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EMBLEMÁTICA EN TORNO A LA MONARQUÍA NAVARRA EN EL EXILIO: REINAS TITULARES Y REINAS CONSORTES DEL SIGLO XVI Eduardo Morales Solchaga Universidad de Navarra 1. Introducción La utilización de emblemas o divisas personales por parte de la nobleza y la mo- narquía, incorporándolos a sus casas, palacios, retratos, etc. con objeto de mostrar su centenario abolengo y prestigioso linaje, se remonta hasta tiempos medievales, si bien no será hasta mediados del quinientos cuando vieron la luz los primeros repertorios de emblemas con sus pertinentes picturas y explicaciones, consolidán- dose Francia en uno de los focos impresores de mayor trascendencia. La crono- logía de estas tempranas obras, que se sitúan a medio camino entre lo artístico y lo literario, no sólo coincide con la residencia en el reino vecino de los monarcas navarros destronados, sino que también lo hace con la reforma protestante, con lo que algunas de las obras se convirtieron en simples vehículos de propaganda polí- tica y religiosa. En este estudio se da cuenta de algunos emblemas de aquellos años, alusivos a las reinas y reinas consortes de Navarra en el exilio francés. 2. Contexto histórico: 1512, los monarcas navarros en el exilio francés El controvertido tratado de Blois 1 , firmado en 1512, fue considerado por Fer- nando el Católico como casus belli para hacerse con el reino de Navarra. Días des- pués las tropas castellanas, al mando del duque de Alba, irrumpieron en el territo- rio foral desde Vitoria, refugiándose los legítimos reyes navarros en sus posesiones septentrionales, si bien la campaña castellana consiguió hacerse incluso con San Juan de Pie de Puerto 2 . A pesar de que la conquista contó desde un primer mo- mento con un carácter fraudulento, sendas bulas de Julio II rubricadas ese mismo año y el siguiente respectivamente, legitimaron en lo espiritual la estrategia de Fer- nando el Católico, excomulgando a los monarcas navarros 3 . Durante 1513, el vi- rrey del nuevo reino meridional prosiguió su conquista con plazas de gran interés estratégico, como contrapartida a los intentos fallidos de Juan de Albret para entrar en la Baja Navarra, que incluso en 1516, tras dos proyectos infructuosos 4 (1513 y 1 Para todos los tratados resulta de gran utilidad la publicación: Usunáriz, 2006. 2 Una crónica de gran importancia de la época que brinda una versión aproximada es: Correa, 2002. 3 Se trata de la bulas «Pastor Ille Caelestis» [21/07/152] y la «Exigit Contumacium» [18/02/1513]. Floristán, 1993, pp. 298-299. 4 Adot, 2004, pp. 256-258.

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EMBLEMÁTICA EN TORNO A LA MONARQUÍA NAVARRA EN EL EXILIO: REINAS TITULARES Y

REINAS CONSORTES DEL SIGLO XVI

Eduardo Morales Solchaga Universidad de Navarra

1. Introducción

La utilización de emblemas o divisas personales por parte de la nobleza y la mo-narquía, incorporándolos a sus casas, palacios, retratos, etc. con objeto de mostrar su centenario abolengo y prestigioso linaje, se remonta hasta tiempos medievales, si bien no será hasta mediados del quinientos cuando vieron la luz los primeros repertorios de emblemas con sus pertinentes picturas y explicaciones, consolidán-dose Francia en uno de los focos impresores de mayor trascendencia. La crono-logía de estas tempranas obras, que se sitúan a medio camino entre lo artístico y lo literario, no sólo coincide con la residencia en el reino vecino de los monarcas navarros destronados, sino que también lo hace con la reforma protestante, con lo que algunas de las obras se convirtieron en simples vehículos de propaganda polí-tica y religiosa. En este estudio se da cuenta de algunos emblemas de aquellos años, alusivos a las reinas y reinas consortes de Navarra en el exilio francés.

2. Contexto histórico: 1512, los monarcas navarros en el exilio francés

El controvertido tratado de Blois1, firmado en 1512, fue considerado por Fer-nando el Católico como casus belli para hacerse con el reino de Navarra. Días des-pués las tropas castellanas, al mando del duque de Alba, irrumpieron en el territo-rio foral desde Vitoria, refugiándose los legítimos reyes navarros en sus posesiones septentrionales, si bien la campaña castellana consiguió hacerse incluso con San Juan de Pie de Puerto2. A pesar de que la conquista contó desde un primer mo-mento con un carácter fraudulento, sendas bulas de Julio II rubricadas ese mismo año y el siguiente respectivamente, legitimaron en lo espiritual la estrategia de Fer-nando el Católico, excomulgando a los monarcas navarros3. Durante 1513, el vi-rrey del nuevo reino meridional prosiguió su conquista con plazas de gran interés estratégico, como contrapartida a los intentos fallidos de Juan de Albret para entrar en la Baja Navarra, que incluso en 1516, tras dos proyectos infructuosos4 (1513 y

1 Para todos los tratados resulta de gran utilidad la publicación: Usunáriz, 2006.2 Una crónica de gran importancia de la época que brinda una versión aproximada es: Correa, 2002.3 Se trata de la bulas «Pastor Ille Caelestis» [21/07/152] y la «Exigit Contumacium» [18/02/1513].

Floristán, 1993, pp. 298-299.4 Adot, 2004, pp. 256-258.

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1514 /1515), que fracasaron por la falta del expreso apoyo de la Corona francesa, y meses antes de fallecer, puso sitio a la capital administrativa de aquel territorio5. Su sucesor, Enrique II lo consiguió en 1521, aunque su intento de recuperación del resto del reino se frenó en la celebérrima batalla de Noain. Las incursiones y enfrentamientos continuaron, ya con el Emperador, hasta 1524, cuando se dieron por terminadas las hostilidades, tomada ya Fuenterrabía, decretándose una amnistía general para los navarros fieles a la antigua dinastía, que siguió administrando el abandonado territorio transpirenaico, salvo los principales enclaves estratégicos, que quedaron bajo gestión castellana. La situación se mantuvo inamovible hasta la segunda mitad de los años veinte, cuando Carlos V renunció al control de Ul-trapuertos voluntariamente, pues su mantenimiento resultaba demasiado gravoso para las arcas españolas. De todos modos tanto el César como los monarcas en el exilio reclamaron para sí la totalidad del territorio, cuyo título global portaban con orgullo a uno y otro lado de los Pirineos.

Amén de las disputas meramente bélicas, también se celebraron repetidos en-cuentros diplomáticos en aras a resolver la cuestión navarra. Por una parte, los realizados por los reyes de Navarra directamente con la casa de Austria, y por otra, por medio de las relaciones diplomáticas entre los reyes de Francia y España. Los acuerdos internacionales relativos al tema de Navarra formaron parte de convenios y tratados de carácter más general, en los que eran ajustadas muy variopintas mate-rias. En cuanto a las cláusulas sobre el territorio foral, a menudo fueron vagas tra-tando siempre Carlos I de posponer cualquier tipo de acuerdo al respecto. Claros ejemplos de ello los encontramos en el Tratado de París (1515) y Noyon (1516), realizados entre los delegados del Emperador y el monarca francés.

En el primero de ellos, rubricado el 24 de marzo de 1515, literalmente se es-tipuló que «que se tratará del tema de Navarra cuando Carlos vaya a sus reinos de España que será pronto»6. En el restante, simplemente se consiguió la concreción de una entrevista con la embajada de la reina viuda para tratar la cuestión del reino perdido, si bien no se obtuvo resultado alguno de los encuentros, realizados en Va-lladolid, Aranda y Zaragoza. En 1517 se empezó a vulnerar lo pactado entre ambas partes, y Carlos V se negó a contemplar la cesión del reino, como se había estipu-lado en el decimosexto artículo del citado tratado. Dos años después en Mont-pellier se imposibilitó cualquier acercamiento entre ambos reinos, convirtiéndose Navarra en uno de los puntos clave del fracaso de las negociaciones7. Los emisarios de Carlos V ofrecieron al monarca navarro una indemnización pecuniaria y el ma-trimonio con su hermana, la archiduquesa Catalina, algo que fue rechazado de raíz.

Tras el desastre de Pavía, se firmó el Tratado de Madrid (1526) que supuso un enorme varapalo para las ambiciones de Enrique II de Albret (también fue preso en Pavía, aunque consiguió escapar), pues Francisco I prometía convencerle de la

5 Boissonade, 2005, pp. 600-610.6 Archivos Departamentales de los Pirineos Atlánticos, E.557, fol. 9v. Agradezco al Dr. Álvaro Adot

Lerga la presente nota de archivo y sus precisas sugerencias en lo que al contexto histórico se refiere, como buen conocedor del panorama de la dinastía Albret.

7 Para el desarrollo de estos años resultan de gran utilidad tres artículos publicados a finales del siglo XIX: Luchaire, 1879-1880.

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cesión del reino a la corona española, y de no hacerlo, no podría ayudarle en una ulterior contienda. El monarca navarro también fue engañado por Francisco I en los contratos matrimoniales con su hermana, la futura Margarita de Angulema. No ayudó el que no se hiciera referencia a la cuestión navarra tres años después al firmarse la Paz de Cambrai.

En 1537 se produjo un nuevo acercamiento entre Enrique II y Carlos I, pi-diendo el primero matrimoniar a su hija Juana de tan sólo nueve años, con el primogénito del Emperador, futuro Felipe II. Por el tratado, redactado en 1538, se devolvería el reino a los Albret, además de indemnizarlos y de prestarles apoyo en caso de que les despojasen de alguno de sus dominios del territorio francés. Finalmente la causa se archivó, puesto que el consejo decretó que las concesiones que se expresaban eran exorbitantes. Poco después Francisco I concertó un ma-trimonio de Juana de Albret con un príncipe neerlandés, algo a lo que su padre se opuso, tramando incluso enviarla en secreto a España, pero el Emperador rechazó la propuesta.

Diez años más tarde se intentó de nuevo el casamiento, dejándolo Carlos I patente en su testamento político a Felipe II8, puesto que entre las posibilidades para su enlace manifestaba «que debiera convenir la princesa de Albret, con tanto que se tratase de manera que se quitase la diferencia y pretensión sobre el reino de Navarra, y con medios convenientes, y que se pudiese sacar la dicha princesa de Francia, porque aunque los franceses tuviesen de esto sentimiento, habiendo la cosa fecha verisímilmente es de creer que lo disimularán poros ver más fuerte, con lo que tiene el señor de Albret, y no habiendo formo de poder volver de golpe hacia allá, y que ni por esto se dañaría más de lo que está la voluntad de los franceses no debríades dejar de entrar por lo que se ha algunas veces apuntado de la diferencia que podría ser de los hijos de este matrimonio, lo cual todo bien examinado no tiene fundamento, y se entiende que la dicha Princesa es de buena disposición, virtudes, cuerda y bien criada». En un apéndice a su codicilo de 1558, también dejó en manos de la justicia el devenir del Viejo Reino: «en lo que toca al Reino de Navarra, dado que el Católico Rey Fernando, mi señor abuelo, lo ganó y conquistó, y es muy verosímil, y así lo creemos, que fue con justas razones, según la rectitud y gran conciencia de su Alteza y la costumbre que siempre tuvo de justificar sus cosas; y después de ganado el dicho reino lo tuvo y poseyó algu-nos años y falleciendo lo dejó ala reina mi señora y a mí como reyes de Castilla; y después de acá habemos tenido y poseído el dicho reino por nuestro y con buena fe. Todavía para mayor seguridad de nuestra conciencia, encargamos y mandamos al serenísimo Príncipe don Felipe, mi hijo y sucesor de todos nuestros reinos, que haga mira y con diligencia examinar y averiguar ellas»9, si bien la cuestión nunca se llegaría a debatir en dichos términos.

De todos modos, la heredera finalmente contrajo matrimonio con Antonio de Borbón. Aún así, se prolongaron los contactos con la corte española con Navarra como objetivo, ofreciéndose alianzas bélicas y matrimoniales, e incluso permutas territoriales, como por ejemplo el intercambiar la Baja Navarra por el Milanesado

8 Fernández, 1975, p. 590.9 Galland, Memoires por l´Histoire de Navarre et Flandre.

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(1557) aunque la victoria en San Quintín, ese mismo año, no hizo necesario el citado pacto, y se dieron por concluidas las negociaciones. En el posterior tratado de paz de Cateau Cambresis, tampoco se contempló, como era natural, la devolu-ción de Navarra.

En la década de los sesenta los esfuerzos se llevaron a cabo por Pedro de Albret, bastardo de Juan III10, quien consiguió que el Papa le recibiese como embajador del Reino de Navarra, desde donde intentó obtener una bula para que se resti-tuyese el territorio enajenado en 1512. La diplomacia española deshizo el «mal-entendido», y los soberanos navarros enviaron a Roma al conde de Escars, con objeto de que el Pontífice obtuviese del monarca español una compensación por la pérdida de la Navarra Peninsular. Tras la separación, a causa de sus respectivos credos e intereses, de los monarcas navarros, Antonio llegó a diversos pactos con Felipe II, pero ya no pidió la restitución de lo perdido cincuenta años antes, sino la isla de Cerdeña, ambiciones que se frustraron con su muerte en el asedio de Ruán.

Tras la muerte de Antonio de Borbón y la conversión definitiva de Juana III al calvinismo, poco más se pudo hacer por recuperar la Navarra enajenada, pues ya se había granjeado la enemistad perpetua de Felipe II. Murió Juana en 1572, ascendiendo su hijo Enrique a la corona Navarra, haciendo lo propio quince años después con la corona francesa11. En 1598 ambos monarcas firmaron la paz de Ver-vins, y aunque Enrique IV no renunció a sus derechos sobre la Navarra española, sí que lo hizo a ejecutarlos mediante las armas, sólo por vía amigable y de justicia. Las coronas de Francia y Navarra permanecieron separadas hasta 1620, cuando Luis XIII la unificó, tras una década en el trono francés12.

Una vez contemplado el panorama de la monarquía navarra en el exilio francés, ha resultado interesante realizar un análisis de algunos emblemas atinentes a las reinas navarras que nunca pudieron ostentar su poder en la Alta Navarra: Margarita de Angulema, Juana III de Albret y Margarita de Valois, encontrados en repertorios franceses del tercer cuarto del siglo XVI, bajo autoría de Claude Paradin (1551) Gabriello Simeoni (1559) y Georgette de Montenay (1567).

3. Contexto bibliográfico y emblemas

a) Claude Paradin y sus «divisas heroicas»

Claude Paradin (c.1510-1573), nacido en Cuiseaux, fue canónigo de la iglesia colegial de Beaujeu. Más que por el volumen de obra escrita, destacó como uno de los pioneros en la publicación sistematizada de repertorios de emblemas, con-virtiéndose sus Divisas Heroicas en el primero de ellos (Fig. 1). Fue publicado por primera vez en 1551, si bien en aquella edición príncipe las picturas no se acompa-ñaron de texto alguno, salvo el del mote, algo que se solventaría en la edición de 1557, salida también de las prensas lionesas de Juan de Tournes y Guillermo Gazeau. El testigo de la publicación lo recibió Cristóbal Plantin en Amberes (1561) con dos novedades principales: la inclusión de la colección de emblemas de Simeoni

10 Arbeloa, 1992, pp. 58-61.11 Tucoo-Chala y Desplat, 1980, pp. 155-179.12 Arbeloa, 1993, p. 159.

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y la traducción de los textos al latín, con objeto de popularizarlos. Los grabados xilográficos que acompañaron a los textos probablemente se debieron a Bernardo Solomon, grabador lionés (1506/10-1561), e ilustrador de muchas de las obras que allí se publicaron, incluidas varias del propio Simeoni13. En fechas parejas fue tradu-cido al alemán (1563) y al inglés (1591), entre otros idiomas. Ediciones ampliadas, revisadas y comentadas vieron la luz en París en el primer tercio del siglo XVII.

Fray Hilarion de Coste (1595-1661), fraile mínimo francés, en su monografía sobre las damas ilustres de Francia, publicada en 1647 y dedicada a Ana de Austria, que en aquellos momentos efectuaba la regencia de Luis XIV, menciona un emble-ma referido a Margarita de Angulema, en el que la reina aparecería representada por una caléndula o margarita, dirigida hacia el astro rey con el mote «NON IN-FERIORA SECUTUS, que significa no haber seguido las cosas inferiores (Fig. 2). Por esta divisa de esta influyente reina se quiere mostrar que el repertorio de todas sus acciones, sus pensamientos, voluntades y afectos se encaminaron al gran sol de la justicia, que es Dios Todopoderoso…»14. Se trata claramente de un emblema pu-blicado por primera vez en la edición príncipe de las Devises Heroiques de Claude Paradín (1551)15, cuya pictura se corresponde con lo descrito por el fraile mínimo.

13 Bénézit, 1999, vol. 12, p. 224.14 De Coste, Les Eloges et les vies des reynes, des princesses, et des dames illustres en pieté, en Courage & en

Doctrine, qui ont fleury de nostre temps, & du temps de nos Peres, vol. II, p. 277.15 Paradin, Devises Heroiques, p. 29.

Fig. 1. Portada de las «Divisas heroicas» de Claude Paradín (1557)

Fig. 2.Emblema dedicado a Magarita de Angulema. Claude Paradin (1551)

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De todos modos y como se ha mencionado, esa primera edición no estaba acom-pañada de texto, por lo que no se sabe si lo diseñó expresamente para la reina. En la segunda edición, se multiplicaron los emblemas, amén de incorporarse los textos explicativos que para el caso de la empresa aquí estudiada, sí que hacen re-ferencia al Reino de Navarra. La traducción aproximada del texto original sería la siguiente: «La reina Margarita de Navarra, usó el más solemne signo, la caléndula, cuyo color recuerda al del propio sol y poco más. Por ello, cada vez que el sol se mueve, lo sigue, y se abre o se cierra en función de su movimiento ascendente o descendente. Esta devota reina eligió este tipo de empresa porque expresaba con evidencia cómo ella refería todas sus acciones, deseos, afectos palabras y sentimien-tos al Todopoderoso Dios, omnisapiente y eterno, como uno que mediaba hacia las cosas del cielo con todo su corazón».

Con respecto a la representada, se trata de Margarita de Navarra (1492-1549), hija del conde de Angulema y hermana de Francisco I de Francia. Tras la muerte de su primer marido, el duque de Alençon, matrimonió con Enrique II de Navarra (hijo de los últimos reyes de Navarra Juan de Albrit y Catalina de Foix), el 24 de enero de 1527, convirtiéndose en reina consorte de Navarra, si bien el antiguo reino había sido ya incorporado a la Monarquía Hispánica. Por lo demás fue una mujer muy influyente, sobre todo a partir de la coronación de su herma-no en 1515, y prolífica escritora16, haciendo de su corte un reconocido centro de humanismo. En lo que a la cuestión religiosa se refiere mostró cierta tolerancia para con la reforma, con una conducta moderada, pero bastante alejada de las tesis calvinistas, rehuyendo las directas proposiciones que el propio Calvino le hacía llegar mediante repetidas misivas.

b) Gabriello Simeoni y sus «divisas o emblemas heroicos y morales»

Gabriello Simeoni fue un florentino de origen judío (1509-1575), con una tumultuosa existencia, en busca de fama y fortuna, que habitó en muy diversos puntos europeos como Italia, Francia o Inglaterra. Después de haber solicitado en vano el patrocinio de Cosme de Médici, Pedro Luis Farnesio o Fernando Gonzaga, tuvo que huir de Florencia perseguido por la Inquisición en 1530. Emigró a Fran-cia, donde vivió cierto periodo de tiempo en el castillo de Beauregard, como invi-tado de Guillermo de Orat, obispo de Clermont. Tras ello encontró refugio de la Inquisición en Lyon, donde trabó amistad con el anticuario Antonio de Baïf, Gui-llermo Du Choul y Guillermo Rouillé, y donde publicó escritos de muy variadas materias (tratados emblemáticos, militares, científicos y topográficos; una edición de las Metamorfosis de Ovidio, un comentario en verso a las ilustraciones bíblicas de Salomón; ensayos de astrología y alquimia, etc.). Uno de sus más interesantes trabajos fue la edición de su viaje por el Sur de Francia e Italia, realizado entre 1557 y 1558, inventariando las antigüedades arqueológicas, incluso las conservadas en colecciones privadas, recorriendo la bota del Mediterráneo desde Venecia a

16 Su obra más interesante y estudiada fue el Heptameron, publicado por primera vez bajo el título Amans Fortunes en 1558, sin el nombre de la autora. Al año siguiente aparece ya con el nombre de la reina, pero cambiando el título a l´Heptameron des Nouvelles, y dedicándose a Juana de Albret.

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Nápoles, y realizando incursiones en islas, como Córcega. También formó parte del grupo de astrólogos que aconsejaban a la reina consorte de Francia, Catalina de Médici (para la que escribió su genealogía), Cosme Ruggieri, Lucas Gáurico y Miguel de Notre Dame, Nostradamus, con quien mantuvo una buena amistad, conservándose cierta correspondencia entre ambos. Pasó sus últimos años de vida en la corte de Felipe Manuel de Saboya, muriendo en Turín en 157517.

Por lo que respecta a su repertorio, debió de redactarse a partir de 1556, cuando Simeoni volvió de la guerra contra España en Italia, concretamente del infructuo-so asedio del castillo de Volpiano, y se publicó, según su colofón el 15 de mayo de 1559. Responde al título completo de Les devises ou emblemes heroiques et morales inventees par les. Gabriel Symeon, A’ Monseigneur le Condestable de France, y vio la luz en la imprenta de su amigo Guillermo Rouille, en Lyon. Con treinta y seis empresas, incluyendo la del propio autor, dedicó sus composiciones a muy diver-sos personajes, tanto a emperadores romanos, reyes franceses, grandes de Francia, ilustres italianos y españoles, como a personajes de inferior rango, en los que para él se reflejaban diversas cualidades dignas de ser emblematizadas. Simultáneamente apareció la traducción al italiano de la misma (Fig. 3), aunque los emblemas de Simeoni se generalizaron dos años después, cuando fueron publicados junto a los de Pablo Giovio en un mismo volumen, en la imprenta del mismo Guillermo Rouille, perteneciendo sus ilustraciones a Tomás Arande, grabador activo en Lyon

17 Renucci, 1943.

Fig. 3.Versión italiana de las Divisas o emble-mas heroicos y morales de Simeoni (1559)

Fig. 4. Emblema con retrato de Gabriello Simeoni, Tomás Arande (1559)

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entre 1552 y 156118 (Fig. 4). En palabras del impresor, se veía necesaria una edición ilustrada: «hice luego entallar cuan diestra y mañosamente pudo ser las dichas fi-guras…pero como yo tuviese entendido ser ellas el ánimo de este cuerpo, pues sin ellas no pueden los blasones ser buenamente entendidos, y ultra de eso que a esta cosa que cualquier lector (quizá) por agudo que fuese, podría quedar desbrido y descontento con la lectura, y aun por ventura aborrecerla».

El primero de los emblemas19 está dedicado a dos mujeres ilustres francesas que ostentaron la condición de reinas de Navarra, merced a sus matrimonios, Margari-ta de Angulema (Fig. 5) y Margarita de Valois (Fig. 6). De todos modos, para el momento de la redacción la segunda todavía no había concretado su matrimonio, por lo que a la afinidad Real, posteriormente se incorporó otra de índole patrimo-nial, no pretendida en un primer momento. La traducción aproximada de la versión francesa del escrito reza de este modo: «A la difunta reina de Navarra y Margarita de Valois/ Siguiendo este propósito y no queriendo olvidar dos reales Margaritas, de las cuales una ha sido aquella de Navarra, y la otra digna hija y hermana de rey, yo digo que teniendo en consideración el maravilloso ingenio y la doctrina universal de ambas dos, no sabría encontrar mejor, ni más hermosa divisa que hacer pintar una flor de lis de la cual brotasen dos margaritas coronadas con estas palabras: MI-RANDVM NATURAE OPUS». Al texto acompaña una preciosa cartela confi-gurada a base de grutescos, con hadas, diferentes tipos de aves y vegetales, en la que queda engarzada la pictura: una flor de lis, de la que salen dos margaritas, timbrada por la corona real20 (Fig. 7).

18 Bénézit, 1999, vol. 1, p. 408.19 Simeoni, Les devises ou emblemes heroiques et morales, pp. 11-12.20 La pictura se mantiene invariada en las diferentes ediciones, pero la orla xilográfica circundante

Fig. 5. Margarita de Angulema, Jean Clouet, Walker Art Gallery

Fig. 6. Margarita de Valois, François Clouet, Museo Condé

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Ambas consortes a las que se refie-re el emblema con el mote «Admirable obra de la naturaleza» son Margarita de Angulema y Margarita de Valois. A la primera de ellas, ya nos hemos referido en la divisa de Paradin. Por lo que res-pecta a Margarita de Valois, conocida también como reina Margot (1553-1615), era hija de Enrique II de Francia y Catalina de Médici. En el epigrama se la describe como hija de rey (Enrique II) y hermana de rey (Francisco II, Car-los IX y Enrique III); a lo que sería pre-ciso agregar, esposa de soberano, pues en 1572 se concretó su matrimonio con En-rique III de Navarra, convirtiéndose en reina consorte. Fue un enlace de carácter político (ni siquiera compartían credo) que sufrió innumerables altibajos durante los siguientes quince años, sobreviviendo a intrigas, guerras, infidelidades, etc. Todo se solucionó en 1593 con la «conversión» de Enrique IV (había ascendido al trono en 1589, tras la muerte de Enrique III), pasando desde entonces a ocupar como consorte el trono francés, hasta 1600, cuando tras conseguir la nulidad matrimonial el monarca casó con María de Médici, madre del futuro Luis XIII.

El emblema también es explicado por fray Hilarión de Coste en la monografía an-teriormente mentada, pero erróneamente sólo se lo atribuye a Margarita de Francia: «Una flor de lis a la francesa, acompañada de dos margaritas bajo una misma corona, con este mote alrededor, MIRANDUM NATURAE OPUS —maravillosa obra de la naturaleza—, lo que nos da a entender aquella perfección con que la naturaleza elevó a esta princesa por su condición de nacimiento y su persona, representada por las dos flores más nobles que la naturale-za ha producido; la flor de lis, que por su belleza, grandeza y fuerza se tiene por la reina de las flores; La margarita, a la que la naturaleza ha hecho invencible frente a la congelación, y la más delicada de las flores domésticas; en la primera está la marca de su extracción, en la segunda, sus cualidades personales»21.

Siguiendo a Simeoni y al anterior emblema, se imprimió otro referente a la monarquía navarra22. La traducción

cambia en cuanto a sus motivos. La que aquí se estudia la edición príncipe en francés, distribuida como tal y no como anexo a la obra de Giovio y Domenichi.

21 De Coste, Les Eloges et les vies des reynes, des princesses, et des dames illustres en pieté, en Courage & en Doctrine, qui ont fleury de nostre temps, & du temps de nos Peres. Avec l’explication de leurs Devises, Emblémes, Hieroglyphes, Divisez, vol. II, p. 277.

22 Simeoni, Les devises ou emblemes heroiques et morales, pp. 12-13.

Fig. 7. Simeone, empresa dedicada a Marga-rita de Angulema y Margarita de Valois

Fig. 8. Simeone, empresa dedicada a a Juana III de Albret y a Antonio de Borbón

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aproximada de la versión francesa de la empresa reza de este modo: «Al rey y la reina de Navarra/ Y porque no es conveniente olvidar tampoco la hija después de la madre, ni un príncipe tan liberal y real como Antonio de Borbón, rey de Navarra, he querido representar aquí con un diamante su amor mutuo y su virtud invencible; y con el sol y la luna el esplendor de sus hazañas incomparables, con el eterno amor que ellos han tenido y tendrán siempre juntos, como el sol y la luna con sus palabras, SIMUL ET SEMPER». El texto se acompaña, de un emblema embutido en una cartela de cueros retorcidos configurada a base de mascarones, motivos astrológicos y vegetales, siguiendo una composición «a candelieri». En lo que respecta a la pictura, se representa al sol y a la luna, orlados con una sortija con diamantes engarzados (Fig. 8).

El emblema responde al matrimonio formado por Juana III de Albret (Fig. 9) y Antonio de Borbón (Fig. 10). La primera (1528-1576), era hija de Enrique II de Navarra y de Margarita de Angulema (descrita en el primer emblema), y, a su vez, nieta de los últimos reyes de Navarra. Por lo que a Antonio de Borbón (1518-1562) se refiere, era hijo del duque Carlos IV de Borbón, y se convirtió en el segundo marido de Juana III de Albrit en 1548, para alcanzar el grado de rey consorte de Navarra en 1555, tras la muerte de su suegro. Del enlace nació el fu-turo Enrique IV de Francia, al que antes nos hemos referido. De todos modos, el emblema, titulado «Siempre Juntos» se refiere a la fidelidad, entendimiento y amor entre los dos contrayentes, que incluso compartieron la herejía calvinista, más por interés, que por profesión, puesto que anhelaban una justificación para recuperar los territorios navarros que habían quedado bajo los dominios del Emperador, fomentando el protestantismo en la Baja Navarra, en cuyo desarrollo invirtieron

Fig. 9. Juana III de Albret, François Clouet, Museo Condé

Fig. 10. Antonio de Borbón, François Clouet, Museo Condé

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sus esfuerzos, recursos y destino. El enfrentamiento con dicha herejía fue el que finalmente arrebató la vida al propio Antonio de Borbón en 1562, en medio de la ofensiva para recuperar la ciudad de Ruán, enmarcada en la primera guerra de religión (1562-63). De todos modos, el emblema resulta paradójico, pues la muerte privó a Antonio de Borbón de traicionar completamente a su mujer. Felipe II, a cambio de abandonarla a ella y a la herejía, le había ofrecido la disolución de su matrimonio, los estados patrimoniales de su mujer, un ventajoso casamiento (con María Estuardo, reina de Escocia) y la isla de Cerdeña (a cambio de sus derechos sobre Navarra). Curiosamente, antes de fallecer, Antonio de Borbón abjuró del Catolicismo, adhiriéndose de nuevo a la reforma protestante.

c) Georgette de Montenay (Fig. 11) y sus emblemas o divisas cristianas

Georgette de Montenay (1640-1681), se consolida como una de las perso-nalidades más interesantes de la historia de la emblemática23. En primer lugar, porque es una del escaso porcentaje de mujeres que se adentraron en este gé-nero, y también por su declarada profesión calvinista. Su obra (Fig. 12) marcó el inicio de la utilización sistemática del lenguaje emblemático como propaganda religiosa. Se tiene a la emblemista por una de las doncellas que atendió a Juana III

23 Al respecto destacan los estudios de Alison Adams de la Universidad de Glasgow (en el contexto del proyecto de aquella institución sobre la emblemática francesa). De Montenay, Emblemes o devises chrestiennes.

Fig. 11. Retrato de Georgette de Montenay en la ed. de 1571 de los Emblemas Cristianos

Fig. 12. Portada de la 2ªedición de los Emble-mas Cristianos de G. de Montenay (1584)

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de Albret en su corte, por lo que no es de extrañar que compartiesen credo y amistad, lo que posibilitó que dedica-se el repertorio a la soberana navarra. Incluso existen paralelismos entre sus vidas, pues ambas matrimoniaron con varones que defendieron ideales católi-cos, algo que resulta, cuando menos, pa-radójico. La primera edición vio la luz en 1567, si bien había estado en manos del impresor lionés, Felipe de Castellas, desde 1561, porque la situación políti-co-religiosa no aconsejaba su inmediata publicación. Una segunda versión se editó en Zurich, incorporando los ver-sos en latín. Se conoce la existencia de otra impresión de 1619, en cinco idio-mas, realizada en Frankfurt. Por último en 1620 se reeditó la edición príncipe de Lyon en La Rochelle, importante foco protestante. Los emblemas y divisas cristianas se compusieron de un cente-nar de empresas calcográficas de Pedro Viriot (1532-1596)24 que contaron con un evidente carácter hugonote y se dedicaron a la soberana navarra25.

De sumo interés resulta el primero de los emblemas (Fig. 13) con el mote «SA-PIENS MULIER AEDIFICAT DOMUM», en la que aparece la propia vera effigies de la reina, edificando los cimientos de una casa y acompañada de un epigrama cuya traducción aproximada es la siguiente: «Ved cómo esta reina se esfuerza/ con corazón no fingido, en hacer progresar el edificio/ del templo santo para con toda su fuerza/ alojar virtud y eliminar todo vicio./ Esperemos que Dios la mantenga así propicia/ a fin de que Él sea glorificado en ella:/ y que pronto (al igual que ella) esté en servicio/ cuyo precio es la vida eterna»26. Con ello se quiere significar la prudencia y el buen hacer de la reina, que basándose en los ideales reformados de los príncipes cristianos debía de cimentar la llegada de un nuevo credo (protes-tante) y una nueva dinastía a la corona francesa, merced a los derechos dinásticos de su marido, que se harían realidad varios años después, en la figura de su hijo Enrique. El emblema predestinó lo que pasaría en tres décadas, y si lo que se re-

24 Las incisiones se repitieron en las tres ediciones, lo que indica que las planchas originales viajaron por los focos impresores. Pierre Virriot fue un escultor, orfebre y grabador, formado en Italia que entró al servicio del duque de Lorraine como escultor, a su vuelta del país transalpino en 1555. Afincado en Lyon comenzó a ejercitarse en el arte del grabado en 1561, decantándose por temas históricos, retratos y modelos ornamentales para orfebres. Bénézit, 1999, vol. 14, p. 680.

25 Un estudio interesante que relaciona a la monarca con algunas de las empresas es Chareyre, 2004. En él se toma como referencia la edición de Frankfurt de 1619.

26 De Montenay, G., Emblemes ou devises chrestiennes, emblema I.

Fig. 13. Emblema de Juana III de Albret, Georgette de Montenay (1571)

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fleja en él eran las verdaderas pretensiones de la reina de Navarra, deja entrever su ilimitada ambición, que la convirtió en regidora de los designios de Francia, hasta su trágica muerte por envenenamiento. La educación protestante que brindó a su hijo caló hondamente en el futuro rey, que a pesar de los esfuerzos de su padre y de proclamar su conversión al catolicismo para alzarse con los derechos dinásticos, continuó practicando el credo reformado de cara al interior.

4. Conclusión

Una vez apreciado el panorama emblemático de la monarquía navarra en el exilio, se puede calificar de paradigmático, ya que en los repertorios estudiados, quedan representadas las tres generaciones inmediatas a los monarcas expulsados, que se consolidan en las únicas que intentaron recuperar los territorios que queda-ron abrazados bajo la Monarquía Hispánica. Con la llegada del siglo XVII, cesaron los impulsos reunificadores, lo que tuvo como inmediata consecuencia la desapa-rición de este tipo de titulaciones en los compendios de emblemas. Por todo ello la emblematización de la titularidad de la monarquía navarra unificada debe de considerarse como un fenómeno exclusivo de las citadas generaciones, y focaliza-do en apenas un puñado de repertorios del seiscientos.

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