en la Sociedad Coral de Bilbao O cómo aprender jugando

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Patricia Sojo LA música no es sólo el arte más sublime. Además de su inigualable capacidad para mejorar la concen- tración, la disciplina, la constancia, el trabajo en equipo, la autoestima, la sensibilidad y la creatividad, es una fuente inagotable de emocio- nes. Los que la sentimos como una parte importante de nuestras vidas sabemos que todo el mundo debe- ría, al menos, tener la oportunidad de acercarse a ella, y especialmente los niños y niñas para los que el contacto con la música puede llegar a despertar un mundo infinito de sensaciones. Sin embargo, el sistema educati- vo de nuestro país, a diferencia de otros con un nivel y resultados aca- démicos muy superiores a los nues- tros, lejos de valorar todas sus cua- lidades, ofrece una educación mu- sical muy precaria en nuestros cole- gios. Por este motivo cualquier ini- ciativa de iniciación a la música en Bilbao es más que bienvenida y mucho más, si como en el caso de las Colonias musicales de la Socie- dad Coral, parten de un plantea- miento lúdico y creativo. A lo largo de todo el mes de julio, en horario de 9.30h a 13.30h (ampliable desde las 8.30h hasta las 14.00h) y pen- sando en las niñas y niños de entre 4 y 12 años, el edificio de la Coral volverá un año más a llenarse de música. Impartidas por los profesores del taller del iniciación del Conservato- rio de La Coral, estas colonias cum- plirán este verano su cuarto aniver- sario sin que todavía haya habido un día en el que “algún niño haya entrado llorando o haya abandona- do el curso antes de tiempo” como explica Ramón Muro, relaciones públicas de La Coral. Alejados de los antiguos y nada estimulantes métodos en los que en absoluto se tenía en cuenta la men- talidad y los gustos de las niñas y niños, estas colonias tampoco son simplemente una guardería de vera- no amable en el centro de Bilbao. En las aulas de la Coral se canta (hay clases de coro todos los días), se realizan ejercicios de psicomo- tricidad, de ritmo, se baila, se reci- clan materiales como recipientes de yogures, rollos de papel de cocina y cajas de cereales que se pintan en el taller de manualidades antes de convertirse en instrumentos con los que hacer música, se visitan las au- las de los distintos instrumentos pa- ra aprender a distinguir sus formas, sus tamaños, sus sonidos… y todos los viernes, a última hora de la ma- ñana, tiene lugar una actuación en la que cada alumno y alumna ense- ña al resto de sus compañeros lo aprendido a lo largo de la semana. Además, y siempre que el tiempo lo permite, todos los días se aprove- cha el ratito de la pausa para tomar al aire libre el hamaiketako en el parque de la Misericordia. El éxito de estas colonias y su aportación a la difusión de la músi- ca está más que demostrada. La mayoría de los participantes repiten verano tras verano y muchos de ellos se apuntan a las clases que la Coral ofrece durante el curso esco- lar. Una manera estupenda de pasar el mes de julio en Bilbao y de ini- ciarse en un arte del que, sin duda, disfrutarán el resto de su vida. Más información en www.coraldebilbao.com Colonias musicales de verano en la Sociedad Coral de Bilbao O cómo aprender jugando Madrid bajo la denominación de Ballet de Vizcaya. Con ello empezó a lograr su sueño de hacer de la dan- za su forma de vida, una de sus as- piraciones “desde que tenía uso de razón”, tal y como rezan las cróni- cas de la época. En ellas, además, se decía que Ludmila era “una de las personas que más sabía de danza de todo el País Vasco” y que “cuando se pronunciaba su nombre en los ámbitos musicales se hacía con ver- dadera devoción”. Y no era para menos, ya que en aquel momento en Bilbao “no se sabía ni escribir la palabra ‘ballet’, la ciudad era un de- sierto en ese sentido”, nos dice Mi- la Iglesias. En 1958 entró en ABAO como coreógrafa de los espectáculos ope- rísticos en el cuerpo de baile –de hasta quince chicas y chicos– que se creó en el seno de la Asociación Bilbaina de Amigos de la Ópera y que estuvo en activo durante cinco temporadas. Eran los tiempos de Juan Elua y José Antonio Lipper- heide. Por aquel entonces, Ludmila, que cambiaba el Sacristán de su apellido por Arana cuando se subía a las tablas, decía que el ballet era “una de las profesiones más difíci- les desde el punto de vista artístico” y que requería “tener una capacidad de trabajo fuera de serie”. Finalizada esa etapa con ABAO y “saturada del clima político” que se respiraba en la Villa, viajó a París donde trabajó como asesora y orga- nizadora en el Club Cultural Los Cuatro Vientos. Pero no tardó en volver a Bilbao, y con el amparo del Instituto Vas- congado de Cultura Hispánica llegó a poner en escena La Fuente del Halcón de W. B. Yeats y La peti- ción de mano de Anton Chejóv. Más tarde, colaboró impartiendo clases de expresión corporal a los miembros de la compañía teatral Akelarre y en 1968 abrió su propia academia de ballet en la calle Li- cenciado Poza, donde impartió cla- ses hasta prácticamente los ochenta años. Lo dejó, y no por falta de fuerza o ganas, sino porque cuestio- nes familiares la obligaron a trasla- darse a Valencia, donde sigue vi- viendo actualmente. Ciencia y amor a la danza Por sus manos han pasado cien- tos de alumnas y también alumnos –el gallartino Fernando Lizundia fue uno de sus más notables pupi- los– a los que siempre trató de im- buir “la ciencia y el amor a la dan- za”. En sus clases existía –según apuntaba ella misma– “un compa- ñerismo a prueba de individualis- mos y la disciplina se lleva a raja- tabla”. Aunque lamentaba, “hay chicas que destacan, que pueden llegar lejos, pero... se encuentran con que tienen todas las dificultades y casi ninguna ventaja. Se tienen que marchar al extranjero para pro- seguir sus estudios. Sería ideal... No, no, más que ideal, sería lógico y necesario que existiera una Es- cuela de Danza Clásica en el País Vasco, a donde pudieran acceder los más dotados”. Una reivindica- ción vigente todavía hoy. 32 Bilbao 2013ko uztaila Las colonias están pensadas para niños y niñas de entre 4 y 12 años Ludmila Sacristán La semilla del ballet en Bilbao Ludmila Sacristán en su academia de Licenciado Poza Naiara Baza “SI hoy tenemos un bailarín bilbai- no reconocido a nivel internacional, se lo debemos, en parte, a Ludmila Sacristán”. Con esta frase, Mila Iglesias, madre de Igor Yebra, quie- re agradecer a quien fuera su maes- tra de ballet el haber prendido en ella la llama por esta disciplina. Pe- ro no sólo en ella, esa semilla ger- minó también en muchísimas gene- raciones más de jóvenes que perte- necieron a los diferentes cuerpos de baile, compañías y academias de las que Ludmila formó parte. Nacida en Deusto, fue niña de la guerra y, como otros tantos, Sacris- tán tuvo que emigrar a Rusia, donde se forjó como persona –vivió du- rante dieciocho años– y formó co- mo profesional. Ya que fue allí don- de en 1956 recibió el título de pro- fesora de Ballet Clásico en el Insti- tuto Teatral de Artes Escénicas de Moscú, la mejor escuela de ballet de aquel país y en la que impartía clases, por ejemplo, el ilustre Zha- jarov. Un año después volvió a su Bil- bao natal –junto con el reciente- mente fallecido coreógrafo Gerardo Viana ‘Vladimiro’– donde empezó a dar clases a hijos de obreros en la Academia de Ballet de la Asocia- ción Educación y Descanso, agru- pación con la que llegó a debutar en Los periódicos decían de ella que “cuando se pronunciaba su nombre en los ámbitos musicales, se hacía con verdadera devoción” Las Colonias musicales de la Sociedad Coral, parten de un planteamiento lúdico y creativo

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Patricia Sojo

LA música no es sólo el arte mássublime. Además de su inigualablecapacidad para mejorar la concen-tración, la disciplina, la constancia,el trabajo en equipo, la autoestima,la sensibilidad y la creatividad, esuna fuente inagotable de emocio-nes. Los que la sentimos como unaparte importante de nuestras vidassabemos que todo el mundo debe-ría, al menos, tener la oportunidadde acercarse a ella, y especialmentelos niños y niñas para los que elcontacto con la música puede llegara despertar un mundo infinito desensaciones.

Sin embargo, el sistema educati-vo de nuestro país, a diferencia deotros con un nivel y resultados aca-démicos muy superiores a los nues-tros, lejos de valorar todas sus cua-lidades, ofrece una educación mu-sical muy precaria en nuestros cole-gios. Por este motivo cualquier ini-ciativa de iniciación a la música enBilbao es más que bienvenida ymucho más, si como en el caso delas Colonias musicales de la Socie-dad Coral, parten de un plantea-miento lúdico y creativo. A lo largode todo el mes de julio, en horariode 9.30h a 13.30h (ampliable desdelas 8.30h hasta las 14.00h) y pen-sando en las niñas y niños de entre4 y 12 años, el edificio de la Coralvolverá un año más a llenarse demúsica.

Impartidas por los profesores deltaller del iniciación del Conservato-rio de La Coral, estas colonias cum-plirán este verano su cuarto aniver-sario sin que todavía haya habidoun día en el que “algún niño hayaentrado llorando o haya abandona-do el curso antes de tiempo” comoexplica Ramón Muro, relacionespúblicas de La Coral.

Alejados de los antiguos y nadaestimulantes métodos en los que enabsoluto se tenía en cuenta la men-talidad y los gustos de las niñas y

niños, estas colonias tampoco sonsimplemente una guardería de vera-no amable en el centro de Bilbao.En las aulas de la Coral se canta(hay clases de coro todos los días),se realizan ejercicios de psicomo-tricidad, de ritmo, se baila, se reci-clan materiales como recipientes deyogures, rollos de papel de cocina ycajas de cereales que se pintan en eltaller de manualidades antes deconvertirse en instrumentos con losque hacer música, se visitan las au-las de los distintos instrumentos pa-ra aprender a distinguir sus formas,sus tamaños, sus sonidos… y todoslos viernes, a última hora de la ma-ñana, tiene lugar una actuación enla que cada alumno y alumna ense-ña al resto de sus compañeros loaprendido a lo largo de la semana.Además, y siempre que el tiempo lopermite, todos los días se aprove-cha el ratito de la pausa para tomaral aire libre el hamaiketako en elparque de la Misericordia.

El éxito de estas colonias y suaportación a la difusión de la músi-ca está más que demostrada. Lamayoría de los participantes repitenverano tras verano y muchos deellos se apuntan a las clases que laCoral ofrece durante el curso esco-lar. Una manera estupenda de pasarel mes de julio en Bilbao y de ini-ciarse en un arte del que, sin duda,disfrutarán el resto de su vida.

Más información enwww.coraldebilbao.com

Colonias musicales de veranoen la Sociedad Coral de Bilbao

O cómo aprenderjugando

Madrid bajo la denominación deBallet de Vizcaya. Con ello empezóa lograr su sueño de hacer de la dan-za su forma de vida, una de sus as-piraciones “desde que tenía uso derazón”, tal y como rezan las cróni-cas de la época. En ellas, además, sedecía que Ludmila era “una de laspersonas que más sabía de danza detodo el País Vasco” y que “cuandose pronunciaba su nombre en losámbitos musicales se hacía con ver-dadera devoción”. Y no era paramenos, ya que en aquel momento

en Bilbao “no se sabía ni escribir lapalabra ‘ballet’, la ciudad era un de-sierto en ese sentido”, nos dice Mi-la Iglesias.

En 1958 entró en ABAO comocoreógrafa de los espectáculos ope-rísticos en el cuerpo de baile –dehasta quince chicas y chicos– quese creó en el seno de la AsociaciónBilbaina de Amigos de la Ópera yque estuvo en activo durante cincotemporadas. Eran los tiempos deJuan Elua y José Antonio Lipper-

heide. Por aquel entonces, Ludmila,que cambiaba el Sacristán de suapellido por Arana cuando se subíaa las tablas, decía que el ballet era“una de las profesiones más difíci-les desde el punto de vista artístico”y que requería “tener una capacidadde trabajo fuera de serie”.

Finalizada esa etapa con ABAOy “saturada del clima político” quese respiraba en la Villa, viajó a Parísdonde trabajó como asesora y orga-nizadora en el Club Cultural LosCuatro Vientos.

Pero no tardó en volver a Bilbao,y con el amparo del Instituto Vas-congado de Cultura Hispánica llegóa poner en escena La Fuente delHalcón de W. B. Yeats y La peti-ción de mano de Anton Chejóv.Más tarde, colaboró impartiendoclases de expresión corporal a losmiembros de la compañía teatralAkelarre y en 1968 abrió su propiaacademia de ballet en la calle Li-cenciado Poza, donde impartió cla-ses hasta prácticamente los ochentaaños. Lo dejó, y no por falta defuerza o ganas, sino porque cuestio-nes familiares la obligaron a trasla-darse a Valencia, donde sigue vi-viendo actualmente.

Ciencia y amor a la danzaPor sus manos han pasado cien-

tos de alumnas y también alumnos–el gallartino Fernando Lizundiafue uno de sus más notables pupi-los– a los que siempre trató de im-buir “la ciencia y el amor a la dan-za”. En sus clases existía –segúnapuntaba ella misma– “un compa-ñerismo a prueba de individualis-mos y la disciplina se lleva a raja-

tabla”. Aunque lamentaba, “haychicas que destacan, que puedenllegar lejos, pero... se encuentrancon que tienen todas las dificultadesy casi ninguna ventaja. Se tienenque marchar al extranjero para pro-seguir sus estudios. Sería ideal...No, no, más que ideal, sería lógicoy necesario que existiera una Es-cuela de Danza Clásica en el PaísVasco, a donde pudieran accederlos más dotados”. Una reivindica-ción vigente todavía hoy.

32 B i lbao 2013ko uztaila

Las colonias están pensadas para niños y niñas de entre 4 y 12 años

Ludmila Sacristán

La semilla del balleten Bilbao

Ludmila

Sacristán

en su

academia

de

Licenciado

Poza

Naiara Baza

“SI hoy tenemos un bailarín bilbai-no reconocido a nivel internacional,se lo debemos, en parte, a LudmilaSacristán”. Con esta frase, MilaIglesias, madre de Igor Yebra, quie-re agradecer a quien fuera su maes-tra de ballet el haber prendido enella la llama por esta disciplina. Pe-ro no sólo en ella, esa semilla ger-minó también en muchísimas gene-raciones más de jóvenes que perte-necieron a los diferentes cuerpos debaile, compañías y academias de lasque Ludmila formó parte.

Nacida en Deusto, fue niña de laguerra y, como otros tantos, Sacris-tán tuvo que emigrar a Rusia, dondese forjó como persona –vivió du-rante dieciocho años– y formó co-mo profesional. Ya que fue allí don-de en 1956 recibió el título de pro-fesora de Ballet Clásico en el Insti-tuto Teatral de Artes Escénicas deMoscú, la mejor escuela de balletde aquel país y en la que impartíaclases, por ejemplo, el ilustre Zha-jarov.

Un año después volvió a su Bil-bao natal –junto con el reciente-mente fallecido coreógrafo GerardoViana ‘Vladimiro’– donde empezóa dar clases a hijos de obreros en laAcademia de Ballet de la Asocia-ción Educación y Descanso, agru-pación con la que llegó a debutar en

Los periódicos decían de ella que “cuandose pronunciaba su nombre en los ámbitosmusicales, se hacía con verdadera devoción”

Las Coloniasmusicales de laSociedad Coral,parten de unplanteamientolúdico y creativo