El Síndrome de La Rana Hervida

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El síndrome de la rana hervida Cuauhtémoc Mávita E. Senge, y su equipo, autores de la obra “La Quinta Disciplina”, subrayan que nuestra mala adaptación a amenazas crecientes se debe, generalmente, a que nuestro aparato interno está preparado para detectar cambios repentinos, pero no para cambios lentos y graduales. Y ponen de ejemplo la parábola de la rana hervida. Si ponemos a la rana en una olla de agua hirviente inmediatamente intentará salir, pero si el agua está a temperatura ambiente le resultará agradable y no hará nada por saltar de ella, sin embargo, a medida que la temperatura aumenta se sentirá incómoda pero terminará por aguantar, de tal suerte que llegará el momento que se aturdirá y se cocinará lentamente de manera irreversible. Esa anécdota la desarrolla de manera más ilustrativa y amplia Oliver Clerc en su libro “La rana que no sabía que estaba hervida… y otras lecciones de vida”. Si esta experiencia la llevamos a los hechos de la vida real o de lo cotidiano, por ejemplo el campo de la política, podríamos explicarnos porque los gobernados, los ciudadanos comunes y corrientes, somos muy dados a dejarnos manipular por el sistema político y por quienes tienen, en este caso, la sartén por el mango. Los políticos –como las arañas- tienden a tejer de tal manera que cuando el grueso de la población se da cuenta estos tienen una red tan vasta en la que atrapan a los incautos y de manera muy importante a aquellos que siguen creyendo que la Luna es de queso, que creen en la “buena fe” de esos personajes y que inclusive continúan aferrándose a la esperanza de que “ahora sí” mejorarán las cosas. Han aprendido estos políticos a cocinar lenta, gradualmente, a las multitudes y sus necesidades y problemas. Tan es así que

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El síndrome de la rana hervida

Cuauhtémoc Mávita E.

Senge, y su equipo, autores de la obra “La Quinta Disciplina”, subrayan que nuestra mala adaptación a amenazas crecientes se debe, generalmente, a que nuestro aparato interno está preparado para detectar cambios repentinos, pero no para cambios lentos y graduales.

Y ponen de ejemplo la parábola de la rana hervida. Si ponemos a la rana en una olla de agua hirviente inmediatamente intentará salir, pero si el agua está a temperatura ambiente le resultará agradable y no hará nada por saltar de ella, sin embargo, a medida que la temperatura aumenta se sentirá incómoda pero terminará por aguantar, de tal suerte que llegará el momento que se aturdirá y se cocinará lentamente de manera irreversible.

Esa anécdota la desarrolla de manera más ilustrativa y amplia Oliver Clerc en su libro “La rana que no sabía que estaba hervida… y otras lecciones de vida”.

Si esta experiencia la llevamos a los hechos de la vida real o de lo cotidiano, por ejemplo el campo de la política, podríamos explicarnos porque los gobernados, los ciudadanos comunes y corrientes, somos muy dados a dejarnos manipular por el sistema político y por quienes tienen, en este caso, la sartén por el mango.

Los políticos –como las arañas- tienden a tejer de tal manera que cuando el grueso de la población se da cuenta estos tienen una red tan vasta en la que atrapan a los incautos y de manera muy importante a aquellos que siguen creyendo que la Luna es de queso, que creen en la “buena fe” de esos personajes y que inclusive continúan aferrándose a la esperanza de que “ahora sí” mejorarán las cosas. Han aprendido estos políticos a cocinar lenta, gradualmente, a las multitudes y sus necesidades y problemas. Tan es así que actualmente la olla está hirviendo, y muchos somos los que estamos, como la rana, cocinándonos para la ya próxima aunque adelantada contienda electoral.

Pero con la clásica y tradicional justificación de que “así es esto”, es probable que miles aplaudan a los políticos perversos a pesar de tener pleno conocimiento de los intereses que representan o de su riqueza inexplicable, de sus mentiras y sus frivolidades. Cuando se está cocinado, como la rana, no se alcanza a distinguir al político bueno del malo, más a este último al que de la noche a la mañana le “gusta” el olor a pueblo, o que se siente “acongojado” por el desempleo y el aumento de la pobreza, o porque la marginación, el abandono y la falta de oportunidades está destruyendo a la familia.

Lo anterior no significa, por supuesto, que no existan los buenos políticos, es decir los que están conscientes que el ejercicio de la política es para servir y no para servirse; los que son decididos, prudentes, astutos, innovadores y apasionados de la política porque desean participar en la construcción de una sociedad más justa; los que tienen talento, agudeza, valores, principios y que no se encandilan con las luciérnagas; los que no se dejan llevar por el discurso simplista y se asesoran por profesionales expertos, objetivos e imparciales; los que anteponen los intereses colectivos a los propios, a los del grupo o al partido al que pertenecen; los que saben reconocer que se equivocan y que no tratan de “convencer” con trucos publicitarios ni propaganda cargada de obviedades.

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Sin embargo, encontrar a un buen político es como localizar una aguja en un pajar. Resulta casi imposible dar con el paradero de cuando menos uno. En cambio, los malos políticos son muchos, dentro del todo; la mayoría de las veces son altaneros y soberbios, falsos e intransitables, sordos ante la súplica e insensibles para la respuesta.

Creo que los problemas de este país tienen sus causas no en la política como ciencia, sino en la ciencia sin conciencia que desarrollan los malos políticos escudados en la política. Este estado de cosas debe terminar. No es bueno que en pleno siglo XXI, unos cuantos detenten el poder para –como en las dictaduras autoritarias- controlar a las fuerzas mayoritarias.

En “El elemento” Ken Robinson apunta: Algunos elementos para nuestro desarrollo, para nuestra liberación, están en nosotros, en nuestro interior. Y en estos se incluye la necesidad de desarrollar nuestras aptitudes naturales únicas y nuestras pasiones personales. Encontrarlas y alentarlas es el camino más seguro de garantizar nuestro crecimiento y realización como individuos. Si descubrimos el elemento en nosotros mismos y animamos a los demás a que encuentren el suyo, las oportunidades para solucionar el actual estado de cosas serán infinitas.

Nada de ranas en cocción. Hay que defender y salvaguardar nuestros espacios.

El autor es periodista y doctor en Administración y Planeación