El Renacer de Europa

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El renacer de Europa (siglos XI y XII) 1 Los historiadores se han representado el año mil como un momento de terror, de tinieblas y de aturdimiento, que los cristianos de Occidente, persuadidos de la inminencia del fin del mundo, habrían vivido replegados sobre su pavor, incapaces de hacer nada. Pero estas creencias fueron combatidas por los dirigentes de la Iglesia. El año mil aparece no como un crepúsculo de postración sino como una brillante aurora: el renacer de Europa se reafirma en todos los terrenos. Desaparece el peligro de invasión, entran a la cristiandad los pueblos polaco, checo y húngaro formando fortificaciones de protección y comienza un movimiento de expansión. Hasta mediados del s. XII, se mantienen los cuadros políticos y sociales del periodo anterior, la decadencia carolingia. El feudalismo se instala y gana flexibilidad y aplomo. I. LA SOCIEDAD FEUDAL En el siglo XI ya no existe en Europa el soberano. Por todas partes las magistraturas superiores, las realezas, sin desaparecer, son despojadas de su poder. Lo mejor de su autoridad no es ya de regalía, sino feudal o patrimonial: el rey, que no es vasallo de nadie, recibe homenaje de los grandes del reino; es en sus bienes familiares, dueño del suelo y protector de campesinos. Sin embargo, se evidencia el contraste entre la mediocridad efectiva del soberano y la alta misión que está llamado a cumplir (esto se nota especialmente en algunos cantares de gesta). Así las cosas, alguien debe asumir la función divina de paz y de justicia indispensable al mantenimiento de la sociedad cristiana. Lo hace en primer lugar la Iglesia y, a continuación, los poderes locales privados, los señores de las fortalezas. Los nuevos poderes En 989 y 990 los dirigentes eclesiásticos lanzan el movimiento de la paz de Dios: se trata de sustituir las muy 1 Resumen de Perroy, Edward et al., La Edad Media. La expansión de oriente y el nacimiento de la civilización occidental. Barcelona: Ediciones Destino, 1980. Material de uso interno de la cátedra de Historia social y cultural de la literatura I. ISFD N° 21, Dr. Ricardo Rojas. 1

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El renacer de Europa (siglos XI y XII) 1

Los historiadores se han representado el año mil como un momento de terror, de tinieblas y de aturdimiento, que los cristianos de Occidente, persuadidos de la inminencia del fin del mundo, habrían vivido replegados sobre su pavor, incapaces de hacer nada. Pero estas creencias fueron combatidas por los dirigentes de la Iglesia. El año mil aparece no como un crepúsculo de postración sino como una brillante aurora: el renacer de Europa se reafirma en todos los terrenos. Desaparece el peligro de invasión, entran a la cristiandad los pueblos polaco, checo y húngaro formando fortificaciones de protección y comienza un movimiento de expansión.

Hasta mediados del s. XII, se mantienen los cuadros políticos y sociales del periodo anterior, la decadencia carolingia. El feudalismo se instala y gana flexibilidad y aplomo.

I. LA SOCIEDAD FEUDALEn el siglo XI ya no existe en Europa el soberano. Por todas partes las

magistraturas superiores, las realezas, sin desaparecer, son despojadas de su poder. Lo mejor de su autoridad no es ya de regalía, sino feudal o patrimonial: el rey, que no es vasallo de nadie, recibe homenaje de los grandes del reino; es en sus bienes familiares, dueño del suelo y protector de campesinos. Sin embargo, se evidencia el contraste entre la mediocridad efectiva del soberano y la alta misión que está llamado a cumplir (esto se nota especialmente en algunos cantares de gesta).

Así las cosas, alguien debe asumir la función divina de paz y de justicia indispensable al mantenimiento de la sociedad cristiana. Lo hace en primer lugar la Iglesia y, a continuación, los poderes locales privados, los señores de las fortalezas.Los nuevos poderes

En 989 y 990 los dirigentes eclesiásticos lanzan el movimiento de la paz de Dios: se trata de sustituir las muy antiguas asociaciones de paz establecidas naturalmente entre los hombres libres en el cuadro y las monarquías bárbaras por una nueva que tendrá a los prelados por jefes y como sanción, los castigos eclesiásticos en la forma del anatema y la excomunión. Todos los señores, todos los ricos cuya función es combatir son miembros de la paz de Dios y en una asamblea solemne se comprometerán por un juramento colectivo renovado cada generación. Unos y otros se comprometen a no cometer nunca violencia con las personas y los bienes eclesiásticos ni con la gente humilde sin defensa; en sus relaciones mutuas se abstendrán de recurrir a las armas durante una parte de cada semana y en ciertos periodos del calendario litúrgico, las “treguas de Dios”, también se coaligan todos contra los eventuales violadores del pacto común. Esta organización, basada en uno de los sentimientos más vigorosos en la clase guerrera, el respeto al juramento, no consigue impedir todos los desórdenes pero durante un siglo y medio consigue mantener la seguridad necesaria. Al mismo tiempo, el movimiento de la paz de Dios separa más claramente el grupo de gentes armadas del de los eclesiásticos y de la masa de los humildes, libres o no. Para estos, los castigos se agravan, en el siglo XI sus crímenes son susceptibles de penas corporales, y el ejercicio de esta jurisdicción de excepción, la justicia de sangre, es confiado por los concilios de paz a los herederos del poder militar de los reyes, vale decir a los señores feudales.

El castillo, la torre cuadrada de dos o tres pisos, construida al principio de madera y cada vez con más frecuencia en piedra, encaramada sobe una eminencia

1 Resumen de Perroy, Edward et al., La Edad Media. La expansión de oriente y el nacimiento de la civilización occidental. Barcelona: Ediciones Destino, 1980. Material de uso interno de la cátedra de Historia social y cultural de la literatura I. ISFD N° 21, Dr. Ricardo Rojas.

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natural o artificial y rodeada de empalizadas, queda como símbolo y sede del poder más eficaz. Esas construcciones militares son ante todo lugares de refugio en caso de peligro y puntos de reunión de las milicias locales. La tarea de asegurar la paz y el cuidado de administrar la justicia represiva corresponde naturalmente al señor de la fortaleza, el que aparece como señor por excelencia, el sire. Él no ostenta ningún derecho sobre los hombres y tierras de la Iglesia pero de sus iguales, castellanos vecinos, y de cualquier seglar bastante rico para combatir a caballo y cumplir plenamente su función militar, espera el respeto de los compromisos tomados en las asambleas de paz, y, cuanto más, una amistad y los servicios prometidos, a cambio de favores recíprocos, en ocasión de la prestación de homenaje y de la entrada en vasallaje; pero no ejerce sobre ellos ningún tipo de poder. Todos los laicos de condición inferior residentes en su castellanía le están sometidos.

La distribución de los poderes se encarrila. Los hombres se reparten en tres órdenes, categorías muy claramente delimitadas, estables, establecidas por Dios mismo y, así lo creen, desde la creación, para asegurar el ordenamiento del mundo; y cada una corresponde a un “estado” particular. En la primera clase figuran los que rezan, cuya función es cantar la gloria de Dios y conseguir la salvación de todos, vienen luego los que combaten, encargados de defender a los débiles y hacer que reine la paz divina; por último, por debajo de esas dos minorías, se sitúan los trabajadores, quienes, a tenor del plan providencial, deben contribuir con su labor a mantener a los especialistas de la oración y del combate. Este esquema, introducido en la conciencia colectiva alrededor del año mil, transmitido de generación en generación, se convertirá durante siglos en el armazón fundamental de la sociedad occidental.Los religiosos

En el s. XI, el primero de estos órdenes –dividido en dos grupos, el de los clérigos, dirigido por el episcopado, y el de los monjes, reunidos en fraternidades y órdenes- está constituido desde hace mucho tiempo con sus tradiciones, sus órganos y sus leyes particulares. Estos son mantenidos por limosnas de los fieles, por las ofrendas rituales y estacionales a beneficio de los servidores de las parroquias, y sobre todo por el producto de tierras cedidas como donaciones piadosas a los establecimientos religiosos. El orden eclesiástico es una clase abierta: todo hombre libre puede entrar en él, es necesario que lleve consigo una dote y el lugar que ocupará en la escala de funciones espirituales dependerá de la importancia de esta donación inicial. El grupo de los oratores está rígidamente jerarquizado, y la distancia entre los miembros de los cabildos catedralicios, todos hijos de señores, y los humildísimos clérigos, hijos de gente rústica, es exactamente la que, entre los laicos, separa los ricos de los pobres, el grupo de los guerreros profesionales de los trabajadores. En el siglo XII, en los conventos benedictinos, se empieza a aislar claramente los monjes de coro, hermanos de caballeros, de los legos, hermanos de campesinos.La caballería

Los soldados (milites) son designados como jinetes “caballeros”. Combatiente y hombre a caballo son dos nociones sinónimas en el curso del siglo X, cuando la infantería dejó de ser tan importante. Cada soldado debía armarse según su fortuna y, por esta causa, el grupo de los combatientes profesionales fue al principio una clase económica; para formar parte de ella era necesario disponer de un caballo y de todos los arreos, de armas ofensivas y defensivas, y también tener el suficiente tiempo libre para poder responder a las convocatorias. Fueron, pues, caballeros los más importantes propietarios rústicos, los que percibían a la vez las rentas de un vasto dominio, cultivado por servidumbre bastante numerosa.

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La clase caballeresca abierta originariamente a todos los ricos, tendió a cerrarse y a convertirse en casta hereditaria. Al final, solo contó la sangre y no la fortuna. Desde entonces, los hijos de caballeros –y solo ellos, con exclusión de advenedizos, aventureros o campesinos enriquecidos- heredan la calidad caballeresca. Formada así es una clase relativamente poco numerosa.

Entre sus miembros, las desigualdades de fortuna son notables. Algunos poseen un castillo, estos forman una minoría. La mayoría de los caballeros llevan una existencia medio campesina, no faltan los hidalgüelos famélicos, segundones de familias demasiado numerosas que consiguen apenas mantener sus armas. Aunque existen caballeros ricos y caballeros pobres, todos comparten, al menos en ciertos periodos, el mismo género de vida, el de los combatientes profesionales, y su correspondiente mentalidad: estima particular por el vigor físico; gusto por las hazañas deportivas, en la guerra o en las actividades violentas que la sustituyen o la preparan –la caza mayor, peligrosa y brutal; los torneos, simulacros apenas dulcificados de la batalla, que, durante mucho tiempo, no serán simples justas entre las barreras de un campo cerrado, sino la lucha en terreno libre de dos grupos de jinetes, con cargas alternadas, persecuciones, muertes y rescate– moral, por último, del honor y de la fe, que se funda en las reglas del combate. Este conjunto de hábitos y sentimientos constituye un primer factor de unidad. El segundo es un privilegio: todos los caballeros, a causa de los servicios de armas que prestan a la comunidad, están exentos de las obligaciones y de las cargas que pesan sobre el orden de los trabajadores; no pagan las vulgares exacciones y no hay juez que los pueda castigar; únicamente tienen la obligación de cumplir los servicios honorables que han prometido, por libre compromiso, al señor de su feudo.El feudalismo

Toda la clase caballeresca está encuadrada en las instituciones feudales. Para asegurarse protección o ventajas diversas, casi todos los hombres libres de condición superior hicieron homenajes de su persona a un patrono, se convirtieron de este modo en vasallos del señor de la fortaleza. Después del hundimiento del poder monárquico, estas vinculaciones personales se convirtieron en los únicos lazos políticos entre los miembros de la aristocracia. Los servicios del vasallo noble merecen una retribución regular; el señor debe distribuirles regalos, caballos, armas, piezas de monedas o de adorno, también les concede tierras que produzcan ingresos regulares en compensación del servicio: es el feudo. A principio del s. XI al juramento de fidelidad sigue la investidura del feudo. Esta unión íntima entre el feudo y el vasallaje provoca una transformación del vínculo de hombre a hombre, ya que los feudatarios creen que la fe, los servicios del vasallo y el homenaje son una especie de alquiler del feudo. En el último cuarto del s. XI, señor y feudatario están ligados por su derecho común sobre una misma tierra, mucho más que por la promesa de amistad.

El caballero vasallo no tiene su feudo en absoluta libertad; puede perderlo si no respeta las cláusulas del contrato de vasallaje. A finales del siglo XI, la costumbre suele reconocerle el derecho de alienarlo y de transmitirlo a sus herederos. Aunque hereditario, el feudo es indivisible. Estas garantías del derecho señorial no impiden que los feudos muden fácilmente de mano, ni que se anuden y desaten las fidelidades que determinan. Esta movilidad lleva consigo un relajamiento indiscutible de los vínculos de vasallo y señor. El señor no escoge ya sus vasallos; es lícito poner en duda el valor real de un juramento prestado de labios afuera en una ceremonia reducida a una mera formalidad. La posibilidad de enajenar y legar el feudo acrecientan el número de caballeros que resultan vasallos de varios señores, a cada uno de los cuales han prometido su fe y su servicio; lo probable es que no cumplan con nadie, poniendo como

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pretexto sus compromisos múltiples. Subordinado al feudo, el vínculo de vasallaje dista mucho de representar en todo momento, como en la época franca2, la completa dependencia del hombre a su patrono que sólo la muerte podía romper.

No obstante, el vasallaje continúa fundado en uno de los actos más graves que puede realizar un cristiano: el juramento. Su intensidad se ha hecho mucho más variable y sensible a las circunstancias. Las relaciones entre señor y vasallo se entienden como una entrega recíproca en la cual ambos contratantes se colocan sensiblemente al mismo nivel. El compromiso es de carácter negativo: cada uno de los dos hombres se compromete a no hacer nada que pueda perjudicar al otro. De todos modos, es necesario que el vasallo preste con fidelidad a su señor consejo y ayuda. En el transcurso del s. XII, la naturaleza y extensión de la ayuda feudal se perfilan y son fijadas por las costumbres locales: el señor puede exigir a su vasallo el servicio militar gratuito de cuarenta días por año y puede reclamar la contribución de su hombre cuando debe pagar su propio rescate. La obligación del consejo tiene que ver con una costumbre propia de las sociedades medievales, con el sentimiento arraigado de que el jefe no puede tomar una decisión grave, dictar una sentencia, decidir el destino de sus bienes, sin someter el asunto a sus hombres y escuchar su parecer. Hay otros servicios: el vasallo envía a su hijo a pasar su adolescencia y aprender su oficio de caballero junto al señor.Fidelidad, juramento y linaje

El cuadro feudal es extremadamente flexible. Sin embargo, las instituciones feudales son el único marco político de la clase caballeresca; consiguen unir sólidamente al castellano de la vecindad con los caballeros de campo alrededor del señor común, árbitro natural de las discordias internas. En los niveles superiores de la caballería, el vasallaje opone un obstáculo eficaz a las querellas. A pesar de esto la organización feudal resulta insuficiente: el sistema se fragmenta en multitud de pequeñas clientelas locales, prácticamente independientes unas de otras, el señor no está en condiciones de comprobar en todo momento la conducta de su hombre, el vasallo puede cometer los peores crímenes pero si ha prestado a sus diferentes señores los servicios de ayuda y consejo nada podrán contra él. Frente a esto, la víctima puede cobrarse justicia mediante la ‘faida’ o venganza privada. Así, cualquier discordia, cualquier disputa sobre bienes, cualquier injuria o gesto desmedido pueden engendrar un conflicto armado generador a su vez de otros odios y de más venganzas. Si bien, la mediación de amigos comunes impide que todo se complejice. La organización feudal por si sola no alcanza para mantener la paz, se complementa con la multiplicación de los juramentos de garantía mutua y con el estrechamiento de los lazos familiares.

Pronunciado con la mano sobre alguna reliquia o sobre el Evangelio, el juramento empeña solemnemente el alma; ningún gesto constriñe más al hombre preocupado por su salvación eterna y temeroso de los efectos de la reprobación divina para sus asuntos terrenos. Hay varias clases de juramentos: el juramento general ante la asamblea de la paz de Dios, el juramento de vasallaje y los juramentos particulares, que intervienen en toda clase de acuerdos. Así, el caballero se encuentra encerrado en una red de promesas que lo ligan a todos sus vecinos y lo inducen a reprimir sus impulsos y a convivir en paz.

Además pertenece a una comunidad muy estrecha que lo protege y también lo vigila: el linaje. La familia es la célula esencial de la sociedad caballeresca, símbolo de la cual es la extensión del uso de apellido común. Los parientes son los “amigos carnales” a los que se debe ayudar antes que al más querido de los señores. La solidaridad económica, basada en la herencia ancestral, es el principal factor de unidad

2 Período de la Edad Media que se desarrolla bajo el reinado de la dinastía carolingia (s. VIII al s. XI), cuyo esplendor corresponde al reinado del Carlomagno (entre los s. VIII y IX).

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económica. La fuerza de las obligaciones para con el linaje contribuye al mantenimiento del orden.

Así pues, tratándose no de una reunión de individuos aislados, sino de gran número de pequeños grupos que se entremezclan, linajes o clientelas vasallas, mantenidos por una tupida trama de juramentos recíprocos, la clase de los guerreros profesionales es indudablemente turbulenta y violenta, pero no por completo indisciplinada.Los rústicos

En esta última clase social las condiciones económicas son muy diversas: laicos que no pertenecen a la minoría caballeresca, trabajadores que aseguran su subsistencia y los que no poseen nada de nada. La mayoría son campesinos que trabajan en explotación familiar, ya sea de un terreno propio o un trozo de tierra dependiente de un señor; dentro de ellos se distingue a los labradores, que poseen una yunta, de los que trabajan con la azada. Algunos no nobles tienen sus propios arrendatarios, son agricultores, herederos de una explotación bien administrada.

Fuese cual fuese su fortuna, esos trabajadores –y esto es lo que caracteriza su “estado” –están sometidos por completo a un amo que no han elegido y que los protege, pero sobre todo los dirige y los castiga; la disciplina se la impone rudamente un jefe, que mantiene sobre ellos el derecho del ban3. Se los llamaba siervos en el s. XI y hombres de cuerpo en el s. XII, pertenecen por nacimiento a otro hombre. Tenían diversas obligaciones con su señor; obligaciones militares: montar guardia en el castillo, guarnecer las fortificaciones en caso de peligro, seguir la caballería, contribuir en la reparación y el acarreo, brindar avena o víveres para la manutención de la fortaleza. A continuación, sumisión judicial: están sometidos al tribunal señorial que les inflige en caso de delito una multa variable entre 3 y 60 sueldos. Por último, prestaciones diversas: los ministros del señor perciben tasas sobre las transacciones, sobre la circulación de productos y a los usuarios del molino, del horno o del lagar señorial; los villanos están obligados a albergar al señor y a sus gentes, a entregar una cantidad de artículos alimenticios (derecho de albergue); el señor tiene el derecho de tomar de sus viviendas cuanto dinero o productos agrícolas le son necesarios y con la frecuencia que considere: es la talla.

El conjunto de estos derechos señoriales que pesan por igual sobre todos los súbditos representa en el s. XII para el señor un rendimiento mucho más provechoso que todos los productos de su hacienda. La talla, que para muchos es un robo, obliga a fingir pobreza y mata el espíritu de ahorro. Pero estas costumbres son el precio de la seguridad, cualquier alteración de la paz es castigada inmediatamente por el amo. Por esta causa, porque el campesino, sometido al señor, no ha de ocuparse de su propia defensa, los lazos familiares son sin duda menos estrechos entre las clases inferiores. No obstante, su agrupamiento les permite defenderse mejor contra las exigencias señoriales: la unión de campesinos va organizándose contra la explotación del derecho del ban. Así se forma la comunidad aldeana, asociación de trabajo cuyos miembros disfrutan de posesiones y de derechos de uso colectivo, y se ponen de acuerdo para organizar la explotación de las tierras, reunir el rebaño y regular el ciclo de las plantaciones; asociación también de defensa, ya que se opone a las innovaciones señoriales y consigue obtener alivio del régimen señorial.El feudalismo en España y otros países

Los reyes cristianos de Asturias y luego de León, en España, contaban para su custodia personal con un grupo de fideles, jóvenes caballeros de alcurnia, a quienes encargaban a menudo la vigilancia o supervisión de su autoridad y compensaban con

3 Se denomina ban al territorio de un señor feudal sobre el que este ejerce dominio militar y económico.

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tierras en beneficio, in stipendio, es decir: en concepto de remuneración. Dichos beneficios eran gratuitos y revocables, concedidos con el modelo o forma jurídica del precarium de época y tradición romano-visigoda.

Al servicio de los prelados y magnates se hallaban, como vasallos, los milites o infanzones, caballeros de menor categoría, que gobernaban los distritos de los señoríos y recibían en pago regalos (magnificencias) y también beneficios (atónita o atoados), pero no feudos propiamente dichos. En el s. XII el vínculo feudal no llegaba aún a ser vitalicio en Castilla y León. Hasta finalizar la Edad Media los vasallos castellanos podían dejar a sus señores cuando así lo deseaban.

En Alemania hubo una mayor persistencia de la autoridad real, se regulan las relaciones establecidas por el feudo, además de un derecho territorial aplicable a todos los hombres libres, nobles como campesinos. En Inglaterra, hacia el 1100, la caballería estaba formada por aventureros pobres y sin tierra, soldados domésticos que comían a la mesa del señor, y sólo muy lentamente se va convirtiendo en una aristocracia territorial y feudal.

Sin embargo, por lo común, la organización feudal se funda en una especialización de las actividades: dos minorías, una encargada de las funciones espirituales y la otra de la acción militar, son mantenidas por el trabajo de una masa de campesinos. El nivel de vida de los eclesiásticos y de los caballeros depende, pues, del rendimiento del trabajo rural, que hacia el s. XI comienza a mejorar, y, por esto, los especialistas de la oración y del combate dispondrán de mayor riqueza para su ocio y los gastos de lujo. Ese despertar de las actividades rurales se manifiesta precisamente alrededor del año mil, con él empieza el esplendor de la civilización occidental.

II. EL DESARROLLO ECONÓMICOFrenadas las invasiones normandas, sarracenas y húngaras, el renacer de la

actividad económica se afirma en Europa alrededor del año 950. En esa época se extienden las invenciones técnicas cuya aplicación en Occidente había sido muy limitada. El gran esplendor del Occidente medieval está íntimamente ligado a una renovación fundamental de las prácticas agrícolas que, permitiendo producir una mayor cantidad de subsistencias con menor trabajo, trastorna las condiciones de la vida económica.Adelantos técnicos

Mejor utilización de la fuerza motriz de las aguas corrientes: a partir del siglo X, se regulan los cursos de agua derivando acequias, disponiendo áreas de agua y saltos destinados a accionar molinos de grano o de aceite. Los molinos liberan la mano de obra doméstica del pesado trabajo de preparar el grano. Los hombres también consiguen hacer mejor uso de la fuerza de tracción animal, gracias a una mejora considerable de los métodos de enganche. Hay un perfeccionamiento del utillaje, se empieza a utilizar el rastrillo; y sobre todo, acrecentada la fuerza de los atelajes4, se les pueden uncir a los animales instrumentos aratorios de mayor potencia. En todo el norte de Europa se propaga el empleo del grande y pesado arado de ruedas y vertedera.

Removido más profundamente, mejor aireado, el suelo también se aprovecha del riego y se mejora así los rendimientos del trabajo agrícola. Hay también una revolución en los ciclos de cultivo ya que se realiza el barbecho trienal que permite el cultivo de la tierra dos años de cada tres en lugar de un año sí y otro no. Además, se extiende el empleo de un cereal nuevo, la avena, a expensas de la cebada. Se utiliza para la alimentación humana y también para el ganado, esto contribuye a mejorar el número y la calidad de las reses. Se extiende la cría de caballo, esto altera las técnicas de combate

4 Arreos que se utilizan en los animales de tiro.

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y también las faenas de campo ya que este animal sustituye al buey. Estas son las principales innovaciones técnicas. Se difunden con lentitud y, durante la Edad Media, solo penetran en el sur de Inglaterra, de Francia y en zonas de Alemania.Producción y población

La renovación técnica da lugar a una completa renovación de la vida rural: a igualdad de trabajo las cosechas son mucho más importantes. En la reserva señorial, pocos hombres bastan para el cultivo. Los demás no son convocados y deben pagar un pequeño impuesto o con productos agrícolas. Así desaparecen gradualmente la mayor parte de las prestaciones obligatorias exigidas en los señoríos territoriales. La conversión de las antiguas prestaciones de trabajo en rentas procura al dueño del suelo unos recursos suplementarios: recursos en especie le permiten la extensión de su reserva, acrecentar el número de los arrendatarios, recursos en dinero, que le permiten efectuar más compras. De esta manera, el señor queda menos vinculado a la tierra, las rentas toman en sus ingresos cada vez mayor importancia; y la empresa patrimonial tiende a abrirse hacia el exterior.

En las explotaciones campesinas, las cosechas también son más abundantes. De ellas hay que entregar o vender una parte para pagar las tasas. No obstante, quedan márgenes suficientes para alimentar mejor a las familias campesinas. Después del año mil, los períodos de hambre se hacen más raros y acaban por desaparecer y la población de los países occidentales empieza a crecer de manera regular. Durante los trescientos años que siguieron al año mil, los hombres, en la Europa occidental, se hicieron tres o cuatro veces más numerosos.

En un primer momento aumenta la densidad de la población en los antiguos terruños ya que la misma cantidad de tierra puede dar alimento para más gente, así se multiplican en la aldea los hogares y los habitantes. Luego comienzan a cosecharse tierras hasta entonces desechadas. Tres hechos conjugados, la utilización de medios de tracción y de instrumentos para arar mucho más potentes; el exceso de mano de obra liberado y la abundancia natural de nacimientos, determinan el gran movimiento de desmonte y roturación que, en las provincias de la cristiandad, empieza entre 950 y 1100.La roturación

Campesinos y señores rurales transforman de manera progresiva el bosque y el pantano en tierras de cultivo. La iniciativa con frecuencia se debe a los campesinos; durante el invierno queman las malezas, derriban los grandes árboles, desentierran las raíces; en primavera, el matorral se ha convertido en un prado de siega que al año siguiente se podrá labrar y sembrar. El campesino reivindicará la nueva pieza de tierra para su alodio. Los nuevos campos se encuentran alejados de la aldea; de esta forma se crea alrededor de las antiguas tierras un habitat disperso; con frecuencia, los roturadores acaban por encontrar en los límites de jurisdicción los de las aldeas cercanas, y el cinturón de tierras incultas que antes aislaba por completo las parroquias tienden a reducirse a unos pocos testimonios constituidos por los suelos más ingratos.

En cuanto a los señores territoriales, también podían extender su explotación directa, por eso emprenden el cultivo de las porciones de su reserva abandonadas al árbol o al pastoreo. Procuran ante todo acrecentar sus rentas y, por tanto, multiplicar los arrendamientos. Las condiciones que ofrecen son tentadoras; sus ventajas se divulgan hasta en lugares lejanos y provocan desplazamientos de población a larga distancia, desde regiones pobladas de antiguo y de gran densidad hacia las zonas recién roturadas.

Esta intensa colonización agrícola modifica rápidamente el paisaje de las campiñas occidentales. El equilibrio de la economía aldeana se rompe cuando quedan pocas parcelas del bosque que procuraba leña para el hogar y múltiples productos de

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recolección. Las grandes soledades selváticas se fragmentan y en ellas surgen nuevos claros; “campos” desbrozados, abiertos “llanos” sembrados de grandes aldeas de planta regular cuando el desmonte ha sido colectivo: “sotos”, por el contrario, cortados por vallados y muros, con explotaciones diseminadas cuyos campos se dispersan entre landas, cuando el terreno ha sido despejado por colonos aislados. Los cultivos progresan, asimismo, a lo largo de las riberas y en los bajos valles pantanosos, gracias a la organización colectiva del drenaje y la conservación del sistema protector mediante una estricta disciplina comunal. Por todas partes, pues, se multiplican las tierras productoras de grano; el movimiento alcanza su mayor intensidad a mediados del siglo XII; y las roturaciones, cuyos efectos se suman a los de los adelantos técnicos, aumentan también el volumen de las subsistencias y facilitan el movimiento de expansión demográfica.Circulación de los bienes y de los hombres

Como consecuencia inmediata de este acrecentamiento simultáneo de los hombres y de los bienes de consumo los intercambios se reaniman. Progresivamente, el mejor rendimiento del trabajo agrícola provoca, con la multiplicación de los arrendamientos, con el aumento del producto de las tasas proporcionales a las cosechas y, sobre todo quizás, por la plusvalía de los diezmos eclesiásticos, el palpable engrosamiento de los recursos señoriales: los miembros de las clases superiores se sienten así invitados a elevar su nivel de vida. Por otra parte, el mismo fenómeno permite a un número creciente de trabajadores abandonar la tierra, entregándose a actividades no exclusivamente agrícolas, y desempeñar nuevas funciones: la artesanía y el comercio. Se multiplican los intercambios fuera del marco del señorío, se produce una apertura, una facilidad general para las relaciones económicas y se acelera el ritmo de circulación de las riquezas. Por esto, la moneda cobra mayor importancia, el dinero es más necesario. Como consecuencia también de la expansión económica, se insinúa un alza de precios, lenta pero continua.

La nueva frecuencia de los viajes, la animación repentina de los caminos es lo primero que llama la atención de los contemporáneos. La circulación se ve facilitada por los desmontes que contribuyen a aproximar los núcleos de población. La técnica sigue siendo rudimentaria: no existe el tránsito rodado, los ríos y el mar brindan caminos más fáciles y son el único medio para desplazar grandes cargas; por tierra circulan los trajinantes y las acémilas que transportan en sacos o en albardas mercancías ligeras y preciosas en corta cantidad. Los monasterios y las casas de Dios recientemente construidos dispensan albergue gratuito a los viajantes.

Son numerosos, en los siglos feudales, los hombres o las mujeres, clérigos o monjes, caballeros o gentes de condición inferior, que dejan su familia o su comunidad para viajar. El viaje es la gran distracción de la época, el medio para que el hombre de estudios aumente sus conocimientos; para el segundón, la manera de escapar a la fastidiosa tutela familiar. Para la partida cualquier pretexto es bueno, siendo el más frecuente el peregrinaje. La práctica piadosa es la primera excusa: se trata de aproximarse a ciertos objetos que, tocados antaño por cuerpos santos, irradian desde entonces las gracias sobrenaturales. Esta visita es muchas veces una penitencia para purgar faltas gravísimas, un medio de obtener socorro inmediato, curar el cuerpo, conciliarse los poderes espirituales. En ciertas fechas, a partir del año mil, esas peregrinaciones espirituales adquieren mayor amplitud; se peregrina a Roma, Jerusalén y los santos lugares de Palestina, o también la tumba de Santiago en Compostela.

Todos esos viajeros, cuyo avance es lento, no cargan con provisiones ni pueden aprovechar la hospitalidad gratuita, por tanto, llevan consigo dinero. De esta forma,

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gracias a la intensidad creciente de la circulación por los caminos, nuevos mercados se presentan a los agricultores, el numerario penetra en el medio rural.

El dinero puesto en circulación por los viajeros va a la postre a parar a los señores; y los dueños del poder señorial, castellanos y establecimientos religiosos con inmunidad que perciben las tallas más crecidas y las multas judiciales más productivas, son evidentemente los primeros en sacar provecho de semejante movimiento. Por esta causa, los miembros de la aristocracia, eclesiástica y laica, pueden aumentar de manera notable sus gastos.

En cuanto a los caballeros, las posibilidades en numerario las sacrifican sobre todo al placer de aparentar, de brillar en las asambleas mundanas, que constituyen uno de los goces esenciales del noble. Se acostumbran al lujo: lujo en la mesa, es necesario servir a los huéspedes productos raros; lujo en el vestido, se utilizan pieles, telas exóticas y preciosas. Todo esto suscita una nueva expansión del comercio de lujo. Las compras de productos orientales aumentan, la producción y los intercambios de algunos artículos de precio se intensifica en el interior del mundo occidental: tráfico de vinos, difusión de los paños de alta calidad, tejidos y teñidos. De esta forma, en los caminos, al propio tiempo que la circulación de los peregrinos, aumenta la de las mercancías. Los castellanos, tentados por los valiosos objetos que, bajo su custodia, atraviesan el territorio a su mando, crean en la segunda mitad del siglo XI nuevas tasas que afectan a los derechos de tránsito, los peajes, y que suman a los viejos impuestos de los mercados. En el seno de la clase trabajadora se forma otra categoría económica: quienes se ocupan de proporcionar a los miembros de las clases superiores los objetos de lujo que desean: los mercaderes.

Los mercaderesAlgunos son miembros de las comunidades israelitas, pero cada vez son más los

cristianos que se dedican a los negocios: ministros, gente del camino o del río, barqueros o descargadores, hijos de campesinos. Todos esos negociantes son errantes. Ir a buscar mercancías a los lugares en que son corrientes y baratas, llevarlas consigo y ofrecerlas a quienes mejor las paguen, comprar a continuación en el mismo lugar algún artículo ventajoso y susceptible de encontrar comprador en otra parte, ir cada vez más lejos, tal es la vida del mercader en esa época: su rasgo característico es la movilidad.

Esta actividad es muy provechosa y los mercaderes que se enriquece rápidamente son numerosos. Pero la existencia del negociante está también llena de peligros: tiene que defender en el camino sus riquezas, resistir a los peajeros dispuestos a arrebatárselo todo, conseguir que le paguen sus clientes nobles; le son menester valor y armas; y, para encontrarse en mejor situación, los mercaderes con frecuencia se asocian y se desplazan formando caravanas. La agrupación presenta otras ventajas: cada uno se beneficia de la experiencia de sus compañeros y se asocian capitales. Estas asociaciones –guildas o hansas- al principio son temporales pero luego reúnen regularmente en una comunidad estable y disciplinada, cuyos desplazamientos se organizan en fechas fijas sobre un itinerario establecido de antemano. La feria, objeto de una paz especial, garantizada por el señor del territorio, constituye un órgano esencial del comercio itinerante. También lo es la villa, final de etapa, permanente lugar de cita. El despertar de los intercambios comerciales y la nueva animación en los caminos suscita el renacimiento de la vida urbana en Occidente.Renacimiento de la vida urbana

Las nuevas aglomeraciones, los burgos, se desarrollan en un lugar favorable a la vez a la circulación y a la defensa. Se instalan en la vecindad de una antigua ciudad romana, rodeada de fuertes murallas, reúne una rica clientela permanente. Asimismo se

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forman burgos junto a los castillos importantes, centros de una extensa jurisdicción y ocupados por una guarnición, o bien junto a monasterios, también lugares fortificados que atraen viajeros. Casi siempre el barrio nuevo queda aparte del núcleo urbano primitivo; este último cumple funciones esencialmente religiosas o militares. El burgo, por el contrario, localidad primero abierta y situada al exterior de las murallas, se organizar alrededor del emplazamiento reservado a las operaciones comerciales, el portus, el forum, plaza espaciosa donde cada semana se celebra un mercado. La calle nacida del camino es un lugar de paso y de negocio.

Los hombres que han coincidido para formarlo son de “albarranía”, gentes cuyo origen se ignora, comerciantes vagabundos. Una parte importante de la población es originaria de la antigua ciudad, del castillo o de sus cercanías. Sin embargo, sea cual sea su origen, todos quedan incluidos en una misma clase social, la burguesía, que toma forma hacia la mitad del siglo XI y que se caracteriza ante todo por una función económica particular: sus miembros están especializados en el comercio y la artesanía.

Por esta causa, la riqueza principal en la ciudad no es la tierra, sino la reserva de plata en lingotes o en moneda y el fondo de mercancías. Las fortunas se hacen y deshacen con más rapidez y los lazos familiares son mucho más laxos que en la solidad rural. Por último, toda la ciudad está sometida al bando de uno o varios señores, el obispo de la ciudad, el abad del monasterio, el señor de la fortaleza, quienes perciben las mismas exacciones que en las partes rústicas de su dominio, exigen el servicio militar durante las ferias, cobran la talla y amenazan a los negociantes con arrebatarles sus capitales, ejercen por último ciertos derechos que entorpecen los cambios, tales como el privilegio de comprar a crédito, la potestad de exprimir a los negociantes extranjeros, de imponer tasas sobre las transacciones y sobre la circulación de los bienes. El régimen político de los burgos no está adaptado a su función económica. Por ello los habitantes de las ciudades, usando ciertas armas –las grandes reservas de metales preciosos que han acumulado y que pueden tentar a los poderosos, las costumbres de solidaridad establecidas en guildas o asociaciones de mercaderes, el vigor y la práctica del combate- intentarán obtener de sus señores feudales un mejoramiento del régimen feudal.El movimiento comunal

Para estar en mejor posición frente al dueño del poder, se unen en un cuerpo colectivo que reúne todas las agrupaciones y todos los jefes de familia de la aglomeración: la comunidad o concejo. Se funda en un juramento mutuo y está destinada por una parte a mantener la concordia entre los conjurados y por otra, a conjugar las actividades individuales para una acción colectiva contra los enemigos del grupo. Asociación disciplinada, cuya dirección recae en los miembros más influyentes, generalmente el de los mercaderes de comercio.

La resistencia de las burguesías se manifiesta en las provincias de Occidente y van a conseguir el alivio de las obligaciones banales más molestas. A veces bajo la presión de la insurrección, los señores de la ciudad concedieron a la comunidad burguesa una carta, un contrato escrito y sellado, garantizando la “libertad” o las “franquicias”, es decir, la reducción de las exacciones.

Consiguen la independencia personal: todos los vínculos de servidumbre y de encomendación quedaban así desatados –y desaparecían al propio tiempo las obligaciones propias de los dependientes, la pernada, la mano muerta, la prohibición de desplazarse. Además las costumbres señoriales son restringidas: el servicio militar es a veces abolido y siempre muy limitado, el derecho de justicia señorial queda reducido, las tallas pierden su carácter arbitrario, y sobre todo son abolidos los privilegios comerciales del señor, las trabas a la circulación, al negocio y a la libre concurrencia a ferias y mercados.

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Conquistado este fin, es muy frecuente que la comunidad se disuelva. En adelante la villa es franca, sin más. Cuando sobrevive, la comunidad burguesa toma así una personalidad jurídica, hereda una parte de los antiguos poderes señoriales y se convierte en un señorío colectivo. Señorío militar: los burgueses están obligados a portar armas al servicio de la ciudad. Así, en medio de la organización feudal, caballeresca y jerarquizada, aparecen señoríos que no son nobles ni religiosos, y juramentos que atan entre sí gentes del mismo rango; he aquí que la formación de un nuevo grupo social viene a descomponer, al propio tiempo que el estatuto de los tres “órdenes” antiguos, la jerarquía tradicional de las fortunas. El burgo nuevo es de esta forma un germen de disolución instalado en el corazón del mundo feudal. No obstante, todavía, y hasta fin del siglo XII, el renacimiento de las ciudades y la prosperidad mercantil constituyen sobre todo poderosos factores de expansión que aprovechan en primer lugar a las clases dominantes, la caballería y el clero.

III. LA EXPANSIÓN MILITAREl aumento de la población campesina provoca la extensión de las tierras

cultivadas la creación de nuevas aldeas y el crecimiento de las aglomeraciones urbanas; el mismo fenómeno desarrolla en la aristocracia el espíritu de aventura. En busca de recursos suplementarios los hijos más numerosos de las familias nobles son atraídos por empresas militares a causa de sus gustos y de la formación recibida. El crecimiento demográfico origina así una expansión de la caballería. Pero el éxito de tales empresas se explica igualmente por el mejoramiento de las técnicas de combate en uso entre los guerreros cristianos.Técnicas de combate

Se emplea con más frecuencia el caballo en batalla; esto se relaciona con el perfeccionamiento del aparejo y con la adopción del estribo, con el mejoramiento de la cría del ganado caballar y, ligados a esta, los progresos de las técnicas agrícolas, la expansión de los barbechos trienales y el cultivo de avena. En el siglo XI, un combatiente digno de este nombre es un jinete. Primera consecuencia: el guerrero puede llevar armas defensivas más pesadas. Por tanto, más resistentes y eficaces. La armadura del siglo XI se compone de tres elementos: el yelmo, alto casco de metal prolongado hacia delante por una pieza plana que protege la cara; la loriga, larga vestidura que va desde la barbilla hasta las rodillas, de cuero recubierto de pequeñas placas de hierro o bien tejida con mallas metálicas; por último el escudo, gran adarga de acero, redonda o triangular. Esto hace al caballero prácticamente invulnerable a las armas arrojadizas, jabalinas y flechas de arco pequeño. Por esta causa, el sistema de luchas se transforma.

Ya no se lleva a cabo el ataque a distancia; los verdaderos soldados ahora miden sus armas cuerpo a cuerpo. Las armas ofensivas son todavía más pesadas, para poder hendir los yelmos o desgarrar las cotas de malla: se utilizan hachas o montantes que para esgrimirlos requieren ambas manos. La fase esencial de la batalla es un choque de caballería. La introducción del estribo ha dado más estabilidad al jinete y le permite practicar un nuevo método de ataque: aferrando con una mano el escudo y con el otro la larga lanza, carga contra su adversario para desarzonarlo. El fin del encuentro se modifica un poco: ahora se trata menos de matar al enemigo que de hacerlo prisionero y exigirle su rescate. En los primeros años del siglo XII: la batalla consiste en una serie de cargas alternadas de la caballería pesada. Una educación aplicada por completo al desarrollo del cuerpo y al dominio del arte de la equitación, un género de vida, cuyas mejores diversiones son los ejercicios violentos y los juegos guerreros, una mentalidad que coloca por encima de todas las virtudes el arrojo y la fidelidad a los compañeros de armas, se suman al perfeccionamiento de los instrumentos y de los métodos militares

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para establecer, a partir del año mil, la superioridad del caballero “franco” sobre los demás combatientes profesionales.Normandos de Inglaterra e ItaliaLos normandos mantienen las tradiciones de los vikingos. Hay una gran expansión normanda cuyo episodio más significativo es el dominio completo del reino de Inglaterra en 1066. Los países anglosajones quedan solidamente unidos a la civilización del norte de la Galia. Para las clases dominantes se implantan la lengua, las costumbres mundanas y todos los modos de pensar del continente. Las costumbres feudales importadas se superponen a las vigorosas instituciones de las comunidades sajonas.

El punto de intersección de los tres mundos mediterráneos, latino, bizantino y árabe, apunta la primera progresión de la cristiandad occidental y se funda un nuevo estado, de armazón feudal, como en Normandía, pero cuyo soberano, como en Inglaterra, conserva derechos muy dilatados sobre la población sometida por la conquista y se beneficia de abundantes recursos fiscales merced a los servicios de fieles agentes.Reconquista y cruzadaLa península ibérica fue otro frente de reconquista contra los infieles, y los jefes de los pequeños estados cristianos de las montañas del norte, de Cataluña, Aragón, Navarra, Castilla y León, recibieron también ayuda militar de los caballeros de Francia, los normados. Primero, realizaron correrías de pillaje, luego expediciones de conquista, que fueron ganando para la cristiandad fajas de tierras abiertas a la colonización campesina y urbana. El reino de Navarra, con Sancho III el Mayor (1000-1035), encabezó este esfuerzo. Fue en España donde se formó un sentimiento nuevo, manifestación de la joven fuerza expansiva de la caballería occidental: la idea de guerra santa, obra piadosa que asegura la salvación. Este sentimiento, que iba a expresarse y propagarse por obra de los cantares de gesta, fue explotado y orientado por los dirigentes de la Iglesia. En 1063 se monta la primera expedición militar organizada sistemáticamente contra los infieles y a cuyos participantes se garantizan por una parte la salvaguarda de sus bienes y de su familia, y por otra, el beneficio de indulgencias y gracias espirituales. Con los éxitos del hijo de Sancho, Fernando I de Castilla, y de su hijo, Alfonso VI, la lucha contra el infiel, casi siempre afortunada, ya no tuvo pausa y la repoblación hizo surgir varias ciudades.

De la guerra santa llevada contra el Islam en los países españoles, la Cruzada propiamente dicha difiere por simples detalles: los guerreros cristianos son enrolados en una empresa cuya codirección toma la Santa Sede; reciben como insignia el mismo símbolo de la redención; los privilegios que se les aseguran son ampliados y concretados y en especial se les asigna un fin más sublime que la reconquista de la meseta castellana: el rescate de la tumba de Cristo. El peregrinaje a Tierra Santa había demostrado que los árabes eran muy tolerantes y no molestaban mucho a los peregrinos. En la segunda mitad del siglo XI, los caballeros occidentales emprendieron el peregrinaje por pequeños grupos armados, al regresar tenían el sentimiento de que una conquista no era difícil, al propio tiempo que describían las riquezas de Levante. En este momento, le empuje turco llegó a amenazar peligrosamente a Bizancio, y Occidente pensó que la cristiandad debía proteger su flanco oriental. El papa Urbano II concibió el proyecto de una vasta expedición común y, en 1095, invitaba a todos los cristianos con vocación militar a partir hacia Jerusalén, armados y revestidos con el signo de la cruz. El éxito fue prodigioso; los caballeros responden a este llamamiento con entusiasmo. Empieza una empresa que tenía que durar más de dos siglos y cuya nostalgia permanecerá hasta el alba de los tiempos modernos en el espíritu de los nobles. La primera cruzada consiste en cuatro grupos armados que siguen itinerarios diferentes

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para reunirse ante los muros de Constantinopla. No hay entre ellos reyes, que por entonces carecen de poder efectivo. Toman Jerusalén el 15 de julio de 1099.

En Tierra Santa se organiza a continuación una especie de remoto puesto avanzado del feudalismo occidental. El puro régimen feudal implantado artificialmente sobre un terreno desnudo sirve de único armazón a una formación política fundada por castellanos y caballeros que, en pie de igualdad, se unen en una asociación temporal de peregrinación y de combate. De todos modos, este reino no puede realizar la indispensable unidad de fuerzas ante una frontera tan peligrosamente amenazada. Los cruzados se habían comprometido a liberar Jerusalén, no a montar allí la guarda permanente, y, una vez cumplido su voto, regresaron a su tierra. Por esta causa, los estados francos de Levante no fueron colonias de doblamiento. Los occidentales eran una minoría ínfima en medio de población indígena.

No obstante, los establecimientos latinos de las riberas orientales del Mediterráneo duraron bastante tiempo. En primer lugar, porque el Islam estaba entonces muy debilitado; asimismo porque, durante todo el siglo XII y los primeros del XIII, la cruzada se convierte de hecho en una institución permanente, es un constante ir y venir. Por otra parte, se fundan órdenes religiosas nuevas, especialmente adaptadas a esta forma especial de la piedad que es ahora la guerra santa; monjes y soldados a un tiempo, los caballeros del Temple, cuya regla se establece en 1128, los del Hospital de Jerusalén, los caballeros Teutónicos, tienen como misión acoger a los peregrinos de Tierra Santa y protegerlos contra los infieles; además reclutan los nuevos cruzados, reúne y utilizan para la defensa de los establecimientos latinos de Levante las limosnas de quienes en la imposibilidad de cumplir su voto, lo rescatan. Los principados cristianos se prolongan aunque van menguando poco a poco, Edesa se pierde en 1144, Jerusalén cae en 1187. Los francos, a fines del siglo XII, empiezan e encontrar compensaciones en el territorio de Bizancio. Aprovechando su superioridad militar, tentados por las riquezas de las ciudades griegas y perdiendo de vista el objetivo religioso de las primeras expediciones, se apoderan de Chipre en 1191, toman y saquean Constantinopla en 1204.

Estos contactos prolongados ejercieron una gran influencia sobre la evolución de la civilización europea. En los linajes más ricos, la cruzada es de tradición, partiendo por turno todos los varones con vocación militar y algunos, apenas regresaban, buscan el medio para volverse de nuevo. Por consiguiente, la guerra santa y los desplazamientos a larga distancia que suscitó, amortiguaron felizmente, en la aristocracia laica, los efectos del incremento demográfico reduciendo las ocasiones de desorden y las dificultades económicas.

Estas empresas militares favorecieron ampliamente el enriquecimiento material de Occidente y el esplendor de su comercio marítimo. La sola necesidad de transportar los grupos de peregrinos cada vez más numerosos estimula en todos los puertos latinos del Mediterráneo las construcciones navales y las actividades marítimas; los derechos de pasaje procuran buenos beneficios a los armadores y a los marinos. Este tráfico ininterrumpido acrecienta rápidamente las reservas de metales preciosos en las ciudades marítimas y especialmente en Italia.

Los comerciantes marítimos de Barcelona y Marsella, sobre todo los de Pisa, de Génova y de Venecia colaboran activamente en las expediciones de guerra contra los musulmanes y bizantinos; a cambio reciben concesiones territoriales en los mejores puntos comerciales de los países conquistados, los fondacs o alhóndigas, cuyos provechos contribuyen al enriquecimiento de los comunes de Occidente, sus metrópolis. Desde la mitad del siglo XII, la posición económica de la cristiandad latina con respecto a Oriente ha invertido completamente los papeles: ahora los mercaderes italianos,

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catalanes o provenzales son los que tienen en su mano todo el comercio de la fachada asiática y africana del Mediterráneo y quienes le sacan fruto.

Las cruzadas, por último, estableciendo estrechas relaciones con países de cultura superior, apresuraron el refinamiento de las costumbres caballerescas, extendieron el uso de las modas y de los productos exóticos, permitieron la introducción de técnicas nuevas y descubrieron a los intelectuales ciertos aspectos de la ciencia y la filosofía, de las artes y la literatura árabes y helénicas: esas formas y conceptos, esas recetas, esas costumbres vienen a enriquecer el patrimonio cultural de la Europa cristiana, favorecido por el bienestar general, la multiplicación de contactos y la aceleración de intercambios de todas clases.

IV: RENOVACIÓN ESPIRITUAL: DEPURACIÓN DE LA IGLESIAEn Occidente la iglesia conserva aún en el siglo XI, el monopolio de la

instrucción, el progreso de la cultura y de las actividades intelectuales depende directamente del estado de los órganos eclesiásticos. Este mejora desde principios del siglo X. La vida monacal se encuentra en vías de purificación como efecto de la difusión de las costumbres cluniacenses; la iglesia secular continúa afectada por vicios graves.Nicolaísmo y simonía

El nicolaísmo, es decir, el desorden en las costumbres –la mayor parte de los seculares, de arriba debajo de la jerarquía, viven como laicos, llevan armas y no respetan la regla del celibato- y la simonía, es decir, el comercio de las cosas sagradas: el espíritu de lucro y el tráfico de los sacramentos y la venta al mejor postor de las funciones religiosas. Causa: el papel que desempeñan los laicos en la distribución de los cargos eclesiásticos. Las iglesias, todas, están de hecho en poder de seglares. Las parroquias rurales son propiedad de las familias de la nobleza que se consideran con derecho a explotarlo, ellas nombran como ministro a uno de sus hombres. Los titulares de obispados y monasterios son designados por los reyes y por ciertos príncipes que se han apoderado de las prerrogativas de regalía. La función religiosa, con los poderes y beneficios a ella vinculados, forman a los ojos de los contemporáneos una especie de feudo cuyo dueño es el señor seglar. Es fácil ver las consecuencias: confundir con la fidelidad feudal la relación que une al servidor de la Iglesia con el patrono de la misma; asimilación peligrosa pues subordina las autoridades espirituales a los poderes temporales. Los señores laicos, al escoger entre los candidatos consideran mucho menos las cualidades morales que los servicios que el elegido podrá prestarles o el regalo que les hará. Semejante práctica va en desdoro de la calidad: en vez de los candidatos sabios y de la vida limpia triunfan los intrigantes. He aquí el mal fundamental.

Un problema análogo fue resuelto en Cluny por la exclusión absoluta de toda intervención laica en los asuntos religiosos y especialmente en la designación de los dignatarios. Se abre paulatinamente un movimiento para la libertad de las elecciones seculares en el mundo eclesiástico. Después de 1046, cuando el papado hubo poblado la curia pontificia de clérigos lotaringios, de elevado valor moral, muy influenciados por la corriente mística lorenesa, aplicados en las escuelas de Lieja al estudio del derecho canónico, y de una inteligencia bastante amplia para tener una visión de conjunto de las imperfecciones que aquejaban a la Iglesia, el espíritu de reforma conquistó la Santa Sede. Se inicia así la reforma gregoriana, bajo el papado de Gregorio VII (1073-1085).La reforma gregoriana

Su primer resultado es exaltar la posición de la Iglesia romana. La afirmación de la supremacía de la sede apostólica. En 1054, la Iglesia de Occidente se separa definitivamente de la Iglesia bizantina, pasa a ser un cuerpo centralizado bajo la

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dirección del papado, magistratura suprema elevada por encima de todos lo poderes terrenos. El principio de la libre elección es aplicado en Roma desde 1058 y seguidamente codificado en el primer canon del concilio de 1059: en adelante el Papa será elegido por los miembros de clero romano, los cardenales. Los clérigos más celosos de la dignidad de la sede apostólica son promovidos al pontificado y contribuyen a realzar el prestigio moral del sucesor de San Pedro. Clérigos y monjes se someten de mejor talante a la autoridad de Roma, no solo en materia de dogma, sino en cuestiones disciplinares. Superioridad absoluta del Papa; gobierno de la Iglesia universal por la Santa Sede que entiende en todas las cosas importantes y es la única con derecho a legislar; completa subordinación de los arzobispos y obispos al poder pontificio, que puede rectificar la geografía de las diócesis, desplazar o deponer a los pastores.

Este programa se realiza rápidamente, se atestiguan los progresos constantes de la centralización. Desde comienzos del siglo XII, la Iglesia latina es una monarquía muchos más firme que todos los poderes temporales.Querella de las investiduras

Por la tenacidad de los Papas y de sus auxiliares, la ingerencia de los señores laicos en el nombramiento de los prelados fue restringida. El 6 to canon del concilio de 1059 prescribía ya que ningún clérigo debía ser investido de una iglesia por un laico. Se enfrentan con una violenta resistencia por parte de los dignatarios que han comprado su cargo y también por parte de los príncipes, que no quieren renunciar a sus prerrogativas a causa de los provechos que les procuran. Entre los promotores de la reforma y los soberanos empieza entonces el largo conflicto conocido por querella de investiduras. La resistencia más tenaz procede del emperador ya que los principados episcopales constituyen el más seguro apoyo del rey, que procura controlarlos estrechamente.

En el concordato de Worms en 1122, se llega a un compromiso. Consiste en distinguir dentro de la función episcopal el cargo espiritual, cuya colación, mediante el báculo y el anillo, se reserva exclusivamente a la Iglesia, y las atribuciones temporales, señoríos territoriales y banales, cuya investidura corresponde al patrono laico. No se presta homenaje al príncipe sino un simple juramento de fidelidad. Los soberanos conservan no pocos medios para que se acepten los candidatos por ellos apoyados; a los eclesiásticos corresponde, sin embargo, la designación, garantía de una elección más segura: el fin esencial ha sido alcanzado.

El éxito de los reformistas fue, en cambio, mucho más limitado en los tocante a dignidades inferiores. Los laicos conservaron su patronato sobre las parroquias rurales y el derecho de proponer el titular de la cura animarum a la designación del obispo; por esta causa el bajo clero siguió siendo durante mucho tiempo de calidad muy mediocre. Durante el curso del siglo XI, gran número de iglesias rurales son ofrecidas espontáneamente como limosnas por sus poseedores a los cabildos de las catedrales y en especial a los monasterios; el temor a las penas sobrenaturales, sumado a las gestiones eclesiásticas, producen una aceleración de este movimiento. En el siglo XII, el derecho de patronato es ejercido generalmente por comunidades religiosas. Por otra parte, el mejor reclutamiento de los obispos, más cuidadosos, contribuye a mejorar los órganos inferiores de la Iglesia secular. Durante mucho tiempo aún se verán en las aldeas sacerdotes casados, ignorantes, miserables, o por lo contrario, codiciosos, explotando a sus parroquianos y esforzándose en sacar un provecho material del temor mágico que inspiran.

Se registra un progreso sensible, durante el siglo XI y principios del XII, en el comportamiento religioso de los laicos. En particular, su concepción de la salvación se hace más espiritual: antaño para salvar el alma, las faltas cometidas convenía compensarlas sobre todo con sucesivas limosnas, a modo de multas judiciales ofrecidas

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a Dios para volver a su paz; hogaño, progresa poco a poco la idea de que son los actos los que cuentan y que conviene aplicar durante la existencia los preceptos evangélicos, al menos aquellos que son menos incompatibles con la moral caballeresca y con las necesidades de la vida cotidiana. Parece que Dios es más accesible a los hombres; su aspecto se hace menos terrible; empieza a aparecer bajo la forma tierna y dulce del Niño Jesús; las penas y las recompensas prometidas para después de la muerte toman un aire menos abstracto; el culto a la Virgen, medianera y consoladora, se extiende, sin duda en relación con el papel más importante que la mujer, a causa del refinamiento de las costumbres, desempeña en la sociedad de este tiempo.Aspiraciones religiosas

Otro problema es el de la actitud del clero frente a las riquezas terrenas; este se suscita por el cambio de condiciones económicas, por el renacimiento comercial, por la aceleración de la circulación monetaria y por el enriquecimiento de Occidente. Para los clérigos más conscientes de sus obligaciones, la liberación de la Iglesia tiene que ser completa y señalarse por un retorno a la “existencia apostólica”, a los géneros de vida de las comunidades de la primitiva cristiandad. Para eso, tienen que depurar los miembros de la clerecía, los canónigos, de todas las codicias, del gusto por el poder y el amor por el lujo. En Cluny se había establecido una forma aristocrática de monaquismo, perfectamente adaptada al medio feudal y a la división tripartita de la sociedad. En el siglo XI una nueva corriente enfoca una reforma más profunda.

Esta tendencia se manifiesta por todas partes. La gente humilde las ciudades, más sensible por sus actividades económicas, también apoya esta tendencia. En algunas ciudades se desarrolla el movimiento para la pobreza del clero. Se entrevén dos tendencias: una que lleva al eremitismo, a un aislamiento más completo, a una existencia más ascética; otro que lleva a la estrechez, no sólo a la “pobreza” de Cluny, feliz equilibrio entre la renunciación individual y la opulencia colectiva, sino a la verdadera, la de los Padres del Desierto.Nuevas órdenes

En la Iglesia secular, algunos sacerdotes, sin renunciar a su ministerio deciden separarse del mundo y se reúnen para hacer vida en común con pobreza. Estas iniciativas son animadas por los mejores obispos y sostenidas por uno de los grandes apóstoles de la reforma, Pedro Damián. Por otra parte, los gregorianos se encargan de suscitar otras. Las comunidades de clérigos se multiplican, se trata de verdaderas comunidades sometidas a cierta autoridad. Pero otros seculares aspiran a una pobreza más completa. Para ellos se impone, a principios del siglo XII, una regla muy dura inspirada en tres escritos de San Agustín. Obligados no sólo a la pobreza total y a la vida comunitaria sino también al silencio, al trabajo manual y a la celebración litúrgica, constreñidos a la más estrecha existencia material, viven de hecho como monjes, se diferencian porque ellos no están obligados a la clausura, su misión esencial, enseñanza o predicación, se desarrolla en el mundo, y por ello, colaboran activamente al levantamiento moral del clero secular y de los fieles.

Entre los monjes igualmente son numerosos los que sueñan con llevar una vida solitaria y volver a la pobreza evangélica. En el último cuarto del siglo XI se fundan vigorosas congregaciones nuevas. Unas buscan el aislamiento absoluto del mundo (sin riquezas, tierras ni trabajos), otras cargan el acento sobre la soledad (las comunidades de anacoretas que pasan la mayor parte del día en el silencio y la abstinencia).

La que tiene más éxito y cuyo centro, Citeaux, es fundado en 1098 por Roberto Molesme, presenta sus usos como una simple vuelta a la regla de San Benito, una rectificación de la desviación cluniacense, y, asociando soledad y pobreza, realiza el equilibrio entre las dos tendencias. Aislamiento del mundo: los cistercienses se

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establecen lejos de los lugares habitados, en el corazón de los bosques, en los valles pantanosos. Viven en estrecha comunidad, en el coro, en el refectorio y en el dormitorio del monasterio. Renunciación total: todas las comodidades de alimentación y de vestidos aceptadas en Cluny son desterradas; el cisterciense desprecia su cuerpo y lo domina. La familia monástica posee propiedades rústicas. A cambio le está prohibido percibir rentas de ninguna clase; corresponde a los frailes sacar de la tierra su propia subsistencia, y cada monasterio reúne en estrecha comunidad de trabajo los monjes de coro, procedente del clero o de la aristocracia, más instruidos y obligados a ejercicios espirituales más amplios, y los conversos, es decir, los miembros de la clase inferior atraídos por la vida religiosa, que no aportan más que su trabajo al servicio de Dios y que efectúan los trabajos más rudos. El aumento demográfico y la necesidad de aislar la vida del alma de un mundo trabajado cada vez más por la preocupación por las riquezas explican la extraña proliferación, en la primera mitad del siglo XII; de las nuevas comunidades de clérigos y de monjes, y la rápida expansión de la congregación cisterciense.

En la cristiandad de Occidente, comienza el tiempo de las herejías, así como la lucha contra los extravíos del espíritu, los concilios en que los pensadores demasiado atrevidos son obligados a retractarse, y San Bernardo ya se extenúa en rehacer la unidad del cuerpo eclesiástico, rota por las primeras discordias doctrinales. La causa de este trastorno es que la Iglesia está, más instruida y más inclinada a razonar. La fermentación de principios del siglo XII es un signo indiscutible de madurez intelectual.

V: EL RENACIMIENTO ESPIRITUAL: EL MOVIMIENTO INTELECTUALEl esplendor de las actividades intelectuales y de la vida literaria se comprende

sin dificultad: un bienestar más amplio, su liberación progresiva con respecto a las preocupaciones materiales y las ambiciones temporales, permiten a los eclesiásticos dedicarse más completamente a su vocación propia, el cultivo del espíritu. Además, la expansión de la caballería occidental favorece los contactos con las civilizaciones de Oriente ya que de allí proceden varios manuscritos árabes o griegos. En el monasterio de Monte Casino, cuya biblioteca es reconstituida a mediados del siglo XI, los traductores se afanan en poner estas obras al alcance del clero latino.Las escuelas

Hasta el siglo X los monasterios eran los centros más activos en materia de cultura letrada; en el siglo XI ciertas escuelas monásticas son aún muy brillantes. Esto no impide que los centros más vivos sean los seculares y florezcan junto a los cabildos catedralicios, donde el studium irradia durante todo el siglo XI, en París, donde las escuelas se convierten a principios del siglo XII en el lugar de reunión de los mejores dialécticos de la cristiandad latina. Este desplazamiento de las escuelas desde los claustros aislados en el campo hacia las ciudades episcopales hace a los establecimientos de enseñanza más abiertos y más libres.

Hay unas perspectivas intelectuales mucho más amplias para los oyentes que, sentados sobre el suelo sembrado de paja, escuchan las lecciones y copian las “lecciones”. Antes, el estudio de las siete artes liberales, y sobre todo del Trivium, constituía la base del trabajo escolar, contacto pasivo y superficial con un cierto número de textos sagrados o profanos. A partir de la segunda mitad del siglo XI, se manifiesta un doble progreso: las artes liberales son practicadas con mejores métodos, y en especial, no desempeñan ya más que un papel preparatorio en el ciclo de los estudios.

En las antiguas disciplinas, gramática y retórica, el adelanto se nota por la flexibilidad de los instrumentos de expresión. El latín mantiene toda su pureza, porque ahora se encuentra demasiado alejado de las hablas populares para ser contaminado por

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ellas y sobre todo porque los grandes autores del período clásico son cada vez mejor conocidos. Un nuevo “renacimiento” se produce a principios del siglo XII, Virgilio y Ovidio, Lucano y Horacio son comentados en las escuelas seculares. Esta frecuentación de los clásicos se acompaña de preocupaciones estilísticas y, curiosamente, por la virtuosidad literaria. Esta tendencia al preciosismo va acompañada de un clarísimo progreso de la verdadera cultura y, a juzgar por los resultados, los métodos pedagógicos del trivium se pueden clasificar de buenos o capaces, por su orientación humanística.

Esos estudios son ahora tenidos por una simple iniciación preliminar, una preparación para la exploración de nuevos campos.Ciencias, teología y filosofía

Las relaciones más íntimas mantenidas con el mundo árabe favorecieron los adelantos en dos órdenes de conocimientos: en primer lugar una ciencia abstracta, la matemática, cuyo profundo estudio sostuvo los esfuerzos de los teóricos de la música e hizo posibles los descubrimientos arquitectónicos de los constructores románicos; a continuación una técnica: la medicina. Otras investigaciones fueron las de los juristas. Suscitadas por el desarrollo de los intercambios comerciales y el crecimiento de las ciudades, y también por la Querella de las investiduras. Estas investigaciones se orientan en dos direcciones: hacia el estudio del derecho romano y hacia el establecimiento definitivo del derecho canónico.

Pero el más notable de los progresos que se realizan en esta época en el terreno intelectual es el de la lógica, de la especulación racional aplicada a los problemas teológicos. Se plantea el problema que apasiona a los pensadores de este tiempo, el de los “universales”, de la realidad de las ideas generales. Pero todo esto no influye en la religiosidad, el cristiano culto de entonces, alimentado por la lectura de la Biblia, procura acercarse a Dios esencialmente por el amor y no por un esfuerzo de la razón- Hacia 1070, se hace sentir la necesidad, no de discutir el contenido de la revelación, pero sí profundizarlo por el raciocinio: para los religiosos de la época, Dios no es solo amor, es también verdad y la semejanza del hombre con él se basa en la razón; por esto, emprende la meditación racional del dogma; su fe va en busca de inteligencia. Fides quaerens intellectum, la expresión es de San Anselmo, quien abre el camino de la teología racional estrechamente asociada a la filosofía. A partir de entonces, los métodos de la dialéctica son aplicados a la lectura de la divina página. Se amplía la parte de la reflexión personal; el lector se funda siempre en autoridades, pero se toma más libertades con ellas; la glosa y el comentario literal son sustituidos por las sentencias, es decir, la compilación sistemática de todos los puntos de las Sagradas Escrituras y de los santos Padres relacionados con determinado punto importante del dogma. De la sentencia deriva la quaestio: cuando, sobre un problema, las autoridades confrontadas se presentan en discordancia, corresponde a la lógica probar de conciliarlas y esta vez la razón, colocada siempre al servicio de la Fe, cumple en la investigación de la verdad una función esencial. En dos generaciones, el método escolástico estaba fundado.

Pero al instante aparecen los peligros de esta liberación de las facultades humanas, ¿no quedan ahora amenazados el respeto por los textos sagrados y la misma fe, por la osadía de ciertos maestros seculares, seguros de sus razonamientos y de sus posibilidades? Se bosquejan las primeras reacciones contra la dialéctica: se censuran ciertas proposiciones audaces (particularmente de Pedro Abelardo). Sin embargo esto no hace disminuir el ardor por las investigaciones lógicas. Cada vez más numerosos, los estudiantes se apretujan en las escuelas de París.Trovadores y cantares de gesta

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Este desarrollo de la actividad intelectual en la Iglesia no deja de tener resonancia en los medios más elevados de la sociedad civil, así vemos nacer y desarrollarse una literatura en lengua vulgar para diversión de los que no pueden acudir directamente a las obras latinas. Con destino a los miembros de la clase caballeresca, a finales del siglo XI, son redactados, y toman forma. Unos poemas que hasta entonces eran transmitidos oralmente. Se contó con la ayuda de literatos profesionales, religiosos, sin duda, o al menos instruidos en las escuelas eclesiásticas. Existen dos focos principales que corresponden a dos inspiraciones diferentes. En Aquitania, en las reuniones feudales, que frecuentan también las damas de la aristocracia, se recitan cortas poesías en dialecto occitano, compuestas con frecuencia por señores (el primero de estos nobles troubadours fue el duque de Aquitania, Guillermo IX de Poitiers) y cuyo tema esencial es la relación amorosa: amor muy carnal al principio y descrito cínicamente; mas poco a poco, durante la primera mitad del siglo XII, este sentimiento se pule y disimula bajo la influencia de las costumbres feudales y de la espiritualidad cristiana, se convierte en una devoción de carácter bastante ambiguo hacia la dama elegida, preferentemente “lejana”; al propio tiempo las formas y los ritmos poéticos se hacen más y más complejos y sutiles.

En cambio en el norte de Francia, el público caballeresco, más guerrero que mundano (menos precoz en efecto es aquí la promoción de la mujer en la vida de la alta sociedad), prefiere la epopeya militar; las virtudes nobles, la bravura, la fidelidad a Cristo, a la familia, a los compañeros de vasallaje son exaltados en largas series de versos asonantes, cuyos héroes, personajes históricos de la época franca, luchan con problemas actuales, lucha contra los “paganos” musulmanes o contradicciones de la moral feudal; algunos de estos cantares de gesta, en particular el de Roland, alcanzan en ciertos momentos una áspera belleza y son obra de grandes artistas, duchos en la técnica literaria. Bajo la influencia conjugada del renacimiento humanista y de las aportaciones orientales se forma el nuevo género de la novela antigua en el que, para responder a la evolución del gusto, se mezclan, alrededor de las figuras de Alejandro y de Eneas, las aventuras guerreras y las intrigas sentimentales.

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