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DOSSIER 45 64. La apropiación nacionalista Jordi Canal 59. Una guerra literaria Pedro Rújula 54. Orgía de sangre José Ramón Urquijo 52. La dinastía carlista Antonio Manuel Moral Roncal 46. Carlismo y contrarrevolución Jordi Canal A la muerte de Fernando VII, los absolutistas cerraron filas tras su hermano Carlos María Isidro y declararon la guerra al Estado liberal, representado por Isabel II. El carlismo, afín al tradicionalismo europeo y hoy reivindicado por muchos políticos nacionalistas, provocó un conflicto que durante cuatro décadas ensangrentó la Península y lastró su desarrollo económico. En el 150 aniversario de la muerte de Don Carlos, cuatro especialistas plantean las claves históricas de esta profunda herida La República pide a Figueras, jefe del Ejecutivo, que acabe con la hidra carlista (La Flaca, abril de 1873). El rompecabezas CARLISTA

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DOSSIER

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64. La apropiaciónnacionalistaJordi Canal

59. Una guerra literariaPedro Rújula

54. Orgía de sangreJosé Ramón Urquijo

52. La dinastía carlistaAntonio Manuel MoralRoncal

46. Carlismo ycontrarrevoluciónJordi Canal

A la muerte de Fernando VII, los absolutistas cerraron filas tras suhermano Carlos María Isidro y declararon la guerra al Estado liberal,representado por Isabel II. El carlismo, afín al tradicionalismoeuropeo y hoy reivindicado por muchos políticos nacionalistas,provocó un conflicto que durante cuatro décadas ensangrentó laPenínsula y lastró su desarrollo económico. En el 150 aniversario dela muerte de Don Carlos, cuatro especialistas plantean las claveshistóricas de esta profunda herida

La República pide a Figueras, jefe del Ejecutivo, que acabe con la hidra carlista (La Flaca, abril de 1873).

El rompecabezas

CARLISTA

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No resulta posible comprenderla Historia contemporánea deEspaña sin prestar una espe-cial atención al carlismo. Es-

te movimiento contribuyó a provocar dosguerras civiles en el siglo XIX: la Prime-ra Guerra Carlista (1833-1840) y la Se-gunda (1872-1876). Participó, asimismo,en numerosas insurrecciones, algaradas,pronunciamientos y conflictos bélicosmenores. Y, ya en el siglo XX, sus parti-darios se unieron al bando insurrecto enla Guerra Civil española (1936-1939). Elcarlismo consiguió movilizar a millaresde hombres e implicar a otras tantas fa-milias. Su protagonismo no se limitaría,no obstante, al terreno armado. Los car-listas defendieron sus ideas en libros yperiódicos, crearon centros políticos ysindicatos y participaron en las eleccio-nes, ocupando un número no despre-ciable de escaños en las Cortes españo-las. También dieron lugar, lógicamente,como todas las culturas políticas impor-tantes, a mitos, ritos y memorias.

El carlismo forma parte de esta cate-goría más general que se ha venido adenominar contrarrevolución, presenteen el siglo XIX en la mayor parte de losEstados de Europa occidental. Liberalis-mo y revolución eran los principalesenemigos de estos movimientos contra-rrevolucionarios. El carlismo no sería, sinembargo, la única modalidad de con-trarrevolución desarrollada en España

–piénsese, por ejemplo, en el realismodel Trienio Liberal, un movimiento quese encuentra en la línea que más ade-lante retomaría el carlismo–, aunque sí,sin ningún lugar a dudas, la más im-portante en todos los sentidos. De ahíque, en la Historia española, especial-mente para el siglo XIX, contrarrevolu-ción y carlismo se hayan convertido fre-cuentemente en sinónimos.

Dios, Patria, ReyEl carlismo es un movimiento sociopolí-tico de carácter antiliberal y antirrevolu-cionario, surgido en las postrimerías delAntiguo Régimen y que pervive todavía,aunque en una posición de franca mar-

ginalidad, en nuestros días. Las voces“carlismo” y “carlista”, aparecidas duran-te la segunda restauración absolutista deFernando VII, entre 1823 y 1833, deriva-ban del nombre del infante Carlos Ma-ría Isidro de Borbón –el que iba a con-vertirse en el rey Carlos V de los legiti-mistas– y designaban la forma evolucio-nada de unas corrientes preexistentes, cu-ya principal materialización había sido elrealismo. Aunque fue a partir de 1833cuando el carlismo adquirió fuerza y pro-tagonismo, su surgimiento debe ser in-sertado en la continuidad de los movi-mientos realistas, que hunden sus raícesen los conflictos de principios del sigloXIX y tienen sus primeras manifestacio-nes importantes en la década de 1820.

La cuestión dinástica, que enfrentó a lospartidarios de Isabel II y a los de su tíoCarlos María Isidro, no alcanza a explicarpor sí sola el nacimiento y la prolonga-da vida del carlismo. Los millares de car-listas que combatieron, en los campos debatalla o en la arena política, y los que enel empeño perdieron la vida, no lo hi-cieron por la persona de un Rey, sino porlo que la figura de este Rey encarnaba,esto es, una determinada visión del mun-do y los proyectos posibles para su ma-terialización. Sin embargo, la dinastía ylos diferentes pretendientes se converti-rían en piezas esenciales, en un planosimbólico y emblemático, del movimien-to. El carlismo sin Carlos –Carlos V, Car-los VI, Carlos VII o Alfonso Carlos I– o sinJaime, por consiguiente, tampoco hubie-

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JORDI CANAL es investigador, EHESS, París.

Las guerras carlistas que asolaron España en el XIX hundían sus verdaderasraíces en el rechazo ideológico al gobierno liberal. Sin embargo, el carlismono hubiera existido sin la legitimidad que le otorgaba su lealtad dinástica.Jordi Canal analiza el fenómeno desde sus orígenes, en 1833, hasta el finde la Guerra Civil, en 1939

CONTRACarlismo y

Portada de la Constitución española de 1837,bajo la regencia de María Cristina, que presentaa Isabel II como defensora de la libertad.

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EL ROMPECABEZAS CARLISTA

RREVOLUCIÓNEl semanario La Risa

denunció con esta caricaturala alianza entre carlistas y los

sectores más reaccionariosdel clero español

(15 de junio, 1872).

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ra podido existir. Es una simple ilusiónhistoriográfica. No puede olvidarse queel carlismo fue, aunque no de manera ex-clusiva, un movimiento legitimista.

La causa carlista expresaba el man-tenimiento de la tradición y el comba-te con el liberalismo y todo aquello queéste significaba y comportaba, tanto enla realidad como a nivel abstracto. Dios,Patria y Rey, con el añadido tardío deFueros –siempre en el estricto sentido delibertades tradicionales, que excluye cual-quier lectura en clave autonomista o na-cionalista– constituían los pilares sobrelos que se alzaba un ideario que conte-nía un notable grado de inconcreción. Es-ta circunstancia facilitó la coexistencia enel interior del carlismo de sectores so-ciales heterogéneos y de opciones dis-tintas, unidas frente a otras opciones con-sideradas como enemigas y, pues, ame-nazantes. El movimiento destacó por suelasticidad, convirtiéndose en el núcleode diversas amalgamas contrarrevolucio-narias formadas en las décadas centra-les del siglo XIX y durante los años de laSegunda República (1931-1939).

Núcleos en el Norte y el EsteLas principales zonas de implantacióndel carlismo se encontraban en el Nor-te de España, especialmente en el PaísVasco, Navarra y Cataluña, aunque tam-bién con núcleos destacados en Valen-cia y en Aragón. La geografía del mo-vimiento se mantuvo, aparentemente,casi inalterable con el paso de las dé-cadas, variando sólo en el volumen delos apoyos. El territorio carlista por ex-celencia fue el Norte peninsular, espe-cialmente afectado a principios del sigloXIX por amplios e intensos procesos detransformación económica, social y, sinduda, también cultural.

Con el tiempo, la movilización se con-centraría en zonas concretas –destacan-do, entre todas, Navarra–, sometidas aun intenso proceso de carlistización. Enestos lugares se dieron las condicionesóptimas para que el carlismo constru-yese su propio microcosmos, para quese pensase auténticamente como con-trasociedad, sin que la inaccesible po-sesión del Estado destruyese nunca unmito de raíz victimizante. Otras zonaspodían incorporarse de manera más omenos coyuntural, sin embargo, a estageografía, siempre en función de inten-sos procesos de proselitismo, tal como

ocurrió en algunas provincias andaluzasdurante la Segunda República. En todala larga vida del carlismo existe una másque evidente continuidad, tanto desdeel punto de vista del ideario como de lasadhesiones, de las estructuras y de lasherencias. Una misma cultura política,en continua reelaboración –como todas,no es ningún secreto–, ha nutrido a es-te movimiento.

La etapa delimitada por los años 1833y 1876 constituye la de mayor presenciae importancia del carlismo en España.Fue el tiempo de las carlistadas. A lo largo

de cuatro décadas y media, como con-secuencia del enfrentamiento perma-nente entre carlistas y liberales, se su-cedieron guerras y otros conflictos. Po-dría incluso hablarse para esta épocade la Historia española de una largaguerra civil, discontinua pero persis-tente, en la que se alternaban perío-dos de combate abierto, conatos in-surreccionales, exilios y etapas de tran-

quilidad más aparentes que reales. Tanto la Primera Guerra Carlista o

Guerra de los Siete Años (1833-1840) co-mo la Segunda (1872-1876) se desarro-llaron en momentos muy críticos, per-ceptibles como potencial o efectiva-mente revolucionarios. La primera, du-rante la regencia de María Cristina deNápoles, viuda de Fernando VII, en ple-no proceso terminal de crisis del Anti-guo Régimen y de despliegue de la Re-volución liberal –los vínculos de la pri-mera carlistada con las luchas de los rea-listas en el Trienio Liberal y de los agra-viados en 1827 resultan, en este marco,más que obvios–. La segunda, en el Se-xenio Democrático (1868-1874), un tur-bulento período que empieza con eldestronamiento de Isabel II y que com-prende la monarquía de Amadeo I–combatido con saña por los carlistas,como enemigo del Papado, por la ac-tuación de la casa de Saboya durante launificación italiana– y la corta expe-riencia de la Primera República. Ambascontiendas tuvieron su campo de ope-ración fundamental en la España sep-tentrional, llegándose a crear en el PaísVasco y en Navarra, en algunas fases,verdaderos Estados carlistas. Estas gue-rras concluyeron con importantes mo-vimientos de éxodo político.

Carlistada en CataluñaEntre las guerras de los años treinta y delos setenta, aparte de múltiples y varia-dos intentos insurreccionales –en 1855 oen 1860, durante el reinado de Isabel II,en 1869 o en 1870, en los inicios del Se-xenio Democrático, por sólo citar los másimportantes–, tuvo lugar la Guerra de losMatiners (1846-1849), que solamenteafectó a Cataluña. Pese a que este con-flicto haya recibido por parte de algunoshistoriadores la denominación de Se-gunda Guerra Carlista –especialmente enCataluña, en donde sí constituye una au-téntica carlistada como las otras, o bienen medios próximos al carlismo, con el

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Isabel II, con su madre María Cristina,durante su minoría de edad, recibió el apoyode los liberales, Madrid, Biblioteca Nacional.

Fernando VII y su hermano Carlos MaríaIsidro, que reclamaría su derecho al tronofrente a Isabel II, Madrid, Biblioteca Nacional.

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ánimo de acrecentar el número de con-flictos bélicos (una tendencia que haconducido a algunos autores incluso areferirse a una cuarta guerra carlista, con-siderando como tal el fratricidio de 1936-1939)–, debe reservarse este último ape-lativo para designar la Guerra Civil quevivió España entre los años 1872 y 1876.Aconsejan esta opción sobre todo lassensibles diferencias que la guerra de fi-

nes de la década de los años cuarentapresenta con respecto a la primera y a lasegunda carlistadas, tanto por el hechode circunscribirse solamente a una par-te de Cataluña como por las dimensio-nes y características de la movilización.

La formación de partidas que con-fluían en un Ejército Real se convirtió enel modelo clásico e ideal de la movili-zación carlista. La excepción fue la Or-tegada, en 1860, una tentativa fallida dedesembarco en la costa catalana que,al modo de un pronunciamiento, dirigióel capitán general de las Baleares, JaimeOrtega, y que supuso, entre otras cosasmás, la captura del pretendiente Car-los VI, conde de Montemolín, y de suhermano Fernando. El movimiento ti-po 1860 constituye una rareza en el mar-co de las formas de violencia política

carlistas. El modelo preferido, en cual-quier caso, únicamente pudo ser des-plegado en su totalidad en algunos mo-mentos y en algunos territorios. El pa-so de la formación de partidas a la cons-trucción de un Ejército carlista, igual quela de un Estado, requería unas condi-ciones determinadas. Se consiguió en lasguerras de 1833-1840 y 1872-1876, demanera muy especial en el Norte, y se

intentó, con grados diferentes de apro-ximación, en múltiples ocasiones. Laspartidas, la guerra de guerrillas y las in-surrecciones a campo abierto resultaron,por consiguiente, las formas más típicasde la violencia carlista. Echarse al mon-te, que aludía explícitamente al compo-nente rural que enmarcaba la lucha enaquellos tiempos, fue un ejercicio repe-tido hasta la saciedad. La independen-cia y la movilidad de las partidas eran laclave de su éxito, pero también un se-rio obstáculo para su control y encua-dramiento. Por esta razón, en momen-tos de debilidad en la dirección del mo-vimiento, como ocurrió después de ca-da una de las dos grandes carlistadas, laspartidas podían derivar en simples fe-nómenos marginales o de bandolerismo.

La derrota en la Segunda Guerra Car-

lista significó el final del carlismo bélico,si descontamos, evidentemente, el mo-vimiento aislado de octubre de 1900 –ladenominada Octubrada– y la destacableparticipación carlista en el bando suble-vado en julio de 1936. En todo caso, en1876 se quebró la última gran amalgamacontrarrevolucionaria nucleada por elcarlismo. Los nuevos gobernantes de laRestauración (1875-1923) invirtieron es-fuerzos ingentes, tanto en lo humano co-mo en lo material, en dar fin a la suce-sión de conflictos con el carlismo comoprotagonista. Los frutos fueron, a la pos-tre, positivos. La Restauración ofreció unperíodo de estabilidad extraordinario enla España contemporánea. Una época dela historia del carlismo, la de las carlis-tadas, la de la lucha de carácter dual conel liberalismo, había terminado.

La Europa blancaEl carlismo fue, como hemos visto, laprincipal expresión en España de los mo-vimientos contrarrevolucionarios del si-glo XIX. El combate contra el liberalismoy las respectivas revoluciones liberaleslos unía e identificaba. La contrarrevolu-ción, tanto a nivel del pensamiento co-mo en el de la acción, constituía unareacción ante la revolución, más o me-nos real, más o menos imaginaria, conla que llega a establecer una relacióndialéctica, condicionando las evolucio-nes tanto de una como de la otra. Unareacción que, de todas maneras, no

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CONTRARREVOLUCIÓNEL ROMPECABEZAS CARLISTA

Durante los dos conflictos principales,se crearon en ocasiones, en el País Vascoy Navarra, verdaderos Estados carlistas

Caricatura en la que aparecen el legitimista francés Chambord y Carlos VII, publicada en La Flaca, en septiembre de 1863.

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significaba una simple vuelta al AntiguoRégimen, sino que contaba con una ide-ología y un proyecto social propios.

En Portugal se desarrolló en el sigloXIX el miguelismo, un movimiento conevidentes parentescos de todo tipo conel carlismo. Como en España, las ten-siones entre revolución y contrarrevo-lución marcaron el trienio de 1820-1823y abocaron, años después, a una gue-rra civil, entre 1828 y 1834 –y, muy es-pecialmente, entre 1832 y 1834–, que en-frentó a miguelistas y liberales. Los par-tidarios del absolutista rey Miguel I te-nían como lema Deus, Patria, Rei. La de-rrota de 1834 no significaría, sin embar-go, el final del combate miguelista. EnItalia, las insurrecciones de Viva María enToscana y de los Sanfedistas en el Sur afinales del siglo XVIII, así como los dis-tintos movimientos de resistencia a la

unificación –en especial en el reino deNápoles, con la dinastía de los Borbonesa la cabeza– en el siglo XIX, conforma-ron las principales expresiones de la con-trarrevolución. El Risorgimento contienetambién, aunque a veces no se quiera re-conocer, altas dosis de conflictividad ita-lo-italiana. Francia, finalmente, es sin du-da el caso más conocido. Las insurrec-ciones de La Vendée y de los chouanscontra la Revolución Francesa tuvieronsus continuaciones, ya en pleno sigloXIX, en el legitimismo de la duquesa deBerry y del conde de Chambord.

Las conexiones entre unos movimien-tos contrarrevolucionarios y otros fueronpermanentes en tierras europeas, po-niendo las bases para la existencia infor-mal, en las décadas centrales del Ocho-cientos, de una especie de internacionalblanca. Bastantes fueron las ayudas eco-

nómicas recibidas y varios los legitimis-tas extranjeros que lucharon en el bandocarlista durante la Guerra de los SieteAños, como muchos fueron los carlistas–sobresalen los nombres de Rafael Tris-tany, José Borges y Francisco Savalls– quecombatieron en Italia durante la etapa deentreguerras, entre 1840 y 1872. El con-de francés Henri de Cathelineau, en par-ticular, constituye un excelente ejemplode la movilidad blanca. Descendiente deuna de las principales familias vendeanasque combatieron al jacobinismo, parti-cipó en su juventud en la sublevación dela duquesa de Berry, en 1832, incorpo-rándose al cabo de poco tiempo a las fi-las miguelistas en Portugal y, después,a las carlistas en España. Años más tarde,en 1860, estaba en Roma organizando uncuerpo autónomo de legitimistas extran-jeros, y en 1861 se encontraba al servicio

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El proceso de reclutamiento y adoctrinamiento de soldados carlistas, satirizado en una secuencia publicada por La Flaca en enero de 1873.

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de los Borbones napolitanos; en 1872, fi-nalmente, podemos localizarlo en la fron-tera franco-española, colaborando en lospreparativos del alzamiento que daría pa-so a la Segunda Guerra Carlista.

A diferencia de los otros movimien-tos contrarrevolucionarios de Europa oc-cidental, el carlismo sobrevivió con unacierta fuerza tras la etapa de crisis queéstos vivieron en los años sesenta, se-tenta y ochenta del siglo XIX. El migue-lismo pasó a convertirse en marginal enel mapa político portugués a mediadosde siglo, después de las insurreccionesde Maria da Fonte y de Patuleia a finalesde la década de los años cuarenta, y conla instauración del régimen de la Rege-neraçao en 1851. En Italia, la unificaciónacabó con las resistencias al ascenso delliberalismo integrador y conquistador. Elbrigandaggio napolitano constituyó la úl-tima de las expresiones contrarrevolu-cionarias. En Francia, finalmente, el le-gitimismo recibió un duro golpe comoconsecuencia del conocido como grandrefus de 1873 y, más adelante, con lamuerte del conde de Chambord –el pre-tendiente Enrique V–, que provocó ladispersión de sus partidarios, adhirién-dose al conde de París o a los blancosde España o, simplemente, sucumbien-do a la desmovilización. El carlismo,mientras tanto, tras la derrota en los cam-pos de batalla de 1876, volvería a recu-perar una notable presencia en la socie-dad española, aunque nunca compara-ble a la de la etapa de las carlistadas. Lalarga pervivencia del carlismo resulta, eneste sentido, excepcional.

Después de las carlistadasEn 1876 empezaba para los carlistas unaetapa nueva, en la que la política iba aocupar el lugar de la lucha armada y enla que este movimiento debería abando-nar su posición de alternativa global alsistema liberal en España y convertirse enun grupo más entre los que competíanpolíticamente dentro de este sistema–aunque fuese pensando siempre en sucada vez más lejana e improbable des-trucción–, desde los conservadores has-ta los socialistas, pasando por los nacio-nalismos catalán y vasco. El carlismo semostró capaz de adaptarse mínimamen-te a las transformaciones políticas y so-ciales de la España de la Restauración; demodernizarse, al fin y al cabo.

Únicamente un momento crítico

excepcional devolvería al carlismo a lasandadas: la Segunda República y la Gue-rra Civil de 1936-1939. Los carlistas secontaron entre los vencedores de 1939.Por primera vez en un siglo, no sufríanuna derrota. A diferencia de otros con-flictos anteriores, sin embargo, el car-lismo no conformaba uno de los bandosen liza, sino que constituía una parte deuno de los dos bloques enfrentados. Laguerra de 1936-1939 no fue otra guerracarlista. El carlismo había vivido en losaños treinta una etapa de crecimiento,en la que nucleó nuevamente una amal-gama contrarrevolucionaria. Sus límiteseran, sin embargo, evidentes, explican-do la necesaria y convencida participa-ción en un conjunto superior para de-rribar la República y hacer frente a laamenazante –en su particular perspecti-va– revolución.

El “triunfo” carlista en 1939 escondía,sin embargo, el inicio de su “derrota”.El “triunfo” comportó una notoria des-movilización –suma de desengaños, pe-ro sobre todo de convencimiento deque la revolución había sido definiti-vamente aplastada–, una sensación en-tre amplios sectores de ser los venci-dos entre los vencedores, y, sobre to-do, el final del mito victimizante quehabía cultivado el carlismo durante másde un siglo. La “derrota” consistió enun proceso imparable de marginación,al que factores internos como las pug-nas entre tendencias, y factores gene-rales como las evoluciones de la so-ciedad española o el Vaticano II, tam-bién contribuyeron. El resultado de to-do lo anterior es el carlismo de hoy, re-ducido, dividido y marginal, pero to-davía existente. ■

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CONTRARREVOLUCIÓNEL ROMPECABEZAS CARLISTA

La última ocasión en que los carlistas participaron en una guerra civil fue al lado de Franco, en1936-1939, aunque fueron los vencidos entre los vencedores. Ilustración de Sáenz de Tejada.

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Monarcas sin trono

Carlos (V) María Isidro de Borbón y Borbón (1788-1855)

Infante deEspaña.Educado co-mo un prín-cipe católi-co, asumiólos idealescontrarrevo-lucionarios

desde muy joven, siendo consi-derado el heredero de su her-mano Fernando VII, con quiensiempre estuvo estrechamenteunido hasta el conflicto dinás-tico provocado por el naci-miento de la futura Isabel II en1830. Defensor de sus dere-chos dinásticos y de los de sushijos, fue exiliado discreta-mente a Portugal y Gran Breta-ña con su familia. Se trasladóclandestinamente a España en1834, liderando a sus defen-sores tradicionalistas y católi-cos durante la Primera GuerraCarlista (1833-1840). Exiliadoy vigilado en Francia, firmó suabdicación en su hijo mayor en1845, aconsejado por algunoslíderes legitimistas y el papaGregorio XVI, retirándose alPiamonte y, más tarde, a Tries-te, donde falleció.

María Francisca de Asís de Braganza y Borbón (1800-1834)

Infanta dePortugal yEspaña, con-trajo matri-monio con elinfante donCarlos MaríaIsidro en1816. Junto

a su hermana, la princesa deBeira, y su esposo formaronun partido cortesano contra-rrevolucionario y enemigo decualquier transacción con elliberalismo durante el reinadode Fernando VII. Falleció enel exilio en Gran Bretañadonde fue enterrada con ho-nores de reina.

María Teresa de Braganza y Borbón (1793-1874)

Infanta dePortugal yEspaña, hijaprimogénitade los reyesJuan VI deBraganza yde CarlotaJoaquina de

Borbón, fue más conocida conel título de princesa de Beira.Contrajo primeras nupcias conel infante don Pedro Carlos en1810, de cuya unión nació suúnico vástago, el infante donSebastián Gabriel, futuro gene-ral carlista. En 1821 se trasla-dó a España, donde pronto seconocieron sus ideas contrarre-volucionarias y tradicionalistas.Acompañó en el exilio a su her-mana y sobrinos, contrayendonuevo matrimonio con su cuña-do don Carlos María Isidro en1838. De carácter decidido ytenaz, se opuso a cualquierclaudicación política en losaños de exilio, animando a lalucha y la resistencia a los car-listas. Tras la muerte de Car-los VI y las declaraciones libe-rales de Juan III, firmó su fa-mosa Carta a los españoles,donde declaró la legitimidadde ejercicio por encima de lade origen, invalidando la candi-datura de su hijastro y presen-tando a su nieto Carlos VII co-mo candidato al trono español.

Carlos (VI) de Borbón y Braganza (1818-1861)

Conde deMontemolín.En 1845publicó unmanifiestoconciliadorcon el pro-grama míni-mo del car-

lismo, con la intención de ha-cer realidad un posible enlacecon su prima Isabel II. La bo-da de la reina de España con

Francisco de Asís de Borbónfrustró ese proyecto y fue unade las causas del estallido dela llamada por algunos Segun-da Guerra Carlista (1846-1849) o Guerra dels Matiners.A pesar de sus intentos porpasar la frontera, nunca pudounirse a sus fuerzas que fue-ron derrotadas finalmente, loque provocó una crisis que lellevaría a renunciar brevemen-te a sus derechos. En 1860,tras el frustrado levantamientomilitar de San Carlos de la Rá-pita, Carlos Luis fue capturadopor las fuerzas isabelinas yobligado a renunciar a sus de-rechos. Murió al año siguientesin sucesión directa.

María Carolina de Borbón y Borbón (1820-1861)Princesa de las Dos Sicilias,contrajo matrimonio conel conde de Montemolín en elPalacio Real de Caserta, enNápoles, en 1850. De carác-ter dócil, apoyó las aspiracio-nes políticas de su marido,asistiendo al final de sus díasa la caída de la dinastía de losBorbones de los tronos de lasDos Sicilias y Parma, comoconsecuencia del proceso deunidad italiano.

Juan (III) de Borbón y Braganza(1822-1887)Conde de Montizón. Las dife-rencias entre su esposa, tradi-cionalista católica, y su pensa-miento, cada vez más liberal,motivaron una discreta separa-ción. Lingüista, deportista, in-cansable viajero, fue conocidoen su tiempo por su ampliacultura. En 1860 declaróabiertamente sus deseos deser reconocido como rey deEspaña, aceptando el régimenconstitucional. La princesa deBeira y otros destacados jefescarlistas le solicitaron queaceptara los principios tradi-cionales o que abdicara en suhijo mayor. Don Juan se negóa ello, reconociendo pública-mente a Isabel II tres añosmás tarde. Tras una serie defrustradas iniciativas políticas,abdicó en su hijo en 1868,

luchando bajo sus banderasen la última Guerra Carlista.

María Beatriz de Austria-Este(1824-1906)Archiduquesa de Austria, hijade Francisco IV, duque sobera-no de Módena, Reggio y Mi-randola, contrajo matrimonioen 1847 con el infante donJuan de Borbón. Su catolicis-mo tradicional y sus opinionescontrarrevolucionarias marca-ron su vida, centrada en laeducación de sus hijos y enactividades benéficas. Escrito-ra incansable de literatura reli-giosa, se retiró al convento demonjas carmelitas de Graz(Austria).

Fernando de Borbón y Braganza(1824-1861)

Infante deEspaña, vi-vió la mayorparte de suvida en elexilio en di-versospaíses eu-ropeos. Fiel

a su padre y a su hermanoCarlos VI, participó en el in-tento de San Carlos de la Rá-pita. Las muertes de don Fer-nando, el 1 de enero de 1861y, doce días más tarde, de suhermano Carlos Luis y su cu-ñada, provocaron rumores so-bre un posible triple envene-namiento, pese al anuncio ofi-cial de fallecimiento por tifus.

Carlos (VII) María de los Dolores de Borbón y Austria-Este (1848-1909)

Duque deMadrid, fueuno de losmonarcasmás popula-res de loscarlistas.Con la publi-cación de su

primer manifiesto, en 1869,comenzó una nueva oportuni-dad para las armas legitimis-tas. Tras una frustrada intento-na de alzamiento, intentó con-fiar el movimiento al general

Dentro de la ideología legitimista, la Corona fue una de lasinstituciones más importantes de su sistema político, y sus

titulares lideraron el movimiento en los siglos XIX y XX.

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EL ROMPECABEZAS CARLISTA

Ramón Cabrera. Ante la negati-va de éste, Carlos VII asumió ladirección en la Asamblea deVevey. En 1872 estalló una in-surrección en Navarra y el PaísVasco que dio lugar a la últimaGuerra Carlista que se extendiópor otras regiones. La procla-mación del joven monarca Al-fonso XII y el reconocimientopor el Vaticano del nuevo régi-men canovista afectaron a lacausa carlista, que fue derrota-da por las armas en 1876. Car-los VII abandonó el país y co-menzó una serie de viajes porel mundo hasta 1885, en quedecidió reasumir la direccióndel movimiento y apoyar los in-tentos de reorganización delmarqués de Cerralbo.

Margarita de Borbón-Parma(1847-1893)

Hija de Fer-nando Car-los III, du-que de Par-ma, y de laprincesa Lui-sa de Fran-cia. Contrajomatrimonio

con Carlos VII en 1867, organi-zando labores de asistenciamédica y beneficencia en elcampo carlista durante la gue-rra de 1872-1876, por lo quefue reconocida como “el ángelbueno”. Sufrió con coraje con-tinuas infidelidades matrimo-niales de su esposo, lo que au-mentó su popularidad entre lasmasas carlistas.

Berta de Rohan-Guémenée(1860-1945)Contrajo matrimonio con Car-los VII en 1894, residiendo enel palacio Loredán de Venecia.Numerosos carlistas criticaronsu influencia sobre el preten-diente, acusándola de provocarel alejamiento físico del prínci-pe don Jaime y su soltería, alnegarse a favorecer su matri-monio con una princesa desangre real.

Alfonso Carlos (I) de Borbón y Austria-Este (1849-1936)Duque de San Jaime, fue ofi-cial zuavo del ejército pontifi-cio. Casado, desde 1871, conla infanta María de las Nieves

de Braganza (1852-1941),asumió la dirección de lasfuerzas legitimistas en el fren-te de Cataluña y el Maestrazgodurante la última Guerra Car-lista. A la muerte de su sobri-no don Jaime, fue reconocidocomo monarca por los carlis-tas, aceptando la participaciónde las unidades de requetésen el alzamiento del 18 de ju-lio de 1936. Murió sin suce-sión en septiembre de esemismo año, atropellado por uncamión en Viena.

Jaime (III) de Borbón y Borbón(1870-1931)

Educado rí-gidamenteen diversasacademiasmilitares deAustria y Ru-sia, fue ofi-cial del ejér-cito zarista,

participando en las guerras deChina (1900) y ruso-japonesa(1903-1904). Cuando sucedióa su padre, halló el movimientocarlista dividido y demasiadodébil para intentar una nuevainsurrección, por lo que apoyósu participación electoral y par-lamentaria en España. Durantela I Guerra Mundial (1914-1918), el carlismo se escindióen dos bandos: el jaimista, par-tidario de la neutralidad, y elgermanófilo, acaudillado porVázquez de Mella. El 6 de mar-zo de 1925, don Jaime dio aconocer un manifiesto críticocon la dictadura de Primo deRivera, lo cual fragmentó aúnmás la débil unidad de los car-listas. Antes de fallecer solteroy sin sucesión directa, firmó unprudente manifiesto ante laproclamación de la SegundaRepública, aconsejando a susfieles que ayudaran, sobre to-do, al mantenimiento del ordenpúblico.

Blanca de Borbón (1868-1949)Primogénita de Carlos VII,contrajo matrimonio en 1889con Leopoldo Salvador deHabsburgo (1863-1931), ar-chiduque de Austria-Toscana,con el que tuvo diez hijos. A laextinción masculina de la di-nastía carlista en 1936, tras la

muerte de su tío don AlfonsoCarlos I, en ella recaerían –se-gún sus partidarios– los dere-chos de la rama en litigio.

Carlos (VIII) de Habsburgo y Borbón (1909-1953)

Archiduquede Austria,hijo menorde la infantadoña Blan-ca, fue reco-nocido comoheredero delos derechos

dinásticos de la rama legiti-mista por aquellos carlistasque no aceptaron la regenciani la candidatura de los Bor-bón-Parma. Contrajo matrimo-nio con Cristina Satzger deBálványos en 1938, con laque tuvo dos hijas, Alejandra eInmaculada.

Javier (I) de Borbón-Parma y Braganza (1889-1977)Duque de Parma, casado en1927 con Magdalena de Bor-bón-Bousset (1898-1984),asumió la regencia al fallecerdon Alfonso Carlos I en 1936,adoptando un difícil equilibrioa favor de la oposición mode-rada y a la expectativa del ré-gimen franquista. Tras la IIGuerra Mundial, don Javier in-tentó evitar la desunión entrelas diversas familias carlistas,asumiendo la titularidad de losderechos dinásticos en 1957.El 20 de abril de 1975 anun-ció oficialmente su abdicacióna favor de su hijo Carlos Hugo,pese a sus diferencias ideoló-gicas.

Carlos Hugo (I) de Borbón-Parma (1930)

Duque deParma, estu-dió CienciasEconómicasen la Univer-sidad de Ox-ford y Cien-cias Políti-cas en la

Sorbona y fue presentado comopríncipe de Asturias por su pa-dre en Montejurra, el 5 de ma-yo de 1957. Tras la proclama-ción de don Juan Carlos deBorbón como sucesor a título

de rey por Franco, finalizó suetapa de colaboración con elrégimen franquista, situándose,junto a la mayor parte de su fa-milia, en la oposición política,asumiendo postulados propiosdel socialismo autogestionario.El movimiento carlista se divi-dió nuevamente y Carlos Hugoasumió la dirección de un nue-vo Partido Carlista que se incor-poró a la Junta Democrática deEspaña (15 de septiembre de1974) junto al Partido Comu-nista y otras agrupaciones deizquierda, y a la Plataforma deConvergencia Democrática (20de abril de 1975). Tras laselecciones de 1979, el desca-labro electoral de su partido lellevó a renunciar a su jefatura ydirección política. Tras separar-se de su esposa, se trasladó aEstados Unidos, impartiendoclases en la Universidad deHarvard. En 2002 cedió el ar-chivo histórico de los Borbón-Parma al Ministerio de Cultura.

Irene de Orange-Nassau (1939)Princesa de Lippe-Biesterfeld,hija de la reina Juliana de losPaíses Bajos y del príncipeBernardo. Tras su matrimonioen 1964, en Roma, con CarlosHugo, tuvo cuatro hijos: CarlosJavier (1970), los infantes ge-melos Margarita y Jaime(1972) y María Carolina(1974). Tras su divorcio en1981, ha vivido totalmentealejada de la vida política yoficial de la Corte holandesa.

Sixto Enrique de Borbón Parma (1940)Enfrentado a la línea ideológi-

ca de su her-mano CarlosHugo –el so-cialismo au-togestiona-rio–, se le harelacionadocontinua-mente con

grupos de extrema derecha.Algunos carlistas trataron depresentarlo en los años sesen-ta como pretendiente frente asu hermano.

ANTONIO MANUEL MORAL RONCAL

Profesor de la Universidad de Alcalá de Henares

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La Primera Guerra Carlista fue elescenario de varios debates defuerzas que aspiran a implantarmodelos políticos diferentes y,

en muchos casos, contrapuestos, de for-ma radical. En ella se mezclaron quie-nes aspiraban a una continuidad mo-nárquica de acuerdo con los principiosdel absolutismo, quienes deseaban tí-midas reformas acordes con los nuevosvientos de la política europea y quienesaspiraban a una transformación bajo losprincipios de un liberalismo más o me-nos radical. Ni en el campo del carlismoni en el del liberalismo, los límites es-taban perfectamente definidos, ya quelos apoyos fueron variando a lo largo dela contienda, aunque había un núcleoclaramente estable en cada bando.

La génesis intelectual del movimientocarlista español hay que situarla en losgrupos opositores a las reformas apro-badas en Cádiz, durante la Guerra dela Independencia, oposición que se con-virtió en actividad armada durante elTrienio Constitucional. La ausencia deherederos varones de Fernando VII re-presentó la oportunidad para intentar latoma del poder bajo una apariencia derespeto a la legalidad.

Tras el fallecimiento del monarca, seprodujeron diversas sublevaciones, engeneral articuladas sobre la movilizaciónde elementos absolutistas, en la mayoríade los casos enrolados en los batallonesde Voluntarios Realistas, que fueron con-vocados por sus jefes naturales. En Cas-tilla, dirigido por Merino, Cuevillas y Ba-silio García, el levantamiento no logróconsolidarse; también fracasó en La Rio-ja y en el sur de Navarra, cuyo jefe San-tos Ladrón de Cegama fue fusilado.

Rey en VizcayaLos sucesos más importantes tuvieronpor escenario las llamadas provinciasexentas. El 3 de octubre de 1833, un sec-tor de la Diputación vizcaína proclamórey a don Carlos, al tiempo que convo-caba a los Paisanos Armados. El briga-dier Fernando Zabala, el coronel de losPaisanos Armados Pedro Novia de Sal-cedo y un prohombre local, el marquésde Valdespina, fueron los líderes de larevuelta. En Álava, la dirección de la lu-cha corrió a cargo de Valentín de Ve-rástegui, y junto a él aparece un vete-rano de las luchas realistas del Trienio,José Uranga. En Guipúzcoa, se estable-ció el tercer núcleo surgido en los pue-blos del interior, cuyo centro se encon-traba en Oñate. Valencia y Cataluña al-bergaron otros focos de la sublevación,que fueron rápidamente liquidados.

La ausencia de tropas en territorio vas-co facilitó la afirmación de la revuelta,hasta que el Ejército acabó con ella a fi-nales de noviembre.

Navarra marcó un nuevo carácter a laguerra: en noviembre de 1833, se cons-tituyó una Junta Gubernativa de Navarra,que acabó por conferir a Zumalacárreguiel mando de la tropa, y se empezaron aorganizar las diversas partidas, aprove-chando que los cristinos concentraban suatención en las vascongadas.

El modelo inicial de lucha fue el de lasguerrillas realistas del Trienio, organiza-ciones territoriales poco interconectadas.Desde diciembre de 1833 hasta la en-trada de don Carlos en España (julio de1834), Zumalacárregui tuvo el mandomilitar, e incluso el político, del carlismo.Tras la llegada del Pretendiente, mantu-vo la jefatura militar y se agudizaron lastensiones con los poderes políticos, laCamarilla del Rey y las Diputaciones.

Desde el punto de vista bélico se dis-tinguen tres períodos: en el primero, sepracticó la guerra de guerrillas, que per-mitía formar un ejército mientras se pro-curaba el desgaste de las tropas cristinas.Tras esta fase, se inició el control del te-rritorio rural y, en especial, de los va-lles del Pirineo navarro que posibilitabanel acceso a Francia, de donde llegabagran parte de los suministros. La fase fi-nal está constituida por la ocupación de

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JOSÉ RAMÓN URQUIJO GOITIA es miembro delDepartamento de Historia Contemporáneay director del Instituto de Historia (CSIC).

ORGÍA DESANGREDurante las décadas centrales del siglo XIX, el conflicto carlista desgarróEspaña en un rosario de enfrentamientos. José Ramón Urquijo esbozalas principales guerras carlistas, con el telón de fondo del pulso europeoentre potencias liberales y conservadoras

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EL ROMPECABEZAS CARLISTA

las villas vascas. Los brotes de Catalu-ña y El Maestrazgo no lograban conso-lidarse, aunque persistió la actividad departidas que no actuaban de forma co-ordinada ni estaban jerarquizadas.

En junio de 1835, Zumalacárregui seplanteó cómo continuar la guerra: avan-zar hacia Madrid o completar el domi-nio del territorio con la conquista de lascapitales vascas. Finalmente, optó porel asedio de Bilbao, a fin de contar conplazas importantes que posibilitaran elreconocimiento y la concesión de em-préstitos. Durante las operaciones delsitio, una bala hirió en la pierna a Zu-malacárregui que, al cabo de diez días,murió en Cegama. Bilbao se convirtióen la obsesión del carlismo en todos losconflictos del siglo.

Desde antes de la guerra, se advirtióuna división entre las naciones europeas.Las Cortes conservadoras discrepaban

del sistema tan absolutista de Fernan-do VII, pero no aceptaban las reformasliberales de los exiliados españoles. Jun-to al rechazo político, se encontraba elde las monarquías que querían defen-der sus posibilidades sucesorias

División en EuropaIniciada la guerra, Europa se dividió

en dos bloques, cuyas posiciones prin-cipales las ocupaban Inglaterra y Fran-cia, frente a Austria, Prusia y Rusia. Lasprimeras reconocieron inmediatamentea Isabel II como reina. Las llamadas po-tencias conservadoras suspendieron talreconocimiento, al tiempo que mante-nían sus embajadores en Madrid, aun-que sin comprometerse abiertamente ensu apoyo a don Carlos. Se trataba deevitar que un nuevo país se decantasea favor del bloque liberal, variando elequilibrio europeo existente.

La colaboración del carlismo español,el miguelismo portugués y los absolu-tistas franceses movió a Inglaterra yFrancia a crear la Cuádruple Alianza en1834, entre cuyos objetivos estaba el ga-rantizar la victoria liberal en España yPortugal. Basándose en este tratado, elGobierno español solicitó ayuda militarde Francia e Inglaterra, que sólo acce-dieron al envío de las legiones de “vo-luntarios”, pero nunca al de tropas re-gulares. Don Carlos recibió algunasayudas económicas de las Cortes que semostraban hostiles al liberalismo.

Tras la muerte de Zumalacárregui, seoptó por el sistema de expediciones des-tinadas a extender la sublevación y acoordinar a los grupos sublevados exis-tentes fuera del territorio vasco. En Cas-tilla la Vieja, las guerrillas carlistas que-daron eliminadas en la primavera de1836, cuando Merino se retiró al País

Una partida de Cabrera se entregaa una bacanal, mientras fusila a ungrupo de enemigos. Cromolitografíaque ilustra la edición de 1889 dela Historia de la Guerra Civil, deAntonio Pirala.

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Vasco. En Cataluña, la expedición deGuergué al frente de tropas navarras lo-gró dar cierta cohesión a las partidas ca-talanas, pero el descontento de los na-varros, que no deseaban luchar fuera desu tierra, le obligó a regresar. Los jefesque le sucedieron tampoco lograron unaeficaz organización de la lucha.

En El Maestrazgo, Cabrera se habíaconsolidado como la figura indiscutible.Durante este período, la brutalidad de lalucha queda ejemplificada en aquel te-rritorio, en el que no llegó a estar vigenteel convenio de Lord Elliot.

En la dirección militar se sucedieron ge-nerales desprovistos del carisma del mi-litar guipuzcoano. Durante este período,si bien los liberales no lograron acabarcon los carlistas, el avance de estos últi-mo fue muy limitado, pues continuaroncircunscritos prácticamente al mismo pe-rímetro en que se movía Zumalacárregui.El estancamiento les llevó a una variaciónen la táctica, que para algunos se debíadirigir al fomento de las expediciones que

permitía disminuir la presión sobre el te-rritorio vasco, al tiempo que creaban opotenciaban otros frentes de lucha.

La primera expedición importante fuela encabezada por el general Gómez, cu-yo objetivo inicial era crear un foco bé-lico en Asturias. La impotencia de los li-berales para frustrar sus correrías tuvo re-percusiones interiores y exteriores. En elinterior, asistimos al movimiento juntistade 1836, que acusaba al Gobierno de in-capacidad o connivencia con el enemigo,a fin de pactar el fin de la guerra medianteconcesiones políticas en perjuicio de losliberales exaltados. En el plano interna-cional, la expedición de Gómez proyec-tó la imagen de la capacidad del Ejérci-to carlista para luchar en campos de ba-talla diferentes a los de las montañas enque se hallaban recluidos. Pero el regre-so de la expedición evidenciaba la inca-pacidad del carlismo para asentarse en te-rritorios distintos al vasco.

Al mismo tiempo, los carlistas iniciaronel asedio a Bilbao, cuya toma fue anun-ciada en varias ocasiones por los mediosrealistas europeos. Tras dos meses desitio, Baldomero Espartero logró una

importante victoria en el Puente de Lu-chana, que ocasionó graves pérdidas a loscarlistas. El liberalismo tenía un símboloy Espartero se convertía en su caudillo.

Pero la penuria económica impidió ren-tabilizar el éxito y permitió la recupera-ción de los carlistas, que prepararon unanueva expedición. En esta ocasión, elmando militar lo ejerció el infante don Se-bastián Gabriel, sobrino de su rey. Su ob-jetivo era poner en marcha un acuerdosecreto entre María Cristina, y don Carlospara acabar con la guerra mediante la en-trega del trono; facilitar el pronuncia-miento de la población a favor del pre-tendiente y dar satisfacción a sus parti-darios extranjeros que exigían mayor de-cisión para acabar la guerra. Pero se vol-vió a repetir la historia de la expedicióndel año anterior. Don Carlos vagabundeópor España, se acercó a Madrid, a la queni siquiera intentó atacar, y se retiró rá-pidamente hacia territorio vasco. Estenuevo fracaso pesó en el descrédito de lacausa carlista dentro y fuera de España.

Tras el regreso a territorio vasco, se ini-ció un nuevo cambio de los responsa-bles militares carlistas, al tiempo que losliberales parecían estabilizados bajo elmando de Espartero.

Entre los liberales se discutía abierta-mente la necesidad de una transacciónpara finalizar la guerra, al objeto de evi-tar un mayor desgaste, y lograr que laprosecución del conflicto facilitase el sur-gimiento de movimientos radicales. Des-de este momento, tomó cuerpo la ideadel factor foral como medio de pacifica-ción, coincidiendo con un claro agota-miento de la vía militar y fuertes tensio-nes entre los partidarios de don Carlos.

Protestas por los ojalaterosEn la primavera de 1838 se produjerondiversas sublevaciones en la zona car-lista, en protesta contra la presencia delos ojalateros –funcionarios y cortesanoscarlistas que, expulsados de territorio li-beral, residían en el País Vasco, dondeeran mantenidos a costa de la poblaciónautóctona y sin incorporarse al Ejército–,y a principios de 1839 Maroto ordenóel fusilamiento de varios generales y el

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Convencido del fracaso militar, Marotopactó con Espartero el reconocimientode los servicios de armas y de los Fueros

Tomás de ZumalacárreguiOrmáiztegui, 1788-Cegama, 1835De origen humilde, terminó la Guerra de laIndependencia con el grado de capitán. En1820, fue apartado de la escala activa porsu ideología absolutista. Muerto Fernan-do VII, se unió a las fuerzas carlistas deIturralde y pronto fue el gran jefe indiscuti-ble del ejército carlista y llegó a contar con

unos 30.000 hombresen armas. En el sitiode Bilbao fue heridoen una pierna. Cuandolos médicos se deci-dieron finalmente aextraerle la bala, vein-tiún días después, erademasiado tarde y fa-lleció.

Ramón Cabrera y GriñóTortosa, 1806-Wentworth, 1877Sus padres querían que fuera sacerdote, pe-ro en 1833 se unió a las partidas carlistasdel Maestrazgo. El fusilamiento de dos al-caldes en 1836 provocó el de su madre. Enrepresalia, replicó con una campaña tan vio-

lenta que se le comen-zó a llamar El Tigre delMaestrazgo. En 1838convirtió Morella encapital de su feudomontañés. Esparterotomó la localidad en1840 y Cabrera se exi-lió. En 1875, recono-ció a Alfonso XII.

Rafael MarotoLorca, 1783-Chile, 1847De origen noble, participó en la Guerra de laIndependencia y luego fue enviado a Améri-ca a luchar contra los independentistas. En

1835, era jefe de lasfuerzas carlistas en Viz-caya. Llamado de nue-vo en 1838, fue jefesupremo del ejército. Apesar de la oposiciónde don Carlos, firmó elconvenio de Vergara.Murió en Chile duranteun viaje privado.

Manuel Ignacio Santa CruzGuipúzcoa, 1842-Pasto (Colombia), 1926

El cura Santa Cruz ini-ció en 1870 una ac-ción guerrillera por sucuenta, al margen delas propias tropas car-listas, por lo que acabósiendo perseguido tan-to por los liberales co-mo por sus propios co-rreligionarios.

GENERALES REBELDES

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destierro de otro grupo de notables, acu-sados de conspirar, hecho que causó ungran descrédito a la causa carlista.

El convencimiento del agotamientomilitar del carlismo movió a Maroto a en-tablar negociaciones con Espartero pa-ra asegurar la paz sobre la base del re-conocimiento de los servicios de armasy la conservación de los Fueros. El Abra-zo de Vergara –el 31 de agosto de 1839–sancionó el fin de la guerra y fue deci-sivo para configurar la evolución polí-tica española de los años siguientes.

Pero en Cataluña y Aragón continuó laguerra. Durante 1838, Cabrera prosiguiósu expansión, aunque fracasó en sus in-tentos de extender la revuelta a los te-rritorios cercanos. Logró, en cambio, ungran éxito en la ocupación de la plaza deMorella, punto casi inexpugnable que pa-só a convertirse en la capital del carlis-mo levantino. La ocupación de Zarago-za resultó también un fracaso por la im-posibilidad de mantenerla. En ese mo-mento, Cabrera pasó a convertirse en elnuevo mito militar del carlismo, suce-diendo a Zumalacárregui. Tras el Abrazode Vergara, continuó la lucha hasta que

en julio de 1840 se viese obligado a pa-sar a Francia. En Cataluña, prosiguieronlos enfrentamientos entre militares y laJunta, que alcanzaron su cima con el ase-sinato del conde de España, lo que pro-vocó la crisis en el Principado.

Batalla en el exilioEl exilio fue el lugar de batalla ideoló-gica entre las diversas facciones carlis-tas, cuyos integrantes acabaron acep-tando las amnistías ofrecidas por los go-biernos liberales. En el interior de Es-paña, se produjeron incidentes con par-tidas armadas carlistas durante el reina-do de Isabel II, cuyos perfiles de actua-ción se encontraban a medio camino en-tre la reivindicación política y el ban-dolerismo. Mayor consistencia tuvo lallamada Guerra de los Matiners (finalesde 1846), que quedó circunscrita a la zo-na catalana. Si bien la mayoría de los in-tegrantes de las partidas eran carlistas,la coincidencia con los sucesos de 1848y la unión de otros grupos de oposiciónqueda reflejada en una sociología en laque no resultaban extraños los republi-canos. A mediados de 1849, la subleva-

ción estaba completamente controlada.De menor importancia fueron los epi-sodios de 1855 o el desembarco en SanCarlos de la Rápita (1860), que fracasa-ron. Tras estos sucesos, hubo una reor-ganización del carlismo, al que la ex-pulsión de Isabel II ofrecía una nuevaoportunidad de aspirar al trono.

La coyuntura política en que se pro-dujo esta sublevación facilitó la conjun-ción de intereses diversos: carlistas, ca-tólicos conservadores, isabelinos resen-tidos de la expulsión, foralistas que rei-vindicaban la recuperación de dichosprivilegios, etc. En esta ocasión, la rei-vindicación de la legitimidad iba acom-pañada del rechazo a la imposición deuna monarquía extranjera, que había eli-minado el poder temporal del Papado.

En este aspecto internacional tampocoexistía semejanza con la Primera Guerra.Los antiguos aliados no se mostraban fa-vorables a los carlistas, especialmenteporque el nuevo hombre fuerte, el can-ciller alemán Bismarck, era contrario a di-cho movimiento. Lógicamente, en la uni-ficada Italia no se apoyaban movimien-tos en contra del hijo de su monarca.

La posición francesa estaba determi-nada por su oposición a Bismarck y algeneral Prim, al que se responsabilizabade la guerra franco-prusiana de 1870, en-tre cuyas causas estuvo la disputa por lascandidaturas al trono de España. Diver-sos incidentes con Alemania –ejecuciónde un periodista y apresamiento de unbuque de dicha nacionalidad– supusie-ron un agudizamiento de la tensión conel canciller germano, quien vetó cual-quier veleidad francesa al respecto.

El 21 de abril de 1872, se produjo unlevantamiento, en el que fallaron mu-chas de las guarniciones en las que ha-bían fijado su esperanza. Dos semanasmás tarde, el pretendiente Carlos VII cru-zaba la frontera, pero de forma inme-diata fue derrotado por la fuerzas libe-rales del general Moriones, que le obli-gó a regresar a Francia.

El resto de sus partidarios, sin una di-rección clara, optó en mayo de ese añopor la firma del Convenio de Amore-bieta, que liquidaba la sublevación. Has-ta agosto continuó la actividad aislada.En la zona catalana y aragonesa, diver-sas partidas –Savalls, Tallada, Francesch,Cucala, etc.– mantenían viva la llama dela sublevación, haciendo prolongarseuna situación que resultó muy benefi-

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ORGÍA DE SANGREEL ROMPECABEZAS CARLISTA

El Abrazo de Vergara, el 31 de agosto de 1839, entre los generales Maroto, carlista, yEspartero, liberal, sancionó el fin de la Primera Guerra Carlista. Litografía de la época.

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ciosa a los planes carlistas. Para provo-car una movilización en su favor, Car-los VII reconoció los fueros de Catalu-ña, Aragón y Valencia. La derrota signi-ficó la destrucción de todas las redesexistentes, lo que dificultaba la prepa-ración de una nueva intentona y la ex-plosión de las tensiones entre los diver-sos grupos. Contra los que más reticen-cias existían era contra los que se habíanadherido a la causa tras la sublevación de1868, quienes, en muchos casos, habíanalcanzado puestos de responsabilidad.

Poco a poco, se fue recomponiendouna estructura capaz de organizar unnuevo levantamiento, en medio de unacoyuntura de grave deterioro de la mo-narquía italiana instaurada en España.

A principios de diciembre de 1872,empieza su actividad la partida del cu-ra Santa Cruz, que se convirtió en unode los principales mitos de la guerrillacarlista. A finales del mismo mes, se ge-neralizó la actividad bélica en el terri-torio vasco-navarro. Durante el primersemestre de 1873, la convulsa situaciónpolítica –abdicación de Amadeo e im-plantación de la República– permitió laconsolidación de las partidas carlistas,que acabaron convirtiéndose en muchoscasos en un ejército regular. Resurgióla dicotomía entre quienes aspiraban a

una formalización de las fuerzas milita-res y quienes defendían el sistema defuerzas irregulares.

En los meses centrales de 1873, hu-bo cerca de 50 batallones formados. Sealternaban las acciones de guerrilla conbatallas como las de Eraul (mayo de1873), y se accedió a un control del te-rritorio que hizo posible la entrada deCarlos VII en España (julio de 1873). Ellofue el inicio de una importante ofensiva

carlista, tras la que eran dueños de casitoda Guipúzcoa, Vizcaya (salvo Portu-galete y Bilbao) y una parte importan-te de Navarra, en cuya plaza de Estella,conquistada el 24 agosto, se instaló lacapital política de los insurgentes. Du-rante las operaciones, tuvo lugar la Ba-talla de Montejurra (de 7 a 11 de no-viembre de 1873), que pasó a formarparte de los mitos carlistas.

La reanudación de la guerra supuso eldespertar de la actividad en Cataluña,aunque con menos fuerza. Hasta finalesde 1873 no hubo una consolidación dela oposición carlista en la zona aragone-sa, actividad de la que fue responsableMarco de Bello. Posteriormente, la res-ponsabilidad pasó a manos del infanteAlfonso Carlos, lo que despertó recelosentre los viejos luchadores carlistas, quelograron mantener un mando indepen-diente bajo las órdenes de Tristany, ve-terano de la Primera Guerra.

De nuevo a por BilbaoNuevamente la capital vizcaína se con-virtió en el objetivo carlista. El cerco seinició en enero de 1874 con la toma dePortugalete, pero los inicios de los bom-bardeos tuvieron lugar a fines de fe-brero. Tras diversas iniciativas liberales,se levantó el cerco el 2 de mayo de1874. Tras el fracaso ante Bilbao, los car-listas combatieron en diversos frentes lo-grando importantes conquistas (Tolosa,Estella, Laguardia...) y victorias, como lade Abázuza, en la que murió el generalConcha, héroe de la liberación de Bilbao.

Pero un acontecimiento político en elcampo liberal dio un cambio radical a laguerra: el Pronunciamiento de Sagunto,el 29 de diciembre de 1874, cuya con-secuencia fue el restablecimiento de lamonarquía en la persona de Alfonso XII.Eso supuso para el carlismo la pérdidade los grupos que habían encontrado ensu causa una forma adecuada de opo-sición a la Revolución de 1868.

La posición carlista en territorio catalány aragonés se vio debilitada por el reco-nocimiento de Alfonso XII por Cabrera,luchas internas, con destituciones de je-fes militares, propuestas de negociaciónque terminaron en fusilamientos y, final-mente, la toma de Seo de Urgell, por Mar-tínez Campos, que posibilitó la concen-tración de fuerzas en las provincias vas-cas. El 28 de febrero de 1876, Carlos VIIregresaba a territorio francés. ■

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Dos ejércitos no tan distintos

Las fuerzas carlistas que iniciaron lasublevación tuvieron un doble ori-gen: partidas de personas adictas a la

idea contrarrevolucionaria y fuerzas regu-lares de voluntarios realistas que fueron con-vocadas por sus jefes, que en algunos casoshabían sido destituidos en los últimos me-ses. Tras la entrada de Sarfield, se produjouna desbandada, por lo que los mandos mi-litares crearon partidas encargadas de sa-car mozos de sus domicilios, en muchos ca-sos utilizando sistemas coactivos.

La llegada de Zumalacárregui supuso laregularización de la organización militarque quedó encuadrada de acuerdo con losparámetros normales de dicha institución.

Al finalizar la guerra, el Ejército carlis-ta contaba con cerca de 90.000 hombres.No existen datos exactos sobre la morta-lidad, pero todo parece indicar que se tra-taba de cifras elevadas, sobre todo por el es-caso desarrollo de la sanidad. El ejemplo

más significativo es el de Zumalacárregui,a quien una herida no muy importante enla pierna le llevó a la tumba.

En el bando liberal, el ejército se en-frentó en los primeros momentos a dos in-convenientes importantes: los efectos de ladepuración política de sus oficiales reali-zada en el reinado de Fernando VII; y enotros casos, la existencia de recelos queimpedían un desarrollo adecuado de las re-laciones entre ambos. Hacia 1836, el pe-so de Espartero logró asentar ciertos prin-cipios de disciplina y eficacia en el Ejérci-to liberal.

Al finalizar la guerra, los liberales ha-bían duplicado sus efectivos, alcanzando lacifra de 220.000 hombres, de los que al-go más de la mitad estaba dedicada direc-tamente a la lucha contra los carlistas(77.000 en el frente norte, 32.000 en Ara-gón y 23.000 en Cataluña).

J. R. U.

El general Espartero se convirtió en el héroede los liberales, por sus éxitos en la campañacontra los carlistas en el Norte.

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La experiencia histórica de lasguerras civiles del siglo XIX hatenido una proyección muy du-radera sobre el discurso litera-

rio; sin embargo, esta presencia nosiempre se produjo de la misma formani con el mismo fin. El tiempo ha vistocómo los reflejos de la guerra se han idomodificando en una sucesión cambian-te de relatos que refieren aquellos acon-tecimientos.

En los primeros tiempos, lo que primóen los textos fue el valor de la expe-riencia. España, incorporada plenamen-te al tour europeo, se había convertidoen destino de viajeros que contaban coninspirar su alma y su pluma durante elrecorrido por un país que se prometíapintoresco y abierto a la sorpresa. El es-tallido de la guerra civil añadió un in-grediente nuevo al itinerario peninsularque, si bien no siempre fue buscado deforma deliberada, no tardaría en apare-cer destacado en los relatos de viajes, co-mo un elemento central que proporcio-naba una vía de acceso hacia la com-prensión y explicación del país.

Gran repercusión tuvo la obra de Jo-seph-Augustin Chaho, Viaje a Navarradurante la insurrección de los Vascos(1830-1835), publicada en París el año1836. Este autor, considerado uno delos precursores del nacionalismo vas-co, trató de identificar las líneas defi-

PEDRO RÚJULA es profesor de Historia Com-temporánea, Universidad de Zaragoza.

EL ROMPECABEZAS CARLISTA

El conflicto carlista fascinó desde el primer momento a los viajerosrománticos que se acercaban a la Península y se complacían en ver en él unade las claves de lo hispano. Con los años, pasó de la crónica a la literatura y,finalmente, al cine. Pedro Rújula presenta los mejores autores quebuscaron inspiración en el carlismo

Una guerra

LITERARIA

El corresponsal de ElImparcial en el ejército delNorte, en 1875, durante laúltima guerra carlista, segúnun dibujo de LIEyA.

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nitorias del tipo vasco en el contextode la primera guerra y se topó con queZumalacárregui, según su criterio, loencarnaba plenamente. En su obra sur-gía, en medio de la noche, un héroemesiánico de “cara expresiva y severa”iluminada por las antorchas que, ves-tido con boina, pantalón rojo y zama-rra negra, tenía fascinado a todo el ejér-cito de la legitimidad.

La figura del general navarro desper-tó una admiración casi unánime entre

aquellos que tuvieron oportunidad deconocerle. En el caso del aventurero C.F. Henningsen, su Zumalacárregui.Campaña de doce meses por las Provin-cias Vascongadas y Navarra (1836), nosólo reflejaba su experiencia entre lastropas rebeldes, sino que formulaba unacoherente interpretación del conflictofavorable a don Carlos. La tempranaaparición de esta obra en lengua ingle-sa, sumada a las numerosas traduccio-nes de que fue objeto, hicieron de ellauno de los referentes fundamentales enEuropa a la hora de formar una idea dela naturaleza de un conflicto civil que

había cautivado el interés internacionaldesde los primeros momentos.

No fue extraña la presencia de sol-dados extranjeros combatiendo en lasfilas de don Carlos, cuyo testimonio se-ría llevado a la imprenta en los añosinmediatamente posteriores a los he-chos. Estas obras llegaron a configurarun conjunto memorialístico de gran in-terés, por su capacidad para adentrar-se en las interioridades de la guerra va-liéndose del componente de subjeti-

vidad sobre el que habían sido con-truidas. Son notables las Andanzas deun veterano de la Guerra de España(1833-1840), firmado por el barón Gui-llermo von Rahden (1846), y tambiénCuatro años en España (1836-1840),de Augusto von Goeben (1841). Aun-que la obra de mayor entidad literariafue la de un personaje eminentementeromántico, síntesis del hombre de ar-mas –oficial del ejército prusiano– y deletras –escritor y poeta–, el príncipe Fé-lix Lichnowsky, quien, en sus Recuer-dos de la Guerra Carlista (1837-1839),aparecidos en 1841, trató de poner sus

ojos al servicio de mostrar “una trage-dia que los tiempos venideros sabránapreciar en su justo valor, ya que enlos presentes sólo se estima el éxito oel fracaso”.

Los tópicos de BorrowMenos homogénea, pero igualmenteinteresante, fue la producción de aque-llos extranjeros que asistieron al es-pectáculo de la guerra desde el otro la-do de las trincheras. Entre ellos, des-taca aquel extraño vendedor de bibliaspor cuenta de una sociedad londinen-se llamado George Borrow, que de-sembarcó en la Península en 1835. Re-cogió sus venturas y desventuras en LaBiblia en España (1843), donde no fal-tan referencias a la guerra e interpre-taciones del conflicto, como las quesurgían durante su estancia en Madridmientras se aproximaba la ExpediciónReal a los muros de la capital. “Perola verdad –escribía– es que los gene-rales carlistas no deseaban terminar laguerra, porque mientras en el país con-tinuase la efusión de sangre y la anar-quía, podrían ellos saquear y ejerceresa desenfrenada autoridad, tan grataa los hombres de brutales e indómitaspasiones”. También Carlos Dembows-ki recogió en Dos años en España yPortugal durante la Guerra Civil, 1838-1840 (1841) el testimonio de sus via-jes por territorio liberal, topándose conlos ecos de la guerra allí donde mar-chaba, ya fuera en Valencia o en Ma-drid. Algo diferente fue la situación delcónsul británico en Bilbao, John Fran-cis Bacon, que en la obra Seis años enVizcaya, incluyendo la narración per-sonal de los sitios de Bilbao (1838), seesforzaba por comprender el conflic-to que se le había venido encima, di-ficultando su labor de defensor de losintereses comerciales de sus compa-triotas en la ciudad.

Junto a esta producción bastante co-herente basada en el testimonio, se fuedesarrollando otra mucho más inme-diata, cuyo común denominador era suconexión directa con el público popu-lar. Las modalidades de esta literaturafueron tan diversas que podían ir des-de las piezas teatrales de Josep Ro-brenyo, como L’hermano Bunyol(1835), que satirizaba aquella situaciónen la que “amb lo nom de Carlos quint/un home posa la mà/ a tot lo que li aco-

Los años posteriores a la Primera GuerraCarlista fueron también los del triunfocomercial de la novela por entregas

Portada de la primera edición de la Historiade la Guerra Civil y de los partidos liberal ycarlista, de Antonio Pirala.

Primera página de La Ilustracion Española yAmericana, el 15 de julio de 1875,informando de una acción militar en Treviño.

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moda”, hasta aquellas otras produccio-nes de bajo coste que se vendían en lascalles y en las que se ofrecían al granpúblico las biografías de los principa-les guerrilleros y militares o los hechosde armas más sonados.

Los años posteriores a la PrimeraGuerra Carlista fueron también los deltriunfo de la novela por entregas comofórmula comercial. Aprovechando la ac-tualidad que habían adquirido las his-torias de la guerra y el renombre al-canzado por algunos de los protago-nistas, este tipo de literatura encontróun filón que conectaba fácilmente conlas inquietudes del público. Aquí des-tacaron autores como Ildefonso Ber-mejo y, sobre todo, Wenceslao Aygualsde Izco quien con su novela El tigre delMaestrazgo o de grumete a general(1846-48), basada en la biografía del ge-neral Ramón Cabrera, obtuvo un gran

éxito al tiempo que lanzaba una anda-nada literaria contra la figura del jefecarlista tortosino.

Hacer frente a la historia Pese al interés que había despertado to-da esta producción literaria en torno ala Primera Guerra Carlista, a nadie se leescapaba que sus pies se hundían en elbarro de la política. Esto se hizo más pa-tente con el recrudecimiento del en-frentamiento en la Guerra de los Mati-ners y, sobre todo, con el estallido delúltimo conflicto. En estas condiciones,la publicística política desplazó a otrascreaciones de menor eficacia partidariay es necesario llegar hasta el fin de siglopara encontrar un grupo importante deobras que proponen la recuperación delas guerras civiles como escenario. Esprecisamente entonces, dos décadasdespués de concluida la lucha, cuando

el tiempo comienza a jugar a favor de lacreación literaria y la novela se impo-ne como género más adecuado para tra-tar los temas que comienzan a tomar eltono de históricos.

La obra que marca esta recuperaciónes la primera novela de Miguel de Una-muno, Paz en la guerra (1897), en laque, retomando los recuerdos de su in-fancia vividos dentro de los muros delBilbao sitiado por los carlistas, intentaaproximarse a la lógica que sostiene ala sociedad vasca. Para ello, sobre el es-cenario histórico, desarrolla una tramaque le permite ilustrar la idea de que elcarlismo es una realidad rural cuya fuen-te última se encuentra en el propio pai-saje vasco, mientras que el liberalismosurge y se asienta en el medio urbano,estableciendo una tensión que se dirimeen la guerra carlista. Notable es su in-terés por el efecto que habían tenido las

UNA GUERRA LITERARIAEL ROMPECABEZAS CARLISTA

Marcha de civiles de los pueblos de Guipúzcoa hacia la capital, huyendo de las partidas carlistas, en un dibujo de D. A. Ferrant (LIEyA, 1873).

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historias de la primera guerra sobre lasnuevas generaciones que alimentabanen ellas las ansias de sumarse a un com-bate que se presentaba épico y secular.Y también fija su atención en el papelque pudieron jugar la guerra y la abo-lición de los fueros en el surgimiento delmovimiento político nacionalista.

Benito Pérez Galdós había concluidola segunda serie de los Episodios Nacio-nales con Un faccioso más… y algunosfrailes menos (1879), interrumpiendo eldiscurso histórico al filo de la primeraguerra, con la llegada del infante donCarlos a suelo español y la consolida-ción del enfrentamiento. “Los años quesiguen al 34 –decía– están demasiadocerca, nos tocan, nos codean, se fami-liarizan con nosotros. Los hombres deellos casi se confunden con nuestroshombres. Son años a quienes no se pue-de disecar, porque algo vive en ellos queduele y salta al ser tocado con escalpe-lo”. Casi veinte años después retoma elproyecto, mucho más convencido dela posibilidad de abordar los años de laguerra civil, y abre la tercera serie conZumalacárregui (1898), al que seguiránotras novelas ambientadas de lleno enella como De Oñate a La Granja (1898),Luchana (1899), La campaña del Maes-trazgo (1899) y Vergara (1899). El in-terés de Galdós por realizar una visióncrítica de la historia desarrollada siste-máticamente con cierta voluntad didác-tica le llevaría a volver con posterioridadal tema carlista, aunque ya no con lamisma intensidad. Todavía fue centralen Carlos VI en La Rápita (1905), sobreel frustrado desembarco del conde deMontemolín, pero la presencia de la úl-

tima guerra en la quinta serie de los Epi-sodios ya no sería la misma.

En 1906 fue el escritor y publicista tra-dicionalista Manuel Polo y Peyrolón elque situó durante la tercera guerra car-lista en Aragón su novela El guerrillero.La obra, cuyo subtítulo era “novela teji-da con retazos de la historia militar car-lista”, fue construida en torno a la figu-ra del jefe carlista Marco de Bello y cons-tituye una fórmula literaria bien integra-da con la función propagandística quecaracterizó lo esencial de su producción.

El marqués de BradomínPoco puede añadirse a tanto como se hadicho sobre el interés de Valle Inclán porel carlismo. Probablemente su visión máspersonal se encuentre en el personaje delmarqués de Bradomín que aparece enlas Sonatas (1902-1905), pero la granapuesta histórica la realizó en la trilogíaLa guerra carlista, que reúne Los cruza-dos de la causa (1908), El resplandor dela hoguera (1909) y Gerifaltes de antaño(1909). Aquí se manifiestan sus simpatíaspor las filas legitimistas, como en esa es-cena en que, contemplando el avance deuna columna liberal, escribía: “Aquellosrapacines aldeanos, vestidos con capo-tes azules y pantalones rojos, que un des-tino cruel y humilde robaba a las feli-gresías llenas de paz y de candor anti-guo, iban a la guerra por servidumbre,como podían ir a segar espigas en elcampo del rico. ¡Que diferentes conaquellos otros soldados del Rey Don Car-los! ¡Verdaderos Cruzados!”.

El interés de Pío Baroja por el siglo XIXy, en especial, por las guerras carlistasqueda de manifiesto a lo largo de toda su

obra. Desde Zalacaín el Aventurero(1909) hasta Siluetas románticas (1934)las muestras son abundantes, pero el ma-yor esfuerzo de aproximación lo realizóa través del personaje de Eugenio de Avi-raneta, tanto en Aviraneta o la vida de unconspirador (1931) como, sobre todo, enlas Memorias de un hombre de acción. Enestas últimas fueron numerosas las no-velas cuya trama se tejía en los distintosescenarios de la guerra: El amor, el dan-dismo y la intriga (1922), Las figuras decera (1924), La nave de los locos (1925),Las máscaras sangrientas (1927), Hu-mano enigma (1928), La senda doloro-sa (1928), Los confidentes audaces (1930)y La venta de Mirambel (1931). Este pro-yecto literario, de enorme ambición e in-terés, llevó a Baroja a profundizar en lahistoria a quien trató de redimir de suspropias limitaciones, como él mismo de-cía, “unas veces tropezando en los ma-torrales de la fantasía y otras hundién-donos en el pantano de la historia”.

La temática carlista llegó a tener reflejointernacional en un escritor de éxito co-mo Pierre Benoit. Éste ambientó la tra-ma de Por don Carlos (1920) en tornoa la frontera navarra con Francia duran-te la última guerra, creando un perso-naje protagonista femenino muy suge-rente, aunque sea al precio de cierta in-consistencia histórica en el argumento.

También en España tuvo reflejo, entrelos años 20 y los 30, el fenómeno edi-torial europeo de las biografías. Aquí lacolección más destacada fue la de VidasEspañolas e Iberoamericanas que, edi-tada por Espasa-Calpe bajo el patrociniointelectual de Ortega y Gasset, reunió unconjunto de notables volúmenes, mu-

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Benito Pérez Galdós noveló el conflicto en varios de sus Episodios Nacionales; Pío Baroja lo hizo a través del personaje Eugenio de Aviraneta;Miguel de Unamuno evocó el cerco de Bilbao en Paz en la guerra (1897), y Valle Inclán escribió la trilogía La guerra carlista entre 1908 y 1909.

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chos de ellos dedicados a personajes delsiglo XIX. Entre ellos se encuentra Zu-malacárregui, el caudillo romántico(1931) firmado por Benjamín Jarnés,donde el escritor superó las limitacionesa la creatividad que le imponía el gé-nero biográfico, adoptando una actitudapasionadamente partidaria del perso-naje a quien consideraba un “artista dela acción”, la quintaesencia el héroe ro-mántico. Su consideración es tan eleva-da que le lleva a separarlo de los ban-dos en conflicto, situándolo incondicio-nalmente por encima de ambos. “Zu-malacárregui –defendía– era un geniofrente a un Estado. Mientras el infante seaprovechaba del genio, Isabel se apro-vechaba del Estado. Si éste se ponía alservicio de una niña, Zumalacárregui sehabía puesto al servicio de un tonto”.

La épica de un siglo vencidoLa guerra civil de 1936 pondría fin a es-te período deslumbrante, en el que losautores se habían aproximado a las gue-rras carlistas del XIX como parte de su

interés por integrar la Historia de Espa-ña en la literatura. Después de esta fe-cha, el contexto político e intelectual dela dictadura hizo casi imposible eludiruna relectura de aquellas guerras civilesperdidas por los carlistas a la luz de es-ta última, en la que habían combatidoentre los vencedores.

Por eso, las aproximaciones más inte-resantes fueron las que, ensayando unasolución diferente, apostaron por incor-porar una carga considerable de fanta-sía, como hizo Joan Perucho en Las his-torias naturales. Por su parte, AntonioGala se decantó más por el modelo jar-nesiano de recreación literaria a partirde las fuentes históricas, y también Pa-blo Antoñana, Carlos Pujol y Carlos Do-mingo apostaron por fórmulas histori-cistas. Buena mezcla de erudición ycreación es el Cabrera que surge de lapluma de Antón Castro en El testamen-to de amor de Patricio Julve (1996). Ycabe señalar también la idea de Bernar-do Atxaga de buscar en las guerras car-listas un escenario de aventuras para de-

sarrollar el relato juvenil Un espía lla-mado Sara (1996), solución tambiénadoptada por Juan Bas en El oro de loscarlistas (2001).

En el camino, es cierto, se había per-dido la honda carga de introspecciónhistórica que había primado en la eta-pa anterior, pero su lugar se ha ido re-llenando con el interés por encontrar unhorizonte épico o misterioso en aquellascomplejas luchas a vida o muerte poridearios, unas veces individuales y otrascolectivos, que caracterizaron la se-cuencia de enfrentamientos civiles delOchocientos español. ■

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UNA GUERRA LITERARIAEL ROMPECABEZAS CARLISTA

El enfrentamiento, en la gran pantalla

La mejor escena que se ha dedicado a lasguerras carlistas aparece en una pelícu-

la cuyo tema no es, precisamente, el carlis-mo. Se trata de aquella con la que da co-mienzo la película Vacas (1992), del direc-tor donostiarra Julio Médem, construida entorno a una trinchera defendida por los par-tidarios de Carlos VII donde las viñetas delAlbum Carlista parecen haber adquirido mo-vimiento, reuniendo con eficacia la acción yla documentación histórica.

Escenas como esta son raras en una cine-

matografía como la española que no ha fre-cuentado el género de acción y, por tanto,las películas que han tratado éstas y otrasguerras han derivado su interés hacía el con-texto histórico más que hacia los campos debatalla. Dejando a un lado la producciónfrancesa que llevó al cine, todavía mudo,la novela de Pierre Benoit, Pour Don Carlos,fue en el período franquista cuando crista-lizó cierto interés por las guerras civiles delXIX. El primero de los directores en apro-ximarse a ellas fue Juan de Orduña que, en

1954, realizó una interesante adaptación deZalacaín el Aventurero con la aquiescencia delpropio Baroja.

Poco después, en 1958, José Luis Sáenzde Heredia dirigió a Francisco Rabal en Diezfusiles esperan, película que obtuvo una no-table acogida entre el público, y en 1960 se-ría José Ochoa quien reincidía en la temá-tica con Alma aragonesa. El Primer Cuartel,dirigida por Ignacio F. Iquino, se estrenó en1967 sosteniendo un argumento que, en pa-labras de A. M. Moral, suponía “una claracrítica contra el parlamentarismo liberal”y la defensa de la superioridad de la vida mi-litar, una idea muy en consonancia con losvalores que defendía la propia dictadura.

Sin embargo, el director cuyos plantea-mientos se han orientado de manera más di-recta a desentrañar las dinámicas de la his-toria que se entrecruzan en los conflictos car-listas ha sido José María Tuduri. Es muy no-table su Crónica de la segunda guerra carlista(1988), donde la guerra constituye la espi-na dorsal de la película. Volvió a rodar so-bre el mismo tema un tiempo después, in-teresándose por uno de los guerrilleros másrenombrados de la última guerra en El cu-ra Santa Cruz (1991).Fotograma de la película Vacas (1992), de Julio Médem.

ARÓSTEGUI, J.; CANAL, J., y GONZÁLEZ

CALLEJA, E., El carlismo y las guerras carlis-tas. Hechos, hombres e ideas, Madrid, La Esferade los Libros, 2003.CANAL, J., El carlismo. Dos siglos de contrarrevolu-ción en España, Madrid, Alianza Editorial, 2000.GARMENDÍA, V., La Segunda Guerra Carlista, Ma-drid, Siglo XXI, 1976.MILLÁN, J. (ed.), “Carlismo y contrarrevolución enla España contemporánea”, Ayer, núm. 38, 2000.

PARA SABER MÁS

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La apropiación nacionalista

En los últimos lustros, se han divulgadoy extendido algunas ideas sobre el car-

lismo que, a fuerza de ser repetidas, hanterminado por convertirse –de manera in-teresada o inconscientemente– en casi ver-dades, en auténticos lugares comunes. En-tre éstas, sobresalen las que se refieren a lasrelaciones entre el carlismo y los naciona-lismos vasco y catalán. Se trata, en la ma-yor parte de los casos, de invenciones oconstrucciones que datan de diferentes mo-mentos del último siglo y cuarto de nues-tra historia. Su popularización, sin embar-go, ha tenido lugar sobre todo en los últi-mos cuarenta años. La situación política es-pañola, rica en evoluciones, reacomodacio-nes y (re)legitimaciones, y con la presencia–no debe olvidarse– de un preocupanteproblema de definición y competencia na-cionales, ha contribuido poderosamente ala proliferación de referencias simplistas,sin matices y desprovistas de todo funda-mento histórico al vínculo entre naciona-lismos y carlismo.

Tres de estas ideas falsas y lugares comu-nes, muy repetidos en medios políticos y pe-riodísticos, así como en algunos libros de his-toria, merecen una especial atención:

1) El carlismo fue una suerte de pre-na-cionalismo catalán y/o vasco.

Esta aseveración puede encontrarse en lasdeclaraciones de algunos políticos y publi-cistas nacionalistas vascos y catalanes. Y asi-mismo entre historiadores patriotas comoAgustí Colomines e historiadores neo-car-listas como Evaristo Olcina, que recrea la his-toria del carlismo para justificar los cambiosque en el seno de este movimiento tuvieronlugar en la década de 1960 y que dieron lu-gar al carlismo autogestionario. Ya casi na-die, entre los historiadores serios, defiendehoy en día estas posiciones.

Un par de argumentos resultan recurrentesentre sus avaladores: los fueros y la geogra-fía. Según ellos, la defensa de los fueros porparte de los carlistas les convertiría en una es-pecie de nacionalistas avant la lettre. Pero nilos carlistas fueron los grandes defensores delos fueros, ni tampoco los únicos, ni tan si-quiera los primeros. Todos los estudios re-cientes tienden a subrayar la importancia delfuerismo liberal en el País Vasco. Los Fuerosno siempre se adjuntan a la divisa carlista(Dios, Patria, Rey) y no demasiadas veces lo ha-

cen, siempre en el estricto sentido de liber-tades tradicionales, antes de fines del sigloXIX. La Primera Guerra Carlista no fue unaguerra foral, tal como demostró hace ya algu-nos años Mari Cruz Mina y otros autores hancorroborado en sus investigaciones. José Ra-món Urquijo asegura que, si se dejan a un la-do las grandes proclamas, los documentos in-ternos del carlismo “evidencian un gran des-precio por el sistema foral”, y, si de éstos se pa-sa a la práctica, no resulta difícil “constatarnumerosos contrafueros”. No se luchaba porlos fueros –y menos aún si se pretende inter-pretarlos de manera presentista, como su-puestas bases pre-autonómicas–, sino que, entodo caso, los fueros formaron parte en algu-nos territorios de la lucha. La abolición foralde 1876, junto con la emergencia –y, no se ol-vide, la competencia– de regionalismos y na-cionalismos periféricos, estimularían sin lu-gar a dudas la incorporación en más ocasionesde la palabra Fueros al trío tradicional.

Cuestionable geografía Por lo que a la geografía se refiere, el argu-mento es simple: el carlismo se habría de-sarrollado en los territorios de los futuros na-cionalismos periféricos, en especial el PaísVasco, Navarra y Cataluña. Aquí las cosas sontambién algo más complejas. La geografíadel carlismo no se limita, de entrada, a es-tas zonas, sino que tuvo también gran im-portancia en otras, como Aragón, Valencia oAndalucía; ni tampoco los apoyos resultanhomogéneos en el interior de cada uno de es-tos territorios. Sea como fuere, el carlismo,tras unos estallidos que afectaron a zonas muydiversas del territorio español, tendió a con-solidarse en algunas áreas del Norte penin-sular, aunque sin desaparecer nunca total-mente del resto. Factores como la amplitudy las consecuencias de los procesos de trans-formación y de modernización que tuvieronlugar en estas áreas en el siglo XVIII y a prin-cipios del siglo XIX, en todos los terrenos–desde la industrialización y las especiali-zaciones agrarias hasta la introducción denuevas ideas y los ensayos reformistas, pa-sando por cambios en las formas de propie-dad o en la valoración sociocultural de de-terminadas ocupaciones o instituciones–, jun-to con la herencia de las movilizaciones con-trarrevolucionarias del Trienio Liberal y laDécada Ominosa y, también, la actitud de las

élites tradicionales, permiten explicar de ma-nera adecuada este enraizamiento.

Existe un corolario de la falsa idea ante-rior: la pugna entre liberalismo y carlismodel siglo XIX se habría transformado, en elXX, en otra entre nacionalismo español y na-cionalismos catalán y vasco, siendo los dostérminos de esta última oposición los con-tinuadores de los de la primera. Aquí sola-mente debería añadirse un par de cosas. Pri-meramente, no hay evolución directa desdeel liberalismo del siglo XIX al nacionalismoespañol. Existen, en todo caso, como siem-pre ocurre, algunos materiales aprovechadose ideas reelaboradas. Es una vía entre muchasotras vías. En segundo lugar, el nacionalis-mo español del siglo XX es profundamentedeudor, también, del carlismo. Piénsese, porejemplo, en Juan Vázquez de Mella o en Víc-tor Pradera. Los procesos históricos son siem-pre mucho más complicados de lo que la fenacionalista, sea ésta del nacionalismo quesea, intenta hacernos creer.

2) Desde el carlismo a ETA, en el País Vas-co tiene lugar desde hace doscientos años unamisma lucha.

Esto es lo que viene a contarnos ArnaldoOtegui en su peripatética intervención en lapelícula La pelota vasca (2003), de Julio Mé-dem. O lo que se sostenía en el diario Egin,en 1988, cuando se aseguraba que Herri Ba-tasuna era “la continuidad consciente” de lalucha del campesinado vasco carlista en lasguerras del siglo XIX. Todos faltan burda-mente a la verdad histórica. Sostener que loscarlistas son los antepasados de los radicalesabertzales y de los etarras es, simplemente,una barbaridad.

Cosas no muy distintas podrían decirse delos intentos de conversión de Tomás de Zu-malacárregui en un independentista y pa-triota vasco. Telesforo Monzón, por ejemplo,en el espacio televisivo de Herri Batasuna enla campaña electoral de 1979, lo consideró,junto a Sabino Arana y a José Antonio Agui-rre, como uno de los tres patriotas más gran-des que habían existido en Euskadi. En másde una ocasión, su nombre ha sido asimismoequiparado, en tanto que patriota vasco, alde los activistas etarras. El precedente lejanode todas estas invenciones fue, sin lugar a du-das, el escritor vascofrancés Joseph-Augus-tin Chaho. Únicamente la desesperada e in-discriminada necesidad de referentes puede