El vacío de mi nombre y Viaje con agujero dentro

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EL VACÍø DE MI NOMBRE [La Historia Prohibida de la Poesía] Texto leído en el Encuentro de Literatura Ecuatoriana “Alfonso Carrasco Vintimilla” 2008 Ernesto Carriøn a mí mismo no me tengo, a mí mismo no me soy… José de Jesús Martínez 1. El origen del mal: una procesión en mi cabeza ¿Estoy vivo o estoy muerto?/ ¿Soy un hombre o soy una mujer?/ ¿Soy quien redacta estas palabras o soy estas palabras pronunciadas ante ustedes?/ ¿Soy lo que queda entumecido sobre la página llena o sólo una intención?/ ¿Soy un golpe o esta tristeza absurda?/ ¿Soy la obsesión en lo que observo o lo observado?/ ¿Soy esta cantidad de negros, indios y judíos enredados en el acuario de mi sangre; o soy estos putos, patanes, pederastas, niños orinando en cuadras ordenadas como soldados, estos hombres y mujeres colgando sus corbatas sobre negros letreros, estos moribundos y vivos, estos lisiados, prostitutas, ciegos y frágiles muchachas -víboras todos con capucha?/ [1] ¿Soy esta procesión o acaso un verso que no será jamás entendido, condenado a perecer detrás de las rodajas azules de mi cerebro? “Escribir es mantener la lucidez en medio del torbellino; se trata al fin y al cabo –como dijo Perlongher- de una lucha atroz y solitaria por deformarlo todo” [2]. Entonces ese “todo”, que menciona aquí el poeta, abarca justamente todos esos símbolos con sus

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Discursos pronunciados por el poeta Ernesto Carrión sobre la construcción de su obra.

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EL VACÍø DE MI NOMBRE

[La Historia Prohibida de la Poesía]

Texto leído en el Encuentro de Literatura Ecuatoriana “Alfonso Carrasco Vintimilla” 2008

Ernesto Carriøn

a mí mismo no me tengo, a mí mismo no me soy…

José de Jesús Martínez

1. El origen del mal: una procesión en mi cabeza

¿Estoy vivo o estoy muerto?/ ¿Soy un hombre o soy una mujer?/ ¿Soy quien redacta estas palabras o soy estas palabras pronunciadas ante ustedes?/ ¿Soy lo que queda entumecido sobre la página llena o sólo una intención?/ ¿Soy un golpe o esta tristeza absurda?/ ¿Soy la obsesión en lo que observo o lo observado?/ ¿Soy esta cantidad de negros, indios y judíos enredados en el acuario de mi sangre; o soy estos putos, patanes, pederastas, niños orinando en cuadras ordenadas como soldados, estos hombres y mujeres colgando sus corbatas sobre negros letreros, estos moribundos y vivos, estos lisiados, prostitutas, ciegos y frágiles muchachas -víboras todos con capucha?/ [1] ¿Soy esta procesión o acaso un verso que no será jamás entendido, condenado a perecer detrás de las rodajas azules de mi cerebro?

“Escribir es mantener la lucidez en medio del torbellino; se trata al fin y al cabo –como dijo Perlongher- de una lucha atroz y solitaria por deformarlo todo” [2]. Entonces ese “todo”, que menciona aquí el poeta, abarca justamente todos esos símbolos con sus

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respectivos significados. Toda esa aglutinación de representaciones desgastadas como arrugas bajo la piel del mundo.

Para ser un poeta menor, en la década de los noventa, supe que tenía que distanciarme de dos amplias tendencias que recorrían –una mi patria y otra mi ciudad- entre cordilleras de libros, cuadernillos, ediciones de autor, revistas y/o antologías preparadas con honradez y leídas por quizás no más de 100 personas. (Cantidad exagerada que, obviamente, representaría la turba de lectores que tiene la poesía en el Ecuador.) Una de estas tendencias sería, claramente, aquella diseñada como resultado de una asimilación particular del canon andino-céntrico propagada hasta nuestros días donde, me atrevo a decir, aparece resuelto el mecanismo del poema por una regla parecida a esta:

Elemento concentrador de la naturaleza + Brevedad + Reflexión metafísica

Ecuación que me daba como resultado un divorcio de la voz poética con la energía misma del texto propuesto. Donde encontraba, además, una atrofia muscular en el sentido estricto de la imaginería poética; quiero decir que existía una abulia en el trabajo de imágenes que propusieran, en su engranaje lúdico, llevar el poema hasta identidades y connotaciones otras. (La preparación de las imágenes, y cómo éstas funcionan alineadas a la intención del autor, y a esa realidad revelada o por revelarse, asegurarán la libertad única del poema. “Asegurarán que el poema, sea siempre esa caja cerrada que ha de llevar la llave únicamente por dentro”).

La otra tendencia tenía que ver exclusivamente con una poesía no citadina, sino que más bien utilizaba la ciudad como telón de fondo o como un pretexto que permitiera armar, inteligentemente, un libro de poemas que no sufriera caídas o errores mayores. Se trataba de una poesía donde aparecía la ciudad como una “totalidad intuitiva”, acaso con vida y sensibilidad propias. Donde aparecía, de manera similar, la amada como esa excusa donde el discurso poético lograba asentarse para volver hacia reflexiones de orden filosófico, psicológico y metafísico. Poemarios donde primaba la brevedad en forma y contenido.

Queriéndome alejar, entonces, de ambas maneras de construir un libro, los problemas ante los que me encontré fueron los siguientes: ¿cómo identificar mi voz? Y peor aún, si separamos la voz poética del autor del poema, ¿cómo iniciar mi trabajo en la poesía? Acordando entonces que el poemario no debía suceder como una operación matemática o de reflexión pura (menos aún como breves narraciones sobre la cotidianidad de mi vida), sino que éste debía levantarse como una propuesta en debate con la realidad, comprendí que un poeta menor, evidentemente, sería alguien que elaborara textos divorciados de todo preciosismo (sin alejarse de la estética) y de todo intelectualismo donde no esté implicado su protagonista (sin alejarse de la ética). Wittengstein, de por medio. Y que mi libro debía iniciarse en el sitio donde se han consumido todos los libros posibles y todas las voces posibles. Que debía transformar mi trabajo en un devenir progresivo de mi identidad (recordando que las identidades fueron derribadas

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desde la modernidad, y que ya nadie es un “todo como tal”, una identidad clara o transparente, sino una extensión de seres, cosas y conocimientos en los cuales deambulamos fragmentariamente. Y que -como dijo Bretón- “la historia de la poesía moderna es únicamente la historia de las libertades que se han tomado los poetas respecto al Yo”). Comprendí entonces que mi máscara –en la primera etapa de este trabajo- se convertiría en miles de máscaras que me ayudarían a reflexionar sobre nuestro tiempo. Sobre el por qué estamos en un sitio que siempre parece más ficticio que la página en blanco. Máscaras que también me ayudarían a distanciar mi trabajo de ese yoísmo excesivo, de los poetas de entonces, que –bajo la propuesta de intimar con el lector- terminaban distanciándose por la carencia de los elementos que mencione hace un momento. Entonces a partir de esta idea aparecería La muerte de Caín donde, en la búsqueda de remorder el vacío de mi nombre, abusaría de las libertades de la fragmentación para atravesar las páginas de mis libros como Adán y Eva, como Calígula y Safo, como Marc Chapdman y Billy the Kid, como Yukio Mishima y Rimbaud, etc. Páginas en las que la poesía pierde su “misión ornamental” y se convierte en otra cosa: se me ocurre un tratado rizomático que llegaría quizás a resolverse en su etapa segunda, y ni esto. Surgiría –con el reflexionar de mi trabajo sobre los años- la creación de una obra que llevaría por título: ø (que representa el símbolo del vacío). Trilogía conformada de la siguiente forma: La muerte de Caín (cuarteto integrado por los poemarios: El Libro de la desobediencia, Carni vale, Labor del Extraviado y La Bestia vencida); Los Duelos de una cabeza sin mundo (quinteto formado por los poemarios: Fundación de la niebla, Demonia Factory, Monsieur Monstruo, Los Diarios sumergidos de Calibán y Proyecto de Demolición: Promesa de territorio*); y 18 Scorpii. Alzaría entonces con mi cabeza de gallo miles de aristas que, en mi confesada obsesión, intentarían responder a mi tiempo histórico, a mi realidad social y a mi propio nombre. Entiéndase una cabeza de gallo iluminada por las miles de velas que encienden mis otros yo dentro de mi cráneo.

2. Nuevas formas de tratar los traumas de la guerra moderna.

Este texto está escrito, si ya han caído en cuenta, para aquellos que no creemos en la poesía como mero artificio/ como objeto inanimado que provoca únicamente experiencias estéticas/ para aquellos que nos sentamos a cenar, esta tarde, sobre el cadáver fresco del poema contemporáneo/ para quienes creemos que su vitalidad radica en ese golpe profundo sobre la mejilla de todo este desorden de signos y significados -sobre toda esta pérdida de civilidades que nos deshumanizan en el proceso de abrir los ojos por temor a gritar. Para abordar desde la poesía los traumas de la guerra moderna, imaginé un sistema que se agitara en el mismo núcleo de lo considerado “civilización” por Marcusse hasta hoy. Esto es: Sometimiento-Rebeldía-Sometimiento. Yo trabajaría en cambio: Rebeldía-Sometimiento-Rebeldía. Por eso, la trilogía de la que hablo (que encierra 10 libros) tiene como subtítulo en su primera parte: en el nombre del hijo, en su segunda: en el nombre del padre, y en su última nuevamente: en el nombre del hijo.

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La muerte de Caín trata –en su tejido complejo– de releer y reescribir nuestra realidad judeocristiana (como bien apuntara el poeta chileno Héctor Hernández Montecinos, en el epílogo que cierra este libro, editado este año por la Casa de la Cultura Ecuatoriana), y de enfrentarnos ante la duda de uno mismo con respecto a los dolores del mundo, que siempre son los mismos. Las incógnitas se presentan en este libro, no únicamente desde la soledad u orfandad del hombre ante su creador (el libro de la desobediencia), sino también desde la soledad del hombre entre sus semejantes que viven de espaldas a esa búsqueda de verdades que padece la voz (Carni vale). Las máscaras más que máscaras se vuelven soportes técnicos para realizar esas puestas en escena de momentos cruciales de nuestra condición judeocristiana. Donde la única intención es la desintegración de la mentira en la que vivimos, sin llegar a ninguna respuesta. Cito:

el mar existe. Y el cielo puro que cruje entre el cemento. Así la lluvia existe, y la débil danza de su aguja que va deshilachando cada sombra, que por eso dura. Y dios existe; pero igual que un gran artista de maravillosas dotes, nada tiene que ver él con su obra. Pero yo, que sólo me contemplo en el cuerpo que se apaga. Entre la multitud que asienta y que acongoja; que beso las criaturas que después no son, también existo. Yo, que he visto a las garzas nevando sobre los manglares, bebiendo la carroña del estero, iluminando las aguas detrás de nuestras casas, donde nuestro grupo humano estudia, palmo a palmo, esa moral y ese excremento que nos hace. Yo, que aún sueño poseer los mil discursos que habrán de derrotarme. Y me digo, por un día siquiera, sería bueno ver las cosas en su origen. Sería bueno que los caminos opuestos fracasaran una vez en calma. Por un día siquiera, sería bueno que el anverso y el reverso no estorbaran. Ver las cosas como hubieran sido. Porque sé que he terminado como todos, siendo el hombre que jamás deseé

(de El Libro de la desobediencia)

En La muerte de Caín existe, de igual manera, un planteamiento insoportable, por así decirlo, con respecto a la muerte o a la falta de ésta. A la condena de volver a la existencia, a esa consigna de que “volver es siempre parecido a la derrota/ porque volver es siempre parecido a la derrota” (Labor del Extraviado). El sujeto queda entonces suspendido en la incomprensión entre sus semejantes, olvidado en su orfandad divina, sumergido ante la falta de certezas u absolutos, arrinconado por la demencia terrestre de no poder escapar o morir, definitivamente. Caín (hasta hoy condenado por su fratricidio a vagar por el mundo) cierra este libro con una carta tristísima. Cito un fragmento:

Es hora de partir.....Oh Padre.............devuélveme al degüello....................a la inocencia.

Yo te pido mi muerte por toda una vida entregada al seguimiento de tu vida de tu rabia.

Cansado estoy de golpetear el sueño......................................de conseguir el sueño en horas desbordadas...........................................................................como ovejas

Bajo este cielo ácido.................................................................y celeste

(de La muerte de Caín)

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Recuerdo que alguna vez el poeta Ángel Emilio Hidalgo reflexionaba –respecto a mi trabajo– que era la duda constante (ese tono pobre de certezas) lo que ubicaba mi “poesía” lejos del trabajo de otros escritores. Hidalgo sostenía, en aquella conversación, que la poesía ecuatoriana está plagada, en gran parte, de certidumbres. Y que mi trabajo lograba una suerte de ruptura, dinamitando el canon ecuatoriano desde adentro. Llámese angustia sostenida o un work in progress impulsado por el vértigo, la culminación de La muerte de Caín iniciaría el quinteto en el que me encuentro actualmente trabajando, titulado Los Duelos de una cabeza sin mundo (que es a su vez hermano de la Muerte de Caín). Hablaré de este trabajo muy brevemente, deteniéndome únicamente en lo teórico-formal, ya que hasta hoy tengo terminados sus tres primeros libros: Fundación de la niebla (inédito), Demonia Factory, que ganara el VI Premio Latinoamericano de poesía Ciudad de Medellín 2007 (Zignos, Lima, 2007/ Eskeletra, Quito, 2008) y Monsieur Monstruo, del que Santa muerte cartonera publicara su primera parte: “Toma esta cabeza mestiza por donde rodará un dios judío” (México D.F., 2008).

A pesar de que pueda sospecharse o definirse mi trabajo como un desborde contenido (por la hibridación de géneros y el abuso del lenguaje –pienso más que esto sucede por la aceptación de un mestizaje que apela a un enramado voraz-), Los Duelos de una cabeza sin mundo prosigue con la clarificación de la crisis: esa búsqueda personal y colectiva de lo que es un hombre. Se trata de cinco poemarios que arrancan desde el enfrentamiento ante la página en blanco, ante la gravísima pregunta de: ¿quién es el autor: el que escribe estas líneas o el que reposa segmentado sobre el cuaderno a la espera de algún lector? Peor aún, se cuestiona si acaso el espacio donde surgen el lenguaje, la observación y el hombre son el mismo. Cito:

Hay un caballo partido y sin compensaciones en el lugar donde movemos la mirada. La frase vuela hacia abajo y entra por los espejos hasta palpar su tronco. Su trono verdadero. Arriba nace el Lenguaje. Detrás de la mirada que retiro sé que existo. Arriba nace el Lenguaje. Detrás de la mirada que coloco sé quien ya no soy (no soy un hombre honesto). El caballo partido entra a mi casa partida con intención de durar. Trae consigo volcanes y montañas fracturadas que me abrazan expectantes como un mandril enfermo. Trae la cabeza de la luna, cansada de soñar la superficie del mundo.

(de Fundación de la niebla)

Este trabajo avanza hacia la consolidación –por paradójico que se escuche- de una identidad desatomizada desde el mismo proceso de escritura, la intimidad humana, el reconocimiento de nuestras raíces (o su acuario –como decía Rubén Astudillo) y la asunción de un tiempo histórico propio y compartido.

3. No existe el Poema: Demolición de las identidades

[…] Siendo más honesto: creo que mi trabajo poco o nada tiene que ver con la poesía. La poesía íntegra y hermosamente cerrada bajo el puño donde apoyar la cabeza. Creo en la crisis y en la revelación de ésta. En que el poema no es un gato de porcelana sobre

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la repisa de mi casa, o el trazado fotografiado de la manzana cayendo sobre el incendio de la hierba. Creo que el poema no es un acto político o religioso, pero que sí es un acto de amor y por lo tanto político y religioso. Que no es un instrumento “mesiánico” o de tortura; pero que sí tiene la obligación de rompernos el hígado, de mordernos las costillas, de ponernos dientes donde los perdimos. De llevarnos a palpar el hambre en el hueco de la palma, en esas noches de soledad sostenida que decidimos evadir con suma violencia.

Se trata, más que de una literatura menor (Deleuze y Guattari), de una poesía o literatura borderline, alejada de lo estético como dimensión fundamental del pensamiento post-estructuralista. Que rechaza -citando a Payeras-, desde sus propios orígenes “ser o formar parte de esa llamada Literatura Nacional” [3].

Yo creo en los planteamientos y recursos de los que, hoy por hoy, hace mano la incipiente poesía latinoamericana. Creo firmemente en el levantamiento de libros saboteadores que funcionan como obras totales, en libros sableadores y multiplicadores de la angustia. En esos libros que nos obligan a cuestionarnos la complejidad de sobrevivir al movimiento y a ninguna verdad. Creo en estos libros de múltiples caídas: el verso dentro del poema/ el poema dentro de un cuerpo/ el cuerpo dentro de un libro compacto que encierra su crisis ante un tiempo violento, desintegrador y quemimportista.

El libro, entonces, nunca más como el racimo de poemas que narren el tránsito de mi humanidad a través de este cuerpo que se está largando noche adentro como mis ojos; sino que (además de narrar mi tránsito humano), sea un libro que busque –a toda costa- reubicar la bruma o la crisis de no tener ni género, ni nombre, ni cuerpo, ni verdad, ni rasgo específico dentro de la demencia de la posmodernidad. Un libro que demuestre mis contradicciones y que me vaya dando un rostro a medida que se va escribiendo con algo que parezca ser mi mano. Un libro que atosigue al lector y que lo torture hasta que pierda su hipocresía. Que no le de reposo esta noche, ni la siguiente, ni la otra.

lo que más me gustó de ti fue ese deseo de ser salvaje mordiéndote los dedos entre cigarrillos Ahuyentar en la oscuridad a quien te diera la gana bajándote el pantalón o escupiendo lenguas tribales en bares de lujo Más de una vez buscaste pleitos para burlarte de Dios pero no los hallaste Eras el desdichado infundado que dormía en parques helados de ciudades lejanas Fuiste el poeta nocivo con suerte bien aplaudida para tus enemigos de turno El amante inservible como marido para tus amantes El padre cansado antes de la jornada o aparecido milagrosamente El llorón que en lo espeso de su pausa traga un pensamiento como quien traga un molusco a tientas vivo Satanás penetrado por Satanás al final de la fiesta Este antro donde rápidamente las palabras toman asiento

(de Monsieur Monstruo)

Santiago de Guayaquil, octubre de 2008.

* * *

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Notas

[1] Ernesto Carriøn, Monsieur Monstruo. [2] Néstor Perlongher, Prosas Plebeyas. [3] Javier Payeras, Lecturas Menores. * El título de este libro, que cierra Los Duelos de Una Cabeza sin Mundo, ha sido modificado a la fecha por el autor

EL VACÍø DE MI NOMBRE* [La Historia Prohibida de la Poesía]

II PARTE

Ernesto Carriøn

El alma que no encontré en ninguna parte hizo de todas las partes un alma.

ANTONIO PORCHIA

4. De Fundación de la niebla a la demolición de Uno

La muerte de Caín (CCE, 2007) es fragilidad y exposición del enfado. Más allá de las reescrituras bíblicas y de las historias neo-narradas ahí a través de personajes tan disímiles como Hölderlin, Absalón, el Autor Extraviado, entre todos los hombres que pudo ser Caín y no fue nunca. Llanto, desgano, coraje inconsecuente que no viaja hacia la posibilidad de reconciliación alguna. Hijo que no comprende que hace ahí donde no pidió nacer, o fue hecho sin ganas, y donde se ha ido acelerando su paranoia. Así cumple este libro con su rebeldía (En el nombre del hijo), aunque bien se trate de una rebeldía desorientadora y nada más.

En Los Duelos de Una Cabeza sin Mundo aparecerá la consolidación de Uno, la gestación del individuo (Fundación de la niebla, Cascahuesos, Arequipa, 2010) -desde el

espacio de la vida diferente a ésta, donde acaso no existen reglas específicas, ni concordancias necesarias, ni verdades a medias. Un reducido Big-Bang que pone en cuestionamiento la realidad física, espiritual o conceptual del escritor y del hombre. Donde cabría preguntarse si es la acumulación de inquietudes no resueltas, el propio planteamiento del sujeto ante su mundo lo que le otorga la cualidad de la existencia; o si el puro planteamiento termina por abrir un tajo brillante entre el pensamiento y la

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palabra, que es probablemente el único sitio donde habitamos todos. Aparece, asimismo, un espacio creado por la reflexión del proceso creativo, en enfrentamiento constante con la elevación de una personalidad posible, y de un poema posible: Un poema es mi negativa a entender el Lenguaje en el sitio indicado Espermatozoide trepando al vestido que escarba casi cansado sobre los muebles Cada Poema debe olvidar el terror a perder el estilo en la panza del vaso Cada Palabra —entre tanto—

parecida a los muebles irá ganando con el tiempo la ordenada forma de la sumisión _________Monsieur Monstruo: llenos de nudos y ruido: hacia un fondo sin huesos nos despeñamos Mis manos seguirán abriéndose por ti cada mañana

Demonia Factory (Zignos, Lima, 2007/ Eskeletra, Quito, 2008/ Limón Partido, México D.F., 2009 y El Conejo, Quito, 2011) sigue esta búsqueda de nombre-cuerpo-territorio, en la reflexión de una voz poética fragmentada que hace uso de recortes de su pasado a manera de slides, o de un zapping arriesgado que se estira en un monólogo interior hasta sus últimas consecuencias: desaparecer. Cuatro mujeres con cuatro historias en cuatro tiempos distintos enredándose en una franqueza desalentadora, truecan este libro en una novela poetizada. Brota aquí la Memoria de Uno, gracias a la humana experiencia del amor. Ese Uno que hacemos bien

en darle existencia a través del otro, aquí se sueña liberado de sí mismo, pero no lo consigue. Todo lo contrario; ocurre una mutilación o un desmembramiento que arrojará a la voz a revelarse a sí misma (su posibilidad de pasado será su posibilidad de presente) para co-fabricarse. Esto es Monsieur Monstruo o Frankenstein Posmoderno. Una reparación de un hombre cercenado por su propia historia.

Monsieur Monstruo (Ed. de Autor, Guayaquil, 2009) emerge de la necesidad real de asumir las heridas del pasado individual para abismarse hacia las heridas colectivas. Es la reparación de un cuerpo, pero a la vez, se trata de la posibilidad de la construcción de un futuro colectivo, humano y solidario. Quizás sea un libro terrible por lo que aquí se cuenta, ya que se trata de un acto de violencia autobiográfica:

seguiste las instrucciones para leer a los árboles -eso hiciste bien- aunque nunca olvidaste la primera de tus erecciones: maría de 5 años muerta de miedo encerrada contigo en un gran ropero como en las películas gringas donde todo se puede Tu debes haber tenido 6 porque recuerdas sin confusión el inicio del juego Luego los golpes que ponías con violencia sobre su cuerpo

La poesía, que no sirve para maldita sea la cosa, será después de todo la herramienta mortal con la que cuenta la voz para defenderse. ¿De quién o quiénes? Pues de la obra misma que va transformando al hombre que la construye. Toca entonces a la voz, luego de haber restaurado su propio cuerpo y memoria históricos, restaurar el cuerpo y

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memoria históricos de los otros, ya que sin los demás no hay existencia propia. La memoria colectiva se hincha aquí y tapona los cordones de las venas llenos de miedo. Crea un enramado. Quiero decir: la herida es siempre una incógnita irresuelta. Tanto como “interprete de sí mismo, o teórico de su mismidad” [4], la voz claramente expone el malestar al que se dirige:

estos son mis 650 músculos de acción involuntaria mis 250.000 plaquetas que taponan las heridas que evitan que sangre este es mi fanatismo equivocado con el que se descomponen los peces debajo de los muelles como perra materia mi monstruo helado arrastrándose en medio de la gente ovulando una ternura primitiva una señal de nacimiento en algún lado olvidado por los hombres este es mi señor mestizo: mi negro mi indio mi judío mi perfil como sable azotando el barro: su prótesis de maldad esto yo soy ahora: un escritor mediocre que ha debido suicidarse si le queda decencia cayo reventado por cadáveres que van adelgazando trago inevitable sembrado de cuchillos a las dos de la tarde ascensos y descensos de una bragueta para no observar cómo se me va escurriendo la vida bajo el pantalón miles de violentos chillidos de un violín multiplicándose en mis oídos cuando humeo en el cemento como un fantasma pierna artificial cautiva el agua sucia arrumbada o nacida de un hombre y una mujer latinoamericanos

Monsieur Monstruo (o Calibán o Cosa Obtusa como nombra Shakespeare al hombre nativo de este continente, en su obra la Tempestad) le ha denunciado a su propia voz que ella no forma parte únicamente de un estado mental de crisis, sino que toda su condición latinoamericana es la que se halla en un profundo estado de crisis. Entonces comprende la voz que lo que ha abierto, en su propio clamor, son los precipicios colectivos que deberá primero exponer, reescribir o reparar, para poder darle calma a ese nido de dudas y enfrentamientos, de idiosincrasias y saberes, que es América en su acuario de raíces.

Los diarios sumergidos de Calibán (plaquette, Conaculta, México D.F., 2009 [fragmentos]/Doble Rostro, Quito, 2011 [Libro I]) representará, dentro de la obra, la recuperación de nuestro pasado, la fabricación de nuestro presente, la mitificación de nuestro futuro, así como la unificación temblorosa de nuestro continente. Este libro empieza un mes antes de la llegada de los españoles a nuestras tierras, con un texto titulado Septiembre de 1492 y concluye en el siglo XXI. Se trata de un nudo hecho de micro historias narradas por Calibán que viajan en tiempos distintos. Donde por momentos quise fundir los tiempos, a pesar de su división por siglos. Quiero decir, dentro del siglo XV, aparece de pronto una discusión en una clase de historia del siglo XX, interrumpiendo espectralmente el diario de Calibán. Algo de rapidez en constante fragmentación tiene este libro. Además debí planear la construcción de la

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voz de Calibán, un personaje de ficción que englobe una conciencia nativo-americana llena de desparpajo, a veces de ironía y otras de una profunda tristeza. Sexualmente ambiguo, Calibán es todo lo monstruo, travesti, azul, negro, protoplasma y galáctico que nos conforma. Armado con intensas vibraciones: un poema-película en tono salvaje y fantasmagórico [5]. Libro donde no aparecerá la voz del autor sino hasta el siglo XIX:

DE COMO LEERSE A UNO MISMO SIGNIFICA LA VIDA. DIARIO DE CALIBÁN.- Ojos donde había cuervos tenemos ahora; y hubo en Nanú Burukú mucha modestia. Estos empedrados del diablo estos murallones eternos fueron reales aldabas para la identidad posmoderna. Éramos miles y miles de fragmentos de pensamiento detrás del Porvenir volándonos en llamas hacia otra página en blanco. Éramos la fiesta rosa de un penacho en Marilyn, entre las manos desilusionadas pero llenas de metralla del Che Guevara. Donde sueñan los embajadores, y soñarán los obreros dentro de las cañerías del mundo, contar cómo se pudren los ríos metidos en la boca. Aquí, donde raya la perfección de este anonimato, un pájaro que no vale nada zumba de nuevo. Evoca algún teatro entre los vientos del árbol para que lo que se aproxime no esté todo lleno de frutas como cadáveres pintados en las tejas de las Casas de Gobierno. Vale retrocedernos para decir que lo que aquí odié fue conocer arañas y crepúsculos restregándose sobre el codo de los cielos, mañanas enteras. Deudas familiares y larguísimas borracheras e infinitas tristezas, atado entre mis sábanas, como un Runa todo pelado en ascenso perdido, hecho un saco de alcohol, cascado por los muelles. Valga retorcimientos para jurar que aquí odié conocer las artes barroquísimas de la neo-política, el Psicoanálisis que tiene un Pescado en la Mano, y millones de cuerpos crujiendo en carruajes sicodélicos como en las costillas de otro Diablo sin calabazas. Sueña entonces con un ballet de colibríes entre las crestas más sucias de este caballo siniestro que es mi poema; porque lo que nunca me hicieron conocer fue de conquistas reales, de tener mi casa pagada y sin pagar, de saber guardar mi hombre y mi mujer sin ver el miedo temblando –un patito agitado sobre esa piel de la piedra de los fondeaderos- o esa tortura hipócrita y catolicista de mojarnos las axilas con el limón humano; porque esto es sicológico, oh buitre de la sensatez oh sirena perdida de la ganancia en carroña oh Colón orinando sobre el Congo ensangrentado por tu canto pequeño, quiero decir: mi condición es enteramente sicológica: este sentirme tan mal conmigo mismo, este no poder avanzar sin querer destruir lo que me ama, este no querer avanzar sin querer esconderme de lo que me alegra, este vivir con la confusión de no saber amarme. Toda una escuela de brújulas y sentimientos ubicados como fichas de cartón sobre un tablero de guerra.

(Luego empezaríamos entre nosotros, hijos de Nanú Burukú,

hermanos de esta leyenda súper hechizada, a matarnos por definir esas fronteras.)

DE COMO ESCRIBIR UN POEMA SIGNIFICA LA MUERTE. DIARIO DE CARRIøN.-Los poetas discuten sobre si debe ser la palabra mirlo o la palabra alondra la que termine decorando este poema. Y es verdad que todos utilizan las palabras mirlo y alondra y jamás han visto un mirlo o una alondra. Otros poetas han decidido incorporar entre sus versos anuncios de repetición portátil, los encabezados del New York Times, publicidad cancerosa y lo que sucede con la ciencia, a través de la materia de programas adelgazados en Discovery Channel. La ciencia no ayuda al

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poema si ha perdido su razón al ser escrito. Alguien motiva a alguien a elaborar un libro que hable de la manera en la que debe elaborarse un libro. Todo es mentira. Hay una máquina de vapor detrás de sus miradas donde ya no hay esa búsqueda de la verdad sobre el instinto. He visto a mis amigos perder el corazón en sus poemas. Yo soy estos poemas. Y esta es su mentira.

5. El Psicoanálisis tiene un Pescado en la Mano

Sé que imponerse un proyecto solamente puede significar el fracaso del mismo, tomando en consideración las transformaciones vitales, tanto del individuo como del texto, con el paso del tiempo. “Definir es cenizar” dijo Lezama Lima. Sin embargo, pudiendo pecar de testarudo, de abrazar mis contradicciones o de simplemente caer en incoherencias, considero que Yo (si existo en tal pronombre) camino en un sentido invertido hacia la vida. Viajo hacia la vida de la mano de mi obra que viaja hacia su muerte. Viajo hacia la unión de mi nombre con mi obra. Voy hacia el vacío. Hacia la totalidad insostenible [6].

Los duelos de Una Cabeza sin Mundo concluye con el libro Proyecto de Demolición: Promesa de territorio*, libro inédito donde lo único que me animo a decir es que la voz se halla en un espacio de diálogo entre otras identidades de la misma, formando esa posibilidad de uno en todos y todos en uno. Se derriba finalmente la propuesta de Fundación de la niebla (que iniciara este quinteto): 1+1=1 y se abre el camino hacia la vida llena de todos: 1+1=∞. Final de un viaje que implica indudablemente el inicio de otro. Sanación y Rebeldía por venir. Lo cierto es que el Psicoanálisis tiene un Pescado en la Mano y ese es el hombre; y que quizás todo este trabajo deba verse mejor como caligrafía muerta y materia acaracolada sobre sí misma. Nunca nació para llamarse poesía. No morirá tampoco como un libro de versos. Siempre será una literatura menor en concordancia con su origen verdadero: la posibilidad de integrar a un individuo dentro de mi psiquis.

A diferencia de lo que sobreviene en La muerte de Caín, en Los duelos de Una Cabeza sin Mundo (en el nombre del Padre), sí hay reposo. Reconcilio y pradera donde apoyar los brazos. Hubo antes un enfermo hablando de mentiras pero hoy es transparencia. Descubre su espacio vital. Atrapa su evolución. Viaja desde el ojo hacia una estrella donde nazca la Vida como El Arte. Y eso es lo que espero que suceda en 18 Scorpii, libro que debe ser escrito, como todos los demás, cuando encuentre su momento. Texto donde se reestructure desde la rebeldía un canto hacia el Futuro.

Santiago de Guayaquil, julio de 2011

* El Vacíø de mi nombre fue un texto elaborado para el Encuentro de Literatura Ecuatoriana Alfonso Carrasco Vintimilla (2008) que tuvo como temática principal las poéticas de los autores. En esta segunda parte consta lo que debió recortarse entonces por su extensión, más anotaciones realizadas durante este año.

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[4] Juan José Rodríguez, Sobre Monsieur o la importancia de llamarse Ernesto, prólogo a Monsieur Monstruo, 2009. [5] Yaxkin Melchy, comentario cuarta de forros, Los diarios sumergidos de Calibán, 2010. [6] Edmond Jabés, El libro de los márgenes I * El título de este libro, que cierra Los Duelos de Una Cabeza sin Mundo, ha sido modificado a la fecha por el autor.

Viaje con agujero dentro

Ernesto Carriøn

Sin embargo mi lenguaje es mi ideología Ernesto Carriøn

Antes de comenzar diré únicamente que en este texto hay un viaje con agujero dentro. Un diálogo desarreglado. Un corte de gramáticos tendones donde la vida se tensa desde el origen del niño y la palabra hasta el surgimiento de un hombre y sus cabezas en un lenguaje convertido en un laberinto de hachas. Mi niño y sus manos llenas de libros contra la casa. Mi niño chupándose los tallos de los tréboles amargos y desenchufando una canción en los globos de helio. Mi niño que ya no soy yo, que hoy es Ezequiel y a quien acudo en un verso de este modo: “Ahora sé que a mi hijo le costará tener mi edad entender este libro” (verso de Los Duelos de Una Cabeza sin Mundo). Explico al auditorio entonces que lo que estoy leyendo aquí es un reciclado de todas las cosas que

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alguna vez quise decir y dije y otras que no. Repito esto para que no haya algún mal entendido entre nosotros: aquí hay un viaje con agujero dentro; un diálogo desarreglado e intervenido por recuerdos fugaces y manchas de una identidad a plazos donde me he prohibido a mí mismo masticar el freno, donde me permito avanzar con esa lógica cubista que ordena mis cabezas (sea la de la infancia, sea la de la adolescencia, sea la de la adultez) en una sola. Intenciones sobre todo agujereando la tabla de un cuadro de pensar donde reposa un hombre. Así avanzo y retrocedo. Así ansío deshacerme en los fragmentos difuminados por el deseo de responder con algunas palabras cómo llegue a la lectura y de dónde vino la escritura como un algodón empapado de sangre debajo de la lengua. Así al final no quedará ningún recuerdo de este diálogo desordenado y ustedes podrán irse con la sensación de que no se dijo nada aunque haya puesto toda mi vida en lo que dije, o de verdad lo haya dicho todo y no haya puesto absolutamente nada de mi vida en este texto. Así nace el poema. Así comienzo: He de confesar que soy un pésimo lector de literatura. De hecho carezco de esa educación formal y alineada a través de corrientes y nudos históricos que tienen los estudiantes de literatura y los escritores de formación académica. A pesar de que aprecio aquella linealidad elegante, he sido desordenado y bastante. Leo desordenadamente, y casi siempre lo que me cae en las manos y que tiene que ver conmigo y si no, lo leído, encuentra su jaleo hasta enfrentarme. Hay un cordón misterioso que ha enlazado el encuentro de ambos: del libro y de mi yo lector. La magia del reflejo está en la posibilidad de trisarme oculta en unas cuantas palabras. Cuando era adolescente y quería dar con Dios leía hasta tres libros por semana (uno de filosofía, uno de poesía y uno de narrativa y me gustaba intercalarlos en un deleite de horas) al final no di con dios, pero sí con mi primer poemario. Recuerdo que amé a Feuerbach y a Nietzsche y que odié todas las verdades de Schopenhauer. Así termina esta introducción de amor a uno mismo. Soy un lector desordenado, que escribe ordenadamente sus libros, y que no tiene formación académica dentro de las letras. Un libro siempre me ha llevado a otro y a otro hasta el infierno. En mi desorden de lector voraz he ido dejando libros a medio leer que algún día retomaré, en mi escritura además he ido dejando textos que rescato a veces, que reciclo. ¿Quién dice que en la literatura no se recicla? Todo se recicla. Todo al fin cuenta. Y esto que estoy leyendo aquí en este momento es un reciclado de todas las cosas que alguna vez quise decir y dije y otras que no. Aquí hay un viaje con agujero dentro (verso de Los Diarios Sumergidos de Calibán). Un niño con sus manos llenas de libros contra la casa. Un algodón empapado de sangre debajo de la lengua. Pero hay que volver al inicio. Al instante en que se gestó todo este amor por la lectura (que luego se convertiría en obsesión por la escritura). Hay que probar que es posible viajar en el tiempo a través de unas pocas palabras. Avanzo. Retrocedo. Estoy entonces en un departamento pequeño en la parte del sur de la ciudad de Guayaquil, donde vivíamos con mi madre y mi hermana. Ese círculo de tres cerrado con cariño por las noches cuando volvía del trabajo mi madre y nos leía cuentos. Recuerdo esa colección de Cuenta Cuentos que incluía casetes de audio que preferí destripar a su descuido para poder tener su voz todas las noches. Recuerdo por primera vez haber recreado rostros en las manchas de la losa. Recuerdo estos rostros que luego tendrían nombre y que ubicaría en hojas llenas de dibujos como historietas por la madrugada. Empieza así mi insomnio con esos libros a los 7 u 8 años de edad. Con esos rostros extirpados a la losa y esas historias que escribía y coloreaba entrada la madrugada hasta las seis de la

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mañana y que al graparlas se las entregaba a mi madre diciéndole que aquello era un libro. Que aquel manojillo de hojas garabateadas y con escritos debajo era de verdad un libro. Y esto no es un cuento, pero quizás en nuestra boca todo es un cuento. Pienso en la escritura. En ese útero empeñado en disminuirse (verso de Demonia Factory). Voy ahora al espacio en que quedé colgado entre el final del colegio y el inicio de la Universidad. 1996. Boston College: hay un muchacho sentado en su ventana escribiendo versos sobre la nieve. Piensa en un círculo de temores donde aparecen el amor y el crecimiento. La nieve atrapa los metales de su pensamiento. Piensa en el frío y observa como su cerveza se cubre en un segundo de telarañas. La luna también es una telaraña atrapada en el fondo de una botella. Piensa este muchacho en la escritura y lee Ortega y Gasset y el cuento de “La Dama o el Tigre”. No sabe qué puerta abrir. No lo sabrá al menos por 15 años más. Avanzo, pero vuelvo a mi infancia. A mi madre y su segundo matrimonio. Yo y mi silencio. Yo recogido en mí mismo. Yo y los libros comprados para el hogar donde había desde literatura infantil, pasando por la ficción, hasta narrativa latinoamericana. Comprendo bien que el no acoplarme a la nueva familia me empujó a buscarme un hogar en un sinnúmero de libros. Entonces fui tremendamente feliz leyendo a Robert L. Stevenson, Emilio Salgari, Mark Twain, Julio Verne, Alejandro Dumas, entre otros. Llené mi vida de libros y si tuvieron una influencia marcada, propia de mencionarse, sería solamente visible en ese viaje que aún experimento al abrir un libro (ese desprendimiento parecido a un mecanismo de liberación), esa capacidad de permitirme trasladarme a espacios y épocas distintas (por más trillado que esto suene). Llené mi vida de libros desde entonces y estos me acompañaron y acompañan en todas las etapas por las que viajo. Avanzo. Año 2001. 12 de la noche, en esa casa contaba con un estudio donde mis libros y yo pasábamos nuestro tiempo juntos. Casi siempre haciendo cosas como escribir y planificar otros libros gracias al insomnio. El insomnio a esos 24 años se agolpaba en las paredes a pulir retratos. Tocaba en mi cerebro su marchita fúnebre de ovejas. ¿Llovía? Creo que llovía sobre Guayaquil y oí esta frase: ¿Vienes a la cama/ tengo celos de la maldita poesía? Hago aquí un silencio por todo el tiempo que adeudo a mi familia y a mi propia vida que quedó enlutado y enjaulado para siempre en horas de lecturas y escritura. Quien lee y escribe trabaja contra el mundo. En su espalda se aglomeran las edades de sus hijos, los amigos desaparecidos, las tardes que se evaporan frente a la casa como un muerto sin pantalones a media siesta pero descomponiéndose entero. Avanzo pero vuelvo a mis 18 años. Había terminado de leer Demian de Herman Hesse. Había tenido que salir a respirar sobre la vereda de mi casa y de pronto sentí todas las casas tambalearse, quebrarse el aire, a las nubes derretirse hacia mis oídos. Sentí miedo y placer. Me dije entonces: esto es un libro: esto que produce escozor y duda y recogimiento y coraje y pena. Escribir es mantener la lucidez en medio del torbellino; se trata al fin y al cabo –como dijo Perlongher– de una lucha atroz y solitaria por deformarlo todo”. Así debía escribirse. Acordé entonces que lo que me propondría a escribir no debía suceder como una operación matemática o de reflexión pura (menos aún como breves narraciones sobre la cotidianidad de mi vida), sino que este libro debía levantarse como una propuesta en debate con la realidad. Comprendí que iría a elaborar textos divorciados de todo preciosismo (sin alejarse de la estética) y de todo intelectualismo donde no esté implicado su protagonista (sin alejarse de la ética).

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Wittengstein, de por medio. Y que mi libro debía iniciarse en el sitio donde se han consumido todos los libros posibles y todas las voces posibles. Que debía transformar mi trabajo en un devenir progresivo de mi identidad (recordando que las identidades fueron derribadas desde la modernidad, y que ya nadie es un “todo como tal”, una identidad clara o transparente, sino una extensión de seres, cosas y conocimientos en los cuales deambulamos fragmentariamente. Y que -como dijo Bretón- “la historia de la poesía moderna es únicamente la historia de las libertades que se han tomado los poetas respecto al Yo”). Sin embargo la literatura no puede cambiar el mundo. La poesía, por ejemplo, no puede cambiar el mundo; sin embargo “el mundo no vuelve a ser el mismo después de un poema”, dice el poeta español Jorge Riechmann. Pero hay libros que incendian verdaderamente nuestra percepción de la realidad. Creo en esto. Creo, incluso, que la lectura puede llevarnos a vías de mayor tolerancia. Enfrentarse a un autor es, de cualquier modo, enfrentarse a una forma distinta de mirar la realidad. Enfrentarse a un sinnúmero de probabilidades y verdades escogidas. No creo en aquella literatura que no dice nada. Que no está comprometida con la búsqueda de las soluciones a las preguntas esenciales. Dar con mi rostro. Escupirme una verdad en la cresta abierta de mi cráneo en llamas. Siempre los libros más importantes en la vida de uno, son aquellos que han causado un impacto de tal magnitud, que afectan nuestra percepción de la realidad. Debe ser que el mundo no vuelve a ser el mismo después de ciertos libros. Pienso entonces en Demian de Herman Hesse, en Así habló Zarathustra de Nietzsche, en La Evolución creadora de Henry Bergson, en El mundo como representación de Schopenhauer, en Personae y Los cantos de Ezra Pound, en Arte y Poesía de Martín Heidegger, en el Oficio de vivir de Cesare Pavese, en Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio de Henry Miller, en el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrel, en los Cuatro Cuartetos de Eliot, en el Antiedipo de Deleuze y Guattari, en casi todos los cuentos de Borges, en casi todos los cuentos de Cortázar y Onetti, en casi toda la poesía de Pessoa, en casi todos los ensayos de Válery, así como en su Cementerio marino. Todos estos libros, citados, cambiaron mi concepción ética y estética de nuestro mundo. Todos estos libros replantearon en mí otras rutas posibles –tanto morales como artísticas- para mi trabajo poético. Avanzo nuevamente en este diálogo desarreglado. Octubre de 2011: Universidad de Cuenca. Encuentro de Literatura Alfonso Carrasco Vintimilla: Hablé sobre Poesía y Tecnología y alguien me entendió mal. Alguien pidió mi opinión sobre qué es lo que considero debe ser la poesía y esta es mi respuesta: ¿Amo lo que me limita? ¿Duermo envuelto en lenguaje? ¿No queremos acaso a veces ir más allá del lenguaje, porque sentimos simplemente que no abarca todo lo que necesitamos gritar? Sé que este lenguaje me limita, sin embargo este lenguaje también me da la forma, me otorga la vida y abre el mundo ante mis ojos, nuestra relación termina siendo la de un canibalismo consentido, tiene la marca de la unidad desgarradora. Sin embargo mi lenguaje es mi ideología, existe en constante consonancia con el sujeto que la emplea. Mi lenguaje es lo que yo quiero hacer de mí, lo que creo de mí mismo, lo que me dibuja sin temor frente a los otros. Mi lenguaje dice de mí, todo el tiempo, cosas que mi silencio solamente arroja a posibles interpretaciones. Y la poesía, que tiene siempre la intención de modificar este mundo, está inflada de lenguaje, es por esto que siempre que hablemos de poesía estamos hablando de política y amor e ideología. Dos últimos recortes: Casa del Vedado. La Habana 1995. Soy un chico inclinado sobre

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una máquina de escribir que bebe café amargo y espera que lo que brille al final de esta batalla con la página en blanco sea el elefante aplastado de un poema (verso de Los Duelos de Una Cabeza sin Mundo). Allí escribía en un estudio pequeño de una mansión arruinada. Creo no equivocarme al decir que allí sentí por primera vez que iba a ser escritor. Me había sido obsequiado un libro del poeta Félix Pita Rodríguez donde leí esta línea: “Mosca con intenciones de reconstruir el mundo”, sin saber que aquel verso me estaba condenando para siempre. Avanzo al final. Un niño se toma del cuello, siente escozor. Ve a una niña sentada junto a él. En su overol el sol chapotea únicamente sobre la pequeña superficie de los botones. No encuentra las palabras. Suda el niño. Trata con sus deditos de ensanchar el cuello de su camisa. No sabe qué tiene. Qué enfermedad le está pidiendo ahí en medio de ese patio escolar que hable, que diga algo, que emita algún sonido. La niña no dice nada, pero sonríe. Hay que escribir, sospecha. Hay que pronunciar alguna cosa.

Santiago de Guayaquil, 22 de noviembre de 2011