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El Salvador eBooks

Dinero, Traición y Venganza

Autor: Ana UrbinaCopyright © 2016 por Ana UrbinaTodos los Derechos Reservados.

EQUIPO EDITORIALEdición General:

Sandra Mirza EcheverríaDiseño y Diagramación:

Abigail Hernández

Todos los derechos reservados. Ninguna sección de este material puede ser

reproducida en ninguna forma ni por ningún medio sin la autorización expresa de su autor. Esto incluye pero no se limita

a reimpresiones, extractos, fotocopias, grabación, o cualquier otro medio de

reproducción.

Publicado en El Salvador, porwww.elsalvadorebooks.com

Edición digital

Julio 2016.

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Prólogo..............................................................La venta del negocio familiar...........................La visita a la casa matriz...................................El Entrenamiento...............................................La cena y algo más............................................El Regreso..........................................................La Propuesta......................................................El Viaje a Londres.............................................La Madrastra.....................................................La Separación....................................................En busca de Benjamín.......................................Nueva York........................................................El Incidente........................................................El Secuestro.......................................................La Liberación.....................................................Retornando A La “Normalidad”........................Tratando de salir adelante................................

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ÍNDICE

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PRÓLOGO

¿Hasta dónde pueden llegar los sentimien-tos de traición y venganza?

Hasta el punto de destrozar empresas, va-lores y la “unidad” de una familia.

Este es el drama de la presente novela, en la cual también se evidencia cómo el dinero puede transformar, cambiar, corromper y envenenar a las personas que menos se es-pera.

Las distancias geográficas, los diferentes idiomas no interesan cuando lo que priva es la ambición, la sed de venganza y de ajustes de cuentas.

¿Y esto puede cambiar?

Todo puede modificarse cuando entran en la escena, actores que pocas veces se

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consideran: la atracción y el deseo por el otro, el amor, ¿Pueden ayudar a modificar o suavizar la sed de venganza y traición estos sentimientos?

El tema en su conjunto será tratado en dos libros. Esta primera parte nos muestra la desintegración de un hogar pero sobre todo la traición dentro de la propia familia así como las consecuencias de ésta.

Esta es una historia de lucha, rencor, alegría y superación. También es una lección, bas-tante repetitiva, de cómo la vida se encarga de cobrar nuestras “deudas” con el pasado.

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LA VENTA DELNEGOCIO FAMILIAR

Karime Zablah corría por el amplio pasillo de las instalaciones de su empresa familiar “Accesorios Médicos & Otros” situada sobre la avenida Masferrer en la colonia Escalón. Subió a zancadas las gradas que la llevaban a la oficina de su padre, Carlos Zablah. Al llegar enfrente de la puerta llamó y a los segundos su padre, le contestó:

—Pasa.

Karime se adentró en la espaciosa oficina de su padre quien estaba al teléfono. Se sentó y se quedó en silencio, esperando que colgara la llamada.

Su padre, un hombre de negocios, bien en-trado en edad, se encontraba como de cos-tumbre de saco oscuro y camisa blanca. Era

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un hombre de piel blanca y ojos café. Con-textura gruesa pero firme como resultado de sus constantes ejercicios matutinos.

Karime esperó pacientemente y observó en su padre más canas de las que se acordaba. Hacía más de cinco años, cuando su madre comenzó con su tratamiento de quimiote-rapia, él aún tenía su cabello negro pero después de la muerte de su esposa parecía haber envejecido en horas.

Bajó la mirada para que su padre no detec-tara que lo estaba examinando. Se quedó es-cuchando lo último de la conversación, en un perfecto inglés londinense que su padre manejaba con mucha facilidad.

Finalmente Carlos colgó la llamada. Levantó la mirada a su hija y guardó silencio, tanto que Karime se desesperó y preguntó:

—Dime papá, ¿qué ha pasado?, ¿Qué te han dicho?

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—No tenemos otra opción hija. Acabo de hablar con Brendon Decker y he procedido a la venta de la empresa.

—¡No puede ser, papá! hemos invertido tanto para evitarlo ¿y no hemos logra-do nada?

—No lo suficiente, Karime.

—Pero, ¿y las presentaciones en los Es-tados Unidos acaso no han funcionado? He quedado sin voz por ir hablando en los principales estados, ¿qué ha pasado con eso?

—Karime, la vida es irónica, nunca sabes cómo va a dar vuelta en contra tuya.

—¿A qué te refieres, papa?

—Brendon Decker te escuchó en más de una de esas presentaciones y con eso terminó de concretar la idea. Ha lanza-do la mejor oferta que podamos esperar, me lo ha dicho mi abogado. Lo siento

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pero no podemos negarnos. Debemos pagar la deuda de la enfermedad de tu madre. Además tu hermano debe pagar lo último del negocio de la naviera.

Karime no dijo nada. Cayó en un profundo silencio. Se sentía deprimida: ella más que nadie de esa familia había luchado a todo pulmón para que el negocio no fuera ven-dido. Las presentaciones en Estados Unidos habían sido su idea y ahora estas mismas habían favorecido su venta. Por otro lado, se encontraba la empresa de su hermano Benjamín en el área naviera que de un día para otro había caído en incumplimiento de pagos y había sido embargada por el banco.

—No tenemos otra salida. La venta a las industrias Decker es un hecho. Debe-mos pagar las deudas de la enfermedad de tu madre que cubren un buen por-centaje de la venta de esta empresa. Luego, tu hermano debe cancelar sus deudas antes que nosotros caigamos en una situación de no pago aún más grave.

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Karime se levantó de su asiento y comenzó a caminar nerviosa alrededor de la oficina de su padre, diciendo:

—No puedo imaginar ver a otra persona en tu escritorio papá. No me lo imagi-no. ¿Qué diablos nos ha pasado, papá?

Carlos también se levantó de su sillón de cuero negro y caminó hacia su hija. La abrazó con todas sus fuerzas y ella comenzó a gemir y a llorar en su hombro.

—Cálmate Karime. Estamos cosechando los frutos de una vida con lujos extremos, vanidades, extravagancias y derroche que nunca debimos vivir. Lo de tu madre es justificable, era una enfermedad grave que teníamos que enfrentar pero tus exa-gerados gastos con las tarjetas de crédito y el mal proceder de tu hermano, así como mi falta de carácter como padre para de-tenerlos, nos ha llevado a esta situación a todos.

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Karime gimió en los brazos de su padre. Él tenía razón. Todos, incluyéndola a ella, habían derrochado sus ganancias, así que cuando su madre cayó enferma hicieron uso de lo poco que les quedaba para tratar de salvarla la primera vez. Pero cuando la leu-cemia volvió, más agresiva, a los seis años después de su primera recuperación; los costos se incrementaron porque el cáncer regresó más agresivo e hizo metástasis.

Lamentablemente, no pudieron detenerlo y este se regó por todo su cuerpo. Un día, sin mayores síntomas, su madre, Isabel se despertó con un fuerte dolor de cabeza que después de unas horas la hizo vomitar sangre y la dejó paralizada de un lado de su cuerpo. Corrieron en una ambulancia y en sus ve-hículos al hospital privado más cercano.

Al llegar, los médicos lograron recuperar sus signos vitales pero a los pocos minutos, otro infarto cerebral llevó a Isabel de Zablah a la agonía. En un silencio profundo se des-pidió de sus hijos y esposo y al finalizar esa mañana, falleció. Los tres se quedaron

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contemplando el cuerpo de su madre sobre la cama de hospital antes que fuera llevado por la funeraria.

Isabel era una mujer alta de piel morena, ca-bello castaño ondulado, en sus mejores años, lucía un regio y espectacular cuerpo. Alta como de uno ochenta. Erguida y con una mi-rada desafiante. Al final de sus días, estaba extremadamente delgada. Siempre convivió con sus hijos y esposo. Fue la confidente de su hija y su mejor consejera. Karime la extra-ñaba mucho. Benjamín igual pero Carlos, su esposo, la añoraba más ya que juntos habían sacado adelante a sus hijos y a la empresa fa-miliar de su abuelo.

Durante muchos años, Carlos quiso dejar el negocio pero ella siempre le decía que no lo hiciera porque sería el patrimonio de sus hijos.

Cerca de las doce del mediodía de ese 22 de mayo, llegaron los empleados de la funera- ria para llevarse el cuerpo. Al día siguiente,

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Isabel de Zablah yacía en su eterno descanso en un cementerio de la ciudad.

—Extraño a mamá, no sabes cuanta falta me hace, papá.

—Todos la extrañamos, hija, pero debe-mos seguir adelante. Debemos refle-xionar lo que nos ha pasado y tratar de cambiar las cosas. Tu madre te amaba, quería lo mejor para ti.

—¿Pero... qué va a pasar con nosotros, papá?, ¿con mi hermano, contigo, conmigo?, ¿Qué vamos a hacer? Tengo más años en este negocio de los que me acuerdo ¿y ahora, en qué trabajaremos?

—Primero cálmate. Tenemos dos manos, dos piernas, cerebro, corazón y algo haremos. Aunque sea diferente a esto. Pero lo que no debemos permitir es que esto nos destruya. ¡Eso jamás! Además, todavía tendremos alguna participación en esta empresa.

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—Papá, ¡por Dios! eso es solo letras. Tú sabes que el nuevo socio lleva más de la mitad de las acciones de esta empresa, ¿qué piensas que hará con nosotros?

—No lo sé pero seamos abiertos a las posibilidades.

—¿Mi hermano trabajará acá?

—No, Karime, él no tiene participación en esta empresa. Solo estaremos no-sotros dos. Además de nuestro abogado, Alex y los del señor Brendon Decker.

—Pero, mientras tanto, ¿cómo pagaré mis deudas, papá?

—Tendremos que tomar medidas ex-tremas hija. Yo he comenzado a vender algunos muebles de la casa y las joyas de tu madre. Ya tengo un comprador para el rancho de la playa. Este fin de semana cerraré el trato.

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—El rancho papá, tiene tantos recuer-dos de mamá.

—Sí, pero debemos pagar las deudas, Karime.

—Yo venderé mis joyas papá. Ya lo he decidido.

—¿Las venderás todas?

—Sí.

Al contestar, Karime comenzó a llorar de nuevo pero esta vez no abrazó a su padre.

—Hija, quiero que me prometas que no venderás tu apartamento. Tu madre te lo obsequió con grandes sacrificios y es lo único que te resguardará en los tiem-pos difíciles que estamos pasando. ¿Me lo prometes?

—Sí papá, te lo prometo.

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El teléfono de la oficina de los Zablah sonó. Carlos corrió a contestarlo y se quedó es-cuchando por un buen tiempo. Luego colgó, se dio la vuelta y habló:

—Nuestro asesor y los abogados de los Decker nos esperan en la sala de reu-niones, Karime. Vamos, no podemos hacerlos esperar más tiempo.

Ambos salieron del despacho y se fueron por las gradas hasta la sala de reuniones. Al llegar, entraron sin llamar y saludaron a los presentes. Alex Rivera era el abogado de la familia por años, no había que andar con mucho protocolo. Luego estaban dos aboga-dos más: una rubia espectacular de esas de anuncios de ropa interior y un hombre de unos treinta y pico de años. Ambos los salu-daron. Carlos y su hija se sentaron enfrente de los visitantes y la reunión comenzó sin mucho preámbulo. La que llevó el mando de la reunión fue la rubia exótica:

—Buenos días, mi nombre es Tamara Spencer y represento al señor Decker.

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Él agradece el apoyo que le han brinda-do para esta adquisición y expresa sus agradecimientos.

Karime esbozó una breve mueca que no llegó a convertirse en sonrisa.

La rubia continúo hablando. Relató los tér-minos económicos que eran más que lla-mativos para cualquiera. Hizo énfasis en los tiempos de pago, garantías y finalmente mencionó la participación de la familia Zablah, la cual sería un insignificante por-centaje.

Carlos y Karime se volvieron a ver sin decir nada. No había mucho que decir con esa cuantiosa suma de venta y bajo porcentaje de participación. Parecía que la balanza estaba casi en equilibrio.

Luego Tamara abordó otro tema en perfecto inglés:

—La junta directiva ha evaluado el de-sempeño de sus dueños y considera

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que la señorita Zablah puede seguir de-sempeñando sus funciones como lo ha hecho hasta este día pero ahora bajo las nuevas jefaturas. Para su caso, (di-rigiendo su mirada a Carlos), el presi-dente de la junta directiva será el hijo de los señores Decker: Brendon.

Karime estaba en silencio y expectación, no esperaba esa resolución pero tampoco la iba a contradecir.

—El salario de la señorita Zablah se-guirá siendo el mismo pero sus nuevas oficinas se encontrarán en las instala-ciones del edificio Avante, ubicado en la colonia Santa Elena en Antiguo Cus-catlán.

En el caso de su padre, el señor Carlos Zablah, agradecemos el apoyo que nos ha brindado a lo largo de este proceso y por lo mismo, procederemos a tramitar la indem-nización correspondiente. Esto es todo, es-peramos a la señorita Zablah en la reunión

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general en el auditórium del nivel sexto. Muchas gracias.

Los asesores legales se levantaron de golpe y salieron de la sala. Carlos, Karime y Alex se quedaron de pie aún cuando la puerta ya se había cerrado.

—Creo que al final no ha ido tan mal—, comentó Alex.

Carlos y Karime lo volvieron a ver al uní-sono sin decir nada.

—No pienso trabajar para él, papá.

—Tendrás que hacerlo hija, no tenemos otra opción. Ahora solo tú eres la que tiene trabajo.

—No te conviene Karime, ellos han sido bastante condescendientes contigo—, apoyó Alex.

—No comprendo ni un carajo. ¿Por qué diablos se interesan en una empresa

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tan pequeña, en un país en desarrollo cuando pueden tener otras más rentables en otros lugares?—, cuestionó Karime.

—No lo sé, pero lo que sí te puedo decir es que en este tipo de negocio se dan siempre por algo más. Yo no he logra-do visualizar “ese algo más” pero más temprano que tarde lo descubriremos—, apuntó Alex.

—Siento como que alguien está haciendo que nos pasen cosas malas. Desde hace unos años para acá todo ha ido en detrimento, papá.

—Deja de decir tonterías, hija. Así hay épocas: de vacas gordas o flacas.

—Bueno, ahora hay que proceder. Ma-ñana debes estar con todos los jefes de áreas en las instalaciones de las empre-sas Decker. Tengo entendido que el hijo del dueño, Brendon viene a radicarse al país. Mañana estará en la reunión con

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todos los miembros de la junta direc-tiva. Tienes que asistir, Karime—, dijo Alex.

—Ahí estará mi hija—, respondió Car-los.

Alex se despidió y salió de la sala. Carlos y Karime tomaron sus cosas y salieron tam-bién. Karime se llevó a su padre para su apartamento ya que ese día se reunirían con su hermano para la cena de despedida. Benjamín había decidido viajar a los Esta-dos Unidos para encontrar trabajo y de esa manera saldar sus cuentas. Era el hermano mayor y el más endeudado de los tres.

Su vida desenfrenada, alocada y alienada lo había llevado a endeudarse tanto que al final no pudo salvar el negocio naviero. Este había sido confiscado por el banco al igual que su casa. Así que no le quedaba nada.

Al llegar al piso de Karime, entraron y se fueron a la cocina para terminar de preparar la cena de ese día. Al finalizar, su padre se

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fue a sentar a la terraza que daba a una vista muy linda de la zona hotelera cercana a ese condominio. Se sentó y comenzó a tomar pausadamente un vaso de agua. Su hija llegó a los minutos y se sentó a su lado. Ninguno de los dos habló por un buen rato hasta que Karime interrumpió el silencio:

—Trataré, en la manera de lo posible, de someterme a las nuevas autoridades, papá.

Carlos se dio la vuelta para contemplar a su hija menor. ¡Cómo había crecido su nena!, ahora era toda una mujer adulta. Ahora su cuerpo era esbelto, alto, bien contorneado. Su cabello largo ondulado y color negro. Su piel trigueña, como la de su madre, los ojos hermosos de Karime color miel con esas bellas pestañas grandes bien formadas y sus cejas espesas negras, bien cortadas, la hacían dueña de un rostro precioso. Ya era toda una mujer.

—Es mejor que digas que obedecerás, creo que someterte es solo obedecer sin

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pensar y tú debes sugerir, comentar o avisar; lo demás lo harán ellos. Nunca pierdas lo que has sido hasta ahora, solo que limítate a sugerir, tu ya no puedes tomar decisiones, hija. Otros lo harán por ti.

Karime lo tomó de la mano y comenzó a acariciársela con ternura. Amaba a su padre y sus consejos. Le parecía un hombre sabio y razonable en sus pensamientos.

—Hello everybody—, dijo Benjamín al entrar al piso de su hermana. Se dirigió sin más preámbulos a la terraza para sa-ludarlos. Karime y Carlos se levantaron de sus sillas y fueron a su encuentro. Se abrazaron largamente sin decirse nada. Después Karime anunció que pasaran al comedor y se sentaran para servirles la cena. Los dos obedecieron y ocuparon sus respectivos asientos. Ella no tardó en servirles y antes de comenzar a cenar, Carlos dirigió una breve oración: —Gracias por todo Señor, Amén.

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Comenzaron a comer. Mientras comían, platicaban:

—Alex ya me ha comentado cómo ha quedado cerrado el trato—, exclamó Benjamín y añadió: Al final no ha sali-do tan mal pero me parece mentira que tuvieran compasión de nosotros.

—A mí también me parece extraño eso, Benja—, comentó Karime.

—No le demos más vuelta al asunto, ahora lo que queda es que tu herma-na haga su mejor papel y nosotros dos debemos encontrar alguna manera de aportar y ayudarnos a salir de esta situa-ción.

—Bueno, yo parto mañana para Nueva York, un amigo me ayudará a instalarme y comenzaré a trabajar en un hotel. No llevo plaza de gerente sino que seré un asistente más pero también me han en-contrado un trabajo por las noches en un restaurante de comida rápida.

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Karime dejó su cubierto sobre la mesa y contempló el rostro de su hermano. Estaba hablando sin levantar la mirada. Ella sabía que estaba tratando de disimular su disgusto de irse a un país extraño, sin comodidades, ni lujos y a trabajar como un don nadie. Lo admiró porque a pesar de ser el más atracti-vo de los dos, con su cabello castaño, ondu-lado, su imponente altura y su bien cuidado cuerpo, estaba dispuesto a dejar sus como-didades para salir adelante.

La velada terminó cerca de las once de la noche. Carlos y Benjamín se despidieron. Karime lloró como una chiquita en el hom-bro de su hermano. No tenía idea de cuándo lo volvería a ver. Carlos, más fuerte, se le acercó y la abrazó por completo. Antes de darle el beso de buenas noches, le dijo:

—Debes ser fuerte, elegante y sutil. Muéstrales mañana lo valiosa que eres. Vístete regia y habla cuando sea nece-sario. Te amo, Kari.

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Ambos se abrazaron y ella cerró la puerta de su apartamento. Antes de meterse a la cama preparó su ropa, zapatos y accesorios para tenerlos listos por la mañana. Eligió un traje de dos piezas color rojo con una blusa de suaves estampados medio luto. Los zapa-tos también eran rojos con un buen tacón y una cartera color negro. El cabello lo lle-varía suelto, ondulado y estilizado.

Se durmió y colocó el despertador a la hora indicada.

La noche pasó rápido y a la mañana siguien-te, al escuchar el sonido de la alarma, se despertó de golpe y corrió a la ducha para prepararse.

Salió del condominio antes de las siete y treinta, sabiendo que la reunión sería a las ocho y treinta. Tomó su vehículo, un Mazda speed 3 y salió para el edifico Avante, hacia su nuevo trabajo. Llegó a las ocho en punto y al preguntar por el parqueo y dar su nom-bre le indicaron en qué lugar debía estacio-narse. Encontró su ubicación después de dar

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algunas vueltas en el lugar. Se estacionó con sumo cuidado, ya que a la par de su esta-cionamiento estaba una camioneta Audi Q7, negra, totalmente polarizada.

Apoyada en el capó de ésta se encontraba un hombre vestido de negro, alto y calvo; ella dedujo que era el chofer de esa camio-neta. Al otro lado de su estacionamiento se encontraba una camioneta Ford Escape, también del año.

Al estar completamente estacionada, apagó el motor y pensó que esas dos camionetas pertenecían a los nuevos dueños. Se bajó del coche y cerró automáticamente las puertas con llave.

—Buenos días—dijo Karime al pasar a la par del tipo de negro y siguió cami-nando.

—Tenga buenos días, señorita Zablah.

Karime estuvo a punto de detenerse porque le intrigó que conociera su nombre pero

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prefirió hacer caso omiso. Ya iba tarde y no quería llegar retrasada. Los ingleses tenían la fama de ser puntuales.

Casi corrió para entrar al ascensor. Al in-terior, tecleó el número siete y esperó que subiera. Llegó justo a las 08: 20. Al abrir la puerta, la rubia abogada que había estado con ella el día anterior, la recibió:

—Buenos días, Karime, pase por acá la llevaré a su asiento.

Entraron al auditórium y ella se quedó de pie al contemplar ahí reunidos a todos los empleados de su compañía. Algunos salie-ron a su encuentro para saludarle. Karime era muy respetada y querida en la empre-sa. Primero porque muchos ahí la habían visto crecer entre sus escritorios y segun-do, porque además de ser hija de los due-ños trabajaba incansablemente al lado de los empleados no importando qué actividad hicieran.

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Trató de saludar a todos hasta que la rubia la tomó del brazo y le hablo al oído:

—La junta directiva ha llegado y están esperando que usted tome asiento.

Karime vio de reojo a la tipa y luego vio al frente. Efectivamente todos los integrantes de la junta directiva estaban ya sentados en sus sillas al frente del auditórium.

Como pudo se separó de la multitud y llegó hasta donde Tamara la ubicó. Se sorprendió al ver a David Quiñónez, Jefe de Finanzas, al lado suyo.

Ella y David eran lo que se conoce en estos tiempos como amigos con derecho. En al-guna ocasión sintieron amor pero conforme fueron progresando en la relación, llegaron a la conclusión que funcionaban mejor solo con roces y sin compromisos.

David era un hombre de contextura normal, de poco ejercicio pero que le ayudaba su des-tacada altura, por arriba del promedio. Su

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cabello era negro, cortado siempre a la per-fección y sus ojos negros también destacaban en su piel de contextura blanca.

Él también se asombró al ver a su amiga con derecho tan guapa, así que se levantó de su asiento y le dio un fuerte y sonoro beso en la mejía muy cerca de sus labios, también aprovechó para susurrarle:

—Estas tentadora, nena.

—Gracias, David—, dijo Karime y final-mente se sentó en su asiento.

En lo que se acomodaba, los integrantes de la junta directiva se presentaron, ella no prestó interés porque buscó su móvil para bajarle volumen y al teclear la pantalla leyó en la misma el mensaje de su hermano:

—Te extrañaré hermanita, pero hazlos pedazos. Te quiero.

Casi llora en plena presentación pero antes que se le corriera el maquillaje tecleó el

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mensaje de respuesta a Benjamín. Final-mente guardó el aparato en su cartera.

Levantó la mirada y vio en el pódium al vi-cepresidente de la junta directiva que co-menzaba su discurso. No le gusto, le pareció demagógico pero igual lo tenía que escuchar, luego desvió su mirada a los otros integran-tes. Había dos mujeres muy guapas sentadas ahí y tres caballeros más. Comenzó viendo a cada uno de ellos y, de repente, se detuvo en el rostro de un hombre de cabello negro, on-dulado, con algunas canas, muy tenues que la estaba viendo fijamente. Ambos pares de ojos se encontraron y se quedaron viendo por un buen tiempo hasta que ella no fue capaz de seguir viéndolo. Su mirada era in-tensa e inquisitiva. Siguió recorriendo los rostros de los otros participantes, hasta que el orador dijo algo importante:

—Este viernes, todos los cargos direc-tivos y jefes nos estarán acompañando a una estadía en nuestras oficinas sede en el estado de California. Conocerán de primera mano cómo trabajamos y

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cómo pretendemos hacerlo desde acá. Les ruego que después de mis palabras se dirijan a la sala de reuniones de nues-tra presidencia donde la junta directiva les entregará los boletos y viáticos para este viaje.

Karime contempló de nuevo la idea de viajar a los Estados Unidos. No hacía mucho que había regresado sin éxito y ya iba de nuevo. David se le acercó de nuevo y de manera atrevida le colocó su brazo por detrás del asiento para hablarle de cerca al oído:

—No sé qué me distrae más: si el anun-cio del viaje a California al que iremos o la mirada sobre ti de Brendon Decker.

Karime vio de frente a David pero estaban tan cerca que ambos se contemplaron con pasión a los labios. Ella levantó la mirada y la dirigió al frente y, efectivamente, ahí estaban de nuevo esos ojos sobre ella. Solo así se enteró que quien la estaba observando era nada menos que el presidente de la junta directiva y dueño de las empresas. Igual que

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la ocasión anterior, no pudo sostener su mirada y antes de desviarla, el expositor fi-nalizó la charla. Este volvió a llamar a las jefaturas para que lo acompañaran a la sala de reuniones de la presidencia.

Los miembros de la junta directiva se levan-taron y el auditórium se fue vaciando poco a poco. Karime esperó junto a David que la multitud saliera para dirigirse al espacio indicado. Cuando salieron del lugar se diri-gieron apresuradamente por las gradas a la sala indicada. Llegaron tarde pero encon-traron lugar enfrente de la junta.

El mismo expositor comenzó de nuevo con la charla explicándoles los objetivos, activi-dades y necesidad de la visita. La charla era escueta, parca y llana. Nada parecida a las que estaba acostumbrada a impartir Karime, que siempre imprimía un toque cómico a las exposiciones. Trató de no perder la atención pero al tomar el vaso de agua que le habían colocado, levantó de nuevo la vista hacia el frente y se encontró con el rostro de Bren-don.

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Ahora lo tenía muy cerca. Llevaba unas gafas con orillas negras que lo hacían ver intelec-tual. Su diminuta barba lo hacía ver mayor y sus escasas canas también contribuían a esa impresión. Pero su rostro era perfecto: grande y bien dimensionado. Karime bajó su mirada para dejarla un rato en su pecho: bien definido, con músculos dotados en sus brazos. Levantó la mirada y de nuevo coin-cidieron, ahora por más tiempo. Ella se puso nerviosa y sonrió, a medias.

La presentación finalizó y el expositor fue llamando a cada uno de los directivos para entregarles los viáticos y boletos. Antes que todos se retiraran, el expositor llamó por micrófono a Karime:

—Señorita Zablah, le agradeceríamos se quedara unos minutos después de fina-lizada esta reunión, por favor.

David pasó al lado de Karime y le susurró de nuevo al oído pero esta vez fue más allá y le colocó una mano en su espalda, muy cerca de sus glúteos. Brendon notó esta acción y

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fijó su mirada en la mano del gerente de fi-nanzas de su nueva y reciente adquisición.

—Cuídate, amor. Ese tipo no te ha qui-tado la mirada de encima. David rió y la besó de nuevo en la mejía. Salió de la oficina al igual que los demás.

Al final se quedaron en ese espacio el expo-sitor, quien desempeñaría el rol de gerente de comunicaciones, una plaza recién creada, su nombre era Lucas, el vicepresidente Jona-than Smith y Brendon Decker, el presidente y dueño de su ex compañía.

—Por favor siéntese, señorita Zablah—, dijo Lucas.

Karime se sentó. Cruzó su pierna y se tomó de ambas manos. Enfrente de ella se sentó de nuevo Brendon, quien con su mirada cu-riosa y fulminante le devoró sus piernas lar-gas y bien estilizadas.

Jonathan comenzó a hablar:

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—Karime, ¿podemos llamarla así, ver-dad?

—Sí—, dijo ella escuetamente y con nerviosismo porque en ese momento notó la mirada de Brendon en sus pier-nas. Trató de concentrarse y desvió la mirada.

—Usted ocupará el cargo de asesora y promotora de nuevos mercados tanto nacionales como internacionales. Podrá visitar las agencias de la empresa que se encuentran en el área metropolitana siempre y cuando nos mantenga al tanto de los resultados. Su oficina en este edifi-co se encuentra al fondo de este pasillo y enfrente de la oficina de Brendon. A los lados estaremos nosotros para ayudarle en lo que necesite. ¿Alguna pregunta?

Karime se movió un poco nerviosa en su asiento. Trataba de compenetrarse en lo que le estaban diciendo pero la mirada sobre ella de Decker la estaba perturbando. Al final tomó valor y habló:

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—¿A quién debo referirme cuando tenga alguna consulta o duda en el área administrativa, financiera, contable o de expansión de nuevos mercados?

—A Jonathan y si su cuestionamiento va más allá se podrá consultar a Brendon.

Karime dirigió su mirada al rostro de Decker. Nuevamente sus miradas se encontraron pero esta vez él esbozó una sonrisa que más se parecía a una mueca.

—¿Alguna otra consulta, Karime?—, in-sistió Lucas.

—No. Me imagino que con el tiempo irán saliendo algunas cosas y podré acercarme a usted, Jonathan.

—Así es—, dijo Jonathan.

Pero su frase no terminó porque Brendon se paró de golpe y escuetamente dijo:

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—Mucho gusto—, y le extendió la mano.

Ella lo observó y a los segundos se la es-trechó fuertemente así como su padre le había enseñado: nunca presiones la mano sin fuerza, eso solo demostrará tu debilidad. Al estrecharse ambas manos, los dos sintie-ron una fuerte corriente eléctrica. Ella trató de separarse pero Derek no se lo permitió, así que se quedaron conectados por un buen momento hasta que el móvil de Brendon sonó.

En ese momento la soltó a su pesar y se apartó para responder la llamada. Karime se quedó quieta, helada pero después continuo dán-doles las manos a los otros asistentes. Final-mente salió del espacio con Lucas para que de esa manera le mostrara sus nuevas oficinas y comenzar a trabajar cuanto antes. Ya por ce-rrar la puerta, vio para adentro y se encontró de nuevo con la mirada de Deker sobre ella. Se dio la vuelta y comenzó a caminar.

Al llegar a su escritorio se encontró a la

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entrada con Sofía Flores quien fungió como asistente de su padre. Era toda una sorpresa, ambas se abrazaron y Lucas las dejó para re-tirarse a su lugar de trabajo.

—Pasa Sofía—, dijo Karime.

Ambas mujeres entraron al espacio bro-meando y tratando de encontrar algo cómico en aquel ambiente tan frío:

—¿Cómo te fue Kari?

—Pues no sabría decírtelo, son bastante fríos, creo que es típico en los ingleses. Eso es algo que debo preguntarle a mi padre que estuvo por allá dos años estu-diando. Pero definieron muy claro hacia donde quieren avanzar: quieren expan-dirse a la región centroamericana, quie-ren convertir este lugar en una matriz para el istmo.

—¿Y es cierto que viajarán a los Estados Unidos este fin de semana?

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—Sí, partimos este sábado.

—¿Irá David?

—Si, Sofía y ya sé por donde va tu pre-gunta. David y yo somos ocasionales, no nos debemos, ni nos atamos al otro.

—Pero es buen partido, Kari.

—Mira concentrémonos en el trabajo, Sofía.

—Bueno mi niña, mira tú escritorio.

Se dio la vuelta y se quedó parada en seco. Sobre su mesa se encontraba una pila de pa-peles que tenía que revisar.

—¿Pero, se puede saber qué es esto, Sofía?

—Jonathan vino y me los entregó, además me dijo que el señor Decker los quiere revisar a las 7 de la noche.

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—¡¿Qué?!

—Lo que escuchaste Kari. Así que te he ordenado almuerzo y tu smoothie de papaya para que no salgas a almorzar.

Karime se quitó su chaqueta y se sentó fren-te de su escritorio. Respiró profundo, en-cendió su computadora, abrió sus correos y se encontró con la indicación de Jonathan con copia a Decker sobre los archivos que debía de tener listos para las 7 de la noche.

Comenzó a trabajar de corrido, se levantó escasas veces y solo para ir al baño. A la hora del almuerzo, Sofía le alcanzó su comida y le preguntó si quería que le cerrara la puerta. Ella le dijo que no. Su secretaria aprovechó la interrupción para irse a almorzar.

A los treinta minutos de la hora de almuerzo, la puerta de Decker se abrió de golpe. Salió y vio directamente hacia la oficina de Karime. Nuevamente sus miradas se encontraron. Karime bajó sus ojos para concentrarse en su trabajo. No podía distraerse sobre todo

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en el primer día de trabajo.

De reojo observó la trayectoria de Deker hasta el ascensor. Constató que no le había retirado la mirada. Se erizó por completo pero no levanto la mirada. A los minutos desapareció del pasillo porque las puertas se abrieron.

Trabajó concentrada durante lo que restaba del almuerzo y luego de varias horas Sofía entró a la oficina:

—El señor Decker no te ha quitado la mirada de encima desde que entró de regreso del almuerzo. Cada vez que abre su oficina no te quita la mirada. ¿Qué pasa, Kari?

—No tengo idea. Decker es un hombre extraño, de muy pocas palabras y llano.

—Sí, tienes razón pero cuando habla nadie lo discute, ni contradice.

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Sofía salió de la oficina y dejó a Karime, de nuevo inmersa en el trabajo. Terminó alre-dedor de las seis y treinta de la tarde.

Cuando colocó el último reporte sobre la pila de papeles y extendió sus brazos sen-tada, aún en su sillón. Miró hacia el frente y la oficina de Decker estaba abierta y él se encontraba enfrente de ella en su escritorio observándola.

Esta vez fue diferente, Decker le sonrió desde su sillón negro reclinado. Karime sin-tió cierta pena y se dio la vuelta para con-templar el ventanal que tenía a sus espaldas. Se quedó así por unos minutos hasta que finalmente se levantó. Tomó los papeles y se los llevó a la secretaria de Jonathan. Al llegar, ella la recibió con una sonrisa y se levantó para llamar a la asistente de Decker, quien llegó a los minutos con una caja de celular y le dijo:

—Señorita Zablah, me ha indicado el doctor Decker que le entregue este móvil a usted. Ya se encuentran ahí los

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números de celulares de los doctores Lucas, Jonathan y del señor Decker.

Sin decir una palabra lo tomó y se quedó contemplando el moderno teléfono. Para sus adentros meditó: Era de esperarse un lujo de eso tipo y habló:

—Gracias. ¿Puede decirle a Decker que le he dejado a Jonathan lo que me pidió para las 7:00?

La mujer movió la cabeza y como resorte programado se dirigió a la oficina de Bren-don. Karime se dio la vuelta para regresar a la oficina y prepararse para irse a su apar-tamento.

Llegó, se colocó su chaqueta, tomó su bolso y caminó al ascensor. Antes de llegar, Decker salía de su oficina y caminaba hasta el escri-torio de la asistente de Jonathan, quien le en-tregó los documentos y comenzó a hojearlos. Lo hizo ahí parado enfrente de Karime.

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Ella trató de desviar su mirada pero le gustó contemplarlo erguido delante de ella. Por lo menos era diez o quince centímetro más alto.

Su cuerpo era delgado pero no al extremo y llevaba recogidas las mangas de su cami-sa. Se le contemplaban brazos fuertes y un pecho lleno de vellos castaños. Se encontra-ba sin corbata y con los botones abiertos. A Karime le gustó lo que veía, tanto así que no se percató cuando Decker levantó su mirada para verla. Ninguno de los dos se dijo nada pero ella fue la primera que se dio la vuelta cuando las puertas del ascensor se abrieron.Bajó hasta el estacionamiento y llegó a su vehículo. Ahí estaba de nuevo el tipo rapado de negro:

—Buenas noches, caballero—, saludó ella.

—Buenas noches, señorita Zablah—, respondió el.

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Abrió su coche y se sentó. Se quedó unos minutos calentando el vehículo y mientras tanto aprovechó para contemplar la camio-neta Audi. Suponía que era de Decker pero no quiso pensar en nada más, solo la visu-alizó desde su ventana. Salió del estaciona-miento y se dirigió, sin desvío a su casa.

Subió a su piso, se fue a su habitación para cambiarse de ropa. Se colocó su camisón de seda y salió para la cocina para prepararse la cena. Mientras se cocinaba salió a su terraza y se quedó recibiendo la brisa nocturna. Sintió que la refrescaba. Ahí pensó en Decker, no más del tiempo normal y llegó a la conclusión que lejos de molestarle la forma en cómo la miraba, le gustaba. Había cierta sensación extraña que le recorría su cuerpo cuando ambos se miraban fijamente a los ojos. Cenó y luego se retiró a su habitación para elegir la ropa del día siguiente: iría de nuevo de falda pero ahora un poco más corta con un saco blanco de encajes finos y delicados. Lo acompañaría de medias negras y unos tacones de charol perfectos para la ocasión. Se durmió a los pocos minutos.

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