El Viaje Imposible Mexico Con Roberto Bolaño

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EL VIAJE IMPOSIBLE En México con Roberto Bolaño EL VIAJE IMPOSIBLE En México con Roberto Bolaño Dunia Gras, Leonie Meyer-Krentler, Fotografías Siqui Sánchez

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Análisis de la relación del Bolaño nómada en su obra Los detectives salvajes.

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  • EL VIAJE IMPOSIBLE En Mxico con Roberto BolaoDunia Gras, Leonie Meyer-Krentler, Fotografas Siqui Snchez

    EL VIAJE IMPOSIBLE En Mxico con Roberto BolaoDunia Gras, Leonie Meyer-Krentler, Fotografas Siqui Snchez

  • Tropo EditoresAndrs Vicente 20, 3 C 50017 Zaragoza [email protected]

    De esta edicin: Tropo Editores 2010Dunia Gras y Leonie Meyer Krentler, de los textosSiqui Snchez, de las fotografasISBN: 978-84-96911-22-2Depsito legal: Z-xxxx-2010Impreso en Espaa - Printed in Spain

    N 3 de la coleccin IlustradaFotografas: Siqui SnchezDiseo y maqueta: Oscar Sanmartn Vargas

    Impreso en enero de 2010en La Moderna industrias grficas, Zaragoza

    Telfono 976 471 142www.lamoderna.com

    Esta obra ha sido publicada con la ayuda del Departamento de Educacin, Cultura y Deporte de Gobierno de Aragn

    Cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunicacin pblica o transformacin de esta obra solo puede ser realizada con la autorizacin de sus titula-res, salvo excepcin prevista por la ley. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos, www.cedro.org

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  • EL VIAJE IMPOSIBLE En Mxico con Roberto BolaoDunia Gras, Leonie Meyer-Krentler, Fotografas Siqui Snchez

    Tropo Editores

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  • 5INTRODuCCIN============

    En 1998, despus de ms de veinte aos viviendo en Es-paa, Roberto Bolao fue contactado para realizar una de tantas entrevistas tras haber obtenido el prestigioso Premio Rmulo Gallegos. La sorpresa de la entrevistado-ra ante la accesibilidad y la extrema amabilidad del au-tor chileno lleg al lmite no slo cuando constat que Bolao haba cocinado para ella, sino al ver el plato que haba elegido para esa invitacin inesperada: Rober-to Bolao haba cocinado un mole. Mole poblano.

    Todo encajaba, no poda ser de otra manera. En esa entrevista, se le pregunt al escritor si pensaba vol-ver en alguna ocasin a Mxico. Tras un largo silen-cio, mientras fumaba pausadamente y beba su manzanilla de rigor, respondi que no poda arriesgarse a volver, que haba sobrevivido entonces de milagro y que no po-da jugrsela de nuevo.

    El comentario, crptico y misterioso, se correspon-da plenamente con la imagen de las fotos de las so-lapas de sus libros, donde se le vea envuelto entre brumas de tabaco, despeinado, con cara de no haber dormido, mirada penetrante y sonrisa cnica. La ima-gen de un superviviente. La imagen de un canalla sim-ptico. La imagen de los personajes que deambulan,

    siempre al margen, por las pginas de Los detectives salvajes.

    El lector poda imaginar cuentas pendientes que que-daron atrs, en el tiempo y en el espacio, que cual-quiera se poda querer cobrar a la vuelta del escritor, en cuanto volviera a pisar suelo mexicano.

    Sin embargo, quizs la respuesta estuviera en otra parte y fuera, despus de todo, ms obvia: no se puede regresar a un lugar que jams se ha abandonado.

    una vinculacin persistente, acaso como uno de sus personajes, Auxilio Lacouture, la uruguaya madre de la poesa latinoamericana, desgajada, fractalizada, que aparece en Los detectives salvajes para desarrollarse en Amuleto, y que, a pesar de sobrevivir a la represin tras la matanza de Tlatelolco encerrada en el bao de la cuarta planta de la Facultad de Filosofa y Letras de la uNAM durante dos semanas, va a seguir el resto de su vida, mentalmente, entre esas cuatro paredes de azule-jos blancos, viendo cmo sale la luna, noche tras noche, por el ventanuco. As, Roberto Bolao va a viajar a Eu-ropa, va a vivir dcadas en Espaa, en la calle Tallers de Barcelona, en Gerona, en Blanes, en la Costa Brava, pero no va a salir, de hecho, de ese espacio y de ese tiempo otro, del paraso perdido del Mxico de su juven-tud. un paraso, no obstante, que puede confundirse, por momentos, en ocasiones, con alguno de los anillos del infierno. El lector, en su bsqueda, viajero a travs de

    sus pginas, se encuentra en uno de estos viajes en los que se hizo especialista el escritor: un viaje que no llega a ninguna parte, pero que es necesario, como los

  • 6libros son necesarios, aunque sean batallas perdidas de antemano, como dijo Bolao mismo en muchas ocasiones.

    Intentar atrapar ese Mxico para mostrrselo en im-genes al lector es una labor imposible. Porque el via-je al Mxico de Roberto Bolao es un viaje imposible en muchos sentidos. Fue imposible para Bolao mismo volver a este espacio de la memoria, y su muerte tan temprana en 2003 puso fin a toda posibilidad de regre-so. Asimismo, los lugares no son simples lugares, ina-movibles, eternos, sino que la coordenada espacial se cruza con la del tiempo. un tiempo, por otra parte, subjetivo, permeado de la experiencia personal del in-dividuo y transformado, adems, posteriormente, en ma-teria ficcional. Pretender rescatar el Mxico de Bolao

    puede resultar ms una tarea de metempsicosis que un ejercicio arqueolgico. Para ello hara falta una m-quina del tiempo, como las de H. G. Wells o la de Al-fred Bester, o bien ser capaz de trasladarse por el continuum temporal como el Eternauta.

    Cuando decidimos emprender este viaje, iniciar la bs-queda de las imgenes que integran el presente libro, sabamos de antemano que, en sentido estricto, documen-tal, no encontraramos el Mxico de Bolao. El desafo que plantea este libro parte de la base de un concep-to o idea de la fotografa como una interpretacin fic-cional, incluso polmica, en ocasiones, de los lugares representados. Las imgenes tomadas por el fotgrafo Siqui Snchez deben ser consideradas, en este sentido, como lecturas de los textos de Roberto Bolao, lo que contradice la famosa cita de Bertolt Brecht sobre las

    fbricas Krupp, segn la cual la cmara se ve siempre limitada a una representacin superficial de las cosas

    que muestra.Las fotografas de este libro trabajan con la melanco-

    la de la imagen fotogrfica, en la lnea de Joan Font-cuberta y su El beso de Judas. Fotografa y verdad, en cuanto a que las cosas han de morir en orden para vi-vir para siempre (p. 70). Este momento hacia atrs lleva a Siqui Snchez a una tensin especial, casi pa-radjica, por la cual el irrecuperable aislamiento de las escenas fotografiadas se inscribe en un momento di-rigido hacia adelante, que transmite al espectador el sentimiento de que hubiera algo en la imagen que le fuera sustrado, ocultado, de forma parecida a como se siente, a menudo, el lector de Bolao, en una espera eterna, en busca de algo que no se sabe qu puede ser.

    Este momento del espacio vaco en el centro de una obra de arte remite a una comprensin especial del tiempo, que es inherente, tanto a las imgenes foto-grficas como a las textuales del viaje imposible de

    este libro. El viaje comenz un feliz da de noviem-bre, comienza uno de los poemas de Bolao titulado Los neochilenos, y contina: pero de alguna manera el viaje ya haba terminado / cuando lo empezamos.

    En muchos de sus textos, como es el caso paradigm-tico de Los detectives salvajes, Bolao cuestiona la cronologa tradicional de los textos, tanto temtica como estructuralmente. Temticamente, al presentar a toda una generacin de jvenes latinoamericanos, inte-lectuales, de los aos sesenta y setenta, sin futuro,

  • 7porque han perdido sus ilusiones, o la propia vida, an antes de empezar. Estructuralmente, como en la ya citada novela, cuando, al final del texto, descubrimos

    que el viaje de los detectives salvajes, Arturo Belano y ulises Lima, ha terminado an antes de comenzar.

    Las tres partes que componen este viaje imposible de Roberto Bolao en Mxico siguen una forma de contar, una sintaxis narrativa, semejante, fuera del tiempo y de la cronologa. En su libro Otra manera de contar, describe el escritor John Berger junto con el fotgra-fo Jean Mohr la manera de contar de imgenes fijas en

    sucesin, a diferencia de los fotogramas en una pel-cula, del siguiente modo:

    En una secuencia de fotografas fijas, sin embargo, la

    energa de atraccin, a cualquier lado del corte, perma-nece igual, de doble sentido y mutua. Tal energa, en ese momento, se parece mucho al estmulo con que un recuerdo impulsa a otro, con independencia de cualquier jerarqua, cronologa o duracin (p. 288).

    Bolao nombra y describe con gran exactitud el espacio mexicano, a diferencia de lo que ocurre con los luga-res de su pas de origen, Chile, o con los de acogida, Espaa, donde pas la mayor parte de su vida, antes de morir a la temprana edad de medio siglo. Algunos de los lugares situados en Mxico, en la topografa literaria de su obra, pertenecen a una geografa conocida y re-conocible plenamente. Bolao vivi en el DF, como los jvenes poetas de Los detectives salvajes o de Amule-to, entre 1968 y 1977, con la interrupcin de su viaje

  • 8inicitico por Amrica de vuelta a Chile en 1972-1973. As que se haba pateado la ciudad en incontables oca-siones, haba pasado das paseando interminablemente por sus calles, sentado en los bares de la calle Buca-reli, o en los bancos de los parques, como el de Espa-a o la Alameda, y haba visitado libreras, como la de Cristal o la de Stano, o las de anticuario de la calle Donceles, as como las azoteas de amigos y cono-cidos, como Mario Santiago y Bruno Montan. Algunas de sus pginas ms autobiogrficas giran en torno a esos

    comienzos y esas calles, en el vagabundeo del autocono-cimiento del autor por los pliegues de la ciudad, como ocurre con El Gusano en Llamadas telefnicas o La colonia Lindavista de El secreto del mal. Otros luga-res, centrales tambin en su obra, como el enloqueci-do viaje de la tercera parte de Los detectives salva-jes por el norte de Mxico, por el desierto de Sonora y el Estado de Chihuahua, fueron lugares desconoci-dos, nombres sobre un mapa que permiten al autor jugar con el destino de sus personajes, al azar, como en un juego de mesa, por lo que no se corresponden, en oca-siones, las distancias entre los diversos pueblos con un itinerario sobre el terreno. Tampoco Santa Teresa, el espacio de ficcin en que se desarrolla 2666, ni su trasunto, Ciudad Jurez, son lugares familiares o si-quiera conocidos para Bolao, aunque se hubiera docu-mentado intensiva y minuciosamente, con la ayuda de colegas y, a pesar de todo, amigos como Sergio Gon-zlez Rodrguez, antes de escribir sus textos. Sin em-bargo, su atraccin por este agujero negro en la his-

    toria reciente de Mxico se produjo ms de veinte aos despus de haber abandonado el pas, para no volver jams.

    Para comprender mejor las coordenadas de ese mun-do propio, entre realidad y ficcin, entre experiencia,

    documento y ensoacin, acaso nos ayude reflexionar so-bre la realidad y la ficcin, una vez ms. En uno de

    los textos de Entre parntesis, en su Pregn de Bla-nes, plante Bolao ese mismo tema, de alguna forma, al contraponer en el caso de su ciudad de adopcin, Blanes, la imagen literaria de ese espacio, que haba conocido primero ficcionalmente, de la mano del escri-tor cataln Juan Mars, con el lugar fsico donde aca-b viviendo largo tiempo:

    [...] la geografa urbana de Blanes que aparece en l-timas tardes con Teresa es la geografa urbana del alma, la geografa de un escritor excepcional como es Mars, y esos planos estn hechos para que el corazn no se pier-da pero son muy malos si uno intenta buscar una casa real en un pueblo real (p. 231).

    En 1994, umberto Eco, en una conferencia impartida en la universidad de Harvard, recogida en su libro Seis paseos por los bosques narrativos, adverta de las di-ferencias, una vez ms, entre realidad y ficcin. Re-cordaba Eco cmo, despus de publicarse su novela El pndulo de Foucault, reciba cartas de lectores donde, con la mejor intencin, le advertan de ciertos erro-res que parecan haberle pasado desapercibidos en la escritura de la obra. Lectores que vivan en las mis-

  • 9mas calles noveladas por el escritor italiano y que negaban los sucesos aparecidos en la ficcin, que des-cubran pequeos fallos del maestro en la construccin de la trama narrativa. Eco habla de lectores para-noicos en estos casos. Lectores que buscan la corres-pondencia exacta entre el referente real y la realidad de la ficcin. Como seala el propio autor:

    Parece, pues, que el lector debe conocer muchas cosas sobre el mundo real para poderlo adoptar como fondo de un mundo ficticio. Si as fuera, un universo narrativo sera

    una extraa tierra: por una parte, en cuanto nos narra slo la historia de algunos personajes, generalmente en un lugar y tiempo definidos, debera presentarse como un pe-queo mundo, infinitamente ms limitado que el mundo real;

    pero por otra, al contener el mundo real como fondo, aa-dindole slo algunos individuos y algunas propiedades y acontecimientos, es ms vasto que el mundo de nuestra ex-periencia. En un cierto sentido, un universo ficcional no

    acaba con la historia que cuenta, sino que se extiende in-definidamente (p. 94).

    La capital de Mxico ha experimentado, como es bien sabido, una tremenda metamorfosis en las ltimas dca-das que la ha transformado en una de las mayores mega-lpolis de Amrica Latina. Si las grandes ciudades son monstruos cambiantes, proteicos, el DF es la mera ca-beza de la hidra. No hay un solo Mxico, es una enti-dad mltiple que se corresponde con la multiplicidad de voces que construyen ese Mxico ficcional que represen-ta Los detectives salvajes. Bolao vivi en sus calles en plena desilusin post-olmpica, donde el deambular de

    la ciudad le mostraba el camino en su educacin senti-mental y literaria.

    El Mxico de Bolao se estructura, bsicamente, en torno a dos polos: la capital, el DF, que encarna el Mxico de la experiencia, del recuerdo, de sus aos de juventud y de aprendizaje, y el Norte, que, a su vez, podra dividirse tambin en dos extremos: el Mxi-co de los sueos, de la huida, de la invencin, tal y como podemos ver en el itinerario en coche, enloqueci-do, sin sentido, por el desierto de Sonora, al final de

    Los detectives salvajes, y el Mxico de la frontera, de la violencia, de la pesadilla, en ese oasis de ho-rror que es Santa Teresa en 2666. En cualquier caso, es el camino y no la meta lo que importa, como subraya en Literatura + enfermedad = enfermedad, de El gau-cho insufrible:

    Pero mientras buscamos el antdoto o la medicina para curarnos, lo nuevo, aquello que slo se puede encontrar en lo ignoto, hay que seguir transitando por el sexo, los libros y los viajes, aun a sabiendas de que nos llevan al abismo, que es, casualmente, el nico sitio donde uno pue-de encontrar el antdoto (p. 156).

    Se trata de partir, de iniciar el viaje como bsque-da, en s mismo, porque los viajeros verdaderos slo parten / por partir, como seala Bolao en el mismo texto (p. 149), aunque sea una batalla perdida de an-temano. Ah se inscribe nuestro proyecto. En estas co-ordenadas se inscriben estas pginas.

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    EL D. F.

    El Mxico de la juventud, del aprendizaje, en la obra de Roberto Bolao cobra la forma de la ciudad, de la capital, del Distrito Federal, del D. F., cuyos l-mites se dibujan en sus pginas y envuelven tanto a los lectores como a los mismos personajes en la confu-sin, en laberintos donde parecen perderse, aunque el azar los sorprenda volvindolos a reunir, volvindose a encontrar.

    Las calles se suceden en enumeraciones que invitan al vagabundeo, muchas veces nocturno, marcando trayec-torias que juegan con los mrgenes del centro:

    Dobl por el Reloj Chino y empec a caminar en direc-cin a la Ciudadela buscando un caf en el cual proseguir con mi trabajo. Atraves el jardn Morelos, vaco y fan-tasmal pero en cuyos rincones se adivina una vida secre-ta, cuerpos y risas (o risitas) que se burlan del paseante solitario (o eso me pareci entonces), atraves Nios H-roes, atraves la plaza Pacheco (que conmemora al abueli-to de Jos Emilio y que estaba vaca, pero esta vez sin sombras y sin risas) y cuando ya me dispona a tirar por Revillagigedo en direccin a la Alameda, de una esquina

    surgi o se materializ Quim Font. [...] Nos pusimos a ca-minar, doblamos a la derecha por Victoria hasta Dolores. All nos metimos en un caf chino. [...] A la una de la maana salimos del caf chino y nos pusimos a buscar un hotel. A eso de las dos lo encontramos finalmente en Ro de

    la Loza (Los detectives salvajes, pp. 92-97).

    El espacio se concreta en nombres de calles que se suceden, como un mantra o como una enumeracin aparen-temente catica, referentes hipnticos tanto para el lector que conoce como para el que desconoce la geo-grafa de la ciudad, ya que ambos se dejan llevar de la mano del itinerario transcrito. Como rememora Bo-lao en Los perros romnticos, la noche traza caminos por los que navegaban, sin timn y en el delirio si-guiendo a Gilberto Owen, los jvenes poetas, ya que

    el suyo es el Mxico de las soledades y los recuerdos / el del metro nocturno y los cafs chinos / el del amanecer y el del atole (p. 19).

    Ese deambular, casi sonmbulo, por los caminos de la noche, rumbo al azar, recuerda, por supuesto, al ima-ginario cortazariano y la bsqueda que realiza cada vez que inicia el juego con su infatigable interroga-cin: Encontrara a la Maga?. En esta pregunta, no obstante, hay, por lo menos, una certeza, la del obje-to del deseo, mientras que para Bolao la cuestin im-plica la duda ante la propia bsqueda, como cuando en La pista de hielo se menciona que apareca en los ba-res de la colonia Guerrero o de la calle Bucareli des-pus de caminar desde una punta de la ciudad a la otra, buscando qu? buscando a quin? (p. 33).

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    hasta el sueo de las calles terminales del DF en donde siempre pasaban cosas que parecan susurrar o gritar o escupirte que all nunca pasaba nada.(Amuleto, p. 105.)

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    ... yo voy rauda por las calles de Mxico que se suceden una tras otra y poco a poco, a medida que me acerco a su casa, van cambiando (y cada cambio se apoya en el

    cambio precedente como sucesin y a la vez como crtica), hasta llegar a una calle en donde todas las casas parecen

    castillos derruidos. (Amuleto, p. 91)

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    Las resonancias literarias no terminan, desde lue-go, aqu, puesto que ese deambular casi a ciegas por la ciudad conecta con el mismo origen de la poesa mo-derna, con las rveries y las flneries de Charles Bau-delaire por sus tableaux parisiens, reflexionando sobre el entonces innovador tema de la ciudad, que se remon-ta a Grard de Nerval y sigue con Guillaume Apolli-naire para ser luego analizado, iluminadoramente, por Walter Benjamin. Se trata, de algn modo, del mismo deambular en el que vagan tambin, posteriormente, los surrealistas en su prctica del nomadismo urbano y, en especial, la Nadja de Andr Breton, con su combinacin de imagen y texto, con las fotografas que enmarcan la historia de amour fou. Se pone en prctica, con ello, la espera tensional de lo maravilloso y lo desconoci-do mediante vibrantes nodos en los cruces de calles, cuya energa oculta se revela a quien sabe encontrar-la. Asimismo, sobre las referencias literarias se su-perponen las imgenes en blanco y negro de la nouvelle vague con los claroscuros de Jean-Luc Godard y la edu-cacin sentimental de Franois Truffaut, entre tantos otros, tan presentes tambin en la ya aludida Rayuela, experimento literario casi contemporneo al de los di-rectores franceses.

    Las reminiscencias textuales apuntan tambin hacia la acaso ltima vanguardia del pasado siglo veinte, la de la IS, la International Situacionista (1957-1972), encabezada por Guy Debord, a quien Bolao cita en di-versas ocasiones. una de ellas, en su Discurso de Ca-racas con el que recogi el premio Rmulo Gallegos en

    1998. Otra, en Fragmentos de un viaje a mi pas na-tal, tras su primera visita a Chile despus de vein-ticinco aos de ausencia, concretamente en el texto Literatura y exilio, recopilado en Entre parntesis (2004), donde apunta:

    Mxico Distrito Federal, una ciudad que en algn momen-to de su historia se asemej al paraso y que hoy se ase-meja al infierno, pero no a un infierno cualquiera sino el

    infierno especial de los hermanos Marx, el infierno de Guy

    Debord, el infierno de Sam Peckinpah, es decir, un infier-no singular en grado extremo (p. 42).

    La IS surgi de otro grupo de vanguardia anterior, el Letrista, liderado por el poeta Isidore Isou, al que se adhiere Guy Debord y que inclua, adems de a poe-tas, a espritus aventureros y marginados que se re-unan en el caf Le Mineau, a pocos metros de los ca-nnicos de Flore y de Les Deux Magots. El nombre, la Internacional Situacionista, recurre a las reminiscen-cias de organizaciones revolucionarias. Este movimien-to de vanguardia radical se inspira asimismo en buena medida en la figura de Arthur Rimbaud y su experiencia

    del dtournement, su desvo, su abandono de la poesa para, de algn modo, convertirla en la propia vida, en su viaje sin retorno a frica.

    Partiendo de las anteriores vanguardias histri-cas, se proponen disolver las barreras entre el arte y la vida, tal y como apuntar Michel de Certeau en La invencin de lo cotidiano. Bsicamente, se trata de

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    desar ticular la rutina de lo cotidiano para dejar paso a la espontaneidad y al arte en el da a da. Se pro-ponen despojar a la ciudad de su funcionalidad y de su utilitarismo y convertirla en un espacio abierto al enigma y al azar. Pretenden arrancar al individuo de la alienacin de las masas consumistas atrapadas en la sociedad del espectculo. Proponen dejar paso al ries-go y a la emocin en la realidad anegada de aburri-miento. Buscan un camino, una ruta, lo que denominan un paso del noroeste en las calles, que los conecte con la geografa de la verdadera vida entendida como aventura y que subvierta el orden tradicional.

    Ese paso del noroeste hace referencia, metafrica-mente, a la supuesta ruta que los britnicos, con Sir Francis Drake a la cabeza, intentaron encontrar a lo

    largo del siglo xvi al norte del continente americano para conectar el ocano Atlntico con el Pacfico. Una

    quimera de la que se hace eco Thomas de Quincey, por otra parte, en sus Confesiones de un comedor de opio ingls, de forma simblica, donde se novela de nuevo una ciudad, en este caso, Londres, durante el rito ini-citico de la juventud del protagonista y narrador en primera persona:

    Algunos de estos vagabundeos me llevaban a gran dis-tancia, pues un comedor de opio se siente demasiado feliz para dedicarse a observar el paso del tiempo. Y a veces, al intentar volver a casa, siguiendo los principios na-tricos, fijando la vista en la estrella polar y buscan-do afanosamente un pasaje direccin Noroeste, en vez de circunnavegar todos los cabos y puntas que haba doblado

    en mi viaje de ida, me tropezaba de pronto con tales in-trincados problemas de avenidas, de avenidas sin fin, con

    entradas enigmticas y con tales acertijos esfngeos de calles sin salidas claras, hechas para desafiar la auda-cia de los mandaderos y para confundir las inteligencias de los cocheros de punto. En ocasiones, casi poda creer-me el primer descubridor de estas terrae incognitae y dud si haban sido indicadas en los modernos planos de Lon-dres (pp. 156-157).

    Para encontrar esta ruta cuentan los situacionistas con dos conceptos relacionados, la deriva (drive) y el desvo (dtournement) ya mencionado. As, los miem-bros de la Internacional Letrista se desperdigaban por la ciudad, se encontraban, volvan a perderse y luego efectuaban el mapa psicogeogrfico de donde haban es-tado, detallando las sensaciones experimentadas o las situaciones creadas en cada caso. Los situacionistas, adems, se consideraban vagabundos de la noche, como revela su lema: In girum imus nocte et consumimur igni (vagabundeamos en la noche y nos consumimos en el fue-go), como las mariposas nocturnas.

    Por otro lado, Guy Debord, en su autobiografa, Pa-negrico, recuerda su pasado de una forma muy cercana a la imagen del artista adolescente que retrata Bolao de s mismo:

    En esa zona de perdicin que fue mi juventud como para completar su educacin [encontr] gente que slo poda ser definida en trminos negativos, por la buena razn que no

    tena trabajo, no cursaba ninguna carrera ni practicaba arte alguno [...] No poda ni plantearme la posibilidad

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    Camin al azar por las calles del DF y cuando quise orientarme me hallaba en medio de unas calles desangeladas de la colonia Anhuac, entre arbolitos

    agonizantes y paredes descascaradas.(Los detectives salvajes, p. 110.)

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