El profesor Unrat de Heinrich Mann r1.0.pdf

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  • La novela El profesor Unrat de Heinrich Mann trasciende las fronteras de la cultura alemana y el momento especfico en quetranscurre la historia. La representacin cinematogrfica de la obra, bajo el ttulo El ngel azul con el que se conoceraposteriormente, no hizo sino poner de relieve el drama de un hombre maduro que se ve de pronto perdidamente enamoradode una muchacha que, adems de pertenecer a una condicin social inferior a la suya, se dedica a actividades que sonduramente censuradas por la sociedad de la poca.

  • Heinrich Mann

    El profesor Unrat

    e Pub r1.0

    I b nK ha l d un 26.06.13

  • Ttulo original: Professor UnratHeinrich Mann, 1905

    Editor digital: IbnKhaldunePub base r1.0

  • PrlogoLa novela El profesor Unrat de Heinrich Mann trasciende las fronteras de la cultura alemana y elmomento especfico en que transcurre la historia. La representacin cinematogrfica de la obra, bajoel ttulo El ngel azul con el que se conocera posteriormente, no hizo sino poner de relieve el dramade un hombre maduro que se ve de pronto perdidamente enamorado de una muchacha que, adems depertenecer a una condicin social inferior a la suya, se dedica a actividades que son duramentecensuradas por la sociedad de la poca.

    Heinrich Mann consigue penetrar en lo ms profundo de la sicologa de los personajes. As,cuando constatamos que el profesor Unrat apodado Basura por sus alumnos a causa de sudescuidada figura y de un cido juego de palabras provocado por la semejanza fontica entre suapellido y el mote con el cual lo designan vive obsesionado con la idea de sorprender en falta a susalumnos, advertimos la sorda lucha interior del protagonista que se devana los sesos pensando en ladestruccin de sus alumnos ms contumaces. Se trata de un maestro rgido que se sienteconstantemente amenazado por las burlas de sus alumnos. Basta un gesto inusual de un estudiantedurante la hora de recreo, un rumor inesperado en la sala de clases, un silencio sospechoso en el aula,para que de inmediato Unrat se ponga a la defensiva. No es extrao entonces que el protagonistainterprete la natural desidia de los adolescentes ante los deberes escolares como verdaderos ataquesen su contra y decida sancionarlos, plantendoles exigencias acadmicas que van ms all de susposibilidades. Su paranoia no le da respiro. Pasa sus das y sus noches atenaceado por ese insistentedilogo interior que le hace revivir cada mal rato de la jornada y que lo lleva a pensar en los castigosque va a infligir a los ms insubordinados de su clase: a Von Ertzum, por su aire campechano tandistante de las letras griegas y por su exasperante lentitud para comprender; a Kieselack, por suarrogancia y espritu de rebelda; a Lohmann, por su displicencia. Unrat francamente detesta al cursoentero por ese sentido filial y secreto con que el grupo se resiste a sus mtodos pedaggicos, perocomo todo tirano, al mismo tiempo les teme.

    Cierto da, tras encerrar en el calabozo nombre que se le da a un pequeo cuarto que sirve deguardarropa a los ms dscolos de la clase y mientras pasea por la sala con el sabor de haberdominado la rebelin juvenil, su atencin recae en el cuaderno de uno de los castigados. AJ hojearlocon disimulo se encuentra con unos encendidos versos de amor dirigidos a una tal Rosa Frhlich. Apartir de ese momento la condicin obsesiva del protagonista queda en evidencia una vez ms. Notendr paz ni un solo instante. Ya en su hogar, recuerda persistentemente los versos y el nombre dela artista que incita a los muchachos a una conducta pecaminosa; sin poder dormir se echa sobre loshombros su viejo y rado gabn, y sale a la noche lluviosa en busca de la bailarina; recorre lascallejuelas desiertas que lo llevarn hasta los lmites de la ciudad con ojos ansiosos, mientras en surostro se dibuja una sonrisa venenosa, preludio de su venganza contra los alumnos.

    El encuentro del viejo maestro con la bailarina de los pies desnudos que canta en el cabaret Elngel Azul con expresin maliciosa: Como soy tan joven y tan inocente ante un pblicomasculino enfervorizado por el alcohol da inicio a una tormenta interior que ya no lo dejar en paz.A partir de ese momento visitar cada noche su camarn y se ir enredando con la muchacha en unarelacin ambigua que lo arrastrar hacia una vida bohemia y sin escrpulos.

    La bsqueda del placer en sitios tan alejados del mundo acadmico nos recuerda otras obras de ta

  • literatura alemana que dan cuenta de similar motivo literario. Desde luego la prodigiosa novela Lamuerte en Venecia , escrita por Thomas Mann, hermano de Heinrich. En ella el escritor e intelectualGustavo von Aschenbach quien no haba disfrutado nunca del ocio ni conoci la descuidadaindolencia de ta juventud repentinamente siente el impulso de viajar a un lugar desconocido. Seimagina comarcas tropicales cenagosas, selvas, islas, pantanos, gigantescas palmeras que se alzan enmedio de una vegetacin lujuriosa. Comprende que est hastiado de su robustez moral, de lasduchas matutinas de agua fra, de esa frrea disciplina heredada de su padre que ahora no le sirve paranada; toma entonces la decisin de emprender un viaje a Venecia en busca de esa sensualidad que lepermita recuperar el sentido ms vital de la existencia. Un leitmotiv semejante encontramos en lacreacin filosfico-potica de Goethe, Fausto. El viejo sabio toma conciencia al final de sus das deque gran parte de su vida la ha dedicado a la lectura, el estudio y la investigacin. Tras comprobar,con rabia y dolor, que no ha vivido los placeres de la vida, decide vender su alma al diablo a cambiode recuperar su juventud y as vivir plenamente una segunda existencia.

    Heinrich Mann, con una aguda percepcin y un lenguaje preciso, desnuda el alma de quien, trasuna insaciable sed de castigo, esconde a un ser feble y atemorizado, en una palabra, a un cobarde.

  • SI

    u nombre era Raat, sin embargo para todo el Instituto era Basura. Un juego fcil depalabras. Otros maestros a veces cambiaban de apodo. Las nuevas promociones escolaresencontraban en ellos algn aspecto cmico inadvertido por las anteriores, y les aplicaban sin

    consideracin alguna el mote respectivo. Pero Basura conservaba el suyo a travs de muchasgeneraciones de estudiantes. Toda la ciudad lo conoca, y sus mismos colegas se lo aplicaban fuera delInstituto, e incluso dentro en cuanto volva las espaldas. Quienes hospedaban en sus casas a alumnosdel Instituto y se cuidaban de que dedicasen al estudio las horas oficialmente marcadas, hablaban sindisimular ante ellos del profesor Basura. Un nuevo sobrenombre que quiso aplicarle el profesorencargado de la clase segunda, no alcanz la menor fortuna, entre otras cosas, porque el habitual yconsagrado continuaba despertando en el viejo catedrtico el mismo efecto que veintisis aos atrs.As, bastaba decir en voz alta a su paso por el patio del Instituto:

    No encuentras que huele a basura?Puah! Ya empieza a venir la hediondez a basura, como todos los das.Y en el acto, el viejo profesor levantaba bruscamente un hombro, siempre el derecho, ms alto

    que el otro, y lanzaba oblicuamente por detrs de los cristales de sus anteojos una mirada verdosa,que los alumnos encontraban falsa y que, en realidad, era recelosa y vengativa: la mirada de un tiranocon remordimientos de conciencia, que intenta descubrir el pual oculto entre los pliegues de la ropa.Su barbilla de madera, ornada por una barba poco poblada, amarillenta y canosa, temblaba convulsa.No poda castigar a los alumnos que haban pronunciado aquellas frases, porque no poda probar suintencin vejatoria, y tena que seguir su camino deslizndose sobre sus piernas flacas y bajo sumugriento sombrero flexible, negro, de alas anchas.

    El ao anterior, al celebrar sus bodas de plata con la enseanza, el Instituto haba preparado en suhonor una serenata. Raat haba pronunciado un discurso desde su balcn. Y de pronto, cuando todaslas cabezas, echadas hacia atrs, le contemplaban, una desagradable voz de falsete haba exclamado:

    Fjense! Hay basura en el aire.Otros repitieron:Hay basura en el aire! Hay basura en el aire!Raat haba previsto la posibilidad de un tal incidente. Sin embargo, empez a tartamudear arriba,

    en su balcn, hundiendo la mirada en las bocas abiertas de los que gritaban. Sus colegas, los demsprofesores del Instituto, presenciaban impasibles la escena. Raat senta que tampoco en aquellaoportunidad podra alegar prueba alguna contra los alborotadores, pero conserv cuidadosamente susnombres. Ya, al da siguiente, la ignorancia demostrada por el de la voz de falsete al no saberresponder dnde haba nacido la Doncella de Orlens, dio pie al profesor para asegurarle que anhabra de perjudicarle muchas veces en el curso de su vida. Y, en efecto, Kieselack, el alumno de lavoz atiplada, perdi aquel curso, como lo perdieron, con l, casi todos aquellos condiscpulos suyosque haban alborotado la noche de la serenata, entre ellos Von Ertzum. Lohmann, que no habagritado, lo perdi tambin, pues favoreci con su flojera las intenciones de Basura, tanto como elprimero, con su falta de capacidad.

    A fines del otoo siguiente, una maana, hacia las once, durante el recreo que iba a preceder alejercicio de composicin alemana sobre un tema extrado de La Doncella de Orlens sucedi que Von

  • Ertzum, a quien su escasa preparacin haca temer una catstrofe, abri la ventana, en un ataque demelanclica desesperacin, y grit al azar, en medio de la niebla, con voz tenebrosa:

    Basura!No saba si el profesor andaba o no por all cerca. Y adems le tena sin cuidado. El pobre

    muchacho, hijo de nobles terratenientes provincianos, haba seguido tan slo un impulso irresistiblede dar an, por un instante, libre curso a sus energas, antes de inmovilizarse dos horas eternas anteuna hoja de papel, blanca y vaca, que haba de llenar con palabras sacadas de su cabeza, vacatambin. Pero precisamente en aquel momento cruzaba el profesor el patio. Al herirle el exabruptolanzado desde la ventana, dio un salto de costado. Arriba, entre la niebla, distingui la silueta macizade Von Ertzum. Ni en el patio ni en las ventanas haba otro alumno a quien Von Ertzum hubierapodido dirigir su ofensa. Esta vez pens Basura, jubiloso no cabe duda de que ha sido a m.Esta vez puedo, por fin, probrselo.

    Subi la escalera en cinco saltos; abri con violencia la puerta de la clase; avanz por entre losbancos y trep a la ctedra, contrayendo los dedos en los bordes del pupitre. Una vez all, tuvo quetomar aliento, y permaneci de pie, en silencio, todo estremecido. Los alumnos se haban levantado alverle, y a su tumultuoso alborotar haba sucedido un silencio francamente ensordecedor. Miraban asu profesor como a un animal daino al que, desgraciadamente, no se poda matar, y que, por elmomento, haba adquirido una lamentable ventaja sobre ellos. Basura respiraba agitado. Por fin, dijocon voz sepulcral:

    Se me ha lanzado de nuevo una palabra, un calificativo, un nombre, en fin, que no estoydispuesto a dejarme aplicar. No he de tolerar (tnganlo bien en cuenta) que individuos como ustedes,cuya despreciable contextura moral he tenido, lamentablemente, la ocasin de comprobar, me haganobjeto de su escarnio, y lo sancionar siempre que pueda. Su perversidad, Von Ertzum, a ms deinspirarme horror, se quebrar como un cristal frgil ante la firmeza de una resolucin que voy aanunciarle ahora mismo. Antes de finalizar el da dar cuenta de su hazaa al seor director, para quenuestro Instituto se vea libre, por lo menos, de las ms negras heces de la sociedad humana.

    Dicho esto, se quit el abrigo y orden:Sintense.La clase volvi a sentarse. Slo Von Ertzum sigui en pie. Su rostro, sembrado de pecas, apareca

    tan rojo como el pelo cerdoso que cubra su cabezota. Quiso decir algo, y titube, abriendo ycerrando la boca varias veces. Por fin, se lanz:

    No fui yo, seor profesor.Varias voces confirmaron, solidarias:No ha sido l.Basura se levant, golpeando con el pie la tarima.Silencio! Y usted, Von Ertzum, no olvide que no es el primero de su nombre para quien yo

    he constituido un obstculo en su carrera, y que, de aqu en adelante, he de hacerle muy difcil, si noimposible, todo avance, como tiempo atrs a su to. Usted quiere ser militar, no es verdad? Tambinsu to lo quera. Pero como no pudo aprobar el curso ni obtener la calificacin necesaria para hacer enel Ejrcito el servicio de un ao, no hubiera ingresado jams a la carrera de oficial si no hubieseconseguido una dispensa especial de su soberano. Por cierto que no tard en verse obligado a pedir suseparacin del Ejrcito, ignoro por qu causa. Ahora bien: el triste destino de su to puede ser

  • tambin el suyo, Von Ertzum. No lo olvide. Usted se lo tendr bien merecido. Por mi parte, VonErtzum, hace mucho tiempo que tengo formada una opinin sobre su familia; hace ms de quinceaos Y ahora la voz de Basura tron aqu, subterrnea, como usted no es digno de llegar consu pluma sin talento a la gloriosa figura de la Doncella, salga de inmediato de la clase, y vaya arecluirse en el calabozo.

    Von Ertzum, de comprensin lenta, permaneci quieto tendiendo el odo. Embargado por elesfuerzo de atencin, imit inconscientemente con las mandbulas los movimientos que el profesorhaca con las suyas. El mentn de Basura, en cuyo lmite superior crecan unos cuantos caonesamarillos, rodaba como sobre carriles, mientras hablaba, entre las dos arrugas ahondadas a amboslados de la boca, lanzando panculas de saliva hasta los primeros bancos. Basura grit:

    Todava se atreve usted, insensato! Al calabozo he dicho.Von Ertzum, asustado, abandon su banco. Kieselack le murmur:Defindete, idiota!Lohmann, detrs, prometi en voz baja:Djalo! Ya nos las pagar.El sentenciado pas por delante de la ctedra y penetr en el recinto al que Basura denominaba

    pomposamente el calabozo: un cuarto obscuro que serva de guardarropa a la clase. Basura suspiraliviado cuando el robusto muchacho cerr tras de s la puerta del calabozo.

    Bueno. Vamos a recuperar ahora el tiempo que nos ha hecho perder ese individuo. Angst, aqutiene usted el tema. Cpielo en la pizarra.

    El primero de la clase acerc la hoja a sus ojos miopes y comenz a copiar con lentitud. Antes deque las slabas que iba trazando llegasen a tomar sentido, todos los alumnos, movidos por unasupersticin escolar tradicional, dijeron para s: Dios mo! Seguro que me suspenden!.

    Por fin, se ley en la pizarra:

    JUANA: TRES PETICIONES DIRIGISTE AL CIELO.Dime, Delfn, si acaso fueron stas.(La Doncella de Orlens, acto I, escena dcima.)Tema: La tercera peticin del Delfn.

    Se miraron, confundidos. Basura les haba puesto una tarea dificilsima. Satisfecho, se reclin en susilln, sonriendo de travs, y se puso a hojear su cuaderno de notas.

    Qu; necesitan ustedes saber algo ms? pregunt como si todo estuviese ya perfectamenteclaro. Vamos! Empiecen!

    La mayora de los alumnos inclinaron el busto sobre sus cuadernos e hicieron como que escriban.Otros permanecieron inmviles, la vista perdida en el aire, anonadados.

    Tienen ustedes an una hora y cuarto observ Basura con voz indiferente, mientras arda defelicidad por dentro. Ninguno de los pedagogos sin conciencia que con el apoyo de manuales y fraseshechas facilitaban a la banda escolar el anlisis de cualquier escena dramtica, haba hallado todavaaquel tema.

    Algunos estudiantes recordaban la escena dcima del primer acto y conocan las dos primerasplegarias del Delfn Carlos. Pero de la tercera no saban nada ni tenan la menor idea de haberla ledo.

  • El mejor de la clase y otros dos o tres, Lohmann entre ellos, estaban incluso seguros de no haberlaledo. El Delfn slo se haca repetir por la profetisa dos de sus plegarias nocturnas. Ello le bastabapara ver en Juana una enviada de Dios. De la tercera no se deca nada en aquella escena. Luego,constaba, sin duda, en algn otro lugar de la obra, se infera indirectamente del contexto o se cumplaen alguna forma, sin que a punto fijo se supiera cmo ni dnde. El mismo nmero uno se confesabaque poda haber algn detalle que le hubiese pasado inadvertido. De todos modos, haba que deciralgo sobre aquella tercera plegaria y hasta sobre una cuarta o una quinta, si Basura lo hubiera exigido.Una larga prctica de los ejercicios de composicin les haba enseado ya a llenar un cierto nmero depginas con frases ms o menos vacas sobre cosas de cuya existencia real no estaban nadaconvencidos, tales como el deber, los beneficios de la enseanza o el honor de servir con las armas ala patria. El asunto les tena perfectamente sin cuidado, pero escriban sobre l. La obra de queproceda les era ya odiosa a fuerza de haber servido de base meses y ms meses para que el profesorles pusiese pegas, pero escriban con empeo.

    La Doncella de Orlens vena siendo estudiada por la clase desde nueve meses atrs. Los quehaban perdido el curso la conocan ya del anterior. La haban ledo del principio al fin y del fin alprincipio; se haban aprendido de memoria escenas enteras; la haban analizado desde el punto devista histrico, el potico y el gramatical; haban puesto en prosa sus versos y transformado denuevo en verso esta prosa. Para todos aquellos que al principio haban sentido la dulzura y elesplendor de la creacin potica, sta haba perdido ya todo inters. En el sonsonete, diariamenterepetido, no se perciba ya meloda alguna. Nadie oa ya la pura voz adolescente en la que se levantanseveras y espectrales las espadas, ninguna coraza cubre ya el corazn, y se extienden ampliamentedesplegadas alas de ngel, luminosas y crueles. Aqullos que ms tarde hubiesen vibrado ante lainocencia inefable de la virgen guerrera, hubiesen amado en ella el triunfo de la debilidad y hubiesenllorado al ver convertirse a la invencible amazona, abandonada por el cielo, en una inerme muchachitaenamorada, habrn de tardar ya mucho tiempo en poder experimentar tales sensaciones. Acasonecesitaran veinte aos para que Juana pudiese volver a ser para ellos algo ms que una pedanteacartonada y polvorienta.

    Las plumas corran sobre el papel. El profesor Basura se solazaba mirando por encima delhombro de sus alumnos lo que stos iban escribiendo. Para l era un buen da aquel en que lograbaatrapar a alguno, sobre todo si se trataba de alguno que le haba gritado su apodo. Aquel da hacabueno todo un ao. Desgraciadamente, llevaba ya dos cursos en los que no le haba sido posiblepescar a ninguno de sus astutos ofensores. Haban sido dos aos malos. Un ao era bueno o malo,segn que durante l hubiera atrapado a alguno o no le hubiese sido posible probar su delito.

    Basura, que se saba odiado y burlado por los alumnos, los consideraba, a su vez, como enemigoshereditarios, a los que haba que tratar de hacer reprobar el curso. Habiendo pasado toda su vida encolegios e institutos, le era imposible considerar a los muchachos y juzgar sus actos desde el puntode vista, ms alejado, del hombre objetivo y experimentado. Los vea tan de cerca como si fuera unode ellos, inesperadamente investido de poder sobre los dems y elevado a una ctedra. Hablaba ypensaba en su idioma y empleaba su argot. Lanzaba sus discursos en el mismo estilo que elloshubieran empleado en igual caso; esto es, en perodos latinizantes sembrados de as pues, enrealidad de verdad y otras muletillas intiles, restos de su clase de lectura y traduccin de Homeroen los cursos superiores; pues, naturalmente, lo que importaba en tales clases era traducir el estilo

  • exacto y minucioso de los griegos en la forma ms torpe y pesada posible. Como sus miembroshaban perdido ya toda flexibilidad, exiga que los alumnos se moviesen tambin con lentitud. Nocomprenda la necesidad juvenil de agitarse continuamente, hacer ruido, repartir codazos yempujones, atormentar, imaginar travesuras tontas y desahogar en actos gratuitos el valor superfluoy la energa sin empleo. Cuando castigaba, no lo haca con la serena superioridad del que piensa: Sonustedes unos majaderos, como corresponde a vuestra edad, y es necesario imponerles un poco dedisciplina, sino que castigaba de verdad, apretando los dientes. Todo lo que suceda en el Institutotena para Basura la gravedad y la realidad de la vida. La flojera equivala a la relajacin del ciudadanointil; la falta de atencin y la risa constituan una resistencia contra el poder del Estado; un garbanzode pega era el caonazo inicial de una revolucin; una tentativa de engao deshonraba para toda lavida. Basura palideca en tales ocasiones. Cuando enviaba a alguien al calabozo, se senta como undictador que hubiese deportado nuevamente a un grupo de revolucionarios a las coloniaspenitenciarias, y se diese cuenta, al mismo tiempo con orgullo y miedo, de su poder y de la ocultalabor que iba socavndolo. Jams olvidaba a quienes haba debido encerrar en el calabozo alguna vez,o que haban incurrido de algn modo en falta contra l. Como llevaba veinticinco aos profesando enaquel mismo Instituto, la ciudad y sus contornos estaban llenos de antiguos alumnos suyos. Deaquellos a quienes haba atrapado in fraganti y de aquellos a los que no haba podido probar nada. Ytodos ellos seguan llamndole an por el sobrenombre. El Instituto no terminaba para l de puertasafuera; se prolongaba a la ciudad entera y a innumerables habitantes de todas las edades. Por todaspanes surgan a su paso alumnos disipados y perversos que no se haban sabido la leccin y le habanhostilizado. No era nada raro que un alumno nuevo, que haba odo hablar de Basura a alguno de susfamiliares, como de un divertido recuerdo juvenil, se viese sorprendido, a la primera respuestaequivocada, con la siguiente rociada:

    Usted es ya el cuarto de su apellido que pasa por mi clase. Odio a toda su familia.Dominando desde la ctedra las cabezas inclinadas de los estudiantes, Basura experimentaba un

    sentimiento de segura victoria. Pero mientras tanto, una nueva amenaza se cerna sobre l. Vena deLohmann.

    Lohmann haba despachado rpidamente su composicin y se haba dedicado luego a una laborliteraria particular. Pero, preocupado por el caso de su amigo Von Ertzum, no lograba llevarlaadelante. Se haba constituido, en cierto modo, en protector moral del robusto joven aristcrata yconsideraba como un mandamiento de su propio honor disimular con su extraordinario talento ladebilidad intelectual de su amigo. En el momento en que Von Ertzum se dispona a contestar algunainaudita tontera, Lohmann tosa con estrpito y le apuntaba la respuesta correcta. Cuando nolograba detener as las simplezas de su camarada, las transformaba en motivos de admiracin almismo afirmando a los dems que Von Ertzum haba contestado a propsito en tal forma para sacarde sus casillas al profesor.

    Lohmann era un muchacho de cabellos negros que se levantaban ondulados sobre su frente ycaan luego a un lado en un desmayado mechn melanclico. Plido como el mismo Lucifer, poseauna expresiva mmica. Haca versos a la manera de Heine y amaba a una seora de treinta aos.Absorbido por la tarea de formarse una amplia cultura literaria, dedicaba poca atencin a los estudiosoficiales. El claustro de profesores acab por darse cuenta de que Lohmann no empezaba nunca aestudiar hasta el ltimo trimestre del curso, y, aunque en las pruebas finales daba, a pesar de todo, un

  • rendimiento satisfactorio, le haba hecho repetir dos cursos. De este modo, teniendo ya diecisieteaos, estaba, como su amigo, entre muchachos de catorce y quince. Y si Von Ertzum pareca tenerveinte por su notable desarrollo fsico, Lohmann aparentaba tambin ms edad por la jugosa madurezde su inteligencia.

    Qu impresin haba, pues, de hacer a un Lohmann aquel polichinela encaramado en la ctedra,aquel infeliz atormentado por una idea fija? Cuando Basura le preguntaba, abandonaba sin prisa lalectura que le absorba, totalmente ajena a la clase; arrugaba el entrecejo con expresin de malestar yconsideraba con los ojos despreciativamente entornadas la desdichada figura del profesor, su tezpolvorienta y la caspa que salpicaba el cuello de su chaqueta. Luego se miraba las uas, finas y biencuidadas. Basura odiaba a Lohmann ms que a todos los otros, a causa de su inaccesible lejana y casitambin porque jams le haba aplicado su sobrenombre. Senta obscuramente que aquella abstencinsignificaba un desprecio todava mayor. Lohmann no lograba corresponder al odio del viejo profesorms que con un sordo desprecio, al que se mezclaba algo de compasin salpicada de asco. Pero laescena anterior con Von Ertzum le haba herido como una provocacin personal. De los treintaestudiantes de la clase, era el nico que haba sentido cunta bajeza haba en la pblica descripcin delos reveses del to de su camarada. Tanto no poda ya tolerarse a aquel bicho venenoso. Se decidi,pues. Se levant; apoy las manos en el borde de la mesa; fij sus ojos en los del profesor, conmirada curiosa, como si fuese a llevar a cabo un experimento singular, y declar serenamente:

    No me es posible seguir trabajando aqu, seor profesor. Huele a basura.Basura salt en su silln; extendi un brazo en el aire y movi convulsivamente las mandbulas

    sin emitir sonido alguno. No esperaba semejante ataque, sobre todo instantes despus de haberamenazado a otro alumno con la prdida del curso. Debera atrapar tambin a aquel Lohmann? Nadale hubiera satisfecho ms. Pero poda acaso probarle su delito? En este momento de perplejidad,el pequeo Kieselack alz la mano, castaete sus dedos azules, terminados en uas mordidas, ychill con su voz atiplada:

    Lohmann no le deja a uno trabajar en paz. Dice que la clase apesta a basura.Se escucharon risas contenidas. Algunos patearon. Basura sinti alzarse contra l un huracn de

    rebelda. Presa de terror, salt de la silla; lanz los brazos a uno y otro lado, como repeliendo elataque de numerosos asaltantes, y exclam:

    Al calabozo! Todos al calabozo!Desconcertado, crey que slo un acto de violencia poda salvarle. Se precipit sobre Lohmann;

    le atenaz por un brazo y tir de l, gritando:Fuera! No es usted digno de permanecer un instante ms entre nosotros.Lohmann, se dej llevar, aburrido y disgustado. Para final, Basura quiso lanzarle de un empujn

    contra la puerta del guardarropa, pero fracas en su intento. Lohmann se sacudi el traje en el sitiopor donde Basura le haba agarrado, y penetr con paso mesurado en el guardarropa. El profesor sevolvi entonces en busca de Kieselack. Pero ste se haba deslizado a sus espaldas, y se colaba enaquel mismo instante en el calabozo, hacindole una mueca. El nmero uno de la clase tuvo queexplicar al profesor dnde estaba Kieselack. Basura exigi en el acto que la clase siguiera ocupndosede su composicin sobre Juana de Arco, sin dejarse perturbar por el incidente:

    Por qu no escriben ustedes? Quedan todava veinte minutos. Les advierto que no piensocalificar los trabajos inconclusos. Tnganlo as en cuenta.

  • Esta amenaza tuvo por consecuencia que a nadie se le ocurriera ya una sola idea. Las caras sealzaron, asustadas. Basura estaba demasiado alterado para complacerse en ellas. Senta la necesidadde romper toda posible resistencia, hacer fracasar todos los atentados futuros e imponer en tornosuyo un silencio de cementerio. Los tres rebeldes haban sido encerrados; pero de sus cuadernos,abiertos aun encima de los pupitres, le pareca ver emanar todava el espritu de la rebelin. Los cogiy se los llev al pupitre.

    Los escritos de Von Ertzum y Kieselack eran series de frases trabajosas y torpes, en las que slose vea el esfuerzo. Lohmann ni siquiera haba articulado su composicin, dividindola en A, B, C; a,b, c y 1, 2, 3. Tampoco haba escrito ms que una hoja, que Basura ley con indignacin creciente.Deca:

    La tercera plegaria del Delfn. (La Doncella de Orlens, 1, X).La joven Juana sabe introducirse en la corte, ms hbilmente de lo que sus aos y su pasado

    campesino haran suponer, por medio de un ingenioso truco. Da al Delfn un extracto de las tresplegarias que l mismo ha dirigido al cielo la noche anterior, y esta facilidad suya para adivinar elpensamiento impresiona enormemente a los seores de la corte. Hemos dicho: de las tres plegarias,pero en realidad slo repite dos, pues el Delfn, convencido ya, la dispensa de la tercera. Para fortunasuya, pues era muy difcil que la supiera. En las dos primeras le ha dicho ya todo lo que l puedehaber pedido a Dios; esto es: que si su padre haba cometido alguna culpa irredimida an, le aceptaseDios a l y no a su pueblo como vctima propiciatoria. Y que si haba de perder su corona y su reino,le diera Dios resignacin y le conservara a su mejor amigo y a su amada. Con esto ha renunciado ya alo esencial: al Poder. Qu ms habra podido pedir? No busquemos ms. El mismo Delfn no lo sabe.Ni Juana. Ni tampoco Schiller. El poeta no ha ocultado nada de lo que saba, y, sin embargo, hadejado abierta una continuacin. ste es todo el misterio. Y para el que se halle algo familiarizado conla naturaleza poco reflexiva del poeta, no puede haber en ello motivo alguno de extraeza.

    Punto final. Esto era todo. Y Basura, escalofriado, sinti que la separacin de aquel alumno, laproteccin de toda la sociedad humana contra aquel foco de infeccin urga mucho ms que laexpulsin de Von Ertzum, simplote inofensivo. Al mismo tiempo, ech una mirada a la pginasiguiente, medio arrancada del cuaderno, y en la que aparecan garrapateadas unas cuantas lneas. Enel momento en que descifr su contenido, algo como una nube rosada cubri sus mejillas angulosas.Cerr el cuaderno con rpido disimulo, como si no quisiera haber visto nada; lo abri de nuevo, yvolvi a arrojarlo en seguida entre los dems, en agitada lucha jadeante. Senta que haba llegado elmomento de atrapar a aquel individuo. Un hombre que se permita cantar en verso a una artista. Aaquella Rosa Rosa Cogi por tercera vez el cuaderno de Lohmann. En esto se escuch lacampana anunciando el trmino de la clase.

    Entreguen los trabajos exclam Basura en el acto, con la preocupacin de que algn alumnotuviese todava una ocurrencia salvadora en el ltimo momento.

    El primero de la clase recogi los cuadernos. Un grupo de alumnos fue a situarse a la puerta delguardarropa.

    Fuera de ah! Esperen ustedes gru Basura, nuevamente asustado. Hubiera queridoconservar bajo llave a los tres muchachos hasta haber conseguido su perdicin. Pero las cosas nopodan ir tan de prisa. Haba que obrar con mesura. En el caso de Lohmann le cegaba por su exceso deperversin.

  • Varios alumnos se plantaron ante la ctedra reclamando:Queremos nuestros abrigos, seor profesor.Basura tuvo que franquear el guardarropa. Los tres confinados fueron saliendo sucesivamente

    entre los grupos, ya con los abrigos puestos. Lohmann se percat en seguido que su cuaderno habacado en manos de Basura, y lament, aburrido, el celo del viejo espantajo. Ahora tendra que contarlelo sucedido a su padre para que hablase al director del Instituto.

    Von Ertzum arque las cejas rojizas, dando a su rostro la expresin que le haba valido, por partede Lohmann, el sobrenombre de luna borracha. Kieselack haba elaborado durante su encierro todoun sistema de defensa.

    Seor profesor: yo no dije que ola a basura. Dije que Lohmann no paraba de decirCllese tron Basura, tembloroso. Movi la cabeza de un lado a otro; logr serenarse, y

    continu, con voz ahogada: El destino se cierne sobre ustedes rozando sus cabezas. Puedenretirarse.

    Los tres se fueron a almorzar; cada uno con su destino cernindose sobre su cabeza.

  • BII

    asura tambin almorz. Luego se tumb en un sof. Pero como todos los das, en el precisomomento en que iba a coger el sueo, su criada estrell con estrpito un cacharro contra elsuelo en la habitacin contigua. Basura se incorpor sobresaltado y ech mano al cuaderno

    de Lohmann, ruborizndose de nuevo, como si leyera por primera vez las desvergenzas escritas enl. El cuaderno se abra ya solo por la pgina que integraba el Homenaje a la Soberana Artista RosaFrhlich. A este ttulo seguan unas cuantas lneas tarjadas; despus, un espacio en blanco y luego:

    Nada hay ya en ti de tu pureza extinta.Pero eres una artista soberana;y si te ves alguna vez encinta

    Lohmann no haba tenido tiempo de hallar el consonante que faltaba. Pero la posibilidad expresada enel tercer verso deca ya muchas cosas. Dejaba sospechar que el autor participaba personalmente enella. Quiz la misin del cuarto verso hubiera sido confirmarlo as claramente. Para descubrir aquelcuarto verso que faltaba, hizo Basura esfuerzos tan desesperados como sus alumnos para averiguar latercera plegaria del Delfn. Lohmann pareca burlarse con l de Basura, y ste luchaba con Lohmann,cada vez ms excitado, sintiendo la imperiosa necesidad de mostrarle que, en definitiva, era l el msfuerte. Ya le arreglara l!

    Proyectos an confusos de actos futuros hervan en el nimo de Basura. No le dejaban estarsequieto. Tuvo que coger su gabn, rado y viejo, y echarse a la calle. La lluvia caa fra y menuda. Conlas manos a la espalda, la cabeza cada y una sonrisa venenosa en las comisuras de los labios, avanzsorteando los charcos de la humilde calle del suburbio. Slo un carro cargado de carbn y un par dechiquillos se cruzaron en su camino. En la puerta de la tienda de comestibles de la esquina colgaba elcartel del Teatro Municipal: Guillermo Tell. Asaltado por una repentina idea, Basura se detuvo aleerlo No; ninguna Rosa Frhlich constaba en el reparto. De todos modos, quiz perteneciese a lacompaa. Droge, el almacenero de comestibles, lo sabra seguramente. Fue a entrar en elestablecimiento; pero, cuando ya empujaba la puerta, se arrepinti, alejndose a grandes trancos.Preguntar por una cmica en su propia calle! Haba que evitar las murmuraciones de aquellagentecilla tan poco versada en Humanidades. Si quera desenmascarar a Lohmann, tena que procedercon habilidad y disimulo Tom por la avenida que conduca al centro de la ciudad.

    Si lo consegua, Lohmann arrastrara en su cada a Von Ertzum y a Kieselack. Hasta lograrlo seabstendra de dar cuenta al director de que se haba atrevido a llamarle por su apodo. Ya sedemostrara luego que los que as lo hacan eran tambin capaces de muchas otras perversiones.Basura lo saba; lo haba experimentado en su propio hijo, retoo nico de sus relaciones con unaviuda que de muchacho le haba procurado los medios econmicos necesarios para proseguir susestudios, a cambio de lo cual la hizo su mujer en cuanto obtuvo un puesto en el profesorado. Seca,larguirucha y malhumorada, muri pronto. El hijo de Basura tena un aspecto tan poco atractivocomo su padre, y adems era tuerto. Sin embargo, siendo estudiante, sola exhibirse por las calles dela ciudad en compaa de mujeres equvocas. Y si por un lado gastaba con tales amistades ms de loque poda, por otro haba reprobado cuatro veces el examen de estudios superiores. Simple bachiller,

  • no poda pasar de ser un msero empleado, y un abismo humillante le separaba para siempre deaquellos que haban conquistado un ttulo universitario. Basura, que le haba cerrado resueltamentelas puertas de su casa, comprenda muy bien todo lo sucedido, e incluso lo haba previsto desde el daen que oy a su propio hijo designarle por el sobrenombre en una conversacin con sus camaradas.

    Anlogo destino deseaba a Kieselack, Von Ertzum y Lohmann, sobre todo a este ltimo, al quepareca amenazar ms peligrosamente por obra y gracia de Rosa Frhlich. Basura tena prisa porvengarse de Lohmann. Los otros dos casi desaparecan al lado de este individuo con su heladaindiferencia y su expresin de curiosidad compasiva cuando el profesor se encolerizaba. Qu clasede alumno era en definitiva aquel Lohmann? Basura pensaba en l con odio enconado. Bajo el arcoojival de la puerta de la ciudad se detuvo de pronto, y exclam en voz alta:

    Esos son los peores.Un alumno era una criatura gris, sumisa y disimulada, sin ms vida que la de la clase, y en

    constante guerra subterrnea contra el tirano. As Kieselack. O un tipo obtuso y robusto al que lasuperioridad intelectual del tirano mantena en permanente confusin, como Von Ertzum. PeroLohmann pareca negar el poder del tirano. Basura sufra la humillacin de la autoridad msretribuida, ante la cual se pavonean los inferiores, mejor vestidos y con ms dinero en el bolsillo.Todo ello no era ms que un inaceptable descaro, concluy Basura. Los trajes impecables deLohmann, sus puos siempre limpios, su expresin indiferente. Puro descaro! La composicin deaquel da; las amistades de que gozaba fuera del Instituto, y entre ellas la de Rosa Frhlich, la mscondenable de todas. Descaro inaudito! E incluso el hecho de no aplicarle el odioso apodo constituatambin un desvergonzado descaro.

    Continu calle arriba. El viento le obligaba a ceirse enrgicamente el abrigo contra el cuerpo.Pas frente a una iglesia; sigui un trecho cuesta abajo; dobl una esquina y se detuvo titubeante anteun amplio edificio. Dos grandes carteles, colocados a ambos lados de la puerta, anunciaban elGuillermo Tell. Basura ley uno y luego el otro. Por ltimo mirando temeroso en torno suyo,penetr en el portal y sigui un largo corredor. Detrs de una ventanilla, vio a un hombre que escribaa la luz de una lmpara mortecina. Basura, agitado y perplejo, no saba cmo empezar. Haca ya lomenos veinte aos que no haba pisado aquel teatro, y le atormentaba la preocupacin del tirano quese aventura fuera de sus dominios. Podan desconocer su autoridad; permitirse familiaridadesdesagradables; obligarle a sentirse sencillamente humano.

    Al cabo de un rato carraspe con cautela. Y como este recurso no le diera resultado alguno, llama la ventanilla con el dedo ndice encorvado. El individuo que escriba detrs alz sobresaltado lacabeza y abri el cristal.

    Qu desea usted? pregunt con voz ronca.Basura movi los labios sin emitir el menor sonido. El viejo cmico retirado, de facciones

    hondamente acusadas, barba negro-azul y nariz obtusa, se lo qued mirando a travs de sus lentes.Basura rompi al fin:

    Ya he visto que representan ustedes Guillermo Tell. Les felicito por su eleccin.El taquillero respondi:S cree usted que lo hacemos por gustoNo me he permitido afirmar nada semejante se apresur a declarar Basura, lleno de miedo a

    cualquier complicacin.

  • No se vende una entrada. Pera nuestro contrato nos obliga a representar un cierto nmero deobras clsicas.

    Basura crey conveniente presentarse:Soy el profesor Ba, el profesor Raat, del Instituto.Tanto gusto. Mi nombre es Blumenberg.Y me gustara hacer asistir a mis alumnos a una representacin de una obra clsica.Es una gran idea, seor profesor. Estoy seguro de que nuestra director la acoger feliz.Pero tendra que ser la obra de cuyo estudio nos ocupamos ahora en clase prosigui Basura,

    alzando el ndice: La Doncella de Orlens.El cmico perdi la sonrisa, inclin la cabeza y le dirigi una triste mirada de reproche por encima

    de los lentes.Eso s que lo siento. Tendramos que ensayarla de nuevo. No le sera igual Guillermo Tell? Es

    tambin muy apropiado para la juventud.No decidi Basura. Imposible. Tiene que ser La Doncella. Y, adems, lo verdaderamente

    importante, atencin ahoraTuvo que tomar aliento. Su corazn lata apresurado. es que la actriz encargada del papel de Juana de Arco sea una gran artista que sepa mostrar a

    los estudiantes, en realidad de verdad, la soberana figura de la Doncella.Desde luego, desde luego repuso el cmico, totalmente de acuerdo.Razn por la cual he pensado en una de las artistas de su compaa de la que han llegado a m

    grandes alabanzas que espero no sean injustas.Seguramente no.He pensado, pues, en la seorita Frhlich, Rosa Frhlich.Cmo dice?Rosa Frhlich.Basura apenas respiraba.Frhlich? No ha formado jams parte de nuestra compaa.Est usted seguro? insisti Basura, perdiendo la cabeza.Disculpe usted. No estoy loco todava.Basura no se atreva ya a mirar a su interlocutor.EntoncesEl otro vino en su ayuda:Seguramente le han informado mal.Eso es concluy Basura, con infantil agradecimiento. Perdone usted tanta molestia.Salud e inici la retirada, dejando asombrado al taquillero que, antes de perderte de vista, le grit

    an:Escuche, seor profesor. Creo que la cosa tendra arreglo. Cuntos billetes tomara usted?

    Seor pro!Basura se volvi al llegar a la puerta. El miedo a su perseguidor contraa su sonrisa en una mueca.Nada, nada. Perdone usted.Y desapareci huyendo.Sin darse cuenta, sigui calle abajo hasta desembocar en el puerto. En torno suyo, pasos pesados

  • de hombres cargados de sacos; gritos estridentes de los que dirigan el embarque. Ola a pescado, aalquitrn, a aceite y a alcohol. Los mstiles y las chimeneas se desvanecan ya en el crepsculo. Enmedio de la intensa actividad que an floreca antes de que la noche cerrase, Basura sigui su camino,absorto en su nico pensamiento: atrapar a Lohmann, averiguando el paradero de Rosa Frhlich.

    Marinos y empleados, que corran de un lado para otro, llevando en la mano talones demercancas, le empujaron al cruzarse en su camino. Obreros pesadamente cargados rugieron: Ahva!, despus de echarle violentamente a un lado. Contagiado por el apresuramiento general, empuj,sin saber lo que haca, la puerta de una taberna, en cuya portada campeaba un rtulo en sueco odans. Rollos de amarras, cajas de galletas de marinero, tarros y frascos de olor penetrante. Un lorochillaba: A beber! A beber!. Varios marineros beban sentados ante una mesa mugrienta. Otros,de pie, con las manos metidas en los bolsillos, charlaban con el tabernero, un gigante de barba rojiza,que al entrar Basura surgi de entre una nube de humo y fue a situarse detrs del mostrador. La luzde la linterna colgada en la pared, y provista de un reflector de hoja de lata, caa directamente sobre sucalva. Apoy las garras en el borde del mostrador, y dijo con torpeza:

    Quiere usted algo de m, seor?Dme una entrada para el teatro de verano pidi Basura, con aire distrado.Cmo? Qu dice usted?Que me d una entrada para el teatro de verano. En el escaparate he visto que se despachan

    aqu.El tabernero permaneci un rato asombrado, con la boca abierta. Por fin, pudo articular

    obscuramente:Est bien. Pero el teatro de verano no funciona en invierno.Basura se aferr a su derecho:Entonces, para qu tiene usted el anuncio en el escaparate?Ah se puede estar! tron ya el tabernero.Pero aquel seor, con su aire autoritario y sus gafas redondas, le inspiraba cierto respeto. Se

    moder, pues, y trat de encontrar alguna razn que pudiera convencerle de que el teatro de veranoestaba ahora cerrado. Para ayudarse en su profunda meditacin, comenz a hacer resbalar lentamentesus terribles manos, cubiertas de vello rojizo, por el borde del mostrador. Por fin encontr elargumento.

    Se necesita ser idiota para no comprender que un teatro de verano no funciona en invierno explic afablemente.

    Seor mo! protest Basura.El tabernero solicit auxilio:Enrique! Lorenzo!Los marineros se acercaron.No s lo que le pasa a este tipo. Quiere entrar a la fuerza en el teatro de verano.Los marineros mascaban tabaco. En unin del tabernero, se quedaron contemplando a Basura

    como a un ser incomprensible venido de muy lejos. Basura se dio cuenta, y sinti la necesidad deacabar pronto.

    Por lo menos, podr usted decirme si el ao pasado trabaj en ese teatro una cierta RosaFrhlich?

  • Y cmo quiere usted que yo lo sepa? repuso el tabernero, cada vez ms asombrado. Ose cree usted que yo me paso la vida entre esas titiriteras?

    O, en ltimo trmino prosigui Basura, perdiendo ya la cabeza, si Rosa Frhlich volverel prximo verano a deleitarnos con su arte.

    El tabernero pareca asustado. No entenda ya una palabra de aquello. Uno de los marineros halluna solucin:

    Ten cuidado, Pedro. Te est tomando el pelo y, echando la cabeza atrs, rompi a rerabriendo la caverna negra de su boca.

    Los otros le imitaron, dndose con el codo. El tabernero no crea que aquel extrao individuotratara de divertirse a su costa; pero vio amenazado el respeto que inspiraba a aquellos hombres quel suministraba a los capitanes de los barcos, junto con su galleta y su ginebra, y fingi una terribleira. Su cara se ti de rojo.

    Basta ya! grit, dando puetazos en el mostrador. No estoy aqu para servirle a usted demono. Ah tiene usted la puerta. Y extendi un ndice autoritario.

    Basura, aturdido, dud un momento. Pero al ver que el tabernero haca ademn de abandonar supuesto detrs del mostrador, se apresur a abrir la puerta. El loro le chill an: A beber!. Losmarineros aullaban de risa. Cerr la puerta tras de s.

    Dobl la primera esquina y se alej del puerto por calles silenciosas y tranquilas. Critic elsuceso: Ha sido una equivocacin ma. Ha sido en realidad de verdad una equivocacin.

    Deba continuar su bsqueda por otro camino. Al cruzarse con los transentes les mirabafijamente, tratando de adivinar en su rostro si conocan a Rosa Frhlich. Eran mozos de cuerda,criadas, el farolero, una vendedora de peridicos. Con el pueblo resultaba imposible entenderse. Ya lohaba comprobado a sus expensas. El incidente de la taberna le aconsejaba tambin ser ms cautelosoal trabar conversacin con gente desconocida. Era mejor buscar semblantes ya familiares. De lacallejuela prxima surga ya uno al que Basura haba gritado aun el ao anterior con tono iracundoversos latinos. Aquel alumno que jams se haba sabido la leccin, haba entrado luego, comomeritorio, en una casa de comercio. Se acercaba con paso seguro, llevando en la mano un paquete decartas. Basura fue hacia l, dispuesto a interpelarle en cuanto el otro iniciara su saludo. Pero nosucedi as. Su antiguo discpulo pas a su lado sin saludarle, fijos sus ojos en l, con expresin deburla.

    Basura desapareci rpido en la callejuela de donde el otro haba emergido. Era una de las vas quebajaban al puerto, y la pendiente, ms acentuada que en las dems, le haba valido ser elegida por loschiquillos para precipitarse por ella en sus carritos. Las madres y las criadas, de pie en la acera,manoteaban y chillaban, requirindoles para la cena; pero los chiquillos seguan rodando cuesta abajo,arrodillados en sus carricoches, o con las piernas por alto, la bufanda ondeando al viento y la gorracalada por encima de las orejas, entre agudos chillidos de alegra. Basura tuvo que saltar de un lado aotro para no ser embestido. El agua de los charcos le salpic de arriba abajo. De un carricoche que sedespeaba a toda marcha sali una voz penetrante:

    Basura!Basura se estremeci. Otras voces repitieron el grito. Aquellos chiquillos, alumnos de las escuelas

    pblicas, saban su apodo por ser del Instituto. Y los que no lo saban les hicieron coro. Basura tuvoque subir por la cuesta, en medio de la tempestad desencadenada contra l. Jadeante, desemboc en

  • una plaza en la que se alzaba una iglesia.Todo aquello le era habitual. Los antiguos alumnos que le negaban el saludo, mirndolo con

    desprecio. La chiquillera callejera que le gritaba su sobrenombre. Pero aquel da no haba contado conello, pues la gente le deba una respuesta. Ya que no se haban sabido nunca los versos de Virgilio,deban poder indicarle ahora, por lo menos, el paradero de Rosa Frhlich.

    Cruzando la plaza del mercado, Basura se lleg a una tabaquera cuyo dueo haba sido alumnosuyo veinte aos atrs, y al que, de cuando en cuando, compraba alguna caja de cigarros. Muy detarde en tarde, pues fumaba poco y beba raras veces. No tena ninguno de los vicios burgueses Enlas cuentas que el tabaquero le enviaba, la letra inicial de su nombre apareca siempre enmendada,vindose claramente que de primera intencin haba sido una B, transformada luego en una R. Basurano haba podido nunca aclarar si aquel error era o no intencionado. Pero, al recordarlo aquella noche,no tuvo ya nimos para entrar en la tienda. El hombre que iba a recibirle en ella era un alumno rebeldeal que jams haba podido atrapar.

    Continu presuroso. La lluvia haba cesado. El viento alejaba las nubes. El gas arda rojo en losfaroles. La luna, amarillenta, lanzaba a intervalos por encima de los tejados una mirada burlona.

    Los enormes ventanales del Caf Central resplandecan en la noche. Basura sinti deseos deentrar y beber algo. Los sucesos de aquel da le haban apartado de su camino habitual. En el caf lehabra de ser fcil averiguar lo que quera. All dentro se hablaba de todo. Basura lo saba, pues envida de su mujer se haba permitido acudir algunos ratos, muy pocos, al Caf Central. Pero desde queenviud, tena en su casa toda la tranquilidad deseable, y no necesitaba ya buscarla en el caf.Adems, la estancia en l se le haba hecho desagradable desde que el establecimiento haba pasado aser propiedad de un antiguo alumno suyo. ste, que hubo de retornar con algn dinero a la ciudad,despus de rodar muchos aos por el extranjero, se complaca en servir por s mismo a su antiguoprofesor, llamndole constantemente seor Basura, pero con poco afable cortesa, que era imposibleprobarle nada. Los parroquianos seguan con regocijo estas escenas, y Basura acab por darse cuentade que, si continuaba acudiendo al caf, iba a acabar por constituirse en una propaganda gratuita delestablecimiento.

    Pas, pues, de largo, y se pregunt en qu otros lugares podra encontrar respuesta a la preguntaque le atormentaba. Pero no hall ninguno. Todos los rostros conocidos que iba evocando en sumemoria mostraban la misma expresin maligna que antes el de su antiguo discpulo al negarle elsaludo. Las tiendas iluminadas albergaban, como la tabaquera y el caf, alumnos hostiles y rebeldes.Una sorda clera se apoder de l. Estaba cansado y tena sed. Anduvo calles y ms calles, al azar,lanzando, sobre las muestras de las tiendas y las planchas de latn de los portales en las queencontraba los nombres de antiguos discpulos suyos, aquella mirada oblicua que sus alumnos decanvenenosa. Todos aquellos bribones le desafiaban. Y con ellos Rosa Frhlich, que viva oculta enalguna de aquellas casas, distraa de sus deberes la atencin de los alumnos y escapaba al poder deBasura. Varias veces tropezaron sus ojos con el nombre de alguno de sus colegas del Instituto, ytodas ellas desvi la vista con molestia. Pues ste le haba designado por el mote en plena clase ydelante de los alumnos, sin que el hecho de haberse rectificado en el acto pudiese disculparle, y el dems all haba sorprendido al hijo de Basura equvocamente acompaado, y lo haba ido contando aunos y otros. Rodeado de enemigos por todas partes, sigui Basura su agitada peregrinacin a travsde la ciudad. Andaba rozando las paredes, en continua tensin, pues a cada momento poda caerle

  • encima el odioso apodo, lanzado sobre l desde una ventana como un cubo de agua sucia. Y en laobscuridad de la noche le sera imposible atrapar a nadie. Una clase rebelde de cincuenta mil alumnosherva en torno suyo.

    Sin darse cuenta, huy a esconderse en el lugar ms apartado y oculto de la ciudad, en el que, altrmino de una larga calleja silenciosa, se alzaba un edificio de traza conventual, destinado a alberguey retiro de seoras solas. La obscuridad era all ms densa. Unas cuantas figuras femeninas, vestidasde negro y tocadas con velos o pauelos de seda, regresaban tardas a alguna reunin benfica oalguna novena; llamaban presurosas y desaparecan por la puerta, brevemente entreabierta. Unmurcilago revolote por encima del sombrero de Basura. Mirando de reojo hacia la ciudad pens:Ya me las pagarn alguna vez.

    Pero, en el acto, sinti su impotencia y se estremeci de odio. De odio contra aquellos millares dealumnos flojos y perversos que jams haban hecho los trabajos que l les encargaba, le habanllamado siempre por su apodo, y nunca haban pensado ms que en humillarle; aquellos que ahora leatormentaban con la tal Rosa Frhlich, y en lugar de delatarla y delatar a Lohmann, se comportabancomo una clase perversa que se opone como un solo hombre al profesor; aquellos que ahora estabancenando tranquilamente, y le obligaban, en cambio, a esconderse all abajo; aquellos que ahora se lerevelaba obscuramente haban hecho de l, a travs de los aos, algo despreciable y equvoco.

    Fija su atencin en las clases que desde veintisis aos atrs se sucedan sin interrupcin antel, la misma clase con los mismos rostros malignos, no haba advertido nunca que, fuera de ella yal cabo del tiempo, las caras mostraban ya una expresin indiferente e incluso benvola ante elrecuerdo del profesor Basura. En plena lucha siempre, no haba tenido un momento de tranquilidadpara comprobar que los alumnos suyos ms antiguos, hombres ya maduros, no le designaban por suapodo con propsito de escarnecerle, sino por simpata a sus recuerdos juveniles, que ahora lesparecan alegremente inocentes. No haba reparado en que, para la ciudad entera, constitua una figurafamiliar, quiz cmica, pero de una comicidad cariosa y sin odio. As, no oy tampoco aquellanoche el dilogo de dos discpulos suyos de los ms antiguos, que se separaron en una esquina,siguindole con la mirada, llena, para l, de burla:

    Has visto a Basura? Qu viejo est.Y cada vez ms sucio.Nunca lo he conocido de otro modo.No te acuerdas ya. Cuando era profesor auxiliar iba muy compuesto.Ah! S? Lo que hace un sobrenombre! Yo no puedo figurrmelo limpio.Sabes lo que creo? Que tampoco l puede ya imaginarse de otro modo. Un apodo as acaba

    por imponerse a todo.

  • BIII

    asura regres sobre sus pasos y subi apresuradamente por la callejuela silenciosa. Habatenido una idea cuyo acierto quera comprobar en el acto. Una repentina revelacin leaseguraba que Rosa Frhlich era aquella bailarina de los pies desnudos que la ciudad entera

    esperaba con mxima expectacin y que iba a dar en fecha prxima unas cuantas representaciones enel saln de fiesta de la Sociedad Cultural. Basura recordaba perfectamente haber odo hablar de ella auno de sus colegas, al profesor Wittkopp, miembro de dicha Sociedad. Haba entrado en la sala deprofesores, y mientras abra su armarito para depositar en l los trabajos de sus alumnos, habadicho:

    Dentro de poco tendremos aqu a Rosa Frhlich, la bailarina de los pies desnudos, famosaintrprete de las primitivas danzas griegas.

    Basura vea an ante s a Wittkopp dndose importancia y aguzando mucho los labios parapronunciar, afectado, el nombre de la artista. Cmo no lo haba recordado hasta ahora! SeguramenteRosa Frhlich haba llegado ya a la ciudad y haba trabado conocimiento con Lohmann. Basura estabaya en camino de atraparlos a ambos.

    Mediada la calle de Siebenberg, un cierre metlico cay con estrpito cubriendo un escaparate apocos pasos de l. Basura se detuvo anonadado. Pues el cierre perteneca al almacn de msica deKellner, en el que se vendan las entradas para aquella clase de espectculos y donde con todaseguridad hubiera obtenido los informes deseados. Pareca que por aquella noche no le iba a serposible alcanzar ya a sus perseguidos.

    Y, sin embargo, no pens ni por un momento en regresar a casa para cenar. Su afn persecutoriohaba llegado a dominarle por completo. Emprendi de nuevo la marcha. En la calle de Rosmarin sedetuvo ante una escalerilla de madera que suba, empinada, hasta la puerta de una tienda, sobre la cualse lea: Juan Rindfleisch, zapatero. No haba escaparate. Detrs de los vidrios de las dos ventanitasse vean algunas macetas. Basura lament que su suerte no le hubiera conducido antes all, al hogar deun hombre honesto y sencillo, fervoroso pietista, que jams pronunciaba una palabra ofensiva, noadoptaba jams una expresin desdeosa y le proporcionara sin reservas los informes deseadossobre Rosa Frhlich.

    Abri la puerta. Una campanita son con suave vibracin acogedora. El taller, limpio y ordenado,estaba medio a obscuras. Inscrito en el vano de la puerta del fondo apareca, benignamente iluminado,el cuadro de la familia del zapatero, cenando. El maestro coma al lado de la hija mayor. La madreserva salchichas con papas a los pequeos. El padre dej al lado de la lmpara la panzuda botella decerveza negra, se levant y mir al recin llegado.

    Buenas noches, seor profesor.Acab de tragar su ltimo bocado y continu:En qu puedo servirle?Buenas noches respondi Basura, frotndose las manos con sonrisa embarazada y tragando,

    a su vez, saliva.Disculpe usted que le recibamos a obscuras, pero a las siete en punto dejamos siempre el

    trabajo. El resto de la noche pertenece al Seor, y lo que en l se trabaja no obtiene su bendicin.S, s Es muy posible tartamude Basura.

  • El zapatero le llevaba la cabeza. Robusto y ancho de hombros, una barriguita prominentehinchaba su delantal de cuero. Largos rizos canos, un poco aceitosos, enmarcaban en arco su caraalargada, plida y sonriente, terminada por una barba en forma de cua. Mientras atenda a suparroquiano, cruzaba y descruzaba de continuo las manos sobre el vientre, por encima del mandil.

    Buenas noches, seor profesor exclam la mujer del zapatero, haciendo una reverencia.No tengas ah a obscuras al seor profesor, Juan. Hazle pasar aqu. Digo, si no le molesta vernoscenar.

    Nada de eso.Basura se decidi a hacer un sacrificio:Siento haber interrumpido su cena, maestro; pero al pasar por aqu se me ocurri aprovechar la

    ocasin para que me tomase usted medida de un par de botas.Para atenderlo, seor profesor dijo la mujer, reiterando su reverencia. Para atenderlo,

    Rindfleisch pidi la lmpara.Entonces vamos a tener que cenar a obscuras observ la mujer riendo. Mejor ser que el

    seor profesor pase al cuarto azul. Yo encender luz all.Les hizo pasar a otra habitacin y encendi en honor de Basura las dos velas rosadas e intactas

    que ornaban la consola, flanqueadas por dos grandes conchas marinas. Apegados a las paredespintadas de azul, los viejos muebles familiares de caoba lanzaban solemnes destellos rojizos. En elcentro del pao bordado que cubra el amplio velador frontero al sof, una imagen de Cristo extendaprotectora sus brazos de alcorza.

    Basura aguard a que la mujer saliera. Cuando la puerta se cerr tras ella y tuvo ya por completoen su poder al zapatero, continu:

    Adelante, pues, maestro. Se trata de demostrar ahora que usted, que ya ha realizado algunostrabajos menos importantes a plena satisfaccin del pro, a plena satisfaccin ma, es tambincapaz de confeccionar un excelente par de botas.

    Por supuesto, seor profesor, por supuesto contest Rindfleisch, humilde y aplicado comoel nmero uno de una clase.

    Tengo dos pares ms, pero con esta humedad es prudente disponer siempre de calzado seco yabrigado.

    Rindfleisch medra arrodillado. Como tena el lpiz entre los dientes, slo pudo contestar con ungruido.

    Por otro lado prosigui Basura, es sta la temporada en que suelen llegar algunasnovedades a la ciudad, procurndonos un poco de distraccin espiritual, tan necesaria al hombre.

    Rindfleisch levant la vista.Nada ms cierto, seor profesor. El hombre necesita distraer de cuando en cuando su espritu

    de las cosas cotidianas. As lo piensa tambin nuestra cofrada.Ah! S? repuso Basura. Pero yo me refera a que en esta poca del ao suelen visitarnos

    algunas personalidades eminentes.A eso me refera yo tambin, seor profesor. As, nuestra cofrada se reunir maana para

    escuchar la palabra de un famoso misionero.No vea Basura nada fcil hallar una transicin que orientara el dilogo hacia Rosa Frhlich.

    Reflexion unos instantes, y como no encontrara camino alguno indirecto, se lanz de frente:

  • Tambin en la Sociedad Cultural se anuncia algo muy interesante. La visita de una artistafamosa Ya habr usted odo hablar de ella, como todo el mundo.

    Rindfleisch guard silencio. Basura esper con ansia. Estaba convencido de que aquel hombrearrodillado a sus pies saba lo que l necesitaba averiguar y que slo de l mismo dependaarrancrselo. Los peridicos haban hablado de la tal Rosa Frhlich, sus colegas del Instituto la habannombrado en la sala de profesores y su retrato estaba expuesto en el escaparate de Kellner. Toda laciudad saba de ella menos l mismo. Cualquiera tena ms amistades y ms trato social que l. Estaidea le dominaba sin que se diese cuenta, y as, se diriga confiado a un zapatero beato en busca denoticias sobre una bailarina.

    Es una bailarina famosa, maestro. Baila en la Sociedad Cultural. Figrese usted la gente que ira verla.

    Rindfleisch asinti, y replic con voz obscura y acento sentencioso:La gente no sabe bien a dnde va.Baila con los pies desnudos. Una habilidad nada comn, maestro.Basura no saba ya como espolear al zapatero.Imagnese usted. Con los pies desnudos!Con los pies desnudos repiti Rindfleisch. As bailaban tambin ante sus dolos las

    mujeres de los amalecitas.Y se ech a rer mansamente, como para disculpar su atrevimiento en citar textos de la Escritura

    siendo un pobre menestral iletrado.Basura se agit nerviosamente, como cuando un alumno balbuceaba en la traduccin oral

    amenazando con quedarse con la mente en blanco de un momento a otro. Se golpe una espinillacontra la pata de un silln y se levant de un salto.

    Bueno, maestro; ya ha medido usted bastante. Dgame usted ahora, adelante, pues, siRosa Frhlich, la bailarina de los pies desnudos, ha llegado ya a la ciudad. Tiene usted que saberlo.

    Yo, seor profesor? repuso Rindfleisch, asustado. Saber yo de una bailarina?No creo que fuese ningn pecado adujo Basura, impaciente.Lbreme Dios de juzgar a nadie! protest Rindfleisch. No hay en m sombra de desprecio

    y estoy dispuesto a amar en Dios, nuestro Seor, a esa mi hermana de los pies desnudos y a rogar aDios que haga por ella lo que hizo por Magdalena pecadora.

    Pecadora? interrog Basura con aire superior. Por qu tiene usted por pecadora a RosaFrhlich?

    El zapatero clav castamente los ojos en el suelo encerado.Claro est prosigui Basura que si su mujer o su hija pretendieran hacer la vida de una

    artista no sera decoroso. Sin embargo, hay otros sectores de la vida en los que rigen leyes moralesdiferentes y Pero basta ya de estas cosas!

    E hizo un ademn significativo de que se trataba de una cuestin perteneciente a un cursosuperior.

    Tambin mi mujer es una infeliz pecadora dijo el zapatero en voz baja, cruzando las manospor encima del delantal. Y yo mismo, Seor. Todos caemos en el pecado de la carne.

    Ahora le toc a Basura asombrarse.Su mujer y usted? Pero no estn ustedes casados como Dios manda?

  • S, s; eso s. Pero ello no borra el pecado de la carne, seor profesor. Y si Dios, nuestro Seor,lo permite es tan slo

    El fervoroso creyente se irgui como para decir algo muy importante. Sus ojos se abrieronredondos y penetrados de misterio.

    Siga usted le anim Basura.Y el otro, con un hlito de voz:Los hombres no saben que si Dios permite el pecado de la carne es tan slo por aumentar el

    nmero de sus ngeles.Ah! S? exclam Basura. Sabe usted que es una explicacin muy bonita?Y se qued mirando con sonrisa burlona el rostro iluminado del zapatero.Pero no tard en reprimir su burla, y se dispuso a salir de la zapatera. Empezaba a creer que

    Rindfleisch no tena, efectivamente, la menor noticia de Rosa Frhlich. El zapatero volvi a las cosasterrenas y le pregunt cmo quera las botas. Basura contest indiferente y se despidi sin grancordialidad. Emprendi rpido el camino hacia su casa.

    Despreciaba a Rindfleisch. Despreciaba la habitacin azul, la estrechez de aquellos espritus, lasalmas humildes, las exageraciones cristianas y la rigidez moral. Tambin el hogar de Basura era mspobre que lujoso. Pero, en cambio, su cerebro cultivado le hubiera permitido conversar con los msaltos prncipes del ingenio, vueltos a este mundo, sobre el estilo y la gramtica de sus obras. Vivapobre e ignorado, porque nadie conoca an la obra considerable a la que se vena consagrando desdeveinte aos atrs, Pasaba inadvertido, cuando no escarnecido, entre la gente, pero tena conciencia depertenecer a la casta de los dominadores. Ningn banquero ni monarca alguno participaban tanto en elpoder ni se interesaban tanto por la conservacin del orden social establecido. Basura se ponasiempre a favor de la autoridad, cualquiera que fuese, y en la soledad de su despacho maldeca a losobreros, cuyo triunfo hubiera significado tambin para l un aumento en su retribucin. A losjvenes profesores auxiliares, ms tmidos an que l, con los que a veces se atreva a dialogar algunavez, los prevena contra la funesta obsesin del espritu moderno, empeado en socavar losfundamentos del orden. Basura los quera cada vez ms fuertes. Quera una Iglesia influyente, unsable afilado, estricta obediencia y costumbres rgidas. Simultneamente, era en absoluto descredo ycapaz, solo ante s mismo, de la mxima libertad de pensamiento. Pero en su calidad de tirano sabamuy bien cmo se conservan los esclavos, cmo se poda domar al populacho, al enemigo, a loscincuenta mil alumnos ciudadanos que le hostilizaban. Lohmann pareca mantener relacionesculpables con aquella Rosa Frhlich. Pero lo que haca de l un delincuente no era nicamente esto,sino el hecho de que sus alegras ilcitas quedasen sustradas a la rgida disciplina del profesor. Lainmoralidad, por s sola, no bastaba para enojar a Basura.

    Lleg a su casa y se desliz de puntillas por delante de la puerta de la cocina, en donde la criada,malhumorada por su tardanza, entrechocaba con estrpito las ollas. Cen salchicha con papasdemasiado cocidas y, sin embargo, fras. Pero se guard muy bien de quejarse, pues la empleada lehubiera contestado ponindose en jarra. Y Basura quera preservarla de rebelarse contra su amo.

    Despus de cenar fue a instalarse ante su pupitre. A causa de su miopa se lo haba hechoconstruir exageradamente alto, y el esfuerzo que le costaba colocar encima de l su brazo derechohaba acabado por desnivelar, al cabo de treinta aos, la lnea de sus hombros. La amistad y laliteratura, he aqu lo nico verdadero, se dijo mentalmente, como siempre que iba a situarse ante el

  • pupitre. Aquella frase, leda en no saba ya qu libro, se haba convertido para l en una muletilla quese vea obligado a repetir cada vez que se dispona a trabajar. Nunca pudo saber lo que era la amistad.En cambio, la literatura! En ella entraba su obra suprema, que maduraba all, en la soledad de sucuarto de trabajo, ignorada de todos, y que florecera quizs un da sobre su tumba, entre el asombrode las gentes. Un tratado sobre las partculas gramaticales en la obra de Hornero Pero el cuadernode Lohmann, tirado sobre el escritorio, no le dejaba consagrarse a su ardua labor. Tuvo que cogerlo ypensar de nuevo en Rosa Frhlich. Haba algo que le inquietaba mucho: no estaba ya seguro de que lafamosa bailarina de los pies desnudos se llamara Rosa Frhlich. Aquella Frhlich poda ser algo muydistinto. S; lo era. Ahora estaba convencido de que no tena nada que ver con la bailarina. Por lotanto, deba empezar de nuevo sus averiguaciones para probar sus relaciones con Lohmann. Se vioarrojado de nuevo a la lucha con aquel miserable. Una tremenda agitacin le hizo jadear en la soledadde su despacho.

    De repente se puso el abrigo y se precipit fuera. La puerta de la calle tena puesta la cadenainterior. Basura tir torpemente de ella como un ladrn que huyese. La criada refunfu. Basura laoy venir. Presa del miedo, encontr en el ltimo instante la maniobra acertada, abri la puerta y seencontr en la calle. Hasta la puerta de la ciudad trot a paso gimnstico. Su corazn latadesordenadamente. Experimentaba la extraa sensacin de estar haciendo algo prohibido. Avanz porlas calles solitarias, subiendo y bajando cuestas, en lnea recta siempre. Hunda una mirada inquisitivaen las tinieblas de las callejas laterales y contemplaba con intensa desconfianza las ventanas quedejaban filtrar por entre las cortinas echadas un rayo de luz. Cuando la luna iluminaba una de lasveredas cruzaba a la de enfrente, obscura. El cielo estaba despejado, no soplaba ya el viento y lospasos de Basura resonaban en el silencio nocturno. Al llegar al Ayuntamiento gir hacia la plaza delmercado, y dio una vuelta por debajo de los portales. Los arcos, fas torres y las fuentes destacabansus siluetas bordadas de arabescos en la gtica noche de luna. Una misteriosa agitacin posea Basura.A media voz repiti varias veces:

    El caso sera En realidad, de verdad Adelante, pues!Entretanto consider detenidamente cada una de las ventanas de la Casa de Correos y de la

    Jefatura de Polica. Pero encontrando harto improbable que Rosa Frhlich se ocultase en alguno deaquellos edificios, regres a la calle que antes haba dejado. A los pocos pasos brillaron ante l losamplios ventanales de una cervecera a la que solan acudir por las noches varios de sus colegas delInstituto. No tard en ver siluetearse sobre la cortina la cabeza redonda y la barbita en punta de unode ellos, al que contaba entre sus peores enemigos, pues pretenda que la presencia de Basura en elInstituto contribua a estimular la indisciplina entre los alumnos y era de los que ms indignacinhaban mostrado ante las calaveradas de su hijo. Basura contempl meditabundo a aquel profesorHbbenett. Con qu suficiencia hablaba! Y cunto beba! Bah! No era ms que un individuo vulgary grosero. l, Basura, no tena nada en comn con aquella gente que se reuna all dentro. Ahora lovea bien claro y con plena satisfaccin. Aquellos individuos pasaban all el rato y estaban dentro delorden. El, en cambio, se senta equvoco, en cierto modo, y expulsado, por decirlo as. La idea de losque all estaban ces de ser para l una espina punzante. Inclinndose calmadamente, salud conhondo desprecio la sombra de su colega y sigui su camino.

    No tard en hallarse de nuevo en el lmite de la ciudad. Dio media vuelta y entr en la calleImperial. En casa de Breetpoot, el cnsul, se celebraba una fiesta. Todo el amplio edificio apareca

  • brillantemente iluminado y numerosos carruajes venan a detenerse a su puerta. Varios criados seadelantaban, abran las portezuelas y ayudaban a descender a los invitados. Los vestidos de sedasusurraban. Una seora se detuvo antes de entrar en la casa y tendi la mano con amabilidad a unjoven que se acercaba a pie. Basura reconoci en aquel hombre, elegantemente vestido y cubierto conun brillante sombrero de copa, a uno de sus colegas, el joven profesor Richter, del que se deca queestaba en camino de hacer una excelente boda, entrando en una familia distinguidsima hasta la que nohubiera soado elevarse un simple profesor de Instituto. Basura, oculto en la obscuridad, sonrimaligno: Un ambicioso.

    Envuelto en su gabn rado, se burlaba de aquel hombre joven, bien acogido por las gentes y debrillante porvenir, como un pcaro malvado que contempla amenazador, desde su rincn sombro, ellujo del gran mundo y acaricia en su espritu, cual una bomba mortfera, la idea de acabar con todoaquello.

    No olvide usted que puedo ser un grave obstculo en su carrera. Ya tropezar usted conmigo,tngalo bien en cuenta.

    A partir de aquel momento se hizo muy entretenido el camino. Cada vez que hallaba de nuevo enalgn rtulo el nombre de un colega o de un antiguo discpulo, se frotaba las manos, pensando: Ya teatrapar. Descuida. Simultneamente, diriga sonrisas de disimulada complicidad a las honradascasas ciudadanas, pues estaba seguro de que alguna de ellas albergaba a Rosa Frhlich. Aquella mujerle haba agitado extraamente hasta sacarle de sus casillas. Entre ella y l, que as la buscaba a travsde la noche, se haba establecido ya una cierta relacin. Lohmann era la segunda presa de aquellacacera. Un indio de otra distinta tribu, por decirlo as. Cuando Basura sala de excursin con susalumnos, jugaba con ellos a policas y ladrones. Se colocaba en lo alto de una colina, levantaba elpuo cerrado, distribua rdenes: Ahora! Duro con l! Cjanle!, y se excitaba de veras con laspericias del juego. Pues aquello era muy serio. Las clases y los juegos escolares eran la vida Yaquella noche Basura jugaba al indio bravo en el sendero de la guerra.

    Su tensin fue aumentando cada vez ms. Las formas indecisas en la sombra le producan unagradable escalofro. Los rincones tenebrosos lo atraan, llenndolo de espanto. Recorri lascallejuelas ms solitarias y obscuras, presa de un afn aventurero, detenindose con el coraznalborotado cuando a travs de una ventana llegaba algn murmullo a sus odos. Aqu y all seentreabra con disimulo una puerta a su paso y una vez se extendi hacia l un brazo vestido de rosa.Huy atemorizado y se encontr de nuevo en el puerto, por segunda vez en aquel da, cuando antesse pasaba aos enteros sin pisarlo. Los barcos se perfilaban negros, bajo los chorros de luna. Basurapens que acaso Rosa Frhlich estuviera en uno de ellos, durmiendo en su camarote. Antes del albazumbara la sirena y Rosa partira para lejanos pases. Tal idea estimul su ansia de accin. Dosobreros que se acercaban en direccin opuesta, se encontraron muy cerca de Basura. Uno de ellosdijo:

    Dnde vas a estas horas, Nicols?El segundo contest con profunda voz de bajo:A beber.Basura tuvo que detenerse a meditar dnde haba odo horas antes aquellas mismas palabras.

    Luego sigui a los dos obreros por varias calles sucias y embarradas. Al desembocar en una calle msamplia se dirigieron hacia un espacioso edificio provisto de una enorme puerta cochera sobre la cual

  • se balanceaba un farol iluminando la figura de un ngel azul. Basura oy una msica lejana. Losobreros desaparecan en el portal, tarareando. Basura descubri en la entrada un cartel de vivoscolores. Anunciaba la funcin de la noche. Se puso a leerlo, y de pronto tropez con algo que leapret la garganta y le hizo principiar a sudar. El temor y la esperanza de haberse equivocado lehicieron comenzar de nuevo la lectura. Pero de repente se arranc de all y se precipit en la casacomo en un abismo.

  • EIV

    l zagun era amplsimo; honrado zagun de una casa burguesa cada en la disipacin. Por lapuerta de la izquierda, entreabierta, llegaba ruido de cacharros y el resplandor de un fuego. Ala derecha, otra puerta, y sobre ella, un letrero: Entrada al saln. Detrs zumbaba un mar

    de voces, traspasado aqu y all por una muy aguda. Basura vacil antes de abrirla. Anticipaba lasgraves consecuencias de aquel acto. Un hombre gordo y lampio sali a su encuentro con una bandejallena de vasos de cerveza.

    Perdone tartamude Basura, podra hablar un momento con la seorita Rosa Frhlich?Qu tiene que decirle? pregunt el hombre gordo. La seorita Rosa no habla ahora.

    Canta. igala.Usted es el dueo de El ngel Azul, no? Tanto gusto. Yo soy el profesor Raat, del Instituto, y

    vengo a buscar a uno de mis alumnos que supongo est aqu. Podra indicarme dnde se encuentra?Pase al cuarto de los artistas. Los jvenes que usted busca estn siempre all.Lo ve? reprendi severamente Basura. Ya me lo figuraba yo! Y no est bien. Ha de

    reconocer usted que no est bien.Por qu? repuso el patrn arqueando las cejas. Yo no tengo necesidad de saber quin

    invita a cenar a las muchachas. Adems, esos seores hacen gasto y beben buen vino. No se les puedeexigir ms. Y no querr usted que yo mismo eche de mi casa a los buenos parroquianos!

    Basura hizo un cambio de frente:Est bien. Por lo menos hgame entonces el favor de buscar a ese muchacho y trarmelo aqu.Bsquele usted, si quiere.Pero el humor aventurero de Basura se haba esfumado. Ojal no hubiera descubierto nunca el

    paradero de la tal Rosa Frhlich!Tengo que atravesar el saln? pregunt temeroso.No hay otro camino. Aquella ventana que ve all, con cortinas rojizas, es la del cuarto de los

    artistas.Avanz hacia el fondo del zagun e indic a Basura un amplio ventanal cubierto con cortinas

    encarnadas por detrs de los vidrios. Basura se acerc, intentando ver algo al travs. Entretanto, elpatrn se dirigi a la puerta de la sala y se dispuso a abrirla. El profesor corri tras l tendindole losbrazos, y le suplic con expresin de ansiedad:

    Haga usted salir a ese muchacho! Se lo suplico!El patrn, dentro ya de la sala, se revolvi malhumorado:A cul de ellos? Vienen siempre tres en amor y compaa Vaya un to fastidioso!

    aadi, gruendo, y le dej plantado.Tres?, quiso preguntar an Basura. Pero se encontr ya dentro del saln, ensordecido por el

    barullo y cegado por los densos vapores que enturbiaban el aire y empaaban sus anteojos.Cierre la puerta. Hay corriente le grit alguien.Asustado, extendi con torpeza la mano sin encontrar la puerta. Una carcajada reson cerca.Est jugando a la gallina ciega dijo la misma voz.Basura se quit los anteojos. La puerta haba vuelto a cerrarse. Se vio prisionero y mir, perplejo,

    en torno suyo.

  • Fjate, Lorenzo: el mismo tipo de esta tarde. No te acuerdas? El que quiso tomarle el pelo altabernero.

    Basura no entendi lo que decan. Se daba cuenta slo de que todo a su alrededor le era hostil. Leflaqueaban ya las piernas, cuando descubri cerca un puesto libre en la mesa. No tena ms quesentarse. Se quit el sombrero y pregunt:

    Me permiten ustedes?Despus de esperar en vano la respuesta, se dej caer en el asiento. E inmediatamente su sinti

    confundido entre la multitud y libertado de su penosa situacin excepcional. Nadie se ocupaba de lpor el momento. La msica tocaba nuevamente, y sus vecinos tarareaban a comps. Basura limpi elvaho que empaaba sus anteojos y trat de reconocer el local. A travs de los vapores que exhalabanlas pipas, los cuerpos y los vasos de grog, vio innumerables cabezas que oscilaban de un lado a otroal ritmo de la msica, penetradas de una turbia bienaventuranza. Cabezas de rostros y cabellos rojos,amarillos, tostados, cobrizos. Y el balanceo de aquellos cerebros devueltos por la msica a la vidainstintiva, ondeaba como un campo de tulipanes bajo el viento, a travs de toda la sala, hastadesvanecerse entre la humareda. Ms al fondo todava, algo brillante, atravesaba de vez en cuando lacortina de humo: un objeto en constante movimiento, algo que lanzaba en torno suyo brazos,hombros o piernas, un trozo cualquiera de carne blanca iluminada por la cruda luz de un reflector, yabra obscuro redondel la boca. Lo que aquella criatura cantaba quedaba sepultado bajo losacordes del piano y las voces de los espectadores. Basura pens que aquella figura femenina no era,en realidad, ms que un chillido. De cuando en cuando emita un tono agudo que ningn truenolograba cubrir.

    El patrn coloc ante l un vaso de cerveza y quiso continuar su camino.Atencin un momento! Esa cupletista es la seorita Rosa Frhlich, no?Ella misma. Escchela usted, ya que ha venido por ella respondi el patrn, libertndose de

    sus garras.Contra toda razn, Basura esperaba que no lo fuese, y que Lohmann no hubiera pisado jams

    aquel lugar. Si as fuese, se vera l dispensado de toda accin. Vea ahora la posibilidad de que losversos sorprendidos en el cuaderno de Lohmann fuesen pura poesa a la que ninguna realidadcorrespondiese. Con todas sus fuerzas se acogi a aquella deleznable hiptesis y se maravill de nohaberla encontrado antes. Bebi un trago de cerveza.

    Que aproveche! exclam su vecino de mesa, un individuo ya entrado en aos, que se habadesabrochado el chaleco y mostraba el abdomen cubierto por una camisa de lana. Basura lo examindetenidamente de reojo. El hombre bebi y se pas la mano por el bigote hmedo y amarillento.Basura se atrevi a interpelarle:

    Esa muchacha que est cantando ahora es Rosa Frhlich, no?Pero en aquel instante reson una estruendosa ovacin. La cupletista haba terminado una de sus

    canciones. Basura tuvo que esperar un momento y repetir su pregunta:Rosa Frhlich? observ el vecino. Cmo quiere usted que yo sepa los nombres de todas

    esas criaturas? Maldito si me interesan.Basura fue a decir que bastaba con leer el anuncio de la entrada, pero cuando quiso hablar reson

    de nuevo el piano, con ms mesura que antes, y le fue posible entender el comienzo de la nuevacancin; unas cuantas palabras que la cupletista subrayaba, llevndose a la mejilla el borde de la falda

  • con expresin entre avergonzada y maliciosa:

    Como soy tan joven y tan inocente

    Basura juzg insensatas aquellas palabras y las uni a la insatisfactoria respuesta de su vecino.Comenzaba a sentirse atormentado por la sensacin de encontrarse extraviado en un mundo que era lanegacin de su propia personalidad, entre gentes que despreciaban la letra impresa y acudan a unespectculo sin leer siquiera antes el programa. Le punzaba la sospecha de que con toda seguridadhaba all cientos de personas que no atendan ni pensaban con claridad, prefiriendo aturdirse yemborracharse, entregndose sin miedo ni vergenza a la ms ociosa disipacin. Bebi largamente. Sisupieran quin soy, pens, en tanto que su conciencia de s mismo se despojaba de toda aspereza yse haca benigna, mansa y un poco esfumada, acariciada por aquellas clidas emanaciones humanas,calefaccin a base de sangre. El mundo se alejaba detrs de una densa cortina de humo, lleno de gestosinciertos Se pas la mano por la frente. Le pareca que la figurita femenina, all arriba en elescenario, haba ya cantado varias veces cuan joven e inocente era. En esto termin la cancin, y lasala entera aplaudi, rugi, alborot y pate, gozosa. Basura entrechoc varias veces sus manos antesus ojos, que lo vean con asombro. Sinti un intenso deseo irreflexivo de golpear tambin los piescontra el suelo, y tuvo an bastante energa para reprimirlo, pero sin que aquella absurda tentacin leindignara lo ms mnimo. Sonri con serena superioridad, y pens en el hombre primitivo que todosllevamos dentro.

    La cupletista baj a la sala. Una puerta se abri junto al tablado. Basura advirti que alguien lemiraba desde ella. Entre toda aquella muchedumbre slo un nico individuo detena sus ojos en l.Aquel ser rea, rea de pie en el vano de la puerta, y no era otro en realidad de verdad, no era otroque el alumno Kieselack.

    Se levant de un salto. Haba tenido un momento de distraccin, y los alumnos se habanapresurado a aprovecharlo para armar jaleo. Avanz ciego, separando violentamente a dos soldadospara abrirse camino por entre ellos. Tropez con un grupo de obreros que le cerraron el paso. Uno deellos le tir al suelo el sombrero de un manotazo. Lo recogi todo sucio y se lo volvi a poner.

    Qu tipo! oy exclamar en torno suyo.Kieselack, al fondo, rea a carcajadas, doblando el busto hacia adelante. Basura avanz unos

    cuantos pasos ms. Le temblaban las mandbulas. Quiso continuar, pero alguien le agarr por detrs.Haba vertido el grog de un marinero y tena que pagrselo. Obedeci. Ahora tena ante s un espaciolibre. Se precipit adelante con los ojos fijos en Kieselack, que continuaba riendo. Fue a dar contraalgo blando, y una mujerona alta y gruesa envuelta en un abrigo obscuro, que, al entreabrirsedescubri que iba insuficientemente vestida, le mir con ojos furiosos. Un hombre no menoscorpulento, cuidadosamente peinado, pero tambin vestido con descuido, con un jersey y unachaqueta vieja, acudi y uni sus protestas a las de la mujer. Basura haba tropezado contra el platilloen que la mujerona realizaba su colecta y haba hecho saltar varias monedas. Los ms prximos sededicaron a buscarlas. Tambin Basura se inclin, confuso y aturdido. Junto a su cabeza, casi pegadaal suelo, se agitaban los pies de los circunstantes. Burlas, maldiciones, insultos e incluso manosatrevidas, llegaron hasta l. Se incorpor, rojo, con una moneda de dos cntimos entre los dedos.Jadeaba y recorra con mirada ciega los rostros hostiles que le rodeaban. Por segunda vez en aquel dasinti en su cara el viento precursor de la tempestad rebelde. Comenz a lanzar los brazos en todas

  • direcciones, como rechazando a innumerables asaltantes. En aquel momento vio de nuevo a Kieselackcon los brazos apoyados en la caja del piano y todo el cuerpo estremecido por la risa. Y ahora oa yalas carcajadas. El pnico vertiginoso del tirano que se ve perdido bajo la amenaza del pueblo, que haasaltado su palacio, se apoder de l. Toda violencia le era ya lcita. Enloquecido, grit con vozcavernosa:

    Al calabozo! Todos al calabozo!Kieselack, que le vea ya cerca, obedeci, desapareciendo por la puerta que se abra junto al

    tablado. Basura la atraves tambin sin darse cuenta. Dentro ya, vio una cortina roja, y saliendo deentre sus pliegues, un brazo. Se precipit hacia l, pero el brazo desapareci, se oy caer un cuerpo,y cuando Basura se asom a la ventana, Kieselack trotaba ya a travs del zagun. Ms all, en elportal, se disimulaba otro, en el que reconoci a Von Ertzum. Basura quiso saltar tambin, pero elalfizar era demasiado alto. Mientras trataba an de encaramarse, una voz aguda exclam a suespalda:

    Arriba, valiente! Eso no es nada para un muchacho tan joven y tan fuerte!Se dej caer pesadamente. Detrs de l estaba la cupletista.Basura se qued mirndola. Sus mandbulas se agitaban convulsas. Por fin, logr articular:As, pues, usted es la seorita Rosa Frhlich?S. Qu pasa? replic la muchacha.Basura lo saba de antemano.Y trabaja usted en este local?Tambin aquello quera orselo confirmar a ella misma.Me extraa la pregunta observ ella.EntoncesTom aliento y seal a su espalda la ventana por la que haban huido Kieselack y Von Ertzum.Dgame: cree usted que puede permitirse eso?Qu cosa? pregunt ella, asombrada.Son alumnos mos dijo Basura. Y con su voz ms cavernosa, repiti: Alumnos mos.Bueno. Me tiene sin cuidado y se ech a rer.Basura prorrumpi indignado:Y usted los aparta de su deber y de sus estudios. Los seduce y los corrompe.Rosa dej de rer y apoy un dedo extendido contra su pecho:Yo? Usted est mal de la cabeza!No quiere usted confesarlo?Ante quin? Gracias a Dios, no tengo que acusarme de nada. Soy una artista, no? Y no querr

    usted que vaya a consultarle si debo aceptar que esos jvenes me regalen un ramo de flores.Seal a un ngulo de la habitacin en el que haba un espejo inclinado hacia adelante y

    flanqueado por dos grandes ramos de flores.Si no va una a poder aceptar siquiera eso continu, encogindose de hombros. Pero, a

    todo esto, quin es usted?Yo Yo soy el profesor dijo Basura, como si revelase el sentido y la norma del Universo.Perfectamente repuso, conciliadora, Rosa. Entonces, le debe a usted tener tan sin cuidado

    como a m lo que los chicos hagan fuera de la clase.

  • Aquella concepcin del mundo no entraba en la cabeza de Basura.Me permito aconsejarle que abandone esta ciudad y se aleje de ella a marchas forzadas, pues,

    en caso contrario, har lo posible por estorbar su carrera, encargndome de que la polica se ocupe desu incalificable comportamiento.

    Aquella alusin a la polica hizo surgir en el semblante de la artista un gesto de infinito desprecio.La polica! Antes se ocupar de usted que de m. Yo tengo todas mis cosas en orden. Me da

    usted lstima. De verdad!Pero su acento y sus palabras sugeran ms enfado que compasin.Cree que no ha hecho an bastante el ridculo? Pues ande, vyale con el cuento a la polica.

    Puede que le encarcelen a usted hasta que se tranquilice. Valiente tipo! Qu dira usted si yoencargase de ajustarle las cuentas a alguno de los oficiales que me honran con su amistad? Lo dejara austed bueno para nada.

    Ahora s se pint en su cara una sonrisa de regocijada compasin.Basura haba intentado tomar varias veces la palabra al principio de aquella rociada. Pero, poco a

    poco, sus pensamientos, prontos ya a traducirse en palabras, fueron siendo rechazados por el mpetuvoluntarioso de su interlocutora hasta desvanecerse en las ms obscuras profundidades de su ser. Sesinti paralizado. Aquella mujer no era como todos los habitantes de la ciudad. Un estudiante rebeldeque se le resistiera o tratase de eludir su autoridad, bajo la cual deba permanecer toda su vida. Eraalgo nuevo: un poder extrao a l y equivalente. Con los mismos derechos. Si al terminar la cupletistasu filpica le hubiera exigido una respuesta, no hubiese sabido drsela. Algo muy distinto naca en l.Algo semejante al respeto.

    Bueno. Se acab! concluy Rosa, volvindole la espalda.El piano haba entrado de nuevo en actividad. La puerta se abri, dejando paso a la mujerona con

    la que antes haba tropezado Basura, seguida de su marido, y volvi a cerrarse en el acto. La mujerpuso violentamente el platillo encima de la mesa.

    Apenas cuatro marcos coment el marido. Roosos!Rosa Frhlich agreg con punzante frialdad:Y, para colmo, este seor me ha amenazado con denunciarnos a la polica.Basura se estremeci, vindose en situacin de inferioridad. La mujer se volvi rpidamente y le

    mir de arriba abajo. El profesor encontr intolerablemente provocativa su expresin, enrojeci ybaj la vista; pero sus ojos fueron a tropezar con unas robustas pantorrillas enfundadas en mediascolor carne, y tuvo que volverlos a alzar, estremecido. Entretanto, el marido, esforzndosevisiblemente en mitigar el estruendo de su voz, dijo con afectada gravedad:

    Aqu no se permite escandalizar, seor mo. Ya le he anunciado a Rosa que el primero que seatreva a hacerle una escena de celos y no tolere que se trate con otros caballeros tendr que abandonarel campo por buenas o por malas. No le da vergenza armar tanto ruido a causa de esos muchachos?Cuando seguramente la polica le tiene a usted fichado como un viejo stiro

    Su mujer le dio con el codo. Por su parte se haba formado ya de Basura un juicio completamentedistinto.

    Cllate le dijo. Es incapaz de hacer dao a nadie. Y volvindose hacia Basura, agrego:Ya se le pas, verdad? A veces uno tiene un impulso repentino y hace tonteras. Si no, que se lopregunten a mi Kiepert, que me arma un escndalo en cuanto miro a alguien. Sintese y beba un trago

  • de vino.Desocup una silla en la que se amontonaban trajes y pantalones femeninos de vivos colores,