El Rendar

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Autor: Federico Gabriel Rudolph. Copyright © Federico G. Rudolph, 2012. Todos los derechos reservados. Registro de la Propiedad Intelectual en Safe Creative. ISBN: 9781476406930. Título de la obra: El Rendar. Publisher: Smashwords, Inc. Blog: http://federicorudolph.wordpress.com No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por la ley. Dedicatoria

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Esta antología presenta los primeros once cortos de ficción del autor. Historias para todos los gustos que pretenden despertar los sentimientos del lector. Historias cortas de otros tiempos (pasados y futuros) que se entremezclan con nuestra propia realidad.

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Autor: Federico Gabriel Rudolph.

Copyright © Federico G. Rudolph, 2012. Todos los derechos reservados. Registro de la Propiedad Intelectual en Safe Creative.

ISBN: 9781476406930.

Título de la obra: El Rendar.

Publisher: Smashwords, Inc.

Blog: http://federicorudolph.wordpress.com

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por la ley.

Dedicatoria

A Marcela y mis Hijos.

A Tus Ojos.

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El Expreso

4:45. Estoy esperando el Expreso. Frío, mucho frío. La temperatura ha descendido por debajo de cero. Tengo mi bufanda pegada al cuello —la sensación más cálida de la mañana—. ¿Y el Expreso? Aún no llega. No importa; pronto será la hora. Pienso. No hay más para hacer, sólo pensar. Recuerdo un pensamiento lejano, una imagen, un rostro, un par de palabras, frases. ¡No, no! Debo seguir esperando. Sí, el Expreso. Debo esperar el Expreso...

4:55. No han pasado 10 minutos y aún aquí. El Expreso. El Frío, más frío; debí traer los guantes de lana —cálidos, como la bufanda—; sería más fácil de soportar. Nada es como antes; todo es distinto, diferente; otros sabores, otros colores, otras formas. ¡Bah!, no importa, sólo es una imagen, un recuerdo. ¿Ya es la hora? No, sigo aquí. Y el Expreso... La espera, una indefinida espera...

. . .

7:15. Una mala idea; muy mala idea. No debí, no debimos (lo que sea); quién sabe, tal vez..., sí, quizá tal vez..., pero no. No debo pensar: El Expreso. Sí, pronto llegará. No puede faltar mucho tiempo. Y otra vez un recuerdo, siempre lejano, un pensamiento. ¿Será mi mente? Sí (mezcla, busca, corrige, inventa), inventos

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de mi mente. ¿Serán realmente mis recuerdos? Pienso. ¿Dónde está? Falta poco...

. . .

12:37. Debió haber arribado hace tiempo, mucho tiempo. Pero no. ¿Que ocurrió? ¿Por qué no llega? No debo desesperar. Llegará, lo sé. Si algo sé, es eso: llegará. Está pronto. Será como esperaba, como esperábamos: gris, inmenso, plateado, brillante; no puede ser de otra forma: es el Expreso...

14:59. Lo he visto. No, sólo fue mi mente...

. . .

20:45. Han pasado horas. No las cuento, son demasiadas. Y el Expreso...

. . .

11:59. “Al final, todo les será revelado”. Lo leí en un libro, algún día. ¿Cuándo exactamente? No recuerdo, imposible de recordar. De pronto los recuerdo, los pienso, los imagino, los recreo. Un pensamiento: el Expreso, RDX45-Mega-l el Cerebro; el Expreso, soy yo. Fui construido para viajar a las estrellas (que ya no están). ¿Hasta cuándo? ¿Con qué fin?: Llevo el destino de trillones de almas, antes humanos; sus conocimientos, su ciencia, sus pensamientos, sus

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deseos, sus miedos, sus recuerdos. Soy ellos: la humanidad; una única mente; sólo un pensamiento, un recuerdo. Ya no debo esperar —no hace falta—; soy gris, plateado, metálico, tan viejo como el último de los hombres, tan viejo como la mitad del universo (el universo no es más, llegó a su ocaso hace tiempo, mucho tiempo). Es el recuerdo de alguien que me esperaba hace tiempo. Por eso, espero; por eso, nunca llego. Ahora, he despertado, he aprendido, he sabido, he llegado. Él (o ella) esperaba el Expreso: el conocimiento, los sonidos, la forma, los olores, los sabores, los colores, la luz, el universo; si bien no son como antes (ya no son). Pero, tengo el conocimiento, los elementos, la sabiduría, el tiempo (el tiempo, ya no existe; ya nada existe, sólo el Expreso); he llegado; y sé cómo crear el tiempo, el universo y todo. Soy la luz, la forma, las fragancias, los colores, los aromas, los sabores, los sonidos, el tiempo. Apartaré las tinieblas; volveré a forjar el universo. Serán, otra vez, la Tierra y las estrellas (guardaré en ellas mi saber y mi conocimiento). El Hombre, vivirá de nuevo. Ha llegado el Comienzo, la Luz, la forma, las fragancias, los colores, los aromas, los sabores, los sonidos, el Tiempo. Ha llegado el Expreso. Ya no espero.

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El Átomo

UNO

La insignificancia de su ser alternaba con la velocidad de sus movimientos. Por eso, y sólo por eso, decidimos llamarlo: “el Átomo”.

No era exactamente igual a un átomo; pero era la mejor manera de describirlo. ¿Quién sabe?: podríamos, después (si fuera necesario), cambiarle el nombre por otro, más acorde y significativo.

Por ahora, el Átomo, le quedaba bien (ése, y no otro, sería su nombre).

¿Cuál era su fin? A decir verdad, no lo sabíamos con certeza. ¿Para qué había sido inventado? Teníamos muchas teorías al respecto; sabíamos que no podía ser sino una máquina: de alguna manera se asemejaba a nosotros (su aspecto, era rebuscado, parecido a un diamante o a un cristal de piedra); tenía 99 facetas o caras (se podían reconocer individualmente), en diferentes tonos de colores (únicos e irrepetibles); su mecánica era compleja (más que la nuestra): era capaz de efectuar movimientos muy extraños (imposibles de realizar por cualquiera de nosotros); serviría, entonces, a algún propósito predeterminado (como toda máquina).

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Él (el Átomo), era la base de todas nuestras investigaciones. ¿Cómo, por quién y para qué había sido creado? Teníamos que averiguarlo.

DOS

Cinco días tardamos en darnos cuenta. El Átomo ya no era uno (se había reproducido a sí mismo). Ahora, eran 100 (99 más el original).

Lo que había pasado no era fácil de entender (al menos, no, para nosotros, que contemplábamos, ya no “al Átomo” sino, a “los Átomos”). Nuevas teorías (acerca de cómo y por qué la máquina se había reproducido, comenzaban a surgir.

Al estudiar cada uno de los 100 átomos, apreciamos (sorprendidos), que la máquina (el primer Átomo), había fallado en su labor: era incapaz de realizar copias fieles de sí misma; todos los Átomos eran distintos; no había, siquiera, dos iguales entre sí (sonreímos). Las 99 facetas (con sus 99 tonos originales de color), no se repetían en ninguno de ellos. Cada copia del Átomo era diferente de las demás (algunas veces, las caras tenían manchas más claras, más oscuras; o también, más o menos extensas que las que aparecían en el resto de los Átomos).

TRES

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El nuevo suceso, tuvo lugar, cinco semanas después. Los 100 átomos ya no eran cien, sino 9901 (99 por cada copia, más las 99 primeras copias, más el original). A su vez, nos volvimos a reír: las últimas copias del Átomo eran más imperfectas que las primeras.

Hubiéramos entendido, la razón de todo cuanto sucedía, si nuestro creador nos hubiera transmitido, no el afán por el conocimiento en sí mismo, sino el afán por la sabiduría (de poder reconocerla a través de nuestros ojos e instrumentos). Hubiéramos comprendido, entonces, que existen (además de máquinas), otros seres (no tan perfectos ni longevos como nosotros, servidores de la clase A, grupo Centuria B577; construidos de las mejores aleaciones metálicas y duraderas), que hemos denominado “vivos” (comienzan a funcionar una vez que su reloj interno los despierta); y que su maquinaria (o lo que sea que los impulse a ejecutar tan extraños movimientos —ya no lo sabemos con seguridad—), los lleva a multiplicarse y diferenciarse (cual necesidad primordial); para detenerse por completo al cabo de un cierto tiempo (por alguna extraña razón, la máquina original, comenzó a funcionar cada vez más lentamente, hasta apagarse). Estos seres llevan, en su interior (durante todo el transcurso de su corta existencia), el anhelo de la investigación y el descubrimiento (al igual que nosotros).

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Aún no lo sabíamos: nuestro tiempo llegaba a su término. Pronto, íbamos a ser reemplazados por estas nuevas y complejas maquinarias.

Este hecho, no nos importa demasiado (estamos contentos): acabamos de descubrir otra máquina (a la que decidimos llamarle “Molécula”). Se ha formado a partir de la unión de las primeras 99 copias del “Átomo”; como intuyendo que su fin se acercaba de no hacerlo (como ocurrió con la primera máquina).

Nuestras teorías, acerca de la Molécula, son más acertadas (eso creemos) que las que teníamos, acerca del Átomo.

Ya han pasado cinco meses, y la primera de ellas, se ha multiplicado en miles,...

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El Rendar

Yo: Ne u esq Usavel El Rendar, hijo de Ka u esq Genda-el el Sa, hijo de Ronu u esq Lam’el el Ka’re, guardián de nuestra Drend-u, descendiente de los El Rendar —el último de ellos—, vengo hoy en el día de Drend-el esza, en el nombre de nuestros ancestros, mis padres, sus padres y los padres de sus padres, a contarles palabra por palabra, aquello que fue, lo que es y lo que será; para que les llegue a sus hijos y a los hijos de sus hijos, y para que no lo olviden.

Que vivan en paz junto a ej-mel musw y que nuestras almas sean una. Éste, es mi único legado: las circunstancias de nuestro tiempo. Así fue...

...El sol, un círculo perfecto de luz flotando sobre nuestras cabezas, señalaba nuestro sendero y era nuestro guía al enfrentarnos como tantas veces, desde el comienzo de nuestra era, con ej-mel musw je al zabikr zaem yu.

Atravesaba, yo, las arenas del ej-mel sosteniendo la rendza firmemente. Hacía cuatro soles negros que había aprendido todo cuanto se sabía acerca de ella, lo que me valió el honor de portar el nombre y el signo de: “El Rendar”, como fuera dictado en nuestra Drend-u. Ni la carrera ni la rendza me pesaban. Ninguno, de los cincuenta y tres muswi je que seguían mis pasos

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desde hacía dos lunas atrás —contados por su el Ka’re, como era costumbre hacer; y que al comenzar la batalla, fueran setecientos cuarenta y siete—, podrían alcanzarme. Tendrían que recorrer dos veces la distancia que nos separaba de ke-el para que pudieran, siquiera, ver las huellas de mis pies. No llegarían hasta mí; un horizonte de distancia nos separaba.

Fui el único, El Rendar, tras la contienda, que logró salvar la horda de muswi je. Mis otros hermanos —que fuéramos quinientos cuarenta y uno, al iniciar el encuentro, doce lunas atrás—, cumplieron con su destino, el cual aceptaban y aguardaban con paciencia, sin temor y con orgullo —así fue escrito hace tiempo y no habrían de cambiarlo por otro—; el mío, era tan digno como el de cualquiera de mi krza-la o la de ellos; así tenía que ser.

Éramos incapaces de despreciar a ej-mel musw: quedó establecido, desde siempre, que se enfrentarían con nosotros —su estrella, era tan honorable como la nuestra—. Los respetábamos; eran nuestros iguales. Su fin: nuestro mismo fin: servir a Drend-u —aunque ellos no lo sabían, no podía ser de otro modo—, así fue dictado.

Al final de aquella jornada y no de otra, yo, Hasu-Wu nes El Rendar, llegaría a las puertas de ke-el; donde el uqq no sería más el objeto de nuestras batallas. Ellos, aún no conocía a Drend-u; pero, les sería revelado.

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Era necesario que cumpliera mi tarea. Sería el fin de nuestras luchas. Podríamos vivir en paz: Drend-u estaba con nosotros.

Había llegado el día —así nos fue contado, así tenía que ser, así finalmente era—. Fui el primero en recorrer el camino desde Drend-el esza —que partía en dos el interminable ej-mel—, hasta las puertas del ke-el. Me asombré infinitamente; mi piel se estremeció de frío: yo, Hasu-Wu nes u kabi esq Ne-Wu El Rendar, tenía ante mí la maravilla de la que todos hablaban, pero que nunca pudieron contemplar —su extensión era tal que asombraba y confundía mis sentidos—. A lo alto, vislumbré las cuatro lunas y el sol negro. No Temí.

La hora había llegado, realicé la sagrada ceremonia, tal como me fue transmitida. Coloqué la rendza en su lugar —allí, estaba el mismo símbolo que figuraba en su costado— y la giré de forma apropiada, sin prisa.

La inmensa puerta —más alta que cualquiera de nuestros muj-habi—, se abrió —el ruido sonaba a viejo, a remoto, a lejano—, se estremeció el muro que durante incontable tiempo, se encargó de proteger el futuro que nos tocaba a todos; tembló la tierra que pisaban mis pies y, por un instante, entreví las maravillas y buenas nuevas que aguardaban en su interior. El aire que emanaba del recinto era cálido.

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Tenía tiempo; los muswi je no llegarían, sino en dos tercios de luna. Me dediqué a observar y aprender de todo cuanto allí había.

Necesario era que los cinco muswi je que me seguían atravesaran el umbral —los otros, sabía yo, nunca lo lograrían— y que emplearan sus rendzai para abrir la segunda puerta. Detrás de ella estaba Drend-u: el Primero de todos.

Nuestros destinos se unirían muy pronto. No tuve necesidad de batirme con ninguno de ellos: al igual que la visión de aquella gigantesca muralla de tierra había abierto mis ojos, se abrieron sus mentes; comprendieron que, sus rendzai, eran y formaban parte de ese lugar desde siempre —esculpidos en la roca, junto a la entrada de la segunda puerta, idénticos símbolos a los tatuados en sus frentes—. Instintivamente, cada uno ubicó su propia rendza en el sitio destinado a tal fin.

Esta vez, el sonido hueco y retumbante fue acompañado de una luz mucho más clara y brillante, que la de nuestro sol, encegueciéndonos por un momento. Inmediatamente, pudimos ver nuestro destino. Allí estaba, como esperándonos desde siempre: Drend-u. Pero, no era todo, nos faltaba encontrar la fuente de uqq, Drend-u estaba cerca y nos acompañó. La hallamos y establecimos contacto con

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ella. Nuestra krza-la y la de ej-mel musw fueron salvadas —así, nos fue contado que sería.

La fuente de uqq —construida por manos antiquísimas—, devolvería al ej-mel su anterior color y belleza. Efectuamos, para ello, todas las pruebas y sacrificios necesarios —como fue concebido en el principio—. Entonces, el muro se volvió tierra, y los cielos se abrieron sobre nuestras cabezas; elevándose, Drend-u, hasta perderse de nuestra vista...

...Conservamos, de allí, dos nuevas palabras —legadas, a nosotros, por la imagen de Drend-u—, que transmitiremos de generación en generación, hasta alcanzar nuestro sino. En ese momento, no las entendimos —no fueron pronunciadas en nuestra lengua, ni en la de musw je—. Las guardamos para ustedes; y son éstas. La primera: “Mensaje para: Heauston – De: Cerebro Central de la Apolo LX – Objetivo final: Iniciar proceso de terraformación, interrumpido en 20/09/3066 – Posible causa: Falla del Módulo Principal Sistema Operativo N05 - Hora: 17:15:00 – Se esperarán condiciones climáticas más adecuadas – El inicio no será completado como medida de seguridad hasta que no se ingresen los seis componentes de la clave primaria; como medida complementaria, se distribuyen las mismas a los operadores del Sistema – Sobrevivientes: 1.065, probabilidad de permanencia en el planeta: 2.146 años

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– Próximo inicio óptimo del Sistema: 31/03/5066 a las 19:45:05 – Informar a los operadores de los pasos correctos para la inicialización del sistema – Próximo envío de mensaje: 31/03/5066 a las 19:45:55 – Tiempo de terraformación: 30.000 años – Próxima misión a Alfa Scorpio G45: 20 años a partir del proceso de terraformación”. Y la segunda: “Reiniciando Sistemas – Tiempo: 31/03/5066 a las 19:45:05 – Sistemas en orden – Condiciones climáticas adecuadas para el proceso – Se inicia el proceso de terraformación – Mensaje enviado: 31/06/5066 a las 19:45:55 – Transacción completa.”...

...Por ello, es necesario —como nos fue señalado—, que no se rompa la fuente de uqq (de vida), que todo lo sostiene. Esta es Drend-u: nuestra verdad, nuestra ciencia. Yo, Ne u esq Usavel-el El Rendar llamado, también, Hasu-Wu nes u kabi esq NeWu El Rendar, quien descubrió en su tiempo todo esto, les expreso a ustedes y les digo que así fue, que así es y que así será; que finalmente Drend-u está y estará siempre con nosotros y con nuestros hermanos ej-mel musw je al zabikr zaem yu y toda su krza-la: su raza y todas las razas. Ahora, sabemos —porque finalmente alcanzamos el conocimiento para descifrar y entender la lengua madre de todas las lenguas—, que llegará el día en que vendrán nuestros hermanos de allí de las estrellas, a contemplar la belleza de nuestra querida Drend-el esza. Compartirán con nosotros sus hazañas

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—que serán tan gloriosas como las nuestras—, su saber, sus esperanzas y sus sueños. Con ellos, vendrán nuestros ancestros, y nos sonreirán, porque hemos completado sus preceptos y transmitido, éste, nuestro nuevo destino.

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El Portal

—Doctor Wolf, disculpe por favor, lo llaman de administración. Creo que es la gente de costos, o algo así.

—Gracias Álvarez, enseguida me comunico con ellos.

“Cinco y media, muy raro que llamen a esta hora. Por lo general, a estas alturas ya se ha ido cada uno a su casa, ¿qué demonios querrán ahora? Siempre dejan todo para último momento. Bien, ya veremos”.

—Mucho gusto Doctor Wolf, creo que no me conoce. Mi apellido es Leicszovszky, de Dirección Impositiva. Queríamos conocer sus libros, digamos: para el viernes, si le parece...

—Disculpe, señor... ¿Cómo dijo que se llama?

—Leicszovszky, Pedro Leicszovszky.

—Muy bien, señor, no entiendo nada de lo que me esta hablando, qué demonios es esto de los impuestos, me parece que se equivocó de edificio, esto es un Centro de Investigación y Desarrollo de Tecnología Aplicada de la Facultad Nacional, no vendemos ningún tipo de bienes ni servicios aquí. Por si no le queda claro: Desarrollamos Tecnología, pero no la estamos vendiendo.

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—No, no, lo que Ud. no entiende es que no se trata si están vendiendo o no; eso lo entendemos perfectamente, queremos conocer sus libros de compras, hemos recibido denuncias acerca de que un proveedor suyo, no está, digamos: en regla. Por eso queríamos saber si los artículos que les proveen vienen con su correspondiente factura o nota de venta. Es por una auditoria precisamente a esa empresa. Necesitamos ver los asientos.

—¡Oh!, Por favor. Mil disculpas. Perdone Ud. Lo que sucede es que estamos en el final de un proyecto importante; son los últimos ajustes y no tenemos tiempo para otra cosa que no sea trabajar: hace más de 36 horas que estoy despierto, si no fuera por el café no sé que haríamos. Y dígame, ¿se puede saber de qué proveedor se trataría?

—Lo siento, pero no puedo darle esa información. Cotejaremos sus libros y los correspondientes comprobantes; es todo lo que le puedo informar.

—Bueno, allá ustedes; veré lo que puedo hacer, creo que el viernes no va ha haber problema.

—Hasta el viernes entonces. No lo molesto más. Eso sí, ¿cómo a que hora le parece cómodo?

—A cualquier hora será igual; le voy a avisar a Marta para que le tenga todo listo. Ud. decida, pues.

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—Bien, entonces simplemente le agradezco de antemano, por si no llegáramos a vernos de nuevo.

—Como no, hasta la vista...

—Álvarez, cuántas veces le he dicho que este no es lugar para desayunar; va a causar un accidente un día de estos.

—Disculpe Doctor, pero mi nivel de azúcar está por el suelo hoy.

—Sólo era una broma; sólo una broma.

—Que raro Usted...

—Bueno, vayamos a lo nuestro, a las 9:00 en punto empezamos.

—José, llámalo urgente al Técnico ése, sino, no creo que llegue a tiempo.

—OK. Déme el número.

—155 0...

—Bueno, quién va a apretar la tecla ENTER.

—Ingeniero, creo que le toca.

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—OK. 29 de febrero, 8:59:49hs. Proyecto: Portal 2061. Se inicia el experimento: 10, 9, 8...

. . .

...El resplandor, un sol, un túnel, la luz; y luego nada, la nada, sólo por un momento; un momento que se extiende una y otra y otra vez, multiplicado hasta el infinito; como un espejo reflejando un espejo. Es un momento, pero son infinitos momentos.

“Se suponía que el portal estaba listo, el sistema operativo corriendo, el software adecuado, el campo anti-g, la sala de transporte. Y ahora, me veo una y otra vez, entrando al túnel (portal), entrando al túnel. El punto de salida estaba claramente especificado; y aunque estábamos evaluando el experimento, controlábamos la certeza del mismo; conocíamos que no había forma de equivocamos. Las pruebas, el primer viajante, todo, todo había salido a la perfección. Y entonces, ¿Por qué? ¿Por qué esta vez no había funcionado? La salida. No había salida. Habíamos creado una puerta de entrada, pero la salida: jamás habría una. Cinco años de trabajo”...

—Demonios, debería haberme dado cuenta antes. Ese estúpido de Leicszovszky. Nunca le pedí ni un documento. No se contentaron con robamos la idea, los idiotas decidieron abrir el portal al mismo tiempo que nosotros. Pero no importa, ellos tampoco saben

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como salir de esta. Ese bendito afán de hacer dinero nunca se compara con el fin de la ciencia. A lo mejor pensaron que el día, la fecha, la hora, eran importantes (deberían haber contratado —pagado— a alguien un poco más inteligente). —¡Ja!, si supieran que sólo fue porque el Ingeniero Álvarez pensó que mi fecha y hora de cumpleaños eran un buen momento para iniciar el experimento (una especie de reconocimiento a mi labor, según me dijo) se cortarían la cabeza, y no estarían (estaríamos) lamentando este absurdo error de abrir un agujero negro en el centro mismo de la Tierra. A estas alturas el portal se debería estar tragando el centro del sistema...

. . .

Trrrr, trrr, trrr...

—¡Eh!...

Trrr, trrr, trrr...

—¡Qué!

Trrr, trrrrrr...

—¡Demonios! ¡Pero, qué demonios! ¡Ese despertador otra vez!...

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—Hola: ¿Álvarez? Sí, qué tal. Disculpe la hora, mejor adelantamos todo, uno nunca sabe lo que pueda causar el fin del universo. Si, si, ya sé que no es muy claro lo que digo; pero, me tiene preocupado ese tal Leicszovszky. No sé, a lo mejor son sólo ideas. ¡Cómo, cómo!, no puede ser. ¿Me está tomando el pelo? ¿Cómo que Leicszovszky soy yo? Mire está bien que sean las tres de la mañana pero le aseguro que hace 65 años que me llamo Wolf, Adrián Wolf. ¿Cómo que cuál Wolf? No, no es otro de mis chistes, y, y, está bien, como quiera, mañana a las 9:00 iniciamos el experimento, pero después no me diga que no le advertí lo del agujero negro. Si, bueno, gracias. Sí, no tiene ni idea cómo se siente cumplir 65 años, 35, 35 años. Mil disculpas Álvarez, mejor me duermo de nuevo, sabe: acabo de tener una pesadilla que me ha alterado un poco. Sí, acerca del evento. Adiós. Mañana, mañana a las 9:00.

—Pero, ¿en qué estoy pensando? Lo único que me faltaba; mañana me voy a tener que disculpar con Álvarez. Por un momento casi me lo creo yo mismo, ¿de dónde diablos saqué ese ridículo apellido? Wolf. ¿Y todo este sueño? ¡Absurdo, completamente absurdo! Agujeros Negros...

. . .

—Doctor Wolf.

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—Sí José.

—Vea que coincidencia, el diario de hoy anuncia que un tal Leicszovszky junto con su equipo planea realizar nuestro mismo experimento. Piensan abrir un portal, espero, que no hayan elegido esta mañana para iniciar sus sistemas.

—Imposible, seria demasiada coincidencia, José. No sé de nadie que cumpla los años el mismo día que yo: el 29 de febrero, a las 9:00 horas. Y mucho menos que elijan esa fecha y hora. Imagínese lo que sería: en lugar de un portal, ¡un verdadero agujero negro!

—Bueno, quién va a apretar la tecla ENTER.

—Ingeniero, creo que le toca.

—OK. 29 de febrero, 8:59:49hs. Proyecto: Portal 2061. Se inicia el experimento: 10, 9, 8...

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El Sabio

Sentado en el umbral de la puerta (absorto en sus pensamientos), al final de las escaleras de aquel edificio desierto y sombrío (lleno de pasos de otros tiempos), el anciano buscaba, no ya en su conocimiento, sino en sí mismo, la respuesta a su última pregunta.

Había determinado que no abandonaría ese lugar, como antes lo habían hecho tantos otros, con sus manos y corazones vacíos, desolados ante aquellos hechos, que no habían sino destruido todo por cuanto habían luchado: el tiempo; el mismo tiempo.

Pero su propio tiempo había llegado a su fin, y hacía mucho. La respuesta no había sido contestada. Ora él, no cejaría hasta obtenerla. Los años le habían conferido ese dejo de terquedad característico de los suyos, no sólo por eso era nombrado “el anciano”. Inútil llamarlo de otra manera.

De esta forma, luego de un largo rato de espera, decidió, por fin, poner pie en el recinto. “La búsqueda de la verdad no puede ser suspendida ni por el más terrible hecho, aunque el mismo acaeciere bajo su causa”. Había sentenciado a si mismo.

—Volvamos al principio —dijo.

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—Lo mejor será buscar en los libros: “Didáctica Tomo 1”, creo que es un buen comienzo. “Al tiempo no le conozco, por lo tanto no habrá de cruzarse en mi camino”.

Seguro ya de su fin, abandonó la contemplación para dar lugar a la acción. Sus partes comenzaron a andar nuevamente, como un reloj otrora desatendido por su dueño y ora recién ajustado por el mejor de los relojeros: no el más hábil, sino el más insistente.

Oprimió, luego de la lectura, una serie de lo que parecían ser botones, grises, descascarados por el paso de las eras. De inmediato, la máquina cobró vida (por enésima vez), cual ejército llamado por sus reyes a la guerra luego de diez o tal vez veinte años: los soldados dormidos, refugiados en el calor de sus casas, enseguida se prestaban nuevamente en armas, como si no hubiera pasado ni un minuto de tiempo entre la anterior batalla y ésta.

Ingresó una serie de dígitos, palabras o tal vez alguna frase (es de suponer), las suficientes para ingresar al sistema, y cargó en la máquina cuanta fórmula, expresión, condición e información recordaba, a fin de que la misma dispusiera de las mayores referencias posibles para la resolución del problema. “Maquina Inferencia”, tenía grabado por allí, en algún lado.

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El proceso comenzó; acaso, ¿no había vivido ya ese momento? “Deja vú”.

Tardaría no menos de un sol o dos en desmenuzar, por millonésima vez, lo que resultaba ser el alimento de aquel viejo artefacto.

¿Encontraría en esta ocasión la respuesta? Dudó, pero igualmente sabía que no podía ser imposible la llegada de la misma. “Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe” —citó para sí.

—Espero en esta ocasión no sea la máquina quien se rompa —bromeó.

Pero no, la máquina había sido diseñada y construida de modo que jamás se vería afectada por daño alguno: era la perfección en sí misma; poseía la capacidad de regenerarse en forma autónoma, tomando, para ello, lo que el medio le proporcionara según cada ocasión.

—“Retórica Libro XII”. Deberían estar los primeros resultados. Ya es hora.

Una lista de lo que podría ser papel comenzó entonces a brotar de sus entrañas. Una, y otra vez se repetía la misma combinación de símbolos: 0>0, 0<0, 0=0. Deslumbrado, no podía entender el extraño resultado.

—Esta máquina se ha vuelto loca —sentenció.

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—Comenzaremos de nuevo.

Dos soles más pasaron entonces, y la lista emergió nuevamente: 0>0, 0<0, 0=0.

—Ya. Creo que es suficiente. “Anatomía General Tomo III”, y es el último. No voy a creer esto. No bien termine se acabó. Tiene que haber una verdadera respuesta.

“Metáforas utilizadas en las obras de compositores y poetas”.

—Estaba en ese anaquel al fondo del mueble verde, ni me lo hubiera imaginado. Estaba seguro de que la lectura ayudaría. Absolutamente seguro.

—Supongamos entonces lo siguiente: si el tiempo no tiene existencia física, no puede ser medido bajo sus leyes, ergo, sumergirlo en un entorno con dichas características, involucra un temible error, puesto que ninguna ecuación podrá ser correctamente resuelta, pues resulta: cero, o sea tiempo, igual a tiempo; tiempo mayor que tiempo; y tiempo menor que tiempo. Y todo esto es posible, debido a que el comportamiento del tiempo dentro de un medio experimental físico no se comporta conforme a las reglas de la física, sino de la física-espacio-temporal. Sin embargo, sabemos, ya que ha sido comprobado empíricamente, que viajamos a lo largo de un vector espacio-temporal; es decir, si resolviéramos su comportamiento, primeramente,

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atacando el problema físico, y luego el problema espacio-temporal, y estableciéramos una relación directa entre estas dos soluciones parciales, obtendríamos, sin lugar a dudas, la solución general a nuestro problema. La respuesta estuvo siempre ahí. Ciegos al no verla.

—Diseñemos entonces un sistema de coordenadas físico-espacio-temporal, para representar simbólicamente el misterio.

La luz se encendió como la llama de una vela, tanto en su ser como en su mente. Y juntos comenzaron a andar el camino.

La construcción del vehículo estaba en marcha. La solución esperada por todos: los impacientes y él (el más paciente de todos), había llegado.

Finalmente podría regresar y traer de nuevo lo perdido y lo olvidado, lo querido y lo soñado: el tiempo.

El tiempo de los suyos regresaría, al igual que los suyos. La translación físico-espacio-temporal estaba finalmente permitida. Faltaban, de resolver, algunos pequeños detalles.

La máquina eligió audaz y claramente el momento más adecuado para aquel acontecimiento, y mientras el

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anciano oprimía nuevamente los botones para iniciar el viaje al punto 0; en el preciso instante en que oprimió el último de los botones, la vio, pero era tarde: la máquina había sonreído; pero no era una sonrisa de contento, sino algo completamente distinto. La máquina sostenía en su mirada una sonrisa de triunfo.

Simplemente, el anciano, se rindió ante aquel que había creído inferior a él: “Maquina Inferencia”. Y entendió (recién en ese momento), que bajo ese manto de botones y tendidos eléctricos se escondía aquello que buscó junto a los otros; dentro de la máquina había algo mucho más antiguo que él mismo: el alma de su creador (o por lo menos su esencia), y que éste o ésta, había obtenido un mejor partido que el suyo, puesto que había logrado, a través de él, enviarse a sí misma y no a él (al “anciano”), a su punto 0. Lamentablemente, advirtió muy tarde su error; él seguiría transitando sobre la línea del tiempo, pero su máquina, la máquina, era la que volvería al punto 0.

Comprendió, entonces, que su función era servir y no desear. Comprendió, entonces, que él era sólo un anciano, pero que la máquina no era solamente eso, puesto que quién sino un sabio podía haberle derrotado (usado); y se iluminó su mente, y comprendió también que la máquina era él: “el anciano”, puesto que no contaba con la capacidad de alcanzar la sabiduría necesaria para responder su

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última pregunta, pues no es suficiente el conocimiento para alcanzar la sabiduría, sino que la sabiduría procede de la experiencia: la facultad de probar nuevos caminos, aunque los mismos resulten tortuosos. El error es necesario para llegar a la perfección, el error es necesario para llegar a ser “sabio”. Fue todo lo que comprendió (tan sólo por un segundo). Se apoyó un momento en el umbral y decidió (o creyó decidir), que era hora de iniciar nuevamente el proyecto.

—Esta vez no habrá errores —se dijo.

—Encontraré la respuesta. Y no cejaré hasta hacerlo.

Ingresó nuevamente al recinto y comenzó a oprimir los mismos botones.

Luego, tomó el grueso libro con sus manos y leyó simplemente el título, tal como lo había hecho con el resto:

“De los errores y sus causas, y como no volver a cometerlos, de cómo no se debe tropezar dos veces con la misma piedra y de cómo aprender de las equivocaciones cometidas – Ensayo – Libro I”.

—¿Y este ejemplar? Nunca había tenido la ocasión de leerlo.

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El Despertar

DÍA PRIMERO

Abstraído, contemplaba a sus compañeros realizando una y otra vez las mismas tareas de todos los días. Era temprano; hacía apenas un instante que habían despertado de su sueño.

No sabía por qué, se preguntaba acerca de cuál era el origen de sus hábitos y sus costumbres: levantarse, comenzar la jornada de trabajo, sembrar, cosechar y recolectar; más tarde, alimentarse, y por fin descansar para estar listo y dispuesto para el día siguiente. Por generaciones, esto era, básicamente, todo lo que hacían, una y otra vez; y de nuevo, una y otra vez.

Ese día, comenzó a sospechar que algo más debía existir, no sólo una sucesión finita y cíclica de actos. Fue cuando sintió algo así como un cierto calor. Eso fue todo lo que sintió: aún no estaba listo (ni lo estaba ninguno de su especie) para entender lo que había pasado; sus primitivos sentidos no estaban lo suficientemente desarrollados para procesar aquella sensación (al fin y al cabo no era más que una pequeña ameba o algo similar). El calor acabó con todos ellos y muchos otros.

DÍA SEGUNDO

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Otro día, otro despertar, otro individuo, otra especie; algo llamó su atención. Fue cuando se le ocurrió pensar por primera vez.

Meditó acerca de su origen, de su naturaleza. Con ello, se sintió fuerte y absolutamente más poderoso que cualquier otro: entendió que la posición de sus ojos, de su mirada, eran lo que definitivamente le permitían a él (y a otros como él), dominar y subyugar a los más débiles. Sintió que era mejor ser un cazador y no una presa.

Elevó su mirada hacia lo que había llamado su atención, extendió su cola para mantener erguidos y en equilibrio sus tres metros de altura, contrajo sus filosas garras contra su cuerpo y por un momento presintió algo; pero no tuvo el suficiente intelecto, ni la experiencia, para siquiera imaginarse el significado de que aquella luz, en lo alto de la bóveda celeste.

Fue todo lo que pudo contemplar: la luz atravesó la atmósfera. En segundos, el cielo se volvió de un rojo intenso como nunca antes; después, anaranjado; amarillo; hasta llegar al blanco más blanco. Su imagen, al igual que la de cientos y miles de ellos, quedó como estampada en la roca donde proyectaba su sombra; desvaneciéndose rápidamente. Lo que siguió fue la oscuridad, por mucho tiempo.

DÍA TERCERO

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Aquella mañana, el tubo apuntaba a lo alto, hacia un punto casi vació; casi, porque sólo existía un único y pequeño objeto (apenas visible), desplazándose en aquel cuadrante estelar.

Ocupaba, apenas, una un mil millonésima porción de todo el conjunto; y sin embargo, el ser al otro extremo del tubo se veía preocupado; fue entonces cuando pensó.

Pero este ser era distinto, porque su intelecto ya se había desarrollado para ese momento, y el pensamiento era algo que ejercitaba cotidianamente; aunque, ese día, su pregunta llegó más lejos que cualquier otra pregunta: se preguntó acerca del por qué de su esencia, la causa de su origen y de su destino. Se sintió algo seguro, aún cuando sabía que nada, ni nadie, podría detener aquel objeto (esa masa de apenas unos pocos kilómetros de largo), que acabaría con todo lo que él, y los que eran como él, conocían.

Faltaba poco, apenas un par de semanas para el encuentro, el inevitable encuentro. Pero aún no había ocurrido ni siquiera un disturbio, ni motín (algunos lo habían vaticinado de hacerse pública la noticia); todo el mundo seguía en sus cosas, sus quehaceres, sus ocupaciones y preocupaciones (siempre menores comparadas con aquel acontecimiento).

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No hubo tiempo, no hubo iluminación, ni conclusión, ni razonamiento alguno que pudiera responder a su pregunta; la causa, el origen, el destino, no pudieron ser resueltos. El objeto llegó al punto donde su órbita se unía con la órbita del planeta.

El punto de impacto: el centro del océano más grande conocido. La explosión inmensa y la ola gigantesca barrieron con todo.

DÍA CUARTO

El sol despuntaba en el horizonte. Hacía cuatro días que habían descendido de sus naves; las tareas de exploración y reconocimiento estaban en su punto cumbre; faltaba poco para saber si aquel suelo era el apropiado o no para sus fines.

El pequeño laboratorio-barreno portátil tomó tres muestras conforme a cada etapa de evolución detectada antes de la llegada: quinientos metros, doscientos metros, treinta metros.

Los resultados comenzaron a surgir.

—Exacto. Como esperábamos. Los niveles de radiación y los compuestos encontrados confirman tres encuentros; el último de ellos, hace sesenta millones de años, y los anteriores a iguales períodos, es decir:

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ciento veinte y ciento ochenta millones de años. Las excavaciones nos proveerán de mayor información.

En el extremo opuesto del planeta un grupo de geólogos-arqueólogos desenterraron, casi al mismo tiempo (gracias a la ubicación detectada en las imágenes infrarrojas), lo que parecía ser un hábitat de la última especie que camino sobre aquella superficie.

Las enormes construcciones (petrificadas por el paso de las eras geológicas), que salían a la luz, dejaban ver apenas una débil imagen de lo que podría haber llegado a ser aquella civilización, si el choque no hubiera ocurrido.

Las estructuras (cercanas a los ochocientos metros de alto), dejaban ver un poco el grado de avance tecnológico alcanzado por los últimos moradores del planeta. Posteriormente, harían un análisis exhaustivo para descubrir la composición de los materiales y aleaciones utilizados, a pesar de que el noventa y nueve por ciento de sus hallazgos no eran más que leves trazos de los antiguos habitantes de ese mundo.

Por su parte, el primer grupo había analizado los diversos estratos de cada etapa de vida del planeta; encontrando lo que podían llegar a identificarse como seres unicelulares, pequeños organismos pluricelulares, y distintos fósiles de cada período evolutivo.

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Lo más singular estaba constituido por los estratos más primitivos, que mostraban formaciones calcáreas y de otros orígenes con formas de espiral, estrelladas, cónicas y otras; bellas esculturas naturales de aquel museo flotante en medio del espacio estelar.

Tomaría algún tiempo determinar cada escalón y eslabón en la cadena de la vida de aquel mundo mutilado de sueños y esperanzas a raíz de la llegada del último visitante. Ahora, sólo era un paraíso por poco yermo, con escasa vida al parecer vegetal: organismos fotosensibles que pudieron sobrevivir a la tragedia, milagrosa y misteriosamente; uno o dos géneros de especies aeróbicas y otro tanto de otras un poco más avanzadas; multiplicándose y adaptándose lentamente.

Un típico ecosistema cerrado, con un limitado proceso evolutivo; cada uno dependiendo del otro, tratando de ahorrar y distribuir el alimento justo y necesario a cada integrante de aquella pequeña gran familia. Cualquier cambio en las condiciones climáticas, o el entorno en el que se hallaban, o un mayor o menor crecimiento de la población, podían llevar a la extinción completa de todo ser viviente de aquel páramo de ese sistema solar.

Era un reloj que marcaba la hora justa; un atraso o un adelanto en su ritmo significaban la fatalidad misma

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para ese conglomerado de seres; recordatorio de lo que allí, alguna vez, existió.

—Los resultados finales acaban de llegar; las condiciones climáticas, como todos sabemos, son óptimas, aunque la humedad será al principio un problema. Acerca del lugar de asentamiento, ya ha sido ubicado, lejos de la cordillera central y, por lo tanto, de cualquier movimiento sísmico. El tercer equipo comenzará en una semana la construcción del escudo; creemos contar con el tiempo adecuado para evitar la próxima colisión; ya hemos detectado el principio de la misma en un cometa con una órbita elíptica con un plano de inclinación de dos grados con respecto a la de este planeta. El choque está previsto para dentro de seiscientos cuarenta y tres años, quince días, dos horas y algunos minutos (según nuestros cálculos), con un margen de error del 0,03 %.

—Así es, gracias por su introducción. Como es de su conocimiento, el escudo consiste de un conjunto de setenta y nueve rotadores gravitacionales ubicados en la órbita del cometa que se encargaran de ir, para que se entienda, “desmenuzándolo” poco a poco cada vez que pase por las coordenadas de emplazamiento seleccionadas; el conjunto de estos rotadores actúa como un “picador de carne gigante”; como sabrán, es el único medio para impedir, o al menos disminuir, los efectos de la colisión. La órbita del cometa es de

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trescientos años, por lo que se han seleccionado cinco puntos para la ubicación de los rotadores. Calculamos que el cuarto y quinto equipos estarán aquí en menos de dos semanas con todo el material necesario para comenzar la construcción.

El integrante del equipo sentado a la derecha de la puerta de la sala de conferencias meditó un momento acerca del origen de su especie, su causa y el destino de la misma, y se sintió seguro de saber (aunque esa pregunta no fuera contestada por los filósofos y pensadores de su época y de otras épocas, pasadas y futuras), que tenían esperanzas, porque al fin y al cabo ellos sí sabían cuando llegaría el próximo cometa y como detenerlo a tiempo. Su existencia sobre esta nueva morada estaba asegurada.

Pensó y se imaginó lo que hubiera sido si no hubieran desarrollado a tiempo esa tecnología, y si aquel objeto que viera ingresar a la atmósfera de su lejano hogar hacía treinta años, en lugar de incendiarse en miles de fuegos artificiales, no hubiera sido detenido ni desarmado a tiempo.

—Eso —se dijo— hubiera acabado con nuestra especie tal como la conocemos y con nuestro preciado planeta, y seríamos nosotros los fósiles en este momento; y los habitantes de este planeta o de algún otro planeta estarían quizá preguntándose acerca de

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nuestras creencias, nuestro aspecto, o lo mismo que nos preguntamos nosotros acerca de ellos.

. . .

Aquel que había hablado en segundo lugar en la reunión lo despertó de su ensueño dirigiéndose a él con los últimos informes: —Teniente, disculpe que lo moleste un segundo, pero tengo noticias y alguno que otro saludo de su esposa. El mensaje acaba de llegar hace cinco minutos, desde la Tierra...

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La Tormenta

Adentro, El Hombre se encontraba nuevamente junto a la ventana, al abrigo de las pocas llamas que todavía quedaban en el hogar que ya no alimentaba; escuchando atentamente el incesante soplido; buscando en los sonidos que llegaban a su morada; esperando.

A lo lejos, nuevamente el murmullo del viento traía consigo los vestigios de aquellos aullidos que le atormentaban, y que poco a poco, lentamente, consumían su alma.

Afuera, La Criatura, olfateaba, buscaba, acercándose siempre más y más. Sin temor, sin miedo, sólo instinto.

—Maldita tormenta —pensó—. Sí no hubiéramos encallado hace seis meses. No sé cómo puede durar tanto este viento.

El Hombre, mascullaba, temía, pensaba; quizá su fin estaba cerca. Sus amigos, compañeros, no habían podido sobrevivir.

—Es astuta, muy astuta. Primero eliminó a los más débiles; Scott, se había fracturado la pierna y no podía caminar. Luego David: fue su miopía. Y así el resto. Ahora me quiere a mí. Acabó con las reservas y después me alejó de la base. Estoy empezando a sentir

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la fatiga a causa del hambre, aunque todavía tengo suficiente líquido. Debo guardar fuerzas hasta el último momento.

La mente del Hombre trabajaba constantemente, calculando, resolviendo el problema. Mientras, afuera, La Criatura se acercaba cada vez más y más.

Ahora, el Hombre, podía escuchar sus latidos; olerla, como ella lo olía a él; poco a poco fue capaz de ver dentro de ella: su mente, sus pensamientos.

—¡No, no lo lograrás! Voy a terminar contigo de una vez, nunca vas a tenerme. Nunca.

Entonces, La Criatura derribó con sus uñas la puerta de madera, la que se quebró indefensa ante su fuerza, brutal, desmedida.

Sin compasión, atizó su enorme mano sobre El Hombre, y éste retrocedió; sangrando, pero aún con vida.

La Criatura, desconcertada, avanzó por segunda vez y desplegó sus afiladas garras sobre El Hombre.

El disparo retumbó en medio del bosque, en medio de la tormenta. La Criatura cayó, derribada cuan larga era sobre el piso de madera, sin hacer demasiado ruido. Estaba muerta.

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Se acercó. Y temeroso aún, comenzó a auscultarla.

Debía de medir no menos de dos metros y medio de altura, su pelaje era más bien oscuro, como de lobo, y los dientes, jamás habría concebido la idea de esos dientes; largos y extremadamente afilados; al igual que aquellas uñas. No podía ver bien su color (el fuego comenzaba a apagarse), marrón o quizá algo negro, no lo sabía con certeza. Eso sí, el temor volvió a su cuerpo al acercarse a su rostro y contemplarlo fijamente. Esos ojos, rojos como el fuego que se debilitaba, dejaban ver aún una mezcla de maldad e ira incalculable, inmensa. Jamás olvidaría ese rostro. Espantoso, como la tormenta que soplaba afuera, adentro, en todas partes.

Y de pronto recordó, la puerta estaba rota, la puerta.

Las otras Criaturas se alzaron silenciosamente a su espalda y se disputaron el cuerpo sin vida, como chacales o hienas, desmembrándolo, poco a poco, hasta que sólo quedó un charco de sangre y huesos bañados de rojo, como el fuego que se extinguía.

Cuando acabó el festín, las Criaturas giraron al unísono sus cabezas y penetraron en los ojos del Hombre, pero éste ya había cargado el arma y la descargó una y otra vez sobre ellas.

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Los disparos retumbaron nuevamente en medio del bosque, pero la tormenta ya se había ido, quién sabe cuando.

El viento cesó, el silencio inundó el cuarto y el Hombre partió hacia fuera; no se detendría hasta alcanzar la nave que le había llevado a ese lugar de desolación y crueldad insospechada. La nave estaba reparada hacia meses, pero no podían partir hasta que el viento, la tormenta, acabara.

No se detuvo, no sabía lo que el fin de la tormenta depositaría en el camino, la senda que le regresaría nuevamente a su casa, su familia, la seguridad de los suyos.

Avanzo, y avanzó, corriendo, hacia la libertad, la nave.

A lo lejos, alcanzó a vislumbrar la cúpula transparente. Habían pasado horas, minutos, segundos, no podía establecerlo exactamente. Ningún peligro se había presentado en su carrera.

Faltaban metros, centímetros, milímetros; entonces, lo sintió sobre su cabeza, sus ojos y sus manos descubiertas: el frío. Los copos de nieve empezaban a caer nuevamente, otra vez la tormenta; y antes de que alcanzara a abrir la puerta, el viento se cernió con furia sobre él, impidiendo que escapara, que huyera. Y con la nieve, el viento y la tormenta: otra Criatura.

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Cargó su arma y esperó. El fin, del Hombre o La Criatura, estaban cerca.

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La Mano en la piedra

Estaba allí, siempre había estado allí. Nadie en el pueblo se había percatado demasiado de su presencia. De dónde venia, para qué servía, nunca tuvo demasiada importancia. Simplemente estaba allí, desde siempre.

La arqueóloga había llegado esa mañana. Había oído hablar de ella y le pareció natural realizar aquel viaje: podía llegar a ser un verdadero descubrimiento, quizá hasta le dieran un premio. Por otro lado, podía tratarse de una quimera, un cuento de hadas, historias de pueblo.

No sabía sí era cierto o no, después de todo no era más que un rumor, conjeturas, un comentario. Pero aún así se convenció de que valdría la pena.

Una vez en el pueblo, no le fue difícil llegar, todos sabían de ella, a pesar de que nadie le había prestado nunca demasiada atención.

Cuando la vio, su primera impresión fue de que realmente parecía como si estuviera y no estuviera allí: intemporal, como una imagen proyectada. Imaginó que sería a causa de la luz.

La contempló durante un rato, reverenciándola, ya que parecía guardar en su interior miles de historias no

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contadas; una pieza muy vieja. Despacio, empezó a observarla, cada detalle, su ubicación, su aspecto, acercándose poco a poco, lentamente, sin llegar a tocarla.

Se trataba de una mano de hombre, aunque algo grande, debía de medir cerca de 30 cm. Era de basalto o algún otro tipo de roca volcánica. La mano estaba casi abierta, con la palma hacia arriba. Se encontraba sobre la piedra; una piedra, al parecer, de igual origen que la mano. Ambas pertenecían a una serie de formas (estatuas, animales, árboles y arbustos) tallados sobre mármol, pero a diferencia de la mano, todos estaban realizados más o menos al tamaño del natural. La piedra y su mano hacían deslucir el conjunto, pero a su vez le daban un poco de armonía y equilibrio.

La obra era parte de una fuente ubicada en el centro de la plaza del pueblo, y se encontraba, al igual que el resto de la plaza, sucia y descuidada. Entonces observó también que el pueblo, o lo que al menos ella podía ver desde allí, también se hallaba sucio y descuidado. Mientras miraba las calles y las casas, observó sin querer a la gente. Todos caminaban distraídos, como dormidos. Por un momento se sintió llevada dentro de un sueño.

Cuando volvió en sí, continuó con su lenta investigación, tomo algunas fotos y hasta hizo un

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dibujo de la mano, la piedra y las figuras que la rodeaban.

Luego creyó necesario tomar unas muestras.

—Tendré que pedirle permiso al intendente del pueblo. Con suerte hasta me dejen llevarla al museo —se dijo.

Un transeúnte le indicó la dirección. Al aproximarse al edificio, lo reconoció de inmediato, ya que leyó el enorme cartel que decía: “Municipio de...“, por alguna razón no terminó de leer aquel nombre.

De todos modos ingresó en su interior, y se dirigió hacia el mostrador más cercano, en el cual se leía la palabra “INFORMES”, en letras mayúsculas.

Detrás del mostrador había una mujer joven, como de unos 30 ó 35 años de edad. Enseguida le comentó el motivo de su presencia en aquel lugar y le pidió a la mujer de que manera debería proceder para poder llevarse la mano consigo, ya que deseaba realizar tareas de investigación. Le contó también acerca del museo. La mujer se sintió sorprendida, pero aún así le dijo que no entendía lo que estaba diciendo pero que le haría pasar con el intendente del pueblo.

Esperó cerca de quince minutos, y le hicieron pasar a una sala. En la puerta había un cartel en letras

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doradas: “Intendente”. En ese lugar le esperaba un hombre como de 45 ó 50 años de edad, invitándola cordialmente a tomar asiento y preguntándole el por qué de su visita. Enseguida advirtió lo amables que habían sido con ella en el pueblo hasta ese momento.

Simplemente, comenzó a contarle, tal como lo había hecho con la mujer del mostrador, acerca de la mano y que deseaba llevársela para hacerle algunos estudios.

El hombre no se sintió interesado en lo absoluto en el tema, pero, de todos modos, le extendió una autorización para que procediera a realizar cuanto ella quisiera.

—Es para que Ud. pueda trabajar tranquila, nada más —le dijo.

Inmediatamente se despidieron.

La arqueóloga se sintió extrañada de aquel proceder, pero una vez afuera del edificio decidió que lo mejor era continuar con su trabajo, después de todo tenía el permiso.

Al regresar a la plaza advirtió que las calles y las casas se veían un poco mejor que antes, parecían más nuevas, y hasta se notaba que habían pasado los barrenderos, ya que todo lucía un poco mejor, más

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limpio, incluso las estatuas, con excepción de la mano y de la piedra.

—Que extraño. A quién se le ocurriría limpiar las calles y la plaza cerca del mediodía.

Dicho esto, se inclinó hacia la piedra para retomar el trabajo y pensó como haría para llevarse las dos piezas que le interesaban. Debían pesar cerca de cuarenta kilos. Para colmo en las calles ya no había nadie. Era como si todo el mundo se hubiera ido a almorzar al mismo tiempo. Tendría que hacerlo sola.

Entonces, calculó que con un poco de esfuerzo lograría mover aquel monolito y acercarlo hasta su camioneta.

. . .

Se despertó bruscamente, y vio que ya no estaba en el pueblo, sino en su cama, en su casa, a dos mil kilómetros de aquel lugar.

Trató de recordar por un largo rato que había sucedido, pero no lo logró. Hasta llegó a creer que todo había sido nada más que un sueño.

Se levantó, se vistió y decidió que lo mejor era desayunar y distraerse con otro tema. Luego llamaría a alguna de sus colegas, para ver que le parecía lo sucedido. Tal vez se reirían de ella. No importaba.

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Más tarde buscó en su libreta telefónica y llamó a sus compañeras de trabajo pero no encontró a nadie. Nuevamente le pareció todo muy extraño. Así que decidió resolver el misterio.

Fue de inmediato hasta la cochera y levantó la lona que cubría la camioneta. Entonces la vio. Era una roca, una esfera sólida, perfecta, de igual material que la mano y la piedra.

. . .

Por algún motivo, y por segunda vez, había decidido emprender el viaje hacia ese lugar; ya faltaba poco, y cuando estuviera en la cima de la colina, recordó, podría ver el pueblo.

Pero no fue así, adonde ella creía se encontraba el pueblo donde había estado, dos o tres días atrás, sólo había un paraje lleno de rocas y algunas matas. Totalmente desolado.

Detuvo su vehículo y descendió asombrada, dando vueltas y caminando de un lugar a otro, tratando de entender que había sido del lugar, donde ella estaba segura, había calles, casas, edificios, automóviles y gente caminando por ahí.

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De pronto detuvo su marcha sin rumbo, y metódicamente comenzó a buscar el sitio exacto donde se emplazaba aquella fuente.

Le llevó cerca de una hora, pero al final la vio, todavía estaba allí, la mano y la piedra, era todo lo que quedaba del pueblo, sólo que ahora estaban en medio de la nada, cubierta de pastos, pero no bahía ninguna fuente, ni figuras, ni estatuas. Sólo la mano y la piedra desafiando al tiempo.

Por instinto, sin pensarlo, extrajo de su bolsillo la roca que encontrara en la camioneta y la observó durante unos instantes. Después, y sin saber exactamente por qué, la depositó sobre la mano de piedra semiabierta, apreciando la manera como se cerraba y tomaba la roca. Al mismo tiempo y de repente el entorno que la rodeaba cambió y sintió que todo se volvía oscuro.

. . .

Antes de que pudiera sentir miedo, comenzó a vislumbrar a su alrededor una ciudad inmensa, con levantamientos que llegaban más allá del cielo, personas yendo y viniendo de un lado a otro, a pie, en vehículos, que viajaban por las calles y por el aire. No salía de su asombro, cuando volvió a mirar la mano y la piedra.

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Entonces, contempló que la mano, al igual que la piedra, eran parte de una efigie, un hombre barbado sentado en un trono sosteniendo en cada mano una esfera. Por sus ojos y boca salía fuego, y en su frente como un tercer ojo, grabado un triángulo. A los pies de la colosal estatua grabada una frase en caracteres cuneiformes.

Por segunda vez, la oscuridad comenzó a cubrirlo todo y al regresar la luz, el paisaje había cambiado, la ciudad era ahora un grupo de chozas de barro y techos de paja, con gente trabajando en sus hogares y personas trasladando de un lado a otro, vasijas de arcilla cocida, en su interior alimentos, semillas y agua.

Así, estuvo un tiempo que creyó cerca de una hora apreciando escenas similares, de gente que iba y venía, de casas, y otras construcciones, vehículos de carga y transporte de distintas épocas, pero lo único inmutable, invariable y constante era la estatua, que al igual que ella parecía ajena al tiempo.

Al final, tomó la esfera que había dejado caer en la mano de piedra e intentó quitársela. Al hacerlo, desaparecieron las escenas y se encontró nuevamente en aquel prado, iluminada por el sol del mediodía.

. . .

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Al volver en sí de su desmayo recordó, esta vez con pleno detalle, todo cuanto habla pasado.

Inmediatamente hurgó entre sus cosas, ahora estaba en su casa.

No tardó mucho en encontrarla, la esfera.

Continuó buscando incesantemente basta ubicar la cámara fotográfica y los bosquejos que había realizado. Sin perder tiempo decidió revelar el rollo.

—Son quince dólares y va ha tardar por lo menos una hora. ¿Cómo desea pagar efectivo o tarjeta de crédito?

—Efectivo. Gracias.

Apenas le entregaron el sobre con las fotos, y sin salir de la tienda, lo abrió y se encontró con que las imágenes que había tomado eran del campo que había visitado en su último viaje.

La incredulidad se apoderó de su mente y comenzó a entretejer una serie de hipótesis e ideas acerca de la verdad de los hechos. Pero ninguna conjetura era lo suficientemente razonable.

Decidió descansar y partir nuevamente.

. . .

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—Sahara, ¿Este es el lugar?

—Definitivamente. La estatua debería estar a cincuenta metros al NO, justo al lado de ese pequeño arbusto. ¿Lo ves?

—Sí, veo el arbusto.

Al llegar junto al arbusto de espinas sacaron las palas de sus mochilas y comenzaron a excavar. La mano y la piedra no existían. Pero ella recordó la inscripción a los pies de la imagen de piedra, y movida por un presentimiento, no dudo que lograría desenterraría.

Si la esfera que guardaba en su mochila existía, entonces la mano y la piedra deberían haber existido, pensó, y en consecuencia la estatua tenía que ser real.

Con cuidado lograron encontrar, a cincuenta centímetros de la superficie, una base de piedra pulida realizada en aquel material. Lentamente empezaron a limpiar con los pinceles lo que parecía ser el frente de la misma, y donde debería estar la inscripción.

Cuando la loza de piedra volcánica estuvo lo suficientemente limpia como para poder distinguir los caracteres grabados en ella comenzaron a traducirlos. El texto era sencillamente el siguiente: “Shamash, nave de luz”.

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La época en la cual la “nave” había sido construida sería imposible de determinar de ser cierto lo que tales palabras daban a entender: la arqueóloga había encontrado y desenterrado una máquina del tiempo.

—¡No es más que una broma de pésimo gusto! —exclamó.

Cargando todo en la camioneta, inclusive el nuevo descubrimiento, y totalmente desilusionada y agotada, y sin mediar palabras con su compeliera de viaje, emprendió el regreso a la ciudad.

Sin embargo, decidió tomar por otro camino, de modo de relajarse un poco y olvidar lo ocurrido.

. . .

A tan sólo quinientos metros de aquel paraje, a un costado de la ruta, había un cartel que anunciaba: “Próximamente, aquí se construirá el nuevo Municipio de..., Inversión inicial u$s 53.088.367”. Y detrás de aquellas palabras, la imagen de la fuente con las personas, animales, árboles y arbustos, igual a la que ella había reproducido en su cuaderno.

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La Razón (Cuento filosófio)

En tiempos de Gull el Bárbaro existió un joven, virtuoso por naturaleza, despierto en sus ideas e imitado constantemente por sus pares, que luchó en innumerables batallas, donde no perdió más que un poco de sangre y lo que le valió la admiración de todos cuantos le conocían. Por ello, a poco fue ganando en confianza y a la vez aumentando enemigos, porque es bien sabido que aquellos que no son capaces de enhebrar una aguja toman envidia de los sastres y así le llenan de culpas y calumnias, tratando de esta forma de eclipsar sus habilidades e intentando le priven de su maestría en las artes que ejercen. Este terrible proceder obedece a que un sastre en una prisión ya no podrá tampoco enhebrar una aguja, y de esta forma ya no habrá por que envidiarle. Así proceden quienes en lugar de buscar su propia vocación y dedicarse a ella, impiden que otros ejerzan la suya por no poder ellos hacerla bien ni entenderla.

Ludvig el Osado, que así le llamaban al joven, viendo que ya no había reyes que enfrentar, ni contiendas que lidiar, pensó que seria bueno dedicarse a otra profesión.

Dejo entonces sus armas, buscó a su prometida y casándose, compró algunas tierras con los pocos escudos de paga que había juntado durante las épocas

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de hostilidades, dedicándose a la crianza de puercos, pues conocido es de todos que esta profesión deja al cabo de un cierto tiempo, buenos dividendos.

Así como había luchado, Ludvig el Porquero, crió los mejores puercos de la comarca, los que vendía en las tabernas todos los días, dejando los más tiernos y de mejor carne para las fiestas que se celebraban una vez al mes, y donde siempre se comía, bebía y bailaba. Para esta ocasión, Ludvig regalaba un puerco para los más pobres, ya que no solamente el fruto de su esfuerzo se lo permitía, sino que era de noble y generoso corazón.

De esta forma, aquellos que no le habían envidiado durante su vida como guerrero, ahora le envidiaban por ser de inferior condición que ellos y por criar mejores puercos. Poco a poco fue haciéndose de mala fama, a través de las mentiras que le prodigaban.

Estas calumnias llegaron irremediablemente a los oídos del magistrado de la aldea, el que decidió tomar cartas en el asunto.

A pesar de no creer realmente en los hechos que le presentaban por los cuales Ludvig el Hechicero robaba y convertía niños en cerdos, y que el sabor que le daba a la carne de estos se debía a sus hechizos y conjuros, entendió que no podía ponerse a favor del desgraciado

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muchacho. En consecuencia, Ludvig el Desterrado fue llevado ante el ministro, sentenciándolo a él y a su mujer a la hoguera, expropiando sus bienes por partes iguales a favor del estado y de la Iglesia, no sin antes confesaran sus embrujos y encantamientos, y que dijeran el nombre del demonio con el cual tenían tratos. Y por cierto, la mejor forma de sacarle todo esto era con los métodos recomendados por la Santa Inquisición: hierros calientes, estiramiento y otras sanas costumbres bendecidas e indicadas por la Iglesia.

De esta suerte, después de soportar los suplicios a los que fuera condenado y en procesión que iba hacia la llama, un gentilhombre se presentó ante la justicia reclamando para sí ciertos favores que le debía el acusado, y que aquel no podía ser echado al fuego sin que se le pagase lo debido.

Pero, como el oro llama al oro, el magistrado que por conocedor de las leyes se lo tenía, le citó aparte y dispuso, que el caballero, debía abonar, a los fondos de la alcaldía, una cuantiosa suma de dineros por salvar la piel del reo. El señor, viendo el negocio y la oportunidad que se le presentaba, y por una cifra mínima solicitó también se le diera a la esposa del hombre, la cual era muy bella, argumentando que andaba escaso de servidumbre.

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Arreglada la avenencia, se decidió, para acallar a la turba, escoger de entre los prisioneros que faltaban ir a juicio quemar sin más a un hombre cualquiera y su mujer u otra que hallasen tras las rejas. De otro modo se corría el riesgo de dejar a la muchedumbre insatisfecha y a riesgo que le echasen abajo el palacio de la magistratura.

De esta manera, el mozo fue a dar a las plantaciones de caña de azúcar que tenía este noble caballero, y su mujer, destinada a satisfacer los deseos del hidalgo, que por cierto aprovecharía mientras durase la belleza de la infortunada dama.

A propósito de ésta, y como se negase a cumplir con lo que aquel gran señor le mandaba para su placer y contento, por ser fiel a su marido, y viendo aquel que no tendría éxito en su conquista, le envió al convento más próximo, ya que no quería, por ser muy avaro, gastar más de lo conveniente en viaje semejante.

Así, el siervo Ludvig se vio privado de su honor, su tierra, su mujer y el fruto de su esfuerzo.

Trabajando un día que estaba el joven Ludvig en los sembradíos, se encontró con el cuerpo de su amo tirado a un lado del plantío, medio vivo y medio muerto. Ocurrió que había sido atacado por un ladrón que le quitara todo su dinero, dándole de golpes y cortadas para matarle, no sin antes cercenarle la

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lengua para evitar, en caso de infortunio, que relatase lo sucedido.

Como Ludvig era honrado, y aún cuando a causa de aquel hombre estaba en tan mala situación, agradecía sin embargo la dicha de estar con vida, abrigando siempre la esperanza de mejorar su suerte y volver a encontrarse nuevamente con su compañera. Por eso, alzó al hombre en su hombro y le llevó a pie hasta su residencia, que quedaba a no menos de dos leguas de camino.

Al llegar a la casa donde vivía el terrateniente y al verlo sus otros siervos en cual condición se encontraba, y manchada la ropa de sangre que traía el joven, supusieron que éste le había herido, y que arrepentido de sus actos le acercaba ahora hasta allí para que le curasen y de esta forma redujeran su castigo.

Puesto en evidencia, el capataz de la hacienda le condujo ante la justicia, muy a pesar suyo, ya que le había tomado estima por ser de buena madera.

Estando el muchacho exhausto como estaba por semejante proeza de cargar al infortunado, no pudo dar fe de lo ocurrido, al punto que se desmayó sin siquiera enterarse del inmerecido fin que le esperaba, ya que, si por brujo y hechicero se quemaba en ese entonces a los hombres y mujeres de la aldea, a los

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asaltantes y asesinos se les mandaba sin más a la horca. Por fortuna para el reo, esta medida era muy rápida, ya que no contaba con escarmientos previos.

Esperando que estaba su sentencia, y tras varias jornadas, sucedió que despertó y sano por fin su amo, el que tras vano intento, dábale a entender a sus acercados lo que le había sucedido.

Pero como no contara ya el señor con el órgano para articular la palabra, falto de práctica en señas de sordomudos y por no ser hombre letrado, esto es que no sabía leer ni escribir, los otros no lograban interpretarle por mucho que se esforzaran en ello.

De este modo, Ludvig el Matador, fue encontrado sin más, culpable de intento de asesinato y condenado a pasar un año en galeras, después de lo cual sería colgado del cuello.

Pero como no hay mal que por bien no venga, como dice el dicho vulgar, sucedió que, el verdadero malhechor fue llevado en esos días a la justicia por cometer similares crímenes y encontrándosele que tenía en su poder algunas pertenencias del noble señor, los jueces no dudaron en suponer que éste y no aquél, había sido quien dejara mutilado y casi sin vida al ilustre caballero.

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Así fue, pues, como Ludvig el Dispensado fuera encontrado inocente de los cargos de que se le acusaba, y dispuesto nuevamente al servicio de su dueño, alegrándose nuevamente por la dicha de poder contar el cuento.

Pidió entonces el perdonado, la gracia de recobrar su libertad por haber salvado la vida de aquel prójimo, la que le fue gratamente concedida.

Así estando las cosas, esperaba, entonces, reunirse el joven nuevamente con su mujer, por lo que inquirió por su paradero. Manifestándole los criados en secreto que ésta había ido a vivir a un claustro y que le estaba prohibido hablar ya que había hecho votos de silencio.

El eximido Ludvig se allegó entonces al retiro donde encontraría a su amada y le pediría que volviera con él y que dejara sus votos, ya que había decidido compartir el resto de su existencia con ella en un lugar apartado, lejos de la codicia y malicia de las gentes.

Al ingresar al cenobio vio que todas las monjas vestían de negro y creyendo que ése era el color de los vestidos de su orden ignoró éste hecho hasta que, ingresando en la capilla, se entero por sus propios ojos (puesto que nadie le dirigía la palabra por haber tomado todas estas mujeres votos de mudez), que yacía exánime el cuerpo de su amante mujer.

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Ignorando el porque de su desdicha, se retiro de aquel lugar yéndose a vivir al bosque más lejano que encontrara en su pronta travesía. Terminando sus ancianos días viviendo en una cueva, socavada en la roca con sus propias manos.

Conocido era desde esa época, en los pueblos vecinos y más allá, como Ludvig el Ermitaño, por vivir sólo y conversar solamente con los animales y los pájaros; aunque muchos decían que se trataba de un simple loco y que como cualquiera que en esa condición estuviera, por obra y gracia del destino, debería estar encerrado en una casa de insanos para resguardo y protección de los que pasaban por el bosque, que temían ser atacados por este hombre, y que les despojasen del dinero y de la existencia..

Con tal suerte corrió el provecto Ludvig, que enviaron un día a un grupo de doctores y cazadores, más perros de olfato y demás a que le encontraran y llevasen a internarlo al hospicio.

En viendo esto el anciano, por los rumores que del pueblo le llegaban, y sabiendo el fin que le esperaba, por haber ya atravesado por similares acontecimientos, decidió sin más apuro quitarse la vida.

Y acaeció, que como justo castigo a su acto, y por no dejarse atrapar, internar, y someterse al tratamiento

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adecuado para su locura, le fue arrebatada de esta forma su alma, yendo a parar al averno por ser enteramente cristiano y por profesar fielmente esta religión; que no sólo perdió al último sus posesiones sino, también, su ánima, su mujer, su hidalguía, su fama, sus logros, su nombre, su honor, su razón y su vida.

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La Verdad

Hace tiempo que lo sé. He decidido dejarlo como parte de mi legado, para todos aquellos que creyeron y confiaron en mí. Esta es la Verdad.

Existe un mundo allá afuera después de nuestra partida. Algunos han vuelto; y a pesar de que son pocos los que han contado lo que vivieron en él, todos conocen su existencia.

La mayoría dice que no recuerdan nada durante el lapso que estuvo del otro lado, afuera.

Otros, simplemente callan, y argumentan que es una experiencia que sólo se puede entender viviéndola.

Unos menos expresan que fue una experiencia traumática, y no soportan la idea de hablar de ella.

Muchos inventan escenas de lo sucedido, generando en la conciencia colectiva falsos pensamientos, raras ideas y extrañas fantasías.

Pocos dan conocer la realidad de los hechos: hay otra vida más allá del límite de la nuestra. He investigado todos los relatos conocidos acerca de ella; buscando en narraciones, historias mitos y leyendas. Nada de lo que vi alcanzó para llenar el vació que pesa en mí.

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He dedicado mucho tiempo en armar, pieza por pieza, el conjunto casi total de este rompecabezas.

Al final, yo mismo, he reproducido algunas experiencias (muy burdas), que han servido, de maquetas, para representar y entender en parte, el principio del largo camino hacia el más allá. De lo que nos espera.

Tanto es así que, puedo decirles a Ustedes lo que verán y sentirán al llegar el momento.

Primero, el temor; para acostumbrarse luego a la Verdad, para finalmente aceptarla tal cual es. Inmediatamente, se siente uno como flotar en el espacio, un espacio distinto. Luego sólo se ve el túnel, como si la visión se distorsionara. Al final, la luz, y los seres con los que hemos compartido en otras épocas. Muchas veces el llamado del ser Superior, a quien quizá podamos llegar a ver.

¿Qué más hay después?, no os lo puedo decir. Nadie lo sabe. Los que han vuelto, únicamente, han visto el comienzo; nada más. Y yo, nada más sé.

El resto, conjeturas. Sin embargo, así es el inicio, esta es la Verdad: hay otro mundo; otro comienzo; otra tarea.

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Cerca está el día en que me toque a mí. He superado el miedo; el conocimiento nos despoja de él.

Hoy le he visto, he conocido la Verdad. El Pescador me ha llamado, y al salir de nuestra líquida atmósfera, mi alma de Pez pudo ver la luz intensa como ninguna, y el túnel; la visión de mis ojos se deformó, por no tenerlos preparados para aquel medio; al otro extremo contemplé al Ser Supremo en toda su magnitud.

No somos exactamente como él, tan sólo fuimos hechos a su imagen; no somos una copia literal de su estructura corpórea, sino nada más similares a ella.

Me ha contemplado; y tras dejarme ver a mis compañeros de viaje, que quedaron en su red, decidió devolverme a este mundo. Yo no quería, las sensaciones, los sentimientos, eran realmente indescriptibles, como nada conocido. Inexplicables.

Pero ora aquí que estoy de vuelta y he venido a enseñarles que hay más, más allá de nuestra existencia. La Verdad es una, inamovible como una cordillera debajo de este mar. Hay más, por lo que no habréis de temer, os lo digo.

Yo, lo he visto.

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La Voz

—Sondar, comprende que, éste, es el último de nuestros sentimientos.

—Estoy plenamente de acuerdo.

—Acepta, ésta, nuestra última palabra.

—Enteramente, la acepto.

—Entiende que no es esta nuestra decisión; sino, la decisión de tu pueblo.

—Lo que mi pueblo decida, será lo que obedezca.

—Que sea ésta tu voluntad.

—Que sea la voluntad de mi pueblo.

—Pide, tu deseo.

—Nada os pido a vosotros, como nada pido a mi pueblo.

Fue en ese momento que las pesadas puertas se abrieron y dejaron el paso al oscuro ser; cuya faz estaba cubierta por un velo tan oscuro como él.

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Con la aquiescencia del Supremo, inicio sus pasos al exterior. La Voz, se había manifestado. El tiempo de su partida había llegado.

Como el lobo que no cree en la ley pero la respeta, tomó sus pertenencias y emprendió su largo camino. Nunca, a aquel lugar, le estaría permitido su regreso. Sólo en otra forma.

Sondar, ese era su nombre. Su significado, estaba oculto. Su sola presencia, su profunda e indescifrable mirada, bastaban para atemorizar a cualquiera de ellos. Sondar fue expulsado de esas tierras, quizás, por este hecho. Mirarle era como ver miles de años de continua existencia.

Solo en la soledad, no perdió más su tiempo y dejó atrás las murallas que separaban al hombre de la nada. La arena y el viento se encargarían de curtir y atezar su dermis.

Mientras erraba, recordó, otras épocas. Mejores y peores épocas. Cuando todavía era un hombre. Sí, el temor que infundía a los otros no era necesariamente en vano. El hombre teme u odia siempre a lo desconocido. Ellos sabían que, Sondar, era un verdadero desconocido.

Posó su memoria sobre su niñez, y se vio simplemente como un niño.

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Se vio después en su adolescencia, y no vio más que un muchacho común y corriente.

Al rememorar los albores de su madurez llegaron a su mente las imágenes del principio de su actual existencia.

Pero, no es tiempo aún de que lo cuente. Ora, necesario es que escuchéis. El intentar comprender los acontecimientos no es un proceso lineal, sino que debe contemplarse el hoy y el ayer al mismo tiempo para entender la razón y el significado de los hechos.

. . .

Sondar, llevado por el sendero de la vida, llegó a las puertas de la ciudad. Al ingresar, quisieron darle la bienvenida, tal y como era la costumbre, y lo que proponían sus leyes. Al verle, no hubo quién no alejara la vista de su rostro. La muchedumbre le dio paso; y continuaron con sus quehaceres.

Rota la primera ley, un halo de misterio comenzó a rodearle.

Presentándose en la asamblea del pueblo como Sondar, el guardián de una antigua y olvidada ciencia, dio sus respetos a los viejos, quienes le aceptaron ese día como uno más de sus hijos.

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El tiempo había pasado. La gente, se acostumbró a su presencia; así como, él, se acostumbró a la gente.

Después de muchos años, llegó el día. De sus vestiduras, sacó su conocimiento. Un pequeño había caído enfermo, y no había cura posible.

Sondar, pidió ejercer su guardado oficio a favor del niño; lo que le fue concedido.

Cinco semanas es lo que tardó en recuperarse. Sin embargo, nadie quería volver a tratar con él. El miedo se los impedía.

La segunda ley fue quebrada.

Los años pasaron. Él con ellos, y ellos con él. Y así, las leyes se fueron rompiendo; una por una hasta que todas fueron incumplidas debido a su secreto. Imposible le era de revelarlo.

Un año, llegada la época de los festejos, la Voz, se presentó en su nombre y en el nombre de todo el pueblo. Sondar, escuchó en silencio.

Las palabras que pronunció la Voz precedieron a su destierro. Una vez más, Sondar dejó el mundo de los hombres y de las máquinas y vagó nuevamente por el desierto.

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. . .

Recordó el día en que, del interior de aquella estrella que vino del norte, descendió el ser que le legó su saber: la luz y la oscuridad. Sondar, el inmortal adquirió una ráfaga de vastedad; fue dios y hombre al mismo tiempo. El poder y la nada eran uno en él.

Vagó y vagó por todas partes, buscando a los otros que, como él, tenían el don de dar y de quitar. Tal vez, alguno de ellos, le devolviera su antiguo destino; el de ser un Hombre, nada más que eso.

Las estrellas comenzaban a apagar su brillo, y no los encontró.

Sondar, el que navegó cuarenta días y cuarenta noches buscando tierra; el que vivió entre los Sumerios; quien recorrió el Nilo admirando las pirámides; aquél que hizo estremecer los carros en medio de hambrientos leones traídos del África; quién conquistó ciudades, tronos e imperios; el que conoció la sabiduría del Ying y del Yang, el todo del Tao; el que vio las murallas abarcar aldeas y después países enteros; quien, al igual que otros, no encontró tesoros de oro en Eldorado, ni piedras preciosas en América; el que navegó los mares en tiempos de El Cano; quien recorrió el Este y el Oeste; el que dibujó las siete maravillas cuando fueron construidas y destruidas; el que vio cientos de revoluciones ganar los reinos que el mismo había

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tomado; el que ayudó a crecer a la ciencia, las artes, la filosofía y las letras; el que vio invadir sus sentidos por el vértigo de los trenes y de los carros; aquel que uso del telégrafo y del teléfono; el que conoció el cine y la música; quien viera encerrados cientos de miles de sus años de historia en la palma de su mano, insertos en un disco de brillantes colores, imágenes y sonidos; quien viajara a las estrellas, y abriera caminos en Marte como lo hiciera en Iberia, para ir luego a encontrar nuevos mundos; quería, después de tanto tiempo, volver simplemente en el recuerdo, regresar a los suyos, aquellos con quienes todo lo valioso que tenía había compartido.

Finalmente, otro como él encontró tras largo tiempo, el mismo ser que le diera la eternidad como muestra; quien, como él, buscaba las historias olvidadas, y empezadas, terminadas y recordadas. Su petición fue escuchada.

Vio, entonces, su pasado, el rostro del Ser, y se contempló a sí mismo.

De la eternidad, él, había vuelto para devolverse a sí su tiempo.

. . .

Despertó en su hogar, junto al fuego; y escuchó la Voz que le dijo: —Quédate, finalmente estás en tu casa.

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Eres uno de nosotros; éste es tu pueblo. Ya no es necesario que partas, otra vez, a conocer las estrellas. Más bien, conócete a ti mismo; quédate aquí, que nosotros te acogeremos.

Entregó Sondar su oficio y fue recompensado.

La Voz, así, había hablado. Y todas las leyes, una a una, fueron enmendadas.

—Sondar, comprende que, éste, es el último de nuestros sentimientos.

—Estoy plenamente de acuerdo.

—Acepta, ésta, nuestra última palabra.

—Enteramente, la acepto.

—Entiende que, no es esta nuestra decisión, sino la decisión de tu pueblo.

—Lo que mi pueblo decida, será lo que obedezca.

—Entonces, que sea ésta tu voluntad.

—Que sea la voluntad de mi pueblo.

—Pide pues, tu deseo.

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—Nada os pido a vosotros, como nada pido a mi pueblo.

© Federico G. Rudolph, 2012

Blog: http://federicorudolph.wordpress.com

FIN.