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ÉLITES Y PODER EN LAS MONARQUÍAS IBÉRICAS Del siglo XVII al primer liberalismo

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ÉLITES Y PODER EN LAS MONARQUÍAS IBÉRICAS

Del siglo XVII al primer liberalismo

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COLECCIÓN HISTORIA BIBLIOTECA NUEVADirigida por

Juan Pablo Fusi

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MARÍA LÓPEZ DÍAZ [Ed.]

ÉLITES Y PODER EN LAS MONARQUÍAS

IBÉRICASDel siglo XVII al primer liberalismo

BIBLIOTECA NUEVA

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Este libro ha sido editado en el marco del Proyecto de I+D HAR2008-02026, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación

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ÉLITES Y PODER EN LAS MONARQUÍAS IBÉRICAS: del siglo XVII al primer liberalismo / María López Díaz (Ed.). - Madrid : Biblioteca Nueva, 2013.

280 p. ; 24 cm (Colección Historia Biblioteca Nueva)ISBN : 978-84-9940-513-11. Historia de España 2. Historia de Europa 3. Nobleza946.0 1DSE

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Índice

PRESENTACIÓN, por María López Díaz .............................................................................. 9

PRIMERA PARTE

MODELOS INTERPRETATIVOS

CAP ÍTULO PRIMERO.—LOS ESTUDIOS SOBRE ÉLITES DE PODER Y LA CORTE, por José Martínez Millán ........................................................................................................................ 17

SEGUNDA PARTE

ÉLITES Y DINÁMICAS DE PODER

CAP ÍTULO SEGUNDO.—JOSÉ PATIÑO Y EL CONTROL DE LA HACIENDA. ¿UNA CULTURA ADMINIS-TRATIVA NUEVA?, por Anne Dubet ............................................................................... 39

CAP ÍTULO TERCERO.—ÉLITES E DINAMICHE DEL POTERE NEL SETTECENTO ITALIANO, por Aure-lio Musi ..................................................................................................................... 57

CAP ÍTULO CUARTO.—CORPORACIONES MUNICIPALES CASTELLANAS EN EL OCASO DEL ANTIGUO RÉGIMEN: DE LA INANICIÓN DE UN SISTEMA AL ALUMBRAMIENTO LIBERAL, por Francisco José Aranda Pérez ..................................................................................................... 77

CAP ÍTULO QUINTO.—ÉLITES LOCALES Y DINÁMICAS DE PODER EN LA GALICIA FILIPINA: CAMBIO DINÁSTICO Y PRIMERAS TENTATIVAS REORGANIZADORAS (1700-1722), por María López Díaz ........................................................................................................................... 99

CAP ÍTULO SEXTO.—ÉLITES, PODER PROVINCIAL Y REFORMISMO BORBÓNICO EN EL PAÍS VASCO DEL SIGLO XVIII, por María Rosario Porres Marijuán ............................................... 129

TERCERA PARTE

ÉLITES Y NOBLEZA

CAP ÍTULO SÉPTIMO.—LA NUEVA NOBLEZA TITULADA EN EL REINADO DE FERNANDO VI. ENTRE LA VIRTUD Y EL DINERO, por Francisco Andújar Castillo .............................................. 155

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CAP ÍTULO OCTAVO.—VOCABULARIO SOCIAL, IDENTIDAD ESTAMENTAL Y ÉLITE HIDALGA EN GA-LICIA DURANTE EL SIGLO XVIII, por Antonio Presedo Garazo ...................................... 179

CAP ÍTULO NOVENO.—LA HIDALGUÍA DE PAZO: SUS MODOS DE VIDA, SIGLOS XVII-XIX, por Pegerto Saavedra ...................................................................................................... 203

CAP ÍTULO DÉCIMO.—LA ÉLITE MILITAR DEL REINO DE GALICIA DURANTE LA GUERRA DE SU-CESIÓN, por María del Carmen Saavedra Vázquez .................................................... 223

CUARTA PARTE

LA MONARQUÍA PORTUGUESA Y SUS ÉLITES

CAP ÍTULO UNDÉCIMO.—A CIRCULAÇÃO DAS ELITES NA MONARQUIA PORTUGUESA (1680-1820). BREVES NOTAS E REVISÃO BIBLIOGRÁFICA, por Nuno Monteiro ....................... 249

CAP ÍTULO DUODÉCIMO.—MOVILIDAD SOCIAL EN LA AMÉRICA PORTUGUESA: LA SANGRE, LOS SERVICIOS Y EL DINERO, por Roberta Stumpf ............................................................... 259

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Presentación

Los estudios sobre las élites en general, y «élites de poder» en particular, cuen-tan con una larga tradición historiográfica desde el siglo pasado, a la que antes o después se fueron sumando también los investigadores españoles. Varios son los problemas planteados, los paradigmas o enfoques desde los que se han estudiado y las metodologías empleadas para explicarlos, en aras de construir nuevo cono-cimiento sobre el tema o bien ampliar el ya existente. No viene al caso hacer aquí un repaso, ni siquiera de la bibliografía referida a la monarquía española, porque la producción es amplísima y en los últimos años, lejos de aminorar, incluso ha resurgido con fuerza. Además, hay balances o puestas al día más o menos recien-tes1 y en términos materiales sobrepasaría con creces el espacio reservado para una presentación, que entiendo que lo debe ser más de la idea y de los contenidos concretos del libro y sus principales aportaciones que del tema global. Aun así, no quiero dejar pasar la oportunidad para llamar la atención sobre el hecho de que esa complejidad de enfoques, métodos y objetivos queda perfectamente reflejada en la composición y en los contenidos del mismo. Unos contenidos que a través de una serie de estudios individuales aportan «nuevos materiales», revisan estereotipos o tópicos del pasado y, sobre todo, abren nuevos cauces de investigación y reflexión para la comprensión de las élites y sistemas de las monarquías peninsulares durante el siglo de la Ilustración y arranque del nuevo régimen constitucional.

Esta obra y los textos que en ella se publican tienen su origen en los trabajos presentados en el seminario que bajo el mismo título se celebró en la Facultad de Historia, de la Universidad de Vigo, el 1-2 de diciembre de 2011. Dicha iniciativa se inscribe en el marco de las actividades de un proyecto de investigación —«La Galicia meridional en el siglo XVIII: poder, élites y estrategias familiares»— fi-

1 Dentro de la historiografía española, véase E. Soria Mesa; J. J. Bravo Caro y J. M. Delgado Barrado, (eds.), Las élites en la época moderna: la Monarquía española, Córdoba, 2009, 4 vols. Y para la portu-guesa, N. G. F. Monteiro; P. Cardim y M. Soares da Cunha (eds.), Optima Pars. Élites Ibero-americanas do Antigo Regime, Lisboa, 2005.

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nanciado por el Ministerio de Ciencia e Innovación durante los años 2009-2011 (HAR2008-02026) en colaboración con la Universidad de Vigo (09VIB15), que da continuidad a otro anterior de temática y cronología más extensas. Con él aposta-mos claramente por centrar nuestra atención en las dinámicas sociales, la cultura y las principales acciones políticas emprendidas por el renovado Estado ilustrado en un período que va desde fines de la crisis política y social del XVII hasta las primeras fases del sistema liberal.

El objetivo perseguido en su caso era reunir a destacados especialistas na-cionales y extranjeros que hubieran dedicado o dedicasen sus investigaciones al estudio de las élites políticas y sociales de las monarquías ibéricas del Antiguo Régimen, y fomentar con ello la perspectiva comparada que permitiera descubrir similitudes pero también elementos diferenciadores según los contextos, proble-máticas y espacios políticos analizados. Igualmente, impulsar desde la variedad de enfoques propuestos y aspectos analizados una reflexión global sobre las di-námicas y los procesos protagonizados por esos actores sociales, que son las élites, en el seno de sus respectivas monarquías. Todo ello, se entiende, con una perspectiva trans-«nacional» en el sentido amplio del término. Y es que si bien el concepto de élite tiene siempre un sentido de localidad —una élite lo es en relación con un espacio más o menos amplio y más o menos cerrado, que puede definirse como su área de dominio o influencia— esa área no es algo estático e inmutable en el tiempo, pues existen procesos de movilidad social (ascendentes pero también descendentes) y todo un complejo juego de intercambios, cuyo árbitro es el monarca, que sigue activo durante el siglo XVIII2. Por otro lado, el concepto de monarquías compuestas acuñado para aquellas enfatiza una visión piramidal en la relación entre los diversos territorios y el soberano en torno a la cual se articulan relaciones de poder, pero de igual modo también favorece las relaciones entre las distintas élites y aristocracias regnícolas, el intercambio y las transferencias culturales, así como el fenómeno de la «circulación» de élites que atraviesa fronteras3. Lo que quiero decir, en suma, es que las escalas, las perspec-tivas y los elementos de análisis u observación pueden ser diversos, una realidad plural que queda claramente reflejada en las páginas del libro.

Creo, no obstante, que esa pluralidad no le resta coherencia al conjunto sino que lo enriquece. Es la muestra de un análisis actualizado del tema y una clara evidencia de su capilaridad y complejidad, que se refleja a través de los diferentes asuntos abordados y modos de hacerlo. Además, por encima de esa diversidad,

2 Hay numerosos ejemplos. Por ser uno de los que más esfuerzos dedicó al tema, véase F. Andújar Castillo, El sonido del dinero. Monarquía, ejército y venalidad en la España del siglo XVIII, Madrid, 2004; Necesidad y venalidad. España e Indias, 1704-1711, Madrid, 2008. Y para otros autores, algunas de las contribuciones recogidas en F. Andújar Castillo y M.ª M. Felices de la Fuente (eds.), El poder del dinero. Ventas de cargos y honores en el Antiguo Régimen, Madrid, 2011.

3 Véase B. Yun Casalilla (dir.), Las redes del imperio: élites sociales en la articulación de la Monar-quía Hispánica, 1492-1714, Madrid, 2009.

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hay dos ejes o puntos de referencia: el nuevo impulso político que la monarquía y el Estado españoles experimentaron tras la Guerra de Sucesión y sobre todo del ecuador de la centuria, y el papel que en ese proceso desempeñaron las élites, así como los efectos que sobre ellas tuvo la cultura ilustrada; una evolución que antes o después también se dio y encontró condiciones para su desarrollo en las otras monarquías continentales, incluida la portuguesa que aquí más nos interesa por su vecindad. De ahí que pudiéramos agrupar los trabajos en bloques ateniéndonos a sus contenidos.

En el primero se llama la atención sobre la existencia de distintos modelos in-terpretativos. En concreto, el estudio de José Martínez Millán, hace un breve pero interesante repaso sobre la evolución historiográfica de las élites de poder y la Corte como prolegómeno a su análisis del paradigma que, según él, sustentaba la organización política de dicho período histórico: una concepción o cultura «corte-sana», con raíces en la filosofía práctica clásica, que empieza a ser cuestionada en la segunda mitad del siglo XVII, aunque no será hasta Rousseau cuando se lleve a cabo ese rechazo y sienten las bases para su quiebra definitiva, y el surgimiento de una nueva organización político-social y cultural de espíritu nacional.

Los cinco trabajos siguientes se ocupan de aspectos referidos a las élites y diná-micas de poder en distintos contextos y niveles del aparato de gobierno y adminis-tración de la monarquía hispana. Anne Dubet estudia la política adoptada por José Patiño en los primeros años de su actividad al frente de la Secretaría del Despacho de Hacienda en el gobierno de la Tesorería General, poniendo de manifiesto su pe-culiar forma de entender la «vía reservada» en materia financiera, que trasluce una imagen de buen práctico, incluso de innovador, pero no reformista en el sentido modernizador. Por su parte, Aurelino Musi hace un repaso de la relación dialéctica que se establece entre el trinomio élites, Luces y reforma y su trayectoria secular en diversos estados italianos como el Reino de Nápoles, el Reino de Sicilia, el Ducado de Milán y el Gran Ducado de Toscana, llamando la atención, por un lado, sobre las analogías y diferencias existentes entre ellos y, por otro, especialmente para las últimas décadas, sobre la coexistencia y conflictividad que se genera entre las nuevas estructuras administrativas y las tradicionales formas de representación estamental que retardan el relevo de aquellas.

Los otros tres estudios de este grupo centran su atención en el poder y las «éli-tes periféricas» peninsulares, uno con enfoque teórico y los otros dos orientados al estudio de las prácticas que modelaron el funcionamiento de las instituciones locales para reconstruir a partir de ahí las dinámicas políticas y lógicas generales de la acción social. En concreto, Francisco José Pérez Aranda analiza con visión re-trospectiva, desde la atalaya de la legislación y de los tratadistas ilustrados y sobre todo del primer liberalismo, la decadencia y desaparición de las corporaciones mu-nicipales del Antiguo Régimen y el alumbramiento de los nuevos ayuntamientos constitucionales. Descendiendo a un nivel de análisis y cronología más concretos, María López Díaz nos ofrece una visión sobre la actuación de las élites locales y dinámicas políticas desarrolladas en el Reino de Galicia durante la contienda

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dinástica de comienzos del XVIII, así como sobre algunas de las medidas allí desple-gadas por el gobierno y los ministros filipinos durante esas primeras décadas de su reinado, por más que el espacio político e instituciones locales no fuera todavía un objeto prioritario per se. Completa este apartado el ensayo de M.ª Rosario Porres Marijuán, quien examina con gran clarividencia el impacto que tuvo el reformismo borbónico sobre las élites autóctonas y los gobiernos provinciales vascos, en un largo recorrido que cubre todo el setecientos y primeros años del XIX. Un trayec-to en el que evidencia como aquellas lograron sacar provecho del proceso reformis-ta en lo económico y también en lo político, pues sus regímenes forales no solo no desaparecieron sino que se consolidaron, aunque a costa de unos municipios que resultaron damnificados.

Con el binomio élites-nobleza como hilo conductor, los cuatro trabajos del ter-cer bloque nos informan sobre distintos aspectos y niveles de esa relación. El de Francisco Andújar Castillo, en primer término, versa sobre la política de concesión de nuevos títulos nobiliarios desarrollada durante el corto reinado de Fernando VI, que se revela restrictiva, y las vías o mecanismos empleadas, que priman la riqueza sobre la virtud o el mérito. Esta circunstancia, en opinión del autor, no desestabi-liza el sistema porque siguen operativas las categorías que estratifican el cuerpo nobiliar y el acceso a la franja superior —la Grandeza o «élite de la élite»— es muy restringido. En el polo opuesto y para un territorio concreto, Antonio Presedo Garazo, centra su atención en los integrantes del sector inferior, los hidalgos galle-gos a mediados del siglo XVIII, con el objetivo de conocer qué elementos y criterios identificaban a esta minoría privilegiada y, lo que es más importante, cómo el vo-cabulario estamental se fue adaptando a los cambios derivados de los procesos de movilidad social y a la pluralidad resultante dentro del grupo, pues esas diferencias son operativas semánticamente. Por su parte, Pegerto Saavedra sitúa su trabajo en la sociedad e «hidalguía de pazo» y sus modos de vida durante los siglos XVII y XVIII. Como en el caso anterior, llama la atención sobre las diversidades existentes dentro de la nobleza gallega, que tienen su reflejo a nivel patrimonial pero también en la cultura material y condiciones de vida de las residencias donde habitaban. En este sentido, nos ofrece una imagen a medio camino entre la civilidad cortesana y la rudeza rural, que ponen en entredicho el perfil decadente y demás tópicos crea-dos por la literatura gallega de la segunda mitad del XIX y primeras décadas del XX. Por último, María del Carmen Saavedra Vázquez profundiza en la realidad social de la oficialidad del ejército levantado en Galicia a comienzos del setecientos, en particular del estrato superior de los mandos de los tercios del Reino que ofreció grandes posibilidades de promoción para las élites autóctonas. Desde una realidad tan distinta de la anterior, cuestiona no solo el estereotipo del abandono de las ar-mas por parte de la nobleza gallega sino también su imagen paciega y rentista, falta de interés por el servicio miliciano tanto del rey como del Reino.

El volumen se completa con dos aportaciones más relativas a la monarquía por-tuguesa y sus colonias, que ahondan en el estudio de sus élites desde perspectivas diferentes. Así, Nuno Monteiro hace un balance de la producción historiográfica

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y de los nuevos cauces de investigación y de reflexión que ofrecen los procesos de circulación de las élites sociales y políticas —entendido el término en sentido amplio— entre los diversos territorios e instituciones de una monarquía que, como la española, era pluricontinental. En cambio, Roberta Stumpf dirige su mirada a las élites ultramarinas y los procesos de ascenso social desarrollados en la América portuguesa. Después de analizar la historiografía existente sobre el tema, que evi-dencia carencias por lo menos para los oficios de la administración local y nivel in-termedio, hace un estudio de caso que pone de manifiesto como allí también existió intercambio de oficios (o «tenencias») por dinero, aunque no se trataba de cargos destacados que les ennoblecieran, es decir, la monarquía portuguesa se mostró más cautelosa a la hora de conceder mercedes y privilegios a aquellos súbditos cuyo único capital o mérito era dinerario.

En definitiva, un variado repertorio de trabajos sobre las élites y dinámicas de poder dieciochescas, donde tienen cabida algunas interpretaciones teóricas e incluso conceptuales, aunque predominan claramente las aportaciones empíricas que certifican un singular avance en tres o cuatro direcciones: diversa relevancia, efectos y significado del reformismo borbónico según estados, ámbitos de poder y territorios; pasos iniciales hacia esta política ya desde las primeras décadas del gobierno filipino no solo en los órganos centrales sino también en la esfera local y provincial; aumento numérico, renovación y heterogeneidad dentro las élites so-ciales, vinculado en gran medida a esa política (servicios y mercedes), que no es incompatible con la estabilidad del sistema; y desde una perspectiva territorial am-plia o escala imperial, «circulación» de élites, con implicaciones políticas, socia-les y culturales diversas. Destaca la riqueza y complementariedad de los enfoques utilizados y resultados alcanzados que, por un lado, amplían nuestro conocimiento sobre el tema y, por otro, descubren o dejan abiertos nuevos interrogantes para la futura investigación. Quizás el siguiente paso debería ser acotar el tema, definir problemáticas y fijar prioridades en su estudio.

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PRIMERA PARTE MODELOS INTERPRETATIVOS

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CAPÍTULO PRIMERO

Los estudios sobre élites de poder y la Corte

JOSÉ MARTÍNEZ MILLÁN

Instituto Universitario La Corte en Europa-IULCEUniversidad Autónoma de Madrid

Los estudios sobre «élites de poder» se desarrollaron durante la primera mitad del siglo XX de la mano de sociólogos como Gaetano Mosca o Wilfredo Paretto (en Europa) en un intento de racionalizar y entender el fenómeno de las masas humanas (conjunto de individuos sin lazos de unión aparentes) que componían las sociedades contemporáneas. Posteriormente, tales estudios fueron tomados por los regímenes fascistas para justificar la organización de sus sistemas políticos, defendiendo que la sociedad necesita de élites dirigentes como guías sociales y políticos a quienes la multitud debe seguir1. Por su parte, el sociólogo R. Michels (1876-1936) realizaba un impactante análisis sobre el partido conservador de Estados Unidos en el que de-mostraba la manera en que se reproducían y perpetuaban los miembros de las mismas familias en la dirección de dicho partido2. Tan novedosos métodos fueron tomados por el profesor Maravall (en España) para aplicarlos al estudio de las élites adminis-trativas de la Monarquía hispana durante el siglo XVII, constatando la red de letrados castellanos que se había formado en los Consejos de la Monarquía3, sucediéndose de

1 V. Pareto, Forma y equilibrio sociales, Madrid, 1967; F. Borkenau, Pareto, México, 1978; J. L. Orozco, Pareto. Una lectura pragmática, México, 1996; E. Albertoni, Mosca and the Theory of Elitism, Oxford, 1987.

2 R. Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, Buenos Aires, 2008, 2 vols. (1.ª edición de 1969).

3 J. A. Maravall, «Los hombres de saber o letrados y la formación de su conciencia estamental», en Estudios de Historia del Pensamiento Español, Madrid, 1967, págs. 345-380.

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padres a hijos en los cargos, hasta formar un auténtica élite cortesana e, incluso, una especie de casta («nobleza de segunda clase», la denominó).

A mediados del siglo XX se produjo la crisis del paradigma del Estado liberal, lo que se manifestó en la aparición de los estudios sobre la historia social de la admi-nistración y sobre las relaciones no-institucionales que articulaban el poder, tales como las relaciones de patronazgo, familiares y clientelares4. Sobrepasaría larga-mente el espacio del que dispongo si realizase aquí un estudio sobre la bibliografía que suscitó el tema; no obstante, es preciso recordar que los promotores de tales líneas de investigación fueron los grandes maestros de la historia de la segunda mitad del siglo XX, quienes buscaban soluciones para explicar el problema de la composición y características del Estado moderno o absoluto, ante las contradic-ciones que encontraban a la hora de definir la composición y características que atribuían al Estado absoluto y la multiplicidad de relaciones no institucionales que articulaban políticamente la sociedad de la Edad Moderna europea. Así, en Francia, Roland Mousnier se centró en descifrar el elemento que mantuvo unida la organi-zación política de las monarquías del Antiguo Régimen que, en su opinión no fue otro que la «fidelidad», hasta el punto de afirmar que las relaciones clientelares se basaban en la «mística de la fidelidad»5. Tal vez por ello, en Inglaterra, se defendía que tales relaciones eran muy semejantes a las feudales, aunque no hubiera feudo de por medio, por lo que se les denominó «feudalismo bastardo»6. Por su parte, L. Stone proponía un método con el que llevar a cabo un análisis de la administra-ción social del «Estado»; tal método se ha denominado «prosopográfico» y el pro-pio Stone lo definió de la siguiente manera: «La prosopografía es la investigación retrospectiva de las características comunes a un grupo de protagonistas históricos mediante un estudio colectivo de sus vidas»7. El deseo de aplicar con facilidad tal método a los análisis de clientelismo dentro de la sociedad llevó a W. Reinhard a realizar unas complicadas estructuras (representadas en gráficos) y fórmulas alge-braicas más propias para analizar la composición de las sociedades actuales que las de la Edad Moderna8.

En los últimos años, este tipo de investigación lejos de disminuir, ha au-mentado, valga recordar que la «Fundación Europea de la Ciencia» subven-

4 Un resumen de estos planteamientos en R. Kaufmann, «The Patron-Client concept and Macro-poli-tics: Prospects and Problems», Comparative Studies in Society and History, 16, 1974, págs. 284-308. N. S. Eisenstadt y L. Roniger, «Patron-Client Relations as a Model of Structuring Social Exchange», Compara-tive Studies in Society and History, 22, 1980, págs. 42-77; C. Roso, «Stato e clientele nella Francia della prima età moderna», Studi Storici, 28, 1987, págs. 44 y sigs.

5 R. Mousnier, «Les fidélites et clienteles en France aux XVIe et XVIIe siècles», Social History, 15, 1982, págs. 35-46. Asimismo, su discípulo, Y. Durand, «Clientelisme et fidélités dans le temps et dans l’espace», en Y. Durand (dir.), Hommage à Roland Mousnier, París, 1981, págs. 3-24.

6 K. B. Macfarlane, «Bastard Feudalism», en England in the Fifteenth Century: Colleted Essays of K. B. Macfarlane, Londres, 1981, págs. 23-43; P. R. Coss, «Bastard Feudalism Revised», Past and Pre-sent, 125, 1989, págs. 27-64.

7 L. Stone, El pasado y el presente, México, 1986, págs. 61-94.8 W. Reinhard , Freunde und Kreaturen, Munich, 1979.

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cionó un proyecto para explicar Los orígenes del Estado Moderno en Europa (siglos XIII-XVIII), en el que se reconocían las «redes clientelares» como un elemento básico de la organización política europea9. Según se afirmaba en la «Introducción», escrita por W. Reinhard, bajo el título harto significativo —Las élites de poder, los funcionarios del Estado. Las clases gobernantes y el crecimiento del poder del Estado— era necesario tener en cuenta tales relaciones no-institucionales para explicar y entender la organización de los Estados de Occidente. En el otoño de 2006 se celebró un magno congreso en la Universidad de Córdoba, bajo la dirección de los profesores E. Soria Mesa, J. Bravo Caro y J. M. Delgado Barrado, cuyas actas (en cuatro volúmenes) aparecieron en el 200910. Se trataba de un ambicioso proyecto, que buscaba poner al día los estudios sobre el tema, que se habían realizado dentro de la historiografía española.

Aunque se podrían citar muchos más estudios, considero que los mencionados tienen suficiente entidad y representan una línea de investigación, que guardan en-tre sí algunas características comunes: a) Aunque no lo pretendan explícitamente, todos ellos reducen el Estado a la administración o, al menos, las estructuras ad-ministrativas les resultan imprescindibles para realizar sus trabajos; b) todas estas investigaciones se han proyectado desde el punto de vista sociológico (aun cuando los autores no eran especialistas en esta materia o tenían muy reducidos conoci-mientos sobre ella), utilizando el análisis empírico y la cuantificación para obtener unos resultados (casi siempre muy descriptivos) a partir de los cuales se establecen una serie de conclusiones —con frecuencia, bastante evidentes— en torno a las relaciones y redes clientelares; es decir, se realizan desde una perspectiva del con-cepto de individuo actual, sin detectar ninguna diferencia (aunque, evidentemente, se sabe en teoría) entre la sociedad estamental de la Edad Moderna y la sociedad burguesa contemporánea.

LA 1. CORTE COMO ORGANIZACIÓN POLÍTICA

Dentro de las preocupaciones por dar respuesta a la crisis del modelo estatal y con el afán de encontrar un paradigma de organización política alternativa, du-rante las últimas décadas, ha aparecido una corriente de investigación que tiene por objeto el estudio de la «Corte». La cantidad de publicaciones aparecidas en todo el mundo, cuyos títulos contienen dicho término, es abrumador; no obstante, resulta sorprendente que aún no exista un concepto consensuado e indiscutido, que sirva de paradigma de investigación para todos los historiadores que investigan sobre el tema. Cada una de las definiciones que se han ofrecido, al instante, han

9 W. Reinhard (coord.), Las élites de poder y la construcción del Estado, México, 1996, págs. 5-7.10 E. Soria Mesa; J. J. Bravo Caro y J. M. Delgado Barrado (eds.), Las élites en la época moderna: la

Monarquía española, Córdoba, 2009, 4 vols.

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sido rebatidas o criticadas por otros estudiosos que las han juzgado incompletas o imprecisas. Así, la «Corte» ha sido identificada con la «Casa real» (en las crónicas germánicas), con un «espacio» (sin especificar qué tipo de espacio ni concretar su extensión), con el «lugar donde está el rey» o con la sede de la «administración» de la monarquía11. En este intento de comprensión, muchos historiadores han llegado a confundir algunas de las funciones de la corte por la totalidad de la misma; así, para un grupo de historiadores ingleses, la corte fue «el lugar de encuentro entre gobernantes y gobernados», es decir, consideran que las relaciones de poder no-institucionales resultan fundamentales para explicar la práctica política; para otros, por el contrario, se caracterizó por una cultura específica, la de las «buenas cos-tumbres» y la educación; otros piensan que fue el punto de arranque desde donde se «disciplinó la sociedad» de los Estados modernos12. En mi opinión, estas con-tradicciones son fruto: a) de la aplicación de un mismo paradigma de organización política para explicar y analizar todas las etapas históricas, sin percatarnos de la diversidad político-social y la justificación ideológica sobre la que se ha articulado el Estado en el mundo occidental; b) de la mala aplicación metodológica que hacen determinados historiadores de la denominada «historia cultural», considerando que la «cultura de la corte» es la que se desarrollaba exclusivamente en torno al rey.

En mi opinión, la «Corte» fue una organización político-social, cuyos funda-mentos ideológicos emanaron de la filosofía política clásica. Aristóteles estaba convencido de la formación natural de la sociedad y de la organización política. En su libro, La Política, comenzaba afirmando que «El hombre es un animal social», de donde deducía que, de manera natural, el hombre se veía inclinado a formar la familia y el conjunto de familias componían la «República»13. De esta concepción antropológica se deriva que la sociedad se articulaba a través de redes de poder no institucionales, sino personales. Ciertamente, durante la Baja Edad Media, surgió una larga reelaboración de la configuración política como resultado necesario de la tendencia del individuo a una sociabilidad que, desde la familia, se extendía a las formas de convivencia política más complicadas, tales como la ciudad, el principado o el reino. Estas nuevas formas políticas no solo se distinguieron de las anteriores por el aumento de las necesidades, lo que dio origen a respuestas institucionales, sino también por una precisa definición del saber político; pues, en el gobierno del reino, la actividad política jurisdiccional fue lo que prevaleció. Mientras que la «política» se trasladó a la esfera de la justicia y del derecho estatu-tario, la «oeconomica» quedó en manos de los estratos inferiores de lo doméstico

11 A. G. Dickens (ed.), The Courts of Europe. Politics, Patronage and Royalty, 1400-1800, Londres, 1977, pág. 7; J. Adamson (ed.), The Princely Courts of Europe 1500-1750, Londres, 1999, pág. 7; J. Duin-dam, Le corti di due grandi dinastie rivali (1550-1780). Vienna e Versailles, Roma, 2004, pág. 9.

12 Sobre el tema, véase mi artículo: «La Corte en la Monarquía hispana», Studia Historica. Historia Moderna, 28, 2006, págs. 13-20.

13 Tal planteamiento no solo fue asumido por los filósofos cristianos medievales, sino que también fue copiado por Jean Bodin en su gran obra Los seis libros de la República (Madrid, 1992, t. I, pág. 3, edición a cargo de J. L. Bermejo).

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y de la familia. Ello implicaba un reconocimiento de la prioridad de la disciplina económica para lo doméstico, mientras se indicaba la superioridad moral de la vida civil y política en cuanto ámbito del «bien común» y de la justicia14.

Pero, más allá de la división interna, la filosofía práctica tenía como fin la sub-ordinación del trato humano a aquellos principios éticos y a aquellas virtudes que el padre o el príncipe (cada uno en el ámbito que le era propio) estaban llamados a encarnar. Los preceptos de la filosofía práctica ponían límites precisos a la ac-tuación del padre y del príncipe. Al primero le estaban prohibidas numerosas acti-vidades productivas y mercantiles en cuanto que eran externas a la casa; la acción del soberano, a su vez, estaba limitada tanto en los objetivos que debía perseguir, defensa del reino, conservación de la paz y administración de la justicia, como en el proceder, enteramente por debajo de la regla de la scientia iure. Es preciso señalar cómo a la reproducción de este modelo en la Edad Media, le siguió, en el Renacimiento, la tentativa de articular esta tradición con relación a actores sociales bien distintos: príncipe, ciudadano, gentilhombre, etc. La amplia producción de tratados de comportamiento de estos siglos (XV-XVIII) muestra el esfuerzo teórico por reproducir las conexiones de la filosofía práctica frente a las modificaciones y articulaciones de una sociedad cada vez más compleja y estratificada. El carácter de institutio de la filosofía práctica se tradujo después en una minuciosa literatu-ra para establecer y resguardar las relaciones interpersonales. El surgimiento del mercado, la centralización administrativa, la difusión de la moneda, los nuevos imprevistos dinámicos que modificaron la estructura social europea durante los siglos XVI al XVIII fueron elementos que alteraron el modelo, haciendo florecer de-terminadas contradicciones, pero que no consiguieron extinguirlo15.

La configuración político-social, que se deduce de esta definición, sin duda ninguna, se rigió por reglas distintas de aquella organización política que ema-nó de la teoría de T. Hobbes y seguidores, que consideraban al hombre como un animal antisocial (Homo homini lupus). Tal planteamiento, no solo contenía una concepción antropológica distinta a la de Aristóteles, sino que también resultaba contrario a la teoría política y a las reglas sociales que de ella emanaban. La so-ciedad no se formaba de «manera natural», sino por una decisión voluntaria de los individuos («contrato social»), y la organización estatal no aparecía como una

14 Al respecto, G. Brazzini, Dall’economia aristotelica all’economia politica. Saggio sul Traité di Montchrétien, Pisa 1988. Sobre el tema, O. Brunner, Vita nobiliare e cultura europea, Bolonia, 1972, págs. 240-250; R. Lambertini, «Per una storia dell’oeconomica tra alto e basso Medioevo», Cheiron, 2, 1985, págs. 46 y sigs. y «L’arte del governo della casa. Note sul commento di Bartolomeo da Varignana agli Oeconomica», Medioevo, 17, 1991, págs. 347-389.

15 A. M. Hespanha, «Representación dogmática y proyectos de poder», en A. M. Hespanha, La gracia del Derecho. Economía de la cultura en la Edad Moderna, Madrid, 1993, págs. 61-87, especialmen-te, págs. 66-68; D. Frigo, Il Padre di Famiglia. Governo della casa e governo civile nella tradizione dell’economica tra cinque e seicento, Roma 1985, págs. 31 y sigs., y «Amministrazione domestica e prudenza oeconomica: alcune riflesioni sul sapere político d’ancien régime», Annali di Storia Moderna e Contemporanea, 1, 1995, pág. 35.

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organización «natural» para gestionar las actividades de la sociedad, sino como una institución neutral, en el sentido que el valor de sus leyes e independencia se encontraba exenta «de todo contenido sustancial de justicia y de verdad, religiosa o jurídica»16. En este sentido, la construcción a la que Hobbes quiso dar vida, tenía ya los trazos del futuro Estado de derecho, en cuanto estructura racional unitaria, fundada sobre un sistema de leyes «calculables». El Leviatán exigía a los súbditos solo obediencia, no consenso interior; esto es, fe en las decisiones del soberano y ofrecía, a cambio, paz social. El Estado de Hobbes no era, por tanto, un organismo, sino exclusivamente una máquina, un cuerpo artificial, construido para tutelar la seguridad interna y externa de todos los individuos a través del libre ejercicio de una voluntad absoluta17.

En conclusión, considero que la filosofía práctica de los clásicos fue la que justificó la organización política del «sistema cortesano», por lo que las relaciones personales, los grupos de poder y el patronazgo fueron los elementos en los que se fundamentó la organización política (como lógicamente se deriva de la «sociabili-dad natural» del hombre) y resultan esenciales para entender la articulación social (elementos que no son tenidos en cuenta —o son considerados temas accidenta-les— dentro de la organización estatal que dimana del «individualismo posesivo» hobbesiano). De esta manera, la «Corte» no se puede identificar con un elemento concreto de la organización política de dicho período histórico (como se ha venido haciendo), sino que constituye un paradigma en sí misma; esto es, la propia orga-nización política en la que se desarrollaron los acontecimientos durante este largo período histórico (siglos XIII al XVIII inclusive), hasta el punto de que —se puede afirmar— toda actividad que no se diera o influyera en la «Corte», no existió polí-ticamente hablando. Es decir, la «Corte» se constituyó —utilizando la terminología aristotélica— en la «forma» política del reino. Asimismo, los fundamentos antro-pológicos en los que se basaba la sociedad cortesana fueron distintos de los que se deducen de la doctrina de Hobbes.

Se deduce así que la organización política basada en el «sistema cortesano», no solo se justificaba en principios distintos de la sociedad liberal burguesa, sino que también se articulaba en relaciones distintas, derivadas de los principios antro-pológicos de la filosofía clásica; es decir, se articulaba por relaciones personales: patronazgo, clientelismo, familiares, de costumbre, etc. Las instituciones de las monarquías de la Edad Moderna tuvieron un carácter más de gestión y adminis-tración del poder que de instituciones depositarias del poder soberano. De esta

16 T. Hobbes, Leviatán o la materia, forma y poder de una República eclesiástica y civil, México, 1996, págs. 305 y sigs.

17 C. Schmitt, «Il Leviatán nella doctrina dello Statu di Thomas Hobbes. Senso e fallimento di un símbolo político», en C. Schmitt, Scritti su Thomas Hobbes, Milán, 1986, pág. 186; I. Hampsher-Monk, Historia del pensamiento político moderno. Los principales pensadores de Hobbes a Marx, Barcelona, 1996, págs. 17-18; N. Bobbio, Thomas Hobbes, Barcelona, 1991; Q. Skinner, Reason and rhetoric in the philosophy of Hobbes, Cambridge, 2004, passim.

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manera, la corte no fue una parte específica del Estado, ni tampoco la antítesis del mismo, sino una organización política propia con sus características18. Tal forma de organización conllevó un comportamiento y una cultura específica que ha sido denominada «cultura cortesana». Esta conducta cortesana se explica a partir de una cosmovisión que surgía de la filosofía clásica, en torno a conceptos como gracia y merced, amistad y prudencia, disimulación, etc. Los humanistas fueron letrados, cuya cultura nació fuera de los monasterios, de la enseñanza clerical (escolástica), y estuvo en relación con la aparición de las cortes europeas. En 1534, Boscán tra-ducía al castellano el conocido libro de Castiglione, Il Cortegiano, cuyos valores y comportamientos se constituyeron en paradigma19. Castiglione se había amparado en el molde clásico de una idea de perfecto rey y de perfecto orador como punto de partida de su instrucción del cortesano perfecto. Durante las primeras décadas del siglo XVI, el arquetipo de cortesano fue desplazando al ideal de caballero como referente primordial de la nobleza, tratándose de adecuar al modelo de Castiglio-ne, que defendía las cualidades cultas que el cortesano debía tener y mostrar ante los demás. El perfecto cortesano, junto a otros atributos, debía distinguirse por su bondad virtuosa, por el servicio honesto al príncipe y por educar a su señor en la virtud, ya que, el verdadero humanismo —como señala Rico20— consistía «no solo en una cultura, sino además en una forma de civilización, en una conducta pública y privada tan atenta al pulimento individual como al bienestar de la comunidad». Pero si el Humanismo era una cultura completa que implicaba un estilo de vida, resulta lógico que los cambios no solo afectaron a los saberes, sino también a los modos de comportamiento que debían adaptarse en los nuevos tiempos y en las nuevas circunstancias políticas21.

LA CRISIS DEL SISTEMA CORTESANO2.

Durante el siglo XVIII el término «civilización» estuvo estrechamente unido al de progreso22. Ambos términos («progreso» y «civilización») reflejaban la concien-

18 C. Mozzarelli, «Principe, corte e governo tra ‘500 e ‘700», en Culture et ideologie dans la génese de l’Etat Moderne, Roma, 1985, págs. 372-373.

19 Sobre Castiglione y su libro resultan fundamentales —en primer lugar— A. Quondam, Questo po-vero Cortegiano. Castiglione, il Libro, la Storia, Roma, 2000; también, A. Prosperi (comp.), La corte e il Cortesano. II: un modelo europeo, Roma, 1980; R. W. Hanning y D. Rosand (eds.), Castiglione: The Ideal and the Real in Renaissance Culture, Yale (Connecticut), 1983. Desde el punto de vista de la literatura, M. Morreale, Castiglione y Boscán: El ideal cortesano en el renacimiento español, Madrid, 1959, vol. 1; I. Navarrete, Los huérfanos de Petrarca, Madrid, 1997, págs. 60-66; P. Burke, Los avatares del Cortesano, Barcelona, 1998, especialmente, págs. 36-57.

20 F. Rico, El sueño del Humanismo. De Petrarca a Erasmo, Madrid, 1993, págs. 19 y 44-57.21 A. Quondam, «Elogio del gentilhuomo», en G. Patrizi y A. Quondam (coords.), Educare il corpo

educare la parola nella trattadistica del Rinascimento, Roma, 1998, págs. 11-18.22 «Los tres soportes más fuertes sobre los que se apoyó eran: la fe en la razón, esto es, en una es-

tructura lógicamente conectada de leyes y generalizaciones susceptibles de demostración o verificación;

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cia de un cometido particular de Europa en la evolución de la humanidad, al que habría llegado gracias a los adelantos del comercio, la industria, la imprenta y, en definitiva, al avance de las ciencias y de las artes23. Este progreso aún se pensaba dentro de un modelo cortesano de monarquía en el que la filosofía práctica clásica todavía tenía clara influencia24. En la Enciclopedia, Diderot aún defendía que el orden político tiende «al mayor bien del cuerpo social»25. El honnête homme, que había sustituido al «cortesano» y al «discreto» italiano como modelo, aún vivía en un mundo cortesano. Paul Hazard afirma que este personaje:

Enseñaba la cortesía, virtud difícil, que consiste en agradar a los demás para agradarse a sí mismo; decía que había que evitar los excesos, incluso en el bien, y no blasonar de nada, salvo del honor. Se formaba por una continua disciplina, por una voluntad vigilante; es una empresa difícil impedir al Yo que se desborde, obli-garlo a no valer más que como componente de un valor común —tal obligación requiere un heroísmo discreto; el honnête homme solo parece todo gracia porque regula su fuerza interior y la gasta en armonías26.

No obstante, paralelamente, se había desatado una crítica contra el sistema político y cultural que lo justificaba. De acuerdo con las ideas de la Ilustración se impuso un nuevo modo de gobierno, el despotismo o absolutismo ilustrado27, lo que también suscita serios interrogantes sobre en qué consistió dicha novedad. Los que emplean el concepto de despotismo ilustrado tienden a dar a entender con este término una etapa determinada del absolutismo en la que los soberanos reaccionaron a las condiciones sociales cambiantes del poder y la filosofía con-gruente de la Ilustración convirtiendo el gobierno en un instrumento eficaz y sin precedente de autoridad, y tomando interés deliberado por los derechos civiles y

la identificación de la naturaleza humana a través de los tiempos —y la posibilidad de fines humanos universales— y, finalmente, la posibilidad de acceder a lo segundo por medio de lo primero, de asegurar la armonía física y espiritual y el progreso gracias al poder de la inteligencia crítica guiada lógica o empí-ricamente». I. Berlin, El Mago del Norte. J. G. Hamann y el origen del irracionalismo moderno, Madrid, 2008, págs. 85-86.

23 H. J. Lüsebrink, «Civilización», en V. Ferrone y D. Roche (eds.), Diccionario histórico de la Ilus-tración, Madrid, 1998, págs. 150-151. J. F. Faure-Soulet, Economía política y progreso en el Siglo de las Luces, Madrid, 1974, págs. 16-22.

24 L. Kriegel, Kings and Philosophers, 1689-1789, Nueva York-Londres, 1970, págs. 3-12. F. Venturi, Utopia e riforma nell’illuminismo, Turín, 1970, passim.

25 F. Díaz, «Discorso sulle lumières. Programmi politici e idea-forza della libertà», en L’età dei lumi. Studi storici sul settecento europeo in onore di Franco Venturi, Nápoles, 1985, t. I, págs. 140-141.

26 P. Hazard, La crisis de la conciencia europea, Madrid, 1952, pág. 295.27 I. Berlin, Las raíces del romanticismo, Madrid, 2000, pág. 25; C. B. A. Behrens, «Enlightened

Despotism», Historical Journal, 18, 1975, págs. 401-108 y Society, Government and the Enlightenment. The Experiencies of Eighteenth-Century France and Prussia, Londres, 1985, passim; L. Kriegel, An Es-say on the Theory of Enlightened Despotism, Chicago, 1975, passim; R. Vierhaus, Germany in the Age of Absolutism, Cambridge, 1988, caps. 1 y 2; F. Venturi, «La prima crisi dell’Antico Regime (1768-1776)», Settecento Riformatore, Turín, 1969, t. III, págs. 144-166.

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bienestar de todos los ciudadanos, de modo que iniciaron una ampliación cate-górica de los medios y de los fines del gobierno monárquico. Sin embargo, otros rechazan esta denominación precisamente porque la consideran una deformación histórica, inferencia de un estilo nuevo de gobierno autocrático. Se ha argumen-tado que lo que se ha llamado el «despotismo ilustrado» no fue ni despotismo ni ilustrado y que realmente fue absolutismo tal como había sido en época anterior, esencialmente continuo en formas y metas, pero en este momento ajustado al tono particular de los últimos años del siglo XVIII. Estos críticos concluyen que las declaraciones de principios, políticas o propósitos que se proponen como pruebas de una forma de absolutismo diferente e ilustrado resultan ajenos res-pecto a la política o retórica: los monarcas emplearon los términos de moda de la Ilustración para racionalizar su autoritarismo o para expresar intereses culturales como si fueran políticos; en ambos casos, tales términos ni tuvieron ni fueron pensados para influir en la realidad del gobierno28.

En este sentido, el pensamiento de I. Kant constituye —en mi opinión— el último exponente de esta visión optimista y racional que aún tuvo lugar dentro del sistema cortesano, como se observa en las ideas que aportó en su ensayo Ideas para una historia universal en clave cosmopolita (1784), respecto a la idea del progreso y la educación humana. Consideraba la Historia como la realización de un plan racional de la Naturaleza, todavía desconocido, que se plasmaba en «este absurdo decurso de las cosas humanas»29. El hombre, pues, no se dejaba llevar por un plan preconcebido por él mismo, sino que era conducido por un plan oculto de la Naturaleza. Kant, sin embargo, tenía su propia explicación del progreso. La razón, sostenía, tenía que evolucionar hacia un fin. No lo hacía en cada humano indivi-dualmente, pero llegaría un momento en que la especie humana en su totalidad, después de generaciones de aprendizaje, experimentaría la realización de la razón.

Hasta entonces, la Ilustración tenía que empujar a la humanidad hacia el pro-greso. La Ilustración era para Kant un proceso que surgía desde el pueblo, hasta que alcanzaba las regiones superiores del gobierno, puesto que no cabía esperar mucho de la instrucción pública por falta de recursos económicos. La vía opuesta, por tanto, de la extensión de la civilización desde la corte. La historia filosófica podía cumplir un papel fundamental en el proceso de la Ilustración, puesto que señalaba el objetivo final. Esta historia filosófica tendría que tener el carácter de la evolución de la constitución civil, y las relaciones interestatales, desde los griegos hasta nuestros tiempos. Con esto, la historia del Estado se convirtió en un vehículo para la educación de la ciudadanía. El ensayo de Kant tomó una posición crítica frente a los soberanos, y constituyó una propuesta de cambiar radicalmente de política30.

28 L. Kriegel, Kings and Philosophers, Nueva York, 1977, cap. 1.29 I. Kant, Filosofía de la Historia, Buenos Aires, 1964, págs. 41-42.30 E. Menéndez Ureña, La crítica kantiana de la sociedad y de la religión, Madrid, 1979, págs. 31-37;

I. Álvarez Domínguez, La filosofía kantiana de la Historia, Madrid, 1985, págs. 75 y sigs.

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