El Rompecocos - Agustin Fonseca

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Libro de ejercicios mentales para niños y grandes donde la diversion esta en juego (no se que poner)

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¿Te gustan los desafíos? ¿Tehierven las neuronas? ¿Quieresemociones fuertes? AgustínFonseca, autor de El juego másdifícil del verano, que publica eldiario El País, y colaborador de MuyInteresante, ha creado un libro-juegoendemoniadamente complicado, a lavez que divertido y distinto acualquier otro, que te dará muchoque pensar.

Al hilo de las locuras que cometenAlberto y sus amigos —losprotagonistas— en su primer añosde universidad, tropezarás con una

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larga serie de enigmas que deberásresolver. Pero ¡ojo!, cuando tedesanimes, cuando veas que tusneuronas patinan y se recalientas,no pienses que vas a encontrar lassoluciones en la última página: esosería ponértelo demasiado fácil,querido amigo. Las solucionesestán, sí, pero deberás adivinardónde; y cuando las hayasdescubierto, además, tendrás quedescifrarlas. Retorcido, muyretorcido ¿verdad?

Acepta el reto: demuéstrate a timismo de qué eres capaz.

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Agustín Fonseca

El rompecocosePub r1.0

jandepora 14.11.14

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Agustín Fonseca, 1994Ilustraciones: Agustín Fonseca GarcíaDiseño de cubierta: Rudesindo de laFuente

Editor digital: jandeporaePub base r1.2

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A Encarna

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De qué va este libro

El libro que tienes en tus manos esalgo más de lo que parece. En élencontrarás historias que giran en tornoa un personaje: Alberto. Cada historiaplantea una o más preguntas, a lascuales, si te animas, deberás darsolución. Cada uno de los problemas esprogresivamente más difícil que supredecesor, por lo que, así, el último esel más difícil mientras que el primero esel más sencillo. Resolverlos es sólocuestión de paciencia. Algunos tratarán

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de confundirte y todos te traerán algúnquebradero de cabeza.

El libro esconde, en segundo lugar,un gran enigma. Las soluciones. Deberáspensar, investigar, echarle imaginación ydescubrir dónde está escondida lasolución de cada problema.

Cuando sepas ya dónde seencuentran las soluciones no pienses quepor ello habrás dejado de «sufrir». Todolo contrario: te quedarás boquiabierto ycon ojos de asombro porque cadasolución se halla encriptada, es decir, enclave. Este es el segundo reto del libro.Para descifrar dichas claves deberásservirte en muchos casos de ciertasherramientas que te damos ya

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preparadas para ser recortadas. Sólotendrás que cortar por donde se indica yobtendrás así las herramientasnecesarias para dar con la solucióncorrecta a los enigmas una vez que sepascuál es la clave que le corresponde.

Con muchas de las respuestas nosabrás, a priori, ni qué decodificadorutilizar. Ahí reside el tercer obstáculode este libro. Ten paciencia, porqueaunque quizá sea este reto final el másdifícil, te podemos asegurar queobtendrás una gran satisfacción cuandohayas logrado comprender las claves.

Por tanto, no te engañes, puesto queeste libro es mucho más que unarecopilación de «historias de jóvenes

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universitarios». En medio de éstasencontrarás dibujos, textos y frases que,a primera vista, te parecerá que están deadorno o que no tienen relación con lahistoria a la que acompañan. Sinembargo, después de estudiar el libro ensu conjunto, te será todo mucho másfácil: es un juego que irás descubriendo,lleno de claves, de preguntas yrespuestas.

Una sola advertencia: este libro notiene las soluciones al final. Por notener, no tiene ni última página. Lassoluciones sólo las tienes tú. Noobstante, si tienes algún problemilla,echa un vistazo a las páginas finales dellibro.

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¡¡Animo, y a por el libro!!

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La universidad deAlberto

Alberto es un muchacho de pelocastaño y revuelto, de mejillassonrosadas, con una frente amplia comouna cornisa, travieso y sonriente.

El verano ha terminado, el COU y laselectividad pasaron y ahora hay queempezar con la facultad.

Hoy es el primer día de clase.Alberto está encantado pensando en todolo que le espera: sus compañeros

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nuevos, la posibilidad de echarse novia.Sin embargo, piensa sobre todo en sacarpunta a cualquier cosa que le puedaocurrir, hasta que la punta afilada sealarga, bien larga.

Hoy, muy tempranito, Albertocamina hacia la facultad y se anima cadavez más. No tarda en encontrarse con sumejor amigo, Iñaki, que tambiéncomienza la carrera este año.

Iñaki es alto y corpulento, con losojos grandes como los de un pez reciénsacado del agua. Suele llevar lospantalones caídos y es muy observador yprudente (hasta que comienza a bebercerveza).

—¡Qué pasa, tronko! —saluda

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afable Alberto.—He visto pasar un montón de gente

—dice Iñaki señalando la calle llena dejóvenes dirigiéndose a la facultad—,con sus carpetas llenas de apuntes y losojos de legañas.

—¡Seguro que nos lo vamos a pasardabuten!

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1. ¿Cómo se llama elprofe?

EL JUEGO DE LOSASTERISCOS YLAS ESTRELLAS

Después de charlar un rato conIñaki, Alberto entró en clase.

—¡Uff! Espero que el día no sea muyajetreado —dice Alberto al compañero

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situado en la mesa de al lado, que seencuentra haciendo garabatos para pasarel tiempo.

—Pues yo sí espero que lo sea,porque de lo contrario tendré queinventar algo para no aburrirme —leresponde su nuevo amigo.

¡Zass! Silba la bola de papel eimpacta en el cristal de la ventana sinacertar en la papelera.

—Esto es lo que yo denomino«básquet-papelera» —dice a Alberto sunuevo compañero.

En cuestión de segundos elaburrimiento provoca una verdaderabatalla de tiro a la canasta-papelera. Pordesgracia, algunos de los proyectiles

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alcanzan al asombrado profesor, queacaba de hacer acto de presencia.

—¡Venga, chicos, por favor, un pocode calma y buenas intenciones paraempezar el curso con rigor! —gritaagitando las manos al mismo tiempo. Ospropongo un juego con el que nosdivertiremos mucho más.

El profesor, que es muy ocurrente ycuenta con la experiencia necesaria parasaber tranquilizar a estos peligrososuniversitarios novatos, va a conseguirque sus alumnos no se aburran en clase.

El juego consiste en adivinar minombre afirma el profesor con unamedia sonrisa, consciente de que acabade volver a centrar la atención de sus

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nuevos alumnos.Comienza a dibujar en la pizarra una

serie de símbolos hasta que finalmentequeda de esta manera:

Cada símbolo corresponde a unaletra, y el profe les advierte que a unamisma letra le corresponde siempre elmismo signo.

—Parece un poco complicado,¿verdad? —les dice el profesor—.

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Bueno, pues para daros más facilidadesos he escrito también mi signo delzodíaco, siguiendo la misma clave y, porsi fuera poco, añado el mes en el quenací.

Alberto se puso a cavilar, con layema del dedo índice pegada a la puntade la nariz.

No es exagerar: los alumnos setiraron toda la clase dando vueltas a lossímbolos, probando todo tipo decombinaciones. Al final, Alberto diocon la solución correcta.

—¡Estaba chupado! —gritó Alberto.—Sí, nos hemos divertido mucho,

pero ahora ¡vamos a volver al torneo de«básquet-papelera»! —añadió el nuevo

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compañero de Alberto, con lo quecomenzó una nueva y más feroz batallaante el estupor del profe.

1. ¿CÓMO SE LLAMA ELPROFESOR?

2. ¿EN QUÉ MES NACIÓ?3. ¿CUÁL ES SU SIGNO DEL

ZODÍACO?

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2. Un reto paraYvonne

EL JUEGO DE LASFECHAS

Alberto e Iñaki andaban haciendo laprimera visita a lo que sería su cuartelgeneral durante todo el curso: el baretode la facultad. Allí empezaron afamiliarizarse con muchas de las carasque a partir de ese momento les

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acompañarían.En primer lugar vieron a Emiliano,

el bedel, que pasaba bastante deluniforme y llevaba un mono azul del queprendía un pequeño transistor.

—Menuda pieza tiene que estarhecho éste —le dijo Iñaki a Albertoseñalando con discreción.

Mientras los dos amigos comentabanlas incidencias de la primera clase,vieron aparecer a un grupo de pijos, concamisa de rayas y pelo engominado, quese dirigían hacia la barra.

—De esos panolis, los dos quedestacan son de nuestra clase. Uno sellama Yago y el otro Borja. ¡Qué tíosmás repelentes! —dijo Alberto a Iñaki

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soltando una pequeña carcajada.Mientras las enormes bocas de

nuestros dos amigos terminaban detriturar los respectivos bocatas depanceta, toda la fauna de ese curso seiba juntando en el bareto, desde los másgreñudos a los más finos. Como el queno quiere la cosa, todos se fueronconcentrando en un único grupo. Entrebotellines y risas andaban cuando, depronto, entró al bar una tía maciza, quecon su sola presencia hizo a todos loscontertulios masculinos quedar sinhabla. Se llamaba Yvonne.

La rubita, de ojos azules, se fueacercando a la barra y, en lo que pedíatímidamente un café con leche, se le

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acercó el tal Borja y le dijo:—¡Hola, monina! Yo me llamo

Borja, pero puedes llamarme Borjita.¿Tú quién eres?

—Yo me llamo Yvonne y he venidoa pasar aquí este curso con una beca delprograma Erasmus —respondió ellaalgo sonrojada.

—Oye, pues hablas muy bien elespañol. ¿De dónde eres? —le preguntóAlberto adelantándose a todos susrivales.

—Soy de Bruselas y he aprendidoespañol veraneando todos los años enTorrevieja.

—¡¡¡Increeíííble!!! —respondierontodos a la vez.

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El bombardeo de preguntas se fueconvirtiendo, paso a paso, en uninterrogatorio de tercer grado del que laincauta muchacha salió algo noqueada.Cuando llegó la hora de entrar a la clasesiguiente, a más de la mitad de lospresentes se les había puesto un brilloespecial en los ojillos, como de«enamoramiento».

«¡Qué pedazo de jaca!», «¡¡Debandera!!», «¡Pero habéis visto quéojazos!», eran algunas de las frases quese escuchaban escaleras arriba. Estabaclaro que a partir de ahora se iban adedicar muchos esfuerzos a llamar laatención de la nueva becaria.

Una semana más tarde, pasada la

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furia de los primeros días, Alberto entróen la biblioteca de la facultad, que enese momento se encontrabaprácticamente desierta. No tenía muchoque hacer y había pensado en pasar unrato leyendo alguna revista u hojeandoalgún libro. Se dirigía hacia elmostrador de las últimas publicacionesrecibidas, cuando, de pronto, divisó a lolejos, en una mesa apartada, a lamismísima Yvonne. Con gran sigilo seacercó a ella y, adoptando la más cínicade las sonrisas, le preguntó en voz bajaqué estaba haciendo.

—Estoy leyendo un libro que hablade las excelencias del año 1992. ¿Túfuiste a la Expo? —respondió ella

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mientras sonreía ignorante de su destino.Alberto puso cara de póquer y, en un

tono solemne, comenzó un improvisadodiscurso.

—Mira, Yvonne: yo tengo un criteriopropio sobre lo que fue todo esemamoneo. No me dejo alienar por tresatracciones de feria y cuatro chuminadasmás, aunque tengo claro que para lamayoría es muy posible que en los añossiguientes no sabrán ni dónde tienen lacabeza, pero en ese año todo les parecíamaravilloso.

Por la cara que ponía Yvonne noparecía que el tema le interesara mucho,pues continuó pasando las hojas sinprestarle demasiada atención. De

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pronto, la muchacha descubrió una fotoque le llamó la atención y, para cortar unpoco con la violencia que había en elambiente, le dijo al presunto galán:

—¡Mira, Alberto!, seguro que la fotode este cuadro hace referencia a unahistoria interesante.

Efectivamente, allí se encontrabauna bonita historia sobre una famosabatalla.

—Tienes razón, Yvonne. Muchossaben de qué se trata, pero muchos nosabrán en qué año ocurrió —dijoAlberto retando con la mirada a suamiga.

—¡Pues vamos a consultar eldiccionario! —respondió ella.

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Alberto continuaba con ganas detirarse el rollo, de modo que le propusolo siguiente:

—¡Mejor te voy a dar unas pistasque te ayudarán a encontrar la solución yasí nos divertiremos! —dijo mientrascerraba el libro.

—D siglos después, el AF de51451916 de RGA, se inauguró la presade 12022114. Si sumas los dígitos quecomponen el año obtendrás comonúmero áureo el 5 —sentenció Albertocon una mueca de sabiduría.

Yvonne se quedó con la boca abiertay Alberto aprovechó la ocasión paradeslumbrarla de nuevo.

—¿Cómo? ¿Que no sabes qué es eso

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del número áureo? Es muy simple, setrata de la suma sucesiva de los dígitosque forman un número hasta que llega aquedarse en uno solo: el número áureo.

—Alberto, no entiendo nada —dijoYvonne mirándole con cara de asombro.

—Pues mira, encanto: si porejemplo el número fuese el 1992,deberías sumar sus dígitos. Es decir, 1 +9 + 9 + 2 = 21. Ahora sumas los dosdígitos de ese resultado, 2 + 1 = 3. Ya lotienes, el número áureo de 1992 es el 3.

—Creo que ya lo entiendo, Alberto.¡Es bien fácil! —Pues si ya entiendes lode los números áureos, te será fácildeducir en qué fecha ocurrió la batalla.

—Pero… ¿Qué son todas esas letras

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y números sin sentido? —le inquirióYvonne, con más interés.

Alberto agarró un lápiz y uncuaderno y comenzó a escribir paramostrárselo a su amiga.

—Es fácil. Transformas las letras ennúmeros y viceversa, según el ordenalfabético. Así, resulta que estamoshablando de la 2121112121 de125171142116, en la que hubo unfamoso soldado cuyo nombre comienzapor 13 y sus apellidos por 3 y 20.¿Sabes ya quién es?

Yvonne adoptó un gesto quemostraba su desconcierto.

—Yvonne, no seas vaga y haz lasoperaciones. Ya verás como el éxito te

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acompaña y, de paso, vas a tener laoportunidad de irme conociendo unpoco.

Una cosa más: ¿tienes en Bélgicaalgún novio que sea tan inteligente?

Yvonne musitó un mon Dieu,mientras trataba de descubrir larespuesta a las siguientes cuestiones.

1. ¿EN QUÉ AÑO SEDESARROLLÓ LA BATALLAY QUIÉN ES ESE FAMOSOSOLDADO?

2. ¿QUÉ IMPORTANTE LIBROSE RELACIONA CON ÉLSIEMPRE QUE SE OYE SUNOMBRE?

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3. ¿CUÁL ES EL NOMBRE DELA PRESA?

Tras un rato de cavilaciones, Yvonnedio con las respuestas acertadas.

—¿Ves como no era tan difícil? —dijo Alberto, para añadir después conuna sonrisa maliciosa—: Paracelebrarlo te invito a tomar algo en elbar.

Yvonne aceptó encantada. Alberto semoría de gusto pensando que iba a ser laenvidia de toda la clase.

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3. Por escandalosos,¡al patio!

EL JUEGO DE LOSLADOS DELCUADRADO

Ese día era especial para donCosme, el decano de la facultad, ya quedentro del ciclo de conferencias quehabía programadas, le tocaba el turno a

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una muy interesante que contaría con lapresencia de un ministro. Sin embargo,la visita había suscitado ciertapolémica, debido a un asuntillo decorrupción que todavía permanecía sinaclarar del todo.

Con este precedente la conferenciaprometía ser divertida, ya que todo elalumnado preparaba una bronca de trespares de ¡bemoles! La mitad de losalumnos mantenía una actitud combativa:estaban muy exaltados por la situaciónpolítica del momento; la otra mitad loestaba aún más por la hartada debotellines que se estaba apretando entrepecho y espalda antes de la llegada delseñor ministro.

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Cuando éste, llegó en el cocheoficial, rodeado de maderos, la tensiónse podía cortar con un cuchillo. Laconferencia comenzó al fin. A los pocosminutos la mitad del salón de actoscomenzó a vocear: «¡Gol-foo!, ¡gol-foo!» Entre medias se intercalabanfrases del tipo «¡Ministrooo!¡¡¡Eres unrobaperaaas!!!» que, naturalmente,provenían del grupo de Alberto. Elministro interrumpió la conferencia y,después de aceptar las excusas de donCosme, le «sugirió» que sus maderossacaran del recinto a los alborotadorescon la máxima discreción. Don Cosmedio su autorización y los catorceprincipales alborotadores fueron

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sacados de la sala en unos momentos.De entrada se decidió enviarlos al

patio ajardinado con la esperanza de queel aire puro y un poco de naturalezaserenasen sus ánimos. Dado que habíaacudido la prensa, lo mejor era seguiractuando con la mayor discreciónposible. Para que no se pudiera hablarde «brutal actuación policial», nadamejor que aislarlos bajo la férreavigilancia de un madero de paisano y ladel colgao de Emiliano, el bedel.

El patio de la facultad es un pocoespecial, puesto que tiene un alto setocentral cuadrado en torno al cual hay unaespecie de acera ancha. El madero, buenconocedor de su oficio, decidió colocar

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a los catorce muchachos alrededor delseto. Y para evitar que hablaran entreellos, pensó que nada mejor quecolocarlos a razón de tres alumnos encada lado y uno más en dos de lasesquinas.

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El problema de la sutil vigilancia deestos lebreles se solucionaría con laayuda de Emiliano. Cada uno de los dosvigilantes se situó en una de las esquinas

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que permanecían libres. De este modotenían fácil el control, pues podían mirara su derecha o a su izquierda ycomprobar, simplemente contándolos,que había cuatro alumnos a cada lado.Lo más importante era que estuvieran depie y callados.

Al cabo de un rato, los revoltososcomenzaron a acercarse unos a otrospara poder hablar por lo bajini y asísoportar la monotonía de la espera.

Ni a Emiliano ni al madero parecióque esto les llamara la atención, ante locual los chavales empezaron a planearde qué manera podrían largarse algunosde ellos.

Naturalmente fue Alberto el primero

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en poner en marcha la maquinación.—¡Chicos, psss, silencio! —

comenzó diciendo—. Si os fijáis bien, elEmiliano sólo levanta la vista delMarca para contarnos de vez en cuando,y si afináis la visual un poco más osdaréis cuenta de que el madero haceigual.

Alberto permaneció cavilando unosinstantes y terminó diciendo:

—Ya sé la forma de que sólo sequeden ocho. ¡Y nadie se dará cuenta!

¿QUÉ PUDIERON HACERPARA QUEDARSE SÓLOOCHO ALUMNOS Y QUE LOSVIGILANTES SIGUIERAN

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VIENDO CUATRO DESDE SUSRESPECTIVAS POSICIONES?

Al cabo de un rato, un grupo de seisescandalosos alumnos irrumpía en elsalón de actos y volvía a increpar alministro ante la desesperación del pobredon Cosme.

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4. ¡Vaya con lashormigas!

EL JUEGO DE LAENCICLOPEDIA

Una mañana Alberto y todos susamigos fueron a la casa de campo quetiene el padre de Iñaki. El asunto teníatoda la pinta de ser un auténticomarronazo, ya que la propuesta consistíaen sacar todos los libros de la

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biblioteca, para luego ponerse a pintarla sala, con la excusa de pasar un día enel campo. Seguro que iban a disfrutar deun día formidable, había dicho el padre,pero…

—Mira, chico, tu padre dirá lo quequiera, pero esto se llama hacer elprimo, lo que quiere tu padre es nogastarse ni un chavo —le dijo Alberto aIñaki.

—¡No seas mangui, que ya veráscómo se estira y se invita a algo cuandoterminemos! —le increpó sin muchoconvencimiento Iñaki.

El caso fue que mientras los demáscomenzaban a sacar el mobiliario paradejarlo en el porche, Alberto andaba

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marcándose un escaqueo, apelando acierta resaca o a cierta bajada detensión.

Cuando las miraditas dedesaprobación comenzaron a ser másque patentes, Alberto se dio cuenta deque no podía seguir dando el cante. Asíque, apagando el cigarrito con algo dechulería, desafió a todos diciendo: «Laenciclopedia me la saco yo solo».

Esta era bastante antigua y, lo peor,bastante pesada. Tenía las páginasamarillentas y un enorme valorsentimental para el padre de Iñaki. Entotal se componía de cincuenta y cuatrotomos bien gruesos.

Alberto se puso manos a la obra.

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Fue sacando los tomos de dos en dos yamontonándolos en el porche del patiojunto al resto de las cosas. Formó unagran pila hasta que no le quedó másremedio que subirse a una silla y asícontinuar la construcción de la torre.Una vez que la hubo completado yestaban colocados los cincuenta y cuatrotomos, se la quedó mirando y se dijo:«¡Esta torre, por la peculiar disposicióndel espacio y el volumen, sería envidiade cualquier afamado arquitecto de laBauhaus!»

En lo que no cayó Alberto fue en quehabía edificado su genial torrebauhausiana sobre un hormiguero. Lashormigas, bastante cabreadas al ver

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taponada su salida al exterior, aplicaronel instinto de conservación ysupervivencia comenzando un laboriosotrabajo de horadación de los libros quelas sepultaban. Parecía como si lashormigas supieran matemáticas, ya queestaban realizando un largo agujero através de las páginas, empezando por laprimera del primer volumen de laenciclopedia, y no terminando su voraztrabajo hasta que consiguieron llegar ala última página del último volumen.

Tampoco tardó mucho la cuadrillade estudiantes en pintar la sala, puestoque por la tarde ya estaban loscoleguillas de Alberto reintegrando a laestancia todos los enseres. Alberto

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sintió cierta lástima por tener quedesmontar su obra arquitectónica, peromucha más se llevó al descubrir elterrible desaguisado.

—¡La que han formado las hormigas!Y además no han hecho precisamente unagujerito, esto es todo un señor agujero—dijo Alberto con los ojos como platosy una media sonrisa de disculpa.

Efectivamente, el hermoso hueco nopermitía leer las páginas atravesadaspor los insectos. Con las cosas así, elpadre de Iñaki dijo que se tirara laenciclopedia inservible, que yacomprarían otra.

Sin embargo, Alberto dijo quealgunos de los tomos se podían

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aprovechar. ¿Sería posible? El padre deIñaki, convencido de que al final lobarato sale caro, le planteó estapregunta:

¿CUÁNTOS Y QUÉVOLÚMENES,EFECTIVAMENTE, ESTABANEN BUEN USO AL NO HABERSIDO PASTO DE LASHORMIGAS?

Un rato más tarde, Alberto dio larespuesta, aunque ello no le libró, en losdías siguientes, de ganarse cierta famade «destrozalibros».

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5. A ver quién tienerazón

EL JUEGO DE LOSBARREÑOS

Alberto e Iñaki habían decididoquedar esa tarde para estudiar juntos ycomentar de paso cómo se presentaba elcurso. Puesto que todo iba a ser bastanterelajado, a los dos les pareció que lomejor era estar en casa de Alberto. Con

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ese equipazo de música que tiene y esacolección de vídeos, estaba claro quepodían pasarse una tarde tranquila. Y lomás importante: sin gastarse un chavo.Por si esto fuera poco, Alberto disponede un jardín en su casa, con dos hamacasbien sombreadas por unos árboles, enlas que resulta un verdadero deleiteestar tumbado, hablando de lo divino yhumano, en compañía de un pequeñoperrito que se llama Lucas y quesiempre anda jugueteando por el jardín.

En esto andaban plácidamente losdos muchachos al final de la tarde,cuando de pronto escucharon la voz dela madre de Alberto.

—¡Sinvergüenzas, nos han cortado

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el agua otra vez! —gritó en estado decrispación.

Los dos chavales se miraronhaciendo un gesto de complicidad comosi el tema no fuera con ellos. La madrecontinuó profiriendo insultos contra lacompañía del agua, la Junta Municipal yhasta contra el Gobierno de la nación.

—¡Con el calorazo que hace!¡Seguro que hasta dentro de tres días nonos podemos ni duchar!

Definitivamente, el ataque denervios de la madre estaba destrozandola plácida conversación que manteníanlos dos amigos. Iñaki, sin saber muybien por qué, tomó una hoja de apuntes ycomenzó a fabricar un barquito de papel.

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Cuando lo estaba terminando les cayó elmarronazo.

—¡Y vosotros dos, que estáishaciendo el zángano de colmena, yapodríais acercaros a la fuente a llenar deagua un par de barreños! —«sugirió»amablemente la madre de Alberto.

Los dos amigos abandonaron lashamacas sin demasiado convencimiento,especialmente Iñaki, que iba desafiandocon la mirada a la madre de Albertomientras se abanicaba con el barquito.Agarraron los dos barreños y sedirigieron con desidia hacia la fuente dela calle.

—¡Y no os olvidéis de llenarlos almáximo! —les increpó la madre

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mientras se marchaban.Cuando volvieron cargados con los

dos barreños el mal humor era la notapredominante. Los dejaron a la entradade la casa y se lo comunicaron a lamadre de Alberto. Fue en esto que Lucasaprovechó la ocasión para brincar hastael barreño de Alberto y, una vez en elagua, quedarse inmóvil como si setratara de un cadáver. A los dosmuchachos les hizo gracia, e Iñaki dijoque si Alberto tenía a su perrito en elbarreño, él no iba a ser menos, por loque puso a navegar dentro del otrorecipiente su barquito de papel. Los doschavales se olvidaron de su mal humorinmediatamente.

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El barreño de Alberto estaba ahoracomo el de Iñaki, con la diferencia deque en el de su amigo flotaba un ligerobarquito de papel mientras que en elsuyo lo hacia su perrito Lucas.

Para evitar que la madre de Albertose llevara otro sofocón debido a lasbromas que se traían los dos muchachos,decidieron llevarlos al extremo deljardín. El nuevo esfuerzo les parecióinmenso y comenzaron a discutir sobrecuál podía pesar más. Alberto afirmabaque el suyo, ya que además del aguahasta el borde, estaba Lucas. Iñaki porsu parte decía que eso no tenía nada quever, y que su barreño debía pesar, por lomenos, tanto como el de Alberto.

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La discusión no llegó a ningunaconclusión y la abandonaron, pero…

¿SABRÍAS TÚ CUÁL DE LOSDOS BARREÑOS PESABAMÁS?

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6. A por las tijeras

EL JUEGO DE LOSRECORTABLES

La facultad de Alberto esrelativamente nueva; se edificó a lasafueras de la ciudad, y a sus espaldas seencuentran unos inmensos descampados.No se sabe muy bien cómo, pero el casoes que un buen día aparecieron unaschabolas de uralita y chapa que daban un

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aire muy, pero que muy cutre al paisaje.Los del ayuntamiento pensaron en

otorgar los terrenos, decisión que seejecutó con relativa rapidez. Lo difícilcomenzaba ahora: se trataba de construirunas casas prefabricadas y, lo que esmás complicado, encontrar las pelaspara pagar los materiales.

Poco a poco los inmigrantes se ibandejando ver por el barrio, y como setraían un vacilón de órdago, fueronganando popularidad. Tanta que la«Radikal-Popular», es decir, laasociación de vecinos, tomó cartas en elasunto.

—¡Compañeerooos del barrio!¡Compañerooos! Nos hemos congregado

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hoy las fuerzas vivas del barrio paraproponer ideas sobre la integración denuestros otros compañeros de lasminorías étnicas… —decía una vozmetálica desde la plaza que hay cerca dela facultad.

Alberto, que andaba por allí conIñaki, le propuso acercarse para ver dequé iba el tema. Cuando llegaron seencontraron con un curioso personajehablando por un megáfono. Llevaba unasbarbas a lo Bakunin y una enorme tripade esas que se tienen tras beberse losprimeros veinticinco mil litros decerveza.

—Sin lugar a dudas, ese pavo tieneque ser el presidente de la asociación —

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le dijo Iñaki a Alberto mientras se ibanacercando.

Al llegar se encontraron con unaespecie de concurso. Consistía enaportar ideas para la distribución de losmódulos de las casas prefabricadas paralos inmigrantes. La verdad es que notenía que haber muchas ganas de ir esatarde a clase puesto que en la plaza seestaban encontrando con muchoscompañeros de facultad.

—¿Vamos a ver en qué consiste elconcurso? —le preguntó Iñaki a Albertohaciéndole un guiño de complicidad.

Cuando se acercaron pudieroncomprobar que lo de menos era elconcurso, ya que lo interesante era el

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contexto: una «lentejada popular» pararecaudar fondos; una venta de bonos desolidaridad para lo mismo y guarderíapopular, así como un largo etcétera decosas «populares».

—Pues a mí me está dando que lodel concurso es un engaño —le dijoAlberto a su amigo.

—Sí, pero vamos a ver de qué va.Una vez cerca, se encontraron al de

la megafonía acompañado de uninmigrante; Alberto e Iñaki se acercarona preguntar. El inmigrante parecía muysimpático y se presentó como elcoordinador responsable del colectivode inmigrantes. Se llamaba Mustafá,pero todos le llamaban Musti.

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—Pues veráis. Yo te diga-yo teexplica: el concurso consiste en cogeruna cartulina y unas tijeras para diseñarun recortable formada por seiscuadrados, de forma que se pueda hacerun cubo.

—¿Y para qué? —le preguntaron losdos chavales.

—Pues yo te diga-yo te explica: conlos seis cuadrados se van a formarmódulos para nuestras próximasviviendas prefabricadas, que seconstruirón bajo unos parámetros demáxima funcionalidad, dentro de lamayor economía de medios —lesrespondió Musti mientras el presidentede la asociación asentía.

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—Aquí tenemos los tres primeros.Cuando los tengamos todos, regalaremosal ganador una ristra de morcillas dearroz, así como las obras completas deRosa Luxemburgo encuadernadas encueroflex —añadió el presidente de laasociación.

—¡Está chupado! —dijo satisfechoAlberto.

Fue entonces cuando Musti les

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advirtió:—Efectivamente, pero primero

tenéis que ver que los dos últimosrecortables son en realidad iguales,porque sólo hay que darles la vuelta.

Todos los participantes se estabandando cuenta de que llevarse los dosfabulosos premios no sería una cosa tanfácil.

El presidente sonrió y les dijo:—Al comienzo os he dicho que los

primeros serán para el que sea másrápido y más habilidoso. De modo quelo que quiero es que diseñéis todos losrecortables posibles hechos a base deseis cuadrados. Utilizad la retícula decuadrados que os he mostrado antes, y

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os servirá como ayuda para encontrarlostodos.

Alberto se quedó meditabundo y sepreguntó:

¿CUÁNTOS SON LOSRECORTABLES QUE SEPUEDEN HACER?

Al cabo de bastante rato, Alberto eIñaki dieron a la vez con la solución. Elpresidente de la asociación de vecinos yMusti hicieron entrega de lossensacionales premios a los dos nuevoshéroes de la lucha contra lamarginación.

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7. Lo que cuestallegar hasta el cine…

EL JUEGO DELCALLEJERO

Durante un descanso, Alberto y losde su clase se encontraron en el bar.Entre copa y copa —no se sabe muybien cómo salió el tema— laconversación desembocó en la nuevapelícula de Sharon Stone, que se

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acababa de estrenar. Pronto empezaron ahacer planes para ir a verla esa mismatarde, a lo que se apuntarontropecientos.

Alberto, como siempre en planorganizativo, tomó la batuta y empezó aelaborar la lista de gente que iba. Entotal eran veinte. Luego les tomó lasdirecciones e hizo un plano asignando acada amigo un número. Así sería másfácil y no habría repeticiones a la horade ver cuál era el mejor recorrido paralos coches y poder ir todos juntos. Elobjetivo era pasar por las casas detodos, pero una sola vez.

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Alberto, dándoselas de ingenioso,lanzó una pregunta al ruedo:

¿CUÁL ES LA SUCESIÓN DENÚMEROS QUE DEBEMOSSEGUIR PARA CONSEGUIREL OBJETIVO?

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8. A todos nos gustanlas guindas

EL JUEGO DEREPARTIR LA

TARTA

En la celebración del día delcumpleaños de Alberto no podían faltarsus amigos ni una gran tarta. Había quecomenzar seleccionando el local. El

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elegido fue un burger que se llamaPaco’s, gracias al nombre de supropietario. A Paco le caen muy bienAlberto y sus compañeros de clase, porlo que el día del cumpleaños él mismohizo una tarta muy especial.

Con lo golosos que son nuestrosamigos, a Paco se le ocurrió hacer unagigantesca tarta cuadrada con chocolatepor dentro y una enorme capa de natapor fuera. Paco es bastante despistado:mientras hacía la tarta pensaba que se leestaba olvidando algo, pero no caía enqué.

Se iba acercando la hora de lacelebración y todas las tiendascomenzaban a cerrar. Cuando Paco

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terminó de dar la última capa de nata ala enorme tarta cuadrada descubrió loque se le había olvidado: las velas.Salió corriendo a comprarlas a latienda, pero ésta ya se encontrabacerrada.

Paco volvió al burger algo molestopor su despiste. Se quedó mirando suriquísima tarta y pensó que, aunquesabría de maravilla, habría queadornarla de alguna forma para que noquedara tan triste. Miró en su despensa yencontró un tarro de guindas en almíbar.Pensó en la distribución y en unmomento las colocó.

Ahora sí que estaba la tartarealmente bonita, y sin duda Alberto y

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sus amigos pasarían por alto el despistede las velas.

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Alberto apareció con sus sietemejores amigos, por lo que en totalcontabilizaban ocho. El plan para esatarde ya estaba definido: primero sepondrían morados de tarta y luego seirían a un local de música en vivo paratomar unas copas.

Ya dentro del burger, los chavalesse sentaron en una gran mesa y,rápidamente, Paco apareció con la tartacantando «cumpleaños feliz». Cuandolos amigos de Alberto vieron semejantetarta comenzaron a gritar.

—¡Hala, qué pasote de tarta! ¡Cómonos vamos a poner!

Paco estaba muy satisfecho y,sacando un cuchillo enorme, dijo:

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—Pues ahora, amigos, ¡a comer!Iñaki y Marcelo comenzaron a pedir

a coro:—¡Nuestro trozo con muchas

guindas! A lo que el resto de lamarabunta añadió:

—¡Y el mío también!En un segundo se desató una

discusión entre todos los chavales queamenazaba terminar en batalla campalcon guerra de tartazos incluida. Paco sedispuso a serenar los ánimos y sugirió:

—Lo que está claro es que no tenéisquince años y no podéis andardiscutiendo; me parece más lógico quedecidáis quién se lleva el trozo con másguindas. ¿Qué os parece la idea?

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Todos los chicos, y Alberto elprimero, comenzaron a exponer por quéle debería corresponder a ellos un trozocon más guindas que a los otros.Posiblemente se debía más a una formade dar la vara que a la glotonería, peroasí se estaban poniendo las cosas.

—Como es mi cumpleaños, yo creoque me merezco más —dijo Alberto.

Y lógicamente aquello se convirtióen una sucesión de argumentos de porqué a cada uno de los presentes lecorrespondía en justicia una mayorcantidad de guindas.

Todo intento de conciliar los ánimosparecía condenado al fracaso, cuandoYvonne, que llevaba un largo rato

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callada y contemplando la tarta, dijo:—¡Por favor, amigos, prestadme

atención un momento! Si miráis bien latarta, hay una forma de dividirla en ochopartes iguales y que cada parte lleve elmismo número de guindas.

Los ocho amigos se quedaronmirando la tarta y, efectivamente, sepodía hacer. Yvonne había evitado quela fiesta de cumpleaños terminara enbatalla.

¿CÓMO ERA POSIBLE?

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9. El pincho de dados

EL JUEGO DE LASCARAS

ATRAVESADAS

Varias semanas después de haberencontrado la solución ideal para elalojamiento de Musti y sus demáscompañeros, se decidió organizar unafiesta en condiciones. Todos losestudiantes que habían colaborado en el

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proyecto fueron invitados. El que más yel que menos sentía una curiosidadenorme por conocer cómo podía ser unafiesta tradicional marroquí.

Musti había estado hablando conAlberto y con Iñaki de asar un cordero ypreparar un gran cuscús, cosa que lehizo recordar a Alberto algo que habíavisto en una tienda de dulces y quepensaba llevar a la fiesta.

—Mira, Musti, para el momento delcafé o el té a la menta no te preocupes,que yo me encargo de acompañarlo conuna especie de pincho moruno, pero endulce.

Musti puso cara de póquer y, trasacordar la fecha y hora, se marchó como

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había venido.Iñaki miró a su amigo y le preguntó

qué era eso de los pinchos morunos«pero en dulce». Alberto le contó que eldía anterior había estado en una tiendade caramelos con su hermana pequeña yhabía encontrado unos que le habíanllamado la atención.

—Además, si nos invitan tampoco escosa de presentarnos por la cara —terminó diciendo.

Llegó el día de la comida, todos selo pasaban de maravilla, aquello sí queera una fiesta étnica con todas las de laley: desde comida típica hasta músicatradicional en vivo, interpretada porMusti y sus compañeros.

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Cuando llegaron a la sobremesa,estaban a punto de reventar. De toda lacomida que habían preparado no habíasobrado nada; y ahora lo que se terciabaera una buena tertulia acompañada de téa la menta. Fue en ese momento cuandoAlberto sacó la bolsa de caramelos. Laverdad es que los había elegido muybien. En la bolsa había doscientos, yeran muy curiosos, blanditos y conforma de dado.

Felixín los conocía y dijo:—¡Andá! Estos son de los que se

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ensartan de siete en siete en un palillo,como si fuese un pincho.

Alberto, que había estado la tardeanterior examinándolos, añadió:

—¡Efectivamente! Se metenintroduciendo el pincho por una cara ysacándolo por la opuesta. Son un pococomo un pincho moruno.

Todos se quedaron mirando loscaramelos con gesto goloso y empezarona gritar:

—¡Que los reparta, que los reparta!Antes del reparto, Musti y sus

compañeros comenzaron a contaranécdotas de ingenio revestidas comocuentos de Las mil y una noches, yproponiendo adivinanzas. Es por esto

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por lo que volvió a mirar los caramelosy se le ocurrió una idea.

—Muy bien, amigos, vamos arepartir los caramelos, pero ospropongo una cosa. Para serenar losánimos vamos a pensar un poco con unaadivinanza. El que la acierte será elprimero en recibir los caramelos deAlberto. El resto esperará hasta el fin dela fiesta. El tema se estaba poniendoserio, ya que todos los presentes teníanalgún huequecillo en el estómagoreservado para los dulces. De modo quese callaron mientras se les iba haciendola boca agua.

Musti cogió un palillo y sietecaramelos, miró desafiante a todos los

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invitados y dijo:

1. ¿SERÍA POSIBLE SABERCUÁNTO SUMAN LASCARAS ATRAVESADAS PORCADA PINCHO?

El silencio fue absoluto.De pronto, Alberto levantó la mano

y dijo:—Aunque yo he sido el que los ha

traído, voy a ser el primero en darme elbanquete. Creo que soy capaz deadivinar la suma sin ver los dados, seinserten como se inserten en el pincho.

Todos los presentes miraron aAlberto con la boca abierta, y fue en ese

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momento cuando Alberto concluyó:—Es más: apuesto a que sé el

número en cuestión con sólo decirme losdados que se ponen, aunque sean más omenos de siete.

2. ¿CÓMO ES POSIBLERAZONARLO?

Musti colocó los caramelos yAlberto, efectivamente, acertó elresultado de la suma, por lo que pudodevorar los dulces ante los ojos atónitosy envidiosos de sus compañeros.

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10. ¿Cuál de los doses mejor?

EL JUEGO DE LOSDOS RELOJES

A Alberto le habían regalado unestupendo reloj digital y, sin cortarse unpelo, se iba pavoneando delante del queestuviera dispuesto a escucharle. Los desu clase no le prestaban ya la menoratención, con lo que Alberto tuvo que

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dedicarse a dar una vuelta por el baretode la facultad esperando encontrar aalguien. Fue en ese momento cuandoapareció Borja, con sus habituales airesde superioridad. Alberto dejó que seacercara a él y, naturalmente, aprovechóla ocasión de fardar con su estupendoreloj.

—Hola, Borjita, ¿qué tal? ¡Mira quédabuten del palmeruten es mi nuevoreloj digital! —le dijo entusiasmado.

—Bueno, la verdad es que tienebuena pinta para poder tirarte el rollo enuna bodeguilla de barrio, mientras tecenas unos huevos fritos con chorizo.

Alberto se quedó petrificado,aquello le supo a cuerno quemado.

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Borja continuó:—El que yo tengo es analógico,

como los de siempre, de una eleganciaclásica, aunque manteniendo una ciertalínea deportiva con el fin de restarleformalidad. ¡Cuesta doscientos talegos!

—Pues mira, el mío no sólo esdigital, sino que además tiene un montónde funciones, aparte de dar la hora.Verás, te voy explicando… —dispusoAlberto con satisfacción.

Borja ya empezaba a estar un pocohasta el moño de tanto escuchar lasexcelencias del reloj de Alberto. Nosabía muy bien cómo volver a ponerloen su sitio, cuando de pronto se leocurrió una idea.

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—Albertito:

1. ¿CUÁNTAS VECES LA HORADE TU RELOJ ES CAPICÚA?

—le preguntó Borja haciéndose elingenuo.

Alberto comenzó a darle vueltas a lapregunta, pero no era fácil encontrar unarespuesta. Cuanto más se lo pensaba,más notaba el gozo que sus dudasproducían en Borja. Quizás estosquebraderos de cabeza eran el pago atanta fanfarronería. Sin embargo, seguroque había una solución.

Levantó la mirada desafiando aBorja y, algo coloradote de rabia, le

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dijo:—A ver, listillo, mientras yo calculo

tu pregunta,

2. ¿SERÍAS CAPAZ DEDECIRME CUÁNTAS VECESLAS AGUJAS DE TU RELOJESTÁN JUNTAS, COMOCUANDO SON LAS DOCE YPARECE QUE UNA DEELLAS SE HA PERDIDO?

Los dos compañeros quedaron largotiempo sumidos en inútil concentración,pues no consiguieron hallar la respuesta.En todo caso, Alberto se lo pensó dosveces a partir de entonces antes de

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pavonearse por nada.

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11. Una bicicleta demontaña para tres

EL JUEGO DE LOSTRES CANDADOS

Un día, Alberto e Iñaki andabancomentando lo bueno que sería volver ahacer algo de deporte, dado que contantos botellines, tantas siestas y tantashoras sentados se veían venir que alterminar la carrera tendrían una buena

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tripilla. La cosa era encontrar un deportemoderno, vistoso y con cierto nivel.Estaba claro que lo suyo no era ni elkárate ni el golf.

Mientras caminaban por la calle, separaron de pronto frente al escaparatede una tienda de deportes. Allí estaba loque andaban buscando. Entre tablas desurf, parapentes, raquetas de squash yaletas de buceador, apareció algo que seconvirtió inmediatamente en el sueño denuestros dos amigos: ¡una bicicleta demontaña! El único problema es quecostaba un pastón.

Durante los días siguientes, cuandovolvían de clase, no había tarde que losdos amigos no permanecieran un buen

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rato contemplando la bici en elescaparate. La miraban y comenzaban afantasear sobre lo bien que se lo iban apasar, además del cuerpazo serrano quese les iba a poner, si algún día llegabana comprarla. El gran problema seguíasiendo el precio. Con lo poco querecibían cada uno de paga semanal y lopoco que tenían ahorrado pasaríanmeses hasta que alguno de los dospudiera comprarla.

Los días iban pasando mientras lasganas de tener la bicicleta aumentaban.Por más vueltas que le daban al asuntosólo parecía haber una solución:encontrar a un tercero y comprarla entrelos tres. La idea les pareció de lo más

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sugerente, de modo que fueron aplanteárselo a Yvonne, pues no se lesocurrió una candidata mejor.

—Mira, reina mora, seguro que tú enBruselas ibas a todas partes en bici,hacías deporte y te sentías bien, y nocomo ahora que estás echando unosmichelines que, francamente… —ledijeron los dos al unísono.

Este último argumento fue el queconvenció definitivamente a la buena deYvonne. Así pues, los tres juntaron susahorros, calcularon el dinero que yatenían y se dispusieron a comprar laansiada máquina de dar pedales.

Un sábado bien temprano seencontraron los tres en la puerta de la

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tienda de deportes, entraron, y se lallevaron. La verdad es que se les hacíala boca agua cuando el dependienteretiraba la bicicleta del escaparate.Durante todo el largo día, Alberto,Yvonne e Iñaki estuvieron campo arriba,campo abajo.

Los tres se turnaban compitiendosobre quién era más hábil al manillar.

Por la tarde ya estaban rendidos, ytenían unas agujetas de mil demonios,por lo que decidieron separarse hasta eldía siguiente.

—Bueno, chicos, ¿qué os parece silo dejamos por hoy? Podemos quedarmañana a la misma hora, ¡si es que nonos levantamos muertos! —dijo Alberto.

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—Muy bien, yo me puedo llevar labici y guardarla en el jardín de mi casa—propuso Iñaki.

—¡Qué cara más dura! ¿Y por quéno me la llevo yo a la mía? —le planteóYvonne.

—¡O yo! —dijo Alberto.El caso es que, aunque estaban

agotados, encontraron las fuerzas parainiciar una discusión sobre quiéndebería llevarse la bici. Las posicionesparecían irreconciliables, como era desuponer.

La bici era de los tres y ningunoquería que el otro la tuviera en su casa,sino que estuviera a disposición de cadauno de ellos.

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Alberto encontró una solución:—La bici puede dormir en la calle,

pero con una cadena para que no se lalleve nadie.

Dicho esto, se dio una carrera hastasu casa para traer una cadena queguardaba en el jardín.

El tema parecía resuelto. Albertoapareció al poco rato con una cadena yun candado de máxima seguridad.

—Aquí estoy de nuevo, traigo uncandado con una llave. El próximo díapodéis sacar una copia y así podréisabrirlo y cerrarlo cuando queráis —dijoAlberto con decisión.

—Oye, pues si utilizamos uncandado que yo tengo me ahorro hacer la

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llave. Además, mi candado es tan buenoo mejor que el tuyo —le respondió Iñakialgo enfadado.

—Pues yo creo que tenemos queutilizar el que yo tengo, porque es muyseguro y además la llave es difícil dereproducir porque está fabricada enBélgica —concluyó Yvonne.

Al final decidieron utilizar los trescandados, aunque sólo tenían una llavecada uno, correspondiente a su propiocandado. Pero…

¿CÓMO SERÍA POSIBLE QUECUALQUIERA DE LOS TRESPUDIERA UTILIZAR LABICICLETA ABRIENDO SÓLO

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UN CANDADO?

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12. ¡Vaya con lamuñeca!

EL JUEGO DE LOSPARENTESCOS

La hermana pequeña de Albertotiene una merecida fama de ser bastantequisquillosa. Nunca hace nada sin queesté todo perfectamente organizado.Totalmente lo contrario de lo que leocurre a Alberto.

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La diferencia de edad es bastantegrande, y por ello normalmente nosuelen jugar juntos muy a menudo.Además no se suelen poner de acuerdoni tan siquiera para definir las normasdel juego. No obstante, a veces aAlberto le cae el embolado de tener quequedarse en casa cuidándola. Sus padresles suelen alentar entonces para que seancapaces de permanecer juntos sin llegara regañar, y en esto se encontraban losdos la otra tarde…

—Bueno, ¿qué podemos hacer? —preguntó Alberto a su hermana con unresoplido de desinterés.

—¡Podemos jugar con las muñecas!—respondió ella entusiasmada.

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—¡Qué pestiño de tarde me espera!La hermana de Alberto se dedicó a

convencerlo, y para eso nada mejor quemostrarle su nueva muñeca: laGertrudis. Alberto la miró con ciertoescepticismo, mientras decía a suhermana:

—Tendremos que buscar elparentesco de cada uno de nosotros conla muñeca.

A la hermana le pareció una ideagenial. Ella ya había organizado elparentesco de Gertrudis con el resto desus otras muñecas, pero con ella mismay con su hermano era algo que no se lehabía ocurrido todavía.

—Haremos que es mi sobrina —

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añadió Alberto con cierto aire deresignación.

—¡Pues no!, porque si yo soy tuhermana, Gertrudis será también misobrina y yo no quiero que sea misobrina. Yo ya tengo otra muñeca que esmi sobrina —respondió ella en tonoaltanero.

—Sí, vale, tienes razón, pero tú y yono podemos dejar de ser hermanos.

—Manuela, la muñeca de las trenzaslargas y rubias, es mi sobrina —dijo lahermana de Alberto.

—Entonces, si Manuela es tusobrina, yo sería su padre, y esto meparece bien, pero sigo sin saber quéparentesco tendremos con Gertrudis —

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añadió Alberto.Los dos hermanos continuaron

buscando sus respectivas relacionesfamiliares con las muñecas, pero ellainsistía en que no quería que Gertrudisfuera su sobrina. Alberto empezaba aperder los nervios, pero antes de iniciaruna discusión prefirió utilizar la cabezapara hallar una solución y poder ser eltío de Gertrudis. De modo que con estosantecedentes, la pregunta estaba clara:

¿CUÁL ERA LA RELACIÓN DEPARENTESCO DE LAHERMANA DE ALBERTO CONGERTRUDIS?

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13. Lo que pasa porno saber idiomas

EL JUEGO DE LOSDONUTS

El burger Paco’s llevaba tiempo queno podía dar abasto. Como todos loscompañeros de Alberto en la facultadacudían allí cada clase que se fumaban yel negocio prosperaba, Paco pensó enampliar la empresa y diversificar

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actividades. Pensó en poner una tiendade donuts, pero para eso había quelocalizar primero la mejor maquinaria.

De todo el mundo es sabido que lasmejores máquinas productoras de donutsse fabrican en Alemania. De modo que,sin pensárselo dos veces, Paco contactócon un amiguete que había emigrado aaquel país para que le comprara elartefacto.

Pasaron los días mientras Pacoponía en condiciones la ampliación dellocal. Justo cuando ya lo tenía todo listo,llamaron a su puerta, con unaefectividad germánica, la abrió y seencontró de frente con un vikingo de dosmetros que, mientras le hacía papilla la

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mano con el apretón, le dijo:—Hallo, Guten Tag! Ich bin Herr

Grossmann, und komme mit demDonutswerksgercit und wollte ich Ihnengerne zeigen…

Paco se quedó sin habla. Lo más queconsiguió emitir fue un sonido como«Oogg», para luego caerse de espaldasdel susto. El caso fue que cuando se lepasó el soponcio dejó al alemán hacer yél se dedicó a lo suyo: lashamburguesas.

El tal Grossmann trabajaba que selas pelaba. Paco echaba de vez encuando una ojeada y sólo llegaba a verla silueta del bigardo moviéndose a unavelocidad que cortaba el viento. Parecía

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que lo habían sacado de los dibujosanimados. Paco se fue a echar la siestay, cuando empezaba a soñar quedescendía de un avión en el Caribe,Grossmann le despertó. Le condujohacia la máquina y le explicó sufuncionamiento con una demostración endirecto.

—Hier müssen Sien den knopfdrüken und dann…, aber da kommt derFunktion für…

—Mira, majete, por mí no te hagasmala sangre, que yo soy más listo de lonormal y me quedo con la copla que note lo puedes ni creer —le respondióPaco mientras le acompañaba a la puertapara quitárselo de encima.

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Cuando tomó un respiro, se pusomanos a la obra. Primeramente miró losquince tomos de instrucciones queGrossmann le había dejado y alcomprobar que estaban en alemán, sedijo:

—Esto sí que tiene… ¡bemoles!Bueno, nada de técnica que esto me losoluciono yo a base de ingenio.

Paco puso la máquina de donuts enfuncionamiento; aquello se parecía másbien a la estación de seguimiento desatélites de Robledo de Chavela.Cuando salieron los primeros donutstenían algo extraño que no terminaba deentender…

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A pesar de todo, decidió ponerlos enventa, ya que le parecían curiosos. Eléxito fue total. Casi se puede decir quese los quitaban de las manos. Paco,satisfecho, comentaba a sus amigotes:

—Je, je, je. ¡A mí me van a venir

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estos listillos alemanes a marear laperdiz!

Casualmente Alberto pasó por latienda de Paco y no pudo evitar compraruno, por supuesto. En la facultad laextraña forma de los donuts causó uncierto revuelo: todos querían verlo y¡probarlo!

Alberto puso cara de travieso ypropuso lo siguiente:

—Se ganará un trozo aquel queacierte el número de caras que tiene eldonut.

¿QUÉ NÚMERO EXACTO DECARAS TIENE ESTA FIGURAGEOMÉTRICA?

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14. ¡Que viene elvendedor de chicles!

EL JUEGO DE LOSENVOLTORIOS

Un día, la entrada de la facultadapareció sembrada de unos extrañospapelitos en los que había una leyendaque avisaba de la llegada al díasiguiente de «la caravana del chicleMaracuyá». Nadie entendió qué

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significaba eso, y rápidamente todos seolvidaron del tema.

Al día siguiente, cuando salían declase los alumnos, se encontraron con lasorpresa. A las puertas de la universidadhabía una caravana circense queanunciaba el comienzo del espectáculode «el nuevo chicle Maracuyá».

Todos los amiguetes de Alberto, muyimpresionados, comenzaron a bromearsobre lo que estaba sucediendo. Primerollegaron los gigantes repartiendopropaganda del nuevo chicle. Nadiedaba crédito a sus ojos al ver a esoshombres que andaban sobre patas de dosmetros y que iban ataviados conpantalones de colores tan chillones

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Luego aparecieron unas bailarinasnegras que llevaban en la cabeza unosextraños sombreros adornados confrutas tropicales y que cantaban unacanción que tenía por estribillo«Maracuyá, Maracuyá». Los estudiantescomenzaron enseguida a lanzar piropos.

Después vino un grupo de enanosdando volteretas a la vez que gritaban:«Con el chicle Maracuyá haréis globostan grandes como nosotros». Hasta losmás combativos estudiantes delsindicato se tronchaban de risa. Porúltimo, se hizo un momento de silencio yexplotaron en el cielo unos fuegosartificiales. Cuando terminó la traca, unindividuo tomó la palabra:

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—¡Y ahora, queridos jóvenes!¡¡¡Con todos vosotros, el hombre delchicle Maracuyá!!!

De la caravana cayó un telón yapareció como de la nada un hombretotalmente vestido de blanco. Alberto sequedó mirando a Iñaki y pensó: «A míme parece que yo a éste le he visto antesen un anuncio de detergente».

El caso es que el hombre de blancoempezó a contar chistes y,verdaderamente, consiguió captar aúnmás la atención de todos los presentes yhacerles reír. Con tanta expectacióncomo estaba generando, primero los másimpacientes, y luego el resto, todosempezaron a gritar:

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—¡Queremos chicles, queremoschicles!

El hombre de blanco agarró unmicrófono y, luciendo una gran sonrisaesmaltada, les respondió:

—¡Hoy tenéis la suerte deaprovechar una maravillosa oferta!

Todos los estudiantes preguntaron acoro:

—¿Sííí? ¿Cuál?—Pues muy sencillo: por cada cinco

envoltorios del nuevo y maravillosochicle Maracuyá que me entreguéis, yoos regalare uno.

Y en esto apareció una mujerbarbuda vendiendo los chicles. Claro,después de tanto circo bien podían sufrir

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la tentación consumista. Borja fue elprimero en salir pitando a por loschicles y se compró cincuenta y tres. Lesquitó el envoltorio y canjeó cuantospudo para regalárselos a su «club defans».

Alberto lo observó a su regreso y lepreguntó:

¿CUÁNTOS CHICLESCONSEGUISTE EN TOTAL,TENIENDO EN CUENTATANTO LOS QUE TE HANREGALADO COMO LOS QUECOMPRASTE?

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15. Cuestioneseléctricas

EL JUEGO DE LOSINTERRUPTORES

Alberto acababa de heredar de suprimo una vieja Vespa que se encontrabaen un estado francamente lamentable. Nodejándose comer la moral, se dedicódurante una mañana a repintar la chapapara después meterle mano al motor.

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Con grasa hasta las orejas, logrópetrolear el carburador y algunas otraspartes. Infló las ruedas y sacó brillo alespejo retrovisor. Cuando parecía queya la tenía lista, probó a arrancarlamientras se decía: «¡De ésta me lasllevo a todas de calle!»

Tras varios intentos que resultaronfallidos, Alberto decidió que,definitivamente, estaba obligado aseguir investigando esta «flor deasfalto». Después de darle vueltas yvueltas al tema, concluyó que lasolución tenía que pasar por el sistemaeléctrico. El problema era que Albertono sabía nada de electricidad. Seconcedió un momento de reflexión, tras

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el cual llegó a la conclusión de que lomejor era informarse. Para eso nadamejor que darse una vuelta por labiblioteca de su padre a ver quéencontraba.

No tuvo que buscar mucho para darcon un libro que llevaba por títuloElectricidad básica al alcance de todala familia.

Comenzó a leerlo con mucho interés.Al final del primer capítulo descubrióun ejercicio práctico sobre cómo hacerun circuito simple para que seencendiera una bombilla. Se decidió aconstruirlo y olvidó el tema de la moto.

Corrió hacia el desván y allíencontró una caja de herramientas con

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todos los materiales que necesitaba.Dibujó el circuito que aparecía en el

libro y se dio cuenta de que algo no leterminaba de convencer.

—Con lo lentamente que se aprendeen este libro y lo simples que son susejemplos, me parece que arreglo mimoto cuando las ranas críen pelo, demodo que voy a experimentar por micuenta.

Subió otra vez al desván y volvió alrato cargado de cables, bombillas einterruptores. ¡El circuito que iba adiseñar sí que estaría a la par de los dela NASA! Se puso manos a la obra, ycuando estaba a punto de terminar,apareció su amigo Iñaki acompañado

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del repelente Borja.—Hola, Alberto. He venido en mi

GTI blanco con Iñaki porque esta nocheen casa de Chechu hay una fiesta que vaa ser la más-más y la muy-muy. Pero¿qué estás haciendo? —le preguntó depronto el repelente con curiosidad.

—Se trata de la primera fase de unahistoria que se me ha ocurrido, pero esmejor no hablar de ello por el momento.No obstante, te adelanto que esta partedel proyecto la forman un complejocircuito eléctrico, dos bombillas y unapila para encenderlas —dijo Albertoadoptando un tono de voz parecido al delos científicos que salen en la tele paraexplicar el funcionamiento de una

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central nuclear.—¡Menuda tontería! —le respondió

Iñaki—. Yo en mi casa tengo un libroque se llama Electricidad básica alalcance de toda la familia, y en elsegundo capítulo cuenta cómo hacer undoble circuito de la manera mássencilla. ¡Vámonos para la fiesta, quepor lo menos nos podamos poner hastaarriba de minis de cerveza!

Alberto se puso tan colorado queparecía que fuera a echar humo de unmomento a otro.

—Por Snoopy, me imagino que paraencender las bombillas querrás cerrar elmínimo número de interruptores —continuó Borja palpándose la gomina

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del pelo.Los tres se quedaron mirando el

invento y se preguntaron:

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1. ¿QUÉ INTERRUPTORES

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DEBERÍAN CERRARSEPARA ENCENDER LABOMBILLA A?

2. ¿CUÁLES PARA LA B?3. ¿CUÁLES PARA

ENCENDER LAS DOSBOMBILLAS A LA VEZ?

4. ¿CUÁL ES EL MÍNIMO DEINTERRUPTORES QUESE DEBEN CERRAR PARAPROVOCAR UNCORTOCIRCUITO?

Borja había desencadenado un retofatal. Se olvidaron de la fiesta ydedicaron el resto de la tarde a hacer

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experimentos eléctricos, mientras que lamoto de Alberto quedabadefinitivamente para chatarra.

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16. Y todo porquedar bien…

EL JUEGO DE LASCARTULINAS

Un día, durante una hora muerta en elbar, alguien sacó un juego de cartulinasnumeradas, y propuso a Yvonne y alresto de contertulios jugar con el fin dematar el tiempo. A causa de la presenciade la muchacha, un corro de chicos se

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fue formando alrededor de la mesa.Iñaki se encontraba colocando las ochocartulinas sobre la mesa, y fue en estoque apareció Alberto quien, de pie,pudo ver la colocación de las cartulinasde la misma forma que se muestra en eldibujo.

Iñaki alzó la mirada de la mesadiciendo:

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—La pregunta es sencilla:

1. ¿CÓMO SEPARAR LASCARTULINAS, EN DOSGRUPOS DE CUATRO CADAUNO, DE FORMA QUEAMBOS GRUPOS SUMENLO MISMO?

Iñaki añadió que la solución habríaque encontrarla en un tiempo breve, yaque la siguiente clase no tardaría encomenzar. Todos los compañeros de laclase que se encontraban allí empezaroncon sus cavilaciones entre miradas desoslayo a Yvonne, que parecía divertirsede lo lindo.

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A Alberto se le estaba poniendo lapunta de la nariz roja de tanto apoyar eldedo en ella. Él también miraba de reojoa Yvonne que, sentada, no paraba dehacer cálculos mentales.

«Me acercaré a la mesa y me pondréa mover las cartulinas en diferentesposiciones hasta dar con la solución»,pensó Alberto.

Cuando estaba con las manos en lamasa, ¡zass!, lo hizo con tan mal tino quelas cartulinas se le cayeron al suelo.

—¡Qué mala pata! —dijo Alberto,que, nervioso, las volvió a colocar en lamesa ante la correspondiente risotada detodos, especialmente de Yvonne. Pero,de pronto…—: ¡Anda! —soltó Alberto

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mirando los resultados.Efectivamente, el milagro se había

producido. Alberto había tenido buenasuerte.

2. ¿QUÉ ES LO QUE HABÍAHECHO ALBERTO PARADESCUBRIR LARESPUESTA?

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17. Cuestión decumpleaños

EL JUEGO DEDESCUBRIR LOSSECRETOS ENLAS FECHAS

Alberto estaba en casa de Iñakipasando la sobremesa de un sábado,cuando les cayó un marronazo

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inesperado. Los padres de Iñaki seproponían ir a visitar a unos parientesque hacía tiempo que no veían, y poraquello de quedar bien, sugirieron aIñaki que les acompañara, cosa que aIñaki no le hacía ninguna gracia. Este, asu vez, le sugirió a Alberto que no lodejara solo, y como Alberto no parecíamuy convencido, Iñaki le empezó acontar las excelencias que había en esacasa: que si una biblioteca muy grande,con muchos libros que curiosear; quesi… Y además el primo menor de Iñakiera muy divertido, pero sobre todo algoretorcido. Alberto debió pensarfinalmente que acompañando a Iñaki latarde resultaría algo más soportable y,

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caramba, para eso están los amigos.Una vez en la casa, reunidos todos

en la biblioteca, Alberto, Iñaki y suprimo menor sirvieron la meriendamientras los padres se dedicaban ahablar de sus cosas. Los tres chavalesno prestaban demasiada atención a losasuntos de los mayores, puesto que seestaban poniendo morados con una tartaque les había sobrado de un cumpleañosmuy reciente: el del primo de Iñaki.

Al cabo de un rato comenzaron adarse cuenta de cómo los mayores ibanalzando el tono de voz. No le dabanimportancia, puesto que mientrasquedara tarta tenían otras prioridades.El caso es que, a medida que los

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muchachos acababan el pastel, losmayores se iban acalorando más y más.La verdad es que aquello se parecíacada vez más a una jaula de grillos o auna terapia de grupo, pero sin directorde terapia, que al salón de una casa consu estupenda biblioteca. La situaciónllegó a tal extremo que a los chavales noles quedó más remedio que interrogarsesobre qué tema era éste que podíalevantar tantas pasiones.

Los tres prestaron atención yentendieron un poco lo que pasaba: lospadres estaban hablando de política y delas futuras elecciones. Lo único quesabían Alberto e Iñaki sobre eleccioneses que ellos pasaban bastante del tema y

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de votar. Sin embargo, los dospreguntaron al primo pequeño cuándopodría él hacerlo, dado que era bastantemenor que ellos. Fue entonces cuando elprimo hizo una mueca y les dijo:

—Anteayer tenía quince años, peroel año que viene podré votar en laselecciones porque ya tendré dieciocho.

Alberto e Iñaki se quedaronboquiabiertos. Le dijeron que eso no eraposible, pero el primo insistíaafirmativamente.

—No me puedo creer que si teníasquince años hace dos días, puedas llegara tener dieciocho años tan pronto —dijoIñaki con una gran seguridad.

Iñaki pensó que su primo les estaba

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tomando el pelo y le dijo que eso sóloera posible por arte de magia, pero queellos eran mayores y ninguno de los dosiba a ser tan tonto como para creer quetuviera poderes mágicos.

El primo les sonrió con suficiencia yles dijo:

—La solución es muy simple, puestoque con los datos que os he dadopodréis deducir fácilmente estas dospreguntas que os planteo. ¡Y os aseguroque me vais a dar la razón!

Alberto e Iñaki se pusieron acavilar, aunque tardaron un buen rato enencontrar la solución. Y esto fue asíporque las preguntas que les hizo elprimo de Iñaki eran las siguientes:

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1. ¿QUÉ DÍA SON LASELECCIONES?

2. ¿QUÉ DÍA ES HOY?

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18. ¡Qué discusióncon el cuaderno!

EL JUEGO DE LAESPIRAL

Al lado de la facultad de Albertohay unos grandes almacenes donde sevende todo tipo de artículos de consumoculturales. Posiblemente sea el lugar alque más le gusta ir a Alberto. En élpuede pasarse ratos interminables

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contemplando las novedades literarias,los discos, todo tipo de publicaciones,vídeos y, en definitiva, todos losartículos de papelería «de diseño».

Alberto es un auténtico devorador derotuladores, lápices y cuadernos.Enseguida que cae uno en sus manoscomienza a llenarlos de bocetos, detextos que se le ocurren, o de juegos.Alberto es realmente un experto«cuadernero», de lo más exigente, quemira, remira y evalúa el material quecompra.

El otro día tuvo que reponer susexistencias. A la salida de clase seencontró con Iñaki e Yvonne, y los tresjuntos fueron a los grandes almacenes.

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Cuando llegaron, los tres sesepararon para contemplar los objetosque a cada uno más le llamaban laatención.

Yvonne, naturalmente, se dirigió aldepartamento de música, donde estabanlos discos de jazz. Iñaki permaneciójusto a la entrada, donde se encontrabauna enorme estantería con todo tipo depublicaciones, y Alberto acudiódirectamente al mostrador de papeleríay objetos de oficina en busca decuadernos.

—¡Hey, chicos! ¿Qué os pareceéste? —preguntaba Alberto, aunque losotros no le hacían ni caso—. ¿Y esteotro de anillas?

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Definitivamente, Alberto no parecíatener mucho público, pero se fueponiendo tan pesado que Yvonne e Iñakiterminaron por acercarse a él.

—¡Venga, Alberto, cómprate el quequieras y seguimos mirando discos ylibros! —le pidió Yvonne.

—Pero si yo lo único que os pido esun consejo. ¿Qué os parece éste deespiral?

Iñaki e Yvonne le dijeron queconsideraban que era el más idóneo, yahí fue donde cometieron su error, yaque Alberto empezó a evaluarlo, con laconsiguiente pérdida de tiempo.

—Mirad, tiene veinte centímetros delargo y una espiral que atraviesa el

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cuaderno por cuarenta agujeros. Meconvence aunque, umm, no sé, no sé…—dijo Alberto apoyando su pulgar en lapunta de la nariz.

A Iñaki se le ocurrió una idea.Puesto que era muy mañoso y leencantaban las construcciones defiguritas con alambre, cuando elcuaderno estuviera terminado podríaencontrarle alguna utilidad:

—Yo que tú me compraba éste, ycuando se te gaste me lo das parautilizar el alambre. Ya conoces mihabilidad para fabricar colgantes y todotipo de cosas, cuando me aburro enclase.

A Alberto le pareció acertada la

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idea, y añadió:—Pues pensándolo bien obtendrías

un trozo bastante largo al estirarlo. Datecuenta de que si sacamos la espiral,podría pasar justo por un círculo decuatro centímetros de perímetro.

Yvonne afirmó:—No creo que el alambre tenga

mucho más de cincuenta centímetros delongitud.

—Los superará —dijo Albertosonriendo con suficiencia.

Iñaki, que estaba mucho másinteresado en los cálculos, expusotaxativamente:

—Pues yo creo que tienen que ser40X4, o sea 160 centímetros

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exactamente.Alberto volvió a observar el

cuaderno de arriba abajo y concluyó:—Pues me parece que tiene que ser

más todavía, aunque has acertado en lascentenas.

¿QUÉ LONGITUD TOTAL ENMILÍMETROS TIENE ELALAMBRE DE LA ESPIRAL DEESTE CUADERNO ALESTIRARLO?

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19. ¿Quién tendrámejor puntería?

EL JUEGO DE LOSDARDOS

Cerca de la facultad de Alberto hayun pub inglés, pero que muy inglés, tantoque parece un trozo de tierra británicatrasladado a España. Naturalmente, ellugar tiene todo lo que debe tener, desdecamareros ataviados con chalecos

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escoceses, a cervezas de todos los tipos,decoración típica y, lógicamente, losjuegos de salón con los que los hijos deGran Bretaña pasan las tardes desdehace decenas y decenas de años.

Una tarde, a la salida de clase, Borjaandaba comentando lo agradable que erael mencionado local.

—Me recuerda mis veraneos enIrlanda e Inglaterra, cuando acudía aesos colegios tan selectos y carísimosgracias a los cuales disfruto de mielevado dominio del inglés. Además,por si fuera poco, hasta se organizancompeticiones para ver quién es capazde beber más pintas de cervezaGuinness —añadió el repelente con

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aires de superioridad.Iñaki se quedó con la copla de lo de

la competición, mientras Albertopensaba en marcarse un detalle deoriginalidad con el que deslumbrar a suamada Yvonne. El caso fue que cuandola muchacha salió de su clase, los dosamigos la esperaban con la propuesta deirse a tomar unas pintas.

—Pues me parece bien la idea,porque en mi Bruselas natal acudíamucho a un sitio así para jugar a losdardos —respondió entusiasmada.

Ni Alberto ni Iñaki habían jugado ensu vida a los dardos, pero por el simplehecho de estar acompañados por sumusa ya merecía la pena el intento.

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Cuando llegaron al lugar,descubrieron que el sitio, aunque algocutrón, bien merecía una visita.

—Creo que para dar más emoción aljuego podríamos dar un premio al quetenga mejor puntería —dijo Alberto conuna media sonrisa de travieso, paraluego añadir—: ¿Qué os parece si elcampeón se gana tres pintas de cerveza?

Iñaki dijo que sí inmediatamente, yaque sin lugar a dudas esto haría queaumentara la concentración y el interéspor el juego.

Después de pedir la caja de dardos aStuart (el inglés borrachín y pelirrojodueño del establecimiento), Alberto loscontó. Había seis para cada uno.

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Los tres muchachos los observaronatentamente e hicieron algunas pruebasde entrenamiento.

Como iban a jugar en un sitiocerrado, no habría riesgo de que losdardos se desviaran por el viento.Cuando los tres se sintieron preparados,se colocaron en posición y fuerontirando uno detrás de otro. Tras losmomentos iniciales de tensión, los tresse quedaron mirando el resultado. Todoslos dardos habían hecho impacto en ladiana, y ahora tenían que clarificar quiénsería el ganador.

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Alberto, satisfecho, dijo:—Yo soy el que mejor puntería ha

tenido, porque he dado en el centro de la

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diana.Yvonne no andaba muy convencida

de que fuera el asunto tan sencillo, porlo que añadió:

—Yo creo que debe ganar aquel quemás puntos consiga, independientementede que dé o no en el centro de la diana.

Iñaki, con los ojos abiertos comoplatos, se quedó mirando y concluyó:

—En ese caso me parece que cadauno se puede ir tomando tranquilamentesu pinta, porque hemos sacado los treslos mismos puntos.

Antes de terminar la frase, Iñaki yase disponía a apretarse el primerlingotazo de cerveza. Después de tragary con los morros llenos de espuma,

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concluyó con satisfacción:—Tengo que decir que mis dardos

son, en conjunto, los que más alejadoshan quedado del exterior.

¿SE PODRÍA DECIR DÓNDEDIERON LOS DARDOS DECADA UNO DE ELLOS?

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20. Hoy, como losdetectives

EL JUEGO DE LOSRETRATOS-

ROBOT

Una vez durante cada curso viene ala facultad de Alberto un fotógrafo pararetratar a los alumnos. Es una ocasiónmuy especial, porque ese día, además de

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perder algunas horas de clase, loschicos se divierten mucho posando, perosobre todo vacilando al pobre fotógrafomientras curiosean con los instrumentosque éste despliega. Al final de lajornada son muchos los chavales quesalen diciendo entre bromas que aunqueel fotógrafo ponía interés, el tema se lequedaba grande.

Primero se hace una foto a toda laclase y luego otra individual para cadaalumno. Mientras los chavales hacencola para ser retratados, las bromas sesuceden en la fila sobre quién saldrámás feo, quién con la cabeza más grandeo quién saldrá bizco.

—Ten cuidado, Borjita, que

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seguramente el material no es importadode París y no va a estar a tu nivelón —seescuchaba desde el bareto.

Días después llegan las fotosreveladas y son entregadas a losalumnos. Estas vienen en sobres grandesque, naturalmente, se entregan al finaldel día para evitar nuevas movidas.

Cuando llegaron las fotos de Albertoy sus amigos, éstos llevaban ya un ratolargo bromeando, y es bastante lógicoque todas las bromas apuntaran al másganso de todos: Felixín er granaíno.

Cada cual abrió su sobre, y lascarcajadas fueron morrocotudas.Alberto, Iñaki, Yvonne y Felixín sefueron caminando calle abajo mientras

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continuaban con las bromas, pero laverdad es que Felixín se estabaempezando a hartar.

—Ji, ja, ju, Felixín ha salido entodas despeinado —decía Yvonne.

—¡Pues anda, reina, que tú, con esosmofletes, no entiendo muy bien cómo haspodido caber en el retrato! ¡Vamos,como para que mandes la foto a Bélgica!—se defendía Felixín.

—Sí, pero, tronko es que tú, además,¡has salido con legañas! —le repetíanAlberto e Iñaki.

La verdad es que los cuatro teníanalgo de gracioso en sus fotos. Una vezque llegaron al colegio mayor en el queresidía Yvonne, donde pensaban tomar

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algo, Alberto recordó de repente unapelícula de detectives que había visto.En ella la Policía realizaba retratos-robot para descubrir la cara del malo.Enseguida se lo contó a sus compañeros.

—¿Por qué no hacemos lo mismocon nuestras fotos? —le preguntóAlberto a los demás—. ¡Seguro que va aser mucho más divertido!

A todos les pareció bien la idea.Cogieron unas tijeras, una regla y lascuatro fotos.

Alberto se quedó meditando unmomento y les propuso cortar cada fotoen cinco trozos. En cada uno de elloshabría una parte de la cara: el pelo, losojos, la nariz, la boca y la barbilla. De

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esta manera tenían cuatro pelosdiferentes, cuatro ojos, cuatro narices,cuatro bocas y cuatro barbillas.

Cuando las fotografias estuvieronrecortadas comenzaron a hacercombinaciones con el pelo de uno, losojos de otro y la boca de un tercero…

¡Ahora sí que se estaban divirtiendoun montón! Probaban una posibilidad yacto seguido cambiaban a otra.

Alberto les dijo:—Los detectives de verdad se

quedan observando las fotos un ratopara así poder sacar de ellas detallessingulares. Os propongo que miremoscada retrato-robot un minuto y lovayamos analizando tranquilamente.

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Así pues, se quedaban observandocada combinación e iban haciendocomentarios cada vez más ocurrentes.De esta forma la diversión era muchomayor.

Cuando ya llevaban un rato largo sinparar de reír, Alberto dijo:

—Ja, ja, ja. ¡Creo que me voy amorir de risa como sigamos así! ¿Cuántotiempo necesitaremos para ver todas lasposibilidades? ¿Una hora? ¿El resto dela tarde?

¿CUÁNTO TARDARÍAN ENHACER TODAS LASCOMBINACIONES POSIBLES?

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21. El artilugio delalquimista Alberto

EL JUEGO DE LASCERILLAS

Alberto andaba una tarde bastantedesesperado debido a que últimamenteligaba menos que el chófer del Papa.Con los pocos medios con que contaba,más la poca gracia que creía tener, sucarrerón parecía ir encaminado a

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erigirle como el mayor consumidor debotellines del bar de la facultad.

Esto es lo que debía de pensarcuando, de pronto, apareció su amigoMarcelo. A éste no le iban las cosaspero que nada mal. Claro, que Marceloes argentino y sabe realmente cómocautivar a las chicas. El joven se quedómirando al circunspecto Alberto y, sinmás miramientos, fue al grano:

—Mirá, pibe, vos me conocés y nome vas a macanear. ¿Qué te pasa?

Pues mira, tronko, como que andoalgo desinflado. No sé… bueno, ¿túcómo te lo haces tan bien con las tías?

—Esto, verás, ché. No es porvanidad, pero lo primero que tengo es

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ser porteño, lo segundo ser acuario y lotercero algo de actor —le respondióMarcelo sonriendo como un torerotriunfador que quiere fingir modestia.

La inteligencia de Alberto se pusoen funcionamiento y enseguida se diocuenta de que las dos primerascaracterísticas no las cumplía, pero latercera, ¿por qué no informarse?

—Marcelo, y eso último, ¿cómo es?—Verás, lo que os echo en falta a

los españoles es un poco de labia y, porqué no desirlo: en la Argentina el que nova un poco de artista, va de psicólogo ycon el rollo de la expresión corporalbien aprendido, algo de lo que aquícareséis. Además, ya sabés que la piba

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siempre se va con el que la salva de losindios, y si no hay indios, nada mejorque hacerlo uno mismo.

A Alberto pareció encendérsele unabombilla y se animó a llevar adelanteesta nueva estrategia de la que tododesconocía. Marcelo dio rienda suelta asu oratoria y comenzó a explicarle loque hay que saber sobre el dominio delcuerpo y su lenguaje. Cuando quisierondarse cuenta ya estaban a las puertas dela Academia M. Fierro de ArtesEscénicas.

Entraron los dos y Marcelo lepresentó a Graciela, la dueña de laacademia, que le propuso al incautoAlberto participar en una clase de

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«desinhibición psico-corporal» según elmétodo Stanislavsky.

—¡Que como vos bien sabés, es elque utilizan en el Actor’s Studio deNueva York! —añadió Marcelo.

Alberto comenzaba a encontrar todoesto bastante cutre, dado que no habíamás alumnos que ellos dos en toda lapresunta academia. En vano trató deprotestar:

—Mira, Marcelo, que a mí esto delStanislavsky ese me parece unamerienda de negros.

Graciela les mostró un curiosocandil. Realmente resultaba extraño:consistía en una vela central con cuatrocerillas situadas en cada uno de los

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lados de la base cuadrada.Como estaban medio a oscuras,

cuando Alberto lo encendió sólo se veíala tintineante luz de la vela. Cogieron elcurioso farol y comenzaron a moverseen la dirección de la flecha.

La luz del candil proyectabasombras alargadas en el desván.

—Ahora tenés que concentrarte e

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imaginar que eres el alquimista Albertoque nos va a mostrar en su laboratorio lapiedra filosofal.

La llama de la vela, al incidir sobreella el aire producido por elmovimiento, comenzó a inclinarse, conlo que se acercaba cada vez más a unade las cerillas. Al contacto con la llama,ésta se encendió, lo que hizo queMarcelo y Alberto se llevaran unenorme susto.

1. ¿CUÁL FUE LA QUE SEENCENDIÓ?

El caso es que Marcelo no tenía latarde para emociones fuertes, de modo

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que sugirió a Alberto que colocarasobre el invento una campana cuadradade cristal que se hallaba sobre un baúlpróximo.

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Alberto siguió las instrucciones desu amigo y volvió a encender la vela. Elfarol quedaba ahora aislado del exterior.

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Empezaron a moverse en la mismadirección y Alberto aprovechó parabromear un poco y así combatir elaburrimiento.

—¡Uuuuhh! ¡Mirad qué sombras hayen el laboratorio del alquimista Alberto!

Esto parecía magia. Al andar, otracerilla se había encendido, y no eraculpa de ningún viento. Marcelo yGraciela opinaron que se trataba de untruco de su amigo Alberto, ya que aprimera vista todo esto no parecía muylógico.

2. ¿QUÉ CERILLA SE HABÍAENCENDIDO AHORA?

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—¡Os aseguro que no hay ningúntruco! —dijo Alberto—. No entiendoqué está pasando.

—Bueno, pues si es así, vamos a verqué cerilla se encenderá cuando tú,Alberto, que tienes el candil, te giressobre los talones en el sentido de lasagujas del reloj —propuso Graciela,que ya andaba con la mosca detrás de laoreja.

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3. ¿CUÁL FUE LA CERILLAQUE SE ENCENDIÓ ALTOMAR EL CANDIL ESTACURVA?

Esta vez fue demasiado. Gracieladecidió abrir la puerta a su nuevo

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alumno antes de que le llenara laacademia de fantasmas. Una vez en lacalle, Alberto pensó que la única tácticaválida con las chicas era echarle cara.

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22. Pánico ante losexámenes

EL JUEGO DE LACHULETA

Se estaban acercando los primerosparciales y unos sudores fríoscomenzaban a bajar por todas lasespaldas tan sólo con pensar en ellos.En la clase de Alberto reinaba eldesconcierto. Nadie había dado un palo

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al agua y algo había que inventar.Los más ilustrados leían a Proust

con la esperanza de hallar «el tiempoperdido». Los de la liga antitaurina «Eltorero muerto» experimentaban con unaradio de galena, con la esperanza delograr un dispositivo de transmisiónpara ocultarlo entre sus melenas ygreñas.

«Demasiado cutres», pensó Albertomientras se devanaba los sesos.

Yago, Borja y los demás del grupode los «repelentes» intentaban algoparecido con sus nuevos Motorola, perosin mucho éxito, ya que lo único querecibían eran las interferencias de unaemisora de radioaficionados. «Por

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Snoopy, aquí hay algo que no va», sedecía Borja sorprendido.

—¡Menudos piernas son éstos! —afirmó Alberto mientras veía llegar a suamigo Iñaki.

La verdad es que, salvo unosbecarios peruanos que iban bastante porlibre —como si su reino no fuera de estemundo—, el resto de alumnos sedesesperaba tratando de desarrollarnuevos métodos de hacer trampa en losexámenes, pero esto ya no era el COU, yaquí se podía decir que los profeshabían hecho la mili en África: se lassabían todas. Aquello se estabaconvirtiendo en un formidable reto parala inteligencia, aunque tal y como se

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estaban poniendo las cosas casi merecíamás la pena ponerse a estudiar en serioque trabajar tanto para no estudiar.

En el bareto de la facultad, mientrasEmiliano desayunaba su café contorreznos y los plastas de la tuna dabanla murga, se iba concentrando ungrupillo alrededor de Alberto.

—¡Por si teníamos poco, encima lostunos dando la vara! —dijo Iñaki a losdemás mientras estrujaba una lata decerveza vacía.

Fue en esto que apareció Felixín ergranaíno, y se sentó con el resto decontertulios.

—¡Yo me niego a hincar los codos!—afirmó con la máxima decisión.

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—Pues te vemos en los finales —lerespondieron los demás.

Felixín les comentó con los ojosbrillantes por la idea que acababa detener:

—¡Ya lo tengo! Vamos a hacer laschuletas en clave, como cuandoestábamos en el instituto.

—Me vas a tener que explicar eso—le respondió Alberto.

Felixín contó a sus amigos el viejosistema. Consistía en poner las letras dela palabra que hacía de respuesta a lapregunta formulada, mezcladas de talforma que si cayera en manos delprofesor no supiera de qué iba el rollo.A Iñaki le pareció un buen método,

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aunque apuntó que la chuleta deberíaseguir un criterio, porque de lo contrariono se aclararían entre ellos. Albertopropuso practicar el sistema durante elresto de la tarde para perfeccionarlo, ypuesto que no tenían nada mejor quehacer, se dispusieron a ello. Albertoescribió tres claves y formuló lassiguientes preguntas:

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1. ¿QUÉ FRANCÉS MURIÓ EN1821?

2. ¿CÓMO SE LLAMABA ELASTRÓLOGO Y MÉDICOCUYAS PROFECÍASPARECE QUE SE VANCUMPLIENDO?

3. ¿QUIÉN PINTÓ UNCURIOSO CUADROCONOCIDO COMO LOSRELOJES?

Iñaki desveló enseguida las claves.Sin embargo, el primer examen quetenían era de física cuántica, y a todosles pareció un poco difícil aplicar estas

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claves.

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23. Un marciano deverdad

EL JUEGO DELEXTRATERRESTRE

Después de la tormenta de losprimeros parciales no podía haber nadamejor que pasar unos días de acampadaen la sierra. La previsión del tiempo erabuena y seguro que un largo fin desemana de vacaciones resultaría de lo

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más gratificante para todos.Desde hacía varios días nuestros

amigos planeaban, en el bar de lafacultad, el lugar a donde ir, así comolas cosas que pensaban hacer.Empezaron con la idea Iñaki y Alberto,y enseguida se apuntaron Yvonne yFelixín.

Borja y Yago andaban con la moscadetrás de la oreja, y al enterarse de queYvonne iba a ir a la acampada hicierontodo lo posible por subirse al carro,aunque Iñaki no andaba muy convencido.

—Si estos dos se nos pegan, nos danel viaje como yo me llamo Iñaki —lesdijo a los demás.

—Sí, pero va a quedar un poco

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mangui dejarlos de lado —objetóFelixín.

Efectivamente parecía que iban a darla vara desde el principio, ya quepropusieron llevarse a Yvonne y Felixínen el GTI blanco de Borja, dejando a losotros dos la posibilidad del tren, cosaque no les hizo ninguna gracia.

—Ves cómo una vez más estos dosmamones nos han hecho la envolvente—le dijo Iñaki a Alberto.

El caso fue que el día de salir parael campo, los dos amigos se encontrabanen la estación mientras el resto partía encoche, como los señores.

Al subir al tren se pusieron a buscarun compartimento que estuviera vacío

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para dormir un poco antes de llegar a lasierra. Una vez que lo encontraron,ocuparon dos sitios y en un segundo sequedaron fritos, antes incluso de quearrancara el tren.

—Alberto, Alberto —dijo Iñaki alcabo de un rato al tiempo quezarandeaba a su amigo—. Tenemoscompañía.

Cuando Alberto consiguió abrir losojos, se encontró con una gran sorpresa:el compartimento se había llenado dejóvenes veinteañeros de pelo muy corto,ataviados de uniforme y fumando comocarreteros.

—¡Chavaloteees! Ja, ja, ja, ¡menudasiesta os estabais apretando! —les dijo

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uno de ellos.—¡Y vaya un loro más dabuten que

lleváis! Ya podíais enrollaros y poner unpoco de música pa pillar feeling —lespropuso otro.

Iñaki musitó suavemente a Alberto:—¡Dantesco!—Si lo viera Borja se quedaba en el

sitio —respondió Alberto.—¡Venga coleguiiis! —les dijeron

todos. Alberto, que permanecíatotalmente anonadado, se atrevió apreguntar:

—Y vosotros ¿quiénes sois?—Pos nosotros sernos paracas que

volvemos de unas maniobras.Ahora Alberto e Iñaki comenzaban a

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entender.—¿Y cómo es que os dio por

meteros a paracas? —inquirió Iñaki.—Pos porque mola: que si el

uniforme, que la paga, que si te das unossaltitos. Vamos, que está debuten —respondió uno al que todos los demásllamaban cabo primero Quintanilla.

—¿Y tienes que saltar desde muyalto? —preguntó entonces Alberto.

—Saltamos desde tan alto quevemos hasta la Luna, y si me apurashasta Marte. Y sé de lo que me habloporque lo conozco —respondióQuintanilla con gran convencimiento.

Alberto e Iñaki se quedaron a puntode soltar una carcajada, aunque

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prefirieron abstenerse y esperaracontecimientos.

—¿Y cómo es que lo conoces?—Pues porque tengo un amigo

marciano que conocí hace bastantetiempo y, quiera uno que no, siempre seaprende cómo es la vida en Marte —respondió el paraca Quintanilla.

Nuestros dos amigos, asombrados,le pidieron que contara la historia, y elparaca comenzó diciendo que, hacemucho tiempo, antes de reengancharsepor segunda vez, caminaba por el campoen otras maniobras similares cuando vioen el cielo un platillo volante. Se quedóparado y un marciano comenzó adescender hacia la superficie terrestre.

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—¿Y cómo era el marciano? ¿Conuna trompeta en lugar de la nariz? —lepreguntó Iñaki con guasa.

El cabo Quintanilla le respondió queno, que los marcianos cuando ven a unterrícola se transforman y convierten sucuerpo en uno exactamente igual al de laprimera persona que ven.

—Entonces, Quintanilla, tu amigomarciano tuvo que transformarse en unaréplica exacta de ti —arguyó uno de suscompañeros.

—Sí, pero en Marte todo es muygrande, y mi amigo marciano adoptó laforma de mi cuerpo ¡¡al doble de sutamaño!!

Iñaki y Alberto le preguntaron más

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acerca de su nuevo «amigo». Quintanillarespondió que habían hecho muy buenasmigas, y que después de una larga charlafue a presentárselo a sus compañerosque se encontraban descansando sobreun tronco en el campo de maniobras.

Lo único cierto de esta historia eraque sólo el cabo Quintanilla de marrasse creía algo de ella, y con todaseguridad esto se debía a su estado deperplejidad intelectual transitoriamotivada por la mucha cerveza bebidaen las maniobras.

—Pero esto no es todo —añadió.Luego nos pusimos a jugar al

balancín subiéndonos a un tronco quehabía apoyado sobre una piedra. Mi

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amigo el marciano se colocó en un lado.Entonces, mis compañeros y yo, quetodos juntos pesábamos prácticamente lomismo que él solo, tuvimos que subirnosal otro lado para equilibrar el peso —terminó de aclarar el cabo paraca.

Iñaki hizo un gesto de asombro y suamigo Alberto, que había escuchado conel máximo interés, se le quedó mirandoextrañado y le preguntó:

¿CUÁNTOS COMPAÑEROSFUERON NECESARIOS PARAEQUILIBRAR EL COLUMPIO?

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24. Misión: ¡Salvar ala princesa!

EL JUEGO DE LASPERSECUCIONES

Después de lo ajetreado que resultóel viaje en tren para Iñaki y Alberto, loprimero era localizar a los otros cuatroen la estación en la que habían acordadoencontrarse. La cosa resultórelativamente fácil, ya que los dos

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pamplinas del GTI blanco sólo podríanestar en un sitio de la estación: el bar.Efectivamente, allí se encontrabanmareando a la pobre Yvonne y al pobreFelixín.

—Qué viaje nos han dado estos dos—les dijo por lo bajo Yvonne, mientrasYago y Borja se acercaban de nuevo a labarra a reponer botellines.

—¡P’a matal’los!, ¡¡p’a matal’los!!—añadía Felixín.

—Sí, pero ahora vamos al lugar deacampada, que de lo único que tengoganas es de darme un baño y cambiarmede ropa —les propuso Alberto—, ycomo sólo podemos ir andando, vamos adecir a estos dos cantamañanas que se

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pongan las pilas y se vayan preparandopara la caminata.

Para llegar al río en el quepretendían acampar, primero tenían quesubir por un cerro para luego descendera un valle. Fue una experiencia muydolorosa para los del GTI blanco, asíque, cuando llegaron, cayeron los dosrendidos en mitad de la pradera quehabía cerca del río.

Alberto se percató rápidamente deque había varias barcas y balsas, por loque propuso a Yvonne e Iñaki dedicarseinmediatamente a las tareas fluviales. AYvonne le pareció una excelente idea.

—Esto me recuerda un viaje enbalsa que hice un fin de curso por Italia

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—dijo Yvonne mientras salía disparadahacia la balsa más próxima.

Alberto e Iñaki se quedaron mirandocomo dos pasmarotes, aunquerápidamente tomaron la decisión de ircada uno en una barca. Iñaki fue el másrápido, pues salió como un rayo haciauna de ellas, mientras Albertopermaneció en tierra sin reaccionar,observando la situación. La balsa deYvonne era muy poco maniobrable, porlo que avanzaba con lentitud, y comoademás contaba con un solo remo, pocopodía hacer para alejarse. Iñaki, por elcontrario, navegaba en una barca ligera,y más que un caballero a la búsqueda yrescate de su princesa, debió de pensar

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que era el campeón olímpico de regatas,porque cuando se quiso dar cuenta yahabía sobrepasado a Yvonne por untrecho bastante largo.

Fue en esto que Alberto comenzó areaccionar. Se subió a otra barca yempezó a darle al remo con verdaderafuria visigoda.

El problema ahora lo tenía Iñaki,puesto que con tanto como habíaavanzado, se veía obligado a dar marchaatrás si quería ser él quien rescatara a su«princesa» Yvonne.

Con lo lenta que resultaba la balsade Yvonne, no habría sido difícil queencallara, pero no fue así. La «princesa»se encontraba ahora a la deriva y, desde

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luego, urgía que la sacaran de aquellasituación.

—¡Por favor, venid pronto! —gritaba Yvonne con gran nerviosismo.Desde luego no parecía que este viaje enbalsa tuviera mucho que ver con el viajeitaliano.

Ambos muchachos se encontrabanahora a distancias iguales de la balsa deYvonne y remaban con igual fuerza yentusiasmo, pero Iñaki pensó que susituación era peor, porque tenía queremar a contracorriente, mientras queAlberto lo hacía a favor. Vista lasituación,

¿QUIÉN LLEGÓ ANTES A

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SALVAR A LA PRINCESA?

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25. Como auténticosrobinsones

EL JUEGO DE LACARRERA POR EL

RIO

Desde que hicieron eldescubrimiento en la orilla del río, laimaginación de Alberto e Iñaki comenzóa volar. Ahora que ya tenían un poco

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más estudiado cómo funcionaban lasbarcas y las balsas, decidieronmontárselo a lo robinsones, como siestuvieran en una isla perdida. Llamarona Yvonne. A la estudiante belga la ideale pareció estupenda. Lo primero seríaencontrar algún lugar que sirviera decampamento y embarcadero.

No muy lejos de donde seencontraban, Alberto halló una pequeñaplaya en la que podían dejar las barcasbien resguardadas y, en su momento,construir una especie de refugio en elque pasar la noche.

La verdad es que desde el sitio queAlberto había descubierto parecía,cuando se miraba al horizonte, que al

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final del río había mar abierto. Yvonneestaba ya algo cansada y lo querealmente le apetecía era tumbarse unrato al sol, pero esto era difícil, dadoque sus dos amigos son como unvendaval que todo lo arrastra. El caso esque, para conseguir su propósito,Yvonne adoptó una sonrisa de picardía yles propuso a los dos muchachos:

—¡Alberto, Iñaki! Haced comorobinsones o como lo que queráis, peroel caso es que quiero tener algo detranquilidad sin Yago y Borja.

Alberto e Iñaki se entusiasmaroninmediatamente con la idea. Empezarona hablar los dos sobre las provisionesmínimas que necesitarían para hacer su

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campamento «disidente». Yvonnesolamente tuvo que añadir una cosa parasalirse con la suya:

—¡Como no os deis prisa…!—Es verdad, Alberto. Vamos a

buscar la mayor parte de nuestras cosasantes de que se despierten esos plastas.Las tenemos allí, donde aquel árbol. ¡Teecho una carrera con las barcas! —ledijo Iñaki a Alberto mientras salíadisparado hacia su embarcación.

—¡Muy bien, Iñaki, veremos quiénes el más rápido! Tú, Yvonne, nospodrías cronometrar —dijo Alberto, altiempo que salía corriendo detrás deIñaki.

Yvonne podía ahora tomar el sol

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tranquila mientras sus dos amigoscomenzaban a remar, aunque no pormucho tiempo, ya que el árbol quehabían trazado como límite estaba a unadistancia de ciento veinte metros.

—Preparados, listos, ¡ya! —gritóYvonne.

Alberto comenzó a remar con muybuen ritmo. Tanto es así que consiguiómantener una velocidad constante de treskilómetros por hora, tanto a la ida comoa la vuelta.

Iñaki, por el contrario, empezóesforzándose mucho a la ida, mientrasaprovechaba la corriente. Sudando lagota gorda consiguió remar a unavelocidad de cuatro kilómetros por hora.

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A la vuelta estaba ya reventado y no lequedó más remedio que remar másdespacio. La velocidad en la remada eraahora de dos kilómetros por hora.

Yvonne se fue animando mientrasveía cómo sus dos amigos se enzarzabanen una lucha de titanes. Se olvidó detomar el sol, dado que la carrera seestaba poniendo cada vez másemocionante, y resultaba muy difícil nopreguntarse:

¿LLEGARÍAN AL MISMOTIEMPO O GANARÍAALGUNO DE ELLOS?

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26. ¡Y todo esto porestar enfadados!

EL JUEGO DELFUEGO DE

CAMPAMENTO

Las aventuras que habían pasadonuestros amigos en la excursión fueronmás allá de lo previsto. Esto propicióuna serie de malentendidos que tuvieron

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como consecuencia varias regañinas.Alberto estaba especialmente enfadado,y no parecía muy dispuesto a olvidar loocurrido. Una vez montada la tienda, ydespués de cenar un sabroso «revueltode tres latas», pasaron a organizar unavelada frente al fuego. Allí, sentados losseis, podrían pasar un buen ratocontando chistes e historias, o cantandolas típicas canciones de campamento.Desde luego, aunque la idea era buena,no parecía la más apropiada parasolucionar el enfado de Alberto, y esque hay por medio una cuestión quetodos conocen: cuando Alberto andaenfadado, tarda su tiempo en que se lepase. Y para el que tuviera dudas, se las

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disipó el ver a Alberto junto con Borja yYago recogiendo leña. Todo erancontestaciones cortantes y ganas dequedar el uno por encima de los demás.

Cuando llegó el momento deencender el fuego, no se ponían deacuerdo ni para coger las cerillas. Elresto de los compañeros que tenían quesentarse con Alberto, Borja y Yagohablaron entre ellos, y mucho másrazonables, acordaron sentarsealternados con nuestros enfadadosexcursionistas para ver si así acababa elmal rollo.

La velada no tenía pinta de serdemasiado divertida. Cuando el fuegoempezó a crepitar, los dos grupos

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quedaron sentados según se ve en lafigura.

En estas condiciones podíacelebrarse la velada, aunque no se pudoevitar alguna que otra situación

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incómoda, como que tres amigos no secomunicaran directamente entre sí, sinoque se limitaban a hablarexclusivamente con los otros. Por sitodo esto fuera poco, Alberto, cuandoestá enfadado y no es el centro deatención, tiene la fea costumbre deensimismarse. Así, mientras el resto delos muchachos disfrutaba contandochistes, Alberto permaneció callado ydibujando con un palito figuras en latierra.

Alberto, en su pataleta, veía que lasituación no tenía solución posible, ycomenzó a pensar: «Si seguimosenfadados y hubiera fuego decampamento más días, me convendría

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saber si nos podremos sentar de otraforma, pero eso sí, sin estar juntos esosdos idiotas y yo».

Siguió jugando con el palito y,meditabundo, descubrió que, aun

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cambiando cada noche su disposición entorno al fuego, podría pasarse variosdías aguantando el enfado. Si todosaliera como estaba pensando, no seríanecesaria una reconciliación.

¿PARA CUÁNTOS DÍASHABRÍA COMBINACIONESDISTINTAS SI NO QUIERENESTAR JUNTOS YAGO,BORJA Y ALBERTO?

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27. ¡Qué pestiño conla clase de solfeo!

EL JUEGO DE LACLAVE MUSICAL

Los cumpleaños de la abuela deAlberto eran terribles. Tenían que irtodos los miembros de la familia ysiempre terminaban igual: escuchandorecuerdos de épocas pasadas. Esta vezno fue diferente, y cuando llegó la hora

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de tomarse el tazón de chocolate bienespeso, la abuela comenzó con la mismacantinela de todos los años.

—¡Ay, Albertito!, cada vez que teveo me pareces igual que tu bisabuelodon Alberto; la misma cara, los mismosojos, las mismas manos de pianista, ¡y elmismo talento musical! Qué lástima meda tener que marcharme de este mundosabiendo que te niegas a desarrollar eltalento de aquel gran hombre.

Estos eran unos momentos en los quelos padres de Alberto se le quedabanmirando con cara de súplica comodiciendo: «Lo poco que te costaría daruna alegría a la abuela y aprenderpiano».

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Cuando volvían en coche para lacasa, tampoco había año que no lereventaran los nervios con lo mismo. Sinembargo, este año cambió algo. Albertose quedó un rato en silencio y de prontodijo:

—Mañana mismo me matriculo ensolfeo.

Dicho y hecho. Al día siguienteestaba dando la primera clase, cuandose encontró la primera sorpresa con elprofesor. A éste le llamaban todos ElSiesta, y se lo tenía bien merecido. Erade cara muy chupada, y poseía unacalvicie que ocultaba dejándose el pelolargo de un lado para cubrir con él todala cabeza. Su voz era monótona, y la

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entonación uniforme, por lo queconseguía apagar la vocación musicalque pudieran tener sus alumnos. Cuandocomenzaba a leer la partitura, a casitodos los presentes, por muy motivadosque estuvieran, parecía que les acababade picar una mosca tsé-tsé.

La alternativa era: o pasarse la horamirando el reloj, o distraerse coa loprimero que a uno se le ocurriera.Alberto ya no sabía qué hacer. Habíaprobado la agudeza de su vistaexaminando hasta el más mínimo detallede los cuadros que estaban colgados enla pared de la clase; había pensado en loque haría el próximo fin de semana;había dibujado un camión en su

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cuaderno, y el plasta del profesorcontinuaba con su monótono «do, re, sol,mi, do, la». Todos sus compañeros seencontraban en la misma situación. Nilos más audaces tenían éxito al pedirpermiso para ir al servicio y así poderescaparse un rato. El Siesta parecía unagrabadora que no hacía caso a nadasalvo a su soniquete.

Alberto, que ya no sabía con quédistraerse, tuvo de pronto una genialidea con la que pasar ocupado el restode la clase: ¡pensar matemáticamente!

«Cada letra la transformaré en unnúmero. A igual letra, corresponderá unmismo número», se dijo Albertomientras iba desarrollando el juego. El

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profe seguía en su línea«do, re, sol, mi, do, la».

«Si se colocan en unacolumna todas las notasmusicales de dos letras ylas “sumamos”, obteniendocomo resultado la únicanota de tres letras, es decir,la nota sol, ¿se podría

resolver este problema?», continuópensando Alberto.

Desde luego, lo que se le habíaocurrido era un problema morrocotudo,pero como encontró la soluciónfácilmente y todavía quedaba bastantetiempo para terminar la clase, no se leocurrió nada mejor que escribirlo en un

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papel y pasárselo a una compañera declase. La pregunta era:

¿PODRÍAS DAR ELRESULTADO Y DECIR QUÉNÚMERO CORRESPONDE ACADA LETRA?

De esta manera, los alumnos de ElSiesta lograron sobrevivir a la clase.Mientras tanto, el profesor siguióadelante con su «do, re, sol, mi, do, la»,sin que nada ni nadie fuera capaz desacarlo de su ensimismamiento musical.

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28. ¡Jo con la clase demates!

EL JUEGO DE LASCOLUMNAS

La conversación con Iñaki no dejabadudas. Si para el verano querían hacerseun viaje en tren por toda Europa, yespecialmente por Bruselas para haceruna visita a Yvonne, tenían que sacarpelas de donde fuera. El problema era:

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¿haciendo qué? Puesto que no estabanespecialmente cualificados para nada yno disponían de demasiado tiempo libre,la duda era mayor. Finalmente a Albertose le ocurrió algo.

—Cerca de mi casa está laAcademia Olimpia: me podría ofrecerpara dar clases de recuperación dematemáticas de EGB y BUP —le dijo aIñaki.

El caso es que el tema funcionó y alos pocos días se encontraba frente a susprimeros alumnos. Lógicamente casitoda la clase andaba ocupada con lospreparativos logísticos de antes delrecreo. Por debajo de los pupitres sedisponía toda una batería de gomas y

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pelotillas. Los más canallas rellenabansu munición con grapas: así escoceríamás.

No solamente había que fabricar«armamento»; los chavales tambiéntenían que comunicarse entre sí parasaber qué hacía cada uno y delimitar laspreferencias.

El caso fue que, con tanto cuchicheocomo había entre pupitre y pupitre,Alberto se levantó de la mesa y preguntótajantemente:

—¡¡¿Qué pasa aquí?!! ¡A ver!, ¿porqué tenéis todos las manos debajo de lamesa? ¡¡¡Ponedlas inmediatamente sobreel pupitre!!!

Aquello fue definitivo. Alberto

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estaba descubriendo una nueva facetasuya que siempre había ignorado: la deprofesor represivo. Al levantar lasmanos, casi todas las bolsas depelotillas se cayeron al suelo y quedaronesparcidas por la clase.

Cuando Alberto descubrió el pastel,su reacción fue temible.

—No sé por qué me da que todosvosotros os vais a quedar sin recreo —sonriendo cínicamente, con tantafalsedad que hasta enseñaba el colmillo,añadió—: Je, je, je, vamos a ver si soiscapaces de solucionarme este pequeñoproblemilla que tanto me gusta poner amis «mejores alumnos».

Dicho esto, se volvió hacia la

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pizarra y comenzó a escribir una seriede números impares agrupados de tresen tres, comenzando por el 111 yterminando por el 999.

La suma debía dar 1111, y paraconseguirla los alumnos debían tachar;es decir, convertir en O, nueve de losquince números de la suma.

Por si todo esto fuera poco, Albertoplanteó que los alumnos debíanencontrar tres soluciones más, por lomenos, al problema.

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Los alumnos de la clase se quedaronhaciendo cálculos durante el recreo, y labanda de los tirapelotillas sin su guerra,pero, sobre todo, Alberto descubrió quele gustaba el papel de profesor duro.

¿CUÁL SERÍA LA SOLUCIÓNAL PROBLEMA PLANTEADOPOR ALBERTO?

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29. Qué bien se estáhoy en el vestíbulo

EL JUEGO DE LASBALDOSAS

En el vestíbulo de la facultad sesuele montar cada mañana un granalboroto. Todos los alumnos entran amogollón y con tantas prisas por llegar aclase, que Alberto nunca se había dadocuenta de todas las posibilidades que

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ofrecía para hacer un rato el ganso.Ese día, Alberto tenía una hora libre

porque no se iba a dar una de las clases.El catedrático no aparecía, el adjuntotampoco, ya que le había dado unsoponcio el día anterior, y el decano nohabía encontrado otro suplente.

Muchos de los de la clase habíanllegado pronto, y como no sabían muybien qué hacer, dado que era primerahora y el bar permanecía cerrado, sesentaron en el suelo del vestíbulo ycomenzaron a charlar. Al haberdesayunado fuerte, Alberto seencontraba con unas energías fuera de lonormal. No tenía ganas de estar sentadoy comenzó a dar vueltas alrededor del

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vestíbulo mientras contaba las baldosas.

Cuando terminó había contabilizado

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treinta y seis baldosas dispuestas en uncuadrado de seis por seis. Alberto sequedó observando a sus amigos y se diocuenta de que eran diecisiete, y con éldieciocho.

Alberto seguía con una energía demil demonios, y cuantas más ganas leentraban de jugar a algo, más sepreguntaba cómo sus compañeros erancapaces de permanecer sentados ycharlando tan alegremente y, sobre todo,tan apalancados.

Estaba claro que si queríadesfogarse un poco no le iba a quedarmás remedio que inventarse un juego,pero ¿cuál?, porque con tantas ganas dequemar energías es difícil pensar algo

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interesante…—¡Hey, tronkos! ¿Qué os parece si

jugamos a colocarnos cada uno en unabaldosa diferente y nos bloqueamosunos a otros? —les propuso Alberto condecisión.

La propuesta funcionó, y en unosinstantes se encontraron los compañerosjugando al «bloqueo de baldosas».Como eran en total dieciocho, yquedaban otras tantas baldosas libres,empezaron a saltar de una a otra comoverdaderas fieras. Una vez más, Albertose había salido con la suya.

El tema se iba poniendo cada vezmás emocionante, de modo quedecidieron hacer dos equipos. Puesto

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que eran un número par no habríaproblema en dividirse a partes iguales.

Los ánimos se iban caldeando, y loque en un principio era un juego debloqueos, se estaba convirtiendo en unabatalla de gritos y empujones. Había quetener un poco de cuidado no fuera a serque apareciera por allí el decano.Alberto se quedó pensativo un momentomientras recuperaba la respiración.Todos estaban ya sudando y el juegocorría el riesgo de terminar a puñetazos,pues con tanto empujón algunos de losparticipantes comenzaron a picarse entreellos.

Alberto tomó aire hasta la base desus pulmones y, dirigiéndose a los

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demás, planteó un problema que todostrataron de resolver:

¿SERÍA POSIBLE QUE NOSCOLOCÁSEMOS DE TALMANERA QUE EN CADA FILA,COLUMNA Y DIAGONALESPRINCIPALESESTUVIÉSEMOS SÓLO TRES?

Para cuando quisieron dar con lasolución, había llegado la hora de lasiguiente clase y, al menos, se habíaevitado el aburrimiento y también unapelea.

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30. Y ¿éste es el noviode Yvonne…?

EL JUEGO DELCATALEJO

La noticia corrió como un reguero depólvora. Todos se quedaban anonadadosal escucharla, y como el mensaje se ibatransmitiendo de boca en boca, cada vezque lo conocía uno nuevo se ibaexagerando un poco más.

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—¡Yvonne no ha podido hacer eso!No me lo puedo creer —decían todos alescuchar la mala noticia.

El caso es que había testigos deabsoluta solvencia que lo afirmaban,jurando haberlo visto con sus propiosojos. Era difícil de aceptar, pero el amorjuvenil es así y no conoce fronteras.Aunque pareciera mentira, la bellaYvonne, la becaria belga, la musa detoda la facultad y secreto amor de todos,¡andaba encaprichada de un macarrilla,campeón de palmear rumbitas por másseñas!

—¿Y cómo es él? —preguntabantodos a un testigo ocular.

—Pues mira: con melenilla

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ensortijada a lo Camarón. Llevaba unacamisa de seda con chorreras, de ésasde gitano rico, abierta y, naturalmente,luciendo el matojillo con un cadenón delque cuelga el Cristo de Dalí. Tambiénlleva pantalones de pinzas y botinesgrises de tacón cubano.

—¡Pues eso es bastante macarra! —añadió Alberto mientras se rascaba lanariz.

—¡Como se descuide vemos aYvonne dentro de cuatro días viniendo aclase en chándal y con tacones, yhablando en romaní! —dijo Felixín ergranaíno.

—¡Pero lo peor no es eso! Lo peores que ella le cogía del hombro y le

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miraba con ojillos de cordero degollado—dijo el testigo.

—Y él ¿qué hacía? —dijeron todosal unísono.

—Pues él estaría intentandoaprovecharse de la intimidad para luegoconsumar su fechoría robándole laspelas —dijo el repelente de Borjameneando el dedo en tono afirmativo,para concluir después con un tajante—:¡Hay que darle una lección de señorío!

Todos estuvieron de acuerdo, salvoIñaki, que con gran prudencia hizo unalegato de lo peligroso que podíaresultar meterse con semejante curruquide barrio. En vez de dar lecciones,propuso la observación.

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—Mira, además lo tenéis fácil,porque él la espera todos los días en elbar que se ve desde el aula C. Podemosir allí y observar —concluyó el testigoocular ante la propuesta de Iñaki.

Borja propuso traer el catalejo quesiempre lleva en su GTI blanco, y queutiliza los fines de semana cuando acudeal hipódromo. Todos los muchachos sepusieron a mirar quitándose el catalejolos unos a los otros. Al final ni aparecíaYvonne ni su lolailo galán.

Iñaki, harto ya de tanta disquisición,agarró el catalejo y lo primero queenfocó fue la cruz que había en el tejadode la iglesia. Nunca antes se habíafijado, pero esa cruz de chapa metálica

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estaba formada por trozos soldados.

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—¡Ondiá! ¡Mirad, chicos, lo que hedescubierto! —dijo Iñaki desviando laatención del resto. Alberto se puso amirar la cruz.

—¿Qué están haciendo esos dosahora? —preguntó Borja mientras seencendía un rubio americano.

—¿Te has fijado? ¿Por qué no lahabrán hecho de una sola pieza? —inquirió Iñaki.

—Quizás se cayó y se rompió —argumentó Alberto mientras meditabacon su dedo apoyado en la nariz.

—No, más bien parece que el brazolargo está cortado del restoPrácticamente todos ya se estabanolvidando del affaire Yvonne y

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comenzaban a cavilar mientras elrepelente Borja daba vueltas y másvueltas alrededor de la sala.

—A lo mejor es que sólo tenían unachapa y tuvieron que aprovecharla —dijo Alberto.

Sí, efectivamente tuvieron queaprovechar una chapa, pero:

¿QUÉ FORMA TENÍAORIGINALMENTE ANTES DECORTARLA?

Definitivamente olvidada Yvonne ysu presunto novio, los colegas tenían yaa la vista otro reto que solucionarmientras deglutían unas birras.

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31. Los SantosInocentes

EL JUEGO DELMONIGOTE

Era el 28 de diciembre, los SantosInocentes, un día que no puede pasarcomo otro cualquiera para un muchachotan mangui y poco serio como Alberto.Durante las horas de pausa entre clase yclase, nuestro amigo se quedó en un aula

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vacía pensando en gastar alguna que otrabroma. No tenía el día muy ocurrente,por lo que decidió confeccionar eltradicional monigote y no complicarsemás.

Encontró una cartulina blanca y unastijeras. En un momento tenía listos tresmuñecos. Permaneció pensativo ydecidió que sólo tres bromas para un díatan señalado no eran suficientes. Comono encontraba más cartulinas, agarró unviejo ejemplar del periódico y recortódos monigotes más. Ahora tenía en totalcinco muñecos, tres de cartulina blancay dos de papel de periódico.

Alberto se dio una vuelta por el barde la facultad, en espera del momento

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adecuado para gastar las bromas. Sinembargo, sus compañeros debían deolerse algo, porque nadie bajó laguardia en ningún momento.

Al terminar la última clase del día,Alberto seguía dándole vueltas a lacabeza tratando de encontrar el momentoideal. Le acompañaban sus amigos Iñakiy Felixín, y mientras caminaban por lacalle, Alberto comenzaba a perder laesperanza.

De pronto divisaron a su amigoMarcelino. Es un ciego que vendecupones muy cerca de la plaza. Albertoy sus compañeros le tienen muchoaprecio porque, aunque es ciego,también es muy ingenioso y, sobre todo,

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un gran vacilón. A Alberto se leencendió una bombilla en su cabeza y sedijo: «¡Este es el momento para hacer unpoquito el mangui!»

Mientras saludaban al bueno deMarcelino, Alberto aprovechó laoportunidad para dar tres hábilespalmaditas en cada espalda. Tresmonigotes ya estaban colocados.

Conociendo a Alberto, nos podemosimaginar la carcajada que soltó.Inmediatamente, Iñaki y Felixín seecharon la mano a la espalda yconsiguieron a duras penas palpar susrespectivos muñecos.

Alberto, entre risotadas, le dijo aFelixín, tratando de prolongar la

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diversión:—Tenía cinco monigotes, dos hechos

de papel de periódico y otros tres decartulina blanca. ¿A que no sabes de quées tu monigote?

Felixín miró a las espaldas deMarcelino e Iñaki, y después respondió:

—Eres un mamonazo. ¡Me cabrea nohaberme dado cuenta de cuándo mepusiste el monigote, pero mucho más nosaber de qué está hecho!

Alberto, divirtiéndose más quenunca, se dirigió entonces a Iñaki.

—Y tú, ¿sabrías de qué papel es eltuyo?

Iñaki, con ojos de asombro, sequedó un momento pensativo para decir

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finalmente:—No, capullo.Parecía que a Alberto le iba a dar un

ataque de risa, cuando Marcelino, quehabía permanecido en silencio, searrancó diciendo:

—Chicos, mi muñeco es de papel…¡Y acertó!, ante el asombro de

Alberto y sus dos compañeros.

RAZONA COMO MARCELINOPARA ACERTAR LARESPUESTA.

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32. ¡Qué rara es laLuna!

EL JUEGO DELSUEÑO DEALBERTO

El padre de Alberto tiene untelescopio en la azotea de su casa. Conél se pasa las noches descubriendo yobservando los secretos del espacio. La

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otra noche, Alberto llegó a casa con unhumor de mil demonios, ya que susamigos le habían dado un plantón deórdago. Durante más de tres horas habíaestado esperándoles en un bar a base decañas y pinchitos de empanada gallega.La crispación que traía era triple:etílica, gastronómica y emocional.Debió de ser ésta la causa por la que supadre, al verle entrar en ese estado, lepropusiera que subiera con él para verla Luna a través del telescopio y, depaso, que le diera un poco el aire.Aunque ya era tarde y Alberto seencontraba muerto de sueño, la idea leapeteció. Cuando miró por el visor,Alberto se llevó una gran sorpresa: la

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Luna era muy diferente a través deltelescopio. Profundamenteimpresionado, y en vista de que el airede la noche no le hacía demasiadoefecto decidió irse a la cama.

Se quedó frito en unos instantes.Mientras cerraba los ojos, tenía la ideade ser un intrépido astronauta viajando ala conquista de la Luna…

De pronto, Alberto se encontró en lacápsula espacial, ajustándose laescafandra.

Echó una ojeada a través de laescotilla y se quedó perplejo: la Luna decerca era totalmente diferente a como lahabía visto con su padre. Los cráteresque se veían desde el telescopio eran en

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realidad unas extrañas baldosashexagonales con un número en el centrode cada una de ellas. Alberto descendióde la cápsula y puso sus pies sobre lasuperficie lunar.

Lo primero que descubrió fue que lanave había «alunizado» en una baldosaque tenía el número cuatro. No entendíanada, pero le divertía mucho. Miró a sualrededor y descubrió que todo elterreno que divisaba tenía una formaglobal de hexágono, pero lo más extrañoera que él se encontraba justo en elcentro, y que su baldosa era de colornegro, mientras que las demás eranblancas.

—¡Seguro que por aquí hay algo muy

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interesante por explorar! —dijo,mientras se disponía a caminar sobre tansingular luna.

Alberto ya andaba con la idea deconocer nuevos amigos selenitas, perode pronto su sorpresa fue grande: comono había gravedad, Alberto podía irsaltando de una baldosa a otra. Lo de lamenor gravedad en la Luna ya lo habíaaprendido en el cole, pero aquí pasabaalgo extraño, puesto que después devarios intentos fallidos para avanzar, sedio cuenta de que, para moverse, sólo lopodía hacer si saltaba tantas baldosascomo el número que aparecía en lasuperficie de la baldosa desde la quedaba el salto.

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Alberto se quedó meditando sobre la

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manera de salir del gran hexágono lunar,y después de varias intentonas,descubrió además que debía hacerlo conuna puntuación exacta.

Estando Alberto en la baldosainicial se preguntó:

¿CUÁL SERÁ LA SUCESIÓNCORRECTA DE NÚMEROSPARA PODER SALIR DE ESTA«LUNA», SEGÚN LAS REGLASMENCIONADAS?

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33. Las gansadas sepagan

EL JUEGO DE LASPOSICIONES

Con muchachos tan escandalososcomo Alberto y sus amigos, lo raro esno encontrárselos formando algún caos.Esto es algo que se puede darespecialmente al comienzo de una nuevaasignatura cuatrimestral, justo antes de

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la entrada del profesor novato. Esta vez,el barullo se formó cuando uncompañero de Alberto inició unaverdadera guerra de guerrillas armadode un canuto vacío de boli a modo decerbatana, y utilizando como temiblemunición unos granos de arroz. En unosinstantes los ocho alumnos másconflictivos se encontraronbombardeándose los unos a los otros,cambiando continuamente de pupitre yposición.

Cuando entró en la clase, el nuevoprofesor se echó las manos a la cabeza.Tenía fama de ser un viejo cascarrabias,pero sobre todo de ser algo retorcido,según les habían comentado los alumnos

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del curso superior. Así pues, la cosaestaba clara y el castigo servido.

Como la gansada se basaba en uncambio de posición permanente, elcastigo no pudo ser menos. Consistía enirse colocando en los sesenta y cuatropupitres que tenía la clase, que estabanrepartidos en ocho filas de ocho pupitrescada una, pero haciéndolo de tal formaque ninguno de los ocho permanecieraalineado ni vertical, ni horizontal, nisiquiera diagonalmente con sus otrossiete compañeros de «guerrillas».

—Para que os vayáis enterando osdoy un ejemplo de solución, misqueridos alumnos —dijo satisfecho elprofesor al ver la perplejidad de

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Alberto y sus amigos.

En el pupitre D4 se colocó Alberto,y la disposición que compuso con los

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otros siete alumnos aparece igualmentereflejada en el dibujo. Es posibleestablecer una norma de numeraciónpara distinguir unas soluciones de otras.De este modo, la descrita por elprofesor podríamos llamarla 25741863.Y esto, si consideramos la posición decada alumno sucesivamente en cada unade las columnas ABCDEFGH.

«¡Ondiá!, a fin de cuentas esto separece al ajedrez», pensó Alberto.

Cuando el profesor comprobó quelos ocho revoltosos habíancomprendido, dijo:

—Pues bien, la primera pregunta esésta:

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1. ¿DE CUÁNTAS MANERASDIFERENTES OS PODÉISCOLOCAR?

—Efectivamente, hay varias, más dediez e incluso más de cincuenta. Lacuestión es saber cuántas sonexactamente, ni una más ni una menos —descubrió el bueno de Alberto.

—¡Ah!, queridos alumnos, tendréisque considerar como solucionesdiferentes sólo aquellas que no sepueden conseguir girando la clase, comosi efectivamente fuese un tablero deajedrez —añadió el profesor—, ytampoco consideraréis distintas las quepuedan verse como reflejadas en un

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espejo. ¡Tienen que ser auténticamentediferentes!

Las dos posiciones de la figura son,en definitiva, la misma que compuso elprofesor si nos atenemos a lo expuesto;por tanto no serían válidas.

Alberto encontró rápidamente lasolución. Por ello, el profesor no sequedó demasiado satisfecho con el resto

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de los revoltosos, de modo que lespreguntó:

—Si Alberto se mantiene en laposición que ocupa, es decir, la D4,mientras vosotros os cambiáis de sitio,

2. ¿DE CUÁNTAS MANERASOS PODRÉIS COLOCARVOSOTROS SIETE?

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34. ¡Qué tarde delluvia!

EL JUEGO DELEXTRAÑO LUGAR

«Esta tarde vi llover, y no estabastú», decía la letra del bolero queescuchaba Alberto mientras miraba através de la ventana de su habitación.Afuera, en la calle, el chaparrón parecíaque nunca fuera a cesar. La tarde de ese

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fin de semana no podía habersepresentado peor, debía de estarpensando Alberto. Mientras tanto, suamigo Iñaki hojeaba una revista sinmucho interés. Todos los planes quetenían nuestros amigos se habíanestropeado, y la melancolía del bolerono ayudaba demasiado a sacarlos delestado en que se encontraban; es decir,más aburridos que una ostra. Habíanpensado dar una vuelta, pero era seguroque no se encontrarían con nadie. Comono dejara de caer agua estaba claro quese verían obligados a quedarse en casa.

Para divertirse, se pusieron a jugaruna partida de cartas, pero siendo sólodos no le vieron mucho sentido. Si por

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lo menos fueran cuatro podrían haberjugado al mus. El caso es que a las trespartidas dejaron de jugar, mirándose losdos amigos con los brazos cruzados.Aquello no funcionaba, al menos esatarde.

Luego comenzaron a jugar a la oca,pero al cabo de un rato se dieron cuentade que cada vez que meneaban elcubilete lo hacían suspirando conresignación. Tendrían que buscar otramanera de pasar el rato.

Decidieron entonces ir al salón y verun rato la tele. Allí se encontraba lamadre de Alberto viendo un melodramamexicano, a la vez que arreglaba lospantalones de su marido. Con tanta

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lágrima, miseria humana y desamor, losdos chicos se miraron a los cincominutos para decir un definitivo ¡Quépestiño!

La tormenta no amainaba, y lo únicoque se les ocurrió hacer fue ponerse ajugar con la hermana de Alberto, perocomo ella sólo quería jugar a lasmuñecas, no pasó ni media hora y yaestaban pensando en otra cosa. El padrede Alberto, viendo el aburrimiento delos dos jóvenes, les propuso ir a labiblioteca para ver si contemplandoalgún libro eran capaces de estar sin darla murga un ratito. La opción no parecíademasiado interesante, pero dado elestado de cosas, quizás pudieran

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encontrar algún aliciente entre laspáginas de un libro.

—Seguro que se tira lloviendo asíhasta junio —dijo Iñaki mientras mirabaen la estantería qué libro tomar.

Alberto tenía un libro entre lasmanos, y al escuchar las palabras de suamigo, de pronto se le ocurrió algo:

—Hay un lugar donde marzo vaantes de mayo y después de junio.

Iñaki, al escucharlo, le miró concara de asombro y le dijo:

—¡Anda ya, me estás tomando elpelo!

Alberto se empezó a reír y añadió:—Sí, y además, en ese lugar es

donde el sábado está antes que el

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viernes y después del miércoles.Iñaki respondió que aquello era

imposible, pero en realidad se estabadevanando los sesos por entenderlo.

El padre de Alberto comprendióinmediatamente el quid de la cuestión, ymientras preparaba una pipa de fumardijo entre risas:

—Es más, en ese lugar el tres estáantes que el uno y después del dos. Elcuatro, en cambio, se halla antes que eldos.

Iñaki estaba hundido en un mar dedudas. Sin embargo, no podía creer queel padre de Alberto le fuera a mentir. Demodo que se quedó pensativohaciéndose esta pregunta:

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¿DÓNDE SE DAN TODASESAS PARADOJAS?

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35. A ver cómoorganizamos el

reparto

EL JUEGO DE LAPASTELERIA

Hoy iban a entregarse las notas delos primeros parciales. Muchos alumnostenían grandes dudas sobre quécalificaciones podrían recibir. Cuando

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entró el profesor se formó tal silencio enla clase que pudieron escuchar hasta elvuelo de una mosca.

El profesor comenzó a llamar a losalumnos para darles el sobre cerrado.Cada nombre citado daba lugar a unaterrible expectación que se esfumabasegún el muchacho hacía un gesto u otroal ver el contenido del sobre. Alberto yFelixín eran los dos que más nerviososestaban. La verdad es que el primero yano tenía uñas que comerse.

Cuando llegó el turno de Alberto ytuvo la oportunidad de ver su nota, lanzóun grito de alegría.

—¡Debuten, esto hay que celebrarlo!Los resultados fueron mejor de lo

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que se esperaba. En términos generales,todos sentían alguna satisfacción,incluso Felixín, que en el fondo se temíalo peor, y como los éxitos hay que saberfestejarlos, se les ocurrió darse unpequeño homenaje: nada mejor que, a lasalida de la clase, darse una vuelta porla pastelería…

¡Menudo material humano! No eranmuchos, pero la calle parecía unaverdadera revolución a su paso. Entregritos de alegría y carreras llegaron a lapuerta de la pastelería. Más que alumnosuniversitarios parecían quinceañeros.Todos se amontonaron en el escaparateal grito de: «¡Yo quiero de ésos!» Elcristal quedó inundado de huellas de

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manos y dedos.El dependiente, que ya los conocía,

no tuvo ni que preguntar. Dispuso unagran bandeja y la llenó de un surtidopastelero. Desde luego, era mejorllevarles la corriente, así estaba segurode que sus clientes quedarían satisfechosuna vez más, pero sobre todo de que nole montarían un cisco.

Ahora llegaba lo más complicado: elreparto. Alberto, que es un pocorebuscado, pero sobre todo conoce a suscompañeros y amigos, propuso guardarun mínimo de organización. Todos se lequedaron mirando y le preguntaron:

—Sí, pero ¿cómo?Alberto se hizo el interesante y dijo:

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—Yo cojo un pastelito más unséptimo de los que quedan.

—Bien, ¿y luego?—Luego, tú, Iñaki, cogerás dos

pastelitos más un séptimo de los quequeden.

Los muchachos le miraban con carade no entender del todo qué era lo quepretendía el nuevo «maestro deceremonias», pero continuaronescuchándole.

—Después de Iñaki, tú Yvonne,cogerás tres pastelitos más un séptimode los que queden. Siguiendo estecriterio, iremos cogiendo todos hastaque se vacíe la bandeja de maneraexacta —concluyó Alberto.

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Después de deducir cuántosmuchachos y pasteles había…

¿PODRÍAS SABER CUÁNTOSPASTELES COMIÓ ALBERTO,CUÁNTOS IÑAKI Y CUÁNTOSYVONNE?

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36. ¡Hay cada uno enmi facultad!

EL JUEGO DE LASEDADES

Alberto había quedado esa mañanade sábado con Iñaki y Marcelo paravisitar una exposición. Aquello requeríaun cierto esfuerzo, dado que para vercualquier obra había que sortearinfinidad de espaldas que se interponían

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entre ellos y el arte. Posiblemente era unlugar más apropiado para conocer genteque para disfrutar con la contemplación.Desde luego, la asistencia a laexposición estaba resultando masiva, ynuestros amigos iban perdiendo poco apoco el interés, ya que por cada cuadroque veían se tragaban doce espaldas, delas cuales alguna era conocida.

Iñaki ya había saludado a cuatroamigos y vecinos suyos, Marcelo a dos yAlberto a tres.

—Ya sólo nos falta encontrarnos conalguien de la facultad —le dijo Iñaki alos otros dos.

No tuvo que esperar mucho, porquea la salida vieron a uno que parecía ser

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el nuevo alumno de su clase.Enseguida se dirigieron hacia él y

comenzaron a charlar.—Yo que tú no entraría, porque lo

único que vas a ver son espaldas —lesugirió Marcelo.

A su compañero de clase lo de pasarde exposición le debió parecer buenaidea, ya que les propuso ir a tomar unascañas y dejar la cultura para otromomento. Una vez en el bar, laconversación no fluía con facilidad ycon tanto ruido las preguntas había quesacarlas con tenazas. Meditabundosandaban los cuatro, cuando Alberto lepreguntó a su nuevo compañero defacultad:

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—Y vosotros, ¿cuántos hermanossois?

—Somos tres, aunque yo soy elúnico varón.

Curioso, Alberto le volvió apreguntar:

—¿Y tus hermanas son mayores quetú?

El chaval miró a Alberto con cara deplantearle un acertijo y le respondió:

—Pues mira, colega: cuando yotenía ocho años menos, el producto denuestras edades era igual al número dela casa de ahí enfrente, donde llama eldel sombrero, mientras que la suma eraigual al número de la que tenemos detrás—respondió el nuevo compañero

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señalando con el dedo hacia la casa encuestión.

—¿Y eso es todo? —contestóAlberto mientras, picado, se ponía acavilar.

Con el dedo apoyado en la punta dela nariz pensó: «Este me toma el pelo».La nariz de Alberto se fue poniendo rojacomo un tomate hasta que dijo:

—Con lo que me dices no es posibleresolver el acertijo.

Su nuevo amigo, que parecía estarhaciendo oposiciones a dejar de serlo,añadió:

—Te diré sólo una cosa más:entonces la pequeñaja todavía iba a laguardería.

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No cabía duda, su amigo eraretorcido, pero Alberto era más listo, yademás le sacaba ¡tres años! ¿Cómo nose había dado cuenta antes? En unosinstantes Alberto resolvió el problema.

CON ESTOS DATOS, AMABLELECTOR, ¿SABRÍAS QUÉEDAD TIENE ALBERTO?

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37. ¡Qué pacienciahace falta con Iñaki!

EL JUEGO DE LASVARIANTES DETRES EN RAYA

Tras un examen siempre pasa lomismo: se juntan los que van saliendopara comentar las preguntas másinteresantes, y eso es algo que saca de

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quicio a Alberto.Durante los segundos parciales se

empezó a repetir lo de siempre yAlberto, junto con Felixín, decidieronalejarse de esta situación. No parecíanmuy animados a comentar nada quetuviera relación con lo que acababan desufrir, de modo que prefirieron salir deledificio.

Iñaki paseaba por los jardines de laentrada de la facultad, cuando vio aAlberto sentado junto con Felixín en unbanco.

—¡No me digáis nada, chicos! Yame imagino de dónde venís. Oye, ¿osapetece jugar a tres en raya? —les dijomientras adoptaba una mueca divertida.

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Alberto semostró de acuerdo.Cualquier cosa erapreferible a pensaren los exámenes.Como Felixín nosabía de qué iba elrollo, Alberto se puso a explicarle enqué consistía el juego.

—Verás, el tablero consta de nuevecasillas con las cuales se puede hacertres en raya de ocho formas distintas; esdecir, tres verticales, tres horizontales ydos diagonales.

Iñaki, que andaba algo bromista ycon ganas de cachondeo, se metió en laconversación y planteó lo siguiente.

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—¿Y siconstruyéramos unjuego de tres enraya con sólo seiscasillas, de talforma que sólohubiese tres

maneras de poner las tres fichas enlínea?

Alberto le miró con cara de pocosamigos y le respondió:

—Mira, Iñaki, eso es imposibleporque no se podría jugar.

Iñaki no se hacía mucho a la idea delas pocas ganas de bromas que teníansus amigos, por lo que les preguntó:

—Y si lo hiciéramos con sólo una

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línea de tres casillas, ¿no creéis quesería el juego de tres en raya mássimple? Je, je, je.

Alberto y Felixín levantaron lamirada del juego al tiempo que lerespondían:

—¡Sí, Iñaki, el más simple, perotambién el más estúpido!

Aquella respuesta le supo a Iñaki acuerno quemado, por lo que permanecióen silencio un rato hasta que se atrevió apreguntar:

¿CUÁNTAS CASILLAS SE

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DEBERÍAN AÑADIR Y DE QUÉFORMA, PARA QUE EXISTANDIEZ MANERAS DE HACERTRES EN RAYA?

Esta vez Iñaki había acertado.Felixín y Alberto se dispusieron adesentrañar el enigma. Al menos, Iñakihabía conseguido que sus dos colegas seolvidaran de los exámenes.

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38. Hoy nos vamos decompras

EL JUEGO DE LOSCODIGOS DE

BARRAS

Yvonne llevaba varios díasqueriendo marcarse el detalle de cocinaralgo típico de su tierra para sus amigosIñaki y Alberto. Puesto que en su

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habitación del colegio mayor hay unapequeña cocina, lo único que necesitabaeran los ingredientes. Sólo había unpequeño problema: las pelas de la becade Yvonne no terminaban de llegar, y silos tres querían darse una comilonabelga, tendrían que compartir los gastos.

Era sábado por la mañana y hacía undía espléndido, de modo que los tresamigos decidieron darse una vueltaantes de ir de compras.

—Podemos ir a un Híper y comprartodo de un tirón —propuso Iñaki.

—Pues yo prefiero que vayamos almercado, que los productos son másfrescos; no me gustan nada losenvoltorios de plástico. Además, el trato

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es mucho más humano y personal —dijoAlberto.

A Yvonne le apeteció más la últimaidea, ya que de este modo podríancomparar los mejores precios entrepuesto y puesto.

Cuando llegaron al mercado sequedaron sorprendidos de la cantidad depuestos y chiringuitos que había. Sinembargo, algo estaba cambiando, ya queallí también habían adoptado lacostumbre de envolver los productosfrescos en envoltorios de plástico. Paraello contaban en cada puesto con unamáquina que en un segundo los envolvía.

—¡Cómo avanza la técnica! —dijopensativo Iñaki.

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—¡Sí, es una barbaridad! Por lomenos el trato humano es más agradabley personal —le respondió Alberto.

—Hablando de barbaridades, noshemos olvidado de hacer la lista de losproductos que tenemos que comprar —concluyó Yvonne.

Los tres se pusieron a escribir lalista en el bar del mercado. Sinembargo, aquello empezaba a resultarlesalgo complicado, sobre todo por lascantidades necesarias de cada productoque, a decir verdad, Yvonne norecordaba muy bien. La idea de jugar alos gourmets se iba desvaneciendo porsegundos ante tantas dificultades,cuando, de repente, comenzaron a

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escuchar un vocerío que les hizo olvidarel asunto de la comida.

—¡¿Ve usted el letrero del puesto deenfrente?! —decía a gritos un fornidocliente.

—¿Cuál dice usted? ¿El de«Pollería-Huevería Nuestra Señora delCarmen»? —respondía el tendero,bastante más calmado.

—¡Pues como le vea yo a ustedaceptar a otro cliente un billete de diezmil!, ¡¡¡le meto entre la «o» y la «l»!!!—concluyó el airoso cliente al tiempoque se marchaba—. ¡¡¡Entre la «o» y la«l»!!!

—Je, je, je, pues yo llevo uno dediez talegos —comentó Alberto a sus

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dos amigos.—Ya que el trato es tan «humano»,

casi mejor nos vamos al Híper, que esbastante más aséptico —propuso Iñakibastante vacilón, a lo que asintieronYvonne y Alberto en su afán decuriosear.

Cuando llegaron al Híper loencontraron fascinante. Nunca habíanvisto nada igual. Se notaba que ningunode ellos hacía la compra en casa. Habíauna sucesión interminable de estanteríasy más estanterías rebosantes de todo tipode artículos.

Comenzaron a dar vueltas por allí,pero ninguno de los tres sabía quécomprar. La primera sección en la que

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se pararon era la de juguetes.—¡Qué emocionante! —dijo Yvonne

—. No me importaría volver a miinfancia.

—¡Cómo sois las mujeres! —se rioIñaki sin querer reconocer que éltambién estaba encantado. Con unaexcusa simplona terminó diciendo—: Elcaso es que yo tengo que comprar unosregalos a los nanos de mi tío Luis.

Iñaki no resistió la tentación depararse en el apartado de los treneseléctricos, y a Alberto le faltó tiempopara encandilarse con los mecanos.

Increíble, pero cierto: Alberto, Iñakie Yvonne parecían tres mocosos lavíspera de Reyes, diciendo qué les

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pedirían. Un tren, un camión, un osito,unos patines… No dejaron de examinarningún estante.

Volviendo a la realidad, Alberto sequedó observando los precios yetiquetas, y descubrió que todosllevaban un código de barras estrechito.

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«Es lógico, porque con tal cantidad

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de juguetes sería imposible llevar uncontrol de otra forma», se dijo Alberto.

Los tres compañeros, cada uno consu carro, comenzaron a seleccionarjuguetes para regalarlos más tarde a susrespectivos sobrinos, primos, etc.Llevaban un buen rato, cuando pormegafonía se anunció que era casi lahora del cierre. Con los carros llenos sedirigieron hacia las cajas. Alberto sequedó sorprendido por la pistola lectoradel código de barras. Pensó entonces enguardar los tickets de barras comorecuerdo, y para esto nada mejor queescribir el nombre de cada uno en sucorrespondiente ticket.

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Viendo las ilustraciones,

1. ¿PODRÍAS SABER QUÉCOMPRÓ CADA UNO DEELLOS?

2. ¿QUÉ JUGUETE FUE ELQUE COMPRARON LOSTRES?

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39. Cómo es elmundo de los espías

EL JUEGO DELMENSAJE OCULTO

El cineclub de la facultad sería idealsi no fuera por los bodrios de películasque suelen proyectar. Por una vez, losorganizadores acertaron, seleccionandouna película francesa de espías que,aunque fue de ésas de la nouvelle vague,

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para «listos», en blanco y negro, consubtítulos y mucho arte y ensayo, hizoque todos salieran bastante satisfechos.

El caso fue que a la salida losespectadores comentaban entre bromasque al terminar la carrera ya sabían quémaster iban a hacer: ¡el de agentesecreto!

La que realmente salió fascinada fueYvonne, y es que no cabe duda de queella es bastante más leída y viajada queel resto de sus amigos. Como grancinéfila, más que hacer bromas sobre lapelícula que habían visto, le apetecíadiscutir en plan cinefórum sobreencuadres, claroscuros o interpretación.Desgraciadamente, el único interlocutor

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que encontró dispuesto para tal menesterfue el fantasmón de Borja que, gracias asu nivelón, suponía que podría estar a laaltura de las circunstancias requeridaspor la musa de todos.

—¡Vi-sio-na-ria! ¡Vi-sio-na-ria, lape-lí-cu-la! —le decía el muy cretino aYvonne.

—Como te descuides un pelo, estepringao te va a robar plano con Yvonne.Y si no, ya verás —le cuchicheó Iñaki asu amigo Alberto.

El caso es que al final se quedaronAlberto, Iñaki e Yvonne junto a Borja ysu amigo Yago. No es que fuera elquinteto más deseado, pero para tomaruna cerveza podía pasar.

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Una vez en el pub, Alberto e Iñakino tardaron en ponerse de los nervioscon la cháchara de los dos repelentes yla estúpida conversación que se traían.

—No me puedo creer que Yvonne nose dé cuenta de lo pánfilos que son estosdos —le decía por lo bajo Alberto aIñaki.

—Casi mejor nos vamos a dar unavuelta —propuso Iñaki.

Alberto y su amigo dijeron a losotros tres que iban un momento a portabaco.

—Por Snoopy, a ver si me puedeshacer el favor de traerme un paquete decigarrillos ingleses de los que fumo, ypor si en la tienda no los tuvieran,

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llévate mi Motorola, que con el de Borjanos quedamos conectados —le pidióYago.

Al marcharse Alberto e Iñaki,Yvonne se les quedó mirando con ganasde acompañarlos.

—Volvemos en un instante —dijoAlberto dándoselas de Belmondo.

No tendrían que andar mucho paratoparse con un curioso misterio.Mientras los dos amigos caminabanlamentándose de su suerte, se quedaronmirando el centro de la plaza. Allí en elsuelo, entre las baldosas normales,había diecinueve baldosas hexagonalesque todas juntas formaban un granhexágono de tres baldosas por lado.

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Cada una tenía una letra y un númeroaunque los números estaban medioborrados de tanto pisarlos.

Alberto se quedó mirando a sucompañero de penas y le dijo:

—Vamos a llamar a Yvonne a verqué le parece este juego, y a ver si con

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esto no nos la buitrean esos dos. Comoesto parece algún mensaje en clave, sinduda a Yvonne le va a encantar.

La idea de Alberto funcionó a laperfección, y tras rescatar a su amadavía Motorola, ésta y Borja comenzaron aapuntar las informaciones que ibadictando Alberto. Este continuóobservando y descubrió que al lado delhexágono había un cuadrado compuestode otros nueve cuadrados más pequeños,con un número en cada uno de ellos.Alberto volvió a transmitir lainformación por el teléfono portátil. Eraevidente que estaban ganando la partidaa los dos pijos y su aburridaconversación sobre cine.

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—¡Más despacio, que no doyabasto! —le solicitaba Yvonne a travésdel auricular, mostrándose muy animadapor el enigma.

Mientras se desarrollaba lacomunicación, Alberto avanzaba en susdescubrimientos, dándose cuenta de quela suma de los números del cuadrado, endiagonal, horizontal y vertical erasiempre quince.

Borja, en la «base», no paraba deanotar las informaciones que le enviabansus dos rivales en amor. Desde luego, nole quedaba ahora más remedio queresolver el problema. La última queestaba apuntando se trataba de que Iñakihabía descubierto que el hexágono

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sumaba treinta yocho en cualquierdirección. Sin lugara dudas, era unmensaje en clave.La informaciónestaba yatransmitida y ahora,

si Borja y Yago querían salvar la caradelante de Yvonne, tendrían que afrontarel reto. Cuando supieran la colocaciónque tenían los números, podrían saber elorden en el que colocar las letras. Otrapista: el mensaje oculto no era otra cosaque el lema de la ciudad.

¿CUÁL ES ESTE MENSAJE?

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Desde luego, cuando al cabo de unbuen rato regresaron Alberto e Iñaki, nopudieron contener la risa al ver a losdos pijos echando humo por la cabeza ycolorados del infructuoso esfuerzo porresolver el enigma.

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40. ¡Qué guarrerías!

EL JUEGO DE LOSZUMOS

Después del asunto de las baldosaslas relaciones entre Alberto y Borja seencontraban más tensas que nunca.Alberto pensó que lo mejor parasolucionarlo era mantener unaconversación de hombre a hombre consu repelente rival. Decidieron

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encontrarse en tierra de nadie, y paraesto ningún lugar parecía más adecuadoque su burger favorito, el Paco’s.

Hacía tiempo que no pasaban porallí, de modo que al terminar las clasesse marcharon a tomar un zumo natural delos que hacía su común amigo Paco.

Cuando llegaron al local seencontraron con que estaba a tope.Parecía como si todos los estudiantes dela facultad hubieran decidido darse citaen el mismo sitio y a la misma hora.Había un montón de amigos ycompañeros a los que saludar, pero loprimero era localizar una mesa.

Una vez sentados, Alberto se levantóa pedir unas consumiciones. Mientras,

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Borja se quedó saludando a unascompañeras de Yvonne.

«¡Este Borja siempre haciendo elparipé!», se dijo Alberto cuando volvíaa la mesa cargado con dos hamburguesasgigantes y dos enormes bolsas de patatasfritas.

Para beber, Borja había pedido unzumo natural de piña, y Alberto, que notenía ganas de complicarse la vida, unode naranja.

Al tiempo que se zampaban lashamburguesas, los dos chavalesdescubrieron que las amigas de Yvonneestaban hablando y bromeando sobreellos desde la mesa de enfrente. AAlberto, que es un poco reservado, no le

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hizo demasiada gracia, mientras queBorja parecía engrandecerse con lasituación y, como era de esperar, leentraron unas ganas enormes de llamarla atención de las chicas. Por eso debióde pensar que nada mejor que gastarleuna broma a Alberto. Este le hablaba delos problemas que había entre ellos, yde la forma de sentar las bases para queno se volvieran a repetir en lo sucesivo,cuando de pronto, mientras las chicasseguían mirándoles, Borja señaló endirección contraria diciendo:

—Fíjate Alberto, ese cuadro esnuevo, ¿no?

Alberto miró hacia el presuntocuadro, momento que aprovechó Borja

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para tomar una cuchara y, llenándola dezumo de piña, derramarla en el vaso deAlberto.

Las chicas, que les estaban mirando,soltaron una enorme carcajada. Albertose dio cuenta de la broma que le habíagastado Borja, y mientras se ponía rojocomo un tomate, le entraron fuertesdeseos de venganza. Alberto agarró lacuchara y, llenándola de su mezcla denaranja y piña, la echó en el vaso deBorja. La venganza estaba servida.

Las chicas, naturalmente,comenzaron a reírse de lo tontos que seestaban poniendo nuestros dospersonajes. Alberto, que seguía rojo, ledijo a Borja:

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—Bueno, ahora estamos en paz, nohagamos más tonterías, que ya se hanreído bastante de nosotros, y sigamoscon lo nuestro.

Una de las chicas planteó entonces alas otras lo siguiente:

¿ESTÁN REALMENTE EN PAZ OHAY MÁS PIÑA EN EL VASO DEALBERTO QUE NARANJA EN EL DEBORJA?

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41. Y paraterminar… un juego

de los de jugar

EL JUEGO DE LASMONEDAS

A manera de epílogo de este libro,ahí va un juego que practican conasiduidad Alberto y sus amigos.

Consiste en un tablero triangular

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dividido en nueve triangulitos, cada unode ellos limitado por una casilla en susvértices. Bueno, éste es el que utilizanAlberto e Iñaki, pero puede ser todo logrande que se quiera, y de hecho elloshan llegado a jugar sobre uno decuarenta y nueve triángulos. A decirverdad, no lograron terminar el juegopor su extremada dificultad.

Volviendo al más sencillo, el denueve triángulos, se coloca una monedaen cada una de las casillas situadas enlos vértices de los triangulitos, ydespués se escribe en el interior deéstos el valor total de las tres monedasque lo circundan. A continuación, seretiran las monedas y se le da el tablero,

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con las monedas en un montoncito, a unjugador que debe averiguar ladisposición inicial. Si se quiere dar untoque de dificultad, no se le dan lasmonedas, y el jugador debe descubrirademás los valores de las distintaspiezas utilizadas.

Un ejemplo: si colocas en un tableropequeñito, de sólo un triángulo, unamoneda de cien, otra de veinticinco yuna tercera de cinco en cada uno de lostres vértices respectivamente, el valor acolocar en el centro será la suma de lastres monedas; es decir, ciento treinta. Siretiras las monedas y se lo pasas aalguien para que las sitúe te dará unarespuesta inmediata, puesto que saber

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las monedas utilizadas en este caso esmuy fácil. Sin embargo, prueba a situartres monedas en cada vértice. Seconsigue también la suma de cientotreinta si se coloca una moneda deveinticinco y dos de una peseta en unvértice, dos de veinticinco y una de unapeseta en el segundo vértice, yterminamos con una de cincuenta y dosde una peseta en el último vértice. Puedeser una curiosa prueba no decir elnúmero de monedas e investigar cuántasmaneras hay de conseguir la suma deciento treinta, incluso colocandodiferente número de monedas en cadavértice.

La anterior puede dar una idea de las

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posibilidades del juego. Los másexpertos, si quieren ir a por nota,podrían eliminar incluso algunas de lassumas escritas dentro de los triangulitos.En definitiva, es un juego con infinitasposibilidades y grados de dificultad.

Partamos de la base de que eres unjugador medio, con aires de experto. Lasmonedas a utilizar son éstas:

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Y el tablero sobre el que las debescolocar es éste:

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En él se ha quitado la suma de dosde los triangulitos, sustituyéndolos poruna interrogación. Seguro que es casielemental para ti, a estas alturas del

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libro, pero permíteme que insista y tepregunte:

¿CUÁLES SON LOS VALORESQUE SE DEBEN SITUAR ENEL LUGAR DE LASINTERROGACIONES?

Es un juego que no necesita más queingenio y paciencia, y que puede jugarseen cualquier situación. ¡Ánimo!

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CONCLUSION

Entre juegos y exámenes ha llegadoel final del curso. Nuestros amigos, máso menos, han conseguido sacar adelanteel curso, por lo que pueden encarar contranquilidad las vacaciones de verano.Los repelentes Borja y Yago se marchana unos cursillos en Estados Unidos.Iñaki se va con sus padres a la playa yFelixín vuelve con su familia.

¿Y qué pasa con Alberto e Yvonne?Bueno, después de la falsa alarma delnovio de la belga, Alberto le estuvo

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tirando los tejos y parece que vaconsiguiendo algo. De momento, Yvonnele ha invitado a pasar unos días en sucasa de Bélgica.

Quién sabe qué puede pasar elpróximo curso…

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PISTAS PARA LEERSOLO EN CASO DEDESESPERACION

(El número de la pistacorresponde al número de

juego.)

1. El orden de las preguntas es unorden cualquiera. ¿Cuántosmeses tienen nueve letras?

2. La A es el 1 y la C es el 3, peroel 13 puede no ser AC sino M,

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mientras que tanto M como ACsiempre son 13.

3. Al final da lo mismo estar más omenos cerca del vigilante.

4. No te líes. Coloca los libros ysigue los pasos del problema.

5. Arquímedes ya lo dijo: si flota,flota, y aunque sobresalga esigual.

6. ¿Qué tal si pruebas a recortar, yenvolver con lo que obtengas unvulgar dado?

7. Descubrir lo que se pregunta essólo cuestión de paciencia y deobservar qué números estánunidos y cuáles no.

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8. Si la divides primero en dosquizá te sea más fácil. ¡Ah!, ladisposición de las guindas no sedice en ningún momento quedeba ser la misma en todos lostrozos.

9. Siempre suman igual las carasopuestas de un dado. ¿Te habíasfijado?

10. Si no eres capaz de hacerlo sólocon lápiz y papel, coge un reloj yutiliza el llamado métodopedestre.

11. Prueba a que cada uno sea uneslabón.

12. Lo primero que se te ocurre, a

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veces es la solución.13. Lados por cada lado de cada

donuts.14. Cuando termine los cincuenta y

tres, podrá canjear cincuenta pordiez, consiguiendo otros diezenvoltorios.

15. Esto es como un laberinto. Abrey cierra puertas.

16. Si lo intentas mucho y no loconsigues, a lo mejor es que nose puede. Y si inviertes…

17. Imagina el calendario, o cogeuno y a probar.

18. Es un curioso triángulo.19. Los tres han dado en el uno. Otro

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tiene dos dieces y otro dosveintes.

20. Cada elemento combina contodos los demás.

21. Con cristal las cosas parece quevan al revés.

22. Revuelve las letras, prueba yacierta.

23. ¿Cuántos cubitos de un cm delado caben en un cubo de dos cmde lado?

24. Un astronauta en órbita giraalrededor del Sol a la velocidadde la tierra aproximadamente.

25. ¿Cuánto tiempo está cada unoremando a cada velocidad?

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26. Se pueden mezclarcombinaciones, permutaciones yvariaciones entre sí.

27. Lalá es cincuenta y seis.28. No hay cincos.29. Coloca cuatro en las baldosas

centrales.30. No es triangular ni pentagonal.31. Marcelino comienza a pensar:

«Si hubiera dos de periódico, elmío y otro, el tercero deduciríainmediatamente que el suyo erade cartulina. Si…»

32. Sale al quinto movimiento.33. Son como reinas del ajedrez.34. Allí estará Iñaki entre Alberto e

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Yvonne.35. Son más de cinco. Prueba y

verás.36. Es importante darse cuenta de

que Alberto, viendo el númerode la calle, no puede resolverloporque hay dos sumas iguales, yello implica…

37. Prueba a desplazar dos.38. Divide lo que compraron en

grupos de cuatro barras.39. 3+7+5+8+?40. ¿Qué porcentaje hay de cada uno

en el primer trasvase?41. Coloca adecuadamente las

monedas de doscientas,

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cincuenta, cinco y una peseta.