El Saqueo Olvidado_Primer Capitulo

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Historia del Perú

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María Delfina alvarez CalDerón

asalto a la Casa De augusto b. leguía: 1930

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El saqueo olvidado: Asalto a la casa de Augusto B. Leguía: 1930

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Todos los derechos reservados.

El saqueo olvidado:Asalto a la casa de Augusto B. Leguía: 1930

2013, María Delfina Alvarez Calderón 2013, Librerías Crisol Av. Larco 880, piso 11, Miraflores, Lima, Perú Para su sello Titanium Editores

Edición: Percy Uriarte OtoyaDiseño y diagramación: Carlos Bernal Díaz, Carlos Meza MattaCorrección: Carlos Chávarry ValienteCarátula: Mario Vargas CastroImagen de carátula: Fotografía de Colección Leguía del Instituto Riva-Agüero, donada por Joaquín Leguía Orézzoli.

Primera edición: julio de 2013Tiraje: 1,000 ejemplaresISBN: 978-612-46189-5-6 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2013-10645

R&F Publicaciones y Servicios S.A.C.Jr. Manuel Candamo 350-356, Lince, Lima.

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A mis hijas,

a mis nietos

y a mis bisnietos.

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CONTENIDO

Cronología

Introducción

Capítulo IBreves rasgos biográficos 1. Antecedentes familiares 31 2. Del colegio a la actividad privada 35 3. De empresario a político 39 4. Hacia la construcción del Estado 46

Capítulo IILeguía en la presidencia 1. Primer gobierno: 1908-1912 53 2. Segundo gobierno: 1919-1930 59

Capítulo IIILa convulsión de 1930 1. El contexto en América Latina 69 2. La situación en el Perú 75 3. La crisis y los problemas sociales 82

Capítulo IVEl saqueo 1. Lima en días anteriores al saqueo 91 2. El saqueo del 25 de agosto de 1930 96

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3. Movimientos de explosión popular y social 106 4. Actores civilistas, antileguiistas y apristas 110

Capítulo VEl saqueo y la caída de Leguía 1. Cómo se cubren los hechos 121 2. Intereses personales de opositores para silenciar a Leguía 124 3. Divisiones del partido de gobierno 127 4. Impacto de la situación en el ánimo de Leguía 132

Conclusiones 141

Índice de fotos 147

Bibliografía 149

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PRESENTACIÓN

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Presentación

Poco antes de cumplir setenta años se me ocurrió postular a la Pontificia Universidad Católica, donde tuve la oportunidad de cursar Estudios Generales y vivir los diarios aconteceres en torno a su famosa y recordada rotonda, testigo de ese especial e inolvidable mundo en el que los alumnos dan sus primeros pasos y definen sus preferencias.

Durante esa etapa de aprendizaje y enriquecimiento pude conocer y abordar nuevas situaciones, compartiendo ese nuevo vivir con profesores y compañeros mucho menores que yo, hecho que generó una serie de cambios en mi rutina: no solo en la adquisición de hábitos de estudio, sino también en el modo de ha-cer amigos cuya edad y visión del tiempo —un momento en que nada los apre-mia— les lleva a discurrir en otra dimensión, con diferentes códigos, lenguajes y posiciones respecto al futuro.

Pese a ese mundo fuera de mi ritmo de vida, debo confesar que pasé mis

mejores años habituándome y disfrutando de estos nuevos menesteres a la par que mis compañeros. Así llegué a la Facultad de Humanidades y, más tarde, a la Maestría en Historia, una experiencia de la que rescato un mensaje que deseo transmitir: no hay nada imposible de lograr y todos los sueños son realizables si se les pone empeño y decisión.

Al comenzar este período de formación histórica decidí dirigir mis estudios hacia la figura del presidente Augusto Bernardino Leguía, el controvertido per-sonaje analizado en este libro. Su personalidad, así como las eternas discusiones a favor y en contra suya que, desde temprana edad, se producían en mi ámbito familiar —compuesto por leguiistas, antileguiistas, civilistas, apristas, izquierdis-tas y urristas—, me llevaron a intentar descubrir la verdad sobre las diferentes opiniones escuchadas acerca de él. De estas investigaciones surgieron mis tesis

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para la licenciatura, Augusto B. Leguía: Político con visión empresarial: 1904-1908 y, tres años después, El saqueo olvidado: Ataque a la casa de Augusto B. Leguía: 1930, con el fin de obtener el grado de magíster.

Agradezco a las autoridades y amigos que hicieron posible obtener material para esta investigación, especialmente al personal de la Pontificia Universidad Católica y del Instituto Riva-Agüero, y en este último, en particular, a Gilda Cogorno Ventura.

Mi especial gratitud a Manuel Pablo Olaechea du Bois, no solo mi primer entrevistado sino también único testigo presencial del saqueo estudiado en este libro; a Joaquín Leguía Orézzoli, quien un año más tarde me cedió los escasos documentos y fotografías inéditos rescatados por amigos y parientes diversos que los entregaron a la familia —entre ellos, una foto que reflejaba los hechos exactamente como los describía el testigo—, lo que me motivó a seguir con la hipótesis inicialmente propuesta; a Armando Villanueva del Campo, por pro-porcionarme manuscritos de su padre —única fuente primaria que describe el hecho estudiado—, y a quien recuerdo especialmente por su reciente deceso, ocurrido mientras escribo estas líneas.

Igualmente, mi agradecimiento a Luis Alayza Grundy, Carmen Ayulo Le-guía, Alicia Cabada de Cervera, Mary Cabada de Arce, Margarita Guerra Martinère, María Isabel Larrañaga Leguía, Carmen Leguía Gutiérrez, Rowena Leguía Gutiérrez, Enriqueta Leguía Olivera, Sigfrido Mariátegui, Luis Paredes Stagnaro, José Agustín de la Puente Candamo, Alfonso Rubio Arena, y al reve-rendo padre Ricardo Wiesse Thorndike por sus testimonios y aportes brinda-dos en entrevistas personales.

A Juan Luis Orrego Penagos y Jeffrey Klaiber, S.J., por sus aportes y por ha-ber sido parte del jurado ante quien sustenté la tesis que origina este libro.

A Marcial Rubio Correa, por la gentileza y cooperación brindadas en diver-sas oportunidades durante mis estudios en la facultad y la maestría.

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Asimismo, a Carlos Alzamora Traverso, un amigo de antaño, con quien aho-ra, como compañero, comparto información en la empresa de elaborar un libro sobre Leguía; a Carlos Dávila Corrales, amigo y colega desde los primeros pasos en la universidad; a María Solís Giraldo, por su fidelidad y eficiencia, siempre dispuesta a participar de las angustias y apuros de última hora, los cuales supo solucionar diligentemente durante mis años en la universidad hasta la culmi-nación de este libro.

Agradezco igualmente a Antonio Zapata Velasco, profesor, colega, amigo y presentador de mi libro, así como a mi hija Francesca, consejera en mis vacila-ciones académicas y también participante en la presentación.

Finalmente, doy las gracias a mi asesor de tesis Iván Hinojosa Cortijo, por haber soportado mis vehemencias durante tanto tiempo además de ayudarme con sus valiosos aportes, y haberme impuesto orden y paciencia a lo largo de estos años de investigación.

Presentación

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CRONOLOGÍA

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Cronología

Nace Augusto B. Leguía 19 de febrero de 1863El Partido Civilista es formado para respaldar a Manuel Pardo 1871Viaje a Valparaíso 1876Leguía conoce a Manuel Pardo y a monseñor Taforó 1878 Regreso a Lambayeque 1878Ingresa a trabajar a la Casa Prevost 1879Se enrola al ejército 1880Pelea en la batalla de Miraflores 1881El Partido Constitucional es formado por Cáceres 1882El Partido Demócrata es formado por Piérola 1882Leguía regresa a trabajar a la Casa Prevost e incrementa su fortuna 1883Muere Enrique Swayne, suegro de Leguía. Viaje a Londres 1877Leguía y su hermano Carlos forman una compañía exportadora 1887Trabaja para New York Life Insurance Company en Lima 1888En Chile 1889Gerente en New York 1890 Leguía comienza a incrementar su fortuna 1890-1900Matrimonio con Julia Swayne Mariátegui 1890Leguía forma el Haras Vilcahuaura, una importante haras de caballos de Chile y EE.UU. 1890Forma con dos socios una compañía de seguros de vida en Brasil 1895 Civilistas se reorganizan y regresan al poder 1896Leguía asume la contabilidad de la hacienda Caucato 1896Leguía es nombrado director de la Sociedad Nacional de Industrias 1896Leguía es nombrado director del Banco Internacional del Perú 1897Eduardo López de Romaña es elegido presidente de la república 1898-1903 Leguía establece en Lima las oficinas formadas en Río 1899

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Leguía y sus asociados inauguran la Firma A.B. Leguía de haciendas en el sur 1899Leguía es nombrado gerente de la Compañía de Seguros Sud America 1899Leguía forma la British Sugar Company renegociando la deuda Swayne 1900Se funda el Partido Liberal por A. Durand en nombre de Billinghurst 1900Leguía es elegido director de la Sociedad Nacional de Agricultura 1901 Leguía propone el primer ferrocarril Pisco-Lima 1901Leguía crea beneficios a los exportadores 1902Manuel Candamo, representante del civilismo, asume la presidencia del país 1903Leguía asume el Ministerio de Hacienda 1903Presentación al Congreso 1903Leguía mejora servicios de Aduana y el Tribunal Mayor de Cuentas 1903Exige que el Estado pague los créditos 1903Firma el contrato de líneas ferreas Huancayo-Cusco, Juliaca-Cusco 1904Leguía promueve otro proyecto ferroviario: Cerro de Pasco-Huallaga-Huánuco-Pozuzo-P. Victoria 1904Leguía reabre el mercado a créditos extranjeros 1905Perú califica para obtener préstamos 1905Leguía crea la Caja de Depósitos y Consignaciones 1905Resuelve coyuntura por variación del valor en la moneda de plata 1906Demuestra eficiencia como ministro de Hacienda 1906Leguía formula un contrato con el Deutsche Bank de Berlín para ahorrar dinero al Estado 1906Instala oficinas de la British Sugar en Lima 1908Primer gobierno de Leguía como presidente de la república 1908Revuelta pierolista contra Leguía. “Día del carácter” 1909Leguía se aísla de Pardo y el civilismo y forma “El Bloque” 1910-1911Leguía eleva sustancialmente el salario a los militares 1911

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Se gesta un golpe para deponer a Leguía y reemplazarlo por Antonio Miró Quesada 1911 Primer ataque a la casa de Leguía y viaje a Panamá 1913Guillermo Billinghurst es elegido presidente de la república 1912-1914Exilio de Leguía 1913-1919Óscar Benavides es elegido presidente de la Junta de Gobierno 1914Óscar Benavides es elegido presidente provisorio hasta 1915Pardo es elegido nuevamente presidente de la república 1915Lequía es elegido presidente de la Cámara Latinoamericana de Comercio de Londres 1916 Segundo gobierno de Leguía como presidente de la república 1919Muere la señora Julia Swayne de Leguía 1919 Leguía prepara celebraciones para el Centenario de la Independencia 1919Leguía formula su proyecto de la Patria Nueva 1919-1922Primera reelección de Leguía 1924Fuerte recrudecimiento de su enfermedad prostática 1925Facciones internas leguiistas se enfrentan entre sí 1926Formación del Partido Aprista 1926Formación del Partido Comunista Peruano por Mariátegui 1928Tratado con Chile 1929Segunda reelección de Leguía 1929Formación del Apra 1930Intento de asesinato contra Leguía en entierro de Mariátegui 16 de abril de 1930Inquietudes e intrigas en el ambiente limeño 15 de agosto de 1930Sucesos revolucionarios en Arequipa 22 de agosto de 1930Ultimo día de Leguía en el Hipódromo 24 de agosto de 1930

Cronología

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Complot contra Leguía en una imprenta de la capital 24 de agosto de 1930Saqueo a la casa de Leguía 25 de agosto de 1930Leguía es hecho prisionero 25 de agosto de 1930Traslado de Leguía de la isla San Lorenzo al Panóptico setiembre de 1930Colapso y crisis cardiaca de Leguía 15 de setiembre de 1930El diario El Comercio solicita eliminar el nombre de Leguía de la historia 15 de setiembre de 1930Junta de médicos en el Panóptico 13 de noviembre de 1931Traslado de Leguía al Hospital Naval luego de 500 días de cárcel 16 de noviembre de 1931Estalla una bomba a cinco metros de la habitación que ocupaba Leguía 18 de noviembre de 1931Leguía es operado en el Hospital Naval de Bellavista 6 de febrero de 1932Fallece Augusto Bernardino Leguía 6 de febrero de 1932Traslado de restos de Leguía a Lima 7 de febrero de 1957

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INTRODUCCIÓN

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Introducción

Este libro aborda un hecho que permanecía sin estudiar pese a su importan-cia histórica: el saqueo en la casa de la familia Swayne, donde residía el presi-dente Augusto Bernardino Leguía, viudo de la señora Julia Mariátegui, ocurri-do pocas horas después de que abandonara Palacio de Gobierno y fuera tomado prisionero. En las páginas siguientes se intenta explicar en qué medida el con-texto político y social existente en el país y en la capital en aquel entonces alentó el desborde popular que contribuyó a la caída del mandatario cuyo gobierno fue el más largo de la historia del Perú.

La investigación propone que, no obstante la pérdida del poder político del civilismo —es decir, la antigua oligarquía— durante el segundo gobierno de Leguía, el saqueo habría sido organizado y dirigido por representantes de ese partido con el fin de apropiarse de documentos comprometedores que el presidente conservaba, y que estos sujetos, sin reparar en posteriores ultrajes a las intimidades encontradas, y luego de apropiárselos, lograron la suficiente influencia desde la prensa para generar una atmósfera adversa que gestara indi-rectamente su caída. El paso siguiente habría sido orientar a la opinión pública, a través de su influyente medio de comunicación, para que el leguiismo no sub-sistiera como movimiento, en venganza porque este representó una confronta-ción directa con la oligarquía; y, posteriormente, orientar un silencio histórico de fuentes para evitar el resurgimiento de la imagen de Augusto B. Leguía en las próximas décadas.

Leguía siempre constituyó una incógnita por la diversidad de pasiones que despertaba la sola mención de su nombre, así como por su ausencia en la historiografía del Perú. De hecho, ningún historiador peruano ha producido una obra sobre su persona, vida política o, menos aun, acerca del saqueo de su residencia a partir de una investigación basada en fuentes acreditadas. En tex-tos escritos por sus amigos, allegados, parientes o adversarios políticos sobre su gobierno, no se encuentran referencias al sufrimiento del presidente y de su familia en los momentos en los que su gobierno se derrumbaba: ni siquiera Basadre le dedicó un artículo completo a este episodio, sino solo una decena

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de líneas en su Historia de la República. Nada de ello, sin embargo, evitó que me preguntara cómo es que un hombre que participó activamente en la polí-tica peruana durante veinticinco años pudo haber pasado al olvido de súbito y no haber sido objeto de estudio tras casi un siglo de su derrocamiento.

Recuerdo que tras buscar textos y documentos que ilustraran las contro-versiales opiniones acerca de Leguía y su quehacer político, fue recién al ini-ciar investigaciones formales para la tesis de licenciatura cuando encontré que Howard Karno, un especialista norteamericano en estudios sobre Améri-ca Latina, había dedicado en 1977 su investigación doctoral —para la Univer-sidad de California, en Los Ángeles (UCLA)— a la modernización del Perú lograda por Leguía entre 1919 y 1930. Recientemente, en junio de 2010, la historiadora francesa Ombeline Dagicour presentó en la Universidad de Pa-rís una tesis de maestría titulada Le mythe de Leguía. Images et pouvoir sous le Oncenio. Pérou 1919-1930. Ella viajó especialmente a nuestro país con el objetivo de recabar información sobre el lapso que duró la Patria Nueva en la historia contemporánea, que le permitiera analizar la imagen del presidente Augusto B. Leguía y su rol en el funcionamiento y la dinámica interna de su complejo régimen. La investigadora también manifestó sorpresa ante la au-sencia de producción histórica relacionada a este período de la historia perua-na, considerando su importancia y legado político, económico y social. Por su parte, el historiador peruano Juan Luis Orrego Penagos acaba de sustentar, en el año 2012, una tesis doctoral sobre el Centenario de la Independencia, una época que coincidió con el gobierno de Leguía y las obras que ejecutara para el embellecimiento de Lima.

Al inicio de la tercera década del siglo XX, el gobierno de Leguía había so-brepasado el clímax de su vida política por un exceso de años en el poder, con sucesivas reelecciones que crearon malestar. En paralelo, la crisis y la depre-sión económica suscitadas con el Crac de la Bolsa de Valores de Nueva York en 1929 afectaron al mundo “desarrollado” de ese entonces, y por tanto también a nuestros países, con severas consecuencias económicas y sociales que gene-raron descontento. Tal situación originó movimientos sociales en los que par-ticiparon diversos sectores de un mundo convulsionado, por los que cayeron regímenes de varios países.

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El Perú, muy vinculado a la economía anglosajona a través de inversio-nes y empréstitos durante el mandato del presidente Leguía, fue significati-vamente golpeado por la crisis económica. La falta de trabajo, la escasez de circulante y la necesidad de cumplir compromisos suscritos, junto al des-gaste político de once años consecutivos en el gobierno constituyeron un serio problema para su legitimidad.

En el proceso de esta investigación me fue posible reconstruir el saqueo mediante diversas fuentes; entre ellas, el testimonio personal de un vecino que vivía frente a la casa de la familia Swayne en la calle Pando, quien fue testigo presencial de los acontecimientos. Asimismo, logré reunir una serie de fotografías inéditas que gentilmente me entregó, en calidad de dona-ción, Joaquín Leguía Orézzoli, nieto del expresidente Leguía: en una de ellas se refleja fielmente los hechos y detalles relatados por el testigo, una coincidencia que alentó mi tesis de maestría y, posteriormente, la decisión de publicar este libro. Luego, un testimonio escrito por Pedro Villanueva Urquijo, amigo y médico personal de Leguía, completaría este trabajo de investigación junto a quince entrevistas efectuadas a personas que lo co-nocieron o que tuvieron referencias cercanas sobre el saqueo, además de otras fuentes primarias y secundarias revisadas. A lo largo de esta recons-trucción no se encontraron cartas o documentos personales de Augusto B. Leguía, por haber sido —en su mayoría— confiscados, calcinados o desa-parecidos durante el asalto.

Este libro consta de cinco capítulos. En el primero se indican breves datos

biográficos de Leguía, sus antecedentes familiares, su formación académica, su actuación durante la guerra con Chile y sus éxitos empresariales, alcanzados sin otros estudios que los cursados en un colegio de educación secundaria en Valparaíso, antes de ingresar en la vida política.

En el segundo capítulo se reseña su gestión en la presidencia de la república. En su primer mandato, se analiza a Leguía tratando de consolidar la agitada vida política reinante, y en el segundo, la “Patria Nueva”, promoviendo su pro-yecto de modernización del país, hasta que la crisis mundial de 1929 afectara a los países dependientes y, en consecuencia, al Perú.

Introducción

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Luego se estudia la convulsión mundial de 1930, acontecimiento trascen-dental no solo por la repercusión de la Gran Depresión en Latinoamérica, sino también por ser el año en que cayó el gobierno de Augusto B. Leguía.

El cuarto capítulo se refiere al saqueo de la residencia de Leguía; se estudia el clima de comentarios y vivencias limeñas en los días anteriores al asalto y los movimientos de explosión popular, así como a los actores civilistas, antiapristas o antileguiistas que se entrecruzan en conjuras para derrocar al presidente.

El quinto y último capítulo trata el saqueo y la caída del poder de Leguía, y

aborda la manera diferente en la que se cubrieron mediática e históricamente los hechos determinantes en los últimos días del expresidente, a los que no se les brindó la cobertura que hubiese correspondido al asalto a la casa de un go-bernante. Luego se busca establecer si opositores o enemigos personales de Au-gusto B. Leguía podrían haber estado interesados en encontrar y apropiarse de documentos comprometedores, y las consecuencias que a causa de ello sufriera el depuesto mandatario. Finalmente, se exponen las conclusiones a las que se llega tras las investigaciones y estudios realizados.

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CAPÍTULO IBREVES RASGOS BIOGRÁFICOS

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Breves rasgos biográficos

1. ANTECEDENTES FAMILIARES

Dávalos y Lissón, amigo y partidario de Leguía, acota que por el lado pa-terno Augusto Bernardino Leguía “desciende de una familia antigua de ori-gen vasco cuyo apellido significa ‘ley’”. El expresidente nació el 19 de febrero de 1863 en la parte baja del balneario San José, lugar de veraneo familiar en la provincia de Zaña, departamento de Lambayeque, una zona convulsionada por el desborde de ríos, problemas climáticos, epidemias y revueltas caudillis-tas, dentro de una familia que hasta ese momento no había intervenido en la política. Su abuelo, José Leguía Meléndez, procedía de una estirpe adinerada de origen vasco, que hacia la mitad del siglo XVIII fue propietaria de la ha-

(Foto 1. Casa donde nació Augusto B. Leguía en Lambayeque)1.

1 Foto inédita proporcionada por Joaquín Leguía Orézzoli.

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cienda Cayaltí, tierras que perdió a manos de la familia Aspíllaga. Se dice que con esta pérdida de la herencia familiar acaso Leguía aprendiera su primera lección práctica sobre el actuar de los latifundistas costeños y, quién sabe, si fuera el origen de viejos rencores.

Su padre, don Eustaquio Leguía, nació en España y llegó a Lima con el cargo de administrador del Real Estanco del Tabaco, por lo que se instaló en Lambayeque debido a su cercanía a las plantaciones tabacaleras de Tumbes, Jaén y Zaña. Luego trabajó administrando la hacienda Pátapo, propiedad del acaudalado José Tomás Ramos, ciudadano residente en Valparaíso, quien con-sideraba que el joven Augusto reunía las condiciones para recibir una mejor educación que la proporcionada en el colegio de Lambayeque donde estudió sus primeros años. Por ello se propuso tomarlo a su cargo y, con anuencia de la familia Leguía Salcedo, lo llevó a Valparaíso, donde lo matriculó en Goldfinch y Bluhm, el mejor colegio inglés de instrucción comercial de la zona, en el que la elite de la sociedad porteña era educada. En ese colegio en el cual también es-tudiaron otros ilustres peruanos que más tarde figuraron en política y negocios, como Manuel González Prada, Guillermo Billinghurst, Jorge Basadre y el héroe Alfonso Ugarte Vernal, con quien Leguía hizo una gran amistad, fundamental para su temprana incorporación a la política. En esa experiencia escolar, Leguía se vinculó con futuros personajes políticos chilenos de centro, relaciones que le servirían más tarde para lograr acuerdos relevantes entre Perú y Chile.

Alberto del Solar, también alumno chileno de ese colegio y luego soldado en la Guerra del Pacífico, escribió en su diario de campaña sobre el mencionado plantel, al que llama Instituto Sudamericano, una escuela de gran reputación por tener una mayoría de profesores educados en Oxford y Cambridge. Sus fundadores fueron el severo e inflexible ciudadano inglés, Mr. Goldfinch, y el tan paternalista como amigable alemán Bluhm, cuyo renombre databa de mediados del siglo XIX, tiempo en que ya eran favorecidos por la confianza de familias chilenas de elite que envia-ban a sus hijos a su institución con la seguridad de que aprenderían a la perfección el idioma inglés, las matemáticas, las humanidades y el cultivo de la moral. Leguía aprovechaba los fines de semana para conversar con ellos mientras tomaban té, y adquiría mayores conocimientos tanto en humanidades como en lenguas, oportu-nidades que le permitieron conocer a importantes personalidades de la época.

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Breves rasgos biográficos

Luis Alberto Sánchez describe este colegio como un instituto impecable en cuanto a seriedad de estudios e indica que solía ser comparado con cualquiera de los mejores centros europeos de estudios económicos de la época, pues Valparaíso era el puerto chileno donde primero llegaban los viajeros procedentes del Viejo Continente, quienes luego de atravesar el Atlántico pasaban por el cabo de Hornos.

La biografía de Leguía tiene grandes vacíos en las primeras dos décadas de su vida, desde sus estudios escolares hasta su experiencia como soldado durante la Guerra del Pacífico. Ambos hechos debieron haber sido un gran desafío y fueron también primordiales para moldear su pensamiento y experiencia como empresario, habilidades que luego trasladaría a la política.

Su padre, Eustaquio Leguía, se dedicó a la agricultura como administrador de la hacienda Pátapo. Por el lado materno, Carmen Salcedo y Taforó también descendía de españoles; su familia era propietaria de haciendas al sur de Lima. Por esta rama, la historia de la familia Salcedo indica que hubo dos hermanos Salcedo Peramás: Bernardino, abuelo de Augusto B. Leguía Salcedo y dueño de la hacienda Mayascón, donde el futuro presidente pasaría buena parte de los primeros años de su vida; y Ma-nuel, abuelo de los Salcedo Zapata, propietario de la hacienda Talambo, entre otras.

La abuela de Augusto B. Leguía, María del Carmen Taforó Salcedo Zapata, nacida en Valparaíso, era hermana del arzobispo del país sureño, monseñor Francisco de Paula Taforó Zamora, un vínculo que, curiosamente, no se men-ciona en los textos escritos por amigos del expresidente; solo se indica que había relaciones familiares entre ellos. En su momento el prelado había causado un grave problema entre el Vaticano y el gobierno chileno, porque este lo proponía como candidato a cardenal y la Santa Sede se opuso. Tal vez este olvido u omi-sión del nexo familiar con ciudadanos chilenos podía relacionarse a que la me-moria colectiva de los peruanos —y probablemente también la de Leguía— aún se sentía afectada por los estragos de la Guerra del Pacífico y el fuerte sentido de identidades nacionales que recrudecieron a partir de 1879. De acuerdo con los estudios genealógicos de Javier E. Ponce Riofrío, Ladislao Espinar, pariente de los Salcedo y tío de su esposa, se casó con una sobrina del monseñor Taforó2.

2 Ponce Riofrío, Javier E. Entrevista personal del 26 de octubre de 2012. El señor Ponce ha iniciado y completado un estudio genealógico de la familia Salcedo. La esposa del señor Ponce es descendiente de Manuel Salcedo Peramás.

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La familia Leguía Salcedo acordó que su joven hijo Augusto debía recibir una educación mejor que la proporcionada en el Colegio Nacional de Lam-bayeque, por lo que fue enviado a Lima donde unos familiares. Sin embargo, el húmedo clima de la costa acentuó el problema bronquial que sufría desde pequeño. Esta circunstancia hizo que, aprovechando el parentesco existente con el arzobispo de Chile y el interés que Augusto produjera en el acaudalado propietario de la hacienda Pátapo, José Tomás Ramos, sus progenitores acep-taran la propuesta de ponerlo bajo su tutela para matricularlo en el famoso colegio chileno Goldfinch y Bluhm.

Santiago y Valparaíso eran, desde principios del siglo XIX, ciudades chi-lenas de mucha importancia, en las que imperaba la política liberal —con diarios como El Mercurio, fundado en 1827—. Ambas ciudades competían a la par en negocios de corte británico y tenían una intensa vida cultural, que fue de la mano con la fundación de la Universidad de Chile, tomada del mo-delo francés —con una fuerte tendencia al estudio de las humanidades—. De esta educación sólida habría surgido el sentimiento chileno que acrecen-taba su conciencia nacional y de superioridad respecto a los demás países hispanoamericanos, ya que Chile era tomado como una república mode-lo —así llegó a aparecer alguna vez en el Times—, por lo que británicos y franceses aceptaron gustosos de contribuir en la educación de su población. Desde 1877 se alentaba a las mujeres en el estudio de grados profesionales, y para 1879 ya existían 27 liceos públicos y numerosas escuelas secundarias privadas en las que estudiaban gran parte de los líderes políticos.

Leguía fue un alumno destacado desde la infancia y llegó a dominar el inglés como lengua propia mientras establecía amistades, vinculaciones so-ciales y políticas. De esta manera, por su interés en los números, esfuerzo, perseverancia e independencia logró hacerse por sí mismo de una carrera. A los quince años, durante el verano de 1878, dada la vinculación que se esta-bleciera entre el joven Leguía y los señores Goldfinch y Bluhm, el futuro pre-sidente tuvo la oportunidad de conocer a Manuel Pardo, fundador del Partido Civil del Perú, quien se interesó por él. Le hizo diversas preguntas sobre sus estudios, para luego recomendarle que usara sus buenos conocimientos para servir a la patria. Cada uno quedó impactado por la personalidad del otro, y

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Breves rasgos biográficos

Leguía no olvidó su vestimenta con levita negra, pantalón oscuro y botines de charol, una moda que más tarde adoptaría como propia. Se infiere que este encuentro le habría sugerido el encargo de continuar la obra trunca de Pardo, quien al encomendarle a Leguía ser útil para su país, le habría estado inician-do en el propósito de sucederlo como continuador de la modernización.

Al parecer, monseñor Taforó también se percató de los valores del sobrino, por lo que se empeñó en internarlo en un seminario para seguir la carrera eclesiástica, una misión que Leguía no logró por falta de vocación. En lo que no se equivocó el religioso fue en su percepción e intuición para vislumbrar que, en el joven en formación, existían capacidades que más tarde lo llevarían a regir los destinos del Perú.

2. DEL COLEGIO A LA ACTIVIDAD PRIVADA

Leguía terminó su educación comercial en el puerto chileno, donde vivió muy austeramente mientras lo capacitaron para la administración bursátil. Sus habilidades personales le permitieron completar en dos años —a la edad de 15— una carrera que constaba de cuatro y que le auguraba un desempeño en altos cargos. Desde temprano mostró inquietudes por adquirir conocimientos, fruto de lecturas selectas entretejidas con historia y aprendizaje del idioma ale-mán —debido a la numerosa inmigración germana extendida por el país sure-ño—, un empeño que más tarde se tradujo en una vida exitosa como empre-sario, aun cuando no había pasado por aulas universitarias como sí lo hicieran algunos de sus predecesores en la política peruana.

En 1878, a los 15 años de edad, Leguía salió de Chile —donde no se quería a los peruanos— rumbo a Lambayeque. Tres meses después comen-zó a trabajar en la prestigiosa firma comercial de los hermanos Enrique y Carlos Prevost de Lima. Se inició modestamente pero pronto logró que sus jefes apreciaran sus aptitudes y conocimientos en el manejo de los negocios. Al estallar la guerra, cumplidos los 17 años de edad, el futuro presidente consiguió licencia de sus jefes y se enroló como voluntario para recibir ins-trucción militar. Fue destinado al batallón de reserva creado por Piérola,

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donde conoció la vida de los cuarteles carente de comodidades. En 1881 peleó contra Chile en el Reducto N° 1 y en el Batallón N° 2, al mando del coronel Manuel Lecca, en la batalla de Miraflores, un hecho que le permitió llegar al grado de sargento segundo. Posteriormente le tocó vivir inmerso en un ambiente adverso a la guerra, en el cual nuestro ejército lucía derrotado, sin control del Pacífico, y en el que el país en general aparecía desgarrado social, económica y políticamente, con su aparato productivo destruido.

El accionar de Leguía, para ese entonces, ya mostraba un grado de madu-rez propio de un sistema de educación avanzado, como el obtenido duran-te sus años de estudiante en el colegio chileno, puesto que tanto Valparaíso como Santiago habían sido, desde principios del siglo XIX, las ciudades su-reñas de mayor importancia: espacios donde la política liberal y la creciente vida intelectual solían ir aparejadas con el modelo francés de tendencia litera-ria e histórica, mientras al mismo tiempo ambas urbes competían por nego-cios de inversionistas británicos. Desde la Independencia de España se había generado en Chile un largo y firme proceso para formar un Estado-Nación de carácter fundacional, cuyo agente básico fue la elite ilustrada, imbuida de la dinámica social e intelectual adquirida de corrientes europeas, tanto de pensamiento como de arte. Se formó así una conciencia liberal y nacionalista chilena, un factor importante como motor de progreso y modernización que, desde sus inicios, se definió por oposición a lo español, y forjó así una cultura propia sobre la base de elementos ajenos.

Terminada la contienda militar, Leguía regresó a la Casa Prevost, donde logró adquirir mayor experiencia. Cuando la empresa se vio obligada a cerrar como consecuencia de la severa crisis producida por la guerra, fue contratado como agente de seguros por New York Life Insurance Co., una compañía que le asignó plazas en Trujillo, Chiclayo y Piura. Logró diversos éxitos finan-cieros que le permitieron ser asignado para trabajar en Guayaquil, Ecuador, donde al mes y medio de haber llegado consiguió asegurar en una sola tran-sacción la suma de tres millones de dólares, una cantidad por entonces con-siderada astronómica y de la cual obtuvo una ganancia de veinte mil dólares, una cifra también estimable. Ese rendimiento le significó un nombramiento como jefe en las oficinas de la compañía en Centroamérica, para luego pasar

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a encargarse de la gerencia para Perú, Bolivia y Chile. Así, a la par que se vin-culaba con otras firmas, adquiría fama continental en los medios bursátiles de América y acumulaba grandes cantidades de dinero. Luego invirtió en la agricultura peruana, adquiriendo propiedades al igual que sus antepasados —aunque él prefirió hacerlo en la zona sur del país, en Cañete y Chincha, y después, en el valle de Ate—. Por aquellos años, junto a su hermano Carlos, el futuro mandatario formó la sociedad Carlos Leguía y Cia. para dedicarse a las exportaciones de arroz, azúcar y cueros. Estableció también la Compañía de Seguros Sud América, a la que renunció para hacerse cargo de la British Sugar Limited, un consorcio formado sobre la base de las haciendas Cerro Azul, Santa Bárbara, Casa Blanca, La Huaca y La Quebrada en Cañete, así como otras de su propiedad u obtenidas a partir de su matrimonio con la señora Ju-lia Swayne Mariátegui, en 1890. De lo descrito se desprende que su actividad como agente de seguros le permitió ganar importantes cantidades de dinero antes de cumplir los treinta años de edad. Mucho antes de lanzarse a la políti-ca, se había convertido en uno de los más exitosos empresarios peruanos. Se entiende así cómo es que, luego de su educación comercial en Valparaíso y sus experiencias de “primera mano” —palabras propias de la época para indicar la procedencia del pensamiento anglosajón europeo y su pragmática actitud aplicada a la modernización— en empresas extranjeras, Leguía entendiera las finanzas como un proceso muy conectado a los empréstitos y concesiones con el fin de lograr progreso y prosperidad.

Después de eso, sin ideología ni trayectoria política, se convirtió en el mi-nistro de Hacienda del presidente José Pardo —Leguía fue una alternativa frente al desgastado civilismo reinante—. La ironía es que, a diferencia de su homólogo argentino Yrigoyen, Augusto B. Leguía entró al gobierno siendo un hombre adinerado y salió pobre de él.

Sobre este punto, Alicia Cabada Cipriani de Cervera —hija del marino Teodosio Cabada, fiel edecán de Leguía— refiere que, cuando su padre fue embajador en La Habana, se casó con un cubano y al triunfar la revolución de Castro emigraron a Miami; poco tiempo después regresó a Cuba en calidad de peruana e hija de diplomático con el propósito de solicitar ayuda para un familiar de su esposo. Al presentarse ante el entonces embajador del gobierno

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de Sánchez Cerro, Ignacio Brandaríz, este le comentó que debía contarle una historia real: “Cuando Leguía era presidente, yo pertenecía a la oposición y terminé condenado a varios años de prisión: ya te imaginarás mi antipatía hacia quien me privó de libertad. Cuando Leguía fue derrocado, Sánchez Ce-rro me nombró ministro y me alegré de tener la deseada oportunidad para dedicarme a buscar pruebas sobre su apropiación de bienes del Estado. Con gran sorpresa no encontré absolutamente nada de algún desfalco que Leguía hubiera cometido, y creo que es mi deber contarte esta historia para que tu honorable padre pueda disfrutarla”3.

De igual modo, Luis Alberto Sánchez, con motivo de los 48 años de la muerte de Leguía, afirmaba que el gobierno de este mandatario fue de obras pragmáticas y de construcción de infraestructura, y sostenía que Leguía quiso hacer un Perú moderno en base a su autoridad destruyendo a los partidos políticos, aunque estos ya estuvieran muertos de antemano. Es allí, aseguraba, que durante su mandato algunas personas hicieron dinero, pero que ese no fue el caso de Leguía. Por su lado, el historiador Juan Luis Orrego, en entrevista personal, indica que el expresidente murió pobre, sin siquiera un terno para ser vestido en su ataúd, y que amigos suyos se lo tuvieron que proporcionar.

Hacia 1895, ciertas condiciones impuestas por la legislación del gobierno peruano para las empresas extranjeras provocó resistencias. Entre tales com-pañías, una de las más poderosas era la New York Life, a la cual Leguía repre-sentaba, por lo que este decidió viajar a la casa matriz en Norteamérica para presentar un informe completo sobre la liquidación que le confiaron. La Tes-tamentaría Swayne, teniendo en cuenta estas circunstancias y sus condiciones en los negocios, le nombró su apoderado; por ello, Leguía viajó de Nueva York a Londres para liquidar la organización de la agrícola British Sugar Company Limited, de la que fue gerente, trasladando a Lima una nueva empresa que pu-diera atender las necesidades del momento. Así, fundó la Compañía de Seguros Sud América y logró consolidar una independiente situación económica. Más tarde, debido a razones políticas, al término de su primer mandato, Leguía vivió en Londres manejando sus negocios, donde su prestigio y cualidades persona-

3 Cabada Cipriani de Cervera, Alicia. Entrevista personal del 21 de abril de 2012.

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les le permitieron vincularse con los principales financistas mundiales. Por lo mismo, la Cámara de Comercio Latinoamericana con sede en Londres lo eligió como su presidente, nombramiento que le permitió obtener mayores vínculos y relaciones mercantiles entre los países europeos y América4.

3. DE EMPRESARIO A POLÍTICO Y MINISTRO DE ESTADO

Como se puede apreciar, el joven Leguía, de contagiosa simpatía perso-nal, culto de conversación original, audaz en sus planteamientos y self made man —como se denomina a quien por su esfuerzo personal ha obtenido una buena cantidad de dinero—, conquistó los salones de la aristocracia limeña ayudado por su gran pasión hacia el turf, la que, como se verá más tarde, conservó hasta el último momento. Leguía ingresó a la política como un hombre cultivado y moderno, con visión y experiencia empresarial. Con-taba con excelentes relaciones comerciales en Nueva York y Londres, y con un nombre que se fue haciendo conocido al punto de lograr establecer con-tactos con la banca internacional e incursionar en asuntos de exportación. Leguía poseía una estructura mental de hombre de negocios apto para fun-ciones públicas, unida al deseo de progreso y eficiencia que el Perú necesita-ba para desarrollarse en una época de importantes transformaciones, que el cambio de siglo trajo consigo. Además, pertenecía a una nueva generación, cuyo propósito era forjar un Perú ordenado, próspero y estable, a semejanza de la imagen liberal europea.

En ese lapso, varios partidos trataron de atraer a Leguía a sus tiendas políticas, a lo cual este se negaba por no estar entre sus planes, hasta que Manuel Candamo —conocedor de su talento y tacto político— logró con-vencerlo de que la patria lo reclamaba por su inteligencia, preparación, for-tuna y honestidad; una solicitud que tal vez trajera a su mente recuerdos guardados de experiencias vividas desde la infancia en Lambayeque y más tarde en Chile, así como también los estragos de la guerra, que motivaron su amor por el Perú. Sin embargo, ya por ese entonces el joven ministro de

4 Bustamante Robles, Carlos E. Apellido símbolo, Leguía y Salcedo. Lima, 1928, pp. 30-44.

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40 años de edad era mirado con recelo ante la posibilidad de llevar la difícil carga y responsabilidad que implicaba manejar las finanzas del país.

Al respecto el historiador Howard Karno y Luis Alberto Sánchez coinciden en señalar el mal momento financiero sufrido por la familia Swayne y Mariáte-gui, propietaria de negocios y haciendas en Cañete, que Leguía logró arreglar con facilidad debido a sus habilidades financieras metódicas y audaces. A través de su matrimonio con la señora Julia Swayne, Leguía se vinculó con esta fami-lia numerosa, de procedencia tan antigua como la Independencia del Perú. El crecimiento financiero de Leguía se produjo entre 1890 y 1900, período en el que llegó a obtener una renta anual de 240,000 soles, una suma que no ganaba ni siquiera el presidente de la república de esa época, hecho que consta en un documento firmado. Igualmente, entre sus bienes propios tenía una hacienda en el norte y un criadero de caballos en el Haras Vilcahuaura.

Estudios del historiador norteamericano Peter Klaren indican que, durante la última década del siglo XIX, se produjo una desaceleración de la inversión extranjera, por lo que, para mejorar la economía, fue preciso regresar a la acu-mulación de capital doméstico. Se inició así una etapa de recuperación indus-trial basada en la mayor producción y la venta de productos agrícolas, cuyas ganancias permitieron una mayor eficiencia de azucareros, mineros y comer-ciantes exportadores, que pasaron a ubicarse en primera línea. Como ejemplo de ello, el capital bancario se cuadruplicó en una década y permitió que en 1896 se abriera la Bolsa de Valores de Lima5.

El siglo XX comenzó arrastrando una carga de subdesarrollo atribuible a la formación de un círculo estrechamente vinculado a personajes acaudalados que compartían intereses e ideas en común, y dominaban el escenario político y económico del país. Era esta una elite cerrada y paternalista: la oligarquía, denominada con mayor precisión por Armando Villanueva del Campo como una “plutocracia”, la cual presentaba características endogámicas, expresadas en matrimonios efectuados entre el selecto número de familias prominentes que la conformaban. Dicha oligarquía enlazaba amistad e intereses comunes,

5 Klaren, Peter. Nación y sociedad en la historia del Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2004, pp. 256-258.

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controlando la participación de las diversas categorías sociales o profesiona-les en los puestos estatales. De igual modo, sus líderes no estaban interesados en las grandes masas populares, sino solo en obtener los máximos beneficios para su pequeño círculo y el mínimo para los sectores medios. De esa manera controlaron el Estado y sus recursos durante la República Aristocrática, pro-moviendo intereses clasistas.

Augusto B. Leguía es considerado fruto de su tiempo (1890), una década que marcó el encuentro con el nuevo siglo y en la que él, como empresario exitoso y consecuente con el germen de su mentalidad inglesa, aprovechó el equilibrio económico preponderante en el mundo ilustrado occidental, ya recuperado del largo período napoleónico. En esos momentos dos países pugnaban abierta-mente por controlar la esfera económica mundial con sus capitales: Estados Unidos, caracterizado por su comercio, e Inglaterra, conocida por su función fi-nanciadora. Estos intereses coinciden con el establecimiento en el Perú de com-pañías como Backus y Johnston, British Sugar y Peruvian Amazon, instituidas en Londres. A través de su educación, negocios y viajes, Leguía admiraba a los angloparlantes favoreciendo sus inversiones, aunque sin descuidar las ventajas de la presencia norteamericana.

En 1896 Leguía destacó en diversas actividades, como la de director de la Sociedad Nacional de Industrias; en 1897 participó en la fundación del Banco Internacional, del que fue director, y junto con otros socios obtuvo concesiones en el oriente peruano para explotar caucho en diez mil hectáreas. Más tarde, impresionado por las habilidades mostradas como director de la Compañía de Seguros Rímac, Manuel Candamo le propuso ocupar el Ministerio de Hacien-da, un encargo que Leguía no aceptó en un primer momento.

Haciendo un poco de historia del contexto de entonces, encontramos que Piérola pactó con el pardismo hacia fines de su gobierno, y terminó así entre-gándose al civilismo en 1899. En ese año, el demócrata Eduardo López de Ro-maña accedió al poder gracias a la alianza electoral de su partido con el Civil, cuya influencia resultó preponderante desde 1899 hasta 1903. Mas aun, fue este partido el que gobernaría al final, empleando la intriga y deshaciéndose del Partido Demócrata que lo había llevado al poder. Al término de su mandato

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lo sucedió Manuel Candamo, también civilista y perteneciente al grupo domi-nante, al que Leguía accedió mediante su matrimonio, integrando desde enton-ces el círculo de poderosas familias que formaban parte de un núcleo cerrado dentro del influyente Partido Civil. Leguía apoyó a Candamo, vencedor en las elecciones del 25 de agosto de 1903. El candidato ganador, al asumir el mando, propuso a Leguía ocupar la cartera de Hacienda. Este, que trabajaba en la Bri-tish Sugar Company y estaba bastante vinculado con los círculos financieros de Estados Unidos, poseía propiedades y negocios prósperos forjados con su esfuerzo propio, que lo convertían en la persona adecuada para el cargo y, aun-que había manifestado no estar dentro de sus proyectos la vida política —fuera de colaborar con López de Romaña en el Ministerio de Agricultura y contribuir con la campaña de Candamo—, terminó aceptando para servir a la nación6.

En 1904, después del prematuro fallecimiento de Candamo, Leguía traba-

jó activamente junto a un grupo de gente joven para la candidatura de José Pardo del Partido Civil. Al ganar las elecciones, este lo mantuvo al frente del Ministerio de Hacienda. Eran momentos en que luchas internas, rivalidades personales y enfrentamientos para controlar el partido podían mellar la co-hesión. Al aceptar el cargo de ministro de Hacienda y Comercio en 1903 y encontrar que esta cartera carecía de recursos por falta de ingresos en el país, invirtió algo de su propia fortuna para luego, al iniciar reformas mediante impuestos, lograr que los fondos públicos aumentasen. Poco después, El Co-mercio comentaría que nunca se había visto tanta iniciativa y actividad en anteriores gabinetes (Karno, 92).

Este incremento en las rentas era de primordial importancia para su polí-tica hacendaria y de modernización, particularmente al comprobar que la re-caudación de impuestos era casi inexistente, y que quienes debían contribuir con el Estado lo hacían en una proporción menor a la que les correspondía. A fin de conseguir sus propósitos, presentó al Congreso varias reformas que fueron objeto de numerosos debates propiciados por los civilistas, quienes no se mostraban de acuerdo con tales medidas. Leguía también insistió en

6 Godberson, Guillermo. Augusto B. Leguía en la historia del Perú. Lima: Editora Huellas del Universo, 2012. El autor estudió filosofía y teología. Se desempeñó como escritor, periodista y empresario.

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las ventajas que proporcionaban los empréstitos para efectuar obras públicas cuando los impuestos no permitían satisfacer las necesidades del Estado, mo-tivo por el cual era preciso y de primordial importancia restablecer el crédi-to externo perdido hasta ese momento por la fragilidad de la moneda y por los problemas en la ejecución de contratos ferroviarios. Esta política produjo apasionados debates y polémicas, dentro y fuera del ámbito congresal, entre el ministro Leguía y talentosos políticos de oposición, como Joaquín Capelo y Antonio Miró Quesada. El primero era un conocido ingeniero, sociólogo y senador que pertenecía al Partido Demócrata, mientras que el segundo era un periodista, abogado y político que estudió en Lima y en Londres, también destacado miembro del Partido Civil, diputado y presidente de esa Cámara entre 1905 y 1910, y director del diario El Comercio.

Desde su gestión ministerial, Leguía concebía y proyectaba la ejecución de una extensa red ferroviaria que llegara a los más lejanos parajes, obra que aportaría grandes beneficios para el desarrollo y modernización del país. De esa época también data la creación de la Compañía Peruana de Vapores y el di-que del Callao, la reforma aduanera, la organización de la Compañía Salinera del Perú, el acuerdo Leguía-Eyre de 1907 para la construcción —por medio de la Peruvian Corporation— de las ferrovías La Oroya-Huancayo, Sicuani-Cus-co y Chileta, así como la creación de la Caja de Depósitos y Consignaciones, y el empréstito con el Banco Alemán Transatlántico –cuyo pago se garantizaba con las rentas producidas de los estancos de sal y de los fósforos—. Ese fue el primer gran préstamo desde que se cancelara la deuda externa de la época del presidente Cáceres. Los congresistas Capelo y Miró Quesada se opusieron al proyecto ferroviario propuesto por Leguía, pues consideraban que el Estado había fracasado en sus intentos por actuar como empresario7. Como se puede apreciar, el ministro Leguía tenía en mente la necesidad de conectar costa, sierra y selva a través de una red ferroviaria que permitiera a los productores llegar con mayor rapidez a los puertos para facilitar sus exportaciones. En 1901 el futuro presidente ya consideraba imperativo construir un ferrocarril

7 Con motivo del vigésimo quinto aniversario del fallecimiento de Leguía, el Semanario Peruano del 13 de febrero de 1957, volumen VIII, #4, le dedica la carátula y las cuatro páginas siguientes con el título “Augusto B. Leguía: Discutido ayer y hoy. Es deber señalar a las nuevas generaciones sus aciertos y sus yerros”. De ellas se extrae la información resumida en este punto.

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que uniera Pisco con Lima mediante inversiones extranjeras, un plan que el gobierno de turno desestimó y hasta hoy es tema controversial por seguirse dando preferencia a la construcción o reparación de carreteras en vez de obte-ner la mayor eficiencia que implica el transporte ferroviario para movilizarse por nuestro agreste territorio, desde la costa hasta la selva amazónica, pasan-do por las escarpadas regiones andinas.

En noviembre de 1906, cuando Leguía era ministro de Hacienda de José Pardo, debió resolver rápidamente los problemas suscitados en una coyuntura determinada por la variación del precio de la moneda de plata, que produjo una crisis monetaria inesperada. Esta repuntó súbitamente tras haber perma-necido durante mucho tiempo en un nivel bastante bajo, lo que originó que el valor del metal contenido en diez monedas de sol de plata excediera al de una libra peruana de oro. Se produjo así la mencionada crisis. Se multiplicaron los desacuerdos entre los vendedores, quienes se negaban a dar vuelto mientras los consumidores alegaban no tener una moneda de menor valor para pagar.

Algo semejante ocurrió con los carros del tranvía urbano, donde también hubo dificultades porque los pasajeros pretendían pagar sus boletos en libras de oro y los conductores no se sentían obligados a cambiar monedas mayores a un sol de plata, ni tampoco disponían de las pequeñas monedas necesarias para dar rápidamente vuelto a monedas de libra y media libra de oro. En consecuencia, la población reaccionó pensando que más valía la moneda de plata y decidieron esconderla para acapararla y enviarla fuera del país. La eficiencia del ministro Leguía permitió que el gobierno actuara con rapidez, pues ordenó que se acuña-ran monedas de oro de un quinto de libra, al mismo tiempo que, mediante ley, creó un impuesto a la exportación de las monedas de plata: una estrategia que, en paralelo, desactivaba una posible desmonetización. Además, la acuñación de estas pequeñas monedas no exigía mayor gasto fiscal, por lo que resultó fácil tran-quilizar al público al permitirles poseer todas las que necesitara y solucionar los problemas suscitados por el cambio de monedas de mayor valor.

Entre los logros de Leguía como ministro, se encuentra el haber conseguido que el Perú calificara para obtener préstamos que permitieran mejorar las con-diciones del país gracias a la modernización de la administración pública. Entre

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ellos, pudo acceder a un empréstito de Lp. 600,000, contratado por el gobierno con capitalistas de Berlín, una suma que se asignaría para fortificar el Callao y comprar dos buques que en ese momento eran los mejores de su género y per-mitirían afrontar cualquier contingencia bélica, pues las relaciones del Perú con los países limítrofes no eran tranquilizadoras por esos años. Es posible inferir a través de estos hechos que en la mente de Leguía continuaba vigente la expe-riencia vivida en la Guerra del Pacífico.

En un artículo publicado por La Tribuna por el centenario del nacimiento de Leguía, se analizaba sus proyectos tributarios como ministro, consideran-do que, después de haber reconstruido la fortuna de la familia Swayne —labor asumida a la muerte de su suegro—, inició una política financiera de corte nuevo, que condujo a un sustancial incremento de la renta nacional. La mo-dernización de la administración pública exigió la creación de nuevos im-puestos, una propuesta que la oligarquía —para quien había trabajado hasta entonces— siempre le reprochó.

En 1963, a raíz de la conmemoración del centenario del nacimiento de Le-guía, ediciones especiales de algunos diarios consignaban que este presidente fue una de las figuras más importantes para arrancar al Perú del adormeci-miento “semicolonial” y “semidemocrático” en el que permanecía sumido, y que, con gran percepción de la realidad, había comprendido que el país nece-sitaba salir del retraso en el que estaba. Para ello juzgó necesario emprender una obra de reconstrucción total, que creara un espíritu de optimismo que hiciera posible expandir las energías latentes del país, al mismo tiempo que aplicaba leyes adecuadas para fomentar la explotación de sus riquezas. Así, de un Perú rico pero con políticos únicamente retóricos, sin ideales colectivos ni noción de esfuerzo, Leguía había forjado un nuevo país con un brillante por-venir. Para fundamentar que Leguía fue un político con visión empresarial, se revisa su espíritu de empresa en el sentido de ejecutar obras con mentalidad económica expresada a través de una sistemática administración de ingresos y gastos. Luego la incorporaría a su gestión ministerial, con un concepto claro de lo que debía ser en el futuro un Perú moderno, mientras que, por sus pro-pios medios, se iba construyendo como político en el camino a la presidencia de la república. En ese lapso se determina que Leguía fue un mandatario no

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coincidente con la idea que, hacia fines del siglo XIX y principios del XX, se tenía de un gobernante, así como también fue un visionario que consideró la importancia de fomentar un espíritu empresarial que se correspondiera con ese período y las implicancias que suponía la existencia de una oligarquía —palabra acuñada en 1877, según Basadre, por José Andrés Torres Paz en un folleto llamado La oligarquía y la crisis—8.

4. HACIA LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO

Es importante determinar la relación existente entre oligarquía y civi-lismo, así como la desventaja de Leguía en ese contexto. Por su origen y educación fuera del país, en la mentalidad de la época se consideraba que carecía de las amistades que en esos grupos suelen originarse desde la etapa colegial y que sirven para el posterior desenvolvimiento personal en el te-rreno económico, social y político. En contraste, la educación de los presi-dentes anteriores sí respondía a dicho patrón: Manuel Pardo y Lavalle inició sus estudios en el Convictorio de San Carlos para luego especializarse entre Barcelona y Francia; López de Romaña estudió en el Seminario de San Jeró-nimo y luego se graduó de ingeniero civil en Londres, para más tarde traba-jar en puentes metálicos de vías férreas en Brasil; Manuel Candamo siguió estudios universitarios en el Convictorio de San Carlos e ingresó a la Uni-versidad Mayor de San Marcos, donde obtuvo el grado en Jurisprudencia, y José Pardo y Barreda, de igual modo, estudió en Lima. Augusto Leguía, no obstante carecer de educación superior, fue un presidente peruano que pasó de un colegio chileno a pelear en la guerra contra Chile, y luego a trabajar como “político con visión empresarial” para manejar el país, evidencias re-flejadas en sus actividades financieras.

Se intenta definir el concepto preliminar que, como tal, existía hacia fines del siglo XIX y principios del XX en el Perú y otros países de la región, pero después de los aportes de Alfonso Quiroz y Howard Karno en su tesis sobre

8 Macera, Pablo. Conversaciones con Basadre. Segunda edición aumentada con un epílogo y notas de Jorge Basadre. Lima: Mosca Azul Editores, 1979, p. 143.

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Leguía es poco lo que se ha producido como novedad en este campo, salvo los trabajos de Felipe Portocarrero, Carmen Mc Evoy y la historiadora francesa Ombeline Dagincourt. El debate entre oligarquía y empresariado, presente ya en esos días, es un tema interesante hasta hoy por considerarse la labor em-presarial como una importante experiencia previa para las personas que más tarde tomarán decisiones políticas y económicas en el manejo del país.

Sobre el contexto de los siglos mencionados, Mc Evoy afirma que la eli-tización de la actividad política se manifiesta en la aparición de un grupo poderoso que compartía conciencia de clase y que, por sus frecuentes viajes al extranjero, adquirió un sentido cultural y un estilo de vida semejante al de otros países más desarrollados. Así, ese grupo se caracterizaba por el consu-mo intensivo de productos importados y habitaba en convivencia frecuente, reuniéndose en clubes y balnearios exclusivos, además de mostrar tendencias endogámicas. Ante la ausencia de un sólido aparato estatal, cumplía las fun-ciones del ordenamiento republicano conservador y colaboró en el reforza-miento de las tendencias paternalistas.

El modelo cumplió con la función de legitimar un estilo de gobierno en el que los asuntos nacionales se trataban como si fueran familiares, con mecanismos y funciones que se definían según el grupo hegemónico que los manejaba. Se entiende entonces que la aristocracia ingresara en este concepto, si se considera que una clase privilegiada y generalmente here-ditaria controlaba el poder político. La oligarquía se consideró una forma de gobernar en la que el poder supremo era conducido por un reducido conjunto de personas pertenecientes a la misma clase social. El historiador Jesús Cosamalón considera que el Partido Civil irrumpió en momentos de consolidación de la sociedad civil y de renovación de la vida pública, y que su proyecto estaba basado en mantener el orden a partir de un apoyo ciuda-dano más amplio: aspectos estrechamente ligados entre sí para permitir una participación mayor en términos culturales y sociales. Fue en este escenario que apareció Leguía en la política.

Desde su primera presentación en el Congreso, su actuación como ministro

de Hacienda permitió apreciar que se regía según su experiencia empresarial.

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Así, propuso establecer una diferencia de rangos y sueldos en todos los campos de la administración pública, de acuerdo con las responsabilidades de cada fun-cionario. El objetivo era obtener mejores resultados, tal como lo haría hoy un ejecutivo que pretende estimular el mejor rendimiento de sus empleados. Entre los anuncios efectuados en esa oportunidad, Leguía ofreció que formularía pro-yectos de ley para aumentar los ingresos de la república; para lograrlo, propuso un plan de desarrollo económico que, en vez de rendir cuentas sobre las deudas —como lo hicieran sus predecesores—, las haría por el superávit obtenido.

Su visión administrativa permitió mejorar las entidades que consideraba poco competentes, como el servicio de Aduanas y el Tribunal Mayor de Cuentas. Para la primera —como hizo en otros rubros— propuso diferenciar las jerarquías y la responsabilidad de los empleados para generar mayor rendimiento, eficien-cia y competencia. Para la segunda, Leguía no concebía la buena marcha de la administración pública sin la existencia de un cuerpo censor cuya acción fuera desempeñada con la mayor altura, por tratarse de ejercer funciones moralizado-ras, ya que no son los hombres sino las instituciones las que deberían regir los destinos del país. Por tanto, su organización no debía constar de disposiciones transitorias —tal como estaba estructurada en ese momento—, sino más bien de un proyecto profundamente estudiado, con visión del futuro, que respondiera a las necesidades del país y pudiera ser comparado con leyes que norman la vida de otras instituciones del mundo. De igual forma, para mejorar el interés del fisco, había que cambiar el sistema entonces vigente para revisar cuentas y ac-tualizarlo de acuerdo con nuevos patrones, empezando por las cuentas actuales y no por orden de antigüedad, evitando de esa manera que muchos deudores o fiadores no existieran ya, y fuera, por tanto, imposible cobrarles.

Cuando Leguía entró al gabinete, el sol peruano equivalía a 48.6 centavos en relación con la moneda norteamericana; en pocos años esa suma se duplicó al imponer impuestos, suprimir monopolios que no producían beneficios para el bienestar del país, construir muelles y crear compañías de vapores para favorecer el comercio: hechos concretos que mejoraron los ingresos del Estado y permi-tieron a los peruanos entender que hubo esfuerzos económicos para el Perú y su población. Asimismo, constituyó una novedad el hecho de suscribir un contrato con el Deutsche Bank de Berlín, en su agencia de Londres, para abrir una cuenta

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corriente a la Dirección del Tesoro Público Peruano, en la que se abonaría un interés de 1½% menor al fijado por el Banco en Inglaterra, cuidando de que tales abonos no excedieran de un cierto tope, con lo que se ahorraba ese monto para el Estado. Además dicho banco cargaría, en beneficio del Tesoro Peruano, un 1/8% de comisión sobre todas las operaciones que este hiciera de los fondos acumulados en esa entidad. Estas operaciones mostraron el esmero de Leguía sobre el erario nacional, con su hábil manejo de instrumentos financieros, y sus conexiones internacionales que se extendían hasta Alemania.

La trayectoria de Leguía fue diferente a la de otros políticos latinoameri-canos y distinta, por su manera de ejecutar, con mano férrea, la solución a los problemas de índole comercial, industrial y financiero. Consiguió así que la deuda pública per cápita en el Perú fuera menor a la de cualquier otra parte del mundo. El periodista norteamericano Marcosson indicaba por entonces que Leguía debía considerarse como un gran constructor con visión de un país próspero, y que su estructura de hombre de negocios y estadista era una rara condición de la época.

En entrevista con Armando Villanueva del Campo, el líder político aprista y estudioso del período del presidente Augusto Leguía, sostiene que el térmi-no “empresario” era entendido en esos años en función tanto de la propiedad de la tierra como de las empresas de comercio y banca. Se consideraba que los terratenientes, acostumbrados a manejar sus negocios, intervenían en asuntos de la política de acuerdo con sus conveniencias, y que desde 1870 el comercio de los empréstitos era parte de la economía peruana y las empresas. Villanue-va también insistía en que esa política tenía un pie anclado a la chacra —los cultivos—, es decir, que era manejada por terratenientes, tal como ocurría en Argentina, algo que no ocurrió en México, por ejemplo, porque el capitalismo naciente no estaba vinculado a la oligarquía.

Ante la pregunta sobre cuán extendida estaba la idea de empresariado en otros países de la región, Villanueva del Campo manifestaba que México, antes de 1900, con Porfirio Díaz, se encontraba más desarrollado que Perú y Argen-tina debido a su industria siderúrgica; asimismo, su oligarquía, no vinculada al capitalismo, también estaba más inclinada a la vanguardia. Decía además

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El saqueo olv idado

que en Chile ya existía el concepto de empresariado desde mucho antes que en nuestro país, probablemente desde la línea establecida por Portales, también vinculada a la tierra. Luego señalaba que mejor debíamos emplear “el término plutocracia, que vincula a la tierra con la nueva condición capitalista”. De he-cho, el Diccionario de la Lengua Española define a la plutocracia como la pre-ponderancia de los ricos en el gobierno del Estado o, también, el predominio de la clase más adinerada de un país.

Sobre el desarrollo político, podría considerarse que el Perú no logró alcan-zarlo desde temprano por haber vivido largo tiempo con un Estado paternalista bajo un sistema de caudillos, carente de partidos y de instituciones consolidadas, lo que produjo grandes fragmentaciones. Tampoco se promovieron cambios me-diante soluciones violentas por la vía revolucionaria, como sí ocurrió en México, y menos aun por los medios democráticos del caso chileno, un modelo trazado poco tiempo después de la Independencia, con proyección a largo plazo, mante-nido incluso cuando sus gobernantes tuviesen diversas tendencias.

El historiador Cristóbal Aljovín estima que los primeros años de nuestra vida republicana fueron una suerte de laboratorio político que relacionaba la legitimi-dad con la legalidad como un intento de consolidar el poder. Asimismo, consi-dera que el uso de la fuerza constituyó una primera fase en la formación y esta-bilidad de una nueva república que debía regirse por la ley, aunque los gobiernos se inclinaran al personalismo y se mostraran paternalistas. El investigador juzga también importante que Chile se estabilizó, basado tanto en factores territoriales como en las decisiones de quienes lo dirigieron9. Es este un aspecto que no ocu-rrió en el caso peruano, donde no existía un sistema de partidos políticos que se respetaran como organizaciones a seguir bajo una línea de conducta a futuro, sea cuales fueren sus filiaciones o inclinaciones ideológicas.

9 Salvo las citas a pie de página, que han sido investigadas con posterioridad, este capítulo corresponde a partes del pri-mer y segundo capítulo de la tesis sustentada para optar el grado de Licenciatura por María Delfina Alvarez Calderón en 2009, “Augusto B. Leguía: 1904-1908. Un político con visión empresarial”, la que se encuentra en las bibliotecas de la Pontificia Universidad Católica del Perú, del Instituto Riva-Agüero y del Dr. José Agustín de la Puente Candamo.