El Rastro de Tu Sangre en La Nieve

3
El rastro de tu sangre en la nieve [Cuento: Texto completo.] Gabriel García Márquez

Transcript of El Rastro de Tu Sangre en La Nieve

El rastro de tu sangre en la nieve[Cuento: Texto completo.]Gabriel Garca Mrquez

Al anochecer, cuando llegaron a la frontera, Nena Daconte se dio cuenta de que el dedo con el anillo de bodas le segua sangrando. El guardia civil con una manta de lana cruda sobre el tricornio de charol examin los pasaportes a la luz de una linterna de carburo, haciendo un grande esfuerzo para que no lo derribara la presin del viento que soplaba de los Pirineos. Aunque eran dos pasaportes diplomticos en regla, el guardia levant la linterna para comprobar que los retratos se parecan a las caras. Nena Daconte era casi una nia, con unos ojos de pjaro feliz y una piel de melaza que todava irradiaba la resolana del Caribe en el lgubre anochecer de enero, y estaba arropada hasta el cuello con un abrigo de nucas de visn que no poda comprarse con el sueldo de un ao de toda la guarnicin fronteriza. Billy Snchez de vila, su marido, que conduca el coche, era un ao menor que ella, y casi tan bello, y llevaba una chaqueta de cuadros escoceses y una gorra de pelotero. Al contrario de su esposa, era alto y atltico y tena las mandbulas de hierro de los matones tmidos. Pero lo que revelaba mejor la condicin de ambos era el automvil platinado, cuyo interior exhalaba un aliento de bestia viva, como no se haba visto otro por aquella frontera de pobres. Los asientos posteriores iban atiborrados de maletas demasiado nuevas y muchas cajas de regalos todava sin abrir. Ah estaba, adems, el saxofn tenor que haba sido la pasin dominante en la vida de Nena Daconte antes de que sucumbiera al amor contrariado de su tierno pandillero de balneario.

Cuando el guardia le devolvi los pasaportes sellados, Billy Snchez le pregunt dnde poda encontrar una farmacia para hacerle una cura en el dedo a su mujer, y el guardia le grit contra e1 viento que preguntaran en Indaya, del lado francs. Pero los guardias de Hendaya estaban sentados a la mesa en mangas de camisa, jugando barajas mientras coman pan mojado en tazones de vino dentro de una garita de cristal clida y bien alumbrada, y les bast con ver el tamao y la clase del coche para indicarles por seas que se internaran en Francia. Billy Snchez hizo sonar varias veces la bocina, pero los guardias no entendieron que los llamaban, sino que uno de ellos abri el cristal y les grit con ms rabia que el viento:-Merde! Allez-vous-en!

Entonces Nena Daconte sali del automvil envuelta con el abrigo hasta las orejas, y le pregunt al guardia en un francs perfecto dnde haba una farmacia. El guardia contest por costumbre con la boca llena de pan que eso no era asunto suyo. Y menos con semejante borrasca, y cerr la ventanilla. Pero luego se fij con atencin en la muchacha que se chupaba el dedo herido envuelta en el destello de los visones naturales, y debi confundirla con una aparicin mgica en aquella noche de espantos, porque al instante cambi de humor. Explic que la ciudad ms cercana era Biarritz, pero que en pleno invierno y con aquel viento de lobos, tal vez no hubiera una farmacia abierta hasta Bayona, un poco ms adelante.

-Es algo grave? -pregunt.

-Nada -sonri Nena Daconte, mostrndole el dedo con la sortija de diamantes en cuya yema era apenas perceptible la herida de la rosa-. Es slo un pinchazo.

Antes de Bayona volvi a nevar. No eran ms de las siete, pero encontraron las calles desiertas y las casas cerradas por la furia de la borrasca, y al cabo de muchas vueltas sin encontrar una farmacia decidieron seguir adelante. Billy Snchez se alegr con la decisin. Tena una pasin insaciable por los automviles raros y un pap con demasiados sentimientos de culpa y recursos de sobra para complacerlo, y nunca haba conducido nada igual a aquel Bentley convertible de regalo de bodas. Era tanta su embriaguez en el volante, que cuanto ms andaba menos cansado se senta. Estaba dispuesto a llegar esa noche a Burdeos, donde tenan reservada la suite nupcial del hotel Splendid, y no habra vientos contrarios ni bastante nieve en el cielo para impedirlo. Nena Daconte, en cambio, estaba agotada, sobre todo por el ltimo tramo de la carretera desde Madrid, que era una cornisa de cabras azotada por el granizo. As que despus de Bayona se enroll un pauelo en el anular apretndolo bien para detener la sangre que segua fluyendo, y se durmi a fondo. Billy Snchez no lo advirti sino al borde de la media noche, despus de que acab de nevar y el viento se par de pronto entre los pinos, y el cielo de las landas se llen de estrellas glaciales. Haba pasado frente a las luces dormidas de Burdeos, pero slo se detuvo para llenar el tanque en una estacin de la carretera pues an le quedaban nimos para llegar hasta Pars sin tomar aliento. Era tan feliz con su juguete grande de 25.000 libras esterlinas, que ni siquiera se pregunt si lo sera tambin la criatura radiante que dorma a su lado con la venda del anular empapada de sangre, y cuyo sueo de adolescente, por primera vez, estaba atravesado por rfagas de incertidumbre.Se haban casado tres das antes, a 10.000 kilmetros de all, en Cartagena de Indias, con el asombro de los padres de l y la desilusin de los de ella, y la bendicin personal del arzobispo primado. Nadie, salvo ellos mismos, entenda el fundamento real ni conoci el origen de ese amor imprevisible. Haba empezado tres meses antes de la boda, un domingo de mar en que la pandilla de Billy Snchez se tom por asalto los vestidores de mujeres de los balnearios de Marbella. Nena Daconte haba cumplido apenas dieciocho aos, acababa de regresar del internado de la Chtellenie, en Saint-Blaise, Suiza, hablando cuatro idiomas sin acento y con un dominio maestro del saxofn tenor, y aquel era su primer domingo de mar desde el regreso. Se haba desnudado por completo para ponerse el traje de bao cuando empez la estampida de pnico y los gritos de abordaje en las casetas vecinas, pero no entendi lo que ocurra hasta que la aldaba de su puerta salt en astillas y vio parado frente a ella al bandolero ms hermoso que se poda concebir. Lo nico que llevaba puesto era un calzoncillo lineal de falsa piel de leopardo, y tena el cuerpo apacible y elstico y el color dorado de la gente de mar. En el puo derecho, donde tena una esclava metlica de gladiador romano, llevaba enrollada una cadena de hierro que le serva de arma mortal, y tena colgada del cuello una medalla sin santo que palpitaba en silencio con el susto del corazn. Haban estado juntos en la escuela primaria y haban roto muchas piatas en las fiestas de cumpleaos, pues ambos pertenecan a la estirpe provinciana que manejaba a su arbitrio el destino de la ciudad desde los tiempos de la Colonia, pero haban dejado de verse tantos aos que no se reconocieron a primera vista. Nena Daconte permaneci de pie, inmvil, sin hacer nada por ocultar su desnudez intensa. Billy Snchez cumpli entonces con su rito pueril: se baj el calzoncillo de leopardo y le mostr su respetable animal erguido. Ella lo mir de frente y sin asombro.

-Los he visto ms grandes y ms firmes -dijo, dominando el terror-, de modo que piensa bien lo que vas a hacer, porque conmigo te tienes que comportar mejor que un negro.

En realidad, Nena Daconte no slo era virgen sino que nunca hasta entonces haba visto un hombre desnudo, pero el desafo le result eficaz. Lo nico que se le ocurri a Billy Snchez fue tirar un puetazo de rabia contra la pared con la cadena enrollada en la mano, y se astill los huesos. Ella lo llev en su coche al hospital, lo ayud a sobrellevar la convalecencia, y al final aprendieron juntos a hacer el amor de la buena manera. Pasaron las tardes difciles de junio en la terraza interior de la casa donde haban muerto seis generaciones de prceres en la familia de Nena Daconte, ella tocando canciones de moda en el saxofn, y l con la mano escayolada contemplndola desde el chinchorro con un estupor sin alivio. La casa tena numerosas ventanas de cuerpo entero que daban al estanque de podredumbre de la baha, y era una de las ms grandes y antiguas del barrio de la Manga, y sin duda la ms fea. Pero la terraza de baldosas ajedrezadas donde Nena Daconte tocaba el saxofn era un remanso en el calor de las cuatro, y daba a un patio de sombras grandes con palos de mango y matas de guineo, bajo los cuales haba una tumba con una losa sin nombre, anterior a la casa y a la memoria de la familia. Aun los menos entendidos en msica pensaban que el sonido del saxofn era anacrnico en una casa de tanta alcurnia. "Suena como un buque", haba dicho la abuela de Nena Daconte cuando lo oy por primera vez. Su madre haba tratado en vano de que lo tocara de otro modo, y no como ella lo haca por comodidad, con la falda recogida hasta los muslos y las rodillas separadas, y con una sensualidad que no le pareca esencial para la msica. "No me importa qu instrumento toques" -le deca- "con tal de que lo toques con las piernas cerradas". Pero fueron esos aires de adioses de buques y ese encarnizamiento de amor los que le permitieron a Nena Daconte romper la cscara amarga de Billy Snchez. Debajo de la triste reputacin de bruto que l tena muy bien sustentada por la confluencia de dos apellidos ilustres, ella descubri un hurfano asustado y tierno. Llegaron a conocerse tanto mientras se le soldaban los huesos de la mano, que l mismo se asombr de la fluidez con que ocurri el amor cuando ella lo llev a su cama de doncella una tarde de lluvias en que se quedaron solos en la casa. Todos los das a esa hora, durante casi dos semanas, retozaron desnudos bajo la mirada atnita de los retratos de guerreros civiles y abuelas insaciables que los haban precedido en el paraso de aquella cama histrica. Aun en las pausas del amor permanecan desnudos con las ventanas abiertas respirando la brisa de escombros de barcos de la baha, su olor a mierda, oyendo en el silencio del saxofn los ruidos cotidianos del patio, la nota nica del sapo bajo las matas de guineo, la gota de agua en la tumba de nadie, los pasos naturales de la vida que antes no haban tenido tiempo de conocer.

Cuando los padres de Nena Daconte regresaron a la casa, ellos haban progresado tanto en el amor que ya no les alcanzaba el mundo para otra cosa, y lo hacan a cualquier hora y en cualquier parte, tratando de inventarlo otra vez cada vez que 1o hacan. Al principio lo hicieron como mejor podan en los carros deportivos con que el pap de Billy trataba de apaciguar sus propias culpas. Despus, cuando los coches se les volvieron demasiado fciles, se metan por la noche en las casetas desiertas de Marbella donde el destino los haba enfrentado por primera vez, y hasta se metieron disfrazados durante el carnaval de noviembre en los cuartos de alquiler del antiguo barrio de esclavos de Getseman, al amparo de las mamasantas que hasta haca pocos meses tenan que padecer a Billy Snchez con su pandilla de cadeneros. Nena Daconte se entreg a los amores furtivos con la misma devocin frentica que antes malgastaba en el saxofn, hasta el punto de que su bandolero domesticado termin por entender lo que ella quiso decirle cuando le dijo que tena que comportarse como un negro. Billy Snchez le correspondi siempre y bien, y con el mismo alborozo. Ya casados, cumplieron con el deber de amarse mientras las azafatas dorman en mitad del Atlntico, encerrados a duras penas y ms muertos de risa que de placer en el retrete del avin. Slo ellos saban entonces, 24 horas despus de la boda, que Nena Daconte estaba encinta desde haca dos meses.

De modo que cuando llegaron a Madrid se sentan muy lejos de ser dos amantes saciados, pero tenan bastantes reservas para comportarse como recin casados puros. Los padres de ambos lo haban previsto todo. Antes del desembarco, un funcionario de protocolo subi a la cabina de primera clase para llevarle a Nena Daconte el abrigo de visn blanco con franjas de un negro luminoso, que era el regalo de bodas de sus padres. A Billy Snchez le llev una chaqueta de cordero que era la novedad de aquel invierno, y las llaves sin marca de un coche de sorpresa que le esperaba en el aeropuerto.

La misin diplomtica de su pas los recibi en el saln oficial. El embajador y su esposa no slo eran amigos desde siempre de la familia de ambos, sino que l era el mdico que haba asistido al nacimiento de Nena Daconte, y la esper con un ramo de rosas tan radiantes y frescas, que hasta las gotas de roco parecan artificiales. Ella los salud a ambos con besos de burla, incmoda con su condicin un poco prematura de recin casada, y luego recibi las rosas. Al cogerlas se pinch el dedo con una espina del tallo, pero sorte el percance con un recurso encantador.

-Lo hice adrede -dijo- para que se fijaran en mi anillo.

En efecto, la misin diplomtica en pleno admir el esplendor del anillo, calculando que deba costar una fortuna no tanto por la clase de los diamantes como por su antigedad bien conservada. Pero nadie advirti que el dedo empezaba a sangrar. La atencin de todos deriv despus hacia el coche nuevo. El embajador haba tenido el buen humor de llevarlo al aeropuerto, y de hacerlo envolver en papel celofn con un enorme lazo dorado. Billy Snchez no apreci su ingenio. Estaba tan ansioso por conocer el coche que desgarr la envoltura de un tirn y se qued sin aliento. Era el Bentley convertible de ese ao con tapicera de cuero legtimo. El cielo pareca un manto de ceniza, el Guadarrama mandaba un viento cortante y helado, y no se estaba bien a la intemperie, pero Billy Snchez no tena todava la nocin del fro. Mantuvo a la misin diplomtica en el estacionamiento sin techo, inconsciente de que se estaban congelando por cortesa, hasta que termin de reconocer el coche en sus detalles recnditos. Luego el embajador se sent a su lado para guiarlo hasta la residencia oficial donde estaba previsto un almuerzo. En el trayecto le fue indicando los lugares ms conocidos de la ciudad, pero l slo pareca atento a la magia del coche.

Era la primera vez que sala de su tierra. Haba pasado por todos los colegios privados y pblicos, repitiendo siempre el mismo curso, hasta que se qued flotando en un limbo de desamor. La primera visin de una ciudad distinta de la suya, los bloques de casas cenicientas con las luces encendidas a pleno da, los rboles pelados, el mar distante, todo le iba aumentando un sentimiento de desamparo que se esforzaba por mantener al margen del corazn. Sin embargo, poco despus cay sin darse cuenta en la primera trampa del olvido. Se habla precipitado una tormenta instantnea y silenciosa, la primera de la estacin, y cuando salieron de la casa del embajador despus del almuerzo para emprender el viaje hacia Francia, encontraron la ciudad cubierta de una nieve radiante. Billy Snchez se olvid entonces del coche, y en presencia de todos, dando gritos de jbilo y echndose puados de polvo de nieve en la cabeza, se revolc en mitad de la calle con el abrigo puesto.

Nena Daconte se dio cuenta por primera vez de que el dedo estaba sangrando, cuando salieron de Madrid en una tarde que se haba vuelto difana despus de la tormenta. Se sorprendi, porque haba acompaado con el saxofn a la esposa del embajador, a quien le gustaba cantar arias de pera en italiano despus de los almuerzos oficiales, y apenas si not la molestia en el anular. Despus, mientras le iba indicando a su marido las rutas ms cortas hacia la frontera, se chupaba el dedo de un modo inconsciente cada vez que le sangraba, y slo cuando llegaron a los Pirineos se le ocurri buscar una farmacia. Luego sucumbi a los sueos atrasados de los ltimos das, y cuando despert de pronto con la impresin de pesadilla de que el coche andaba por el agua, no se acord ms durante un largo rato del pauelo amarrado en el dedo. Vio en el reloj luminoso del tablero que eran ms de las tres, hizo sus clculos mentales, y slo entonces comprendi que haban seguido de largo por Burdeos, y tambin por Angulema y Poitiers, y estaban pasando por el dique de Loira inundado por la creciente. El fulgor de la luna se filtraba a travs de la neblina, y las siluetas de los castillos entre los pinos parecan de cuentos de fantasmas. Nena Daconte, que conoca la regin de memoria, calcul que estaban ya a unas tres horas de Pars, y Billy Snchez continuaba impvido en el volante.

-Eres un salvaje -le dijo-. Llevas ms de once horas manejando sin comer nada.

Estaba todava sostenido en vilo por la embriaguez del coche nuevo. A pesar de que en el avin haba dormido poco y mal, se senta despabilado y con fuerzas de sobra para llegar a Pars al amanecer.

-Todava me dura el almuerzo de la embajada -dijo-. Y agreg sin ninguna lgica: Al fin y al cabo, en Cartagena estn saliendo apenas del cine. Deben ser como las diez.

Con todo Nena Daconte tema que l se durmiera conduciendo. Abri una caja de entre los tantos regalos que les haban hecho en Madrid y trat de meterle en la boca un pedazo de naranja azucarada. Pero l la esquiv.

-Los machos no comen dulces -dijo.

Poco antes de Orlens se desvaneci la bruma, y una luna muy grande ilumin las sementeras nevadas, pero el trfico se hizo ms difcil por la confluencia de los enormes camiones de legumbres y cisternas de vinos que se dirigan a Pars. Nena Daconte hubiera querido ayudar a su marido en el volante, pero ni siquiera se atrevi a insinuarlo, porque le haba advertido desde la primera vez en que salieron juntos que no hay humillacin ms grande para un hombre que dejarse conducir por su mujer. Se senta lcida despus de casi cinco horas de buen sueo, y estaba adems contenta de no haber parado en un hotel de la provincia de Francia, que conoca desde muy nia en numerosos viajes con sus padres. "No hay paisajes ms bellos en el mundo", deca, "pero uno puede morirse de sed sin encontrar a nadie que le d gratis un vaso de agua." Tan convencida estaba, que a ltima hora haba metido un jabn y un rollo de papel higinico en el maletn de mano, porque en los hoteles de Francia nunca haba jabn, y el papel de los retretes eran los peridicos de la semana anterior cortados en cuadritos y colgados de un gancho. Lo nico que lamentaba en aquel momento era haber desperdiciado una noche entera sin amor. La rplica de su marido fue inmediata.

-Ahora mismo estaba pensando que debe ser del carajo tirar en la nieve -dijo-. Aqu mismo, si quieres.

Nena Daconte lo pens en serio. Al borde de la carretera, la nieve bajo la luna tena un aspecto mullido y clido, pero a medida que se acercaban a los suburbios de Pars el trfico era ms intenso, y haba ncleos de fbricas iluminadas y numerosos obreros en bicicleta. De no haber sido invierno, estaran ya en pleno da.

-Ya ser mejor esperar hasta Pars -dijo Nena Daconte-. Bien calienticos y en una cama con sbanas limpias, como la gente casada.

-Es la primera vez que me fallas -dijo l.

-Claro -replic ella-. Es la primera vez que somos casados.

Poco antes de amanecer se lavaron la cara y orinaron en una fonda del camino, y tomaron caf con croissants calientes en el mostrador donde los camioneros desayunaban con vino tinto. Nena Daconte se haba dado cuenta en el bao de que tena manchas de sangre en la blusa y la falda, pero no intent lavarlas. Tir en la basura el pauelo empapado, se cambi el anillo matrimonial para la mano izquierda y se lav bien el dedo herido con agua y jabn. El pinchazo era casi invisible. Sin embargo, tan pronto como regresaron al coche volvi a sangrar, de modo que Nena Daconte dej el brazo colgando fuera de la ventana, convencida de que el aire glacial de las sementeras tena virtudes de cauterio. Fue otro recurso vano pero todava no se alarm. "Si alguien nos quiere encontrar ser muy fcil", dijo con su encanto natural. "Slo tendr que seguir el rastro de mi sangre en la nieve." Luego pens mejor en lo que haba dicho y su rostro floreci en las primeras luces del amanecer.

-Imagnate -dijo: -un rastro de sangre en la nieve desde Madrid hasta Pars. No te parece bello para una cancin?

No tuvo tiempo de volverlo a pensar. En los suburbios de Pars, el dedo era un manantial incontenible, y ella sinti de veras que se le estaba yendo el alma por la herida. Haba tratado de segar el flujo con el rollo de papel higinico que llevaba en el maletn, pero ms tardaba en vendarse el dedo que en arrojar por la ventana las tiras del papel ensangrentado. La ropa que llevaba puesta, el abrigo, los asientos del coche, se iban empapando poco a poco de un modo irreparable. Billy Snchez se asust en serio e insisti en buscar una farmacia, pero ella saba entonces que aquello no era asunto de boticarios.

-Estamos casi en la Puerta de Orlens -dijo-. Sigue de por la avenida del general Leclerc, que es la ms ancha y con muchos rboles, y despus yo te voy diciendo lo que haces.

Fue el trayecto ms arduo de todo el viaje. La avenida del General Leclerc era un nudo infernal de automviles pequeos y bicicletas, embotellados en ambos sentidos, y de los camiones enormes que trataban de llegar a los mercados centrales. Billy Snchez se puso tan nervioso con el estruendo intil de las bocinas, que se insult a gritos en lengua de cadeneros con varios conductores y hasta trat de bajarse del coche para pelearse con uno, pero Nena Daconte logr convencerlo de que los franceses eran la gente ms grosera del mundo, pero no se golpeaban nunca. Fue una prueba ms de su buen juicio, porque en aquel momento Nena Daconte estaba haciendo esfuerzos para no perder la conciencia.

Slo para salir de la glorieta del Len de Belfort necesitaron ms de una hora. Los cafs y almacenes estaban iluminados como si fuera la media noche, pues era un martes tpico de los eneros de Pars, encapotados y sucios y con una llovizna tenaz que no alcanzaba a concretarse en nieve. Pero la avenida DenferRochereau estaba ms despejada, y al cabo de unas pocas cuadras Nena Daconte le indic a su marido que doblara a la derecha, y estacion frente a la entrada de emergencia de un hospital enorme y sombro.

Necesit ayuda para salir del coche, pero no perdi la serenidad ni la lucidez. Mientras llegaba el mdico de turno, acostada en la camilla rodante, contest a la enfermera el cuestionario de rutina sobre su identidad y sus antecedentes de salud. Billy Snchez le llev el bolso y le apret la mano izquierda donde entonces llevaba el anillo de bodas, y la sinti lnguida y fra, y sus labios haban perdido el color. Permaneci a su lado, con la mano en la suya, hasta que lleg el mdico de turno y le hizo un examen rpido al anular herido. Era un hombre muy joven, con la piel del color del cobre antiguo y la cabeza pelada. Nena Daconte no le prest atencin sino que dirigi a su marido una sonrisa lvida.

-No te asustes -le dijo, con su humor invencible-. Lo nico que puede suceder es que este canbal me corte la mano para comrsela.

El mdico concluy el examen, y entonces los sorprendi con un castellano muy correcto aunque con raro acento asitico.

-No, muchachos -dijo-. Este canbal prefiere morirse de hambre antes que cortar una mano tan bella.

Ellos se ofuscaron pero el mdico los tranquiliz con un gesto amable. Luego orden que se llevaran la camilla, y Billy Snchez quiso seguir con ella cogido de la mano de su mujer. El mdico lo detuvo por el brazo.

-Usted no -le dijo-. Va para cuidados intensivos.Nena Daconte le volvi a sonrer al esposo, y le sigui diciendo adis con la mano hasta que la camilla se perdi en el fondo del corredor. El mdico se retras estudiando los datos que la enfermera haba escrito en una tablilla. Billy Snchez lo llam.

-Doctor -le dijo-. Ella est encinta.

-Cunto tiempo?

-Dos meses.

El mdico no le dio la importancia que Billy Snchez esperaba. "Hizo bien en decrmelo," dijo, y se fue detrs de la camilla. Billy Snchez se qued parado en la sala lgubre olorosa a sudores de enfermos, se qued sin saber qu hacer mirando el corredor vaco por donde se haban llevado a Nena Daconte, y luego se sent en el escao de madera donde haba otras personas esperando. No supo cunto tiempo estuvo ah, pero cuando decidi salir del hospital era otra vez de noche y continuaba la llovizna, y l segua sin saber ni siquiera qu hacer consigo mismo, abrumado por el peso del mundo.

Nena Daconte ingres a las 9:30 del martes 7 de enero, segn lo pude comprobar aos despus en los archivos del hospital. Aquella primera noche, Billy Snchez durmi en el coche estacionado frente a la puerta de urgencias y muy temprano al da siguiente se comi seis huevos cocidos y dos tazas de caf con leche en la cafetera que encontr ms cerca, pues no haba hecho una comida completa desde Madrid. Despus volvi a la sala de urgencias para ver a Nena Daconte pero le hicieron entender que deba dirigirse a la entrada principal. All consiguieron, por fin, un asturiano del servicio que lo ayud a entenderse con el portero, y ste comprob que en efecto Nena Daconte estaba registrada en el hospital, pero que slo se permitan visitas los martes de nueve a cuatro. Es decir, seis das despus. Trat de ver al mdico que hablaba castellano, a quien describi como un negro con la cabeza pelada, pero nadie le dio razn con dos detalles tan simples.

Tranquilizado con la noticia de que Nena Daconte estaba en el registro, volvi al lugar donde haba dejado el coche, y un agente de trnsito lo oblig a estacionar dos cuadras ms adelante, en una calle muy estrecha y del lado de los nmeros impares. En la acera de enfrente haba un edificio restaurado con un letrero: "Hotel Nicole". Tena una sola estrella, y una sala de recibo muy pequea donde no haba ms que un sof y un viejo piano vertical, pero el propietario de voz aflautada poda entenderse con los clientes en cualquier idioma a condicin de que tuvieran con qu pagar. Billy Snchez se instal con once maletas y nueve cajas de regalos en el nico cuarto libre, que era una mansarda triangular en el noveno piso, a donde se llegaba sin aliento por una escalera en espiral que ola a espuma de coliflores hervidas. Las paredes estaban forradas de colgaduras tristes y por la nica ventana no caba nada ms que la claridad turbia del patio interior. Haba una cama para dos, un ropero grande, una silla simple, un bid porttil y un aguamanil con su platn y su jarra, de modo que la nica manera de estar dentro del cuarto era acostado en la cama. Todo era peor que viejo, desventurado, pero tambin muy limpio, y con un rastro saludable de medicina reciente.

A Billy Snchez no le habra alcanzado la vida para descifrar los enigmas de ese mundo fundado en el talento de la cicatera. Nunca entendi el misterio de la luz de la escalera que se apagaba antes de que l llegara a su piso, ni descubri la manera de volver a encenderla. Necesit media maana para aprender que en el rellano de cada piso habla un cuartito con un excusado de cadena, y ya haba decidido usarlo en las tinieblas cuando descubri por casualidad que la luz se encenda al pasar el cerrojo por dentro, para que nadie la dejara encendida por olvido. La ducha, que estaba en el extremo del corredor y que l se empeaba en usar des veces al da como en su tierra, se pagaba aparte y de contado, y el agua caliente, controlada desde la administracin, se acababa a los tres minutos. Sin embargo, Billy Snchez tuvo bastante claridad de juicio para comprender que aquel orden tan distinto del suyo era de todos modos mejor que la intemperie de enero, se senta adems tan ofuscado y solo que no poda entender cmo pudo vivir alguna vez sin el amparo de Nena Daconte.Tan pronto como subi al cuarto, la maana del mircoles, se tir bocabajo en la cama con el abrigo puesto pensando en la criatura de prodigio que continuaba desangrndose en la acerca de enfrente, y muy pronto sucumbi en un sueo tan natural que cuando despert eran las cinco en el reloj, pero no pudo deducir si eran las cinco de la tarde o del amanecer, ni de qu da de la semana ni en qu ciudad de vidrios azotados por el viento y la lluvia. Esper despierto en la cama, siempre pensando en Nena Daconte, hasta que pudo comprobar que en realidad amaneca. Entonces fue a desayunar a la misma cafetera del da anterior, y all pudo establecer que era jueves. Las luces del hospital estaban encendidas y haba dejado de llover, de modo que permaneci recostado en el tronco de un castao frente a la entrada principal, por donde entraban y salan mdicos y enfermeras de batas blancas, con la esperanza de encontrar al mdico asitico que haba recibido a Nena Daconte. No lo vio, ni tampoco esa tarde despus del almuerzo, cuando tuvo que desistir de la espera porque se estaba congelando. A las siete se tom otro caf con leche y se comi dos huevos duros que l mismo cogi en el aparador despus de cuarenta y ocho horas de estar comiendo la misma cosa en el mismo lugar. Cuando volvi al hotel para acostarse, encontr su coche solo en una acera y todos los dems en la acera de enfrente, y tena puesta la noticia de una multa en el parabrisas. Al portero del Hotel Nicole le cost trabajo explicarle que en los das impares del mes se poda estacionar en la acera de nmeros impares, y al da siguiente en la acera contraria. Tantas artimaas racionalistas resultaban incomprensibles para un Snchez de vila de los ms acendrados que apenas dos aos antes se haba metido en un cine de barrio con el automvil oficial del alcalde mayor, y haba causado estragos de muerte ante los policas impvidos. Entendi menos todava cuando el portero del hotel le aconsej que pagara la multa, pero que no cambiara el coche de lugar a esa hora, porque tendra que cambiarlo otra vez a las doce de la noche. Aquella madrugada, por primera vez, no pens slo en Nena Daconte, sino que daba vueltas en la cama sin poder dormir, pensando en sus propias noches de pesadumbre en las cantinas de maricas del mercado pblico de Cartagena del Caribe. Se acordaba del sabor del pescado frito y el arroz de coco en las fondas del muelle donde atracaban las goletas de Aruba. Se acord de su casa con las paredes cubiertas de trinitarias, donde seran apenas las siete de la noche de ayer, y vio a su padre con una pijama de seda leyendo el peridico en el fresco de la terraza.Se acord de su madre, de quien nunca se saba dnde estaba a ninguna hora, su madre apetitosa y lenguaraz, con un traje de domingo y una rosa en la oreja desde el atardecer, ahogndose de calor por el estorbo de sus tetas esplndidas. Una tarde, cuando l tena siete aos, haba entrado de pronto en el cuarto de ella y la haba sorprendido desnuda en la cama con uno de sus amantes casuales. Aquel percance del que nunca haba hablado, estableci entre ellos una relacin de complicidad que era ms til que el amor. Sin embargo, l no fue consciente de eso, ni de tantas cosas terribles de su soledad de hijo nico, hasta esa noche en que se encontr dando vueltas en la cama de una mansarda triste de Pars, sin nadie a quin contarle su infortunio, y con una rabia feroz contra s mismo porque no poda soportar las ganas de llorar.

Fue un insomnio provechoso. El viernes se levant estropeado por la mala noche, pero resuelto a definir su vida. Se decidi por fin a violar la cerradura de su maleta para cambiarse de ropa pues las llaves de todas estaban en el bolso de Nena Daconte, con la mayor parte del dinero y la libreta de telfonos donde tal vez hubiera encontrado el nmero de algn conocido de Pars. En la cafetera de siempre se dio cuenta de que haba aprendido a saludar en francs y a pedir sanduiches de jamn y caf con leche. Tambin saba que nunca le sera posible ordenar mantequilla ni huevos en ninguna forma, porque nunca los aprendera a decir, pero la mantequilla la servan siempre con el pan, y los huevos duros estaban a la vista en el aparador y se cogan sin pedirlos. Adems, al cabo de tres das, el personal de servicio se habla familiarizado con l, y lo ayudaban a explicarse. De modo que el viernes al almuerzo, mientras trataba de poner la cabeza en su puesto, orden un filete de ternera con papas fritas y una botella de vino. Entonces se sinti tan bien que pidi otra botella, la bebi hasta la mitad, y atraves la calle con la resolucin firme de meterse en el hospital por la fuerza. No sabia dnde encontrar a Nena Daconte, pero en su mente estaba fija la imagen providencial del mdico asitico, y estaba seguro de encontrarlo. No entr por la puerta principal sino por la de urgencias, que le haba parecido menos vigilada, pero no alcanz a llegar ms all del corredor donde Nena Daconte le haba dicho adis con la mano. Un guardin con la bata salpicada de sangre le pregunt algo al pasar, y l no le prest atencin. El guardin lo sigui, repitiendo siempre la misma pregunta en francs, y por ltimo lo agarr del brazo con tanta fuerza que lo detuvo en seco. Billy Snchez trat de sacudrselo con un recurso de cadenero, y entonces el guardin se cag en su madre en francs, le torci el brazo en la espalda con una llave maestra, y sin dejar de cagarse mil veces en su puta madre lo llev casi en vilo hasta la puerta, rabiando de dolor, y lo tir como un bulto de papas en la mitad de la calle.

Aquella tarde, dolorido por el escarmiento, Billy Snchez empez a ser adulto. Decidi, como lo hubiera hecho Nena Daconte, acudir a su embajador. El portero del hotel, que a pesar de su catadura huraa era muy servicial, y adems muy paciente con los idiomas, encontr el nmero y la direccin de la embajada en el directorio telefnico, y se los anot en una tarjeta. Contest una mujer muy amable, en cuya voz pausada y sin brillo reconoci Billy Snchez de inmediato la diccin de los Andes. Empez por anunciarse con su nombre completo, seguro de impresionar a la mujer con sus dos apellidos, pero la voz no se alter en el telfono. La oy explicar la leccin de memoria de que el seor embajador no estaba por el momento en su oficina, que no lo esperaban hasta el da siguiente, pero que de todos modos no poda recibirlo sino con cita previa y slo para un caso especial. Billy Snchez comprendi entonces que por ese camino tampoco llegara hasta Nena Daconte, y agradeci la informacin con la misma amabilidad con que se la haban dado. Luego tom un taxi y se fue a la embajada.

Estaba en el nmero 22 de la calle Elseo, dentro de uno de los sectores ms apacibles de Pars, pero lo nico que le impresion a Billy Snchez, segn l mismo me cont en Cartagena de Indias muchos aos despus, fue que el sol estaba tan claro como en el Caribe por la primera vez desde su llegada, y que la Torre Eiffel sobresala por encima de la ciudad en un cielo radiante. El funcionario que lo recibi en lugar del embajador pareca apenas restablecido de una enfermedad mortal, no slo por el vestido de pao negro, el cuello opresivo y la corbata de luto, sino tambin por el sigilo de sus ademanes y la mansedumbre de la voz. Entendi la ansiedad de Billy Snchez, pero le record, sin perder la dulzura, que estaban en un pas civilizado cuyas normas estrictas se fundamentaban en criterios muy antiguos y sabios, al contrario de las Amricas brbaras, donde bastaba con sobornar al portero para entrar en los hospitales. "No, mi querido joven," le dijo. No haba ms remedio que someterse al imperio de la razn, y esperar hasta el martes.

-Al fin y al cabo, ya no faltan sino cuatro das -concluy-. Mientras tanto, vaya al Louvre. Vale la pena.

Al salir Billy Snchez se encontr sin saber qu hacer en la Plaza de la Concordia. Vio la Torre Eiffel por encima de los tejados, y le pareci tan cercana que trat de llegar hasta ella caminando por los muelles. Pero muy pronto se dio cuenta de que estaba ms lejos de lo que pareca, y que adems cambiaba de lugar a medida que la buscaba. As que se puso a pensar en Nena Daconte sentado en un banco de la orilla del Sena. Vio pasar los remolcadores por debajo de los puentes, y no le parecieron barcos sino casas errantes con techos colorados y ventanas con tiestos de flores en el alfizar, y alambres con ropa puesta a secar en los planchones. Contempl durante un largo rato a un pescador inmvil, con la caa inmvil y el hilo inmvil en la corriente, y se cans de esperar a que algo se moviera, hasta que empez a oscurecer y decidi tomar un taxi para regresar al hotel. Slo entonces cay en la cuenta de que ignoraba el nombre y la direccin y de que no tena la menor idea del sector de Pars en donde estaba el hospital.

Ofuscado por el pnico, entr en el primer caf que encontr, pidi un cogac y trat de poner sus pensamientos en orden. Mientras pensaba se vio repetido muchas veces y desde ngulos distintos en los espejos numerosos de las paredes, y se encontr asustado y solitario, y por primera vez desde su nacimiento pens en la realidad de la muerte. Pero con la segunda copa se sinti mejor, y tuvo la idea providencial de volver a la embajada. Busc la tarjeta en el bolsillo para recordar el nombre de la calle, y descubri que en el dorso estaba impreso el nombre y la direccin del hotel. Qued tan mal impresionado con aquella experiencia, que durante el fin de semana no volvi a salir del cuarto sino para comer, y para cambiar el coche a la acera correspondiente. Durante tres das cay sin pausas la misma llovizna sucia de la maana en que llegaron. Billy Snchez, que nunca haba ledo un libro completo, hubiera querido tener uno para no aburrirse tirado en la cama, pero los nicos que encontr en las maletas de su esposa eran en idiomas distintos del castellano. As que sigui esperando el martes, contemplando los pavorreales repetidos en el papel de las paredes y sin dejar de pensar un solo instante en Nena Daconte. El lunes puso un poco de orden en el cuarto, pensando en lo que dira ella si lo encontraba en ese estado, y slo entonces descubri que el abrigo de visn estaba manchado de sangre seca. Pas la tarde lavndolo con el jabn de olor que encontr en el maletn de mano, hasta que logr dejarlo otra vez como lo haban subido al avin en Madrid.

El martes amaneci turbio y helado, pero sin la llovizna, y Billy Snchez se levant desde las seis, y esper en la puerta del hospital junto con una muchedumbre de parientes de enfermos cargados de paquetes de regalos y ramos de flores. Entr con el tropel, llevando en el brazo el abrigo de visn, sin preguntar nada y sin ninguna idea de dnde poda estar Nena Daconte, pero sostenido por la certidumbre de que haba de encontrar al mdico asitico. Pas por un patio interior muy grande con flores y pjaros silvestres, a cuyos lados estaban los pabellones de los enfermos: las mujeres, a la derecha, y los hombres, a la izquierda. Siguiendo a los visitantes, entr en el pabelln de mujeres. Vio una larga hilera de enfermas sentadas en las camas con el camisn de trapo del hospital, iluminadas por las luces grandes de las ventanas, y hasta pens que todo aquello era ms alegre de lo que se poda imaginar desde fuera. Lleg hasta el extremo del corredor, y luego lo recorri de nuevo en sentido inverso, hasta convencerse de que ninguna de las enfermas era Nena Daconte. Luego recorri otra vez la galera exterior mirando por la ventana de los pabellones masculinos, hasta que crey reconocer al mdico que buscaba.

Era l, en efecto. Estaba con otros mdicos y varias enfermeras, examinando a un enfermo. Billy Snchez entr en el pabelln, apart a una de las enfermeras del grupo, y se par frente al mdico asitico, que estaba inclinado sobre el enfermo. Lo llam. El mdico levant sus ojos desolados, pens un instante, y entonces lo reconoci.

-Pero dnde diablos se haba metido usted! -dijo.Billy Snchez se qued perplejo.

-En el hotel -dijo-. Aqu a la vuelta.

Entonces lo supo. Nena Daconte haba muerto desangrada a las 7:10 de la noche del jueves 9 de enero, despus de setenta horas de esfuerzos intiles de los especialistas mejor calificados de Francia. Hasta el ltimo instante haba estado lcida y serena, y dio instrucciones para que buscaran a su marido en el hotel Plaza Athene, tenan una habitacin reservada, y dio los datos para que se pusieran en contacto con sus padres. La embajada haba sido informada el viernes por un cable urgente de su cancillera, cuando ya los padres de Nena Daconte volaban hacia Pars. El embajador en persona se encarg de los trmites de embalsamamiento y los funerales, y permaneci en contacto con la Prefectura de Polica de Pars para localizar a Billy Snchez. Un llamado urgente con sus datos personales fue transmitido desde la noche del viernes hasta la tarde del domingo a travs de la radio y la televisin, y durante esas 40 horas fue el hombre ms buscado de Francia. Su retrato, encontrado en el bolso de Nena Daconte, estaba expuesto por todas partes. Tres Bentleys convertibles del mismo modelo haban sido localizados, pero ninguno era el suyo.

Los padres de Nena Daconte haban llegado el sbado al medioda, y velaron el cadver en la capilla del hospital esperando hasta ltima hora encontrar a Billy Snchez. Tambin los padres de ste haban sido informados, y estuvieron listos para volar a Pars, pero al final desistieron por una confusin de telegramas. Los funerales tuvieron lugar el domingo a las dos de la tarde, a slo doscientos metros del srdido cuarto del hotel donde Billy Snchez agonizaba de soledad por el amor de Nena Daconte. El funcionario que lo haba atendido en la embajada me dijo aos ms tarde que l mismo recibi el telegrama de su cancillera una hora despus de que Billy Snchez sali de su oficina, y que estuvo buscndolo por los bares sigilosos del Faubourg-St. Honor. Me confes que no le haba puesto mucha atencin cuando lo recibi, porque nunca se hubiera imaginado que aquel costeo aturdido con la novedad de Pars, y con un abrigo de cordero tan mal llevado, tuviera a su favor un origen tan ilustre. El mismo domingo por la noche, mientras l soportaba las ganas de llorar de rabia, los padres de Nena Daconte desistieron de la bsqueda y se llevaron el cuerpo embalsamado dentro de un atad metlico, y quienes alcanzaron a verlo siguieron repitiendo durante muchos aos que no haban visto nunca una mujer ms hermosa, ni viva ni muerta. De modo que cuando Billy Snchez entr por fin al hospital, el martes por la maana, ya se haba consumado el entierro en el triste panten de la Manga, a muy pocos metros de la casa donde ellos haban descifrado las primeras claves de la felicidad. El mdico asitico que puso a Billy Snchez al corriente de la tragedia quiso darle unas pastillas calmantes en la sala del hospital, pero l las rechaz. Se fue sin despedirse, sin nada qu agradecer, pensando que lo nico que necesitaba con urgencia era encontrar a alguien a quien romperle la madre a cadenazos para desquitarse de su desgracia. Cuando sali del hospital, ni siquiera se dio cuenta de que estaba cayendo del cielo una nieve sin rastros de sangre, cuyos copos tiernos y ntidos parecan plumitas de palomas, y que en las calles de Pars haba un aire de fiesta, porque era la primera nevada grande en diez aos.