El Reflejo de Lo Que Soy

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“El reflejo de lo que soy” Ignacio Vera Es domingo, son las diez de la noche y ya es tiempo de irme a la cama… mañana me espera una ardua jornada de trabajo y hay que descansar; además, leí que durmiendo ocho horas diarias uno puede rendir de manera óptima, así que me dormiré (como siempre) antes de las once. Supongo que ya te imaginas lo que haré al día siguiente… ya sabes, lo que hace todo el mundo: levantarme, ducharme, tomar desayuno, trabajar, almorzar, trabajar, llegar a mi casa, comer algo, descansar, y así hasta llegar al fin de semana. Ahí puedo ver una película, juntarme con algunos amigos o salir a trotar. ¿Suena rutinario, no? Bah, la rutina no es mala cuando se tiene control de ella, además es mucho mejor ser dueño de tus propios actos. Aparentemente, este modo de pensar me ha dado réditos, ya que desde chico tuve un espíritu de competitividad que mis padres elogiaban y estimulaban constantemente; me decían que para ser el mejor hay que superar barreras que otros, por diversos motivos, no se atrevían a superar. Entonces, ahí tenía que aparecer yo, la figura que destaque por sobre el resto. Y bueno, así fue como siempre obtuve diversos tipos de reconocimientos: primer lugar académico en el colegio y mejor egresado de la escuela de derecho de la universidad, por mencionarte algunos de mis logros. Mis amigos dicen que soy un ‘ñoño’ por excelencia, me aconsejan que debería despejarme y ‘alocarme’ un poco, pero no los pesco; ellos no se dan cuenta de que el éxito es fundamental en la vida y que para lograrlo hay que esforzarse todos los días, porque si no lamentablemente te quedas en el camino, y yo no quiero eso. Además, ahora último (desde la semana pasada) escribo cuando no tengo nada interesante que hacer. ¿Buena manera de distraerse, no cierto? Qué mejor que plasmar mis pensamientos o cosas que rescato del día a día

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“El reflejo de lo que soy”

Ignacio Vera

Es domingo, son las diez de la noche y ya es tiempo de irme a la cama… mañana me espera una ardua jornada de trabajo y hay que descansar; además, leí que durmiendo ocho horas diarias uno puede rendir de manera óptima, así que me dormiré (como siempre) antes de las once. Supongo que ya te imaginas lo que haré al día siguiente… ya sabes, lo que hace todo el mundo: levantarme, ducharme, tomar desayuno, trabajar, almorzar, trabajar, llegar a mi casa, comer algo, descansar, y así hasta llegar al fin de semana. Ahí puedo ver una película, juntarme con algunos amigos o salir a trotar. ¿Suena rutinario, no? Bah, la rutina no es mala cuando se tiene control de ella, además es mucho mejor ser dueño de tus propios actos. Aparentemente, este modo de pensar me ha dado réditos, ya que desde chico tuve un espíritu de competitividad que mis padres elogiaban y estimulaban constantemente; me decían que para ser el mejor hay que superar barreras que otros, por diversos motivos, no se atrevían a superar. Entonces, ahí tenía que aparecer yo, la figura que destaque por sobre el resto. Y bueno, así fue como siempre obtuve diversos tipos de reconocimientos: primer lugar académico en el colegio y mejor egresado de la escuela de derecho de la universidad, por mencionarte algunos de mis logros. Mis amigos dicen que soy un ‘ñoño’ por excelencia, me aconsejan que debería despejarme y ‘alocarme’ un poco, pero no los pesco; ellos no se dan cuenta de que el éxito es fundamental en la vida y que para lograrlo hay que esforzarse todos los días, porque si no lamentablemente te quedas en el camino, y yo no quiero eso. Además, ahora último (desde la semana pasada) escribo cuando no tengo nada interesante que hacer. ¿Buena manera de distraerse, no cierto? Qué mejor que plasmar mis pensamientos o cosas que rescato del día a día escribiendo, que por lo demás también perfecciona mis habilidades ortográficas y de redacción. Bueno, ya me dio sueño, así que mañana volveré a escribir si es que me dan ganas. Buenas noches.

Han pasado seis días desde que no escribía. Entre tanta pega me fue imposible darme un poco de tiempo… además, creía que todos los días iba a tener algo interesante que contar, pero creo que mi capacidad de síntesis en el relato anterior fue tan precisa que no sentí la necesidad de relatar algo. No obstante, escribo porque me pasó algo que me quedó dando vueltas. El hermano chico de Hernán (un amigo) estaba de cumpleaños, y aunque debo admitir que no me gustan los niños, acepté su invitación ya que no lo veía hace mucho tiempo. El asunto, es que mientras estaba conversando con Hernán apareció un niñito de ocho años aprox. que me dijo que vayamos a jugar al patio, yo le respondí que no podía porque estaba conversando. Después, un rato más tarde, volvió este niño a preguntarme: “¿por qué ninguno de los grandes quiso ir a jugar conmigo si el día está tan bonito?” Yo le dije que jugar era para los niños y que los adultos teníamos que conversar. El niño me siguió haciendo muchas preguntas más, y la verdad es que me tenía chato, sin embargo, cuando llegué a mi casa, me di cuenta de que me hubiese gustado conversar más con él… ¿por qué me habrá surgido esa inquietud si a mí me cargan los cabros chicos? Al parecer estoy haciéndome demasiadas preguntas y ya me está doliendo la cabeza… quizás estoy pensando puras estupideces, así que mejor me voy a dormir.

Me fue imposible dormir. Movía la cabeza para un lado y pensaba en la pregunta del niño, movía la cabeza para el otro lado y me recriminaba por no haberle dado una mejor respuesta. Ya

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después de un largo rato de reflexión, leí lo que escribí el domingo pasado y finalmente encontré la respuesta a mi inquietud: la rutina me estaba carcomiendo lentamente, y lo peor de todo, es que ni siquiera me había dado cuenta de eso… Es más, lo que inicialmente fue una tarea con fines específicos (escribir para mejorar mi ortografía y redacción) se convirtió en un reflejo de lo que soy: un hombre sumido en lo cotidiano y cegado por tener el control de las cosas.

Son las tres de la mañana y como puedes notar ya he roto una normativa, que es dormirme antes de las once. Pensar así, no obstante, me sigue haciendo sentir incómodo, algo así como desvalido… o desprotegido. Mejor tomaré esto con calma y cuando esté más claro con mis pensamientos volveré a escribir.

Acabo de leer lo que escribí en el último párrafo (“tomaré esto con calma”) y fue inevitable reírme. Bueno… la verdad, es que ya pasó un mes después de ese episodio con el niño y desde aquella reflexión mi vida giró en ciento ochenta grados. De partida, ya no me levantaba con ganas de controlar mi rutina, sino más bien dejé que la rutina me sorprendiera. Así, conversar ya no se daba con fines de rebatir el argumento del otro, sino más bien se dio para aprender y sacar conclusiones positivas de aquello. Además, decidí cambiar el diseño de mi departamento porque hace tres años que estaba de la misma forma –y lo peor es que ni siquiera me había dado cuenta-. Poco a poco empecé a darme cuenta de que creer estar siempre en lo cierto era una limitación que me vendaba frente a la realidad y a su constante variación. Gracias a ese niño del cumpleaños, aprendí que hacerse preguntas sobre nosotros mismos es importante para no estancarse en el peligro inherente de la rutina, y ahora, con veinticinco años siento que he vuelto a nacer, he vuelto a ser alguien que desea jugar y divagar con lo ‘cotidiano’. Ya no me conformo únicamente con cumplir, sino que acepto la casualidad del día a día.

Confieso que este proceso ha sido muy difícil para alguien como yo, quien ha tenido una historia de vida opuesta a este tipo de pensamiento, pero prometo que haré mi mayor esfuerzo por incorporarlo de la mejor manera. Acepto el desafío, y espero que tú también.