaban.AGalindoseledabandiezpesosporcadahembra,dizqueparacostearelviaje,y

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siempre, toda lavida, unapropinade treso cinco,«para lasmedias»,paraque lasmujeresnollegaranalaIsla«tandiatiro».

CuandoLa Victoria atracaba en Balleto, después de quince días o un mes deespera,enelmuelleaguardabanlospresuntosmaridos:ensumayorpartesoldados,cabos,sargentos,oficialesdebajagraduaciónyhastaempleadosadministrativosquenoteníanesposa.

—Éstaeslasuya,sargentoQuiñones—decíaGalindomostrandolahembra—,yéstaladeusted,amigoGarcía.

Lasmujeres semostraban tímidasyexaminabancon rapidezalhombreque lestocabaensuerte.Mástarde,noobstante,amoldábansealavidaisleñayselesveíahaciendocomprasen la tiendao losdomingos,muyde seday tacónaltopaseandoporelmuellealsondelamúsicadeviento.

AlsubtenienteSmithlecorrespondióunamuchachaenfermizaydelgada(«yahade entrar en carnes», pensó Smith), hambrienta, aún cuando tenía algunos rasgosagradablesycasibellos.

La muchacha era seria, fría, y realizaba todo con indiferencia abrumadora. El«casamiento» de Smith, por eso quizá, terminó a la semana de iniciado, puesagregóse a todo el hechodequeMaría—así se llamaba—se entregó aun colonociertodía,sinmásformalidadesyenlapropiacasadelsubteniente.Alcolonoseleimpusieron seismeses de castigo y a la infiel aventurera se le reembarcó hacia supuntodeorigen.

Por lasnochesplenasyprofundas, cuandoel sexoparecíaunmar sin freno enmediodelclimaafrodisiaco, la imaginaciónsueltay todoelcuerpoatento—aunelsuyo,tanmiserable—,selamentabadenohaberaprovechadocabalmenteeltiempoconMaría, denohaberbebidohasta lasheces aquelvasooscurodepasión (denohaber hecho esto o aquello, etcétera). La memoria del sexo —y todavía más, lamemoriadelsexoperdido—espeorenlavivezayenlatangibilidad,enlossentidosyenelespíritu,queel sexomismo.Nohay lamentacionesbastantes,ni rabia,paradolerse por completo de ese paraíso delmal, de ese tóxico sombrío de piernas, devientres, de senos, de respiraciones, en que el recuerdo se quema. Por esto elsubtenientenoseresignaba.Aúnmás:lavidasehabíaalteradonotablementeytanto,quesuespíritugirabaya,obsesivo,entornodeunasolaidea:lamujer.

Encasadelgeneralciertodía,arrugandoentresusmanosunafichaenviadadesdeGobernación,suplicaba:

—Nejejitoejtamuchacha,migeneral.Nejejitoalguienquecuidemijpuejcoj…—Elpretexto,lospuercos.

El general sonreía sarcásticamente, pues estaba enterado de las aficiones delsubteniente.

—¡Ajá!¡Alguienquecuidesuspuercos!Enlafichapodíaleerse:Nombre:RosariodelValle.

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Estatura:regular.Ojos:castañoclaros.Cabello:deigualcolor.Boca:grande.Nariz:recta.Señasparticulares:ninguna.Antecedentes:comunista.Acostumbra la Secretaría de Gobernación enviar anticipadamente las fichas de

algunos reos, por telégrafo, para que la dirección del penal tenga informacióncompleta sobre ellos. La ficha de Rosario, junto con la de sus compañeros, habíallegadoalacoloniaunasemanaantes.

Smith,temblándoleenlasmanoselpapeldeGobernaciónpensabaoscuramente:«Estaturaregular»(yveíaunamujer«nialtanibaja»,maravillosamenteformada,deun cuerpo aéreo, grácil); «ojos castaños» (y adivinaba unos ojos finos, graves,luminosos);«¡yboca,ynariz,yrostro…!».

Estabadispuestoapedirde rodillasse le«comisionara»aRosario.Existeen laIsla esta posibilidad: cualquier empleado puede solicitar de la dirección, se«comisione»uncolonojuntoaél,encalidaddecriadouotracosa.Smithpedíaahoraeseprivilegio,ynosabíaelgeneralcuángrande,cuáninmensoeraelfavorytodoloquerepresentaba.

—¡Conque para que cuide sus puercos…! ¡Ah que subteniente! ¡Llévesela,llévesela,yhagaloquequiera,hombre!

—Nosabecuántoseloagradezco…,migeneral.Loscerdosdelsubtenienteerangordos,ruines,comotodosloscerdosdelmundo.

Pero en medio de ellos Rosario aparecía como una figura bíblica, dorada, con suprestigio de espiga grácil y sus ademanes de danza, arrojando el maíz desde unacesta, como una sembradora. Se descubría en ella, entonces, una conjunciónatrayente,vital,demujer llenadeinteligencia,almismotiempoquedemujerdelatierra,fresca,formadadesemillasydecosasferaces.

Smithquedóanonadado.Elejemplarqueseleofrecíaeramuysuperioracuantopudieraimaginar.Rebasabadetalmaneraloslímites,eratanextraordinariaparaél,conesasmanos,coneserostro,conese talledeplanta,queunapasióncaliente,demetalesardiendo,nublósuespírituehizohervirsupechoenunamareaincontenibleydesproporcionada.

Aquella mujer tenía la virtud enloquecedora de subvertirlo interiormente: susnociones y sus apetitos cambiaban de pronto; los cauces de su pasión se alterabantomándosecanalessubterráneos,cuyodestinoeraelmás insospechadoy tremendo.Era tan inabarcable el placer que esperaba encontrar enRosario, representaba a talgrado una fiesta loca y un vendaval de los sentidos, que no podía imaginarse unhechosexualsimpleconella,uncontactobreveyenciertomodosolitario,mínimo.No.

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Nobesaríapreviamentesusmanos,surostro,suboca.Noacariciaríasussenos,suvientre.Notomaríasucálidocabellodeabrasadorasbandas.No.¡Primerohabíaquegolpearla!¡Azotarsucuerpodesnudo!¡Enloquecerdegolpeshastallegaralespasmo!

Ibaaesperarnochesysemanas;aaguardarcomoaguardaeljugadorempedernidoungolpedefortunaanteeltapeteverde;comoesperaelcondenadoelmomentodelafuga,previstoalargoplazo.

Renqueando, con unos calzones cortos que ponían al descubierto sus piernasarrugadas,juntoalapuertadeRosariooía,porlasnoches,cómoéstasedesnudaba,como sus ropas le palpaban el cuerpo y subían fabulosamente por los muslos,temblorososyhúmedoscomodosvivientescolumnashumanas.

DentrodelpechodeRosario,alserarrancadadesuscompañeros,aquellaprimeratardedelaIsla,algopenosoydurosemovió,coninsistenciadellanto.«Lamujersequedaaquí»,escuchócomoenunsueño.¿Dedóndepartíanestaspalabras?Latierraeraopacaysobresusuperficielaspisadascobrabansitioprolongándosecomoenunplaneta sin atmósfera. Rosario distinguió por última vez los ojos sanos, sinhorizontes,deErnesto,quelamirabancondulzura,yentoncesunacosaantigua,desalonesdeclase,de jóvenescon libros,depalabrascálidas,depupitres,decariciasremotas y de alientos, se le aglomeró en los sentidos como si el recuerdo viniesesolamenteporellos;porel tacto, aludiendoa laconsistenciadeviejoscortaplumasescolares; por el oído, encontrando su referencia en voces inconfundiblementeamigas; por la vista, fijándose en aquellos ojos de Ernesto, tan semejantes, tanpróximos.«¿Aquién,Diosmío?»,sepreguntabaconasombroyduda.

FrentealaAyudantíaGeneraldeCamposeaglomerabanloshombresquehabíatraídoelProgreso.Estabanrecelosos,llenosdetemor,consusharaposencimaysusgrandes bultos inútiles y queridos. Dos mujeres, en quienes Rosario reconoció aEstrellaySoledad,aguardabanenlabanqueta,fingiendonointeresarsepornada,losbrazosencruzsobreelpecho.

Entornodelasmujereshabíaunsolapadoexamen,llenodedeseos,porpartedeguardianes y colonos. Las veían como si estuvieran sedientos, con la gargantaoprimidaylalenguaseca.Sileshubiesesidodadoposeerlasahímismo,antetodoelmundo, lohubiesenhechosinelmenorrecato.Observabanlaspiernas, lascaderas,lossenos,yunacorrienteimposible,comosiunsemenmúltiplelescorrieraportodoelcuerpo,losestremecía,sacudiendosusmúsculos.Lasmujeresexperimentaban,porsu parte, una sensualidad acariciadora, y se abandonaban impunemente a ella,gozandolaviolenciaquetodoaquellorepresentaba.

RosariofueincorporadaalgrupoenesperadequellegaseRomualdodelaVega,mayordomogeneraldelaIslayencargado,porende,detodaslaslabores.

ElTrabajoRegenera,seleíaenunmarco,sobrelapared.El jefe Romualdo descendió de su caballo, con despreocupada insolencia,

agrandandolosojossincolor,rabiosoporquiénsabequécosas.Miróensutornoyprodujounasolafrase:

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—¡Cabrones!Luego,desdeelescritorioexclamó:—¡Primerolasputas…!Se iba a hacer el registro y la asignación de futuros trabajos para los recién

venidos.Soledadseechóatemblarcomosifuesenadarletormento;Estrellasepusolívida

decóleraporelinsulto,yRosarioenrojecióinfantilmente,comosihubieserecibidounareprimenda.

Loscolonosobservabancadavezconmayorinterésalasmujeres:Soledadsufríaunataquedetimidez,girandolavistaensutorno,sinencontrarsitioparasusmanos,para sus pies, para su cuerpo entero; Estrella se mostraba llena de agitaciónmoviéndose sin concierto de un lado a otro. La única tranquila eraRosario, quienfingíamirar con indiferencia los letreros de la pared:Ante el látigo que envilece einfama,estáeltrabajoqueregeneraysalva.Estafrasenopodíamenosquecausarlegran contrariedad por aquellas dos palabras: «Infama» y «salva», cuya asonanciaparecíatontaeindebida.Juntoalaforismoestabaunviejolátigocubiertodepolvo,sostenido por unos alambres en arco, a semejanza de las piezas que un buenaficionadoalacazaconservaenlasparedes.«Tontaeindebida.»¿Dedóndeveníanestas dos palabras? Hay palabras cuyo uso se antoja privativo de gentes muyespecíficas,quehacendeellasalgoenteramentepersonalysustantivo.¿Dedónde,sí,podíanvenir?Porque lasdosvocesno lepertenecían, no erande suuso corriente;recordaban a una persona singular en lo absoluto, que ponía en evidencia, alpronunciarlas, su sicología toda: de orden y de profundidad, de pasión y de cosasdiáfanas, positivas. En labios de Ernesto apenas desentonarían, llegarían casi a lonatural y si el derecho, digamos, de pronunciarlas, no aparecía legítimo de unamaneracompleta,estoeraatribuible,enformaexclusiva,alhechodequeErnestonoera,aún,unapersonaconvenienteparaello;convenientecomopodíaserlo,comoloeraDamiánEscalona,esdecir,unhombredeconveniencias,unespíritumatemáticoenlaparteconceptualyespeculativa,clarayrazonable,desu talento,yunespíritusimplementearitméticoen lapartemenuda,concreta,bajamentecalculadoradesussentimientos. «Tonta e indebida», dos términos exactos, sin rabia, despreciativos ycarentesdefuego.Ernestoapretaríalosdientesparacalificarydesuslabiospartiríanvocestalescomo«canallesco»,«ruin»,«bajo»,«miserable»,loque,noobstante,noleimpediríahacersepartidariodel«tontaeindebida»,tanclásicoenEscalona.Estohizo aparecer ante los ojos de Rosario un nuevo elemento, sorprendente y apenasdescubierto: Ernesto y Damián. Dos espíritus como derivados uno del otro; dosvariacionesdeunamismavocación.Losdosrostrosaparecían,ahora,enelrecuerdo:uno, el de Damián, enturbiado por historias, por situaciones, por palabras que sedijeronalgunavezyquenuncapodríanborrarseya;otro,eldeErnesto,próximoylimitado,comosobre laspuntasde lospiesparaaumentardeestatura,posibleperocomo en sueños siempre, como traducido, como vertido de una a otra lengua.

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¿Amaríaaesteúltimo?¿Podríaamarlooloamabaya?—¡TútequedasaquíenBalleto!—dijoeljefedelaVegaaSoledad.—…ytú…—ibaaagregarconrelaciónaEstrella,peroseinterrumpióalverel

rostropálido,hostil,delahembra.Estrellacaminóunoscuantospasoshastaelescritoriodeljefe;parecíaqueibaa

dudar de sus propósitos pero plegando los labios, llena de resolución, le lanzó unescupitajoalrostro.

Losojosdelcapatazseagrandaronenunaformaaterradora.Durantelosprimerosbrevísimosinstantesnoalcanzóacomprenderlamagnituddelhechoyestuvoapuntode sonreír, con la embarazosa sonrisa con que un transeúnte pretende justificar unresbalón.Pero recapacitandovelozmente se sintióposeídodeunacóleramortal,deunarabiasinmedida,tantocuantomáspensabaenloindelebledelainjuria.Cualsiestuviesefrenteaunhombreyconigualviolencia,surcópordosvecesconsufueteelrostrodemudadodelamujer,prorrumpiendoenunaandanadaatrozdeinsultosymaldiciones.

Susentenciafueinapelable:—¡AArroyoHondoyquelaponganatrabajarenelcampo!Aun cuando después de esto daba la impresión de tranquilidad, sentado

nuevamentetraselescritorio,letemblabanlasmejillasenunticingobernable,pueslasmejillas, como otras partes del cuerpo, cuentan conmúsculosmanejados desdelejosporlasubconciencia.

—¿Ytú?—preguntóprocurandomiraratentamenteelrostrodeRosario.Rectificó,enseguida,alveraquella figuradignísimaquehacíaRosarioenesos

momentos:—¿Yusted…?El escribiente aclaró, entonces, que Rosario debía permanecer en Balleto por

instruccionesprecisasdictadasporelgeneral.Balleto y los cerdos; el puertecito, breve y arenoso, formado por dos calles—

VenustianoCarranzayArtículoCientoVeintitrés—;porunmuellepobre,demaderasrotas;porlaescuela,blancaygrandecomounhangar;porelalmacén,gris,olorosoacostalesyasemillas;poreltallermecánico;porlacarpintería;porlacaldera;porlascasasdelosempleados;porlasbarracasyporelhospital.Rosario,enmediodetodoeso, de porquera, alimentando a los ruines cerdos del subteniente Smith, viviendojuntoaellosenuncuartodemadera,sucio,llenodeterríficasalimañas,fríasylentasyqueeltrópicosueltaporlasnochesagrandándolasporelvapor.

Sealumbrabaporlasnochesconunapequeñayprimitivalámparadepetróleo,acuyaluzleíapáginasdeLafundacióndeMéxico,olasCrónicasdeNuevaEspaña,debidas a Cervantes Salazar y publicadas por Del Paso y Troncoso, obras de labibliotecacuandoeldirectordelacoloniaeraungeneralsemiletrado.Elprimerlibrose leantojabaameno,divertido, inverificable,yelsegundounaobrasinprincipios,zalameray llenadecortesanías, aunque todoelloelevadode rangopor el lenguaje

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galanoylosgiroscastizosdelespañoldelXVI.¡Balletoy loscerdos…!¡LafundacióndeMéxico y los cerdos! ¡El españoldel

XVIyloscerdos!¡ElsubtenienteSmithyloscerdos!¡Ylaformademorirqueteníanloscerdos!Teníanunacapacidadfantásticapara

presentirlamuerte,yenesto,sinduda,separecíanaloshombresporquechillaban,corrían,haciendomilaspavientos.Cuandoelcuchillosehundíapordebajodelcuelloy una sangre roja, hirviendo, brotaba, los pequeños ojos del cerdo adquirían unasingularatención,comosiestuviesenoyendoalgo,yseborrabadeelloslaangustia,adoptando la muerte un aire de cosa fija, inanimada y como llena de estupor.Ayudado por unos colonos, el propio subteniente Smith se ocupaba de destazar ydescuartizar al cerdo, causándole la sangre y la carne vivas una sensación defortalecimiento, de alegría, de resurrección, que manifestaba riendo con una risitaestúpidaybaja.

Alaventade«carnitas»,laborquecorrespondíaaRosario,llegabanloscolonos,empleadosyguardianes.LlegabaelpropioChato,nombrado jefede lascocinasenBalleto.

ElChatosehabíavueltounhombremásafinado,comodócilysusademaneseranllenos de afabilidad y cortesía, recurso hipócrita, sin duda, de su espíritumestizo,hechoalfingimiento,aldoblezyalcálculo.Sehabíaresistidoausareluniformedela colonia y vestía un limpio pantalón de mezclilla azul, lavado, unos huaraches,tejidos,yunsombreroancho,depalma.Ladireccióndelpenal,nopudiendohacercasoomisodelacondicióndeElChatocomocaudilloyjefedelhampa,conocidoportodos, y en cierto modo respetado, le otorgó, desde el primer día, el puesto decocinero mayor, lugar envidiable si se toman en cuenta las numerosas ventajaseconómicasydeotroordenquedeélsederivan,puesElChatosustraíaunporcentajedeprovisiones:café,arroz,frijoles,piloncillo,vendiéndolassubrepticiamente.

Despuésdelaprimeraocasiónenqueacudióacasadelsubtenienteparacomprar«carnitas», sus visitas se tornaron más y más frecuentes, con o sin pretexto. Sedeteníaenelcorral,dabagritosaloscerdosysonreíaaRosarioconunairemaliciosoyllenodepicardía.

Seatrevióporfin,undía,aplantearabiertamentesuspropósitos:—Mire usté—comenzó—, le doy diez pesos si me deja pasar la noche en su

cuarto…Lasreaccionesfemeninassonmuchasvecesinexplicables.Rosarioseindignócon

viveza,rechazandodesdeluegoelvergonzosoofrecimiento.Perosuindignaciónnoera cabal ni absoluta, no era excluyente y definitiva. Sin llegar a sentir halago—hubierasidomucho—,experimentó,pesea todo,unciertoplacer,comodecariciasinconfesadas, a las cuales se hubiese abandonado mediante condiciones. Es decir,habría accedido a los deseos de El Chato si éste, en primer lugar, no hubiesecometido la torpeza de ofrecerle dinero («¡Como a cualquier prostituta!»); ensegundotérminosilamásabsolutadiscreciónsehallaragarantizada;yenterceroy

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último lugar, si El Chato no fuese él mismo, sino cualquier otra persona, vista ysentida con los ojos cerrados.DeElChato, entonces, no quedaba otra cosa que elsexo,enciertomodoimpersonal,genérico,presente.

Comenzó un juego diabólico. Rosario se mantenía impenetrable y hostil, perogozándose en ello, haciendodel rechazouna amodode aproximación inadvertida,equivalentealaentrega,alcontactomismo.

ElChato,porsuparte,sentíahervirlapasiónsinsutilezas,sincapacidadalguna,directamente,sincualidadesinterpretativaso,conmayorexactitud,sinlafacultad—casi exclusiva de las mujeres en determinadas condiciones, cuando no están«apasionadas»—deinterpretarmúltiplementeloshechosyentodoslossentidos.

Mas de pronto El Chato desapareció. Parecía como si la tierra se lo hubieratragado,nodejandoelmenorrastrodesupresencia.

Si calificásemos de contrariedad a la impresión que esta ausencia causara enRosario,pecaríamos,sinduda,deconfusos.No.Rosarioexperimentabacontrariedadperoalmismotiempopena,enojo,nostalgia,anhelo,deseo,auncuandotodosestostérminosnodebentomarseensuacepciónabsoluta.Atalgradoconstituyeronensuespírituunmundocontradictorioeincalificable,quenosinviolenciaconsigomisma,llegóainquirirporlasuertedeElChato.

—¿Yquésehahechodeaquelhombre,eljefedelascocinas?—preguntó,conlamayorindiferencia,aSoledad,quetodoslosdíasvisitabalacasadelsubteniente.

—¿Quién?¿ElChato?Andabuscandoalos«remontados».¡Buscando a los «remontados»! La historia de éstos era fabulosa. Eran dos

homosexuales que habían huido al monte y a quienes la guarnición y empleadosbuscaban afanosamente. A las cuadrillas de colonos que trabajaban fuera de loscampamentosse leshabíaencargadoavisarencuantoapareciesen,ysobreaquellosqueviéndolosnohicieran ladelación,pesaba lapenade ser juzgadosenelmismonivelycomoreosdelmismodelito.ElChatofueencargadodecapitanearungrupo,elcualrevolveríaelmontehastacapturaralosprófugos.Porotraparte,lossoldados—inválidosquenopodíansometerseaesfuerzosexcesivos—cuidabanlosaguajesenesperadequelasedobraraconsuperioreficaciaquelospropiosperseguidores.

—¡Yatienentresdíasenelmonte,lospobres…!¡Ynohanaparecido!—agregóSoledadrefiriéndosealos«remontados».

Soledadhabíasidoocupadacomococineraencasadeunempleado,ysuaspecto,hoy,resultabanotable.Vestíacongranlimpiezaysuscabelloscastaños,antescomomuertos, ofrecían una agradable brillantez que daba al rostro cierta gracia amable,contrastandoconaquellaSoledaddelbarco, sucia, torpeydeun rostropobladodehuellas trágicas, producto indudable de la dolorosa perversión que gobernaba suexistencia.

Selaveíadiariamenteencasadelsubteniente,adonde,conlasmásinverosímilesrazones, acudía por instantes, sin faltar en ninguna ocasión. Podía afirmarse queaquellosmomentosrepresentabanlomásvivoycentralensuvidayquedenoexistir,

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las razonesque laalimentaban,el sentidoque lapresidía, sehubiesendesplomado,vaciándoleelalmadetodoalientoydetodafe.SentíaunamorcasipuroporRosario,unamorquesehabíadespojadodecosasadjetivas,yqueselevantaba,irreprochable,sin exigir nada, sin esperar nada, gozándose, desinteresadamente, en su propiacontemplación.Sisóloselehubiesepermitidoestarsiemprejuntoaella,sinhablar,sindecirnadayhastasinmirarla,Soledadsesentiríaplenamentesatisfecha,puessuamorparticipabade todos los atributosde la adoración, alimentándoseyadecosasmísticasysinmateria.

Rosarioobservabaaestamujer—sinextrañeza,sindesasosiego,puesrealmenteeraunaobservaciónagradecida—,ydolíasedenopodersermejorparaellaydequeentreambasseinterpusieratodounabismoorgánicoimposible.Ensusermásíntimodescubríalasuertedeapostoladoquedesempeñaba,pueshabíatrasladadoaSoledad,por su pura presencia, del vicio a la virtud, haciendo de la desviación y de laenfermedadunabanderadereencuentroydesalud.

Este cambio, esta alteración inaudita, se operaba por el amor. PorquemientrasSoledadnoencontróamorensuvida,mientrassuspasionesysusplaceresfuerontansóloungritoanimal,ydeforme,aquellonopasódelvicio.Mascuandosobreelcaos,una llama distinta y sustantiva, un soplo de cosa singular, advino, lo anormalcomenzóadesvestirseparaformarnuevamente,haciéndosepureza.

Soledadregresabaa la infancia,a laépocade laspreformaciones.SiRosario ledirigíaunapalabraounamirada,selearrebolabaelrostro,aturdidosuespíritucomoeldeuncolegial.Silesonreía,sentíasetanllenadeagradecimiento,tanlibredelpesodel mundo, que las lágrimas asomaban a sus ojos, tiernamente, sacudiéndole elcorazón.

—¡Pobreslos«remontados»!—continuó—.Losvanaazotarsilosencuentran.RosariofijósumiradaenloshumildesojosdeSoledad:—¡Pobrecillos!—dijoporsuparte—.¡Peronomeexplico…!Caíalatardepesadayolorosaapolvo,mientrasloscerdossehundíanenelfango.SealejóSoledadyapoco,conelsonardelaretreta,lanocheenvolvióalpuerto

hundiéndoloenelmar.Las noches de la Isla son palpitantes y llenas de misterio. Del océano salen

sombrasoscurasycálidas,que sedetienenenel aireadhiriéndosea loshombresypenetrando en sus sueños. Entonces aparecen mareas difusas, llamamientos quevienendemuylejosyreferenciasinterioresquevuelvenelespírituhaciasuspropiosorígenes.Nadiepuederesistirelinflujoyseexperimentalanecesidaddeirhaciaelmar,desdelaplaya,comohaciaunviejodios,noparaoírpalabrasnirumores,sinoparanooírnada,yquedarse en laoscuridad,dondecieloy agua se adivinan,y seadivinan, también, todos los recuerdos, el amor ausente, la vida infructuosa, losanhelossinutilidadylosesfuerzossingloria.

Dentrodelcuartodemadera,Rosariohubiesequeridosalirhacialanoche,peroalgo la sujetaba sobre su camastro como un presentimiento. Algo humano y muy

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poderosoque,desdeelaire,seinsinuabaporentrelosmaderosdelcuartucho,pesada,roncamente.Eranesastinieblasdondesegrita«¿quiénestáahí?»,yseescuchaunarespuestademateriasyresuellos.

En ese mismo momento, del otro lado, entre los muros de su cuarto, elsubtenienteSmithselevantabadelacama,sinvestirse,sintiendoensuspieselsueloapenasfrescodelacasainfinita.Sucorazóneraunrelojdearenadondelosminutoscaíancomogotasespaciadas,lentas,hablandounlenguajemitológico,degolpesydesignos.

Elsubtenientesemovíacomoenlaeternidad,dandoacadapasounprestigiodesiglos. Para salir de su cuarto era necesario cruzar de extremo a extremo, en unaaventura sin puntos de relación, donde el cielo y el infierno unían sus nocionescardinales,hastadesembocarenlapuerta,albordemismodelatintaprodigiosadelanoche. Era aquél un avance de temblores recrudecido por el anhelo, con rumbo alcuartuchodeRosario.Pero¿quiénibaaafirmarnadaciertosobrenada?¿Quiénibaadecir, jurando sobre fuego,queaquel cuerpodel cuartucho,delotro lado, aquéldeRosario, no fuera otra cosa que tinieblas con forma, que tinieblas convertidas enrazón humana, en aliento? Smith penetró al cuarto de Rosario como el HombreInvisible, atravesando las paredes, pues la oscuridad había suprimido la puerta.(¿«Estarásiquieraensucuarto?'’“¿Laencontraré?»)

Seaproximódespacio,conteniendolarespiración.Imaginóestarenunlaberintooenunaselva,dondecadaesquinaycadaárbolsonunamaneradeperderse.Entoncesunaideadescabelladaseapoderódesuespíritu:«¡Semevaaperder!».Sefiguróquecaminaríasindescanso,comounciego,sinencontrarlajamás,sinsabernadadeella.Masunapresenciacautelosaestabaasusespaldasyaysúbitamente,enmitaddelmáslocoterror,Smithsintióqueunasmanosleoprimíanelcuelloconrabia.

—¡Canalla!—escuchó.Temblando,enelotroextremo,Rosarioencendióuncerillo.El subteniente yacía en el suelo y encimaSoledad apretaba con furia, el rostro

descompuesto,tratandodeahorcarle.—¡Canalla!Rosarioseincorporódellecho:—¡Mátalo!—dijosecamente,loslabiosapretados.Peroyacorríanlossoldados,conlinternas,haciendoruido.—¡Viejasjijas…!—ylasgolpearonconlasculatasenloscodos,enlascostillas,

enelvientre.Cuandoalaotramañana,bajoespléndidosol,lasdosmujerescaminabanrumbo

aArroyoHondo,encastigo,conducidasporRamón«elgendarme»,RosariosefijabaenaquellafiguradeSoledad,asulado.

—¡Soledad…!—musitóquedamente,llenadeagradecimiento.

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IX

ElcaboMacielseapoyabasobrelapiernaflexionada,mientrasconelfueteremovíalas yerbecillas, pensando en cosas intrascendentes. A sus espaldas formaban loscolonosparalalistadeseis,enlatarde.Haciendoungrupoaparteestabanlosdelaúltimacuerda,medrososyabatidos,conseñalesdeprofundocansancioenelrostro.Se les había repartido por igual en las cuadrillas de «hacheros», y de «ixtleros», ysegúnsusojosllenosdeinquietud,queeludíanlasmiradasdeloscabosdecuadrilla,y según sumanera de no encontrar sitio adecuado en las filas, ora distendiendo lapierna derecha, ora cruzando los brazos o intentando meter las manos en lasinexistentesbolsasdeluniforme,eraposibledarsecuentadequenohabíanterminadolatarea.AguardabanconespantoaqueelcaboMacielsevolviera,dándoleslacara,eimaginaban ya los gestos iracundos, las imprecaciones violentas, el castigoimplacable.PeroMacielcontinuabainclinado,sinapartarlavistadelasyerbasylosinsectosque,ahíabajo,asuspies,vivíansusimpleexistencia,tanllena,sinembargo,demisterio:hormigasrojasygrandes,caminandoconempeñoinsensato;escarabajosceñudos que arrastraban con sus tenacillas botines inmensos; culebrillas de agua,fugitivas, filtrándose por entre las piedras. Con silencioso espanto pudo advertirMaciel, bajo el musgo verde y espeso, los dos puntos rojos del cancle, insectopeligroso y terrible, único, al parecer, en la Isla.Recordó a los picados de cancle,cómoperdíanelhabla,deunamanerasúbitaycómo,enunplazodesesentaminutosmorían, congestionados, negros. No quiso moverse ni respirar: las alimañas encuestión eran veloces, parecían tener pensamiento y revolvíanse con rabia,zigzagueando. Adelantó el pie con cautela y lentitud, en una lucha fantástica,empeñada entre dos silencios, entre dos prevenciones, entre dos acechanzas. EltemiblecanclenoacertóahacermovimientoalgunocuandoyaelpiedeMaciel lohabíaaplastadosinmisericordia.

Al advertir el negro animal deshecho bajo sus plantas,Maciel experimentó unplacer intenso, superioralhechomismodehaberdadomuerteaunenemigo tan,apesardetodo,vulnerable.OtroseranlosenemigosqueMacielhubiesequeridotenerbajosuspies,aplastados.Otrosquesehabíanclavadoensuexistenciafirmementeynoseseparabandeahí,hostiles, imborrables.Porquesuvidaestaba rodeadaporelodio;enningúnsitioexistíaparaélamistadocariñooestimaciónoamor:sólounagruesacapadeodioymiedoqueloseparabadeloshombres,quelorefundíahastasepultarloen los sentimientosmásúltimosyen lasmásúltimaspalabras.Unasolavezenlavidaestuvoapuntodeencontrarlaesperanzaanhelada:eraunamujer,perouna de esasmujeres capaces de arrastrar al hombre hasta los peores abismos, quecarecendelmenorsentidohumanoyprocedenconunainconcienciamonstruosa,fría,gozándoseenelnaufragiodequienlasama.Porotraparte,uncasohartoexplicableyque, estudiado con detenimiento, perdía el carácter melodramático que el propioMaciel ledaba. ¿Pueshastadóndepuede llegar la inconciencia, la inhumanidadde

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unamujer,queal fin, tardeo temprano,esvencidaporelmás insospechadode losamantes, a vecespor el últimoy el que aparentementemenos significa?ElCharrohabíaresultadovencedorenlapelea,hacealgunosaños,en«lacalle»,cuandonadieimaginabaqueMacielllegaríaaserunpenadodelasIslasMarías.Hoyeldestinolosreunía a ambos en la colonia penal.Y si para este último la desventura deMacielhabíasidounpuroincidente,paraelcabodeArroyoHondosignificaba,aúnhoy,suvidaenterayundeseoprofundo,retenidoyviolentodevenganza. ¡Sevengaría,sí!Aguardando,deserpreciso, laeternidadentera;noporelplacerdeinferirundolorsemejante al suyo, sino por la ambición misma de reelaborar su personalidad, deafirmarla, cuando ésta había sido deshecha en su más íntimo sentido, en sus máspreciadaesencia.

Latardeibacayendomatizadadeunorotrémuloporelsolcrepuscular.Enfrentedelarroyo,desdelacasadel jefeSolís,LaMorena,unafeminado,cantabaconunavoznostálgicayabsurda.Sucamisablancaondeabaalabrisa,enlaventana,yportodoesto,por lacanción,porel airedemonstruosanostalgiade lamelodía,porelondearblanco,Macielsintióunavivacólera,undeseofrenéticodegolpear:

—¡Cállateya,conunatiznada,quevamosapasarlista!—gritó.Volvióseentonceshacia loscolonos.Aladvertir los rostrosdesencajadospor la

fatigayaquelloscuerpostotalmentevencidos,experimentóunaextrañaalegría:«Nohan terminado la tarea», se dijo. El castigo, por lo pronto, se reduciría a queterminaransutrabajohoymismo,yaquelamañanasiguienteejecutaranuntrabajosuplementario.Deestasuerte,comoeraseguroelnoacabartampocomañana,selesiríaaglomerandolabor,hastaelinfinito,parallegaralasegundapartedelcastigo:losazotes.

Con deseos de encontrar algún motivo de queja contra El Charro, cabo, a lasazón,de«ixtleros»,Macielleechóencara:

—¡Carajo,tugentenuncacumple!ElCharroseaproximó,indiferente;ysinresponder:—Desapareció un «ixtlero» —informó—. El Marquesito, creo que anda

remontado…Maciel sintió interiormente gran alegría por el pretexto que se le daba para

molestaraElCharro.—¡Posahílaresponsabilidadestuya!Como ocurre frecuentemente cuando una persona poco conocida muere o

desaparece, lafiguradeElMarquesitoseborróenabsolutode lamentedeMaciel.¿Qué rostro tenía el tal Marquesito? ¿Qué actitudes, qué gestos? Cobraba el«remontado» una nueva connotación, independiente de su ser físico; se le sentíadistinto,comoredescubiertoencaracteresycapacidadesdesconocidosantes.

—¿Quiénera?—preguntóapretandolosdientes.El Charro expuso entonces, largamente, toda la historia del muchacho, su

debilidadfísica,suscrisisespantosascuandolefaltaba«droga».

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ElMarquesitohabíasidollevadoaArroyoHondoporqueelgeneralconsiderabasucasocomoejemplodecorrupción,de relajamiento,de abyección, inauditos.Sinque precisamente lo «recomendaran» para tareas dobles, se le hizo la indicación aMacieldequelocolocaseenalgúntrabajodondesintierael«rigordelacolonia».Elmuchacho se portó con absoluta indiferencia; tenía la actitud del que vive estandomuertoya,sinanhelos,comounabasuraquesedejallevarporlacorriente.Tomó,sindecirpalabra,sucuchilla,sumachete,sutabla,yfuecontodoslosdemásacortaryrasparpencasdemaguey.Despuésdetreshorasdetrabajoenquenohabíaproducidoni doscientos gramos—para una tarea de tres kilos—, empezó a gemir, el rostrodescompuestoporunalividezmortuoria.

—No es lomismo que untarse los dientes de coca, ¿verdad?—le había dichoburlonamenteElCharro.

PeroElMarquesitoestabacomoenloquecido,yanoentendíanada,conunrostrolleno de arrugas, los dientes amarillos alargándosele fuera de los labios y los ojosacuosos,depescado.

—¡No puedo más! —silbó, inclinando la cabeza como si se tratara de unacortesía.

—¡Esoesloquevamosaver,güevón!CuandoElCharrologolpeóymástarde,yacaído,lediotremendospuntapiés,El

Marquesitonotuvofuerzasparaquejarse,locualdabalaextrañaimpresióndequenohabíaahísufrimiento,sinocosasinanimadasycarentesdesentido.

—Después—continuabainformandoElCharroanteMaciel—,nolovimosmás;yo me entretuve con la cuadrilla y bajamos del monte… Sí, sin ElMarquesito…¡Quiénsabe!

Detuvo la conversaciónMaciel para ocuparse de los colonos, de la lista, y dequienesnohabíancumplidosutarea.Gritaba,semovíadeunladoaotro,hastaquedejótododispuestoconformeasuspropósitos.

IbaaponerseenconversaciónnuevamenteconElCharro,cuandoseleinterpusoJesúsÁbrego,«eldelaConstancia».CaminabaJesúsÁbregodespacito,suavemente,comoapenasapoyándoseenlatierrayerainimaginablequehubiesepodidocometerelcrimenfantásticoque lo llevóa lasIslas.Aquellasmanosde trabajador,gruesas,campesinas, no podían ser las mismas que, con las de sus dos cómplices, dieronmuertealpobresujetodelaConstancia;niaquelrostrotanpresente,tanindudable,podíahabersidoelquecontemplaraelfabulosodescuartizamientoylasepulturadela víctima. (Lo hicieron muy de prisa, temblándoles las manos; con ciertarepugnancia y cierto terror, mas no había otro remedio.) Pero ahí estaba, con suuniformerabónydesteñidoysuspiesdehuaraches.

—Mire Maciel —le dijo al oído—, yo puedo ayudarlo a encontrar alMarquesito…

Macieladoptóunaactitudinterrogativa:—Sí—prosiguióÁbrego—,looíquejarsecuandobajamosdelmonte;sédonde

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está…Ábrego recordaba todas las circunstancias queElCharro, receloso y al parecer

astuto,manteníaocultas.AlgodijoaMaciel,sobreElCharro,secretamente,mirandocondesprecioaéste.

—Oí que decía El Charro: yo te hago la tarea, Marquesito, pero con unacondición.

¡Con una condición! ¿Cuál podía ser esa condición inaudita, allí, en las Islas,donde no existía la menor solidaridad y el hombre era un animal de egoísmo,entregadocontodoelcuerpoylossentidosaevitarsupropiosufrimiento?Ábregolaintuíacomoseintuyenloscrímenesolosgrandessucesos,porelaire,porelindecisoaliento que brota del pecho culpable a cada palabra, por los ojos indeterminadosdondeenquiénsabequéfondohandequedargrabadaslasescenas.

—¡Bien!—dijoMacielcomprendiendo—.¡Irásconnosotros!Elsolsehabíaocultadoya.Lasestrellas,primerolechosas,tímidas,adquirieron

unabrillantez espléndida, como sólo tienen las del trópico, donde el cielo se tornaalgotremendamenteprofundoyalto,llenodemovimientosysucesos,inadvertidosenotraslatitudes.

El Charro semostraba receloso y hostil. Algo lo hacía rechazar con todas susfuerzaslafiguradel«delaConstancia»;experimentabaeldesasosiego,latremendasensacióndeasfixiaqueocurrecuandoentornodelalunalaatmósferasecondensaennegreciéndose y formando un amanera de colosal planeta que puede aplastar elmundo.

Caminabaahí juntoJesúsÁbregocomosi laconcienciahubiese tomadocuerpohumanoyfueseaperseguiralculpableenmitaddelaselva,yyaseimaginabaaElCharro perseguido por elmonte, cayendo y levantándose, ciego, enmedio de unapesadilladeárbolesquehablabanysereproducíansinfin,consangreyademanes.

—¡Yoguío!—dijorotundamenteparaevitarqueseinmiscuyeraJesús.Noseveían los rostrosapenas remotamentecontrabalanceada su sombraporel

parpadeantemecheroqueMacielllevabaenlasmanos;peroaunasí,lacaradeJesúsÁbregoeralamisma,llenadepaciencia,decerteza,decapacidadparaeltriunfo.

Caminaron sin descanso como ciegos que van tocando dimensiones invisibles:cuando presentían un tropiezo el aire estaba solamente vacío y oscuro, como unapared; pero más allá encontraban helechos, ramas, troncos porfiados, gigantescasplantas,calientescomosituvieransangre,queloshacíanretroceder,conunespantoprimitivo.

Habríantranscurridomuchashoras,sinduda,cuandoMacielordenó:—¡Fumemos! —y los tres hombres se sentaron sobre el musgo, ausentes,

descomponiéndoseleselrostroconlaluzaquelladeloscigarrillosquelesmordíalacara tornándola en un fragmento irreal, lejano, como si se tratase de viejos ídolosdescubiertosentrelatierra.

JesúsÁbregoobservabalaescenadesdesumáshondointerior:¿Noeralamisma

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decuandosupropiocrimen?¿Nosehabíansentadoasí,igualmenteencírculolostresasesinos —él en medio—, en torno del cadáver sepultado y alguno había dicho:«Fumemos»? La sensación era la misma: un olvido de la muerte y la muerte, elcrimen, como un hecho desconectado ya, como algo que no tenía que ver, en loabsoluto,conestequedarseahífumandouncigarroydondelaúnicaexperienciaerala de la fatiga, la del cansancio. Hoy, ¿para qué buscaban alMarquesito? ¿Dóndeestaba?¿Quiénera?¿Existiríarealmente?

—¡Yosédóndeestá!—balbuceóJesúsÁbrego,soñoliento.Los tres hombres se irguieron entre los árboles, entonces, prosiguiendo su

caminardesesperado.Podríahabersidolamedianoche,tansinlunaestabaaquello,opodríaserelfinde

todaluzsobrelatierra,cuandoundébilgemidoloshizoorientarseenmitaddelcaosqueformabalanaturalezasincomposición,revuelta,quehacíaelmonte.

Colgadodeuna rama, semidesnudo, estabaElMarquesito, la camisa rota y losmuslossangrantes.

Maciel lo examinó de cerca aproximando el mechero y pudo apreciar que ElMarquesitohabíasidovíctimadeunasuerte inimaginable,escalofriante,deestuproquenosepodíaconcebir.

Lentamente,apenasvolviéndoseunpocoaElCharropreguntósinalterarse:—¿Quiénfue?¿Quién?Cerrando losojos, sinverel cuerpogrotescodeElMarquesitopasaba

por el espírituuna sombrade encontradas sensaciones; sentíaseunhorror tangible,comosifuesedepiedra,yunacóleraciega,almismotiempoqueunasensaciónllenademalevolencia,debajaburla,cruzabaelpechocomosacudiéndoloensusfondosdefríaeinsospechadaanormalidad.

ElCharropermanecíamudo,lacabezainclinada,sonriendocontorpeza.—¿Quiénfue?ElMarquesitohizoungestovagoymusitóunaspalabrasapenasperceptibles.—¿Conquetú…?,—dijoMacielcoléricamentevolviéndosehaciaElCharro.Sonrióésteencogiéndosedehombrosylevantólacaraconnaturalidad,comosi

el asunto careciese de importancia. «Sí, ¿y qué?», parecía decir, «¿qué otra cosapodía haberse hecho?» En su mente, reducida de pronto a un primitivismo másacentuado que el normal, los hechos perdían significación, lo acontecido cobrabarelievedecosalegítimaytodoaquelloleparecía,pesealcarácterespantoso,algoqueloafirmabaensuorgullodemachodescomunal.

OrdenóMaciel a Jesús Ábrego cargarse con el cuerpo de ElMarquesito y enmedio de las insólitas protestas de ElCharro que apelaba al compañerismo y a lahombría,leatólasmanosalaespalda,gritandosiguierantodosporelarroyo,rumboalcampamento.

Las cosasposteriores fueron silenciosas, como si se estuviera contemplandounsueñoounaimperceptiblepelículaantigua.LlegadosalcampamentocondujeronaEl

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Marquesitohastaelbotiquínydespuéslostreshombressefueronalahiguera.—¡Ábrego!—exclamóMaciel—.¡Enciendeunalumbre!A la luzde lapronta luminaria,MacielcolgóalmiserableCharrode lahiguera

paragolpearlosinconmiseración.—¡Oraverásquétarea!—ledijoaJesúsamododebroma.Duróaquellohasta el amanecer, comoalgo repetidoy sin cansancio.El cuerpo

del victimado oscilaba como un péndulo sin voluntad, sin conocimiento, con lasangreresbalándoleporsobre lossuciosvellos.Macielestababañadoensudor, losojospequeñosdefatiga,elbrazocayendo,inerte,sinfuerzasya.

—¡Ahquejijoéste…!Porencimadelasceibas,delahiguera,delosaltoscedros,elevábaselamañana

consudespertardepájaros.Eraespléndidoaquelabrirdeojosdelanaturalezaqueparecía surgir como del fondo de un inmenso y profundo estanque, espeso derumores,queeranunamododefantasmadelverdaderoruidoquesóloeneldíaybajoelsolcobrabasuestirpeauténticadecosasonorayvital,comosilaluzfueseunagente de las voces, y las tinieblas, al contrario,material de obstáculo, barrera deoposiciónatodosonidoyatodanitidez.

Sin descolgar el cuerpo del martirizado, Maciel arrojóse al pie de la higuera,rendidoporlafatiga.Sentíalosmúsculosimpersonaleseincapacesdeobedecerloafuerzadecansancio.Unraudaldeideascorríasincauceporsucerebro,recordándoleque se aproximaba la lista de diana, la distribución del trabajo, el informe a laAyudantíaGeneraldeCampoyunaseriedeobligacionesmás.

Empañadoelespíritudesueño,alcanzóagritar:—¡Ábrego!¡Descuelgayaaestecabrón…!Ábrego había permanecido inmóvil, en cuclillas, durante toda la escena. No

encerraba la menor animadversión para El Charro, pero contempló con verdaderoplacerelcastigo,gozándoseenellocomosielmartiriodel infelizconstituyeraunaformavivienteylúcidadelrecuerdo;nodeunrecuerdosemejante,precisamente,aloque hoy veían sus ojos, sino un recuerdo más sustancial, una memoria de lasemociones,unretornoaciertasensaciónespecífica,compuestadeangustia,deplacer,demiedo, de lástima, de arrepentimiento, que en otro tiempo experimentó, en lascallesde laConstancia,anteaquelhombrequeentreélysuscompañerospartieronmeticulosamente en pedazos, con frialdad e indiferencia: una frialdad calurosa, defiebre, y una indiferencia atenta, llena de asombro ante sí mismos y ante lo queocurría.

ElcuerpodeElCharrosedesplomó,comounguiñapo,desvanecidoalospiesdeMaciel. Maciel sintió la misma impresión placentera que por la tarde, cuando elcanclequedóhechounovillodepiernaslargasydelíquidoespesobajosusplantas.Ahí estaba El Charro, el enemigo, vencido y en derrota, igual que el mortíferoinsecto;ahí,humilladobajosuomnímodopoder.

Enmediodeestospensamientospercibióporelarroyoelruidodeunoscaballos

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cuyas pezuñas chocaban contra las guijas, y a poco, en un claro del monte, pudodistinguirungrupode jinetesentrequienes,porsuporteyestaturasedestacabaElChato. Haciendo un esfuerzo para sacudirse el sueño y el cansancio, Maciel selevantóparadarlesencuentro:

—¡Quémilagroelverlosporacá!—dijozalameramente.YdirigiéndoseaElChato,llenodehipocresía,agregó:—¡Ytú,caray,diatiroteolvidasdeuno…!—ytendíalamanoparasaludarlo.ElChatonoacogió lamanoque se le tendíay sinapearsedel caballo, el codo

sobrelacabezadelasilla,dijosecamente:—¡Andamosbuscandoalos«remontados»…!Su rostro era seco y duro, y miraba intensamente a Maciel como tratando de

adivinarsuspensamientos.DosotresdíasderecorrerlaIslanohabíanbastadoparaencontrar a los prófugos y se esperaba, no sin razón, que estuvieran en ArroyoHondo,cuyomonteintrincadoera,sinduda,elmáspropicioalrefugio.

PeroaElChatolemovíauninterésmás.EstabaenteradodelincidentedeRosarioconSmith y sabedor de que en castigo se le había impuestoArroyoHondo, quisoadelantársele en unas cuantas horas para prevenir cualquier acechanza y, almismotiempo,paraporfiarensuspropósitosalladodeella.

LlamóporseparadoaMaciel,enunmargendelarroyo:—Llegará hoy al campamento una comunista —pronunció con lentitud,

fríamente,casiconodio—.¡Siquiereshacerdelastuyas,temalo…!Ocultandosuperplejidad,Macielseapresuróaprometer:—¡Nada más eso faltaba! ¡Ya sabes que con los amigos yo me porto a lo

macho…!Mientras esto sucedía, en lo alto de la colina donde estaba la barraca, echado

entre la hierba sobre la que acostumbraba dormir, El Miles veía toda la escenaapoyándoseenelpecho.SilbóconformeasupeculiarmanerapensandoqueElChatono podría venir al campamento sino por los «remontados». «Lo siento por ellos»,musitóysevolviósobresusespaldasparacontemplarelamanecidocielo,precursordeltrabajo.

—¡Ernesto,Santos,Marcos!—gritójovialmente—.¡Vanatocardiana!En efecto, el corneta golpeaba ya con la palma de la mano la boquilla del

instrumento y en seguida se escucharon las primeras notas, que son largas, de unampliodiapasón,solemneytriste,deladiana.

El Chato descendió por fin de su caballo dispuesto a esperar que los colonosformasen.EntretantoMacielledabatodaclasedepormenoressobreElCharroylascausasporlasqueseleinfligióuncastigotanejemplar.SentíaseMacielinfluidoentalgradopor la aplastantepersonalidaddeElChatoque se le sometíadesde luegohalagándolo y mostrándose dispuesto a complacerlo en todo. De esta suerte —atiempo que los colonos descendían de la barraca y formaban una doble fila en elarroyo— lemostró con gran obsequiosidad los corrales del ganado, la casa de las

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herramientas, el pozoquehabían construido los«políticos», y le hubiesemostradomássielpropioChatono llamasuatenciónparaquedeunavezsedirigieraa loscolonos,reunidosensutotalidad.

Ladoblefilallegabaacercadedoscientosnombresencuyosrostroselsueñoaúnno borraba del todo su paso, acentuando en muchos el aire de zozobra con queinvariablementeacudíana la listamatinal,queeraocasióndiariaparael repartodelabores.Eraexplicablelazozobrapuessiempreseesperabalapeordelassuertes:elqueservíaenlasiembradepalmerashallábasetemerosodesertrasladadolamañanasiguiente a la carga de sal, trabajomuchomás pesado; el que atendía los corrales,mostrabamiedoporcambiarsuoficioalde«ixtlero»;ésteporserenviadoalcortedeleña,yasí todos,enunaescaladesufrimientoquelosvolvíaestúpidos, torpes,alahoraenqueMacielseleccionabalascuadrillas.

SupresencialomismoqueladeElChatofueronrecibidasconunacontraccióndeanimalesasustados.¿Quésucederíahoy?

ElChatoseaproximólomásquepudo:—Muchachos—dijo.EnseguidaexpusolasrazonesquelollevabanaArroyoHondoylanecesidadde

quetodos,sinexcepción,contribuyeranalabúsquedadelos«remontados».—¡El que los vea y no dé aviso recibirá cincuenta azotes…! —concluyó

volviéndosedeespaldasconairedespreciativo.Se encaminó derechamente hacia donde formaban las cuatro mujeres del

campamento, junto al mugroso barracón que constituía las cocinas. Formado conellas, asumiendo al principio una actitud cínica que se transformó en medrosa amedidaqueElChato avanzaba,LaMorena tuvoque interrumpir susmovimientos:intentabacolocarseunapañoletavivayllenadecolorsobrelacabeza,peroalnotarlos ojos severos de El Chato se sintió cohibido soltando por un extremo eldesconcertanteadorno.

—Ustedeslehandadoaguaalos«remontados»—seleocurrióalChato.Unaocurrenciaintempestivaperoquelepareciólógica,yaqueconocíaelgénero

curiosodesolidaridadqueexisteentrelasmujeresencasossemejantes.Tresde lasmujerespertenecíanal tipode las«cruzadoras» ínfimas, sinbelleza

propiamente hablando, acostumbradas a los giros bajamente astutos del hampa.Laotra era Estrella, cuya viveza, agilidad y desenvoltura la distinguían del resto.Objetaronllenasdeconfusión,mientrasEstrella,porsuparte,seencaróconElChatosinvacilar:

—¡Noandesconcosas,Chato!¡Túmeconocesbienamí!Mas involuntariamente tuvo la mala ocurrencia de no reprimir una mirada

significativa hacia LaMorena. Palideció éste, pues sentía cómo las circunstanciaspodíancondenarlo,yaque los«remontados»erande sumismaespeciey sepodríasuponerqueéllesprestabaayuda.

-—¡Tú!—rugióElChatotomandodelacamisaaLaMorena.

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—¡Yono,porDios!¡Lojuro!Seencontrabaenunasituacióndedesfallecimientoyenfermedad.Un terrorsin

medidaseapoderódesuserybalbucíafrasesabsurdas,sinsentido,quecontribuíanaquelasaparienciasdesuculpafuesenmásevidentes.Detodoslosdoloresquesufreelhombreaborrecíaenparticularlosdoloresfísicos,ylasolaideadequeloazotarantrastornaba su cerebro,moviéndole emocionesy actitudes contradictorias. Ignorabadóndepodríanencontrarselos«remontados»,peroteníasospechas;yesassospechasadquirían dentro de símismo un cuerpo de desahogo que significaba salvación encontradelos inminentespeligros.Culpableono,LaMorenaestabayaconsideradoasí;escaparsedelaculpa—realaunquenoexistiera—,sóloseríaposibleatravésdeladelación.

—¡Canta,jijodela…!—gritabafrenéticoElChatoatiempoqueleasestabaunpuñetazoenelrostro.

LaMorenahipóridiculamentecomounchicoaquienselehubiesehechodaño.—¡Yolopuedoconduciralmonte!—exclamócortandolassílabas—.¡Sédonde

están!Nosabía,enefecto.Pero¿quépodíahacer?TerminabaMacielconlascuadrillasypálidoporeldesvelo,losojoshinchados,

volvíasehaciaelgrupodeElChato.Elcampamentocobrabadepronto,abandonadopor los colonos que ya se habían ido al monte, una soledad doble; se antojaba elarroyo sin vida, las casitas de madera tristes y todo aquello, humano cuando loanimabalapresenciadelosreos,aparecíahoyllenodepaz,pazsinalegría,huecaygrandecomounfrutomuerto.

MacielacariciócongroserasensualidadlasmagníficasnalgasdeEstrella,quienle dirigió unamirada simple, sin irritación ni contrariedad. Se sometía Estrella singusto ni enojo a los caprichos de Maciel después de haber obtenido que éste larelevase de todo trabajo en el campamento. Había llegado por este medio a talescondicionesdelibertad,quesuvidacasieraespléndidadenovivirlaenunpresidio.Ibaalmontesola,todaslasmañanas,respirandounairellenodeembeleso,nutridodearomáticaresina,deoloramaderajovenyperfumedeplantas,paracazarconejillosysepultarse en las «pozas» del arroyo, uniendo la cálida frescura de su cuerpo a lafrescuramusical del agua. Luego encontraba una especie particular de cerecillas yllegabaalcampamentoconhongosdecoloresextraños,morados,blancos,negros,yfloresquearrojabaalarroyo,poraficiónpuraa lanaturaleza,de lacual,comounasalvajehermosa,parecíaformarparte.¡Quérecreaciónsonora,alegreladeEstrella!Noeralaraterillavulgar,cínica,deantes,sinoqueparecíaexactamenteunahijadelaselva, verde, nutridade jugosvitales.Mas cuandovolvía al campamento se retraíaotravez;el colorde su rostro seopacaba,adoptando todosucontinenteunairederencorydeamargura.

ElChatoesbozóunasonrisairónicaalverlacariciallenadelujuriaqueMaciellehizoaEstrella.RecordabaconciertavaguedadalMacielde«lacalle»,alMacielen

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libertad, que era un tipo de feminoide, fanfarrón, que golpeaba a lasmujeres—ElChato también lo hacía, pero era distinto—, y que, cuando estuvo enamorado, seconvirtióenlafiguramásgrotescaylamentable,pueselamorseconvirtióparaélenunexpedientedeservilismo,desúplicaydehumillación.

—La Morena va a decirnos dónde están los «remontados» —explicó sinabandonar la sonrisa—. Y ustedes—añadió, dirigiéndose a las cuatro hembras—,¡puedenlargarsealcarajo!

Disolviéronselasmujeresrefunfuñando,yEstrella,despuésdeintroducirseeneljacalquelesservíadehabitación,salióalpocotiempovestidaconpantalonesgrises,dirigiéndosealmonte.

—¡Todavía no!—atajó El Chato aMaciel al notar que éste se preparaba paraacompañarlo—.Vamosaesperarquelleguelacomunista,nohadetardar.

Enelvastomontetropicaltrabajabanlasdistintascuadrillasignorándoselasunasalasotras,eignorándoselosunosalosotrosloshombresentresí.Porelladodelosfinísimosmagueyesdelechuguilladehojasverdeclaroybordesblancos,trabajabanlos «ixtleros» raspando pencas; por la parte ya limpia del monte, la «cuadrilla deenfermos», con azadones, formaba montículos de breñas que más tarde seríanquemados. Era éste un grupo de palúdicos a quienes no se les podía exigirmayoresfuerzo.Delladomásásperoybrutal,apenasoyéndoseporlosgolpesdehachaqueparecíangemidos,los«hacheros»derrumbabanárboles.

Eraelmonteunherviderodetrabajohumanoydesufrimiento.Sielpaisajeerabello y dulce, los hombres que a sus pies gemían, las manos ensangrentadas, lotornaban lúgubre, confuso, desarreglado, como una hermosa mujer laceradainteriormenteporlasífilis.

PróximoaErnestotrabajabaunhombreincorporadoesamañanaalacuadrilladehacheros.Ernestopodíaobservarsufiguraimposibleentrelosárboles,balanceándosede un lado a otro como unmuñeco. Se trataba de El Temblorino, un epiléptico, aquienMacielquisoprobareneltrabajopara,segúnél,ponerenevidencialafalsedadde su padecimiento. Pero a juzgar por los golpes de hacha, por el agitar dichoinstrumento en el aire como si fuese un alfanje y por los sacudimientos que leestremecían toda la figura, laepilepsisdeElTemblorinoeramuchomás realde loquepodíaesperarse.MasElTemblorinonoerasólounepiléptico;enelcuello,alaalturadelasamígdalas,mostrabaunasinenarrablesllagasyenelrostrolasmanchasrojizasindicabanunaenfermedadprofundaydestructora.

Ernestoprocurabaverloconatención,horrorizadodelespectáculoqueseofrecíaasuvista:elhombreseflexionabacomoungusano;depronto,comotocadoporunacorriente eléctrica, se contraía, y en seguida de su garganta comenzaban a brotargemidossinrazónniconcierto.

—¡Cabo!—gritóErnestocondesesperación,ysuvozseoyócomoenundesierto—.¡Sevaamorirestehombre!

PorqueErnestocreíaqueestabaagonizandoElTemblorino.

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Peronadiepodíaoírlo,eraimposible.—¡Muérete! —masculló entonces con rabia, hundiendo el hacha en el jugoso

tronco.Desdelaespesura,sinembargo,Ernestoeraobservadopordosojosimperiosos,

queparecíanhablaragritos.EranlosojosdeEstrellaqueensuviajedehoyalmontehabía llegadoaesesitio,yestabaagazapadaentre las ramasescuchando lasvoces.«¡Elcomunista…!»,pensó.Anteslohabíavistoenelbarco,mástardeenBalletoyluegoenelcampamento.Nohabíaolvidadosufigurajuvenil,preocupadayprofunda.

Cuando Ernesto sintió algo sobre sus espaldas, algo muy especial que hacíatemblarelaire,volviósedeunsalto,sorprendido.

—¡Unamujer!Sí; una mujer semejante a una aparición; algo que trastornaba con su sola

presencia, callada, celeste, casi inmaterial.Seaproximaronelunoalotrocomosinquererlo,comosinproponérselo,sinacuerdo,sepultándosebajolafrondadelasaltasyerbas.

El Temblorino había cesado poco a poco de gemir. Habríase muerto odesvanecido.Oquiénsabe.

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X

Por el Camino Viejo el mar apenas se presentía como si envolviera a la selvallenándoladerumoresdiáfanos.Puesgeneralmentenosesabeescucharalmar;selecreemonótonoyrepetido,conigualesvocesypalabrassiempre,cuandosiseescuchasulatirconfe,consentidodelascosasprofundas,lamúsica,lapoesía,losdiálogos,latragedia,todoloquellevadentro,sepercibencomosilasaguaspuras,inmensasyamorosas,fuesenelinmaculadodepósito,permanenteymágico,delahistoriadeloshombres. Hay que imaginar, ahora, la selva; la atmosférica selva, tan anterior almundocomoelmar,quedeélsurgiócomounamaravillasumergidaelevándosedeprontoenunintentoprodigiosodematrimonioconelcielo.Cieloymaryselvasonhermanos; hermanos y hermanas. De su conjunción y de su distanciamiento partetodoycomienza laverdaderahistoria,el finde losmonstruosyelprincipiode losnavegantesyloscazadores.

PorelCaminoViejoseveíalaselvayseadivinabaelmar,unidosambosrumorescomoelprincipiode todo loqueexiste.Erauncaminoestrecho,quecomenzabaoterminaba—según se fueraoviniese—en rehilete, yproseguía engiros fatigosos,bajandooequilibrándoseantelasfrondosasbarrancas.

DespuésdeunascensopenosoSantossedeteníaenlacúspidedelCaminoViejopara observar su corazón, en la superficie del pecho, que parecía un conejilloviviente,golpeandocomoportravesura.Elvértigodelafatigaloenervabayentonceslassieneseranunosmartillosdesangreyelpulsounríoturbulentocuyavozpodíaescucharseconsóloaproximareloídoasucaloryasualegresuceder.(¡Seduccióndelavidasubterráneadebajodelapiel;maravilladelaexistenciatranscurriendoencélulas y microrganismos de fábula; llanto de no pararse jamás, en la jubilosacondenacióndeserynoseralmismotiempo!)

ElCaminoViejocruzabatransversalmenteelcerrodeElBorbollón,mientraselllamadoCaminoNuevopreferíaseguiralolargodellitoral,orlandoalaIslaconsublancodeslizarsejuntoalmonteysobrelosacantilados.

Hoy Santos recorría el primero, rumbo a Balleto, para proseguir al de Salinasdondeseleordenóreconcentrarseparaalgunostrabajosdealbañilería,suoficio.EnArroyo Hondo quedaban solos Marcos y Ernesto y esta separación influía tandepresivamentesobreSantosquesehallabaenunestadodesoledadyacabamientoterribles.

La angustia de la vida se hacía más notoria ganando en desesperación, enabandono, en carencia absoluta de júbilo y esperanza. ¿Qué podría aguardarlo enSalinas?¿Qué,allá,tanlejos?Enmediodelaselva,deunvigorimpetuosoperotristeparaunespíritusolitariocomohoyeldeSantos.Éstehubiesequeridocolgarsedelarama más alta, no pensar, permanecer suspendido en el aire como materia sinrespiraciónysinpenas.Perohabíaquevivir,quiénsabeparaqué,perovivir.

Lasoledaderatremendaytodasaquellascosaspresentes:árboles,ramas,pájaros,

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piedras, parecían una simple representación de algo que habría sido viviente hacemucho tiempo y hoy sólo era un musitar de signos inexplicables, de latituddesconocida.Santosestabaencontradelpaisaje,enotroplano,fuera,haciendoseñas,pensandoysufriendocosasajenas.

¿Solo? No. Caminando con dirección contraria venía un hombre. Portaba eluniforme de la colonia, y cuando estuvo próximo, Santos pudo advertir su rostrodemacradopor lamalaria,dondebailabanunosojosgrandesynegros,estriadosdevenillasrojas.

Se detuvo, sin erguirse, como si cualquier gesto significara para él un granesfuerzo,preguntándoleaSantosparadóndeiba.

—ASalinas—repusoéste.Lacaratristedeldesconocidosecontrajoenunaamargamueca:—¡Hum!—murmuró.Santosnosupoaquéatenersefrenteaungestotanllenodepresagios.—Seestánmuriendocomocincogentestodoslosdías—continuóelhombre—.

Hayepidemia…Santosretrocedióespantado:—¿Epidemia?ElhombreloexaminóentoncescomosorprendidodelaimportanciaqueSantos

dabaaunhechotansimpleypoconotable.—Escorbuto—dijo,ycontinuósumarchaencorvado,trabajosamente.PermanecióSantosinmóvil,sinapartarlavistadelhombrehastaquedesapareció.

¡Escorbuto!¿Cómoeraelescorbuto?¿PodríacontraerseenlasIslas?Recordabauncuento —¿de quién, por Dios? ¿Artzebatchev o Andréiev? La revista tenía unacarátula a colores y sobre ella un dibujo extraño y atormentado de un hombresiniestrocomiéndosealgo—queleyómuchotiempoantes:

Era una estepa solitaria, llena de nieve y sin abrigo. Si por algo la naturalezasobrecoge,siporalgo turbaelespírituy loenrarece,esporsu faltadehombre,demanohumana,dealientohablado.Puestratándosedeloshielospolaresestegénerode soledad, este trance de no encontrar las cosas vivas, es aún más grave, másterrible.Elhombregira lavistaensutornosinlamenoresperanza,enmediodelamás profunda soledad, sin huellas, sin destino, sin proyección alguna. Camina ycamina, y puede caminar por centurias enteras, encontrando sólo hielo ymontañasheladas,insegurasmontañasquedesapareceránantesdequeelsolseoculte.

Los dos últimos expedicionarios se veían sin hablar ya.No era preciso decirsenada, todo salía sobrando, y las palabras sólo podrían representar la furia, ladesesperación, la ruptura de cosas lejanísimas y olvidadas: la mujer, los hijos, lamadre,elpaís.¿Paraquéhablar,siellenguajeeraprecisamentetodoeso,yaperdido?

Atrásdelatienda,apenascubiertosporlanieve,encontrábanseloscadáveresdeotrosexpedicionariosqueantes,enpuertosluminososyentresonrisasdealiento,seembarcaronllenosdealegríaenlaheroicaaventura.¡Cadáveres!¿Yquéeranyalos

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cadáveres?OstapyAndrésnohablaban—¡ah!perosiésosnoeransusnombres.¡Andrésy

Ostap eran personajes distintos, los hijos de TarasBulba!—. Permanecíanmudos,apenasconfuerzasparasentircóleracontraDios.Tambiénteníanescorbutoylavidase les iba apagando poco a poco. Sí, el escorbuto comienza en las encías, que sehinchanyreblandecen,haciendobailarlosdientes,comosiestuviesenencajadosengelatina.PeroOstap—¡bien,queseaesenombre!—,realizabaextrañasincursionesregresandoconmuchomisterioyalgoescondidobajoelabrigo.Andrésseinquietóun poco porque su compañero tenía unos ojos raros que con el tiempo se fueronvolviendo aún más, como si estuviese un poco alucinado. Sus escapadas eranfrecuentes y cuando regresaba se escondía en un rincón de la tienda, los brazoscruzadossobreelpechocomosidefendieraunacustodiaoalgoalavezquesagrado,misterioso, muy misterioso. Pero los ojos eran lo más importante, lo que másasombro causaba en Andrés; ya se habían agrandado hasta carecer de párpados ymostraban terror, un terror sin medida como si se les fuera a arrebatar algo muyindispensable y bárbaro. No obstante Ostap se debilitaba a gran prisa con elescorbuto, aún más que su compañero, y parecía que iba a morir en el momentomenospensado.Así sucedió, enefecto.Masantesdemorir abrió losbrazosdondeguardabalacustodia,dondeescondíaelmisteriosacratísimo,yunamanodemuerto,verdeporel fríode lanieve,apenas roída, saliódeentreellos.Andréscomprendióentonces que las incursiones de Ostap eran para desenterrar los cadáveres ydevorarlos.Pero¿quéeranyaloscadáveres?

¡Bien! El cuento en cuestión no esclarecía de ninguna forma la clase deenfermedad que era el escorbuto. Empero, daba a éste una connotación siniestra yenloquecedora.

¡Ypensarqueahí,enlasIslas,habíaescorbuto!Aunquenoeradifícilquehubiesementidoaquelagorerodeldemonio.

El Camino Viejo se angostaba hasta casi desaparecer y más adelante nacía denuevo,libre,comounavozaque,depronto,laanteriorgargantaespesarelevaradeobstáculosafuerzadetransformarseenlimpiopasajesinbarreras.

Continuó Santos sumarcha con el espíritu acongojado, sin comprender lo quepuedeocurrirenlavida.Llegaunmomentoenquenadieescapazdegobernarla,enque ella se erige por encima de todo, volviéndose destino. Entonces el hombre seconvierteenunahoja,enunclavo,amerceddelaireydelosgolpes.¿Yquiénpuedeoponerunamurallaalvientoyquiénunapalabraalgolpe,inexorableyfijo?

Sepercibía,adelante, laproximidaddeElRehilete,campamentodetránsito.Yahabía un ruido de hombres y corrales. Boyeros que gritaban lánguidamente, comocorresponde a sus propios animales, a su vez lánguidos, dormidos y llenos depausadospensamientos;interjeccionesdelosarrieros;rumordetrancasquecaían.Yenmedio de todo, las pezuñas claras de un animal que caminaba al encuentro deSantos. Prestó éste atención y a poco distinguió un mulo donde montaba Ramón,

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seguidopordosmujeres.NoeraelRamóndelaprimeravez;habíaenvejecidodetalmanera, que daba la impresión de que sobre él habían pasado veinte años: lospómuloslebrotabandelrostrocomodospiedras,lanarizlehabíacrecidoytodosuaspecto era el de un hombre derrotado por enigmas orgánicos, por un conjurarsetremendodelserfísicoencontradelespíritu.«Elpaludismo»,pensóSantos.Hizounesfuerzopordistinguirlafisonomíadelasmujeresynopudoreprimirungrito:

—¡Rosario!EraRosario.Enarcóéstalascejasdegratoasombroyunaavalanchadellantole

ascendiópor lagarganta.Ambossemirabanmutuamente sinpoderhablar.Rosarioveíaahíenfrenteaunhombre,uncompañerosuyo.Pero¡quécambio,porDios!Enun tiempo tan breve el rostro de Santos era una imagen viva del sufrimiento y ladesesperanza: él, tan noble, tan callado, de una tan unciosa humildad en elcumplimiento de las cosas.Tenía un no sé qué de cristiano, de santo, que causabapena, como si se viese al Cristo vivo, acariciando a las piedras y a los animales.Santos,porsuparteveíaaRosariocomounaentrañablemateriafraternal,humillada,sintiendoante supresencia como si sehubiese asesinadoaunniñopor la espalda,comosisehubieraheridounacosaquenosedebíatocarjamás.

Seaproximaronhastaquenadapudosepararlosyeradetalnaturalezablancoydiáfanoelmomento,habíaenelcielotalesnupcias,ysobrelatierratantaausencia,queRosario unió sus labios a los de Santos en un profundo beso delmejor amor,alejándosedespuésenseguimientodelguardián.

Santoscayóderodillassollozando.Lejos ya, Soledad—que había contemplado la escena no sin extrañeza—echó

unamiradadereojoasucompañera:—¿Estásenamoradadeél?—preguntósinocurrírseleotracosa.Rosariorepusoconunasonrisallenademisericordia.Para Santos el Camino Viejo había concluido. Enfrente tenía un pequeño

bosquecillodezarzas,grisesycomosuciasafuerzadenotenerbelleza,ymásallálacarreteradeBalleto,queparecíainterrumpirlaaventura—esaaventuradelaselva,vegetal y de pensamientos profundos— transformándola en nociones urbanas, eningenieríaycivilización.

Eljefedecampo,indiferentetraselescritorio,susdosclarosojosverdesfijosenlos papeles, sin la menor atención, escuchó cómo el escribiente de la AyudantíaGeneral tomaba los datos de Santos e inscribía su traslado de Arroyo Hondo aSalinas, en una tarjetita azul. Aquellas tarjetitas eran el destino; eran la vidacabalísticamenteencifras,comomensajesasercomprendidossólopor lamuerteypor aquella burocracia demisterio que semanejaba a signos del penal. Porque ahíSantos,comoelrestodeloscolonos,nopasabadeserunconjuntodenúmeros,yunnúmero, siempre, esconde toda la suma que pueda imaginarse de ocultación, dedesconocimiento,demásallá.¿Puesquéotracosapuedenserelsiete,elocho,sinoabstraccionesconcretas,cosassinlímites,peroconfronterasfijasymensurables?¿Y

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quéotra cosapodía ser elmil trescientos setentay tresque correspondía aSantos,sino un concepto, algo metafísico e inmaterial, al mismo tiempo que un serenormementevivo,pataleando,orinando,caminando,sufriendo?

Eljefedecampocontinuabameditabundosobresuescritorio.Yesqueaél,comoatodoslosfuncionariosdelaIsla,lotraíavueltolocolaepidemiadeescorbuto.Sólocuando el escribiente pronunció, refiriéndose al traslado de Santos, la palabra«Salinas»,el jefe tuvouna ligerasacudida, levantando lavistahastael rostrode lavíctima.

—¿Vasparaallá?—preguntó,yestabaapuntodecondolerse,peroadvirtiendoquesetratabadeunodelos«políticos»odiados,nopudomenosqueexperimentarunleveyacariciantejúbilo.

El doctor Eliezarrarás —hombre de buena ley, honrado, trabajador y granestudiosode losproblemas siquiátricos—nohabíapodidodaraúnunaexplicaciónsatisfactoria sobre la epidemia. Con gran contrariedad de su parte la palabra«escorbuto» corría de boca en boca aumentando el terror y la confusión. Losfuncionariosysusfamiliasloasediabanapreguntas:

—¿Ycómosiguelaepidemia?¿Secombateelescorbutoconeficacia?—Tengan la bondad, señores—replicabaEliezarrarás con calma—, no se trata

delescorbuto,esotracosa…Y exponía entonces su opinión sobre la epidemia, hablando de cierta extraña

intoxicacióncuyascausassedescubriríantardeotemprano,sóloquehabíaquetenerpaciencia.

A uno de los cadáveres víctimas del escorbuto, se le había extraído parte delhígadoaefectodequeelDepartamentodeSalubridad,enMéxico,hiciesetodoslosanálisisqueenlacolonianopodíanllevarseacaboporfaltaderecursostécnicos.Enunpequeñofrascoseencontrabaelhígadoencuestión, tornasolado,oscuro,queseantojabamaloliente.(Sinoerahígado,entodocasoasílodecíanlaslenguas.)Deesepequeñofrascodependíalacolonia;enélteníacifradassusesperanzas.

El jefe de campo precisamente pensaba en el frasco y su modesto trozo de«hígado».Yalpensarenello,entristecíaseporquenielSinaloa,niLaVictoria,nielbalandrodeMontesinos,niaunlaotraembarcacióndeGalindo—llamadaLasTresMarías—, atracarían en Balleto en menos de un mes. Contando el tiempo quecualquiera de las embarcaciones citadas podría emplear hastaMazatlán y luego eltiempo que se ocupara deMazatlán aMéxico y el de los análisis, el «hígado» noarrojaríadatoalgunosinohastacumplidounplazodedosmesesymedio.Mientrastantolacoloniapodíadesaparecer;podríandesaparecerlospenados—naturalmente,sin cumplir su condena— y, lo que es peor, podría desaparecer el mismo jefe decampo,dejandoabandonadaasuhermosahija.Suhija,esamuchachaespiritualquelosdomingosfigurabaenelTeatroRegeneraciónejecutandobailesycuyapresenciatraíaalamemoriaaquella«fugitiva»deRubénDarío:«Pálidacomouncirio,comounarosaenferma;tieneelcabellooscuro,losojosconazuladasojeras»…

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Subíadepuntolainquietuddeljefedecampohastaque,golpeandoconrabiaenelescritorio,dejabaescaparsuprotesta:

—¡YesebrutodeEliezarrarás,Diosmío!…Santos llegó a Salinas cargado elmediodía. Unmediodía infernal, cegador, en

aquel campamento blanco e hiriente, de cuya tierra salía humo. En torno de laComandancialas«eras»sedesplegabanensufingimientodeunaciudadgeométricay la laguna despedía su podrido olor de mar muerto, de algas descompuestas. Elpaisajeteníauntonodesolado,sinvida,yapenassilapresenciadelmarreivindicabatímidamentepartedetodalaesperanzayelcolorausentes.

Al pie de la infantil arquitectura de la Comandancia, aprestábase un grupoexaminando algo tendido en el suelo. Eliezarrarás, inclinado sobre aquello, hacíamovimientospresurososcomosiunacosamuygravesefueseaescapar.

CuandoSantosestuvocerca,advirtióahíacostado,elcuerpodeunhombre.Eraéste un cuerpo curioso, de unos pies descomunalmente hinchados y también de unpecho enorme, como panza de caballo. Respiraba con trabajo y con terror, sinpronunciar una sílaba yEliezarrarás parecía interrogarlo, lleno de angustia, cual siestuviese frente aunapersonadueñadeungran secreto, deunapersonaque sabíafabricar oro o que tenía noticias sobre la Atlántida. Pero era en vano; la palabrasecretísima,queaclararíaelmisterio,nosalíadeesoslabios.

—Dime, ¿qué sientes, cómo es?… —interrogó el médico con una ansiedaddescomunal.

JuntoaEliezarrarásyhaciendodeenfermera,estabalaMadreConchita—delos«políticos»,comoSantos,pero«diferente»—,cuyogranrostroplácidorespirabaconnerviosidad.Santossedetuvoanteella,anteaquelrostro,comodescansandofrenteasu serenidad, frente a su tranquilo sufrimiento,pues todaelladaba la impresióndetersura,delimpidez,enesosinstantes,juntoalinimaginablemoribundo.

—¿Llegaríavivoalhospital,silollevásemos?—preguntólaMadrealmédico.Eliezarrarás frunció el ceño como lo hacen los médicos cuando están muy

preocupadosonoencuentransoluciónalguna,conunaireimpenetrable,querecuerdaalosantiguoshechiceros,suspredecesores.

—Yano…—musitóapenas.El moribundo, como si estuviese esperando tan sólo que estas palabras fueran

pronunciadas,abriólosojosporunmomentoy,dandounbrincoextraño,semurió.¿Quéenfermedadterribleeraaquélla?¿Quéveneno,quédemoniosmaléficos la

provocaban? Era un proceso violento, casi fulminante, que comenzaba por unahinchazóndelasextremidadesyunatorpezaextraña,hastaquesobreveníalamuerte,masdeunamanerataninesperada,quenoparecíatal,pueselcambiodelavidaalaquietud,delruidoalsilencio,hacíasetansintransiciones,comosiungolpedehachapartieraalgoendos.

En el campamento había un hondo terror como ante algo venido delmás allá;peronosóloeso, sinoun terrorunidoacierta tristeza resignaday, loque resultaba

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extrañísimo, concupiscente, pues la enfermedad traía consigo el abandono, ladisolucióndecostumbres,elafándeapurarplaceryentregarsealascosasfrenéticas.ElChale,verbigracia,semasturbabaincansablementeporlasnoches,conunespírituendemoniadoyunafrecuenciadelocura.Temíaenfermarseyconrazón,puesyaensucuerpoexperimentabaalusiones,referencias,cosaslejanas,queparecíancomosilamuerteestuviesecaminandoenalgúnsitio,cautamente,consuspiesdelananegraysufríorespirar.ElBurrolehacíaunaextrañasúplica,conlacrimosavoz.

—¡Tusdientesdeoro,manito!…Quería,tanconvencidoestaba,queElChaleleregalasesusdientesdeoroantes

demorir.ElChalenosentíacóleraantetaldemanda;losojillosoblicuoslebrillabanconangustiayllenodepena,oponía,únicamente,razonesinfantiles:«¿Yconquéhedecomermientrastanto?»,osino:«Meveomuymalsindientes».Masaseguraba,alfin:

—¡Cuandomemuera,sí!¡Yadespuésesotracosa!Santos no durmió por la noche en la barraca, porque se asfixiaba.De la arena

ascendía un calor insoportable y pesado que oprimía y hacía latir con fuerza elcorazón, como si hubiese fiebreopor lasvenas circulaseplomoderretido.Prefirióacostarse en la playa donde al menos, si los mosquitos eran más abundantes, laatmósferaseconducíaconmenosinclemencia.

Porotraparteen labarraca lehabía tocadoensuerte sercompañerodeun tipoextremadamenteraro:ÁlvaroCampos,condenado,conlaantigualey,atreintaaños,enmilnovecientosveinticincoporelasesinatodelsiriolibanésEloiMunzur.Eloieraunricocomerciante—todoestotuvooportunidaddecontarÁlvaro,antesqueSantosdecidieradormirenlaplaya—,deespesascejasygrandesbarbasgrises,queparecíaunpersonajedeRembrandt—aunqueestacomparaciónyanofuedeÁlvaro,sinodelpropioSantos—.Cuandoestabaencasa,Eloiseponíaunfezrojoyprovistodeunrosario inmenso, de cuentas de madera, grandes como duraznos, mascullabarabiosamente, aun cuando con devoción, las oraciones de su credo. Los domingosteníatertuliaconsusamigos:elbuenNicolásNáder,comercianteentelascomoEloi,de dulces ojos verdes y maneras melodiosas; el filosóficoMoisés Kuri, de gestosamplios, llenos de pasión, y el pequeñito, sinuoso, reticente Isaías Ábumrad. Losreunía en su torno solemnemente, sentándolos entre ricos cojines orientales yofreciéndolesconfiturasycafénegro,aromático,espeso,queeraunaverdaderagloriadelcafé,atiempoquefumabasuburbujeantenargilqueluegoibadebocaenboca,envolviendoensusvolutasazuleslosvenerablesrostros.

—¡El bribonazo de Eloi muy buenos negocios que ha hecho…!—comenzabaAbumrad,frotándoselasmanosantelahumeantetazadecafé.

—¡Muybuenos,elinfeliz!Eloi sonreía entoncesdiscretamente entre susbarbas,un tanto enfadadopor las

expresiones«bribonazo»e«infeliz»,queleparecíandichasconmalaintenciónysincomedimiento en labios de Abumrad. Los ojos de Náder recorrían con dulzura a

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todoslospresentesparacaerdespués,comounrubor,sobrelasgolosinas:—Nopuedequejarse,ciertamente—musitaba.LasmanazaspeludasdeMunzurseagitabanenelairepararubricarlaobjeción:—¡Sehacealgo,hermanos.Muypocoenrealidad!—decíalastimeramente.Ésteeraeltemahabitualdelasconversacionesenqueparecíareiterarsesiempre

un secreto anhelo: saber el monto efectivo y cierto de los negocios que cada unorealizaba,puessibieneraobligatoriodeclararalfiscolasutilidades,todosellos,sinningunaexcepción,elprofundoyhumanísticoKuri,el sagaz Isaías, todos,mentíanhonestamenteycongrandesenvoltura.Conversar,entonces,eraunjuegoagradable,plácido,comosilaconversaciónformasetambiéndentrodelnegocioy,¡quiénsabe!,alamejorungiroindiscreto,unapalabranomedida,arrojabanlaluzindispensableparaconocerlossecretosdeEstadocomercialesdecadacual.

—¡Esprecisoquehablemosconseriedad,Náder!—dijoAbumradciertavez,alasalidadeladominicaltertulia—.¡Espreciso!

(Habíasidouna tertulia—NicolásNáderno laolvidaría jamás—,enqueIsaíasAbumrad estuvo extrañamente agitado y nervioso, conversando como con cólerareprimidaymirandoatodosfijamente,comosiseaproximaseunagrancatástrofe.)

En seguida Abumrad le hizo a Náder el relato minucioso y detallado de unamonstruosamaquinaciónurdidaporelpérfidoEloiMunzur,quiengraciasaciertascombinacionesenelBancoSiriolibanés,dejaríaatodosenlamiseria,lospondríaaldescubierto,lesarrebataríasucréditoysuscapitales.

—¡Nosarruina,Náder!¡ComoquemellamoAbumrad!CuandoaparecióÁlvaroCamposanteIsaías—¡sabeDioscómodieronconél!—

tenía el mismo rostro de hoy, si acaso un tanto más joven. Pero el mismo rostroimpasible,desantoderetablo,introspectivo,dehombremuyinternoycomovíctimadealucinaciones,impresiónque,probablemente,dieransusojosestrábicosqueveíanen forma indirecta, como conversando con no presentes interlocutores. Abumrad,fría,sencillamente,sinparpadear,ofreciócincomilpesosporelasesinatodeMunzur,despuésdeunadelantoporcincuenta,debiéndosecobrarel restoencierto lugar—dondeestaríaNáder,aquienCamposharíaentregadeunacarta—.NoseleocurrióaCampos leer la carta («si le digo a usted, explicaba a Santos, que fui muy tonto,verdaddeDios»),quedecíaasí:

“AmigoNáder:”Elportadordelapresenteeselinfameasesinodequehemoshablado.Encuanto

comparezcaanteti,esprecisollamaralapolicía.Inútilrecomendartequedestruyasestasletras.Tuyo:Isa.”

Álvarocumpliósucometido«limpiamente»,decía,ysepresentóparacobrarsusemolumentosanteNáder.

LosdulcesojosdeNáderseclavaronsobreladesmedradayhambrientafiguradeÁlvaro Campos. Tenía el libanés tal aspecto bondadoso, agradable y tierno, queCamposnoabrigólamenorsospecha.

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—Yatedaré,hermano.¡Aguardaunmomento!…Náder no tembló, no se puso nervioso, no sufrió el más insignificante choque

cuandodelauricularbrotó,gangosa,latelefónicavozdelcomandante:—Sí,sí,atodovaporvamosparaallá…¡Entreténgalo!La prensa se condujo de unamanera angustiosa, de pesadilla, presentando los

hechoscomonohabíanocurrido(grandescasascomercialessiriolibanesasoperaronel milagro) y totalmente diversos. ¿Qué iba a hacer el pobre Campos contra unainstitucióntanrespetable,detantopesoenlasociedad,él,unasesino?

Cuandohoy,enlasIslas,SantosaparecióenelcuartoqueÁlvaroocupabaenlabarraca,éstelorecibiócomohabitualmentetratabaatodoelmundo:repitiendoalpiedelaletra,decaboarabo,elartículodelaleyquelofavorecíayconelcualpensabaeludir la condena de treinta años. Era un artículo seco, frío, en lenguajeincomprensible, donde se hablaba de «retroactividad», de «jures», «factos» ynocionesbizantinas.

Despuésdeesterecitado—lavozgrave,misteriosa—,contócómoporlasnochesy bajo su camastro, mugía un raro animal. Era, sin duda, una vaca sagrada quefiguraríaenlareligióndelossiriolibaneses,oalomejorelespíritudeEloiMunzur…PorqueÁlvaroCampos,desdehacíatiempo,noestabacompletamenteensuscabales.

Santos se recostó sobre la arena mirando el alto cielo lleno de estrellas. Unapesantezabsurdahacíadesusmuslosdosmasasinertes;delasplantaslesubíaunfríomolesto,demetal, y el cerebroprincipiabaano tener lucidez, comosi la fiebre sehubiesedesatado.«¿Serálaepidemia?»,pensó.

EnlaoscuridadoíaselavozsuplicantedeElBurro:—¡Tusdientesdeoro,manito!¡Antesdequetemueras!

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XI

Enun rincón de la barraca demujeres, Soledad lloraba sin descanso.Los cabelloscastaños le caían por encima de la frente inclinada, y parecía como si en lugar delágrimasfuesenlospropioscabelloslosquébrotabandesusojos.Lasdemásmujereslaveíancon indiferencia, sincomprender su llanto,aunquenoporello lescausabamenosmolestiaeirritación,puesSoledadtenía,enefecto,esavirtud:ladeprovocarcoraje y todos los sentimientos contrarios a la pena o a la lástima.No era posiblecomprenderqueuncorazóncomoel suyo fuesecapazdeabrigarungrandolor; sepensabaunpocoenunacosa inanimadaycomoanimala laquepodíagolpearseyofendersesinconsecuencias,sinungemido.Poresosullantoeraindebido,chocanteydabacóleraoírla,lamismarabiaquedaunremordimiento.

¿YcuálpodíasereldolordeSoledad?Hayqueimaginarlapenadecuandolascosassequiebransinremedio.Entonceselespírituvagasinconsuelo,sequebranta,ylavidasetornadelágrimas,deahogadosgritos,deunsollozarsinlímites.

La barraca de mujeres era un cuarto estrecho, de madera, con piso de tierrahabitado a la sazón por seis colonas, agregando a las cuatro anteriores, las dos«nuevas»:RosarioySoledad.

Enlasparedes,porencimadecadacamastro,habíaretratos;viejísimosretratosdeRodolfoValentino,cuandofiguróenSangreyarena(alguienhabíaconseguido,yloguardabacomounaalhaja,elretratodeJohnGilbert,enunbesofantásticoconGretaGarbo, y todas envidiaban ese retrato, como si fuese oro molido); funambulescasescenas de La malquerida y actitudes trágicas, arrebatadoras de Pina Menichelli,cuyoslargosvestidostenían,noobstante,lapicarescagraciadepermitirseatisbasenlosebúrneos(naturalmente«ebúrneos»,puesentoncesnopodíansermenosqueeso)senos.

Probablemente—conalgunasexcepciones—lasmujeresde la Islano teníanelproblemadelaabstinenciasexual,puesellaseranlasmásrequeridas.Peroelhechodenoestarenlibertad,elhechodeestarencalidaddereos,decolonas,creabaesteproblema.De esta suerte la liberación, el cumplimiento de la pena, la «salida»—aunque en la Isla no eran víctimas de restricciones—, se les presentaba como unaaspiración sexual; había algo de sexual en la nostalgia por «la calle». Por eso susrelaciones con los hombres, en la colonia, eran absolutamente insatisfactorias,amargas,mecánicas, sin alegría. («¡PorDios, yo ya quiero hacerlo en una cama!»,decíaLaMargarita.)

EnelcampamentodeArroyoHondoaceptabantodasellaselsultanatodeMacielporelprofundopavorqueéstehabíalogradoinfundirles.Maciellasposeíaporturno,sinceremoniasyellashabíanllegadoyaaeseescalóndeindiferenciaaquellegalaresignacióndelasmujerescuandocarecendeporveniryperspectiva.

—¡Yanollores,mujer!—excitabanlasdemásaSoledad.—¡Silomásnaturaleshacerloconunhombre!¡Habrasevisto!

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Levantandolosllorososojos,Soledadargüía:—¡Sí,peronoahora…!¡Noahora,Diosmío!Las demás mujeres se llenaban de cólera, sentían afrentada su feminidad, y

apostrofabanaSoledadconlospeoresinsultosylasmáscrudasbajezas.«¡No ahora!» Estas palabras tenían su sentido escandalosamente dramático.

Ahora: cuando el humillar su cuerpo, era humillar su amor. Ahora: que se sentíaelevadaainconcebiblesalturasyquesuexistenciahabíaencontradounsentidoyunameta.

¿QuépensaríaRosario?(Rosariosinduda,nopensaríanada,peroatalgradoSoledadhabíahechodeella

un ideal amoroso, que le atribuía los propios sentimientos y problemas que ellamisma,Soledad,teníacomosuyos.)

¿Nosetratabaenrealidaddeunatraición?Heaquíqueporprimeravezdeunaenfermedadbrotabaelamor,reivindicandolo

desviado,haciendodignoloenfermo.Ydepronto,lascosasnormales,lasrelacionesequilibradasysanasentrehombreymujer,deshacíanelamor,locubríandemanchas,rebajándoloyhaciéndoloperdersuprimitivoypurosentido.¡CómoodiabaaMaciel!¡Cómoodiabaaaquelposeedorinsensibleybrutal!

Había poseído a Soledad en la primera noche, colándose en la barraca con uncinismo inaudito (las demás mujeres permanecieron silenciosas, casi sinestupefacción, comentando entre dientes). Al abrazarla, haciendo burla de susdefectos,habíaagregadounaspalabrassobrelacomunista,esdecir,sobreRosario,aquientambién«selasentenció»:

—¡Ynocreasquesemeescapa!—decíasacudiéndose—.¡AunquenoquieraElChato!

Soledadsentíaunainquietudtremendapor lasuertedeRosarioaquí,enArroyoHondo,amerceddeloscaprichosdeMaciel.Laimaginabayaenbrazosdelabestiayeldolorquesentíacasileparalizabaelentendimiento.

Súbitamentedejódellorar.Loscelos,decualquierclasequeéstossean,semejanunríodelavahirviendo,sinbrújulaniseñales,quetodoloarrasayescapazdellegara losextremosmás inconcebibles.Algoextrañoyqueparecíaa lavez transformartodosudolor—ytodassusaspiraciones,algo,sisequiere,análogoalallamavivazyenloquecidaquehadealterarlosprocesosdelhombrequedecidesuicidarse—alterópor completo el rostro de Soledad. Sus ojos fulguraron como resplandeciendo aimpulsosdeunafuerzasatánicayselevantódelrincóndondesehallabaparasalirdelabarracademujerescondirecciónalmonteoscuro.

El campamento estaba en paz. Las luciérnagas se apagaban y encendían comocosiendolaoscuridadconsuvolublefosforescenciaqueparpadeabaaquíyalláenunempeño ingenuo de hilvanar el espacio. Arriba, las constelaciones parecían unaréplicaalsusurrantemundodelatierra,asudormirconunojo:semisueñocreadordevivos universos y tangibles mitos. Sobre el azul profundo, nocturno, del cielo, se

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destacabanlasnegrascopasdelosárbolescomoturbiosencajesdeluto.Elairenosemovía;sehallabadetenidocomosi fueradeaguaenunestanque,comosiquisierarepresentarvivamentealsilencio,alasoledaddefinitiva.

—¡Temblorino,Temblorino!—sonólavozsingular,muyrara,deSoledad,juntoalabarracadehombres.

Bajo su espantosa piel de sífilis y purulencias El Temblorino se estremeciórudamentecomounsueltomanojoderesortes.

ElTemblorinonodormía.Pensabacon torturaensuúltimoyrecientedíaenelmonte, de «hachero». Cómo fue abandonado por todos y en los momentos máscríticos de su epilepsia, alguien, un hombre oscuro que estaba ahí al otro lado,trabajando, lo dejó comoperromientras unamujer fabulosa, de pesadilla, como elagua en el desierto, aparecía… ¡La salud! ¡Todo lo que ello significa! Laesplendorosacualidaddereírse,degritarconelpechoabierto,mirandoalasmujeresde frenteycondesenvoltura.Loshombres sanoseran seguros, altivos: la salud lesdabaunprestigiovulgaryorgullosoqueleshacíaponerlospiessobreelsuelocomodesafiandolascosasmásfatales,lasmásunidasaldestino.Peronadie,enelfondo,podíasersano.Porquelaenfermedaderaunanociónmáspróximaalamuerteyporesomásverdadera,yquiencontradijeralamuertenopodíasersinouninsensatoyuniluso. El enfermo no tenía altivez, ni osadía, ni insolencia, por saberse más encontactocon lo trascendental, lo lejanoyperdurable, lamaldiciónprofundayviejaquepesaba sobreelhombre. ¡Ypensarque losenfermosdebían inclinarse sobre símismosybuscarsusgoces,sussueños,susesperanzas,enlospiesyenlasrodillas,en el mundo de abajo, mientras los sanos tenían un sólido universo por enfrente,dondelasvoceseranlimpiasylossonidospuros…!

Escuchó la voz de Soledad sin entenderla, como algo venido de otro planeta.Salió de su cuarto para ver cómo la sombra blanca de la mujer lo llamabaquedamente,condudas,ycomosiestuvieseciego,temblequeando,enunaignoranciaabsolutaconrespectoaloquepasaba,lasiguióporelmontecomounsonámbulo.

Cuando Soledad se echó al suelo, natural y resignada como una bestia,invitándolo, El Temblorino no pudo comprender. Sonreía pero hubiese queridotambién llorarmirando losmuslos sombríosyel rostrovuelto, sobrehumano,de lamujer,enloquecidaderepugnanciaydolor.

—¡Anda!¡Noseas«guaje»!El Temblorino enjugó una gota inmensa, larga, de saliva, que colgaba de sus

labiosgruesos,ysearrodillóantelamujercomoagonizandodealegría.Allá abajo en la playa,mientras tanto, dos hombres conversaban con emoción

cosasquedebíanserimportantes:—¿Noseráunacosainsensata?—preguntabaErnesto,dubitativamente.ElrostrodeElMilessehacíaamplio,bueno,conlafrancasonrisadenegro,de

negroblanco,consuscabellosrizados,sunarizanchaysusojosfuertes.—¡Bah!

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LosgolpesdelmarseoíancualunalenguadeDiossobreunpaladarsinfondo.Debían ser los dioses en efecto o el coro de los dioses, o el destino de los dioses.Llegabanalaplayaparamorderlaysereplegabanenseguidasobresí,penosamentesumergidos, obedientes a una orden secreta y terrible que alguien dictaba desdeabajo.

Ahí enfrente—¡Dios sabe a cuántas millas!— estaba San Blas: un puertecitoligero,evocador;puertode indioshuicholes,quecaminabanpor lascallesarenosasmostrandosus suntuososharapos (llenosdebordadosydehermosasgrecas),y suspiernas flacas, negras. (Caminaban también, después, hasta Guadalajara, dondepedían limosna en las calles.) ¡Cuánto no soñó ElMiles con San Blas! ¡Desde elprimerdía!Yahí,aunascuantasmillas,conunesfuerzodescomunal,disparatado,peroheroico,podríallegarse.

LaVictoria hacía doce horas de las Islas a San Blas, conducida por el patrónGalindo. Era una embarcación alegre, sonora, que regresaba cargada de cocos, deplátanos, de tabaco, con su patrón tostado,mostrando los dientes blanquísimos, demarinero. ¡Y entre Tepic y San Blas, las enormes, ordenadas plantaciones de laBanana Fruit! (Los jueves, a medio día, un Roadster manejado por cierto gringoingenuollegabaapagarlarayadelospeones.)

LaVictoriahacíadocehoras.Doceinmensashoras.—¡Yopuedonadarmásdeveinticuatro!¡Hastacuarenta!—explicabaElMiles.Yen efecto,ElMiles ensayó todas lasnoches, en laplaya.Se arrojaba almar,

negroydudoso,pararegresaralamanecer,hundidosloshombrosdefatiga.—Ya «mérito»—le decía a Ernesto que aguardaba siempre lleno de temor y

angustia—.Cuandonomecanseestálistoelasunto…Cuandounavez,alamanecer,tornósinfatiga,fresco,dijoresueltamente:—¡Mañanasí,decualquiermanera!YErnesto,comohoy,hizolamismainfantilpregunta:—¿Noseráunacosainsensata?Sí, ¿no sería insensato?Ernestomiraba aquel rostro amigoy leal, cuyos labios

mostrábansesonrientes,peroconunasonrisaabsurda,cualsiporalgosintieranunagranpena.

Unamanoancha,honradísima,lamanodeElMiles,estrechólasuyaconfuerza,conhondocariño.

—¡Hastaluego!Ydespuésdeunavacilacióndeniño,sonriendosiempre:—…Oadiós…¿Seríaposibleeseadiós?El cuerpo de ElMiles hendió el agua, casi sin ruido, acariciadoramente. ¡Qué

ruidoextraordinario,sencillo,comosifueraunapalabra!Parecíaqueunapiedramuyfina hubiese caído sin aliento, llena de humildad, hasta con fervor, para hundirsesalvandolostropiezos.

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Ernestopermaneció largo tiempoen laplaya, sinapartar losojosdelmar.Veíaaquellanegruramovedizae imaginaba lasbrazadasenérgicasdeElMilesenosadoviajeaSanBlas.¿Nohabríasidoinsensato?¿Yaquelsonidolargo,lastimero,queenesos momentos se escuchaba, no habría sido un grito? ¿O serían las olas? ¿O lapropia inquietud de Ernesto que no soportaba la pena, la angustia y lospresentimientosdentrodelcorazón?

Haciendo losmayoresesfuerzos, sin respirar,escuchóel rumorde lasolas.No.Nadahabíaocurrido.

Tranquilo,conpasosenérgicos,regresóentoncesalcampamento.Todo era agitación en el campamento.Los hombres iban y venían, alumbrados

por hachones, formando presurosamente en filas ante la figura descomunal de ElChatoquellevabaungranlátigoenlamano.Lasmujeresseagruparonporseparado,embozadas.Rosariosecubríaúnicamenteconuntraporaídodentrodelcualcobrabaun extraño aspecto de peregrina, con su aire ausente, de enfermiza meditación yabandono.

La figuradeElChatoera imponente.Losojosque teníaeran losojoshelados,inmisericordes, que adoptaba en los momentos de mayor gravedad, apretando loslabiosycomocontrayendosuanchacaradeídolo,trastornadaporlarabia.Perobajotalrevestimientoseagitabaunapasióninsólita,deaparienciascontrarias.Algohabíaque otorgaba un sentido nuevo a lo que iba a suceder, dándole característicassorprendentes.ElChatosentíacómounafuerzadinámica,inherenteasu.poder,ibaaafirmarlo, a proclamarlo con la misma efectividad que una palabra o una cariciaoportunasinfluyenparareforzaralhombrefrentealamujer.

CuandotodosloscolonosestuvieronformadosElChatoordenóaMacieltrajeseadoslamentableshombresqueyateníanahí,codoconcodo.Eranlos«remontados»aquienesElChatodescubrióenelmonte,cuandointentabantomaraguaenelarroyo.

Losrostrosdelos«remontados»estabandescompuestosporlacongoja.Mirabanen su torno como si todos los presentes fueran enemigos y el mundo estuvieraconstituido sólo por capataces, por vengadores, por gentes de odio. Algo queríanbalbucear,noobstante.Sindudase tratabadealgoesencial,superioralpánico,porencima del miedo. Los espantosos labios de ceniza, como hígados secos, apenastenían vigor para temblar, empavorecidos. Sin embargo un hilito de voz salió delpechodeuno:

—¡Queremosagua,mijefe!Antesdequenospeguen…Elotrocayóderodillas:—¡Sí,patroncito…!En las filas de los colonos hubo un movimiento de burla. Tratándose de dos

homosexualesloscolonosnopodíanverlaaventurasinsarcasmo.Experimentaban,quiénsabeporqué,laimpresiónatrozdequeaquellagenteeraincapazdesufrir,desentirpenas.Sereferían,condespreciativaironía,alos«novios»,ala«lunademiel»yotrascosasporelestilonoconmoviéndoleselespectáculodelospobreshombres

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sedientos,aterrorizados,conlosojosgrandesdeangustia.En el fondo de su fría cólera El Chato guardaba una presentida, descabellada

felicidad.Golpearalos«remontados»era,asumododever,comounadeclaracióndeamorparaRosario:ibaahíademostrarsumasculinidad,suhombría,supotenciademachoaguijoneadaporlamáslegítimaindignación.

—¡Queremosagua,mijefe,porfavor…!—¡Quéaguaniquélatiznada!Delmismo sitio en queElCharro fue colgado izaron a los otros dos hombres.

Rosariocerró losojos fuertemente,entonces,comosi tuvieraun insoportabledolordecabeza.

Marcos y Ernesto estaban juntos, en las filas —en cuanto Ernesto llegó alcampamentoseleobligóaello—,yensuspechosbullíandossistemasdiferentesdemiedo, de emoción, de cólera, de rebeldía. Con ese prodigioso sentido de laadivinaciónqueproporcionaelamor,Marcoshabíallegadoalaevidenciadetodoloqueestabaocurriendoenel insospechadosubsuelode losacontecimientos.Rosarioeraahíelpersonajecentral,lafiguraeje.PorlasmismasrazonesqueElChatoibaagolpear a los «remontados» —Marcos estaba seguro—, esto es, por el amor deRosario,porelfrenéticoyyaciegodeseodeaproximarseaella,Ernestotambién,asuvez,protestaríaporelespectáculoinfame,diríaalgunapalabra,prorrumpiríaenungrito. Y por esas mismas razones —ya no terminó de pensar esto— él mismo,Marcos,dabaahoraestasvocesroncas, temblorosas,queparecíanuncataclismodesentimientosencontrados:

—¡Yoprotesto!¡Protestamos!Al mismo tiempo que gritaba un pensamiento oscuramente feliz cruzó por su

mente:«Esqueestoyenamorado,esquelaamo».Ernestosintióungolpedeasombroydesconciertoaloírlavozdesucompañero.

Enuninstanteveloz,superioralrayo,alaelectricidadyacuantopudieraimaginarse,condensó todas sus observaciones, todos los anteriores gestos; se reprodujo en sumenteaquellamiradacolérica,turbia,deMarcos,enlabarca,cuandodescendíandelProgreso y las cosas aparecieron ante su espíritu con singular claridad —«luegotambiénlaquiere»—porquenuncacomoeneseinstantesehabíanusadohechosnilenguajemásinversosparaexplicar,paradialogartanexcluyentesextremos:amorycastigo, protesta y amor, Ernesto, Marcos, El Chato, Rosario, todos revueltos,yuxtapuestos,mientrasadospobres«remontados»miserables,humillados,selesibaatorturarcomounmeropretexto,comounamerareferenciaalapasiónsubterránea,espesa,sofocante.

Rosario apretó aún más los ojos. Su conturbado espíritu apenas adivinaba lainhibidarealidaddeesosinstantes,perosintiólosgritosdeMarcoscomounacaricia,comoalgomuysuaveylentoqueselehubiesedichoaloído.

—¡Nolespeguen!—exclamótambién.ElChatoesperabatansóloestegrito.LasvocesdeMarcosnoloalteraronnile

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causaronindignación,antesbienciertodespreciollenodeburla.PerolaprotestadeRosario tenía una calidad diferente que lo humillaba, que parecía arrebatarle algomuyquerido.Entonces,depuroscelos,ajenoenrealidada loqueestabahaciendo,empezóadescargarsulátigoconrabia,furiosamente,sobrelos«remontados».

Ninguno de los tres «políticos» pudo protestar entonces. Algo los aniquilabacomo si un gran desconsuelo les hubiese aflojado los músculos y paralizado lavoluntad.SesentíananteElChatocomoanteuninimaginablevencedor,comoanteunamontañarotunda,negraportodoelodiodelatierra.

Debían ser cien los azotes y El Chato tomaba un gran impulso para darlos,dándolosconlentitud,concalma,gravemente,comosisetrataradeunritual.

Laluna,queporesetiempoaparecíaenlamadrugada,comenzabaatrasponerlosárboles.

—Uno.Lashojasmásaltasdesprendíanse,cayendoconunagraciadetenida.—Dos.Elarroyohabíaganadoenclaridad,endiáfanosrumores.—Tres,cuatro,cinco…Por las proximidades del puente Soledad y El Temblorino, renqueando, subían

unapenosacuestatodacubiertademalezas.—Siquieraqueyanosvaaalumbrarlaluna—decíaSoledadamododeconsuelo,

cuandotropezaba.Conducía a El Temblorino de un brazo lanzándole a cada momento soeces

insultosporsutorpeza.ElTemblorinogruñíatorvamentesinquesepudierasaberapuntofijoloquedeseabaexpresar.

Soledadsemostraba tranquila.¿Quépodía importarleyanada?CuandoMaciel,mañanaopasado,seintrodujeraenlabarraca,porlanoche,Soledadlorecibiríasinresistencia.Sí,quellegara.Quellegaraaesafuenteenferma,aesenidooscurodondepalpitabancuerposdemoledoresy tenaces.AmbosmoriríancarcomidosporaquellavirulentalepraosífilisdeElTemblorino,queSoledadtransmitiríameticulosamente,con detenimiento frío y atento.Algunos seres diminutos,mitológicos, a quienes lamuerte daba vida, caminarían ya por los fondos de su ser, doblándose,multiplicándose, para minar los límpidos tejidos, las tersas superficies internasbañadas por la cálida linfa y defendidas pormillares de impotentes glóbulos.Unamanoheladairíaavanzando,tenazeinexorable,sinbarrerasniremedio,hastainvadirelcuerpoyacabarconesesoplo,esealientoirrealqueeslavida.YMacieltambiénse iría encorvando, iría cayendo como un árbol viejo y hueco hecho de tierramalolienteypodrida.

La vida de Soledad estaba rota, sola, completamente abandonada ya. No seatrevería jamásamirardefrenteaRosario,yanopodría iniciarnunca,otravez,sucaminodepurificación,dealadapenitencia.

Sedetuvieronalmirar el campamentoenagitaciónyaElChatogolpeando sin

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piedadalosdoshombres.—Handeserlos«remontados»—comentóSoledad.ElTemblorino respondióconungemidoy sualmaprimitiva se llenódepavor.

Imaginabaqueaéltambiénleimpondríanuncastigoyelmiedoqueestoleinspirabareducía su recuerdodelplacer a lasmás insignificantesproporciones, sinque, antesus ojos, la magnitud de las reprimendas correspondiese a la magnitud—siempreinferior—delgocequeSoledadlehabíabrindado.Unmundodepánicosepresentóasusojos;unmundoinquisitorialmentefrenético,delocurasincauce.Loazotarían,logolpearíanaél, con sucuerpo llagado, trémulo, con suenfermedad; a él,unpobrehombrepisoteadoporlavida,cubiertodeinfamia.

Pataleandoenelmonte,comounaalimaña,corrióhaciaelcampamentosinqueaSoledadlefueraposibledetenerlo.

—¡Espérate,porDios!PeroElTemblorinoyaestabaalospiesdeElChatogimoteandoelperdón.(Todo estaba perdido. Todo había sido en vano. Alguien, quién sabe dónde,

removíalosdestinosylosencharcaba,haciéndolosnegros,imposibles.)Cuando vieron aparecer a Soledad, en seguida de El Temblorino, todos

comprendieronloquehabíaocurrido.Macielsepusolívido,desencajadoysinlamenorconsideraciónsearrojósobre

Soledadcubriéndoladepuntapiés.La escena era grotesca como esas «pantomimas» de circo que son

simultáneamentelúgubresycomorisueñas,comodecarcajadaenmanicomio:enunextremo El Chato, con el látigo en la mano, que parecía un domador vestido depayaso,enelotroMaciel,golpeandoaSoledad,agarrándoladeloscabellos,locualdaba a la pelea un aspecto de lucha entre viejas, y enfrente los colonos,desorganizados,mudosdesorpresa,mirandotodo.

ElChatosoltóunagranrisasalvaje,ysedetuvodeprontoconelceñofruncido.—¡Basta!—gritó.Paseó la mirada por todo el conjunto y como por milagro aquello se puso en

calma.—¡Basta!—repitió,aunqueyaerainnecesario.Ydespués:—¡Éstosprimero!—dijocomoconsorna,señalandoalos«remontados».Quince,diezyseis,diezysiete…

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XII

DesdequeaPrudenciolollevaronalhospital—destrozadoyconunafracturaenelcráneo—,lehabíacrecidolacabezadeunamaneraextraordinaria.Setratabadeunacabeza ancha, descompuesta como por un espejo convexo, en la cual los cabellossurgían ásperos, difíciles. En realidad habíamuerto y hoy era un niñomedio azul,olorosoamercuro-cromo,conunairelevementesiniestroquerecordabatermómetrosdehielo,dolorosaspinzasdentalesyvendasinfinitas:materiastodasdeenfermedad,de quirúrgica locura. Le había crecido la cabeza como si este crecimientocorrespondiese,enefecto,altrastornointerior,menudoyfino—apenasdemínimasraíces, arbolillos de arterias—, donde las cosas ocupaban ya otro sitio. Suspensamientos, dentro de la crecida cabeza, eran de una calidad extraña, borrosa,llenosdeinverosímilesposposiciones.(Laredoeraunaciudadaplastadaycenicienta,deperrosflacos,queseechabanalolargodelacarreterainternacionalparaverpasara los gringos con sus cámaras. Luego las lentes eran gruesas, descomunales, y através de ellas se veían los huesos de las manos, como por rayos X. En generaltambién caían rayos, en Laredo, durante las noches de tormenta, cuando el vientoaullaba: «Jesús, Jesús», y los niños esperaban algo de San Isidro el Labrador, queponíaelsol.¡Ah!¡YLaTejanita!)

LaTejanita—comole llamabanenLaredo—era lamujerdePrudencio.Usabaun español descompuesto por chocantes neologismos (binses, en lugar de frijoles,bonche,enlugardeconjuntoogruponumeroso—«habíaunbonchedegente»—,ygirosporelestilo),yuninglésrudo,sinbelleza,llenodefuriososapócopesydelquese valía para comprar objetos en las tiendas del «otro lado».No obstante eramuygraciosa, con su naricilla respingada y sus pecas, sus ojos azules y sus vestidosdeportivos.

LaTejanitaestabaencintacuandoPrudenciofueaprehendidoenlahuelgageneralde Reynosa y de ahí enviado a las Islas Marías. La blanca norteamericana cantóentonces,durantealgúntiempo,conciertanostalgiasorprendente(puestambiénlosgringossientennostalgiayescuandoelrostroselesvuelvecomomexicano),aquelhermosocorridodeCananea,queelladescomponíaarreglándoloparasusfines:

Loagarraronlos«sherifes»alestiloamericano…

YmirabatristementelagristierradelNorte,vieja,llenadevegetalessecos.Alagringuita,«selehabíapegadoMéxico»,comodecíalagente.Ensutierra,la

impersonal Texas, llevaba una vida simplísima, sin profundidad, vacía y frívola.EstudióenelTrinityCollegecon jóvenesmaestras inteligentesybuenasqueno ladejaban tomarcafénegro.Más tardepasóa laescuelasuperior,dondeunosrígidosseñoreslahacíanleeraShakespeareyaCicerón,aMiltonyaVirgilio.(Aprendióahí

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tantascosascomoaquellodelamanzanadeNewtonyelarbustocívico,esemanzanoenaltecedor,deJorgeWashington.)Peroenlastardes,acompañadadesuinseparableAlice,unacompañeradeestudios, leíaenfrascada lashistoriasdeMarkTwain,queentoncestodavía—enelpináculodesugloria—eraconsideradocomo«peligroso»e«inconveniente».CuandomisterRobinson,eldecanodelaescuela,lasdescubrióenunaocupacióntanimpropiacomotaleslecturas,ellasseconfundieronasustadas,peroel decano celebró la ocurrencia informando que «él también» leía al peligrosohumorista.

—¡Oh,sinohaynadacomolasanécdotasdeMcMurray!—agregóentonodeenterado,entrecerrandomaliciosamenteunojo.

Después de que cursó el bachillerato, La Tejanita se convenció de la graninutilidaddetodoaquello,puesnohabíaadquiridoningúnconocimientodelascosasysuvidacontinuaba tansinexplicacióncomoalprincipio.Noobstanteni siquierallegóasentirtristeza,porquenohabíarecibido,enrealidad,educaciónparasentirla.No tenía novio pero sí una gran cantidad de amigos alegres, bulliciosos, tansuperficialesyvanoscomoella:estudiabancarrerasinverosímiles,comoporejemplolacarreradeinventor,odevendedordecoches,profesionesenlasque,sinembargo,creíancomoenlaBibliayenlagrandezadeTeodoroRoosevelt;bailabanconfrenesíy eran chicos felices, sin complicaciones, que probablemente triunfarían dentro dealgúntiempoyseharíanmiembrosdelRotaryClub;tambiénLaTejanitaserelacionóconalgunosmexicanosdeSanAntonio,extrañísimosquedecíanignorarelespañolytenían los nombresmás divertidos delmundo: Jack Pérez, TonyGonzález y otros.Eran unos mexicanos bien puestos —mucha grasa en los cabellos y modalescomedidos—, que se emborrachaban dramáticamente los quince de septiembre(«LonglaifMécsico»,«LonglaifAmérica»).LosTonyGonzález,apesardetodo,lehicieronsentirunacuriosidadhumanamuysingularporelpaísqueseencontrabaalsurdelRioGrande(¡Oh,elSur,conpalmeras!)

Llevadadeestacuriosidad,ciertodía,hizounviajeaNuevoLaredo.Llegó en una de esas mañanas polvorientas de Nuevo Laredo, una de esas

polvorientasmañanasdeAméricaLatina.(Principiabaahíunacosanueva,dedoloresviejos,queparecíanpartirdelosanimalesmásantiguos,delasiguanas,osino,delasplantasmástristes,delosnopalesyloscactos.)Elsolcaldeabalaciudaddondelaspequeñas casucas parecían humillarse aún más bajo el peso del cielo. Los niñosmorenos y ventrudos, flacos, salían a la calle con los ojos turbios de pereza y deanemia,parajugarenelpolvoatroz,encenizándoseelcuerpo.Lasmujeresdesenoscaídosespantabanconfatalidadynegligencialasfuriosasmoscasquezumbabanconrabia,hambrientas; losperros—muchos,una«infinidad»,comodecíaelpueblo—,abrevaban en los charcosde lodo, aprensivamente,mirando con temor a derecha eizquierda;losmendigosclamabansocorroeninglésalosturistasyanquis,procurandoaterrorizarlos con sus llagas; los agentes aduanales, con trajes blancos, de verano,bebíancervezaheladaenalgúnbar,yenlosburdeles,lasprostitutasseofrecíanalos

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desaprensivos norteamericanos, de larga nariz y gorra clara, por un dólar toda lanoche.

—¿Quépodíaanimar,latir—pensabaEveline,LaTejanita—bajounasuperficietan sucia, tan indiferente, tan llena de abandono? ¿Qué podía ser ese pueblo taninclinado,tanagachadoyfatalista?

Cuandoellallegó,unamultitudcasiimpedíaelpasoenelPuenteInternacional.Eran obreros que del lado mexicano llevaban pantalones de mezclilla y pañuelosrojosalcuelloydelladoyanqui,ibanvestidosconcamisasblancasysombrerosde«carrete».

(«Whatisthis?Oh,thefirstMaydemostration!»)Se daban apretones de manos y sonreían, comprendiéndose. En seguida

comenzaron los discursos, en inglés y español, que los oradores pronunciabanseñalandoalcielo.

Prudencio hablaba con unción (después se conocieron, y Eveline veía sus ojosnegros, llenos de verdad) y lo que decía parecían brasas, brasas religiosas, derevelaciones simples y profundas, donde estaba el mundo entero. Ahí fue dondeEveline comenzó a conocerMéxico, y a adivinar su sentido subterráneo, lleno deesperanzas,bajoaquellapielsuciatristísima,queeranloshombresdelpueblo.

Prudencioleexplicabalascosas,después,llenodepasión,yestoúltimo,lapasión—la capacidad de amor y sufrimiento— le dio la clave del extraño, doloroso,inmaculadopaís.

¿Por qué, sí, no renunciar a su bachillerato? ¿A su carrera de «inventora» ocomerciantedecoches?¿AsuhigiénicaescueladeJorgeWashington?Prudenciolacautivabaporsuconvicción,porsulirismosocial,porsuinglésllanoyantiliterario,porsuverdadcalientequetranscurríacomounarroyooculto.

ConsajonatenacidadestudióespañolenleccionesdulcesdePrudencio.Más tarde se hizo su mujer, «su compañera» (la mujer de un “mexican

revolutionary’’,escribíaasusamigas).Prudencio tenía hoy en la cabeza un mundo vuelto al revés. Sentado como

siemprealaspuertasdelhospital,enlasIslasMarías,hacíafigurasenlaarenaconeldedotenso.Estabaconvencidodehabermuerto.Searrojódelabarracaparamoriryahoracomprendíaquelamuerteeralavida,elsimpleolvido,paranacerenunmundonuevo e igual, como penitencia. Dios no existía —porque de otra manera ya lehubiesevisto—,perolavidaeternasí.Evelinehabíadadoaluzunniñoyeseniñoera el propio Prudencio, que se sentía pequeñito, infantil, pobre, fuera de esahabitaciónqueerasuantiguocuerpo.Entoncessepalpabalasparedesdesuser,eseadobe carnal de que estaba hecho y no cabía en sí de asombro al advertir lasdimensiones.Luego¿quéeratodoaquello?¿Ysucuerpodeniño,elverdadero?¿Ysu madre maternal, amada, su Eveline, de quien tenía vagos recuerdos lúbricos?Cuando la razón volvía a su cerebro—la locura era intermitente, con reposos—,sumíaseenunatristezainfinita.Ensuexistenciahabíaunamanchaimpenetrable—

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desdeelmomentodesuaccidentehastaeldesuingresoalhospital—ydeesaparteno sabía nada, ignoraba todas las circunstancias. «¿Por qué estaré aquí, quién metrajo?»Ylamentequedabaenduda,sumergidaenelinfierno.

Riverita, el ayudante del médico, caminaba con sus pasos menudos y alegres,frente al hospital. Era un hombre lleno de optimismo, de baja estatura, algosanguíneo, afecto a la buena alimentación y lleno de amabilidad. Pasante demedicina,estabaenlaIslatambiéncomoreopolítico,porhabermilitadoenlasfilasdelgeneralVillarrealcuandoéstesoñabaconlevantarseenarmas.

—¡Quéhay,amigo!—exclamógolpeandofamiliarmenteelhombrodePrudencio—.¿Cómovaesacabeza?

Prudenciosehabíavueltopuerilypor lamenorcausa las lágrimasasomabanasusojos.

—¡Todavíaestoymuy«atarantado»!—dijoconlosojoshúmedos.Riveritaibaaresponderleperoreparandoenunoshombresquetraíanacuestasun

cuerpo,sealarmóyendoainvestigarconpremura.El cuerpo eranadamenosque el deElChale, negro, hinchado, respirando con

dificultad.—¡Elescorbuto,mijefe!—explicaronloshombresconiramalreprimida.Riveritameneólacabezaentrecontrariadoytriste:—Noledoymediahora—masculló.Repicólacampanadelhospitalanunciandoelnuevoingreso,conloquetodoslos

enfermosasomaronsusrostrosflacosparainquiriratravésdelasventanas.Parecíanlocos. Aunque en efecto, todos los enfermos de hospital tienen cierto aspecto delocos,degentenocabalniequilibrada.Lasmanosselesalargan,losojoslescrecenylasuñasselesvuelvenpálidasyamarillas.

También apareció por entre los barrotes, el rostro, extraterrenal ya, deRamón,queobservóconunasemiausentecuriosidadelcuerpodeElChale.

Ramón tenía la misma cara atroz de los demás enfermos, con las mejillashundidasylosojosdealucinado.Todaslastardesseponíaalaspuertasdelhospitalmirando con obstinación el horizonte y dando pequeños gritos de alegría, casiimperceptibles,quelollenabanalinstantedevergüenzaporloinmotivados:creíaverlafinarayadeunmástil,yelinmensoanhelodequeaparecieseunbarcolollenabadeansiedad,haciendoquesuespírituurdiesealucinaciones;yaelrizadohorizontedelasmareasaltasoya los sonidosmisteriososquesiempre seadviertenaorillasdelocéanoagitabansucorazóndetalmaneraquecreíallegadoelmomentodichosoenquelaembarcacióndibujasesuscontornos.

Elhospital seencontrabapróximoal farodesdedondeel«barcoa lavista»eraanunciado con unas campanadas. PeroRamón siempre oía en vano: el faro estabamudo,sinsonidos,sinesperanzayeran inútiles laspreguntasqueelenfermohacíaconinsistencia:«¿Anuncianunbarco?»,pueselmareraunmarsolitarioycomosincaminos.

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HizounagranamistadconPrudencioaquienconvirtióensuconfidente.Lacausade esta amistad residía en el hechodequePrudencio escuchaba todas las historiasconpacienciaysincomprender.Juntoaél,Ramónsesentía llenodeconsuelo;suspenas amenguabany la propiamuerteperdía su carácter inexorable, tornándoseunacontecimientosimple,regular,sinsolemnidadnitrascendencia.

DespuésdequeElChaleingresóenelhospital,RamónyPrudenciosepusieronaconversarenlasafueras,aspirandoconnostalgialabrisasalada.

Ramón repetía, tartamudeando, la historia de su vida. (Cómo se convirtióinvoluntariamenteencriminal,graciasaunodeesosterriblesazaresqueenvenenanlaexistenciadeloshombres;lapersecucióninmotivada,absurda,dequefuevíctima,pues en realidad nunca había tenido relaciones con la mujer de Matías —«elocciso»—,ysiésta«confesó»,debíase,sinduda,altemorquesuimpotentemaridohabíalogradoinfundirle.)

Con estremecida voz, luego, como si todavía sintiera espanto, le contaba aPrudenciolapesadilladelmastín,elfuriosoperroeducadoespecialmenteparadarlemuerte y que aparecía en todos los sitios, como una obsesión. Pero en lo que sedeteníaconempeñoeraenelrelatodesujurado:lasalallena;losguardias;elfiscaltremendo; el inepto y burocrático defensor; los cargantes fotógrafos de la prensa.(Más algo repetía insistentemente; algo que se refería a Julia, a la mujer del«occiso».)

Juliahabíaasistidoaljurado,pálidayterrible.Presencióelprocesoenteroconunalgodeenfermizoenlamirada,muda,consusdosojosdefuegoclavadosenRamón.Éste se atrevió amirarla y algooscuramenteprofético, al parecer vengativo, creyóadivinarahí,enesasdoslucesturbiasqueJuliateníabajolascejas.Aquellajoven—¡jovencomoellasola,consucuerpodecieloduro!—erainolvidable,saliendodelasangre,paradaenlamitaddelcrimencomounrelámpagoenmediodelatempestad.Enrealidad,Ramónentendíaqueciertoscelosposterioresdepartesuya,ciertovagodeseo apenas insinuado, cierta inclinación hacia Julia, habían determinado, en loremoto, su crimen.Porque cuando elmaridode Julia le atribuyó relaciones con suesposa—eneseprecisoinstante—,talesrelacionesempezaronanacerensucorazón.Sintióentoncesunagranpenaporquenofueraasí,comoMatíasimaginaba,almismotiempoqueundeseo inconfesodeque, algunavez, loscelosdelmarido llegaranatenerjustificación.(Mastodoestoeratandifícildeesclarecercomolapresenciadedeterminadosmicrobios cuando no se usa la coloración debida.) Su espíritu usabamáscara,una indulgentemáscaraqueantesímismo, inclusive,borraba losmóvilesverdaderos y echaba tierra sobre la interna, desconocida pasión. «¡Legítimadefensa!»,argüíatorpementeyconcansancioelabogadodefensor.Luego,alisándoseloscabellosentrecanos,principiabaundiscursozafio,conlaspalabras«micliente»atiempo que extendía la mano señalando el banquillo. Era el abogado uno de esosdefensores de oficio, sin brillantez alguna, sin honestidad, tonto y desaprensivo.Vestíapobrementeun trajegastadoy lustroso,que ledabaunaspectodeempleado

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subalterno.Acasotendríahijos;unoshijosflacos,yacasounamujer,regañonaydemalcarácter.Además,cuandoseaproximabaasudefendidodespedíaunfuerteolorasopa, apuchero, a fideos, y cumplía con susdeberes, sinduda, deseandoque todoacabara lomásprontoposibleydecualquiermanera.Estedefensordeoficio logróúnicamente que la suerte de Ramón se agravase —y a qué punto no habrá sidocuandofueincapazdelibrarlodelapenamáxima—,puessienalgunapartedesusvulgares periodos oratorios cobró fuego y apariencias de sincera indignación fue,justo, cuando, con los más vivos colores, pintaba la escena del crimen, losmartillazos,laalevosía,lapremeditación.

—Pidoindulgenciaparaestehombre—decíaconvozsolemne,formal,decaserooinspectordeltimbre.

Pero luego agregaba, elevando el diapasón, teatralmente, haciendo retemblar lasala:

—Paraestecriminalsinentrañas,paraesteinfrahombre,paraestehabitantedelascavernas, que esperó en un pasillo con la respiración en supenso, que entró enseguida en la alcoba, donde tranquila y confiada, la víctima dormía, que, etcétera,etcétera…

La «legítima defensa» —¡cuánta ironía!, pensaba Ramón— fue desde luego,indemostrable. ¡Veinteañosdesentencia!¿Enquépodíandistinguirsede lacadenaperpetua?

ApartirdesusentenciaempezóaocurrirenRamónunfenómenohartocurioso.Inmediatamente después del crimen no experimentó remordimiento alguno, antesbien se sentía sostenido por una serie de razones que lo justificaban. Un hechoelementalsaltabaalavistadesdeluego:denohabermatado,aélhubiesesidoaquienledieranmuerte.Peroamedidaqueeltiempotranscurría—yconmayorintensidadaúndespuésdeljuicio—unnuevosentimiento,sinprecisión,nebuloso,desplazabaalas razones anteriores, las hacía vacilar. Su crimen ya no era un crimen«desinteresado»,sinounactodondelapasión,subterráneayoculta,parecíaexigirsuderechoalavidayalreconocimiento.¿Enquéinstanteprecisosehabíafraguadoestainsospechadatransformación?Hoypodíaverloconclaridadmeridiana:enelinstanteenqueJuliaapareció;enelinstanteenquesumiradadefuegosehizopresente,enlasalaaquella,vastayfría,deljurado.HoypodíaverloalmostraraPrudenciolacartaqueJulialeenviaraalasIslas,adespechodelosañostranscurridos.

En las manos de Ramón el papel de Julia temblaba, grasiento y viejo: «…ComprendíquetequeríadesdeelmomentoenqueMatíasteimaginabasurival.¡Eratanfuerteaquello,tanatrayente!¡Tú,ynootro!¡Quéclarividenciadeenfermo,ladeMatías!¡Quédestinoelsuyo!Paramínoerasnadieantes.Perodesdeesemomentocomenzaste a tener un sentido; mi existencia, mis días, mis horas, transcurríanpensandoenti,yenesaculpaanticipadaqueyaestábamospagando:tú,perseguido,loco,sindescanso;yo,martirizadaporaquelpobrehombredeangustiaylágrimasyfuria que eraMatías…Fui al juzgado. Para ver tus espaldas absurdas, imposibles;

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paravertepartir;paracorroborarmidesventura,midesgraciairreparable.Hastahacepoco supe que puede una ir a las Islas, para vivir. En cuanto lo he sabidome heapresuradoaescribirteparaqueestésprevenidoynotecaigadesorpresamillegadaallá.Voyatulado.»

¿YcómoestaríaJulia?¿Alomejorenvejecida?¿Cómo,porDios?La voz de Ramón sonaba lóbrega, sedienta, junto a Prudencio, que nada

comprendía:—Laesperoenelpróximobarco…Entoncesambos,aunquecondistintospensamientos,clavabansusmiradasenel

horizonte.Ramónveíaelmástilidealdeunbarco,comounafinaagujacaídadesdeelcielo.Ahíestabalailusiónúltima,lafinalesperanza.(Cuandoelbarcoaparecieseenelpuertoseríasolemnemente,consuleveruidodeaguas;lasgentesseríanpequeñasdesdeelmuelle,apenascuerpecitoslejanos,encubierta,moviéndosecongracia.Perodespués serían grandes, grandes como la pasión de Julia, ocupando la vida entera,dueñasdeluniverso.)

—¿Tocaronlacampana?¿Eselbarco?—-preguntóaPrudencio,alucinado.Prudenciolomiróconsusojosindiferentes,sincomprender.¿Québarco?¡Sino

habíaningúnbarcoenlatierra!¡Ytampocohabíatierraynisiquieramar!Porelcielolasnubeseranniños;unaexpediciónfantásticadeniñosquehacíaruidoyqueestabahechade colores: niñosverdes, por efectodel aguadonde estuvieronpor centuriasenteras;azulesacausadevenenossiniestroseinfinitos;amarillos,porquelasmadresse derramaron en linfas inverosímiles; carmesíes, por todo el odio de que la tierraestaballena;anaranjadosyvioletasynegros.

Prudencioeraunniño;elotroPrudencio,«elgrande»,habíamuertoalcaerenunprecipicio.Teníaveinticincoañosyunoaunohabíancaídolosañosenelprecipicio,gritandosucorrespondientelugar,comosipasaranlista:¡Uno!,¡dos!,¡tres!,¡ycuatroy cinco y seis!, cual si se deshojara un tallo. Cuando el año veinticinco cayó,sobrevino,lógicamente,lamuertedePrudencio,quiensesumergióenelvacíocomosi entrara a un cuarto oscuro.Después lo atendió unamujer joven y hermosa—alparecerextranjera,perodesdehoy,conlashistoriasqueoía,comomexicana,deunaternura sinparalelo—,que se llamabaEvelinepero aquienpodíadarle, asimismo,otronombre,unnombrequeenfurecíaaRamón,elcualdabamartillazos,entonces,sobre una cabeza descomunal que parecía un mundo y que era la cabeza de unlicenciado en derecho. El licenciado en derecho sonreía con aire estúpido a cadagolpeyexclamabaconprisa:«Micliente,micliente»,parasalircorriendoasucasadondeunamujeramarillayventrudalesacabalalengua,mostrándoleelpucheroylasopafría,sebosa,defideos.

LahistoriaquelecontóRamóndebióejercersobrePrudenciounefectoterriblepues tuvo una noche angustiosa y crítica. Cuando ya estaban las ideas a punto deformar un postulado lógico, irrumpía el absurdo, de pronto, desorganizando elsistema.Dentro del cerebro dePrudencio habíase entabladouna feroz lucha por la

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razón.Parecíaéstaunaentidad independientea losvehículos físicos,quealpugnarporsuacomodoseencontraraunvasodeformequelaheríaconindebidosánguloseinhabitualesesquinas.Lamenteafirmabaalgo,perodesúbitounacarcajada,unavozdistinta, una cosa siniestra e interior, rompía la afirmación transformándola enmaterialessinconsecuencia,fueradelacasualidadydelalógica.

La sala donde Prudencio dormía aquella nochemostrábase llena de desolaciónbajolaluzdesualtofocomacilento.Sobresuscamastroslosenfermosentreteníanelinsomnioconlosojoscerrados,pensando.Enunrincónysinquenadieloadvirtiera,ElChaleestabamuerto.

AntelosojosdePrudencio,entonces,ysinquepudieraadvertirelsignificadodeaquello,ocurrióunaescenaterrible:unhombrecautelososecolóenlasala,pisandoconsuavidad,hastaaproximarseal cadáverdeElChale.Cuandoestuvo juntoaél,realizó una operación brusca sobre el rostro del difunto, que produjo un ruidoparticulardehuesosodeastillas.Terminadalatarea,elhombresaliódelahabitaciónconelmismosigiloylamismacautela.

Pasaronunashoras inmensas, lentas comoel correr de aceite enuna superficiebruscaycontraria.

A la mañana siguiente, apenas el sol apuntaba, se oyó en la sala la voz deRiverita,enelteléfono:

—Sí,doctor…ElChale…Del audífono brotaba algo incomprensible que con seguridad era la voz del

médicopidiendodetalles.—¡Alguienlearrancólosdientesdeoro!¡Conunapiedra…!Desdeuncamastrounenfermogritó,broncamente,sonándolelospulmones:—¡FueElBurro,yolovi…!

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XIII

Gran sorpresa causó enArroyoHondo el hallazgo de los pescadores. Salían éstostodaslasmañanasbajandoporelcaminosecodelrío,paraembarcarse,alaorilladelmar,enunacanoaventruda, tosca,de lasquefabricabael jefeRavena.Eraésteunviejonegro,curtido,isleñopuro,pueslaIsla,enefecto,erasupatria.Secontabaqueuno de los gobernadores lo despidió para en su lugar poner a cierto arribista deMéxico.FueradelaIslaRavenalloróenelpuerto,mirandoelmaryanhelandoaquelpaisajesecoyduro.Era tangrandesuamorporaquella tierraque,comoélmismodecía enmetafísicogiro, no«sehallaba» enningúnotro sitio. «No se hallaba», seperdía a símismo,otro era su cuerpoyotro, también, su espíritu: por eso suplicó,clamó, hizo todas las instancias imaginables hasta, por fin, renunciar al miserablesalariopara trabajarúnicamente«por la comida».Enestasúltimascondiciones fueaceptadoporelgobernador—hacealgunosaños—queeraunhombreabsurdodetanterco.

Ravena construía canoas que eran una gloria del primitivismo, verdaderamentemágicasafuerzadedesbastargrandes troncosahuecándolosconhachuela.Elárboldequien se servían los«canoyeros» ibaperdiendo su fisonomía, depronto, a cadagolpedehachuela,yseibaalterandoycomoadquiriendoagilidadymovimientoaltornarse livianoysinpesopropiamente.Adivinábaseentonces lacanoa,comoesosfetosenlosqueseadivinaalhombreyqueaúntienenolacabezademasiadograndeoelcuerpoenteco,olasmanosmínimas,otodavíasinprecisiónelcontinente.Peromástardetodoaquelloyaeraunserdistinto,unanuevacosa,unpartoalegrecomosielhombrehubiese,algunavez,fecundadoalárbolenunfantásticoayuntamientodetrabajo,de sudor, de esperanzas.Ravenaveía suobra llenode emoción, losojillosantiguos,desauriomelancólico,clavadosenelmar.

Luegolospescadoresseibanconlascanoasytraíananimalesdemaravilla.Llegaban al campamento con los pantalones arremangados y las piernas

musculosasynegrasalaire.Encimadelaespalda,haciendounbultodescomunal,lospescados movíanse aún y las muertas tortugas palpitaban en sangre con los ojosllenos de angustias y reproches iracundos. Arroyo Hondo se congregaba para ver,para examinar, para asombrarse y todo ello lo hacía como lo hacen siempre loshombresdetierraadentro,queignoranlosmisteriosoceánicosynoalcanzanaverelmundo de sueño que hay en el fondo delmar: ahí estaban los calamares, con susventosas en desorden (¿Dónde los ojos? ¿Y la boca? ¿Y otras cosas así?); lasmantarrayas de ojillos crueles; cazones pescados al azar. Y todos con accesos derespiraciónoestertores,enmediodeestacosarara,irrespirable,queeslaatmósfera.

Causó gran asombro el hallazgo de los pescadores ese día, y los hombres seagrupabanentomo,señalandoconsternadoshaciaelsuelo:

—¡Todavíasemueve…!Porentrelaspiernasdeloscuriososseveíaunacosablancacomoblusa.

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—¡Pobre,yaestaríadeDios!Maciel apareció entre todos, colérico como siempre, apartando a los más

próximos.PudoverseconclaridadqueaquellablusablancanoeraotracosaqueelcuerpodeElMiles,tendido,atrozmentedeshecho.

Lospescadoresexplicaban:—¡Tiburones,talvez…!—¡Uy,sienSanJuanitosevenlas«pilas»…!—¡Ynosotrosquelocreíamos«remontado»alpobre…!El cuerpo comido blanqueaba de sal en las heridas. Le faltaban un brazo y la

mitaddelapierna,mostrandohinchadoelverdosovientreysinrostrolacabeza,consólolahuelladesdentada,comorocacamal,defacciones.

Se equivocó quien dijo «todavía se mueve» pues no era otra cosa que unaapariencia,yaquelamuertelosorprendióenmovimiento,comocuandounapelículase interrumpey los personajes quedan levantandoun pie o elaborandouna sonrisaqueno acabade salir yqueda ahí, en los labios, fija y comohaciéndose supropiaanatomía.¿Ycuálhabríasidoesemovimientoquedetuvolamuerte?¿Cuálelgestoúltimoporelladecapitado?SeimaginabaaElMilesluchandoenmitaddelmarconlos tiburones, como un joven semidiós, gigantesco y vigoroso, incapaz de servencido.Y tan incapazque ahoramismo se le creeríavivo, conesapétrea carademúsculosqueelmarnopudoabatirporcompleto,puesahísehallaba,devueltaenfragmentosalatierra.

Macielcorrióalteléfonoparadaravisoaladirección,sintiendounararaespeciede lástima y alegría. Le satisfacía la muerte de ElMiles porque éste era fuerte yalegre,poderosoe imperativo.Lasmujeresdelcampamento loadmirabanyMacielnoestaba,completamentesegurosialgunadeellasnose lehabríaentregadoya, locuallecausabaprofundairritaciónydesasosiego.

—Mi general —dijo al aparato con respetuosísima entonación—, apareció ElMilesmuerto…Parecequefueronlostiburones…—Luegoregresóhastaelcadáver;se lequedómirandoabsorto,paravolverse,después,hacia labarracademujeresatiempoquesilbabaunacancioncilla.

AhífueronaencontrarloMarcosyErnestoparapedirlespermitieraacompañarelcadáverhastaelcamposanto.

El cementerio se encontraba en Balleto, próximo al hospital, con su desoladoaspecto de jardín en abandono, carente de cruces, y con sus tumbas mínimas ypobres. Aquí los colonos muertos perdían su número recobrando el nombre encambio,ysobre laspiedraspodían leerse, toscamentegrabados, losJuanGonzález,losEnriqueMartínez,losTimoteoSánchez;nombresyapellidosdeentrañasimple,ahíyadelpueblo,queseencontrarían,asimismo,encualquiervecindaddeMéxicooen cualquier poblacioncita sucia y pequeña del interior. Estaba también la tumba,únicadelosasgrandes,deunamujer,ClaraoClarisaoClaridad,sobrequiencorríauna historia romántica a lo Margarita Gautier: algún desgraciado amor que la

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enfermedadylamuertefrustraron;ycuandoseveíanaquellas lápidasennegrecidasporelmusgo—lápidassobreelamor—,unonopodíamenosqueimaginaruncuerpode mujer mordido por la tierra y los gusanos, sin ojos ya, restos alucinantes deMargarita Gautier. ¡Ése era el amor abajo de la tierra! ¡Pulmones sin aire y sinsuspiros,enderrotafrentealaarenaylasraíces,frentealamaderacorrompidayyaantivegetal!

Margarita Gautier tocaba un piano negro, de cóncavos sonidos, que poseía laescueladelacolonia,yencadanotaseleibalavida.Elanheladoamorquenuncallegaba y el clima, antirromántico, consumaron juntos la tarea: una mañana fueconducida, torpemente,concansancio,con indiferencia,alcementerio,dondenadielloró, donde nadie puso una piedra, hasta que cierto mandatario sentimental de lacoloniadispusosecolocaraunalápidaysobreellaalgunosversos:

Reposaenelamordefinitivo…

El Miles fue enterrado junto a Margarita, en lo cual Ernesto creyó ver unacoincidencia llenade triste ironía.Y—pensaba—¿noeraElMilesuna especiedeidealamorosoparamujeresrománticas,paradulcesmujeresenbuscadeintrepidez,generosidad, maneras leales y corazón amplio y profundo como ella, comoMargarita?

Detúvose frente al montículo de tierra a que quedara reducida la tumba de ElMilesypensóqueaquéllaeraunacosaamiga,loquerestabadeunhombrefuerte,deunvencido,deunvencedor.

EnrealidadfueinauditoqueMacielconcedieraautorizaciónaMarcosyErnestoparaacompañarelcadáver.Alprincipionocomprendíalasúplicaperodeprontosefuealacomandanciadonderecabópapelparalospases.

ElMilesdebíadescenderalaplayaporelarroyosecoyproseguirencanoahastaBalleto;porelarroyoseco,queeraelmismocaminode lospescadoresyencuyosmárgenes el viejo Ravena construía sus barcas. (¡Una sola de esas barcas hubieseservidoaElMilesparateneréxitoensuempresa!Peroasídebíaser,sinduda,comohoyestabaocurriendo,porquelabarcadeRavena,primitivayventruda,servíasólopara llevaruncuerpodeshechoporelmar,alviajedefinitivo,últimode todos.)Encambio Ernesto y Marcos debían seguir por el Camino Viejo para encontrar elcadáverenelmuelledeBalletoyllevarloalcementerio.

Caminaron así, sin dirigirse la palabra, subiendo las forzadas pendientes yaspirandoelolorverdedelashojasjóvenesquesemetíaporlanariz,picanteycomoenojado.Sindirigirselapalabra.Nodebíanhacerlo.Entreellosdosseinterponíanyamuchascosas.Elementossinconfesión,piedrasatrocesquedificultabanelaireylaamistad.

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Puesdeestasuerteocurre:deprontoempiezanarompersealgunasligaduras,lasmásinternas,yunonocomprendequeyaelcorazónnocaminaigual,sinovacilante,sin saber lo verdadero de símismo. Sobrevienen entonces los sórdidos enojos, defondoinaparente;lascólerassombrías;lasrepugnanciasvegetativas.Unosegozaenherirconsañayenpromoverlasmásoscurasrazonesparaquelavidaseencenagueynohayaclaridad.

Rosario se encontraba en mitad de esta lucha sonámbula. Era tan fuerte supresenciaysullamadotanvitalyllenodepasiónquehastalasnocionesdeamistad,de partido, se desvanecían adquiriendo aspectos ruines, mentidamente generosos,disfrazados siempre.MarcosyErnesto la amaban.Pero ella, ¿aquién?Ella eraunenigmadetinieblasyquizánoamaraanadieenlavida,peroMarcosyErnesto,cadaunoporsuparte,secreíaelatraídoyelvencedor.Ellalosdominaba,lesdabasentidoyfuego,enervándoles,empero,laexistencia.

Caminaron por el Camino Viejo con la cabeza baja, mirando coléricamente elsudo. Sentían odio. Lamuerte había puesto odio entre ellos; había acentuado esteodioviejo, tornándolonuevo, de formasbruscas, sinvestidura. ¿Quéhacer?Ciertaindispensable salud del pensamiento estaba perdida; cierta disposición hacia lasformasclarasnoexistíaya.

—¡Esnecesario quehablemos…!—aventuróErnesto sin apartar los ojos de latierra.

Aunque Marcos entendió de qué «era necesario» que hablasen, esquivósemostrandounrostrosorprendido:

—¡Cómo!¿Hablar?Ernesto sintió un frío enorme dentro del corazón por el inesperado giro que

tomabanlascosas.(Enestascondicionesnopodríaavanzarsenada;todocontinuaríaensusitiohaciéndosemásturbio.)

—DeRosario…—insistióvalientemente,peroalmismotiemposediocuentadelas pretensiones deMarcos; deMarcos que preparaba el camino para el sacrificio,paraalejarse,paranoserunabarrera.

CaminaronalgunospasosensilenciohastaqueMarcosatajóconrudeza:—¡Notecomprendo!Ycomosirealizaraundescubrimiento:—Amenosqueestésenamorado…Ernesto semordió los labios, absolutamente sin armasconquedefenderse, con

quecombatir.—Debestranquilizarte—continuabaMarcos—.Yonolaquiero…—ymástarde,

como sin darle importancia—: ¡Es curioso! Pero nunca se me había ocurrido —finalizósonriendocomosihablaseparasí.

ElCaminoViejoardíaconelcalordelsol.Elazuldelcielocorrespondíaaesosazules tórridos e inclementes, nutridos de átomos hirviendo. Del monte parecíanascender columnas de humo calcinado y toda la naturaleza palpitaba de fiebre,

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acezando,faltaderespiración.EnelcampamentodeArroyoHondo,Rosariosehabíaquedadosola.Cuandovio

partirasuscompañeros,sevolvió,indiferente,paraascenderporlacolina.¡Sola!Esdecir,sinsuscamaradas,lejosdesuvigilancia,desusojosturbiosporeldeseo,ydesupresenciallenadeequívocos.

Lasoledadteníaparaellaunavirtudparadójicamentepropiciaalpecado.Noesningún bien la soledad, ni nada enaltecido; es una forma, enfermiza, sin freno, deexaltación íntima y de cinismo. En la soledad piérdense temores y represiones; elespíritu, que se sabe grosero, ruin, bajo—aun elmás noble entre ellos—no tieneempachoenmostrarseasímismocomoes,ydeestasuertelasoledadsetransformaen un goce sensual, en una voluptuosidad incógnita, feroz, sin limitaciones y sincareta.

Rosario sedirigió a la colina,pasando, con intención, frente aElChatoque sehallabaenlaComandancia.Queríadejarseseguirporaquelhombre, tentarlo,gozarconelanheloqueenélpromovía;jugarunpococonsusdeseosdemachoaturdidoyciego.

El Chato, en efecto, la siguió a distancia con movimientos absurdos. Su granfiguraeratorpe,entrelasramas,comosidesconocieraelaire,comosisupiehubieseolvidado las yerbas y todo él se sintiera tan confundido, igual que en los sueñosdonde,depronto,enunaconcurridareunión,descubreunoencontrarsedesnudoycontodaslasmiradassobresí.

Rosarioseacostósobrelagramamirandoelcielo,queparecíapartirdelatierracomoloslienzosarrancandelmarco.EldeseodeElChatoavanzaba,consuspasos,comounaolaempujadaporlaatmósfera.YasentíaRosarioaletearsuvahointensoyfurioso, sin que hubiese fuerza capaz de oponerle un dique, un simple muro. Segozabaenelpeligrodesucumbiry,cerrandolosojos,suespírituentrabaenelmundodelasadivinaciones,enelmisteriodefábula,demito,decosainentendiblequeeslavida.¿Porquésepreparabaaentregarsedeestamanerayaestehombre?¿Porquénohaber escogido,mejor, la figura limpia, hermana, de Ernesto, o la deMarcos? Lasangre le ocultaba los pensamientos. Era una sangre activa y sucia, una sangredescompuesta; porque la sangre, cuando llega el pecado, se altera en sumisteriosaconstitución;recoge,comolosríosenlasgrandestormentas,todoelbarroquehayensus cauces, todo lo que secretan, agrios y espesos, los árboles del mal. Su narizaleteabacomoladelosanimaleshembrasenelbosque,cuandolaprimaverasacasusmetales.Ibaaentregarse.LeagradabalacosaanónimadeentregarseaElChato,quecarecíadetradición,derecuerdoyqueeraalgopuestoahí,insospechadamente,comoun hecho sin culpa que la vida sepultaría con su futuromúltiple, de travesía y desueño.

ElChatotemblaba,densamentepálido,frenteaRosario,inmóvilcomosihubiesesidovíctimadeungolperudoydescomunal.

Rosario abrió los ojos lentamente, como quien levanta un telón. Vio un rostro

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cárdenoafuerzadevenassinsangre.Aquelrostro¿dequiénera?¿Quiénhabíatraídoaeseídolotembloroso,engrietas,quebradoporlosgolpesdelanhelo?¿Dóndeestabasureferenciaysuvozfidedigna?AnteRosarioempezaronamostrarseunaseriedecosas diáfanas, claras; antiguas ligaduras terrestres que estuvieron a punto deromperse;antiguasnociones,altas,limpias,queibananaufragaryhoysedeteníanenelborde.

ElChatosearrodilló,sinpoderdecirnada.Algo, de un pecado distinto y como redentor, comenzó a abrirse paso en el

corazón de Rosario. Ya caminaba, con idéntica calidad de goce, apartando losanteriores propósitos, suplantando por una nueva, la precedente voluptuosidad.Estabaahí,ya:

—¿Quéquiere?—gritóconvozdescompuesta,queElChatonopudoanalizar.Ycuandolasmanosgruesas,imposibles,deElChatoextendíanseenactituddecaricia,unabofetadacolérica,llenadedesesperación,partiódelamujer.(¡HabíaquebuscaraErnesto, aMarcos, a losqueamabaverdaderamente! ¡Habíaque rehacer lascosas,transformarlas,noromperlasligaduras!)

Algunacosaquefuevencidayquenadiepuedecomprender,empezóallorarenRosario, estallando en sollozos. Vuelta sobre la grama, infantilmente, gemía coninsistenciamientraselChato,descomunalytonto,noacertabaconloquedebíahacer.

—¡Noquieroverlo!¡Váyase!Ycomoelhombrenosemoviera:—¡Ledigoqueselargue!Estaba tan impropio El Chato y había sido aquello tan imprevisto, que volvió

sobresuspasos,contorpeza,avergonzado,arrancando,comoporjustificarse—igualquelosniñosqueregresanalbancodespuésdehaberseequivocadoenelpizarrón—,lashojitasverdesdelasramasquesalíanalpaso.

EnelcementerioMarcosyErnestosesorprendierondelespectáculoquetuvolugarantesusojos:alextremodelaveredaunafigurafamiliarmanejabalapalaenmediodelossepulturerosqueladejabanhacer,conregocijo.Reíaacarcajadascadavezqueungolpedetierracaíasecamentesobrelatumbareciénabierta.

HastaMarcosyErnestollegabanlasvoces:—¡Unhijo,unhijo!Consternados, pues se trataba de Prudencio, aproximáronse hasta el grupo.

Ignoraban que Prudencio había perdido la razón y aquella voz los confundiódolorosamente.

—¿Quépasa?—preguntóMarcos.Unsepultureronegroexplicó:—Entierraaunamigo,aRamón…NohabíapermitidoPrudencioque loenterraranotrasmanosque las suyasyal

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echar tierra sobre el cadáver experimentaba una alegría impetuosa, salvaje, cuyascausasremitíanseDiossabeaqué.

—¡Unhijo!Cuando Marcos y Ernesto llegaron hasta él, Prudencio extendió la pala

triunfalmente,llenodejúbilo,exclamando,sinreprimirsucontento:—¡Yavenustedes,trabajoparamihijo!Figurábase que Marcos y Ernesto eran los inspectores enviados por la Gran

Administración. Había que demostrar a la Gran Administración que las cosasmarchabanyqueahílosniñoseranbientratadosy,llegadoelcaso,suspadreshacíanalgoporellos.Lasgrandessalasverdesdeaquellacasapodríancobijarmásniñosensuseno,puesyanovolveríaaocurrirlodelNiñoMudo,aquelquesudabapedazosdehielosóloporqueselequitóunjuguete.¡Yeljuguete,Diosmío!Sisóloeraunpardedientesdeoro,conunapocadeencía.Laencíasedesprendióconlosdientespueselcadáversehabíareídotantoytanbienqueselesaltaron,así,comobrincaelaguaenunarroyo.LuegoalNiñoMudolepegaronporquesudabahielo.¡Grandelito!Comosi la gente no sudara hielo y hasta otras cosas, llegada la ocasión. Pero Prudencioremediaríatodoslosmalesplantandounárbol,unaespeciedelÁrboldelaCiencia,delBienydelMal.

—¡Señores inspectores!—dijo cómicamente, a tiempo que ahogaba una risitainterior,cosquillosayextraña—.¡Señoresinspectores…!¡Plantounárbol,yaloven!Daráfrutosparalacasa,peroyaRamónseencargarádecuidarquenadierobepuestieneunaescopetayademáslehanmandadounacartamuybonita.

Lossepulturerosreíanhaciéndoseseñasentresí.—-¡Vamos!¡Regresaalhospital!—ordenócoléricoErnesto.Prudencio bajó la vista entristecido, y una lágrima asomó a sus ojos pues se

figurabaquehabíaincurridoenunafaltadegravedadextrema¡yquétantanoseríaqueelinspectorestabaincomodado!

—¡Sí,sí!—musitó.Enelcaminoalhospitalnodijopalabra,mientrasMarcosyErnestosemiraban

desolados,sintiendouninmensodolor.La locuradePrudencioeracomounaherida terriblepara suscompañeros.Con

ella lavida cobrabaun sentido fríoy lóbrego,de tristeza sin límites.Comprendíanentonces que eran como figuras muertas de un juego fatal, en que no teníanintervenciónalguna,yquelosllevabadeunsitioaotro,sinfinniconcierto,enmitadde la más imprevista desventura. Si algo podía unirlos, atarlos, tender en ellosligaduras, eso era el común destino de dolor, de sufrimiento y de voluntad calladaparaaguardarlaalegría.Algosuperioraellos,superiorasuspobresmúsculos,asuspobresseresconsangre;muysuperior,inclusiveasuactividadyasudesvelo;algoque fabricaban los años aglomerando polvo y sueño, se levantaría al final paraliberarlos.Entoncessufriríanalegremente,borradoslosobstáculosquehoyenvilecíanelsufrimiento.

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Se miraron a los ojos como para desvanecer las barreras que los separaban.Silenciosamente,lealmente,setendieronlasmanosestrechandoenellastodaunafeyunadoctrina.

AhorahabríaqueesperarquellegaraRosario,sucamarada.

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JOSÉREVUELTAS.NacióenDurango,en1914,ymurióen1976.Enlazósupasiónpolíticaalaliteratura;nuncaabandonólaescritura,apesardesuconstantemilitanciaendiversosmovimientosydesusvariosencarcelamientospormotivospolíticos.Fuecuentista,novelistayensayista;escribiótambiénguionesdecineyobrasdeteatro.

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Notas

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[1]Entrelosnumerosospapelesqueconservócuidadosamentelaprimeraesposadelautor, Olivia Peralta, se encuentra el borrador manuscrito de El quebranto. Sepublicará,enestasObrasCompletas,juntoconotrostextosliterariosinéditos.<<

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