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GUILLERMO SCHMIDHUBER DE LA MORA EL ROBO DEL PENACHO DE MOCTEZUMA A Fernando González Quintanilla, In Memoriam PERSONAJES Fernando, aspirante de arqueólogo, 25 años Roberto, aspirante de fotógrafo, 23 años Marie, muchacha austriaca, 28 años Presidente de México Padre de Fernando Intelectual mexicano Guardia nocturno del Museo de Etnología en Viena, 65 años Voces de los Dioses antiguos Voz de policía y Voz de locutor Lugar: En la sala mexicana del museo de Etnología [Museum für Volkerkunde.] y en la Embajada Mexicana en Viena; además en diversos sitios de la ciudad de México. Tiempo: En período intermedio del sexenio presidencial. El robo del penacho de Moctezuma www.guillermoschmidhuber.com

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GUILLERMO SCHMIDHUBER DE LA MORA

EL ROBO DEL PENACHO DE MOCTEZUMA

A Fernando González Quintanilla,

In Memoriam

PERSONAJES

Fernando, aspirante de arqueólogo, 25 años

Roberto, aspirante de fotógrafo, 23 años

Marie, muchacha austriaca, 28 años

Presidente de México

Padre de Fernando

Intelectual mexicano

Guardia nocturno del Museo de Etnología en Viena, 65 años

Voces de los Dioses antiguos

Voz de policía y Voz de locutor

Lugar: En la sala mexicana del museo de Etnología [Museum für Volkerkunde.] y

en la Embajada Mexicana en Viena; además en diversos sitios de la

ciudad de México.

Tiempo: En período intermedio del sexenio presidencial.

El robo del penacho de Moctezuma

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Un apoyo musical es indispensable. Un juego continuo de luces y sombras

permitirá que el arte de Dionisos vuelva a la vida. La escenografía es

mínima y está indicada en la obra.

Escena I

Estamos en la sala mexicana del Museo de Etnología de Viena. Al frente vemos la parte trasera del exhibidor que guarda el célebre penacho de Moctezuma. La penumbra y un apoyo musical nos invitan a pensar en el misterio. Al fondo del escenario se perfilan, poca a poco, tres esculturas de piedra o barro; un especialista reconocería sus orígenes: maya, teotihuacano y mexica. La luz ha llegado a perfilar un triángulo que marca el espacio encerrado entre el exhibidor esquinado y las dos paredes que actúan como catetos. La música se interrumpe; dos figuras humanas cruzan la escena y, con agilidad gatuna, trepan al exhibidor, quedando encerrados en el triángulo luminoso cuyo

vértice apunta al público. Son Fernando y Roberto; su respiración está agitada y sus rostros se ven marcados por las señales del pavor. Roberto tiene tez morena y rasgos mestizos. Fernando es de piel blanca y lleva barba.

FERNANDO.- [Después de un instante para tomar respiro, habla casi en susurro.]

¡Nadie nos vio!

ROBERTO.- ¡Creí que no lo lograríamos!

FERNANDO.- ¡Cállate! [Con las palmas de las manos recorre el espacio de su cárcel

por una noche.]

ROBERTO.- ¡Lo pensé más espacioso!

FERNANDO.- ¡Pss! Nos puede oír el guardia.

ROBERTO.- [Pretende sentarse; solamente lo logra en cuclillas.] Marie debe estar

saliendo del museo ahora.

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FERNANDO.- ¡Pss! [Señala que alguien pasa.]

El viejo guardia recorre la sala como parte del itinerario al cerrar el museo. Lleva un uniforme azul deslavado; mientras camina, juguetea con una llaves; el tintineo suena amenazante. Su rostro es tan blanco y demacrado que nos hace pensar por un momento en la muerte. Nos sorprende que lleve una lámpara antigua con una luminosa flama. Sus pasos resuenan en el museo vacío. Hace mutis lento, tragado por las

obscuridades de donde había aparecido.

ROBERTO.- Marie debe estar ahora cruzando el arco del viejo palacio imperial.1

FERNANDO.- [Con ira.] ¿Te puedes callar?

ROBERTO.- [Lo mira y sonríe.] Pero no toda la noche [La música misteriosa regresa.

Roberto se incorpora y palpa de nuevo su "celda"; de frente habla a un punto

perdido en el fondo del teatro.] ¡Marie! [De susurro pasa voz normal.] ¡Marie!

[Fernando parece no escucharlo, sentado medita con los ojos cerrados.] ¡Marie!

¡Amor, deberías estar conmigo aquí! Me hacen falta tú y mi cámara. Si hubieras

podido saltar el exhibidor, hubiéramos pasado la noche juntos. Ya sé que no pasaste

las pruebas que hicimos, pero el miedo hace los pies de pluma y el cuerpo de viento.

¡Hubiéramos podido hasta hacer el amor bajo esta luna triangular! ¿Marie, me

extrañas tanto como yo a ti? El estar cerca del penacho de Moctezuma no me hace

sentir mejor. [Palpa el exhibidor.] Casi lo puedo tocar, unos milímetros de madera

me lo impiden. Mañana lo tendré entre mis manos, y tú también podrás acariciarlo.

La figura de Marie aparece, su cuerpo es pequeño y su cara blanca y delgada, De todos los sentimientos que pudiera inspirar en le público,

la ternura debe ser el primero en aflorar. Los pocos años que es mayor que sus amigos son notorios, parece como si el intelecto le comiera el cuerpo. Roberto no la percibe.

MARIE.- [Habla la infinito.] ¡Roberto, si pudiera platicar contigo ahora! Tú siempre

has tenido la facultad de escuchar. Necesito pensar en ti para calmarme. Tú tienes

otra percepción del tiempo, que es para ti inagotable. Sólo comprendes el instante y

1 Esta obra trata de seguir las locaciones reales de Viena y los nombres de los

sitios. Este palacio imperial es llamado el Palacio de Hofburg.

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lo inconmesurable de la eternidad; por eso te gusta la fotografía, pero los humanos

vivimos en el tiene finito. [Pausa.] Desde aquí diviso la ventana de la sala del

Penacho. Hace horas que la observo. Me he memorizado cada una de sus piedras.

Quisiera traspasar el muro, como cuerpo resucitado, para estar contigo. Faltan unas

pocas horas para que le penacho vuelva a la libertad. ¿Volveremos tú y yo a verla

juntos?

ROBERTO.- Mi mente no puede pensar, multitud de imágenes aparecen y se esfuman,

todas me hacen sentir la soledad. Creo que estoy sintiendo lo que tú llamas la

nostalgia. Cuando te he visto llorar, siempre he has dicho que estabas nostálgica, y

que no preguntara más. He estado recordando cuando juntos leíamos a la orilla del

lago; tú leías y yo me adormecía en tu regazo, percibiendo solamente la frescura

acuática y el susurro musical de tu voz. De todo lo que me has enseñado, lo que más

te agradezco es el haber aprendido a amar la poesía. [Bosteza y estira los músculos

de su cuerpo.] El haber nacido pobre me negó tantas cosas; cuando no hay para

comer, el alma no puede sonreír, vive sin poesía.

MARIE.- Hoy todo el día quise decirte algo, pero Fernando estaba presente y no pude.

Hace dos años que por primera vez hicimos el amor. Hoy cuando fuimos a visitar la

tumba de Maximiliano de Habsburgo sentí tantas ganas de llorar. ¿Por qué su tumba

era la única que tenía un ramo de lores frescas? ¡Eran violetas, la flor de los

enamorados! ¿Quién le llevará flores después de más de un siglo de su muerte? ¡Ahí

te quise besar! Busqué el calor de tus brazos, pero tú estabas más interesado en

conocer quién reposaba en cada una de las tumbas de los Habsburgo. ¡Roberto,

arriesgamos demasiado! ¡Tú y Fernando son unos locos! ¡Por qué no podemos

simplemente tú y yo formar un hogar y crear unos hijos! ¿Por qué tienes que vivir

esta aventura para sentirte feliz? ¡Tú eres optimista porque eres mexicano! ¡Yo no

puedo vivir tus esperanzas, sólo puedo creer en ti y compartir contigo lo que me

permitas!

Se oyen las llaves que anuncian la ronda nocturna; el rostro de Roberto se descompone por el miedo; Fernando abre los ojos con frialdad. Marie y la música han desaparecido; sólo permanecen el silencio y la estela de sonidos del guardia; notamos que ahora carga una gran rueda de madera. Su figura y el tintineo de sus llaves son tragados por la obscuridad.

FERNANDO.- [Mirando su reloj.] Dos horas.

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ROBERTO.- ¿Qué dices?

FERNANDO.- Esta primera ronda duró dos horas.

ROBERTO.- Tendremos dos horas de descanso

FERNANDO.- En esta noche no hay descanso

ROBERTO.- Marie debe estar vigilando el museo desde la distancia. No me gusta que

pase la noche sola ahí afuera.

FERNANDO.- Deja de pensar en Marie. Cuando se sienta cansada, se irá al hotel.

ROBERTO.- Cada momento me parece el plan más estúpido.

FERNANDO.- Ayer te parecía el más brillante

ROBERTO.- Nunca me pareció brillante. Tú y yo nunca podríamos escribir una novela

de detectives.

FERNANDO.- ¿Por qué no?

ROBERTO.- Porque tenemos demasiado sentido común.

FERNANDO.- ¿Te parece de sentido común el venir hasta Viena a robar unas plumas

de un hombre que murió hace cinco siglos?

ROBERTO.- El penacho de Moctezuma no es sólo plumas, fue la corona azteca. Hoy

en la mañana, al ver las coronas de los reyes de Austria en el palacio Imperial, me

alegré de que pronto México tendrá su corona de regreso.

FERNANDO.- Yo no tengo recelos de nuestro plan, pero a veces dudo que los

mexicanos tengamos remedio.

ROBERTO.- Ya comenzaste otra vez con tu pesimismo ¡A ti y a mí nos esperan cosas

grandes! [Íntimo.] ¡Y a México también!

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FERNANDO.- ¿Qué pensará nuestro Presidente cuando vea interrumpida su gira en

Viena por el robo? ¿Se alegrará.. o se quedará indiferente?

ROBERTO.- ¿No has pensado que pueda enojarse?

FERNANDO.- Su foto saldrá en todos los periódicos del mundo, como si él fuera el

ladrón; y nadie sabrá de nosotros.

ROBERTO.- Eso si no nos atrapan.

FERNANDO.- No nos pueden atrapar, [Señala con un amplio ademán a las figuras

arqueológicas.] tenemos a estos dioses a nuestro favor. ¡Pss!

Se escucha la ronda venir, el viejo cruza la escena con lentitud por el fondo del escenario; mira inquisitivamente al exhibidor del Penacho; ahora carga un busto griego. Nuevamente se pierde tragado por las tinieblas.

¡Una hora! ¡No lo entiendo! ¿Oiría algo? Mejor vamos a guardar silencio; hay que

hablar sólo lo indispensable.

Roberto se sienta en cuclillas y se recarga en el exhibidor; la música regresa con una flauta precortesiana. Fernando vela inmóvil, sus ojos abiertos parecen transfigurados. La luz triangular desaparece poco a poco hasta que todo queda en penumbra. Fernando da un paso fuera del espacio antes delimitado por el triángulo luminoso.

FERNANDO.- ¡Dioses, despertad! ¡Hace cuatro siglos que nadie os ora! ¿Cómo os

sentís habitando un museo de etnografía?

A su llamado las figuras arcaicas parecen despertar; una hace un ligero movimiento casi mecánico, luego otra, y así hasta que percibimos claramente que la piedra cobra vida. Roberto se ha quedado dormido.

¿Os gustaría más que fuera éste uno de vuestros templos? No habitáis en un museo

de historia, ni en un museo de arte. Estáis compitiendo aquí con canoas de los mares

del sur y trajes de hechiceros de pueblos que nunca traspasaron la primera aurora. A

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unos cuantos pasos, en el museo de arte,2 están los dioses egipcios, y los griegos, y

los romanos, y la obra del hombre del renacimiento ¡Vosotros estáis olvidados en el

folclorismo de los tiempos idos! Yo mejor libertaría vuestra memoria que el

penacho del último de los monarcas aztecas!

Durante este monólogo las tres figuras arqueológicas comenzaron a entonar un murmullo arcaico en maya y náhuatl que dura hasta casi el final de esta escena, por ejemplo:

Niyayalizqui, ichocayan ahvia!

Queyamican xi nech iva

temoquetl a itlatol.

An nic ya ilhuiquetl

Campa ye monyaz,

¿Campa ohtli nictocaz?3

¡Yo me iré para siempre,

es tiempo de su lloro!

¡Ah, envíame al Lugar del Misterio:

bajo su mandato!

¿A dónde iré?

¿A dónde seguiré el camino?

FIGURA TEOTIHUACANA.- ¡Yo soy el dios de la lluvia, de mí depende la fecundidad de

la tierra! Fui el dios más venerado, el único que acompaño a los pueblos desde su

primera aurora. ¿Porqué me sacas de mi silencio de siglos?

FERNANDO.- [Mirando al público y de espaldas a los dioses; éstos están siempre en

su sitio y sólo se mueven con ademanes mecánicos.] ¡Necesito su protección!

FIGURA TEOTIHUACANA.- Ya nadie necesita mi protección.

2 El Kunsthistorisches Museum.

3 Frases tomadas de Fray Bernardino de Sahagún: "Historia General de las cosas

de la Nueva España. NOTA: Los actores personificando al Presidente, al Padre de

Fernando y al Intelectual pudiera dar vida a los dioses de los tiempos idos.

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FERNANDO.- Hoy la necesitamos tres humanos.

FIGURA TEOTIHUACANA.- ¿Sois descendientes de la ciudad de los dioses?

FERNANDO.- El y yo, sí; pero Marie no,

FIGURA MEXICA.- ¡Quetzalcóatl los bendice a los tres!

FERNANDO.- ¡Los necesitamos tanto!. Ya nadie os recuerda como dioses, solamente

nosotros. Los dioses nunca mueren del todo. Nuestra empresa es también vuestra.

FIGURA MAYA.- Yo no soy dios, fui sacerdote. Los dioses no mueren, sobreviven a las

culturas que los adoraban, y vagan por la historia esperando de nuevo encontrar una

fe que reinstaure su culto. ¡Por siglos han estado esperándote! Ahora has llegado; si

los necesitas, ellos sabrán oír tus ruegos. ¡Por qué los sacas de su silencio?

FERNANDO.- ¡Queremos recuperar la historia!

FIGURA MEXICA.- Los dioses no pueden volver la historia atrás.

FERNANDO.- Vosotros habéis velado por le penacho del imperio mexica, ¿no creéis

que ya es tiempo que regrese a la historia de México? ¡Hemos venido por él!

FIGURA TEOTIHUACANA.- ¡Quien toca ese penacho muere en desgracia!

FIGURA MAYA.- ¡Sólo los dioses y los sacerdotes pueden tocarlo!

FIGURA MEXICA.- ¡No te atrevas ni a mirarlo! ¡Aquí lo profanan los que lo miran!

FERNANDO.- ¡México necesita un símbolo que haga volver sus ojos a su historia!

¡Necesitamos despertar de nuestro letargo de cuatro siglos! Éramos un pueblo

poderoso y fuimos conquistados por otro pueblo igualmente poderoso. ¿Y cuál fue

el resultado? Por una vez, la suma ha sido menor que las partes. ¡Necesitamos

retornar la historia! ¡Necesitamos de un símbolo, y hemos venido por él! ¡Ni los

dioses, ni los gobiernos lo pueden impedir! ¡Una nueva etapa en la historia de

México debe comenzar!

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Un silencio instantáneo recibe la ronda; el pavor y la realidad vuelven a reinar. El guardia alumbra la sala con una linterna de mano, ahora carga una gran fotografía de una catedral gótica. Fernando y Roberto miran al público aterrados. El viejo guardia se pierde nuevamente en las tinieblas.

FERNANDO.- [Mirando su reloj.] Hora y media.

ROBERTO.- Cada vez está más cercano el momento.

FERNANDO.- Es mejor no hablar. Trata de dormir. Será un día difícil. [Fernando se

acurruca, mientras una melodía embruja la escena.]

ROBERTO.- [Habla hacia el público.] Marie, ahora duermes, siempre has sido

dormilona. Yo tengo el sueño ligero. Hoy fue un buen día juntos. Me encantó el

palacio de verano por sus jardines.4 Mis fotografías saldrán hermosas. ¿Por qué tu

rostro se cubrió de tristeza ante la cuna del hijo de Napoleón? ¿Aún insistes en tener

un hijo? Me dolió verte esa expresión tan melancólica. [La figura de Marie se perfila

poco a poco.] ¡Yo no quiero por ahora tener un hijo, apenas tengo veinte y tres años.

MARIE.- [Sin mirar a Roberto.] Cuando vi la tumba del hijo de Napoleón me puse

triste, pensé en los niños que no llegan a ser. ¡El Aguilucho murió a los 21 años,

destronado y tuberculoso! ¿Qué les queda a tantos niños que nunca llegan a ser

hombres y mujeres plenamente realizados? ¡Hay tanta humanidad desperdiciada por

el subdesarrollo de los pueblos! ¿A dónde hubieras podido llegar si una mano

amorosa te hubiera guiado desde pequeño? Tu padre y tu patria te abandonaron, y tú

no les guardas rencor.

ROBERTO.- Viena es una paraíso para la fotografía, todo es luz y belleza. Lo único

desagradable fue la tumba de Maximiliano, me molestaron las flores; hubiera

preferido no ir a la cripta de la Iglesia de las Capuchinas. ¿Qué extraño es encontrar

en Viena pedazos de la historia de México? No entiendo porqué una Guadalupana

señala el lugar del intento fallido para matar al emperador Francisco José, ¿así se

llamaba? Si el anarquista lo hubiera matado, Maximiliano habría heredado el trono

de los Habsburgo, y nunca hubiera venido a México. ¿Por qué un anarquista servio

que quizás nunca había oído el nombre de México, pudo alterar así su historia?

4 El Palacio de Schonbruunn, a las afueras de Viena.

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Sonreíste cuando te lo comenté, ¡eres una romántica incorregible.! Tú me quieres

con un amor siglo XVIII y yo con un amor siglo XXI! [Roberto mira su reloj.]

Ahora acaba de sonar tu despertador, te has levantado. Sales del cuarto y caminas

por las calles aún vacías de Viena. Pasas por el gran arco con las estatuas de los

trabajos de Hércules.5 ¿Será nuestro robo tan grande como uno de esos trabajos?

¿Tendremos la fortaleza de Hércules? Hoy cuando vi las tumbas de los Habsburgo,

sentí por primera vez miedo. ¿Y si nos matan? Yo no podría comportarme con la

reciedumbre de Maximiliano ante el pelotón de fusilamiento. Solamente he visto

una vez la muerte. Nunca te lo he llegado a contar. Se llamaba Roberto Villanueva.

Hablaba conmigo mientras descendíamos de la ladera escarpada de una montaña, y

de repente se cayó al vacío. ¡Marie, no quiero recordarlo ahora! ¡Hablaba conmigo y

al minuto esta muerto! ¿Por qué se despeñó él y no yo?

Una vez más pasa la ronda nocturna; el rostro de Roberto es transfigurado por el pavor. Esta vez el viejo carga una pintura renacentista. La figura de Marie desaparece. Nuevamente el viejo guardia se interna en las tinieblas.

FERNANDO.- [Que se había despertado sobresaltado.] ¿Qué horas son?

ROBERTO.- Aún falta una hora para que abran el museo.

FERNANDO.- ¡Tan tarde! ¡Cómo pude dormirme tanto!

ROBERTO.- ¡Anoche sentí miedo!

FERNANDO.- ¿Miedo de que?

ROBERTO.- Miedo de morir.

FERNANDO.- ¡Cállate! Los ladrones de museos son los únicos ladrones honorables.

Yo me siento muy seguro ¡Esta noche, en sueños, fortalecí mi fe!

ROBERTO.- ¿Y si fracasamos?

5 Esculturas que adornan el arco de entrada del Palacio Imperial de Hofburg, muy

cercano del edificio del Museum für Volkerkunde, donde está el Penacho de

Moctezuma.

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FERNANDO.- ¿Qué perdemos? Si tienes miedo, aún es tiempo de detener la historia.

ROBERTO.- Ya no podemos. Al momento de abrir el museo, Marie explotará la

bomba. Ahora hay que jugar hasta el final; es la única manera de salvarnos, y de

salvar quizás a México.

Sigue un doble diálogo. La figura del Padre de Fernando se perfila. Este personaje dirige su diálogo a Fernando y éste lo percibe; no así Roberto, quien ignora su presencia.

PADRE.- [Burlesco.] ¡Ja, ja! Tú y tus amigos quieren hacer patria jugando al

western!

ROBERTO.- [Reanudando su diálogo anterior.] Va a ser hermoso tocar el penacho con

sus plumas sedosas de Quetzal. ¿Es cierto que cada ave tiene sólo dos plumas?

FERNANDO.- [Un poco ausente.] Dos o tres.

PADRE.- ¡A veces me dan ganas de entrar a tu cuarto y romperte todos esos cacharros

de ídolos que guardas! ¡Estamos en el siglo XX, no en la edad media!

ROBERTO.- ¿Se probaría el penacho Hernán Cortés cuando lo tuvo en sus manos?

FERNANDO.- ¿Te lo hubieras probado tú?

PADRE.- Después te vas a arrepentir de haber desperdiciado tu vida. ¿A quién le

importan unos cacharros de los indios?

FERNANDO.- [Con gran ira.] ¡A mí!

PADRE.- ¡Lo haces por contradecirme! Debiste haber terminado la carrera de

ingeniero.

ROBERTO.- Cuando Maximiliano tuvo el penacho en sus manos en Viena, ¿se lo

pondría para soñar con ser el futuro emperador de México?

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FERNANDO.- [Como recordando.] Todos los que profanaron el penacho lo pagaron

con su vida.

PADRE.- ¡Y estos ritos que organizas! La gente habla. ¿Qué, ya no eres cristiano?

Nomás eso me faltaba, un hijo ateo.

ROBERTO.- ¡Que extraños caminos sigue la historia! ¿Que hubiera sido de América si

hubiera sido descubierta dos siglos más tarde? No estaban en Europa preparados

para entender las culturas americanas.

PADRE.- ¡La historia la hacemos los que balanceamos la mente con las manos y

oímos poco al corazón! !Tú no sabes más que oír al corazón!

FERNANDO.- [A su padre.] ¡Cállate! No quiero tenerte más en mi memoria. [A

Roberto, con gran comprensión.] ¡Es muy difícil comprender a humanos de

otras culturas. [A Roberto con intimidad.] Por eso me azora que tú y Marie se

lleven tan bien.

ROBERTO.- Marie es buena [La figura de Marie comienza a dibujarse lentamente en

el proscenio, mira al público y musita varias veces el nombre de su amado.]

FERNANDO.- [Con gran sinceridad.] ¡Te quiere bien, cásate con ella!

ROBERTO.- ¡Aún no!

PADRE.- ¡Tú crees que la vida con tu madre ha sido toda felicidad!

FERNANDO.- ¡No quiero volver a comenzar!

PADRE.- ¿Por qué siempre te pones de su lado? ¡Nunca me has perdonado que le

haya sido infiel!

FERNANDO.- [A Roberto.] ¿No has pensado que Marie está dispuesta a casarse

contigo? [Marie intenta inútilmente acercarse a Roberto.]

PADRE.- ¡Han vivido a mis costillas! ¿Por qué me rechazan?

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FERNANDO.- [A sus dos interlocutores.] ¿Por qué los humanos no sabemos ser

felices?

PADRE.- ¡Ojalá no se arrepientan demasiado tarde! [Lloriquea.] Me siento viejo,

poco les voy a durar, y no quiero morir solo.

FERNANDO.- A veces he pensado que no te atreves a ser feliz. [Marie llora a la

distancia.]

PADRE.- ¡Hazme caso, cabrón! ¿No tienes miedo que te delate a la policía? ¿Crees

que no sé que andas de alborotador?

FERNANDO.- ¡Qué poco vales!

PADRE.- ¡Valgo más que tú y que tu madre! ¡Todos somos una mierda, pero han

vivido de mi mierda toda la vida!

ROBERTO.- ¡Nunca he comprendido lo que es el amor!

FERNANDO.- ¡Amar lo miserable!

ROBERTO.- Nunca podría amar lo miserable.

PADRE.- ¡Piensa en mí! Ponte en mi zapatos. ¿No crees que también aspiré a ser

feliz? Ya no me queda alguna razón para vivir. ¡Hasta mis negocios se fueron

al carajo! Solamente me quedas tú, ¡sálvame, Fernando!

FERNANDO.- [Con desesperación.] ¡Yo no puedo hacer arqueología del amor!

ROBERTO.- Quizá algún día llegue a vivir un gran amor.

MARIE.- ¡Roberto, te amo!

FERNANDO.- Un cariño como el de Marie no regresa; a lo sumo se da una vez en la

vida.

PADRE.- ¡Te maldigo para que nunca llegues a ser más que tu padre! ¡Y para que

mueras sin amor como yo!

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FERNANDO.- ¡Cállate! ¡No te quiero tener más en mi memoria!

La figura del Padre se desvanece, mientras lucha por continuar en la imágenes mentales de su hijo.

ROBERTO.- [De frente al público.] Ahora Marie ha de estar en los jardines del

Palacio; con la bolsa de tejido que esconde la bomba.

MARIE.- [Al público.] Roberto y Fernando están al acecho. Roberto se acaricia la

barba. [Cierto.]

FERNANDO.- [Al público.] Los empleados del museo han comenzado a llegar

ROBERTO.- Un guardia abre la puerta de ingreso al personal del museo.

MARIE.- Entran varios empleados

FERNANDO.- Las luces de las salas son encendidas.

ROBERTO.- La ronda nocturna termina en noche de vigilia.

MARIE.- Varios turistas esperan a que abran el museo.

ROBERTO.- [Cada vez el ritmo es más acelerado.] El corazón de Marie ha comenzado

a agitarse.

FERNANDO.- En sus manos sobra la humedad que necesita su boca seca.

ROBERTO.- Sus manos acarician la bomba [Cierto.]

MARIE.- [Casi con vértigo.] ¡Roberto, voy a entrar! ¡Te amor! [La figura de Marie,

poco a poco, se esfuma.]

FERNANDO.- Son las 9:00, la puerta principal se abre.

ROBERTO.- Marie está escondida entre los turistas. Un nuevo día del museo ha

comenzado.

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FERNANDO.- 9:02; Marie se dirige a la tienda del museo.

ROBERTO.- 9:03; coloca la bolsa con disimulo sobre el mostrador.

FERNANDO.- Toma el obturador con el dedo índice y lo jala.

ROBERTO.- 9:04; tenemos un minuto y medio para huir con el penacho después de la

detonación.

ROBERTO.- 9:04, tenemos un minuto y medio para huir con el penacho después de la

detonación. ¿Y si a Marie le descubrieran la bomba?

FERNANDO.- ¿Y si Marie se hubiera acobardado?

ROBERTO.- ¿Y si se hubiera arrepentido?

Una gran explosión se oye, gritos y carreras llenan la sala. En cámara lenta

Roberto y Fernando mueven el exhibidor; la luz estroboscópica nos permite ver como rompen el gran vidrio del exhibidor y se preparan para hacer suyo el penacho. La magia de Dionisos parece detener el tiempo. Por unos instantes vemos al viejo guardia observando la escena y al público con gran serenidad. [Oscuro instantáneo.]

Escena II

Inmediatamente vemos fotografías del penacho proyectadas en una gran

pantalla que está donde antes estaba el exhibidor del penacho. La voz del intelectual retumba en el teatro, está amplificada electrónicamente. Además vemos fotografías de personajes y lugares citados por el intelectual en su charla.

INTELECTUAL.- [Su figura aparece después de que oímos su voz por unos instantes.]

Robar el mal llamado penacho de Moctezuma a casi cinco siglos resulta un

anacronismo. El penacho fue la corona azteca usada por Ahuizotl y por Moctezuma;

y de hecho debía de haber coronado también a Cuitláhuac y a Cuauhtémoc, pero

para 1520 ya estaba en las cortes europeas.

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El intelectual dirige una conferencia desde un elegante podium. Viste con gran elegancia; su voz resulta ligeramente chocante, con la pedantería del que se cree omnisciente.

¿Qué pensarían aquellos hombres pertenecientes al renacimiento de una cultura

como la mexica? Hasta dudaron de que los habitantes del nuevo continente fueran

humanos. La historia recuerda la frase del Papa Alejandro I Borgia que, con un

silogismo casi cartesiano, concluyó: "Ríen, luego son humanos". Carlos V recibió

numerosos regalos de las tierras recientemente descubiertas; pero poco le deben

haber gustado, porque regaló muchas de ellas a parientes y amigos. ¿Donde están las

joyas que Cortés le mandó a su soberano y que con tanto esmero describe en sus

cartas de relación? Alberto Durero, el famoso pintor alemán, las admiró y las

menciona en sus escritos. Suponemos que fueron fundidas para hacer joyas

renacentistas o custodias barrocas.

El penacho pasó a Viena como regalo a un primo del monarca español. El penacho,

el escudo de Ahuizotl y las otras piezas que aún se conservan en el museo

Etnológico de Viena fueron quizás las únicas cosas mexicanas, además de las

promesas de la junta de los Notables, que tuvo Maximiliano en su mente cuando,

cansado de la permanencia en el trono de su hermano Francisco José, decidió

aceptar el trono del Imperio Mexicano y perder la corona de los Habsburgo. Su

decisión no fue mala ya que su hermano recibió la corona en 1848 y reinó hasta su

muerte en 1916, es decir, 49 años después del fusilamiento de Maximiliano. Durante

la estancia de Maximiliano en México regresó algunas de las piezas que estaban en

manos de los Habsburgo, pero nunca el penacho. Fue una lástima haber perdido esa

oportunidad. Eso nos hace pensar que el penacho nunca ha sido un símbolo

nacional.

Al abrir el museo de Antropología en la ciudad de México, en 1964, se hizo la

petición oficial, pero fue negada, otorgándose el permiso de copiarlo. Dicha copia

está en la sala Mexica del museo y reconstruye lo que fue el penacho en el Siglo

XVI. Hace unos días tres estudiantes, con dudosa intención, robaron el penacho de

la manera menos ingeniosa posible. Utilizando el desconcierto de una bomba

incendiaria, extrajeron el penacho y, a carrera limpia, lo entregaron a la Embajada

Mexicana. Me imagino la escena final, casi cinematográfica, después de correr por

la Plaza de San Miguel y la calle Herrenstrasse, los estudiantes subieron la hermosa

escalera que lleva a la Embajada y con grandes resoplidos dijeron: "Aquí está la

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corona de México". ¿Que destino tendrá el penacho y los tres incautos? Aún no lo

sabemos, pero nuestro pueblo ha hecho una "nueva revolución". Se dice, con el

perdón de los presentes, que el pueblo mexicano es globero, por una anécdota del

tiempo de Don Porfirio, pues ahora hay que agregar que es "penachero" [Ríe

grotescamente.]

Aquí termina mi conferencia solamente quisiera dejar abierta una pregunta. El

democrático hombre mexicano, en el fondo de su corazón, siempre ha admirado a la

monarquía. Tan monarquía era la Azteca como la Española. Tres siglos exactos duró

la monarquía colonial, en la que tuvimos virreyes, es decir "en vez de reyes". En

1821 Iturbide consumó la independencia bajo las ideas francesas, y se convirtió en

emperador. El 1864 Maximiliano es coronado emperador, y como no tenía

descendencia adopta al nieto huérfano de Iturbide como heredero. La historia de

México ha tenido más años monárquicos que democráticos. No en balde Jorge Luis

Borges dice en El libro de Arena: "América, trabada por la superstición de la

democracia, no se resuelve a ser imperio". ¿Servirá de algo recibir el penacho como

símbolo del imperialismo mexicano? ¿Aparecerá algún día un personaje que de una

vez por todas, con monarquía o con democracia, nos guía a resolver el destino de

México? La eterna fe del mexicano en sus presidentes es un síntoma que aún tiene el

corazón de un monárquico. Quizás el mexicano aún no merece la democracia.

Muchas gracias [Oscuro instantáneo y aplausos grabados no muy calurosos y algún

silbido de mofa.]

Escena III

En la obscuridad solamente se ve una pantalla de televisión en donde el

Presidente de México se dirige a la nación mexicana.

PRESIDENTE [EN TV].- Me ha conmovido el ver el cuidado con que México ha

seguido estos acontecimientos y, como presidente, puedo decir que la flama que

mueve al mexicano está viva. Es del conocimiento de todos que estando yo en

Viena, encabezando la Conferencia Mundial por el Desarrollo de los Pueblos, tres

estudiantes, a quienes no se les puede negar el amor a su patria pero sí criticarles su

desconocimiento del mundo de las relaciones diplomáticas, sustrajeron el llamado

penacho de Moctezuma de un museo; sin reconocer que ese penacho, a pesar de ser

parte importante de nuestra historia, ya también lo es de la del pueblo austriaco, ya

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que a la historia de México estuvo ligado por una centuria y a la de Austria por más

de cuatro siglos y medio.

La figura real del Presidente se perfila poco a poco; está mirando su entrevista televisiva.

Por estas razones el gobierno de México ha decidido devolver el penacho al

gobierno austriaco y solicitar por la vía diplomática, la venia para que el penacho

regrese a México. Igualmente ha pedido que los tres estudiantes que han

permanecido todo este tiempo en nuestra embajada en Viena, puedan regresar al país

sin que exista una causa en su contra. El entusiasmo con que México ha seguido éste

acontecimiento nos hace pensar que no requiere de símbolos para llevar a cabo su

quehacer histórico.

El Presidente apaga la televisión con gran solemnidad, mira determinante al público, y con un ademán de gran expresividad, levanta los hombros como si dijera: "Y a mí qué me importa todo esto", o quizás, "Yo no entiendo nada de esto".

Escena IV

Las figuras de los tres estudiantes aparecen lentamente. El Presidente

permanece visible aunque lejano; la música regresa.

MARIE.- [Lastimera al público.] ¡Roberto! ¡Roberto! Me siento sola a pesar de

nuestro triunfo. La noche anterior al robo pensé en todas las posibilidades de triunfo

y de fracaso; pero no se me ocurrió el triunfo e inmediatamente la separación, ¿Por

qué nos separaron desde el primer momento? No pude ni despedirme de ti. ¿Que

daría por abrazarte, por festejar el triunfo en tus brazos! Me da tanto miedo estar

sola. ¿Que será de mí? Yo no soy mexicana, soy austriaca. He robado el penacho en

mi patria, y todo por amor a ti!

ROBERTO.- [Al público, con gran entusiasmo.] ¡Marie, lo logramos! ¡Lo logramos!

¡México está salvado! Ya verás el milagro que va a suceder ¡Millones de Mexicanos

van a tener la oportunidad de analizar su historia! ¡México será diferente!

¡Moveremos a las conciencias dormidas! ¡Tú y yo lo hemos logrado! Tenía una

sorpresa guardada si triunfábamos, la decidí la noche cuando velaba en el museo,

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pero no te la pude decir: ¡Marie, quiero compartir toda mi vida contigo, ahora estoy

seguro de mi amor! y si para eso tengo que casarme contigo, pues me casó. Me

gustaría tener una cámara el la mano cuando te lo pueda decir personalmente,

porque quiero conservar la cara de susto que vas a poner.

MARIE.- [Triste, al público.] ¿Estarás ahora pensando en mí o en el triunfo? A veces

me da miedo tu amor, porque yo hacía mucho que te estaba esperando aún sin

conocerte; y tú aún conociéndome, hasta hace unos meses me has comenzado a

descubrir. Tú aún no me amas, no estás preparado para el amor. El amor no consiste

solamente en fundar un hogar y tener hijos; es más, y tu aún eres un niño, ¡Roberto

madura, alcánzame, para que nos podamos amar! La vida no espera, pasa de largo;

tienes que apresurarte si quieres que podamos ser felices. ¡Roberto, te amo!

FERNANDO.- [Al público, cerebral.] Ahora que lo logramos me pregunto porque lo

hice y no lo sé. Fue un reto en el fondo sin sentido. Estaba deseando hacer algo, algo

que valiera la pena, y vino esta aventura y llenó mis días. Ahora me siento

terriblemente vacío, ¿que haré? ¿Regresaré a terminar mi ingeniería y a leer libros

de arqueología? ¿Vale la vida humana tan poco? Un país vale lo que valen sus vidas

humanas. ¡Pobre México con nosotros los mexicanos! [Suspira.] ¡Ojalá haya en

México cientos, miles de Robertos, que en medio de su ingenuidad, tienen un

sentido pleno de su existencia. ¿Quien hace la historia? ¿Los sensatos, los

estrategas, los racionales? ¿O los visionarios, los incautos y los soñadores?

El Presidente se adelanta al proscenio y se dirige al público en tono de

autojustificación.

PRESIDENTE.- El robo del penacho será sólo una anécdota que sirva de sal y pimienta

a la historia. Las esperanzas de los infortunados estudiantes son tan ambiciosas que

merecerían el perdón. ¡Querer cambiar a un pueblo con un penacho es esperar contra

toda esperanza! ¿Que harían los mexicanos en mi lugar? ¿Que harían cada uno de

ustedes si fueran el presidente de México? Yo estoy haciendo todo lo que puedo,

[Con gran orgullo.] ¡Viva México!

FERNANDO.- [Escéptico.] ¡Viva!

MARIE.- [Con amor.] ¡Viva!

ROBERTO.- [Entusiasmado.] ¡Viva! [Oscuro instantáneo y telón.].

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ACTO II

Escena I

Una gran pantalla aparece donde antes estaba el exhibidor del penacho. Se

proyectan escenas de multitudes, especialmente jóvenes, pudieran haber sido tomadas durante cualquier recepción política. La voz del locutor va guiando la imagen.

VOZ DE LOCUTOR.- Pocas veces en la historia el pueblo mexicano ha recibido con

tanta alegría y generosidad a unos compatriotas. Aquí vemos escenas de su

recepción en ciudad de México hace dos meses. Roberto y Fernando son dos héroes

plenos de juventud, ejemplo edificante para la juventud de hoy en día. México

necesita de estos héroes. Jóvenes como éstos son los que hicieron la independencia

y pelearon en la revolución. [La imagen continúa mientras se lleva a cabo la

entrevista.] Tenemos nuevamente la oportunidad de entrevistar a los héroes [Se

iluminan.] Fernando, el público mexicano ha seguido con mucho interés su

aventura, ¿Cuándo se les ocurrió devolver a México el penacho de Moctezuma?

FERNANDO.- [Sereno.] Hace unos meses lo decidimos mientras tomábamos una

botella de vino.

VOZ DE LOCUTOR.- ¿De quién fue la idea?

ROBERTO.- [Nervioso.] ¡De los tres!

VOZ DE LOCUTOR.- ¿Cómo supieron de la existencia del penacho?

FERNANDO.- Marie nos comentó, como es vienesa conocía el museo en que lo

guardaban.

VOZ DE LOCUTOR.- ¿Como conocieron a Marie?

ROBERTO.- [Incómodo.] En una fiesta

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FERNANDO.- Yo conocía a Roberto, y por él la conocí

VOZ DE LOCUTOR.- ¿Creen que Marie decidirá quedarse en Viena o regresar a

México?

ROBERTO.- [Rápido.] ¡Volverá a México pronto!

FERNANDO.- Eso es lo que esperamos. Quizás ella traiga el penacho.

VOZ DE LOCUTOR.- ¿Cuál fue la razón de que no los acompañara a su regreso?

FERNANDO.- Marie es ciudadana austriaca y su país se reservó el derecho de juzgarla.

Esperamos que pronto esté con nosotros.

VOZ DE LOCUTOR.- Fernando, entiendo que te interesa mucho la arqueología. ¿Por

qué te gusta esa ciencia?

FERNANDO.- Me gusta la historia y la arqueología es uno de sus caminos.

VOZ DE LOCUTOR.- ¿Quisieras dedicarte a la arqueología?

FERNANDO.- Antes de el robo, sí lo pensaba. Ahora no sabría qué decirle.

VOZ DE LOCUTOR.- Roberto, ¿Vas a continuar tus estudios de Ingeniería Industrial, o

vas a volverte fotógrafo profesional?

ROBERTO.- No quiero hacer nada hasta que regrese Marie.

VOZ DE LOCUTOR.- Confiamos que pronto Marie esté en México y en este canal para

nos cuente su versión de la historia. Hasta aquí amigos por hoy; y muchas gracias a

los héroes del momento. Ahora un mensaje de nuestros patrocinadores [Oscuro

paulatino mientras escuchamos el apoyo musical de algún conocido anuncio

comercial de proyección mundial.]

Escena II

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La figura de Marie aparece solitaria y triste; poco a poco vemos a sus dos amigos, quienes la echan de menos por la lejanía que los separa.

ROBERTO.- [Está pensativo.] ¡Ni por teléfono me dejan hablar con Marie! Si no

regresa pronto, me voy a Viena a verla.

FERNANDO.- No comprendes que no puedes ir a Austria, te acaban de extraditar.

ROBERTO.- [Con ira.] ¡Pues iré de contrabando!

FERNANDO.- ¡No te puedes ir, no ves que ya hace más de dos meses del robo y nada

ha pasado! Además. ¿Con que dinero irías? Marie gastó todo lo que tenía para pagar

el viaje.

ROBERTO.- ¡No me importan tus razones, tengo que verla!

FERNANDO.- ¡Si el penacho no regresa ahora, ya nunca regresará! ¡Hay que insistir!

Cada día hay menos periodistas, parece que todos se están cansando de nosotros, ¡Si

te vas todo habrá fracasado!

ROBERTO.- ¡A lo mejor México no está preparado para recibir el penacho?

FERNANDO.- ¡Algo hay que hacer! ¡No podemos ahora cruzarnos de brazos!

ROBERTO.- ¡Ya no me importa el penacho, sólo quiero a Marie conmigo.

FERNANDO.- No podemos hacer nada para traer a Marie, pero entre más polémica

levantamos con el penacho, más aseguramos su regreso.

ROBERTO.- Tú nunca creíste en el penacho, ¿por qué ahora de importa tanto?

FERNANDO.- ¡No podría soportar volver a sentirlo perdido!

ROBERTO.- No te entiendo.

FERNANDO.- [Íntimo.] Hubo otra vez que quise cambiar a México y fracasé, nunca te

lo he contado. Fue muy duro y no quiero volver a sentirme traidor. Tenemos que

luchar hasta el final.

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ROBERTO.- ¿Y cual será el final?

FERNANDO.- No lo sé.

ROBERTO.- ¿De verdad crees ahora que el penacho va a salvar a México?

FERNANDO.- Es terrible creer en algo, y después perder esa fe. ¡Esta vez no quiero

claudicar!

ROBERTO.- ¡No estamos claudicando!

FERNANDO.- Tú no sabes qué es tener miedo, yo sí lo sé ¡Esta vez tenemos que

triunfar! ¡Hay tanto por ganar y tan poco que perder!

Se escucha una Voz de policía amplificada por micrófono; resulta imponente y despótica. Las figuras de los dos estudiantes son simultáneamente iluminadas por sendos reflectores tipo seguidor.

VOZ DE POLICÍA.- ¡Fernando Quintanilla!

FERNANDO.- [Sorprendido y con gran temor.] Yo soy.

VOZ DE POLICÍA.- ¡Roberto Ortega!

ROBERTO.- Yo soy.

VOZ DE POLICÍA.- Hagan el favor de acompañarme.

ROBERTO.- ¿Por qué?

VOZ DE POLICÍA.- Son órdenes superiores, pertenezco al cuerpo de la policía. No

pongan resistencia, es solamente una investigación rutinaria. [Oscuro instantáneo,

ruidos de puertas de carcelarias y pasos acelerados.]

Escena III

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Un reflector seguidor ciega a Fernando, quien está sentado y esposado.

VOZ DE POLICÍA.- Es usted Fernando Quintanilla.

FERNANDO.- Sí, yo soy.

VOZ DE POLICÍA.- ¿Substrajo usted el llamado penacho de Moctezuma del Museo de

Viena?

FERNANDO.- Sí, yo lo hice

VOZ DE POLICÍA.- ¿Por qué?

FERNANDO.- [Perdiendo la paciencia.] ¡Lo he dicho hasta el cansancio!

VOZ DE POLICÍA.- ¡Pero no a mí! ¿Por qué lo hiciste? ¿Eh, dime?

FERNANDO.- [Frío.] Por amor a México.

VOZ DE POLICÍA.- Ja, ja, me has hecho reír. ¿Por qué escogiste la fecha cuando

nuestro Presidente estaba en Viena?

FERNANDO.- Esperaba que él colaborara y el penacho regresara.

VOZ DE POLICÍA.- ¿Qué pensabas hacer con el penacho?

FERNANDO.- Mover el ánimo de los mexicanos

VOZ DE POLICÍA.- ¿Hacia dónde?

FERNANDO.- Hacia un mayor desarrollo.

VOZ DE POLICÍA.- ¡Mientes! [Ruido como si golpeara a Fernando; éste se retuerce y

gime.] ¡Di la verdad!

Poco a poco aparece la figura apenas perceptible del guardia del museo, quien inmóvil observa la escena.

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FERNANDO.- [Sofocado.] ¡Es la verdad!

VOZ DE POLICÍA.- ¿Para qué querías los ídolos que tenías en tu casa?

FERNANDO.- [Sorprendido.] Es mi colección.

VOZ DE POLICÍA.- [Lo golpea.] ¡Mientes! Eres traficante de piezas arqueológicas.

FERNANDO.- ¡No, son mis piezas!

VOZ DE POLICÍA.- ¿Has estado en política universitaria?

FERNANDO.- No.

VOZ DE POLICÍA.- [Lo golpea.] ¡Mientes! Fuiste tesorero de la sociedad de alumnos

de la Facultad de Ingeniería.

FERNANDO.- ¡Pero nada más!

VOZ DE POLICÍA.-. ¿Nada más?

FERNANDO.- No, que yo recuerde.

VOZ DE POLICÍA.- [Golpe muy fuerte.] ¡Esto te refrescará la memoria! ¿Te acuerdas

de tu grupo?

FERNANDO.- [Despavorido.] No sé a qué grupo se refiere.

VOZ DE POLICÍA.- No al de Rock, aunque tocabas en un grupo musical, ¿Cómo se

llamaban? Los Insoportables, ¿no es cierto?

FERNANDO.- Tocaba la guitarra eléctrica

VOZ DE POLICÍA.- [Lo golpea.] ¡No me cambies la conversación! ¡te pregunto por tu

grupo, el que estás pensando! [Lo golpea muy fuerte.]

FERNANDO.- ¡No sé nada!

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VOZ DE POLICÍA.- ¡Yo sí lo sé! Desde hace tres años has estado en relación con un

grupo de guerrilla urbana, cuyas operaciones han cubierto cuatro estados, ¿no es

cierto?

La voz del policía se va perdiendo y una música misteriosa hechiza la escena; por momentos regresa la imperiosa voz con expresiones como: traición robo, armas, secuestro, asesinato, etc.

FERNANDO.- [Se ha incorporado y camina muy despacio, ya no está esposado; sus

pasos vacilantes son balanceados fuertemente por golpes invisibles. El viejo guardia

se adelanta y le sirve de apoyo, con un pañuelo le limpia el sudor y la sangre, su

presencia no ser notada.] ¡Papá, yo te quiero! ¿Por qué no podemos platicar en paz?

Yo quisiera hacerte feliz, pero no sé cómo [La música y los golpes continúan.] Sé

que te estoy dando tantos dolores. ¿Por qué no me dejaste regresar a casa? Los

necesitaba tanto... ¡Mamá, no estés triste! [Recibe un golpe muy fuerte que lo hace

caer de rodillas.] ¡Tláloc, bien decías que quien se atreve a tocar el penacho cae en

desgracia! [Golpe.] ¿Por qué los humanos no podemos ser simplemente felices?

[Golpe más fuerte que lo hace caer al suelo.] ¡No, por clemencia! ¡No resisto más!

[Queda tirado inmóvil, el reflector seguidor desaparece paulatinamente; en la

penumbra vemos el cuerpo caído de Fernando y el viejo guardia, quien hincado

parece velar a un muerto.]

Escena V

A los lados de la figura inerte de Fernando aparecen Roberto y Marie en cordial camaradería; el viejo inmóvil sigue en vela.

ROBERTO.- ¡Les tengo una sorpresa! [Fernando parece despertar de un profundo

sueño y poco a poco se une al diálogo.]

MARIE.- ¿Qué? ¿Un regalo?

ROBERTO.- ¡Una botella!

MARIE.- ¿Un buen tintorro? [Roberto niega.]

FERNANDO.- ¿Un tequilita?

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ROBERTO.- ¡Un Xtabentum! [Desconocían el nombre del licor.]

FERNANDO.- ¿Qué es eso?

ROBERTO.- ¡Un licor yucateco!

MARIE.- ¿A qué sabe ese licor maya?

ROBERTO.- A una flor [Abre la botella y sirve tres vasos.]

MARIE.- [Probando.] Sabe a Chartreus.

FERNANDO.- Es demasiado dulce.

ROBERTO.- Es hecho con la flor de Xtabentum

MARIE.- ¡Brindo por la flor X..!

ROBERTO.- ¡Xtabentum. [Todos beben.]

MARIE.- ¿Es este el licor que daban a las doncellas que iban a sacrificar en los

cenotes sagrados?

ROBERTO.- Prueba y verás.

MARIE.- ¡Propongo un brindis!

FERNANDO.- Aceptado.

MARIE.- ¡Brindo porque el licor que ha acompañado a México por siglos, hoy nos dé

un poco de luz!

ROBERTO.- ¡Salud!

FERNANDO.- ¡Salud! [Beben.] ¡Marie, de verdad que la cultura para ti es una puerta

al misterio!

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MARIE.- ¿No les da miedo beber un licor creado por un pueblo que ya desapareció?

ROBERTO.- No podemos saber si este licor es originalmente maya.

MARIE.- Como si lo fuera. ¡Brindo por Chac y por Kukulkán! [Todos ríen y beben.]

MARIE.- ¡Brindo porque esos dioses olvidados velen por nuestros buenos y malos

momentos?

ROBERTO.- ¿Por qué hay que recordar los malos momentos?

MARIE.- [Seria.] Porque son muy importantes; son los que nos hacen fuertes.

FERNANDO.- ¿Cuál ha sido el peor momento de tu vida?

MARIE.- ¡Esta bebida es peligrosa! [Bebe.] ¿El peor momento de mi vida? [Pausa.]

Estaba en Austria... ¿Por qué quieres hablar del peor momento de mi vida?

FERNANDO.- [Riendo.] ¡Sinceridad!

MARIE.- [Divertida.] ¿Si les cuento el peor momento de mi vida, me cuentan ustedes

el suyo?

FERNANDO Y ROBERTO.- ¡Jurado!

MARIE.- Fue la primera vez que me sentí responsable de la historia. Tenía... quince

años y me enamoré de un muchacho, juntos quisimos liberar el mundo; no sé si me

interesaba la libertad del mundo o era porque no nos dejaban ir al cine solos. Un

día... [Mira a Roberto.] ¡Y esto no te lo he contado! Íbamos por la calle de la mano y

vimos una manifestación estudiantil, parecía que todos se estaban divirtiendo, reían

y cantaban corillos a no sé que problema. De pronto oímos un grito, yo no supe que

pasó, pero todos corrieron para todos lados. Los gritos no lograban apagar el ruido

de los disparos. De repente sentí que su mano no oprimía la mía, lo miré y vi como

se desplomaba. Lo mataron, fue el único muerto. Hubo heridos, pero un solo

muerto. Yo no recuerdo por qué peleaban esos estudiantes, ni quienes fueron los que

dispararon, sólo recuerdo su mirada sorprendida y su sonrisa congelada por la

muerte. [Silencio íntimo.] Ustedes querían saber y tienen la culpa de este diálogo.

¡Ahora es tu turno, Fernando!

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FERNANDO.- ¡Mejor jugamos a otra cosa!

MARIE.- ¡Ah, no, ahora hablas!

FERNANDO.- Mi peor momento... [Bebe.] Fue hace cuatro años cuando me llamaron

de la rectoría de la universidad para decirme que mi padre debía seis meses de la

colegiatura. Entonces descubrí que estábamos quebrados. Recurrí a todos, al rector,

a mis tíos, y nadie quiso ayudarme. Tenía una novia... y ya no quiso esperarme

[Bebe.] La quería y no pude dejar de quererla. Por mucho tiempo imaginé, cuando

hacía el amor a otras mujeres, que estaba con ella. En todas las miradas buscaba sus

ojos de jade. [Mira el vaso.] ¡Bebí mucho en aquellos días! Hace poco la vi, y

descubrí que aún hay algo de ella que permanece en mí [Silencio íntimo.]

MARIE.- ¿Y tú, Roberto?

ROBERTO.- ¡Yo? [Bebe.] Comencé a vivir, y un día aprendí que podía ser herido. Me

impresionó fuertemente llegar a significar algo; pequeñas probabilidades. ¿Y si se

marchitara mi vida antes de tiempo? ¿Vale la pena la vida? El amor aún me parece

burdo. Poder llegar algún día a tener un hijo, a educarlo; es uno de mis fundamentos

para seguir viviendo. Pero no ahora, no estoy listo, un poco más adelante..! ¡Y ya

hablé demasiado! [Silencio íntimo.]

MARIE.- [Lo abraza con cariño.] ¡Te deseo que lo alcances! [Roberto se retrae.]

FERNANDO.- ¡Brindo por nosotros tres, por una razón, porque somos tres grandes

tipos que ignorará la historia! ¡Cuando muramos nadie se acordará de nosotros!

ROBERTO.- ¡Tenemos que hacer algo que valga la pena!

FERNANDO.- [Con mofa.] ¡Escribir un libro, sembrar un árbol y tener un hijo!

ROBERTO.- ¡No juegues, México nos necesita!

FERNANDO.- ¡No le hagas al patriota!

ROBERTO.- ¡Va en serio!

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FERNANDO.- México no tiene salvación.

MARIE.- Lo que a México le falta es un símbolo.

ROBERTO.- ¿Y si secuestráramos a la Virgen de Guadalupe? [Ríen.]

MARIE.- ¿Y si robáramos el penacho de Moctezuma?

ROBERTO.- [Muy interesado.] ¿Existe el penacho de Moctezuma?

MARIE.- Está en Viena.

ROBERTO.- ¡Sería como devolverle el honor a México! [Se incorpora.] ¡Juro por mi

alma que no descansaré hasta que vea el Penacho de Moctezuma en México! ¡Juren

ustedes también!

MARIE.- ¿Estás jugando?

ROBERTO.- No he dicho nada más serio en mi vida.

MARIE.- [Con certeza.] ¡Lo juro!

ROBERTO.- [A Fernando.] ¿Y tú?

FERNANDO.- ¿Admiten a un escéptico?

ROBERTO.- ¿No crees que México requiere un nuevo terremoto histórico?

FERNANDO.- Lo creo, pero no espero que reaccione.

ROBERTO.- ¡Tú jura y deja que nuestra historia haga la Historia!

FERNANDO.- [Serio.] ¡Lo juro!

ROBERTO.- ¡Brindo por el penacho de Moctezuma! [Vasos en alto.]

MARIE.- ¡Brindo porque la esperanza renazca en este país!

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FERNANDO.- ¡Brindo porque estos dos amigos, los mejores que tengo, queden

grabados en la historia de México! [Beben; oscuro paulatino que sólo conserva el

rostro de Fernando, que sirve de puente con la siguiente escena.]

Escena V

PADRE.- [Dolido.] He venido diariamente a la cárcel, pero hasta hoy me dejaron

verte.

FERNANDO.- [Silencio.] Toda la semana lo intenté.

FERNANDO.- [Agresivo.] ¿Vienes a reprocharme todo lo que he hecho?

PADRE.- [Queriendo ser cálido.] No, vengo a decirte que tanto tu madre como yo aún

te queremos.

FERNANDO.- Yo ya no sé si los quiera o no. ¿Por qué a mí regreso no me quisiste

recibir en la casa?

PADRE.- Perdóname, tienes que comprender que para mí todo esto ha sido muy

difícil.

FERNANDO.- También para mí.

PADRE.- Queremos que regreses con nosotros cuando salgas.

FERNANDO.- Gracias, no los necesito.

PADRE.- [Con enojo controlado.] ¡No seas orgulloso!... tan orgulloso como yo.

FERNANDO.- Mejor vete, no me gusta que me veas aquí.

PADRE.- He estado leyendo.

FERNANDO.- [Sarcástico.] ¿Que? ¿Administración de negocios?

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PADRE.- No. libros de los tuyos, a Bernardo de Sahagún y a... (Equivoca un nombre

y olvida el otro.) ¿Me comprendes?

FERNANDO.- ¿Y qué opinas?

PADRE.- Ya no tengo opiniones.

FERNANDO.- ¡Yo si las tengo!

PADRE.- Tu madre todo el día reza a Dios por tu libertad.

FERNANDO.- ¡Yo ya no creo en Dios!

PADRE.- La prensa dice cosas horribles que me resisto a aceptar. Dicen que llegaste

hasta a matar, pero sé que eres incapaz de hacer daño a nadie.

FERNANDO.- ¡Yo ya no sé de que soy capaz!

PADRE.- Estamos haciendo todo lo que podemos por salvarte. Tienes que cuidarte,

recuerda que tu corazón es débil.

FERNANDO.- ¿Has sabido de Marie?

PADRE.- La prensa no ha dicho nada de su juicio. He pedido audiencia con gente

importante, pero nadie me quiere recibir. Hasta quise usar el poco dinero que nos

queda, pero tu madre se opuso. Pero aún así, tengo la esperanza de que Dios se

acordará de nosotros.

FERNANDO.- ¡Quizá Dios se acuerde de nosotros, pero México nunca! [Oscuro

instantáneo.]

Escena VI

Una luz tenue descubre a un homúnculo que está de espaldas al público. Dirige su diálogo al vacío infinito; poco a poco descubrimos que es Roberto.

El robo del penacho de Moctezuma

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ROBERTO.- Padre, por segunda vez en la vida te hablo. ¿Dónde estás? ¿Aún vives en

la lejanía o ya te despeñó la vida? ¿Has pensado alguna vez en mí, en tu hijo de dos

años que abandonaste? Nunca te eché de menos hasta que un día, a los catorce años,

en medio de un autobús lleno de gente, me di cuenta que era huérfano, y comencé a

llorar, y las lágrimas me duraron muchas horas. ¡Me hiciste falta entonces! Ese día

comprendí lo que es perder a un padre. ¡Te sentí tan lejano y a la vez tan cercano,

que te pedí auxilio porque me estaba despeñando solo! Desde entonces comencé a

mirar con envidia a los tenían padre, y nunca más sentí deseos de comunicarme

contigo, ¡hasta hoy! ¡Si pudiera platicar contigo! ¡Te necesito tanto porque me estoy

despeñando otra vez!

La luz del seguidor y la Voz del policía amenazan a Roberto, quien está se vuelve a público, su rostro está marcado por el terror y sus manos están esposadas.

VOZ DE POLICÍA.- ¿Es usted Roberto Amaya?

ROBERTO.- [Titubeante.] Yo soy.

VOZ DE POLICÍA.- ¿Cuándo conoció a Marie?

ROBERTO.- Hace dos años.

VOZ DE POLICÍA.- ¿Desde entonces fueron amantes?

ROBERTO.- No me gusta que hable así.

VOZ DE POLICÍA.- [Golpe; arremedando.] "No me gusta que hable así". Se acostaba

con ella, ¿no es así?.

ROBERTO.- Éramos amigos.

VOZ DE POLICÍA.- Amasios.

ROBERTO.- Era una unión libre.

VOZ DE POLICÍA.- No tan libre, te obligó a colaborar con ella en el robo.

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ROBERTO.- ¡No es verdad! [Golpe.]

VOZ DE POLICÍA.- Entonces, tú la obligaste.

ROBERTO.- Usted debe ser casado, tiene que comprenderme.

VOZ DE POLICÍA.- Porque soy casado, te comprendo [Golpe.] ¿Alguna vez planearon

matar al presidente?

ROBERTO.- ¡No, nunca!

VOZ DE POLICÍA.- ¿Ni con Fernando Quintanilla?

ROBERTO.- ¡No!

VOZ DE POLICÍA.- Él nos ha dicho otra cosa.

ROBERTO.- ¡Es mentira! [Golpe.]

VOZ DE POLICÍA.- Dijo que habían planeado amenazar de muerte al presidente, como

chantaje político para obligar a Austria a devolver el Penacho.

ROBERTO.- ¡Eso no tiene sentido!

VOZ DE POLICÍA.- [Golpe.] ¡Insinúa que soy estúpido!

ROBERTO.- ¡No!

VOZ DE POLICÍA.- ¿Estuviste también en el grupo?

ROBERTO.- [Inocente.] ¿Qué grupo? [Golpe.]

VOZ DE POLICÍA.- [Burlesco.] ¡El grupo!

ROBERTO.- No sé de qué me habla.

VOZ DE POLICÍA.- [Tres golpes.] ¡El grupo de guerrilla urbana al que pertenecía

Fernando! [Roberto se retuerce de dolor a cada golpe.]

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ROBERTO.- [Con pavor.] ¡No sé nada!

VOZ DE POLICÍA.- Si no lo sabes, te lo diré; tú mejor amigo recibía órdenes de su

grupo, y te usó para sus fines. Nosotros lo supimos todo desde el principio. ¿Eh, qué

dices? [Golpe.]

ROBERTO.- [Dudando.] ¡No es cierto!

VOZ DE POLICÍA.- ¿Quién financió los gastos de viaje? [Silencio y golpe sin lograr

respuesta.] No me digas que tres estudiantes tienen dinero para ir a Europa, ¡fue el

grupo!

ROBERTO.- ¡No sé de qué me habla!

VOZ DE POLICÍA.- ¿Era Marie parte del grupo? ¡Las europeas son terribles!

ROBERTO.- No, ella no, ni yo.

VOZ DE POLICÍA.- Además de dar clases de alemán y mantenerte, ¿a qué se dedicaba?

ROBERTO.- ¡No me mantiene! Yo trabajo y estudio, y tengo que ayudar a mi madre.

VOZ DE POLICÍA.- Y cuando corrieron a Marie de la escuela por vivir en amasiato

contigo, ¿qué hizo?

ROBERTO.- [Desesperado.] ¿Quién le ha contado todo eso?

VOZ DE POLICÍA.- Marie.

ROBERTO.- [Ahoga un grito.] ¡Es mentira! ¡Ella está en Viena! [La silueta del viejo

guardia se empieza a perfilar.]

VOZ DE POLICÍA.- No, ella está aquí, acabo de interrogarla.

ROBERTO.- ¿La torturó?

VOZ DE POLICÍA.- ¡Ja, ja! ¿Quieres hablar con ella?

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ROBERTO.- [Con gran esperanza.] ¡Sí!

VOZ DE POLICÍA.- Anda, toma el teléfono, ella te ha estado escuchando. [Roberto

toma un auricular.]

ROBERTO.- ¡Marie, Marie, te amo..! [No hay nadie en la línea, llora desconsolado.]

VOZ DE POLICÍA.- Nosotros podemos salvar a Marie.

ROBERTO.- ¡Maldito! [Golpe.]

VOZ DE POLICÍA.- La acaban de sentenciar a 25 años de cárcel por robo a su país.

ROBERTO.- ¡No es cierto! ¡Me está mintiendo!

VOZ DE POLICÍA.- [Con desprecio.] Lo dijo la prensa hoy, su país no la perdonó.

ROBERTO.- ¡No es justo, no es justo! [Golpe.]

VOZ DE POLICÍA.- La justicia no existe, solamente el orden.

ROBERTO.- ¡Quiero ver al Presidente!

VOZ DE POLICÍA.- Tú y yo estamos mil estratos abajo del Presidente. Él nunca sabrá

que yo existo, y tu puedes morir y nunca nadie saber más de ti. [Golpe.]

Se comienza a oír un interrogatorio similar en alemán. La voz de Marie se

escucha claramente. Roberto la reconoce.

ROBERTO.- ¡Marie, Marie!

La voz en alemán se confunde con la Voz del policía.

VOZ DE POLICÍA.- ¿Has probado LSD? En los ritos aztecas que Fernando organizaba,

¿hacían sacrificios humanos? [Roberto está en el clímax del tormento, está caído;

solamente el viejo guardián se apiada del él.] ¡Es todo con él! ¡Ahora tráigame de

nuevo al otro! [Oscuro instantáneo.]

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Escena VII

En el centro de la escena vemos crear el fuego usando el método del tornillo

movido por un arco que nos recuerda al de un violín. El viejo guardia

ha iniciado la ceremonia del Fuego Nuevo. El primer fuego ilumina la

escena y poco a poco descubrimos a los tres amigos. Con aquel primer

fuego se encienden tres velas, y después otras más; hasta que la luz de

las velas nos permite descubrir al Presidente, al intelectual y al Padre

de Fernando. Los tres amigos, plenos de felicidad, les entregan fuego

con sus velas, y con el fuego nuevo prenden otras velas; hasta que la

escena refulja con luz titilante. El público puede recibir el mensaje del

fuego nuevo. Un apoyo musical hechiza la escena. Oscuro final

paulatino.]

Escena VIII

En la pantalla de un televisor, vemos el Intelectual que está haciendo comentarios en un noticiario.

INTELECTUAL [TV].- Ayer se cerró el famoso caso del penacho de Moctezuma.

Esta noticia que bien podía haber sido una novela de misterio, no llegó al desenlace

esperado. Hoy informó el gobierno austriaco que el Penacho no sería devuelto por

"ser parte del patrimonio universal que todos los pueblos poseen y que a todos los

pueblos pertenece". Hace seis meses la prensa mundial dio la noticia del robo, hoy

ya nadie lo recuerda. Podemos concluir que le penacho de Moctezuma ni fue ni será

un símbolo que mueva a México. [Se comienza a iluminar la figura del Presidente

que ve el programa televisivo.] Nuestro país ya cuenta con símbolos de gran

raigambre: La Virgen de Guadalupe, y, ¿por qué no decirlo?, la madrecita mexicana.

No necesitamos de un nuevo un emblema [El Presidente se dirige a apagar el

televisor cuando la voz del locutor dice.] El señor Presidente dijo hoy ante el

Congreso de la Unión:

PRESIDENTE.- [Televisado.] México ha continuado el camino del progreso. Cada vez

está más cercano el día en que cada mexicano tenga todo lo necesario. La

integración de los diversos núcleos de poder ha sido la razón de nuestro desarrollo.

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Por primera vez en la historia vemos que todos los mexicanos sienten y trabajan por

un destino común. No existe mexicano que no sepa leer y escribir. El nivel de

desempleo es el mínimo para que la economía del país esté en equilibrio. En una

palabra, por primera vez en la historia, México tiene hegemonía propia y puede

gloriarse de ser "el cuerno de la abundancia" que generaciones anteriores a la

nuestra soñaron con tener, y que hasta ahora realmente alcanzamos. [El Presidente

apaga la televisión y camina unos pasos pensativo. La imagen televisiva

misteriosamente reaparece y se dirige al presidente de carne y hueso.] ¡Eh, tú,

amigo! [El Presidente no responde.] ¡A ti te hablo! ¿De verdad está feliz con tu

México? [El Presidente de espaldas al televisor no reacciona.] ¿Crees que México

ha llegado a la culminación de los tiempos? ¿No te cansas de vivir esta farsa?

PRESIDENTE.- [Mirando a la televisión.] ¡Cállate!

PRESIDENTE [TV].- ¿Por qué me voy callar? Tú y yo sabemos lo que es cierto y lo

que no lo es. A mí no me puedes engañar.

PRESIDENTE.- Yo nunca he pretendido engañar a quien no quiera ser engañado.

¡Déjame en paz!

PRESIDENTE [TV].- Te voy a dejar en paz por un instante, solamente quiero que me

contestes una pregunta: ¿Crees que México tenga aún esperanza? [Silencio de

ambos.] ¿Una esperanza tan grande como la de esos jóvenes del penacho?

PRESIDENTE.- ¡No quiero hablar de eso!

PRESIDENTE [TV].- ¡Pues yo sí?

PRESIDENTE.- ¡Yo no fui responsable!

PRESIDENTE [TV].- Entonces, ¿quién fue responsable? ¿México?

PRESIDENTE.- Habían estado en un grupo subversivo.

PRESIDENTE [TV].- ¿Y esa fue razón para matar a Fernando?

PRESIDENTE. - ¡Fue un accidente! No sabían que era cardíaco.

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PRESIDENTE [TV].- Investigaron todo, menos eso.

PRESIDENTE.- Ya nada se puede hacer.

PRESIDENTE [TV].- ¿Y México nada sabrá?

PRESIDENTE.- Si lo supiera nada cambiaría.

PRESIDENTE [TV].- ¡Es una oportunidad para pensar! ¡Tú no puedes ser ahora el

mismo que antes!

PRESIDENTE.- [Con gran ira.] ¡No soy el mismo, ahora me siento más impotente!

PRESIDENTE [TV].- ¡Tú solo no puedes mover este país! ¡A cien millones de

mexicanos no los puede mover un hombre!

PRESIDENTE.- [Con frustración.] ¡Yo no puedo ser su corazón!

PRESIDENTE [TV].- La ventaja de los sexenios estriba en que los mexicanos viven los

primeros tres años del sexenio de fe, y los siguientes tres de esperanza del próximo

sexenio; y así nadie se siente defraudado, ni nadie percibe el proceso de

desintegración de su historia. Tú ya los has hechos perder la fe, ahora alientan la

esperanza de que el próximo presidente salve a su México.

Un anuncio televisado de marcado extranjerismo interrumpe la ensoñación del Presidente. Éste apaga la televisión con irritación. La figura del padre de Fernando es perfilada y hacia ella se dirige el Presidente.

PRESIDENTE.- Señor, me apena verlo en esas circunstancias, por eso lo he hecho

venir.

PADRE.- Usted tiene un hijo de la edad de Fernando y puede comprenderme.

PRESIDENTE.- Reciba mi pésame; de verdad le suplico que sea usted el que me

comprenda.

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PADRE.- ¡Yo no lo entiendo! Fernando nunca fue un hijo apegado, desde su

adolescencia lo perdí; pero ahora he comenzado a fantasear con la idea de que

pudimos ser amigos. ¿Por qué lo mataron?

PRESIDENTE.- ¡Fue un accidente!

PADRE.- Eso me dijeron.

PRESIDENTE.- ¿Cómo era Fernando?

PADRE.- [Como recordando.] Inquieto, fue muy travieso desde niño; deportista,

fíjese, ¿qué ironía? Era un joven no domesticado. ¿Por qué me lo pregunta?

PRESIDENTE.- Porque había algo en él que no he podido encontrar en otros

mexicanos. Nadie robaría un penacho. El debió tener fe en México.

PADRE.- Era un soñador, no estaba preparado para enfrentarse a la vida. Quería ser

arqueólogo y encontrar en esas piedras el destino de México ¡Pobre Fernando,

murió sin alcanzar nada! Eso es lo que más me duele.

PRESIDENTE.- ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

PADRE.- Nada pido... bueno quizás una cosa. Si usted pudiera hacerme sentir que mi

hijo no murió en vano, me daría un gran consuelo. Ayude a esa muchacha, diez años

de cárcel son muchos.

PRESIDENTE.- [Con gran tristeza.] Nada puedo hacer por ella; y el penacho no puede

volver.

PADRE.- ¿Y quién quiere el penacho? ¡Yo no!

PRESIDENTE.- [Desconsolado.] ¡Ni México tampoco! [Oscuro paulatino.]

Escena IX

El rostro de Marie es iluminado lentamente; dirige su monólogo hacia un punto perdido en el fondo del teatro.

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MARIE.- [Con inmensa nostalgia.] Nunca te pude hacer entender mi cariño, estaba

más allá de tus parámetros. Poco tiempo nos duró, pero no me arrepiento porque tu

cuerpo en cada momento, hizo llamados a mi cuerpo, y porque tu alma, aunque

escurridiza a veces, alumbró mi camino con múltiples ternuras. Cuando te conocí

venía ladera abajo, y tú pudiste haberme detenido, pero hay tanto que tú ignoraste de

mí. ¡Vida tu fotografía y la plenitud del instante! ¡Muerta mi amor y el ansia de lo

eterno!

Ahora estoy lejos y todo se ha perdido, solamente queda la nostalgia de ese espíritu

de América que tú llamabas burdo, y que yo bauticé de "la niña América". Las almas

europeas nacemos viejas, cargadas por el otoño de la historia; las almas de América

se conservan joviales, son las promesas primaverales que hoy tiene la humanidad.

Se escucha en la lejanía un timbrazo telefónico con impertinencia, y aparece simultáneamente la figura de Roberto en el otro extremo del proscenio. Mira hacia público y tiene en sus manos un auricular.

ROBERTO.- [Su voz es amplificada electrónicamente, los personajes pueden verse,

pero no acercarse mutuamente.] ¡Marie! ¡Marie!

MARIE.- ¡Roberto!

ROBERTO.- Intenté hablar por teléfono contigo muchas veces, pero hasta ahora me lo

permitieron. ¿Cómo estás?

MARIE.- [Controla su emoción.] ¿Tú, cómo estás?

ROBERTO.- ¡Triste, porque no estoy contigo!

MARIE.- ¿Cómo está Fernando?

ROBERTO.- No sabes que... [Interrumpe.] Te envía como siempre su cariño. He

querido saber de tu juicio pero...

MARIE.- [Corta.] ¡Pss! No digas nada, podrías comprometerme.

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ROBERTO.- ¡No me importa que sepan que te quiero!

MARIE.- [Después de un instante.] ¡Yo también!

ROBERTO.- ¿Por qué no has contestado mis cartas?

MARIE.- Nunca las recibí.

ROBERTO.- En todas te pedía que te casaras conmigo.

MARIE.- [Con emoción.] No, Roberto, ya no es tiempo.

ROBERTO.- ¡Yo te quiero!

MARIE.- Ya no soy libre, el tiempo se pasará y nunca podré ser tu esposa. Olvídate

de Viena [Llora.] y funda un hogar con una mexicana.

ROBERTO.- ¡Marie, yo te quiero a ti!

MARIE.- Ya no te puedo querer.

ROBERTO.- He madurado, sé lo que quiero. Ahora sí puedo ser tu esposo y tener un

hijo.

MARIE.- [Aparentando vivacidad.] ¡Me da mucha alegría saberlo! Aquí, no ha sido

fácil, ahora soy yo la que no está sicológicamente preparada. Adiós y que [Gimotea.]

Quetzalcóalt te acompañe. [Desaparece su figura tragada por la obscuridad.]

ROBERTO.- ¡No, Marie! ¡No cuelgues! ¡Marie! [Al público.] ¡No hay nadie que

pueda oír mi súplica! Hace meses tenía un amor mayor del que pude merecer. Ya no

existe. Mi mejor amigo, muerto. ¿Por qué me metí en esta locura? ¡Sólo sé que han

tanto sufrimiento humano sin redención en este patria! ¿A poco ustedes no han

pensado en hacer algo para que de una vez por todas alcancemos la plenitud

humana? ¿Por qué la felicidad no viene natural? Yo cometí el pecado de presunción

al sobreestimar a los mexicanos. ¡Nadie nos puede salvar! ¡Ni Dios!

La figura de Roberto permanece visible como puente para la siguiente escena.

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Escena X

La luz ilumina al Presidente, sentado, y a Roberto, de pie

PRESIDENTE.- Acércate y estrecha mi mano [La tiende inútilmente.]

ROBERTO.- ¡Vine porque me obligaron!

PRESIDENTE.- [Sincero.] Siento en el alma todo lo que ha pasado.

ROBERTO.- Pero usted sigue siendo presidente y Fernando ya no existe.

PRESIDENTE.- ¿Y tú?

ROBERTO.- Yo.. yo ya tampoco existo. Marie, ¿la recuerda? ¡Nunca volveré a verla!

PRESIDENTE.- Nada puedo hacer por ayudarte. Hicimos lo imposible. Hasta devolví

el penacho esperando salvarla.

ROBERTO.- ¡Pues no lo logró! ¿Diez años de cárcel le parecen justos? ¡Ella no los va

a soportar.. ni yo tampoco!

PRESIDENTE.- ¿Por qué robaste el penacho?

ROBERTO.- ¡Ya no lo recuerdo!

PRESIDENTE.- ¿Tienes fe en México?

ROBERTO.- ¿La tiene usted?

PRESIDENTE.- El penacho.. me la quitó.

ROBERTO.- ¿El penacho?

PRESIDENTE.- En la embajada tuve el penacho en mis manos; estaba solo; lo así

fuertemente y lo puse sobre mi cabeza; quería palpar lo que se sentía ser rey azteca.

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¡Sentí un gran pavor, mi cuerpo comenzó a temblar! Por un instante comprendí lo

que significa la responsabilidad de los destinos de un pueblo. Muchas veces he

vuelto a pensar en ese momento, buscando la verdad de México. Antes estaba tan

seguro de estar en el camino correcto, pero desde ese día perdí toda esperanza.

ROBERTO.- !Y aún así dejó que mataran a Fernando!

PRESIDENTE.- ¡Tú no comprendes lo inerme que está un presidente!

ROBERTO.- Yo un día tuve fe en usted, pero ahora me avergüenzo de ser mexicano.

PRESIDENTE.- ¡Tú puedes salvar a México!

ROBERTO.- Nadie puede salvar a México.

PRESIDENTE.- ¡Yo no puedo porque no logro balancear el poder con mi deber! Nadie

puede ser un gran presidente de México.

ROBERTO.- ¿Qué esperanza puede tener México con nosotros?

PRESIDENTE.- [Desesperado.] ¡El penacho no hubiera cambiado nada! ¿No lo

comprendes? No necesitamos un símbolo, sino millones de voluntades que no

tengan más fe ni más esperanza que en el esfuerzo generosos.

ROBERTO.- Entonces, ¿todo nuestro esfuerzo fue inútil?

PRESIDENTE.- Me temo que sí.

ROBERTO.- ¡Yo venía desesperado! Ahora siento como si mi dolor tuviera menos

importancia. No hay nada que usted pueda hacer por mí; ni nada que yo pueda hacer

por usted. ¡Pero a pesar de eso, México tiene que salvarse!.

PRESIDENTE.- ¡Ahora eres libre! [Roberto abre los ojos con perplejidad y miedo. Se

miran emocionados y se estrechan la mano antes negada. Oscuro paulatino.]

Escena Final

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Los diálogos que continúan deben recordar a los del inicio del primer acto, como un "deja vu" dramático, un instante ya vivido. Es la escena real del robo del Penacho; todo lo anterior solamente fueron las sombras del miedo. Dos figuras humanas cruzan la escena y, con agilidad gatuna, trepan al exhibidor del penacho, quedando encerrados en el triángulo luminoso cuyo vértice apunta al público. Son Fernando y Roberto; su respiración está agitada y sus rostros se ven marcados por las señales del miedo.

FERNANDO.- [Después de un instante para tomar respiro; habla casi con susurro.]

¡Nadie nos vio!

ROBERTO.- ¡Creí que no lo lograríamos!

FERNANDO.- ¡Cállate! [Con las palmas de las manos recorren el espacio de su cárcel

por una noche.]

ROBERTO.- ¡Lo pensé más espacioso!

FERNANDO.- ¡Pss! Nos puede oír el guardia.

ROBERTO.- [Pretende sentarse, solamente lo logra en cuclillas.] Marie debe estar

saliendo del museo ahora.

FERNANDO.- ¡Pss! [Señala a alguien que pasa.]

El viejo guardia recorre la sala como parte de su itinerario al cerrar el museo; mientras camina juguetea con unas llaves, su tintineo suena

amenazante. Nos sorprende que cargue una pintura moderna. Hace mutis lento, tragado por las obscuridades de donde había aparecido.

ROBERTO.- Tenemos dos horas de descanso

FERNANDO.- En esta noche no hay descanso

ROBERTO.- Marie debe estar vigilando el museo desde la distancia.

FERNANDO.- Deja de pensar en Marie.

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ROBERTO.- Cada momento me parece el plan más estúpido.

FERNANDO.- Ayer te pareció el más brillante

ROBERTO.- Eso si no nos atrapan.

FERNANDO.- No nos pueden atrapar.

ROBERTO.- Ahora Marie ha de estar en los jardines del Palacio; con la bolsa de tejido

que esconde la bomba [Marie aparece.]

MARIE.- Roberto y Fernando están al acecho. Roberto se acaricia la barba [Cierto.]

FERNANDO.- Los empleados del museo han comenzado a llegar

ROBERTO.- Un guardia abre la puerta de ingreso al personal del museo.

MARIE.- Entran varios empleados

FERNANDO.- Las luces de las salas son encendidas.

ROBERTO.- La ronda nocturna termina en noche de vigilia.

MARIE.- Varios turistas esperan a que abran el museo.

ROBERTO.- [Cada vez el ritmo es más acelerado.] El corazón de Marie ha comenzado

a agitarse.

FERNANDO.- En sus manos sobra la humedad que necesita su boca seca.

ROBERTO.- Sus manos acarician la bomba [Cierto.]

MARIE.- [Casi con vértigo.] Roberto se prepara para romper la vitrina [La figura de

Marie, poco a poco, se esfuma.]

FERNANDO.- Son las 9:00, la puerta principal se abre.

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ROBERTO.- Marie está escondida entre los turistas. Un nuevo día del museo ha

comenzado.

FERNANDO.- 9:02; Marie se dirige a la tienda del museo.

ROBERTO.- 9:03; coloca la bolsa con disimulo sobre el mostrador.

FERNANDO.- Toma el obturador con el dedo índice y lo jala.

ROBERTO.- 9:04; tenemos un minuto y medio para huir con el penacho después de la

detonación.

FERNANDO.- ¿Y si a Marie le descubrieran la bomba?

ROBERTO.- ¿Y si Marie se hubiera acobardado?

FERNANDO.- ¿Y si Marie se hubiera arrepentido [Un sonido de percusión anuncia la

gran explosión y va en aumento durante la siguiente letanía.]

ROBERTO.- ¡Ya no hay miedo, la espera de toda la noche ha terminado!

FERNANDO.- No me importa si puedo perder a mi padre.

ROBERTO.- Puedo sacrificar mi libertad.

FERNANDO.- No me importa si pueden matarme.

La figura de Marie regresa.

ROBERTO.- No tengo miedo al dolor.

FERNANDO.- Podría desasirme de la arqueología.

ROBERTO.- Si por esta aventura pierdo a Marie, no me importa.

MARIE.- Aún sabiendo que arriesgo mi libertad, vale la pena.

FERNANDO.- Si fracaso y la gente me rechaza, no me interesa.

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ROBERTO.- Aún si México no comprende nuestro esfuerzo.

MARIE.- Aún si los niños no aprenden a amar su historia

FERNANDO.- Aún si las familias reniegan de nuestro proyecto.

ROBERTO.- Todo lo doy por bien perdido.

MARIE.- Todo lo doy por mis amores.

FERNANDO.- Todo lo doy por mi patria.

MARIE.- ¡Aléjate miedo, que me haces timorata!

ROBERTO.- ¡Mi esperanza me dice que México cambiará!

FERNANDO.- ¡Hay tanto que México debe hacer para alcanzar su historia!

MARIE.- ¡Europa está muerta, viva América!

ROBERTO.- No me importa haber vivido esta noche terrible.

FERNANDO.- ¡Dioses de piedra, estáis con nosotros o no sois dioses!

ROBERTO.- ¡Ya no tenemos miedo! ¡La espera de toda la noche ha terminado!

El estruendo de la bomba llega a su clímax; gritos y carreras llenan la sala.

En la cámara lenta Roberto y Fernando mueven el exhibidor; la luz estroboscópica nos permite ver cómo rompen el gran vidrio del exhibidor, y por primera vez vemos el Penacho de los Mexicas ¡Es lo más bello que hemos visto en la vida! Los dioses antiguos repiten su letanía en lenguas muertas. El guardia nocturno sonríe con ojos transidos de esperanza. La verdadera aventura de los tres incautos comienza en este instante. Fin de la obra. Oscuro instantáneo y telón.

15 al 27 de septiembre de 1980

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Filadelfia, Pensilvania - Villa Hermosa, Tabasco

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