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    DragonLance

    EMPERADOR DE ANSALON(Serie: "Villanos", vol. s/n)

    Douglas Niles2000, Emperor of Ansalon

    Traduccin: Gemma Gallart

    Para Christine, siempre.

    PRLOGO

    El gran bazar de Khuri-khan segua estando tal como Ariakas lorecordaba: una compacta multitud de humanos y kenders semezclaba con algn que otro elfo, con los poco corrientes minotaurose incluso con ogros domesticados. Un torbellino de ruido lo envolvi:

    la persuasiva cantinela de los comerciantes; los sonoros gritos de losclientes ofendidos a los que se cobraba ms de lo debido; el teln defondo formado por los estridentes cnticos de juglares y flautistas; e,incluso, el espordico entrechocar de las dagas contra escudos oguanteletes. Cada sonido contribua al carcter nico y enrgico dela enorme plaza del mercado.

    El guerrero avanz a grandes zancadas por entre lashormigueantes multitudes, y aquellos que se cruzaban en su caminose hacan a un lado instintivamente para dejarle paso. Tal vez era su

    estatura la que inspiraba temor pues era un palmo ms alto que lamayora de hombres, o su porte, que era erguido y en aparienciaimperturbable. Unos amplios hombros sostenan un recio cuello, lacabeza se alzaba orgullosa como la de un len, y los oscuros ojosestudiaban a la multitud por debajo de una melena de largos ynegros cabellos revueltos por el viento.

    Ariakas se detuvo un instante ante la fuente central donde el

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    agua describa un arco hacia el cielo y luego descenda con unchapoteo sobre la taza de mosaico baada por el sol. Haca muchosaos que no visitaba la tienda de Habbar-Akuk, pero estaba segurode que an sabra encontrar el lugar.

    All, a la izquierda del surtidor, reconoci el estrecho callejn. Unpuesto multicolor, adornado con telas de alegres colores tradas detodo Ansalon, indicaba la entrada de la callejuela. Innumerablesvariedades de incienso impregnaban el aire alrededor del dosel,despertando una memoria olfativa que no poda equivocarse. Msall del mercader de perfumes, distingui un corral donde secompraban y vendan unos ponies monteses de patas cortas, y supocon seguridad que se encontraba en el lugar correcto.

    Encontr la modesta fachada de la tienda de Habbar-Akuk cercade la pared del fondo de la calleja. Resultaba difcil de imaginar, a

    juzgar por las desgastadas tablas de madera y la ajada cortina decuentas que colgaba ante la entrada, que se era el establecimientodel ms rico prestamista de todo Khur. Puede -pens Ariakas conuna tirante sonrisa- que sea se el motivo por el que Habbar hapermanecido en el negocio tanto tiempo.

    Apartando las cuentas multicolores, el guerrero inclin la cabezapara pasar a travs del bajo dintel y record que, en el pasado,siempre haba sentido claustrofobia en estos aposentos; aunque talvez eso tambin formaba parte del xito del prestamista. En

    cualquier caso, saba que esta visita no le ocupara demasiadotiempo.--Gran capitn Ariakas! Esto es realmente un placer! -Habbar-

    Akuk en persona, efectuando una enorme reverencia, surgi dedetrs de su pequeo escritorio para estrechar la mano del visitante.

    --Ah, viejo granuja! -respondi ste con afecto-. Todo lo queves es mi dinero entrando por la puerta!

    --Mi seor, eso es una injusticia! -protest el regordetecambista, y su barba puntiaguda se estremeci indignada-. Te doy labienvenida, una bienvenida muy calurosa... y t me hieres con tu

    lengua afilada!--No tan gravemente como her a los bandidos que

    importunaban las carretas que enviabas al sur -observ el otro,divertido ante las protestas del comerciante.

    --Ya lo creo que lo hiciste. Jams tuve un capitn de la guardiams capaz, ms diligente en sus deberes! Jams deb permitir quelos seores de la guerra te contrataran.

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    --No malgastes tu tiempo lamentando lo que pudo ser y no fue-replic Ariakas-. Haba mucho dinero que ganar en las campaascontra los ogros, incluso aunque estuvieran condenadas al fracasodesde el principio.

    --Ah, los ogros! -El comerciante hizo un gran alarde de escupira un rincn de su despacho (una esquina que haba visto grancantidad de expectoraciones en el pasado)-. Incluso aunque Blotentodava resista, tus hombres dieron a esas bestias una leccin quetardarn en olvidar! Lo cierto -continu, entrecerrando los ojos- esque he odo que los seores de la guerra piensan organizar otraexpedicin. En mi opinin, t seras el primero en quien pensaranpara capitanearla. -Sus ojos hicieron la pregunta que su discrecin leimpeda insinuar con palabras.

    --Claro que me quieren; no son idiotas -manifest Ariakas sin

    jactancia-. Soy el nico motivo de que unos pocos, al menos,regresramos de la ltima invasin.

    Habbar-Akuk permaneci en silencio, pues saba que iba arecibir ms informacin. Su instinto result certero.

    --Se me prometi el mando total de la invasin. Me recordaronque fueron los ogros quienes mataron a mi padre, como si yopudiera olvidarlo! Pero ese motivo slo funcion mientras ColmilloRojo estuvo vivo, naturalmente, sa era una cuenta que no podaquedar sin saldar. Ahora esa muerte ha sido vengada: el asesino de

    mi padre fue eliminado por mi propia mano.--Bien dicho -murmur el cambista-. El hombre que no persiguela venganza no es un autntico hombre.

    --Aun as, los seores de la guerra intentaron despertar la viejaansia de matar, convencidos de que aceptara presuroso laoportunidad de proseguir estas campaas. Y en el pasado, desdeluego, as lo habra hecho.

    Pero debes saber, buen Habbar que no siento el menor deseode combatir slo por el placer de la lucha. Lo he hecho demasiadasveces, y adonde me ha llevado? Tengo suerte de seguir vivo, dira

    yo. Y eso es lo que he dicho a los que me queran contratar.El cambista asinti con aire avisado, entrecerrando los ojos.--Entonces me ofrecieron ms dinero -continu Ariakas-.

    Suficiente para convertirme en un ser ms rico de lo que jams hayasoado; pero yo me pregunt: de qu le sirve el dinero a un hombreque yace en el polvo, con el crneo aplastado por el garrote de unogro?

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    --No digas eso... Sin duda tal destino no sera el del granDuulket Ariakas!

    --sa es la suerte que, ms tarde o ms temprano, aguarda atodo hombre que invada Bloten -repuso el capitn mercenario-.Estas incesantes campaas son una locura! Hara falta, comomnimo, todo un ejrcito para doblegar a esa raza ogra, y los seoresde la guerra no tienen ningn deseo de gastar todo ese dinero; nisiquiera aunque se pudiera levantar tal ejrcito. De modo que decidapartarme de semejante riesgo.

    --Y yo puedo ayudar de algn modo? -Habbar-Akuk permitique sus ojos se desviaran hacia las alforjas, evidentemente pesadas,que el guerrero llevaba echadas al hombro.

    --He decidido probar fortuna al otro lado de las montaas, enSanction -explic Ariakas.

    El prestamista asinti, pensativo, como si la ardua travesa delas montaas fuera algo que se intentase cada da.

    --Las Khalkist son muy peligrosas, vayas por donde vayas. Lossalvajes de Zhakar cierran el paso por el este, en tanto que lafortaleza del seor de bandidos, Oberon, se encuentra al norte deBloten. Por qu a Sanction?

    --Me han dicho que, all, alguien con dinero puede vivir muycmodamente. Que una moneda de oro de Khur puede comprar suequivalente en acero a los mercaderes de esa ciudad.

    --Desde luego... y, adems, t debes de ser una personaadinerada no? -inquin Habbar-Akuk con una franca mirada decuriosidad.

    Con una tensa sonrisa, Ariakas levant los dos morrales paradepositarlos sobre el pesado mostrador, y, no obstante su reciaconstruccin, la plataforma tembl bajo el peso del tintineante metal,provocando que los ojos del comerciante se encendieran conavariciosa apreciacin.

    --Da la impresin de que los seores de la guerra te han pagadomuy bien por tus servicios -concedi el mercader con un satisfecho

    cabeceo.--Cinco aos de mi vida bien lo valen -le espet el otro-. Ahora,

    lo que quiero es esto: convertir estas monedas en objetos de valorque pueda transportar cmodamente en la mochila, algo que puedallevar en un largo viaje.

    --Desde luego -murmur Habbar; su mano se pos en lasbolsas-. Piezas de acero, claro est.

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    --En su mayora, aunque tambin hay oro y platino. Dime,tienes algo apropiado?

    --Estos asuntos no pueden llevarse a cabo con precipitacin-explic el cambista, abriendo cada alforja y permitiendo que susdedos gordezuelos acariciaran las monedas de metal-. No obstante,creo que podr complacerte.

    --Ya lo imaginaba. Un diamante grueso, tal vez... o una sartade perlas?

    Habbar-Akuk alz las manos en fingido horror.--Por favor, mi seor. Nada tan vulgar para alguien como t!

    Una ocasin como sta requiere un tesoro nico, algo apropiadoslo para ti!

    --Qu tienen de malo las piedras preciosas? -inquiri Ariakas-.No quiero que me cargues con una estatua, o un espejo

    supuestamente mgico que se rompa en cuanto me d de brucescontra el suelo!

    --No, no, nada de eso -argument el mercader-. Pero es cierto,tengo justo lo que necesitas.

    El gordinfln prestamista desapareci en su diminuta trastienday permaneci en el interior durante varios minutos. Ariakassospechaba que Habbar posea una trampilla oculta que conduca aun lugar subterrneo donde ocultaba sus riquezas, pero jams habaintentado averiguarlo. El hombre haba sido un jefe agradecido con el

    guerrero que haba conseguido llevar sin problemas sus carretas demercancas hasta Flotsam, y se haba ocupado de que ste sebeneficiara de entusiastas recomendaciones hechas a algunos de losseores de la guerra ms influyentes de Khur. Ariakas, por su parte,haba convertido tales recomendaciones en varias campaasafortunadas y en esta pequea fortuna. As pues, ambos hombrestenan una relacin de mutuo respeto, aunque slo fuera en elterreno de los negocios.

    Habbar-Akuk regres por fin, y contempl a su visitantevalorativamente, como decidiendo si el guerrero era digno o no del

    esplndido trato que le iba a ofrecer.--Bueno, qu sucede? Tienes algo?--Tengo ms que algo -replic el cambista-. Tengo el objeto

    perfecto.Alarg a Ariakas un pequeo guardapelo. La diminuta caja,

    unida a una cadena de platino, estaba adornada con relucientesjoyas: rubes, diamantes y esmeraldas. Incluso una ojeada superficial

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    indic a Ariakas que vala mucho ms que el dinero que l ofreca acambio.

    Dndole vueltas en las manos, el mercenario oprimi un botn yel relicario se abri de golpe. El guerrero contuvo la respiracin alcontemplar la imagen perfectamente reproducida, del rostro y loshombros de una mujer, y, no obstante las reducidas dimensiones deldibujo, se dio cuenta de inmediato de que se trataba de una personade excepcional -asombrosa incluso- belleza.

    Lo saba, este guardapelo le proporcionara dinero suficientepara comprar un pequeo palacio, una gran mansin, un prado llenode caballos... o lo que quisiera. Mientras sostena el objeto observla suave curvatura del marco, que se estrechaba en el centro comola cintura de un voluptuoso cuerpo femenino. La imagen le resultabaseductora y, a medida que transcurran los segundos, una imagen

    ms vivida de la dama empez a materializarse en su mente.Sin duda sera alta; eso al menos le pareca por la figura. Se dijo

    -estaba seguro de ello- que tendra unos resplandecientes ojosnegros capaces de mantener hechizado a un hombre con su froexamen; la cintura sera diminuta, el cuerpo de una hermosura sinpar, ms all de todo lo imaginable. El corazn le lati con fuerza enel pecho al evocar mentalmente la imagen de aquella perfeccin.

    --Quin... quin es? -consigui preguntar por fin.--Una dama de Sanction, en realidad -respondi Habbar-Akuk,

    encogindose de hombros-. Rica como una reina, segn me dijeron.Su amado hizo forjar este relicario antes de morir.Curiosamente, la idea de que la mujer all representada tuviera

    un amante provoc una oleada de celos en Ariakas, y fue con nopoca satisfaccin que asimil la noticia del fallecimiento de ste.

    --Sanction, dices? -La informacin no le resultaba nadadesagradable-. Deseas contar el dinero? -Seal las alforjas,conteniendo el aliento, pues sin duda Habbar-Akuk querra ms portan raro tesoro.

    --Es lo justo y correcto, lo s -fue todo lo que respondi el

    mercader con gesto displicente, para gran sorpresa del mercenario.Ariakas contempl con fijeza la imagen del relicario. Aquel largo

    cuello atraa a sus ojos con un poder hipntico, y la perfecta curva delos hombros llenaba su imaginacin de atractivas imgenes delcuerpo sobre el que se alzaban.

    --Es lo justo -repiti Habbar-Akuk, y arrastr las alforjas hastaarrojarlas al suelo de la tienda.

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    Ariakas asinti, distante, volvindose en direccin a la puerta ysu cortina de cuentas. Sostena an el guardapelo y contemplaba elretrato con fijeza, el enjoyado tesoro bien sujeto en la mano.

    --Adis, lord Ariakas -murmur el prestamista, aadiendo unavez ms-: Es tal como debe ser.

    El guerrero cruz el umbral para salir a la plaza del mercadoiluminada por los juegos de luces y sombras que proyectaban losrayos del sol. Sin que supiera cmo, la frentica algaraba de lamuchedumbre pareca haber perdido gran parte de su intensidad.Las palabras del mercader resonaron en su memoria, y sinti sin elmenor asomo de duda que Habbar-Akuk haba estado en lo cierto.

    Era justo que Ariakas poseyera este relicario, y correcto quepartiera con l en direccin a Sanction.

    PRIMERA PARTE

    SEDUCCIN

    _____ 1 _____Un ladrn en las Khalkist

    Ariakas despert en plena noche, alertado por una perturbacindesconocida, una sutil alteracin en la cadencia de la oscuridad.Pelados riscos se elevaban hacia el cielo a su alrededor, perfiladostan slo por la luz de las estrellas, y el silencio le permita escuchar el

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    lejano retumbo de las olas al romper en la playa. A su lado, unascenizas grisceas ocultaban los agonizantes rescoldos de su fogata,un pequeo montn de ascuas que relucan en rojo contraste con laoscura noche.

    Sentndose, se desprendi de su petate. La certeza cristaliz:algo o alguien haba cruzado su campamento, y se sinti igualmenteseguro de que el invasor se haba ido. El guerrero interpret supropio despertar sin incidentes como seal de que el intruso no habaquerido hacerle ningn mal.

    De todos modos, persista una sensacin de transgresin, quese fue transformando en un fro agravio mientras acercaba la mano ala empuadura de la espada, para asegurarse de que estaba a sualcance. El arma era vieja, pero robusta y afilada; sinti un gran alivioal percibir la cazoleta y el mango desgastados.

    En silencio, se coloc en posicin acuclillada, permitiendo que lamanta de pieles cayera al suelo. El aire helado le provoc unescalofro en la desnuda espalda mientras se aproximaba a sualforja. Una rpida comprobacin mostr que las raciones de carneseca y galleta seguan intactas, y, en cierto modo, el descubrimientole caus una decepcin, pues indicaba que su visitante no haba sidosimplemente un animal hambriento.

    A continuacin rebusc en el interior de la bolsa en busca de subotella de ron de fuego, que encontr al instante. Apart el frasco

    mientras prosegua su bsqueda con una sola mano y, al momento,se detuvo en seco. Con sumo cuidado alz el recipiente,sopesndolo con suavidad para calcular su peso, y sus labios sefruncieron en una mueca involuntaria: casi un tercio del preciosolquido haba desaparecido!

    Depositando el recipiente de plata a un lado, hundi la mano enlas profundidades de la mochila. Palp su daga larga, bien guardadaen su funda de ante, la apart e introdujo ms la mano; unanauseabunda sensacin de inquietud se fue adueando de l.Hurgando por todas partes con desesperacin, no encontr otra cosa

    que el duro suelo a travs del fondo de cuero. El relicario! Habadesaparecido..., robado de su mochila mientras dorma!

    Su ansiedad y su rabia se encendieron de repente bajo la formade firme determinacin, como un fuego aletargado que da labienvenida al primer soplido del fuelle. No obstante, se oblig apermanecer calmado mientras contemplaba las estrellas; faltabatodava una hora para el amanecer, y saba que no habra modo de

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    encontrar el rastro del ladrn sin luz. Al mismo tiempo, cuandoiniciara la persecucin deseaba disponer de toda su energa, toda suvelocidad y agilidad para la caza.

    Una cuestin resultaba de mucha mayor trascendencia que elvalor de un pequeo, si bien que precioso, objeto; mucho msimportante era el hecho de que ese ladrn hubiera penetrado en elcampamento en plena noche, se hubiera detenido ante su figuradormida! y, a continuacin, hubiera procedido a robarle ydesaparecer. Para Ariakas, el insulto resultaba tan terrible como laprdida de sus bienes. Recuperara el guardapelo, y al mismo tiempose ocupara de dar al intruso justo lo que se mereca.

    Con este propsito, se ech la manta sobre el cuerpo aterido defro y volvi a apoyar la cabeza en la almohada que leproporcionaban las botas envueltas en la capa. Se durmi en menos

    tiempo del que necesit la primera estrella en desaparecer tras laborrosa cresta de la montaa.

    En un lado del campamento, las montaas Khalkist se hundan,en direccin a la costa, en el encrespado oleaje del Nuevo Mar. Unaserie de repisas de granito, que asemejaban escalones, ascendanalejndose de la furiosa resaca, con cada montaoso rellano cubierto

    con una capa hecha de retazos de crecidos pastos, roca cincelada ysueltos guijarros de cantos afilados.Ariakas despert bajo la plida luz azulada, que se filtraba por

    entre un manto de nubes, con un claro objetivo. El fragor de la mareaera un adusto acompaante para su soledad, y atravesaba lasbrumas costeras incluso a pesar de que el Nuevo Mar mismoquedaba oculto en parte tras la neblina que se disipaba poco a poco.Jirones de esa misma niebla envolvan las escarpadas cumbres,amortajando las cimas al tiempo que se deslizaban, furtivos, porvalles y caadas como el ladrn por su campamento.

    Dej la fogata como estaba, y eligi un trozo de galleta secacomo desayuno, impelido a apresurarse por una sensacin deurgencia. Lo cierto era que su rabia se haba transformado en terribleresolucin, y la venganza era una determinacin que exiga unaaccin inmediata y contundente. Tal y como Habbar-Akuk habamanifestado, un hombre que no persigue la venganza no es unhombre en absoluto.

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    Al echarse el morral al hombro, pens en el guardapelo, en elretrato de la mujer, y fue consciente de una aguda sensacin deprdida: se sinti asombrado al darse cuenta de que echaba en faltaa la dama! Durante las semanas transcurridas desde que abandonKhuri-khan, haba atravesado los territorios ms accidentados einhspitos de Krynn, y ella haba sido siempre su compaera. Lamujer del retrato lo haba ayudado a superar su acusado vrtigocuando franqueaba desfiladeros situados entre montaas, oempinados y traicioneros glaciares; ella haba compartido su heladocampamento en rocosos bajos, donde la lea ms prxima seencontraba a trescientos metros de distancia, en pronunciadapendiente. La dama lo haba ayudado siempre a vadear ros y aevitar aludes.

    Ariakas se preguntaba incluso si no habra sido la mujer quien le

    haba advertido sobre la patrulla de ogros, haca dos das. En elpasado, l siempre haba dado por sentada su habilidad innata parapercibir el peligro, que haba sido vital para tener suerte en suscampaas y haba permitido que tanto l como sus hombresescaparan a emboscadas letales. Sin embargo, cuando top con losogros, la presencia de la dama activ la alarma con peculiar apremio,tino... y solicitud.

    Eso haba sucedido haca dos das. Una persistente lloviznaoscureca la visin, y el guerrero se senta helado e incmodo

    mientras avanzaba penosamente por terreno bajo. Una fuertepremonicin, que le pareci como si fuera la voz de la dama, leadvirti del peligro, as que, refugindose en un bosquecillo desauces situado junto al sendero, observ en silencio cmo mediadocena de ogros apareca ante sus ojos y pasaba a poca distanciade l. Todas las bestias eran bashers, vestidos con el toscotaparrabos de los centinelas de Bloten; y los bashers odiabanardientemente a humanos, enanos y elfos. De dos metros diez dealtura y con un peso que era casi el doble del de Ariakas, cada unode los monstruos de largos brazos empuaba todo un surtido de

    garrotes, hachas y espadas. Uno solo era una amenaza para elguerrero ms capaz, por lo que una banda como sa, si descubra supresencia, lo perseguira inevitablemente hasta alcanzarlo y acabarcon l.

    Mientras contemplaba cmo las criaturas desaparecan de suvista, al guerrero le cost reprimir sus ansias de atacar, pues alrecordar sus aos de campaas, a los amigos muertos y los

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    poblados saqueados, todos sus viejos odios amenazaron conretornar a la vida. Pero entonces, y con gran sorpresa por su parte,encontr un fro consuelo en el hecho de que ahora ya no tuvieratales obligaciones, ni ms responsabilidades que consigo mismo. Losogros desaparecieron bajo la lluvia y, sin ms interrupciones einquietudes, Ariakas haba reanudado su viaje hacia Sanction.

    Su atencin regres a la cuestin actual, y sus ojosescudriaron la seca y quebradiza hierba que rodeaba sucampamento, en tanto meditaba sobre la evidencia de que el ladrnera alguien muy hbil. Una primera ojeada no le descubri ningunaseal del intruso. Sus propias pisadas, hechas el da anterior, sedestacaban con nitidez, mostrando su ruta a travs del estrecho vallesituado ms abajo, describiendo una senda en zigzag hasta llegar aeste elevado saliente.

    Tal vez sea as como me sigui, se dijo. La senda era pocotransitada, y la lluvia de la semana anterior haba asegurado que sushuellas fueran las nicas visibles en el barro.

    Pero por qu se haba molestado el ladrn en trepar hastatales alturas para luego robar tan slo el guardapelo? Sin duda era elobjeto de ms valor que posea; pero su bolsa de monedas contenavarias valiosas piezas de acero, y ningn ratero que se respetara a smismo las habra dejado atrs; aunque era posible que el tipo fueramuy astuto y slo quisiera cosas de gran valor y fcil transporte.

    Adems, el intruso deba de ser una persona dotada de un sigiloextraordinario, pues haba pasado a pocos centmetros del guerrero,y el capitn mercenario tena el sueo muy, pero que muy ligero. Elladrn haba abierto la bolsa, echado un trago del frasco de ron defuego, y sacado el guardapelo; todo ello sin atraer la atencin deldurmiente.

    Luego estaba un ltimo interrogante: por qu el ladronzuelo lohaba dejado con vida y armado? Por encima de todo, Ariakas erauna persona prctica. Despreciaba el robo, pues crea firmementeque era la accin desesperada de una criatura dbil, aparte de

    resultar muy poco prctico. Un ladrn no poda evitar crearseenemigos y, sin duda alguna, ms tarde o ms temprano uno deaquellos enemigos lo atrapara y se vengara. As pues, durante todasu vida, Ariakas slo haba cogido aquellas cosas que se habaganado, o cuyos propietarios no tenan la menor posibilidad detenderle una emboscada en el futuro.

    No obstante, al robar el relicario y dejar al guerrero con vida,

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    ese bandido pareca estar buscando problemas! Puede que elmalhechor hubiera pensado que el hurto no se descubrira hasta alcabo de uno o dos das, pero aquello pareca una explicacin muyrebuscada, y, desde luego, Ariakas jams habra corrido tal riesgo.

    Mientras prosegua su bsqueda de un rastro, empez acuestionarse muy seriamente sus posibilidades de xito. Duranteinterminables minutos escudri el suelo, dando vueltas alrededor desu campamento en una espiral cada vez ms amplia, sin obtenernada. Sin duda el culpable no habra huido volando de la escena delcrimen!

    De nuevo, una mueca de furia crisp sus labios, sin que elguerrero se diera cuenta mientras rezongaba y farfullaba sufrustracin. l no era ningn leador, pero tampoco un novato en loreferente a los territorios salvajes, y desde luego, el suelo hmedo

    acabara por revelarle alguna pista sobre el camino que habatomado el ladrn!

    Consider la posibilidad de una persecucin a ciegas: limitarse aelegir una probable ruta por la que hubiera huido el intruso. Lasposibilidades de acertar eran muy remotas, pero sin un rastro parecala mejor alternativa.

    Una pequea piedra, vuelta de modo que el lado embarradoquedaba de cara al cielo, capt su atencin. Detenindose en seco,

    Ariakas estudi la ladera que se elevaba alejndose del guijarro, y la

    mueca de disgusto le desapareci de la boca, reemplazada por unafina y tirante sonrisa. La pisada era tan dbil que casi resultabainvisible; apenas una marca donde los dedos haban presionado lamontaa en un esfuerzo por encontrar un buen punto de apoyo.nicamente la piedra, desplazada, manchada de barro cuando todaslas otras relucan limpias por la constante llovizna, le indicaba queste era el lugar. Mir hacia lo alto, entrecerrando los ojos, ydescubri otra oscura huella, una docena de pasos ms arriba.

    La pista! Sin una vacilacin, afianz el morral en sus hombros yse asegur de que la espada descansaba en la funda. Sus botas

    abrieron profundas y fangosas heridas en la tierra al ir en pos deltenue rastro, ascendiendo, veloz, por la ladera merced a sus largaszancadas.

    Durante todo el da sigui el rastro por el accidentado paisaje delas Khalkist. El pedregoso suelo le facilit pocas seales de valor;pero cada vez que la pista amenazaba con desaparecer, surga otrasutil indicacin.

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    Poco a poco se dio cuenta de que su presa no pona empeoalguno en disimular su ruta. Ariakas sigui una sinuosa serie devalles que lo alejaban de la costa, pero en ninguna ocasin intent elladrn volver sobre sus pasos o escoger un giro imprevisto en sucamino; muy al contrario, sigui el curso de los valles, tomando unrumbo que lo conduca a un paso elevado que el guerrero podadistinguir en lo alto y frente a l.

    Entrada la tarde, el mercenario se encontraba ya en el vallellano que se extenda ante aquel desfiladero, sintindose cada vezms seguro de que esa abertura en las montaas deba de ser elpunto de destino de su presa. En primer lugar, la hondonada queahora cruzaba era una garganta de laderas empinadas, con paredescasi verticales que se alzaban a derecha e izquierda, cuyos nicospuntos de acceso parecan ser la ladera que acababa de escalar,

    que conduca desde la costa del Nuevo Mar hasta la estrechahendidura en la abrupta cordillera que tena delante.

    All, en ese valle angosto, Ariakas encontr la confirmacin deque segua el rastro correcto, y de que el ratero no tomaba la menorprecaucin para evitar que lo siguieran. La pared izquierda de lagarganta, que la senda haba seguido por abajo, torci de improvisohacia dentro, para proyectarse en la orilla misma del estrecho arroyoque discurra por el suelo del valle. Unas riberas hundidas y fangosasretenan el exiguo caudal, y el muro rocoso que tena delante oblig

    a Ariakas a cruzar.All, en el barro, encontr su prueba: un par de huellas de pies,donde el ladrn haba andado de puntillas por el lodo y, luego, o bienvadeado el arroyo o saltado sobre la resbaladiza superficie de variaspiedras que sobresalan de las plcidas aguas. El guerrero vade lacorriente con rapidez -el agua ni siquiera alcanz la parte superior desus botas- y, una vez en el otro lado, mientras buscaba de nuevo unapista, recibi una sorpresa: dos pares de huellas se alejaban delriachuelo, encaminndose, como ya haba imaginado, hacia elelevado paso de la alta cordillera. El descubrimiento lo dej

    momentneamente perplejo, al poner en duda toda una serie desuposiciones. Sera posible que hubieran sido un par de intrusos losque se haban introducido en su campamento sin despertarlo? Loimprobable de tal idea llevaba su credulidad a lmites insostenibles.Y, adems, por qu lo haban dejado con vida, sin siquiera intentarllevarse su espada?

    Las marcas del lodo eran pequeas y poco claras, ya que el

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    blando suelo haba vuelto a su posicin anterior y borrado gran partede los detalles. En cualquier caso, Ariakas prest menos atencin altamao de las pisadas que a la cantidad; de modo que se apart delarroyo vigilando con mayor atencin, para desviarse hacia lo alto deuna extensa ladera cubierta de hierba en direccin al estrechodesfiladero situado sobre su cabeza.

    Mientras trepaba, tuvo otra idea. Llevaba todo el dasospechando que segua a un ladrn poseedor de un extraordinarioe innato sentido del sigilo; y, a juzgar por la falta de seales en elsuelo, aquel personaje se mova con una habilidad casi misteriosaque consegua dejar el terreno intacto. Al saber que el escaso rastrolo haban dejado dos ladrones, Ariakas reconsider su opinin sobrela cautela que mostraba su presa.

    Sin embargo, los dos ladrones haban pasado por el barro de la

    orilla del arroyo y dejado un rastro claro, cuando un corto trayectopor el agua, riachuelo arriba, les habra permitido salir sobre unmontn de rocas, sin dejar una sola seal! Estaba claro que no lesimportaba si los seguan o no.

    Esta ltima sospecha acrecent la sensacin del guerrero deque deba mantenerse alerta. Se estaba metiendo en unaemboscada? Pareca algo ms que una vaga posibilidad.

    Todas estas preocupaciones se agolparon en su cerebro cuandose aproxim a la estrecha abertura. Un exiguo sendero recorra de

    un extremo a otro la empinada ladera y, de vez en cuando, descubrareveladoras huellas de pisadas en la tierra suelta. Como careca dela habilidad rastreadora necesaria para adivinar cunto tiempo hacaque sus presas haban pasado por all, decidi apostar sobre seguroy suponer que se encontraban a poca distancia por delante de l. Eraposible incluso que hubieran observado su larga travesa por ladesnuda ladera.

    Por fin el camino fue a dar en el desfiladero, y una rpida ojeadaal acceso mostr a Ariakas que no haba ningn lugar en el quecobijarse, en tanto que se abran innumerables hendiduras en el

    desfiladero que ofrecan escondites ms que suficientes paracualquiera que aguardase su llegada. En vista de todo eso,desenvain la espada y trep veloz por los ltimos cinco metros desenda, hasta encontrarse entre dos enormes masas de rocaerosionada por el tiempo.

    Sinti cmo cada uno de sus sentidos hormigueaba, alerta, yescrut a derecha e izquierda, intentando penetrar las sombras con

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    la mirada. Nada se mova all. Ningn sonido se dej or a excepcindel creciente aullido del viento, pues la ligera brisa se habaconvertido en una constante corriente racheada a medida queascenda por la montaa, y le echaba los cabellos hacia atrs confuerza, congelndole las mejillas y la barbilla. Cuando intent mirar alo lejos, la terrible fuerza del vendaval hizo que sus ojos se llenarande lgrimas.

    No obstante, acab por convencerse de que no le aguardabaninguna trampa en el interior de la estrecha abertura. Mientrasclavaba la mirada en la lejana, intent desprenderse de la curiosasensacin de que no exista ms vida en estas escarpadasmontaas; ninguna otra vida aparte del clido latido de su propiasangre, de su respiracin jadeante y su enfurruada determinacin.

    Dio la espalda al viento, para dar un respiro a sus ojos, y el

    sendero por el que haba llegado se mostr ante sus ojos. A lo lejos,entre las ridas jorobas de unos cerros, las aguas grises del NuevoMar se estrellaban implacables contra la pedregosa orilla, y ms a laderecha, a lo largo de la costa oculta entre brumas, distingui unbanco de oscuras nubes bajas: Sanction.

    All los volcnicos Seores de la Muerte lanzaban humo ycenizas al aire, y saba que aquel manto de oscuridad flotabaconstantemente sobre la atormentada ciudad. Aunque jams habaestado en Sanction, muchos de sus mercenarios haban visto aquella

    plaza abandonada de los dioses, y la haban descrito con aterradordetalle. De un modo inconsciente calcul la distancia y direccin desu futura marcha; pero, a continuacin, gir otra vez cara al viento,de vuelta al sendero y a la presa que aguardaba ms all; no viajaraa la ciudad sin el relicario, y no recuperara el objeto si no seenfrentaba a sus ladrones.

    Fue en ese instante cuando empez a notar el cansancio. Latensin de la caza, la determinacin del largo ascenso, habanagotado sus energas ms de lo que haba credo, y la senda quetena delante mostraba una extensin igual de empinada de guijarros

    entremezclados con maleza. Antes de proseguir, se dej caer alsuelo, apret la espalda contra la plana roca, e intent recuperar elaliento.

    Pase la mirada por el panorama que tena ante l, en tanto quesu mente examinaba con atencin cada desafo y dificultad que loaguardaba.

    En primer lugar, la geogrfica: se enfrentaba al terreno ms

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    tortuoso que haba visto jams. Verticales cimas rocosas seelevaban hacia el cielo en una docena de lugares y cada unaculminaba en una vertiginosa cumbre que, sin duda, nunca habasido hollada por una criatura que no tuviese alas. Desfiladeros deparedes de roca caan en picado perdindose de su vista entreaquellas elevaciones, y si exista alguna senda abierta entre aquellosfarallones, no consigui ver ninguna seal desde donde estaba.

    Tampoco descubri el menor rastro de agua, aunque se veansucias manchas de nieve en varios barrancos en sombras de lasladeras meridionales de las cumbres. Una serie de retorcidasestribaciones se abra paso por entre las caadas rodeando laselevaciones mayores, si bien tena la impresin de que para avanzarun kilmetro de terreno se vera obligado a recorrer otro en ascensosy descensos. En comparacin, la empinada subida hasta alcanzar

    este paso no haba sido ms que un agradable paseo.A continuacin, la presa. Adnde haban ido los dos ladrones?

    Observ con creciente contrariedad que el terreno que tena delanteera pedregoso y seco. Las nubes cargadas de humedad habanagotado su lluvia en el lado martimo de esta elevadsima cordillera,sin guardar ni una gota de agua para las ridas cimas que seextendan ante sus ojos. All no hallara rastros en el barro, y, por sifuera poco, la ladera era principalmente de roca desnuda, conpedazos muy reducidos de resistente hierba sobresaliendo aqu y

    all. Cualquiera que se moviera con el sigilo de aquellos ladrones nodejara la menor seal de su paso.Y finalmente, no vio nada en absoluto que pareciera una senda

    lgica. A donde fuera que los ladrones hubieran ido, ambos habanseguido una ruta improbable y peligrosa... y en aquellos momentostena una docena de tales caminos posibles ante sus ojos.

    Apret los puos mientras luchaba con aquel dilema. Seatreva a elegir una de entre tantas posibilidades, cada una de lascuales ofreca peligros inherentes a su vida slo con llevar a cabo laintentona de seguir adelante? O deba malgastar unas preciosas

    horas de luz -calcul que tena todava un par de horas antes de queoscureciera- para buscar seales que tal vez ni existieran?

    Sopes ambas lneas de accin mientras recuperaba el aliento,y en unos minutos se encontr fsicamente listo para volver amoverse, aunque todava sin decidir qu hacer, y sabiendo quedeba hacer algo. Ariakas se puso en pie, se aup la mochila a laespalda y, comprendiendo que necesitara las dos manos en aquella

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    ladera vertical, volvi a guardar la espada en la vaina. Poniendo lospies en la repisa del desfiladero, empez a buscar el lugar dedescenso ms favorable; pero, una vez ms, dej que los ojosvagaran por el abrupto y desnudo terreno.

    Se detuvo en seco, y su respiracin se aceler debido a latensin. Algo haba llamado su atencin, cerca de la cima de unaelevacin cercana. All!

    No poda creer en su suerte. Dos figuras, diminutas en ladistancia, aparecieron ante su vista. Muy despacio, la pareja fuerecorriendo una empinada ladera, buscando con sumo cuidadopuntos a los que sujetarse mientras atravesaban la escarpada repisade roca.

    Automticamente corri a colocarse tras las enormes rocas quese alzaban en medio del paso. En ese momento los distingua con

    toda claridad, y en su mente no haba el menor asomo de duda deque sos eran los ladrones. Las figuras se movan con precisin ycautela, pero tambin con sorprendente rapidez. Calcul el recorridoque los haba conducido desde este desfiladero a aquella cresta, eimagin el mareante descenso, seguido por una agotadora escalada,que haba llevado a los dos culpables a lo alto de la montaasiguiente. Inconscientemente, Ariakas se dijo que los ladronesconocan bien estas montaas, y eran muy audaces.

    No consigui distinguir demasiados detalles sobre las dos

    figuras. Vestan ropas de color terroso -fue tan slo su movimiento loque haba atrado su atencin- y trepaban con cuidadosa elegancia.En unos minutos desaparecieron de su vista, pero al menos sabaqu camino seguir.

    Unas energas renovadas inundaron sus venas, e inici eldescenso por la ladera con algo parecido a un temerario entusiasmo.Una pequea avalancha de guijarros sueltos descendi a sualrededor mientras sus largas zancadas buscaban un punto deapoyo en el declive y, de este modo, lleg al fondo del desfiladeroentre carrerillas y resbalones. El corazn le lata con fuerza, excitado,

    y sinti cmo una firme entereza fortaleca sus msculos cuandochapote por el estrecho arroyo e inici el ascenso por la paredopuesta.

    El sitio por el que los ladrones haban desaparecido estabagrabado en su mente, y no perdi tiempo mirando hacia lo alto. En sulugar, dej que las largas zancadas lo transportaran por la elevadaladera del pedregoso macizo. Poco a poco fue ganando altura, pero

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    slo cuando lleg al pie de la columna rocosa empez a trepardirectamente hacia arriba.

    El sudor perlaba su frente. El pulso martilleaba en sus sienes, yaspiraba con fuerza para llenar los pulmones de bocanadas de aire.

    Ascenda sin pausa, buscando de modo instintivo lugares a los queagarrarse y donde apoyar los pies, en tanto que trepaba hacia lacima a ritmo continuado.

    Por fin lleg al lugar donde haba visto a los dos ladrones.Durante la veloz persecucin, el sol se haba deslizado tras los picosoccidentales, y un manto de oscuridad empezaba a cubrir el cielo.

    Ariakas interrumpi la ascensin e inici una cautelosa travesaoblicua. Las estrellas parpadeaban por el este cuando rode eldesnivel, avanzando con sumo cuidado. Un solo paso en falso haraque resbalara por la pedregosa pared decenas o cientos de metros

    en direccin al fondo, pero perciba cmo la imagen de la mujer lollamaba y, concentrndose en ese objetivo, el guerrero slo se diocuenta a medias de la vertiginosa altura a la que se encontraba.

    No tard en llegar a una ladera ms suave, y se puso en marchasin detenerse. No obstante, no poda usar una mano para empuarla espada, por lo que slo le restaba desear que los ladronessiguieran ignorantes de la persecucin como haban parecido estarlodurante todo el da.

    Finalmente not tierra bajo los pies, y, no sin cierto alivio, dej

    atrs el rocoso promontorio. La oscuridad caa ya sobre l, pero pudodistinguir un valle bajo al frente, e incluso una mancha ms oscuraque slo podra ser un bosquecillo de resistentes cedros: losprimeros rboles que vea en todo el da.

    Una ardiente sensacin de triunfo corri por sus venas; unaprueba patente de la presencia de sus presas apareci ante l.Quin poda creer que aquellos ladrones fueran tan descuidadoscomo para encender una hoguera?

    _____ 2 _____Una pelea sin miedo

    Ariakas se agazap, cubierto por un cedro de ramas bien

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    pobladas de agujas, y estudi la disposicin del campamento. Vio auna figura delgada que cocinaba sobre las llamas, ocupada con unasartn, y el inconfundible olor del tocino frito lleg hasta su nariz,arrancando un gruido involuntario a su estmago.

    Hizo caso omiso del malestar, satisfecho al comprobar que almenos uno de sus adversarios no podra verlo en la oscuridad altener la mirada fija en los encendidos tizones. Ariakas se despoj dela mochila, mir en derredor, y escogi una ruta de aproximacin quepasaba por entre varias coniferas pequeas y achaparradas.

    Esmerndose por mantener al ladrn entre l y el fuego, Ariakasse asegur de que sus propios ojos siguieran siendo sensibles a lassutilezas de las sombras. El guerrero no vea al compaero del quecocinaba, pero saba por fragmentos de la conversacin que la brisallevaba hasta l que ste permaneca cerca de la hoguera. Por el

    momento no consegua identificar ninguna palabra, aunque las vocesle parecieron animadas y parlanchnas. Desde luego no eran lossonidos de alguien que esperara problemas.

    Se desliz ms cerca con suma cautela, movindose sigilosa ypacientemente, teniendo cuidado de que ninguna ramita se partierabajo sus pesadas botas. Tard un poco en llegar al siguiente rbol,pero estaba seguro de que sus presas no planeaban moverse estanoche. Como si quisiera confirmarlo, el segundo ladrn aparecientonces y arroj varias ramas de cedro secas al fuego.

    Ariakas se ocult veloz, cubrindose los ojos antes de que lasbrillantes llamas chisporrotearan hacia el cielo y baaran todo elbosquecillo con su animada iluminacin. La llamarada centelle ychasque, proporcionndole una idea: alarg la mano y toc variasramas quebradizas de un cedro seco, que parti mientras el ruido delfuego camuflaba el sonido de su propia actividad.

    A continuacin volvi a avanzar, reptando sobre manos yrodillas, al tiempo que palpaba el suelo con cuidado en busca deobstculos situados ante l. En pocos minutos lleg hasta el crculode rboles ms cercano a la hoguera. Una vez all, se instal para

    espiar.El cocinero segua atizando el fuego; pero, cuando el segundo

    ladrn se volvi tras rebuscar en una bolsa, Ariakas consiguiecharle una mirada al rostro y el cuerpo. Con un sobresaltocomprendi que era un kender quien le haba robado, y eldescubrimiento hizo que en su rostro apareciera una mueca derepugnancia. El sujeto llevaba las flexibles prendas de viaje de la

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    diminuta raza, y la larga cabellera sujeta con el caracterstico copetecolgando sobre el hombro izquierdo; andaba casi a saltitos, y elguerrero record la gracia intrnseca que haba contempladomientras la pareja atravesaba la montaa aquella tarde.

    Una rpida mirada le indic que el cocinero era tambin unkender, con cabellos ms largos todava que el primero. Con unirnico movimiento de cabeza Ariakas volvi a ocultarse para meditarsobre lo que iba a hacer.

    Como es natural, eso explicaba muchas cosas: los movimientossigilosos y el borroso rastro unido a la infantil torpeza de dejar lashuellas junto al arroyo; el robo del relicario; el trago de ron de fuego;todo mientras l dormitaba a pocos pasos; y tambin la decisin dedejarlo con vida. Aunque no haba sido una decisin en absoluto, sinduda ni siquiera se les haba ocurrido hacer otra cosa; pero, desde

    luego, nada de esto alteraba el hecho principal: ellos le habanrobado su tesoro, y l los haba atrapado.

    Sus objetivos seguan siendo los mismos. nicamente elenfoque haba cambiado. Su plan original haba sido sencillo:atemorizar a los ladrones para que entregaran la joya y luego mataral cabecilla como justo castigo y como una leccin para el cmplice.No obstante, saba que los kenders eran totalmente temerarios:ninguna intimidacin ni fanfarronada conseguiran hacer que leentregaran el relicario, ni que se disculparan. De todos modos, los

    hombrecillos acostumbraban a ser bastante ms ingenuos que eltpico ladrn humano, y puede que consiguiera engaarlos. En elpeor de los casos, poda matarlos y encontrar por s solo elguardapelo.

    Tomada una decisin, Ariakas sali de detrs del rbol y seacerc a la fogata como si su aparicin en aquel lugar fuera algo deltodo normal. La espada permaneca en su vaina, en tanto que sumano izquierda sujetaba el montn de ramas secas detrs de laespalda.

    --Vaya, hola! -dijo el primer kender, que se haba unido al

    cocinero junto al fuego-. Llegas casi a tiempo de cenar!Su compaero se volvi con una expresin imperturbable, y el

    guerrero volvi a sorprenderse al comprobar que ste era del sexofemenino. Unas delicadas lneas marcaban el delgado rostro; unrostro que podra haber pertenecido a una jovencita de no ser por lasarrugas de la madurez.

    --Trajiste el ron de fuego? -gorje-. Resultar perfecto con

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    este estofado de tocino y patatas!No obstante su preparacin, la franqueza del comentario de la

    kender cogi a Ariakas por sorpresa.--S, s lo traje -farfull tras unos instantes.--Te aseguro que era muy buen licor -coincidi el otro kender,

    indicando con gesto amistoso un lugar junto al fuego para que elguerrero se acomodara-. Soy Mijosedoso Ronzalero, y sta es miamiga Keppli. -La mujer mene la cabeza con una sonrisa debienvenida en el rostro.

    De improviso, lo ridculo de la situacin enfureci a Ariakas. Larepugnancia se elev como una oleada de bilis por su garganta, yarroj lejos las frgiles ramas, al no ver la necesidad de deslumbrar alos kenders.

    --Mirad -proclam, y su voz descendi hasta convertirse en un

    gruido amenazador-, he venido a recuperar mi guardapelo... culde vosotros me lo dar? -Se llev la mano a la empuadura de laespada para recalcar sus palabras de un modo nada sutil.

    --Tu guardapelo? -chirri sorprendido Mijosedoso Ronzalero-.Qu te hace pensar que nosotros lo tenemos?

    --S que lo tenis -respondi el humano, sombro-. Ahora, unode vosotros me lo traer!

    --Empiezo a pensar que ser mejor que nos guardemos estacena para nosotros -le desafi Keppli, malhumorada-. Encindete tu

    propia hoguera, si es as como te vas a comportar!El guerrero se neg al alterar su lnea de accin. Sin dejar devigilar con atencin a la pareja, se desvi hacia donde estaban susbolsas y ech hacia atrs la solapa de la primera.

    --Eh!, no puedes hacer eso... Eso es mo! -grit con voz agudala kender, incorporndose de un salto.

    Sin hacer caso de sus protestas, l rebusc en el interior delmorral de cuero, del que sac una herradura de caballo, un martillode herrero, un broche tachonado de joyas que mostraba la recargadaimagen en platino de un guila, y varias botellas y frascos que

    aparentemente contenan comida y bebida.--Para! -protest Mijosedoso, avanzando hacia l.

    Ariakas desenvain la espada con la mano libre y alz la hoja. Elhombrecillo se detuvo, con una mueca de concentracin contrayendosu rostro.

    Introduciendo la mano en la segunda mochila, el guerreroextrajo un surtido de botas -la mayora demasiado grandes para un

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    pie kender, y ninguna con una pareja evidente- as como una lujosatnica de piel marrn. Por fin sus dedos tocaron un familiar paqueteenvuelto en cuero.

    --Esto! -anunci, tirando de la cadena.Dej que el reluciente guardapelo se balanceara a la luz de la

    fogata, oscilando ante los sobresaltados kenders. Reflejos naranjadanzaron sobre el platino, y los rubes de las esquinas del relicariocentellearon bajo la luz como siniestros ojos acusadores.

    --Eso no es tuyo! -declar Mijosedoso Ronzalero con unenrgico cabeceo.

    --Recuerdas de dnde lo sacaste? -desafi Ariakas.--Claro! Lo encontr!--En qu lugar?--En las montaas; anoche -explic el otro, paciente, como si

    creyera que poda hacer cambiar de idea al humano.--Lo robaste de mis alforjas mientras dorma! -rugi Ariakas.Los ojos del kender se abrieron de par en par con estupor e

    indignacin.--No hice tal cosa! Adems, si hubiera estado en tu mochila,

    entonces habras sido t quien lo rob... y yo quien lo encontr all!Rugiendo, irritado, el guerrero hizo a un lado toda la andanada

    de objeciones y, con la espada alzada, avanz hacia el kender.Tena que administrar justicia, y le importaba muy poco si el ladrn

    era humano o kender; sin embargo, las siguientes palabras de suinterlocutor lo dejaron paralizado.--Ese guardapelo pertenece a la dama de la torre -protest el

    hombrecillo, molesto por la falta de comprensin del otro-. Inclusolleva su retrato! Vaya, pero si puede que hubiera recordadodevolvrselo y todo -concluy con ofendida dignidad.

    --Qu dama? -inquiri el humano, intrigado muy a pesar suyo.--Cul va a ser, la seora que los ogros de Oberon capturaron

    -explic l, exasperado-. La tienen encerrada en la torre que hay all.-Seal vagamente hacia el este.

    --Quin es ella? -exigi Ariakas. Recordaba el nombre Oberon,un jefe bandido conocido por mandar una banda de ogros al norte deBloten-. Y cmo sabes que el guardapelo es de ella?

    --Ya te dije quin es ella: la dama que est prisionera de losogros! Y s que es su relicario porque ella me habl de l. Lo perdiantes de... o puede que se lo robaran. Ella me cont lo de los cuatrorubes en las esquinas, y el pequeo cierre. Incluso lo del cuervo

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    grabado en el dorso. Adems, contiene su retrato; justo ah! Nopueden existir dos piezas como sa, verdad?

    --Cuntame ms cosas sobre la dama -indic Ariakas,resistiendo a la tentacin de responder a su comentario.

    --Es una princesa, o una reina, o algo as -intervino Keppli-. Sque es rica, o que lo fue antes de que los ogros la cogieran y lametieran en esa torre!

    --De dnde procede? -insisti el guerrero.Los dos kenders intercambiaron una mirada y se encogieron de

    hombros.--Ve y pregntaselo -dijo Mijosedoso Ronzalero con un deje de

    impaciencia-. Ahora, si eres tan amable de seguir tu camino...--Una pregunta ms -interrumpi Ariakas, con la empuadura

    del arma descansando cmodamente en la palma de la mano-.

    Dnde est esta torre, este lugar donde tienen prisionera a ladama?

    --Por ah -declar el kender-. A unos tres das de viaje, dira yo.Est en la frontera con Bloten, pero me parece que los ogros queviven all son una especie de banda de renegados. Tienen su propio

    jefe militar: ese al que llaman Oberon.--Cmo es que sabis tantas cosas sobre ellos? -inquiri el

    guerrero. El nombre de Oberon le resultaba cada vez msinteresante puesto que Habbar-Akuk haba mencionado al mismo

    monstruo brutal.--Bueno, pasamos all una semana el invierno pasado. Nosdieron una agradable habitacin, arriba, cerca de la de la seora,desde la que podamos ver a kilmetros de distancia; hasta losSeores de la Muerte, en un da despejado.

    --Pero entonces -interpuso Keppli-, los omos hablar sobrenosotros y, bueno, lo cierto es que no era muy agradable...

    --Y jams llegamos a conocer a Oberon! -interrumpi sucompaero.

    --... nada agradable -prosigui Keppli, asintiendo con firmeza.

    --De modo que nos fuimos -concluy Mijosedoso-. Como siesas cerraduras pudieran mantener encerrado a nadie!

    --Tienen a la dama? -insisti Ariakas.--Bueno, pues s -admiti el kender, aunque pareca dispuesto a

    discutir aquel punto. Luego mene la cabeza-. As que, como podrsver, no puedes quedarte su relicario. Si eres tan amable de dejarlo...

    --Me lo llevo. Nada de lo que me has dicho altera el hecho de

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    que eres un ladrn; la peor especie de ladronzuelo, que seescabulle en la oscuridad y amenaza a un hombre mientras duerme!

    --Vamos, si yo...--Silencio! -La voz del humano se convirti en un rugido, y el

    kender cerr con fuerza la boca, sorprendido. Los ojos oscuros ysorprendentemente maduros de Mijosedoso estudiaron con atenciny con una ausencia total de temor al guerrero; y, por algn motivo, lanegativa del kender a sentirse asustado enfureci al mercenario-.Aqu tienes tu justicia, ladrn! -bram, lanzando una estocada.

    El hombrecillo estaba preparado para aquel movimiento, pero nohaba esperado que su adversario fuera tan rpido. El kender se dejcaer al suelo y rod a un lado, pero no antes de que la punta de laespada desgarrara la zona de su garganta que qued al descubierto.

    --Eh! -chill Mijosedoso, llevndose una mano a la herida y

    contemplando aturdido la brillante sangre arterial que chorreaba porentre los dedos. Casi al instante, sus ojos se cerraron y cay alsuelo.

    --Te dejar con vida -dijo Ariakas a Keppli, sujetando elguardapelo en la mano izquierda mientras sostena la espada listapara atacar. Contempl cauteloso a la kender-. Pero mejor querecuerdes esta leccin cuando se te ocurra volver a robar.

    La furia que apareci en los ojos de la kender lo dejestupefacto; una andanada de rayos de fuego por su parte no

    podran haberle causado ms efecto. En un tono firme e inflexible, lamujer dijo burlona:--Aclamemos al guerrero humano, tan valiente que es capaz de

    asesinar! El macho cabro que fue su padre debera sentirseorgulloso! La puerca que lo trajo al mundo lanzara agudos chillidossatisfechos!

    --Quieres tener el mismo fin que tu compaero? -inquiri l,enrojeciendo, furioso.

    --No es nada comparado con el destino que te aguarda! -gritella, la voz teida de un deje de risa-. Antes de que los dioses

    acaben contigo, las alas de los cuervos batirn sobre tus huesos; loslagartos se arrastrarn entre tus piernas!

    --Ests loca! -mascull l, asestando mandobles con la espada,enfurecido al ver que ella se apartaba fuera de su alcance.

    --La locura es algo que deberas conocer! -canturre, un triunfoferoz resonaba en cada palabra y se clavaba en el guerrero como elaguijn de un estilete envenenado-. La locura corre por tus venas;

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    slo la sombra de un corazn late en tu interior. Oh, s... la locura esalgo que conoces muy bien!

    Ariakas perdi todo vestigio de control y arremeti por encimade la agonizante fogata, lanzando cuchilladas contra la gil figura. Enalgn punto de su cerebro la voz de la razn, de la cautela, le decaque eso era peligroso.

    No obstante, se lanz tras Keppli, descargando la punta de laespada sobre el taln de la kender, que profiri un chillido de dolor altiempo que daba una voltereta sobre el suelo. Cay sobre ella; perola mujer rod lejos y, mientras l resbalaba sobre una rodilla, ella seincorpor de un salto.

    Un cuchillo centelle en la mano de la kender.El puro instinto se adue del brazo del guerrero, haciendo que

    la hoja describiera un arco desesperado en tanto que l se

    desplomaba hacia atrs, en un intento de esquivar la hoja queresbalaba sobre su garganta. Sin saber cmo levant la espada.

    Con una violenta estocada, hundi la hoja en el cuerpo de lakender, maldiciendo al sentir cmo la daga abra un surco en sumentn y su labio. Keppli no emiti un solo sonido; se limit a caer ymorir. Ariakas dej que el arma cayera junto con su vctima,intentando detener con ambas manos la sangre que brotaba achorros de la larga herida del rostro.

    _____ 3 _____La fortaleza de Oberon

    Tard casi una semana en encontrar la torre; pero cuando lohizo se disiparon todas sus dudas: ante l se alzaba el austeroalczar en el que estaba prisionera la dama que apareca en el

    relicario.La alta construccin se ergua hacia el cielo como un enorme

    tronco de rbol azotado por el viento. Elevndose en lo alto de unacumbre escarpada de oscura roca, el imponente edificio cilndricopareca desafiar a la gravedad y a toda ley fsica, mientras selevantaba por encima de los picos de las Khalkist. Las nubespasaban rozando los parapetos de las murallas superiores en tanto

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    que las brumas cubran los valles -gargantas en realidad- que seextendan, tras una larga cada en picado, a cada uno de sus lados.

    La fortaleza en s era ms alta que ancha, y pareca estarposada como una serena ave de presa sobre el elevado pico. Lasnegras paredes de piedra se alzaban al mismo borde de losfarallones, ascendiendo vertiginosas hasta convertirse en estrechosparapetos; y, cerca de la parte superior, seis agujas laterales surgandesde la torre central y rodeaban las murallas superiores. Un tejadode forma cnica coronaba la estructura principal, aunque las agujascircundantes estaban cubiertas con los bordes almenados deparapetos de piedra.

    En su mayor parte, el alczar y su inexpugnable cumbrequedaban apartados de otras montaas, separados de ellas porenormes simas y caadas. No obstante, otra elevacin, igualmente

    alta, ascenda a poca distancia de la fortaleza. Un empinado ytraicionero camino conduca hasta lo alto de esa cumbre contigua, yun puente levadizo alzado casi a la altura de la pared de la torrepoda descender para salvar el espacio entre los pinculos,facilitando as el acceso desde el sinuoso sendero a la nica puertade la fortaleza. Sin embargo, con el puente levantado, al guerrero ledio la impresin de que la torre estaba tan bien protegida como uncastillo que flotara en una nube.

    Gimiendo de cansancio, Ariakas se dej caer contra una gran

    roca. La piedra era dura, llena de ngulos, y tan fra que absorbitodo el calor de su cuerpo a pesar de la capa de piel que se habahecho con el petate del kender. De todos modos, incluso en esemomento, frente a un obstculo que pareca ms invulnerable quecualquiera que se hubiera encontrado antes, no pens siquiera endar media vuelta. La temperatura sigui descendiendo, y un vientohelado hizo saltar trocitos de nieve, que parecan agujas afiladas, yse incrustaron en la piel del rostro que le quedaba al descubierto.Pero no le pas por la cabeza la idea de buscar otra cima menoselevada.

    En cambio, escudri la mirada en derredor en busca de unlugar donde acampar, aunque saba que el atributo principal de esecampamento no sera ofrecer cobijo, si bien eso resultaba deseable.Lo ms importante era encontrar un lugar desde el que pudieraobservar la torre al tiempo que l permaneca oculto. Tras una cortabsqueda, localiz una estrecha cavidad en una ladera casi vertical,a unos cuatro metros por encima del sinuoso sendero que llevaba

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    hasta el puente levadizo. All quedaba protegido del viento, y dosenormes rocas ocultaban el exiguo campamento de la torre; ademspoda tumbarse boca abajo y sacar slo la parte superior de lacabeza entre las dos piedras, para, de este modo, obtener unabuena vista de la fortaleza, desde la puerta en la base hasta loselevados pinculos de las seis agujas.

    Instalndose todo lo cmodamente que le fue posible, Ariakasse acurruc sobre el suelo para estudiar su objetivo. Durante lashoras transcurridas desde que localiz la fortificacin, no habadetectado signos de movimiento ni de vida en su interior o en la partesuperior del edificio.

    Su mirada permaneci fija durante un rato en las grandespuertas, visibles tras el puente levadizo. Daban la impresin de serdos puertas estrechas, que se elevaban juntas hasta terminar en

    pico; ante ellas se encontraba la larga plancha del tablero del puente,alzado casi en vertical por las cadenas que surgan de las rendijas enla muralla del alczar, a unos doce metros por encima de la entrada.

    Mientras estudiaba el lugar, su mano fue a posarse en la barbillay se toc la profunda cicatriz que haba quedado tras la cuchillada dela kender. No tena espejo con el que inspeccionar el corte; pero susdedos le haban indicado muchas veces durante la pasada semanaque el tajo era ancho, y que llegaba desde el mentn al labio inferior.Poda presionar la lengua entre las dos mitades del corte y, aunque

    la lesin haba cicatrizado sin infecciones, le causaba problemaspara comer y beber. Su imaginacin le dijo que la carne viva de laherida deba de tener un aspecto horrible y enrojecido.

    Desde el enfrentamiento con la kender, Ariakas haba pasadomuchas horas reflexionando sobre su falta de cuidado. Se sentamuy avergonzado por haber perdido el control, pues saba que -dehaber mantenido la serenidad- habra podido evitar aquel afiladocuchillo. Por qu se haba mostrado aquella hembra tanestpidamente autodestructiva? Medit aquella pregunta pormilsima vez. Sin duda, ella saba que no tena ninguna posibilidad

    contra su espada; o haba credo realmente que l perdera porcompleto el control y que eso le permitira asestarle una cuchilladamortal?

    Una desacostumbrada sensacin de intranquilidad impregn lospensamientos del guerrero; senta la confianza en s mismogravemente menguada por el recuerdo de su ltimo desafo: lasimple recuperacin del guardapelo, operacin que lo haba dejado

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    malherido. Era ese fracaso el factor que lo haba llevado hasta esatorre formidable, y a pensar en acometer tan demencial tarea? Oeran, tal vez, los ogros? No senta el menor cario por aquellasbestias, y el asesinato de su padre, ms un millar de otros agravios,haban alimentado un profundo deseo de venganza. Era un odiopuro el que lo impulsaba a aquella accin suicida?

    Saba que lo impela algo ms que eso. De un modoinconsciente, introdujo la mano en la bolsa colgada a su costado y lacerr alrededor del slido receptculo del guardapelo. Luego, comosiempre, su imaginacin complet para lla idea de una mujer: de lamujer en que ella se haba convertido.

    Y, como siempre, se sinti estupefacto ante la claridad y laconsistencia de su imagen mental. Desde luego, posea larepresentacin que apareca en el pequeo retrato como punto de

    partida, pero su mente haba aadido toda una serie de detallesadicionales. Tan slo las ropas de la mujer cambiaban: en aquelinstante, en sus pensamientos, llevaba un amplio vestido, en tantoque por la maana su imaginacin la haba mostrado con un difanoy sedoso traje blanco. Tena los hombros al descubierto, ya que elvestido era muy escotado, y la larga melena, negra como la noche,apareca recogida sobre la cabeza con regia majestuosidad.

    El rostro era alargado y de una belleza demasiado serena paraexpresarla en palabras; los oscuros ojos centelleaban, y el esbelto

    cuello estaba adornado con relucientes joyas. Unos dedos elegantesse alzaron hacia su rostro, como si percibiera su intrusin; pero, almismo tiempo, era una intrusin que le pareci que ella deseaba,pues los pechos de la mujer subieron y bajaron con el acrecentadoritmo de su respiracin, y los labios se entreabrieron, hmedos, enun silencio que l tom como una invitacin.

    Por qu se senta obligado a llegar hasta ella? Para loskenders haba sido la dama de la torre... Era rica, una princesa, talvez. A Ariakas le gustaba el dinero, haba sentido la atraccin de lariqueza toda su vida; incluso haba disfrutado de los placeres ms

    extravagantes, cuando las monedas haban corrido por entre susdedos como el agua por encima de una presa. Era una sensacinmagnfica -la riqueza- y un imn poderoso.

    Pero no era eso lo que lo atraa ahora.La noche oscureci el cielo, y la torre desapareci de la vista;

    excepto por una ventana alta, donde una luz amarilla quebraba lasestigias tinieblas como una estrella solitaria. Las nubes

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    descendieron, y unos copos de nieve se arremolinaron alrededor deAriakas; pero la luz sigui brillando como un faro, instndolo a seguiradelante y subir hasta all.

    Descans durante toda la noche, aunque sin dormir demasiado,pues cada vez que cerraba los ojos, la imagen de la dama creca yarda en su cerebro, de modo que tras unos instantes de aquello,despertaba y contemplaba con fijeza la solitaria luz que siguiardiendo en el cielo, incluso despus de que el amanecer empezaraa teir de color el horizonte.

    No obstante la agitada velada, se despert con una sensacinde energa y determinacin. La neblina se haba desvanecido, y latorre se recortaba ntidamente contra el despejado cielo. El sol envisus primeros rayos desde detrs de la lnea del horizonte, y stosiluminaron los picos ms altos... y, poco despus, tambin la torre.

    Sin embargo, cuando la luz del sol cay sobre los oscuros muros,pareci como si el resplandor se desvaneciera al penetrar en lasnegras superficies ptreas.

    Su observacin se vio interrumpida entonces por un sonidoextrao; el primer sonido que haba escuchado en muchos dasaparte del gemir del viento o el chapoteo de un riachuelo en lasmontaas. Era el inconfundible tintineo del metal contra el metal y, enunos instantes, Ariakas distingui el acompasado golpeteo de unaspisadas.

    Agachndose tras la seguridad de los dos peascos, el guerreroexamin el sendero que discurra ms abajo. Al instante, unavoluminosa figura cubierta con una armadura apareci ante sus ojos,ascendiendo por el camino con andares pavoneantes. Ariakas notard ni un segundo en darse cuenta de que aquella bestia era unogro. La enorme y dentuda boca permaneca entreabierta bajo elchato hocico, y los colmillos, amarillentos por el tiempo, sobresalancomo los de un jabal desde los bordes de las fauces. La criaturameda por lo menos dos metros y medio de estatura, tena un pechoamplio y protuberante, y dos piernas gruesas y achaparradas.

    Mientras marchaba, el monstruo diriga los maliciosos ojos a derechae izquierda, escudriando diligentemente la ladera por encima delsendero.

    Ariakas se acurruc contra el suelo y permaneci totalmenteinmvil, escuchando cmo la criatura se alejaba con pasobamboleante. Para entonces ya se oan los ruidos producidos porotros caminantes que gruan, gimoteaban y maldecan bajo alguna

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    clase de esfuerzo, de modo que se arriesg a echar otra mirada, yvio que el ogro que iba en cabeza haba desaparecido en el siguienterecodo del camino. Justo debajo, otra pareja avanzaba penosamentebajo el peso de un tronco enorme que sostenan en precarioequilibrio sobre las anchas espaldas. Unos cuantos ms aparecieronluego, cada uno arrastrando un leo destinado, supuso el guerrero, alas chimeneas de la fortaleza.

    La banda de ogros desapareci por fin tras el recodo, peroAriakas se mantuvo en su puesto, aguardando y observando elcamino. Pasaron los minutos. Los sonidos de los resoplantes seresse apagaron sendero adelante. Aun as, el guerrero sigui sinmoverse.

    Un hombre hizo su aparicin, andando despacio y con cautela,sendero arriba. Al igual que el ogro que haba encabezado la

    columna, escudriaba las laderas por encima de la senda condiligencia y atencin. Su mano descansaba sobre la empuadura deuna larga espada, que se balanceaba en la cadera del desconocidoguerrero con una elegancia que daba a entender una largafamiliaridad.

    Ms significativa era la armadura del hombre. Ariakas dej quesu rostro se crispara en una sonrisa, partida por la cicatriz, al ver elyelmo de metal que inclua una visera, bajada de modo que cubra elrostro del otro. Era un tipo de gran tamao, fornido y de piernas

    largas y, al igual que el yelmo con mscara, tales detalles tambinrecibieron la aprobacin de la figura oculta por encima del sendero.Ariakas ech una veloz mirada para comprobar que los ogros

    seguan lejos de all. A continuacin levant una pequea piedra, ysostuvo el ovalado objeto en la palma de la mano sin perder de vistaal solitario guardia que cubra la retaguardia mientras ste pasaba

    junto a su escondite. La lisa mscara del yelmo gir hacia arriba, y elguerrero contuvo la respiracin mientras la mirada del otro barra lazona y pasaba junto a la cavidad donde se esconda. Por suerte, tal ycomo haba esperado, el estrecho punto de observacin y las

    sombras circundantes ocultaron su presencia.Entonces, en cuanto el guardia mir ms arriba del sendero,

    Ariakas lanz la piedra por los aires y contempl cmo caa,perfectamente, a unos tres metros de distancia y al otro lado delhombre, ladera abajo.

    El desconocido no habra sido humano de haber hecho casoomiso del repentino sonido de piedras que rodaban. La espada del

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    hombre apareci en su mano al instante, y ste acuchill el aireinstintivamente a su alrededor. Slo entonces escuch los ruidos delo alto.

    Girando en redondo, el guerrero levant la larga hoja paraenfrentarse a Ariakas, que arremeti con su espadn, sujetndolocon ambas manos. El guardia se tambale hacia atrs. Luego soltsu arma y, por un aterrador instante, Ariakas temi que fuera aprecipitarse por el borde del empinado sendero; pero el hombrerecuper el equilibrio, y su yelmo sin rostro se inclin al frentedurante una fraccin de segundo mientras buscaba su espada. Aquelinstante fue suficiente: Ariakas lanz una violenta estocada dirigida ala abertura existente entre el yelmo y el peto de su oponente, la hojase desliz por el hueco, y el hombre lanz un gemido, unaexhalacin de sobresalto y sorpresa, para desplomarse a

    continuacin sobre el suelo, sin vida.Ariakas tena que actuar con rapidez. Tras echar una rpida

    mirada a la elevada torre, no detect ningn movimiento ni seal dereaccin alguna, de modo que esper seguir pasando inadvertido. Atoda velocidad, se despoj de su propia armadura de cuero, quereemplaz por la coraza y el yelmo del hombre muerto. Luegodesech su mochila, aunque cogi el guardapelo, la daga y, trasunos instantes de indecisin, el frasco de ron de fuego y los introdujoen la pequea bolsa que penda de su cinturn.

    Tras colocarse el yelmo en la cabeza, dej caer el visor paraocultar sus facciones. Una vez que hubo limpiado y envainado laespada, inici la marcha camino adelante. Mientras avanzaba a pasoligero se coloc las hombreras e introdujo las manos en losguanteletes.

    Con el visor bajado, saba que presentaba un parecidorazonable con el hombre que haba matado, aunque no se atreva adecir cunto tiempo podra mantener el engao. As pues, seconcentr en acortar la distancia que lo separaba de los ogros y supesada carga de lea.

    La senda serpenteaba en su ascenso por el risco adyacente a lafortaleza de los ogros, y los pulmones del guerrero se esforzaban porllenarse de aire mientras avanzaba penosamente, hundido por elpeso, nuevo para l, de la armadura de metal. Por fin dobl unrecodo y vislumbr la empinada ascensin por la ladera que loaguardaba. Al parecer aquellas bestias lo haban estado esperando,ya que algunas estaban repantigadas en el suelo alrededor de los

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    enormes troncos en tanto que otras pateaban el suelo impacientes ymiraban enojadas sendero abajo.

    En cuanto Ariakas apareci, los ogros sentados se incorporaronbruscamente, aunque con visible desgana, para reanudar sus tareas.Uno de ellos le dedic un despreocupado saludo con la mano, que elguerrero devolvi, mientras los otros se echaban los leos al hombroy se iniciaba la marcha.

    Ariakas asumi entonces su nuevo papel, y se dedic ainspeccionar las alturas y el sendero a su espalda tal y como habavisto hacer al hombre que haba eliminado, asegurndose de quenadie segua al grupo hasta su guarida. El camino penetr en unaserie de inclinados y estrechos zigzags, y Ariakas se encontr conque los ogros marchaban por la ladera justo por encima de sucabeza. Decidi no prestarles una atencin demasiado obvia,

    dicindose que la persona que iba en la retaguardia habra estadoms preocupada por cualquier amenaza desconocida que acecharaa ambos lados del camino.

    Finalmente, la senda desemboc en la estrecha cumbre delrisco, y el grupo avanz hacia la cima. Ariakas imagin que seaproximaban al puente levadizo, ya bajado, y apresur el paso por laladera inferior. Su plan dependa de poder llegar al portal antes deque la plancha se hubiera vuelto a levantar, pues no queraarriesgarse a pedir a los guardias que la bajaran. Despus de todo,

    ni siquiera saba en qu lengua hablaban en el interior de laimponente torre.Coron la elevacin y se encontr con el puente levadizo

    posado sobre el abismo y las puertas dobles de la fortalezaabrindose hacia el exterior justo mientras l se acercaba. El alczarse ergua hacia el cielo, ante l, elevndose como una prolongacindel macizo y escarpado pico, en tanto que varias de las torresexteriores se extendan hacia el guerrero, lo que confera laimpresin de que toda la fortificacin se inclinaba al frente, lista paradesplomarse sobre su persona. Enormes piezas cuadradas de

    granito encajaban entre s a la perfeccin para formar la avasalladoramuralla y, a excepcin de las seis torres exteriores, ningn atributoexterno interrumpa la curva pared. Unas empalizadas lisas seelevaban al encuentro del borde sobresaliente del tejado de formacnica situado all en lo alto.

    Los ogros avanzaron penosamente, cruzando con su carga ellargo puente levadizo hasta desaparecer, por entre las puertas, en el

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    interior de la torre. Ariakas los sigui a toda prisa, aunque arriesguna mirada a lo alto para estudiar la fortaleza al llegar al inicio delpuente. Ventanas estrechas hendan las paredes en muchos puntos,e imagin innumerables ojos fijos en l. Sin embargo, no detectmovimientos en la oscuridad del interior, y muy pronto incluso losogros que tena justo delante se haban desvanecido en las negrasfauces de la entrada.

    Al poner el pie en el puente, el guerrero se dio cuenta con unviolento sobresalto del enorme precipicio que se abra debajo. Eldesfiladero se encontraba a ms de trescientos metros bajo laplancha, y una sensacin de vrtigo se apoder de l. Apretando losdientes, cruz con paso decidido.

    Mientras atravesaba la entrada, distingui los oscuros perfilesdel torno y los engranajes que hacan funcionar las puertas. Dos

    ogros, que gruan impacientes, hicieron girar la manivela de uncabrestante y cerraron los portales con sorprendente rapidez. Almismo tiempo, el repiqueteo de la cadena en lo alto indic a Ariakasque tambin se haba puesto en marcha el mecanismo del puente.Las puertas se cerraron con un fuerte golpe a su espalda, ycomprendi que ya no poda volver atrs.

    --Toma, Erastmut... te he guardado un trago! -gru uno de losogros, alargando una botella manchada de limo.

    Ariakas tom el frasco, sintindose aliviado en un principio

    porque la criatura hablara en Comn, si bien saba que no podapermitirse alzar el visor en presencia de alguien que conoca aErastmut.

    Con un silencioso cabeceo de agradecimiento, el guerrerosostuvo la botella y se llev la otra mano a la placa que cubra surostro; un hedor cido, mezcla de licor barato y babas de ogro,estuvo a punto de hacerle vomitar mientras alzaba el frasco.Entonces, como si recordara un gran secreto, alz la palma y sealla bolsa que colgaba de su cinturn. Luego, introdujo la mano y sacsu preciada botella de ron de fuego. Tras dejar la botella del ogro en

    el suelo, le entreg la suya a la criatura.--Estupendo! -buf sta, olfateando el gollete apreciativa. La

    levant y tom un largo trago.Ariakas hizo una mueca al contemplar cmo el valioso lquido

    resbalaba por la barbilla del monstruo, pero sigui sin atreverse ahablar. Para entonces el otro ogro que guardaba la puerta se habaacercado ya a ellos, y Ariakas le hizo un gesto para que tomara

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    tambin un trago. La primera criatura frunci el entrecejo y sacudi lacabeza.

    --No... no pude probarlo bien la otra vez. -De nuevo volvi aalzar el frasco y bebi con avidez.

    --Vamos... guarda un poco! -refunfu el otro, alargando unaenorme zarpa.

    Como era de esperar, el primer ogro apart la botella, dirigiendouna sonrisa burlona a su camarada, con la suprema superioridad delque tiene una mano vencedora en una partida de cartas y no leimporta quin lo sepa.

    --Dame! -insisti el segundo, desatada su clera ante la actitudde su compaero.

    El que beba apart la mano extendida del otro de un manotazo,alejndose despacio unos pasos para mantener el frasco fuera de su

    alcance. El ogro sediento profiri un bufido y sali en su persecucin.Ariakas aprovech la ocasin para escabullirse por el pasillo de

    entrada. El corredor de alto techo estaba formado por paredes deroca, con un suelo desnudo de piedra triturada. A ambos lados seabran muchas puertas y pasillos, la mayora oscuros y silenciosos,aunque de vez en cuando la luz trmula de antorchas o velas sefiltraba bajo algn portal. Lleg hasta un pasadizo lateral por el quehaba visto desaparecer algunos ogros girando a la izquierda y, unavez all, l torci a la derecha. El pasillo sigui adelante un trecho y

    luego se bifurc. El revelador tufo a amonaco que surga del ladoizquierdo le indic que conduca a una letrina, de modo que continupor el de la derecha.

    Por fin se encontraba lo bastante lejos de la puerta para que nopudieran verlo ni orlo y, aunque echaba desesperadamente en faltala posibilidad de percibir con claridad, sigui sin atreverse a quitarseel incmodo yelmo. Aparte de no tener ni idea de cuntos humanosestaban acuartelados en esa fortaleza, era consciente de que lacicatriz de su rostro lo converta en una persona difcil de olvidar ytema que, incluso entre los obtusos ogros, su apariencia llamara la

    atencin.El corredor por el que avanzaba dobl una esquina y fue a dar a

    una amplia y recta escalera. El corazn se le inflam, esperanzado;los kenders haban dicho que la dama estaba prisionera en lo alto dela torre. De improviso, escuch el fuerte ruido de unas pisadas queavanzaban por el pasillo y, sin pensrselo, corri a la escalera,subiendo los peldaos de cuatro en cuatro. Con el corazn latiendo

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    con violencia, se esfum entre las sombras de la parte alta justoantes de que un grupo de ogros apareciera en el corredor queacababa de abandonar.

    _____ 4 _____La luz en lo alto de la torre

    Oculto a la amenaza situada all abajo, Ariakas aminor lamarcha por la escalera y escuch en busca de sonidos de actividad.Las pisadas del pasillo se apagaron, aunque oy el tronar de

    carcajadas y breves estallidos de rias procedentes de diferenteslugares de la planta baja. Por encima de donde l se encontraba,todo segua silencioso. Unas antorchas llameaban desde unoshacheros de pared en lo alto de la escalera, que ascenda sininterrupcin al menos un total de doce metros. Ariakas maldijo ellimitado campo visual que le permitan las rendijas del yelmo, perosegua sin osar desprenderse de su disfraz.

    Mientras suba los peldaos que le quedaban, empez a meditarpor vez primera sobre la grandiosidad de esa aislada fortaleza. Las

    escaleras eran de dura madera oscura, aunque las paredes delinterior del alczar parecan del mismo granito que las exteriores.Innumerables tapices cubran los muros, las antorchas ardan ychisporroteaban en el interior de trabajadas jaulas de hierro y, aambos lados de la escalera, haba unos pasamanos lisos yelegantemente tallados.

    Resultaba evidente que ese lugar no haba sido construido portoscos humanoides, y Ariakas sinti curiosidad por el misterioso jefemilitar ogro llamado Oberon, preguntndose por primera vez si stesera realmente un ogro. La conservacin, hasta cierto punto

    razonable, del lugar indicaba lo contrario. Al fin y al cabo, habasaqueado suficientes guaridas de ogros para recordar con claridad elpenetrante hedor a orines y a desperdicios amontonados que lashaba caracterizado a todas. Sin embargo, all, alguien se habadedicado a limpiar lo que dejaban, o los haba obligado a ellos alimpiar lo que ensuciaban. Estas criaturas incluso utilizaban letrinas,como ya haba observado en el piso inferior.

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    El segundo piso constaba de un amplio vestbulo en el centrodel alczar. La escalera terminaba en un extremo de este vestbuloen tanto que una serie de amplios peldaos conducan hacia arribaen el lado opuesto. Una docena de antorchas arda en las paredes,lo que permiti a Ariakas comprobar que no haba ningn ogro en laestancia, y que varios pasadizos oscuros se abran en su periferia;tambin all las paredes estaban cubiertas de floridos tapices.

    Sin perder tiempo en mayores investigaciones, el guerreroatraves, raudo, la habitacin y subi por la siguiente escalera. Elrecuerdo del faro de luz en la noche arda en su memoria,atrayndolo hacia lo alto de la elevada fortificacin.

    La planta siguiente result tener un vestbulo central mucho mspequeo, con muchos ms pasillos que partan de l. De algunoscorredores laterales surga la luz amortiguada de las antorchas, en

    tanto que de otros surgan los profundos retumbos de ronquidosogros. Adems, en este piso, la escalera se estrechaba hasta tenerapenas tres metros de anchura; al parecer la zona ceremonial de lafortaleza se encontraba abajo.

    A hurtadillas, el guerrero atraves la corta distancia hasta elsiguiente tramo de escalones, para ascender a otro piso similar alque acababa de abandonar. No obstante, el cuarto piso mostrabaindicios de estar totalmente abandonado: ni antorchas ni ronquidosalteraban el aire viciado y mohoso.

    Ariakas apresur el paso y subi a toda velocidad. No tard enencontrarse en el quinto piso, donde la inmensidad misma de la salaprovoc que se detuviera, receloso. La agonizante luz diurna sefiltraba por las alargadas ventanas de tres de los lados, de modo quecomprendi que la estancia era tan ancha como el mismo alczar.En el cuarto lado, de cara a la montaa contigua, una puertapequea cerraba una porcin de la muralla exterior. Su objetivo,situado ms arriba, segua instndolo a seguir, pero al guerrero leresultaba sospechosa esta planta. Tan silenciosamente como pudo,se aproxim a la lisa pared de la diminuta habitacin. Una puerta

    gruesa, reforzada con bandas de hierro y equipada con unossoportes para sostener una barra resistente, apareca ligeramenteentreabierta.

    Atisbo por el borde de la puerta con cautela, y con un satisfechosentimiento de confirmacin reconoci los enormes cabrestantes ylos metros de cadena arrollada que no podan ser otra cosa que lamaquinaria que accionaba el puente levadizo. A juzgar por el peso

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    de las cadenas y del puente, supuso que se necesitaran docenas deogros para alzar la plataforma; bajarla, se dijo con una sonrisa quetir del labio partido, sera otra cuestin.

    A toda prisa, regres a la escalera. Los siguientes pisos a losque lleg eran todos iguales: enormes salas circulares que ocupabantoda la amplitud del edificio. Anillos concntricos de columnas depiedra rodeaban un gran poste central, lo que daba a las enormesestancias el aspecto de un oscuro bosque petrificado. Los ltimoshaces de luz solar, que se filtraban por las ventanas occidentales,contribuan al fantasmal efecto como el sol de la tarde cayendo sobreel umbro suelo de un bosque.

    Estos niveles los cruz veloz, sin dedicarles ms que unamirada superficial por si haba ogros; y, por fin, la escaleraemprendi un largo ascenso, ininterrumpido por otras plantas. Los

    peldaos se elevaban en direccin a un rellano, luego zigzagueabanhasta el siguiente. Haba antorchas en cada descansillo, aunquegran parte del espacio entre ellos quedaba en sombras.

    Tras cuatro de tales descansillos, y a pesar de estar rodeado porlas paredes de la escalera y la masa del castillo, Ariakas empez adarse cuenta de que se encontraba no obstante muy por encima delresto de Krynn, pues sus pulmones se esforzaban por respirar elenrarecido aire de la montaa. El oscuro yelmo de metal parecaoprimirle, y la cicatriz de la barbilla y el labio le escoca terriblemente,

    all encerrada.La cautela desterr todas estas preocupaciones cuando -amedio camino del cuarto piso- escuch unas pisadas sonoras ylentas. Aplastndose contra un barandilla, procur desvanecerseentre las sombras.

    Una enorme figura ocup su campo visual, cruzando el pisosuperior, perfilada por la luz de la antorcha de lo alto de la escalera y,a continuacin, sigui adelante hasta desaparecer de la vista.

    Ariakas oy cmo los pasos se detenan y luego, tras un levearrastrar de pies, volvan hacia la escalera. Sin moverse, el guerrero

    observ cmo el centinela ogro volva a cruzar pesadamente ante sulnea de visin, y luego cmo se detena y daba la vuelta. El rtmicopaseo continu, con menos de medio minuto entre cada uno de lospases de la criatura.

    Maldiciendo en voz baja, analiz al formidable adversario. steera el primer ogro aplicado que haba encontrado en el castillo, yestaba claro que la bestia custodiaba algo de gran valor. La

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    esperanza se reaviv en el guerrero; una esperanza tan fuerte queactu como su propia confirmacin. All, justo ms all del guardia,saba que encontrara a la dama!

    Con sumo cuidado, se desliz escalera arriba, subiendo unpeldao cada vez que el ogro pasaba. Dio gracias de que lassombras fueran tan densas junto al pasamanos, y tambin de que elogro no mostrara inclinacin a mirar hacia abajo; en lugar de ello, elser mantena la mirada fija al frente mientras paseaba de un lado aotro, el repetitivo trayecto formaba el trazo superior de una imaginarialetra T configurada junto a la escalera.

    Por fin, el guerrero alcanz el extremo de la zona en sombra, aunos cinco peldaos de la parte superior. El ogro volvi a pasar,marchando a la derecha del mercenario, y Ariakas desenvain laespada y junt los pies bajo el cuerpo. Su mente reprodujo con toda

    nitidez el ataque: saldra agachado y corriendo de la oscuridad, ylanzara la espada hacia arriba contra la fofa garganta. Una estocadacertera en el cerebro producira la muerte instantnea... Rebanar layugular la hara algo ms lenta, pero no menos segura.

    Todava en tensin, Ariakas se dio cuenta de que el ogro estaraa punto de volver, pero entonces escuch que las pisadas delguardia sonaban algo ms all. De repente, los pasos se detuvierony el guerrero oy un elocuente chorrear.

    Subiendo a toda velocidad, alcanz rpidamente el pasillo

    situado en lo alto de la escalera, dando las gracias en silencio aquienquiera que haba obligado a estas criaturas a usar letrinas.Ariakas busc en primer lugar otra escalera que condujera arriba,pero no haba ninguna, y, puesto que el ogro se haba ido por laderecha, l corri hacia la izquierda. Un destello de luz de antorchase filtraba desde un pasillo lateral y, en lugar de un humo fuliginoso,un aroma de incienso perfumado surga al exterior junto con la luz: ladama.

    El corazn le lati con fuerza por culpa de algo ms que la faltade aire mientras giraba por el iluminado pasillo. Atraves como una

    exhalacin un umbral, sin aliento y parpadeando bajo la fuerte luz.En un principio crey que toda la habitacin refulga, pero no tarden concentrar la mirada en los tres faroles colgados del techo.Vapores neblinosos se arremolinaban alrededor de las luces y, alotro lado de la solitaria ventana de la estancia, se distingua el negromanto de la noche. Comprendi que sta era la abertura que habaestudiado desde la montaa barrida por el viento; el faro de luz que

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    haba brillado, seductor, durante la larga noche.Entonces, todos los dems detalles se tornaron insignificantes

    cuando ella se movi. La dama yaca sobre un enorme lecho junto auna pared, y entonces gir la cabeza para mirarlo.

    Las rodillas de Ariakas flaquearon, y el guerrero se tambalebajo el impacto de tanta belleza. La mujer era el reflejo exacto de lafigura de cabellos negros que haba atormentado sus sueos..., laimagen dibujada en el platino del precioso guardapelo.

    Sin pensar -puede que fuera la debilidad que de improviso sehaba apoderado de sus piernas-, hinc una rodilla en el suelo anteella y se quit el yelmo. Inclin la cabeza, intentando ocultar laprofunda cicatriz, que ahora le resultaba terriblemente grotesca, y searrodill con veneracin, consumido por un xtasis teido de unaespecie de terror. Quin era la mujer? No importaba.

    --Levntate, guerrero, y acrcate a m.Se estremeci. La voz de la dama lo llen de exquisita alegra, y

    se incorpor, despacio. Las piernas todava parecan a punto dedoblarse bajo su peso, pero le satisfizo comprobar que poda andarcon normalidad, y dio tres pasos decididos. Atrevindose a mirarla,permiti por fin que sus ojos absorbieran la belleza que ya habacolmado su espritu y dej de importarle la profunda y desfiguradoracicatriz de su rostro.

    Fue entonces cuando descubri el brbaro aro de hierro que

    rodeaba el cuello de la mujer y se sinti invadido por una terriblesensacin de ultraje al ver la pesada y negra cadena, con la gruesaargolla sujeta a la pared junto a la cama. La angustia estrangul suvoz de tal modo que no pudo expresar en palabras su dolor ante talafrenta.

    Observ que el cuerpo tendido de la prisionera era esbelto; sinduda, de pie, era tan alta como l. El rostro formaba un valoperfecto de singular atractivo, con pmulos prominentes queenmarcaban unos negros ojos que parecan arder ll