Eleonor Faur El cuidado infantil en el siglo XXI

57
eleonor  faur el  cuidado infantil  en el  si lo  XXI ¿Cómo se organiza el  cudado Infantt ¿Lo  asumen por  igual  las  madres  y  lo*  padnN para compatibilizar la atención  da  oe  lflot rado fuera de a  casa  sin  caer  «n  «I  vérti o  di ¿Es  un problema exclusivamente  penwntl resolver con sus  propios  recursoa,  O  NMRJ y  al  Estado como posibles prcveedOMt  dt Eleonor Faur propone  desandar  la que cristaliza a la muer  como  la  i de cuidado con mirada  sodotógtaa:  an  UH hombre proveedor y el  ama de  OSM d es preciso repensar  la  organización  MOM  0É las  políticas públicas como  con organización revela desigualdades «1  OU tntO al mujeres  las  depositarías  de la  tarea.  Y notorias entre  las  mujeres  d6  ingresos  mtdtot QUI zar y delegar  en  otras personas O InstitUOlOntl  t y  las de  sectores empobrecidos,  que  encuentran cuidar  de los  suyos y  acceder  a un  trabajo  ramunmcb A  partir  de un  exhaustivo trabajo  de campo para  explOftr  lM y  representaciones  sociales de  quienes  cuidan  aI Argentina  contemporánea,  la autora sostiene que 9 81 el cuidado como  un  bien social, destacando el rol del Estado •  tnMÉII diseño  de  políticas específicas subsidios a  jefes y  jetes de  hogar, asignación universal  por hijo, jardines maternales y de Infantes, legislación laboral).  l  cuid do  infantil  en el  siglo  X XI  inslafa  con maettrll  y compromiso una  discusión  necesaria,  y el  desafío de  construir  una  poNDOI de  cuidados integr al, sustentada en los  principios de  derechos unlvenMlfJ para  niños, niñas, hombres y  mujeres.  Y da el  puntapié i nicial para  CCtóOar el  cuidado entre las  prioridades de la agenda pública. ISBN 97898702MtM III II si lo veintiuno editores 789876 29397(¡  o hl «»JF EL  CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO  XXI • •Onor  faur  veintiuno HlHWN

description

Estudio comparativo sobre la dinámica del cuidado de la infancia en sectores populares. Argentina, Provincia de Bs.As. y Capital Federal

Transcript of Eleonor Faur El cuidado infantil en el siglo XXI

  • eleonor faurel cuidado infantil en el siglo XXI

    Cmo se organiza el cuidado InfanttLo asumen por igual las madres y lo* padnN?para compatibilizar la atencin da toe tlflotrado fuera de la casa sin caer n I vrtigo diEs un problema exclusivamente penwntl,resolver con sus propios recursoa, O NMRJy al Estado como posibles prcveedOMt dt

    Eleonor Faur propone desandar laque cristaliza a la mujer como la "ide cuidado con mirada sodotgtaa: an UHhombre proveedor y el ama de OSM dies preciso repensar la organizacin MOM 0las polticas pblicas como conorganizacin revela desigualdades 1 OUtntO almujeres las depositaras de la tarea. Ynotorias entre las mujeres d6 ingresos mtdtot, QUIzar" y delegar en otras personas O InstitUOlOntl Ity las de sectores empobrecidos, que encuentrancuidar de los suyos y acceder a un trabajo ramunmcbi

    A partir de un exhaustivo trabajo de campo para explOftr lM|y representaciones sociales de quienes cuidan a IArgentina contempornea, la autora sostiene que 981el cuidado como un bien social, destacando el rol del Estado tnMIIdiseo de polticas especficas (subsidios a jefes y jetes de hogar,asignacin universal por hijo, jardines maternales y de Infantes,legislacin laboral). El cuidado infantil en el siglo XXI inslafa con maettrll ycompromiso una discusin necesaria, y el desafo de construir una poNDOIde cuidados integral, sustentada en los principios de derechos unlvenMlfJpara nios, nias, hombres y mujeres. Y da el puntapi inicial para CCtOarel cuidado entre las prioridades de la agenda pblica.

    ISBN 978-987-02MtMIII II

    siglo veintiunoeditores 789876"29397(

    s;Io

    hl5JF-

    EL CUIDADOINFANTILEN EL SIGLO XXI

    (Onor faur

    > veintiunoHlHWN

  • siglo veintiuno . { , . ' : ! ' t -"I,4< *, ^ ,,,siglo xxsiglo xxi editores, mxico

    CFIRO OB. AGUA 248, OMERO DE TERREROS i04310 MXICO, D.F.www. scjloxxieditores. com. mx

    salto de pginaALMAGRO 38 ALMAGRO 38 C/LPANT 24128010MADRD, ESFW* 28010MADRO, ESFW* 08013 Bwcax**, EWNAwww. saoefagina.crt -www.tbfotBtariueva,8S S

    Faur, EleonorEl cuidado infantil en el siglo XXI: Mujeres malabaristas en unasociedad desigual.- 1a ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores,2014.aya p.; 14x81 cm.- (Sociologa y poltica)ISBN 978-987.689-397-6

    1. Sociologa.CDDgoi

    O 8014, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

    Diseo de cubierta: Eugenia Lardis

    ISBN 978-987-629-397-6

    Impreso en Altuna Impresores // Doblas 1968, Buenos Aires,en el mes de julio de 2014

    Hecho el depsito que marca la ley 11 .^23Impreso en Argentina // Made in Argentina

    ndice

    Agradecimientos 11

    Introduccin 13

    1. La organizacin social y poltica del cuidado 25

    2. Mujeres malabaristas. Entre el cuidado familiar,el mercado y los servicios pblicos 55

    3. La conciliacin familia-trabajo. Derechosen tensin 117

    4. 1 maternalismo en su laberinto. Las polticasde alivio a la pobreza 161

    5. Modelo para armar. El cuidado fuera de casa 195

    Consideraciones finales 245

    Bibliografa 259

  • i y 1:1. CUIDADO INFANTIL KM

    Gracias a cada una de las iwrevsta.as, |r permi-tirme acceder a sus ideas, su;* istoriasysus sueos. Tambin aquienes desde sus institucin^ me Acuitaron informacin secun-daria segn mis necesidades: anha Muchjutti, del Ministerio deEducacin de la Nacin, Augv>*to -romketta y Carolina Ruggero,del Ministerio de Educacin y * J Mlnisteno de Desarrollo Socialde la Ciudad de Buenos Aire*'5 resPectivamente. Agradezco tam-bin a Brbara Belloc, por an junarme a incorporar "burbujas deoxgeno" en la escritura.

    Un yo proverbio atcaa^^Weee que> p^ ^ ^ a unniiiq, hfce falta toda una alde^"- Adniis de mi famjta _y ^ ^familja-v tantas amigas (y amig^*y ^ tas mujeres a lo largOjde,la vida contribuyeron a la cri^1:a.de,^ ^ Agradezco,a es"aldea" que result clave para ^ ^ de*car parte de RUS ho^sal trabajo profesional y a .1 ind^'n^4^^ . A ^ _ j^j,Perla Taranto y Roberto Faur: a-( ' por alentarmisrecorridos. al, porque me ense que hast^ lps ^Jos varones de una culturatradicional son capaces de trans/ormarse y aprender a cuidar a lossuyos con ternura y alegra. Y a ^ls hermailas> Emiice y Vanesa.

    Y, por ltimo, agradezco de cc^razn a m m& preciado solj a mjhija Ana Minujin, a quien dedic^ este

    Introduccin

    Yo, particularmente, entiendo que las polticas de edu-cacin inicial tienen mucho muchsimo que ver con lamujer. Porque es la mujer la que es madre, la que tam-bin sale a trabajar, y la que adems tiene que pensarqu hace con sus cras...DIRECTORA NACIONAL DE NIVEL INICIAL, Ministerio deEducacin de la Nacin

    Polticas pblicas, instituciones privadas; trabajo pro-ductivo, reproductivo y domstico; transformaciones familiares,legislacin y derechos laborales; condiciones de acceso a los ser-vicios de educacin y cuidado infantil, derechos de los nios ynias; reformulaciones del rol "materno" y del "jefe de hogar";mujeres y "cras". Elementos heterogneos de un complejo calei-doscopio que comienza a transformarse en un problema social ypoltico concreto (adems de ser una problemtica acadmica),que en este trabajo procuro explorar a partir de un conjunto deinterrogantes que buscan reponer, en el curso de la investigacin,la relacin entre las partes. Cmo regulan las polticas socialeslos vnculos entre el cuidado familiar, el trabajo remunerado ylas relaciones de gnero? Qu derechos se establecen en estaconstruccin? De qu forma las desigualdades sociales se trans-forman (o reproducen) en la organizacin social del cuidado in-fantil en la Argentima? Y, en relacin on la cuestin de gnero:cmo operan las distintas polticas pblicas en la configuracinde responsabilidades diferenciales segn el gnero? Oales sonsus supuestos acerca del cuidado y hasta qu punto los desafan?

  • 4 Wtf&ABO IMR>rriL N L SIGLO XXI

    (O el cuidado de los nios es, pa^*i,s^30g|)(fciencia Casiexclusiva de las madres?) Por ltimo, es necesariamente la mujer-madre, tutora o encargada- quien "tiene que pensar qu hacecon sus cras"?

    La frase del epgrafe sintetiza con eficacia la trama -y el conflic-to- del tiempo actual. Una poca que entrecruza viejas y nuevasmiradas sobre la organizacin del cuidado de nios y nias. Suje-tos que parecen aferrarse a la idea de las madres como responsa-bles "naturales" de su atencin -o de su gestin- y que, al mismotiempo, entienden las polticas pblicas como dispositivos nece-sarios para proveer cuidados. Un tiempo que invita a dirigir lamirada social sobre un tema que histricamente fue consideradocomo parte de la esfera individual, domstica y privada.

    Este libro coloca el cuidado infantil en el centro de atencin,comprendindolo como una actividad vital para el bienestar dela poblacin y como parte esencial de una organizacin social ypoltica en la que intervienen, adems de sujetos individuales, ins-tituciones pblicas y privadas. Se trata de conocer y explicar lainteraccin entre la organizacin domstica del cuidado infantily la oferta de setwcios pblicos accesibles en la Argentina con-tempornea (en forma de normas vinculadas con el cuidado, conservicios de atencin de la primera infancia o de transferencia deingresos a los hogares). Tambin se trata de indagar el modo enque los hogares de distintos niveles socioeconmicos y sus miem-bros (en funcin de su gnero) acceden a dichos servicios. Se tra-ta en ltima instancia, de comprender la organizacin social delcuidado en la Argentina contempornea para identificar los de-safos que permitan proponer transformaciones hacia una nuevaforma de organizacin, atenta a los derechos y las necesidades demujeres, hombres, nios y nias.

    A lo largo de la historia, el cuidado fue considerado una actividadpredominantemente femenina y maternal. Al atribuir este hechoa un rasgo propio dlas mujeres -su capacidad de procreacin-,la divisin sexual en la responsabilidad del cuidado se extendimucho ms all de los designios biolgicos, y se torn uno de losnudos Crticos de la construccin social del gnero. Sustentado

    INTRODUCCIN lg

    i el amor y en el mito del "instinto maternal", el cuidado de losrtts qued amparado por el trabajo cotidiano y silencioso de lasires, constituyndose en el imaginario colectivo en un rasgoicterstko de la figura del "aina de casar, y confinado, juntot das, al espacio domstico, privado.

    teifn determinado modelo de familia, con papeles y territoriosdiferenciados para hombres y mujeres, sostena este ordenamien-to. Los hombres eran los encargados de la provisin econmicadel hogar, de las decisiones polticas de la comunidad, del

  • l (> K!. CUIDADO INI A \ II I N 1 I S K . I O N X I

    ,1 a.s|in ,t( ion de ( i i a l ( | i i i e i i i i i i | c i "

  • f 8 t2'*fifi*tS0> IWfANTIL EN EL SIGLO XXi

    i

    relaciones interpesaales, y por ltimo fue reconocido con unenfoque ms amplio e integrador, q

  • 20 EL CUIDADO INFANTIL E L

    ta de servicios e&tatale OWWttiiilcs, o m m i i t a i i o s ycomo el modo en qc 'JinilllHH ttM! * y Impares se benefician deellos. Esta perspectiva coloea al' CUJh< I > como una puerta de en-trada que nos pemitir examhMlreleM ulo < U la proteccin socialen nuestro contexto los supuesto |< > l > i < - los nales se sustenta,Ctno se definen las relaciones toeiiitfdc genero ya entrarlo eltercer milenio, y cmo se persigue i* o la gualdad^lf^flip^(unidades y derechos enare gomiM^y -mttftq}MW ?tt&B dedistintas clases sociales. >, 1 >- Nuestra frinifoat hipta

  • ^^ ^^ ^^ PB11I

    nfctKetLoxxi

    [puesta en prctica en torno a la estratifka-cin

  • --.i i tHMii>U iiii xttn. < a. STOLO xxiliiqK'cc-i la pf^nvav ampliar el abanico socioeconmico de

    \- ' * i i i njirtiudos y samarla mirada de la gestin de las empresas.1l t (*efeHtretejido, identificar y analizar la relacin entre la

    olera ddidM&lrtNkF cuidado infantil y su demanda nos permiti-r conocer las condiciones de vida de las mujeres y lo nios, lasformas ^ n que el Estado se ha adaptado (o no) a los nuevos rolesso( -ialeii pblicos y familiares de las mujeres contemporneas, eiluminad la situacin de las instituciones y la cultura (en trmi-nos do la valoracin del cuidado como bien social, y de la igual-fcd de derechos como horizonte poltico) en nuestro contexto

    ^particular." i-uJI,,' -

    Arto -'tFgo del anlisis, se procur desarrollar un lenguaje inciusi-"i, K^pato, a fin de no hacer tediosa la lectura, en muchos casos se

    jptt por 1 uso del masculino sin distincin de gnero.

    1 La primera d* estas investigaciones se nmarca en un proyecto Bevdo adelante tn el Institat de Desarrollo Econmico y Social ,(IDES),Unpa v Unicef (vase Faur, 2012). La segunda, en una investigacin

    ' l tifiisterio de Trabajb, Empleo y Seguridad Social y la Cepal (va- seFauryZsunberiin, 2008).

    * *. im crgani/ai ion socialy poltica del cuidado

    O 'i

    "Ahora todo el mundo habla de cuidado", observ; conj una funcionara de la cancillera argentina que estaba -a

    organizar unas jornadas internacionales sobre trabajo ygnero. En efecto, al da de hoy, en los pases de Europa y Nor-(eamrica, y de manera creciente tambin en Amrica Latina, elanlisis del "cuidado" se ha convertido en un campo de estudioespecfico. Pero acaso todo el mundo habla de lo mismo cuando-desde el mundo acadmico el poltico- se refiere al cuidado?

    El estudio sobre el cuidado se ha utilizado principalmente: a)para dar cuenta de la experiencia de vida de las mujeres; y b)como una herramienta analtica de las polticas sociales (Daly,2001)) Por una parte, los estudios dedicados a caracterizar la car-ga y distribucin d trabajo que supone el cuidado en el nivelmicro aplican --y perfeccionan^- metodologas para la medicindel ulso: del tiempo que se destina a las tareas reproductivas^y decuidadode personas. Para eso, se desarrollan encuestas represen-

    'tauvas que ouscan ponderar el tiempo que hombres y mujeresdedican a actividades remuneradas y no remuneradas, la cargatotal de trabajo de unos y otras, la variacin en la inversin detiempo de trabajo- domstico o de cuidado en distintos tipos dehogares, segn clase social y disponibilidad de servicios pblicos,entre otras dimensiones (Budlender, 2007; Esquivel, 2012; Agui-rre y Batthyny, 2005, entre otros) . Los resultados de las encuestas /de sp.del tiempo sori ms elocuentes (o literales) que sorpren-dentes: en todos ios contextos, la participacin de las mujeres entareas domsticas no remuneradas y SVL costo horario en este tra-bajo no slo es mayor al de los hombres, sfino que es, tambin, sig-nificativamente ms importante que su aporte-general al mundo

  • 84 L CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    enriquecer la pepfeetvav-sBBfiar el abanico socioeconmico delos entrevistados y sumar la mirada de la gestin de las emfMfes'1

    .^Era-eeJeBtreiejiiOidentificar y analizar la relacin entre laoferta de'8r**tiofPor una parte, los estudios dedicados a caracterizar la car-ga y distribucin; d trabajo que supone el cuidado en el nivelmicro aplican -y perfeccionanr? .metodologas para la medicindel uso del empo^que se destina a las tareas reproductivas y de^cuidado de personas. Para eso, se desarrollan encuestas represen-tauvas que buscan ponderar el tiempo que hombres -y mujeresdedican a actividades remuneradas y no remuneradas* la cargatotal de:trabajo de unos y otras, la variacin en la inversin detiempo de trabajo-domstico o de cuidado en distintos tipos dehogares, segn clase social y disponibilidad de servicios pblicos,entre otras dimensiones (Budlender, 2007; Esquivel, 2012; Agui-rre y Batthyny, 2005, entre otros). Los resultados de las encuestasde uso del tiempo sori ms elocuentes (o literales) que sorpren-dentes: en todos los contextos, U participacin de las mujeres entareas domsticas no remuneradas y su cost horario en este tra-baj no slo es mayor al de los hombres, sino que es, tambin, sig-nificativamente ms importante que su aporte general al mundo

  • 26 EL CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    "3el trabajo remunerado. Esto demuestra que i visin tradicionalde las mujeres como esposas, madres y cuidadoras entra en ten-sin con su autonoma, en especial cuando ingresan al mercadode trabajo remunerado (Jelin, 2010). Por otra parte, los anlisisdel nivel macro conllevan otros desafos conceptuales y metodol-gicos, que involucran el examen del papel del Estado en la organi-zacin social del cuidado, y constituyen el marco analtico sobre lcual se asienta nuestra investigacin. Para abarcar esta dimensin,utilizar el concepto de "organizacin poltica y social del cuida-do" a fin de aludir a la configuracin qae surge del cruce entrelas instituciones que regulan y proveen servicios de cuidado y losmodos en que los hogares de distintos niveles socioeconmicos ysus miembros acceden, o no, a ellos. Foner en juego la relacinentre la oferta y la demanda, as como sus marcos institucionalesy sociales, constituye -creemos** un enfoque apropiado para en-riquecer los anlisis acerca del bienestar, comprender procesosque han experimentado rpidos cambios en los ltimos aos enla Argentina e identificar los desafos pendientes.

    En este captulo, revisamos aquellos aportes tericos que, par-tiendo de las teoras sobre el gnero,2 el Estado y el bienestar,colocaron el cuidado en el debate contemporneo. Se analizan ala luz de la experiencia argentina, en busca de realizar una con-tribucin que, en trminos tericos, resulte pertinente para com-prender y explicar la organizacin socialy poltica del cuidado enel contexto de nuestro pas (anlisis que es abordado emprica-mente en los captulos siguientes).

    El abordaje integral del cuidado nos permite identificar un pun-to de cruce entre el terreno personal (la organizacin diaria de

    2 Se entender el "gnero" como una construccin histrica y social.Un entramado de significados y prcticas que cruzan las relaciones scales y se ponen en acto no slo en la esfera individual incluidas lasubjetivid&d, fe construccin de identidades y la forma, cuhuralmeme \ ngaiia, de habitar los cuerpos-, sino tambin en la social-influ-

    yendo, por te tanto, en la divisin sexual del trabajo, la distribucinti't'recarses materiales y simblicos, los Vnculos emocionales y laxdefinicin de jerarquas entre hombres y rttujeres-.

    individual y faniiliar^y las estructuras sociales, ambos bajofc orientacin igf^tt0$yd las polticas pblicas. Revisemos, en-fcmces, los principales conceptos que os ayudarn a hacerlo.

    M>S ORGENES DEL, CONCEPTO DE "CUI0A0O"

    Como punto de partida para comprender la organizacin socialdel cuidado en nuestra sociedad, es preciso recontamos a suconfiguracin histrica, y entender Ja marcada distincin entreJa pblica y la privado que ha, operado por siglos en l mundo oc-cidental. En trminos polticos, fue John Locke (el "padre del li-beralamo") quien, en el siglo XVH, sent el fundamento tericode dicha separacin de esferas ystableci la necesidad de discrirminar el poder poltico (pblico) del poder paternal sobce loshijos, hijas y esposas (del orden privado y familiar), mientras:lasmujeres an participaban activamente en la produccin de bienesy servicios. Con la llegada de la revolucin industrial, la fracturaentre estas esferas se profundiz y disoci de manera tajante, ade-ms los mbitos de produccin y reprodjicaQSTl casa" y "el

    -s>*^ ^^Aww^--M'~"feB-*^B*WM s^ "*-**~.,.^ ,~~*~~'**'*~*^uncin productiva, que solan cumplir las familias,

    se vio desplazada hacia la esfera pblica, con nuevas reglas y esca-las de funcionamiento, eficacia y competencia, y la reproduccincotidiana y generacional de los individuos (y con ella, la satisfac-cin de las necesidades cotidianas de la- mano de obra laboral) sci al espacio domstico y a la responsabilidad de las familias.As, la ideologa del liberalismo poltico dio pie al desarrollo delcapitalismo de mercado. Los hombres, entonces, fueron convoca-dos a "salir" de la esfera domstica y el modelo de produccin apequea escala- e ingresar al pujante sector industrial y sumar asu papel de "jefes de familia" el de "proveedores de ingresos parael hogar". A partir de esta dinmica, se construy el modelo detrabajador (industrial y de tiempo completo) en clave mascutria:sobre la imagen de un sujeto empleado- de por vida, y wnic sos-tn econmico del hogar -el llamado mofe; bnmdwirt.net~. Por lgi-ca, esta responsabilidad! eximira a los hombres de: participar en

    "1

  • S N l . -m>AD(flf*!>ft!l.ENELSIGLOXXI

    hogar y d criartiza,lat)t ^natas a las mujerest^^ del' 'mundo

    crn potestad en el mun-do pblico eran consideradas tefes autnomos y con derecho a lapropiedad individua}, Mientras que las mujeres quedaban exentasde esa CIMIStSliV.La familia, por su parte, quedaba constitui-da como 4ri' espado hipotticamente "benigno", "un paraso enun mundo descorazonado", un lugar ideal en que el Estado nodeba intervenir. A pesar de eso, el Estado siempre intervine enias familias mediante la regulacin de* matrimonio, la sexualidad,la definicin sobre los hijo*! legtimos"; la potestad sobr eMoi e,incluso, mediante la invisibilizacin que durante siglos Ope* enrelacin con la violencia (contra las mujeres y contra las nias ynios)' acaecida en e mbito del -hogar. De* esta manera, '

  • A ORGANIZACIN SOCIAL Y WW-fTICA BEL CUIDADO

    &!, entonces, como espacio de "reproduccin biolgica, cotidiana^fjewera*M*al*:de la sociedad. Pero al haber sido ei espacio priva-do durante tanto tiempo, una esfera devaiuada en contraste con elmundo pblico, mientras los modos de pr6du3Gin;se encontrabansobradamente estudiados desde distintas disciplinas, poco y nadase haba investigado sobre los modos de reproduccin. ;A partir deentonces, se introdujeron las nociones de "trabaj reproductivo" y"fio remunerado", se discuti en la teora y en la prctica la visineconomicista y androcntrica del concepto de "trabajo" -^entendi-do slo a partir de su retribucin econmica-, y* seJMaewmfte:bases tericas y epistemolgicas para los actuales abordajes sobreel cuidado. Abordajes que hoy se desarrollan, en mayor medida, enios campos de la economa feminista y del anlisis *e las polticassociales a partir de un enfoque de gnero.

    Quizs el principal aporte de esta linea de investigacin fue,en principio, probtematizar y discutir la concepcin hegemnicadel concepto de "trabajo". Por tradiciflj la literatura de anlisissocioeconmico sola -y suele hoy da-asumir que el significadodel trmino "trabajo" se define en la medida en que est asociadoa tareas por las que se percibe un ingreso o un salarte; No obs-tante, el feminismo llam la atencin sobre el hecho de que tetareas llevadas a cabo en el espacio del hogar (principalmente pormujeres)^ y caracterizadas por algunas escuelas de la economacmo "no trabajo", encubran una serie de actividades esencia-les para el bienestar, la salud y las capacidades psicofsicas de losmiembros de la familia (Feijo, 1980). En definitiva, se trataba deun trabajo indispensable para el funcionamiento de la sociedadcapitalista que, a diferencia de otros sectores, no produca bie-nes acumulativos, y deba desempearse cada vez y en cada lugarque *ek requiriera. Segn el enfoque "productivista", estas acti-vidades daban cuenta de la "inactividad" femenina, pero; si se laspondera en funcin del tiempo que llevan, las competencias queimplican y la utilidad social que rinden, es evidente que deben serconsideradas un trabajo.*

    4 Del mismo modo, en la actualidad, cuando se hace referencia a la

    En plena dcada ^"''''''^ ^M

  • $2 EL CUIDADO INFANTIL EN El; SKiLO XXI

    El cuestionamiento de -esta attgnteiB*xuiahysc>irab*Qreproductivo y domstico no

  • 34 E1- GUIPADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    dan igualmente en las oportunidades y en la calidad d vida de lapoblacin. Es claro que, al incluir a la familia

  • 36 EL CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    Lister (1994: 37), "el grado-ea deuaiios adultos pueden alcanzarun estndar de vida aceptable, con independencia de sus relack*nes familiares, ya sea por medio del trabajo remunerado o de laprovisin de ia seguridad ocial*. L anfisis de ios regmenes debienestar a travs del prisma de iadeifamiliarizacin permitira,en el tema que no ocupa,: examinar en medida tas polticasestatales estn orientaKfci,||,Kberarafastamilias (y, en especial, ala; mujeres) rde Jas respenabtdades y tarcas ligadas a esa provi-

    vfein de cuidados "intensivos" en cuanto al tiempo que requieren.' De tal modo, la crtca feminista logr desagregar la idea defamilia introducida como parte de los regmenes de bienestar, alidentificar la diversidad de intereses, 'raeoesida48fy'J|ptH^Wfei-des de sus miembros; por ejemplo, en la divisin del trabajo yen la distribucin de ios recurso en el interior de los hogares.Por tanto, decnsmiy la unidad que la familia hipotticamenterepresentaba y plante una serie de supuestos, presentes en laorientacin de las polticas pblicas, que suelen ser funcionalesa las desigualdades de gnero. Para eso puso el foco en el rolasignado por los Estados de bienestar a las mujeres y llam la aten-cin sobre la injerencia de dichos regmenes en la construccin-*y "normalizacin*- de las relaciones sociales de gnero.

    Podemos sealar ahora que la literatura del bienestar ms la cr-tica feminista aportan dos conceptos centrales que pueden com-binarse para nuestros propsitos: la nocin de desfamiliarizaciny la de desmercantlizacin. En relacin con el cuidado infantil, ladesfamiliarizacin permite observar el grado en que las polticaspblicas facilitan la provisin y el acceso a servicios de cuidado,redistribuyen la funcin social del cuidado entre distintas institu-ciones pblicas y privadas y superan -o no ia visin segn la cuallas familias (y dentro de estas, las madres) seran las responsablesexclusivas de proveer cuidados. De modo que se trata de un apor-te relevante para analizar la orientacin de las polticas sociales enmateria de igualdad de gnero. Por su parte, la desfamiliarizacinpuede producirse a costa de un incremento de su mercantiliza-cin, y entonces puede operar profundizando desigualdades declase, en la medida en que los cuidados pueden desfamiliarizarsepero con una tenue participacin de la oferta pblica. Por lo tan-

    LA ORGANIZACIN SOCIAL Y POLTICA DEL CUIDADO 37

    .jj, desde una perspectiva igualitaria en trminos de derechos deptadadana, es necesario revisar de forma conjunta y articulada losIgrados de desmercantilizacin y desfamiliarizacin del cuidado y

    l bienestar.

    EAS LGICAS DE LOS REGMENES DE CUIDADO

    Al introducir la discusin sobre el cuidado como parte de unaorganizacin social, se abre un espectro analtico diferente al deltrabajo domstico/reproductivo, en la medida en que nos obligaa trascender el espacio de la esfera privada y-considerar el modoen que distintas: instituciones estatales y mercantiles actan comoproveedoras de cuidado, y el impacto de esa configuracin sobreel bienestar de la sociedad (Faur, 2009). De ah se desprende queun anlisis del bienestar estara incompleto si se omitiera cmose produce y organiza el cuidado en una sociedad determinada,y de qu forma intervienen en esa construccin la orientacinde las polticas estatales y el funcionamiento de los mercados (detrabajo, de bienes y de servicios), para dar cuenta de cules sonsus potenciales efectos para los sujetos.

    Si Estados, mercados y familias intervienen en la provisin debienestar, es claro que no hay una modalidad unvoca de con-figurar roles, responsabilidades e interacciones de cada una deesas instituciones, sino que estas difieren en contextos histricos ypolticos especficos. En esta direccin, las investigaciones del fe-minismo se abocaron a identificar el modo en que la orientacinde las polticas sociales (herramientas de uno u otro rgimen debienestar) acta en la configuracin de las- relaciones sociales y degnero, mediante los mecanismos que les son propios, ya sea conla provisin de servicios y transferencias estatales/ o bien con laasignacin de responsabilidades a las instituciones del mercado,la comunidad y Im familias -"-que, a su vez muesu~an desigualdadesen su interior y atribuyen posiciones diferenciales ahombres ymujeres-. Esta labor ilumin una zona inexplorada por gran par-te de los seguidores de la teora de los Estados de bienestar, al

  • 3$ KLietnKMBb IMFAM1na.!*K EL SIGLO XXI

    en iacxntstruccin de determinadosmodetfc familiaine y en k efectos que sus polticas tienen sobrela.^ chti^ ,~a |^wi*ie|(M:*cidadoras'', esto es, las mujer.

    Ya sea de forma explcita o implcita, la intervencin KSgula-torta Usl Estado se deriva, entonces, de determinados (pre)su-puestos culturales y polticos acerca de los roles y derechos quese atribuyen a los distintos grupos e individuos que conforman lasociedad. Dichos supuestos orientan la racionalidad de

  • tffcfchporque

    : i IMS distintos grupos sociales y, en ltimo tr-| 1 1 1 M geneidad social y econmica -que, para el caso

    argn! n i " i n 1 1 1 / 1 reaos a continuacin-, e impactan no en una,rftlM'oii distintas lgicas de bienestar y arreglos de provisin y

    "* *"" >. Se requiere, entonces, repensar las categoras y refinar

    Para los pases en desarrollo, Shahra Razavi (2007) introdujoi%iftlqucma analtico que denomin "diamante de cuidado". Esta

    'j^pMl'iBbolixara el rol y la interaccin de las cuatro institucio-nes centrales en la provisin del cuidado: el Estado, las familias,los mercados y las organizaciones comunitarias, 'que se articulan

    eventualmnte, se compensan- entre s. A partir de la pregun-Mtt^'Ctties-sott las respuestas institucionales freree a las nece-

    d cuidado en distintos contextos (y cules los distintosespecficos que estos cuatro vrtices adquieren en la pro-

    de cuidados), se desenvolvi un proyecto de investigacinalcance global que permiti una mirada comparativa sobre la

    na social y poltica del cuidado en sociedades particularesivi, 2011; Razavi y Staab, 2012).

    La principal potencialidad de este marco analtico consiste enfacilitar una aproximacin multisectorial al examen del "rgimende cuidado", al no limitarse de manera exclusiva a las polticas es-tatales ni al aporte de las familias y hogares, e introducir el impor-tante rol que las comunidades (y organizaciones de la sociedadcivil) tienen en los pases en los que la pobreza contina hora-dando las condiciones de vida de la poblacin. AcUcionalmente,esta aproximacin permite evaluar los costos diferenciales que elcuidado supone para las familias segn el peso relativo que losdistintos pilares hacen valer en la configuracin del "diamantedel cuidado". San embargo, su principal limitacin sera presu-(krtfef un esquema relativamente estable en cuanto a la funcinque cada uno de los pilares de bienestar asume en un contextodeterminado, ya sea en la regulacin o en la dotacin de cuidados(ffcnr, 2009).

    A la hora del anlisis emprico, resulta imprescindible distin-guir entre los "modelos" (en su definicin de las polticas socia-

    LA ORGANIZACIN SOCIAL Y POLTICA 0EL OlBAIO 4!

    >taibin en su funcin de reproductores de representacio-sociales y culturales) yisu efectiva actuacin ento divisin

    I del trabajo (productivo y reproductivo). En tal caso, una,oanta oportuna ser si en-sociedades como las latinoameri-aas, y en particular en la argentina, resulta adecuado hablarun nico rgimen de cuidado (en trminos de Sainsbury,5) o de un diamante de cuidado (en el esquema de Razavi,

    _~^ r?). '-O bien si identificamos un rgimen hbrido, compuestopor modelos superpuestos que se reproducen mediante la ofer-ta segmentada de polticas y de diversa calidad segn las clasesibciales (Faur, 2011).

    s En definitiva, el papel del Estado es central, al establecer la ar-l^ttectura institucional en relacin con la proteccin de los de-spechos y la asignacin de responsabilidades de la ciudadana. Enmateria de cuidado* puede actuar -o no- como un gran niveladorde oportunidades -entre hombres y mujeres, y entre clases socia-les. Mediante los mecanismos que les son propios, tales como la.oferta de servicios, la regulacin de los mercados de trabajo (y deios tiempos de dedicacin al empleo y al cuidado) y las transfe-rencias de ingresos, las polticas disponen las responsabilidadesy los derechos de los ciudadanos y, al mismo tiempo, establecenla estructura de distribucin de tales recursos. De ese modo, silas polticas pblicas se sustentan en la transferencia de ingresos,maypr ser el espacio otorgado al mercado para actuar en la priva-tizacin de los servicios y al papel de las familias en la produccindel capital que les permita acceder a aquellos bienes que el Esta-do no ofrece. Tambin ser mayor el papel de las mujeres paraproveer servicios que no puedan mercantilizarse (sobre todo, enla atencin personalizada del cuidado de los nios) (Faur, 2009).Por el contrario, en tanto las polticas sociales estatales ofrezcanuna mayor cantidad de servicios de cuidado, menor ser el pesoasignado a los mercados y a las familias en la provisin de esa di-mensin central del bienestar.

    Claramente, las familias y las organizaciones sociales operanamortiguando los vacos de la intervencin estatal y los vaivenesdel mercado. El asunto es que, para desfamiliarizar esta tarea,otras instituciones (pblicas) deberan ofrecer los servicios que

  • releven a. la* familias (y en peoial a tos adultos trabajadores)durante .pRUe de la jornada. Adems* si la,desfa*niliarizacin nologra asociarse ta desmercanlizaei del cuidado, la capacidaddlos hogares pobres (y, dentro de ellos, de las muyeres) de dele-gar funciones de cviidado tanate parte de la jomada, y de sumar-se, al mercado de .trabajo remunerado, se ve limitada.

    v.jEatat tendencias pueden coexistir (y, de hecho, lo hacen) en con-exi,|ikat4JPor te tanto, el anlisis de las instituciones de lapoltica social -y desde nuestro inters particular, del modo en queel cuidado infantil se suma al conjunto de los senecios garantiza-dos por el Estado debe reflejar la heterogeneidad del sistema dela oferta publica en un contexto nacional particular^ signado porcontinuidades y rupturas (y aun por visiones encontradas), tantocomo relevar y distinguir los vnculos que establece el Estado conlas otras instituciones proveedoras de bienestar social: las familias,los mercados y la comunidad. Es cuestin de efectuar una lecturatransversal acerca de las diferentes instituciones y actividades quesfc realizan de forma sostenida en una sociedad determinada, que,lejos de ser "privadas", van tejiendo una red singular de relaciones

  • 44

    ttlll^adas de l^^iiB^^tos cambios en la vida familiary d&HUWib dn n . iba jo comeitauuwn a profundizarse. Las muje-FM Ad^utn i . i n t.iyorcs niveles de autonoma a partir del incre-mnttt)d S U N m \ los educativos y de su participacin econmicay social, y m. is i me' con la recuperacin de la democracia y laampliacin de sus derechos civiles. Estos procesos colaboraronde manera progresiva a producir una serie de modificaciones enla conformacin tradicional de las familias y los hogares. En este

    < m u l o , en primer trmino se puede sealar un incremento el . i c i l . n l i >romedk> de la primera unin y de la llegada del primerhijo, as como un notable aumento del ndice de divorcios yunio-nes consensales (feln, 2010). En segundo, lugar se consulta una$pBiitten. de las tasas de fecundidad y del nmero de hijos pro-medio por mujer,", y un aumento del nmero de familias mono-patntales -en especial aquellas encabezadas por una mujer-, ascomo una disminucin cuanttatva de las familias extensas, aun-que su proporcin contine estable en los sectores populares (To-rrado, 2003; Unpfa, 2009). Por ltimo, es notorio el crecimientodlos hogares unipersonales, en especial en las reas urbanas ylos quintiles de ingresos ms altos (Jelin, 2004).

    ,tas transformaciones se conjugaron, en el mismo perodo,coa ciclos de sucesivas crisis, reformas estructurales y, en definitiva,agudas oscilaciones en la orientacin de las polticas sociales, en lacapacidad de proteccin de los mercados de trabajo y en los resulta-dos de esta ecuacin en trminos de bienestar para los hogares delpas. Hacia finales de la dcada:de 1970, se implemento una seriede polticas que debilitaron la proteccin social por la va del em-pleo y la estructura y el financiamiento de los programas del Estadoen materia de salud, educacin y derechos laborales. El punto deinflexin de este proceso se puede ubicar en 1976, con la instaura-cin de la ltima dictadura militar en la Argentina.1"

    LA ORGANIZACIN SOCIAL Y POLTICA DEL CUIDADO 45

    i la denominada "crisis de la deuda externa", que golpe enochenta a los pases de Latinoamrica, en la Argentina

    lizaron las brechas sociales y se ampliaron los niveles deeza e indigencia. A la par, surgi un nuevo perfil de pobre-

    ^con caractersticas sociodemogrficas propias de los sectoresiios, pero con niveles de ingresos por debajo de la lnea de po-

    que fue bautizado como "nueva pobreza" (Minujin, 1992;ijin y Kessler 1995). La democracia reciente apenas podajtar el dao estructural y cultural infringido con mano dedurante ms de un lustro, a nuestra sociedad. Las polticassrales de la dcada de 1990 extremaron esas agudas pr-

    de bienestar, no slo en la Argentina, sino en buena parteAmrica Latina. En ese escenario surgieron, por un lado, una

    serie de reformas estructurales que privatizaron en buena medidalos servicios sociales bsicos (educativos, provisionales.y de 'salud)

    $por otro lado, un conjunto de definiciones y propuestas rela-tivas a la proteccin y atencin de los "grupos vulnerables" (en-

    jre los que se incluye, en forma creciente, a las mujeres pobres),puestas en prctica mediante programas de ayuda focalizados y decorto alcance. El principal efecto de los procesos de poltica social

    ,,-y econmica del ltimo cuarto del siglo XX fue el incremento del.desempleo, la pobreza y la desigualdad social, que polariz y di-versific las situaciones de privacin econmica que se perfilabanen el pas.

    rr En este contexto, el aumento de la participacin econmica fe-I .menina ha funcionado no slo como un indicador de autonoma,i sino tambin como un mecanismo de adaptacin de los hogares'. para amortiguar las sucesivas polticas de ajuste econmico y las

    crisis sociales. Durante el largo perodo de crisis sucesivas, las mu-jeres sostuvieron los magros ingresos de sus hogares por medio deuna mayor participacin en el mercado de trabajo, y tambin, de

    9 PSX a estas tendencias generales, existe una fuerte relacin entre elnive socioeconmico de las mujeres y el ndice de fecundidad. VaseUflpfa (2809).

    10 El gobierno de facto opt por una radical transformacin de laestructura socioeconmica, y activ lo que Corts y Marshall (1993)

    denominaron la primeva "ofensiva contra el trabajo", que se expresen un gradual y constante recprte de los salarios, posibilitado por elotorgamiento a las empresas de una mayor libertad para establecer lasremuneraciones de 'su personal y la proscripcin' total Je fa actividadsindical.

  • i i su.m xxi

    un incremento de as^ actividades'reproductwse, .nparticular enlos hogares pobres, la cada de los ingresos masculinos supuso quelos ingresos de las mujeres trabajadoras, histricamente bajos, setornaran un soporte fundamental para el relativo bienestar de loshogares (Faur y Minujin, 1992).

    Como consecuencia de estos procesos, el modelo familiar nu-clear, biparental y de un nico ingreso, provisto por el varn "jefede hogar" y ;una mujer "ama de casa", se alter drsticamente y diolugar a nuevas realidades -y tensiones*- en el trnsito entre la es-fera pblica y la privada. Entre los aos 1980 y 2001, el crecimien-to del modelo de "dos proveedores" nlos aglomerados urbanoscasi se duplic (segn dato procesados por Catalina Wainernlan,sobre la base de la Encuesta Permanente de Hogares, en 1980corresponda al 25,5% de los hogares, y en 2001, al 46,3%). La

    novedad radic en que eran las cnyuges quienes incrementabansu participacin en el mercado remunerado, incluso aquellas quetenan hijos pequeos. Sin embargo, esta importante transforma-cin erft permeada por notables diferencias socioeconmicas. Sibien ei incremento del modelo de dos proveedores se presentabaen todos los tipos de hogar, entre los de ingresos altos llegaba al64,3% de los hogares, duplicando su incidencia con respecto alos de bajos ingresos, que representaban el 322% (Wanerman,

    : 2003a}. En los hogares ms acomodados, no slo se concentra-

  • 48 EL CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    y el 6,5% de Ja poblacin se encuentra en situacin de pobreza*.1.2Por su parle, el Observatorio de la Deuda Social Argentina, conbase en la Universidad Catlica Argentina, calcula que la pobre-za afecta al 13,6% de los hogares y al 21,9% de la poblacin. Entodo caso, es claro que, a pesar de los significativos adelantos enmateria social, no slo la pobreza, sino sobre todo las enormesbrechas sociales que surgieron a finales del siglo XX cristalizaronniveles de desigualdad relativamente elevados, cuya reversin esan inestable.

    En cuanto al mercado de trabajo, vemos, por un lado, que la par-ticipacin femenina se ha estancado .en la ltima dcada, y su tasade actividad pas de 50,1 en 2003 a 47,1 en el segundo trimestre de2018 (MTEySS, 2014) con variaciones en el interior de los distintosgrupos socioeconmicos.11 En paralelo, las estrategias tendientes aarmonizar el trabajo y la vida familiar reflejan la dinmica y la com-pleja sinefgia entre las actividades productivas y reproductivas. Agrandes rasgos, as como la composicin y la organizacin de loshogares y las responsabilidades en relacin con el trabajo domsti-co y de cuidado inciden en la oferta laboral (en particular, la feme-nina), las transformaciones a nivel macro enia estructura econ-mica y el mercado laboral impactan, modifican y recomponen envarios niveles y con distinta intensidad losarreglos familiares. Sinembargo, un rasgo comn en el mundo del trabajo y la vida en fa-milia es que en ambas esferas existe una persistente divisin sexualel trabajo (Crompton, 2006). Esta dinmica, entre las mujeres desectores populares, afecta su participacin en el mercado laboral.

    12 En 2jQ07, el Instituto Nacional de Estadstica y Censos (Jndec) tuvo unimportante cambio de gestin, y se le reclama haber intervenido lasestadsticas oficiales producidas para calcular fa evolucin de preciosal consumidor. Este ndice es central para la medicin de las lneas depobreza y de indigencia. Vase el "Informe tcnico de la Universidadde Buenos Aires (UBA) con relacin a la situacin del Indec",mimeo, julio de 2010.

    13 La informacin corresponde al Observatorio de Empleo y DinmicaEmpresarial, DGEyEL, SSPTyEL, MTEySS, sobre la base de la EPHdel Indec. La tasa de actividad se calcula como porcentaje entre lapoblacin econmicamente activa y la poblacin total

  • O EL CUIDADO -INFANTIL EN EL' SKBO XXI

    provisin masculina, trago como consecuencia la preocupacinpor construir aira agenda social que abordase los nuevos desafosen materia de

  • 5?

    sujetos a toftCUftigSM: dirigen. Be modo que lo que hacen -o dejandefaacer^J&ali*i>fr relacin con el cuidado infantil es-parte

    o no- respecto del rol del Estado.cuando nos detenemos a observar

    lo arreaos presentes en los sectores populares, cuyo bienestardepende en .aiayor medida de las provisiones estatales. La investi-gactH;pO*, lis, en evidencia la potencialidad -o no- de las po-lttcas sociales vigentes para promover la igualdad en el acceso aderechos, oportunidades y resultados en trminos de gnero y declase, y no slo interpela lo igual y lo distinto entre hombres y mu-jeres. Tambin cuestiona las diferencias de oportunidades entremujeres de distintas clases, razas, estratos y niveles de formacin.

    En este sentido, utilizaremos el concepto de "organizacin;. so-cial y poltica del cuidado" para colocar el acento en 4a interaccinentre sujetos y estructuras, dar cuenta de las variaciones en las for-mas de organizacin del cuidado a lo largo del tiempo y segn lasclgittt sociales, e incorporar una mirada dinmica en un universo

    tambin lo es. Si seguimos los planteos de Julia Adams y Tas-Padamsee (2001), podemos sealar que en el dinamismo

    de las relaciones entre polticas y destinatarios, y en el procesomismo de implementacin de las polticas} los significados se re-construyen, a partir de los "signos" que los'actores vinculados lesinscriben. No son acaso los sujetos quienes, en ltima instancia,

    terpretan>y resignifican la estructuracin social de las polticas,sus caso, de cuidado infantil? No son las mujeres "de carne y

    Ileso" quienes, da a da, desarrollan estrategias para garantizar1 cuidado de sus hijos pequeos, ya sea en los intersticios de las

    " (polticas pblicas o descansando en los espacios privados?Efe ltima instancia, la categora de cuidado se volver, en el

    transcurso del libro, una dimensin analtica para explorar im-gfiHes y-prcticas institucionales caras a las inequidades sociales y4f;gnero, y como contraparte permitir identificar tendenciase# io. (que respecta al bienestar de la poblacin y el ejercicio de suselecciones y derechos de ciudadana. Para eso, exploraremos cul

    tes et sujeto^resupuesjxjpor las polticas pblicas, por los merca-don y(pofTas familias mismas como responsable principal en laprovisin de cuidados; a J* vez, revisaremos en qu medida esta

    LA ORGANIZACIN SOCIAL Y POLTICA DEL CUIDADO 53

    risin tiene la posibilidad de desfamiliarizarse y desmercanti-:. El desafo es complejo, e implica una exploracin multidi-

    sional, en los niveles micro y macrosocial.p Por este motivo, en las prximas pginas revisaremos un abani-

    i de polticas sociales que intervienen de forma directa o indi-dta en el cuidado infantil, y nos detendremos en la exploracin: las representaciones sociales presentes entre quienes, da a da,

    sen cuidado desde las instituciones pblicas y entre quienessnen hijos pequeos y construyen distintas estrategias para sulidado en el mbito pblico o privado. Mediante este ejercicio,rocuraremos dar cuenta de las relaciones y tensiones entre lassrsonas y las instituciones (o, en trminos tcnicos, entre la ofer-. y la demanda de servicios de cuidado). Esto nos permitir re-iperar el interrogante planteado en pginas anteriores, acerca

    si es adecuado referirnos a un nico rgimen o "diamante" decuidado para el caso argentino, o si, ms bien, identificamos unrgimen hbrido, que yuxtapone distintos tipos de prestaciones yde modelos de cuidado y bienestar.

    Finalmente, aunque "ahora todo el mundo habla de cuidado",este abordaje todava no se ha incorporado como una prioridaden la agenda de las polticas pblicas en el mbito nacional. Setrata de un campo an incipiente y, en particular, de una agendaen construccin en el terreno d las polticas sociales.

    1

  • 2. Mujeres malabaristasEntre el cuidado familiar,el mercado y los servicios pblicos1

    En planta baja estaba mi hermana y en el primer piso,yo. Entonces, yo le pagaba algo y ella me lo cuidaba...Eso hasta 1 ao y medio. Despus lo dej en la guarde-ra, con mucho dolor, pero lo dej... porque era todoel da, ah me cerraba... Lo dejaba, me iba y despusvolva y lo sacaba .. O sea: andaba a las corridas...CARLA, 46 aos, dos hijos, de 8 y 10 aos

    Las decisiones sobre la organizacin del cuidado se rela-cionan estrechamente con el trabajo femenino y con el esfuerzoi^r parte de las mujeres para conciliar responsabilidades (y de-seos) con respecto a sus tiempos de dedicacin a la familia y a laparticipacin laboral. En trminos de gnero, queda claro que,oycomo ayer, el ideal de la mujer-madre responsable principaldel cuidado (o al menos de su gestin) se encuentra extendidoentre quienes trabajan y quienes no lo hacen, y entre las mujeresms pobres, las de clase media y las de clase media alta. Es decir,entre todas (y todos). No obstante, las diferencias de clase, ascomo las de posicin en el hogar, de oportunidades en el merca-do de trabajo e incluso de Ubicacin territorial, delinean perfiles

    17 Este captulo es una versin revisada de "El cuidado infantil desdelas perspectiva de las mujeres madres. Un estudio en dos barriospopulares del rea Metropolitana de tochos Aires", artculoelaborado en el marco de un ptoyect* desarrollado por el IDES,Unpfa y Unicef, y publicado previamente en! Esquive!, Faur y Jelin(2012). Se publica aqu cotr permiso de las editoras.

  • 56 EL CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    diferenciales. En qu medida estas diferencias permean las es-trategias de cuidado de las mujeres contemporneas? Cul es lacarga que objetiva y subjetivamente suscita en distintas mujeres-ms qtie ert los hombres- la responsabilidad principal del cuida-do infantil, aun en tiempos en los que casi todas las otras variablessocioeconmicas han cambiado?

    La encuesta de uso del tiempo de la ciudad de Buenos Airescomprueba que las mujeres que viven con nios de hasta 5 aosdedican, en promedio, ms de cinco horas diarias a su cuidado,mientras que los varones les consagran la mitad de- ese lapso: doshoras y media, dedicacin que se incrementa slo cuando los niosno asisten al jardn de infantes. Incluso en hogares con dos provee-dores (madre y padre), el promedio de tiempo dedicado por unosy otras al cuidado infantil difiere sustancialmente (las mujeres,2 h 59' y los hombres, 1 h 19'). Asimismo, se observan brechas segnla situacin econmica, ya que el 60% de las mujeres de hogarespobres de la Ciudad Autnoma de Buenos Aires (CABA) destinams de cinco horas en promedio al cuidado de los nios, mientrasque menos del 30% de las que no son pobres dedican algo ms decuatro horas a esta actividad (Faur, 2009). La mayor dedicacin delas mujeres pobres se relaciona, en parte, con una menor participa-cin en el mercado laboral, en un contexto de oportunidades res-tringidas y de bajos niveles salariales para quienes tienen menoresniveles educativos (Esquivel, 2009a), pero tambin estas brechas declase entre mujeres expresan las diferentes alternativas que unas yotras poseen para delegar esta actividad en otros cuidadores, desfa-miliarizndola por la va del Estado o el mercado. Entre los varonesde hogares pobres, el 34% participa en el cuidado de los nios, ydedica menos de dos horas diarias a esta tarea, mientras que loshombres de hogares no pobres le destinan ms tiempo, pero sk>el 17% de ellos refiere hacerlo (Esquivel, 2010b).18

    18 Las encuestas de uso del tiempo, representativas, miden el lapsoque hombres y mujeres dedican a actividades remuneradas y no

    > remuneradas, la carga total de trabajo de, unos y otros, y la variacinen la inversin de tiempo de trabajo domstico o de cuidadoen distintos jipos de hogares. Vanse Esquivel (2009b), para la

    MUJERES MALABARISTAS 57

    i todo caso, es claro que las mujeres realizan elecciones, pero,__:> refiere Rosemary Crompton (2006), lo hacen dentro de

    ^terminadas bases materiales y normativas- que constrien losUextos en los cuales desarrollan sus vidas. En el caso argenti-

    ^9 advertimos que las mujeres n>s pobres no slo dedican mstiempo al cuidado, sino que adems participan menos en la fuerza

    trabajo en comparacin con el promedio de mujeres (Unpfa,9; Esquivel, 2010a). Adems, la participacin femenina en el

    creado de trabajo ha tenido picos durante las crisis, cuando elipleo y los ingresos masculinos se deterioran y la supervivencialos hogares se encuentra en jaque, pero tiende a replegarse

    l'flpa vez que el empleo masculino se incrementa -a partir del cre-Ijproiento econmico; y una relativa estabilidad de ingresos (Cor-

    ts, 2009; Esquivel, 2010a)-.19 En el contexto argentino reciente,SJa informacin proveniente del Observatorio de Empleo y Din-mica Laboral del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad So-,_ r rd, sobre la base en la EPH, indica que en el segundo trimestre

    jijade 2004 la tasa de actividad de mujeres con secundario incomple-S! ,,j se ubicaba en el 47,7%. Esta participacin descendi al 39,9% f$ el,segundo trimestre de 2013, cuando se acumulaban nueve

    aos de crecimiento econmico en el pas. Sin embargo, entre lastf^s educadas, el descenso es levemente menor (MTEySS, 2014).20

    Argentina; Aguirre y Batthyny (2005), para Uruguay; Cepal (2009),para las encuestas de otros pases de Amrica Latina; y Buddlender(2007), para una revisin de los pases en desarrollo.

    19 Rosala Corts (2000:97), seala: "La situacin del empleo femeninodepende de un conjunto heterogneo de factores: el tamao yla composicin de la oferta de trabajo, el ritmo de crecimientoeconmico, el nivel de demanda de la fuerza de trabajo y de losarreglos institucionales vigentes, que abarcan el conjunt deregulaciones que invehieran las relaciones entre la familia, elmercado y las polticas estatales sociales. El grado de imbricacinde los factores econmicos e institucionales impide responsabilizarexclusivamente a una parte de ellos por la ptformtmct laboral de lasmujeres o los varones".

    20 Las mujeres con secundaria completa hasta universitario incompletopasaron de una tasa de 61,3 59,2, mientras qu aqullas conuniversitario completo y ms, se ubicaron en 85,4 en 2004 y en 84,7en 201J), segn la misma fuente.

    i

  • gt ':

    en trminos socioecon-

  • lio I I C I ' I D . M X ) I N K A N ' I

    LOS BARRIOS,

    tL SIGLO XXI

    Con d [)ro|Sfl^iBSyte comprender la organizacin social del cuida-do infanti l desde las perspectivas de los sujetos nos adentramos endos barrios del AMBA; -donde Conocimos y entrevistamos a treintayjfttt personas que conviven con al menos n hijo menor de 5Sos. En el barrio de La Boca, en la CABA, entrevistamos a quincemujeres y un hombre a cargo de sus hijos pequeos, y en Barru-faldi, en el Partido de San Miguel', del comrbBo bonaerense,sumamos otras quince entrevistas realizadas a mujeres. Ambas ac-tividades fueron realizadas entre julio de 2008 y agosto de 2009.21

    La Boca est en la zona surxJe la ciudad, regin que histrica-mente fue, y contina siendo, la ms desfavorecida del distrito. Enese barrio densamente poblado conviven hogares de clase mediacon otros de sectores populares. El paisaje urbano articula las cos-tas del puerto, mticas calles atestadas de turistas, variados restau-rantes, comercios, galeras de arte y viviendas precarias con altosgrados de hacinamiento (varias de ellas llamadas "conventillos" o"cajas de inquilinato"). El barrio alberga tambin algunas casas

    1

    familiares, departamentos en 'propiedad horizontal y un comple-jo habitacional de alrededor de dos mil quinientas viviendas. Lapoblacin total de la zona ronda los cincuenta mil habitantes, y secompone de integrantes de la clase media, pobres e indigentes. Sis pretende conocer "cmo se las arreglan" las mujeres de los sec-tores populares para conciliar familia y trabajo, en este barrio esposible recabar informacin particularmente sustanciosa. A pesarde su relativa escasez, a la luz de la demanda, existente, hay unadensa red de servicios estatales, sociales y comunitarios, que su-man un total de catorce instituciones que reciben a nios meno-res de 5 aos (ocho de las cuales son privadas). Hay ms de veintecomedores comunitarios, en los que da ada se alimentan cientosde nios, nias y adultos, instituciones estatales (del gobierno de

    21 Slo una de nuestras entrevistadas tena (lijos un poco mayores, de 8 y10 aos, pero centramos la entrevista en el relato de las estrategias decuidado durante su primera infancia.

    MUJERES MALABARISTAS 6 1

    i) y organizaciones de la sociedad civil que buscan paliarlos agudos dficits econmicos que atraviesan muchas de las fami-

    ;- all residen.ifaldi es un barrio pequeo, compuesto por cuarenta man-

    i situadas entre la ruta 8 y el ro Reconquista. No se trata deemergencia", sino de un barrio popular. Slo un pe-

    > sector lindante con el ro presenta un conjunto de casillass. Sus calles son mayoritariamente de tierra, y slo unas

    estn pavimentadas, donde se radican los hogares de clasei del barrio. La infraestructura de Barrufaldi es bastante ms

    caria que la de La Boca y sus niveles de pobreza son tambin(crticos. En este barrio hay dos jardines de infantes, no hay

    lores comunitarios ("el que tenamos cerr hace cuatro, vaya uno a saber por qu", relat una vecina), y slo cuen-

    con un centro de salud, cuyas ambulancias apenas ingresan alio. Es frecuente ver a los nios en las veredas y calles, jugando

    objetos descartados por otros hogares, trozos de componen-Kelectrnicos, partes de camiones de juguete, muecas desven^

    s, etc. Puede tambin.suceder que, al llegar a una casa para una entrevista* un vecino ofrezca vendemos un poni com-

    iente embadurnado tras haberse "cado en el barro" un daioso, y al que no puede alimentar. Cabe sealar que todos los

    "f fueron ms crticos en Barrufaldi*~

  • 62 EL CUIDADO 1NFAN1E-EN EL SIGLO XXI

    se asocia con las oportunidades que ofrece el mercado laboraly con te estructura del hogar. En La Boca encontramos que, delos diecisis entrevistados, slo cinco no trabajaban, tres busca-ban trabajo y ocho se encontraban empleados. En Barrufldi, lamitad de las mujeres no tena un trabajo remunerado; entre lasque trabajaban, la mitad lo haca en su casa, en un esquema denaicroproduccin, a fin de sostener los ingresos y el cuidado deios hijos durante la semana. Entre las que convivan con sus pa-rejas, algunas trabajaban y otras no, a diferencia de las mujeresseparadas (seis en La Boca y cuatro en Barrufldi), ya que todastrabajaban.

    En la medida en que las entrevistas realizadas en'La Boca y Ba- que se ve "en el noticiero" puedacederles, y de ah se desprende, en sus relatos, buena parte deindecisin de cuidarlos ellas mismas y posponer el ingreso a los

    unes hasta que sea posible. El caso de Rosa, vecina de La Boca,L esta situacin:

    El otro da estuve viendo en el noticiero que les pegana los chicos y todas esas cosas. Tambin, si yo la mandoal jardn tengo qu estar pendiente de ella en el jardn.Todo eso me da miedo. As que no; yo voy a esperar aque ella sea ms grande. A los cuatro, la mando; peroahora no, es muy chiquita todava (Rosa, 23 aos, unahija de 2 aos).

    pa fantasa sobre posibles malos tratos atraviesa tanto los espaciosiMsiicos como los confesionales, a los profesores de educacin fsicailya los sacerdotes. La informacin disponible sobre abusos perpe-

    trados por religiosos tie una cantidad de los relatos que reunimos.'' ;S1 temor se acenta en el caso de las nias. La cuestin de gnero

    se plantea a partir de la sospecha de que las nias se encontrarantes expuestas a los abusos que los nios. En Barrufaldi, Marina,iitfa' est separada y debe obtener ingresos para la subsistencia de

    w familia, atiende personalmente a sus hijos pequeos. Su nicaspcin, en el momento de la entrevista, es trabajar en su casa rea-lizando bolsas de polietileno que vende a destajo, labor por la queobtiene magrsimos ingresos (gana un peso y medio por cada cien

    i bolsas que confecciona), pero la desconfianza por lo que pueda

  • EL GUIPADO HFANTIL EN EL SIGLO XXI MUJERES MALABARISTAS 75

    pasarle a su hija en un jardn, o si la "deja con alguien", se expresacomo un mtiv entra! en su decisin acerca del cuidado.

    Me da miedo que le pueda pasar algo, porque, qu s yo,es una nena de 3 aos, no puede estar con cualquiera.La dejas con un padre del jardn, y qu sabes cmo es elpadre? Hay muchas cosas en ese sentido. Para una nenaes muy difcil... (Marina, cuatro hijos, de 19, 11, 3 y 1ao y medio).

    Este tipo de temores escalaron en el debate pblico cuando, enenero de 2013, se desat un escndalo meditico a partir de laconfirmacin de los abusos perpetrados en el Jardn Trifeiln, unmaternal privado ubicado en San Isidro, provincia de Buenos Ai-res: tanto maestras como directoras insultaban de forma cotidianaa los nios. Irrumpi entonces la cuestin del cuidado infantilcomo un problema pblico, revelando la evidente tensin entrela escasez de jardines maternales, la falta de habilitacin de algu-nos establecimientos que funcionaban a diario y los desafos tran-sitados por madres y padres que crean dejar a sus nios en unainstitucin "segura" mientras trabajaban. El jardn se constituyen un ejemplo de situaciones de maltrato institucional. El casoestuvo presente en los medios durante meses, y supuso la inter-vencin judicial y la clausura del establecimiento, as como unaimportante movilizacin de padres, madres, gremios docentes yautoridades polticas locales y provinciales.

    Con fidelidad a las consideraciones ms tradicionales de familiay de gnero, la inseguridad de ios nios en el espacio pblico pa-recera tener, para varias de las entrevistadas, un antdoto infali-ble; el cuidado materno. Como si la devocin materna garantizaraalguna seguridad y no hubiera abusos o malos tratos por parte delas propias madres. En todo caso,Ja llamada,"caja negra" de lasfamilias todava no se expresa por completo en las voces de lasmadrees entrevistadas, y en sus discursos la violencia aparece conaoparte de los riesgos exgenos, del mundo exterior.

    JADO A CARGO DE OTROS FAMILIARES:; LA SOLIDARIDAD Y LA "CONTRArRSTACIN''

    cuidado de los hijos por parte de integrantes de la familialelas, tas, hermanos, sobrinos) e incluso de vecinos es otra

    pas modalidades a las que recurren las mujeres entrevistadas(p cubrir los momentos del da en que losftos estfJ con

    Tradicionalmente, la ayuda recproca entre familiares1 y ve^s fue y es una estrategia frecuente para paliar necesidades de

    iistinta ndole. Dentro de los sectores populares.^jas redes de se-aridad (definen en buena medida la calidad de vida de dos h-

    -. --T-*

    i y la posibilidad de contar contienes y servicios a partir delcambio que se produce a lo largo del tiempo (Ramos, 1981).

    los sectores medios, la presencia de abuelas y abuelos suele'un elemento esencial para cubrir el cuidado durante algunas

    loras del da. Pero lo cierto es que, en unos y otros, los apoyos enInto ai-cuidado se modificaron respecto del pasado, adems de

    fesentar caractersticas diferentes.Actualmente, encontramos dos modelos para estos intercambiosentro de las familias. Por un lado, persisten patrones de solidari-

    dad intra e intergeneracional, aunque tambin hemos advertidouna transformacin significativa en relacin con la estrategia de in-tercambio y de "ayuda mutua" analizada por Silvtna Ramos (1981).Si lo histrico era la reciprocidad, el intercambio que no suponeun valor de cambio ni espera ser devuelto d forma inmediata, hoyirrumpe una veta diferente en la modalidad de ayuda entre las fa-milias ms pobres. El cuidado por parte de parientes actualmentese produce como una "contraprestacin" a cambio de un ingreso

    ; As, emerge un nuevo modelo, que introduce la lgica deg polticajrsob'ales'q"U p^ojitmjonjen.elsigjo jOcomb parte de

    de reglas novedosas que lentamente s van instituyendo'3N el interior de las relaciones familiares y vecinales.

    En las dcadas de 1970 y 1980, algunas investigaciones habanadvertid sobre la relevancia d la reciprocidad yla ayuda muaen las condiciones de vida de los sectores populares rbanoS. Enun estudio sobre una barriada de Mxico, Larissa Loronitz (1975)ttostr que las relaciones de intercambio y ayuda mutua se estable-

    n, la Asignacin Universal por Hijo).'f*

    \.

    artejie la jerga actual delos^ sectores populares y sea unajuta establecida poTeTEstadoTreproducida en las transacciones

    adas, no implica que la trama de la solidaridad se encuentresionada. Hoy en da, cuando una mujer percibe ingresos v los

    Distribuye a fin de subsanar la precariedad de otros miembros^j^ su familia, se considera en trminos de "ayuda dentro de la co-

    munidad". Por lo tanto, se establece otra forma de solidaridad, enla que quien contrata los servicios de un pariente est pendientede sus necesidades, reconoce la "ayuda" en la dedicacin del otro,y ofrece dinero o regalos a cambio, si no ya a lo largo del tiempo,

  • c\f

    c^

    I

    I

    'INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    inmediatez del presente. Esta nueva modalidad evidenciaI cmo las polticas pblicas contribuyen a la generacin de reglas\. Los sujetos cuyos testimonios recabamos emulan deter-

    minadas reglas de las polticas y programas de alivio a la pobrezaque se impulsardn en la Argentina del siglo XXI, y as demuestranque esas dinmicas hoy forman parte no slo de la expectativaeconmica de las familias en situacin precaria, sino tambin desus relaciones interpersonales. En relacin con el cuidado, en lasfamilias entrevistadas que optaron por esta estrategia se buscabaevitar el anonimato de quien prestaba el servicio, y para los sujetosresultaba central delegar el cuidado en un pariente o alguien de

    1 confianza.Com contrapartida, y confirmando el proceso de mercantili-

    zacin de las relaciones de parentesco y ayuda mutua, varias mu-jeres sealaron que algn familiar o vecina "miraba" a los hijos,pero que no se les poda pedir mucho mientras no se les pagese.

    . Este es, entre otros, el caso de Ornar, que vive en un conventillo| de La Boca y, desde que qued a cargo de los nios, deambula por

    las distintas instituciones del barrio para conseguir un cupo paralos dos ms pequeos, mientras su hija mayor asiste a la escuelaprimaria. Durante el tiempo que Ornar se dedica al trabajo y lanina de 6 aos se encuentra en la escuela, los nios pasan largashoras en una pieza de inquilinato, bajo la "mirada" de una vecina:

    Estn en mi casa, pero ella los mira..-. Y yo voy y vengo...Pero no es lo mismo, es una vecina... Los puede tenerbien a los chkos, pero no le puedo decir nada porque no.le pago nada, es de onda que lo hace.

    A pesar de ello, no consideramos que las redes de solidaridad sehayan erosionado por completo en los sectores populares. Msbien parecera que, al da de hoy -parafraseando el tango "Manoa Mano", de 1918, con letra de Celedonio Flores-, "los favoresrecibidos" requieren ser pagados...

    MUJERES MALABARISTAS 83

    ACCESO A SERVICIOS PBLICOS:LA EDUCACIN L CUIDADO

    ) . / - , . - > - .la medida en que las "ayudas familiares" dependen de contaralgn allegado dispuesto a realizar la tareay suele resultar ungk inestable, para las mujeres que trabajan el acceso a algunaitucin de cuidado en el mbito pblico se valora como una

    lea-nativa positiva, aunque ao siempre se concrete. Externalizar"Cuidado de los nios, colocarlo en manos de algn tipo de ins-icin y en el espacio pblico resulta una opcin cada vez msociada por muchas familias. De modo que la disponibilidad deidos en el rea opera corno un umbral material, pero tambin

    ablico, de carcter complejo.Hay una importante diversidad de instituciones pblicas 'quelinden a la primera infancia en la Argentina (que muestran di-

    stles perspectivas y coberturas, que analizaremos en el captulo. Este panorama comienza a instalar la cuestin del cuidado irt-itil como un derecho de nios y nias, al menos en el terrenormativo. As, a partir de la Ley Nacional de Educacin (Ley206, de 2006), la formacin inicial constituye una "wnidad pe*gica especial", que comienza a k 45 das y se extiende hasta

    KJOS 5 aos, dividida en dos ciclos; el de los jardines maternaleslloara nios y nias de entre 45 das y 2 aos de edad) y el dejardines de infantes (para nios y nias de 3 a 5). A pesar de estepiwance y del hecho de que el Estado se vio obligado a "univer-salizar" la oferta de servicios educativos para nias y 'nios de 4ftos, la asistencia se mantuvo obligatoria slo a partir de los baos en la mayor parte de las provincias argentinas. Cabe destacar||as excepciones de la provincia de Buenos Aires, que ampli laobligatoriedad a la sala de 4, la universalizacin a la de 3; y de laI3ABA, cuya Constitucin establece como responsabilidad estatalla provisin de servicios educativos para todos los nios a partir delos 45 das. Se (rata, por lo pronto, de un avance normativo coriescasas manifestaciones en la prctica, en especial en las edades

    l'Jjss tempranas. Por otro lado, la regulacin que promueve la ms-| lalacin de Centros de Desarrollo Infantil (GeDI), a partir de laI liey 26 233, de 2007, establece que estos atendern a tos nios has-

  • 84 :|Bl|4!>lftt.iI EL SIGLO xxita que cumplan'-4 aos y pueden ser administrados por el Estado pof organizaciones no gubernamentales. Deben "integrar a lasfamilias para fortalecer la crianza y el desarrollo de sus hijos, ejer-c&iwte HBa fttnein preventiva, promotora y reparadora" (art. 9).Se-fiafsleee as la perspectiva de percibir las necesidades de cuida-do de los nios de las familias pobres como algo diferente de losenfoques pedaggicos. Por otra parte, existen jardines "conauni-lapes" (gestionados por organizaciones de la sociedad civil, con osin apoyo financiero estatal). En este planteo, se evidencia ciertaptica binaria en relacin con cul sera (como sustrato de lasleyes y como perspectiva de quienes trabajan en esos servicios) elrol dr los distintos espacios. Desde el punto de vista del diseo dela oferta de servicios, existe una falsa dicotoma entre "educar ocuajar", que se repite a lo largo de varios relatos (del lado de la

    fc-S^6 srv*e*os) Y

  • 86 L CUIDADO wnarti *N EL SIGLO xxi

    integran el limitado conjunto de estrategias conciliatorias, aun-qwe, en la medida en que los horarios de esos no siempre con-cuerdan con los del trabajo, y al no contar con establecimientosde jornada completa, la actividad remunerada queda restringida;as, tambin sse acotan sus ingresos. Entre las entrevistadas, slosiete (de un total de quince) trabajaban. Algunas lo hacan ensu propia casa, elaborando comida (panes o rosquitas), envasan-do artculos de limpieza o produciendo insumo diversos para laventa. De las que trabajaban afuera, dos estaban ocupadas en elservicio domstico, una era operara e una fbrica y wa se de-sempeaba corno empleada administrativa -en ua universidad.Todas admitieron trabajar a medio tiempo, durante las horas enque los nios estaban e* el jardn oe la escuela, o bien ajustabansus- horarios en 'funcin -tte> su cuidado.

    A Anabel, por jemplOj la conocimos en la puerta del jardnprovincial, cuando esperaba la salida de sus nios de all y d laescuela vecina. Tena 41 aos y estudios secundarios completos,estaba separada y viva con sus dos hijos (una nia de 7 y un niode 3 aos) y su to, quien la cri. Tomaba un colectivo para llegarhasta el jardn y despus caminaba siete cuadras. Enviaba al nioal jardn porque "necesitaba socializarse", pero tambin le per-mita organizar su propio trabajo. Anabel se desempeaba comoempleada domstica, todas las maanas, mientras los chicos es-taban en la escuela. Los das que trabajaba de tarde los cuidabasu to, pero no quera recargarlo "porque es grande". Tambinrealizaba tareas de costura y tejido en su casa, y en el momento dela entrevista reciba el subsidio de ciento cincuenta pesos del PlanJefes y Jefas de Hogar Desocupados. Sus ingresos eran tan escasoscomo sus consumos; pero el horario del jardn no le permita tra-bajar ms. Sin embargo, Anabel no esperaba ms del jardn, ni desu to, ni de ninguna otra institucin, sino de ella misma. Refirique no quera trabajar ms, que prefera cuidar personalmentea sus hijos cuando no estaban en la escuela, y que por esa raznadaptaba sus consumos -por ejemplo, en comunicaciones y cale-faccin- a sus magros ingresos. Todo lo que no se asociaba con lasubsistencia se perciba como superfino:

    '

    Mientras eik>s sean chiquitos prefiero cuidarlos

    lie' pod -tancar?; ~ %'ptequB'teiigOtos gastos, mnimos indispensables,t ms, no somos de estar "sobreconsumiendo" todo el ritmo de la vida te exige. Por ejemplo, yo no

    HMeott celulares, me parecen totalmente intiles paraIfitia -gasto innecesario: Tengo un telfono en^mi casa,

    i ese me alcanza y sobra. Y con el tema del gasv tene-js gas natural y tambin hacemos lo posible como para

    insumir lo mnimo, tenemos una estufa y los das frosl prendemos y queda encendida en piloto. . .

    En estos casos, los nios concurren a jornada simple y el cuidadomaterno se alterna con su asistencia al sistema educativo. La ^do-ble jornada" de las mujeres, no slo como mandato, sino tambincomo la posibilidad concreta de compatibilizar su participacinen el mercado remunerado y la atencin de los hijos, depende de

    pcolarizacin, incluso ms de lo que las propias mujeres -he-rederas de un paradigma fuertemente matemalista- reconocen.

    k la presin cruzada entre la funcin maternal y el bienestarpisar trae consigo, para las jefas de hogar, una renuncia a labtencin de bienes y servicios. Las madres se las ingenian para

    trabajar durante las horas que los nios permanecen en el jardn,para recurrir a familiares que las "ayuden" en el cuidado cuan-do se produce un vaco y, de forma ineludible, para "ajustarse

    |jOnturn" y consumir "lo mnimo" posible, con tal de perma-ItSsr buena parte del da con sus hijos. De modo que el crculoftternausmo-precariedad pone en jaque el trabajo de las mujeres

    anpo completo, inclusa entre aquellas que no viven en parejat cuyos ingresos depende la subsistencia familiar. hecho de que los subsidios estatales completen las precarias

    Bponomas de estas mujeres -sin acompaarse de la extensin deBMferta de servicios ni de la promocin del empleo entre muje-

    t pobres- no hace sino confirmar que en esta espiral la escenaeconmica y la institucional se imbrican de un modo inquie-

  • 88 EL CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    tante. El cuidado como tal contina siendo percibido como unaresponsabilidad de la esfera privada, domstica, familiar, mien-tras que los mbitos pblicos, en especial los jardines de infantes,son vistos como espacios exclusivamente educativos. Es evidente,as, que la falta de una oferta adecuada, que pudiera ocuparseno slo del aprendizaje, sino tambin del cuidado cotidiano delos nios (dado que una cosa no quita la otra), indudablementeopera como un elemento de sujecin y reproduccin dlos rolestradicionales entre las mujeres pobres, cuando no de ampliacinde las desigualdades sociales.

    EL CASO DE LA BOCA

    Este caso resulta interesante porque entraa una diversidad deestrategias de cuidado que evidencia otros modos de entender yresolver las relaciones de gnero, el rol de las familias (y de las ma-dres) y el papel de los servicios pblicos y privados. Si la tradicinhistrica y cultural supona el cuidado como una actividad quedeba resolverse sobre todo en los mbitos privados (familiares omercantiles), en La Boca encontramos una creciente demandaal Estado para la provisin de servicios, y mujeres para quienes elcuidado de los hijos legtimamente puede institucionalizarse. All,ms que en Barrufaldi, los jardines son percibidos como espaciosque permiten aliviar responsabilidades familiares y trasladar, du-rante unas horas, la tarea del cuidado infantil, en especial cuandose consigue vacante en un jardn estatal de jornada completa. Setrata de un barrio con una oferta escasa para los cnones de laCABA, pero mucho ms densa y diversa que la de Barrufaldi. En2009, en La Boca haba un total de seis jardines de infantes estata-les aunque uno solo (la "escuela infantil") reciba a nios a partirde los 45 das y hasta los 5 aos-, un centro de desarrollo infantil,dos jardines comunitarios (que funcionaban gracias a conveniosentre una organizacin de la sociedad civil y el Estado) y ochojardines educativos de gestin privada. Semejante variedad de ser-vicios reflejaba un abanic de caractersticas, propuestas, costos y

    MUJERES MALABARISTAS SQ

    ismos de ingreso que permitan a las mujeres otro tipo detavas.total de entrevistadas en el barrio de La Boca, la mayora

    (diez) utilizaba los servicios educativos o de cuidado: cuatro ha-ban accedido ajardines estatales, cuatro ajardines privados y dos

    es comunitarios. De las seis entrevistadas restantes, tresbuscando cupo enjardines estatales y otras tres preferan

    no mandar a ios nios al jardn, ya fuera porque "an es chiquito"o bien para "evitar gastos", dando por sentada la dificultad paraencontrar vacante en los jardines de gestin pblica.KTi buena medida, en este barrio la escuela es vista como "elmejor lugar" para dejar a los nios mientras sus padres y madres

    an. En la institucin, se valora la profesionalizacin del cui-que, mediante estrategias educativas, favorecera un mejorolio de los niQs. Desde este enfoque, se insiste en que el

    .po de los chicos puede resultar ms provechoso si acuden adin que si se quedan en sus casas. De hecho, en la Argentina,

    f 7% de las docentes de nivel inicial finaliz estudios terciarios,a parte de un segmento de mercado altamente regulado y

    gido (Esquive!, 2010a). Los entrevistados perciben, as, unaha vinculacin entre la expectativa pedaggica y el cuida-

    segn la cual los jardines maternales y de infantes superarantigua concepcin de las "guarderas" o espacio de "guarda"ndientes de empresas y destinados a madres trabajadoras) e

    apelaran la supuesta "responsabilidad natural" de las familiasla atencin de los nios. Asi Ornar especulaba:

    Qu mejor que un colegio? Quin los va a atender me-jor? Aparte, les estn enseando constantemente... Es-tando ac [solos en la casa] no aprenden nada... Cuan-

    < do ellos consigan una vacante, yo tambin quiero que-vayan tiempo completo. Pero eso ser, si Dios quiere, elao que viene...

    no consigui cupo en ningn jardn para sus hijos ms pe-ios, que para comer, asisten todos los das a uno de los come-

    comunitarios del barrio. Durante el tiempo que l trabaja

  • 90 Et CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    como Cowedor de productos de blanquera y fundas de celular,entre otras cosas; como ya se mencion, los nios pasan las ho-ras en la casa, una pieza de inquilinato, bajo "la mirada" de unavecina o al cuidado de la hif a mayor, de 6 aos, a quien l elogiadiciendo que es Acorn una mam".

    Guarido los nios son ms pequeos, la decisin de buscar unespacio para su cuidado se asocia tambin confa estructura y laposicin de las mujeres i en el hogar. RSecurrif a estas institucio-nesen el mbito pblico cobra particular significacin para lasmadres que so jefas de hogar y de cuybs ingresos depende lamanutencin y el bienestar propio y de sus hijos, como en el casode Carla:

    Para trabajar tranquila, lo mejor es llevarlo a jornadacompleta. [...] Te podes desenvolver mejor y los chicostambin... En lugar de estar toda la tarde en la casa, es-tn en el colegio. Por una cuestin de necesidad, no?

    Para Carla, todas las estrategias probadas con anterioridad resul-taron provisorias. Cuando sus hijos eran chicos, logr alternar dis-tintas opciones para el cuidado: primero los cuidaba su hermana,que viva "en el piso de abajo" (a cambio de una Kcontrapresta-cin"), luego logr inscribirlos en un jardn comunitario de bajocosto, y finalmente accedieron a un jardn de infantes de gestinestatal y doble jomada. Hasta ese momento; sus estrategias sehaban adecuado a las posibilidades y restricciones del contexto,pero el ingreso al jardn de doble jornada trajo consigo una esta-bilidad en la organizacin del cuidado. Y, con ello, la "tranquili-dad" que refiere en su testimonio.

    Mientras tanto, entre las parejas de sectores populares reapa-recen, recargadas, las imgenes de gnero tradicionales. Muchasde las mujeres pobres que trabajan y conviven con sos parejas seencuentran en continua negociacin con ellos, quienes no siem-pre aceptan de buen modo la institucionalizacin del cuidado delos hijos ni l trabajo dlas mujeres. Las imgenes de gnero queconfirman papeles y relaciones tradicionales entre hombres y mu-jeres, a partir de una divisin tajante entre W pblico y lo privado,

    MUJERES MALABARISTAS gi

    I para ellos en conflicto con una prctica del cuidado infan-sionalizado y dentro del mbito pblico.1ro maternalista surge, entonces,, como fondo que ci- negociaciones dentro de las parejas. Imgenes que de-

    , ra de salud comunitaria y ex beneficiara del Plan Jefes y; Hogar Desocupados, que tiene cuatro hijos.

    La conocimos en un comedor comunitario y la entrevistamosmientras la acompabamos a la parada de colectivo donde to-das las tardes esperaba que sus hijas de 11 y 9- aos regresarande la escuela primaria de doble jornada. Eran aproximadamentelas 17 hs y recin haba retirado a sus dos hijos ms pequeosdel jardn comunitario gestionado por la Asociacin de DamasSalesianas. Mientras caminaba, Celina empujaba el cochecito con

    |dps hijos (de 3 aos y 1 ao y 5 meses). Ese recorrido de diezi lo haca de lunes a viernes, una vez que sala de su trabajo

    i de Salud del barrio.

    A veces mi marido dice: "Deja de trabajar y ocpate deellos [ . ' , ] , es chiquitito para ir para all". Pero no, yodigo: si tengo el tiempo, por qu no voy a trabajar, sientre nosotros estamos coordinados? Ellos estn en laguardera y yo estoy trabajando. Trabajo ah noms, ycualquier cosita que les pase me pueden llamar, estoy aun paso. Cuando yo salgo, los retiro y me los traigo todoel camino conmigo, as como vengo. Y a mis hijas mayo-res las espero ac, cuando bajan del colectivo.

    Las mujeres asocian la necesidad del jardn maternal y de infantesn el hecho puntual de tener un trabajo. Inscribir a los hijos enna escuela pblica de.jornada completa se siente como n rease-

    yo de que la madre pueda trabajar, sin necesidad de erogar recur-tadicionales para su cuidado. La escuela no se percibe, en estos

  • 92 EL CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI MUJERES MALABARISTAS 93

    casos, como opuesta, sino como complementaria a las familias. Tales el caso de Angela, la principal proveedora de ingresos duranteel tiempo que dur su primer matrimonio, del cual tiene dos hijos,pero que luego, al formar una nueva pareja, tuvo otros dos nios yse adapt a un modelo familiar en que el marido es quien generalos ingresos y ella quien se ocupa de los nios. ngela nos cuentaque siente una fuerte nostalgia por los tiempos en que trabajaba y"tena su plata". En el momento de la entrevista, estaba buscandoreinsertarse en el mercado laboral, en actividades de limpieza deoficinas. El hecho de tener a los hijos en una escuela de jornadacompleta le permita pensar que esa posibilidad era viable.

    Yo trabaj, despus me separ, y despus me junt con elpap de los dos ms chicos. Ahora no estoy trabajando.Estoy queriendo trabajar, por eso no los quiero sacar dedoble jornada (ngela, 36 aos, cuatro hijos; los meno-res, de 4 y Sanos).

    All donde existe, como en el barrio de La Boca, la opcin porlas "escuelas infantiles", instituciones educativas que reciben a losnios desde los 45 das hasta los 5 aos en modaidad de doblejornada, se convierte en la alternativa ms valorada. Estas escuelasno slo proveen un cuidado y una educacin de calidad, sino queadems lo hacen de forma continua a lo largo de la primera in-fancia. En el momento que se ingresa, la vacante queda aseguradahasta la finalizacin del ciclo inicial, a los 5 aos. Nina, empleadaen el sector formal de la CARA, con una beba de 8 meses, dependede esa oferta para garantizar el cuidado de su hija a lo largo deltiempo.

    Uno busca una institucin donde el nio ingrese y ter-mine, o sea, yo no busco una "escuela de salvavidas"ahora, durante cuatro meses; y despus me arreglo;busco una institucin garante de que el nio empieceen lactario y termine en sala de 5 (Nina, 56 aos, unahija de 8 meses).

    tes empleada del gobierno de la ciudad de Buenos Aires y, porla noche, cursa el magisterio. Su marido es mecnico, y trabaja adiario hasta las diez de la noche. Cuando la pareja tuvo una beba,

    rabajo de Nina> en condiciones formales, le permiti acceder alicencia por maternidad y luego retomar su tarea, aunque ase-

    i que "hubiera preferido quedarme todo el primer ao con la, para manejar mejor los tiempos, pero no poda ni pensar encrcibir el sueldo". La nia tiene 8 meses, y as son sus das: poriana, asiste a la escuela infantil de gestin estatal de su barrio,

    i pasa parte de la tarde con su madre, y por la noche est conAbuelos, hasta que el padre sale del taller y la pasa a buscar. Sien-

    las pocas afortunadas que, al finalizar su licencia, consiguiI cupo para que su hija asista al prestigioso jardn maternal del

    5, se sorprende frente a la incompatibilidad de horarios entrenjornadas laborales y el calendario escolar.

    Yo tena una creencia del jardn maternal... que acom-paaba a la vida del chico en el horario... pero imag-nate que yo me levanto para entrarla a las ocho de lamaana y tengo que entrar a las diez y media al trabajo!El tema de la lactancia, como madre, se te frustra, por-que hay toda una ley [por la] que te achican el horariolos primeros meses. Es brbaro, pero despus te encon-trs con que entras en una escuela que no tiene flexibili-dad; tenes que entrar y salir en un horario determinado.Entonces, me aleja de Anabella, una hora o dos horas. . .

    : -Las horas que me achica la ley por la lactancia, me las1 achica la institucin. . . Encontr una rigidez total.

    pesar de estas dificultades, en perspectiva la escuela infantilitina siendo la institucin ms apetecible del barrio. Ao tras, quedarn fuera de esta y otras escuelas nios provenientes

    familias que buscan lo mismo que Nina. Una sola institucingestin pblica en un barrio tan poblado no alcanza a cubrir

    Idemanda existente. Valga aclarar que a ella asisten doscientosCuenta nios y nias, pero su dficit es todava mayor, como lo

    saba su directora en una entrevista:

  • 1CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    Esta escuela tiene una lista de espera muy, muyde. Lamentablemente, hay pocas salas de lactario, po-cas salas de deambula; digamos que en todo lo quees maternal hay muy poco en el gobierno de la ciu-dad, porque no es obligatorio para nadie. Cada salacomienza el ao con no menos de cincuenta, setentachicos en lista de espera (Sonia, directora de escuelainfantil, zona sur dla CABA).

    CONSEGUIR CUPO: UNA DIFCIL TAREA

    Desde el punto de vista de las usuarias de los servicios, los jardinesde infantes son vistos cada vez ms como una alternativa legtimapara lograr un cuidado de calidad sin poner en riesgo los recursosde las familias. De forma creciente prevalece, en la CABA, la ideade que la asistencia de los nios a un jardn de infantes gratuito eslo que permite a las madres "salir" a trabajar. Esta idea provienede una racionalidad econmica, en funcin de la cual la escasaoferta de servicios pblicos y gratuitos conlleva desfamiliarizar elcuidado e implica -a menudo- mercantilizario.

    Sin embargo, la magra disponibilidad de estos y otros ser-vicios de cuidado, sus barreras y sus costos -*en particular enel sector privado- repercuten en una capacidad altamente de-sigual para desfamiliarizar el cuidado infantil. En el momentode la investigacin de campo, el proceso de ingreso a tas Insti-tuciones estatales en edades tempranas supona largos y a vecesinfructuosos intentos por parte de las mujeres de los sectoresmedios y populares.25

    25 Este sistema se modific a fines de' 2013, cuando el gobierno de laCABA digitaliz la njcripctn 3 las escudas pblicas para el ciclolectivo de 2014. La modificacin tecnolgica no se acompa de lageneracin d ms cupos ni facilidades en la inscripcin anllne, sino,ms bien, produjo mayores problemas en la asignacin de vacantes.

    MUJERES MALABARISTAS 95

    ;La informacin sobre cobertura de jardines de infantes y ma-ies en la Argentina refleja la heterogeneidad existente entre

    anes y clases sociales (como se analiza en profundidad en el ca-lo 5). En trminos generales, la cobertura se garantiza para los

    ios y nias de 5 aos, pero no en los niveles no obligatorios, don-s.la participacin de la oferta privada se incrementa notablemente

    jfaur, 2009 y 2010). Mientras ya en 2006 haba ms de seis milios en lista de espera, en 2013 el dficit alcanza a 6767 (ACIJ,HS). Pese a que en la CABA existe un dficit de vacantes en todoihivel inicial, la situacin ms crtica se da en el caso de los nios

    entre 45 das y 3 aos, en particular en la zona sur de la ciudad.. esta franja etaria predomina -en todo el pas, en la GABA y enbarrio analizador- la oferta privada frente a la pblica. El hecho

    i que en este segmento la provisin no sea obligatoria constituye,10 veremos, un resguardo para los gobiernos provinciales^ paraampliar la oferta estatal (Faur, 2009, 2011). Pero la particulari-l del caso de la CABA es que all s se vulnera un derecho prote-i por la Constitucin de la ciudad. De modo que, una vez que sei la decisin de escolarizar a los nios pequeos se pone en jue-

    i la capacidad econmica de la familia para pagar una institucinvada, particularmente cuando se trata de un jardn maternal.

    Si no hubiera entrado ah, yo habra entrado en de-sesperacin, porque a la maana no hay nadie que cuidea la nena. Yo gano mil quinientos pesos, pago un alquilerde mil pesos, y no puedo pensar en un privado... Yo meparo desde ese lugar y debe ser desesperante. Porque, enrealidad, creo que todos los barrios tienen este proble-ma. [...] El jardn maternal es algo relativamente nuevo(Nina, 36 aos, una hija de 8 meses).

    prioridades para ingresar a los jardines de infantes se encuen-tran establecidas en una reglamentacin del gobierno de la ciu-

    Con respecto al nivel inicial, oper como una chispa que himin unviejo problema de la CABA: el de la demanda insatisfecha.

  • 96 EL CUIDADO INFANTIL EN EL SIGLO XXI

    dad, qu los directivos y el personal de las escuelas conocen bieny sobre la cual aseguran no realizar excepciones. Estas se basan enla proximidad domiciliaria (un radio de diez cuadras respecto deljardn), en la cercana del trabajo de los padres, en la continuidadrespecto del ao anterior y en la presencia de hermanos mayoresentre el alumnado del jardn. Tambin tienen prioridad los hijosdel personal de la escuela.

    Cuando se decide escolarizar a un nio con anterioridad a lasala de 5 (obligatoria), las potenciales'usuarias se informan sobreestos mecanismos en los jardines del barrio y con las vecinas. Noobstante, el primer obstculo no se halla en la regulacin en s,sino en los lmites de la oferta, que crean barreras para el acce-so e instalan una dbil percepcin en torno al derecho a la edu-cacin (y, con eso, al cuidado fuera de la casa) como potencialgaranta para los nios ms pequeos, cuya asistencia ajardinesno es obligatoria. La insuficiente cobertura de estos servicios re-percute en la apreciacin de que el cuidado, como derecho, slovirtualmente estara protegido por la va de la educacin inicial,incluso para quienes se encuentran en una situacin establecidacomo "prioritaria" en el acceso ajardines maternales y de infan-tes. Aquellos sectores de la poblacin que no consiguen ingresara la oferta pblica podrn quizs acceder a un servicio privado,otra porcin ser cubierta por la oferta asistencia!, y el resto acasosea desalentado y posponga el ingreso al sistema educativo paralas edades en las que existe una mayor proporcin de vacantes. Enconsecuencia, el dficit de la oferta repercute en una significativadesigualdad en el acceso, que afecta, en general, a los nios, losadultos y, en definitiva, a las familias ms pobres.26

    26 En la CABA, la proporcin mayor de nios que no asisten al jardn deinfantes se concentra en el primer qui