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EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU PATRIMONIO EN LOS SIGLOS XVI Y XVII Por María Cruz García Torralbo LA ORDEN Y EL CONVENTO I. Fundación y expansión de la Orden Trinitaria T ras la crisis sufrida por la Iglesia en el siglo ix que condujo a las re- formas de Cluny y Císter, se acabó con la relajación a que habían lle- gado las órdenes religiosas. En el siglo XI, la Iglesia acomete una reforma más profunda y univer- sal, reforma que personificó Gregorio VII (1073-1985). Empeñado en aca - bar con los males que sufría la Iglesia, la simonía y el amancebamiento de algunos de sus miembros, luchó por liberarla de las injerencias temporales que la atenazaban, al mismo tiempo que basaba su autoridad en la recupe- ración de su independencia haciendo de la Cátedra de San Pedro una mo- narquía centralista con poder para elegir y nombrar no sólo a los obispos sino incluso a los reyes. Esta doctrina teocrática alcanzó su máxima expresión con Inocencio III (1198-1216), el gran papa fortalecedor de las estructuras de la Iglesia. Convocó el IV concilio de Letrán, uno de los más importantes concilios ce- lebrados por la Iglesia en todos los tiempos, en el que desarrolló con ex- traordinaria habilidad su teoría de la plenitudo potestatis con la que interfería en asuntos políticos ratione peccati y salía robustecida la imagen papal en el seno de la Iglesia frente a obispos y cardenales. Para ello se sirvió del apoyo que le prestaron las nuevas Órdenes Religiosas a las que potenció en respuesta a las inquietudes y expectativas que la sociedad de su tiempo reclamaba y exigía de la Iglesia en todos los ámbitos: regulares, seculares y seglares o laicos. El siglo XII se estrena en Francia con la dinastía de los Capetos, intro- ducida por Luis VI el Gordo que consiguió desarticular las bandas faccio-

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EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU PATRIMONIO EN LOS SIGLOS

XVI Y XVII

Por M aría Cruz García Torralbo

LA ORDEN Y EL CONVENTO

I. Fundación y expansión de la Orden Trinitaria

T r a s la crisis sufrida por la Iglesia en el siglo ix que condujo a las re­formas de Cluny y Císter, se acabó con la relajación a que habían lle­

gado las órdenes religiosas.

En el siglo X I, la Iglesia acomete una reforma más profunda y univer­sal, reforma que personificó Gregorio VII (1073-1985). Empeñado en aca­bar con los males que sufría la Iglesia, la simonía y el amancebamiento de algunos de sus miembros, luchó por liberarla de las injerencias temporales que la atenazaban, al mismo tiempo que basaba su autoridad en la recupe­ración de su independencia haciendo de la Cátedra de San Pedro una mo­narquía centralista con poder para elegir y nombrar no sólo a los obispos sino incluso a los reyes.

Esta doctrina teocrática alcanzó su máxima expresión con Inocencio III (1198-1216), el gran papa fortalecedor de las estructuras de la Iglesia. Convocó el IV concilio de Letrán, uno de los más importantes concilios ce­lebrados por la Iglesia en todos los tiempos, en el que desarrolló con ex­

traordinaria habilidad su teoría de la plenitudo potestatis con la que interfería en asuntos políticos ratione peccati y salía robustecida la imagen papal en

el seno de la Iglesia frente a obispos y cardenales. Para ello se sirvió del apoyo que le prestaron las nuevas Órdenes Religiosas a las que potenció

en respuesta a las inquietudes y expectativas que la sociedad de su tiempo reclamaba y exigía de la Iglesia en todos los ámbitos: regulares, seculares y seglares o laicos.

El siglo XII se estrena en Francia con la dinastía de los Capetos, intro­ducida por Luis VI el Gordo que consiguió desarticular las bandas faccio­

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sas nobiliarias y establecer una alianza con el papado que legitimó su poder. El prestigio de los monarcas era indiscutible; la corona estaba asegurada por la hereditabilidad y la consagración en Reims, y respecto al exterior ac­

tuaban independientemente del papado y del imperio. Pese al arraigo del feudalismo supieron imponerse al poder de los grandes vasallos, ampliaron los dominios de la realeza y desarrollaron una fuerte administración. FelipeII Augusto, en este siglo, y Luis IX en el XIII fueron los grandes artífices del fortalecimiento monárquico en Francia.

Por otra parte, a nivel universal, estos siglos de Plena Edad Media se caracterizan por la ruptura del equilibrio existente entre las tres civilizacio­nes que hasta entonces se habían repartido el contorno mediterráneo: cris­tianos, musulmanes y bizantinos. Islam y Bizancio, que se habían ma­nifestado con toda brillantez en siglos pasados frente a una Europa ruda y oscura, ahora se ven desplazados ante el resurgir de ésta, un resurgir que abarcó desde principios del siglo Xl hasta finales del x iii. Buena prueba de este resurgir de Europa es la respuesta solidaria a la llamada de las Cruza­das para liberar los Santos Lugares del poder musulmán. Y consecuencia directa de las Cruzadas fue la aparición de las Órdenes Militares que auna­ban el espíritu rehgioso a la guerra contra el infiel. Los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, de mediados del siglo XI, con objeto de dar cobijo a los peregrinos cristianos, y la Orden de los Templarios, de 1118, con la misión de proteger a los peregrinos que acudían a Jerusalén, son las más significativas de esta época.

Pero la otra consecuencia directa de las Cruzadas contra el Islam era la cautividad. En estos siglos de luchas despiadadas eran muchos los cris­tianos que pasaban a vivir en esclavitud bajo el yugo musulmán. La mayo­ría morían sin haber alentado en su vida la más mínima esperanza de recobrar la libertad. Otros, lo más afortunados se veían hbres pasado un tiempo gra­cias al comercio de esclavos y al trueque.

Fuertemente sensibihzados con el lacerante problema que supone la es­clavitud para los numerosos hermanos de fe que la sufren, son muchos los hombres que reclaman insistentemente una solución político-militar de las distintas monarquías europeas. A su vez, otros cristianos entienden que en este campo es viable desarrollar una labor pastoral y humanitaria, y, en la medida de lo posible, intentar la liberación de cristianos cautivos. Con este espíritu nacen la Orden de la Santísima Trinidad y Redención de Cautivos en el siglo Xll, y la de la Merced en la centuria siguiente.

El fundador de la Orden de la Santísima Trinidad es San Juan de Ma-

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ta, francés, nacido en Falcón de Provenza, según unos autores (1) y según otros, en el castillo de Mataplana en la provincia de Gerona en Cataluña (2). La discrepancia entre estas dos ubicaciones viene determinada porque la Provenza pertenecía a la Corona de Aragón, pasando a Francia en 1486, habiendo sido ocupada en 1388 por Amadeo VII de Saboya. Su incorpora­ción definitiva al territorio francés no tuvo lugar hasta 1713 (3).

Mientras que decidía ingresar en alguna orden, se fue a París, que era el centro intelectual de Europa en estudios teológicos, enseñando más ade­lante en la famosa ciudad estudiantil (4). Al fin, decide hacerse sacerdote para realizar mejor su apostolado entre los necesitados. A su primera misa y dada su sangre noble, asisten el obispo de París, Mauricio de Sully, Ro­berto, Abad de San Víctor, su profesor de Teología de la universidad de París y los más ilustres personajes de esta ciudad que son testigos de la vi­sión y éxtasis que arrebató al santo en el momento de la consagración, en

la que se le aparece Cristo con dos cautivos. Interpretada como una indica- ■ ción del cielo, de la orden que había de fundar para redimir cautivos cris­tianos, sea permutándolos por infieles sea pagando su rescate, se atermina a cumplir esta misión divina.

Retirado al desierto de Cerfrois, perteneciente a la diócesis de Meaux, entra en contacto con cuatro ermitaños que bajo la dirección de San Félix de Valois viven su espiritualidad (5). Ambos, tras unas experiencias místi-

(1) Cfr. Breviarium Ordinis SS. Trinitatis. París, 1514, pág. 64. Conocem os un ejem­plar en el convento de San Carlino en Roma y tenemos referencias de otro en la Biblioteca de Saint Geneviere en París bajo las siglas BB, 1360.

(2) Según el parecer del padre Antonino, «esta opinión nació a consecuencia de los di­plomas fabricados del todo por Antonio Zapata, cuya Crónica Trinitaria en cinco volúmenes

se conserva todavía en la Biblioteca Nacional de Madrid. Los historiadores españoles del siglo XVII fueron los primeros en adoptar y propagar esta opinión». (Cfr. P. A n t o n i n o d e l a A s u n ­

c i ó n ; H istoria del origen de la Orden de la Santísima Trinidad. Bilbao, 1925, pág. 47).

(3) Cfr. P . A n g e l o R o m a n o d i Sa n t a T e r e s a: Sguardo storico su ll’Ordine Trinitario. Rom a, 1941 (2), pág. 13.

(4) A lius magister cepit et rexit Parisius in theologia, cuius nomen erat lohannes Pro- vincialis (Biblioteca Nacional de París, Códice ms. lat. 9753, fo l. lOv. Narración anónima so ­bre la fundación de la Orden Trinitaria de la prim era m itad del siglo XIII).

(5) N o obstante, hay que aclarar que, aunque San Félix de Valois fue declarado santo junto a San Juan de Mata en el siglo XVII y que los testimonios realizados para el proceso

de culto inmemorial arrojan una paridad de veneración en las iglesias trinitarias, no hallamos referencias a este personaje hasta el siglo XV, si bien algunos documentos señalan a un her­

mano Félix com o ministro de la casa de Marsella en los inicios de la Orden. El apellido se exphcita por primera vez en el Breviarium de París de 1514 en su página 64. A pesar de los

inciertos fundamentos históricos sobre la existencia de este personaje, más adelante, Luis XIV rogó a Inocencio XI que extendiera su culto a la Iglesia Universal por ser ascendiente de la

Real Casa francesa. (Cfr. Archivo de San Carlino ( = A .S .C .), Sección M s. leg. 37b. (sin cata­logar). M em oria l de la Provincia de Andalucía ante el R ey Carlos III en 1775).

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cas comunes, deciden trabajar unidos para la fundación de la nueva Orden (6).

La visión de la primera misa fue materializada por el propio Fundador sobre la puerta del hospital de la primera casa fundada en Roma, Santo Tomás in Formis, al mandar colocar un mosaico redondo con la que, a tra­vés del tiempo, se ha mantenido que fue la visión experimentada (7), en­

marcado dentro de una hornacina de mármol blanco sujeta por dos columnas sobre el arco principal de la entrada. La obra marmórea está firmada por el maestro Jacobo y su hijo Cosmato, lo cual demuestra la contemporanei­dad con el Fundador (8).

Ya en 1194 comienzan a establecer casas con la autorización del obis­po de la diócesis, mientras llega la aprobación definitiva de Roma. Inocen­cio III, con fecha del 16 de mayo de 1198 por Bula Cum a nobis (9) toma bajo su protección a los hermanos y los bienes de la Santa Trinidad de Cer-

frois, y confirma la posesión de sus recién fundadas casas, para pasar a apro­bar la Regla, tras las pesquisas pertinentes en el obispado, por la Bula Operante divine (10) del 17 de diciembre de 1198 dirigida a los dilectis filiis lohanne ministro et fratribus Sánete Trinitatis por la que comienza oficial­

mente la Orden de la Santísima Trinidad.

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(6) Además de la visión descrita, la tradición de la Orden mantiene otras dos más. La

segunda ocurrió junto a Félix de Valois en el desierto de Cerfrois, cuando un ciervo con la cruz trinitaria —cruz griega con el brazo vertical rojo sobre el horizontal de color azul— entre la cornamenta se acercó a beber agua a la fuente junto a la que conversaban los dos Patriar­cas. Sobre esta visión hay que hacer notar que no es un caso aislado el que se atribuye una

revelación a este animal que lleva una cruz entre las astas (valga com o ejemplo la visión de

San Eustaquio). Creemos que este hecho ha de ser tomado alegóricamente y referido al Salmo 42 donde se compara la búsqueda de D ios por parte del creyente con un ciervo («com o busca

el c iervo ,/ corrientes de agua,/ así mi alma te busca/ Señor, D ios m ío»). La tercera y última revelación tuvo lugar en San Juan de Letrán el 28 de enero de 1198 en la persona del mismo

Pontífice Inocencio III mientras celebraba la Eucaristía. Ésta posee algunos detractores, ya

que en tal fecha el Papa aún era diácono y por tanto no podía celebrar misa. Para salvar dicha cuestión han aducido que sería mientras asistía a ella.

(7) La iconografía sobre esta visión recoge indistintamente a Cristo con dos cautivos o a un ángel. El mosaico que hizo colocar el Fundador sobre la puerta del hospital representa a Cristo con dos esclavos sujetos por sus manos. En España la iconografía preferida será el

ángel, llamado de la revelación, con los m ismos personajes pero en posición de intercambio.

(8) Cfr. PP. A n t o n i n o d e l l ’A s s u n t a e A . R o m a n o d i Sa n t a T e r e s a : S. Tomm aso in Formis su l Celio. N otizie e docum enti. Isola del Liri, 1927, págs. 92-93.

(9) Archivo Secreto Vaticano ( = A .S .V .), Reg-Vat. vol. 4, fol. 62v. Citado de M a z z a -

R is i, Cosimo: L ’Ordine Trinitario nella Chiesa e nella storia. Ed. Marietti, Roma 1964,

pág. 234.

(10) A .S .V , Reg. Vat, vol. 4. fo ls. 126v-128r. Reproducido en G r o s s, Joseph J.: The Trinitarians’ rule o f Ufe: texis o f the six principal editions. Roma, 1983, págs. 9-15.

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Tras su aprobación, Inocencio III escribe a Miramolín, rey de Marrue­cos, recomendándole a los frailes portadores de su carta —Inter opera misericordis— de 8 de marzo de 1199 (11), que inician de esta manera su actividad apostólica de redención de cautivos, presentándose en el puerto de Marsella al año siguiente con un crecido contingente de esclavos rescata­dos, lo que sirvió de regocijo a todo el Mediodía francés, tanto más por cuanto la acción se debía a uno de los suyos, Juan de M ata o Juan de Pro- venza.

El 9 de febrero de 1217 el papa Honorio III aprueba la Regla mitigada, segunda que tuvo la Orden, en la que se daba más importancia al apostola­do de los hospitales que se dedicaban al cuidado de enfermos pobres que a la misma redención. El sentido de hospital en las casas trinitarias hace referencia a su doble acepción de hospedaje de transeúntes y hospital pro­piamente dicho, sanatorio. Tal y como se ha mantenido tradicionalmente en la Orden, el hospital de Santo Tomás in Formis alojó en su primer viaje a Roma al hermano Francisco de Asís, quedando plasmado en la parte de­recha del ábside de San Juan de Letrán, y demostrado documentalmente por los padres Antonino de la Asunción y Angelo Romano de Santa Tere­sa (12).

Otras leves mitigaciones fueron hechas por este Papa en 1220 y en 1256, para posteriormente y tras una revisión de Urbano IV, verse aprobada la nueva Regla en 1267 por Clemente IV (13).

Del espíritu reformador emanado del concilio de Trento surge la nece­sidad de renovar las vivencias religiosas volviendo a la observancia de la antigua Regla que con el devenir de los siglos había sufrido notables relaja­ciones. Dos eremitas franceses obtienen del papa Gregorio XIII por Bula del 15 de marzo de 1578 volver a la Regla mitigada de 1267, conocidos con el nombre de Trinitarios Reformados Franceses. Unos años después, en 1599, en España surge una nueva renovación impulsada por San Juan Bautista de la Concepción y aprobada por Clemente VIII, reforma que recibirá la denominación de Trinitarios Descalzos Españoles, única rama que existe en la actualidad. De los Trinitarios Reformados Franceses, un grupo, subyu-

(11) Quidan viri, de quorum numero existunt praesentium portito res, super divin itus in-

f lam m ali Regulam et Ordinens invenerunt in redem ptionem caplivorum . Citado en P. A n t o -

NINO DE LA A s u n c ió n : Op. c it., pág. 29. 12.- ( i2) cfr. P P. A n t o n . n o d e l l ’A s s u n t a e

Á n o e l o R o m a n o d i S a n t a T e r e s a : Op. c it., pág. 47-53. Esta casa había sido donada a la Orden por la Bula In ter celera beneficia del 12 de julio de 1209.

(13) Cfr. P. A n g e l o ROM ANO DI Sa n t a T e r e s a: Op. c i t , pág. 21.

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gado por la radicalidad que Juan Bautista de la Concepción ha introducido en España, solicita ser admitido en los Descalzos españoles y al serles dene­gada la autorización se constituyen en Trinitarios Descalzos Franceses con la aprobación de Gregorio XV en 1622 (14).

Las fundaciones proliferan por la Provenza francesa, pero nos centra­remos exclusivamente en las de España. El mes de noviembre de 1201 fun­da el Santo la primera casa en la Península Ibérica, la de Avingaña en Cataluña (15), extendiéndose la Orden por esa provincia con celeridad. Ocu­pando la silla de Toledo el arzobispo M artín, funda San Juan de Mata una casa en esta ilustre ciudad, en la calle de los franceses, con hospital y diver­

sas dependencias, bienes y propiedades que el arzobispo ha puesto a su dis­posición (16). A Toledo siguen Segovia (17), Burgos, y hasta 16 casas más.

Según la tradición, el Santo fundador permanece en España hasta 1209, dedicado a la fundación de nuevas casas trinitarias, pasando en Roma los últimos años de su vida, los que dedicó al recogimiento y viviendo con toda exactitud la Regla. No existen pruebas documentales que afirmen que des­pués de la cesión de San Tomás in Formis Juan de Mata saliera de Roma, y al decir que las casas posteriores a esta fecha fueron fundadas por Juan de M ata debemos tomarlo en sentido figurado, que se fundaron en vida del Santo.

A su muerte, el 17 de diciembre de 1212, fue enterrado en esa casa tri­nitaria de Roma en la iglesia del convento, en un sepulcro de mármol a la

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(14) Estas reformas eran sin escisión del tronco común de la Orden, aunque sí autóno­mas y con Constituciones propias. Las tres ramas francesas — de la Antigua Observancia o Calzados, Descalzos y Reformados— se fusionaron en 1766 bajo la denominación de «Canó­nigos Regulares de la Santísima Trinidad», a los que se adhirió la provincia italiana de Calza­dos, desapareciendo a principios del siglo pasado. (Cfr. F ra t in i , Bernardino: Provincia d i San G iovanni d i M atha d e l ’Ordine delta SS. Trinitá. Roma, 1990, págs. 9-11).

(15) El 16 de enero de 1205, siendo obispo de Lérida Gomaldo y príncipe de Cataluña y Aragón Ramón Berenguer IV. (Cfr. L ibro verde del A rch ivo de la Catedral, fo l. 348, copia duplicada, fo l. 371. Docum ento reproducido en P. A n to n in o de l a A su n c ió n : H istoria do ­cum entada del convento de P P. Trinitarios de Avingaña. Roma, 1915, págs. 36-37).

(16) Lleva fecha de 1 de febrero de 1206 y se conservó en Toledo hasta mediados del siglo X IX en que se trasladó al Archivo H istórico Nacional de Madrid, bajo la signatura pro­visional de «Clero secular. Catedral de Toledo, 1955, armario 44, tabla 2». Texto reproducido en G a s p a r B erm ejo , Fr. Antonio: H istoria de Nuestra Señora de Texeda. Madrid, 1779, págs. 552-554.

(17) Carta de recomendación en favor de la Orden, del obispo de Segovia, del 2 de fe­brero de 1208, del Archivo Trinitario de Burgos, actualmente en el Archivo H istórico Nacio­nal de Madrid (= A .H .N .), Fondos de los Trinitarios de Burgos, Ms. 1548.

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derecha del altar (18). San Félix de Valois, a su vez, al final de su vida se retiró a Cerfrois, donde murió y fue enterrado (19).

La Orden de la Santísima Trinidad y Redención de Cautivos, como es enunciada, basa su Regla en los dos grandes pilares que son la adora­ción a la Trinidad —contemplación— y la redención de esclavos cristianos —acción—.

El tema trinitario era un tema escabroso para ser tratado ya que los silogismos derivaban fácilmente en herejía. Por ello, Alejandro III se mos­tró contrario a la institución de la fiesta de la Trinidad. A pesar de todo, existía en el siglo X ll una actitud entre los teólogos de acercamiento al Mis­terio, que, si bien no era para demostrarlo, sí trataban de mostrarlo (20). Al llegar al siglo xiii el dogma referente a la Trinidad estaba definido, aun­que no por ello claro para la razón humana por tratarse de un Misterio de

fe. Es por este motivo por lo que el acercamiento a la Trinidad se realiza de forma indirecta, mediante la analogía y el simbolismo. Este tipo de len­guaje es el que encontramos en la Regla trinitaria que, sin hacer referencia exphcita al Misterio, nos ofrece una exposición de la vida comunitaria co­mo reflejo de la Trinidad tanto inmanente como económica.

En efecto, la Regla aprobada por Inocencio III es un fiel reflejo del trinitarismo que debe mover todos los actos de los frailes cuya comunidad

(18) Los restos mortales del Fundador fueron trasladados a España después de que dos

hermanos legos de esta nacionalidad, pertenecientes a la Antigua Observancia, los sustraje­ran, la noche del 19 de marzo de 1655, de la iglesia de santo Tomás in Form is donde reposa­

ban. En 1721 fueron reconocidos com o tales por la Sagrada Congregación de los Ritos y trasladados, desde la Nunciatura madrileña en donde se hallaban, al convento de Trinitarios Descalzos de aquella ciudad. Con la supresión de las Ordenes Religiosas se depositaron en el

convento de las Trinitarias Descalzas, para ser depositados, al fin, hace tan sólo unas décadas,

en el convento que esta Orden tiene en Salamanca. (Cfr. T e ja d a , A lfonso María (duque de Estrada): H istoria de cóm o fu e robado en R om a el cuerpo de S. Juan de M ata, Fundador de la Orden de la Santísima Trinidad y traído a España el año 1655. (Inédito)).

L a láp ida sepulcral fue concedida al M in istro G eneral Descalzo, M iguel de San José, m e­

d iante Bula del 3 de septiem bre de 1749 para trasladarla a la iglesia de esta O rden en M adrid .

D estru ido el convento du ran te la invasión francesa, la inscripción quedó sepultada hasta ser

encontrada en las excavaciones realizadas en 1890, conservándose en la actualidad en el M u­

seo A rqueológico de la cap ita l, siendo su texto el que sigue: Institutus est nutu D ei Ordo Sáne­te Trinitatis et Captivorum a fra te lohanne sub prop ia regula sib i ab Apostó lica Sede concessa.

(C fr. P P . A n to n in o d e l l 'A s s u n ta e A . R om ano d i S a n ta T e re s a : Op. c it., págs. 29-30).

(19) Cfr. Breviarium ... Op. cit., pág. 64, y P . C a l i x to de l a P ro v id e n c e : Vie de S. Félix de Valois. Casterman, Tournai 1878 (3).

(20) Cfr. CiPOLLONE, Giulio: «Riferimenti alia Trinitá nel periodo delle origini dell’Or-

dine Trinitario», en L a Trinitá nella legislazione d e ll ’Ordine Trinitario. Secretariado General «Culto de la Santísima Trinidad», Roma, 1979, pág. 13.

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es una comunión de amor dentro de la igualdad y diversidad interna, a ima­gen de la Trinidad. Este amor, si es auténtico, debe comunicarse a los de­más, declarando de esta manera las dos vertientes hacia las que se dirige la Orden. Además, todos los conventos deben ser intitulados «de la Trini­dad» y en ellos la casa y la iglesia deberá ser un todo; como será un todo

la comunidad que reunida en Capítulo semanalmente decidirá sobre los asun­tos pertinentes, y que el procurador de la misma llevará a la práctica, de ahí el nombre que recibe de Minister, es decir, servidor, a diferencia de lo que era habitual en otras órdenes, que estaban investidos de gran autori­dad, casi omnipotencia (21).

El signo visible de la Orden será la cruz griega bicolor —roja y azul— que llevarán sobre el hábito blanco (22) y el espíritu trinitario marcará to­dos los aspectos de la vida cotidiana, igualando a sus miembros, sean cléri­gos o legos, en obligaciones, hábito, dormitorio, refectorio e incluso comida. La Orden de la Santísima Trinidad trata de llevar a cabo un modo de vida que, si bien está basado en el espíritu evangélico expresado en las Bienaven­turanzas, se centra y discurre en torno a un modelo de clara raíz trinitaria en donde el nombre de este Misterio marca enteramente la dedicación, en cuerpo y alma, de sus miembros, acorde a las necesidades espirituales de la época: culto a la Santísima Trinidad, hospitalidad al viandante, rescate del cautivo, ministerio pastoral, y actividades varias siempre relacionadas con el apostolado en todos los estrados de la vida (23).

No profundizaremos más en este punto. Baste lo dicho para compren­der el espíritu que alentaba a los trinitarios y que favoreció que la Orden se extendiera con tal rapidez por Europa durante el primer siglo de vida (24).

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(21) Cfr. ídem . págs. 24-25.

(22) La primera vez que se describe la cruz trinitaria, de forma expresa, es en un manus­crito conservado en la Biblioteca Nacional de París bajo la signatura ms. lat. 9753, fol. 11 v-12r.

(23) Cfr. P . G io v an n i d e l S. C u o re : «Fisionomía propia e natura dell’Ordine Trinita­rio. Inspiraziones primitiva: spirito e propositi d ei fondatori, secondo la Regola primitiva», en II Congreso internazionale dei segretar ia tiper l'aposto la to trinitario. Segretariato Generale Trinitario, Roma, 1966, pág. 103.

(24) Este ascenso espectacular, para los términos en que se va a desarrollar la Orden en los siguientes ocho siglos de existencia, reduce su importancia si lo comparamos al de las Ordenes Mendicantes, que aparecerán en los siguientes años, pues la Orden de Predicadores

se aproximó a los trescientos conventos y los Franciscanos llegaron a las mil quinientas funda­ciones para el mismo período, crecimiento muy superior a los 144 Trinitarios ya que represen­ta la mitad de los Dom inicos y la décima parte de los Hermanos Menores. (Cfr. V a ld e ó n

B a ru q u e , Julio: «Introducción a la plenitud de la Edad M edia», en Gran H istoria Universal V. E l M edievo. Ediciones Nájera, Madrid 1987, págs. 386-387).

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Esta proliferación de conventos originó que se agruparan administrativa­mente en provincias, que en el caso de la Península Ibérica se correspondía inicialmente con los reinos de Castilla, Aragón y Portugal. Posteriormente, dadas las distancias a recorrer por los Provinciales, las malas comunicacio­nes y las tensiones entre castellanos y andaluces se dividió la provincia de Castilla a partir del río Guadiana, dando lugar a la de Andalucía (25). Para el año 1234, en que se funda el convento de Úbeda hay fundados ya veinte en la Península, siendo el de Avingaña el primero, fundado por el Santo en 1202, y el de Úbeda el número veintiuno (26).

Este interés en tierras hispanas a principios de la fundación de la Or­den viene estimulado por la Reconquista que se llevaba a cabo en sus rei­nos. A este predominio sucederá el francés, por el claro y contundente apoyo de San Luis a la Orden y en cuyo reinado (1226-1270) pasaron los trinita­

rios de tener 22 a 52 conventos. Esta diferencia será continua hasta la su­presión de la Orden en el país vecino en tiempos napoleónicos.

II .—Historia del Convento de Úbeda

La redención de esclavos se constituye en el apostolado específico de la nueva Orden y, aunque distintivo de los trinitarios, no es exclusiva ni in­novadora, pues, como ya hemos dicho, la sociedad estaba muy sensibiliza­da con estos problemas. En España el problema era aún mayor dada la situación de continua guerra que se vivía en estos siglos. Los árabes, ávidos de botín, consideraban a los cristianos mercancía valiosísima, sobre todo si su condición social equivalía a un cuantioso rescate. Así, se habían crea­do unas estructuras en Aragón y Castilla capaces de resolver los trueques o compras de cristianos en poder de los árabes, mediante comerciantes ju ­díos, intermediarios entre aquellos y los monarcas hispánicos, acciones co-

(25) La nueva provincia de Andalucía, además del convento objeto de nuestro estudio, incluía las casas de Córdoba (1236), Andújar (1244), Jaén (1246), Sevilla (1249), Murcia (1272),

Badajoz (1274), Tarifa (1292), Marbella (1486), Málaga (1488), Almería (1490), Baeza (1502),

Ronda (1505), Coín (1505), Granada (1517), La Rambla (1527), Jerez de la Frontera (1567),

y La Membrilla (1588).

(26) La relación cronológica de conventos es como sigue: Avingaña (1201), Lérida (1201), Anglesola (1204), Piera (1205), Toledo (1206), Segovia (1207), Burgos (1207), Puente la Reina

(1207), Daroca (1208), Gosm edos, Tumilla, Quintana del Río, Rubios de Boroa, San Vicente de Bierzo y Barcena, considerados com o casas filiales de otros conventos o simples dependen­

cias, todos fueron fundados en 1209, San Emeterio de Oviedo (1209), Entre-Iglesias de Sego­via (1209), Tortosa (1213), Alagón de Zaragoza (1218), Calahorra (1218) y Ubeda (1234). Según

el «elenco dei conventi Trinitari secondo l ’ordine cronologico della loro fondazione», de M a z -

ZA R isi, Op. c it., págs. 227-231.

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merciales que se llamaban «exeas» o «alfaqueques». En este sentido es importantísima la labor llevada a cabo por Alfonso de Aragón y marqués de Provenza que ya en 1188 trasformó la Orden de Montgaudí en la Orden del Santísimo Redentor, con sede principal en Teruel (27). Pero será la Or­

den Trinitaria la primera que se acoja a la Santa Sede y que disponga en su Regla una separación de bienes de la tercera parte, destinada exclusiva­mente a la redención de cautivos. Tal era la gravedad de la situación de la cristiandad, situación que llegó hasta el siglo xviii. A través de estos siglos la redenciones se efectuaban de diversas maneras según el momento, unas veces a nivel conventual, otras uniéndose varios conventos para aunar es­fuerzos y posibilidades; los puntos más comunes para la realización del res­cate eran Argel y Tetuán y siempre estaban supeditados al dinero disponible los libertos que se podían obtener, oscilando entre algunas docenas y los 1402 rescatados en 1769, que fue la última y mayor redención realizada pa­ra la que aunaron esfuerzos Trinitarios Calzados, Descalzos y Mercedarios.

La liberación de Miguel de Cervantes en 1570 fue efectuada en Argel por los padres de la Antigua Observancia o Calzados, Juan Gil y Antonio de la Bella, por quinientos ducados, cantidad excesiva dado que hubo un error en la catalogación del rango social del escritor a causa de unas cartas de recomendación que llevaba consigo.

Pero, volviendo al siglo x ill, siglo en que se funda el convento trinita­rio de Úbeda, el ambiente que se respira es el de plena reconquista, común al conjunto peninsular, y el de clarificación territorial, política, social y eco­nómica. En efecto, de la España de los cinco reinos se pasa a una Península

definida por tres grandes realidades socio-políticas: Portugal, Castilla y Ara­gón, con Navarra estrangulada entre estas últimas sin posibilidades de inte­grarse en el proceso de expansión propio de este siglo xiii.

Muerto Yusuf II en 1224, quedan invalidados los tratados de paz fir­mados con Berenguela, por lo que su hijo Fernando III, ante la notoria e irremediable descomposición del imperio almohade, prepara concienzuda­mente su acceso al valle del Guadalquivir. Muerto Alfonso IX de León en 1230, por el tratado de Valenga Fernando III accede al trono leonés, por lo que ambos reinos, Castilla y León, estarán a partir de ese momento indi­solublemente unidos. Fernando III, el Santo, será, pues, el unificador de Castilla y León y el conquistador de la Andalucía musulmana. En una pri­mera etapa, de 1224 a 1236 y aprovechando la formación de pequeños rei-

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(27) C fr. P . A n g e lo R om ano d i S a n ta T e re sa : Op. cit., págs. 14-20.

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nos taifas, Fernando va tomando pequeñas plazas como rehenes o como

garantía de los pactos, para pasar en una segunda etapa a hacer suyo todo el bajo Guadalquivir.

En su afán conquistador el rey siempre contó con el apoyo valiosísimo de las Órdenes Militares, sobre todo la de Santiago. También la nobleza se empeñó en la aventura bélica que canalizó la natural agresividad de este estamento, favoreciendo al monarca, quien mantuvo sus intereses estrecha­mente vinculados al ideal reconquistador y alejados de pensamientos o in­tentonas facciosas. Además, en agradecimiento a su ayuda y como política

de acercamiento a la nobleza, el monarca reparte las tierras conquistadas entre quienes le acompañan en las contiendas, repartimiento que facilita la labor repobladora de los territorios desocupados por los árabes, o la defen­siva en las zonas donde la presencia musulmana permaneció inalterable. Estos repartos presentaban dos modalidades: la donatio y el heredamiento. Por la primera se hace entrega de tierras como recompensa a los nobles y Órde­nes Militares por la ayuda militar o financiera prestada. El heredamiento supone el repartimiento entre los repobladores que van a sustituir a los mu­sulmanes expulsados.

En el reino de Jaén, que nada más caer en manos de Fernando III se

ve libre de musulmanes, lo que prima es la donatio. Prácticamente todo el reino se reparte entre las Órdenes Militares y el arzobispado de Toledo: la parte oriental, unos dos mil kilómetros cuadrados, son para la Iglesia de Toledo; para la Orden de Santiago, unos mil kilómetros cuadrados, en la

sierra de Cazorla; y para la Orden de Calatrava, en la zona Occidental, otros mil kilómetros cuadrados (28).

Otras Órdenes Militares menos conocidas surgieron en España en el siglo XII que acabaron por asimilarse a las existentes. Pero no fue solamente la persecución de los infieles y la propagación de la fe lo que motivó la crea­ción de Órdenes religiosas y la admisión a principios del Xlll de otras fun­dadas en el extranjero. Como hemos dicho, a la necesidad de aliviar el sufrimiento de los cristianos cautivos en las mazmorras musulmanes res­pondieron las Órdenes Redentoristas: la Orden de la Santísima Trinidad y,

a partir de 1228, la de la Merced, fundada en Aragón bajo la protección de Jaime I el Conquistador, y que se hicieron imprescindibles en esta Espa­ña de continuas guerras entre las dos religiones.

EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 71

(28) Cfr. A A .V V .; «Apogeo Medieval en el siglo X III», en Introducción a la H istoria

de España. Barcelona 1983 (24), págs. 192-211.

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a) Fundación y ubicación

En este contexto histórico descrito de luchas, avances de fronteras, re- poblamientos y celo religioso nace el convento de la Santísima Trinidad de Úbeda. Es sabido que con el séquito real avanzaban, formando parte del

ejército conquistador, numerosos nobles, que esperaban su recompensa re­cibiendo enormes extensiones y ciudades, y caballeros de las Órdenes Mili­tares llevados de su celo en el cumplimiento de su voto de lucha sin cuartel contra los infieles. Pero, también, acompañaba al ejército un número de­terminado de clérigos que desempeñaban las tareas rehgiosas propias de un tiempo en el que hasta las acciones militares más feroces se revestían de un halo de sacramentalidad (29). Con este fin, en la conquista de Úbeda, acom­pañaban a Fernando III dos reUgiosos de la Santísima Trinidad, que como era habitual, se dedicaban al apostolado entre los mismos guerreros, curar enfermos y rescatar cautivos permutándolos por los musulmanes que caían en poder del ejército cristiano. Estos trinitarios fueron Fr. Agustín de Cas­tro, posterior obispo de Pamplona, y Fr. Luis de Trexa, Predicador y Con­sejero del mismo Fernando III. La conquista de la ciudad tuvo lugar en 1234

y por tanto a este año hay que remitir la fundación real de este convento, si bien, la presencia trinitaria hay que remontarla a una primera toma de la ciudad el 24 de julio de 1212, ocho días después de la batalla de las Navas de Tolosa ganada por Alfonso VIII de Castilla, que tuvo que ceder a las presiones del ejército, ávido de botín, que entró en la ciudad, cuyos habi­tantes, refugiados en la Mezquita Mayor, fueron pasados a cuchillo sin dis­tinción de personas, a excepción de un grupo reducido que se tomó en esclavitud. Enfermos la mayoría —posiblemente de peste— y heridos en buen número, recibían los consuelos de los trinitarios que acompañaban al rey Alfonso, Fr. Rodrigo de Peñalva y Fr. Esteban Menelao [sic], recibiendo del mismo «albricias y Ucencia para rescatar cautivos y curar enfermos». Agradecido el monarca por la ayuda que prestaban al ejército que se batía en retirada «no solo les concedió la licencia sino que les dio muchas dádivas de los despojos y los Religiosos se quedaron en Úbeda a curar los enfer­mos» (30). Por tanto, más que una toma de la ciudad podemos considerar

esta acción militar como una razzia de las muchas que, en reciprocidad, efec­

tuaban tanto el ejército cristiano como el musulmán. Pero quede como mues­tra de la presencia de los religiosos trinitarios en la primera línea de batalla

(29) El poema de M ío Cid o cualquier otro Cantar de Gesta podría servirnos de e

BOLETÍN DEL magnífico para ilustrar el peso de la religión en las mentalidades y acciones guerreras de la época.

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desempeñando un apostolado ejemplar. En este primer contacto con la ciu­

dad de Úbeda, los trinitarios no se atrevieron a fundar convento por temor a que la ciudad volviera a manos de los moros, como así ocurrió, sino que se apoderaron de unas casas anchurosas en el Alcázar junto a la Mezquita en donde establecieron la enfermería y el oratorio. Corroborando esta afir­mación y como testimonio de esta primera presencia trinitaria en la ciudad musulmana de Úbeda, en unas ruinas de la Cárcel Real de la ciudad del siglo XVI aparecieron algunas cruces de la Orden, así como en la portada de una casa en la llamada Plaza de Abajo, resto de la que sería una de las

casas de hospital y enfermería (31). Así, pues, aunque la presencia de la Or­den de la Santísima Trinidad en Úbeda hay que remontarla al 1212, el con­vento, como queda dicho, es de fundación real de Fernando III en 1234, cuando la ciudad pasó definitivamente a la Corona de Castilla. Esta fecha es coincidente en las historias de Garibai y del padre Mariana; sin embargo, el licenciado don Martín de Jimena Jurado en sus Anales cita un manuscri­to que se encuentra en la catedral de Toledo en el que se dice en el folio 195 que el convento de la Santísima Trinidad de Úbeda fue fundado por San Fernando el año 1250 en una ermita de san Sebastián extramuros, sien­do el primer prelado y fundador el padre Fr. Agustín de Castro, obispo que después fue de Pamplona, y que dadas las estrecheces se mudaron a su ac­tual ubicación (32).

Un nuevo documento viene a introducir la duda respecto a la fecha de fundación, pues acusa al anterior de confundir la primera presencia de los frailes en el 1212 con la de la toma definitiva de la ciudad en el 1234, que

considera la fecha del cambio de emplazamiento a la ermita de San Sebas­tián, añadiendo que la imagen de la Inmaculada la envió el rey desde Sevi-

(30) Cfr. A .S .C ., Sección M s. libro 228. Padre Dom ingo López: H istoria de la P rovin ­cia de Andalucía. Redacción A , col. 433.

Existen dos manuscritos de esta historia del padre Dom ingo. El que llamamos redacción A , fechado en 1684, está escrito en dos columnas sobre fo lio , mientras que el B es de 1715 y se encuentra en cuartillas. Entre ellos existen algunas diferencias, por lo que citaremos la redacción que corresponda en cada cita. (Cfr. Diccionario de historia eclesiástica de España,

voz P edro Pascual (por L. Glamés). CSIC, Madrid, 1973, pág. 1.885, y F o r r e s A lo n so , Bo­nifacio, y A r r i e ta O rb e , Nicolás: Santa M aría del Rem edio. Secretariado Trinitario, Cór­doba, 1985, pág. 14).

(31) Cfr. A .S .C , Padre Dom ingo López: ídem . Redacción A , col. 436.

(32) Cfr. JiMENA J u r a d o , Martín de: Catálogo de los O bispos de las Iglesias Catedra­les de Jaén y Anales Eclesiásticos de este Obispado. Madrid, 1654. Edición facsímil (estudio e índice de José Rodríguez Molina y María José Osorio Pérez), Universidad de Granada, 1991, pág. 135.

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lia donde se encontraba en 1250 (33). En todos los manuscritos cotejados por el padre Domingo López son estas tres fechas: 1212, 1234 y 1250 las referidas por sus autores como la fecha de la fundación. Aparece, incluso, en una versión traducida de un manuscrito del latín la fecha de 1221. Cuan­

do se dio a la imprenta en Verona el Cronicon Latino para su publicación, llamó la atención la fecha porque entonces la ciudad pertenecía a los mo­ros; tras las pertinentes averiguaciones se concluyó que había sido un error de la traducción al poner 21 donde debía poner 12. La donación real fue confirmada en Capítulo general celebrado en el convento de San Marcos de Monpellier en 1236 y ratificada por el papa Inocencio IV en 1244 (34). Lo que prueba que se fundó en 1234 y no en 1250 como dice Jimena Jura­do, siendo incluida por vez primera en el elenco de casas trinitarias que con­firma la Bula de Alejandro IV el 20 de marzo de 1256 como domum de Ubeda giennensis diócesis, cum ómnibus pertinentiis suis (35).

Con lo anteriormente expuesto podemos concluir con los siguientes puntos:

A) Que la Orden de la Santísima Trinidad entró por primera vez en Úbeda en tiempos de Alfonso VIII en un saqueo a la ciudad y qire^los frai­les establecieron enfermería y hospital. Cuándo abandonaron la misma o si murieron mártires a manos de los musulmanes que regresaron a la ciu­dad, no consta en ningún documento de los encontrados hasta ahora, lo que sí podemos afirmar es que no fundaron convento.

B) Que el convento fue fundado y dotado con generosidad por Fer­nando III tras la toma definitiva de la ciudad en 1234.

C) Que la confusión de las fechas deriva de los cambios de emplaza­miento y de la errónea interpretación de los hechos históricos: 1212, al lado de la Mezquita Mayor, sólo hospital y enfermería; 1234, en su actual y defi-

(33) Cfr. T o rq u em ad a , Fernando: H istoria de la provincia de Andalucía. M s, fol. 282. Este manuscrito se halla perdido desde algo más de un siglo, trasmitiéndonos lo dicho el padre Dom ingo López en su obra citada.

(34) Cfr. A .S .C ., Sección M s. libro 224. P . Juan de Figueras Carpi: Annales Sanctissi- m ae Trinitatis de R edem ptione Captivorum . fo l. 282.

(35) A .S .C ., Sección M s. libro 176. P . Lorenzo Reynes: BuUarium Ordinis Sanctissi- m ae Trinitaris, I (copia). El original se encuentra en la Biblioteca Provincial de Palma de Ma-

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nitivo emplazamiento por fundación real, convento; y en 1250 se establece la cofradía de San Sebastián en el templo (36).

D) Que el primer Ministro y fundador fue el padre Fr. Luis de Trexa, Predicador y Consejero de Fernando III (37).

E) Que es el primer convento trinitario fundado en la futura provin­cia de Andalucía y el primero de frailes de la actual región.

b) Su devenir histórico

A partir del momento de su fundación, el convento de la Santísima Tri­nidad comienza a prosperar debido a la devoción que despierta entre las gentes la cruz trinitaria y porque se mantiene viva la tradición de su funda­ción real. Las Armas Reales de dos leones y dos castillos estaban en el cuar­tón del coro y en su archivo guardaba muchas escrituras que lo atestiguaban.

Hacia la segunda mitad del siglo x iv, viendo la Ciudad que el conven­to quedaba desprotegido por hallarse extramuros, en la zona Norte de la ciudad, de igual manera que el convento de San Francisco, en Poniente, decidieron aportarle las defensas necesarias para rechazar cualquier even­tualidad, dada la proximidad del reino granadino. Al convento franciscano lo circundaron con recias murallas y puertas sólidas que contuvieran un pre­sunto ataque mientras le llegaba ayuda de la ciudad.

Al convento trinitario no le pudieron favorecer de la misma manera al hallarse próximo a una de las puertas de la ciudad, por lo que se levantó una torre vigía, de la que aún se conserva el nombre en la calle Torrenueva, con un lienzo de muralla aproximativo al convento, lo que conocemos en construcción militar como torre coracha. En el siglo xvii aún quedaban la

torre y restos de la muralla, muy deteriorados por encontrarse edificada to­da la zona y reutilizadas sus piedras (38).

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(36) Con estas pruebas quedan rectificadas las fechas y hechos que aparecen en las nu­merosas historias de Ubeda de autores locales, los cuales sólo han utilizado com o fuente el

libro antes citado de Jimena Jurado y numerosas guías histórico-artísticas que no hacen sino repetir datos preestablecidos sin fundamento.

(37) Ratificado por Gil González de Ávila en su Com pendio H istórico, cap. 23, fol. 54, aunque Jimena Jurado afirma que fue Fr. Agustín de Castro, el que fuera obispo de Pamplo­na. Llamamos fundador al que se le hace la gracia o donación y pone los fundamentos de la casa, recayendo este honor en Fr. Luis de Trexa, aunque continuó al lado de Fernando III en sus conquistas en su calidad de predicador, por lo que quedó en el convento de ministro Fr. Agustín de Castro, de ahí la afirmación de Jimena.

(38) Cfr. A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción B, fo l. 15v.

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Cuando la guerra civil entre Pedro I y Enrique II, Pedro Gil, acompa­ñado del rey de Granada, saqueó Jaén y Úbeda por ser adictas a EnriqueII. Entraron de noche en la torre sin que pudieran dar la voz de alarma,

y, a continuación, arrasaron el convento y prendieron fuego a la iglesia des­pués de pasar a cuchillo a todos los frailes excepto a algunos que llevaban esclavos a Granada pero murieron por el camino. Fue tan violenta aquella acción «que cayó en cenizas el edificio todo, sin reservarse cosa alguna» (39).

El archivo de la ciudad pudo rehacerse con los testimonios de los veci­nos, pero el del convento, al haber muerto todos los frailes, no se pudo re­construir. Enrique II mandó levantar de nuevo el convento, le dotó de privilegios y prebendas extraordinarias y le concedió que el Ministro del con­vento tuviera voto en el Cabildo con derecho a veto (40).

En 1369 se iniciaron las labores de reconstrucción, siendo Ministro del convento Fr. Diego de Mercado, y en el desescombro de la iglesia encontra­

ron algunos objetos de culto, previamente escondidos por los frailes ante la llegada de las tropas granadinas al convento. Éste se volvió a levantar «siguiendo las paredes del edificio» con lo que volvió a los mismos térmi­nos que había tenido el primitivo (41). La capilla mayor se acabó en 1516, y las obras terminaron en 1572 como constaba en la puerta del convento (42).

En 1592 la relajación causada por tantos años de prosperidad está de­mandando una reforma que termine con los excesos que paulatinamente se han ido introduciendo en el convento, como se desprende de los documen­tos manejados derivados de aquella época. Ésta relajación, común a todos los conventos españoles de todas las Órdenes Religiosas, tiene en la Orden de la Santísima Trinidad unas exigencias de depuración nacidas en el mis­mo seno de la comunidad trinitaria. Son las voces de unos frailes que quie­ren vivir la Regla en toda su pureza, sin que esto signifique arrastrar a toda la comunidad religiosa si ésta no se encuentra preparada. Para ello se pro­pone «trattare della sue Riforma in una Congregatione [sic] Generale tenu- ta in Valladolid (regnando la Christianissima Magestad di Felippo Terzo

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(39) ídem ., fo l. 16r.

(40) Cfr. ídem . Col 431.

(41) Queda así corregida la fecha de los historiadores locales que colocan la reconstruc­ción en el 1376.

(42) Las historias locales aseguran que la Capilla Mayor la costeó el Comendador Pedro Vela y su esposa Catalina Chirino; sin embargo, en los manuscritos manejados consta que era de los caballeros Cobos. Posiblemente se quieran referir a la tercera reedificación, tras el derrumbe de 1630.

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fu visitatore di detta Provinzia [sic] d ’Andaluzia con dispaccio del Monsig-

nore Nunzio Apostolice il P. Simón de Rojas). Parimento lo fu della mede- sima Provinzia» (43).

Efectivamente, el 8 de mayo de 1594 en el monasterio de la Santísima Trinidad de Valladolid tuvo lugar esta Congregación general a la que asis­tieron, entre otros, el padre Provincial de Andalucía representado, por es­tar enfermo, por el padre maestro Fr. Martín Virues y Fr. Diego de Ávila, procurador de la provincia de Andalucía, que junto a los propios de las pro­vincias de Castilla y Aragón trataron de los asuntos concernientes a la de­manda de reformas y a la exigencia de hacer cumplir las Constituciones de Granada del año anterior. No vamos a transcribir los estatutos que se fir­

maron en Valladolid pues excedería el contenido prioritario del trabajo. Sólo señalaremos los que nos conciernen al efecto.

El número 9 prohíbe la compra y uso de muías y otras cabalgaduras para utilizar en la redención de cautivos y se ordena que las que tengan se vendan; de donde podemos deducir que en el patrimonio de fincas no en­contraremos, de cumplir este estatuto, animales de monta o tiro para este fin.El 19 ordena cumplir la normativa del concilio de Trento a cerca del número de frailes que ha de tener cada convento. Esta normativa estuvo vigente hasta la reforma de Carlos III, como veremos más adelante, y que afectó al convento de Úbeda.

El punto 24 insta a tener en cada convento una biblioteca, ocupando, si fuera necesario por falta de espacio, una celda, y obligando a tener entre sus libros una biblia. Concordancias, las obras de Santo Tomás, los Docto­res de la Iglesia y de Santos.

En el 26 dice que «se procure con mucho cuydado el alhajar las sacris­

tías», estatuto que repercutirá favorablemente en la adquisición de obras de arte enriquecedoras del patrimonio artístico.

Finalmente, el número 31, que decretaba señalar las casas en las que se recogieran los frailes «que quisieran hacer vida más aspera de la ordina­ria» (44); este punto fue el origen de la Recolección y posterior descalcez

(43) A .S .Y N u n z ia tu ra d i M adrid, leg. 225. M em orial de Azpuru, fo l. 214(copia), s.d. [1775], En este memorial hace referencia a la elección de Simón de Rojas, de la provincia de

Castilla, com o Visitador de la provincia de Andalucía, y la posterior reforma que llevó a cabo en 1599 de la que surgieron los Trinitarios Descalzos Españoles y que hemos tratado ante­riormente.

(44) «Estatutos de la Congregación general de España celebrada en Valladolid en 1594», en A cta Ordinis Sanctissimae Trinitatis, vol. VIII. págs. 485-49,1.

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trinitaria de San Juan Bautista de la Concepción, como hemos indicadoantes.

Desconocemos los frailes, de los treinta y seis que tenía el convento de Úbeda en 1591 (45), que se adscribirían a la Recolección, pero es de su­poner que en un convento tan relajado por la cantidad de bienes patrimo­niales que disfrutaban no faltasen religiosos incómodos con la vida placentera

en nada semejante al ascetismo preconizado en la Regla. Cuando en 1599 Juan Bautista de la Concepción, del convento de Sevilla, considere más opor­tuno una reforma escindida y se creen los Trinitarios Descalzos Españoles, serán muchos los ubetenses que se pongan bajo su Regla; de hecho, en la vecina ciudad de Baeza, en la que ya había un convento de Calzados desde 1502, fundó uno de descalzos en el 1606.

Comienzan años de recesión económica y demográfica. La gran depre­sión del siglo XVII repercute en todas las esferas de la vida. Las crisis pe­

riódicas de subsistencia, debidas al descuido de los cultivos y a las condiciones climatológicas desfavorables, incidían en la desnutrición y por ende en la debilidad ante las infecciones. Esto, unido al auge urbano, conducía al de­sarrollo de las ciudades y a la superpoblación de los barrios pobres, y a la deficiente higiene y sanidad, y provocaba una crisis de mortandad impre­sionante que se refleja tanto en el aumento de fallecimientos como en el descenso de nacidos; si a éstos unimos las levas continuas para las guerras provocadas por el afán imperialista del Conde-Duque y siguientes validos, tenemos el cuadro completo de las calamidades que inciden en este siglo.

Sin embargo, es difícil establecer hasta qué punto esta situación reper­cute en nuevas vocaciones. De un lado, hay que tener en cuenta la deficien­

te demografía; pero, por otro, debemos considerar la tendencia de los hombres del siglo xvii a soslayar los problemas ingresando en los conven­tos donde se vivía algo mejor que en el mundo. De hecho, la política de los reyes de este tiempo siempre va encaminada a solucionar el problema de la mano de obra, pues los entendidos acusan la falta de hombres que trabajen los campos mientras los conventos están llenos. El estancamiento demográfico y la despoblación se observan en toda la geografía castellana,

pero también la incidencia de la ideología del siglo XVII define la crisis. Ha­bía poca gente para trabajar pero, de la que había, eran muy pocos los que trabajaban, empeñados, como estaba la mayoría, en observar la ficción le­gal que les eximiera de realizar trabajos manuales, sustrayendo a la econo-

(45) Cfr. Diccionario de historia eclesiástica de España, op. cit., voz «Trinitarios».

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mía un enorme caudal humano desviado hacia actividades improductivas: «Iglesia, o mar, o casa real».

La Iglesia del siglo xvii es rica y acogedora. Pesan muchas cargas fis­cales sobre ella, pero goza de bienes raíces, joyas, obras de arte, dinero. En estos años de carencias y ante el creciente número de hombres y mujeres necesitados de abrigo y comida se abre todo un abanico de oportunidades nuevas en la proliferación de Órdenes Religiosas y en la multiplicación de conventos, necesidad que supera con creces la supuesta vocación religiosa de su inmensa mayoría. Se pensaba que el bien de la religión consistía en ordenar el mayor número de sacerdotes. Para recibir órdenes menores bas­taban unos ligeros conocimientos de latín y los rudimentos de la doctrina cristiana, como bastaba la simple tonsura para gozar de los privilegios del clero. Cuanto más difíciles eran las condiciones del vivir cotidiano, más as­pirantes había al sacerdocio (46). Según Domínguez Ortiz, era tan grande el temor a las quintas y levas que los hombres se presentaban en los conven­tos a que se les admitiera como legos o donados. A mediados del siglo cesó el furor fundacional de años anteriores debido a la crisis económica y a la

tibieza religiosa que hacía difícil incluso mantener las existentes; pero bas­taba mostrar con tintes sombríos el panorama de pestes, hambres y guerras como un castigo divino para que se incentivaran las fundaciones religiosas. La Orden de la Santísima Trinidad vio nacer en 1676 el monasterio de San­ta María de Ausena como centro de recolección de la provincia de Andalu­cía (47).

En Úbeda, como en tantas ciudades, se acusa la depresión descrita, pe­ro la nobleza local, anclada en glorias pasadas, no desaprovecha la menor ocasión para mostrar su generosidad y grandeza (48). El convento trinita­rio ha sufrido un hundimiento en 1630 y comienza un lento proceso de re­construcción que termina con el arreglo del claustro en 1703 (49) y con la apertura del templo al culto en 1727. Casi un siglo de lentas obras que le­vantan el edificio que hoy vemos. Aunque muy manipulado con las rehabi­litaciones posteriores, responden al proyecto de reconstrucción de los siglos xvii-xvm . De esta manera, el convento que describe en su manuscrito el

(46) Cfr. F u e n te , Vicente de la: Op. c it., vol. III. págs. 240-247.

(47) Cfr. A .S .C ., P. Juan de Figueras Carpi: Op. c it., fo l. 353.

(48) Fruto de esta generosidad son las ricas capillas que se construyen en la iglesia del convento y que veremos en la segunda parte de este trabajo.

(49) En el friso del primer cuerpo puede leerse concretamente: R eedificóse este claustro a honor y gloria de la SS. T. A ñ os de 1703. A v e M aria gralia plena D om inus Tecum.

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padre Domingo es el de los siglos xv-xvi, en primer lugar porque él era na­tural y conventual de Úbeda, y conocía el convento en todo su esplendor, y en segundo lugar, porque la fecha en que lo escribe, a finales del siglo

XVII, el convento está hundido y en lento proceso de reconstrucción.

Así, el monasterio inicia una nueva andadura en el siglo que comienza, que tantas novedades le depararía. En efecto, en el siglo xviii, con el ad­venimiento de la dinastía borbónica se van a introducir numerosas refor­mas en las Órdenes rehgiosas y el convento de Úbeda no será ajeno a ellas como veremos.

Con la muerte de Carlos II «bajan a la tumba la dinastía austríaca, las tradiciones y costumbres españolas, el fervor religioso, la importancia europea de nuestro país, la independencia y el genio español, las inmunida­des de las iglesias, la independencia del Santo Oficio y el profundo respeto a la Santa Sede. Y no se crea que estas cosas las hubo de matar el adveni­miento de la Casa de Borbón; ésta las halló muertas» (50).

Felipe V y Clemente XI subieron casi al mismo tiempo a sus respecti­vos tronos y desde el primer momento las relaciones entre ambos fueron tensas. Clemente XI, obligado por el cariz que tomaba la guerra entre ale­manes y franceses, se vio obhgado a apoyar la causa del candidato austria al trono español. Felipe V no se lo perdonó nunca y cortó con la Santa Sede cerrando el Tribunal de la Nunciatura, expulsando al Nuncio de Su Santi­dad y prohibiendo toda comunicación con Roma. A continuación ordenó la confección de un memorial donde se reflejaran todas las quejas contra la disciplina religiosa en España y los abusos de la Curia romana. Este me­morial conocido con el nombre de quien lo inspiró, Macanaz, recogía, en­tre otros puntos, en materia de Bulas de obispado, regalías vacantes, los medios para volver a la antigua disciplina, dispensas, etc, y fue desarrolla­do por el cardenal Alberoni. A la caída de Alberoni y sin que hubiera con­seguido la reforma, Felipe V la acomete de nuevo y por Real Cédula de 30 de marzo de 1721 ordena concihos provinciales, sin escuchar las voces de quienes aconsejaban una reforma religiosa promovida desde Roma. Final­mente, y gracias a las gestiones hechas por el cardenal Belluga, Inocencio XIII dio Bula de reformación en 1723 W^maúdi Apostolici ministerii. Com­prende 26 puntos de reforma del clero secular y regular y cuatro artículos sobre la observancia de la Bula, pero sólo nos detendremos en el qué nos concierne: que el Nuncio de su Santidad cuide que no se admitan en los con-

(50) F u e n te , V icente de la: Op. cit., vol. III. pág. 340.

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Planta de la iglesia según el manuscrito del padre Dom ingo López.

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Planta del convento de Avingaña.

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A) Plano actual de lo que fue el convento trinitario, hoy colegio de E .G .B .

/

1. Muralla de la Santísima Trinidad2. Claustro principal3. Claustro «menos principal»

A4. Edificio de CorreosB4. Huerto del conventoA5. Bloque de pisosB5. «Puerta del Campo»A6. Palacio BussianosB6. Solar propiedad del conventoA7. Bloques de pisosB7. Lonja de nivelación

Puerta de la ciudad

Mura"®

B) P lano del convento según el manuscrito del padre Dom ingo López.

Comparación de planos.

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Tipología planimétrica básica de un convento trinitario.

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ventos más frailes y monjas de los que la comunidad pueda mantener. En realidad, esta Bula no decía nada nuevo que no estuviera ya recogido en las disposiciones de Trento; tuvo muchos detractores, siendo su incidencia es­

casa (51).

Las relaciones con la Santa Sede siempre fueron tirantes y se vieron envenenadas por las intrigas del rey francés Luis XIV que manejaba los hi­los a su antojo y para su conveniencia. Ya la guerra civil en que se había convertido la lucha por el trono entre los dos aspirantes, el Borbón y el Aus­tria, había sido negativa en todos los órdenes para los conventos. Todavía en 1720 se acusaba la necesidad y aunque las Provincias gozan de paz «la pobreza de los conventos es tan crecida, con las desgracias que ha ocasio­nado la guerra, que aun para la manutención precisa de los Religiosos se hallan imposibilitados» (52). Pero lo que verdaderamente acabó con los con­ventos fue la aplicación de los convenios con la Santa Sede que por virtud de los Concordatos aprobados en 1737 y 1753 se mantenía el Patronato Real con autoridad para intervenir en los asuntos internos de los conventos. A partir de estos momentos los monarcas borbones iniciarán una reforma del clero regular que puso fin a las irregularidades y desmanes a que las orde­naciones sin vocación habían llevado.

La provincia de Andalucía de la Orden de la Santísima Trinidad pre­senta un estado lamentable y el convento de Úbeda no es ajeno a esta situa­ción. De la correspondencia mantenida entre el Visitador Real don Pedro Pobes y Angulo, que ostentaba además el nombramiento de Visitador apos­tólico, el Nuncio de Su Santidad, arzobispo de Lepanto, cardenal Pallavici- ni, el auditor de la Rota, monseñor Tomás Azpuru y el mismo Carlos III, se desprenden una serie de irregularidades y negligencias tan graves que oca­sionaron la extensión, en 1769, de una «Real Cédula de Su Magestad, a con­sulta del Consejo, por la qual, como Patrono y Protector del Orden de Trinitarios Calzados, Redención de Cautivos, manda llevar a debido efecto los mandatos de reforma establecidos por don Pedro Pobes y Angulo, Pro- tonotario Apostólico, Inquisidor Fiscal de Sevilla, y Visitador apostóhco y Real de la Provincia de Andalucía en la misma Orden, con lo demás que dispone» (53). Las irregularidades se venían arrastrando desde el siglo an­terior, pero la gota que colmó el vaso y que provocó la inspección fue la

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(51) Cfr. ídem . págs. 343-382.

(52) A .S .C ., Sección M s. legajo 37b. Carta del provincial de Andalucía dirigida al pro­vincial de Aragón y fechada en Málaga el 1.° de octubre de 1720.

(53) Idem. Dada en San Ildefonso a 28 de septiembre de 1769.

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denuncia que se hizo de la reelección ilegal del padre Estrada como Provin­cial de Andalucía, apoyado por el Nuncio, y que el General de la Orden rehusó confirmar (54).

No nos detendremos. Solamente entresacaremos algunas de las irregu­laridades que desembocaron en la reforma borbónica de la Orden con el beneplácito de Roma. Una buena parte de las comunidades «se hallan en un lamentable estado y alteración en todo lo que es regularidad y observan­cia de sus respectivos estatutos» (55), llegando en ocasiones al escándalo de los vecinos, tales como la venta de carne en los conventos, la ruptura

de la clausura, como en el de Granada, por lo que el Visitador Pobes se vio obligado a «cerrar con ladrillo y cal una puerta falsa por donde entra­ban mujeres y todo género de gentes hasta lo más interior del convento» (56).

A tal punto llegaba la indisciplina y tan institucionalizada estaba la co­rrupción, que el Visitador sufrió todo tipo de ingerencias, cortapisas y obs­táculos con tal de impedir que pudiera emitir un informe al rey, llegando a recibir anónimos en los que le amenazaban dé muerte «si no dejaba co­rrer las cosas como se hallaban» (57).

De hecho no quedó en amenaza, pues sufrió durante tres meses unas fiebres, con posteriores recaídas, posiblemente debidas a un intento de en­venenamiento en Sevilla (58), en donde intervino «al Ministro por una acu­sación que contra él había por delito de incontinencia que quedó recono­cido» (59).

Los conventos de las grandes ciudades son los más degradados; dado el anonimato que facilita la gran población, salen del convento por la no­che, viven en casas particulares, administran sus rentas propias, e incluso algunos tienen negocios como «cierta tabernilla que tenía un religioso en Jerez» (60); trafican con contrabando, poseen armas prohibidas, abusan de la comida, del vestuario, juegan en las celdas y asisten a comedias y toros.

Esta inspección que había empezado en el convento de Murcia el 4 de marzo de 1766, se fue desarrollando a lo largo de toda la provincia con es-

(54) Cfr. A .S .V ., Nunziatura d i M adrid, leg. 225. fo l. 116-126.

(55) ídem . Carta del Cardenal Fuenciso, Arzobispo de Sevilla, al Rey. s.d , fol. 136.

(56) ídem . Carta de Pedro Pobes al señor Nuncio, Málaga, 9 de mayo de 1776. fol 170.

(57) ídem . Del m ismo al m ism o. Jerez, 17 de julio de 1766, fo l. 160.

(58) Cfr. ídem . Del m ismo al m ism o, La Rambla, 18 de octubre de 1766, fo l. 168.

(59) ídem . Del mismo al m ismo, Jerez, 13 de jun io de 1766. fol. 158.

BOLETÍN DEL mismo al m ismo. Jerez 17 de julio de 1766, fol.160.INSTITUTO

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crupuloso detenimiento en cada uno de los dieciocho conventos, en los que reestablecía la disciplina y dejaba elegido un Ministro que fuera observante con la Regla. Sin embargo, tras el intento de envenenamiento en Sevilla y las amenazas de muerte en Granada y Jerez, se observa a través de las car­tas cierto temor que le empuja a solicitar la suspensión de la visita, quedan­do aún los conventos del norte de la provincia. El nuncio no acepta la solicitud y la inspección continúa, pero el Visitador ya no se detiene tanto en los conventos y los despacha con celeridad, llegando a Úbeda el 1 ° de diciembre de 1766 desde donde escribe al Nuncio con fecha del día 4 que sale para La Membrilla «la única que me queda y desde allí a Madrid» para exponer las impresiones de la visita al Rey (61). Sin embargo, en la «Rela­ción hecha sobre el caso de los Nuevos Estatutos de 1767 después de la visi­ta de don Pedro de Poves a la provincia. 1778» se dice que la visita al convento de Úbeda se realizó el 12 de septiembre de 1776 «cuyo original se halla en esta Corte y en poder del M. Fr. Francisco Ferrón» (62). No se sabe el motivo de esta irregularidad pues el informe debía estar en pro­piedad del Consejo del rey y no en manos de un fraile de Madrid.

De todas formas, el resultado fue que Carlos III «en uso de la protec­ción y patronato de la Orden» (63) aprobó los Estatutos que para la refor­ma de la provincia de Andalucía se habían redactado en el Capítulo provincial de Granada el 16 de mayo de 1767, presidido por el Visitador Real don Pe­dro Pobes. Puntos importantes eran: la eliminación de siete conventos, en­tre ellos los de Jaén y Baeza; la reducción del número de frailes en la provincia, no admitiendo novicios hasta que queden 220 frailes de los 823 que la componían en 1768 (64), y que en 1789 se elevaba todavía a 296. El convento de Úbeda, dada su secular riqueza y la solera que le enorgullecía por la nobleza que le sustentaba, no fue eliminado pero sufrió una fuerte

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(61) ídem . Del m ismo al m ism o, 4 de diciembre de 1766, fo l 182.

(61) A .S .C ., Sección Ms. leg. 37b. M em orial hecho sobre e l caso d élo s nuevos estatutos de 1767 después de la visita de D . Pedro de P obes a la provincia. 1778. fo l. Iv.

(63) Cédula Real. Op. c it., pág. 2v.

(64) El número de frailes que componía la provincia cuando se prohibió dar nuevos há­

bitos lo hemos hallado a partir de la M atrícula de los religiosos que com ponen esta provincia

[de Andalucía] de trin itarios calzados en 1° de agosto de 1789 que se encuentra en el Archivo Municipal de Córdoba bajo la signatura D ocum entos de Francisco de B orja Pavón, II n. 3. Este documento elenca, no sólo los frailes existentes en la provincia en 1789, sino que además

incluye los religiosos de la misma que se exclaustraron «desde los nuevos estatutos» y los falle­cidos entre 1764 y 1789. Dado que no hubo ninguna nueva profesión a partir de 1768, hemos sumado al número existente de reUgiosos en 1789, los secularizados y los que murieron entre 1768 y 1789, dándonos el número, arriba reflejado, de 823.

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reducción en el número de los frailes de la comunidad (65). En efecto, la renta del convento, según el informe de Pobes, era de 35.410 reales y se

admitía un promedio de dos ducados por fraile al año, lo que se traduce

en que el convento de Úbeda realmente sólo podía sostener 17 frailes, como así se ordenó por Real Cédula.

Esta visión tan negativa que se desprende de la correspondencia man­tenida por el Visitador Pedro Pobes con el Nuncio y el Rey, desfigura la realidad de la provincia. El elevado número de frailes que vivían en los con­ventos, basando su subsistencia en una sociedad eminentemente agrícola, bien como donativo o bien como pago por el arrendamiento de sus propie­dades, provocaba que, en años de crisis para el sector, buscaran el sustento

en actividades ajenas a la vida conventual, ya que la casa no podía respon­der a sus necesidades mínimas. No obstante, eran casos puntuales que no definían la vida religiosa del momento, la Orden, la Provincia, ni ninguna casa.

Por otro lado, esta visita se politizó desde sus orígenes, enfrentándose la Corona y la Santa Sede por la forma en que había de realizarse, quién debía de hacerla, la potestad que tendría el Visitador y la solicitud de un Vicario general para las provincias españolas (66). Quizás por este motivo Pobes estuvo coaccionado por la difícil situación, y comenzó la visita sa­biendo de antemano los resultados que debían aplicarse, reducción de con­ventos y del número de frailes. Los frailes no dudan en culparle, ya que actuó con «un mero aprehendido error de hecho, por una evidentemente equivocada inteligencia de Derecho, y por una falsamente aprehendida fa­cultad, que no hubo. Alucinó a los superiores de la Provincia sorprendidos de su autoridad y modos extraños de ejercerla, inculcándose continuamen­te facultades para extinguir conventos y aun la Provincia toda» (67).

Además, la visita incurrió en error de forma, ya que el nombramiento del Visitador era por subdelegación del Nuncio Pallavicini. Muerto el car­denal en agosto de 1767, dejaba de tener vigencia este nombramiento, con-

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(65) Según el documento de la nota anterior, el convento de Ubeda contaba en 1789 con

21 sacerdotes y un hermano lego, habiéndose secularizado por causa de los nuevos estatutos

dados a la provincia, 6 frailes y muertos en el período 1768-1789, treinta y tres, por lo que aproximadamente debían existir en 1768 unos 63 frailes entre sacerdotes, legos y coristas.

(66) La concesión de un Vicario General para las provincias españolas fue denegada re­petidamente por la Santa Seda, hasta que en 1768 el Papa Clemente XIII accedió a ello, siem­pre que no supusiera la independencia del general francés. (Cfr. F u e n te , Vicente de la: Op. cit., vol. III. pág. 424).

(67) A .S .C ., M em oria l... Op. cit., pág. 30.

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tinuando, sin embargo, Pobes su visita y presidiendo el capítulo celebrado

en Úbeda en 1770. También incurre en contradicción, pues en el punto 36 de los Nuevos Estatutos derivados de la visita, acusa que «en la provincia ha habido tanta codicia en adquirir bienes raíces», por lo que llama la aten­

ción al monarca para que busque «remedio eficaz que ponga límite a la exor­bitancia de las adquisiciones y que en lo sucesivo sirva de freno» (68), lo cual contrasta con la afirmación de cerrar conventos por falta de congrua para mantener doce frailes. Incluso se equivocó en la rentas de los conven­tos, llegando él mismo a aceptar el error en el expediente del convento de

La Membrilla en más de 120 reales. Además, como él mismo acepta en su informe, le parecía que los frailes habían aminorado las rentas temerosos de que se Ies pedía para poner contribución, sin reflejar en el informe esta apreciación.

La importancia de la reforma borbónica no estriba tanto en la elimina­ción de conventos sino en la limitación del número de frailes a 220, lo que motivó un envejecimiento de los religiosos y una incapacitación de la Or­den para captar nuevas vocaciones, asestándole un golpe mortal del que nun­ca se volvió a recuperar. El convento de Úbeda fue botón de muestra.

Con Carlos IV se inicia la segunda decadencia de la Iglesia en España que mira con tedio a Godoy por los males que en un tiempo tuvo que su­frir . El favorito legisló en materia eclesiástica sin contar con la autoridad de la Iglesia, destruyendo muchísimos beneficios y establecimientos benéfi­cos y convirtiendo sus rentas en deuda del Estado.

Durante la guerra de la Independencia los frailes se exclaustraron y las tropas napoleónicas ocuparon el monasterio como cuartel. Acabada ésta y convencido Napoleón de la ayuda aportada por el clero durante la guerra en contra suya y de la aversión que le profesaban, redujo por decreto el número de conventos a la tercera parte y su hermano José los suprimió to­dos por decreto del 18 de agosto de 1809, quitando a los religiosos su inmu­nidad.

Cuando Fernando VII subió al trono, en su afán de acabar con todo lo que oliera a Cortes, revocó las disposiciones tomadas en Cádiz, entre otras,

las de materia religiosa. Pero la segunda época constitucional vuelve a ases­tar un duro golpe a las Órdenes Religiosas a las que se prohíbe dar hábitos,

admitir a profesión; mandó cerrar todos los conventos en que no llegasen a 24 profesos, que eran más de la mitad en España, no debiendo quedar

(68) Cédula Real. Op. c it., pág. 9v.

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más de un convento de cada orden en cada pueblo, y se obligó incluso a los consagrados con votos solemnes a cumplir el servicio militar.

En 1823 la regencia formada mientras el rey está en Cádiz, ordenó que los frailes secularizados volvieran a los conventos. De los documentos que hemos manejado referentes al convento de Úbeda en esta época deducimos que fueron muchos los frailes secularizados que volvieron, cuya admisión

en él quedaba supeditada «a los informes de su conducta política y moral

y si esta no lo desmerece, se remite un testimonio auténtico y en su vista da el Provincial la Ucencia para que, previa votación secreta de la comuni­dad, vista el hábito de nuevo» (69).

Los tiempos son difíciles y para evitar que se enfríen los aspirantes en la espera se solicita al Nuncio que se les dispense del noviciado o en caso contrario que diga el tiempo que deben cumplir (70). De igual manera ex­tiende la orden de Su Majestad para que «ningún religioso camine sin pasa­porte del gobierno de policía» (71) y que los estudios de teología se alarguen cuatro años en vez de tres como últimamente se venía haciendo (72).

Los años de guerra han sido terribles para el convento; en 1831 «su producto a vajado mucho porla estación de los tiempos» siendo sus rentas de 20.336 reales y sus cargas de 4.035 reales, con lo que «quedan para suve- nir a los gastos de la Religión, obras, culto, y mantener alos religiosos la cantidad de 16.301 reales». Estos religiosos eran a la fecha nueve sacerdo­tes, cuatro legos, cuatro novicios, un donado más dos sirvientes (73).

Por Real Decreto el 25 de juho se suprimen todos los conventos y mo­nasterios que no tuviesen doce profesos; caen novecientos conventos en Es­paña, entre ellos el de Úbeda porque sólo tiene nueve. Por otro Real Decreto del 11 de octubre del mismo año, de 1835, pasan al Erario Público todos sus bienes (74). Dos meses antes, el 17 de agosto, a los pocos días del decre­to de supresión, se había recibido en el convento una carta del padre Pro­vincial fechada en Estepona en la que comunica a la comunidad las órdenes del Gobierno. Por la cristiana resignación que se desprende de sus líneas nos hemos permitido reproducirla:

(69) A .S .C ., Sección M s. leg. 37b. Carta del Provincial Marcos Antolínez al Vicario ge­neral de la Orden, Úbeda 20 de abril de 1824.

(70) Cfr. ídem . Carta fechada el 6 de octubre de 1824.

(71) ídem . Carta fechada el 12 de octubre de 1826.

(72) Cfr. ídem . Actas del Definitorio general celebrado en Úbeda e l l. ° de mayo de 1828.

(73) ídem . Estado de este convento de trin itarios de esta ciudad de Úbeda (1831).

(74) Cfr. F u e n te , Vicente de la; Op. c it., vol. III. págs. 485-491.

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«Persuadido de que por el decreto de S.M. quedará suprimido ese convento, acudo a VV.RR. para que no den entrada a disgustos interiores

ni exteriores, sujétense gustosos a las soberanas resoluciones sin producir quejas que puedan ni levemente ofender la sabuduría del gobierno. La paz que nuestro Divino Redentor vino a traernos debe reinar entre nosotros, y así encargo a VV.RR. que, deponiendo cualquier queja que tengan en­tre sí, si el genio de la discordia ha podido introducirla, terminen su es­tancia en esa en armonía cristiana, solventando los adeudos que contra sí tenga la casa en fiel gratuidad a los beneficios recibidos. La gracia de N.S.J.C y la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo sea con todos VV. como lo desea Affmo. Fr. Miguel Mosquera» (75).

Estas palabras ponen fin a la presencia de la Orden Trinitania Calzada en Úbeda, al igual que en el resto de España tras siete siglos de presencia constante en sus ciudades. Aunque a nivel histórico trascienden más las irre­gularidades que el constante y buen hacer diario, no cabe duda de que en sus claustros florecieron grandes figuras en santidad y ciencia, relegados al olvido con el devenir de ios tiempos.

Con la muerte del padre Antonio Martín de Bienes, último Ministro general de la rama Calzada, en el convento de la Trinidad de via Condotti de Roma, el 28 de enero de 1894, comenzaba el período de cien años estipu­lado para su extinción por cese de actividad, según el artículo 120, párrafo primero del Derecho Canónico, que ha finalizado el 28 de enero del presen­te año de 1994.

En 1836 el convento ubetense, propiamente dicho, pasó a ser propie­dad del Ayuntamiento que lo habilitó para Junta de Beneficencia, Asocia­ción de Señoras de la Casa Cuna, Administración de Rentas Estancadas, Escuela y Cuartel de la Milicia Nacional. En 1861 se entregaron convento y templo a la Orden de Escolapios que permanecieron hasta 1920 (76).

EL PATRIMONIO DEL CONVENTO DE ÚBEDA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII

I.—Patrimonio artístico y cultural

Aunque a lo largo del trabajo estamos utilizando el vocablo «conven­to» para designar esta institución religiosa, lo hacemos en sentido coloquial

o profano, pero nos referimos, evidentemente, al Real Monasterio en su

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(75) A .H .N ., Clero, libro 2.851.

(76) Cfr. P a sq u a u G u e r re ro , Juan: Biografías de Úbeda. Úbeda, 1958, págs. 294-99.

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conjunto urbano, que comporta el convento propiamente dicho, donde re­siden los frailes, y la iglesia que se abre al culto público en las horas oportu­nas. A esto hay que añadir las fincas, tanto rústicas como urbanas, que fruto

de donaciones y limosnas iban engrosando el patrimonio inmueble del con­vento.

a) E l templo

La iglesia del siglo xvi «con hermosa lonja elevada, es iglesia de tres naves de espaciosa longitud y altitud, con mucho lleno de luz, obra llana y fábrica vistosa» (77). Descrita en los manuscritos, no se parece a la actual más que en el trazado Este-Oeste. Era iglesia de tres naves sostenida por recias columnas, con bóveda de cañón, las dos laterales se comunicaban, mediante un estrecho corredor, por detrás de la capilla mayor. La nave la­teral derecha tiene seis capillas, y la de la izquierda nueve altares. Esta dife­rencia entre los lados de la iglesia está en relación a encontrarse el claustro del convento adosado a la misma, impidiendo la construcción posterior de capillas (78).

Con sendas puertas al Mediodía y a Poniente, estaba rodeada de una lonja elevada que corregía la diferente altura de las dos entradas, bajando a la calle en la puerta del Sur por dos tramos de escaleras opuestas. La puerta de Poniente tenía las efigies de San pedro y San Pablo una a cada lado, y se coronaba con un gran escudo de la Orden y una inscripción en dorado que decía Scutum Fidei.

Las capillas interiores responden al deseo de sus nobles patronos de evidenciar su poder económico y su religiosidad. No podemos olvidar que el siglo XVI significa para Úbeda su pleno desarrollo urbano, fiel reflejo de su desarrollo económico y político. Se acometen los edificios más emble­máticos de la ciudad patrocinados por la nobleza local, como Francisco de los Cobos, el Secretario del Emperador, que se permite construir un pala­cio y una capilla-mausoleo aunque para ello tenga que derribar medio ba­rrio urbano. Esta poderosa familia, siguiendo la tradicional costumbre de la nobleza, patrocina la construcción de la Capilla Mayor. La descripción que de ella nos hace el padre Domingo, tan pormenorizada y rica en deta­lles, es casi «fotográfica». Se comunica por ambos lados con las naves y al frente lleva «una reja de hierro de primorosas labores».

(77) A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción A , col. 421.

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Portada de Poniente y Torre.

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Esta reja, también desaparecida, responde al diseño de la reja que Vi- llalpando hizo para El salvador. No es de extrañar que en ambos encargos el patrón se inclinara por el mismo artesano. Soportada por cuatro colum­nas gruesas de hierro, no sólo cierra la Capilla Mayor de frente sino que

da la vuelta a los lados hasta encontrar las primeras capillas. En el centro, de vaciado y pintura, lleva el Misterio de la Encarnación y sobre él, el cope­te es una efigie de Cristo crucificado, con la Virgen y San Juan Evangelista, uno a cada lado; en un lado aparece la expulsión de Adán y Eva del Paraiso y en el otro el sacrificio de Isaac; rematando el centro de los laterales los escudos con las armas de los Cobos (79).

Al A ltar Mayor, que está elevado, se accede por cinco gradas. El reta­blo —dorado y estofado— está coronado por la cruz de la Orden sostenida en un escudo, por dos ángeles. Dividido en tres calles por columnas, sus tarjas están ocupadas por pinturas alusivas a la Orden. El cuerpo superior presenta el tema de la Trinidad y de María con el Niño en sus brazos, si­guiendo en el medio los dos Santos Fundadores, y ocupando el cuerpo infe­

rior Santa Inés y Santa Catalina, vírgenes y mártires, patronas de la Orden. Sobre el banco, sendas esculturas, nuevamente, de los Fundadores, una a

cada lado del altar, y flanqueando el retablo, esculturas de Vírgenes y Már­tires veneradas entre los religiosos.

Como ya hemos dicho, el templo tiene seis capillas en la nave derecha, y en la izquierda, por impedírselo el claustro, tiene nueve altares. Encon­tramos a la derecha de la puerta de Poniente la Capilla de los Alcaraces, que en la fecha del manuscrito pertenece al regidor don Alonso Ruiz de Con­suegra y que muestra en el altar una imagen de Nuestra Señora de Guadalu­pe «de cuerpo de estatura humana» con el Niño en los brazos (80). Hay que hacer notar que la iconografía de esta advocación sufrió alteraciones con el tiempo hasta convertirse en una imagen de reducidas dimensiones como la que se venera en la actualidad.

A continuación la Capilla del Santo Cristo de la Expiración, riquísi­ma, con sepulcro de bóveda para los miembros de la cofradía que la regen­tan; tiene sobre el altar a Cristo expirando con la Virgen y San Juan Evangelista a sus pies; es un paso que sale e) Viernes Santo en procesión, admirable por lo imponente de la estatura humana de sus figuras. Una lám-

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(79) Cfr. ídem . Redacción B, col. 450.

(80) Cfr. ídem . Col. 422.

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para de plata cuelga del techo y las rejas «que no desmerecen cierran el acceso».

Le sigue la capilla de Nuestra Señora de la Peña de Francia con una imagen de la Virgen tan antigua «que necesita de renovarse». Perteneció al licenciado Miguel de Espinel a quien se la traspasaron los caballeros Bae- nas y la disfrutan en esos momentos los herederos Crespos y Baenas. Tiene cofradía (81).

La Capilla de la Salve, pasada la puerta del Mediodía, posee un Cristo atado a la columna y a María con su Hijo en brazos a ambos lados del reta­blo que es de pintura, antiquísimo. En los ángulos de la entrada están a tamaño natural las tallas de los Fundadores. Pertenece en la fecha del ma­nuscrito a don Juan Serrano de Navarrete. Tiene cofradía.

La Capilla que sigue guarda la imagen de la Inmaculada Concepción de María que donara Fernando III en un nicho y su talla es mediana; sobre el altar del Sagrario hay un retablo de pituras y dos sepulcros de bóveda para los herederos de los Venturas y Medina y de don Jerónimo de Moya y los suyos. Tiene cofradía.

Continúa la Capilla de San Juan Bautista y San Antonio Abad con un retablo antiguo con p.inturas alusivas a su vida y un nicho con las tallas de los dos Santos. Tiene, además, una talla de «peregrina escultura» de San Juan Bautista que trajeron de la iglesia de la Torre; y dos sepulcros de bó­veda pertenecientes al Capellán Mayor de la iglesia de Santiago don Martín de Morata y del Escribano de la ciudad don Francisco García Monreal. Tiene cofradía.

Sigue la Capilla de Nuestra Señora de la Cabeza de Sierra Morena, en un tabernáculo con reja de hierro. Su talla posee corona, cetro y media lu­na de plata; pertenece a los caballeros Mesías Pacheco y está regentada por una cofradía de pastores (82). A principios del siglo xvi, con la elevación

a la dignidad de obispo de Fr. Antonio del Puerto, y debiendo de ocuparse de algunos asuntos de la diócesis, como obispo auxiliar, «labró una celda detrás de la Capilla Mayor que cogía la de la Cabeza, con puerta a la calle para el despacho de los negocios del obispado [...] y otra puerta que se salía al convento, por donde se entraba para el coro y refectorio» (83), por lo

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(81) Cfr. ídem . Col. 422.

(82) Cfr. ídem . Col. 423.

(83) ídem . Col. 513.

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que quedó reducida la capilla de esta advocación.

Desde esta capilla y pasando por detrás de la Capilla Mayor se accede a la otra nave en la que la primera Capilla es la de las Ánimas, con «bóveda de media caña y cupulilla de naranja de yeso cortado». El retablo es un lienzo de marco dorado y estofado, con Cristo en la cruz, el Espíritu Santo en for­ma de paloma, el Padre y unos ángeles liberando a las ánimas del Purgato­rio aliviadas por la sangre de Cristo. A los lados del lienzo hay tallas de la Virgen con su Hijo y San Sebastián. Sobre ellas, en pintura, los gloriosos fundadores de la Orden Trinitaria, San Juan de M ata y San Félix de Valois. En el Sagrario, riquísimo, un relicario cuyo pie es de plata y vaso dorado. Tiene cofradía.

Dentro de esta misma Capilla, a la derecha, hay un altar con una pre­ciosa imagen de la Virgen de los Remedios conocida en el pueblo como Dul­císima Señora del Ave María, bajo cuya advocación se fundó la Venerable

y Real Congregación de esclavos del Dulcísimo Nombre. A la izquierda, otro altar con una efigie del EcceHomo. Ricas láminas de pintura comple­tan la Capilla toda ella donación de doña Beatriz de Ortega, hija del Señor de Alicún (84).

Sigue la Capilla «de Gila», donación de don Luis de Gila, médico de la ciudad en la que se venera el Santo Cristo de la columna y a San Cayeta­no; el retablo es de yeso con columnas estriadas, frisos y buenas molduras. A ella dan las puertas del claustro y de la sacristía. Tiene dos confesiona­rios y un sepulcro para los herederos del doctor.

Frente a esta capilla, en un altar conocido por la gente como «altar viejo», hay una talla a tamaño natural de San Juan de M ata «tercera délas que a auido enla tal Capilla por discurso del tiempo», con sendos lienzos a cada lado: el de la izquierda representa un religioso con un ramo de azu­cenas en la mano, en cuyo rótulo puede leerse Beatus Félix; a la derecha

casi se ha borrado por el tránsito a la Capilla Mayor y sólo se lee Beatus. Aquí tienen enterramiento los Barbas (85).

A continuación, la Capilla de la Virgen del Rosel con una hermosa ta­lla bajo un arco sobre el altar. En ella tienen sepulcro los herederos del Re­gidor Francisco Vela. Tiene cofradía.

(84) Cfr. ídem . Col. 424.

(85) Cfr. ídem . Col. 425.

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Le sigue la de San José, de gran devoción en la ciudad, de característi­cas parecidas a la anterior, en la cual son enterrados los Salamancas.

La Capilla del Cristo del Pozo, de los herederos de Juan del Pozo, mues­tra un altar bajo arco grande de piedra con las efigies de Cristo, María y San Juan Evangelista. La imagen de Cristo es antiquísima como lo testifica la pintura y ha estado siempre en posesión del convento según consta en documentos. Según el pueblo hace milagros (86).

A esta Capilla le sigue la de la Virgen de los Remedios, Patrona de la Orden, representada en una tabla de pintura, antiquísima, y retablo de pin­turas; es de los herederos de Simón Gutiérrez.

A continuación, la Capilla de la Magdalena que el licenciado Juan de Molina renovó consagrándola a la Virgen del Rosario, la cual aparece en un lienzo bellísimo con el rosario por orla. Pertenece a los herederos de don

Fernando de Campos, Regidor y Familiar del Santo Oficio, y a los del li­cenciado don Pedro Gaytán.

Sigue un altar con lienzos de San Cosme y San Damián, Santa Bárbara

y Santa catalina, en «pintura antigua». Las Bulas de las reliquias de estos Santos se encuentran en el archivo del convento (87).

A continuación, la Capilla de San Blas, cuya efigie preside un retablo

de pinturas antiguas de Santos y Mártires. Este santo goza de gran devo­ción en el pueblo y su reliquia, cuya Bula también se encuentra en el archi­vo del convento se saca en procesión. Es de los herederos del sacerdote don Juan Barrero Gaytán.

Pasada la puerta de la iglesia está la Capilla de Santa Ana con una her­mosa talla de la Santa en su nicho. Es de los herederos de Juan Sánchez

de la Lobera, pero hay enterradas muchas personas de la familia de los Bla­ses y personalidades de la Orden.

Entre las Capillas de San José y del Santo Cristo del Pozo hay un arco con una imagen de Nuestra Señora de la Salud obra de Juan Esteban de Medina, pintor de Felipe IL La cofradía de la Expiración quiere hacerla suya por haber sido sus hermanos quienes la costearon.

Como vemos, la iglesia de la Santísima Trinidad de Úbeda goza de una riqueza extraordinaria en obras de arte. Ya el propio edificio nos aparece

(86) Cfr. ídem . Col. 426.

(87) Cfr. ídem . Col. 428.

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como una verdadera joya por su belleza y sencillez. Pero son las numerosas pinturas y esculturas que guarda las que causan asombro. Las contenidas en las diversas capillas y altares, fruto de donaciones de la nobleza local

y de las cofradías que la tutelan, y las propias del convento, en sus numero­sas dependencias adornado con obras de arte de tema exclusivamente reli­gioso; unas veces de contenido evangélico y otras de la historia de la Orden

y de sus Fundadores, de los que destacan variadas versiones dentro del re­cinto sacro.

Hemos contabilizado, siguiendo paso a paso los minuciosos manuscri­tos, que la iglesia contenía ocho esculturas de la Virgen en las más variadas advocaciones, dos Cristos atados a la columna, un Ecce Homo, y dos con­juntos escultóricos con Cristo, la Virgen y San Juan Evangelista, uno lla­mado de la Expiración y el otro, ya muerto, conocido como Cristo del Pozo. Además, siete santos, dos veces los Santos Fundadores y dos beatos de la

Orden que en la fecha del manuscrito se desconocían sus nombres. En total treinta y una esculturas, la mayor parte de ellas de tamaño natural.

De igual modo las pinturas son abundantísimas. El retablo del Altar Mayor es de doce pinturas, así como el de la capilla de San Juan y San An­tonio, que describe la vida de los Santos, el de la capilla de las Ánimas, el de los Fundadores, el de la Virgen de los Remedios, el del Rosel y el reta­blo de la capilla de la Salud.

Este patrimonio artístico que acabamos de describir identifica todos los templos de la Orden. Y es la Capilla Mayor, o en su defecto, el retablo que cubre el testero sobre el altar que hace las veces de la misma, el primer

exponente de este programa iconográfico. Siempre aparece este retablo di­vidido en tres calles y sus tarjas se encuentran ocupadas, indefectiblemente, por esculturas o pinturas afines a la Orden. El factor determinante entre unas y otras siempre es económico, pero los temas representados respon­den a la iconografía trinitaria: el Misterio de la Trinidad, los Fundadores, la Virgen de los Remedios, las Patronas, el Angel de la Revelación, etc.

Del mismo modo, las capillas son definitorias por las advocaciones que presentan. Ya sean por patronazgo nobiliario o por suscripción porpular de cofrades, lo cierto es que las imágenes titulares de cada una de ellas en

los distintos conventos presentan unas concordancias repetitivas sólo alte­radas por los Patronos de la ciudad en cuestión. Predominan, como deci­mos, ciertos temas que se significan característicos de la Orden: la Virgen

BOLETÍN DEL diversas acepciones, pero siempre la de los Remedios y la Inmaculada.INSTITUTO

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Como ya hemos dicho, la Virgen de los Remedios o del Remedio es la patrona de la Orden Trinitaria y según la localidad se celebra su fiesta un determinado día, si bien predomina el 15 de agosto, aunque el 12 de ju ­lio de 1727 la Sagrada Congregación de Ritos concede el rezo de la Virgen del Remedio para el segundo domingo de octubre.

El título mariano del Remedio tiene un doble significado. De un lado, su significado etimológico como medicina o salud; de otro, en sentido ge­neral, como socorro, ayuda o amparo de todas nuestras necesidades de al­ma y cuerpo incluida la desventura de la esclavitud. Aunque no fue hasta

■ 1781 nombrada de forma explícita en la Orden como patrona, en el Capítu­lo general de los Calzados celebrado en Cerfrois, existía desde siempre una natural tendencia a apellidar a la Virgen del Remedio Protectora y Aboga­da de la Orden, puesto que el título de Patrona lo ostentaba Santa Inés. Sin embargo, dado que la elección de patronos estaba reservada a la Santa Sede desde 1630, no tenía efectos legales la designación en tal sentido por miembros de la Orden. Elevada la petición a la Santa Sede, fue Juan XXIII, mediante Bula del 10 de marzo de 1961, quien declaró a la Virgen del Buen

Remedio celestial patrona iguahnente principal con Santa Inés, Virgen y Már­tir segundo, de toda la Orden de la Santísima Trinidad» (88).

La trayectoria de esta devoción en la Orden se puede seguir por las in­numerables Bulas extendidas por diversos papas favoreciendo a la cofradía de la Virgen, a la Orden o a los fieles, en general, que asistan a los diferen­tes actos que tenían lugar en su capilla. Pero fue tras la victoria de Lepan­te, el 7 de octubre de 1571, cuando se estableció definitivamente en la Orden y comenzó a gozar de favores reales y papales por hacerse notorio que ante la Virgen de los Remedios del convento trinitario de Valencia oró don Juan de Austria antes de la Batalla en la que fue vencido sonoramente Selim II. Este convento en concreto gozó de toda clase de privilegios.

El fervor mariano de los trinitarios, heredado de sus Santos Fundado­res, requería una demostración profunda de su adhesión a la Virgen, que quedó palpable por la defensa, de la que se hicieron paladines, de la Inma­culada Concepción. Es tradición en la Orden que el mismo San Juan de Mata

defendió este Misterio, pero no existen pruebas documentales. Sí es de des­tacar la defensa del humanista Roberto Gaugin, Ministro general de la Or­

den (1473-1501), que escribió De Immaculatas Conceptione B.M . en 1488,

____________EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 99

(88) A cta A posto lic is Sedis ( m \ ) y tn A c ta Ordinis Sanctissimae Trinitatis wo\ VIpags. 372-373.

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Imagen de la Virgen de los Remedios, patrona de la Orden, en un antiguo torreón de la muralla.

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con ocasión de la polémica desatada con el padre General de los Dominicos Vicente de Castronovo (89), consiguiendo además que la Universidad de Pa­rís, en pública reunión, jurara y votara, el 17 de septiembre de 1497, defen­der la Inmaculada y decretó no admitir a los grados sin antes haber hecho el candidato el mismo juramento (90). Por esto, es ineludible una capilla de la Inmaculada en cada templo trinitario.

Es tan intensa la devoción mariana en la Orden que, como vimos en el retablo de la iglesia en estudio, aparece en el mismo plano que la Santísi­ma Trinidad, dogma inexcusable de la fe Católica y a la que se consagra de forma exclusiva la Orden, lo que nos da idea de la importancia que ad­quiere dentro de la misma.

La oración del Ave María aparece completa por primera vez en el Bre­viario trinitario impreso en París en 1514, introduciéndola sucesivamente los Cartujos, Franciscanos, etc. Esta oración, según el mismo breviario, debía recitarse del mismo modo (identidem) que el Padrenuestro, es decir, al prin­

cipio y al final del Oficio Divino (91).

Dicha oración era muy apreciada en las provincias hispanas, ya que en los estatutos de la provincia de Castilla de 1496 se manda a los que no sean idóneos para rezar el breviario que digan el Pater Noster y eM ve M a­

ría por los religiosos difuntos. Otros estatutos de la misma provincia, en 1510 (92) prescriben, de forma más concreta, que los hermanos legos di­gan, por los religiosos difuntos, cincuenta Padrenuestros y otras tantas Ave­

marias. Esto explica la existencia en los templos trinitarios de una capilla o altar bajo esta advocación a la que se dirigían los iletrados y fieles en

general.

Otras advocaciones responden a nombres locales, a los Misterios de la V irgen,'a sus atributos iconográficos, o a la protección que dispensa a los hombres. Entre las advocaciones locales que hemos encontrado en la igle­sia de Úbeda se encuentran la Virgen de la Peña, de la Cabeza y la del Rosal o Rosel. Estas advocaciones aparecieron, junto a las demás acepciones lo­cales, principalmente en el siglo Xlll, y sus títulos hacen referencia a la iglesia donde se veneraban, al paraje de la aparición o del lugar de su culto.

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(89) Cfr. A n t o n i n u s ab A s s u m p t i o n e: M inistrorum Generalium Ordinis SS. Trinitatis

series. Isola del Liri, 1936, págs. 85-93.

(90) Cfr. F o r r e s A l o n s o , Bonifacio, y A r i e t a O r b e , Nicolás: Op. c it., pág. 34-35.

(91) Cfr. Breviarium ... Op. cit., pág. iij.

(92) Estos estatutos están publicados en A ctas Ordinis Sanctissimae Trinitatis, vol. II,

pág. 324 y pág. 389, respectivamente.

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Debemos tener en cuenta que no siempre guarda relación la advoca­ción con la efigie que la representa, por lo que no se deben atribuir siglos

de antigüedad a una advocación aplicada a determinada efigie por el mero

hecho de que ésta pertenezca iconográficamente a los siglos x ii, x iii o xiv, pues muchas imágenes fueron bautizadas con una particular denominaciórí por expreso decreto de la autoridad. De ahí las incoherencias iconográfi­cas, no siendo raro encontrar, por ejemplo, una Virgen de la Esperanza con el Niño en brazos o una del Pilar sin Niño.

Las diversas representaciones de Cristo sufriendo obedecen, en cam­bio, al secular sentimiento cristiano de veneración y adoración del Dios muer­to por el Hombre. La evolución en la iconografía de Cristo es significativa en la Historia del Arte, desde el bizantino, mayestático e insensible al do­lor, al barroco, en el que toda la potencia gestual y dramática del período se pone al servicio de la expresión plástica del sufrimiento y muerte en las imágenes. La misma carga emocional y sensitiva de las tallas será el baremo cronológico de las mismas. No obstante, aparece una en todos los conven­tos trinitarios que desde el momento histórico de su creación se convirtió en insignia de la Orden. Es el Ecce Homo en su denominación de «Rescata­

do». Su origen data de la profanación que sufrieron las imágenes sagradas el 27 de abril de 1681 en el fuerte de San Miguel en el puerto de Mámora, en Fez, Mauritania, por un ejército musulmán que cogió por sorpresa a los

españoles. Ensañándose especialmente con la de Jesús Nazareno, se lleva­ron cautivos a los defensores que quedaron con vida, a los capellanes capu­chinos y todas la imágenes y objetos de culto. Enterados los trinitarios que cuidaban del hospicio de Fez, procedieron al rescate, en total 211 cautivos, 17 imágenes y diversos vasos y ornamentos. En diciembre del 81 se obtuvie­ron, llegando a Madrid a mediados de agosto. Tras una función solemne en la iglesia de los trinitarios, se organizó la procesión hasta el Palacio Real donde esperaban los reyes. Finalizadas las fiestas se procedió al reparto de las imágenes quedándose Carlos II con la de San Miguel, y la de Jesús Na­zareno, que desde entonces comenzó a llamarse el Rescatado, se quedó en el convento trinitario, y que continúa venerándose en la actualidad. De ma­nos trinitarias se generalizó su culto en toda España, extendiéndose a todos los países del mundo en que tienen fundación, como Polonia, Cuba, Chile, Madagascar, etc.

Las devociones a los Santos y su presencia en las diferentes capillas de la iglesia responden a diversos motivos; por ejemplo, Santa Inés porque era la patrona primaria de la Orden. Basa su patronato en que fue en la Octava

BOLETÍN DEL fícsta dc csta santa, el 28 de enero de 1193, cuando San Juan de MataINSTITUTO

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recibió la primera revelación al celebrar su primera misa, y tomó a la Santa

por su especial protectora. De este patronato no hay decretos especiales, mas la Santa Sede lo aprobó implícitamente al conceder a la Orden, en 1632, el rezo de dicha Santa como patrona con rito de primera clase y octava (93).

Santa Catalina de Alejandría por ser patrona secundaria hasta 1965, fecha en que fue sustituida por la Virgen del Remedio. El motivo del patro­nato de esta mártir hay que buscarlo en la devoción a la Trinidad que pro­fesó, según nos ha transmitido la Legenda aurea. En Andalucía tendría su significado por ser el día de Santa Catalina cuando Fernando III conquistó Jaén. A la Santa le dedicó el Alcázar y se convirtió en la patrona del Santo Reino.

Los diferentes Santos y Apóstoles deben su veneración a las particula­res devociones de fieles y a los patronatos de ciudades y cofradías. De este modo San Cosme y San Damián, los santos médicos romanos, mártires, debían su veneración trinitaria a la demanda de amparo y protección en ayu­da a los enfermos y afligidos esclavos. Su tradición viene desde que Hono­rio III, el 9 de febrero de 1217, aprobara la Regla mitigada en la que se incentivaba más el apostolado hospitalario que el redentorista, como ya dijimos.

San José y Santa Ana no podían faltar en una Orden tan profunda­mente mariana, San José como su bendito esposo y Santa Ana como la ejem­plar madre de la Virgen.

San Sebastián era el santo patrón que protegía al hombre de la peste y de las epidemias que asolaron durante la Edad Media. Este culto se inició en Pavía en el año 680 durante un ataque de peste, cuando sus reliquias se trasladaron desde Roma y se le erigió un altar en la iglesia de San Pietro in Vincoli. La propagación de su culto se debe a la creencia de que su ima­gen tenía la milagrosa virtud de prolongar la vida a los apestados. Esta re­lación de San Sebastián con esta enfermedad se encuentra en la semejanza de las llagas producidas por las flechas de su martirio y los bubones de la

peste.

La importancia de este Santo y la rápida implantación de su culto en Úbeda se debe a la protección que requería Fernando III para la ciudad, no olvidando que el fracaso de su abuelo en su entrada fue debida al ataque de peste que diezmó al ejército cristiano y que motivó la permanencia de

los trinitarios cuidando a los enfermos.

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(93) J u a n B a u t i s t a d e l a C o n c e p c ió n : Obras, vol. VIII. Roma, 1830, págs. 30-31.

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Respecto a los Santos Fundadores de la Orden, es obvio que cada cen­tro trinitario deseara venerar a los Santos a quienes debían su razón de ser.

Por esto mismo, hemos visto como reiteran su iconografía tanto en la igle­sia, con predominio de la escultura, y en el convento. Esta devoción no arrai­garía mucho entre los fieles, ya que con el tiempo ha desaparecido por

completo de la memoria popular, que no identifica en la actualidad la efi­gie de este santo que se alza en la portada de Mediodía del templo.

Tras este estudio de las obras de arte contenidas en la iglesia podemos concluir con tres puntos básicos;

A) Esta profusión de obras de arte en las capillas de la iglesia, res­ponde a la idea postconciliar de la imagen religiosa como medio didáctico y exaltación de la Iglesia ante los fieles, en consonancia a su vez con la im­portancia, antes mencionada, del templo trinitario en la ciudad.

B) Predominio de la obra escultórica sobre la pictórica debido a la escasez de grandes paramentos que cubrir con pinturas. Serán los retablos las superficies que las muestren.

C) Anonimato en que deja el Cronista las obras de arte que relacio­na, salvo en el caso de Nuestra señora de la Salud, debido probablemente a la poca importancia de sus autores o desconocimiento por parte del Cronista.

Este monasterio se hundió en 1630. No especifican los documentos las causas, posiblemente a consecuencia de algún terremoto, y se iniciaron las obras del conjunto que contemplamos en la actualidad.

La iglesia que levantaron los hombres del siglo xvii era de planta rec­tangular de tres naves, las laterales, más estrechas, terminan en el arco del crucero, media naranja sobre éste que no se acusa en el exterior, eje central y tribuna del coro prolongada a toda la anchura de la iglesia. Los arcos son de medio punto sobre impostas, enmarcados por pilastras de capiteles co­rintios. Sobre ellos, un amplio entablamento cuya cornisa invaden los va­nos superiores de las naves laterales. Arcos fajones dividen la bóveda de cañón y lunetos en cuatro espacios que el artista decora con estucos manie- ristas, siguiendo el gusto del xvii de las iglesias madrileñas, como la Mag­dalena de Alcalá de Henares. La cúpula gallonada sobre el crucero descansa sobre pechinas y los ocho espacios concavos que produce están repletos de relieves y pinturas de Santos de la Orden. Columnas salomónicas flanquean las triples ventanas de los brazos del crucero, elemento estrictamente deco­rativo que hace su aparición aquí por primera vez en la arquitectura jien-

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nense de la provincia. El exterior es simplemente el volumen ascético sólo

roto por la decoración de sus portadas. La de Poniente tiene arco de medio punto abocinado enmarcado entre pilastras y columnas de capiteles corin­tios sobre plintos. Enormes volutas de cuerpo macizo y expresiones barro­cas enmarcan el Misterio de la Santísima Trinidad y las insignias de la Orden. La portada del Mediodía, menos acentuado su barroquismo, ofrece aún es­quemas manieristas y sobre ella un nicho con la efigie de San Juan de Ma­ta. La torre de planta cuadrada presenta en el cuerpo del campanario esquema octogonal como los modelos manieristas de la torre de la Catedral de Baeza y la iglesia de San Ildefonso de Jaén. Ambas portadas, sin embar­go, fueron levantadas ya a finales del siglo xvii (94).

Las obras de reconstrucción duraron casi un siglo y los gustos decora­tivos habían evolucionado hacia un recargamiento del que tenemos la muestra en la portada de Poniente. El estancamiento constructivo originado por el económico no impidió que los maestros de la Orden se desentendieran de la tradición local y acometieran, ajenos al sello vandelviriano de la ciudad, formulaciones estilísticas renovadas. La sencillez de sus paramentos recuer­dan el barroco granadino y las portadas, pese a su mediocridad escultórica, son muestra del mejor barroco andaluz.

El siglo XVII aún conoce cierto esplendor en las Órdenes Regulares, fren­te a la postración de la nobleza. Estas motivan a sus miembros para que contruyan los edificios rehgiosos que demandan los tiempos, incluso inter­vienen al servicio de otras órdenes. La austeridad del XVI da paso a la opu­lencia barroca, y el auge de las cofradías penitenciales propicia la explosión de capillas de apreciable arquitectura destinadas al culto de las imágenes y a las funciones litúrgicas. Frente a Jesuítas y Carmelitas, tan populares en el siglo xvii, que crearon numerosos conventos con una arquitectura pro­pia, la Orden Trinitaria ha pasado ya su boom fundacional. Todos los con­ventos trinitarios ya se han levantado en el siglo xvi. Solamente una desgracia como la ocurrida en 1630 permite a los maestros de la Orden de­mostrar sus dotes constructivas y dar respuesta a la pretensión tridentina de ejecutar templos que faciliten la participación de los fieles en la liturgia.

Vistas las tres versiones de la iglesia trinitaria de Úbeda, comparémos­la con la fundada por Juan de M ata en Avingaña, por ser la más antigua de la Península y de la que aún se conservan restos.

(94) Seguimos la descripción que hace Moreno M endoza en la Guía de Úbeda.

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El templo de Avingaña, construido en los primeros años del siglo Xlll, era de una sola nave aunque, a diferencia del ubetense, el ábside era poligo­nal. Los muros estaban decorados con escudos de la Orden Trinitaria y de los Monteada, la poderosa familia que patrocinó la construcción. Las capi­llas laterales, finamente labradas con molduras, y los capiteles florales, per­miten apreciar un elegante gótico flamígero.

En el siglo xv ii se levantó una nave transversal a la gótica, «d ’un nul valor artistic» (95), y con la única particularidad del decorativo escudo tri­nitario. También el exterior acusa los estilos que fueron utilizados según las épocas y las vicisitudes que ha atravesado el conjunto conventual iler- dense. Aunque está claro el sello de los maestros de la Seu de Lérida y de los de San Lorenzo de la misma ciudad.

La iglesia de Úbeda, de la que no quedó ningún resto, y que estamos reconstruyendo siguiendo esencialmente los manuscritos del padre Domin­go López, no obedece al mismo diseño que la catalana. Podemos presumir

que la primitiva, la que ardió en 1368, siguiera el esquema de la de Avinga­ña, incluso todo el recinto conventual, por la influencia que pudiera ejercer ser la primera de España y estar fundada por el Santo. Pero como podemos comprobar por las plantas no son coincidentes en ningún punto. Incluso

la de Avingaña sigue la orientación norte-sur, una orientación atípica a los templos de la época.

La sacristía «es una sala embovedada capaz, y de buena proporción en largo y ancho». Los cajones para guardar las vestimentas litúrgicas es­tán entre arcos en las paredes y una alhacena «hace en medio una división donde está el aguamanil y los sacerdotes dan las gracias» (96).

El coro, sobre la nave central, es pequeño y sin sillería. Tiene antecoro y postcoro separados con celosías que sirven como de tribunas en la iglesia. Un órgano «pequeño pero muy sonoro» otorga solemnidad a los actos reli­giosos. Desde el claustro alto se puede acceder al coro por una puerta, y desde el antecoro, por una angosta escalera se sube a la torre del campana­rio, y las tres campanas, de diferentes tamaños «llaman a los fieles a las misas, rosarios y demás exercicios espirituales» (97).

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(95) L a r a i P e i n a d o , Frederic: Avinganya, bressol deis Trinitaris a Catalunya. Edicions Dilagro, Lleida, 1979, págs. 45-50.

(96) A .S .C ., Padre Dom ingo López, Op. cit. Redacción A , col. 451.

(97) ídem . Col. 451.

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b) El convento

El convento tenía la entrada por la lonja de la iglesia en la calle Trini­dad, con una portada de arco sobre el que se lee sobre un friso Hinc Pa- triam Novis Futuram Quae Rimus Ipsi. Coronado esta portada aparece el escudo de la Orden con la cruz trinitaria. La portería consta de dos piezas espaciosas con sendas puertas al claustro principal, de más de cuarenta pa­sos de largo por diez de ancho, con arcos sobre columnas de mármol y pre­til de piedra con baranda resaltada de la misma piedra (foto 1). Este claustro tiene varios arcos en sus lienzos a manera de altar o capilla con pinturas y efigies que después veremos. Desde él se accede al refectorio, a la sacristía y a la sala capitular (98).

Desde la sacristía se pasa a otro claustro «que se llama menos princi­pal» con dos lados de arcos sobre pilares de piedra «que suelen llamar por­tales» y los otros dos sobre columnas que descansan en basas. Actualmente se conservan un lado de pilares y otro de columnas, siendo los otros dos lados de muro ciego (foto 2).

Las columnas del claustro inferior, de estilo jónico, descansan en una basa sobre pequeño plinto, y las superiores, de fuste abalaustrado, lo hacen directamente sobre éste que apoya sobre el friso del cuerpo inferior. Este friso alterna medallones y rombos que en el lado de los pilares, represen­tan, en dos de ellos, la cruz trinitaria y el escudo de España, mientras que en un tercero aparece el año de la reconstrucción, 1807. En el centro de este claustro, existía una fuente de agua para el abasto del convento que donó

la ciudad siendo Ministro el padre Fr. Juan Luis de la Lobera en 1645 (99) como aparece reflejado en la inscripción que hay en el arco central del lado de las columnas. Podemos interpretar esta gracia del concejo como una ayuda ante la falta de recursos para reedificar los edificios dañados con el derrumbe.

En este mismo lado está la puerta que llaman del campo «con muy buena portada», hoy desaparecida. La creencia popular, y que aparece reflejada en las guías de Úbeda, de que el edificio de Correos se construyó sobre un claustro, el que edificara Juan de Alarcos en 1580 (100), es infundada.

El convento, antes del derrumbe de 1630 (plano 3), tenía sólo y exclu­sivamente los dos claustros que hemos descrito, el principal y «el menos

(98) Cfr. ídem . Col. 453.

(99) Cfr. ídem . Redacción B, fo l. 255.

(100) Cfr. Guía h istórico-artística de Úbeda. Asociación Cultural A lfredo Cazabán La­guna, Übeda, 1993, pág. 58.

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Claustro principal. Cuatro columnas de mármol pertenecientes al convento descrito por elP. Domingo y que se conservan en la actualidad. El resto son de arenisca.

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principal» que se levantó siendo Ministro el padre Dr. Alonso Bernardo de los Ríos, obispo de Granada en la fecha en que el padre Domingo escribe el primer manuscrito. Si el edificio de Correos está en el lado opuesto del

área que ocupa el Real Monasterio, difícilmente podía el claustro acceder

a la iglesia por una puerta. Y si todo se derrumbó en 1630 no pudo el gran

cantero levantar el claustro en 1580. Este edificio se alzó sobre el huerto del convento, y posiblemente el claustro de Juan de M arcos fuera el princi­pal. Si tras el hundimiento se levantó respetando su diseño podemos hoy en día contemplarlo de manera muy aproximativa. Si no fue así, sólo pode­mos imaginarlo. De cualquier modo quedan corregidas las guías de la ciu­dad y las historias locales que aseguran que había tres claustros. También corregimos la fecha de construcción de la escalera principal que se suele apun­tar en 1574. Esta escalera se terminó de construir el 12 de mayo de 1612, siendo Ministro de la casa Fr. Francisco de Blas.

La sala capitular es tan inmensa que sus tres ventanales y puerta no bastan para iluminarla, según el Cronista. Esta sala recibía también el nom­bre De profundis. La razón de este apelativo es por rezarse allí el salmo 130 («Desde lo hondo a tí grito. Señor»), último salmo del día antes de la cena, que comienza con estas palabras en latín. Esta antesala solía ser una pequeña estancia desde la que se accedía al refectorio, aunque en ocasio­nes, como la que nos ocupa, se utilizaba la habitación inmediatamente an­terior para tal rezo y que en Úbeda coincide con la sala capitular.

El refectorio es una sala de parecidas características a la anterior, toda de piedra, y frente a él una antesala que precede a la sala de Ánimas y a la de la Expiración.

La escalera principal, grande, con tres mesetas o descansos posee las gradas de piedra de una pieza; el techo es de falsa cúpula de yeso con escu­dos de la Orden y decorada con muchas molduras «recibe luz a la entrada al claustro alto por tres arcos que sustentan cuatro columnas y una ventana al norte» (101). En la actuahdad las columnas son pareadas, es decir, ocho. Tal vez esta diferencia entre el manuscrito y lo conservado sea debida a que

el padre Domingo no era un experto en arte como lo demuestra la falta de precisión y terminología adecuada, aunque también puede deberse a la pos­terior remodelación del convento. Lo que sí ha desaparecido es la ventana al norte, cegada por el edificio de Correos.

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(101) A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción A , col. 454.

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Tiene cuatro dormitorios, uno de ellos da al claustro principal, y el lla­mado de la barbería, que da a la calle Trinidad, tiene las ventanas cerradas con rejas y celosías, siendo «dormitorio de más de setenta pasos». Las cel­das son proporcionales y para subir a ellas los frailes hacen uso de una es­calera menor que hay al fondo del claustro «menos principal», también desaparecida.

Todas las dependencias del convento son grandes y hermosas y la fá­brica, aunque antigua, dadas las reedificaciones de algunas partes y las am­pliaciones de otras «hace todo el convento muy alegre y vistoso».

Al igual que la iglesia, el convento también contiene innumerables ob­jetos artísticos que, dados los avatares por los que atravesó la casa, no han llegado hasta nuestros días.

En el segundo pórtico de la portería principal del convento, pegado al claustro principal, existía un gran cuadro, «de estatura humana natural» con un rico marco que representaba al P. Fr. Juan de Palacios, mártir, re­presentado con la cara pálida y los ojos vueltos al cielo, en señal de con­fianza en el Altísimo, y las manos cogidas y una palma de martirio entre ellas. Una inscripción, a los pies del personaje, recordaba el motivo del cuadro:

El Ilustrísimo Mártir B.P.Fr. Juan de Palacios, hijo de este Real Con­vento; padeció en Argel en una oscura cárcel, dándole el agua casi al me­dio cuerpo y el cruel martirio de la hambre, el año de 1622. Diole N.M.S.P.

Urbano VIII el rotulo de Venerable (102).

El claustro del convento se adorna con cuadros en los arcos en forma de altar de sus paredes: en la pared de la iglesia aparecen dos mártires y un Confesor; le sigue un ahar con una talla de Santa Catalina. El mismo tema es el del lienzo que adorna la puerta de la escalera principal en cuyo

ángulo hay un busto en mármol blanco de Fr. Antonio del Puerto y sobre él la lápida recuerda a este personaje en el lugar de su sepultura (103). La pared del medio muestra un relieve en el que aparece un obispo vestido de pontifical y una inscripción. Le sigue otro altar con la efigie en piedra de la virgen, y cuadros de San José, Cristo representado como Ecce Homo,

María en el trono del Padre y la Virgen del Remedio (104).

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(102) Cfr. ídem . Col. 483.

(103) Cfr. ídem . Cois. 452 y 518.

(104) Cfr. ídem . Col. 454.

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En el refectorio hay un cuadro valioso en el que aparece la Magdalena a los pies de Cristo en la cena del fariseo.

La bóveda de las escaleras está pintada con los escudos de la Orden, como ya dijimos, y el claustro superior muestra en sus paredes los milagros

de San Juan de M ata en la última peste, en lienzos; en otros la revelación que tuvo el Santo Fundador en su retiro en Cerfrois, la tercera revelación en la fundación de la Orden cuyo destinatario fue el papa Inocencio III, y otros milagros atribuidos al Fundador. En el otro claustro aparecen los Mártires de la Orden y el padre Rojas, canonizado recientemente (105).

El mobiliario es el propio de todo convento, escaso pero suficiente. En la iglesia los dos confesionarios citados quizás sean los únicos muebles, ya que el coro no posee sillería, aunque es de suponer que existieran algún tipo de asiento para la comunidad; solamente el órgano.

El refectorio tiene cinco mesas de seis asientos cada una, puestos a lo largo, y trasversal, o presidencia, tiene ocho más la del prelado.

Otras riquezas artísticas que guarda el monasterio son: en la sacristía las casullas y ornamentos, los cálices y custodias, un reliquiario de pie, in­censario, salvilla, vinajeras, una cruz grande procesional de plata y cinco lámparas riquísimas de plata, la de la Capilla Mayor, las dos de la Capilla de las Ánimas y otras dos en la Capilla de la Expiración (106).

En los bienes mencionados referidos al convento observamos que el Cro­nista sí especifica el tema contenido en pinturas y relieves al contrario que la relación de los contenidos en las capillas de la iglesia. El asunto principal de estos cuadros es el referente a la historia y tradiciones de sus fundadores y de la propia Orden, desconociendo la autoría de éstos.

Así concluimos:

A) Predominio de pinturas sobre esculturas, al contrario que en el templo, porque los muros del convento presentan paramentos adecuados a la exposición de cuadros.

B) Exaltación de los Santos de la Orden, como respuesta a las corrien­tes de la época en que se intenta emular sus actos y virtudes.

C) Anonimato de los artistas, por desconocimiento o, quizás, por­que el Cronista no considere importante citarlos si son frailes de la Orden.

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(105) Cfr. ídem . Col. 455.

(106) Cfr. ídem . Col. 451.

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Por las referencias documentales sabemos que el convento ubetense cuenta con un buen archivo y biblioteca, a pesar de la destrucción que su­puso el incendio de Pero Gil en 1340. No podemos evaluar el contenido del archivo, pero lo adivinamos importante por las innumerables concesiones territoriales de sus propiedades rústicas y urbanas, sus privilegios locales concedidos por los reyes de Castilla, desde Enrique II, tras el incendio; do­cumentos relativos a las inhumaciones que se realizaban en el templo y acre­

ditativos de las reliquias de Santos, a las que siempre correspondía su determinada Bula. Bulas expedidas desde Eugenio III hasta Clemente IX;

estatutos de cofradías; el «Libro Protocolo» o diario del convento; docu­mentos de contenido interno a la Orden; correspondencia oficial; donacio­

nes; testamentos; escrituras, etc. La riqueza que estamos vislumbrando en este trabajo se vería reflejada en los fondos del archivo, de ahí la importan­cia del mismo.

Ya vimos que uno de los principales puntos de la Congregación gene­ral de 1594 celebrado en Valladolid ordena hacer biblioteca en todos los

conventos, dedicándole un espacio determinado, incluso una celda si no hu­biera otro lugar.

Un punto que viene a apoyar nuestra afirmación de la importancia del fondo blibliotecario, es el nivel cultural que alcanzaron algunos miembros de la Orden. Repasadas las listas de conventuales, el procentaje de frailes doctores en Teología, Filosofía, Historia, etc. es elevado. Fue una Orden con un gran nivel cultural, máxime si consideramos que el fin primordial para el que nació era el rescate de cautivos, empeñando a sus miembros en las tareas de recolección de fondos para hacer frente a este apostolado.

Con la enagenación de los bienes del convento por parte del Estado en 1836 tras su extinción, es presumible la depredación que sufrirían tanto archivo como biblioteca. Cuando en 1861 entraron los escolapios se adue­ñarían del resto, y al marcharse éstos, en septiembre de 1920, fueron los carmelitas de la ciudad los que tomaron el relevo en poseer los bienes cultu­rales del convento trinitario (107).

c) Epigrafía y tipologías funerarias

Otro aspecto a tener en cuenta en el convento ubetense es su epigrafía y las diversas tipologías funerarias. La epigrafía es de carácter, básicamen­

(107) Cfr. Ca m p o s Ruiz, Miguel: «Recuerdos gloriosos de LIbeda, en Don Lope de So­sa, C I (1921), pág. 144.

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te, funerario, conmemorativo y conventual. Dado el número considerable de sepulturas que guardaban las capillas de la iglesia y el propio convento, los datos epigráficos se hacían imprescindibles.

Los manuscritos no son muy explícitos para los contenidos en el tem­plo, pero sí hacen referencia a la lápida que señalaba el lugar de enterra­miento del obispo trinitario Fr. Antonio del Puerto, en el claustro principal, y se detienen aclarando los errores introducidos por una historia de la pro­vincia de los Mínimos que equivocó el nombre y título de la diócesis del difunto (108).

La inscripción (foto 3), en una tarja sobre la pared del lado izquierdo de la entrada a la escalera principal, poseía un busto labrado en mármol blanco, bajo ella. La inscripción, que milagrosamente existe en la actuali­dad, dice así:

Sub hoc gélido lapide iacet noster in Theologia Doctor D. Fr. loan- nes a Portu huius cenobii Minister et Episcopus Tremecensis qui charitate fervens requievit anno D.N.L 1533.

Como hemos apuntado, esta inscripción contiene dos errores, el nom­bre del obispo y el obispado, pues debía decir Antonius y Dinastrensi, co­mo ponía en la losa de su anterior ubicación en la zona de los confesionarios de la iglesia. Fue en 1612, con la remodelación de la escalera principal, cuan­do fue trasladado a su definitivo emplazamiento, produciéndose los errores apuntados. El padre Domingo muestra su enfado porque «las Bulas del obis­pado y las demás escrituras y papeles que hay en el archivo las podían ha­ber mirado» antes de dar crédito a Fr. Juan de Morales, que erró los nombres (109).

De tipo conmemorativo serían la que aparece en el friso de la escalera principal:

Acabóse esta escalera a doce de mayo de 1612 siendo Ministro el Pa­dre presentado Fr. Francisco de Blas hijo de esta casa.

Y la del claustro «menos principal» en un arco frente a la fuente, que refiere:

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(108) El error sobre sus datos procede originariamente del libro de M o r a l e s, Juan de: E pístom e de la fundación de la provinc ia de Andalucía de la Orden M ínima. M álaga, 1619, pág. 453.

(109) A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción B, fol. 253.

Sobre este singular personaje trataremos en la parte sobre el patrimonio cultural del convento.

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Hizo merced y gracia de esta agua a este real Convento la Muy Noble

y Leal Ciudad de Úbeda, siendo Ministro el Padre Fr.Ioan Luis de la Lo­bera. Año de 1625.

Las notas epigráf icas del convento hacen alusión al lugar en que se ha­llan. Primeramente la que aparecía sobre la puerta principal, en su entrada a la portería, bajo el escudo de la Orden, en un friso:

Hinc Patriam nobis futuram quadrimus ipsi.

De igual modo, en el arco de la portada al refectorio, en el friso, esta­ba labrado este dístico:

Hic bona sobrietas victa ebrietate nefandaEcce triunphas ouans, plebs temulenta gemit.

La portada de la iglesia, bajo el escudo trinitario, lucía en letras doradas:

Scutum Fidei

El templo de la Santísima Trinidad de Úbeda, como era costumbre en aquellos tiempos, servía de última morada a los fieles que, en vida, se ha­bían procurado un lugar bajo suelo santo. Las muchas capillas servían de cobijo a los generosos patronos y a sus famili as. También, de muchos miem­bros de la comunidad aparece su nombre reflejado en algunas de ellas.

Apreciamos dos tipos de sepultura: de bóveda y de losa. Los sepulcros de bóveda, que aparecen en las capillas más poderosas, respondían al mo­delo de cripta. Un sepulcro labrado a los pies del altar o en el centro de la capilla daba entrada, traspasada, una vez corrida, la losa de cobertura, a un pequeño recinto subterráneo al que se accedía por unas escaleras, con estantes laterales donde se colocaban los féretros de los miembros que iban falleciendo.

Tenemos ejemplos en la Capilla de la Inmaculada, con sendos sepul­cros de bóveda para los Ventura y los Moya. En la Capilla de San Juan Bautista y San Antonio Abad, donde las dos sepulturas de bóveda pertene­cían al capellán de la Iglesia de Santiago, don Martín de M orata, y al escri­bano de la ciudad don Francisco García Monreal, respectivamente. Este dato, también nos evidencia la importancia de los trinitarios ubetenses, preferi­dos antes que las demás Órdenes.

Los sepulcros de losa eran enterramientos en el suelo de la capilla co­rrespondiente y en la losa que los cubría aparecían labrados los datos de la persona allí sepultada.

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La Capilla del Cristo de la Columna, del Doctor Gila, responde a este

tipo de sepulcro, para sus herederos difuntos. En la de la Virgen del Rosel

son enterrados los herederos del Regidor Francisco Vela. En la de San José se entierra a los Salamanca.

La Capilla de Santa Ana guarda restos de las famili as Sánchez de la Lobera y Blases, y muchas personalidades de la Orden.

Los miembros de la Orden también eran enterrados en diferentes pun­tos de la iglesia y de la sacristía y se da el caso del obispo Dinastrense, Fr. Antonio del Puerto, del que hemos visto anteriormente su inscripción en el claustro, que fue enterrado en la iglesia, bajo una losa, junto a los confe­sionarios y trasladado con posterioridad, en 1612, junto a la escalera prin­cipal, siendo la excepción a los tipos funerarios descritos de este Real Convento, al convertirse en el primero y único de tipo nicho. La losa estu­vo mucho tiempo en el suelo del claustro. De ahí que dijera el padre Do­mingo que podían haberse f ij ado en ella para hacer la inscripción.

Muchas personas que vivieron con gran virtud y murieron en olor de santidad fueron enterrados en este templo. Se da el caso de Marina Ruiz, viuda, que con ser Terciaria Franciscana y existiendo un convento de San Francisco en la ciudad, fue, no obstante, enterrada en el de los trinitarios en la capilla del Rosario en 1660 (110).

Ana de Palomares fue Terciaria Trinitaria y vivió con gran fama de

santidad y, a su muerte, fue el padre Fr. Juan Lucas del Campo, Ministro del convento y Predicador del Rey, quien celebrara sus exequias, en 1671 (111).

d) Patrimonio cultural

La Orden de la Santísima Trinidad ha dado a la historia insignes reli­giosos. Sobresaliendo en diversas facetas de la cultura, algunos de estos frailes traspasaron los muros del convento y se hicieron célebres en su tiempo, aun­que con el transcurrir de los años, su memoria se fue olvidando, no llegan­

do hasta nuestros días sino leves referencias; otros, por la extensión de su influencia o la importancia de su cometido, conocemos sus vidas con ma­yor precisión.

EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 117

(110) Cfr. T o r r e s , Fr. A lonso de; Chronica de la Santa Provincia de Granada, de la

regular observancia de N . Seráfico padre San Francisco. Madrid, 1683. Facsímil en Ediciones Cisneros, Madrid, 1984, pág. 857.

(111) Cfr. ídem ., págs. 861-862.

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El caso de Fr. Hortensio Paravicino no es proverbial, aunque por su particularidad sea el más conocido. Muchos trinitarios fueron escritores no­tables, preceptores de infantes, predicadores reales, confesores de reinas, capellanes de los ejércitos reales, obispos. Todos ellos forman el patrimo­nio cultural de la Orden Trinitaria y de la España de aquellos siglos gloriosos.

El convento de Úbeda no fue ajeno a esta inquietud cultural, pudiendo

destacar algunos personajes que estuvieron ligados de alguna manera a esta casa, ya formando parte de su comunidad o profesando en él, para después desempeñar importantes cargos en otros centros.

No haremos un elenco exhaustivo, que rebasaría el principal cometido del presente trabajo, pero sí una muestra de aquellos religiosos que nos ayude a comprender el alto grado de ciencia y santidad que flo reció en sus claus­tros. Esto no nos puede hacer olvidar que la principal muestra de virtud

flo rece y queda en el interior de sus claustros, mostrándose para los fieles en las pequeñas cosas del vivir cotidiano.

En este caso se encuentra Fr. Cristóbal Ruiz, natural de Úbeda, que tomó el hábito trinitario de manos del Ministro Fr. Francisco de Castro en 1556, profesando al año siguiente. Tuvo una vida de completa observancia, desempeñando el priorato de varias casas de la provincia andaluza (112). Yendo de camino para asistir al tercer Capítulo provincial, celebrado en Gra­nada el 4 de mayo de 1586, «se le apareció N. P. San Francisco en el cami­no, y le dijo, como era gusto de Dios N. S. que se pasara a su Religión: consultolo con sus Prelados, y conseguida la licencia solicitó la de nuestra Orden, que le dieron con mucho gusto los Superiores. Fue novicio, y profe­só en el Religiosísimo Convento de San Francisco de el Monte en ocho de septiembre del año de mil quinientos y ochenta y seis» (113).

Murió santamente, como había vivido, en 1596, siendo Vicario del con­vento franciscano de San Buenaventura de Baeza, asistiendo a su sepelio el obispo de la diócesis, don Bernardo de Sandoval y Rojas, que más tarde fue Cardenal de Toledo.

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de A n d S ar c L i n ^el conventode Andujar cuando cambio a su ultimo emplazamiento en 1569.

• 307. El padre Dom ingo López, en la referen-

A n d ú i a r S Í T ‘ ̂ terminado su mandato en el convento def u a n ^ d e r i íó h '"^°rP«rarse al de Ubeda, insinuando que fue en este trayectocuando decidlo hacerse Recoleto Franciscano, ya que al llegar a su destino, pidió que le auto­rizaran el paso de Orden (Cfr. Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción A , col. 530-531).

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Entre los conventuales que tuvieron cargos en la provincia, durante los siglos que abarca nuestro trabajo, podemos destacar los siguientes:

El padre Fr. Iñigo Porcel, de noble famili a ubetense, entró en aquel convento a muy temprana edad, desempeñando cargos de responsabilidad en el gobierno conventual y provincial con máxima satisfacción de sus súb­ditos, lo que quedó de manif iesto al ser elegido Ministro perpetuo de Úbe- da por la comunidad (114).

En 1521 fue nombrado Provincial de Castilla, y reelegido en 1525,1528 y 1531, obteniendo una Bula, el 1 de febrero de 1522, autorizándole a hacer nuevos estatutos para el buen gobierno y reforma de la provincia con la in­tención de limitar el cargo de Provinciales y Ministros a tres años, a no ser

que fueran elegidos de nuevo. De este modo eliminaba uno de los puntos de controversia que solía enf rentar a los hermanos. El resuhado de su celo fue la publicación de Flos observantiae, del que no se conoce en la actuali­dad ningún ejemplar.

Hombre de letras, fue requerido en varias ocasiones fuera de la Orden

para realizar diferentes funciones, como el encargo que tuvo de Clemente VII en 1527 de dar un benef icio y dar el grado de licencia a un canónigo cordobés, previo examen (115).

El 20 de enero de 1527 fundó el convento de La Rambla en una ermita

de Santa Brígida fuera de la ciudad, trasladándose al año siguiente dentro de la ciudad con título de Ntra. Sra. de los Remedios (116).

No se sabe a ciencia cierta la fecha de su fallecimiento, pero fue sin duda en este último mandato, pues aparece, a principios de 1533, antes de f inalizar el trienio, el padre Diego de Terán como Provincial.

Fr. Fernando Redondo, Ministro de Úbeda, fue elegido Visitador en el Capítulo celebrado el 15 de mayo de 1531 en Córdoba.

Fr. Diego de Ocón fue hijo y Ministro de Úbeda, siendo elegido tercer

(114) El 15 de diciembre de 1508, Julio II le confirmó en este cargo, al igual que habían heclio con anterioridad el provincial y el general de la Orden (Cfr. A n t o n i n o d e l a A s u n c i ó n :

Synopsis Bullarii Ordinis Sanctissimae Trin itatis Medii A evi. Roma, 1919, n. 533). Sin embar­go, no lo desempeñó, ya que cuando fue elegido definidor en el capítulo celebrado en Sevilla en 1516, era ministro de Córdoba.

(115) Cfr. ídem ., nn. 931 y 934. Las Bulas están dirigidas a 7g/?aí¡o Porcelli, p rovincia li Ordinis Sanctae Trinitatis regni Castellae.

(116) Cfr. A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción A , col. 1.218.

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Def inidor en el Capítulo provincial celebrado en Sevilla e l lO de mayo de 1596, y elegido para el cargo de Provincial en el siguiente de 1599.

Fr . Francisco de Segura que fue Ministro del convento y elegido cuar­to Def inidor provincial en 1633;

Fr. Sebastián Carreto, nombrado segundo Def inidor en 1661.

El padre Fr. Antonio Heredero que desempeñó el cargo de Ministro de Sevilla y Provincial desde 1693.

Entre los escritores del convento cabe señalar a:

Fr. Francisco Barba que escribió De la Institución de la Orden de la Santísima trinidad. Redención de Cautivos publicado en Baeza en 1556.

Fr. Francisco Godoy y Navarrete, que profesó en Úbeda en 1574, don­de había nacido, de famili a muy noble, como se ve por sus apellidos. Fue muy erudito en letras y escribió entre otros Super historiam seu librum Ju- dit. En el Capítulo celebrado en Andújar el 11 de febrero de 1605, y presi­

dido por Simón de Rojas en calidad de Visitador apostólico, fue elegido segundo consejero.

El padre Domingo López, al que nos estamos ref iriendo a menudo a lo largo de este trabajo, nació en Úbeda en 1625, llegando a ser maestro de número, doctor en Sagrada Teología, Cronista general de la Orden, Mi­nistro de aquella casa y de otros conventos, dos veces Def inidor de la pro­vincia de Andalucía y otras dos Visitador de la misma (117). Escribió numerosas obras referentes a la Orden Trinitaria, de las que destacamos las dos redacciones sobre la historia de la provincia que dejó manuscritas, por su rigor científ ico y su juicio crítico.

Este insigne historiador de la Orden, dedicó gran parte de su vida a buscar noticas de los trinitarios. En 1681 fue encargado, por el Provincial Pedro Bravo (1678-1681), de realizar una crónica de la provincia de Anda­lucía, para cuyo objeto fue nombrado Cronista provincial y más tarde de toda la Orden. El padre Bravo tuvo gran empeño para que la historia salie­ra a la luz, y por ello, una vez terminado su mandato provincial, formó una imprenta en el convento de Granada, donde era Ministro. Estando pa­ra imprimir la historia, hubo que publicar el nuevo ceremonial de la Orden, por lo que la edición del manuscrito se demoró hasta la muerte del bien­

(117) C f r . A n t o n in o d e l a A s u n c i ó n: Diccionario de escritores trinitarios de EspañaBOLETÍN DEL ^ Portugal, vol. II. Roma, 1899. págs. 12-14.

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hechor, presagiando su autor lo que el tiempo conf irmó, que «si viviendo yo queda así [manuscrita] la esperanza se perdió de que salga póstuma» (118).

Esta redacción, que durante el trabajo hemos denominado A, está es­crita en columnas y con letra diminuta sobre fol io y en la que el padre Do­mingo no dejó de hacer anotaciones y correcciones.

Al f inal de su vida, y ante una eventual publicación, redujo al máximo el voluminoso tomo de la primera redacción, dando lugar al manuscrito B, escrito en cuartill a y con letra poco uniforme por la edad, en el que intro­duce algunos datos originales que no aparecen en la anterior redacción, po­siblemente por haberlos recordado después o haberse documentado para ello con posterioridad.

Desconocemos el año de su muerte, aunque ésta tuvo que producirse a una edad muy avanzada, ya que en el fol io 163 del manuscrito B habla del año 1715, contando el autor con 90 años de edad.

También fueron importantes los hijos de Úbeda que alcanzaron la dig­nidad episcopal por su cultura y virtud, entre los que contamos al limo. Fr. Luis de Córdoba y Ronquillo, granadino de nacimiento , tomó el hábi­to en el convento de Úbeda. Fue muy apreciado en la provincia y fuera de ella por su vasta cultura, siendo elegido Provincial en el Capítulo celebrado en Andújar el 10 de febrero de 1624, estando desempeñando en aquel en­tonces el priorato de Málaga. Después de ocupar varios cargos en la pro­vincia, fue nombrado obispo de Cartagena de Indias en 1630, debiendo dejar

el puesto de Comisario general que desempeñaba. Vuelto a España, Felipe IV le nombró obispo de Trujillo, también en América, cargo al que no ac­cedió al sorprenderle la muerte en Granada, el 16 de noviembre de 1640, mientras esperaba las Bulas pontif icias. Fue sepultado en el convento de Granada y cambiado de lugar en 1674 (119).

Fr. Alonso Bernardo de los Ríos, nacido en Granada, fue conventual y M inistro del convento de Úbeda, desempeñando otros prioratos en la pro­vincia y llegando a ser Provincial y Visitador de ella.

Por su virtud y ciencia fue nombrado obispo de Santiago de Cuba, de cuya posesión tomó en junio de 1671, siendo trasladado al año siguiente

(118) A .S .C ., Padre Dom ingo López; Op. c it., col. 293.

(119) Cfr. A n t o n i n o d e l a A s u n c i ó n : Diccionario de escritores trin itarios de España y Portugal, vol. I. Rom a, 1899, págs. 199-204.

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al de Ciudad-Rodrigo y, f inalmente, el 6 de febrero de 1678, a la archidió- cesis de Granada, donde falleció el 5 de noviembre de 1692 (120).

Destacó en la caridad durante la epidemia de peste que asoló la ciudad de Granada en 1679, repartiendo continuas limosnas y enterrando a los di­funtos. Publicó una Carta Pastoral y varios sermones.

Religioso de gran virtud y ciencia fue Fr. Antonio del Puerto, natural de Úbeda, según algunos autores, que llegó a gozar de la dignidad episco­pal (121).

Tomó el hábito en 1480 de manos de Fr. Francisco de San Pedro, Mi­nistro de Úbeda, desplazándose hasta la Universidad salmantina para estu­diar Artes y Teología. Una vez f inalizada su formación, fue solicitado por su convento para ser elegido Ministro, lo que sucedió en 1500.

Durante su mandato, amplió el claustro que llamaban «menos princi­pal», construyendo la parte norte del mismo y logró que el Cabildo de la

ciudad donara el agua para abastecer el convento, construyendo en el cen­tro de este patio una fuente.

Fr. Antonio «fue varón de los más ilustres que ha habido en España en virtud, letras y ef icacia de sus sermones» (122), siendo requeridos sus servicios, como predicador y buen conocedor en la Sagrada Escritura, por el obispo de la diócesis, don Alfonso de la Fuente el Sauce, para predicar y corregir las falsas interpretaciones bíblicas que estaban propagando algu­nos judíos conversos en la vecina Baeza (123).

Fundó el convento de esta ciudad en 1502, mientras ocupaba el cargo de prelado en el de Úbeda, siendo, además. Ministro del convento de Sevi-

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(120) Cfr. Idem ., vol. II. págs. 298-300.

(121) Existen serias dudas sobre la patria chica de este fraile, al igual que el título epis­copal que regentó. U nos, com o el padre López de A ltuna en las págs. 619-620 de su obra P ri­mera pa rte de la Crónica general, impresa en 1637. o el padre Francisco Vega en Crónica de la provinc ia de Castilla, León y Navarra del Orden de la Santísima Trin idad de 1720, señalan com o lugar de nacimiento Talavera de la Reina, siendo hijo además de aquel convento. Otros,

com o Jimena Jurado y el padre Dom ingo López, lo creen natural e hijo de Úbeda.

Sobre la diócesis de la que tuvo el título de obispo, todos los autores, incluido el padre Dom ingo López, escriben Dinatensis, D rinastrensis o Dinastrensis, mientras que el racionero

jiennense, Jimena Jurado, trae Tremecensis. Creemos que aquellos tienen razón, incluso el padre Dom ingo dice dónde estuvo el error, es decir, en el cambio de sepultura de la iglesia al claustro.

(122) J i m e n a Ju r a d o , Martín de: Op. cit., pág. 214.

(123) Cfr. A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción A , cois. 510-512.

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lia en 1507, y algunos años más tarde, Redentor general, liberando a 150 cautivos junto al padre Francisco de Palacios.

Mientras recorría la provincia con objeto de recaudar fondos para el rescate, llegó a Burgos, donde su hermano de hábito, P. Diego de Gayan- gos, trataba de reducir a los burgaleses a la obediencia del Emperador Car­los V, tomándo al docto Redentor como compañero, y entre ambos lograron apaciguar la ciudad (124). Quizás en pago a este servicio a la Corona, fue elegido el padre Gayangos obispo de Jaén, muriendo como electo.

Sea como pago de los servicios prestados contra los comuneros, o a propuesta del obispo de Jaén que le encargó predicar contra los judíos bae- zanos, el caso es que le fue otorgada la dignidad episcopal en 1509, con el título de obispo Dinastrense, quedando adjunto a la diócesis de Jaén como auxiliar de don Alfonso, y consagrando, como tal, la iglesia que la Orden Mínima tuvo en Málaga (125).

En la aceptación que hizo del cargo, solicitó quedarse en el convento ubetense, lo que le fue otorgado, mientras que el def initorio provincial, le designó Ministro perpetuo de la casa para no verse sujeto a la obediencia de ningún prelado inmediato. De este modo continuó el Excelentísimo pa­dre Antonio su vida en el convento, atendiendo los negocios, tanto de la casa como de la diócesis, durante los veinticuatro años siguientes, no dis­tinguiéndose del resto de sus hermanos de hábito sino por el pectoral y ani­llo propio de su grado.

Murió en Úbeda el 5 de mayo de 1533, siendo sepultado en la iglesia conventual, y trasladados sus restos, en 1612, al lado de la escalera princi­pal del convento, señalando el lugar una lápida sobre un busto de mármol (126) como ya hemos dicho.

(124) Cfr. F o r r e s A l o n s o , Bonifacio: «Noticias históricas de los Trinitarios de Casti­lla», en A cta Ordinis Sanctissimae Trinitatis, vol. VIII págs. 637-642.

(125) Cfr. M o r a l e s, Juan de: Op. c it., pág. 453.

Esta iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Victoria, y que daría título a todas las fun­dadas en adelante, fue la primera que tuvieron estos frailes en España.

(126) Ramón Quesada Consuegra, en la página 128 de su libro anteriormente citado, afirma que Fr. Antonio del Puerto murió en M éxico el año 1571. Entre los autores que han tratado sobre este trinitario, existe una divergencia en la fecha de fallecim iento, ya que algu­nos señalan 1533, mientras que Jimena Jurado presenta la de 1532, aunque se mantienen uná­nimes respecto al lugar, Úbeda, por lo que descartamos lo propuesto por el señor Quesada por no tener visos de credibilidad.

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En una orden dedicada al rescate de cautivos no podía faltar la f igura de los religiosos muertos en el ejercicio de su misión o por su profesión cris­tiana. El convento de Úbeda también se gloriaba de tener religiosos que die­ron con sus vidas testimonio de la fe en Cristo. Recordemos los padres que perecieron al quedarse en la ciudad, tras la primera incursión cristiana, pa­ra atender a los infectados por la peste, o los que fueron sacri f icados du­

rante la invasión de Pero Gil en el siglo x iv y que ya hicimos referencia a ellos en las páginas dedicadas a la historia del convento. No faltaron, pa­ra los siglos que estamos anaUzando, el testimonio de reUgiosos muertos en su apostolado y que eran motivo de orgullo y modelos para sus herma­nos de religión, entre los que están Marcos Criado y Juan de Palacio.

Fr. Marcos Criado nació en Andújar en 1522, siendo hijo del hidalgo Juan Criado y María de Pasillas. Al morir su madre en 1535 tomó el habito trinitario en el convento de su ciudad, enviándolo sus superiores a la casa de Úbeda, por su af ición a los libros, para estudiar Artes y Teología, en donde se hizo un consumado f ilósofo y teólogo, aunque nunca deseó ocu­par cátedra alguna y así ascender en los grados convetuales. Por su gran formación fue elegido predicador del convento, alcanzando en el pueblo no­table fama como tal, hasta el punto que lo llamaban de las parroquias para

que predicase en los días solemnes.

En la visita del Provincial al convento de Úbeda a mediados del siglo XVI se trató de la necesidad del convento de Almería de enviar un predica­dor para atender las necesidades espirituales de las diócesis de Guadix y Al­mería a requerimiento de sus respectivos obispos. Elegido para esta misión, Marcos Criado se encaminó, junto a otro compañero, hacia a quellas tie­rras, presentándose a la obediencia del obispo de Guadix, que le asignó la localidad de La Peza por hallarse próxima a Almería. Pronto se hizo notar su labor entre los moriscos, llamándosele el Apóstol de las Alpujarras. Con los disturbios moriscos de 1568, que duraron tres años, la inestabilidad en la zona provocó una sagrienta guerrill a en la que se cometieron todo tipo de atrocidades por uno y otro bando. Fr. Marcos fue detenido en el pueblo destinado en 1570, y colgado de un árbol se le dejó morir lentamente du­rante tres días a merced de las pedradas de cuantos pasaban. Aún vivo, le abrieron el costado y le sacaron el corazón. La piadosa tradición mantiene que en él estaba escrito el nombre de Jesús, al que durante toda su vida había adorado y amado tanto.

En el convento de Trinitarios Calzados de Andújar, su ciudad natal, se conservaba su ef igie con una inscripción recordándolo. Imaginamos que.

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al igual que el también mártir, Fr. Juan de Palacio, el convento ubetense

recordase este nuevo testimonio en algún lienzo o inscripción, que no con­servamos, dado que Fr. Marcos vivió casi la totalidad de su vida religiosa en aquella casa.

El otro mártir relacionado con el convento objeto de estudio fue el pa­dre Fr. Juan de Palacios. Según el Cronista de la provincia, existían dos conventos que en su tiempo se disputaban su f ili ación, el de Burgos y el

ubetense, exibiendo cada uno de ellos una profesión del mártir, aquel del año 1578 y el de Úbeda del año 1558. Este dilema lo resuelve el padre Do­mingo de forma bastante razonable, ya que af irma que durante la división de la provincia de Castilla «se determinó, que cada uno en su Provincia Pa­tria tomase f ili ación en el Convento que más estuviese a los Religiosos, rea­lizando nueva profesión en el convento de destino» (127).

El padre Juan había nacido en el valle vizcaíno de Carranza en 1542. El ingreso en Úbeda, lejano de su tierra natal, fue debido a que en aquellos años el Ministro de la casa era su homónimo tío. Con la división de la pro­vincia de Castilla, y para evitar el pedir licencia a dos Provinciales para vi­sitar a sus famihares, muchos religiosos cambiaron de provincia (128), por lo que queda aclarada esta doble f ili ación.

Fue nombrado Redentor de la provincia y, en 1592, realizó una reden­ción junto a los padres Francisco Vázquez y Antonio de la Bella, dando libertad a 228 cautivos de las mazmorras de Argel, realizándo otra tres años más tarde junto a Fr. Antonio Serrano en la que se rescató a 219 cautivos. Fue en este rescate cuando el padre Juan de Palacios solicitó, y le fue con­

cedido, quedarse en Argel para fundar un hospital que atendiera a los cris­tianos prisioneros.

Encontrándose allá, mandó la provincia castellana a los dos Redento­res, Fr. Bernardo de Monrroy y Juan del Aguila, a redimir cautivos, asig­nándose al padre Palacios como compañero de ellos. Aquellos llegaron a las costas af ricanas el 16 de mayo de 1609, comenzando rápidamente a ne-

(127) A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción A , col. 480-482.

(128) Esta transferencia de religiosos entre las divididas provincias tuvo que ser normal en aquel tiempo y en ambas direcciones. Un caso que llama la atención de los estudiosos es

el m ismo reformador de la Orden, Juan Bautista de la Concepción, natural de A lmodóvar del Campo (Ciudad Real), que habiendo profesado en Toledo, se traslada a Sevilla. Las razo­nes que aducen para este cambio van desde los m otivos de salud, hasta la amistad con el prela­do de la casa. Nosotros creemos que hay que entenderlo a la luz de la división de la provincia y en el m ismo caso que Juan de Palacios.

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b o l e t í n d e l

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gociar el rescate de 150 prisioneros. Estando por embarcar rumbo a las cos­tas hispanas, llegó la noticia de que estando de vuelta un navio musulmán

que había comprado moros cautivos en Génova, entre los que se encontra­ba la hija de un musulmán influyente en la ciudad, el obispo de Córcega los hizo desembarcar en el puerto de Calvi, bautizándo a la hija del árabe y reteniéndola en aquel puerto. Este moro hizo detener el embarque de los esclavos cristianos y encarcelar a los tres padres en una mazmorra cubierta de agua y sin luz.

Viendo que los padres no habían intervenido en la conversión de la jo ­ven y que ellos poco podían hacer por devolver a la musulmana convertida,

accedieron a darles libertad, pero prohibiéndoles que salieran de la ciudad. Pero en 1612 sufrió el país una sequía general, pereciendo las cosechas, ga­nados y personas. La causa para los musulmanes estaba clara: la tolerancia de cristianos en sus f ronteras, por lo que el 24 de abril de 1612 vio la luz un decreto en el que ordenaba que se cargasen de hierro a los de esta reli­gión y rapasen las cabezas y barbas, siendo señalados para que las gentes vertieran sobre ellos su cólera, devolviéndose a los tres frailes a los supli­cios que ofrecían las mazmorras.

Los padres no pudieron resistir el insano calabozo a causa, principal­mente, de la humedad, por lo que fueron muriendo uno tras otro, siendo el último en perecer el padre Juan de Palacios el 21 de agosto de 1616.

Fueron declarados siervos de Dios y venerables por Urbano VIII y el convento de Úbeda ostentaba en su portería un lienzo, de grandes dimen­siones, que mostraba a este santo varón como perla cultivada entre sus muros.

Relacionado con el convento se encuentra una gran f igura de la espiri­tualidad y santidad de estos siglos, San Simón de Rojas, que recibió gran­des honores en su tiempo y que fue recordado en una pieza teatral de Lope de Vega titulada La niñez del Padre Rojas.

Fr. Simón de Rojas, nacido en ValladoHd, entró en el convento de esta ciudad, llevado de su gran amor a la Virgen, en donde sobresahó por su gran humildad y devoción. Enviado a Salamanca estudió durante siete años (1573-1580) Artes Gramática y Teología, siendo ordenado sacerdote en 1579, comenzando su ejercicio como capellán de las Trinitarias de Villaruela (Sa­lamanca) y en 1581 dando ciases como profesor en Toledo.

Muchos conventos porf ían tener como superior a Simón de Rojas, da­da su fama de santidad, ocupando este cargo en Segovia, Toledo, Cuenca,

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Salamanca, Medina del Campo, Madrid y Valladolid, siendo elegido Pro­vincial de Castilla y Visitador de Andalucía. En esta misión llegó al conven­to de Úbeda, en donde dio muestras de su gran amor a la Virgen y santidad, fundando la cof radía del Ave María (129), Congregación que había funda­do bajo el nombre de Esclavos del Dulcísimo Nombre de María con el apo­yo incondicional de Felipe III, por haber atendido a bien morir a la reina Margarita el 25 de septiembre de 1611, el cual escribió a Gregorio XIV soli­citando su aprobación. Bendecida y ratif icada por Urbano VIII, Inocencio XI y Alejandro VIII, la Congregación del padre Rojas se extendió por todo el mundo ayudando a cuantos lo necesitaban y encontrándose sus miem­bros en los lugares más sacri f icados.

Felipe IV lo nombró confesor de la reina y preceptor de los Infantes, menester que alternaba con su dedicación a los hospitales y cárceles. Su hu­mildad le llevó a rechazar el obispado de Jaén y el de Valladolid.

Murió el 29 de septiembre de 1624, de un golpe recibido en la cabeza mientras se encontraba en su celda (130), siendo enterrado en la capilla de

Nuestra Señora de los Remedios en la iglesia del antiguo convento trinita­rio de Madrid, que se encontraba entre las calles Atocha, Relatores, Mer­ced y Concepción Jerónima, desapareciendo sus restos, contenidos en una pequeña urna, en la última guerra civil.

Además de su ejemplo de vida cristiana y amor a la Virgen, el padre Rojas nos dejó algunos escritos, destacando entre ellos Tratado de la Ora­ción y sus Grandezas, publicado recientemente en 1983, y otros inéditos que se conservan en el romano Archivo de San Carlino.

Fue declarado Beato por Clemente XIII el 19 de mayo de 1766, y ad­mitida of icialmente su santidad para la Iglesia universal en 1988.

____________EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 127

(129) El padre Fran?ois Stroobants afirma que la llegada de Simón de Rojas a Úbeda

se produjo poco después de ordenarse sacerdote, al ser destinado por sus superiores a aquella

casa, y aplicando a este momento su postración ante la Virgen de los remedios que ya hemos

relatado al referinos a las cofradías. En esta primera estancia, y según el m ismo autor, fundó la Congregación del Ave María, bajo el título de la Virgen del Remedio. (Cfr. N otre-D am e du Rem ede ou du Rachat, Marseille, 1991, págs. 123-124).

(130) El m otivo de su muerte fue ignorado hasta hace pocos años en que se descubrió

un cuadro de Zurbarán, perteneciente a una colección particular, en el que lo retrata de perfil en el sepulcro con un gran hematoma en la parte derecha de la frente y la sien.

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II . —Patrimonio rural, urbano y numerario

a) Fincas rústicas (relación 1)

Las primeras propiedades que tuvo este convento fueron las que «con mano liberal» otorgó Fernando III en el repartimiento: el cortijo de El Bar­co junto al Guadalquivir en el puente de la Reina, y viña, olivar y huerta en el Arroyo del Cortijo, que posee el convento desde entonces, y aunque se han perdido los títulos, el archivo posee «escritura de amojonamiento y apeos de más de trescientos años» (131).

Si la relación de casas y solares urbanos asombra por el número y la renta, la de f incas rústicas es sencillamente extraordinaria. Recogidas en el mapa adjunto refleja las siguientes consideraciones:

—Se encuentran distribuidas espacialmente por toda la comarca de La Loma o comarca de Úbeda.

—La extensión de las propiedades es muy variada, oscilando entre va­rios cientos de fanegas a otras más modestas que apenas alcanzan la fane­ga. Incluso las hay en que no especif ica su extensión por lo que deducimos que sería un simple trozo de tierra.

—Está presente la trilogía mediterránea, trigo, vid y olivo; además, en­cinas, cebada, centeno, y frutales.

—Hay f incas que tienen su vivienda, un cortijo, aunque en alguna lo que existe es un edículo usado para guardar aperos o semillero.

—Algunos lugares tienen más de una f inca, sobresaliendo la aglome­ración que se produce en torno al arroyo de Valdejaén, que ascienden a 11 propiedades.

—Una f inca en el arroyo de Santo Domingo, la de Santa Quiteria y la de la Torrigüela, son denominados heredad por su extraordinaria impor­tancia.

Analicemos estos puntos:

Primeramente debemos referirnos a la terminología agrícola para com­prender el alcance de las propiedades. Las medidas de superf icie, fanega, cuerda y celemín, responden a apreciaciones locales, variando considera­blemente de unas localidades a otras y de unos agricultores a otros, puesto

BOLETÍN DEL A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción A , col. 436.

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que los límites son susceptibles de aumentarlos y disminuirlos subjetivamente. Así, una fanega suele medir 3.600 metros cuadrados, que se pueden con­vertir en 3.400 ó 3.800. Un celemín es la cuarta parte de la fanega.

El olivar no suele medirse en superf icie, sino en razón de los árboles que contiene. Son olivos los árboles adultos, de los que se extrae la cosecha anualmente, y estacas los más jóvenes, que aún no dan f ruto con regulari­dad, y que comprende un período de 10 a 15 años. Las plazas son los hue­cos o lugares donde podría plantarse una nueva oliva. De esta manera, el olivo puede ser masculino o femenino. La aceituna es el f ruto y no la oliva, como dicen en algunos lugares de España, ya que como decimos, es igual oliva que olivo, la diferencia estriba en la característica manera de hablar de los campesinos jiennenses.

En la relación de f incas rústicas existe un zumacar, es decir, una plan­tación de zumaque, arbusto que mide de uno a tres metros de altura, pro­pio de terrenos no propicios para la agricultura, como los pedregosos, de cuyas raíces se extrae un colorante para la .tintorería y por su riqueza en sustancias tánicas se emplea como curtiente de las pieles. Sabemos de la im­portancia en la zona de las industrias sederas y tintoreras desde tiempos mu­

sulmanes, y que para el siglo xviii prácticamente han desaparecido, con el consiguiente retroceso de este cultivo. Actualmente el zumaque no se culti­

va y escasamente se recoge del que crece espontáneamente en los eriales.

Cuando la f inca no es demasiado grande y tiene cortijo, éste se utiUza como vivienda temporal, mientras se recoge la cosecha en cuestión. En cam­bio, las tres propiedades en las que especif ica tener casa, responden a la de­f inición de un gran cortijo actual, donde se vive permanentemente y se autoabastece con sus productos, poniéndo los excedentes a la venta. De és­tas, la heredad del arroyo de Santo Domingo es la más importante; cerea­

les, oUvos, vides y encinas ocupan la mayor parte de la tierra, en la que no faltan árboles frutales. Le sigue en importancia el Cortijo de la Torri- güela, donde se invierte el cultivo, con preponderandia de los chaparros o encinas sobre los olivos, y sin vides. En cambio se multipUca por diez las fanegas para el cereal.

Santa Quiteria, en cambio, responde al concepto de casa de recreo o recogimiento que casi todos los conventos solían tener, y a la que se retira­ban los frailes para realizar retiros o ejercicios espirituales y para alejarse de los rigores estivales de la ciudad. Como podemos apreciar su producción

es insignif icante, y la presencia de árboles frutales, especialmente la nogue­

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ra, nos indica la presencia de agua en el lugar y el moderado calor en el verano.

El centeno, cultivo exclusivo de tres de las f incas, fue el producto agrí­cola de invierno que se introdujo en el siglo xvii para intentar paliar las crisis de subsistencias periódicas que se daban por las malas cosechas de trigo y cebada.

La pequeña pieza del Pozo Jumarro nos sugiere un vivero donde desa­rrollar plantas desde semillas, actividad que necesita de gran cantidad de agua, de ahí el enclave.

Además de las f incas aparece también una pequeña cantidad de ani­males dedicado exclusivamente al gasto de la comunidad. El número de ani­males es mínimo dado que no se trata de una zona ganadera, resaltando el rebaño de 88 carneros (¿cabras?) que son más propios de esta zona de secano (132).

Pese a la riqueza en propiedades que muestra el Catastro del Marqués de Ensenada, no podemos deducir conclusiones def initiv as sobre el producto de las mismas. En años de crisis y de def iciencias no siempre los arrendado­res podían cobrar el importe del arrendamiento, por lo que estos datos hay que examinarlos atendiendo a la bonanza de los años agrícolas.

De otro lado, esta gran cantidad de propiedades atrajo la atención de los gobernantes, máxime cuando comenzó a considerarse la idea de que los males de la economía nacional podían verse paliados con la enajenación de las propiedades de «manos muertas». Esta solución fue contemplada desde el establecimiento de la casa de Borbón en España, aunque en la práctica se veía soslayada por otros asuntos, hasta la llegada al gobierno de Mendi- zábal que la aplicó con todas sus consecuencias.

b) Fincas urbanas (relación 2)

Las primeras propiedades que tuvieron los trinitarios al llegar a Úbeda fueron las casas junto al Alcázar, de las que se apropiaron para establecer el hospital, cuando la toma y devastación de la ciudad musulmana por Al­fonso VI en 1212. Aquellas se perdieron al volver la ciudad a manos moras, como ya dijimos en su momento. En las obras de nivelación de la ciudad del XVI aparecieron cruces trinitarias que atestiguaron aquellas af irmaciones.

BOLETÍN DEL

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(132) Cfr. Archivo H istórico Provincial de Jaén ( = A.H .P .J .), prot. 7939-40,'Catosíro

del M arqués de Ensenada. 1752.

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A su vuelta def initiv a, el patrimonio de la comunidad trinitaria va aumentando progresivamente año tras año gracias a la generosidad de las gentes que ven en sus donaciones a la Iglesia una forma de asegurarse un puesto en el Cielo. Son también muchas Is propiedades que pertenecen a frailes concretos por ser de famili a pudiente y que revierten en el convento al no poder administrar bienes particulares, por mandato expreso de la Regla.

En la relación de propiedades del convento que el padre Provincial ela­bora para efectuar el pago de la contribución urbana, según la transcrip­ción reflejada y por su situación en el plano de Úbeda, consta un elevado

número de inmuebles urbanos del que vamos a extraer algunas precisiones:

A) Advertimos que las propiedades trinitarias se localizan en el pla­no de la ciudad de forma dispersa, sin existir una concentración excesiva en ninguna zona.

B) No obstante, se observa el predominio de propiedades en barrios periféricos y calles secundarias. La mayoría de los inmuebles aparecen re­flejados extramuros y sólo existen cinco casas en el núcleo musulmán de la ciudad.

C) La importancia del inmueble podemos apreciarla por la renta de cada una de las casas, existiéndo gran disparidad entre ellas. Oscilan entre los 11 ducados con 17 reales de la casa de la calle Alaminos y los 10 reales que tienen que pagar los inquilinos de la plaza de Arriba.

D) Tienen un total de 25 casas completas y participan de media, un tercio y un cuarto en otras tres. En las calles Fuente Risas y San Marcos no especif ica el número de inmuebles, diciendo, simplemente, «casas», con lo .que el número de 25 podría aumentar considerablemente.

E) Los dos solares se encuentran en dos lugares signif icativos de la ciudad. San Millán es un barrio popular habitado tradicionalmente por el gremio de albañiles y es presumible la transformación del solar en casa.

El solar enf rente de la «puerta del campo» del convento está situado en la parte posterior del palacio de los Bussianos, en la calle que recibe el nombre de «Obispo Antonio del Puerto», trinitario de este convento, y que, evidentemente, hoy día se halla ocupado por edif icaciones modernas.

F) La renta anual ascendía a 396 ducados y 11 reales en favor del convento.

Tras estas consideraciones las conclusiones se hacen evidentes. En el plano religioso el balance se manif iesta altamente positivo para la Iglesia.

EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 131

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En una ciudad en la que el espacio religioso es predominante en el espacio urbano, con 13 conventos, 11 parroquias, 6 hospitales y 4 ó 5 ermitas, que el convento de la Santísima Trinidad aparezca con tal número de bienes ur­

banos, demuestra que era el preferido por los ubetenses para hacerle acree­dor de donaciones, testamentos y limosnas. Tal cantidad de propiedades

es impensable en otros centros religiosos, lo que no signif ica que carecieran de ellas. Si la ciudad tenía en este tiempo 18.130 habitantes (133) y 35 cen­

tros religiosos, equivaldría a decir que la ciudad era de propiedad eclesiásti­ca casi en su totalidad, cosa incierta entre otras razones por el índice nobiliario tan acusado. Por ello af irmamos que las propiedades trinitarias excedían con mucho a las propiedades de los demás centros religiosos, ya fueran conventos o parroquias.

Esto refuerza las af irmaciones vertidas por el padre Domingo López cuando dice que el convento trinitario era el mejor centro de la ciudad. Idea que se ve apoyada con las descripciones de las f iestas religiosas de su iglesia en las que todo el lujo desplegado en la celebración de las mismas manif ies­ta su riqueza. Piénsese, simplemente, en el gasto de cera, un bien carísimo y, hasta el siglo x ix , estanco, es decir, controlado por la Corona. Una ins­titución religiosa que se permite tanta f iesta religiosa demuestra su alto po­

der económico y aunque fueran muchas las limosnas obtenidas durante la misma, la preparación, obviamente, necesitaba un gasto previo en enseres litúrgicos.

En el aspecto humano o socio-económico no viene sino a corroborar lo que tantos reformadores denunciaban y tantos historiadores han demos­trado: la pesada carga que suponían para la economía del país los bienes de manos muertas. La Corona, la nobleza y los concejos realizaban conti­nuas donaciones a la Iglesia y al prohibir el Derécho Canónico que los titu­lares enajenaran estos bienes, aquella acaparaba en sus manos gran parte del patrimonio nacional, paralelamente a como venía realizando la noble­za. El neurálgico papel que desarrolló la Iglesia en el período de la Contra­rreforma fue el pilar básico de este extraordinario incremento. Los vientos de religiosidad que se respiraban en Europa empujan a la magnanimidad de los protectores, alentados por una Iglesia que a toda costa intenta man­tener el orden establecido.

Otros bienes son los derivados de las numerosas limosnas y donacio-

(133) Según e) padrón de 1574 citado por P a r e j a D e l g a d o , María José, y T a r

BOLETÍN DEL NÁNDEZ, Adela: Estudios sobre Úbeda. Sevilla, 1990, pág. 81.

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nes, y de ias cuantiosas rentas y censos de que disfruta el convento (re­

lación 3).

Sesenta años después de haber redactado el manuscrito el padre Do­

mingo, en 1752, la relación de estos bienes asombra por su cuantía, más

si admitimos años de crisis y depresión económica.

Debemos hacer notar que los datos que tenemos sobre el convento co­rresponden a los ingresos que tenía éste y era el numerario con el que conta­

ban. Estos censos a favor del convento abarcaban tanto los diezmos, las memorias impuestas sobre propiedades y las impuestas sobre capitales.

Tenemos que tener presente que los censos incluidos en el Catastro se refi eren únicamente a los favorables para el convento, no existiendo el dato valiosísimo de los censos en contra del convento que nos ayudaría a valorar la situación real de la economía del monasterio. Tengamos también en cuenta que si bien las donaciones las recibía el convento, el usufructo de ellas era asignado por el donante a un padre de la comunidad, recibiendo éste los

beneficios de las propiedades mientras viviera. De este modo, de las seis escrituras que han llegado hasta nuestros días (134), todas están bajo esta

condición.

Consideremos también que en años de crisis los censos a favor difícil­mente se recaudaban, ya que los arrendadores provenían de la clase humil­de y supeditaban el pago de las cargas a la cosecha realizada, por lo que

estos datos deben ser tomados como «oficiales», pudiendo diferir lo que

en la praxis se recaudaba.

La mayor parte de los censos que recibe el convento provienen de me­morias impuestas sobre propiedades, siendo a destacar las de procedencia rústica sobre la urbana, siendo reducidas las impuestas sobre capitales.

Tal como vimos que ocurría con las propiedades rústicas y urbanas, la cuantía de los censos oscila considerablemente, variando de unos reales

a cientos de ellos. De estos, son las memorias impuestas sobre capital las

más productivas.

III.—Patronazgo

a) Real

El convento de la Santísima Trinidad de Úbeda, como queda dicho, debe su fundación al patrocinio real de Fernando III y para que no cupiera

EL REAL MONASTERIO DE LA SANTISIMA TRINIDAD DE UBEDA Y SU... 133

(134) Cfr. A .H .P .J ., Conventos suprim idos. Vol. 8.485.

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134 MARÍA CRUZ GARCÍA TORRALBO

duda, en la iglesia del convento, junto a la cruz insignia trinitaria, al lado derecho, pusieron las Armas del Rey y al izquierdo las de la ciudad, en agra­decimiento a la devoción con que los vecinos atendieron al convento y al

uso que de la cruz trinitaria hacían casi todos, introduciéndola en sus ar­mas y esculpiéndola en sus portadas (135). Conquistada la ciudad «lo pri­

mero que hizo fue consagrarle templo y fundar este convento, poniendo la primera piedra con sus santas y reales manos, haciendo a la Santísima Tri­nidad este obsequio por que le concediera establecer su fe hasta los fines de la tierra» (136).

El convento fue dotado por el rey «con mano liberal dándole en los repartimientos el Cortijo del Barco, junto al Puente de la Reina en el Gua­dalquivir, y una heredad con viñas, olivar y huerta en el arroyo del Cortijo. Además, Fernando III dejó una imagen de la Inmaculada Concepción con una dotación de una misa cantada todos los miércoles del año. Los títulos de estas propiedades se perdieron en el incendio de Pero Gil, pero trescien­tos años después, según Jimena Jurado (137), aún existían en su archivo las escrituras del amojonamiento de las fincas, inexplicable a no ser que el Concejo las volviera a extender a favor del convento.

Además de los documentos citados para demostrar la fecha de funda­ción de 1234, y no de 1250 como se ha sostenido hasta hoy, en los que cla­ramente se especifica que el convento de trinitarios calzados de Úbeda fue fundado por Fernando III, podemos citar aún varios documentos más y es­critos de la Orden en los que se expresa el nombre del Santo Rey como fun­dador, aunque sería más correcto decir patrono y protector (138).

El patronato regio quedó perpetuo en la Orden y hechos significativos vienen a corroborar que los reyes eran conocedores de la protección que le debían a la misma. Los trinitarios —por su función— se hacían impres-

BOLETÍN DEL

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(135) Cfr. A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción A , col. 439.

(136) Idem ., col. 454.

(137) Cfr. Op. c it., pág. 213.

(138) El padre A lonso de Andrada, S .J ., en su obra Vida de N .P . San Félix, acepta la fundación real del convento en el capítulo 21, fo l. 201 v; Fr. Francisco de Arcos en Vida del P adre Roxas, en su primera parte, publicada en Madrid en 1670, cap. 9, núm. 54, y en la se­gunda parte, publicada ocho años más tarde, en el cap. 5, núm. 345, y en el M em orial de SS.

PatriarcasS. loan de M atha y S. F e lixde Vatois a la Santidad de A lejandro K //(M adrid 1661), en el fo l. lOv, núm. 19, atrasa la fecha de 1212 para hacer coincidir el ministro fundador con

San Juan de Mata, ignorando que el santo, según hemos visto, sólo permaneció en España

hasta 1209, no existiendo documento alguno que indique que abandonara Roma en ningún momento a partir de esa fecha.

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cindibles en todas las campañas militares de los reyes mientras se fraguaba la conquista del reino de Granada. De este modo tenemos el ejemplo de la ciudad de Málaga, en que Fernando el Católico se mostró implacable y por no haberse rendido la ciudad a sus primeros requerimientos rebajó a todos

sus habitantes a esclavos, con los que hizo tres lotes, el primero de los cua­les se destinó a canjear cristianos cautivos en Africa. Para ello se le notificó a las famili as que presentaran la solicitud correspondiente y los padres tri­nitarios se encargaron de los trámites, como era su ejemplar cometido. El rey Católico fundó, como doscientos años antes hiciera Fernando III, un convento a la Orden y una iglesia a la Santísima Trinidad.

Este patronato real se continuará a través del tiempo con los distintos monarcas, encargando Carlos I a la Real Cámara, una sección del Consejo de Castilla, creada en 1518 y perfeccionada en 1523, que supervisara los asuntos relacionados con el patronato real. Felipe II, por Real Cédula de6 de enero de 1588, le aplicó a la Real Cámara las materias concernientes al Real Patronato Eclesiástico, y creó una secretaria específica para ello (139). Así, tanto el Emperador, en su visita a la ciudad de Úbeda del 17 de no­viembre de 1526, como su hijo Felipe II, el 3 de junio de 1570, se postraron ante la imagen del Remedio para jurar guardar los fueros y privilegios de la ciudad (140).

Felipe III, por otra Real Cédula de 1608, confir mó el Real Patronato Eclesiástico, inhibiendo a los demás consejos y tribunales de sus asuntos. En 1707 absorbe a la Corona de Aragón de esta tarea, que hasta entonces había atendido a sus propios asuntos.

También los Borbones fueron conscientes de este deber regio frente la Orden y continuaron su protección. De este modo, en 1702, Felipe V inter­vino como mediador para finalizar con el cisma que se había producido den­

tro de la Orden al haberse elegido dos Generales, uno español y otro galo.

EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 135

Fr. Francisco de San Agustín y Maceda, en Vida d eN .P .S . Félix de Valois, es quien más confusión aporta al tema pues al confundir el convento de Úbeda con el de Málaga, dice que

fue Fernando el Católico quien lo fundó por la igualdad de los nombres de ambos reyes.

Don Andrés de las Cuevas de las Bacas, en su Relación del contagio, en el fo l. 31, 39 y 44; Fr. Jacobo de San M arcos, en Triunfo; Marcos de Contreras, en Sumario de la Sentencia

Arbitraria; Rus Puerta, en H istoria Eclesiástica de Jaén; las Constituciones de Ciervo-frío de 1573; las de Granada de 1593; Fr. Francisco de San Laurencio, en el C om pendio de la vida

milagrosa de nuestros SS. Patriarcas.

(139) Cfr. F u e n t e, Vicente de la: Op. cit., vol. III. pág. 65.

(140) Cfr. St r o o b a n t s, Fran?ois: Op. c it., págs. 123-124.

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136 MARÍA CRUZ GARCÍA TORRALBO

La mediación regia surtió su efecto, siendo ref lejada en la Concordia al­canzada entre ambas obediencias en el convento de Nápoles (141).

Con Carlos III el Patronato Real se utilizó como instrumento para lle­var a cabo las reformas ilustradas de reducción de centros y religiosos. Pa­

ra ello, en el Concordato de 1753, mandó reunir todos los antecedentes que hubiera acerca de esta materia, consultando antiguas crónicas, archivos de

las iglesias y conventos, y todas las fuentes históricas necesarias para pro­bar que casi todas las iglesias y beneficios eclesiásticos de España eran de fundación real, y a su vez, la Santa Sede tuvo que reconocer este patronato real a todas las iglesias y beneficios, a excepción del patronato particular (142), convirtiéndose este título, que durante tantos siglos ostentaron con orgullo, en arma arrojadiza contra ellos, cuando el rey, en nombre de este patronato, comenzó a eliminarlos.

b) Nobiliario

También hemos ido viendo cómo a lo largo de los siglos la nobleza lo­cal ha sabido mantener vivo ese patronazgo, favoreciendo extraordinaria­mente al convento. Muchos nombres han quedado escritos en líneas

precedentes, pero podemos retomar algunos, dada la importancia local de sus apeUidos.

Primeramente, tenemos el patronazgo de la famiha Cobos. No profun­

dizaremos en el personaje principal, don Francisco de los Cobos (1475-1547), Secretario de Carlos I, poderosísimo y generoso, que patrocinó la funda­ción de la Capilla Mayor a la que dotó extraordinariamente como hemos visto. Otros Cobos importantes de este siglo fueron don Diego de los Co­bos y Molina (1516-1565) que fue obispo de Jaén y hermano de Juan Váz­quez de Molina, el que fuera Secretario de Felipe II. Este obispo fue el fundador del Hospital de Santiago, la ingente obra de Vandelvira.

Don Francisco Vela de los Cobos (1520-1575), segundo hijo del Co­mendador don Pedro Vela de los Cobos y sobrino de don Francisco de los Cobos. Su palacio renacentista, obra de Vandelvira, aún podemos verlo en la ciudad.

Ligado a la famili a de los Cobos aparece el apellido Molina, que da en este siglo numerosos personajes ilustres, por ejemplo don Pedro de Mo­lina y Gumiel de Barona, elegido para obispo por Felipe II precisamente

(141) Cfr. A .S .C ., Sección M s. leg. 37b. Provincia de Andalucía.

BOLETÍN DEL F IE N T E , Vicente de la: Op. c i t , vol. III. p á g s . 419-421.

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por su linaje. Fue Inquisidor general de Canarias, Canónigo de Granada y juez del Santo Oficio en los obispados de Málaga y Guadix.

Francisco Molina de la Peñuela (1525-1610) era sobrino a la vez de los

Vázquez y de los Cobos. Vistió el hábito de Santiago y fue Corregidor de Málaga. Diego Molina y Gumiel de Barona (1565-1634) fue Capitán Gene­ral de la Armada en las Indias y Almirante de Castilla.

Juan Vázquez de Molina (1515-1570) perteneció al Consejo de Estado de Carlos V y fue Secretario de Felipe II. En su palacio, hoy Ayuntamiento de la ciudad, fundó el convento de dominicas para hijas ilustres de los Mo- linas de Úbeda y Baeza.

El apellido Cuevas, también es de abolengo en la ciudad, y en él en­contramos al cardenal Alonso de la Cueva (1573-1634) que llegó a Ministro de Felipe III y del archiduque Alberto de Flandes. Como escritor dejó una extensa producción literaria.

Don Bartolomé de la Cueva, Virrey de Nápoles enviado por Felipe II. Luchó por los intereses del rey en Roma frente a Paulo IV.

En la famili a de los Crespos, ilustrísima, sobresalió Francisco Crespo (1583-1665), jesuita, evangelizador y murió mártir en América.

No nos extenderemos más en la enumeración de apellidos ilustres de la ciudad representados en el templo. Baste este breve elenco para ver la grandeza de la iglesia y convento trinitarios a través de sus benefactores (143).

c) Cofradías

En una ciudad con una tradición cristiana tan arraigada y de tan pro­funda devoción y con tan entrañable estima al convento trinitario no es de extrañar que se fundaran cofradías religiosas bajo la advocación de algún santo y que regentaran las diversas capillas de la iglesia de la Santísima Tri­nidad. Tengamos en cuenta que estamos tratando unos siglos en que las ideas contrarreformistas están en todo su apogeo, potenciadas, además, por las tendencias barrocas de exaltación de lo externo y ceremonial.

No hay que obviar, sin embargo, que además de estas manifestaciones exteriores, las cofradías son agrupaciones cristianas que no olvidan las obras

benéficas, especialmente la atención al necesitado. Así, vemos cómo algu­nos hospitales y casas de asistencia fueran creados por estas hermandades.

____________EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 137

(143) C f r . Q ue sa d a C o n s u e gr a , Ramón: Úbeda: hombres y nombres. Asociación Ga-vellar, Úbeda, 1982, pág. 113.

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138 MARIA CRUZ GARCÍA TORRALBO

La primera cofradía que se fundó, a la vez que el convento, fue la del Santo Escapulario, con Bula de Inocencio III, que concedía indulgencias a los fieles que contribuyeran con limosnas a la redención de cautivos. El escapulario consistía en una cruz trinitaria y que, como venía siendo tradi­

cional, era llevado por los cristianos e imágenes traídas después de las re­denciones en las ostentosas procesiones que se organizaban en tierra cristiana. Los cuartos domingos de cada mes se sacaba el Santo Escapulario de la San­tísima Trinidad en procesión y se celebraba la fi esta con gran solemnidad. Cuando el padre Rojas fundó la Congregación de Ave María, debajo del

retablo de la Virgen de los Remedios, patrona de la Orden, se le incorporó el Santo Escapulario, y así, se procesionaba a la Virgen con el escapulario en sus manos. Más tarde, la famili a Gaitán labró una hermosa capilla para Nuestra Señora de los Remedios y el Santo Escapulario.

La del Ángel de la Redención, fue promovida su fundación por los frai­les trinitarios en los inicios del convento. Su fi esta se celebraba el 6 de sep­tiembre y los hermanos salían en procesión con los cautivos y se repartían escapularios. Cedida al convento trinitario de Jaén, la imagen nunca más retornó a su origen, aunque mantuvo su altar vacío entre la capilla de San José y la del Cristo del Pozo, pleiteando los cofrades de la Expiración para ocuparla ellos. Tras el derrumbe del templo en 1630 y la falta de la imagen, no se volvió a erigir como cofradía.

En 1258 se fundó la cofradía de San Sebastián, mártir. Los cronistas de Úbeda, repitiendo errores que introdujeron los escritores del siglo XVII,

entre ellos Jimena Jurado, dicen que Fernando III fundó el convento trini­tario en una ermita de San Sebastián que había en la ciudad. Dif ícilmente se puede aceptar que en una ciudad almohade existiera una ermita cristia­na. Lo auténtico es que el Rey era un gran devoto de este Santo y que los padres trinitarios, cuyos nombres nos han sido transmitidos, en agradeci­miento, cuando ya llevaban muchos años en la ciudad, en 1258, estimula­ron la creación de la cofradía de San Sebastián. Esta cofradía se puso con posterioridad en la ermita de San Ginés, aunque la imagen del Santo se quedó en la iglesia, en la capilla de las Ánimas, y los cofrades hicieron una nue­va (144).

La cofradía de la Concepción de Nuestra Señora fue fundada en 1480, y su primera actuación fue restaurar la imagen que donara Fernando 111(145).

BOLETÍN DEL

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(144) Cfr. A .S .C ., Padre Dom ingo López: Op. cit. Redacción A , col. 434.

(145) Cfr. ídem . Col. 462.

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Contemporáneas a ésta fueron la de San Juan y San Antonio Abad, regentada por el gremio de cordoneros, y que en el siglo XVII aún tenía su capilla en el templo. La veneración común de estos dos santos posiblemen­te responde a una previa fusión de sus cofradías respectivas y posiblemente por su rasgo común de anacoretas.

No descartamos que el culto a San Antonio Abad, o San Antón, exis­tiera por ser una zona agrícola, ya que es sabida la vinculación de éste co­

mo patrón de los animales, por extensión de su iconograf ía que lo representa con un cerdo a sus pies. Lo que sí es sabido es el patronato que ejercía so­bre los enfermos del «fuego sacro» (el actual ergotismo). Esta enfermedad proviene de la ingestión del cornezuelo de centeno que abundaba en los años de excesivo calor y que producía la necrosis de los miembros, llegando a desprenderse con grandes dolores. San Antón, conociendo probablemente la causa, daba a los enfermos pan de trigo, untando sus úlceras con mante­ca de cerdo que les aliviaba el dolor.

La cofradía de San Cosme y San Damián, que repartía pan todos los lunes del año tras celebrar una misa cantada en el altar de los santos, pron­

to desapareció como cofradía, aunque continuó su altar en el convento. La de la Salve cuyos hermanos tenían obligación de asistir los sábados por la tarde a la procesión en la que se cantaba la salve, «con cruz, ciriales, capa y preste» (146), fue absorbida por la cofradía de las Ánimas, aunque se man­tuvo su capilla en la iglesia del convento.

La cofradía de Nuestra Señora del Rosel, con fi esta el día de la Puri fi­cación de María o de la Candelaria y misa todos los sábados, estaba regida por el gremio de los escribanos; con el tiempo absorbió a la cofradía de la Purísima Concepción, aunque mantenían su capilla independiente.

La de la Peña de Francia, con jubileo el día de la Natividad de la Vir­gen, se fusionó con la cofradía de las Ánimas, manteniendo su capilla en el siglo XVII.

En 1520 se instituyó la cofradía de la Cruz, llamada de la Vera Cruz, que se traía en procesión de la ermita y guardaban sus insignias y celebra­ban sus cabildos en una sala grande de la iglesia que después ocupó la capi­

lla de la Expiración y de las Ánimas. Esta cofradía desapareció del convento en el siglo xvii, aunque continuó existiendo en su ermita.

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(146) Idem. Col. 463.

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Después surgió la de Guadalupe, actual patrona de la ciudad, celebrando su fi esta el 8 de septiembre, y que hacia 1600, continuaba con capilla en el templo.

En 1555, la de la Virgen de la Cabeza, patrona del gremio de los pasto­res de la ciudad, que hacía romería la Pascua de Resurrección en Úbeda y debía de ir, como capellán, un trinitario el día que subían a la fi esta en el cerro del Cabezo en Sierra Morena, el último domingo de abril (147). La devoción y romería a esta imagen se remonta a los primeros años después de la reconquista de la ciudad de Andújar, alcanzando gran difusión a par­tir del siglo XVI. De la importancia de la romería nos han llegado notables testimonios, entre los que podemos destacar el comentario que hace Miguel de Cervantes:

«Dando una punta, como halcón noruego, me entretendré con la Santa

Verónica de Jaén hasta hacer tiempo de que llegue el último domingo de abril, en cuyo día se celebra en las entrañas de Sierra Morena, tres leguas de la ciudad de Andújar, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza, que es una de las fiestas que en todo descubierto de la tierra se celebra, tal

es, según he oído decir, que no las pasadas fiestas de la gentilidad a quien imita la de la Monda de Talayera, no le han hecho ni le pueden hacer ven­taja» (148).

Entre las muchas actividades de beneficencia de esta cofradía ubeten- se, consta la del hospital que levantaron en unas casas que donó Pedro Ro­mo y Marina López en la calle de los Ardetas para los hermanos cofrades y mujeres pobres en 1638. Este esplendor de la hermandad decayó notable­mente en poco tiempo, ya que a los seis años de la creación del hospital, se encontraba en ruinoso estado, y «por la pobreza de la cofradía y la ruina que se ve en ellas [las casas que ocupaba el hospital] y por algunos inconve­nientes de las mujeres pobres que la habitan, que cogían mala fama, será conveniente extinguir dicho hospital» (149).

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(147) Cfr. T o r r e s N a v a r r e t e, Ginés: «La Virgen de la Cabeza en la Loma de IJbe-

da», A ctas de la III Asam blea de Estudios Marianos. El Almendro, Córdoba, 1987, pág. 219.

(148) L os trabajos de Persiles y Segismunda. Madrid, 1617, cap. 3, apartado 6. El pa­dre del ingenioso hidalgo visitó la fiesta del Cabezo en 1592. Otro escritor de nuestro Siglo de Oro que se ocupó en sus obras de esta romería fue Lope de Vega, en La tragedia del rey D on Sebastián y bautism o del príncipe de M arruecos, y que trata de la conversión de este per­sonaje en el santuario andujeño.

Actualmente, esta advocación es patrona, entre muchas otras ciudades, de la ciudad de Andújar y de la diócesis de Jaén.

(149) Archivo H istórico D iocesano de Jaén, Sala de cofradías (sin catalogar).

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Como queda expuesto, hacia 1600 unas cofradías han desaparecido, mientras que otras han tomado diversos nombres. Esta asimilación de unas cofradías con otras, viene determinada por los años de penuria que les obli­gaba a aunar esfuerzos y caudales para hacer frente a los gastos que estas corporaciones suscitaban, para evitar su total desaparición.

Todas las cofradías existentes en los muchos conventos de la ciudad debían ir en Semana Santa con sus pasos en procesión al convento trinita­rio, al igual que en la procesión del día del Corpus, que era para el conven­to un día solemnísimo, aunque con la crisis, «que los tiempos estrechan mucho», acortaron la distancia de las procesiones para evitar gastos en al­tares y adornos, «con lo que perdió el convento la grandeza de esta Real y Santa Honra que es la visita de Nuestro Dios y Señor» (150).

IV. El Convento Trinitario ubetense en el contexto religioso de su tiempo

El panorama religioso de los siglos xvi y xvii obedece a una f loreciente sociedad marcada por la alta nobleza, tanto cualitativa como cuantitativa­mente, que se asienta en la ciudad y que puede sostener, no sólo los conven­tos ya existentes, sino los que durante estos siglos se fundan. Sumado a esto tiene gran importancia la corriente de ideas que dominan las mentalidades, alimentada por una Iglesia que a toda costa intenta mantener el orden esta­blecido, dejando como única salida al fervor espiritual espontáneo la insti- tucionalización, o sea, la vida religiosa dentro de una orden establecida.

A las puertas del 1500 existen en Úbeda cinco conventos: uno de mer- cedarios, tres de franciscanos y el convento trinitario en pleno auge cons­tructivo. En el siglo XVI se fundan ocho conventos más: tres de Santo Domingo, dos carmelitas, uno de mínimos de san Francisco de Paula, uno de jesuítas y otro de hospitalarios de san Juan de Dios.

El ejemplo de la f loreciente Úbeda podríamos extrapolarlo a toda An­

dalucía. Las ciudades andaluzas, debido a la inf luencia de la nobleza, co­nocen días de prosperidad y desarrollo urbanos sobre todo en el siglo xvi. Con la depresión del xvii, la nobleza, que era tan sensible a la crisis eco­nómica como el resto de la sociedad, se vio en precaria situación que reper­cutió negativamente en sus ciudades de origen y que acentuó la tendencia

a volver a funciones cortesanas, con los Austrias Menores, con lo que la postergación general de casi todas ellas se hizo evidente.

(150) A .S .C ., Padre D om ingo L ópez: Op. cit. Redacción A , col. 464.

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El traslado a la Corte que se produce en el xvii con el consiguiente gasto en festejos, hizo que la nobleza invirtiera menos o no lo hiciera en activida­des religiosas. Muchas fundaciones acusaron este abandono que provocó el deterioro de la vida conventual por la falta de medios y por excesivo nú­mero de frailes.

La provincia trinitaria de Andalucía, que se enorgullecía de que casi todos sus conventos eran de fundación real, no fue ajena a la general de­presión tan lejana de los gloriosos tiempos de sus comienzos. En la lentitud de las obras de levantamiento o reconstrucción apreciamos la situación eco­nómica de las ciudades.

Tras el estudio de los conventos que formaban la provincia de Andalu­cía, en la que se encuadraba nuestro convento, podemos establecer unos

parámetros definitorios de su manera de entender el arte aplicado estricta­mente a la Regla de la Orden.

La destrucción y transformación de muchos conventos nos impide com­probar in situ las afir maciones aquí vertidas, pero nuestro objetivo de apro­ximación se ve satisfecho con unas conclusiones que trazan una tónica general a todos ellos.

En un primer acercamiento es palpable el deseo de los frailes de hacer estable su presencia en la primera línea de las movibles fronteras. Esto deri­varía, precisamente, de su carácterística primordial, el rescate de cautivos

cristianos. De ahí que siempre vayan con el ejército y que establezcan su residencia en el núcleo urbano conquistado. La progresiva aceptación po­pular y la necesidad de limosnas para efectuar los rescates es el factor deter­minante que les empuje a fundar en otras ciudades cercanas e importantes a las ya establecidas. Consecuencia de esta trayectoria redentorista serán la mayoría de conventos de fundación real. Fernando III, por ser el que anexionó el Valle del Guadalquivir a la Corona de Castilla, será el paladín en la honra y exaltación de la Orden Trinitaria. Posteriormente, la Monar­quía, en general, se significará como la gran protectora de los trinitarios.

Si la fundación, en un primer momento, se realiza en precarias condi­ciones, ya sea por motivos bélicos, los conventos más antiguos —Úbeda, Andújar, Córdoba, Sevilla— o económicos, los posteriores —Baeza, Jerez, Granada—, en los últimos siglos de la Baja Edad Media y en los centrales

del Renacimiento, se trasladan a los mejores emplazamientos de las ciuda­des, financiados por una poderosa nobleza y arropados por una Monar­quía y un Papado que los favorece ostensiblemente, como se deduce de los incontables privilegios y bulas extendidos a favor de los conventos trinitarios.

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Como consecuencia de esta nueva ubicación, los conventos trinitarios mejoran sus arquitecturas y adoptan un estilo particularísimo y único que los definirá, como vamos a demostrar.

Así como franciscanos, dominicos y demás órdenes mendicantes, en modo alguno definen un tipo único de iglesia sino que presentan una diver­sidad palpable, hemos podido comprobar que la Santísima Trinidad Calza­da en la provincia de Andalucía construye, no sólo sus templos, sino sus conventos, bajo un patrón determinado, sólo alterado estéticamente por las

particularidades propias de cada lugar, pero nunca estructural ni formal­mente. Si alguna excepción encontramos es precisamente el convento de Úbe- da, excepción que no hace sino confir mar la tónica general y apoyar la tesis de la gran importancia religiosa y económica —o si se prefiere, patrimonial— del convento ubetense.

El primer elemento definitorio de este estilo trinitario es el de la iglesia de una sola nave. Todos los conventos, a excepción del de Úbeda, poseen

iglesia de una nave con testero plano ocupado casi todos ellos con el retablo de la Capilla Mayor, de la que carecen Jerez y Badajoz, creemos que por motivos económicos.

Todos los templos son embovedados, excepto el de Jerez; se da el caso que la única iglesia de techumbre artesonada entre los primitivos, la de Cór­doba, se embovedó, por motivos de seguridad. También de ésta iglesia se eUminaron los mosaicos, exclusivos entre todos los templos trinitarios des­critos (151).

Crucero solamente presentan Baeza, Murcia y Badajoz, y el número de capillas es prácticamente el mismo en todas, ocho o nueve. Si en alguna iglesia aparecen altares en uno de los lados se debe, simplemente, a motivos espaciales, al impedirlo la calle adyacente o el claustro anexo. Claustro que

aparece indistintamente ubicado a derecha o izquierda de la iglesia, debido también a causas urbanísticas o espaciales.

Este análisis formal del templo trinitario nos permite afir mar que la aceptación del mismo obedece a la necesidad de crear un espacio adecuado que permita realizar la función oratoria con comodidad, tanto para el trini­tario orador como para los fieles oyentes. Sabemos de la importancia de

la Oratoria Sagrada en esta Orden Religiosa, oratoria que alcanzó su máxi­

(151) A pesar de la importancia que tiene dentro de la Orden el mosaico que hizo colo­car Juan de Mata sobre la puerta del hospital de San Tomás in Formis, los trinitarios españo­les adoptaron el tema representado, aunque no el arte mosaístico.

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ma expresión en los siglos XVI y xv il, cuando los centros trinitarios esta­

ban perfectamente definidos. Fueron muchos los frailes trinitarios famosos por su oratoria, ante el pueblo llano y ante la realeza, pero con un solo nom­

bre, que ya hemos repetido varias veces, queda extendida la patente a la Orden de la Santísima Trinidad, Fr. Hortensio de Paravicino.

Así, pues, sin embages arquitectónicos, la oratoria en el templo queda­ba fácilmente satisfecha. Además, se veía cumplida la normativa reglar que, aunque no precisa cómo debe ser la iglesia trinitaria, sí pide que sea de obra llana y sencilla (152), eludiendo complicaciones compositivas y formales que la alejen de la humildad trinitaria.

El caso de Úbeda, paradójicamente, obedece al mismo planteamiento. La ciudad es un centro nobiliario importantísimo, muy poblada y con una trayectoria religiosa incuestionable, como podemos comprobar en su deter­minado capítulo. La única manera de hacer un templo con capacidad para el número tan importante de fieles asistentes a las funciones religiosas es ampliar la nave central hacia dos laterales sostenidas por columnas. A la vez se ponía de manifi esto la magnificencia y generosidad de un pueblo que tenía a gala favorecer las fundaciones religiosas, más intensamente al con­vento trinitario.

El segundo elemento definitorio de un templo trinitario calzado es su portada. Ésta no es, solamente, el punto final, de cierre, de la iglesia, sino que se convierte en el instrumento denunciante de la realidad trinitaria, de su espíritu. Estructuralmente son sencillas, aunque se verán en algunos ca­sos decoradas con relieves y esculturas. Se estructuran en dos cuerpos, en el inferior se abre la puerta de acceso sobre la que siempre aparece el escu­do de la Orden y, algunas veces, las armas de la ciudad. Efigies de los fun­dadores, San Juan de M ata y San Félix de Valois pueden f lanquear la entrada. El cuerpo superior siempre será el campanario, en el que las tres campanas, alusivas al Misterio de la Trinidad, serán ineludibles. General­mente será de tipo espadaña, aunque en algún caso, el Cronista explícita la torre de forma cuadrada.

Como puede verse, los elementos ornamentales que se utilizan en las

construcciones trinitarias responden a una gama bien precisa. En efecto.

b o l e t í n d e l

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(152) La Regla primitiva de la Orden, aprobada el 17 de diciembre de 1198 por Inocen­cio III, dice en el punto tercero: Omnes ecdesiae istius ordin is intitu lentur nomine Sánete Tri-

n ita tiset s in tp la ñ ío p e r is {A .S y .,R e g . Vat., vol. 4. fols. 126v-128r. Publicaciones más recientes de la regla se pueden encontrar en G r o s s, Joseph J.: Op. cit., págs. 9-15; M a z z a r i s i, Cosi- mo: Op. c it., apéndices.

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entre la iconograf ía que podemos encontrar en todos sus edificios abundan las escenas alusivas a los inicios de la Orden, principalmente las dos prime­ras revelaciones, es decir, la tenida durante la primera misa del Fundador y la visión del ciervo con la cruz trinitaria entre la cornamenta. Un elemen­to que se repite hasta la saciedad es la cruz griega bicolor que identifica a los hermanos de este Instituto y que aparece en bóvedas, capiteles, retablos, portadas, frisos, medallones, etc.

No podemos eludir el valor simbólico que adquiere el número tres, y sus múltiplos, principalmente el nueve (153), en estas construcciones. De este modo serán tres los cuerpos que componen los retablos, divididos a su vez en tres calles, resultando nueve tarjas; tres serán las campanas que lucen sus iglesias colocadas en la espadaña en forma triangular; nueve es el número preferido para las capillas siempre que lo permita la estructura del templo y tres peldaños dan acceso, en la mayoría de los casos, al recinto sagrado.

Los conventos, de igual modo, quedan concretados en una realidad vi­tal en torno a un claustro que aglutina sus dependencias, separa funciones y aporta luminosidad. Más o menos grandes, a la derecha o a la izquierda del templo, la funcionalidad del convento queda determinada por las ca­racterísticas que imprime la Regla. El trinitario comparte su vida con sus

hermanos en el convento, pero su individualidad y las actividades que defi­ne la Orden quedan ref lejadas en su vivir de cara a la ciudad que los acoge. De ahí las hermosas porterías y dependencias semiclaustrales estéticamente atrayentes con temas trinitarios que denuncian el espíritu que se respira en el interior. Del mismo modo que la predicación es la actividad trinitaria que define sus templos, la recogida de los donativos destinados a los rescates será la que defina la relación o el vínculo a las gentes a través de sus con­ventos.

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(153) En la simbologia numérica cristiana Cristo viene representado por el número 999,

el cual resulta de tres veces tres, sím bolo del D ios Trino. En contraposición, la Bestia apoca­líptica, el Anticristo, tiene la cifra 666 (Ap. 13, 18), la inversión del primer número. Esta sim- bología trina se halla recogida en la Regla primitiva, no sólo en el número mínimo de los

componentes de una casa, los colores que forman el hábito de los hermanos, la tripartición de todos los bienes de la casa, etc.

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El apasionante mundo del siglo XVI aparece a los ojos del historiador con todo el esplendor que la nueva mentalidad del hombre humanista le imprime. Las convulsiones sociales, religiosas, políticas, económicas, que están teniendo lugar en el llamado Siglo de la Reforma no hacen su apari­ción de una manera fortuita, sino que arrancan de siglos anteriores y se plas­

man en concreciones en éste. El hombre, exultante porque experimenta la libertad tras siglos de opresión religiosa, cae, paradójicamente, bajo el yu­go de su intransigencia que le arroja a posiciones contrarias, las más de las veces por cuestiones de geograf ía. Los pueblos nuevamente ven su libertad coaccionada por presiones políticas y reUgiosas, y el alma humana sufre sen­timientos de inseguridad en todo cuanto le rodea porque los cimientos de su vivir —Rehgión y Nación— se tambalean.

Motivado por estos sentimientos el espíritu del hombre del Quinientos es capaz de producir obras tanto materiales como espirituales que rayan lo transcendental, lo sublime. Como coletazos de este sentir, desviada la inse­guridad hacia el escepticismo, la ficción y el disimulo, el siglo XVII vive una explosión de manifestaciones artísticas y literarias conducentes a imprimir en el hombre sensaciones de arraigo, de seguridad. La Iglesia aprovecha am­bas coyunturas para volver a atraer al hombre a posiciones comprometidas con las premisas derivadas de Trento. Y para ello se sirve del arte.

A lo largo de este trabajo hemos visto la importancia del Monasterio Trinitario de Úbeda durante los siglos xvi y xvii. Su historia alcanza en estos siglos el cénit de su gloria. Con la descripción de sus bienes obtene­mos un dato que es la matriz, el hilo conductor, de la vida de la ciudad pero que podría extrapolarse al resto de España: la fuerza persuasiva, dominan­te, inf luyente de la Iglesia. ¿Qué empuja a un hombre a vivir en religión? ¿Qué siente un hombre al morir que le obliga a donar todos sus bienes a la Iglesia? ¿Qué piensa un hombre a lo largo de su vida para involucrarse en actividades artísticas costosísimas con que adornar las iglesias? ¿Qué obli­ga al hombre a canalizar su fervor a través de hermandades y cofradías y competir con otras por la importancia y valía de las mismas? Las respues­tas son la clave para descifrar al español de nuestros Siglos de Oro. La Reli­gión lo impregna todo, lo domina todo, lo abarca todo. Y conocedora de la psicología del hombre del Renacimiento encauza su deseo de ostentación

y pervivencia hacia realidades artísticas como retablos, capillas y sepulcros; de ahí su proli feración. De igual manera en el Seiscientos será para provo­car efectos emocionales sobre el fiel por lo que apoyará, como medio per­suasivo, la proli feración de imágenes. Si Erasmo en el Enchiridion asegura

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que «el ojo del hombre es la fe», la Iglesia no duda en hacer entrar por los sentidos imágenes que sostengan esa fe.

El campo de las Órdenes Religosas es atrayente. Entre las reformadas y las creadas en estos siglos se abarca un área de la vida religiosa interesan­tísimo y que responde a las mismas ideas descritas.

Este es el espíritu concluyente de este trabajo. Si lo reducimos a un me­ro ejercicio de contabilidad la conclusión sería la afir mación de la riqueza

del patrimonio trinitario. Pero si ahondamos en el sentimiento humano de los hombres que hicieron posible este patrimonio, protectores y protegidos,

la conclusión queda abierta a horizontes de generosidad, fe, sacrificio, am­bición u orgullo inexplorados. «Por sus obras los conoceréis...»

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ANEXOS

Relación 1: Fincas rústicas pertenecientes al convento de la Santísima Trinidad

de Úbeda con especificación de su situación y contenido (154).

— 1 heredad en el Arroyo de Santo Domingo con tres casas, 120 fanegas para trigo y cebada, 1355 olivos, 3025 vides, 288 encinas y chapa rros, 14 higueras, 12 almendros, 6 granados, 3 albaricoques y 2 cerezos.

— 1 pieza de tierra de 4 fanegas para trino y cebada en Cabeza Higuerosa.

— 1 pieza de secano de tres cuerdas de olivar.

— 1 pieza de secano de trigo o cebada.

— 1 pieza de dos cuerdas y cuatro celemines en el arrollo de Santo Domingo con dos mil trescientos treinta y tres sarmientos.

— 1 olivar en Valdejaén con 41 estaca.

— 1 pieza de tierra en el mismo sitio con trigo y cebada.

— 1 pieza de secano en el mismo sitio con 40 estacas, 1400 vides y 234 plazas.

— 1 pieza de dos cuerdas y media con cosecha de trigo o cebada.

— 1 pieza de 4 fanegas de trigo o cebada en Arroyo del Alamo.

— 1 pieza de secano en Valdejaén de 2 fanegas y 9 celemines.

— 1 olivar en el mismo sitio de 29 estacas y 19 plazas.

— 1 con 48 olivos.

— 1 olivar en el mismo sitio con 38 olivos.

— 1 olivar en el mismo sitio con 48 olivos y una plaza.

— 1 viña en el mismo sitio con 400 vides y 4 olivas.

— 1 vifla en el mismo sitio con 225 vides y 4 olivas.

— 1 pieza de tierra en el Cortijo de Arriba de 33 fanegas.

— 1 pieza de tierra en el Cortijo de Arriba de 12 fanegas.

— 1 pieza en los Ruedos con cosecha de trigo y cebada.

— 1 pieza en arroyo Casinero con cosecha de trigo y cebada .

— 1 olivar en la casilla de don Antonio de Molina con 150 olivas.

— 1 pieza en el sitio de la huerta con 15 fanegas de trigo o cebada.

— Olivar en la cañada del Pozuelo con 40 olivas.

— Pieza de tierra de una fanega y un celemín con trigo y cebada en el camino

de Guadalupe.

— 1 pieza de tierra de trigo o cebada en el arroyo de la Dehesa.

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(154) Cfr. Archivo Histórico Provincial de Jaén, Catastro del Marqués de Ensenada.1752, prot. 7.939-40, fols. 569r-581v.

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1 pieza de tierra en el llano de San Ginés con cosecha de centeno.

— 1 pieza de tierra en el charcón de jonás de trigo o cebada.

— 1 olivar en la Oya del Negro con 109 olivas.

— 1 pieza de tierra en la Cañada de Mingo Llórente de una fanega y 8 celemi­nes de trigo o cebada.

— 1 pieza de tierra de una fanega en el sitio de la Zarzuela.

— 1 pieza de secano en la huerta Anglada de 3 fanegas y 11 delemines.

— 1 pieza de tiera de fanega y media en el barranco del Lobo de trigo y cebada.

— 1 olivar en la Cruz de Herrera con 50 olivas.

— 1 olivar en Peña Lebrera con 30 olivas.

— 1 pieza de tierra en el sitio de la Zarzuela con trigo y cebada, 1.082 olivas y 82 estacas.

— 1 heredad en el sitio de Santa Quiteria con casa, 120 encinas, 3 pinos, 2 ser­vales, 3 higueras y un álamo negro.

— 2 piezas de tierra en el camino de La Yedra de dos fanegas y media de trigo y cebada cada una.

— 1 pieza de tierra en el pozo Jumarro, de 9 celemines y un cuartillo para se­millas.

— 1 olivar con 31 estacas en Torre de San Juan.

— 1 olivar de 15 estacas en Santa Olaya.

— 1 pieza de tierra en la sierra de Benjamón, de dos fanegas y media de ceba­da y escaña.

— 1 pieza de tierra en la Oya, de tres cuerdas y media de trigo y cebada.

— 1 pieza de tierra en el Encinarejo, de una fanega para trigo y cebada.

— 1 olivar en Fuente la Teja, con 89 olivos.

— 1 estacar en el mismo lugar, con 38 estacas.

— 1 pieza de tierra en Valdeolivas, de dos fanegas y 9 celemines de cebada o escafia.

— 1 pieza de tierra en la sierra de Benjamón, de 40 fanegas con dos olivos, centeno y escaña.

— 1 estacar en la Torre de San Juan, de trigo o cebada.

— 1 pieza de tierra en el Madroñal, de trigo o cebada.

— 1 pieza de tierra de 4 fanegas de trigo o cebada.

— 1 pieza de tierra en Fuente del Rey, de 1 fanega para centeno.

— 1 pieza de tierra en Fuente Redonda, de 3 cuerdas de trigo y cebada.

— 1 pieza de tierra en la Dehesilla de Mescua, de vilas y estacas perdidas por falta de atención.

— 1 cortijo en la cañada del Acebnche, con 25 fanegas y 6 celemines de tierra.

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— 2 piezas en la cañada del Acebuche, de 10 y 15 fanegas de cebada y trigo.

— 1 pieza de tierra de 5 fanegas en el Carril.

— 1 pieza de tierra en Valdeolivas, de 3 fanegas y 2 celemines de cebada o escaño.

— 1 olivar de 77 olivos en la Alameda.

— 1 pieza de tierra en el arroyo Cañaveral, de cuerda y media de trigo o cebada.

— 1 pieza de tierra de una fanega en la Casilla de la Luna. Improductiva.

— 1 viña en el Villarejo, con 2.900 vides.

— 1 pieza de tierra en los Ruedos, de cebada o centeno.

— 1 estacar en Fuente Teja, de 25 estacas (comidas por el ganado).

— 1 zumacar en el sitio de la Mariblanca, de una fanega.

— 1 cortijo en las Arroturas.

— 1 pieza de tierra de 47 fanegas en el sitio Cariza.

— 1 pieza de tierra de 6 fanegas en la Mojonera del Carrillo.

— 1 pieza de tierra de 25 fanegas en la Cañada del Ahorcado, de trigo o cebada.

— 1 pieza de tierra de 7 fanegas en la cañada de Alonso Ruiz.

— 1 pieza de tierra de 19 fanegas y 5 celemines en la cañada de las Estacas.

— 1 pieza de tierra de 11 fanegas y 3 celemines en la cañada de Alonso Ruiz,

para trigo o cebada.

— 1 pieza de tierra de 35 fanegas en la Mojonera de Villacarrillo, de trigo o cebada.

— 1 pieza de tierra de 60 sin labrador.

— 1 pieza de tierra de 120 fanegas en el cortijo de las Hoces, para trigo y cebada.

— 1 pieza de tierra de 21 fanegas en la cañada de Gil Gómez, de trigo o cebada.

— 1 una pieza de tierra de 5 fanegas en la cañada de Gil Gómez.

— Cortijo de la Torrigüela en Guadalimas, de 1.162 fanegas y 9 celemi nes, con 2.004 chaparros, 32 morales, 36 granados, 11 higueras, una noguera y 3 olivos.

— 1 cortijo en el Puente de la Reina, con casa y 300 fanegas de trigo o cebada.

Las fincas rústicas perdidas en la fecha del documento son las siguientes;.

— 1 pieza de tierra de una fanega en la cuesta de los Caballeros.

— 1 saUna de tres celemines en la Oya Carrasco.

— 1 pieza de tierra de una fanega y media en Fuente los Caballeros.

— 1 pieza de tierra de 13 celemines y medio en Álamo de Atocha.

— 1 pieza de tierra de una fanega en el sitio de Garcifernández.

— 1 pieza de tierra de 3 fanegas y media en Piedra Altilla.

EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 151

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152 MARÍA CRUZ GARCÍA TORRALBO

Relación 2: Fincas urbanas pertenecientes al convento de la Santísima Trini­dad, su ubicación en la ciudad y las rentas que producen (155).

— Mitad de una casa*en la plaza de Arriba, renta la mitad de cada 10 reales.

— 1 en la calle Niño Jesús, renta 2 ducados y 17 reales.

— 1 en la calle Alaminos, renta 11 ducados 8 reales.

— 1 en la calle San Marcos, renta 16 reales y medio.

— Casas en calle Fuente Risas, renta 8 ducados.

— Casas en calle San Marcos, renta 5 ducados por cada una.

— 1 casa en esquina Fuente Risas y Rodrigo González, 8 ducados.

— Casa en Fuentes Risas [roto].

— 1 casa en calle Ancha, renta 5 ducados.

— 1 una casa en calle Ancha, renta 8 ducados.

— 1 una casa en calle Ancha, renta 7 ducados.

— 1 una casa en calle Mesoneros, renta 152 reales.

— 1 una casa en calle Zaz, renta 8 ducados.

— La cuarta parte de una casa en la calle Alaminos, renta 16 reales y medio.

— 1 casa en la calle Torrenueva, renta 7 ducados.

— 1 casa en la calle Caballerizo, renta 76 reales.

— 1 casa en la calle Caballerizo, renta 4 ducados.

— 1 casa en la plazuela de Nava, renta 8 ducados.

— 1 casa en la Corredera, renta 10 ducados.

— 1 casa en la calle del Gallo, renta 6 ducados.

— 1 casa en la calle de las Tostadas, renta 8 ducados.

— 1 casa en la calle Córcoles, renta 132 reales.

— 1 casa en la cuesta del Madroñal, renta 9 ducados.

— 2 casas en la calle Real, rentan 7 y 6 ducados.

— Tercera parte de una casa en la calle Montiel, renta 25 reales.

— 1 casa en la calle Molinos, renta 154 reales.

— Casas en la calle Bernardo Bentaja, renta 8 ducados.

— 1 Casa en la calle Juan Gómez, renta 93 reales.

— 1 casa en la calle Narváez, renta 8 ducados.

— 1 casa en la calle Acezuela, renta 4 ducados.

— 1 solar frente a San Millán, renta 5 reales.

— 1 solar frente a la puerta del campo del convento [no especifica la renta].

BOLETÍN DEL INSTITUTO

DE ESTUDIOS

GIENNENSES

(155) Cfr. ídem ., fols. 565r-568v.

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EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 153

De la relación quedan exentos los siguientes solares «porque a cerca de dos si­glos que no se sabe de ellos»:

— 2 solares en San Nicolás.

— 1 solar en la calle de los Condes.

— 1 solar en la puerta de Granada.

— 1 solar en el Alcázar.

Relación 3: Censos y memorias favorables al convento de la Santísima Trini­dad de Úbeda (156).

Memorias impuestas a favor del convento (Relación 3).

— 50 reales del mecenazgo de Juan Serrano.

— 60 reales de una pieza de tierra de Pedro Diez Salido.

— 24 reales de Vicente de Cazabrera.

— 96 de Josph de [roto el documento] de unas vides.

— 22 reales de Andrés Vaca.

— 4 reales de María Ariza.

— 55 reales de Isabel María de una casa.

— 12 reales de Joseph Pérez de Baeza.

— 4 reales de Julián Lara.

— 3 reales de Juan Serafín de un olivar.

— 33 reales de Juan de la Calleja de Andújar de una casa.

— 3 reales de Tomás Tumillana de una casa.

— 7 reales de hijos de Juan Muñoz de una casa.

— 7 reales de hijos de Lorenzo Sarmiento de una casa.

— 8 reales de Gonzalo Copado de vides.

— 6 reales de Alonso Almagro de una casa.

— 4 reales de herederos de Francisco Gómez de vides.

— 68 reales de Pedro Pinillo de Granada de olivos.

— 67 reales de Maris de Amores de bienes.

— [?] reales de Joseph Martín de una casa.

— 6 reales de Gregorio Hidalgo de Torralba de una casa.

— 12 reales de los herederos de Francisca Pardo de un olivar.

— 10 reales de Andrés Herrera de un olivar.

— 4'Á reales de Diego Ruiz.

— 6 reales de hijos de Luca de una casa.

(156) C f r . Idem., fo ls . 581v-592v.

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154 MARÍA CRUZ GARCÍA TORRALBO

5 'A reales de Luis Cobo de una casa.

8 reales de los herederos de Pedro Garrido de vides.

2 reales de Cristóbal Moscoso de una casa.

IVi reales de Fernando Villar de una casa.

21 reales de Domingo Quesada de una tierra.

6 reales del convento de la Merced de una casa.

10 reales de la capilla de María Onrubia.

6 reales de Pedro Piqueras de una casa.

4 reales de los hijos de Cayetano Guitiérrez de tierra.

6 reales de los hijos de Cayetano Guitiérrez de casa.

8 reales de Blas Toral de Granada.

15 reales de Gaspar Navarrete de tierra.

3 reales de Francisco de Jesús de tierra.

2 reales de Miguel de la Torre de tierra.

4 reales de Juana de Cózar de casa.

5 reales de Diego Toral de casa.

6 reales de Pedro Chinchilla de tierra.

8 reales de la viuda de Antonio de Vilches de una casa.

6 reales de los hijos de Alonso Muñoz de tierras.

24 reales de Isabel de Guzmán de olivar.

21 reales de Francisco Martínez de tierra.

4 reales de Lucas de Vígara de una casa.

5 reales de Juan Carlos de Ladeza por bienes de capellanías.

9 reales de Alfonso de Lucas por bienes de capellanías.

4 reales de Bernardino de Alcázar de tierra.

7 reales de Luis Ponce de una casa.

3 reales de Antonio Molina por un olivar y 12 rs. por casa.

22 reales de Manuel Francisco de Quesada por casa.

6 reales de Ignacio de Cantos por casa.

3 reales de viuda de Juan Copado de tierras.

8 reales de Diego Martínez de casas.

6 reales de los herederos de Alonso Ruiz por tierra.

9 reales de Luis de los Ríos de tierra.

6 reales de Luis Rodríguez por tierra.

6 reales de viuda de Juan de Masa por tierra.

6 reales de Gaspar de Navarrete de olivar.BOLETIN DEL

INSTITUTO DE ESTUDIOS GIENNENSES

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21 Vi reales de Luis de Villanueva de bienes.

15 reales del conde de Torres Calera de casa.

6 reales de Joseph de Guevara de bienes.

7 reales de Juan Rincón de casas.

4 reales de Juan de Esmenosa de casas.

5 reales de Lope Melgarece de casas.

5 reales de Agustín de Esparta de casas.

10 reales de Juan Mesía de tierra.

4 reales de Juan de Campos de casa.

4 reales de viuda de Francisco Segura de olivar.

22 reales de viuda de Juan Caballerizo de tierra.

24 reales de Juan Narváez de un cortijo.

13 reales de Juana de Raja de tierras.

10 reales de Isabel Dentello de casa.

20 reales de María Ruiz de casa.

10 reales de herederos de Juana Martínez de olivar.

14 reales de Catalina González de bienes.

40 reales de Jesús Martínez de tierra.

1 fanega de trigo de Joseph Gastón de bienes.

30 reales de Miguel de Torres de bienes.

6 reales el padre Fr. Andrés García por Obra Pía del Santo Sepulcro.

8 reales de Miguel de la Torre por casa.

55 reales de Luis Soriano por tierras.

• 4 reales de Alonso Buño por casa.

4 reales de Juan Fernámdez por casa.

■ 4 reales de Juan Pedro Jerónimo por tierra.

• 32 reales de Juan Ronzal por casa.

■ 6 reales de Juan Salido por bienes.

- 198 reales de Pedro Cano por bienes.

- 4 reales de Antonio Murciano por casa.

- 60 reales de Juan Raez por bienes.

- 143 reales de Juan Marín por bienes de la cofradía de San Juan.

- 120 reales de Juan de Santisteban por bienes de cofradía del Rosel.

- 614 reales de heredera de Juan López por olivar.

- 16 reales de Félix de Viveros por casa.

EL REAL MONASTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE ÚBEDA Y SU... 155

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156 MARÍA CRUZ GARCÍA TORRALBO

BOLETÍN DEL INSTITUTO

DE ESTUDIOS GIENNENSES

Censos sobre capital principal a favor del convento.

— 1.000 ducados rentan 330 reales y los paga la marquesa de la Morilla.

— 300 ducados renta 99 reales y los paga doña Magdalena Bravo.

— 200 ducados renta 66 reales y los paga don Rodrigo de San Martín.

— 100 ducados renta 33 reales y los paga don Alonso Consuegra.

— 3.000 ducados renta 90 reales y los paga don Bartolomé de Ventaja.

— 20.000 ducados renta 6.000 reales y los paga hijos de Luisa de Quesada.

— 961 ducados renta 28 reales y los paga cofradía de las Ánimas.

— 600 ducados renta 18 reales y los paga Conde de Guadiana.

— 65.564 ducados renta 566 reales y los paga Gaspar de Navarrete.

— 15.000 ducados renta 450 reales y los paga don Bernardino de Alcázar.

— 660 ducados renta 19 reales y los paga herederos del licenciado don Anto­nio de Cabrera.

— 220 ducados renta 20 reales y los paga hijos de Nicolás Martínez.

— 10.000 maravedís de plata que rentan 8 rs. y 28 mar. y los paga don Dioni­sio Zurita de Baeza.

— 3.500 maravedís de plata que rentan 3 reales y 3 maravedís y los paga la viuda de Antonio Casarrubia.

— 220 reales de plata que rentan 6 reales y 20 maravedís y lo pagan los hijos de Blas Toral.

— 20.000 maravedís de plata que rentan 630 maravedís y lo paga los herederos de Maris Baeza y Melchora de los Reyes.

— 500 reales de plata que rentan 16 reales y 17 maravedís y los pagan los hijos de Francisca García Moreno.

— 550 reales de plata que rentan 16 reales y 17 maravedís que los paga Barto­lomé de la Torre.

— 100 ducados de plata que producen 33 reales y los paga Manuel de Navarrete.

— 160 ducados de plata que rentan 52 reales y 17 maravedís y los paga Juan de Torres.

— 600 reales que rentan 17 reales y los paga doña Rosa Solís.

— 1500 reales de plata que rentan 45 reales y los paga don Alonso de Medina.

— 80 ducados que rentan 26 reales y 13 maravedís y los paga Juan de Alvarado.

— Tributo perpetuo de 4 reales al año y los paga los herederos de doña Josefa de Madrid.

— 44.008 maravedís de plata que rentan 38 reales y 28 maravedís y los paga Gabriel de Medinilla.

— 20.000 maravedís de plata que rentan 9 reales y 22 maravedís y los paga don Fernando Navarrete.

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EL REAL MONASTERIO DE LA SANTISIMA TRINIDAD DE ÜBEDA Y SU... 157

— 10.000 maravedís de plata que rentan 8 rs. 28 mar. que paga don Francisco de Molina.

— 50 ducados de plata que rentan 16 rs. 17 mar. que paga doña Josefa Cortés.

— 3.117 reales que rentan 92 rs. que paga Juan de Molina.

— 200 ducados que rentan 33 rs. que paga Alonso Ruiz.

— 100 ducados que rentan 33 rs. que paga Juan Gómez y Sebastiana .

— 1.140 reales de plata que rentan 64 rs. 6 mar. que paga Juan Molina Herbás.

— 600 ducados que rentan 231 rs. que paga don Agustín de Urido.

— 28.000 mar. de plata que rentan 24 rs. 24 mar. que paga Isabel de la Torre.

— 25.000 mar. de plata que rentan 750 mar. que paga herederos de Diego de Guzmán.

— 24.265 maravedís que rentan 21 rs. 14 mar. que paga don Sebastián de Quesada.

— 30.000 maravedís que rentan 26rs. 16 mar. que paga Andrés de Deza Troyano.

— 600 reales que rentan 18 rs. que paga Cristóbal Moscoso.

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